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Diversiones Novohispanas. Actividades lúdicas de la gente de razón.

Eduardo Martínez Muñoz 1


UMSNH

Hoy en día, la gente cuenta con una gran oferta destinada a ocupar su tiempo libre en la mejor
de las actividades humanas: la diversión. De hecho existe toda una industria dedicada a captar
la atención de clientes potenciales y ofrecen desde un boleto que da acceso a espectáculos
deportivos, musicales, incluidos cine y teatro. Asimismo, paseos con lo que llamamos “Todo
incluido”, no se preocupa uno de nada, sólo del precio y el cómo lo vamos a pagar.
Actividades lúdicas inherentes al comportamiento social humano, que forman parte del
intento de romper la monotonía diaria del trabajo.
Nuestro siglo XXI nos ofrece una enorme gama de opciones para poder accesar a la
diversión, sin omitir lo que hacemos desde nuestra casa en un sillón con un control remoto o
frente al monitor de la computadora, celulares o tablets que nos conectan al mundo mediante
teclear una dirección electrónica, sí podemos navegar en el ciberespacio.
El ser humano se ha dado el tiempo para la diversión, para no caer en la monotonía y
no regresar a sus ocupaciones diarias con un ánimo inadecuado para su realización. En el
siguiente trabajo quiero abordar esas diversiones que abarcaron los últimos años del siglo
XVIII y principios del siglo XIX (1790-1821), hasta antes de la proclamación de la
consumación del movimiento de Independencia, antes del primer Imperio, en tiempos de la
colonia.
La particularidad del estudio es que será sobre la clase económicamente dominante.
Enunciaré algunos cuestionamientos que me surgieron ¿El término “siglo de las luces”
aplicaba a los momentos de recreo y diversión virreinal? ¿Se experimentaron cambios en sus
hábitos? o ¿Se generaron distractores –refiriéndome a que había un movimiento social activo
y si así lo percibían–, de ese inicio de lo que llamamos Independencia de 1810? ¿Qué tan
variadas eran las opciones de diversión para estos habitantes de la denominada Nueva
España? ¿Qué tan exclusivos eran sus eventos?
El objetivo del trabajo es conocer la actividad lúdica para la clase dominante de la
sociedad novohispana emanada del siglo de las luces –con la razón como bandera, pero una

1
Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México, de su extensión académica la
Facultad de Estudios Superiores “Acatlán” y Maestro en Historiografía por la Facultad de Historia de la
Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo (2017-1919). Becario Conacyt.

1
sociedad en busca de la felicidad–, y el principio, de una sociedad camino a la proclamar la
independencia del viejo mundo. Tratar de encontrar si este tipo de manifestación humana
siguió una continuidad o ¿acaso hubo una ruptura en cuanto a motivos y modos de festejo de
las élites?
LA CIUDAD DE LA NUEVA ESPAÑA.
La Nueva España, la joya más preciada de la Corona española, manifestó de acuerdo a su
gran consumismo, y en cuanto a los objetos suntuosos que demandaron los grandes festejos
rodeados del boato y la ostentosidad de sus participantes, que esa riqueza jamás se
erosionaría.
La capital novohispana alcanzó a finales del siglo XVIII su máximo tamaño. Con 150
mil habitantes fue una de las más grandes del continente americano. Conserva su diseño
original: sus calles trazadas en forma de tablero de ajedrez o damero con un centro delimitado
con una plaza, tal como lo hiciera su autor Hernán Cortés, rodeada ésta por los edificios
donde se asentaron las principales instituciones que gobernaron a la ciudad: el patio virreinal,
la catedral, el cabildo y el Parián. La descripción que se daba desde sus afueras era de gran
esplendor, ya que…
…se veían una gran cantidad de cúpulas, torres y casas de techos planos,
frecuentemente cubiertas con flores y follaje. Afuera de la ciudad –que uno
difícilmente podía imaginarse que albergara a tan numerosa población– se extendía
el gran Valle, en algunos lugares del cual se veían largos acueductos, y en otros,
espejeantes lagos, tierras cultivadas y hermosos jardines; y todo esto enmarcado por
altas montañas, entre las cuales sobresalían los volcanes, que destacaban sus cumbres
coronadas de nieve contra el cielo azul.2
En base a esta descripción, podemos percibir que la ciudad era una urbe baja y bien
trazada sobresaliendo por su tamaño, donde llamaban la atención las cúpulas y campanarios
de sus numerosas iglesias y conventos, y ya dentro de sus límites aún era mayormente
sorprendente:
Sus calles son muy hermosas, y tan anchas que pueden pasar por ellas tres carretas
juntas, o nueve y diez hombres a caballo, sin impedirse los unos a los otros. Es en
edificios (generalmente) de las mejores y más aventajadas del Universo; todas las
casas de cal y canto, grandes, albas y con muchas ventanas rasgadas, balcones y rejas
de hierro con grandes primores. Y estos edificios tan lindos y parejos, hacen las calles

2
Davis, Alexander V., El siglo de oro de la Nueva España (siglo XVIII), Editorial Polis, México, 1945, p. 148.

2
muy lindas y labradas; no tienen vueltas ni revueltas (como por la mayor parte lo son,
las de las ciudades de España), pero son muy largas y derechas, y como comienzan al
principio, así acaban; corren las unas de oriente a poniente, y las otras, por muy
concertado, y haciendo las cuadras iguales3.

