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SANTIAGO REDONDO y VICENTE GARRIDO

PRINCIPIOS DE
CRIMINOLOGÍA
LA NUEVA EDICIÓN

Prólogo de Antonio Beristain

4ª Edición

Valencia, 2013
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A nuestro colega y buen amigo Per
Stangeland, retirado de la vida
académica, cuyo ingenio y trabajo
excepcional continúan bien presentes
en esta nueva edición de Principios de
Criminología.
A los alumnos de Criminología de
los autores, y a todos los estudiantes y
profesores que emplean Principios de
Criminología como libro de texto en
múltiples universidades españolas y
latinoamericanas, sin cuyo entusiasmo
por saber y enseñar, esta obra no
colmaría su mejor sentido y finalidad.

Agradecimientos
Los autores quieren agradecer la colaboración para la
presente edición a Ana Martínez Catena, Lucía Columbu,
Mercé Viger y Marina Redondo Viger, cuya ayuda fue
inestimable para las búsquedas de la bibliografía revisada
en este libro.
También agradecemos al Magistrado Carlos Climent
Durán su aportación en dos de los capítulos de este libro.
Introducción a la Cuarta Edición
Principios de Criminología se ha consolidado como
manual de referencia para los estudios de Criminología en
muchas universidades españolas y latinoamericanas.
Desde su primera edición en 1999, pasando por las
ediciones segunda y tercera, de 2001 y 2006, cada vez ha
suscitado mayor interés y ha tenido mayor aceptación
entre los profesores de distintas asignaturas, que lo han
recomendado sistemáticamente a sus alumnos; y, también,
de los propios estudiantes, muchos de los cuales nos han
comentado, en distintos lugares, que la lectura de esta
obra, pese a su volumen inicialmente intimidatorio, no les
ha resultado por lo común enojosa, sino enriquecedora y
grata.
Ahora ponemos a disposición de docentes y alumnos
una flamante edición de Principios de Criminología,
ampliamente actualizada y renovada en diferentes
sentidos. Inmediatamente, lo que resultará más obvio a los
lectores es que la nueva edición solo está a cargo de dos
de sus tres autores originarios, ya que nuestro colega y
buen amigo, el profesor Per Stangeland, está retirado de la
vida académica, y ha preferido no contribuir a esta nueva
edición. A pesar de ello, el conocimiento, la intuición, la
sutileza y el ingenio de Per continúan presentes en
muchos lugares y momentos de esta obra y, sin sus
aportaciones iniciales a las ediciones precedentes, esta
cuarta edición no habría podido ser como es. Nuestra más
sincera y cariñosa gratitud por ello a nuestro querido
amigo Per Stangeland. Otro cambio aparente es el orden
de los propios autores del libro, que, por la misma razón
azarosa por la que dicho orden de autores fue el que era
en las ediciones anteriores, es otro actualmente, en el bien
entendido que tanto entonces como ahora la contribución
de los autores al conjunto de la obra es semejante.
Por lo que concierne a la estructura formal de esta
cuarta edición, las similitudes y los cambios más
significativos son los siguientes. Con ligeras variaciones
en las denominaciones, el libro continúa estando
estructurado en cuatro partes. La primera parte (I.
Criminología y delincuencia), en que se define la
disciplina criminológica y su método, y se describe a gran
escala el fenómeno criminal, cuenta con la novedad de un
capítulo sobre historia de la Criminología, cuya
conveniencia nos han reiterado en años pasados diferentes
colegas y amigos.
La segunda parte (II. Explicación científica del delito),
en que se presentan las teorías criminológicas, incorpora
siete capítulos (uno menos que en la edición precedente).
Son sus novedades estructurales más destacadas las
siguientes: la refundición de algunos capítulos teóricos
previos (en concreto, se han combinado en un único
capítulo, por un lado, las teorías de la elección racional y
las de la oportunidad, y por otro, las perspectivas sobre
diferencias individuales y las teorías del aprendizaje); la
inclusión de un capítulo nuevo sobre criminología del
desarrollo; y la eliminación del capítulo anteriormente
existente sobre teorías integradoras. Éste se ha suprimido
desde la consideración de que en la criminología actual
muchas teorías son hasta cierto punto integradoras, lo que
hace a esta denominación poco operativa y discriminadora
a la hora de clasificarlas. De este modo, las teorías, en
exceso heterogéneas, que antes se situaban bajo el
epígrafe de integradoras, se han reubicado, como
explicaciones multifacéticas y, por qué no, integradoras,
al final de sus respectivos troncos conceptuales más
directos (como teorías del control, de la oportunidad, o
del desarrollo).
La tercera parte (III. Delitos, delincuentes y víctimas),
que detalla las distintas formas de la fenomenología
criminal, es la que más se ha reducido en el número de
capítulos, que ha pasado de once a ocho. Ello no significa
que se haya prescindido de contenidos criminológicos
fundamentales, en relación con las diversas categorías
criminales y sus actores, sino que se ha efectuado una
mayor integración y condensación, en un único capítulo
temático, de ciertos contenidos, que antes estaban
divididos en dos o más lugares. En concreto, se han
aunado, en capítulos unitarios, delitos contra la propiedad
y delincuentes comunes, delitos contra las personas y
delincuentes violentos, delincuencia sexual adulta y abuso
sexual infantil, delincuencia económica y crimen
organizado. Consideramos que estas refundiciones
permitirán perspectivas más comprensivas y claras de
todos estos fenómenos criminales, que anteriormente
podían aparecer como más dispersos.
Finalmente, la estructura de la cuarta parte (IV. Control
y prevención del delito), que trata sobre las reacciones
sociales y legales dirigidas a controlar, prevenir y tratar la
delincuencia, permanece esencialmente la misma, con la
excepción de que los dos últimos capítulos de la tercera
edición, que en ambos casos versaban sobre la
prevención, de acuerdo a la misma lógica integradora que
se viene aduciendo, se han agregado sintéticamente en
uno solo.
Todos los capítulos finalizan con dos epígrafes breves,
el último de los cuales, titulado Cuestiones de estudio,
recoge diferentes preguntas y sugerencias de ejercicios
didácticos, que pueden ser útiles para el estudio y repaso
de las temáticas y contenidos de cada capítulo, y para el
desarrollo de prácticas y trabajos con los alumnos. El otro
epígrafe, que también existía ya en anteriores ediciones
bajo la denominación de Principios criminológicos
derivados, se ha transformado ahora en Principios
criminológicos y política criminal, con la intención de
hacerlo más ambicioso en dirección a derivar y sugerir, a
partir de las investigaciones y resultados presentados en
cada capítulo, posibles propuestas para la mejora y el
avance científico de las políticas criminales actuales y de
futuro. Animamos a ver este epígrafe, no como algo
cerrado y completo, que en absoluto lo es, sino como una
mera propuesta inicial para que profesores y alumnos
puedan, en cada caso, reflexionar y debatir, desde el
conocimiento científico, acerca de tales posibilidades de
innovación político-criminal.
En paralelo a los cambios estructurales comentados, esta
nueva edición de Principios de Criminología ha sido
ampliamente regenerada en sus contenidos y formas.
Desde la fecha de 2006, en que se publicó la tercera
edición, ha transcurrido un tiempo prolongado, tanto
cuantitativamente como, más aún, en un sentido
cualitativo, es decir referido a los muchos y profundos
cambios que se han producido en la vida social. Han
tenido lugar variaciones y transformaciones notables en el
uso de las tecnologías de la información, aumento de la
alarma mediática, y de la subsiguiente preocupación
social por la delincuencia (a pesar de que se haya
producido en muchos casos una reducción general de los
delitos), incremento exponencial de la intolerancia y de
las políticas criminales populistas, en conexión con una
expansión ubicua de rígidos sistemas de vigilancia y
seguridad en ciudades y transportes, graves alteraciones y
crisis económicas que afectan a múltiples ciudadanos,
países y regiones del mundo (Europa y España incluidas),
fenómenos migratorios masivos, etc.
Todo lo anterior tiene evidentes conexiones con
variadas temáticas de las que se ocupa la Criminología,
como la delincuencia en sí, el miedo al delito, la
influencia a este respecto de los medios de comunicación,
la victimización delictiva, la relación entre economía y
delincuencia, la estigmatización y el rechazo de grupos
sociales foráneos (inmigrantes, minorías raciales,
culturales, religiosas, etc.), los cambios en los estilos de
vida y su afectación a la topografía de los delitos, las
nuevas formas de criminalidad organizada, las reformas
penales, el funcionamiento y las intervenciones de la
justicia, la prevención delictiva, la reinserción de
delincuentes, y muchos otros. Por ello, en esta cuarta
edición se ha hecho un esfuerzo especial para hacernos
eco, hasta donde ha sido posible, de todos aquellos
cambios sociales que guardan más estrecha relación con
la delincuencia y el control de los delitos.
Además de las transformaciones operadas en el contexto
social, por lo que se refiere a la disciplina criminológica
en sí, también se han producido novedades sustanciales,
que hemos intentado acoger y reflejar en este libro. La
más destacada es la constante y creciente publicación de
nuevas investigaciones sobre múltiples materias
criminológicas, incluyendo nuevos conceptos y teorías, y
nuevos resultados empíricos sobre casi todas las parcelas
del conocimiento tratadas en este manual. Este progreso
científico tiene una clara dimensión internacional,
particularmente evidente en la ingente producción
académica que proviene de Estados Unidos, Canadá,
Australia, y los países europeos más desarrollados, pero
también dicho avance se ha producido en España, donde
la investigación criminológica ha aumentado y mejorado
de forma muy notable. Lo anterior ha requerido, a los
efectos de esta cuarta edición, una amplia revisión de
información bibliográfica, con la finalidad de su
incorporación a esta obra, que ahora recoge más estudios
y referencias científicas tanto españolas como
internacionales, incluyendo también algunas
investigaciones realizadas en Latinoamérica.
Por último, aunque las ediciones sucesivas de una obra
como ésta toman lógicamente como base los textos
precedentes, a partir de los cuales se compone la nueva
versión, en esta cuarta edición se ha efectuado una
profunda actualización y renovación formal y de estilo de
múltiples textos y capítulos, con el propósito de hacerlos
más comprensibles, ágiles y armoniosos. La buena
ciencia, si es que los contenidos aquí presentados
pudieran aspirar a serlo, no es en absoluto incompatible
con el bien decir científico, al que se ha aspirado en este
manual de Criminología. En tiempos de SMS y usos
lingüísticos telegráficos y rudimentarios, de colapso
idiomático, particularmente en las disciplinas científicas,
en torno a la ubicua influencia de la lengua inglesa
(incluida la vigente tontuna académica, de amplia
implantación en España, de identificar estereotipadamente
la mejor ciencia con aquella que se publica en inglés), y
de los no pocos cuestionamientos y desafectos políticos y
territoriales acerca de la lengua castellana, queremos
reivindicar en esta obra la utilización correcta y cuidada,
también en Criminología, de esta hermosa y magnífica
lengua que nos ha tocado en suerte en el reparto de las
lenguas del mundo, a nosotros y a otros cuatrocientos
millones de ciudadanos.
De todo lo sucedido desde las precedentes ediciones a
esta nueva, lo más significativo y triste para este libro es
la desaparición en 2009 del Profesor Antonio Beristain,
maestro y amigo entrañable, que en paz descanse, cuyo
prólogo lúcido honró las anteriores ediciones y continúa
enalteciendo la presente obra.
Sobre la base de todo lo dicho, expresamos nuestra más
sincera gratitud a todos aquellos profesores y estudiantes
que han confiado y adoptado anteriormente Principios de
Criminología como manual de referencia, y aspiramos a
que esta cuarta edición pueda también merecer su interés
y aceptación.
Prólogo a la Primera Edición
CRIMINOLOGÍA CIENTÍFICA DESDE EL SIGLO
XX HACIA EL XXI
ANTONIO BERISTAIN, S. J.†
Catedrático emérito de Derecho penal
Director del Instituto Vasco de Criminología
San Sebastián

Agradezco a mis amigos e inteligentes colegas Vicente


GARRIDO, Per STANGELAND y Santiago REDONDO
que me han honrado con su invitación (sin duda
inmerecida) a escribir este prólogo a su excelente libro
Principios de Criminología. Acepto con sumo gusto, por
múltiples motivos. Primero por la amistad que nos
vincula, y también primero porque es para mí un placer
poder leer su manuscrito antes de que salga a la luz
pública. Leo, disfruto y aprendo. Y concluyo que lo
aconsejaré a mis alumnos del Máster en Criminología (de
la Universidad del País Vasco) como libro de texto. Lo
necesitamos hoy en España y en Latinoamérica. Nos
coloca en la proa del barco universitario.
Con otras palabras, colma paradigmáticamente nuestra
ilusión académica no solo en cuanto a su contenido sino
también en cuanto a su estructura didáctica. Sus cuatro
partes (¿Qué es la Criminología?, La explicación del
delito, Delitos/Delincuentes/Víctimas y La reacción frente
al delito) brindan al lector una información completa del
saber actual científico acerca de los más importantes
problemas criminológicos. Su título podía haber sido
Criminología: Parte general y Parte especial, pues
estudia todos los temas básicos. Si alguien piensa que
falta un capítulo dedicado expresamente a la historia de la
Criminología, se equivoca pues, al analizar cada cuestión,
se exponen y comentan científicamente sus antecedentes,
incluso desde los tiempos de Aristóteles, y mucho más
desde finales del siglo XIX.
Los tres autores han sido conscientes de que a la hora de
investigar acerca de los objetivos e ideales de la
Criminología podemos y debemos volver nuestros ojos a
otros pueblos y a otras culturas; pero ellos no han
olvidado nuestras historias y nuestras culturas, nuestras
filosofías y nuestras convicciones. Predominan, como es
lógico, las fuentes anglosajonas (principalmente las
norteamericanas), pero no faltan, ni mucho menos, las
hispanas (Antonio García-Pablos, César Herrero Herrero,
Manuel López-Rey, etcétera) y latinoamericanas (Elías
Neuman, Luis Rodríguez Manzanera, Oswaldo N. Tieghi,
Raúl Zaffaroni, etcétera), ni las europeas. En pocas
palabras, el lector tiene en sus manos un excelente,
pionero y completo Textbook on Criminology, obra de
tres intelectuales, con amplia experiencia docente y
práctica (no solo en las prisiones), con importantes
investigaciones-acciones y con veterana actividad
profesional en las Universidades de Valencia, Málaga y
Barcelona. Son conocidas y estimadas sus múltiples
publicaciones en España y en el extranjero, en castellano
y en inglés. De Vicente GARRIDO GENOVÉS,
criminólogo, pedagogo y psicólogo, admiro entre sus
muchas cualidades las que se patentizan en sus exitosos
programas teórico-prácticos de atención a jóvenes
infractores, a delincuentes adultos y a menores abusados
sexualmente (para éstos fundó, el año 1995, el primer
Centro especializado en España). A los excelentes
trabajos de Per STANGELAND debemos acudir con
frecuencia los criminólogos; baste citar La Criminología
aplicada que ha compilado recientemente (Consejo
General del Poder Judicial, Madrid, 1997); es fundador y
director de su original Boletín Criminológico (de obligada
consulta) del Instituto de Criminología de la Universidad
malagueña. Santiago REDONDO ILLESCAS, director
del Departamento de investigación y formación social y
criminológica del Centro de Estudios Jurídicos de la
Generalitat catalana, cultiva inteligentemente las técnicas
y los métodos de investigación criminológica, sobre todo
en el ámbito juvenil, prisional y de control social.
De la parte primera, ¿Qué es la Criminología?, merece
destacarse el detenimiento con que se prueba y
comprueba la “entidad científica” de la Criminología.
Ésta, entendida como la ciencia que estudia el
comportamiento delictivo y la reacción social frente al
mismo, reúne todos los requisitos exigibles a una ciencia
social autónoma, y analiza un objeto de estudio
sustantivo, completo y genuino. Posee los tres elementos
materiales propios, es decir: (1) un conjunto de método e
instrumentos, (2) para conseguir conocimiento fiable y
verificable, (3) sobre un tema considerado importante
para la sociedad.
La abundante información bibliográfica de estas páginas
induciría a alguien a pensar que se trata de una
Criminología libresca, pero nada más lejos de la verdad.
Al contrario, se supera radicalmente la metodología
frecuente en algunos círculos académicos, de corte
típicamente idealista, que conducen al discente de la
teoría a la realidad, de los modelos a los problemas, con
un mecanismo de enajenación que mediatiza el acceso del
criminólogo a su realidad. Aquí no. Aquí, al contrario, se
puede aplicar el axioma del jurisconsulto romano,
Ulpiano (170-228): “Non ex regula ius summatur sed ex
iure quod est regula fiat”. No se trata de escribir (ni,
menos aún, de transcribir) lo que dicen otros libros sino
de observar, investigar, analizar, descubrir y describir la
compleja y contradictoria realidad exterior e interior de
las personas y de las instituciones que tejen y destejen
cada día la victimación (y no menos la reparación-
recreación) de muchos ciudadanos y muchas ciudadanas.
Quizás esta parte primera podría añadir alguna breve
referencia al arte y a lo metarracional respecto al concepto
y al método (no predominantemente cartesiano) de la
Criminología. Si ésta pretende contribuir a la mejora y a
la humanización de la convivencia parece lógico tomar en
cuenta el arte pues éste, como proclaman muchos
especialistas, contribuye decisivamente a la comprensión
del delito y a la transformación positiva de los hombres y
de las mujeres. El pintor catalán Antoni Tàpies afirma
algo parecido en su discurso de ingreso en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, sobre Arte y
Contemplación interior, (Madrid, 2 de diciembre de
1990). Tàpies concibe “el arte como mecanismo para
modificar la conciencia de las personas y que perciban la
realidad del mundo”. También pueden aducirse las
palabras del coreano O-Young Lee: “La victoria por la
espada lleva consigo inevitablemente derramamiento de
sangre y la derrota de alguien. La victoria por el ábaco y
la calculadora significa ganancia, pero siempre a costa de
la pérdida y el sufrimiento de otros. Si la victoria se logra
con la cítara, todos salimos ganando”. Desde esta
perspectiva, con satisfacción observo que nuestros autores
hablan con frecuencia de mediación, de conciliación y de
reconciliación, así como de “no ser violentos” más que de
la no-violencia; y emplean las palabras “reacción” e
“interacción” más que “lucha” y “contra”.
La parte segunda, “La explicación del delito”, expone
una amplia y detenida información de cuáles han sido las
principales aportaciones realizadas por las diversas
perspectivas teóricas sobre la delincuencia. Critica
lógicamente el excesivo segregacionismo, y pretende
corregirlo tomando en serio el criterio de C. WRIGHT
MILLS cuando afirma que “llegar a formular y resolver
cualquiera de los grandes problemas de nuestro tiempo
presupone la necesidad de unos materiales, de unos
conceptos y de unas teorías, y de unos métodos, que
ninguna disciplina puede proporcionarlos ella sola”. Por
esto, las páginas últimas de esta parte presentan un
modelo globalizador de los procesos de la delincuencia,
con el fin de poner en relación elementos relevantes y
complementarios de diversos planteamientos teóricos.
Así, consiguen describir secuencialmente el proceso en el
que “convertirse en delincuente” y “control social”
interaccionan, y logran consignar en qué momentos de esa
intersección han puesto el énfasis cada uno de los
planteamientos doctrinales más acreditados.
Ante lo que afirman algunos especialistas que se citan
en esta parte brota en mi interior la exclamación-queja de
Virgilio, en el libro 5.º de su Eneida: “Magna petis,
Phaeton” (tú, un simple mortal, no pretendas conducir el
carro del sol). Surge en mi interior la crítica porque
algunos de esos especialistas piden demasiado a la lógica,
a las estadísticas, a las encuestas y a la razón cuando
pretenden que ellas solas les expliquen plenamente el
cómo y el porqué del comportamiento delictivo, de su
prevención y de su progresivo control social. Acierta
Joseph BEUYS cuando comenta que el ser humano está
alienado por el desarrollo del materialismo y del
positivismo científico, pues ambos han impulsado, de
manera unilateral a partir del sistema de coordenadas, una
concepción mecánica y biológica del conocimiento en las
ciencias (criminológicas). (Der Mensch ist entfremdet
durch die Entwicklung des Materialismus und der
Wissenschaften. Diese haben sehr einseitig über das
Koordinatennetz einen mechanistischen und biologischen
Erkenntnisbegriff in den Wissenschaften
vorangetrieben)1.
Llegamos a la parte III, que se puede denominar “Parte
Especial” de este Tratado de Criminología, la de mayor
interés para algunos docentes y discentes, la que lleva por
rúbrica “Delitos, Delincuentes y Víctimas”. Estos
capítulos rezuman realismo científico y cercanía humana.
Tienen en cuenta un gran número de muy valiosos datos
objetivos —relatos históricos, informaciones mediáticas,
cuestionarios, etcétera— así como las monografías que se
han publicado sobre cada tema concreto, los rasgos de los
delincuentes y de las víctimas, sus posibles distorsiones
cognitivas, etcétera. Lógicamente, los principios
criminológicos derivados, resumidos al final de cada
capítulo, recogen y recapitulan sistemáticamente los
elementos más importantes comentados en las páginas
anteriores; resultan sumamente ilustrativos para todo
lector; y de notable ayuda pedagógica para todo docente.
Esta parte se enriquece con frecuentes referencias a las
víctimas para aclarar y entender las carreras criminales y
algunas características de ciertos delitos y delincuentes
concretos. Por ejemplo, sobre la criminalidad organizada.
El capítulo dedicado a ésta se detiene en dos casos
concretos, y lo hace con suma sensatez. Comenta primero
la delincuencia terrorista, con referencias singulares a
ETA y a otras bandas extranjeras. Dispone de
información reciente (asesinato de Francisco TOMÁS Y
VALIENTE, Miguel Ángel BLANCO, etcétera) y atina
en la formulación de algunos criterios básicos para
constatar que al asesino terrorista nunca se le puede
equiparar al delincuente político (de sumo interés para
comprender las cada día más importantes actividades de
Amnesty International en todo el mundo). Quizás a
algunos gustaría que se hubiera desarrollado más el tema
de los colaboradores y los cómplices con los terroristas.
No me parece necesario pues ya se afirma que “estas
bandas (terroristas) también están organizadas y
profesionalizadas, y en ocasiones cuentan con
simpatizantes entre la población” y que logran “en estas
actividades modos consolidados de obtener beneficios
económicos indirectos o directos”. En opinión de muchos
especialistas el terrorismo de ETA perdura en el País
Vasco porque cuenta con acogida en amplios sectores de
la ciudadanía; principalmente entre los miembros de los
partidos políticos radicales. Sus dirigentes ignoran u
olvidan que (como indican los “principios derivados” en
las páginas que estamos comentando), cuando los
terroristas han perdido su fin político, “los motivos de
conservación del grupo terrorista adquieren la mayor
prioridad… Sin duda, debe figurar en un lugar
privilegiado de la agenda de las democracias para el siglo
XXI cómo evitar que siga creciendo un monstruo que, al
final, puede devorarnos”.
Con acierto se enumeran algunos medios eficaces para
trabajar contra el Terrorismo: información al público,
asistencia a las víctimas, dificultar la comisión de
atentados, coordinación de la justicia internacional,
adopción de medidas especiales, cortar las fuentes
financieras, etcétera. Pero, conviene añadir que, en el País
Vasco estas técnicas no surten el efecto deseado porque
muchos grupos y asociaciones más o menos extremistas y
un sector de la iglesia católica consideran y proclaman
que los asesinatos y secuestros de ETA no son crímenes
terroristas, sino mera violencia política, derivada del
“conflicto”, del “contencioso”, entre el Gobierno español
y el pueblo vasco. Sobre este tema he escrito en mi libro
De los Delitos y de las Penas desde el País Vasco2.
También se dedican inteligentes páginas al estudio de
algunas Mafias y de los delincuentes mafiosos, con
reflexiones prácticas acerca de las líneas de respuesta ante
el crimen organizado que se formularon en el Octavo
Congreso de Naciones Unidas para la prevención del
delito y el tratamiento del delincuente, celebrado en La
Habana (agosto-septiembre del año 1991).
En diversas ocasiones los autores abordan determinados
problemas de las migraciones y de los extranjeros; por
ejemplo, cuando estudian las cuestiones carcelarias.
Brindan informaciones amplias acerca de la
macrodelincuencia relacionada con el racismo y las
trágicas migraciones actuales, de las que muchos somos
cómplices, aunque no queremos saberlo. Conviene que
libros como éste nos despierten a más de un profesor y
alumno universitario.
Al comentar la Victimología y la atención a las víctimas
(capítulo 21) se aprecia una sensibilidad y una
información dignas de encomio acerca de las últimas
investigaciones que centran la teoría y la práctica de la
Criminología alrededor del eje diamantino de las víctimas
directas e indirectas que produce cada delito, y alrededor
del victimario en cuanto victimario, más que en cuanto
delincuente; pero sin olvidar que todo Estado tiene
obligación de investigar sobre los indicios racionales de
criminalidad y, una vez confirmada, sancionar a los
responsables. La impunidad constituye la negación y el
incumplimiento de esa grave obligación internacional3.
Hoy y mañana continúa vigente el criterio de Carl
Schmitt: cuando el conflicto entre las partes ha alcanzado
el grado extremo de gravedad debe intervenir el juez, no
basta el mediador, ni el componedor, ni el árbitro4.
Esta nueva ciencia victimológica encuentra completo
tratamiento en este capítulo 21 e inteligentes referencias
también en otros, por ejemplo el dedicado a delitos y
delincuentes contra la libertad sexual. Se tiene en cuenta
las principales innovaciones del último Congreso
Internacional de la Sociedad Mundial de Victimología, en
Ámsterdam (25-29, agosto, 1997). Por ejemplo, respecto
al sistema penal, tribunales y prisiones, etcétera.
Si damos entrada a las víctimas en el proceso, sobre
todo en la fase destinada a la elección y determinación de
las respuestas alternativas de la sanción (no solo a la mera
medición temporal de la privación de libertad, ni solo a la
mera medición cuantitativa de la multa), entonces las
víctimas renovarán y mejorarán radicalmente el proceso
penal5.
La última parte de estos Principios de Criminología
comenta “La reacción frente al delito”. Otorga la debida
importancia a la institución policial y al sistema de
justicia juvenil. Estas páginas deben ser leídas con
detenimiento por los encargados de comentar, criticar y
poner en práctica la legislación española actual que ha de
prestar más atención a la formación criminológica de los
policías estatales y autonómicos (quizás menos
capacitados en el País Vasco —estructuralmente— para
reaccionar con eficacia contra el terrorismo, pues no
cuentan con viviendas acuarteladas, lo cual, aunque tiene
otras ventajas, les obliga a correr peligros continuos de
victimación terrorista en sus domicilios). También serán
leídas con provecho por los encargados de la formulación
de la urgente nueva Ley de justicia juvenil exigida en la
Disposición transitoria duodécima del reciente Código
penal que entró en vigor el 25 de mayo de 1996.
Nuestros tres profesores universitarios patentizan un
atinado humanismo mediterráneo al estudiar el sistema
penal, los tribunales y las prisiones, con interesantes
informaciones de penalistas, penitenciaristas, psicólogos,
criminólogos, sociólogos y del Consejo de Europa.
Critican razonadamente la lentitud del proceso penal que,
de promedio, lleva un tiempo de dos años entre el
momento de la comisión del delito y la aplicación de la
sanción formal, de manera que, en demasiados casos, el
delincuente ha llegado a olvidar los hechos concretos que
han motivado la condena. Otros países de nuestro ámbito
cultural logran que el proceso penal se desarrolle con
menos lentitud, sin pérdida de las garantías
procedimentales. También aciertan al criticar otras
deficiencias, por ejemplo, la mala coordinación entre los
diversos órganos que intervienen. No olvidan reconocer
también importantes aspectos positivos, como la
informatización que, en algunas Comunidades Autónomas
como el País Vasco, merece total encomio.
En cuanto a las instituciones penitenciarias se nos
informa detenidamente de cómo funcionan en toda
España y especialmente en Cataluña. Por ejemplo,
respecto a los costes del sistema. Merece citarse un detalle
concreto: de los catorce mil seiscientos millones de
pesetas gastados en Cataluña en el año 1994, casi el
67.68% correspondieron a instalaciones y administración
y vigilancia, pero solo el 13.16% a rehabilitación y
reinserción. El año 1994 cada interno en las instituciones
penitenciarias de Cataluña gastó 2.164.000 pesetas, lo que
equivale a unas 6.000 pesetas al día.
Con satisfacción se leen las reflexiones sobre el
“movimiento pendular retribución/rehabilitación” porque
los autores se muestran decididos partidarios de la
reinserción social proclamada en el artículo 25.2 de la
Constitución española y en los artículos 1 y 59 de la Ley
Orgánica General Penitenciaria y en el artículo 2 de su
Reglamento, que entró en vigor el 25 de mayo de 1996. Y
comprueban que tanto los programas como las medidas de
rehabilitación y de reinserción que actualmente se llevan a
cabo o se intentan llevar a cabo, según las circunstancias,
son más efectivos que la mera y severa justicia retributiva,
el mero y severo “encarcelamiento justo”.
En lugares oportunos se tiene inteligentemente en
cuenta El Libro Blanco de la Justicia, del Consejo
General del Poder Judicial; no solo cuando se comentan
los principales problemas de la justicia penal española
(24.1) y cuando se reflexiona sobre nuestro sistema
prisional. Con razón se indica que las necesidades
primarias de las personas privadas de libertad (higiene,
educación cultura, salud…) están en parte cubiertas. Pero
que no basta. Urge cuidar más las necesidades de carácter
secundario, sin olvidar las necesidades y objetivos de la
propia organización correccional (25.1). Resultan muy
ilustrativas las revisiones sobre la efectividad de los
programas que se aplican a algunos grupos de
delincuentes (25.3), y en concreto el estudio de
REDONDO, GARRIDO y SÁNCHEZ-MECA del año
1997. En mi opinión este capítulo 25, sobre la
Criminología aplicada, aporta información y comentarios
de máximo valor.
Después de lo indicado respecto al contenido de las
cuatro partes, debemos escribir unas líneas en cuanto a su
paradigmática forma y estructura didáctica. Pronto
constata el lector muchos aciertos: al comienzo de cada
capítulo, la clara enunciación de “temas, teorías, términos
y nombres importantes”; en las páginas centrales de cada
capítulo, las ilustraciones, las fotografías de las personas
especialistas en Criminología, los cuestionarios, los
cuadros diversos, los recuadros, los gráficos, los casos; al
final de cada capítulo, los principios criminológicos
derivados, las preguntas, las cuestiones de estudio. Estos
y otros logros didácticos facilitan sobremanera la lectura y
el estudio.
Estamos ante un libro que satisfará sobradamente las
expectativas de muchas personas ocupadas y preocupadas
con los problemas de la teoría criminológica y con su
aplicación para la prevención de la delincuencia, para la
disminución de la criminalidad/victimación y para la
reinserción de los victimarios y de las víctimas. Ayudará
inteligente y eficazmente a la mejor formación de quienes
trabajan en el enigmático mundo policial, judicial,
penitenciario, psicológico, social, asistencial, etcétera.
No es éste el lugar para comentar todos sus
extraordinarios valores. Tampoco para pedir que se
añadan otros temas. Únicamente me permito una
pregunta: ¿Hubiera sido posible desarrollar un poco más
algunos aspectos sobre las relaciones de la Criminología
con la Filosofía, la Teología y las grandes religiones de
ayer y de hoy: el Malleus Maleficarum (The Witch
Hammer), de Heinrich Kramer y James Sprenger, tan
encomiado por el Romano Pontífice Inocencio VIII, en su
Bula Summis desiderantes affectibus, del 9 de diciembre
del año 1484, la Cautio Criminalis (Rinteln an der Weser,
1631), del jesuita (tan perseguido por la jerarquía)
Friedrich von Spee, las literaturas místicas universales,
etcétera? Al exponer las teorías integradoras explicativas
del delito, se hace referencia a los contextos y las
actividades sociales convencionales, como la familia, la
escuela, los amigos o el trabajo. Quizás podrían tomarse
en consideración también las instituciones religiosas y/o
eclesiales, sin olvidar algún comentario crítico, pues
religiosos son importantes factores etiológicos de la
Inquisición y de múltiples macrovictimaciones de ayer y
también de hoy. Quizás las “creencias-convicciones”
debían encontrar más espacio en el capítulo dedicado a la
Criminología aplicada: intervenciones con grupos de
delincuentes (capítulo 25).
Este Tratado de Criminología contribuirá a que los
criminólogos hispanos y latinoamericanos realicen un
aporte significativo a la Criminología universal y a la
ciencia y la praxis de la Política criminal del bienestar
social, del estado social de derecho, de la Justicia que se
centra en las víctimas y en las personas más
desfavorecidas, y de la fraternidad, con nueva
hermenéutica de los artículos 1, 22 y 28 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, del año 1948.
Garrido, Stangeland y Redondo merecen el sincero
agradecimiento y el reconocimiento público de nuestra
Universidad pues nos brindan una obra señera de
Criminología que tardará muchos años en superarse y que
auguro pronto se traducirá al francés pues veo en ella la
mejor actualización del tradicional Traité de Criminologie
del Maestro Jean PINATEL, presidente honorario de la
Sociedad Internacional de Criminología. Mis colegas y
amigos logran pilotar y orientar la nave de la
Criminología del tercer milenio entre Escila y Caribdis,
entre la globalización universal y los nacionalismos.
Merecen leerse con atención sus frecuentes referencias a
la Criminología internacional comparada pues también en
este campo hemos de aceptar las ventajas de una
globalización racional, ya que como indican Jean Pradel,
H. H. Jescheck y otros especialistas, si profundizamos,
todos provenimos o pertenecemos a una misma familia
cultural y jurídica6. Los tres Maestros toman consciencia
de lo español, de lo latinoamericano y de que existe una
entidad que se llama EUROPA, que brota desde unas
raíces que difieren de otras cosmovisiones. Europa surge
para algo más y distinto que un mero MERCADO, para
recoger y desarrollar la herencia de una colectividad de
ciudadanos con un sentido peculiar de determinados
valores humanos que pujan especialmente en nuestra
Sciencia della generosità, en sugerente definición de
Delitalla. Hoy y mañana, más que en tiempo de
Protágoras (según gustaba repetir el eminente especialista
de Antropología Criminal, Julio Caro Baroja7), la persona
—y no la delincuencia— debe ser y es la medida de todas
las cosas, como en estos Principios de Criminología.
El lector tiene en sus manos un excelente manual de
Criminología, que combina el rigor científico con un
atrevido repaso de la realidad delictiva actual: robos,
asesinatos, violaciones y maltrato a las mujeres, abusos a
menores, delincuencia “de cuello blanco” y corrupción,
tráfico de drogas, mafias, terrorismo, etc. A partir de la
más moderna investigación criminológica, se analizan los
perfiles típicos de los asesinos en serie, de los
delincuentes sexuales y de los psicópatas, así como las
características de las víctimas de los delitos. Eje central de
la obra es el estudio de la interdependencia que existe
entre delincuencia y mecanismos sociales de control, ya
sean éstos los medios de comunicación social, la policía,
los tribunales o las prisiones.
Los estudiantes y profesores de Criminología, Derecho,
Investigación privada, Ciencia policial, Psicología,
Pedagogía, Sociología, Trabajo social, Educación social,
Magisterio, y otras disciplinas afines, encontrarán en esta
obra un completo y didáctico manual introductorio al
estudio de las diversas materias criminológicas. Los
lectores meramente interesados en este campo podrán
disfrutar adentrándose en cualquiera de las variadas
temáticas criminológicas tratadas.
A. Beristain
En la entrada de la sede del Instituto Vasco de Criminología, de izquierda a
derecha, los profesores del Instituto Vasco de Criminología: Francisco
Etxebarria, Profesor de Medicina Legal de la Universidad del País Vasco;
Antonio Beristain, Director del Instituto Vasco de Criminología; y José Luis
de la Cuesta, Catedrático de Derecho Penal de la Universidad del País Vasco.
1 Cfr. Friedhelm MENNEKES, Joseph Beuys: Christus Denken, Herder,
Barcelona, 1997, p. 87.
2 BERISTAIN, Antonio, De los delitos y de las penas desde el País Vasco,
edit. Dykinson, Madrid, 1998.
3 Cfr. AMNISTIA INTERNACIONAL, España. Programa para la
Protección y Promoción de los Derechos Humanos, 1998, p. 10.
4 Carl SCHMITT, Teoría de la constitución, trad. F. Ayala, Madrid, p. 144.
5 Cfr. A. BERISTAIN, Nueva Criminología desde el Derecho penal y la
Victimología, Tirant lo Blanch, Valencia, 1994.
6 Cfr. J. PRADEL, Procédure pénale comparée dans les systèmes modernes:
Rapports de synthèse des colloques de l’ISISC, edit. érès, Toulouse, 1998,
p. 147.
7 Julio Caro Baroja (1985) Los Fundamentos del Pensamiento Antropológico
Moderno, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pp.
180.
Parte I
CRIMINOLOGÍA Y
DELINCUENCIA
1. LA CIENCIA
CRIMINOLÓGICA
1.1. DEFINICIÓN Y OBJETO DE LA CRIMINOLOGÍA 46
1.2. NATURALEZA CIENTÍFICA 51
1.3. ÁREAS DE ESTUDIO CRIMINOLÓGICO 56
1.3.1. Los delitos 56
1.3.2. Los delincuentes 65
1.3.3. Las víctimas 66
1.3.4. Los sistemas de control social 68
1.4. DESARROLLO SOCIAL Y PROFESIONAL DE LA
CRIMINOLOGÍA 71
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 74
CUESTIONES DE ESTUDIO 75
Si a un ciudadano medianamente informado le
pidiéramos referir sucesos criminales recientes, muy
probablemente sería capaz, tras una mínima reflexión, de
mencionar un número muy variado de hechos delictivos.
Casos de hurtos pintorescos, delincuencia juvenil,
delincuencia informatizada o mediante el uso de las
nuevas tecnologías, corrupción y fraudes a la hacienda
pública, delitos organizados, la actuación de mafias
diversas, incluyendo las dedicadas al tráfico de drogas, de
armas y de personas, pornografía infantil y corrupción de
menores, agresiones sexuales, robos espectaculares y
violentos, maltratos, secuestros, asesinatos macabros o
colectivos, actos terroristas o genocidios.
Todos estos fenómenos constituyen objetivos de estudio
y también metas aplicadas de la Criminología. El inicio de
los jóvenes en el delito y los factores de riesgo que se
asocian a ello, la corrupción y la cultura como
facilitadores de la delincuencia, las bandas y el crimen
organizado, los asesinos múltiples, y el estado mental en
la conformación de una psicología homicida, son
ejemplos de posibles análisis criminológicos; mientras
que la prevención del delito en las familias y en las
escuelas, la reducción de las oportunidades para los
delitos, las medidas de seguridad contra el terrorismo, la
actuación de la policía, el funcionamiento de la justicia o
la función social de las prisiones son ejemplos de
eventuales campos aplicados que interesan a la ciencia
criminológica.
La Criminología es una disciplina en expansión tanto en
su dimensión científica, o analítica, como aplicada. Cada
vez es mayor el número de investigaciones criminológicas
que se realizan para conocer los diversos factores
relacionados con la delincuencia, para averiguar los
efectos que tienen los sistemas de control del delito, y
para evaluar los programas de prevención y tratamiento
de la conducta delictiva. Paralelamente, los estudios
universitarios de Criminología han logrado un superior
rango académico y están adquiriendo un mayor
reconocimiento social, a la vez que aumenta el interés de
los gobiernos por conocer de manera más precisa las
diversas realidades delictivas y por arbitrar políticas
preventivas y de control más eficaces.
Adán y Eva: La primera transgresión de acuerdo con la Biblia.

