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Literatura y Cine.

Juan Guillermo Jaramillo.


Profesor: Diego Sosa.
Maestría en Literatura.
Universidad Javeriana.

Análisis de “El Ruletista” de Mircea Cărtărescu

Tiempo Diegético:

A primera vista, y de manera ingenua, se podría situar el tiempo diegético del relato
comenzando hacia finales del siglo XIX y principios del XX, momento en el que el juego
mortal de la ruleta rusa tiene su apogeo; hasta cuando el autor-protagonista cumple 80 años y
escribe, desde su habitación o cripta, el relato del “Ruletista”, obra que le permitirá, al mismo
tiempo, morir tranquilo y ser inmortal, revivir como Lázaro cuando escucha la voz del Señor,
la voz del lector.

Y es en ese infinito morir y revivir, en que se encuentra el verdadero tiempo diegético del
relato. La historia del ruletista es solo una coartada, un pretexto con el que se va tejiendo un
mundo ficcional, una telaraña literaria que convierte al lector en El Supremo Hacedor de las
resurrecciones de ese universo. “Así cierro yo también mi cruz y mi mortaja de palabras, bajo
las que esperaré hasta mi resurrección, como Lázaro, cuando oiga tu voz clara y poderosa,
lector”.

Por lo tanto, el tiempo diegético del relato es el infinito. O, buscando mayor precisión, el
tiempo finito en que al lector, El Supremo Hacedor, le siga siendo posible revivir ese
universo.

Tiempo Representado:

Entre hora y media y dos horas. Tiempo que toma la lectura del cuento.

Narrador:

El narrador es autodiegético. El relato está escrito en primera persona.

Modo del relato:

El modo del relato está enmarcado en Arte y Ensayo. Existe analepsis, saltos en que la acción
se traslada al pasado. De ahí, y de manera bidireccional y frecuente, saltos al presente
histórico; donde, desde su habitación, el anciano escritor va urdiendo su juego, tejiendo su
mundo. También hay saltos oníricos, como el del sueño en que el anciano asciende y vuela
sobre múltiples dioses.

Focalización:

El relato es unifocal, tiene un solo conflicto. Este está compuesto por el choque de fuerzas
que, por un lado, agrupan la motivación superficial del anciano, que consiste en mitigar un
poco su soledad al contarnos la historia del “Ruletista”, y su motivación profunda, que es la
de envolvernos en ese mundo ficcional, en el que puede morir y ser inmortal gracias al lector,
que con cada lectura lo revive y lo acompaña hasta su último suspiro, su última palabra.
Por el otro lado, están las fuerzas contrarias, aquellas que suponen un obstáculo para la
realización de las motivaciones del anciano. El obstáculo interno tiene que ver con la pericia
narrativa del anciano, quien tiene que ser lo suficientemente audaz, y lo es, para no ser
descubierto antes de tiempo. El obstáculo externo es el lector y los diferentes inconvenientes
que pueda tener para llevar acabo la lectura. Sin el lector no hay vida ni muerte.

Detonante:

El detonante del “Ruletista” se puede identificar en el momento en que el narrador explica


que esas diez o quince páginas que está por escribir constituyen un juego diferente, su última
apuesta, su proyecto de inmortalidad.

Puntos de giro:

El primer punto de giro se encuentra cuando el ruletista decide cargar completamente el


tambor del revólver, tener cero posibilidades al jugar la ruleta, y de igual modo sobrevivir.
Aunque de antemano sabemos que el ruletista no va a morir por este juego, el anciano nos lo
hace saber con anterioridad, este momento sí es un punto de giro por la manera en que se
salva: un terremoto que lo deja cojo pero sin impactos de bala.

El otro punto de giro se encuentra en la confesión del anciano, en la que acepta el carácter
ficcional tanto del mundo que está narrando, como el de su vida y sus acciones. Es gracias a
esta confesión que entendemos el porqué de la buena suerte del ruletista, las razones por la
que no puede morir en ese juego mortal, y la apuesta final del anciano.