Claro que la ciudad carecía de alumbrado, de pavimentos, de buenos desagües, de


policía y de otras numerosas necesidades que, con el transcurso de los años se quiso subsanar.
Lo cual nos indica que en realidad la ciudad no presentaba a todos los sentidos, un lugar
placentero, ya que…
Las acequias, las calles y las plazas estaban llenas de basuras amontonadas, de
inmundicias de todas clases, que puestas en putrefacción con las aguas, ofendían la
vista y el olfato. Los vecinos, no obstante los esfuerzos hechos por la policía, se
contentaban con arrojar cada cual su desperdicio delante de la casa, y si muy limpio
era, cuando era grande el montón, le pegaban fuego, proporcionando a los transeúntes
humo y hedor insoportables.4

Para los virreyes de la segunda mitad del XVIII, la solución fue la emisión de bandos
de conducta y donde los habitantes, atendiendo a la razón, podían solucionarlo. Hacia 1771
se llega a ordenar que el frente de las casas debiera ser barrido por los moradores de cada
una, hasta hoy es costumbre que se realice5, por esta razón normalmente por las mañanas,
vemos a las madres o abuelas regando y barriendo las banquetas que delimitan sus
propiedades. Pensando que también la calle, las banquetas son parte de su propiedad y deben
mantenerlas limpias.6
La ciudad en cuanto a su colorido y actividad, debió entonces, haber presentado un
atractivo aspecto, claro que esta visión es de lejitos, sin llegar a las sensaciones percibidas
por el olfato, como se dijo antes. Las mañanas descubrían a la Ciudad llena de una población
ocupada y vivaz; las ventanas de las casas estaban abiertas y hermosas mujeres con sus
mantillas, graciosamente drapeadas sobre sus cabezas y recatadamente cayendo en pliegues
sobre sus hombros y pecho, volvían de la iglesia a su casa. A lo largo de las calles transitaban

3
Davis, Op. Cit., p. 135-136. También véase Noticias de la Ciudad de México, Artículos tomados del
“Diccionario Universal de Historia y Geografía” Tip. F. Escalante y Co. México, 1855, p. 13.
4
Ibídem, p. 137.
5
Bando del 26 de febrero de 1771, sobre aseo a las calles.
6
Por el bando del 26 de octubre de 1769, del Virrey Marqués de Croix, se contempló el aseo de calles y
construcción de letrinas en las vecindades para evitar que lanzaran las “inmundicias” a la calle.

3
monjes y el carnicero arreaba su burro con su tienda portable, llena de diferentes clases de
carne. En verdad en esta época…
…hacían pintorescas las calles los diversos trajes de los clérigos y militares, y mucha
más los de los frailes: los franciscanos con traje azul; los dieguinos color de café, los
agustinos de negro; los mercedarios de blanco; los dominicos de blanco y negro y
siempre las ha amenizado la bella presencia de las graciosas mexicanas. Unido a esto
el movimiento del comercio, al gritar de los mercaderes en pequeño, se comprende la
animación y la vida en que rebosaron las calles centrales de la capital.7
Por supuesto los testimonios son de viajeros y pintores, por ejemplo Linati.

LA GENTE DE RAZÓN
Las élites de la Nueva España se conformaron de comerciantes de ultramar, los mineros y
los grandes propietarios de tierras, que para entonces muchos eran nacidos en las tierras
americanas. Vivían con gran lujo, gastando sus enormes fortunas en la construcción de
enormes palacios, mobiliario de importación, carruajes, caballos, trajes, joyas y peinados.
Las ocupaciones en las que se veían inmersos estos hombres de élite u hombres de
razón, tal vez, no era la más sacrificada. Los hombres de buena posición tenían sus
ocupaciones por la mañana, sin tanta presión reflejando una “parsimonia que sólo el poder
del dinero brinda”. En los frecuentes encuentros que se daban con sus “iguales”, el tiempo
corría sin ninguna preocupación e intercambiaban impresiones de temática en común, así
como de las noticias locales y las de ultramar. El horario de trabajo impuesto por ellos
mismos les permitía llegar a su hogar al mediodía, por supuesto con un hambre que sólo
saciaban con una copiosa comida y, después la clásica siesta8.
Alexander Davis nos describe a estos ocupados personajes que se dedicaban a sus
muy particulares negocios y sus tradiciones…
…eran afables, tratables y corteses, hospitalarios y generosos; eran afectuosos en sus
amistades; mentalmente ágiles y muy sensibles. Se les daba gran importancia a las
formalidades y ceremonias sociales, y en la familia el padre gobernaba con
simplicidad patriarcal. La reverencia hacia los padres era una notable característica
de la vida familiar. Casi siempre […] eran muy numerosas, y las […] más ricas
estaban íntimamente relacionadas, haciendo de las funciones sociales, a menudo, una

7
Manuel Rivera Campas, México Pintoresco, Artístico y Monumental, Imprenta de la Reforma, México, 1880,
Tomo I, p. XXIV.
8
Historia de México, Miguel León Portilla (Comp. Gral.), Tomo 6, Salvat Editores de México S. A., México, 1974,
p. 10.

4
actividad familiar en escala más grande. Los matrimonios generalmente eran también
arreglados por los padres.
La disposición alegre de la gente se manifestaba con las numerosas y animadas
festividades, conectadas principalmente con la Iglesia, multiplicadas con motivo de
los días festivos de la propia familia y de los aniversarios de la Casa Real. También
se festejaba la llegada de buenas noticias y el cumpleaños o santo del Virrey. 9
Las celebraciones que se dan a raíz de las noticias llegadas de España eran más de
matiz popular, pero eso no dejaba que decayera el ánimo y mucho menos el gasto, también
se echaba “la casa por la ventana”, ya que eran celebradas con procesiones a vuelo de
campana, corridas de toros, bailes, fuegos artificiales y alegría general. Aunque lo que la
sociedad reflejaba no era del todo la realidad, y tal vez como hoy, a veces se quiere aparentar
lo que no se es, dar a entender lo que no se sabe y mostrar lo que no es propio. Esto, no debe
creerse que sea moda o algo inventado por la frivolidad moderna, ¡no! Pues ya lo decía el
virrey duque de Linares que advertía a su sucesor, el marqués de Valero (1716-1722):
…porque en este reino todo es exterioridad, y viviendo poseídos de los vicios que
tengo referidos, les parece a los más que trayendo el rosario al cuello y besando la
mano de un sacerdote, son católicos; que los diez mandamientos no sé si los conmutan
en ceremonias.10

Percibimos que la sociedad virreinal se manifestó y se hizo notar más por apariencias
que por lo que en realidad era. Así se nos describe en una de las obras de José Joaquín
Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda, obra con toda la vigencia del momento,
publicada en 1818, ilustrativa en cuanto a los personajes cercanos al México independiente,
nuestro Catrín, sabía cómo “parecer” gente decente:
Inmediatamente me fui al Parián y compré dos camisas de coco, un frac muy
razonable y todo lo necesario para el adorno de mi persona, sin olvidarme el reloj, la
varita, el tocador, el peine, la pomada, el anteojo y los guantes, pues todo esto hace
gran falta a los caballeros de mi clase. Le di una galita a un corredor para que me los
llevara a casa, y en la tarde me vestí, peine y perfumé como debía, y con quince pesos
que me sobraron salí para la calle…
Agregando el cómo utilizaba esta apariencia para el logro de sus propósitos de subsistencia…
Algunos días la pasé bien a favor de Birján y de sus libros, pues como me veían
decente, pensaban que tenía mucho que perder, y por esta honestísima razón me daban

9
Davis, Op. Cit., pp. 164-165.
10
Velázquez, María del Carmen, El Despertar Ilustrado en Historia de México, Miguel León Portilla (Comp.
Gral.), Tomo 6, Salvat Editores de México S. A., México, 1974, p. 3.