1.1. DEFINICIÓN Y OBJETO DE LA


CRIMINOLOGÍA
De una forma directa y sencilla, Tibbetts (2012) ha
definido la Criminología como el estudio científico del
delito, y especialmente de por qué las personas cometen
delitos. Sin embargo, esta definición, siendo fácil y por
ello atractiva, dejaría fuera del análisis criminológico una
parte importante de las preocupaciones de la criminología,
que se relaciona con el control de la delincuencia (que a
menudo en la criminología norteamericana se desglosa
bajo el epígrafe Criminal Justice).
Después de casi dos siglos de investigación científica en
Criminología, se han efectuado dos importantes
constataciones acerca de la naturaleza de la delincuencia,
que tienen implicaciones ontológicas sobre la propia
concepción y definición de la disciplina1. La primera es
que la delincuencia es un problema real, variable en
intensidad según los tipos de sociedades humanas, pero
existente en todas ellas. Suele consistir en que unos
individuos utilizan la fuerza física o el engaño para
conseguir sus propios objetivos, perjudicando con ello a
otras personas o grupos sociales. La segunda conclusión,
complementaria de la anterior, es que la delincuencia es
también, a la vez que realidad fáctica, un fenómeno
construido a partir de la reacción social de rechazo que
suscita entre la ciudadanía.
Sobre la base de estas las dos premisas, la Criminología
puede definirse como aquella ciencia que estudia los
comportamientos delictivos y las reacciones sociales
frente a ellos2. Según esta definición, el análisis
criminológico se ocupa de un conjunto muy amplio de
comportamientos humanos y de reacciones sociales de
rechazo, de variada naturaleza. Algunas conductas
delictivas dañan gravemente a otras personas (el
homicidio o la violación, por ejemplo), mientras que otras
tienen una menor entidad. La reacción social más extrema
consiste en la persecución formal de los delitos a través de
la justicia penal. Sin embargo, existen también otros
mecanismos de control social del delito, llamados
informales, relacionados con las familias, los amigos, el
vecindario, o los medios de comunicación.
De acuerdo con la definición propuesta, el objeto
sustantivo de la Criminología es, por tanto, un cruce de
caminos en el que convergen ciertas conductas humanas,
las delictivas, y ciertas reacciones sociales frente a tales
conductas3. La confluencia de estas dos dimensiones
principales encuadra el espacio científico de la
Criminología tal y como se ilustra en el cuadro 1.1:
CUADRO 1.1. Objeto de estudio de la Criminología, que definen las
dimensiones (1) comportamiento delictivo y (2) reacción social
1) La dimensión comportamiento delictivo (representada
por el primer vector en el cuadro 1.1) es una magnitud
conductual, de acción. Esta dimensión criminológica
tiene, sin duda, un referente normativo ineludible, la
ley penal, que define qué comportamientos en una
sociedad van a ser considerados delictivos (delitos
contra las personas, contra la propiedad, contra la
libertad sexual, contra la salud pública, etc.). El
referente legal especifica el extremo de mayor
gravedad en la magnitud comportamiento, delimitando
un sector de acciones que van a ser objetivo prioritario
de atención criminológica, los delitos. Sin embargo, el
análisis criminológico de esta primera dimensión no se
agota en los delitos establecidos por la ley penal. Por
el contrario, la necesidad de comprender la génesis de
los comportamientos delictivos dirige la atención de la
Criminología hacia dos conjuntos de elementos no
delictivos: a) hacia todas aquellas conductas infantiles
y juveniles problemáticas o antisociales que pueden
ser predictoras de la posterior delincuencia (entre ellas
el absentismo escolar, la violencia infantil y juvenil,
las fugas del hogar, etc.), y b) hacia los diversos
factores de riesgo biopsicológicos y sociales,
facilitadores de la conducta delictiva.
2) La dimensión reacción social (representada en el
segundo vector del cuadro 1.1) es una magnitud
fundamentalmente valorativa, de aceptación o rechazo
de ciertos comportamientos (aunque tiene también,
como es lógico, implicaciones para la acción o re-
acción de los ciudadanos frente al delito). Su
extensión abarca desde la mera desaprobación y el
control paterno de algunas conductas infantiles o
juveniles inapropiadas (mediante regañinas o
pequeños castigos), hasta la intervención de los
sistemas de justicia penal establecidos por las
sociedades para el control legal de los delitos (leyes
penales, policía, tribunales, prisiones, etc.). Así pues,
al igual que el comportamiento delictivo, la dimensión
reacción social posee un polo inferior y otro superior.
En el polo inferior se encuentran los mecanismos de
control social informal (la familia, la escuela, el
vecindario, los medios de comunicación, etc.). El polo
superior lo delimitan los controles formales del estado.
La Criminología se ocupa también de estudiar el
funcionamiento de todos estos sistemas sociales que
responden a la conducta delictiva, o a ciertas
conductas y factores de riesgo que se hallan asociados
con la conducta infractora. Y analiza también los
efectos que los mecanismos de control producen sobre
el comportamiento delictivo.
Según lo razonado hasta aquí, el concepto criminológico
de comportamiento delictivo es diferente del concepto
jurídico de delito, del que se ocupa el derecho penal. El
derecho penal presta atención exclusivamente a aquellos
comportamientos concretos tipificados como delitos. Su
perspectiva es por definición estática: analiza acciones
específicas realizadas en un momento dado. Tales
acciones son confrontadas a un tipo delictivo, legalmente
previsto, con el propósito de comprobar si determinada
conducta encaja en la norma penal, si un comportamiento
dado puede ser considerado o no delito. Por el contrario,
la Criminología no se halla tan estrechamente vinculada a
concretas acciones delictivas ni al código penal presente.
Contempla y estudia el comportamiento humano desde
una perspectiva más amplia. Su punto de partida es que
un hecho delictivo aislado solo puede ser adecuadamente
comprendido si lo relacionamos con otros factores y
comportamientos previos del mismo individuo, que no
necesariamente tienen que ser delictivos.
Un concepto criminológico importante para comprender
esta diferenciación entre derecho penal y Criminología es
el de carrera delictiva (al que se hará referencia más
adelante). El análisis de las carreras delictivas, o sucesión
de delitos cometidos por un delincuente, comporta una
visión dinámica y longitudinal del comportamiento ilícito,
atendida la concatenación de conductas infractoras y
factores asociados a ellas. Refleja la idea de que muchos
delincuentes han experimentado un proceso de inicio e
incremento en sus actividades delictivas a lo largo de los
años. Piénsese, por ejemplo, en conductas ilícitas como el
robo de vehículos, el atraco con un arma, la conducción
en estado de embriaguez, los malos tratos en el hogar, los
abusos sexuales, o los delitos de robo o apropiación
indebida cometidos por funcionarios públicos o
empleados. Muchas de estas conductas delictivas son
detectadas en un único momento: entonces se ocupan de
ellas el derecho penal y la justicia. Sin embargo, el
análisis criminológico de los comportamientos infractores
muestra que a menudo éstos se repitieron asiduamente
con anterioridad a su detección legal. Todos estas
conductas, hábitos y factores de riesgo son elementos de
estudio de la Criminología, ya que su análisis es necesario
para explicar, predecir y prevenir la delincuencia.
De acuerdo con todo lo expuesto hasta aquí, la
Criminología posee un objeto de estudio sustantivo y
propio que es diferente de los objetos de otras ciencias
sociales y jurídicas, ya sea por la amplitud de sus análisis,
ya sea por sus pretensiones, ya sea por su método4. El
área de conocimiento científico delimitada por las
magnitudes comportamiento delictivo y reacción social
constituye el objeto distintivo del análisis criminológico.
Ninguna otra ciencia social o jurídica tiene en su punto de
mira científico la intersección entre conductas delictivas y
valoraciones y reacciones sociales frente a tales
conductas. De esta manera, la Criminología claramente
posee una sólida entidad científica, ni menor ni mayor que
otras ciencias sociales, y un objeto de estudio sustantivo y
genuino.

1.2. NATURALEZA CIENTÍFICA


La Sociedad Española de Investigación Criminológica (SEIC) es una
sociedad científica que agrupa a profesores e investigadores de criminología.
Su finalidad principal es promover la investigación científica en criminología
y el desarrollo académico de la disciplina. Organiza congresos y simposios
periódicos de criminología. También edita una revista electrónica de
criminología (REIC). En la foto puede verse a su Junta Directiva
correspondiente a 2013. De izquierda a derecha aparecen: José Becerra
Muñoz, Investigador de la Universidad de Málaga (Tesorero), Esther
Fernández Molina, Profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha
(Presidenta de la Junta), Josep Cid, Profesor de la Universidad Autónoma de
Barcelona (Director de la Revista Española de Investigación Criminológica),
Meritxell Pérez Ramírez, Investigadora y Profesora de la Universidad
Autónoma de Madrid y de la Universidad Europea; también forma parte de la
Junta, aunque no está en esta foto, Antón Gómez Fraguela, Profesor de la
Universidad de Santiago de Compostela.

¿Qué hace que algunos conocimientos y aplicaciones


técnicas sean considerados científicos y otros no? ¿Qué es
una ciencia? ¿Es la Criminología una ciencia? Según el
filósofo de la ciencia Karl Popper (1967) una teoría
científica debe basarse en enunciados observacionales que
se hacen públicos, y son susceptibles de ser comprobados
y falsados5 por distintos profesionales de la disciplina de
que se trate. En realidad, las teorías científicas nunca se
verifican completamente, sino que son consideradas
“verdaderas” en la medida en que nadie ha podido probar
que son falsas. Es decir, para que una ciencia exista como
tal, es necesario que a la actividad investigadora se sume
el interés de los científicos por comprobar los
conocimientos adquiridos. Una tarea investigadora
fundamental es repetir, con variaciones, observaciones y
experimentos previos, para ratificar que los hallazgos
logrados son realmente válidos y fiables. Que un
descubrimiento sea válido quiere decir que en verdad
refleja la realidad analizada (por ejemplo, la prevalencia
de los delitos juveniles, la relación entre educación
paterna y conducta antisocial, los efectos de cierta
reforma legal sobre la reducción de los delitos, etc.). Por
otro lado, el que un conocimiento sea fiable significa que
se obtienen resultados iguales o muy parecidos en
diferentes observaciones del mismo fenómeno (¿tener
amigos delincuentes se asocia siempre, o generalmente, a
un mayor riesgo delictivo de los individuos?). Es decir, la
repetición de resultados en observaciones distintas
confiere fiabilidad al conocimiento científico.
Además, el interés científico se rige por prioridades
humanas, y no solamente por la curiosidad intelectual; o,
como dijo uno de los padres de la ciencia moderna,
Francis Bacon, la finalidad de la ciencia es la mejora de la
suerte del hombre en la tierra (Chalmers, 1984: 6). Sin
embargo, aquí se nos plantea otra pregunta importante:
¿Quién define cuáles son las prioridades humanas que
deben ser investigadas por la ciencia? La existencia de
una estructura estatal que mantenga y financie las
investigaciones parece ser imprescindible para el
establecimiento de una ciencia. En consecuencia, no se
puede llegar a una definición de una ciencia que no sea
parcialmente política. Asimismo, la consideración social
que tiene una profesión resulta esencial para su desarrollo
como ciencia6.
Sin embargo, no todo el peso del carácter científico de
una disciplina puede recaer sobre su valoración social.
Como ejemplo, puede considerarse lo ocurrido a siglos
atrás con la alquimia, cuyos profesionales fueron muy
considerados durante los siglos XVII y XVIII, al contar
entre sus pretensiones principales con la de convertir el
plomo y el mercurio en oro, algo que hubiera resultado,
sin duda, de gran interés para cualquier estado. Como es
sabido, sus esfuerzos no obtuvieron ningún resultado
positivo, con la excepción notable de haber contribuido al
desarrollo de los fundamentos metodológicos de la
química moderna. No obstante, se tardó varios siglos en
comprobar la ineficacia de las teorías de la alquimia y en
que esta profesión resultara desprestigiada. También hay
ejemplos de lo contrario, de profesiones de origen
inicialmente humilde que aumentaron su prestigio social
tras haber conseguido buenos resultados en su trabajo.
Los médicos mostraron a lo largo del siglo XIX que con
sus métodos sí que podían ofrecer un cuerpo de
conocimientos sólidos acerca de la salud y las
enfermedades, por lo que la medicina se consolidó como
una de las profesiones científicas de mayor
reconocimiento en nuestra sociedad.
Otro filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn (2006),
diferenció entre dos tipos de investigación que denominó,
respectivamente, “ciencia normal” y “revolución
científica”. La ciencia normal orientaría sus esfuerzos
hacia las teorías, métodos y paradigmas que están
vigentes en una disciplina. Sin embargo es frecuente que,
a medida que se acumulan datos en una ciencia, se
pongan de manifiesto incongruencias entre dichos
resultados y las teorías establecidas. Cuando las
discrepancias se acumulan y se hacen suficientemente
notorias, es probable que surjan explicaciones y teorías
innovadoras que inicien una etapa de revolución
científica, o de cambio de paradigma7.
Suele considerarse que una ciencia reúne tres
características distintivas: 1) utilizar métodos e
instrumentos, 2) para conseguir conocimientos fiables y
verificables, 3) sobre un tema considerado importante
para la sociedad8.
A partir de los anteriores criterios es factible comprobar
si la Criminología los cumple y si, en función de ello,
puede ser considerada una disciplina científica:
1. ¿Utiliza la Criminología métodos e instrumentos
válidos para investigar su objeto de estudio?
Según se comentará más adelante, la Criminología ha
tomado prestados algunos de sus instrumentos de trabajo
de otras disciplinas, como, por ejemplo, los sondeos y las
encuestas, de la sociología, los estudios sobre grupos y
subculturas, de la antropología y de la psicología social,
los análisis de la personalidad y de los procesos
cognitivos, de la psicología, y algunos diseños para la
prevención situacional de los delitos, de la arquitectura.
La realidad es que actualmente todas las ciencias
comparten métodos e instrumentos con las ciencias
vecinas. La Criminología también emplea algunas
herramientas de trabajo usadas en disciplinas cercanas
(cuestionarios, entrevistas semi-estructuradas, escalas de
riesgos, etc.), pero adaptándolas y aplicándolas a su
propio objeto de estudio, la criminalidad. Muchas de estas
adaptaciones son especialmente necesarias en la medida
en que los fenómenos criminales suelen presentar más
dificultades de acceso a datos fiables que otras áreas de
investigación, y también plantean algunos problemas
éticos (preservación de la intimidad, de víctimas y
delincuentes, etc.) que pueden no tener tanta relevancia en
otras ramas de las ciencias sociales.
Aunque el método científico y las estrategias básicas de
investigación, la observación y la localización de
relaciones regulares entre factores, son semejantes en
todas las ciencias, la especificidad y complejidad del
objeto de estudio de la Criminología probablemente
requeriría del desarrollo de un mayor número de
instrumentos de investigación propios.
2. ¿Produce la Criminología conocimientos fiables y
verificables?
La Criminología actual dispone de múltiples
conocimientos acerca de la explicación de la delincuencia
y la prevención de los delitos, que se ha ido adquiriendo
paulatinamente a partir de innumerables investigaciones
empíricas. Se dispone de amplia información, por
ejemplo, sobre los factores sociales e individuales que
facilitan el inicio de las carreras delictivas juveniles, sobre
el riesgo de reincidencia que tienen diferentes tipos de
delincuentes, sobre el efecto preventivo de la actuación
policial o sobre los efectos de la cárcel y de otras
intervenciones sociales o educativas en la reducción de
los delitos. Se necesitaría contar, sin duda, con mayores
conocimientos criminológicos, pero en la actualidad
poseemos un buen fondo de resultados fiables,
verificables y aplicables, que pueden ser de utilidad para
la Administración de justicia, la policía, los políticos y
ciudadanos, las potenciales víctimas de un delito, y
también (¿por qué no?), para muchos delincuentes, cuya
desistencia del delito podría favorecerse a partir de
algunos de estos conocimientos.
Puede afirmarse que, en conjunto, el conocimiento
científico sobre la delincuencia no es inferior a lo que se
sabe sobre otros problemas sociales como, por ejemplo, la
educación infantil, los procesos de cambio cultural y
social, las patologías mentales, el desarrollo y el
subdesarrollo económico (y las crisis y recesiones
económicas), o acerca de las causas de las guerras.
Utilizando los mismos baremos estrictos del conocimiento
científico, la Criminología no es ni más ni menos
científica, sino igual, que otras ramas de las ciencias
sociales.
3. ¿Se ocupa la Criminología de un tema considerado
importante para la sociedad?
Desde luego, la respuesta en este caso no puede ser sino
afirmativa, ya que la delincuencia es un problema que
preocupa ampliamente en cualquier sociedad.
La conclusión resultante es que los conocimientos sobre
la delincuencia se obtienen mediante métodos e
instrumentos válidos, se trata de resultados verificables,
acerca de un fenómeno, el delictivo, que tiene gran
relevancia social. De este modo, la Criminología
cumpliría los tres requisitos exigibles a una ciencia, a los
que se ha hecho mención.
Por otro lado, la Criminología, como cualquier otra
ciencia social, aspira al logro de cuatro niveles de
conocimiento de ambición creciente. El primer nivel es
descriptivo: la Criminología pretende, en primera
instancia, cuantificar la Criminalidad y detallar las
condiciones en que se producen los comportamientos
delictivos y las reacciones sociales frente a ellos. Su
segundo propósito es explicativo, o teórico, para cuyo
logro ordena lógicamente los hallazgos que describen la
aparición de los fenómenos delictivos y las reacciones
sociales subsiguientes, y propone teorías explicativas que
vinculan entre sí los conocimientos obtenidos. La tercera
aspiración es predictiva, orientándose a especificar la
probabilidad de repetición de la conducta delictiva y las
circunstancias que la favorecerán o la dificultarán. Por
último, la Criminología tiene también un propósito
aplicado o de intervención, esencialmente orientado a la
prevención de los comportamientos delictivos en la
sociedad.

1.3. ÁREAS DE ESTUDIO


CRIMINOLÓGICO
Sutherland definió la Criminología como el cuerpo de
conocimientos relativos a la delincuencia en cuanto
fenómeno social, lo que incluiría el análisis del proceso de
creación de las leyes, de su quebrantamiento, y, también,
de las reacciones sociales que siguen a las infracciones
(Sutherland, Cressey y Luckenbill, 1992). Como
derivación de ello, serían objetos de interés criminológico,
los delitos, los delincuentes, las víctimas y los sistemas de
control social, que constituirían así las áreas principales
de estudio de la Criminología, a las que respondería en
buena medida la estructura de esta obra. Veamos ahora
brevemente cada una de estas áreas prioritarias de la
Criminología.

1.3.1. Los delitos


La primera cuestión necesaria, al analizar aquí el delito,
es su definición o concepto criminológico, en relación y
contraste con la concepción jurídica de delito. El derecho
define legalmente los delitos como aquellos
comportamientos que están tipificados en el Código
penal. Concretamente el artículo 10 del Código penal
español establece que “son delitos o faltas las acciones y
omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”. Y,
como métrica de la gravedad de los delitos, el artículo 13
instituye que “son delitos graves las infracciones que la
Ley castiga con pena grave” y “delitos menos graves las
infracciones que la Ley castiga con pena menos grave”.
De este modo, la definición legal del delito resulta, para
salvaguarda del principio de legalidad (o referencia
directa a aquello que la ley establece), en una explicación
circular (es delito lo que la ley dice que es delito, y es
delito grave el comportamiento al que la ley atribuye pena
grave) que en absoluto no clarifica qué elementos
caracterizan a los comportamientos delictivos, ni por qué
unos deben ser considerados más graves que otros. Es “El
legislador” (el Parlamento, el Gobierno, etc., dependiendo
del nivel jerárquico de una norma) quien dicta las leyes y
quien establece, en su caso, los delitos y sus respectivas
gravedades.
Además, el código penal no define los delitos y sus
correspondientes castigos, de una forma estable y
definitiva, evolucionan a lo largo del tiempo como
resultado de las diversas presiones políticas (Walsh,
2012). En algunos casos el sistema penal se expande,
incorporando como delitos nuevas conductas, y en otros
se retrotrae, al despenalizarse ciertos comportamientos
que antes estaban prohibidos. Ello es el resultado de
variadas presiones opuestas, unas que tienden a aumentar
la punitividad y otras, contrariamente, a reducirla. Es
decir, en las sociedades existen grupos a favor de
penalizar determinadas conductas (o de endurecer su
castigo, si es que ya están prohibidas) como pueden ser
los delitos ecológicos, la corrupción, el acoso sexual, el
maltrato de pareja, la prostitución, la pornografía infantil,
la inmigración ilegal o la venta callejera. Contrariamente,
también existen grupos ciudadanos favorables a la
despenalización de algunas actividades actualmente
ilícitas como el consumo y la comercialización de
determinadas drogas, la eutanasia activa, algunos
supuestos de aborto, etc.
En ciertos casos, como en el de las drogas, suele haber
polémica y confrontación entre aquéllos que se muestran
favorables a su plena legalización y los que se oponen
frontalmente a ella. En otros, como pueden ser los delitos
ecológicos, algunos grupos ecologistas reclamarían a
menudo una mayor penalización de estos
comportamientos, mientras que las grandes empresas que
pueden contaminar el medio ambiente tenderían a
rechazar el que exista una amenaza penal a este respecto.
En estos constantes tiras y aflojas, según cuál sea la
influencia que logren ejercer los diversos grupos de
presión sobre los poderes públicos que promueven o
dictan las normas (los gobiernos y parlamentos), el código
penal acabará recogiendo, en mayor o menor grado,
ciertos comportamientos como delitos.
Desde esta perspectiva, la política punitiva no sería algo
tan aséptico como se pretende, que meramente se limite a
proteger los bienes jurídicos universales e indiscutibles
que todo estado debe preservar. Es más realista concebir
la política punitiva como el resultado legal de una
confrontación, de cariz democrático, entre distintos
grupos de presión, al igual que sucede en otros ámbitos de
las políticas públicas. En la política punitiva, al igual que
en la política educativa, sanitaria o agraria, las decisiones
son finalmente adoptadas por los partidos políticos con
representación parlamentaria, que tienen ciertos
programas de gobierno que defender y que, además,
tienen votos que ganar o perder en las elecciones
siguientes, en función de qué decisiones adopten en las
distintas materias. Por otro lado, la política punitiva, y,
más ampliamente, la política criminal en su conjunto (que
no puede ser identificada, como a menudo se hace en
España, con la mera política penal), son el resultado de
una lucha de intereses sociales bastante ambigua: en
muchos casos no pueden identificarse con claridad grupos
fijos y estables de presión en una dirección u otra, sino
que más bien aparecen movimientos de opinión diversos
ante determinados temas (el endurecimiento penal de los
delitos juveniles, sexuales, etc., o la legalización de las
drogas, el aborto, o de la ocupación de pisos vacíos), y
posteriormente dichos grupos pueden desaparecer de la
escena pública. En tal sentido, los debates y presiones en
materia de políticas punitivas podrían considerarse como
una especie de “guerra de guerrillas”, que se ocupa de
cuestiones concretas, y no de elementos o principios
generales, los cuales suelen mostrar mucha mayor
estabilidad. Un ejemplo de este vaivén penal puede ser,
entre otros, el delito de corrupción de menores, que
desapareció con el Código penal de 1995 pero fue pronto
reintroducido de manera fáctica.
Hagan (1985) distinguió entre delitos “reales” (mala in
se) y “socialmente construidos” (mala prohibita),
diferenciación para la cual se requeriría tomar en
consideración tres dimensiones interrelacionadas (Walsh,
2012): 1) el grado de “consenso” social que pueda existir
acerca de la gravedad de determinado delito; 2) la
gravedad de la “pena” que le está asignada; y 3) el nivel
de “daño” real y directo que se atribuye a la conducta en
sí. Siguiendo parcialmente este referente, los
comportamientos delictivos podrían asignarse, según su
relevancia criminal, a tres categorías diferenciadas, de
rechazo social y gravedad crecientes, tal y como se ilustra
en el cuadro 1.2:
CUADRO 1.2. Una tipología de los delitos según el rechazo y la reacción
social que provocan
• En el centro de la figura existiría un núcleo de
actividades que son penalizadas y castigadas en (casi)
cualquier sociedad moderna (área I). Dentro de ese
núcleo se encontrarían los delitos graves contra las
personas o contra la libertad sexual así como muchas
de las infracciones contra la propiedad privada,
especialmente las que comportan fuerza o violencia.
• Fuera de ese núcleo, en la zona intermedia
correspondiente al área II, se situarían aquellas
actividades ilícitas que, a pesar de estar legalmente
prohibidas y castigadas, se realizan con mucha
frecuencia y con amplia impunidad. Conducir
vehículos habiendo ingerido alcohol, o conducirlos de
forma temeraria, poniendo en riesgo la integridad de
otras personas, constituye un delito. Pese a ello,
muchos conductores lo hacen con frecuencia. Del
mismo modo que se hallan penadas las calumnias y las
injurias, que imputan delitos a otras personas o
menoscaban su dignidad, pese a que en múltiples
programas de radio y televisión, y también en la
prensa escrita, abundan estas conductas vejatorias. Por
otro lado, muchos comportamientos delictivos
incluidos en el área II son los denominados “delitos
sin víctimas”, en los que el bien protegido suele tener
un carácter colectivo y es por ello más infrecuente que
exista una persona concreta interesada en su denuncia
y persecución legal. Puede tratarse, por ejemplo, de
actividades ilícitas contra la Hacienda pública, el
medio ambiente o la seguridad del tráfico, que
globalmente podrían causar daños incluso más graves
que los producidos por la delincuencia común. Sin
embargo, aunque estas conductas estén prohibidas y
penalizadas, su tasa de denuncia es baja, por lo que
será más infrecuente que sus autores sean detectados e
inculpados.
Un ejemplo que puede ilustrar la diferencia entre las
áreas I y II es el siguiente: la ley penal prevé castigar,
como autor de un delito de robo con fuerza, a quien,
rompiendo una ventana o puerta, entre en un local
comercial por la noche y sustraiga bienes por un valor
superior a 400. Este tipo de suceso, que tiene una
consideración social baja, generalmente se denuncia a
la policía y, si el autor es identificado, puede ser
condenado a una pena de prisión de uno a tres años.
Este comportamiento constituiría un delito
correspondiente al área I, en el núcleo del cuadro 1.2.
En paralelo a lo anterior, si el dueño de ese mismo
local comercial dejara de abonar impuestos a la
Hacienda pública por un valor superior a 120.000
euros, también cometería un delito que tiene prevista
una pena de prisión de uno a cinco años (además de
una multa). Aunque en principio podría existir un
amplio consenso social al respecto de que los delitos
fiscales deban ser castigados, la infracción anterior
puede suscitar un menor rechazo social, y ser
denunciada y perseguida con más baja frecuencia.
Según la lógica seguida, este comportamiento
constituiría un delito asignable al área II del cuadro.
• En el área III, más externa, cabría incluir aquellas
actividades ilícitas para las que existe cierta
ambigüedad legislativa y falta de consenso global
acerca de su carácter delictivo inequívoco, entre las
que estarían aquellos delitos cuya regulación ha
cambiado entre épocas distintas y varía entre países.
Así podría suceder, por ejemplo, con conductas como
el aborto provocado, la eutanasia activa, ayudando a
morir a personas con enfermedades incurables y en
estado terminal, la posesión y el consumo de drogas, y
las actividades industriales u otras que dañan el medio
ambiente a medio y largo plazo.
En algunos estudios se analizaron las valoraciones
realizadas por diferentes sectores de la población —
incluyendo muestras de estudiantes, jóvenes marginados,
presos, y jueces— acerca de la necesidad, o no, de
considerar delitos y castigar penalmente diferentes
conductas. Los resultados mostraron un alto grado de
consenso entre distintos grupos sociales cuando se trataba
de delitos como el homicidio, el robo con violencia y la
violación (Sellin y Wolfgang, 1964; Newman, 1976;
Ruidíaz García, 1994; González Audícana et al., 1995).
En cambio, existían opiniones muy dispares al valorar la
posible ilicitud de actividades relacionadas con las drogas
(desde quienes proponían su completa despenalización
hasta quienes reclamaban para ellas medidas mucho más
duras), algunos delitos económicos, determinadas
infracciones y delitos sexuales (con la salvedad de la
violación por desconocidos, que suele ser valorada como
un delito muy grave por la generalidad de las personas).
Algunos autores intentaron, en el pasado, definiciones
“naturalistas” del delito, que caracterizaran los elementos
y condiciones que serían inherentes a las distintas
conductas delictivas, más allá de sus específicas
regulaciones legales. Uno de estos intentos fue el de
definir el delito a partir del daño moral o social producido
por el mismo. El propio Beccaria consideraba que el daño
causado a la sociedad era la verdadera medida de los
delitos (Beccaria 1983 [1764], capítulo VIII). Sin
embargo, los conceptos de moralidad y de daño pueden
resultar asimismo ambiguos e imprecisos, y podrían
limitarse a remplazar las valoraciones legales por otras de
carácter sociocultural, según el criterio de cada autor. De
este modo, el argumento circular de que un delito lo es
debido a que está castigado como tal por la ley, podría ser
reemplazado por otro igualmente redundante, según el
cual algo es delito ya que es antisocial, repulsivo o
contrario al buen gusto.
Parece difícil que puedan abarcarse en una única
definición todas las posibles conductas infractoras. Por lo
que quizá haya que conformarse con intentar definiciones
capaces de englobar una parte relevante de las actividades
que constituyen delitos pero no todas las conductas
ilícitas. En esta dirección, Gottfredson y Hirschi (1990)
retomaron en parte la concepción clásica, de la conducta
criminal orientada al logro de beneficios, y definieron el
delito como “la utilización de engaño o fuerza para
conseguir un objetivo”. En esta definición tal vez podrían
abarcarse la mayoría de los comportamientos incluidos en
el núcleo, o área I, del cuadro 1.2, es decir, todas aquellas
conductas delictivas más graves, que suscitan un rechazo
social generalizado.
Felson (2006) consideró que la gran variabilidad
conductual y contextual que presentan los delitos ha
dificultado una definición adecuada de la delincuencia, y
ha forzado a los autores a elegir entre: a) definiciones de
la delincuencia específicas para un determinado contexto,
o b) definiciones más amplias, que transcenderían la
propia conducta delictiva, tal y como sucede con el uso
del concepto ‘desviación’). Felson estima que para
efectuar una buena definición de la delincuencia hay que
realizar dos tareas sucesivas: 1) formular una definición
general que trascienda las variaciones naturales en las
conductas delictivas, y 2) estudiar, a continuación, las
variantes que se producen en el seno de cada categoría
delictiva definida. Su propia definición de delincuencia es
la siguiente: “Un delito es cualquier conducta
identificable que un número apreciable de gobiernos ha
prohibido específicamente y ha castigado formalmente”
(Felson, 2006, p. 35). Además Felson sugiere que para
corroborar si algo encaja o no en la definición de delito
pueden formularse tres preguntas complementarias: ¿Al
menos varias sociedades consideran que dicha conducta
es un delito? ¿Alguien ha realizado tal comportamiento
después de estar prohibido? ¿Ha castigado la sociedad a
algunas personas por llevarlo a cabo? Si las respuestas a
todas estas preguntas, en relación con determinada
conducta, fueran afirmativas, podría considerarse
confirmado que tal acción es delictiva.
Robinson y Beaver (2009) retomaron el concepto
tradicional de daño (véase anteriormente, en la referencia
sobre Beccaria) y definieron los delitos como aquellas
“conductas que son realizadas intencionalmente y que
producen algún daño físico o económico a otra persona”
(p. 3). Walsh (2012), que también interpreta que un
aspecto clave de la definición de los delitos es el daño
causado, considera, no obstante, que el daño delictivo
tiene las siguientes características distintivas: se trata de
un daño de naturaleza social, no privada, que, dada su
entidad o gravedad, requiere regulación normativa; como
resultado del daño delictivo suelen derivarse graves costes
emocionales y sociales; y, además, también suele
comportar múltiples costes indirectos, económicos y otros
(medidas de seguridad y vigilancia, presupuestos
policiales y del sistema de justicia y ejecución de penas,
etc.).
Asimismo, como un desarrollo de la tradición clásica
que enfatiza el resultado de “daño”, y atendidas también
otras características típicas de las conductas delictivas,
Redondo (en preparación) ha efectuado la siguiente
definición: “Los delitos consisten en conductas de
agresión o engaño, cuyo propósito es lograr un beneficio
o satisfacción propios, sin tomar en consideración el daño
o riesgo que se causará a otras personas o a sus
propiedades”. Esta definición atiende, para caracterizar
los delitos, a tres aspectos complementarios: la naturaleza
o forma de las conductas delictivas que muy
frecuentemente comportan el uso de la violencia o el
engaño; el objetivo o resultado de tales acciones, que a
menudo es la satisfacción o beneficio propios; y, por
último, la ignorancia del delincuente de los riesgos o
perjuicios que podría causar a otras personas.
Robinson y Beaver (2009) diferenciaron entre distintos
términos relativos a la delincuencia, que muchas veces se
emplean como sinónimos, aunque puedan estrictamente
no serlo: delito sería un término específico, generalmente
referido a un acto concreto de violación de la ley penal;
delincuencia tendría una connotación más amplia, más
criminológica, pudiendo hacer referencia a todas aquellas
conductas prohibidas, y por tanto susceptibles de ser
delitos (hurtos, fraudes a la hacienda pública, intentos
delictivos incompletos o frustrados, homicidios no
culpables, etc.), si hubieran llegado a conocerse o a
perseguirse como tales; la expresión conducta antisocial
sería aún más amplia que delito y delincuencia,
refiriéndose a todos aquellos comportamientos que entran
en conflicto con las normas sociales prevalentes (desde
una perspectiva psicopatológica, existen unos criterios
diagnósticos de conducta antisocial en el Manual
Diagnóstico y Estadísticos de los Trastornos Mentales, o
DSM-IV). Por último, comoquiera que gran parte de la
información científica sobre la delincuencia se difunde en
inglés, debe recordarse que en esta lengua, para hacer
referencia específica a la delincuencia juvenil, se reserva
el término “delinquency”, por contraste con “crime”,
“offence” o “criminality”, que generalmente se referirían
a la delincuencia adulta, diferenciación terminológica
inexistente en castellano.
Décadas atrás, con objeto de soslayar las dificultades
inherentes a la definición de delito, se intentó remplazar
este concepto por el de desviación social, que en cierto
grado sería sinónimo del de conducta antisocial, al que se
acaba de hacer referencia. Para el análisis de esta
propuesta se sigue aquí el análisis efectuado por Becker
(1971), uno de los teóricos más relevantes de las
perspectivas del etiquetado9.
Desde el planteamiento del interaccionismo simbólico,
que se haya conectado en Criminología con las teorías del
etiquetado, se señaló que los grupos sociales no definirían
y aplicarían las normas punitivas de un modo fijo e
inexorable, sino que castigarían las infracciones de forma
contingente a determinadas circunstancias (Becker, 1971).
Para que una conducta infractora sea perseguida se
requiere que alguien reclame la aplicación de determinada
norma, reforzando la acción de la ley con su propia
exigencia y redefiniendo así, para el caso particular, el
comportamiento desviado e infractor. Desde esta
perspectiva, la sociedad misma, a instancias de sus
individuos y grupos más poderosos, sería la que crearía la
desviación y el delito mediante el proceso de imposición
de las normas. Es decir, la desviación no sería un atributo
del propio individuo sino un proceso dinámico que
resultaría de la interacción entre quienes generan y
aplican las normas y quienes las infringen. Cuando una
persona denuncia públicamente la inconveniencia o
ilicitud de determinado comportamiento, se hace más
probable que la comunidad comience a valorarlo como
inaceptable y “anormal” y que su autor sea catalogado
como alguien “diferente” o “desviado”10.
A menudo, las etiquetas de “desviado”, “anormal” o
“delincuente”, suelen aplicarse a individuos más frágiles,
poco influyentes, o marginales de la sociedad. Sin
embargo, Simon (2007) acuñó la expresión “desviación
de las élites”, para referirse, de forma amplia, a aquellas
conductas de sujetos y grupos poderosos que, aunque a
veces puedan no ser delitos (ya que no se incluyen de
forma específica en el Código Penal), son
manifiestamente contrarias a la ética, violan normas
civiles o administrativas, o dañan a otros de modo
intencional, irresponsable, o negligente. “Desviación de
las élites” intentaría aglutinar conceptos como
delincuencia de cuello blanco, delincuencia o violencia
corporativa, delincuencia asociada en el desempeño de las
profesiones, desviación gubernamental, crímenes de
estado, o delitos de los privilegiados. Como expresaron
Kappeler, Blumberg y Potter (2000), el conjunto de los
delitos violentos, contra la propiedad, y todos los demás
delitos comunes, en cuyo combate se concentra la mayor
parte de la energía y recursos sociales, pueden ser a
menudo mucho menos dañinos para la sociedad que las
masivas infracciones que cometen los corporaciones y
empresas, las élites y los gobiernos.
Según todo lo visto hasta aquí, el delito no puede
generalmente definirse bajo la consideración exclusiva de
la conducta del infractor, sino como resultado de la
interacción entre diversos actores y elementos. En el
cuadro 1.3 se representa esta idea rodeando el delito de
los cuatro ingredientes necesarios para su análisis
completo, que a su vez constituyen las áreas principales
del análisis criminológico.
CUADRO 1.3. Elementos y áreas de estudio de la Criminología
Así pues, en el cuadro 1.3, y siguiendo en parte la
concepción de Cohen y Felson (1979) a la que se hará
referencia en un capítulo posterior, el delito sería
concebido como el producto resultante de las
interacciones que pueden surgir entre una persona
dispuesta a realizarlo, una víctima u objeto atractivos o
interesantes para la infracción, y un control social, ya sea
“formal” o “informal”, insuficiente. La Criminología
dirige su atención científica a todos y cada uno de estos
ámbitos, según se verá a continuación y a lo largo del
conjunto de esta obra.