Anagnórisis:

Se da en la confesión del anciano. Ahí descubrimos que hemos caído en su juego; que, a pesar
de su carácter ficcional, maniató nuestra voluntad para usarla a su conveniencia: lo hemos
acompañado hasta su muerte, para al mismo tiempo demostrarnos su inmortalidad. El arco
dramático del personaje existe, y tiene que ver con su proyecto de inmortalidad, que nos va
develando poco a poco hasta convertirnos en parte íntima de ese proyecto, en hacedores de su
inmortalidad.

Clímax:

Momento en que el ruletista carga el revólver con seis balas y no muere.

Tipo de montaje:

Acá hay un montaje alterno convergente, pues existen distintas líneas narrativas que se
encuentran. El narrador rompe la cuarta pared.

Forza/Forda:

El relato es una forda. Intenta contestar dos de los cuatro metarrelatos fundamentales: 1) ¿Qué
es la vida? 2) ¿Qué es la muerte? Lo interesante del relato es que intenta responder a estas
cuestiones desde la literatura, apostando nada más por la literatura. Sin escritura y sin lectura,
no hay vida, no hay muerte.

Indicios más importantes:


1) Indicio falso: La constante insistencia sobre la veracidad de la historia. Este indicio se
encuentra varias veces, y por tal razón también es repetitivo, en forma de
enunciaciones como “hombre real”, “la ruleta existió”, “el ruletista existió”, “parábola
viva”; que no son más que encubrimientos, mantos con el que el anciano cubre el
mundo ficcional que poco a poco construye.
2) Tenue: Agartha. Este indicio, que también es un intertexto, nos da una referencia sobre
el mundo al que estamos a punto de entrar, un mundo en donde lo mágico, lo
espiritual, lo ficcional, lo esotérico, es lo real.
3) Embrionario: El juego del anciano, la apuesta que dice estar haciendo, el proyecto de
inmortalidad que va a realizar.

Dinámica de héroe/antihéroe:

El anciano es un antihéroe. Busca adentrarnos en su mundo, demostrarnos su inmortalidad,


ganar el juego, ganar la apuesta.

Estereotipo/Arquetipo/Prototipo:

El anciano es un prototipo. Primero y único en su tipo. Personaje que autoreconoce el propio


carácter ficcional de su existencia, así como del mundo en el que vive. De esta manera, y solo
de esta manera, es que apuesta por su inmortalidad, por su infinita resurrección.

El ruletista es un arquetipo. Tiene un patrón de conducta atado al del ludópata taciturno, aquel
que juega sin importarle otra cosa, que sabe que el juego es su única razón de ser.

Intertexto:

En el relato existen innumerables intertextos: el Cristo de Andrea Mantegna, el reino oculto


de Agartha, la prosa de D’Annunzio, Doctor Fausto de Thomas Mann, la resurrección de
Lázaro, etc. Sin embargo, acá me gustaría resaltar los versos de T.S. Eliot, los cuales se
encuentra al principio y final del relato. Concede el consuelo de Israel/ A uno que tiene
ochenta años y no tiene mañana.

Estos versos están contenidos en un poema llamado el Cántico de Simeón, igual que el
cántico original que los inspira, que se puede encontrar en El Evangelio Según San Lucas. En
este evangelio, Simeón es un anciano al que el Espíritu Santo le revela que su muerte solo
llegará después de haber visto a Jesús. Después de esto, Simeón dice estas palabras:

“Ahora, Señor, tu promesa está cumplida:


ya puedes dejar que tu siervo muera en paz.
Porque he visto la salvación
que has comenzado a realizar
ante los ojos de todas las naciones,
la luz que alumbrará a los paganos
y que será la honra de tu pueblo Israel”. Lc 2, 29-32.

Los versos de Eliot son la punta de lanza del anciano del “Ruletista”. Están conectados a la
diégesis del relato en tanto que es el lector el único que puede brindar consuelo al anciano,
pues solo el lector le puede otorgar tanto la vida como la muerte.
Bibliografía:

Cărtărescu, Mircea. 2010. “El Ruletista”. Impedimenta.

Iglesia Católica, Apostólica y Ortodoxa. “Simeon el Anciano y Ana la Profetiza”. Disponible


en: http://iglesiaortodoxa.org.mx/informacion/2000/02/simeon-el-anciano-y-ana-la-profetiza/

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