5
el mejor lugar en cualquier mesa; pero yo no pasaba de lo que llaman amanezquero.
Apenas afianzaba dos o tres pesos los rehundía, sacaba mi puro y me lo iba a chupar
a la calle.11
Esta idea construida de “cómo te ven te tratan”, no era exclusiva de la sociedad
novohispana o española. Otros países europeos lo practicaban y una prueba de esto es en una
obra escrita por un inglés, de principios del siglo XVII, y al hablar de la apariencia nos
remitimos a un pasaje de su obra. Hablamos de Shakespeare, y su obra Hamlet. En donde
Polonio, dignatario de la corte danesa, se dirige a su hijo al despedirse de él, quien parte a
Francia, lo aconseja y advierte:
Llévate mi bendición y graba en tu memoria estos principios:… Guárdate de riñas,
pero, si peleas, haz que tu adversario se guarde de ti. A todos presta oídos; tu voz, a
pocos. Escucha el juicio de todos, y guárdate el tuyo.
Viste cuan fino permita tu bolsa, mas no estrafalario; elegante, no chillón, pues el
traje suele revelar al hombre, y los franceses de rango y calidad son de suma distinción
a este respecto.12
Involucrados aquí, los franceses, ingleses y daneses en un pensamiento y
comportamiento de apariencias para mostrar su cuna y linaje, al igual que los españoles y por
consiguiente los novohispanos, que al alternar en sociedad se mostraban cual, tal vez, no
eran.
Ahora bien, el juego de mesa, de salón, la baraja, ese juego de azar que practicó la
sociedad novohispana, según los bandos de la época, qué nos dicen de esto. La
reglamentación de la época nos habla de que el juego de azar se debe de prohibir, pero por
protección económica para el Estado español, sólo se podía jugar con las barajas oficiales,
del estanco autorizado. A raíz del comportamiento de estos hombres y su gusto por el juego
de azar, se da la creación de la Real Lotería. Creándose en sus orígenes para un control de
quienes participaban en este tipo de conducta. La Lotería debía sustituir este rubro de los
juegos de azar que constituían “el vicio más peligroso entre los habitantes de la Nueva
España”.13 Claro que ya esto es de manera general para la población, no era exclusivo de la

11
José Joaquín Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda y Noches Tristes y Día Alegre, edición y prólogo
de Jefferson Rea Spell, colección de escritores mexicanos, Editorial Porrúa, S. A., México, 1975, p. 57, 58-59.
12
Shakespeare, William, Hamlet, Trad. e ilustrada con la vida del autor y notas críticas por Inarco Celenio,
Madrid, 1798,
13
José María Cordoncillo, La Real Lotería en Nueva España, en Anuario de Estudios Americanos, EEHA, Sevilla,
núm. XVIII, 1961, p. 199.

6
clase alta, lo curioso fue que si tomamos a razonamiento la creación de la Real Lotería,
pensaríamos que fue creada para esta clase alta, ¿por qué? Por la simple y llana razón de que
cada billete, en el primer sorteo, costaban ¡veinte pesos! Incosteable para la clase popular, y
por supuesto, se continuó la costumbre de los juegos de azar. Al ver que no se satisfacía el
objetivo que se buscaba deciden fraccionar el billete, y su precio descendió a cuatro pesos, 14
menor costo pero aún caro.
Las mujeres llevaban una vida aún más desahogada, puesto que los quehaceres del
hogar, estaban delegados al ejército de criadas y criados de estas ricas casas. En la intimidad
de su hogar, las mujeres “usaban un traje informal y sencillo, compuesto básicamente por
una falda denominada saya o enagua y se cubrían con un paño de rebozo, prenda de origen
popular que se había difundido hasta los sectores opulentos de Nueva España”.15 Entonces
en las ilustraciones o retratos que eran pintados de la época que nos muestran elegancia, eran
intencionalmente preparados, no siempre lucían así (como hoy), quiere decir que la
transformación se hacía para salir a la calle y en la casa fueron despreocupadas en su
apariencia personal. Pero llegaba la hora de salir y gran parte de la mañana la ocupaban en
arreglarse, para después ir a la modista, realizar compras, pero no eran las compras del
mercado, no. Eran las que se les ocurrieran, y no se diga cuando se enteraban que había
llegado algo nuevo de Veracruz o Acapulco. Y es que parte de la vida para estas adorables
féminas era estar a la moda. Ese concepto que desde entonces implicaba “la forma pasajera
de vestir”, y más que esperar un buen gobierno por los virreyes que llegaban allende el
Atlántico, la expectativa que despertaban en las damas era, ver cómo venían vestidos e
inmediatamente ponerse a la “moda”.
Estudiosos de la época coinciden en que la moda es un fenómeno urbano y la mayor
influencia venía de Francia, presente a partir de mediados del XVII y principios del XVIII, y
se vio reflejado en vestimenta, peinados y comportamiento. Se destaca el cambio, “la
renovación del traje: el barroco aristocrático –cargado de adornos y accesorios exuberantes
y volúmenes exagerados: “pelucas empolvadas, chorreras (adornos de encajes atados al

14
Lozano, Armendares Teresa, Juegos de Azar ¿una pasión novohispana?, en Estudios de Historia
Novohispana, vol. 11, IIH, UNAM, 1991, p. 164.
15
Pérez, Monroy Julieta, Modernidad y modas en la ciudad de México: De la basquiña al túnico, del calzón al
pantalón, en Historia de la Vida Cotidiana en México, Tomo II, La ciudad barroca, coord. por Antonio Rubial
García, FCE y COLMEX, México, 2005, p. 63.