1.3.2. Los delincuentes


¿Por qué algunas personas cometen delitos, o qué las
lleva a delinquir? ¿Quiénes son los delincuentes? Estas
preguntas, y otras parecidas, relativas a la naturaleza y
características de los delincuentes, estuvieron en el origen
mismo del estudio científico del delito, de la Criminología
como ciencia. Los delincuentes constituyen el área del
estudio criminológico que tradicionalmente ha suscitado
mayor número de investigaciones. Como se detallará más
adelante, numerosos estudios han analizado la influencia
que sobre los delincuentes y su comportamiento tienen los
factores biológicos, de personalidad, familiares,
educativos, sociales económicos, culturales, situacionales,
etc. Pese a todo, muchos de los resultados y conclusiones
obtenidos acerca de los delincuentes hacen referencia
fundamentalmente a las características propias de las
muestras evaluadas, que muy a menudo han sido muestras
de encarcelados, o, en todo caso, de delincuentes
detectados, pero no, como es lógico, a la idiosincrasia de
la delincuencia y los delincuentes desconocidos. Este
aspecto debe tenerse muy presente a la hora de extraer
conclusiones generales sobre los delincuentes y los
delitos, para no identificar de manera absoluta lo que
conocemos fehacientemente acerca de los delincuentes
detenidos y condenados (contra la propiedad, traficantes
de drogas, abusadores y agresores sexuales,
maltratadores, etc.) con la globalidad de las realidades
criminales, que pueden ser mucho más amplias y
desconocidas11.

1.3.3. Las víctimas


Actualmente se desarrollan muchos estudios
criminológicos cuyo objetivo es conocer los efectos que
produce el delito en las víctimas, las consecuencias que
tiene para ellas su trasiego a través del proceso penal (lo
que de hecho puede ser vivido por la víctima como una
“victimación secundaria”), aquellas características y
factores de las propias víctimas que pueden ayudar a la
prevención de los delitos, etc. Este gran desarrollo
investigador producido durante las últimas décadas ha
llevado a algunos a considerar necesario abordar el
estudio de las víctimas desde una “nueva disciplina”: la
victimología.
Con respecto al sistema penal, la víctima es un pilar
básico (y en general no apreciado en su justa medida), ya
que en muchas ocasiones es ella la que activa el sistema
de justicia mediante su denuncia y testificación. De no ser
así, muchos delitos no serían conocidos por la justicia, o
el trabajo de la policía sería mucho más arduo e ineficaz,
como ocurre cuando se investigan los llamados delitos
“sin víctimas” (o aquéllos en que la víctima es colectiva),
tales como los delitos económicos, contra la salud pública
o contra el medio ambiente, en los que con frecuencia los
individuos concretos no tienen un interés particular en
denunciar los hechos.
También se han desarrollado técnicas e instrumentos
para evaluar el riesgo existente de sufrir un delito en
determinada comunidad social, barrio, etc. Para ello se
realizan encuestas a muestras representativas de
ciudadanos, preguntándoles sobre los delitos que puedan
haber sufrido con anterioridad. Tales encuestas servirían
como barómetro de la probabilidad de experimentar
ciertos delitos, independientemente de cómo funcionen la
policía y los tribunales (Larrauri 1992; Díez Ripollés,
Girón, Stangeland y Cerezo, 1996; IEP, 1996; Sabaté,
Aragay y Torrelles., 1997; IERMP-Institut d’Estudis
Regionals i Metropolitants de Barcelona, 2012). También
existen instrumentos y protocolos que permiten estimar el
riesgo de re-victimización, por ejemplo de víctimas de
violencia de género o de agresión sexual (Andrés-Pueyo y
Echeburúa, 2010; Echeburúa y Redondo, 2010).
Las sociedades pagan distintos precios como resultado
de los delitos, incluidos en primer término los daños que
sufren las víctimas, pero también los gastos y molestias
derivadas de la prevención del crimen y los gastos
públicos necesarios para su control, que son objetos del
estudio criminológico. Asimismo, la victimología incluye
el estudio de las medidas de protección contra los delitos,
entre las que se contarían aspectos diversos que van desde
las técnicas verbales que las posibles víctimas podrían
utilizar para afrontar una situación de acoso sexual hasta
medidas anti-robo estrictamente mecánicas. El estudio del
coste social y económico de la delincuencia (Serrano
Gómez, 1986; Redondo, Garrido y Sánchez-Meca, 1997;
Welsh y Farrington, 2011) se suele vincular también a la
victimología.
En definitiva, la victimología contempla un gran
abanico de temáticas vinculadas con el resto de la
Criminología por la relación lógica que existe entre los
problemas estudiados. Sería absurdo proponer medidas
contra el acoso sexual sin investigar previamente las
motivaciones de los varones que efectúan estas conductas,
o diseñar alarmas anti-robo sin tomar en cuenta los
métodos preferidos por los ladrones para entrar en una
casa. Así como no es eficaz el estudio aislado de los
delincuentes, sin tomar en cuenta a las víctimas, el estudio
de la víctima y de su situación, aislado de los demás
componentes de la realidad criminal, no parece tampoco
muy adecuado y eficiente. La victimología debe, a nuestro
juicio, formar parte de la Criminología, y sus temas deben
estar integrados en la investigación y la enseñanza
criminológicas.

1.3.4. Los sistemas de control social


Suele diferenciarse entre control social formal e
informal. Control social formal es el que ejercen aquellas
instituciones y personas que tienen encomendada la
vigilancia, la seguridad o el control como actividades
profesionales. Por tanto en esta categoría se incluirían las
empresas de vigilancia, y las instituciones y estamentos
policiales, judiciales, fiscales, de justicia juvenil, y
penitenciarios. Por su lado, el control social informal es el
realizado por cualquier organización o persona, que
también actúan contra la delincuencia (disuadiéndola,
previniéndola o controlándola), pero sin que el control del
delito sea su actividad profesional específica. Ejemplos de
ello pueden ser los vecinos de un barrio, los trabajadores
de una empresa, los profesores de un colegio, los
transeúntes momentáneos de una calle o los viajeros de un
autobús. Ellos pueden impedir en ciertos momentos y
circunstancias que se realicen determinados actos
delictivos, ya sea por su propio interés personal, por el
interés de la colectividad o por motivos altruistas.
Por ejemplo, cuando el vendedor de unos grandes
almacenes actúa contra el intento de hurto por parte de un
cliente, está ejerciendo, según la definición propuesta, un
control informal, mientras que la actuación del vigilante
jurado en el mismo caso formaría parte del control formal.
Mientras que el primero está contratado para vender
productos, el segundo lo está específicamente para
impedir las sustracciones y los robos. Sin embargo, ambos
trabajadores son susceptibles de contribuir a evitar los
hurtos en la tienda.
Los controles formales e informales no suelen operar
independientemente en la comunidad social, sino que
unos y otros tienden a entrelazarse en la prevención
delictiva. En muchas situaciones infractoras, la denuncia a
la policía de un delito (es decir, la demanda de
intervención del control formal), es en realidad el último
recurso utilizado por los ciudadanos cuando ya han
fracasado sus previos intentos de resolver la situación de
una forma más directa y personal.
Los controles formales están generalmente delimitados
por la ley, que especifica los mecanismos que se pueden
utilizar para investigar y clarificar los hechos delictivos, y
las sanciones o medidas que se pueden aplicar a los
delincuentes. El control informal también está
parcialmente acotado por la ley, en la medida en que los
insultos, la discriminación social o los actos de “auto-
justicia” suelen hallarse prohibidos. Sin embargo, el
control social sutil y diario encuentra muchas menos
restricciones formales. El cotilleo, la sonrisa burlona o el
miedo a perder una amistad o un trabajo influyen
decisivamente en el comportamiento humano, pudiendo
inhibir ciertas infracciones y delitos del mismo modo que
en ciertas ocasiones pueden también instigarlos.
A partir de los análisis criminológicos del control
informal se ha planteado la necesidad de cambiar y
mejorar algunos aspectos del ambiente físico que pueden
ser facilitadores de los delitos. Por ejemplo, Neuman
propuso, a partir de su concepto de “espacio defendible”,
el diseño de los bloques de viviendas de tal forma que el
propio diseño arquitectónico (que condiciona el
movimiento de las personas al salir de su vivienda o
entrar a ella, los espacios más visibles, etc.), sea el que
permita ejercer un mayor control sobre los espacios
comunes y lugares de paso más frecuentes, como patios o
pasillos (Newman, 1972; Reynald y Elffers, 2009).
También existen investigaciones que han analizado cuáles
son los lugares más adecuados para la colocación de las
cajas registradoras dentro de los locales comerciales con
la finalidad de inhibir los atracos (Felson, 1994). El
estudio de las oportunidades para el delito ha mostrado
gran utilidad en programas de prevención delictiva
(Clarke, 1992, 1994; Felson, 2006; Vozmediano y San
Juan, 2010; Wortley y Mazerolle, 2008).
Según el conocimiento de que se dispone en la
actualidad, el control informal sería en general mucho
más activo y eficaz contra la delincuencia que el formal,
ya que sin la existencia de muchas personas corrientes
motivadas e interesadas en prevenir los delitos
(familiares, vecinos, comerciantes, transeúntes, etc.), la
policía y los tribunales poco podrían hacer generalmente
al respeto. Lo anterior debería llevarnos a una reflexión
profunda acerca de la distribución de los recursos
materiales y personales destinados a la lucha contra la
delincuencia (especialmente en tiempos de grave crisis
económica, como los que vivimos): aunque la mayoría de
los esfuerzos económicos y sociales se pongan en la
dotación de controles formales y de seguridad y en la
sanción de los delincuentes, se conoce bien que la
prevención es, en general, más eficaz que la represión, y
el control informal más que el formal.
Desde la perspectiva del desarrollo humano, el
funcionamiento y la influencia adecuada sobre el
individuo de los controles informales y formales jugaría
un papel fundamental en la formación de su personalidad
y del desarrollo del propio autocontrol como base de la
integración social y la inhibición delictiva. Y, viceversa,
un mal funcionamiento en los controles informales o
formales contribuiría a que determinados sujetos acaben
cometiendo delitos y desarrollando carreras delictivas.
Los estudios criminológicos sobre control formal
incluyen análisis del funcionamiento de la policía, de los
efectos disuasorios de la vigilancia, de las tasas de
esclarecimiento de los delitos, etc. También abarcan
temas como el funcionamiento de los tribunales en la
persecución y sanción de los delincuentes, y estudios
sobre los efectos preventivos de diferentes medidas
penales como las multas, la prisión o las penas
alternativas.
El concepto de control social también forma parte de los
análisis de otras disciplinas como la psicología social, la
sociología y la antropología social. Sin embargo, en
Criminología dicho concepto se utiliza de una forma más
precisa y restringida. A los criminólogos les interesan,
básicamente, los procesos de control de los delitos, y no
otros muchos aspectos del control informal que pueden
guardar relación con las costumbres sociales, el cotilleo,
las prácticas religiosas, los hábitos lingüísticos, las
costumbres sexuales, las modas en el vestir, etc.
Como puede verse hasta aquí, en función de todo lo
comentado en este capítulo introductorio, la delincuencia
es un fenómeno complejo, que incluye diferentes
elementos, y que por ello no permite una explicación
simple ni una solución con remedios fáciles. En
consonancia con ello, los estudios criminológicos deben
abarcar temas muy variados para describir y entender los
fenómenos delictivos. Paralelamente, el análisis de las
estrategias que resultan más eficaces para prevenir la
delincuencia también comprende diversos niveles, que en
sus extremos pueden ir desde sencillos consejos
específicos para eliminar determinados objetivos fáciles
para el delito, hasta ambiciosos programas preventivos de
amplio espectro, todo lo cual será objeto de estudio en
este manual.
1.4. DESARROLLO SOCIAL Y
PROFESIONAL DE LA CRIMINOLOGÍA

La Federación de Asociaciones de Criminólogos de España (FACE) aglutina


diversas asociaciones profesionales de criminólogos, y tiene como objetivo el
desarrollo y promoción de la profesión criminológica en distintos ámbitos y
estamentos.
En la foto, la actual junta directiva de la Federación de Asociaciones de
Criminólogos de España (FACE). De izquierda a derecha, Pedro C. Torrente
(Vicepresidente, y Secretario de la Asociación Catalana de Criminólogos),
Francisco Bernabeu (Presidente, y Presidente de la Asociación de
Criminólogos de Alicante), Nahikari Sánchez (Secretaria, y Presidenta de la
Asociación Profesional de Criminólogos de Navarra) y Abel González
(Vicepresidente, y Presidente de la Asociación de Criminólogos de Madrid).

Es un implícito que la formación universitaria, y


cualquier suerte de formación especializada, debería
traducirse a la postre en el desarrollo de una actividad
profesional coherente con los estudios cursados. Y así
sería deseable y esperable que ocurriera también por lo
que concierne a la Criminología, algo que en la actualidad
escasamente sucede.
La formación universitaria en Criminología en general
capacita, o debería capacitar, a los estudiantes y futuros
profesionales en competencias como las siguientes:
– La recogida y sistematización de información válida
sobre la delincuencia, a partir de diversas fuentes, tales
como cuestionarios de autoinforme, encuestas de
victimización, datos policiales, judiciales,
penitenciarios, etc. También para la obtención de
información, paralela a la anterior, sobre miedo al
delito y percepción pública sobre seguridad ciudadana.
– El análisis matemático, numérico y gráfico, de las
cifras de la delincuencia y de la percepción de
inseguridad, y su presentación pública en términos
técnicos coherentes, comprensibles e interpretables,
más allá de la simplicidad y frecuentes errores de las
tradicionales estadísticas burocráticas que sobre el
delito ofrecen algunos organismos oficiales.
– La interpretación de la prevalencia delictiva y de la
evolución de las cifras de la delincuencia, a la luz de la
investigación y teorías criminológicas vigentes.
– La evaluación y descripción de los factores de riesgo
que influyen sobre individuos y contextos concretos,
incrementando la probabilidad de comisión de delitos.
O dicho de otro modo, la evaluación técnica del riesgo
delictivo.
– La explicación científica del inicio y desarrollo de las
carreras delictivas individuales, a partir de considerar
la confluencia en los sujetos de factores de riesgo,
individuales, sociales y ambientales.
– El análisis y la predicción del riesgo de repetición de
los delitos, o reincidencia delictiva, lo que puede tener
gran relevancia para la gestión más adecuada y
eficiente de los riesgos asociados a las decisiones
judiciales, para la administración de las instituciones
juveniles, y para la organización y funcionamiento de
las prisiones u otros sistemas de ejecución de penas y
medidas judiciales.
– La mejor comprensión y explicación, a través de las
teorías criminológicas generales, de los fenómenos
criminales a nivel de los vecindarios y barrios,
ciudades, regiones o países.
– Los análisis comparativos de la criminalidad (global, o
bien la correspondientes a ciertas tipologías) entre
diversos contextos, territorios o poblaciones.
– La evaluación y emisión de informes técnicos sobre
perfiles de categorías específicas de delincuentes,
como puedan ser delincuentes violentos, agresores
sexuales, maltratadores, traficantes de drogas, etc.
– El análisis de lugares y contextos de alta
concentración de delitos, y, sobre la base de los
conocimientos de la Criminología ambiental, la
especificación de los factores sociales y situacionales
que favorecen la delincuencia.
– La creación, aplicación y evaluación de iniciativas y
proyectos de prevención del comportamiento infractor
y antisocial en los ámbitos de mayor influencia sobre
los adolescentes y jóvenes, tales como las familias, las
escuelas y otras instituciones formativas, los contextos
vecinales, los marcos deportivos, los lugares de ocio, y
el uso de las nuevas tecnologías de la información.
– El diseño, aplicación y evaluación de programas
innovadores de prevención de los delitos en contextos
adultos, incluyendo el comercio y los negocios, las
transacciones bancarias, las relaciones de pareja, las
interacciones sexuales, los lugares de trabajo, las áreas
de ocio, los contextos urbanos, etc.
– La aplicación y evaluación de intervenciones y
tratamientos sólidos (es decir, de eficacia contrastada)
con delincuentes juveniles y adultos, tanto en
instituciones como en la comunidad.
Las competencias profesionales de los criminólogos, a
las que se ha hecho referencia, pueden ser de gran utilidad
en instituciones y contextos como los siguientes:
– Organismos municipales de análisis y gestión de la
seguridad urbana.
– Departamentos de interior o gobierno de las
comunidades autónomas.
– Policías locales, regionales y nacionales.
– Ministerios del gobierno con competencias en materia
de seguridad, educación, salud y prevención general.
– Instituciones y programas juveniles.
– Servicios sociales en relación con familias y barrios en
riesgo.
– Centros de internamiento de menores infractores y, en
general, instituciones y programas conectados con el
campo de la justicia juvenil.
– Prisiones y otras instituciones de ejecución de penas y
medidas de privación de libertad para sujetos adultos.
– Servicios de tratamiento de delincuentes juveniles y
adultos.
– Servicios de atención, ayuda y tratamiento de víctimas
de los delitos.
– Organismos de preparación de las reformas legales en
materia de prevención y represión del delito.
Los conocimientos y competencias profesionales de la
Criminología, a que se ha aludido, están teniendo una
creciente proyección y aplicación en distintos países
desarrollados, particularmente de Norteamérica y Europa,
en las instituciones de la justicia y en la propia
comunidad. Ello en absoluto significa que en tales países
exista un desarrollo ideal de la Criminología aplicada.
Más aun, con frecuencia las aplicaciones criminológicas
más innovadoras y progresivas, en términos de
prevención del delito, rehabilitación de delincuentes, etc.,
han de convivir con iniciativas altamente retrógradas
como, por ejemplo, en algunos estados Norteamericanos,
los registros públicos en Internet del domicilio particular
y otros datos identificativos de ex delincuentes sexuales,
que hace tiempo que cumplieron sus condenas, y que por
ello deberían ser a todos los efectos ciudadanos libres y
anónimos.
Las aplicaciones mencionadas más arriba constituyen
ejemplos destacados de posibles utilidades de los
conocimientos adquiridos por la Criminología. Pero estas
iniciativas no agotan todos los supuestos de uso social del
conocimiento criminológico. Otras muchas sugerencias se
recogerán a lo largo del texto, en el apartado que se
incluye al final de cada capítulo, titulado “Principios
criminológicos y política criminal”. Dicho epígrafe
incorpora, además de una síntesis de conocimientos de
cada capítulo, diversas propuestas de innovación
criminológica que podrían derivarse de dichos
conocimientos. Por otro lado, nos gustaría animar
encarecidamente a profesores y alumnos a reflexionar
creativamente, a partir del estudio de cada capítulo, acerca
de otras posibilidades y caminos para las aplicaciones
criminológicas.
Hoy por hoy la Criminología cuenta con más resultados
y conclusiones científicas que desarrollos tecnológicos y
aplicaciones profesionales. Para las próximas décadas, la
utilización sistemática e innovadora de los conocimientos
alcanzados es, sin duda, el gran reto al que se enfrenta la
ciencia criminológica.
Este desafío práctico para el futuro tiene una
indispensable condición en el presente: que los alumnos
universitarios de Criminología alcancen una formación
del máximo nivel y calidad, y adquieran un buen
conocimiento de la disciplina en su conjunto, lo que
pueda permitirles su posterior especialización y
desempeño profesional. Sobre estas bases, los expertos,
proponentes y gestores de las políticas criminales
venideras, entre los que los criminólogos deberían ser un
activo destacado, podrán renovar, enriquecer y mejorar las
actuaciones sociales encaminadas a la prevención y
reducción de los delitos.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. La Criminología es la ciencia que estudia los comportamientos delictivos y las
reacciones sociales frente a ellos. Según esto, el objeto de estudio y el espacio
científico de la Criminología resulta de la intersección entre dos dimensiones: una
de acción, o de conducta, y otra valorativa, de aceptación o rechazo social de
ciertos comportamientos.
2. La Criminología comparte algunos conocimientos, términos e instrumentos de
investigación con otras disciplinas próximas, como la sociología, la psicología, la
educación, la medicina, la biología y el derecho.
3. El método científico, utilizado por la Criminología, se dirige a describir, explicar,
predecir e intervenir sobre los fenómenos delictivos o sobre su control.
4. Los argumentos fundamentales que avalan el carácter científico de la Criminología
son el uso de métodos e instrumentos válidos, la obtención de conocimientos
fiables y verificables, y la relevancia social de su objeto de estudio.
5. Los criminólogos resultarán útiles a la sociedad en la medida en que logren aplicar
sus conocimientos para una mejor comprensión de los fenómenos delictivos y para
su prevención más eficaz.
6. La política criminal y las leyes penales pueden considerarse, de una forma realista,
más que como producto exclusivo de un consenso colectivo o contrato social,
como resultado también de un cierto conflicto, resuelto de manera pacífica y
democrática, entre los intereses de los diferentes grupos de presión que conviven
en la sociedad.
7. La denuncia pública de determinados comportamientos como delictivos juega un
papel relevante en su persecución criminal.
8. El delito resulta de la interacción entre delincuentes, objetos o víctimas atractivas
para el delito, y fallos en el control social, tanto informal como formal. Por ello,
todos estos elementos constituyen las principales áreas del estudio criminológico.
9. Los mecanismos de control social informal, integrados por la generalidad de los
ciudadanos (en las familias, escuelas, contextos laborales, de ocio, etc.), juegan el
papel más importante en la prevención de la delincuencia, por encima de la
relevancia que puedan tener los controles formales (policía, tribunales, prisiones,
etc.).
10. La Criminología cuenta en la actualidad con múltiples conocimientos susceptibles
de mejorar la descripción y explicación de los fenómenos criminales y, lo que es
socialmente más importante, la predicción y prevención de las diversas formas de
la delincuencia. Tales conocimientos deberían irradiarse cada vez más en la
concepción y aplicación de las políticas criminales, a partir de una mayor
intervención de los criminológicos en tales políticas y aplicaciones.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. Busca en distintos libros de texto cómo es definida la Criminología. ¿En qué se
parecen y se diferencian las definiciones que has encontrado? ¿Existe relación
entre la definición de Criminología de cada manual y la estructura de sus capítulos
o temario?
2. ¿Es la Criminología una ciencia interdisciplinaria? ¿Tiene un método propio o
utiliza el mismo método que otras ciencias? ¿Comparte algunos instrumentos de
estudio con otras disciplinas? Razona tus respuestas y valora sus implicaciones.
3. ¿Cuáles son las principales áreas de estudio criminológico? ¿Cuáles son las
temáticas más relevantes en cada área? ¿Y sus dificultades de análisis científico?
4. ¿Qué es un delito? ¿Qué es la delincuencia? ¿Y la conducta antisocial? ¿Y la
desviación social? ¿En qué resultan semejantes y en qué no todos estos conceptos?
5. Compara y relaciona la definición jurídica de delito y otras posibles definiciones
“naturalistas” o criminológicas.
6. ¿Qué se entiende por “desviación de las élites”?
7. En relación con las víctimas, ¿de qué cuestiones de investigación y aplicadas puede
ocuparse la victimología?
8. ¿Constituye el ajuste de cuentas dentro de una banda de narcotraficantes un
ejemplo de control social? Razona tu respuesta.
9. ¿Cuáles son las funciones o roles profesionales de los criminólogos en la sociedad
actual? ¿Se te ocurren otras posibilidades de actuación profesional?