7
cuello), chupas (antecedente del chaleco), casacas ricamente bordadas y faldas voluminosas
(como el panier, en forma de canasta)”16, estuvieron presentes-, y se abandona por uno
novedoso, de estilo neoclásico, vinculado con las ideas de la Ilustración y la Revolución
Francesa, que en las mujeres sería transitorio pero en los varones sería el germen del traje
clásico burgués”17, cumpliendo con su objetivo de distinción ante todo para diferenciar
socialmente la superioridad ante los plebeyos.
De la Revolución Francesa se desprenden los primeros cambios determinantes. En
1793 la Convención determina el libre vestir y se toma el estilo del traje clásico para abatir
la suntuosidad del vestir de la monarquía. Entonces viene todo tipo de experimentación en la
moda pero al parecer lo único que prevaleció fue el pantalón, transformando la forma de
vestir de los caballeros18, que en la Francia revolucionaria se convirtió en simbolismo de los
sans culotte, o sea de índole popular.
En la época borbónica se marca deliberadamente una tendencia austera a raíz de las
reformas en el siglo XVIII, pero hubo quienes no aceptaban esta medida, prefiriendo los
placeres, la diversión y el gusto por lo superfluo, aunque el lujo seguía siendo visto como
inmoral y los mejores lugares para mostrar esta ostentosidad fueron los paseos, las tertulias,
el teatro y los bailes.
Al cambio de la moda barroca y el comienzo del neoclásico nace un nuevo tipo social
en Europa, importado ni nada menos ni nada más que de Francia, el petit maître (petimetre),
o currutaco, personaje ya fuera hombre o mujer que vivía dedicado a estar a la moda.
El petimetre “vivía para la vanidad, el lujo y las modas; el (o ella), antes que nadie,
pretendía usar lo más novedoso y para su mejor lucimiento lo llevaba hasta la exageración” 19.
Una descripción de este personaje ya ubicado en la Nueva España lo recoge José Otero
Seniany, que escribe en el diario de México en 1805,
Ayer en el paseo se perdió un currutaco: tiene el pelo “a la Tito”, de almizcle
perfumado; el fleco disparejo hasta las cejas largo, un sombrero chiquito muy bien
encañonado, que del sol no defiende el rostro en el verano, ni del ayre (sic) las sienes
en el invierno helado. Desde éstas se prolonga del carrillo a lo largo la patilla poblada,
que se avecina al labio. Lleva un lienzo en el cuello relleno de mil trapos: la camisa

16
Pérez, Monroy Julieta, Op. Cit., p. 54.
17
Ibídem, pp. 51-52.
18
Ídem.
19
Pérez, Monroy Julieta, Op. Cit., p. 56

8
bordada, y en el pecho un retrato al que cada momento ve con ojos livianos”20.

Existen en nuestros días, son los conocidos como metrosexuales.


No podemos dejar pasar que las damas como buenas católicas, asistían a la misa y de
paso saludar a sus amistades. Su vida tenía una meta limitada. "Chismeaban" con otras
mujeres, habitualmente parientes, dentro de sus casas, y hacían delicados trabajos de costura
aunque esto sólo se tomaba como un pasatiempos, no era algo obligado.
Iban a la iglesia en todas las ocasiones posibles y le echaban el ojo a un novio, de
quien se esperaba que apareciera tan pronto como fuera posible; porque a menos que
una mujer joven se hubiera casado antes de llegar a los veinticinco años, su vida era
un fracaso. Por esta razón, ella escogía a su futuro amo y esposo con prematura (sic);
aunque no siempre muy sabiamente. Desde al contraer matrimonio, ella era leal y
devota a su marido y a sus niños, tanto como él era infiel aunque también devoto a su
esposa. Hablando en términos generales, la vida en las colonias españolas se movía
lenta y monótonamente, pero no infeliz, dentro de los estrechos límites de un pequeño
círculo, repitiéndose continuamente sin cambio alguno hasta que los hábitos llegaron
a fijarse, transmitiéndose a las generaciones futuras. 21
Algo de lo más importante enmarcado para los novohispanos y donde se hace la
clásica diferenciación de la clase alta, son las bodas. El atuendo de las novias, en esta etapa
de nuestro México, no se hace referencia al traje blanco de la novia; en este aspecto se
presentaban una gran variedad de materiales textiles, colores y diseños, así que para “las
élites eran suntuosos y seguían las últimas tendencias de la moda”22. José Joaquín Fernández
de Lizardi lo cita en La Quijotita y su prima, donde se hace un regalo de parte de los patrones
a una campesina, el regalo consistía en el traje de novia, que por supuesto la campesina
rechaza por temor a ser repudiada por los de su clase al utilizar una vestimenta que no era de
su nivel social. La descripción del ajuar de novia consistía en un túnico negro, mantilla y
abanico, así de sencillo. O sea que el blanco en ese entonces no era indicio de pureza, habría
que investigar cuándo se da esa connotación.
Abundando sobre el contacto al exterior, María del Carmen Velázquez, nos dice que
es a través del “balcón”, que se podía saber qué pasaba en la calle o con los vecinos, llamar
a los vendedores, empezar la correspondencia de un cortejo, quién visitaba a quién y por

20
Idem, p. 56.
21
Davis, Op. Cit., p.167.
22
Pérez, Monroy Julieta, Op. Cit., p. 66.

9
supuesto tener un poco de diversión.23
Según esto así transcurrieron trescientos años de dominación española, pero al
proclamarse la Independencia ¿esto cambió? En nuestros tiempos y entornos ¿ya no existen
resabios de esa carga virreinal?
PASEOS.
Hoy en día, la ciudad no se sabe dónde termina, los límites de la misma han sido devorados
por la mancha urbana. Hoy, un paseo a un lugar lejano que nos llevara llegar a él unas tres o
cuatro horas, con los medios de transporte como los existentes, hablamos de ir más allá de
los límites de Puebla, Hidalgo, algunas partes de Michoacán o más allá de Taxco e inclusive
tocar alguna playa. En la época Colonial estos paseos se daban a lo muy lejos a San Ángel o
a Tlalpan.
Los paseos que se acostumbraban eran muy locales, éstos se realizaban
cotidianamente a lugares cercanos o dentro de la ciudad, manifestación de diversión y muy
adecuada situación de hacer ver su riqueza y qué mejor pretexto para lucir carruajes, caballos,
vestidos, joyas y demás accesorios suntuarios de esta clase acomodada.
Durante la semana por las noches y los domingos en la tarde, se organizaba un paseo
que se iniciaba al poniente de la plaza mayor, se entraba por la calle de Plateros (Madero),
que era una calle llena de tiendas de platería y relojerías (Hoy en día es totalmente peatonal
conservando este tipo de negocios y algo más), el trayecto continuaba y se pasaba junto al
rico convento de la Profesa (de los jesuitas), y el más esplendido aún de san Francisco, llegaba
uno a la Alameda, que ofrecía una de las mejores oportunidades para el lucimiento de trajes
y joyas, así como la belleza de las mujeres. 24
Este destino era entonces un hermoso bosquecillo, cruzado de pequeñas veredas y
rodeado por el camino para carruajes; estaba encercado y permanecía abierto hasta el
atardecer, cuando las campanas tocaban el Angelus. Era la moda venir en las tardes
montados a caballos, en carruajes o a pie, a dar vueltas, mientras que otros hombres
y mujeres permanecían parados o sentados platicando, u observando el pintoresco
espectáculo.25
También el centro de la gran ciudad fue escenario de esta actividad de las reuniones
espontaneas a raíz de los paseos, aunque ciertos lugares no fueron diseñados o destinados a

23
Velázquez, Op. Cit., p. 12
24
Davis, Op. Cit., p. 165.
25
Ibídem, p. 146.

10
esta práctica, los novohispanos encontraron la manera de adoptar escenarios y los adecuan,
por ejemplo, para 1794, a la salida de México del conde de Revillagigedo, se suspenden las
obras que se estaban realizando en los límites de la Catedral, era un enrejado, alrededor de la
misma, en donde los canónigos solicitaban del nuevo virrey, …
…que los redimiese de obligación tan costosa. Para acotar su propiedad y defenderla
de la invasión de carros y cabalgaduras, se contentaron con poner ciento veinticuatro
postes de dos varas de alto [168cm] y pendientes de ellos ciento veinticinco cadenas
gruesas de hierro lo cual quedó concluido el año de 1797 [ósea, tres años para la
conclusión de la obra].
Las cadenas pendientes de los postes colgaban demasiado, dando ocasión a
servir de asiento. Esta circunstancia, la natural propensión del hombre para reunirse
y divertirse, y el no haber entonces lugar cómodo para ello, poco a poco llegaron a
formalizar allí muy grandes paseos. Dos de éstos eran los más concurridos: el uno se
verificaba en las mañanas de los días festivos, entre las diez y las doce horas, en que
acudían a la gran catedral las más hermosas damas de la ciudad y los galanes y
caballeros las esperaban en las cadenas para contemplarlas.
José María Marroquí, quien nos describe este episodio también nos complementa la crónica
diciéndonos que había…
…otro paseo [que] se hacía en las noches, de ocho a diez, o poco más, con
especialidad en las de los días festivos. Las noches de luna clara eran mucha más
concurridas, y con razón, que las obscuras. Sentados en las cadenas los que las
lograban, paseaban los demás en dos ordenadas filas, una para ir y otra para venir, sin
confusión ni torpeza y, comúnmente se alojaban cuerpos que tenían música y tocaban
su retreta en la calle frente a la puerta.26

TERTULIAS
La reunión social llamada tertulia, duraba desde las seis y media, hasta las nueve y media de
la noche y era una reunión muy divertida, con sus diversos entretenimientos y su relativa
libertad. Había conversación ligera o bien literaria, combinada con juegos de salón, cantos y
bailes.27
Era el lugar propicio para el intercambio de impresiones que les causaba la vida diaria,
pláticas sobre frivolidades como la moda, pero también lugar que no era muy bien visto por
ninguna autoridad porque no podían ser del todo vigilados, ya que al ser al interior de las

26
José Ma. Marroquí, La ciudad de México, 3 volúmenes, Tipografía y Litografía La Europea, de J. Aguilar Vera
y Co., México, 1900, Tomo II., p.278.
27
Davis, Op. Cit., p. 165-166.

11
casas eran más de índole privada. Recordemos que los intentos de levantamiento por parte
de los criollos se estuvieron cocinando en las llamadas tertulias.
TOROS
Se puede pensar que la mayor de las diversiones de los novohispanos fue la corrida de toros,
¿y cómo no? si la tradición española así lo marcó. Para los habitantes de la Nueva España así
fue por mucho tiempo, de hecho existe un dato curioso en referencia a esta actividad. En el
siglo XVII en tiempos de los virreyes fray García Guerra y el conde de Alva de Aliste, se
llevó a cabo corridas de toros en los patios interiores del Palacio Virreinal.28
El ejercicio ecuestre sólo lo realizaban los integrantes de la aristocracia, por supuesto
sólo la clase rica poseía uno o varios caballos, y lo hacían para dejar marcado la valentía y el
dominio de éstos hacía sus inferiores en cuanto a la clase social. Lo que hoy vemos como
corrida de toros es ya una adaptación popular de ésta fiesta brava.
Como se da la descripción de dicho evento es algo parecido a lo que hoy conocemos
como rejoneo, no era la suerte a pie, esto se dará después cuando se popularizó la fiesta…
…los nobles que enfrentaban al toro a caballo y que anteriormente eran el centro del
espectáculo dejaron de participar en la fiesta brava, que cayó así enteramente en
manos de los plebeyos. A partir de entonces empezó a considerarse deshonroso para
los miembros de la nobleza lidiar toros. Aquellos que en la Nueva España mantenían
aún esa anacrónica afición, la practicaban, o bien a escondidas en sus haciendas, o
bien ocultando sus rostros bajo máscaras. Este fue el caso de los llamados “tapados y
preparados” que abundaron entre 1785 y 1786, en épocas del virrey Bernardo de
Gálvez, el cual fomentó la afición por los toros entre la sociedad novohispana.29
No fue ninguna casualidad que la primera corrida de toros en la Nueva España se
haya celebrado el 13 de agosto de 1529, aniversario de la caída de la Gran Tenochtitlan. A
partir de aquí se instituyó que “todos los años por honra de las fiestas del Señor de San
Hipólito, en cuyo día se ganó la ciudad, se corran siete toros”.30
El gobierno de los virreyes que tuvieron un pensamiento ilustrado vio no con buenos
ojos ésta actividad, no simpatizaban con la idea del enfrentamiento de un hombre de razón y
entendimiento contra una bestia que sólo lo que hacía era defenderse hasta la muerte, pero

28
Flores, Hernández Benjamín, Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVII, en Estudios de
Historia Novohispana, núm. 7, 1980, p. 102.
29
Viqueira Albán, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de
México durante el Siglo de las Luces, FCE, México, 2005, p. 40
30
Ibídem, p. 34.