1 Muchos manuales de Criminología suelen comenzar debatiendo si esta


disciplina tiene o no entidad científica autónoma y, en su caso, cuál es su
objeto de estudio. Respecto de la entidad científica de la Criminología, es
frecuente caracterizarla como una ciencia interdisciplinaria (Walsh, 2012),
o producto de la intersección de otras disciplinas, como el derecho, la
sociología, la psicología, la psiquiatría, la antropología, o la medicina
forense, entre otras. Cuando se afirma que la Criminología es una ciencia
interdisciplinaria, a menudo se está sugiriendo que debido a ello no
poseería entidad científica propia e independiente, sino que sería más bien
resultado de la confluencia de conocimientos y metodologías provenientes
de otras disciplinas. En lo concerniente a su objeto de estudio, los tratados
suelen adoptar dos posturas extremas. Para algunos, de modo
reduccionista, la Criminología tiene idéntico objeto que el derecho penal:
el delito. Para otros, desde una visión fragmentadora, la Criminología
tiene múltiples objetos de análisis, entre los que se mencionan, cuando
menos, los siguientes: la delincuencia (como fenómeno social), el delito
(como acción individual), los delincuentes (en cuanto actores de los
delitos), los sistemas de control (como reacción frente al delito) y las
víctimas (como sujetos pacientes del delito). Quienes aseveran que la
Criminología tiene el mismo objeto de análisis que el derecho penal, en
verdad están afirmando que la Criminología carece de objeto de estudio
propio. En el extremo contrario, quienes proponen tanta variedad de
objetos de análisis (delincuencia, delito, delincuentes, sistemas de control
y víctimas) suelen concluir, también de modo pesimista, que no es posible
construir una auténtica ciencia con pretensiones tan diversificadas. Aquí
se propone un punto de vista diferente y alternativo a las anteriores
concepciones, en la dirección ya apuntada por Redondo, 1998c. En
relación con el objeto de estudio de la Criminología, se considera que ni
es tan plural y heterogéneo como a veces se afirma ni tampoco es el
mismo objeto del derecho penal. También se afirma la plena identidad
científica de la Criminología, pese a que, al igual que hacen todas las
demás ciencias, coopere con otras disciplinas y comparta con ellas
algunos de sus conocimientos y métodos.
2 Una definición cercana a ésta es la que considera que la Criminología es la
ciencia que estudia la delincuencia y los sistemas sociales empleados para
su control (Hassemer y Muñoz Conde, 2001).
3 Los restantes elementos que a veces son mencionados como objetos de la
Criminología: delincuencia, delincuentes y víctimas, son en realidad
componentes analíticos, o áreas de estudio, subordinados a la intersección
de conductas delictivas y reacción social.
4 Calificar a la Criminología como ciencia interdisciplinaria, como suelen
hacer la mayoría de manuales y tratados, es en la actualidad innecesario.
Si ello pretende significar que la Criminología comparte ciertos
conocimientos e instrumentos con otras disciplinas sociales colaterales,
como la sociología o la psicología, el calificativo de interdisciplinariedad
es una obviedad que no requiere mención o atención particular. Todas las
ciencias modernas participan en mayor o menor grado de terminologías,
conceptos y técnicas de otras ciencias afines. Además, compartir ciertos
conceptos o instrumentos (como cuestionarios, entrevistas, análisis
estadísticos, etc.) con otras ciencias afines no menoscaba la entidad
científica de la Criminología, sino que antes bien la corrobora, ya que el
método científico es esencialmente único. Su fundamento reside en el
sometimiento a la realidad, a los hechos analizados, que son descritos
mediante la observación y la experimentación. La Criminología intenta
responder, a través de la investigación empírica, a preguntas acerca de qué
factores sociales o individuales influyen sobre el comportamiento
delictivo, qué personas se hallan en mayor riesgo de delinquir o de ser
víctimas del delito, cómo evolucionan las carreras delictivas juveniles,
qué papel juegan los medios de comunicación social en la amplificación
artificial del fenómeno delictivo, cómo influyen los sistemas de control en
la perpetuación de la conducta delictiva, o cómo puede prevenirse más
eficazmente la delincuencia.
5 En metodología el término falsar hace referencia al proceso científico que
se sigue para intentar hallar evidencia contraria a una determinada
hipótesis o teoría. Una teoría es falsada si aparecen diversos datos que la
refutan, y en este supuesto debe ser rechazada.
6 En la República Democrática Alemana, antes de que el estado se
derrumbara con el desmoronamiento de la Unión Soviética, existía toda
una estructura para la investigación y la docencia del marxismo-leninismo
científico. Al cambiar la valoración social de estos conocimientos, tras la
caída del muro de Berlín, esa estructura se desprestigió como disciplina
científica y acabó desapareciendo. Algo parecido ocurrió en España,
después de la muerte de Franco, con la Formación del Espíritu Nacional,
aunque el anterior régimen afortunadamente nunca la elevó a la categoría
de ciencia.
7 A lo largo de la historia de la ciencia, no ha sido infrecuente que los
proponentes de una innovación científica importante, que anulaba o
cuestionaba el conocimiento precedente, hayan sufrido la incomprensión,
el ostracismo o incluso la agresión de sus colegas más conservadores. Uno
de los primeros ejemplos de ello ocurrió en la escuela del matemático
griego Pitágoras, quien había establecido la existencia de una armonía
perfecta entre proporciones geométricas, números y principios básicos de
la música. Sin embargo, su discípulo Hippasos, en su afán inicial de
corroborar y desarrollar la teoría del maestro, descubrió la existencia de
los números irracionales (que entraban en aparente contradicción con el
sistema pitagórico), y debido a este descubrimiento revolucionario fue
asesinado por sus colegas (Koestler, 1959). En tiempos modernos, los
científicos que discrepan demasiado de las teorías y métodos establecidos
suelen conservar la vida, pero, con frecuencia, pueden tener problemas
académicos. También es verdad que no todos aquellos científicos que
pretenden romper los modelos establecidos acaban demostrando la
veracidad de sus planteamientos.
8 Por un lado, si la sociedad no considera importante el objeto de estudio de
una disciplina, los conocimientos obtenidos en ella pueden no ser
suficientes para consolidarla como ciencia reconocida; pero, por otro, para
que adquiera la entidad de ciencia es imprescindible que utilice
procedimientos de investigación que puedan asegurar la fiabilidad y
verificabilidad de los conocimientos logrados.
9 La visión más simple a este respecto fue la posible atención al concepto de
desviación estadística, que consideraría “desviado” todo aquello que se
aleja excesivamente del promedio estadístico, que difiere de lo “común” o
habitual. Otra perspectiva interpretaría la desviación como enfermedad,
como algo esencialmente patológico, que revelaría la presencia de un
“trastorno”, o “anomalía”. Sin embargo, en el terreno social no existe un
criterio universal que permita delimitar con seguridad qué constituye una
conducta “sana”. Por su parte, el funcionalismo estructural, en una
analogía vinculada a la anterior, concibió también la sociedad como un
organismo y analizó tanto los procesos que favorecerían la estabilidad de
esa sociedad (“salud”), denominados “funcionales”, como aquellos otros
que podrían romperla y, por lo tanto, resultarían “disfuncionales”,
amenazando la estabilidad y la supervivencia de la sociedad (Parsons,
1988). En esta última aproximación la delincuencia sería concebida como
un proceso desestabilizante que perturbaría la armonía de la comunidad.
Sin embargo, en determinados sectores del comportamiento delictivo (no
así en los comportamientos más graves, que se ubican en el núcleo del
cuadro 1.2, y que se hallan penalizados en todas las sociedades) es
complejo delimitar qué es funcional o disfuncional para una sociedad o
grupo. Pueden existir concepciones muy distintas respecto de lo que
resulta beneficioso para una sociedad. Dependiendo de los objetivos que
un grupo persiga, determinados procesos sociales o comportamientos que
lo alejan de sus metas serán valorados como disfuncionales, mientras que
aquellos otros que lo acercan a ellas serán considerados funcionales. El
consumo de drogas puede ser un ejemplo, ya que para unas personas y
grupos sociales será una conducta completamente disfuncional, pero para
otros será algo aceptable o conveniente. Por lo tanto, se constata que las
normas sociales que califican ciertas conductas como desviadas, serían
también una cuestión valorativa o de opción moral o “política”, algo que
la perspectiva funcionalista ignora, limitando de esta manera su adecuada
comprensión.
10 Véase el siguiente ejemplo antropológico, recogido por Becker (1971).
Entre los trobiandeses (pueblo que habita unas islas en el Océano Pacífico
y que fue estudiado por el antropólogo Malinowsky a principios del siglo
XX), existían unas estrictas normas sobre el incesto, que prohibían
mantener relaciones sexuales y de pareja entre parientes cercanos. No
obstante, había una pareja de jóvenes formada por una chica y un chico
que eran primos, a pesar de lo cual no eran molestados por su relación.
Aunque todos conocían su unión afectiva nadie actuaba para impedirla. Si
alguien hubiese preguntado a los habitantes del pueblo sobre las normas
existentes sobre las relaciones amorosas entre parientes, probablemente
hubiesen respondido que estaban prohibidas. A pesar de lo cual, toleraban
esa relación concreta ya que parecía no molestar a nadie y no producir
ningún escándalo público. Sin embargo, la situación cambió cuando otro
pretendiente de la chica se plantó en el centro del pueblo y denunció
públicamente lo que sucedía, exigiendo la aplicación de la norma, que
estaba de su parte. Con esta actuación obligó a los habitantes del pueblo a
tomar partido a favor de la ley y contra la relación incestuosa descrita. El
fin de esta historia, relatada por Malinowsky y también utilizada como
ejemplo por Becker (1971), fue trágico: el primo y amante de la chica, al
verse privado de su amor, se suicidó tirándose desde una palmera.
11 Un ejemplo: se han efectuado múltiples estudios sobre la personalidad de
los violadores, generalmente basados en entrevistas y cuestionarios
psicológicos aplicados a violadores que cumplen condena en prisión
(Scully, 1990; Garrido, 1989; Garrido et al., 1995; Bueno García y
Sánchez Rodríguez, 1995; Redondo et al., 2005; Redondo y Martínez-
Catena, 2011). Sin embargo, se sabe que existe una elevada “cifra negra”
de delincuencia sexual. En muchas ocasiones las violaciones no son
denunciadas, e incluso en algunos casos, cuando son denunciadas, el
presunto autor no llega a ser condenado. De esta manera, los datos e
informaciones obtenidos a partir de los violadores encarcelados
probablemente no representan al conjunto de la población de violadores.
De acuerdo con la investigación internacional, los violadores en prisión
proceden de una clase social desfavorecida, poseen a menudo
antecedentes penales, y obtienen puntuaciones de inteligencia inferiores al
promedio. Sin embargo, estos factores no tienen por qué ser los causantes
de su conducta delictiva, sino que más bien podrían vincularse al hecho de
que hayan podido ser detenidos y condenados, mientras que otros
violadores de clase media, sin antecedentes penales y con un nivel de
inteligencia más elevado tendrían, tal vez, una menor probabilidad de ser
detectados.
2. HISTORIA DE LA
CRIMINOLOGÍA
2.1. CRIMINOLOGÍA RACIONAL: ILUSTRACIÓN Y ESCUELA
CLÁSICA 78
2.1.1. Cesare Beccaria (1738-1794) 79
2.1.2. Jeremy Bentham (1748-1832) 82
2.1.3. La Escuela clásica en España 85
2.2. PRIMEROS ESTUDIOS SOBRE FACTORES SOCIALES Y
DELINCUENCIA 86
2.3. COMIENZO DE LA CRIMINOLOGÍA CIENTÍFICA 91
2.3.1. Positivismo criminológico y método científico 91
2.3.2. El positivismo en España 99
2.3.3. Teorización criminológica de Rafael Salillas 101
2.4. ECOLOGÍA URBANA Y DESORGANIZACIÓN SOCIAL 103
2.5. IMITACIÓN Y DELITO 109
2.5.1. Leyes de la imitación 109
2.5.2. Teoría de la asociación diferencial 111
2.6. REACCIÓN SOCIAL, ECONOMÍA Y DELITO 113
2.7. LA CRIMINOLOGÍA ESPAÑOLA MODERNA Y
CONTEMPORÁNEA 117
2.7.1. Investigación 119
2.7.2. Enseñanza universitaria 121
2.7.3. Logros y retos 124
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 126
CUESTIONES DE ESTUDIO 127

La Criminología nació como disciplina científica, al


igual que otras ciencias sociales y biológicas, durante la
segunda mitad del siglo XIX. Ello no significa que la
infracción y el delito no hayan preocupado a los seres
humanos desde antiguo, pero siglos atrás estos
comportamientos se interpretaban de forma precientífica,
atribuyéndolos generalmente a la influencia de fuerzas
mágicas, espirituales o cósmicas (Rodríguez Manzanera,
1996; Saldaña, 1914). Desde la eclosión de las ciencias
modernas, a lo largo de los siglos XIX y XX, entre las que
se halla también la Criminología, diversos pensadores e
investigadores de múltiples países han debatido y
analizado científicamente (es decir, a partir de causas y
factores naturales) los problemas criminales y los
esfuerzos sociales para erradicar los delitos. Como
resultado de este empeño sucesivo y acumulativo, la
Criminología dispone actualmente de conocimientos
relevantes en diversos campos, teóricos y aplicados, que
constituyen el objeto esencial de este texto. Pero las obras
humanas son hasta cierto punto inseparables de quienes
las hicieron y de las épocas en que se gestaron, a la vez
que la conciencia de la propia historia confiere identidad a
una ciencia y a quienes se dedican a ella. Por ello este
capítulo prestará la atención debida a la historia de la
Criminología, incluida también la criminología española.

2.1. CRIMINOLOGÍA RACIONAL:


ILUSTRACIÓN Y ESCUELA CLÁSICA
El origen de la Criminología y de la justicia penal
moderna se fraguó en la Ilustración, desde finales del
siglo XVII y durante todo el siglo XVIII, y se concretó en
la denominada escuela clásica (Siegel, 2010). A partir de
las nuevas ideas de pensadores como Hobbes, Locke,
Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros, comenzaron a
ser conceptos clave del mundo moderno el imperio de la
razón, la libertad e igualdad de todos los hombres, la
justificación del contrato social en favor del bien común
y de la convivencia pacífica entre las personas, la justicia
sobre la base del respeto de las leyes, y la participación de
los ciudadanos en los asuntos públicos. Estas ideas dieron
pie a grandes cambios sociales y políticos como la
Revolución Francesa y los procesos de independencia de
Estados Unidos y de los países Iberoamericanos (Walsh,
2012).
Especialmente importante aquí es el concepto, acuñado
entonces, del “contrato social”, que es inherente a la
perspectiva criminológica denominada del consenso.
Según este planteamiento, las leyes, que rigen los
comportamientos individuales y las relaciones sociales,
serían resultado del “contrato social”, o acuerdo implícito
entre los ciudadanos acerca del bien común; resolverían
las discrepancias que pudieran surgir entre los intereses
generales, de la sociedad, y los intereses particulares, de
los individuos.
Tomando como base una propuesta previa del filósofo
británico Thomas Hobbes (1588-1678) (Yar, 2010),
Rousseau (1712-1778) describió el “contrato social” del
siguiente modo:
Hay que “encontrar una forma de asociación que defienda y proteja
de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y
gracias a la cual cada uno, en unión de todos los demás, solamente se
obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes. Este es el problema
fundamental que resuelve el contrato social. (…) Estas cláusulas bien
entendidas se reducen todas a una sola, a saber: la alienación total de
cada asociado con todos sus derechos a toda la comunidad. Porque, en
primer lugar, al entregarse cada uno por entero, la condición es igual
para todos y, al ser la condición igual para todos, nadie tiene interés en
hacerla onerosa para los demás” (Rousseau, 1993 [1762]: 14-15).

Las nuevas ideas de la Ilustración, a que se ha aludido,


contribuyeron a una nueva concepción de las instituciones
sociales y políticas y de la organización social en su
conjunto. Y también, por lo que aquí nos incumbe,
comportaron una manera diferente de interpretar y
prevenir los delitos, y de castigar a los delincuentes. Los
dos pensadores más destacados e influyentes fueron el
italiano Cesare Beccaria y el británico Jeremy Bentham
(García-Pablos, 1999). Además, pronto estas nuevas ideas
impregnaron las leyes penales de los nuevos regímenes
post-revolucionarios, como, por ejemplo, el Código Penal
francés de 1791, tras la Revolución (Bernard, Snipes, y
Gerould, 2010), y posteriormente otros códigos penales
como el ruso o el español (Rodríguez Manzanera, 1998).
La escuela clásica, surgida de la Ilustración, constituye
todavía el principal fundamento conceptual de la mayoría
de las políticas criminales y sistemas jurídico-penales
actuales, por lo que requiere la debida atención en este
capítulo histórico de la Criminología.

2.1.1. Cesare Beccaria (1738-1794)


Cesare Bonesana, Marqués de Beccaria (1738-1794). Nacido en Milán, cursó
estudios de Derecho en la Universidad de Pavía. Era el mayor de cuatro
hermanos y se educó en escuelas religiosas. Es la gran figura de la Escuela
clásica de Criminología.

De los delitos y de las penas, la obra principal de Cesare


Bonesana, Marqués de Beccaria, publicada en 1764
(cuando Beccaria contaba tan solo 26 años), fue un libro
muy influyente en su tiempo, aunque al igual que otros
libros destacados de la historia del pensamiento, fue
pronto incluido por la Iglesia Católica en el Índice de
Libros Prohibidos (Bernard et al., 2010), lo que ha
acostumbrado a ser más un impulso para la difusión e
influencia de las obras proscritas que no lo contrario.
De los delitos y de las penas fue publicado en español
diez años más tarde, en 1774, y también prohibido por un
edicto de la Inquisición en 1782, no volviéndose a editar
hasta 1820.
La obra de Beccaria constituyó en su época una
propuesta reformadora de la sociedad, en contra de la
arbitrariedad, la ilegalidad y los abusos de poder que
caracterizaban ampliamente a la justicia de su tiempo
(Siegel, 2010). Aunque De los delitos y de las penas no es
un tratado teórico sobre las causas de la delincuencia, sino
fundamentalmente un ensayo racional acerca de cómo
prevenir los delitos mediante las penas, existe una
concepción beccariana del delito, que puede entreverse a
lo largo de la obra (Yar, 2010). Las principales ideas de
Beccaria (1983 [1764]) sobre la delincuencia y la manera
de prevenir los delitos son las siguientes:
1. El contrato social y la necesidad del castigo:
Las leyes son la forma en que los hombres se unieron en
sociedad, sacrificando una parte de su libertad individual
en pro de la seguridad común. Las penas constituyen los
motivos sensibles necesarios contra aquéllos que infringen
las leyes.
2. La tendencia al placer como motivador del delito:
Los hombres delinquen debido a la elocuencia de las
pasiones, que los impulsan al logro del placer y a la
evitación del dolor1.
3. La gravedad de los delitos:
La naturaleza del delito reside en su nocividad social.
“El daño de la sociedad es la verdadera medida de los
delitos” (p. 66)2.
4. El estudio científico de los delitos:
La sociedad debería estudiar, mediante las ciencias, las
fuentes de los delitos y, antes de aplicar penas, utilizar los
medios necesarios para prevenirlos.
5. La libertad y la educación previenen la delincuencia:
La tendencia a delinquir es inversamente proporcional a
la libertad y a la educación de que disfrutan los hombres:
hombres libres, que estudian y reflexionan sobre lo que
les rodea, estarán menos inclinados a la voluptuosidad, al
libertinaje y a la crueldad que los hombres esclavos.
6. El fin de las penas:
Las penas tienen como objetivo “impedir que el reo
ocasione nuevos males a los ciudadanos y retraer a los
demás de cometer otros iguales” (p. 73).
7. Proporcionalidad entre delitos y penas:
Para resultar más eficaz, la pena debe ser superior al
bien que nace del delito y coherente con la propia
naturaleza de éste: al robo debe oponerse la esclavitud
temporal en obras públicas, al robo con violencia el
trabajo común y además alguna pena corporal, y a las
injurias, la infamia, que humille “el orgullo de los
fanáticos con el orgullo de los espectadores” (p. 95).
8. Prontitud y certeza de la pena:
Cuanto más segura, “más pronta y más próxima al delito
cometido sea la pena, tanto más justa y más útil será” (p.
89)3.
9. Suavidad del sistema penal:
La suavidad del sistema penal deberá ser directamente
proporcional al estado de desarrollo social que tiene una
determinada comunidad4.
10. Rechazo de la pena de muerte:
La pena más eficaz no es la pena de muerte, que no
debería aplicarse, sino la pérdida de la libertad5.
11. Prevenir el delito no penalizando lo innecesario:
Un modo de prevenir los delitos es no penalizar aquello
que no es necesario, ya que “ampliar la esfera de los
delitos equivale a aumentar la probabilidad de
cometerlos”: las buenas leyes solo deberían castigar los
verdaderos delitos y no un sinfín de “acciones
indiferentes que las malas leyes llaman delitos” (p. 138).
12. Prevenir el delito mediante recompensas de su
contrario:
Las leyes deberían también prevenir los delitos
recompensando las buenas acciones de los hombres.
Aunque la obra de Beccaria esencialmente plasma una
teoría sobre el control de los delitos mediante las penas,
también puede vislumbrarse en ella una concepción
hedonista de la motivación delictiva, probablemente
adoptada de los filósofos utilitarios de la época, que,
como Helvétius (1715-1771), consideraban que el
egoísmo era el motivo principal del comportamiento6.

2.1.2. Jeremy Bentham (1748-1832)


Jeremy Bentham (1748-1832). Es uno de los grandes filósofos del
utilitarismo, y el primero que escribió sobre los principios del fin de la pena
con detalle (“An introduction to the principles of morals and legislation”,
1789). Tampoco hay que olvidar su contribución a la psicología aplicada a la
sala de justicia en su obra de cinco volúmenes “Rationale of judicial
evidence” (1827). Fue el creador del primer sistema penitenciario (“El
panóptico”) que inspiró la primera prisión celular (donde los presos están
aislados).

Transcurridos veinticinco años de la aparición del


impactante libro de Beccaria, el británico Jeremy
Bentham publicó, en 1789, su Introducción a los
principios de la moral y la legislación, obra menos
conocida que la primera, pero que constituyó otro de los
fundamentos de la escuela clásica, especialmente en el
contexto anglosajón (O’Malley, 2010; García-Pablos,
1999). Bentham establece los siguientes principios sobre
la conducta humana y el control penal, a lo que Bentham
se refirió como “cálculo moral” (Bentham, 1948; 1991;
Horton, 2000):
La obra de Jeremy Bentham y su utilitarismo fue necesaria para que la
justicia se guiara por los principios de la razón ilustrada.

1. El placer y el dolor:
El comportamiento de los hombres se halla sometido a
dos dueños soberanos: la evitación del dolor y la
obtención del placer. Ellos determinan lo que hacemos, lo
que decimos y lo que pensamos, y constituyen la única
medida de la correcto y lo incorrecto.
2. Condiciones de las que dependen el placer y el dolor:
Los placeres y los dolores serán mayores o menores
según su intensidad, su duración, su certeza o incerteza,
su proximidad o lejanía, su fecundidad (o probabilidad de
que a un placer o dolor le sigan otros del mismo signo), su
pureza (o probabilidad de que les sucedan consecuencias
de signo contrario), y su extensión (o número de personas
a quienes afectan).
3. Principio de utilidad:
Por ello, el principio básico que rige el comportamiento
humano es la utilidad, que aprueba o desaprueba las
acciones según que tiendan al logro de la felicidad o a la
prevención de la infelicidad, ya sea de los individuos
concretos o de la comunidad en su conjunto. El interés
común no es otra cosa que la suma de los intereses
individuales.
4. Fuentes de dolor y de placer:
El placer y el dolor pueden ser suministrados a los
hombres desde cuatro fuentes sancionadoras distintas: la
física, fuente de placeres y dolores naturales, la moral o
popular, en la que el papel básico lo juegan los otros
ciudadanos, la religiosa, de la mano de un ser superior, y
la política, administrada por el juez. Esta última es la
única que pueden determinar las leyes, mediante las
penas.
5. Finalidad de las leyes:
Todas las leyes tienen como objetivo principal prevenir
el daño a los individuos o las comunidades, compensando
dicho daño mediante la asignación de una pena, con los
siguientes propósitos:
– Prevenir, si fuera posible, la comisión de toda clase de
delitos.
– Si no se lograra prevenirlos, al menos inducir al
delincuente a realizar un delito menos dañino.
– Si el individuo decide cometer el delito, disponerle a
no hacer más daño del necesario.
– Efectuar la prevención del modo más barato posible.
6. Proporción entre los delitos y las penas:
Para el logro de estos objetivos Bentham estableció las
siguientes reglas de proporcionalidad entre los delitos y
las penas:
– Primera: El valor de la pena no debe ser en ningún
caso menor que el suficiente para compensar el
beneficio del delito.
– Segunda: Cuanto mayor sea el daño del delito, mayor
deberá ser la gravedad de la pena mediante la que sea
compensado.
– Tercera: Cuando dos delitos entran en competencia, la
pena por el delito mayor deberá ser suficiente para
inducir a un hombre a preferir el delito menor.
– Cuarta: La pena se debería ajustar de tal manera a
cada delito concreto que, para cada parte del daño
que el delito produce, debería haber un motivo que
disuadiera al delincuente de realizar esa parte del
daño.
– Quinta: La pena no debería ser en ningún caso
superior a lo necesario para el cumplimiento de las
reglas aquí expuestas.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: TEXTOS CLÁSICOS: Suavidad de las
penas (Cesare Beccaria, De los delitos y de las penas, capítulo XXVII, pp. 101-103)
“(…) Uno de los mayores frenos del delito no es la crueldad de las penas, sino su
infalibilidad, y en consecuencia tanto la vigilancia de los magistrados como la
severidad de un juez inexorable debe ir acompañada, para ser una virtud útil, de una
legislación suave. La certidumbre de un castigo, aunque sea moderado, causará
siempre mayor impresión que el temor de otro más terrible pero unido a la esperanza
de la impunidad; porque cuando los males, aunque mínimos, son seguros, amedrentan
siempre los ánimos humanos, mientras que la esperanza, don celeste que a menudo es
el único que poseemos, aleja sin cesar la idea de los mayores, en especial cuando la
impunidad, que la avaricia y la debilidad procuran muchas veces, aumenta su fuerza.
La misma atrocidad de la pena hace que se ponga tanto más esfuerzo en esquivarla
cuanto mayor es el mal hacia el que se corre; y provoca que se cometan varios delitos
para escapar de la pena de uno solo. Los países y las épocas en que se practicaron los
más atroces suplicios fueron siempre los de las más sanguinarias e inhumanas

acciones, puesto que el mismo espíritu de ferocidad que guiaba la mano del legislador
sostenía las del parricida y del asesino. Desde el trono dictaba leyes de hierro para
ánimos atroces de esclavos, que obedecían. En la oscuridad privada estimulaba a
inmolar tiranos para crear otros nuevos.
Para que una pena alcance su efecto basta que el mal de la pena sea superior al bien
que nace del delito, y en este exceso de mal deben considerarse incluidas la
infalibilidad de la pena y la pérdida del bien que el delito produciría. Todo lo demás
es superfluo, y por tanto tiránico. Los hombres se regulan por la repetida acción de
los males que conocen, y no de los que ignoran”.

2.1.3. La Escuela clásica en España


Para la referencia a autores españoles que reflexionaron
e investigaron en Criminología hasta mediados del siglo
XX, se seguirá principalmente la obra erudita y magnífica
del profesor Alfonso Serrano Gómez (con la colaboración
de Serrano Maíllo) sobre Historia de la criminología en
España, que recomendamos encarecidamente al lector
(Serrano Gómez, 2007).
La Escuela clásica tuvo como uno de sus principales
representantes en España a Manuel de Lardizábal y Uribe
(1739-1820), quien publicó en 1782 una obra titulada
Discurso sobre las penas, que sigue en buena medida la
obra de Beccaria aunque también realiza algunas
aportaciones innovadoras. Durante el siglo XIX continúan
difundiendo y desarrollando las ideas de la Ilustración y la
Escuela clásica autores como Pacheco y Silvela.
En términos penales, aunque como resultado de las
nuevas ideas, el primer Código penal español, de 1822,
incorporó algunas garantías jurídicas de los inculpados,
pronto, con el nuevo periodo absolutista instaurado por
Fernando VII, quedaron nuevamente abolidas hasta su
definitiva reintroducción en el Código de 1848, que puede
considerarse el cierre definitivo en España del antiguo
régimen (Serrano Gómez, 2007).
Como en otros países europeos, los planteamientos de la
Escuela clásica incidieron también en la revisión del
estado de las prisiones (Serrano Gómez, 2007). Así, en la
segunda mitad del siglo XIX, diversos informes, entre los
que destacan los trabajos de Concepción Arenal y de
Rafael Salillas, comienzan a hacerse eco de las malas
condiciones de las cárceles españolas, relativas tanto a sus
carencias materiales, sanitarias, etc., como a las
crueldades y arbitrariedades a las que se hallaban
sometidos los recluidos. Por otro lado, empieza a tomarse
conciencia, cada vez con mayor fuerza, de la necesidad de
orientar las penas y las prisiones hacia la educación y
mejora de los encarcelados por encima de su mero
castigo. En esta dirección, y tomando como base el
pensamiento panteneísta y filantrópico del filósofo
alemán Karl Christian Friedrich Krause (1985 [1811]),
Sanz del Río, Concepción Arenal, Giner de los Ríos,
Silvela y Dorado Montero desarrollaron en España el
ideal correcionalista o rehabilitador para el contexto de
las prisiones. El correccionalismo, o perspectiva de
reforma y corrección de los delincuentes, frente al
planteamiento de su puro castigo, había contado en los
siglos XVI y XVII con precursores españoles como
Cristóbal de Chaves, Bernardino de Sandoval, Cerdán de
Tallada y, ya en la primera mitad del propio siglo XIX,
con Manuel Montesinos, promotor en España del sistema
progresivo, que asociaba los modos de cumplimiento de
la pena a la mejora del comportamiento y a la
disminución de la peligrosidad del reo.
Síntesis de las ideas de la escuela clásica
Las ideas de la escuela clásica pueden resumirse en las siguientes propuestas
principales:
1. Las acciones humanas —también las delictivas— tienden en esencia al logro del
placer y a la evitación del dolor; en ello radica el principio de utilidad del
comportamiento.
2. Todos los seres humanos cuentan, por naturaleza, con las capacidades
suficientes para decidir sobre sus actos, incluidos los delictivos.
3. Cuando alguien realiza un delito es debido a los beneficios placenteros que
espera obtener de ello.
4. La finalidad principal de la justicia penal es compensar, o contrarrestar,
mediante un castigo, los beneficios que el delincuente espera obtener del delito. Por
tanto, la pena debe implicar un perjuicio de mayor entidad que el beneficio del delito.
5. Procediendo de esta manera, es decir asociando al delito males mayores que los
bienes que produce, se buscan dos resultados: primero, que el conjunto de los
ciudadanos tenga motivos bastantes para no delinquir (prevención general) y,
segundo, que los que ya han delinquido no vuelvan a hacerlo (prevención especial).

2.2. PRIMEROS ESTUDIOS SOBRE


FACTORES SOCIALES Y
DELINCUENCIA
Los primeros estudios estadísticos en Criminología
fueron realizados por el jurista francés André Guerry
(1802-1866) y por el matemático belga Adolphe Quetelet
(1796-1874) en la primera mitad del siglo XIX y tuvieron
como objeto de análisis la estadística criminal que Francia
había comenzado a publicar a partir de 1827 (Le Compte
générale de l’administration de la justice criminelle en
France), que incluía datos sobre el número y tipos de
condenas aplicadas a los delincuentes y sobre sus
características personales y sociales (Amatrudo, 2010;
Hurwitz, 1956; Siegel, 2010). Guerry publicó en 1929 su
Ensayo sobre la estadística moral de Francia, que es
considerado por muchos el primer trabajo de criminología
científica (Rafter, 2009). En esta obra Guerry efectuó un
acercamiento ecológico a la criminalidad, sirviéndose
para ello de mapas en los que sombreaba las distintas
tasas de delincuencia en relación con diversos factores
sociales (Bernard et al., 2010).
Quetelet, que era matemático y astrónomo, buscó, a
partir de las cifras francesas de delincuencia, factores que
explicasen la criminalidad o se relacionasen con ella, a los
que denominó —en analogía con las regularidades
astronómicas halladas en los ‘mecanismos celestiales’—
‘mecanismos sociales’ (Amatrudo, 2010; Saldaña, 1914).
Concluyó, en primer lugar, que la delincuencia era un
fenómeno normal, presente en todas las sociedades, y
regular, en el sentido de que se repetía año tras año con un
número parecido de homicidios, agresiones o robos, a la
vez que con unas proporciones semejantes de
participación delictiva en función del sexo y la edad. Así
lo escribía en 1831 (Amatrudo, 2010: 15):
“Se pasa de un año al siguiente con la triste impresión de ver el
mismo número de delitos, reproducidos en el mismo orden, con el
resultado de las mismas penas en parecidas proporciones. ¡Triste
condición de la especie humana! (…) Podemos cuantificar con
antelación cuántos sujetos mancharán sus manos con la sangre de sus
semejantes, cuántos serán ladrones o falsificadores, y cuántos
acabarán en prisión, de igual manera que podemos anticipar cuántos
nacimientos o muertes van a producirse”.

Adolphe Quetelet (1976-1874), matemático y astrónomo belga, quien tras la


publicación en 1827 de las primeras estadísticas francesas sobre la
delincuencia, relacionó por primera vez los dellitos con distintas variables y
problemas sociales como la pobreza y la climatología.