12
esta visión no perduraría mucho al poner en la balanza lo que se perdía en recaudación, que
a fin de cuentas fue necesaria para poder poner a la Nueva España con una infraestructura
urbana de acuerdo al pensamiento ilustrado.
Se deduce que esta diversión estuvo destinada para la clase alta, como público. Porque
a decir verdad el precio de las localidades no eran accesibles para la mayoría de la población.
Los precios de las entradas a los toros no eran fijos sino que el asentista especulaba
con ellos, llegando a veces a alcanzar niveles tan altos que el pueblo, a pesar de su
afición por este espectáculo, dejaba de concurrir a las plazas.”31

Aunque posteriormente el Estado intervino para la regulación de precios y control de


abusos por parte de los asentistas, creando precios oficiales, venta en taquillas y un
enfrentamiento contra la falsificación y la reventa. Aun así percibimos que el precio de un
asiento fluctuaba entre 6 u 8 reales, lo que equivalía a un peso de plata y que los trabajadores
que devengaban una remuneración económica lo hacían por dos o tres reales a la semana,
aunque algunos recibían hasta cuatro. Habrá que razonar, que para ir al festejo tendrían que
trabajar semana y media o dos para sufragar un solo lugar. Posteriormente las corridas de
toros, junto con las peleas de gallos eran actividades favoritas entre todas las clases sociales
y bajo su atractivo, ricos y pobres, nobles y pordioseros mezclaban sus gritos libremente y
conjuntamente con sus apuestas.32
Para hacer más atractivo el espectáculo, el asentista empezó a incrustar variantes, todo
obedecía al olfato comercial del hombre de negocios de ese tiempo. Por supuesto como toda
actividad, que se cubre de tradicionalismos, empezó a perder su carácter original de ejercicio
de caballería.
Desde ese tiempo comenzaron las mujeres, a incursionar en el terreno del hombre,
bueno, literalmente en el terreno del toro. Esto fue de total agrado del público novohispano,
aunque se rompía la tradición, era incompatible con esa visión del hombre guerrero español.
Otra incrustación al toreo era el que un torero, llamado el “loco de los toros” y vestido como
los dementes asilados en San Hipólito y “que después de provocar al animal, se escondía en
una pipa vacía que recibía las embestidas de la bestia”33. También se soltaban perros de presa
para confrontarlos con el toro, asimismo en los intermedios se soltaban más perros pero en

31
ídem, p. 41.
32
Davis, Op. Cit., p.165.
33
Viqueira, Op. Cit., p. 41.

13
una carrera tras una liebre y se organizaban peleas de gallos sin faltar las apuestas. También
se soltaban globos de hidrógeno y fuegos de artificio pero lo que particularmente llamó mi
atención fue que en algunas ocasiones se ponía al centro de la plaza un monte Carnaval,
…que era un conjunto de prendas de vestir, animales de corral y de alimentos,
protegidos en un primer término por la tropa. Al hacer una señal el virrey, la tropa se
retiraba y los espectadores se abalanzaban a tomar todo cuanto pudiesen del monte,
en reñida lucha los unos contra los otros. Una variante de esta “diversión” era el palo
encebado o cucaña”.34
Por consiguiente se entiende que el monte estuvo destinado a las clases bajas, la clase
pudiente que comprendía la nobleza y las autoridades novohispanas no iba a bajar a la arena
a pelear unas prendas o una gallina, ahí era donde radicaba la diversión, al mirar las peleas
que se suscitaban por obtener lo mejor del monte.
La clase gobernante de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX no
dieron un fomento marcado a la fiesta brava. Esto lo sabemos porque en el archivo de la
Ciudad de México se encuentra la Real Cédula de 1805, decretada por Carlos IV, que en
diferencia a otras anteriores y semejantes, según los documentos, ésta si se llevó a cabo y que
mientras estuvo en el trono se respetó en la Nueva España. Desde este año hasta 1809 no se
registra corrida de toros alguna. Por supuesto, podemos hablar de las de índole pública.
La novísima recopilación explicaba los motivos de su promulgación, ya que el
objetivo de ese decreto era:
Abolir unos espectáculos que, al paso que no son favorables a la humanidad que
caracteriza a los españoles, causan un perjuicio a la agricultura por el estorbo que
ponen a la ganadería vacuna y caballar, y el atraso de la industria por el lastimoso
desperdicio de tiempo que ocasionaban en días que deben ocupar en sus labores.35

Aunque eso de “no son favorables a la humanidad que caracteriza a los españoles”,
habría de concederles el beneficio de la duda después de pelear cruzadas, sus deseos de
expansión territorial los cuales llevan a una conquista con espada y cruz, un sistema
inquisitorial y un sistema de producción esclavista aún vigente en la colonia, lo cual nos hace
vacilar para aceptarlo. Lo cierto es que al proclamarse un festejo que se iba a celebrar con
corridas de toros, debemos poner atención en el cómo se organizaban. Primeramente habían