Quetelet también dedujo que la pobreza no era, en


general, la causa de la delincuencia (Amatrudo, 2010).
Para ello estudió diferentes poblaciones de Francia y pudo
comprobar que las regiones más pobres del país no tenían
mayores tasas de criminalidad, sino que la delincuencia
era superior en las ciudades. En opinión de Quetelet, los
pobres estarían más expuestos a tentaciones delictivas en
un entorno urbano, donde los contrastes sociales eran más
notorios. De este modo, se formuló por primera vez la
hipótesis criminológica de la privación relativa, según la
cual las personas adquirirían conciencia de desigualdad al
observar que otros disfrutan de mayores ventajas, lo que
daría lugar a la aparición de sentimientos de injusticia y
de resentimiento (Bernard et al., 2010). También encontró
relación entre la delincuencia y otros factores personales y
sociales como la menor edad, el desempleo, la mayor
presencia de oportunidades para robar, la falta de
educación moral o el carácter moral de moderación, en el
sentido aristotélico.
Tras analizar la secuencia de los delitos a lo largo del
año, Quetelet propuso unas leyes térmicas de la
delincuencia, según las cuales el calor propio del verano
(y de las zonas más cálidas del sur) incrementaría las tasas
de homicidios, mientras que el clima frío del invierno (y
de las áreas más frías del norte) propiciaría un aumento de
los robos. Hoy se considera que las diferencias
estacionales y contextuales en las tasas delictivas pueden
explicarse sin necesidad de recurrir a unas leyes térmicas
de los delitos. Sencillamente, en verano y en territorios
más cálidos, suele producirse una mayor concentración de
ciudadanos en lugares públicos (calles, plazas, bares,
lugares de ocio…), lo que incrementaría las interacciones
personales y, con ello, la probabilidad de posibles
situaciones infractoras o de agresión entre individuos
(Cohen y Felson, 1979; Vozmediano y San Juan, 2010).
Como consecuencia de sus resultados científicos y
conclusiones, que realzaban la influencia combinada
sobre el delito de factores personales y sociales, las
recomendaciones preventivas de Quetelet fueron,
doblemente, el desarrollo de la educación moral de los
ciudadanos y la mejora de sus condiciones sociales,
propuestas de extrema modernidad y actualidad
(Amatrudo, 2010)7.
Una objeción que desde la Criminología actual puede
hacerse a los estudios de Quetelet es que no consideró los
posibles sesgos o errores de las estadísticas oficiales, que
él analizaba como si fuesen un reflejo fiel de la realidad.
A pesar de ello, sus aportaciones supusieron un
importante avance en el estudio científico de la
delincuencia, y a partir de él muchos otros investigadores
se mostraron interesados en el análisis de datos a la hora
de estudiar la criminalidad.
En la segunda mitad del siglo XIX, el sociólogo francés
Gabriel Tarde (1843-1904) formuló en una obra
homónima las llamadas leyes de la imitación, según las
cuales las personas observan y reproducen los
comportamientos de los que les rodean. Tarde explica, a
partir de la imitación, que en las ciudades existan mayores
índices de delincuencia que en zonas rurales, ya que en el
mundo urbano hay más modelos para imitar y mayor
variación en los estilos de vida. Por tanto, los individuos
que buscan un modelo delictivo lo encuentran con mayor
facilidad. A este mecanismo de imitación delictiva Tarde
unía el proceso de ruptura con las normas tradicionales
que se producía en las sociedades industriales de finales
del siglo XIX, como así sucedía en Francia, y que, en su
análisis, también era un factor que conducía a la
delincuencia.
Emile Durkheim (1858-1917) efectuó, a finales del siglo
XIX, una de las mayores aportaciones teóricas al estudio
sociológico de los fenómenos de la desviación y el
control social, y es considerado el iniciador de la escuela
funcionalista, especialmente a partir de sus obras Las
reglas del método sociológico, La división del trabajo en
la sociedad, y El suicidio. Resaltó la influencia que tienen
los valores sobre la conducta social, y argumentó que los
individuos someten su comportamiento al grupo debido,
sobre todo, a la existencia de un sistema de valores
primarios y no a causa del temor (Wilkinson, 2010). Tal
vez su propuesta más conocida es el concepto de anomia,
que entendía como aquel estado de desorientación, de
alienación, de ausencia de normas, en que se verían
envueltos, en ciertas circunstancias, sociedad e individuos
(Siegel, 2010). Esta situación produciría en las personas
una fuerte presión y daría lugar a comportamientos
contradictorios y, en situaciones extremas, al suicidio
(Schoeck, 1977; Smelser y Warner, 1991). En esencia,
Durkheim considera que la delincuencia es un fenómeno
normal en los procesos sociales de modernización y
transición de las sociedades, y se produce como resultado
de la contraposición entre la diversidad individual y la
presión colectiva para la conformidad (Wilkinson, 2010).
En este contexto, la diversidad o desviación, que a
menudo va contra las normas “colectivizantes”, sería el
precio no deseado que las sociedades deben pagar para
mantener abiertas sus posibilidades de innovación.
También el castigo de los delincuentes jugaría un
importante papel en el mantenimiento de la solidaridad
social, ya que el castigo penal permitiría afirmar la
“superioridad” de la sociedad establecida frente a la
“inferioridad” de los delincuentes (Bernard et al., 2010).
Emile Durkheim (1858-1917). Sociólogo francés, es una de las figuras más
sobresalientes de las ciencias sociales. Su visión de la delincuencia como un
fenómeno normal y propio de toda sociedad revolucionó los círculos
intelectuales de su época. Durkheim entiende que la delincuencia refleja los
valores dominantes de la sociedad y la incapacidad de los delincuentes de
adaptarse a ellos. Y aunque nunca llegó a justificar el delito, señaló su
importante papel como elemento cohesionador de la sociedad.

En España Concepción Arenal (1820-1893) reflexionó


acerca de diferentes problemas sociales de su tiempo,
como la pobreza, la marginación y la delincuencia, y
concluyó que éstos no pueden ser adecuadamente
comprendidos si no es en relación con el cuerpo de
normas que rigen una sociedad (Carmena, 1991).
En diversos países europeos algunos autores publicaron
obras analizando casos criminales célebres que habían
sido juzgados en décadas o siglos anteriores (Serrano
Gómez, 2007). En España fueron obras históricas a este
respecto la titulada Causas célebres históricas españolas,
del Conde de Fabraquer, publicada en 1858, El hombre
lobo, de 1859, sobre un caso famoso de asesinatos seriales
en Galicia, y Procesos célebres. Crónicas de Tribunales
españoles, publicada a partir de 1883. Esta última incluía
los procesos a La Mano Negra, organización de cariz
anarquista que llegó a contar con decenas de miles de
asociados, y actuó durante algunos años, a mediados del
siglo XIX, extorsionando, robando o asesinando a
propietarios de tierras y sus colaboradores, en las
provincias de Cádiz y Sevilla.
Zugasti publicó a partir de 1879 (tres años después de la
aparición de L’uomo delincuente, de Lombroso) una
amplia obra sobre el bandolerismo (Zugasti, 1983),
fenómeno que estuvo presente durante varios siglos en
distintas regiones españolas (Serrano Gómez, 2007), y al
que ya hace referencia Cervantes en el Quijote. Este tipo
de análisis se prolongó hasta bien entrado el siglo XX,
publicando Bernaldo de Quirós en 1933 una obra sobre El
bandolerismo en Andalucía, en la que describía dos
procedencias principales de los bandoleros (surgidos de
ambientes ya criminales o bien segregados de medios
sociales normales), sus perfiles criminales (orientados
solamente al robo o bandoleros de cariz violento), sus
edades más típicas (que oscilaban entre los veinte y los
cuarenta años), y la duración de su actividad criminal, que
situaba entre tres y cinco años, siendo frecuente que
murieran como resultado de la venganza de las propias
víctimas o a manos de la Guardia Civil (Serrano Gómez,
2007).
Silió y Cortés (1865-1944), que llegó a ser diputado y
ministro de Instrucción Pública, fue, en su obra La Crisis
del Derecho penal (1891), un firme defensor, aunque
crítico, del positivismo sociológico. A pesar de que
admite que pueda haber jóvenes que a edades tempranas
muestren signos de intensas propensiones antisociales,
considera que la mayor influencia sobre la criminalidad la
jugarían los factores ambientales y sociales (Serrano
Gómez, 2007). En un planteamiento que puede
considerarse muy moderno y actual, analiza como
posibles elementos criminogénicos, el influjo sobre la
criminalidad del clima y la temperatura, en la línea de las
previas conclusiones de Quetelet, las carencias
económicas, y la falta de instrucción y cultura, amén de
lamentarse (¡qué actualidad tiene también este aspecto de
su obra!) de las enormes deficiencias de las estadísticas
españolas sobre la delincuencia y la reincidencia delictiva.
Constancio Bernaldo de Quirós (1873-1959) fue
Discípulo de Giner de los Ríos, y se exilió tras la Guerra
Civil, residiendo y enseñando criminología en la
República Dominicana y en México. Su obra más
importante fue Las nuevas teorías de la criminalidad
(primera edición de 1898), en la que recoge y comenta
críticamente los conocimientos y teorías sobre el delito
acumulados hasta finales del siglo XIX, incluyendo el
pensamiento de Quetelet, las teorías antropológicas y
patológicas de los positivistas, y las teorías sociológicas
(sobre todo de Ferri), junto a las cuales él mismo se
posiciona. Además, en otras obras (La mala vida en
Madrid, Criminología de los delitos de sangre en España,
Figuras delincuentes…) analiza diversos factores que
contribuyen al delito como la vagancia, el desempleo, los
suburbios urbanos, la falta de educación y cultura, el
abandono infantil, la mendicidad, el clima y la
temperatura, y el alcoholismo (Bernaldo de Quirós y
Llanas Aguilaniedo, 2010 [1901]; Serrano Gómez, 2007).
Bernaldo de Quirós probablemente contribuyó al
desarrollo de la Criminología en Estados Unidos, ya que
su obra central fue traducida y publicada en inglés en
1912 (Modern theories of criminality) cuando casi no
existía tradición criminológica en aquel país. La lectura de
su libro suscitó el interés de algunos sociólogos
americanos por el problema criminal, y quizás constituyó
uno de los antecedentes próximos de los teóricos de la
escuela de Chicago.
Los primeros estudios empíricos sobre los factores
sociales del delito sentaron las bases para un cambio de
rumbo en el método de la Criminología, que acabó siendo
planteado, como se verá a continuación, por Lombroso y
la escuela positivista.

2.3. COMIENZO DE LA CRIMINOLOGÍA


CIENTÍFICA
2.3.1. Positivismo criminológico y método
científico
Charles Darwin (1809-1882). Estudió medicina en Edimburgo y Teología en
Cambridge, lo que quizás influyó en su agnosticismo, enfrentado como estaba
a la ingente tarea de estudiar a los seres vivos y su origen. Su influencia en el
nacimiento de la Criminología positiva es incontestable. Escribió en su
“Autobiografía”: Con unas facultades tan ordinarias como las que poseo, es
verdaderamente sorprendente que haya influenciado en grado considerable
las creencias de los científicos respecto a algunos puntos importantes.

Antecedentes históricos del positivismo fueron la


Fisionomía, que indagaba el carácter de los individuos a
partir de sus rasgos faciales8 (García-Pablos, 1999;
Rodríguez Manzanera, 1996), y la Frenología, que
pretendía conocer las características y cualidades de las
personas analizando las formas de su cráneo, deduciendo
así la morfología de su cerebro y las funciones mentales y
morales que podían estar más o menos desarrolladas9
(Montes, 1911; Saldaña, 1914; Walsh, 2012). Desde
finales del siglo XVIII hasta la primera mitad del XIX,
Franz Joseph Gall, Johann Gaspar Spurzheim, Charles
Combe y Charles Caldwell habían investigado en el
campo de la Frenología las relaciones existentes entre las
distintas regiones del cerebro y la conducta (Curran y
Renzetti, 2008).
Cesare Lombroso (1835-1909), que fue profesor de
medicina legal en la Universidad de Turín, Italia, y
prolífico estudioso y escritor sobre la delincuencia y otros
temas sociales y políticos, pasa por ser considerado el
padre de la Criminología científica, a partir de su
propuesta de aplicar el método científico —o positivo—
(vigente en las ciencias naturales, como Física, Botánica,
Medicina o Biología) al estudio de la criminalidad
(Bradley, 2010; Gibson y Rafter, 2006; Serrano Gómez y
Serrano Maíllo, 2006). La recomendación de trasladar el
método de las ciencias naturales a otras disciplinas no era
nueva. En 1842 Auguste Comte había defendido, en su
Cours de Philosophie Positive, que la sociología debía
estudiar el comportamiento humano y la sociedad
mediante la observación, la comparación y la
experimentación, técnicas ya utilizadas en las ciencias
naturales (Glick, 1995). Por su parte, el fisiólogo Claude
Bernard había razonado, en su obra de 1865 Introduction
à l'étude de la médicine expérimentale, que la medicina
debía fundamentarse sobre la experimentación y el
determinismo científicos. De forma análoga, Lombroso
consideró que la observación y la medición debían
constituir las herramientas básicas para el conocimiento
criminológico, por encima de la racionalidad y
especulación características de la escuela clásica y las
disciplinas jurídicas (Siegel, 2010). Véase la esencia de
este nuevo planteamiento en su prefacio a la primera
edición de su obra principal, L’uomo delinquente:
“(…) Los jueces suelen ignorar al delincuente y realzar el delito,
pensando en él como si fuera una anécdota, un puro incidente en la
vida del delincuente (…) pero aquellos que tienen contacto directo con
los delincuentes… conocen que éstos son diferentes de las otras
personas, con mentes débiles o enfermas que difícilmente pueden ser
curadas (…) y aun así los legisladores siguen creyendo que la carencia
de libre albedrío es una rara excepción (…) Para reconciliar estas
visiones opuestas, y determinar si el hombre criminal pertenece a la
misma categoría que el hombre sano, o a la del enfermo, o a una clase
diferente… y conocer así si hay una fuerza natural causante de la
conducta criminal, tenemos que abandonar las sublimes esferas de la
filosofía, y también dejar de lado la sensacionalidad de los hechos
delictivos en sí, y en su lugar acometer el estudio físico y psicológico
del delincuente, comparando los resultados que se obtengan con las
características de los individuos sanos y de los enfermos” (Lombroso,
2006: 43).

Cesare Lombroso. Nacido en Verona (Italia) en 1835 y muerto en 1909.


Lombroso fue uno de los criminólogos más alabados y atacados de su época.
Fue catedrático de psiquiatría y antropología criminal en la Universidad de
Turín, y sus ideas dieron lugar al nacimiento de la escuela biológica de la
criminología, a la que también se conoce como escuela italiana. Lombroso
afirma que los criminales lo son ya desde su nacimiento, y que las tendencias
delictivas son una enfermedad que se puede heredar, conjuntamente con
factores sociales y antropológicos. Sus obras más importantes son El hombre
delincuente (1876), La mujer delincuente (1895) y Delincuencia: causas y
remedios (1912).

La obra de Lombroso, en su cuarta edición.

Lombroso hizo de la observación su principal herramienta de estudio:


Tatuajes femeninos observados en delincuentes encarcelados y reproducidos
en L'uomo delinquente.

Establecido el método científico que habría de seguir,


Lombroso presentó sus análisis y conclusiones en su libro
L’uomo delinquente, publicado por primera vez en 1876.
En él expuso su teoría del atavismo degenerativo de los
delincuentes, que consideró resultado de un desarrollo
evolutivo incompleto, propuesta de la que posteriormente
Ferri derivaría su concepto de criminales natos (Gibson y
Rafter, 2006). Esta obra inicia la escuela positiva o de
antropología criminal. Lombroso dedujo su idea del
atavismo degenerativo a partir de Darwin, quien en El
origen de las especies (1859) presentaba algunos
ejemplos de especies que “habían degenerado” a fases
previas de su desarrollo evolutivo (Bradley, 2010; Walsh,
2012). En conexión con ello Lombroso creyó descubrir
ciertas especificidades anatómicas características de los
delincuentes natos o atávicos (Rafter, 2009), como frente
huidiza y baja, gran desarrollo de las arcadas
supraciliares, asimetrías craneales, altura anormal del
cráneo, gran desarrollo de los pómulos, orejas en asa, gran
pilosidad y braza superior a la correspondiente estatura
(Lombroso, 2006; Rodríguez Manzanera, 1996; Bernard,
et al., 2010).
A partir de estos descubrimientos Lombroso rechazó
frontalmente los planteamientos racionalistas de la
escuela clásica, lo que produjo en aquellas décadas un
amplio debate científico, que especialmente se concretó
en los congresos internacionales de Antropología
Criminal que se celebraron entre 1885 y 1911 (Rodríguez
Manzanera, 1996), y un vaivén de agrias controversias
entre positivistas y clasicistas (García-Pablos, 1999;
Gibson y Rafter, 2006; Saldaña, 1914)10.
Sin embargo, las conclusiones biológicas de Lombroso
no fueron en general sustentadas por los estudios
desarrollados posteriormente, incluidos los trabajos de sus
discípulos (Bradley, 2010; Hurwitz, 1956)11/12. Por ello,
Lombroso se vio pronto forzado a modificar y matizar los
enunciados de su primera obra, restando paulatinamente
importancia a los factores biológicos a lo largo de las
sucesivas ediciones de su libro, y concediendo creciente
peso explicativo a los factores sociales y psicológicos13.
En la cuarta y quinta ediciones de El hombre delincuente,
Lombroso diversifica su clasificación de los delincuentes
en los siguientes tipos: nato (o atávico), loco moral,
epiléptico, loco, ocasional, y pasional (Lombroso, 2006;
Rodríguez Manzanera, 1996). Incluso afirma que, bajo
condiciones adecuadas, algunos delincuentes podrían ser
rehabilitados a través de “un ambiente saludable,
entrenamiento adecuado, hábitos laborales, la inculcación
de sentimientos morales y humanos (…) siempre que (…)
no surja en sus caminos una especial tentación” para
delinquir (Brandt y Zlotnick, 1988: 108).
Los dos discípulos más conocidos de Lombroso fueron
Enrico Ferri y Raffaele Garófalo. Enrico Ferri (1856-
1929) publicó en 1878 (tan solo dos años después de la
primera edición del libro de Lombroso) su Sociología
criminal, convirtiéndose en uno de los más destacados
defensores de la perspectiva positivista, pero realzando
los factores sociales, económicos y políticos en la
etiología de la delincuencia. Clasificó a los delincuentes
en las siguientes categorías (Glick, 1995; Siegel, 2010): 1)
delincuente nato o instintivo, que tendría una propensión
delictiva heredada; 2) delincuente loco, mentalmente
discapacitado; 3) delincuente pasional, como resultado de
fuertes reacciones emocionales; 4) delincuente ocasional
o situacional, la categoría más amplia de infractores; y 5)
delincuente habitual, a partir de la influencia negativa de
factores sociales diversos (abandono familiar, carencias
educativas, pobreza, malas compañías, etc.). Para Ferri, la
Criminología debería estudiar la delincuencia como
conducta individual y como fenómeno social, para ayudar
al estado a adoptar medidas prácticas para su control,
tanto de naturaleza preventiva como represiva (Carney,
2010).
Raffaele Garófalo (1851-1934) fue profesor de derecho
penal de la Universidad de Nápoles, y publicó en 1885 su
obra más conocida, titulada Criminología, que dio
nombre a la nueva disciplina (Rafter, 2009). Su tesis
principal fue que el origen de la delincuencia se hallaba
en que algunos individuos presentaban una deficiencia
hereditaria, de índole psíquica o moral, que les impedía el
desarrollo de sentimientos altruistas y les incapacitaba
para adaptarse a la vida social. Garófalo creía legítimo
que la sociedad se defendiera de la delincuencia, incluso
eliminando a sus miembros más dañinos y peligrosos,
para evitar que pudieran reproducirse y extender más aún
su “raza” criminal (el término “raza” fue utilizado en esa
época de forma poca precisa, haciendo referencia no a
algo puramente biológico sino a un determinada
“cultura”) (Glick, 1995)14.
La escuela positivista o de antropología criminal tuvo
también reflejo y acogida en Estados Unidos,
especialmente a través de las obras pioneras tituladas El
criminal, de Havelock Ellis (1890), y Criminología, de
Arthur MacDonald (1983) (Horton, 2000). Asimismo,
diversos autores del contexto anglosajón intentaron
investigar las hipótesis originarias de Lombroso sobre un
hombre “predestinado” a la delincuencia por su atavismo
hereditario. Entre ellos destacó Charles Goring (1870-
1919), médico británico de prisiones, quien durante más
de ocho años obtuvo múltiples mediciones anatómicas
(del cráneo, de la distancia entre los ojos, etc.) de unos
3.000 presos y de sujetos análogos no delincuentes,
analizó sus datos mediante una metodología estadística
sistemática, y publicó sus resultados en 1913, en un libro
titulado The English Convict (Bernard et al., 2010).
Goring concluyó que no existían diferencias físicas
destacadas entre delincuentes y no delincuentes, y que no
podía establecerse una fisonomía típica del delincuente
(Conklin, 2012). Las dos únicas diferencias halladas por
Goring entre los presos y los sujetos de comparación
fueron que los delincuentes tenían en promedio menor
estatura y menor nivel de inteligencia (lo que Goring
atribuyó a las diferencias experimentadas en su
alimentación) (Brandt y Zlotnick, 1988). Goring concluyó
que esta menor inteligencia podría ser causante del delito
en mayor grado que otros factores biológicos.
Años más tarde, el antropólogo norteamericano Ernest
A. Hooton, en su libro Crime and the Man, contradecía
las conclusiones de Goring, y nuevamente afirmaba la
tesis de la inferioridad biológica de los delincuentes. Se
basó en un estudio en el que se habían efectuado
mediciones físicas de más de 17.000 sujetos, incluyendo
unos 14.000 delincuentes encarcelados y grupos de
estudiantes, pacientes hospitalarios, bomberos y policías
(Bernard et al., 2010). Su principal resultado fue que los
delincuentes eran “orgánicamente inferiores”. Sin
embargo, la revisión posterior del estudio de Hooton puso
de relieve importantes problemas metodológicos en sus
análisis que pudieron llevarle a resultados y conclusiones
erróneos (Akers, 1997)15.
En Latinoamérica, el positivismo tuvo muy pronta e
intensa acogida en países como Argentina, México,
Colombia, Brasil, Chile, Cuba, Ecuador y otros. En
Argentina se publicaron múltiples trabajos sobre
antropología criminal y positivismo, y fueron destacados
defensores de estos planteamientos autores como Pedro
Bourel, Luis María Drago, Francisco Veyga, y,
especialmente, el psiquiatra, filósofo y político José
Ingenieros (1877-1925), quien inició el estudio científico
y el tratamiento de los delincuentes en las prisiones
(Elbert, 2010).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: La conexión entre el positivismo
criminológico y las políticas criminales de principios del siglo XX
Muchos positivistas de finales del siglo XIX y principios del XX dejaron un tanto
de lado los derechos individuales en su afán de reformar la sociedad y construir un
futuro sin pobreza y sin miseria humana. Esta visión de una sociedad ideal, fuera de
carácter socialista o fascista, condujo a muchos planteamientos de defensa social a
ultranza, incluyendo la posibilidad de eliminar a aquellos que pudieran poner en
peligro dicho ideal.
Las concepciones positivistas originarias fueron muy influidas por el gran
desarrollo experimentado en las ciencias médicas. A partir del modelo médico
muchos vinieron a considerar que la pena podría “curar” al delincuente. Estas ideas,
arropadas por una aura de cientificidad, alentaron conceptos como el de “salud
social” que, llegado el caso, podía justificar la eliminación de los delincuentes.
En España no tuvieron inicialmente mucha influencia las ideas del derecho penal
tutelar y de la defensa social, aunque sí que se promulgó durante la Segunda
República una ley que respondía a esta perspectiva: la Ley de vagos y maleantes, que
estipulaba el ingreso en instituciones correctivas (en la práctica equivalentes a
cárceles) de personas que, aun sin haber cometido un delito concreto, eran declaradas
peligrosas, o potenciales delincuentes, debido a su estilo de vida marginal
(mendicidad, carencia de domicilio conocido, etc.). Esta legislación, después
perpetuada durante el franquismo por la Ley de peligrosidad y rehabilitación social,
planteaba la necesidad social de someter a los sujetos peligrosos a un proceso de
reeducación y cambio de hábitos y valores, bajo la suposición de que era lo mejor
para ellos.

La creación de los sistemas tutelares de menores en las legislaciones occidentales


se produjo también sobre la base de las ideas precedentes. Los menores no debían ir a
la cárcel, pero sí acudir a centros donde pudieran ser reeducados por especialistas.
También surgieron en este contexto ciertas leyes sobre delincuencia sexual con
severas medidas dirigidas fundamentalmente al tratamiento. Se comenzó a castigar en
base a predicciones de peligrosidad, que podían resultar más decisivas que los hechos
delictivos cometidos.
Mientras tanto, las posiciones más conservadoras seguían defendiendo una política
criminal propia de la escuela clásica, que establecía la reciprocidad entre el delito y la
pena y no era favorable a las propuestas positivistas. Así, los conceptos de justicia
que subyacían a la “defensa social” propugnada por los positivistas eran muy
distintos a los que sustentaban la escuela clásica.
A principios del siglo XX existió una gran polémica entre los defensores de la
escuela clásica y los modernos positivistas, en lo que se conoce como la lucha de
escuelas. De esta confrontación ninguna de estas perspectivas salió vencedora sino
que mayoritariamente se aceptó una postura mixta que recogía aspectos de ambas.
Triunfó como siempre el pragmatismo. Por ejemplo, se establecieron medidas
especiales para menores pero unidas a ciertas garantías procesales. Se prescindió, en
los códigos penales de la época, de las propuestas maximalistas del positivismo, que
en su expresión última tendían a la búsqueda de las causas de la delincuencia y a
“curar” a todos los delincuentes. En cambio, muchos países establecieron leyes y
medidas especiales para ciertos grupos de riesgo, como los sujetos con trastornos
mentales, los delincuentes sexuales, los alcohólicos y los delincuentes juveniles.
Un aspecto que diferencia radicalmente el planteamiento positivista del de la
escuela clásica es su fundamentación en una metodología científica. La escuela
clásica, al enmarcarse en conceptos abstractos, como son la mayoría de los
concernientes a la “justicia”, es poco accesible a que sus planteamientos puedan ser
comprobados. En cambio los positivistas, al priorizar la localización de factores y
causas de la delincuencia y someterlas a comprobación empírica facilitaron la labor
de corroborar o refutar la veracidad de sus hipótesis. Si se sitúa, por ejemplo, la causa
de la delincuencia en el fracaso de la educación, a continuación es más viable
verificar, sobre la base de resultados empíricos, si dicha hipótesis puede afirmarse o
debe ser rechazada.
Sin embargo, pese al optimismo positivista de los primeros años, las medidas
propuestas no obtuvieron los resultados esperados. El programa positivista de las
primeras décadas del siglo XX no consiguió reducir la reincidencia en el delito, y
tampoco logró establecer programas de predicción y de prevención efectivos. No se
pudo afirmar que esta búsqueda de factores y causas hubiera proporcionado el
remedio para “curar” a los criminales y evitar su reincidencia. Por ello, al no haberse
encontrado las soluciones esperadas al problema delictivo, a largo plazo se produjo
una vuelta a las posiciones clásicas, a partir entonces del denominado neoclasicismo.
Volvieron a ser importantes las ideas de justicia, de equilibrio entre pena y delito, y el
concepto de Estado de derecho.

2.3.2. El positivismo en España


La traducción inglesa (en 2012) del libro Teorías modernas de la
delincuencia, de Bernaldo de Quirós, contribuyó a desarrollar la criminología
en Estados Unidos, y particularmente influyó en algunos autores de la
Escuela de Chicago.

En España, Cubí y Soler había construido en su obra


Sistema completo de Frenolojía, publicada en 1843, un
mapa cerebral en el que localizaba distintos centros
nerviosos responsables de diferentes funciones
fisiológicas y de comportamiento, entre ellas la
agresividad. Se refirió, con bastante antelación a
Lombroso, al criminal nato, demente, carente de
voluntad, irresponsable e incorregible (Saldaña, 1914;
Serrano Gómez, 2007)16/17.
El libro de Lombroso L’uomo delinquente, que da
comienzo a la escuela positiva, se publicó en 1876,
aunque las primeras noticias escritas sobre la nueva
escuela llegaron a España con cierto retraso, en 1881,
inicialmente a partir de una cita a Ferri, y más
ampliamente en 1888, con diversas referencias sobre la
obra de Lombroso (Serrano Gómez, 2007).
Sorprendentemente, L’uomo delinquente nunca se tradujo
de forma completa al español, con la salvedad de una
traducción parcial a cargo de Bernaldo de Quirós,
publicada en 1902, con el título de El delito, sus causas y
remedios. La antropología criminal italiana fue más
directamente conocida, y luego divulgada en España, a
través de sus propias obras, por Dorado Montero (La
Antropología criminal en Italia, 1889), Bernaldo de
Quirós (Las nuevas teorías de la criminalidad, 1898),
Silió Cortés (La crisis del Derecho penal, 1891), Andrade
(Antropología criminal, 1899), y Giner de los Ríos.17
El nacimiento en España de la Criminología científica,
con vocación de identidad y autonomía académica, puede
vincularse a los dos acontecimientos siguientes (Serrano
Gómez, 2007). El primero, la creación en 1899 por Giner
de los Ríos, en la Universidad Central de Madrid, del
denominado Laboratorio de Criminología, que impartió
dos cursos sobre temáticas criminológicas, que incluían
análisis de los conceptos de normalidad y anormalidad en
relación con el delito, la relación entre edad y
delincuencia, la pedagogía correccional, el estudio de la
locura moral, y la revisión de las obras de Lombroso,
Ferri, Garófalo, Durkheim, Tarde, etc. En segundo
término, la fundación en 1903, bajo la influencia de
Salillas, de la Escuela de Criminología, enmarcada en el
Ministerio de Justicia y la Dirección General de Prisiones.
Dicha escuela se orientó inicialmente a la formación del
personal penitenciario, admitiéndose también un reducido
número de estudiantes universitarios. Para ello, la Escuela
de Criminología, que tuvo cierto reconocimiento
internacional, contó entre sus docentes a prestigiosos
profesores de la época, incluyendo a Salillas, que además
fue su director, Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía
del Derecho, Oloriz, catedrático de Medicina, y Simarro,
catedrático de Psicología. Fueron sus materias principales
Antrología y Antropometría, Etnología, Derecho penal,
Psicología y Psicología anormal, Sociología criminal,
Ciencia penitenciaria, Pedagogía y Pedagogía
correccional. La Escuela de Criminología funcionó bajo
tal denominación hasta 1927, en que a instancias de dos
catedráticos de derecho, Jiménez de Asúa y Antón Oneca,
fue clausurada y remplazada por un Instituto de Estudios
Penales, nuevamente restablecida en 1935 y al poco, en
1936, de nuevo sustituida por el mencionado instituto
penal, en este vaivén de afirmación utilitaria y negación
sustantiva que parece constituir en España el sino maldito
de la Criminología en su relación con el derecho. Ambas
instituciones académicas acabaron siendo de facto
vencidas por la Guerra Civil, y, en una especie de “ni para
ti ni para mí”, definitivamente suplidas por la Escuela de
Estudios Penitenciarios.
Serrano Gómez (2007) considera que la Criminología
nació en España como resultado de la confluencia de tres
movimientos intelectuales interesados en la delincuencia
y las penas: los penitenciaristas, preocupados por analizar
el estado y la función de las prisiones, el movimiento
correccionalista derivado de la tradición krausista, y el
debate acerca del positivismo. Muchas de las polémicas
habidas sobre las propuestas positivistas se centraron en el
debate del “libre albedrío”, que negaban los positivistas
más extremos, al afirmar el determinismo, y defendían
con vehemencia los teóricos del derecho y la justicia. Sin
embargo, muchos pensadores, tanto positivistas como
clasicistas, fueron paulatinamente virando hacia una
posición intermedia, en la que de facto venían a confluir
tanto aquellos positivistas que admitían un determinismo
relativo como aquellos clasicistas que aceptaban un “libre
albedrío” parcial y condicionado.
Dorado Montero (1861-1919) fue, en Salamanca, un
catedrático de Derecho penal abiertamente
correccionalista. Tras su estancia, al inicio de su carrera
académica, en la universidad de Bolonia, difunde, a su
vuelta a España, el positivismo, lo que provocó la
denuncia judicial de un grupo de alumnos, que se hallaban
compungidos por las doctrinas erróneas y atentatorias
contra la Religión Católica difundidas por Dorado
Montero (Serrano Gómez, 2007, a partir de una cita de
Berdugo y Hernández, 1984). Desde su perspectiva
correccionalista defiende vehementemente la finalidad de
prevención especial de las penas, por encima de su
función represiva. Considera que la base de la justicia
debe ser la recuperación social del delincuente. Llega a
plantear que, más allá de la culpabilidad individual en los
delitos, habría también una responsabilidad colectiva, en
cuanto que es la sociedad quien en definitiva genera o
permite que existan las causas que llevan al delito.
Considera que la Criminología debería orientarse en
mayor grado hacia la psicología, y la justicia penal en
dirección a una pedagogía correccional (Serrano Gómez,
2007).