34
Viqueira, Op. Cit., p. 41.
35
Ibídem, p. 46-47.

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lugares de cortesía para el gran aparato burocrático, o sea que los empleados del estado, los
de rango, recibían un lugar gratis en las temporadas de corrida y no eran un día o dos, sino a
veces semanas completas, las cuales no trabajaban, por consecuencia, no producían.
Antes de 1815 fueron pocas corridas, pero se pensó que se tenían que fomentar como
medio de distracción para la comunidad, porque se pensó que los mantendría ocupados sin
pensar en movimientos subversivos (1813), y obedeció esta restauración a “la razón política
de llamar la atención del pueblo a objetos indiferentes, que ocurran en su consternación e
impiden que su imaginación se corrompa”36.
Al regresar Fernando VII, “el deseado”, reinstauró todo lo anterior, claro
desconociendo la Constitución de Cádiz que fue la que lo llevó de nuevo al trono, y se
proclamó con grandes festejos, por supuesto comenzando con las corridas de toros. Tanto en
España y la Nueva España esto se aceptó con gran júbilo por la aristocracia y entre las
personalidades que estuvieron derramando manifestación de alegría se encontraba, José
María Calleja que se enteró el 5 de agosto de 1814 y para 1815 en la Plaza del Volador,
destinada desde muchos años atrás como la indicada para este tipo de festejos oficiales y
donde fue colocado en el tendido principal ni más ni menos que el retrato de Fernando VII,
demostrando así su omnipresencia.
Las posteriores corridas se dan por motivos de poder recaudar fondos para la
manutención de las tropas realistas, y de ahí la necesidad de construir un coso permanente en
San Pablo, esto duró hasta 1821 cuando dicha Plaza fue consumida por las llamas.
TEATRO
El teatro fue un instrumento didáctico al iniciarse la evangelización en la Nueva España, por
ejemplo, esa representación entre el bien y el mal representado en las pastorelas. Para la etapa
final del siglo de las luces se hace algo parecido. Los gobernantes de este tiempo vieron en
las representaciones teatrales el instrumento para dar un lineamiento de comportamiento y
conducta social. Pero para “iluminar” a la sociedad habría de dar reformas y apoyo a esta
actividad artística.
Hasta antes de abordar esta empresa, el teatro ya había decaído mucho en cuanto a la
temática que se utilizaba para representaciones cotidianas. Imaginemos el tipo de teatro que

36
ídem, p. 48 y Rangel, Nicolás, Historia del toreo en México, Época colonial (1509-1821), México, editorial
Cosmos, 1980, p. 346.

15
se daba, cuando la gente de la época sólo veía representaciones de intrigas amorosas y celos
cruzados, así como de acciones inverosímiles y farragosas. Hubo quien trato de incluir una
corrida de toros en el set teatral, pero fue denunciado y no lo volvió a intentar.
“Entre cada acto de las comedias se representaban entremeses, sainetes, tonadillas y
diversos baile”.37 Las tonadillas, que son canciones o piezas ligeras que se ejecutaban,
“pecaban en exceso de ligereza y casi caían en el libertinaje a juzgar por los títulos, por
ejemplo: La resaladota, los celos infundados, las mañas de una casada, la confiada, el novio
simple, el encuentro nocturno, la aguardientera, etc.38
Las coreografías que se desarrollaban e iban a cuenta de las bellas damiselas
dedicadas a las tablas, se decía que estaban cargadas de una "fuerte dosis de sensualidad, que
escandalizaban a autoridades, ilustrados y padres preocupados por la moral de sus hijas, que
los consideraban como disolutos, impuros, lascivos y lúbricos."39
Pero no es sólo lo ocurrido al interior del recinto, ¡no!, se podría dar principio desde
que la gente arribaba al lugar. Normalmente la concurrencia asistía al teatro en carruaje, pero
no había una conciencia sobre la cuestión de la viabilidad de las calles. Los coches se
arremolinaban a la entradas del teatro, llegando de cualquier sentido, habrán sido largas las
filas para poder accesar a dicho lugar con todo y coche, y más si de topaban algunos de frente
y trayendo otro carruaje atrás, claro que sí podemos imaginarlo.
Llegar a pie era poco elegante. En tiempo de lluvia se anegaba con demasía el agua y
si no se quería llegar con los zapatos y pantalón o vestido enlodados, había que contratar los
servicios de algún indio para poder ser llevado a cuestas hasta la puerta del inmueble.
Para la problemática del sentido de las calles hubo que emitir un bando, donde se
contemplaba y creaba las calles de un solo sentido y la prohibición de estacionarse, a lo cual
la tropa se encargaría de hacer obedecer la ley, y carruaje mal estacionado era detenido,
arreadas las mulas con la cacha de los fusiles y además después de discutir, el cochero,
normalmente golpeado por las autoridades, era encarcelado. Así que al término de la función
si no estaba el carruaje -no iba al corralón por el vehículo, porque no se le denominaba así-
se acudía a la demarcación más cercana a sacar al cochero que estaba tras las rejas.40

37
Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 74.
38
Ídem.
39
Viqueira, Op. Cit., p. 74.
40
Ibídem, pp. 71-72.

16
Los gobernantes de este período estuvieron al pendiente de esta actividad. En realidad
apoyaron el teatro sin reservas. Necesitaban un cambio, una serie de reformas para poder
mostrar a la población que ya pertenecían a otra ideología y tiempo: el de la Ilustración.
Nacería un reglamento para normar el comportamiento de todo aquel personaje que
participaba en la actividad teatral. Empresarios, actores, empleados y hasta público deberían
disciplinarse para poder asistir al teatro. Buscando evitar “la pachanga” que se formaba en el
recinto, ya que a falta de cafés –el primero fue el de Tacuba en el año de 1785 y para 1790 y
en testimonio del virrey Revillagigedo, seguían siendo raros–, el Coliseo…
… era el lugar idóneo para la plática, el comentario de los acontecimientos recientes,
destripar vidas ajenas, juzgar con el anteojito al público de los palcos, murmurar,
charlar mil boberías y seducir a las mujeres. Todas estas conversaciones provocaban
un constante zumbido que distraía al público en la acción de la comedia,…las mujeres
entraban y salían constantemente, incomodando a los vecinos. Los
caballeros…gustaban de permanecer con los sombreros puestos y llamarles la
atención entrañaba ciertos riesgos, ya que algunos de ellos respondían grosera y
violentamente. Los vendedores de dulces, de nieves, fiambres y aguas entraban
durante la función anunciando a gritos sus mercancías.
Algunos espectadores de los balcones y cazuelas41 que arrojaban descuidadamente,
sobre los concurrentes del piso de abajo, cabos de cigarros encendidos y cáscaras de
fruta. Otros llegaban a escupir, suscitándose con esto altercados y riñas entre el
público.42

A los actores también se les metería en cintura, ya que su comportamiento no era de


lo más profesional. En repetidas ocasiones al salir al escenario y no tener en ese momento
diálogo, se la pasaban saludando a cuanta gente conocían, llegando a entablar hasta
conversación con el público. Llegaban a fallar en las repuestas inherentes a su papel y no
tenían la costumbre de ensayar. Al estar confiados al apuntador, no memorizaban su papel y
cuando el apuntador llegaba a faltar o estar enfermo, la representación se hacía un verdadero
alboroto, ya que al realizar la trama, los diálogos no coincidían o improvisaban burdamente
y la gente parecía que iba a ver una comedía y no un drama, las carcajadas no se hacían
esperar.

41
Que no era otra cosa que la galería, dividida en dos partes para evitar escándalos, una mayor de doscientas
treinta y seis exclusiva para mujeres –cuyo acomodador debía ser un hombre maduro, no un joven–, y otra
más pequeña de ciento cincuenta y nueve asientos para hombres, claro que era zona dedicada al pueblo y de
dónde provenía la mayoría de ocasiones de desorden.
42
Viqueira, Op. Cit., p. 73.

17
Los virreyes que se vieron involucrados en esta transición tuvieron que recurrir a
castigos ejemplares como el de sacar, en plena función, a aquellos que escandalizaban, a los
actores que perdían el dialogo y a los empresarios que no exigieran los ensayos, hasta con
cárcel.
El Teatro sería el brazo ejecutor de los fines de estos gobernantes ilustrados. Y para
transformar partirían de la selección de obras. Obras que ayudaran a esa irradiación de las
ideas y actitudes ilustradas. Ya que se pensó y a juicio de las autoridades y de los críticos
iluministas, las obras eran, excesivamente vulgares –es decir del gusto del vulgo- había, por
lo tanto, que reemplazarlos por otros que mostraran pasiones y sentimientos acordes con las
auténticas virtudes morales de los hombres (de razón).43
CONCLUSIÓN
Como se puede percibir, las ideas de la Ilustración sí vinieron a cambiar el “modo” del festejo,
pero los ánimos siguieron siendo los mismos. Por una parte la gente de clase alta fue la
primera en recibir toda la influencia europea, por supuesto mayormente de Francia. El
afrancesamiento se hizo presente en las modas, el vestir, el calzar, el protocolo en las
reuniones pero también en la ideología.
Los festejos que eran de índole exclusivista, como toros, paseos y tertulias tuvieron
una fuerte influencia hacia las clases bajas, con ciertas adaptaciones fueron siendo tomadas
por el pueblo. Además en estos tiempos, y en específico por los inicios del movimiento
independentista, resistencia y consumación, había que dar a la gente algo más que la tuviera
ocupada y no estuviera pensando en rebelarse. También a eso obedeció el que se le dedicara
una transformación a dicha actividad.
Esta transformación tuvo consecuencia en el comportamiento de la “gente decente”.
Empezó a tener noticias de lo que ocurría en Europa, manifestó su opinión a otros que se
interesaron y, a quienes les tocó gobernar, quisieron transformar la Nueva España en su
estructura urbanista y convivencia social, a eso se remiten los principales bandos de gobierno
de la época.
También podemos decir que muchas de estas costumbres e ideas aún se asoman en
nuestro siglo XXI, como la moda, los juegos de azar, los paseos y los toros. Pero a decir
verdad, la diversión no dejó, no ha dejado ni dejara de manifestar la enorme capacidad del

43
Viqueira, Op. Cit., p. 96.

18
ser humano para ocupar ese tiempo libre, en unos poco y en otros mucho, pero siempre
encuentra el modo de departir y compartir en esos momentos junto a gente acorde a su modus
vivendi, la forma de romper su cotidiana monotonía a través de la diversión.
Morelia, Michoacán, mayo 2017.

19
Fuentes
 Cordoncillo, José María, La Real Lotería en Nueva España, en Anuario de Estudios
Americanos, EEHA, Sevilla, núm. XVIII, 1961.

 Davis, Alexander V., El siglo de oro de la Nueva España (siglo XVIII), Editorial
Polis, México, 1945.

 Fernández, de Lizardi José Joaquín, Don Catrín de la Fachenda y Noches Tristes y


Día Alegre, edición y prólogo de Jefferson Rea Spell, colección de escritores
mexicanos, Editorial Porrúa, S. A., México, 1975.

 Flores, Hernández Benjamín, Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo
XVII, en Estudios de Historia Novohispana, núm. 7, 1980.

 Historia de México, Miguel León Portilla (Comp. Gral.), Tomo 6, Salvat Editores de
México S. A., México, 1974.

 Lozano, Armendares Teresa, Juegos de Azar ¿una pasión novohispana?, en Estudios


de Historia Novohispana, vol. 11, IIH, UNAM, 1991.

 Marroquí, José Ma., La ciudad de México, 3 volúmenes, Tipografía y Litografía La


Europea, de J. Aguilar Vera y Co., México, 1900.

 Noticias de la Ciudad de México, Artículos tomados del “Diccionario Universal de


Historia y Geografía” Tip. F. Escalante y Co. México, 1855

 Pérez, Monroy Julieta, Modernidad y modas en la ciudad de México: De la basquiña


al túnico, del calzón al pantalón, en Historia de la Vida Cotidiana en México, Tomo
II, La ciudad barroca, coord. por Antonio Rubial García, FCE y COLMEX, México,
2005.

 Rangel, Nicolás, Historia del toreo en México, Época colonial (1509-1821), México,
editorial Cosmos, 1980.

 Rivera, Campas Manuel, México Pintoresco, Artístico y Monumental, Imprenta de la


Reforma, México, 1880.

 Shakespeare, William, Hamlet, Trad. e ilustrada con la vida del autor y notas críticas
por Inarco Celenio, Madrid, 1798.

 Velázquez, María del Carmen, El Despertar Ilustrado en Historia de México, Miguel


León Portilla (Comp. Gral.), Tomo 6, Salvat Editores de México S. A., México, 1974.

 Viqueira Albán, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida


social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces, FCE, México, 2005.

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