2.3.3. Teorización criminológica de Rafael


Salillas
Rafael Salillas (1854-1923), médico como Lombroso, y
experto de la Dirección General de Prisiones, puede ser
considerado el mayor representante que hubo en España,
aunque heterodoxo, de los planteamientos criminológicos
positivistas y científicos. En 1906 fue nombrado director
de la Prisión celular de Madrid y, también, Director de la
Escuela de Criminología (Serrano Gómez, 2007). Salillas
publicó numerosas obras en las que analiza múltiples
casos criminales, y en las cuales fue forjando un
pensamiento criminológico propio y, en buena medida,
original (El cura Merino, 1892; La degeneración y el
proceso de Willié, 1894; El capitán Clavijo, 1895; El
lenguaje, 1896; Hampa, 1898; La celda de Ferrer, 1907;
El tatuaje, 1908). Propuso que, por encima del estudio del
sujeto delincuente, debía analizarse el entorno en el que
aquél vivía, ya que el ambiente constituía la causa
mediata de su delincuencia (Salillas, 1920).
Salillas intentó, especialmente en sus obras Hampa y La
teoría básica: Bio-sociología (1901) formular una teoría
propia de la delincuencia, de cariz biosocial, a la que se
refirió como teoría básica. Serrano Gómez y Serrano
Maíllo recogen y comentan con detalle las propuestas de
Salillas a este respecto, que no fueron muy estructuradas y
claras sino más bien fragmentarias y conceptualmente
difíciles. Salillas basa su concepción criminológica en lo
que llama la Psicología del nomadismo, que realza el
influjo que tendría sobre el individuo el ambiente físico y
social en el que se desenvuelve. El desarrollo personal de
cada sujeto estaría condicionado por la base nutritiva
sustentadora, o alimentación, de la que se dispone en el
propio lugar de residencia, lo que afectaría
sustancialmente a la conformación de la personalidad, a la
manera de vivir y a la conducta. Así, la base nutritiva
sustentadora determinaría estilos de vida opuestos como
el sedentarismo y el nomadismo. El sedentarismo —
asociado a la agricultura, la ganadería o la industria—
implica una forma de vida y una alimentación estables.
Por el contrario, el nomadismo supone un estilo de vida
errante, despreocupado e imprevisor, y, en consecuencia,
comporta una base nutritiva deficiente, insegura e
inestable. Ello se vincula en mayor grado al parasitismo,
la picaresca y la criminalidad, como modos de
suministrarse el sustento a expensas de otros. El delito
sería una manifestación de la lucha por la existencia, por
granjearse el alimento, lo que a lo largo de la evolución
habría condicionado la propia herencia de los seres vivos.
Serrano Gómez y Serrano Maíllo efectúan una hipótesis
propia que intenta clarificar las ideas teóricas de Salillas.
Tomando como fuentes las obras de Salillas Hampa y La
teoría básica. Bio-sociología, los textos de Salillas
recogidos por estos autores y la hipótesis explicativa que
ellos formulan, a continuación se presenta una
interpretación sobre cuáles podrían haber sido las ideas
principales de Salillas sobre la etiología de la conducta
criminal:
– Los delincuentes no serían por lo general individuos
atávicos, o delincuentes natos, sino sujetos normales
que cometen delitos.
– La herencia biológica recibida por un sujeto podría
contribuir también a la conformación de sus
características morales y de comportamiento (aunque
lógicamente salillas desconocía, debido la época en
que vivió, cómo tal heredabilidad podría operar).
– Pero más importante que la biología sería el contexto
en que se desarrolla el individuo, al que salillas
consideraba capaz incluso de cambiar los posibles
condicionantes biológicos.
– La motivación básica para los delitos se hallaría en la
necesidad de todos los individuos de periódica
provisión de alimento, o base nutricional sustentadora.
– Los grupos humanos practican diferentes sistemas de
vida, algunos de los cuales son más eficientes que
otros para proveer regularmente alimentos de forma
lícita. En concreto, los grupos e individuos sedentarios
suelen contar con sistemas más estables y seguros de
aporte regular del sustento (agricultura, ganadería,
industria) y son más previsores del futuro. Por el
contrario, los grupos y sujetos nómadas serían menos
precavidos en el suministro periódico de su nutrición,
lo que se relacionaría con hábitos de búsqueda
improvisada de alimentos y, en consecuencia, con un
mayor número de comportamientos parásitos,
aprovechados y delictivos.
– La generalidad de los delitos consistiría en conductas
parásitas de aprovechamiento de alimentos y otros
recursos ajenos.
Es posible que Salillas le anduviera dando vueltas a una
explicación del delito próxima a la interpretación que se
acaba de realizar, aunque no pudo concretarla de un modo
ordenado y coherente. Sirva en su descargo, el que una
formulación como la expresada incluye elementos muy
diversos sobre los que apenas existían conocimientos en
su época (herencia genética, desarrollo individual bajo la
influencia del propio contexto y grupo social, relación
biología-ambiente educativo, adaptación para la
supervivencia —siendo clave la búsqueda de alimento—,
y relación entre rutinas de vida —sedentarismo vs.
nomadismo— y delito). Sin embargo, parece haber
intuido, de forma pionera, que estos elementos podían
jugar un papel decisivo en la propensión criminal, y hoy
conocemos que, en efecto, todos estos aspectos son
criminogénicamente relevantes. Cabe especular que el
pensamiento de Salillas, como médico que era, se hallara
imbuido de la teoría de la evolución de Darwin y de los
descubrimientos de Mendel sobre la herencia, e intuyera
que estos conocimientos generales necesariamente habían
de tener implicaciones sobre la etiología del
comportamiento delictivo, pero en su tiempo todavía era
muy difícil concebir cómo. También pareció entrever que
la relevancia que podrían tener los mecanismos evolutivos
de adaptación y supervivencia, y de transmisión genética
de las características paternas, no era incompatible con los
procesos de influencia social y cultural, que darían lugar a
hábitos y rutinas, y condicionarían así las conductas de los
pueblos y los individuos. En esta conjunción de elementos
había que buscar la explicación de las tendencias
criminales.
En síntesis, probablemente Salillas consideró que la
propensión para el delito debía ser algo natural, orientado
a la supervivencia mediante el suministro parasitario e
ilícito de alimento, y que la conformación social del
individuo podía controlar estas manifestaciones
antisociales, mediante el sedentarismo, o bien
promoverlas, a partir del nomadismo.
2.4. ECOLOGÍA URBANA Y
DESORGANIZACIÓN SOCIAL
En 1892 se creó el Departamento de Sociología de la
Universidad de Chicago, que jugaría un papel decisivo en
la consolidación del estudio científico de la delincuencia.
Los autores de la escuela de Chicago (entre ellos Robert
Park y Ernest Burguess, de la Universidad de Chicago, y
posteriormente Clifford R. Shaw y Henry D. McKay, del
Instituto de Investigación Juvenil de la ciudad de
Chicago) pensaban que un contacto más directo con el
objeto de estudio (los delincuentes y sus delitos),
mediante el uso de entrevistas y de observación
participante de los ambientes criminógenos, podía aportar
mayor información sobre los factores socioculturales que
conducen a la delincuencia (Bovenkerk, 2010). Su teoría
podría considerarse en muchos aspectos una analogía de
las nuevas teorías sobre la enfermedad surgidas a finales
del siglo XIX, que postulaban el “contagio” como
mecanismo de trasmisión de las enfermedades (Siegel,
2010). Con el trasfondo de ese referente, Shaw y McKay
propusieron un modelo equivalente para la delincuencia
(Gelsthorpe, 2010): las personas que habitan ambientes en
los que han de convivir con robos, violencia y, en general,
con normas distintas a las del conjunto de la sociedad,
acaban “contagiándose” de esos comportamientos y
valores criminógenos.
Los sociólogos de Chicago iniciaron una metodología
más rigurosa y empírica, utilizando, para el conocimiento
de la realidad social y urbana, instrumentos como las
historias de vida, los análisis demográficos y los censos
de datos (Walsh, 2012):
“Frente al hombre primitivo analizado por los antropólogos, el
hombre civilizado es aún más un objeto interesante de investigación, y
al mismo tiempo, su vida está más abierta a la observación y al
estudio. La vida urbana y cultural son más variadas (…) y complejas,
pero los motivos fundamentales son, en las dos instancias, los mismos.
Los mismos métodos de observación que los antropólogos (…) han
divulgado para el estudio de las formas y hábitos de vida de los indios
de Norteamérica, pueden resultar también fructíferos, incluso en
mayor medida, si son empleados en la investigación de las
costumbres, creencias, prácticas sociales y concepciones generales de
vida prevalentes en los barrios de las grandes ciudades”. (Park,
Burguess y McKenzie, 1915, The City-Scull, 1989: 671).

También Sutherland empleó una metodología de campo


para conocer la descripción que un delincuente
profesional efectuaba de su propia actividad delictiva, de
las leyes y de la justicia. Esta información fue recogida en
su obra de 1937, The Professional Thief: By a
Professional Thief (publicado en la versión castellana
como Ladrones profesionales —Sutherland, 1993a—), en
la que, por primera vez, un delincuente era presentado
abiertamente como una persona normal, con la sola
diferencia de hallarse al margen de la ley (Martínez
Fresneda, 1993; Sheptycki, 2010).
Shaw y McKay, del Instituto de Investigación Juvenil de
Chicago, analizaron específicamente la delincuencia
juvenil en la ciudad de Chicago, entre las décadas de los
veinte y los cuarenta del siglo XX. Para ello emplearon
tanto registros policiales y judiciales como “historias de
vida” a partir de entrevistas con delincuentes. De esta
manera pudieron crear una serie de mapas sobre los
lugares de residencia de los jóvenes delincuentes, los
porcentajes que éstos representaban sobre el total de la
población juvenil y la distribución de la delincuencia en
las distintas zonas de la ciudad (Gelsthorpe, 2010). La
constatación de que la delincuencia seguía un patrón
geográfico a lo largo de los sucesivos barrios de la ciudad
les llevó a proponer una teoría de la ecología urbana
(véase una más amplia presentación de la teoría en Cid y
Larrauri, 2001: 81-90), en la que efectuaban una analogía
entre la ciudad y las comunidades de plantas o animales
(Akers, 1997; Bernard et al., 2010). Describieron la
delincuencia en la ciudad a partir de una secuencia de
áreas concéntricas (Shaw y McKay, 1997 [1942]; Walsh,
2012) (véase cuadro 2.1): la Zona I, la City, o distrito
central dedicado a los negocios; la Zona II, o área de
transición18, habitada por los emigrantes y por las clases
más desfavorecidas; la Zona III, correspondiente al área
de viviendas de aquellos trabajadores que han podido
“escapar” de la deteriorada zona de transición; la Zona
IV, o de residencia de la clase media, y la Zona V, o áreas
residenciales periféricas, habitadas por las clases más
adineradas. Desde esta perspectiva los jóvenes
delincuentes no se diferenciaban sustancialmente de los
no delincuentes en sus características de personalidad,
inteligencia, raza u otros rasgos individuales, sino
fundamentalmente en el tipo de barrios en los que vivían
(Curran y Renzetti, 2008; Lilly, Cullen y Ball, 2007).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Desorganización social y delincuencia en
las ciudades modernas (elaboración de los autores)
La escuela de Chicago había sugerido a principios del siglo XX una vinculación
estrecha entre estructura urbana y delincuencia, proponiendo la existencia en la
ciudad de una serie de áreas concéntricas asociadas a distintas tasas de criminalidad.
Su hipótesis principal establecía una relación directa entre el nivel de
“desorganización social” de los diferentes barrios de la ciudad y sus tasas delictivas.
Shaw y McKay (1997 [1942]) analizaron específicamente esta relación en la ciudad
de Chicago, estudiando la distribución urbana de los delincuentes juveniles entre los
años 1900 y 1940. Tal y como propugnaba la escuela de Chicago observaron una
concentración de

población delictiva en el área II, denominada área de transición, habitada


principalmente por los emigrantes y por las clases más desfavorecidas y caracterizada
por un gran deterioro físico de las viviendas y los espacios urbanos y por la elevada
presencia de problemáticas como el alcoholismo, la prostitución y la pobreza.
Una buena pregunta de investigación criminológica es si los análisis urbanos de la
escuela de Chicago continúan teniendo vigencia en nuestros días y se adaptan
convenientemente a la estructura urbana y delictiva de una ciudad española moderna.
A modo de mero ejercicio criminológico hemos aplicado la estructura en áreas
concéntricas propuesta por la escuela de Chicago a la ciudad de Barcelona (tal y
como se ilustra en el cuadro 2.1). Para someter a comprobación la hipótesis de la
relación entre desorganización social (teóricamente asociada a los más bajos niveles
socioeconómicos) y delincuencia hemos sobrepuesto las diversas áreas concéntricas
sobre el plano de la ciudad, divido en distritos. Para cada distrito se consignan dos
datos numéricos, que son indicadores, respectivamente, de su nivel de delincuencia
juvenil y de su nivel socioeconómico. La tasa de delincuencia juvenil de cada distrito
urbano refleja el número de sus jóvenes de 12 a 18 años que, de cada mil jóvenes
residentes en el distrito, pasaron por la justicia de menores a lo largo de un periodo de
3 años (1994-1996)19. Como indicador socioeconómico de cada distrito hemos
tomado el tamaño promedio (en metros cuadrados) de sus viviendas, que es
consignado entre corchetes debajo o al lado de cada tasa delictiva.
Si comparamos en primer lugar, distrito a distrito, los dos indicadores
mencionados constatamos una cierta relación inversa entre ambos (aunque no
significativa) que, en efecto, sugiere una asociación entre delincuencia y menor nivel
económico (r = -.46). Por ejemplo, el distrito de Ciutat Vella, que tiene un tamaño
promedio de sus viviendas de 68 metros cuadrados, presenta una tasa de 45 jóvenes
delincuentes

19
(a lo largo de un periodo de 3 años) por cada mil jóvenes residentes. En el extremo
contrario, el distrito Sarrià-Sant Gervasi, cuya vivienda promedio tiene 120 metros
cuadrados, tan solo posee una tasa delictiva de 2,3.
Más interesante todavía resulta el análisis de la relación entre zonas concéntricas y
delincuencia. Tal y como ilustra el cuadro 2.1, el área II, que define la zona de
transición y que incluye diversos barrios del centro de la ciudad, tiene una superior
tasa promedio de jóvenes delincuentes (de 12,8) que la Zona I (7,1) y las zonas más
periféricas (la tasa de la Zona III es 8,3 y la de la Zona IV 8,2). La tasa media global
de jóvenes delincuentes de la ciudad de Barcelona es 10,1. Es evidente, pese a todo,
que las diversas ciudades, y lógicamente la ciudad de Barcelona, tienen sus propios
condicionantes orográficos e históricos que difícilmente permiten que el modelo en
áreas concéntricas derivado del Chicago de principios del siglo XX se adapte de
manera plena. En concreto, el desarrollo urbanístico de Barcelona se halla
condicionado por su particular orografía que encajona la ciudad entre montañas y
frente al mar Mediterráneo. Por otro lado, la evolución urbanística de las últimas
décadas ha diluido la estructuración en áreas o zonas concéntricas, tal y como fue
definida por los teóricos de Chicago hace ya más de ochenta años.

Cuadro 2.1. Aplicación de las áreas concéntricas descritas por la escuela


de Chicago a la ciudad de Barcelona
Shaw y McKay dirigieron su atención al análisis de la
patología social que se producía como resultado de la
desorganización social propia de las áreas de transición
(Gelsthorpe, 2010). Estas áreas se caracterizaban por un
gran deterioro físico de los edificios y de los espacios
urbanos, por la existencia de un gran número de familias
desestructuradas, elevadas tasas de delincuencia,
drogadicción, alcoholismo, pobreza y prostitución. Los
residentes de las zonas de transición eran sujetos de clases
bajas con grandes deficiencias educativas y laborales20.
Todos los datos disponibles, tanto de observación
directa como relativos a las estadísticas oficiales,
confirmaban esta concentración de problemáticas en las
zonas de transición (Tibbetts, 2012). Desde el punto de
vista teórico, la escuela de Chicago interpretó todas estas
patologías sociales como resultado de la fragmentación y
la desorganización social; eran, en síntesis, el producto de
la falta de orden (Matza, 1981; Pfohl, 2009)21. En el
cuadro 2.2 se esquematiza el proceso de desorganización
social que conduciría a un decaimiento del control social
y, subsiguientemente, al aumento de la delincuencia.
CUADRO 2.2. Desorganización social

Fuente: Donald J. Shoemaker, (1990). Theories of delinquency: An


examination of explanation of delinquent behavior. Nueva York: Oxford
University Press, 119-129.

2.5. IMITACIÓN Y DELITO


2.5.1. Leyes de la imitación
El sociólogo francés Gabriel Tarde (1843-1904), al que
ya se ha hecho breve referencia, formuló en 1890 Las
leyes de la imitación. Tarde rechazó la teoría lombrosiana
del atavismo biológico y propuso, como alternativa, que
los delincuentes eran sujetos normales que aprendían a
delinquir como un modo de vida alternativo en ambientes
proclives a la delincuencia. Tarde derivó esta conclusión a
partir del estudio de la incipiente sociedad industrial que
empezaba a desarrollarse en Francia durante la segunda
mitad del siglo XIX. Observó que ciertos sujetos y grupos
aprendían las diferentes conductas delictivas en contextos
de gran masificación propios de las ciudades. A diferencia
de la teoría aristotélica de que la asociación tenía lugar en
la mente del individuo, Tarde propuso que lo que más
bien se producía era una asociación entre individuos: unos
sujetos aprenderían a cometer nuevos delitos imitando a
otros que lo hacían con anterioridad (Rafter, 2009)22.
Tarde estableció tres leyes básicas de la imitación
(Bernard et al., 2010):
Primera. Las personas imitan a otras en proporción al
grado de contacto, o relación, que tienen con ellas. La
imitación se produce con mayor intensidad en las
ciudades (en donde hay más personas) que en las zonas
rurales (en donde hay menos personas que imitar)23. La
presencia de tantas personas en la ciudad provoca una
imitación rápida de modelos. Además, según Tarde, la
imitación delictiva estaría sometida a las modas. Así,
determinado grupo realiza actividades delictivas en la
ciudad y otros lo imitan. Cuando la moda ya se ha
establecido, acaba por convertirse en una costumbre.
Segunda. Los inferiores imitan comúnmente a los
superiores. Tarde analiza la historia de los delitos y llega
a la conclusión de que muchos delitos fueron inicialmente
llevados a cabo por las clases nobles (vagabundeo, bebida
abusiva, violaciones, asesinatos, etc.), y después imitados
por las clases más bajas. Por otro lado, muchos delitos se
inician en las grandes ciudades y posteriormente se
trasladan, por imitación, a las zonas rurales.
Tercera. Las nuevas modas desplazan a las viejas,
también en las costumbres y hábitos delictivos. Durante el
siglo XIX, por ejemplo, los asesinatos mediante arma
blanca cayeron en desuso y fueron remplazados por los
asesinatos cometidos con armas de fuego, al ser éstas cada
vez más comunes.
En España, el escritor de la Generación del 98 José
Martínez Ruiz, Azorín, publicó en 1899 un ensayo de
Sociología criminal, que se inspiraba en Tarde para
realzar la importancia criminógena de las condiciones
sociales en las que se vive, en oposición a la concepción
del delincuente nato de Lombroso.
2.5.2. Teoría de la asociación diferencial
El planteamiento pionero del concepto de aprendizaje
aplicado a la delincuencia fue formulado por Edwin H.
Sutherland (1883-1950), durante los años treinta y
cuarenta, en su conocida teoría de la asociación
diferencial. Especialmente importantes para esta
formulación fueron sus trabajos Principles of Criminology
(cuya primera edición tuvo lugar en 1924 y la última en
1947) y Delincuencia de cuello blanco, publicado en
193924. Sutherland propuso que la delincuencia no sería
el resultado de la inadaptación social de los sujetos de la
clase baja, sino del aprendizaje que individuos de
cualquier clase y cultura realizarían de conductas y
valores criminales.
Según Sutherland (1996 [1947]), la Criminología habría
intentado explicar la conducta delictiva desde dos
perspectivas diferentes. Las primera, a partir de lo que
sucede cuando se produce el hecho delictivo, esto es, a
partir de la propia situación (explicaciones mecanicistas,
situacionales o dinámicas). La segunda modalidad de
explicaciones se basaría en aquellos procesos que
acontecieron en la historia previa del individuo (a las que
denomina explicaciones históricas o genéticas, ya que
recurren a la historia o génesis del individuo).
Sutherland reconoce que ambos enfoques son necesarios
para explicar la conducta delictiva. Por un lado, la
situación concreta ofrece a un individuo la oportunidad de
delinquir. Pero lo más importante, según él, no es la
situación objetiva que se produce en un momento dado,
sino cómo las personas definen e interpretan esa
situación. Una situación aparentemente idéntica puede ser
muy diferente para dos individuos dependiendo de su
historia personal: “Los acontecimientos en el complejo
persona-situación en el momento en que ocurre un delito
no pueden separarse de las experiencias vitales previas del
delincuente” (Sutherland, 1996 [1947]: 170)25.
En concreto, Sutherland describe del siguiente modo la
adquisición de la conducta delictiva: 1) La conducta
delictiva es aprendida, no heredada ni inventada; 2) se
aprende en interacción con otras personas, en un proceso
comunicativo, tanto verbal o gestual; 3) el aprendizaje
delictivo tiene lugar en grupos íntimos, próximos al
individuo; 4) incluye tanto la adquisición de las técnicas
de comisión de los delitos como de los motivos, los
impulsos, las actitudes y las racionalizaciones necesarias
para delinquir; 5) los motivos y los impulsos para
delinquir se aprenden a partir de las definiciones que
ciertos grupos sociales hacen de los códigos legales26; 6)
el principio fundamental de la teoría es el de asociación
diferencial, según el cual los individuos devendrían
delincuentes a partir del contacto excesivo con
definiciones favorables a la delincuencia, por encima de
su conexión con definiciones contrarias a ella; 7) las
asociaciones diferenciales serían más influyentes sobre
los individuos en proporción a su mayor frecuencia,
duración, prioridad (o aparición más temprana) e
intensidad (o fuerza de la vinculación emocional); y 8) en
el proceso de aprendizaje de la conducta delictiva estarían
implicados todos los mecanismos de aprendizaje,
incluyendo la asociación de estímulos y la imitación de
modelos.
La teoría de Sutherland no explica la criminalidad en su
conjunto ni se plantea responder a preguntas globales del
tipo de por qué hay más delitos en un país que en otro. Se
centra en el proceso de conducta individual, buscando las
razones concretas que hacen que unos individuos se
impliquen en actividades delictivas mientras que otros
no27. La criminalidad global sería una función del
número de delincuentes que hay en una sociedad en un
momento dado y del número de delitos que estos
delincuentes llevan a cabo. Si no se comprende cómo un
individuo concreto se convierte en delincuente tampoco
sería posible entender el fenómeno delictivo a gran escala.
Edwin H. Sutherland es, sin lugar a dudas, una de las principales figuras de la
Criminología del siglo XX. Nacido en Nebraska, Estados Unidos, se doctoró
en la Universidad de Chicago en 1913 y fue miembro de algunos de los
departamentos de sociología de las universidades norteamericanas más
prestigiosas (Illinois o Chicago), antes de ser nombrado catedrático en la
Universidad de Indiana. Sus teorías sobre la génesis de la delincuencia y su
acotación del campo teórico y metodológico de la Criminología han tenido un
profundo impacto sobre esta ciencia. Sus obras principales son Principios de
Criminología (1924), Ladrones profesionales (1937) y Delincuentes de
cuello blanco (1949).

Sutherland atiende en su teoría tanto al contenido de


aquello que se aprende (las técnicas de comisión de los
delitos, los motivos y actitudes para delinquir y las
definiciones favorables a la delincuencia) como al
proceso mediante el que se aprende (generalmente en
asociación con grupos íntimos – Bernard et al., 2010).

2.6. REACCIÓN SOCIAL, ECONOMÍA Y


DELITO
A mediados del siglo XX se produjo en las ciencias
sociales un movimiento intelectual de cariz crítico, que
tuvo también gran impacto en la Criminología (Walsh,
2012). Diversos teóricos, desde la sociología del derecho,
la psiquiatría, la psicología y otras disciplinas, pusieron en
entredicho la supuesta objetividad de las denominadas
conductas desviadas e infractoras (incluidos muchos
delitos) y, también, de muchas de las patologías mentales
que justificaban el internamiento y aislamiento de
personas en instituciones penales o psiquiátricas.
Durkheim hizo ya referencia a finales del siglo XIX a la
“normalidad” de la delincuencia y a los procesos que
llevan a la construcción social de lo delictivo (Matza,
1981; Wilkinson, 2010)28:
“Imaginemos una sociedad de santos, un claustro ejemplar y
perfecto. Allí los crímenes propiamente dichos serán desconocidos,
pero las faltas que parecen veniales al vulgo provocarán el mismo
escándalo que un delito común en las conciencias ordinarias. Si esta
sociedad posee el poder de juzgar y castigar, calificará esos actos de
criminales y los tratará en consecuencia. Por la misma razón, el
hombre perfectamente honrado juzga sus menores desfallecimientos
morales con una severidad que la multitud reserva a los actos
verdaderamente delictivos. Antes, los actos de violencia contra las
personas eran más frecuentes que hoy porque el respeto hacia la
dignidad individual era más débil. Como ha aumentado, estos
crímenes se han hecho más raros; pero también muchos actos que
herían ese sentimiento han penetrado en el derecho penal al que no
pertenecían primitivamente —calumnias, injurias, difamación, dolo,
etc.—” (Durkheim, 1986 [1895], Las reglas del método sociológico:
116).

En la última década del siglo XIX, el sociólogo


norteamericano Edward Ross había acuñado la expresión
y el concepto de control social (Rafter, 2009). En 1939
Frank Tannembaum publicó un libro titulado Crime and
the Community en el que introdujo el término tagging
(sinónimo de labeling, etiquetado) para referirse al
proceso que acontecía cuando un delincuente era detenido
y sentenciado. Según Tannembaum, el delito era el
resultado de dos definiciones diferentes de cierto
comportamiento, la definición del propio delincuente y la
de la sociedad, de la siguiente manera (Schmalleger,
1996: 274): “Este conflicto (…) procede de una
divergencia de valores. Cuando el problema [el delito]
tiene lugar, la situación es redefinida gradualmente (…).
Se produce un desplazamiento paulatino desde la
definición de determinados actos como perversos hasta la
definición de los individuos [que los realizan] como
perversos, de manera que todos sus actos empiezan a ser
vistos como sospechosos (…). Desde la perspectiva de la
comunidad, el individuo que acostumbra a realizar
conductas malvadas y dañinas es ahora un ser humano
malvado e irrecuperable (…)”.
Una de las obras de mayor influencia sobre los teóricos
del etiquetado fue el libro de Erving Goffman, de 1961,
Internados (Goffman, 1987). La pretensión de Goffman
fue examinar el impacto de las instituciones totales
(psiquiátricos, prisiones, etc.) sobre la vida de los
internados en ellas. La institución total es, según
Goffman, un ambiente que elimina la distinción entre el
trabajo, el tiempo libre y el descanso. El ciudadano
normal desarrolla estas actividades en distintos ámbitos y
rodeado de personas y grupos diferentes: compañeros de
trabajo, amigos, familia, etc. La institución total
remplazaría a todos estos estamentos, imponiendo su
propia cultura y cambiando el comportamiento y la
personalidad de los internados29.
Paralelamente, surgieron también las denominadas
criminologías críticas, que, desde perspectivas marxistas u
otras, consideraron necesario analizar la delincuencia y su
consiguiente control social en el marco de la lucha de
clases, de la confrontación entre sectores y grupos
sociales diversos, con intereses encontrados (Cid y
Larrauri, 2001; Walsh, 2012). Así como la constatación
del desequilibrio de poder, histórico y presente, existente
en las sociedades, a favor de los estamentos más
poderosos, que serían lo que definen y estructuran el
funcionamiento social, frente a los más desvalidos, que
deben someterse a él. Estos planteamientos críticos
remitían el análisis criminológico a los macrofactores
económicos, políticos y culturales que estructuran las
sociedades industriales y neoliberales modernas, en las
que unos pocos acumularían la mayor parte de los resortes
económicos y la mayor influencia para la creación y
aplicación de las leyes (Lea, 2010). En el extremo
opuesto, la infraclase (Varela y Álvarez-Uría, 1989)
carecería casi por entero de tal capacidad de influencia, y
se convertiría en el objetivo preferente de las presiones
sociales para la adaptación, y, también, de intervención de
los aparatos e instrumentos de control (Walklate,
2011)30.
Karl Marx (1818-1883) ¿Qué se puede añadir acerca de la ingente influencia
social de Marx? A pesar de todo, sus referencias a la delincuencia son casi
inexistentes, pero su perspectiva fue el fundamento de la “Criminología
Radical” o “Nueva Criminología” de los años 70. En estos marcos
conceptuales, los delincuentes se tornan víctimas del capitalismo.

A principios del siglo XX algunos autores como


Colajanni habían retomado la perspectiva, que según se
vio fue pionera en los análisis criminológicos, de la
relación entre economía delito. En la década de los setenta
diversos autores norteamericanos y británicos (Chambliss,
1975; Quinney, 1972; Taylor, Walton y Young, 1973)
estructuraron un pensamiento criminológico de cariz
marxista. Entre sus premisas fundamentales estaba la
consideración de que el poder utilizaría todos los recursos
y mecanismos a su alcance, incluida la propia ley y la
justicia, para afianzar y mantener su posición dominante
en la sociedad. Ello implicaría, asimismo, que los grupos
no dominantes constituirían el objetivo prioritario del
control legal. Si, a largo plazo, se eliminaran la opresión y
las diferencias de clase social, la delincuencia
supuestamente debería desaparecer. Sin embargo,
mientras tanto habría que reprimirla, porque los robos o la
violencia indiscriminada distraerían a los obreros de la
lucha contra su enemigo principal: el estado capitalista31.
Criminólogos socialistas, como Ferri, Bonger y
Colajanni, realizaron estudios sobre la influencia de
factores económicos en la conducta criminal. Bonger
(1916) llegó a la conclusión de que no era la pobreza en
sí, sino la distribución desigual de la riqueza la que
determinaba el nivel de la delincuencia. Consideró la
delincuencia como un acto egoísta, típico de una sociedad
capitalista basada en el afán individual de enriquecerse a
costa de otros. Colajanni escribió:
“La condición económica tiene una acción directa innegable en la
génesis de la delincuencia, en cuanto la deficiencia de medios para
satisfacer las numerosas necesidades del hombre —más numerosas en
los pueblos que alcanzaron un superior grado de civilización— es
estímulo suficiente para procurárselos de todos los modos posibles:
honrados y delincuentes” (en Saldaña, 1914; 428-429).

2.7. LA CRIMINOLOGÍA ESPAÑOLA


MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
Después de la Guerra Civil española se produjo un
decaimiento de las investigaciones y reflexión
criminológicas, en paralelo a lo sucedido en otras
ciencias. Muchos científicos, profesores e investigadores
relevantes del primer tercio del siglo XX se exiliaron,
especialmente a países latinoamericanos, y para quienes
se quedaron en España la censura disuadió de reflexionar
públicamente en materias políticamente tan delicadas
como el delito y la justicia.
López-Rey y Arrojo continuó fuera de España la
tradición criminológica española truncada por la Guerra
Civil, investigando y enseñando sobre cuestiones
criminales en diversos países latinoamericanos y en
vinculación con Naciones Unidas y el Instituto de
Criminología de la Universidad de Cambridge (Cerezo,
2012). Su legado científico principal se recoge en su obra
Introducción al estudio de la criminología (publicada en
1945). Considera que los tres factores fundamentales que
deben ser objeto de estudio criminológico son los
siguientes (Serrano Gómez, 2007): 1) la disposición
individual, de origen mixto genético-adquirido, que
condicionaría el comportamiento delictivo aunque sin
llegar a determinarlo; 2) los influjos del mundo
circundante, que pueden incidir sobre el sujeto, en un
sentido prosocial o antisocial, en función de sus propias
características; y 3) la personalidad individual, dinámica
y cambiante, como resultado sintético de las disposiciones
individuales y de las influencias externas recibidas.
Desarrollos aplicados que, según López-Rey, podrían
derivarse de los conocimientos científicos sobre el delito
son: el dictamen criminológico, a efectos de la
consideración judicial de la imputabilidad, la libertad
provisional o la asistencia social, y el diagnóstico y
pronóstico criminológicos, para valorar la conexión entre
los antecedentes criminales de un individuo y la
probabilidad de que recaiga en el delito.
En España, pasados tres lustros desde la Guerra Civil,
surgieron de nuevo algunas iniciativas criminológicas.
Distintos autores publicaron obras sobre criminología y
delincuencia juvenil (Serrano Gómez, 2007): El niño
abandonado y delincuente (1946), un estudio empírico
sobre los menores que habían pasado por el Tribunal
Tutelar de Menores de Barcelona, de Piquer y Jover;
Criminalidad de los menores (1953), de Ruiz-Funes,
sobre la influencia en el delito de diversos factores como
el medio familiar, el aislamiento propio de la vida urbana,
la falta de escolarización y de trabajo, el cine o la
literatura; Los delincuentes jóvenes (1967), de Sabater
Tomás, resaltando los efectos prodelictivos del abandono,
la miseria, la indisciplina, los problemas de vivienda, etc.;
Sociedad alienadora y juventud delincuente (1973), de
Castillo Castillo; Delincuencia juvenil: tratamiento, de
Barbero Santos; y Criminología (1975), de López-Rey.
En 1955 se creó en la facultad de derecho de la
Universidad de Barcelona, por iniciativa del profesor
Octavio Pérez Vitoria, la Escuela de Criminología, y lo
mismo sucedió en la Universidad Complutense de Madrid
en 1964, constituyéndose un Instituto de Criminología
(Cerezo, 2012). A partir de entonces, se crearon secciones
o institutos de criminología, y se ofrecieron títulos
propios de Criminología, en las universidades de
Valencia, País Vasco, Santiago de Compostela, Alicante,
Córdoba, Las Palmas, Sevilla, Málaga, Granada, y Cádiz.
Posteriormente también en La Laguna, Extremadura,
Salamanca, Murcia y Oviedo.
Las escasas reflexiones e investigaciones criminológicas
existentes en aquellos años se publicaron en las revistas
oficiales, dependientes de ministerios y organismos
públicos, destacando entre ellas la Revista de Estudios
Penitenciarios.
El primer reconocimiento profesional de los titulados en
Criminología se produjo en el ámbito penitenciario, a
partir de la creación del Cuerpo Técnico de Instituciones
Penitenciarias, que incluyó, entre otras especialidades, la
de Jurista-Criminólogo. Para desempeñar este puesto se
exigía contar con doble titulación, la licenciatura en
Derecho y la diplomatura en Criminología. Ya desde
antes de la transición política, pero especialmente después
de ella, el contexto penitenciario, que de modo creciente
se había ido nutriendo de personal con formación
universitaria, generó un ambiente de renovación científica
y aplicada en los análisis del delito, la ejecución de las
penas, y el tratamiento y la reinserción de los
delincuentes. Estos nuevos planteamientos se plasmaron
en múltiples jornadas y congresos penitenciarios,
desarrollados en distintas comunidades autónomas y
ciudades españolas durante las últimas décadas del siglo
XX. En estos encuentros científicos confluyeron
profesores e investigadores, nacionales e internacionales,
con expertos penitenciarios y judiciales, y de ellos
resultaron ricos debates y reflexiones, y surgieron las
primeras investigaciones y estudios criminológicos de la
España democrática, que fueron recogidos en diversos
libros de actas y otras publicaciones.

2.7.1. Investigación
Una característica importante de la criminología
española moderna ha sido su acelerado desarrollo en
términos de investigación (Cerezo, 2012; San Juan, 2011),
como puede constatarse por los múltiples estudios y
publicaciones referenciadas en este manual. En origen,
muchos de los estudios que se realizaron en España se
vincularon, según ya se ha comentado, al ámbito
penitenciario y en ellos tuvo un papel central la Escuela
de Estudios Penitenciarios. A partir de mediados de los
años ochenta, con la asignación de competencias de
justicia juvenil y de prisiones a la Generalitat de Cataluña,
jugó también un cometido decisivo para el desarrollo de
la investigación criminológica española el Centre
d’Estudis Jurídics, del Departamento de Justicia, que
emprendió un amplio programa de investigación y
publicaciones acerca del funcionamiento de la justicia
juvenil y las prisiones, las reformas penales, las
características personales y sociales de los delincuentes, la
reincidencia, los procesos de reinserción, etc. Producto de
ello fueron su colección de libros Justícia i Societat, y sus
revistas periódicas y boletines estadísticos Papers
d’Estudis i Formació, Invesbreu, Justifórum y Justidata,
algunas de las cuales siguen publicándose actualmente.
En vinculación con la Universidad de Valencia, a finales
de los años ochenta se publicaron tres números de la
revista Delincuencia/Delinquency, que fue la primera
revista criminológica en España con un formato científico
internacional. En ella se incluyeron relevantes trabajos de
investigadores españoles y extranjeros en temáticas como
delincuencia juvenil, agresión sexual, educación y
tratamiento de delincuentes, etc., aunque
desgraciadamente esta publicación pronto se extinguió.
A partir de los años noventa aparece en la escena de la
investigación criminológica española el Instituto de
Criminología de la Universidad de Málaga. Este centro
desarrolla y publica diversos estudios sobre delincuencia
económica, urbanística, emigración, ecología y análisis
geográfico del delito, cifras de criminalidad en Andalucía
y en el conjunto de España, etc. Su Boletín
Criminológico, publicación periódica editada
ininterrumpidamente desde 1994 (actualmente también en
formato virtual), ha cooperado de forma relevante a la
incentivación y difusión de la investigación en
Criminología, y es un referente constante para estudiosos
de esta disciplina.
También han contribuido de forma expresa e importante
a la investigación española en Criminología los centros
universitarios siguientes: las universidades Autónoma de
Barcelona y, más recientemente, Pompeu i Fabra y
Girona, cuyos respectivos equipos han investigado en
materias como criminología crítica, impacto de las
reformas penales, decisiones judiciales, inseguridad
ciudadana, efectos del encarcelamiento, violencia de
género y reinserción social; la Universidad de Castilla-La
Mancha, cuyo Centro de Investigación en Criminología
sobresale por sus estudios en delincuencia juvenil y
prevalencia delictiva, especialmente a partir de la
aplicación de instrumentos de autoinforme, y
evaluaciones de la justicia de menores; la Universidad de
Santiago de Compostela, con investigaciones acerca de la
conexión entre consumo de drogas y delito, factores
individuales de riesgo para la conducta antisocial,
biología de la agresión y psicología judicial; la
Universidad de Salamanca, con análisis sobre los efectos
psicológicos de la victimización delictiva y sobre la teoría
del aprendizaje social de Bandura; la Universidad del País
Vasco, en conexión con su Instituto de Criminología, que
fundó en 1976 el entrañable y admirado profesor Antonio
Beristain (con cuyo prólogo a la primera edición esta obra
se honra), con investigaciones en victimología,
delincuencia juvenil, política criminal, miedo al delito,
justicia restaurativa y tratamiento psicológico tanto de
víctimas de maltrato de pareja y de agresión sexual como
de agresores; la UNED, cuyo equipo de profesores e
investigadores en Criminología ha publicado estudios
sobre historia de la criminología, teoría criminológica y
delincuencia juvenil; la Universidad de Lleida, con
estudios sobre victimología, acoso y penas alternativas; y
la Universidad de Barcelona, especialmente a partir de
equipos de investigación vinculados al Grupo de Estudios
Avanzados en Violencia, que han realizado trabajos sobre
evaluación y predicción de riesgo, delincuencia juvenil y
factores de riesgo para el delito, maltrato familiar,
agresión sexual, eficacia del tratamiento de delincuentes y
de víctimas, psicología criminal y criminología teórica.
Para el desarrollo y difusión de la investigación
española en Criminología una iniciativa crucial de los
últimos años fue la creación, a partir de 1998, de la
Sociedad Española de Investigación Criminológica
(SEIC), que aglutina a muchos de los investigadores y
profesores españoles que trabajan en Criminología en
distintas universidades y Centros de Investigación. La
SEIC ha favorecido la investigación y la formación en
Criminología, en primer lugar, mediante la celebración de
un congreso anual de Criminología, que ha promovido la
investigación sistemática y el intercambio de información
científica en las diversas materias y áreas criminológicas
(Cerezo, 2012). Además, en 2003 se creó la Revista
Española de Investigación Criminológica (REIC), que es
un anuario, en formato virtual, que publica artículos
científicos con arreglo a los parámetros internacionales,
incluyendo normas y criterios de calidad, metodológicos,
formales y de contenido, y previo proceso de revisión
anónima por pares. La REIC, que cuenta con amplio
reconocimiento, incluyendo su incorporación en diversos
índices de impacto académico, ha sido decisiva para la
homologación internacional de los estándares de calidad
de artículos científicos publicados en la Criminología
española (véase San Juan, 2011).
Existen también otras revistas españolas que publican,
aunque no exclusivamente, artículos de Criminología: la
Revista de Derecho Penal y Criminología, que se edita en
la UNED, y la Revista Electrónica de Ciencia Penal y
Criminología, que se publica desde la Universidad de
Granada, Cuadernos de Política Criminal, publicada en la
Universidad Complutense de Madrid, y Eguzkilore, desde
la Universidad del País Vasco.

2.7.2. Enseñanza universitaria


Como continuación y desarrollo de los estudios de
Criminología iniciados a mediados de los años cincuenta,
durante las décadas de los ochenta y noventa del pasado
siglo XX se impartieron estudios de diplomado en
Criminología en las universidades de Barcelona, Madrid,
País Vasco, Santiago de Compostela, Salamanca,
Valencia, Alicante y Granada. Dichos estudios se hallaban
adscritos a las facultades de Derecho y daban acceso a un
título propio de la correspondiente universidad. En todo
caso, la diplomatura en Criminología no constituía per se
un título universitario reglado, sino que en general era
cursada, como especialización, por estudiantes que ya
poseían una licenciatura anterior (derecho, psicología,
pedagogía, sociología…), o bien por funcionarios
policiales, penitenciarios, judiciales, etc., en cuyos
currículos profesionales la Criminología era consideraba
un mérito formativo. En paralelo a estos estudios de
diplomatura, durante la década de los noventa, dos centros
universitarios españoles, la Universidad Autónoma de
Barcelona, en colaboración con el Centre d’Estudis
Jurídics del Departamento de Justicia de Cataluña, y la
Universidad de Castilla-La Mancha, desarrollaron sendos
másters en Criminología, dirigidos, como especialización
académica o profesional, a licenciados en previas
titulaciones.
A lo largo de esos años, los diplomados en Criminología
en diferentes ámbitos territoriales habían ido creando
asociaciones de criminólogos, que se acabaron vinculando
en el seno de la Federación de Asociaciones de
Criminólogos de España (FACE). La FACE emprendió
diversas acciones administrativas orientadas al
reconocimiento universitario pleno de los estudios de
Criminología. Un hito importante para lograr dicho
reconocimiento académico fue la unión de esfuerzos y
acción por parte de la FACE, integrada por profesionales
y diplomados en Criminología, y la SEIC, constituida por
profesores e investigadores españoles de Criminología. A
partir de la propuesta y reivindicación conjuntas de ambas
sociedades se logró la aprobación por parte del Gobierno,
en 2004, de los estudios de Licenciatura en Criminología
como titulación universitaria de segundo ciclo, es decir,
requiriéndose para el acceso a la misma una previa
titulación de primer ciclo. La Licenciatura en
Criminología se impartió durante varios años en diversas
universidades, dando como fruto varias promociones de
licenciados, los primeros que contaron en España con un
título universitario oficial en esta materia.
En paralelo a lo anterior se produjo la reforma legal que
instauraba el sistema universitario europeo acordado en la
Declaración de Bolonia, que remplazaba las licenciaturas
por las nuevas titulaciones universitarias de Grado. A
instancias de la SEIC y la FACE, y con acuerdo de los
responsables académicos de distintas universidades
españolas, se creó un Libro Blanco sobre el título de
Grado en Criminología, que definía un Plan de estudios
marco, o de contenidos mínimos, que deberían
incorporarse al Grado. El Libro Blanco sirvió también de
base para la propuesta oficial de Grado de Criminología,
que fue aprobada en 2008. Desde entonces hasta ahora se
han puesto en marcha estudios de Grado de Criminología
en trece universidades españolas. Se trata de una
titulación universitaria reglada, con un carga lectiva de
240 créditos que se imparten a lo largo de cuatro cursos
académicos, y a la que se accede, como a cualquier otra
carrera oficial, mediante la superación de las pruebas
selectivas de acceso a la universidad.
Aparte de los estudios de Grado de Criminología,
algunas universidades imparten en la actualidad estudios
de máster en criminología y también existe la posibilidad
de realización de algunos estudios de doctorado (por
ejemplo, en la Universidad de Barcelona, Autónoma de
Barcelona, y Castilla-La Mancha).
La experiencia habida hasta la fecha en el desarrollo de
los nuevos estudios de criminología puede considerarse
en general positiva. Sin embargo en el funcionamiento
académico del Grado también se detectan algunas
dificultades y elementos más cuestionables, constatados
por profesores y alumnos. Uno de ellos, especialmente
relevante, es el que los programas de diferentes
asignaturas impartidas en el Grado resultan en exceso
miméticos con los de las disciplinas que contribuyen en la
actualidad a la docencia de la Criminología, tales como
derecho, psicología, sociología, medicina, etc.,
escaseando más en contenidos sustantivos genuinos y
propios de la ciencia criminológica. Es decir, parece
existir cierta tendencia a que el profesorado que procede
de las disciplinas mencionadas, que imparte asignaturas
en Criminología sin que en muchos casos la Criminología
constituya su dedicación académica principal, meramente
traslade a la enseñanza de la Criminología los mismos
contenidos curriculares que dicta en su disciplina
originaria, sin efectuar las imprescindibles adaptaciones,
contextualizaciones y ajustes.
Véanse algunos ejemplos de lo anterior. Aunque
convengamos que los estudiantes de Criminología deben
saber derecho penal, por razón de lo que es conveniente a
su propia disciplina criminológica, el derecho penal que
deben adquirir no puede ser el mismo, ni en extensión ni
en profundidad, que el que deberá impartirse a los
estudiantes de derecho. Es decir, el programa de derecho
penal que se enseña en criminología debería ser adaptado,
resumido y contextualizado para criminólogos, ya que
éstos no van a ser abogados, ni pseudoabogados, sino
criminólogos. Su interés principal, por definición de la
propia disciplina, es la criminalidad, su descripción, su
explicación científica, su predicción y su prevención, pero
no prioritariamente su definición jurídica y su sanción
penal. Y lo dicho acerca del derecho penal podría ser
igualmente aplicado al derecho procesal, la psicología, la
sociología o la medicina forense. Ni qué decir, al
respecto, del derecho constitucional, administrativo, o
romano, llegado el caso. Es más, sobre algunas de las
materias que actualmente se imparten en los estudios de
Criminología debería hacerse la pregunta sustantiva de si
realmente son las asignaturas más adecuadas para la
formación en Criminología, por más que los
departamentos universitarios correspondientes así puedan
considerarlo y pretenderlo.
Es opinión de los autores de este manual que, para
resolver adecuadamente los problemas comentados y
mejorar los currícula formativos de los futuros
criminólogos, los programas de Criminología deberían
incrementar, expandir y diversificar sus materias y
ámbitos científicos sustantivos (por ejemplo,
Investigación y explicación criminológica de…, Violencia
en la familia, Delincuencia juvenil, Ciberdelincuencia,
Criminología ambiental, Justicia reparadora, Prevención
en la escuela, Tratamiento de delincuentes en la
comunidad, Criminología comparada, etc.) y aminorar o
suprimir las asignaturas puramente miméticas de otras
disciplinas (Derecho penal, etc., Psicología de…, etc.,
Sociología de…, etc.). Lo anterior no significa que todas
estas disciplinas no puedan efectuar contribuciones
relevantes a la formación criminológica, sino que
deberían hacerlo, no de modo automatizado y mimético,
sino ubicándose convenientemente en los marcos
conceptuales y aplicados de la propia Criminología.
Los profesores Farrington y Redondo fotografiados con alumnos de
Criminología de las Universidades de Barcelona y de Murcia en el año 2013.

2.7.3. Logros y retos


La Criminología cuenta ya con una historia dilatada, que
ha permitido acumular un bagaje amplio de información y
conocimientos acerca de las explicaciones científicas de la
delincuencia y sobre las estrategias más eficientes para
prevenir los delitos. Son muchas las investigaciones que
se desarrollan constantemente en múltiples países acerca
de variadas cuestiones criminológicas, las cuales se
concretan en cientos de publicaciones anuales, en forma
de artículos de revista, capítulos de libros, libros y
monografías especializadas. También reciben atención
científica de parte de la Criminología, para buscar mejores
explicaciones y soluciones a ellos, los nuevos problemas
delictivos que resultan de los constantes cambios
tecnológicos y sociales, que condicionan y replantean las
relaciones familiares, laborales, comunitarias e
internacionales.
Todos estos conocimientos se estructuran y difunden en
los múltiples foros criminológicos existentes, como
cursos, seminarios y congresos, y particularmente,
integran los contenidos formativos de los programas
universitarios en Criminología existentes en distintos
países.
España no ha sido ajena a estos desarrollos científicos y
académicos, tanto desde una perspectiva histórica como,
especialmente, en la modernidad. Según se ha visto en
este capítulo, España cuenta con una investigación
criminológica creciente en cantidad y calidad, y con
estudios universitarios reglados de Criminología. Sin
embargo el futuro de una ciencia se construye tanto a
partir del reconocimiento y la satisfacción por lo ya
logrado como desde la conciencia de las dificultades y
carencias todavía existentes.
Probablemente los dos retos futuros más importantes a
los que se enfrenta la Criminología sean la mejora y
consolidación de una formación universitaria de calidad y,
paralelamente, el desarrollo profesional y aplicado de la
disciplina. En relación con el afianzamiento académico, la
Criminología debería adquirir en las universidades
españolas su identidad y autonomía plenas, haciendo
compatible la cooperación y el intercambio de
conocimientos y métodos con otras disciplinas cercanas
(como el derecho, la psicología o la sociología) con, a la
vez, liberarse de antiguas filiaciones y servidumbres,
particularmente en España en relación con las facultades
de derecho. El derecho fue un buen padre histórico para la
Criminología española, a la que dio vida en origen y de la
que se ocupó durante muchos años, por todo lo cual la
Criminología debe mostrar su sincera y afectuosa gratitud.
Pero hoy la Criminología ha crecido y madurado y tiene
su propia vida y aspiraciones de ciencia adulta, y es
propio de los buenos padres y madres favorecer la
autonomía, el desarrollo pleno y la felicidad de sus hijos,
sin someterlos a vínculos patológicos y tutelas
infantilizantes. Una aspiración relevante en este camino
de autonomía necesariamente habrá de pasar por la
creación en las universidades de departamentos de
Criminología, cuyos integrantes tengan la Criminología
como dedicación académica principal, docente e
investigadora, y puedan sentirse abiertamente orgullosos
de ello (algo que hoy no siempre les es posible). Además,
la Criminología académica debería también alcanzar el
debido rango y autonomía en el marco de las evaluaciones
de las agencias de calidad, como ANEP, ANECA,
CNEAI, etc., que permita que los docentes e
investigadores en Criminología sean valorados con mayor
equidad y justicia desde el conocimiento de su propia
disciplina, y no desde el prisma sesgado, como no pocas
veces sucede en la actualidad, de perspectivas y marcos
de trabajo ajenos (derecho, psicología, sociología, etc.).
El segundo reto para el futuro, no menos importante, es
el despliegue de la Criminología en términos aplicados.
Hoy por hoy son muchos los conocimientos de los que
dispone la Criminología que podrían tener implicaciones
prácticas, pero dichos conocimientos son muy
exiguamente utilizados en materias como la mejor
comprensión e interpretación de los casos individuales de
violencia y delincuencia, en los análisis globales y de
evolución de las cifras de criminalidad, en la preparación
de reformas penales, en la asignación más racional de
medidas penales adecuadas a los condenados, en la
predicción más ajustada y racional de la reincidencia
delictiva de distintas tipologías de delincuentes, en la
aplicación de medidas de control social informal en las
familias, escuelas y barrios, en los programas preventivos
de índole educativa, económica, sanitaria, social, etc. A la
vez que la Criminología dispone de conocimientos de
utilidad social en todas las anteriores materias, las
políticas criminales funcionan en general de modo
acientífico, es decir con total ignorancia de los
conocimientos disponibles, o, peor aún, contracientífico, o
sea haciendo justo lo contrario de lo que el conocimiento
criminológico prescribe.
El desarrollo aplicado de la Criminología comportará
seguramente recorrer un camino largo y difícil, ya que los
inconvenientes son muchos, incluyendo desde la
constante amplificación simbólica de los fenómenos
delictivos y del miedo al delito hasta una fe ciega e
ilimitada en el poder disuasorio del castigo penal. Pese a
estas dificultades, en los próximos años deberán darse
pasos firmes en dirección a que los conocimientos
criminológicos puedan llegar a diferentes problemas y
contextos criminales de la mano de profesionales de la
Criminología cada vez mejor formados y entrenados para
el desempeño de las tareas requeridas por unas políticas
criminales más imaginativas, innovadoras y eficaces.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Como resultado de la globalidad del conocimiento criminológico y social
acumulado, las normas y leyes que regulan la convivencia social, incluidas las
leyes penales, podrían considerarse el producto mixto tanto de un cierto
“consenso” entre individuos y grupos como de un cierto “conflicto” entre ellos.
2. Además de los objetivos disuasorios que tradicionalmente se atribuyen a las leyes
penales, desde antiguo se ha señalado también la necesidad del estudio científico
de los delitos, para conocer sus causas y mejorar su prevención, de prevenir los
delitos recompensando su contrario, las conductas prosociales, y de no ampliar
ilimitadamente la esfera de los delitos, sino limitarla a aquellas infracciones más
graves y dañinas.

3. Los fenómenos criminales que tienen lugar en una sociedad, como robos,
homicidios, maltrato familiar, violaciones, etc., son acontecimientos “normales”,
en el sentido de inherentes al propio funcionamiento social, por lo que a gran
escala propenderán a cierta estabilidad a lo largo del tiempo, con oscilaciones
naturales al alza y a la baja. En general, dada la multiplicidad de factores incursos
en cada fenómeno infractor o criminal, resultarán irrealistas y probablemente
abocados al fracaso los intentos de erradicarlo o controlarlo fundamentalmente a
partir de reformas u endurecimientos penales.
4. Ya desde los primeros estudios científicos en Criminología se puso de relieve que
la privación relativa, o conciencia de desigualdad social, incrementa los
sentimientos de injusticia y resentimiento, que pueden ser en muchos casos
precursores emocionales de la agresión y el delito.
5. La pobreza y privación relativa, la anomia, o desregulación social, que resulta de
las transformaciones sociales rápidas y deja a los individuos sin referentes
normativos para su conducta, y la desorganización social, que expone a los
ciudadanos a frecuentes modelos y situaciones de marginación y delincuencia,
constituyen antesalas frecuentes de la criminalidad. Aquellas áreas urbanas donde
se concentran estos problemas son contextos de alta probabilidad de imitación y
aprendizaje de conductas infractoras y delictivas, especialmente por parte de los
jóvenes, por lo que dichas áreas deberían ser objetivos prioritarios para la
prevención.
6. La herencia más importante del positivismo criminológico fue su propuesta de
utilizar el método científico, basado en la observación y medida sistemática de las
realidades sociales, para el estudio de la criminalidad.
7. Los estudios sobre imitación, aprendizaje y delincuencia constataron que la
conducta delictiva generalmente se adquiere en vinculación afectiva o asociación
diferencial con personas que previamente cometen delitos, de las que se imitan
tanto las habilidades y hábitos delictivos como las definiciones y valores que
amparan y justifican dichos comportamientos.
8. Desde planteamientos del interaccionismo simbólico y marxistas se puso de relieve
cómo los grupos más poderosos de la sociedad utilizan su fuerza y poder para
influir sobre las leyes y los mecanismos de control, lo que suele ir en detrimento
de los clases bajas y menos favorecidas, cuyas conductas son más fácilmente
etiquetadas como delictivas, y sus miembros más probablemente estigmatizados
como delincuentes.
9. La Criminología en general, y la criminología española en particular, tienen ante sí
dos importantes retos de futuro: mejorar y consolidar la calidad de su formación
universitaria, y trasladar los conocimientos criminológicos a aplicaciones
innovadoras que permitan políticas criminales más diversificadas, realistas, y
eficientes.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿En qué época surgió la criminología científica? ¿Qué otras disciplinas naturales o
sociales aparecieron en las mismas décadas? ¿Qué similitudes tiene la
Criminología con ciencias como la biología o la sociología? ¿En qué se diferencia
de ellas?
2. ¿Cuándo comenzó la criminología científica en España? ¿Quiénes fueron sus
principales representantes?
3. ¿Qué relación existe entre la Ilustración y la Escuela clásica?
4. ¿Qué significa “placer” y “dolor” en la teoría clásica del delito?
5. Resumen y comentario crítico de las principales ideas de Beccaria y de las de
Bentham.
6. ¿Qué pensadores contribuyeron a la expansión de la Escuela clásica en España?
7. ¿Cuáles fueron las principales aportaciones de Lombroso al desarrollo de la
Criminología?
8. ¿Cómo se concretó el positivismo criminológico en España? ¿Quiénes fueron sus
autores principales? ¿Las ideas más destacadas?
9. ¿Cómo explica la escuela de Chicago la delincuencia urbana? ¿Sigue siendo útil el
concepto de desorganización social en las ciudades de nuestro tiempo?
10. ¿Qué implicaciones criminológicas tiene el concepto de “desorganización
social”?

11. Ejercicio sugerido para los estudiantes. Siguiendo el esquema propuesto en el


recuadro La realidad criminológica: Desorganización social y delincuencia en las
ciudades modernas, ¿podría el alumno aplicar el modelo de áreas concéntricas a la
realidad social y delictiva de su ciudad de residencia? Para ello, deberían buscarse
algunos indicadores, semejantes o distintos a los propuestos en el texto, que
permitieran conocer los niveles socioeconómicos de los barrios de la ciudad y sus
correspondientes tasas delictivas.
12. Enuncia o escribe, en tus propias palabras, las leyes de la imitación de Tarde.
13. ¿Cuáles son las principales propuestas de la teoría de la asociación diferencial de
Sutherland?
14. ¿En qué consiste el principio de asociación diferencial?
15. ¿Qué implicaciones tuvo para la Criminología el movimiento crítico acontecido
en las ciencias sociales desde mediados del siglo XX?
16. ¿Cuáles han sido los principales hitos y logros de la criminología española en la
modernidad? ¿A qué retos de futuro se enfrenta?

1 Según Locke, todas las pasiones guardan relación con el placer y el dolor.
El placer es “las saciada plenitud del ser; el dolor es la contradicción de la
tendencia a la perfección del ser” (Saldaña, 1914: 133.134).
2 De acuerdo con la naturaleza humana existen dos tipos de delitos: los
delitos atroces, que atentan contra la seguridad de la vida, y los delitos
menores, que menoscaban la seguridad de los bienes, que son producto de
una convención social. Los hombres tienen menor inclinación para llevar
a cabo los primeros que los segundos.
3 “Uno de los mayores frenos del delito no es la crueldad de las penas, sino
su infalibilidad (…)” (p. 101). La probabilidad de delinquir disminuirá en
la medida en que en el intelecto humano se establezcan mayores
asociaciones entre los comportamientos de los hombres y las
consecuencias que les sobrevienen.
4 “Más fuertes y sensibles deben ser las impresiones sobre los ánimos
endurecidos de un pueblo recién salido del estado salvaje. (…) Pero a
medida que los ánimos se amansan, en el estado de sociedad aumenta la
sensibilidad y, al aumentar ésta, debe disminuir la fuerza de la pena (…)”
(pp. 145-146).
5 El ladrón y el asesino experimentarán un menor temor por el momento final
de la horca o la rueda para no infringir unas leyes frecuentemente injustas,
que el temor que sentirán ante la idea de la esclavitud de la cárcel. “Quien
teme el dolor obedece las leyes; pero la muerte extingue en el cuerpo
todas las fuentes de dolor” (p. 121). Además, la aplicación de la pena de
muerte puede constituir un ‘funesto’ ejemplo para los ciudadanos a
quienes las leyes conminan a respetar la vida humana. La pena de muerte
solamente debería aplicarse en casos extremos, como los delitos políticos.
La cárcel, según Beccaria, no constituye una disuasión suficiente cuando
la persona condenada “aun privada de libertad, siga teniendo tales
relaciones y tal poder que comprometa la seguridad de la nación” (p. 104).
6 El origen histórico de esta idea puede situarse ya en la Grecia del siglo IV
antes de Cristo, donde ya Epicuro había desarrollado una doctrina
filosófica que consideraba que el logro del placer y la evitación del dolor
constituían las motivaciones básicas de la vida humana y también las
fuentes de su moralidad (Arrighetti, 1973; Gaarder, 1995). La doctrina
epicúrea fue retomada y desarrollada en la modernidad por el matemático
y filósofo francés Pierre Gassendi (1592-1655) quien, conjugando
filosofía epicúrea y cristianismo, postuló que la felicidad residía en la paz
del espíritu y en la ausencia de dolor corporal (The New Encyclopaedia
Britannica, Vol. 5, 1993).
7 Llamamos la atención del lector sobre la modernidad de estas propuestas,
efectuadas en un momento primigenio de la criminología científica, hace
ahora casi doscientos años, pero que son de extraordinaria actualidad, ya
que, en términos generales, no distan mucho de las proposiciones
contemporáneas acerca de la prevención de la delincuencia.
8 “Los más sensatos tratadistas de la antigüedad convienen en que algo que
pasa en el corazón del hombre se revela en el semblante, y puede ser
conocido con una atenta observación (…) Según los antiguos
fisionomistas, el fundamento principal de su ciencia está en que la
semejanza de cualidades físicas entre varias personas arguye semejanza en
sus cualidades morales” (Montes, 1911: 49 y 54).
9 “El tamaño y forma de un órgano cerebral, siendo todo lo demás igual, es
medida positiva de su potencia y se manifiesta por la superficie exterior
del cráneo” (Gall, en Saldaña, 1914: 344-345).
10 Acerca de la capacidad de Lombroso para generar polémica, escribió
Dorado Montero, quien probablemente lo conoció en Italia, que “donde
ponía la mirada y la pluma introducía la inquietud” (cita tomada de
Serrano Gómez, 2007, p. 148).
11 “En realidad, lo que Lombroso llama un criminal es un preso… Todos los
presos se parecen en algo. El régimen que les es común, determina en
ellos ciertas anomalías particulares, por las cuales se distinguen, a la larga,
de los hombres libres; lo mismo que sucede con los sacerdotes y con los
monjes…” (Anátole France, Les criminels, La vie littéraire, II; en
Saldaña, 1914: 357).
12 El profesor Belga Xavier Francotte replicaba a Lombroso tan
prematuramente como el año 1891, en su propia obra La Anthropologie
Criminelle, en los siguientes términos: “El hombre honrado y el hombre
criminal no forman dos categorías esencialmente separadas. El
delincuente no es un ser aparte de la humanidad. Todo hombre lleva
consigo las pasiones, las inclinaciones, los instintos que pueden llevarle al
delito” (Saldaña, 1914, p. 358).
13 Entre éstos se refirió a aspectos tan variados como la influencia
criminógena del clima, la lluvia, el precio del grano, las costumbres
sexuales y matrimoniales, las leyes penales, las prácticas bancarias, la
estructura del gobierno, y las creencias religiosas y sociales (Lombroso,
2006; Bernard et al., 2010).
14 Estas propuestas no eran consideradas reaccionarias en aquel momento
histórico, sino incluso progresistas, suscitando la adhesión de muchos
intelectuales y políticos no solo de derechas sino también de izquierdas.
15 En primer lugar, las diferencias físicas halladas entre los grupos de
delincuentes y de no delincuentes fueron, en realidad, muy pequeñas,
resultando incluso mayor la variabilidad observada dentro de la propia
muestra de delincuentes que entre éstos y los sujetos de comparación.
Además, Hooton incluyó en su muestra no delictiva una gran proporción
de policías y bomberos, cuya selección profesional toma en cuenta sus
mejores cualidades físicas, lo que constituye un sesgo evidente para su
comparación con los presos. Muy probablemente este sesgo fue el origen
de las diferencias físicas entre delincuentes y no delincuentes encontradas
erróneamente por Hooton.
16 “La Frenología acaba de revelarnos que, sea cual fuere la naturaleza del
alma, sus manifestaciones en este mundo, al menos, dependen de la
organización cerebral, ya que si esta organización no se mejora en algunos
seres, o se les permite reproducirse, el alma manifestará en ellos aquellas
aberraciones que llamamos verdadero crimen; cuando el hombre es
demente o criminal nato, si queremos servirnos de este último impropio
término, cualquier castigo es injusto e inútil” (Cubí y Soler, en 1843, cita
tomada de Saldaña, 1914: 346).
17 Antecedente más remoto de los intentos de construir una ciencia de los
delitos fue, según se ha comentado, la Fisionomía, que también contó en
España con defensores a lo largo de los siglos XVII y XVIII, tales como
Miguel Medina, el Padre Tamayo, y Jerónimo Cortés (Montes, 1911).
18 La denominación área de transición hace directamente referencia a que se
trata de una zona de tránsito de habitantes, ya que a ella suelen ir a vivir
los recién llegados a la ciudad (el deterioro urbanístico existente propicia
que las viviendas sean allí más baratas) hasta que logran instalarse en un
barrio mejor, dando paso a que nuevos recién llegados la habiten (Cid y
Larrauri, 2001).
19 Para el cálculo de cada tasa delictiva se procedió de la siguiente manera:
(1) para calcular el número de jóvenes delincuentes por distritos tomamos
como base la información que nos fue facilitada por la Dirección General
de Medidas Penales Alternativas y Justicia Juvenil del Departamento de
Justicia (y publicada en los Anuarios Estadísticos de la Ciudad de
Barcelona) sobre el número de jóvenes de 12 a 18 años que había pasado
por la jurisdicción penal juvenil en la ciudad de Barcelona; (2) esta
información correspondía a la serie temporal de los años 1994, 1995 y
1996 y, en conjunto, incluía 2.409 casos; (3) las cifras estaban desglosadas
según los distritos municipales en que se estructura la ciudad de Barcelona
(1. Ciutat Vella; 2. Eixample; 3. Sants-Montjuic, 4. Les Corts; 5. Sarriá-
Sant Gervasi; 6. Grácia; 7. Horta-Guinardó; 8. Nou Barris; 9. Sant
Andreu, y 10. Sant Martí); (4) para hallar las tasas de jóvenes delincuentes
por cada mil jóvenes residentes en cada uno de los distritos se utilizó el
censo de población de 0-14 años correspondiente al padrón de 1991 (datos
tomados de la revista Barcelona Societat, n. 2, 1994, pág. 9); (5) por
último, se ha calculado la tasa promedio de delincuencia de cada zona
concéntrica a partir de la media delictiva de todos los barrios que la
integran en todo o en parte (estas tasas promedio se reflejan en el pie del
cuadro 6.1).
20 La conexión entre la conducta antisocial y el contexto social en que se
producía resultaba evidente a los ojos de estos primeros teóricos de
Chicago. Lattimore, en un informe de 1914 sobre las condiciones de
Skunk Hollow, un suburbio de la ciudad de Pittsburgh, escribía (Matza,
1981: 33-34): “Si alguien quiere hacerse una idea del problema del tiempo
libre, de la delincuencia juvenil, del problema racial, de los males
sociales, de la violación de la ley seca, del desempleo y de la incapacidad
debida a causas industriales, solo necesita darse una vuelta por el Hollow
y ver cómo se afirman las fuerzas desintegradoras cuando las fuerzas de
progreso han sido eliminadas por el letargo cívico y por el egoísmo”.
21 Sin embargo, la explicación dada por los teóricos de Chicago contradecía
en buena medida sus propias observaciones. Hablaban de falta de orden
pero, en cambio, sus estudios describían la presencia de distintos tipos de
orden, de diferentes modos de organización social, aunque fueran
minoritarios y opuestos a las pautas generales de los grupos prevalentes.
De este modo, lo que verdaderamente puso de relieve la escuela de
Chicago fue, en primer lugar, la existencia en la sociedad de grupos
diferentes con valores y normas distintos y, también, que en algunos de
esos grupos sociales —marginales y minoritarios— la desviación y la
delincuencia eran procesos habituales (Scull, 1989).
22 La idea básica que subyace a las teorías del aprendizaje es que el
comportamiento humano se aprende. La primera elaboración de esta idea
en el pensamiento occidental fue realizada por Aristóteles (384-322 a.C.),
quien propugnó que el conocimiento es el producto exclusivo de la
experiencia. Según Aristóteles las experiencias sensoriales que guardan
alguna relación entre sí se asocian en nuestra mente, a partir de cuatro
leyes de asociación (Vold y Bernard, 1986): la ley de la semejanza (los
estímulos se asocian con mayor facilidad si son similares), la ley del
contraste (la marcada diferencia entre estímulos facilita también su
asociación en la mente), la ley de la sucesión en el tiempo (los estímulos
se conectan más fácilmente si se siguen temporalmente el uno al otro) y la
ley de la proximidad en el espacio (la contigüidad espacial de los
estímulos facilita su vinculación mental). A partir de los postulados
aristotélicos nació el asociacionismo, que ha sido una concepción
omnipresente en la cultura occidental desde entonces hasta nuestros días.
Los filósofos empiristas como Hume, Hobbes y Locke fundamentaron su
pensamiento acerca del conocimiento humano sobre la misma idea de la
asociación de sensaciones (Yar, 2010; O’Malley, 2010). Este enfoque dio
lugar en los inicios de la psicología, a finales del siglo XIX, a la aparición
de dos líneas de investigación paralelas. Una de ellas fue iniciada por el
alemán Herman Ebbinghaus, quien llevó a cabo los primeros
experimentos para conocer cómo se producía en la mente humana el
proceso de asociación entre estímulos. La segunda línea fue desarrollada
por el norteamericano Edward Lee Thorndike mediante experimentos
sobre condicionamiento estimular en animales.
23 Las ciudades que conoció Tarde a finales del siglo XIX estaban inmersas
en un proceso de rápidos cambios y de expansión, con continuas
inmigraciones desde las zonas rurales.
24 La teoría de la asociación diferencial, tal y como la presentamos a
continuación, quedó definitivamente diseñada por Sutherland en la última
edición que éste realizó de su obra Principles of Criminology. En
posteriores ediciones del libro los discípulos de Sutherland, Donal R.
Cressey y David F. Luckenbill, comentaron las revisiones y
modificaciones teóricas propuestas por otros autores pero preservaron la
teoría de Sutherland en su forma original (Akers, 1997).
25 Este presupuesto de la teoría de Sutherland se fundamenta en el
interaccionismo simbólico desarrollado por George Herbert Mead, W. I.
Thomas y otros autores de la escuela de Chicago. El interaccionismo
simbólico ha argumentado (Vold y Bernard, 1986: 211) que “las personas
construyen ‘definiciones’ relativamente permanentes de las situaciones o
de los significados que derivan de sus propias experiencias. Esto es,
deducen significados particulares a partir de experiencias específicas pero
después los generalizan, de manera que tales interpretaciones se
convierten en un modo personal y general de ver las cosas. A partir de
estas definiciones individuales diversificadas, dos personas pueden
comportarse de maneras muy diferentes frente a situaciones muy
semejantes”.
26 Como en las ciudades modernas conviven, debido a los conflictos
culturales, definiciones favorables y desfavorables a la delincuencia,
ambos tipos de influencia pueden incidir sobre los individuos.
27 Sutherland sostiene que las teorías sociológicas que pretenden explicar la
delincuencia en su conjunto, por ejemplo la teoría de la desorganización
social de la escuela de Chicago, deberían ser consistentes con las teorías
individuales de explicación de la conducta delictiva.
28 O como más tarde Matza (1981: 25), desde su perspectiva naturalista,
matizaría: “Siendo, pues, la desviación un rasgo común a toda sociedad,
por venir implicada por la organización social y moral, no necesita de una
explicación extraordinaria. Extraviarse de un camino no es ni más
comprensible ni más asombroso que mantenerse en él”.
29 Goffman utilizó como fuente primaria de información para sus análisis la
observación en una sola institución hospitalaria, Santa Isabel en
Washington, y a partir de esta observación particular extrajo conclusiones
generales sobre diversas instituciones totales: las prisiones, los
monasterios, las escuelas militares, los asilos de ancianos y los campos de
concentración. Analizó los cambios y las reacciones de los sujetos
internados como producto de los ambientes en los que se encontraban,
más que como efectos de la propia enfermedad, de la patología que
padecían.
30 A mediados del siglo pasado el pensamiento marxista sentaría las bases en
las que después beberían los teóricos del conflicto. Escribe Marx
(Schoeck, 1977: 213-214): “En la producción social de su vida los
hombres se adentran en unas relaciones determinadas, necesarias,
independientes de su voluntad (…). El conjunto de esas relaciones de
producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la que se alza un edificio jurídico y político, y a la que responden
unas determinadas formas de conciencia social. El tipo productivo de la
vida material condiciona en definitiva el proceso vital social, político y
espiritual. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino
que, a la inversa, es su ser social el que condiciona su conciencia”. Según
Marx, el conflicto social surgiría de la siguiente sucesión de
acontecimientos: “En un determinado estadio de su evolución las fuerzas
productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las
relaciones (…) de propiedad (…). Y entonces aparece una época de la
revolución social. Con el cambio de la situación económica se transforma
también todo el monstruoso edificio (…). Hay que distinguir (…) entre el
cambio material (…) y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas
o filosóficas, en un palabra, las formas ideológicas, con que los hombres
toman conciencia de ese conflicto y lo resuelven”. Pese a todo, ni Karl
Marx ni Friedrich Engels desarrollaron una teoría propia sobre la
delincuencia. Aluden a problemas delictivos varias veces en sus obras,
pero sin tratarlos con profundidad, y tampoco presentan un programa de
política criminal.
31 Una vez llegados al poder, los líderes marxistas tenían que enfrentarse
directamente con el problema delictivo. En los primeros años de la Unión
Soviética, se desarrollaron programas novedosos contra la delincuencia,
descriminalizando comportamientos que antes eran delictivos, como por
ejemplo la homosexualidad, y proponiéndose la reeducación y
reincorporación de los delincuentes al seno de la clase obrera. Sin
embargo, “las reminiscencias de la época capitalista” no desaparecieron y
la represión estatal se consolidó. La sociedad rusa en la época de Stalin
fue, probablemente, una de las más represivas que ha existido en la
historia humana, con cientos de miles de personas ejecutadas, y millones
de ciudadanos internados en campos de trabajos forzados en Siberia, en
condiciones extremas de esclavitud y privaciones. La criminología oficial
en los países comunistas asumió un rol de apoyo total al estado y a su
política represiva, algo bastante alejado precisamente de los
planteamientos de la criminología crítica.
3. MÉTODO E
INVESTIGACIÓN
CRIMINOLÓGICA
3.1. MÉTODO CIENTÍFICO Y CRIMINOLOGÍA 130
3.2. CÍRCULO DE LA INVESTIGACIÓN EMPÍRICA 133
3.2.1. Modelo conceptual 134
3.2.2. Hipótesis 135
3.2.3. Modelo operativo 136
3.2.4. Recogida de los datos 138
3.2.5. Análisis de los datos 140
3.2.6. Revisión de la hipótesis y del modelo conceptual de partida
143
3.3. MEDIDAS Y MUESTRAS 144
3.3.1. Las variables y su medida 146
3.3.2. Dispersión muestral 148
3.3.3. Universo/población y muestra 149
3.3.4. Procedimientos de muestreo 150
3.3.5. Tamaño muestral 154
3.4. ENCUESTAS Y CUESTIONARIOS 156
3.5. ENTREVISTA 161
3.5.1. Tipos de entrevista 162
3.5.2. Fases de la entrevista 164
3.6. OBSERVACIÓN 165
3.6.1. Observación documental 165
3.6.2. Observación sistemática o directa 166
3.6.3. Observación experimental 168
3.6.4. Observación participante 170
3.7. INVESTIGACIÓN EN LA ACCIÓN (ACTION RESEARCH)
171
3.8. LA RECONSTRUCCIÓN DEL PASADO: LA
INVESTIGACIÓN CRIMINALÍSTICA COMO MÉTODO
CIENTÍFICO 172
3.9. INTERPRETACIÓN DE LOS RESULTADOS 174
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 177
CUESTIONES DE ESTUDIO 178

El espíritu y el excepcional trabajo de nuestro colega PER STANGELAND, ya


retirado de la vida académica, continúa bien presente en esta nueva edición
de Principios de Criminología

Las investigaciones criminológicas tienen dos


propósitos principales: el primero, describir los
fenómenos criminales del modo más amplio y preciso
posible; el segundo, establecer qué factores se hallan
relacionados con la delincuencia, favoreciéndola o
inhibiéndola. De una u otra forma, la generalidad de las
investigaciones comentadas en este manual, y la mayoría
de los estudios que puedan concebirse en Criminología,
responden a uno u otro objetivo, o a ambos.
En primer lugar, la delincuencia es un fenómeno
individual y social complejo y cambiante, con múltiples
topografías y definiciones (delincuencia juvenil,
económica, violenta, sexual, organizada…), y que
acontece en variados contextos y circunstancias de las
interacciones humanas (familias, calles y barrios, lugares
de ocio, instituciones sociales diversas…). De ahí que el
primer objetivo científico de la Criminología deba ser la
descripción sistemática de las diversas realidades
delictivas, que permita conocer sus magnitudes,
frecuencias, evoluciones, comparaciones entre ámbitos y
países distintos, etc. (Aebi, 2008).
Pero, además, el comportamiento delictivo individual, y
los fenómenos criminales a gran escala, son procesos
multicausales, estimulados y mantenidos por muy
diferentes factores de índole personal, social y situacional.
Lo que requiere a la Criminología a ocuparse en sus
estudios de explorar todas estas posibles influencias sobre
los delincuentes y los delitos, y a delimitar poco a poco, y
de la manera más certera posible, cuáles son los factores
criminogénicos más importantes (Loeber, Farrington, y
Redondo, 2011). En este ámbito de la investigación
criminológica está incursa también la formulación de
hipótesis y teorías sobre la delincuencia, así como su
comprobación empírica.
En coherencia con lo anterior, los estudiantes y
profesionales de la Criminología deberían contar con una
formación metodológica apropiada, que les capacite para
interpretar correctamente aquellos estudios
criminológicos que analicen, y, también, para poder idear
y desarrollar investigaciones propias e innovadoras, que
puedan contribuir al avance científico de la disciplina. Por
todas estas razones, el presente capítulo se ocupará de los
métodos utilizados por las investigaciones criminológicas
a los efectos comentados, la descripción y explicación de
los fenómenos criminales.
3.1. MÉTODO CIENTÍFICO Y
CRIMINOLOGÍA
La metodología utilizada en las investigaciones
criminológicas es semejante a la empleada en las ciencias
sociales y naturales, como, por ejemplo, la sociología, la
psicología o la biología. Todas estas disciplinas utilizan
estrategias de análisis empírico, que tienen como pilar
básico la observación de los fenómenos de que se ocupan,
y el establecimiento de hipótesis, explicaciones y
predicciones a partir de sus observaciones. Esta
metodología es conocida también como método
hipotético-inductivo. La inducción es el proceso que
permite desarrollar una explicación o teoría sobre un
fenómeno (la criminalidad, por ejemplo) a partir de un
conjunto de observaciones sobre el mismo (Walker y
Maddan, 2012)1.
Este método supone en esencia el empleo de un
procedimiento regular, explícito y repetible para analizar
un problema. Para ello el investigador debe comenzar
especificando sus cuestiones de estudio y los sistemas y
pasos que seguirá para someterlas a análisis. La
regularidad, explicitud y replicabilidad, requeridas por el
método científico, permiten que cualquier investigador
pueda volver sobre el problema analizado y verificar de
esta manera los resultados obtenidos con anterioridad
(Echevarría, 1999, Fernández Villazala, 2008).
La Criminología, como ciencia empírica que es, presta
la atención a la enseñanza y reflexión sobre sus propios
métodos de análisis e investigación. Para el lector ya
familiarizado con otras ciencias empíricas, como la
biología, psicología, o la sociología, algunos de estos
métodos serán ya conocidos, y el texto de este capítulo
podría parecerle demasiado esquemático y simple. En
todo caso, en Criminología, una formación adecuada en
métodos de investigación requiere asignaturas o cursos
específicos, así como el uso de textos de referencia mucho
más extensos2.
Además de diversos métodos e instrumentos
compartidos con otras disciplinas, la Criminología ha
desarrollado, en función de sus propios objetos de
análisis, la delincuencia y su control, algunos
instrumentos de investigación propios. Los delitos son
comportamientos que a menudo tienden a ocultarse. En
general, resultará más fácil obtener información sobre el
rendimiento académico de los adolescentes que sobre su
posible implicación en pequeños hurtos. Por ello, quienes
investigan en materias delictivas generalmente van a
requerir un esfuerzo y tiempo extras para ganarse la
confianza y la colaboración de los sujetos de sus estudios.
Asimismo, muchos datos relativos a los delitos y a sus
posibles autores han de tener, por su propia naturaleza,
una alta confidencialidad, por lo que habitualmente su
obtención va a requerir la tramitación de las pertinentes
autorizaciones, necesarias para acceder a informes
administrativos sobre delincuentes juveniles, tasas
delictivas, encarcelados, actuaciones de la policía en la
lucha contra el crimen, cifras judiciales de los delitos, etc.
Otra particularidad a la que se enfrenta el análisis
criminológico es que las opiniones y valoraciones acerca
de los fenómenos delictivos —en estudios orientados, por
ejemplo, a la percepción de la inseguridad ciudadana—
son muy inestables, e incluso contradictorias,
dependiendo en buena medida del contexto de las
preguntas y de qué persona o personas las contestan. Los
ciudadanos encuestados o entrevistados pueden expresar
opiniones sobre el delito en determinado sentido, y en
cambio su conducta real ir en dirección contraria; incluida
la posibilidad de reclamar públicamente que se
endurezcan las sanciones para infracciones que ellos
mismos cometen a menudo, como puedan ser pequeños
hurtos, fraudes a la Hacienda Pública, conducción
temeraria u otros (véanse más adelante las técnicas de
neutralización y justificación de la propia conducta, que
ayudan a razonarla y exculparla). Como resultado de estas
discrepancias y dificultades, la medida de valores y
opiniones suele tener menos relevancia en Criminología
(como también es necesaria) que en los marcos de la
Sociología, las ciencias de la información y la política. En
Criminología, las encuestas se utilizan primariamente para
medir la magnitud de los delitos, a partir de estudios de
victimización o de autoinculpación, y más
esporádicamente para análisis de opinión ciudadana sobre
seguridad u otros aspectos relacionados con la
delincuencia.
Finalmente, en la investigación criminológica se
implican a menudo mayores problemas éticos que en otras
ciencias. No es lo mismo un experimento controlado, o
una entrevista clínica, en psicología o en medicina que en
Criminología (Farrington y Welsh, 2005, 2006). El fin
principal de la psicología y la medicina clínicas es el
desarrollo de tratamientos que mejoren la salud y el
bienestar de los pacientes. Sin embargo, la investigación
criminológica se desarrolla en contextos donde hay
grupos con intereses diversos e incluso opuestos, como
pueden serlo las víctimas, los delincuentes, la opinión
pública, o el propio aparato de justicia; y no está claro de
antemano quién pueda beneficiarse de una investigación
criminológica en particular, por lo que no será infrecuente
que aparezcan incomprensiones y desconfianzas frente a
algunos estudios en materias de alta sensibilidad social
(por ejemplo, delincuencia juvenil, agresión sexual,
violencia de género, delincuencia organizada y
terrorismo, etc.).
Josep Xavier Hernández i Moreno, director del Centro; Berta Framis, técnica
de Investigación; Marta Ferrer, jefa del Área de Investigación y Formación
Social y Criminológica; y Manel Capdevila, responsable de Investigación. El
Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada (CEJFE) es un
organismo que depende del Departamento de Justicia de la Generalitat de
Catalunya y que tiene como principales tareas la formación de todo el
personal que trabaja en dicho Departamento, fundamentalmente en dos
ámbitos: el judicial (profesionales de las oficinas judiciales) y el de ejecución
penal. La investigación social y criminológica que desarrolla el CEJFE está
centrada prioritariamente en la mejora de los servicios de ejecución penal,
aportando a sus profesionales datos y análisis específicos.

3.2. CÍRCULO DE LA INVESTIGACIÓN


EMPÍRICA
Como puede verse en el cuadro 3.1, la labor que se
realiza al desarrollar un estudio empírico acerca de
cualquier asunto científico es una actividad circular:
inicialmente se sustenta en resultados previamente
obtenidos sobre el tema, y a continuación intenta
aumentar el conocimiento preexistente, de modo que esta
acumulación o mejora del conocimiento pueda servir
como punto de partida a futuros estudios en el mismo
campo. Según lo comentado, la investigación científica
debe partir de un cuadro de referencia, lo que significa
que al concebir el análisis de un problema es
imprescindible atender al conocimiento previamente
obtenido sobre el mismo (Kuhn, 2006).
Veamos a continuación las distintas fases que implica
este proceso recurrente (Blaxter, Hughes y Tight, 2010;
Walker y Maddan, 2012).
CUADRO 3.1. Fases principales de la investigación empírica
3.2.1. Modelo conceptual
El primer paso de todo proyecto de investigación es la
selección de un tema de estudio y modelo conceptual de
partida (Blaxter et al., 2010). Se hace referencia en este
punto a “modelo conceptual”, y no meramente a “tema de
estudio”, porque lo habitual es que los investigadores en
Criminología dirijan su atención a analizar cierto tema de
interés (p. e., la delincuencia juvenil, los delitos
económicos, la delincuencia organizada, el maltrato, los
delitos sexuales, etc.), pero a la vez que tal interés no sea
completamente aséptico o ateórico, sino imbuido de
ciertas consideraciones conceptuales o teóricas
preexistentes (p. e., el aprendizaje de la delincuencia
juvenil, la influencia de los grupos poderosos sobre la
legislación penal, la violencia interactiva en el seno de la
pareja, el etiquetado o estigmatización de los delincuentes
sexuales, etc.). Por ello, la elección de los temas no suele
ser neutral, sino que sobre ella acostumbran a influir las
preferencias e intereses científicos de cada investigador o
equipo de investigadores, así como otros condicionantes
posibles, como las líneas de investigación que puedan ser
prioritarias en determinado ámbito, las disponibilidades
presupuestarias, etc.
Es completamente legítimo y ético elegir un tema de
investigación que sea consonante con las preferencias
conceptuales o teóricas de cada investigador. Además,
ello suele constituir, en toda ciencia, la premisa de partida
imprescindible para el desarrollo de una investigación
esforzada y experta. Sin embargo, lo anterior no justifica
que un investigador pretenda lograr a toda costa aquellos
resultados que se correspondan con sus propias
preferencias o convicciones científicas o ideológicas. Lo
éticamente correcto y esperable es que los resultados
obtenidos en una investigación, sean cuales fueren, se
recojan y presenten con objetividad a la comunidad
científica, de modo que otros investigadores puedan, si lo
desean, replicarlos y valorarlos críticamente.

3.2.2. Hipótesis
La metodología científica hasta aquí razonada es un
sistema o modo de proceder para el análisis sistemático de
información, pero no incluye ni resuelve la contribución
que debe efectuar a dicho análisis la imaginación y la
curiosidad, que, ciertamente, quedan a la capacidad
individual de cada investigador o equipo de
investigadores. Trabajo concienzudo e imaginación son
los ingredientes complementarios e insustituibles del
avance científico. Esta interrelación entre ellos, a la vez
que independencia, fue magníficamente referida por Max
Weber en su obra El político y el científico: “La
ocurrencia no puede sustituir al trabajo, como éste a su
vez no puede ni sustituir ni forzar la ocurrencia, como no
puede hacerlo tampoco la pasión. Trabajo y pasión sí
pueden, en cambio, provocarla, sobre todo cuando van
unidos, pero ella [la ocurrencia] viene cuando quiere y no
cuando queremos nosotros… Claro que jamás surgiría si
uno no tuviera tras sí esas horas de penar en la mesa de
trabajo y esa preocupación constante por las cuestiones
abiertas” (Weber, 1992: 193-194).
La ocurrencia, o imaginación investigadora, a la que se
refiere Max Weber, tiene que ver fundamentalmente con
el momento científico de la formulación de preguntas de
investigación y de hipótesis, es decir con la fase del
establecimiento de relaciones de influencia entre factores.
En el trabajo científico, ésta es una actividad en general
poco pautada y que fundamentalmente va a depender de
la capacidad —y tal vez de la suerte (¿inspiración?)— de
cada investigador.
Cada modelo conceptual de partida permite concebir
hipótesis acerca de la cuestión o cuestiones analizadas. La
hipótesis suele constituir un razonamiento lógico previo a
la realización de una investigación científica, es decir, una
idea —o conjetura de relación entre variables— (Walker
y Maddan, 2012), que en términos de lógica formal podría
expresarse como: “Si A, entonces B”— (Ziman, 1986).
Con dichas hipótesis se intentará ofrecer una explicación
hasta cierto punto novedosa, susceptible de aportar
nuevos datos al conocimiento del tema analizado, o bien
que permita replicar, tal vez con variantes, estudios ya
desarrollados por otros investigadores y confirmar o no
sus resultados.
Los siguientes pasos en la tarea investigadora irán
encaminados a comprobar empíricamente las hipótesis
formuladas. Por ejemplo, un proyecto de investigación
podría dirigirse a corroborar el modelo conceptual según
el cual los malos tratos en la pareja tienen su origen
fundamentalmente en las tradiciones y valores machistas,
y en los roles asignados socialmente a las mujeres; de ser
así —y esta podría ser la hipótesis de partida de un
estudio— en regiones y países con mayor tradición y
actitudes machistas sería esperable una mayor prevalencia
de maltrato de mujeres que en poblaciones en que existan
valores sociales que amparen la igualdad de derechos
entre mujeres y hombres. A esta hipótesis inicial podría
haberse llegado por diversos caminos: a partir de la
revisión de estudios antropológicos o sociológicos sobre
distintas sociedades y culturas, mediante la observación
directa de distintas poblaciones, a partir de los datos
recogidos en centros de asistencia a mujeres maltratadas,
etc.

3.2.3. Modelo operativo


Una vez especificadas la pregunta y la hipótesis de un
estudio, hay que determinar cómo llevarlo a cabo,
establecer cómo se va a acceder a los datos, qué fuentes
de información resultarán más adecuadas para ello, etc.
En síntesis, se trata de hacer operativas la pregunta de
investigación y la hipótesis planteadas, formulando una
estrategia de obtención de la información debida para
responder a ellas. Cuestiones claves en esta fase de la
investigación serán: ¿Dónde y cómo podemos recoger los
datos necesarios para confirmar o refutar la hipótesis?;
¿qué permisos se requieren para acceder a tales datos?;
¿qué otros problemas deben resolverse o pueden surgir en
el desarrollo del estudio? Un aspecto muy relevante de
este momento investigador es la adecuada
“operacionalización” de los constructos y variables del
estudio, lo que significa definirlos de manera que puedan
ser medidos y evaluados (Walker y Maddan, 2012).
En el ejemplo de investigación sugerido anteriormente,
sobre violencia de género, podrían recogerse datos de las
siguientes fuentes de información: a) denuncias de malos
tratos presentadas por mujeres ante la policía; b) partes
hospitalarios de lesiones de posibles mujeres maltratadas,
que los médicos cumplimentan cuando atienden a
personas que han sufrido lesiones físicas; c) información
procedente de los centros de atención a la mujer; d) datos
de servicios sociales; o bien e) encuestas a la población en
general en que se incluyan preguntas de malos tratos.
Algo que debe tenerse en cuenta en cualquier estudio
criminológico es que las fuentes de información que se
utilicen, sean cuales fueren, van a presentar generalmente
sesgos todas ellas, y serán, de una manera u otra,
incompletas. Así, por ejemplo, las denuncias oficiales por
maltrato no resultarían completamente válidas, si se
utilizaran como fuente exclusiva de información, debido a
que la mayoría de los casos de malos tratos no se
denuncian. Por otro lado, los partes médicos de lesiones
no siempre serán exhaustivos o completos en su
información; en algunos casos podrían faltar datos
relevantes como, por ejemplo, la antigüedad posible de la
lesión, su causa probable, etc. Además, las denuncias
oficiales suelen presentar otro sesgo frecuente, y es que
muchas de ellas se refieren exclusivamente a maltrato
físico, siendo muy infrecuentes las denuncias por malos
tratos psíquicos o sexuales. Respecto a los datos
recogidos por los centros de atención a la mujer, es fácil
imaginar que tampoco todas las mujeres que sufren malos
tratos acudirán a dichos centros, por falta de información
sobre su existencia y sus funciones, por su localización
preferente en zonas urbanas, por miedo o vergüenza, etc.
Inconvenientes semejantes podrían mencionarse en
relación a los datos existentes en los Servicios Sociales, al
respecto de las encuestas poblacionales.
Un problema añadido, en el ejemplo de investigación
que se ha sugerido, es cómo podría hacerse operativo el
concepto global de “machismo”, la hipotética causa de los
malos tratos en el estudio propuesto. Para ello podría
ayudarnos consultar posibles encuestas ya realizadas,
acerca de estereotipos machistas sobre la mujer en
diferentes regiones del país. Podríamos utilizar tales
encuestas para recoger nuestros datos, o bien adaptar un
cuestionario específico a partir de ellas. Sin embargo,
deberíamos preguntarnos también si es esperable que los
maltratadores compartan tales opiniones de modo
generalizado, o más bien habría que plantearse indagar
directamente qué es lo que los diversos agresores piensan
sobre las mujeres, cuáles son sus roles sociales de apoyo,
etc.
Dado que, como hemos visto, puede haber sesgos en las
distintas fuentes de información sobre maltrato, una buena
estrategia metodológica sería la “triangulación” de varias
de ellas; es decir, el uso ideal de tres fuentes distintas,
para indagar la misma información, y así lograr un
acercamiento más completo y fiable a esa realidad. Igual
que los navegantes consiguen definir mejor su posición en
el mar si cuentan con dos faros de referencia, en vez de
uno solo, en la ciencia empírica se deberían contrastar
datos procedentes de diversas fuentes informativas, que
en conjunto proporcionarían un mejor conocimiento del
problema de que se trate.
Por último, durante la realización de estudios a una
población, en nuestro ejemplo a posibles víctimas de
malos tratos de pareja, es común que se produzca cierta
“mortalidad” experimental, o pérdida de una parte de la
muestra inicialmente prevista o evaluada. Podría ser que
las mujeres que más sufren malos tratos fueran las que
menos responden a la encuesta, debido a que tienen
residencias provisionales y pueden ser, por ello, más
difícilmente localizables; o bien ser más escépticas o
temerosas cuando un entrevistador llama a su puerta para
encuestarlas, etc. De este modo, la encuesta personal,
usada de manera aislada, podría tener también sus
problemas.
Dadas las dificultades comentadas, los investigadores,
que pretendían estudiar la relación a gran escala entre
machismo y violencia de pareja, podrían llegar a la
conclusión de que los datos requeridos para analizar su
hipótesis no están a su alcance. Ante ello, una opción
posible es reducir el objetivo y la hipótesis del estudio a
algo más modesto y concreto, limitando el análisis, por
ejemplo a un constructo más específico y restringido que
el de machismo, o bien circunscribiendo el análisis a una
muestra específica.
De hecho, en el ejemplo referido también se pone de
relieve un problema al que ya se ha hecho mención en el
primer capítulo. Algunos de los métodos utilizados en
Criminología proceden de otras disciplinas, como la
psicología o la sociología, pero aquí se aplican en general
al estudio de cuestiones más delicadas y comprometidas,
como son los delitos; ello puede comportar mayor riesgo
de posible falseamiento u ocultación de datos por parte de
las personas implicadas, mayor hermetismo
administrativo, la necesidad de una mayor reserva de la
información obtenida, etc., todo lo cual añade más
dificultades al proceso de investigación.

3.2.4. Recogida de los datos


Una vez seleccionadas la muestra y las fuentes de
información sobre las que se quiere trabajar, viene la fase
de recogida de datos (Blaxter et al., 2010). Antes de
comenzar la obtención completa de la información suele
ser conveniente realizar un “estudio piloto”, que consiste
en “probar” inicialmente el modelo operativo concebido
en una pequeña muestra, antes de realizarlo a gran escala.
Esto permitiría efectuar las modificaciones convenientes,
a fin de optimizar el modelo final de recogida de datos.
Si se hubiera previsto, por ejemplo, encuestar a una
muestra global de 2.000 mujeres, podría probarse primero
el cuestionario, por ejemplo, con una submuestra de 50
mujeres, para verificar si funciona en la práctica tal y
como se ha concebido. Esto supone un coste y esfuerzos
reducidos, siendo, en cambio, su beneficio la posibilidad
de mejorar el cuestionario, a partir de la experiencia
adquirida, reformulando aquellas preguntas que no sean
bien comprendidas por la mayoría de las personas
encuestadas, reduciendo tal vez el número de preguntas si
el cuestionario resulta excesivamente largo, añadiendo
sugerencias de interés para su aplicación, etc. De forma
semejante, si se tratara de información que va a obtenerse
en los juzgados, podría resultar más adecuado empezar
con el estudio de unos pocos casos y ver cómo funciona la
recogida de datos a pequeña escala, qué dificultades no
previstas aparecen y qué soluciones pueden arbitrarse.
Es necesario desmitificar el uso de las encuestas o
cuestionarios como métodos principales en Criminología.
De hecho, existen otros muchos instrumentos que, según
los casos, pueden resultar más adecuados. Métodos como
el análisis documental, o las entrevistas personales a
interesados o a informantes-clave en determinado
problema de estudio, pueden ser de gran utilidad.
Realmente cabe un gran abanico de instrumentos que
pueden ser empleados en cualquier estudio, y antes de
decidirnos a utilizar uno u otro, debería considerarse cuál
o cuáles podrían ser los más convenientes y eficaces.
Supongamos que se entrevistase a 1.000 mujeres en
Málaga, de las cuales 145 confirmasen que habían sufrido
malos tratos, y a otras 1.000 mujeres en Barcelona, con
118 casos de maltrato. Si, además, se verificara, a través
de otras encuestas o informaciones, que el concepto de rol
de la mujer es más tradicional entre la población
masculina de Málaga que entre los varones barceloneses,
podría haber indicios aparentes a favor de la hipótesis
inicial, la relación entre machismo y maltrato; sin
embargo, esta diferencia también podría ser debida a la
pura composición muestral, es decir, al azar. En el
ejemplo propuesto, por razones de representatividad
estadística, no sería suficiente con evaluar a 1.000
mujeres en cada ciudad, sino que habría que entrevistar
como mínimo a 2.000 en cada una de ellas, para poder
pronunciarse sobre sus posibles diferencias en términos
de prevalencia de maltrato. (Véanse, más adelante, los
comentarios sobre “la muestra” y “homogeneidad de la
muestra”).

3.2.5. Análisis de los datos


Una vez obtenidos los datos, se han de codificar,
introducir en la correspondiente hoja de cálculo o
programa estadístico, y analizar. Desde luego, el análisis
estadístico resulta fundamental cuando los datos
recogidos son de carácter cuantitativo, tales como
frecuencias de delitos violentos, tasas de encarcelados,
jóvenes delincuentes, víctimas, etc. La estadística se
integra por distintos procedimientos útiles para examinar
los datos recogidos durante una investigación (Dodge,
2010). Tales métodos ayudan a los investigadores a
razonar de manera lógica y ordenada sobre los datos
analizados, con dos finalidades principales (Walker y
Maddan, 2012): resumir e interpretar significativamente
los datos en sí (estadística descriptiva); o bien, a partir de
un número limitado de datos, una muestra, establecer o
inferir conclusiones acerca del conjunto de una población
(estadística inferencial).
Así pues, existen algunos estadísticos como la media, la
mediana, la moda, o la desviación típica, que sirven para
describir y caracterizar la distribución de una variable en
particular. Sin embargo, a menudo se requiere explorar la
relación entre dos variables (por ejemplo, entre tener
amigos delincuentes y cometer delitos, entre la edad y la
frecuencia delictiva, entre el grado de impulsividad y la
agresión de pareja, entre la adicción a drogas y la
duración de la carrera criminal, etc.). El estadístico más
usado para ello es el Coeficiente de correlación de
Pearson (y otras pruebas derivadas de él), que es un índice
numérico que oscila entre -1 y +1, y permite conocer si
dos variables están asociadas entre sí (positiva o
negativamente) y en qué grado (Dodge, 2010; Walker y
Maddan, 2012). Es decir, si cuando una aumenta también
la otra lo hace (correlación positiva) o, por el contrario,
cuando una aumenta la otra disminuye (correlación
negativa). En Criminología suelen hallarse correlaciones,
entre distintos factores y variables, de tamaño bajo a
medio (es decir, coeficientes de correlación entre 0.10 y
0.50) (véase cuadro 3.2). Ello es probablemente debido a
la multifactorialidad de influencias sobre la delincuencia,
lo que implica que cada factor aislado suele tener sobre
ella un efecto relativamente pequeño.
CUADRO 3.2. Ejemplos de variables que correlacionan con el
comportamiento delictivo
Variables R
Problemas de hiperactividad, impulsividad y atención 0.188*
Fracaso escolar 0.139*
Depresión 0.149*
Supervisión paterna deficiente 0.245*
Reforzamiento paterno escaso 0.092*
Mala comunicación padres-hijos 0.211*
Baja implicación del joven en la actividad familiar 0.226*
Bajo nivel socioeconómico 0.079*
Hogar deteriorado 0.150*
Amigos delincuentes 0.513*
Fuente: Redondo y Martínez-Catena (2012), a partir de Farrington, Loeber,
Yin y Anderson (2002).
*p<0.01

En función de los objetivos de cada estudio y de la


estructura y sistema de medida de los datos recogidos, así
deberá ser el procedimiento o procedimientos de análisis
utilizados. En la actualidad existen múltiples técnicas
estadísticas, que comportan un desarrollo matemático
sofisticado, por lo que su utilización requiere un
conocimiento especializado. Las más empleadas en los
estudios criminológicos son las siguientes (Dodge, 2010;
Rumsey, 2010; Walker y Maddan, 2012; Weisburd y
Britt, 2007; Wright y London, 2009): las medidas de
significación estadística (como la prueba t), para
establecer si existen diferencias significativas o no entre
dos distribuciones de datos; las medidas acerca de la
fuerza de la relación que pueda haber entre dos variables;
los procedimientos de regresión múltiple, que permiten
determinar los efectos lineales de una variable
independiente sobre una variable dependiente
(controlando la influencia de otras posibles variables
independientes), así como los efectos combinados que
puedan tener diversas variables independientes; el análisis
factorial y los modelos de ecuaciones estructurales, que
permiten explorar modelos teóricos complejos que
incluyen, respectivamente, diferentes variables
independientes y dependientes (lo que es habitual en
Criminología, dada la multiplicidad de influencias
existentes sobre una gran diversidad de conductas
antisociales y delictivas); las pruebas para el contraste de
hipótesis (Z test, t-test, Chi-square test), que estiman el
nivel de certeza, y de error, de los datos de un estudio; y
el análisis de varianza (ANOVA), que permite comparar
la equidad o desigualdad entre distintos grupos de sujetos
o conjuntos de datos.
Existen programas estadísticos que ayudan a realizar
con rapidez todos estos y otros muchos análisis de los
datos, como el SPSS o el R Project for Statistical
Computing. No obstante, tales programas informáticos
deberían ser utilizados, no de forma mecánica, sino a
partir de los conocimientos debidos sobre análisis de
datos, de modo que se apliquen los procedimientos
estadísticos apropiados, según los casos, y se eviten
errores en los análisis. Dada la complejidad que suele
comportar la investigación criminológica empírica, un
camino muy conveniente es la cooperación entre expertos,
que permita que en cada equipo investigador haya
especialistas en el tema sustantivo que se estudia pero
también expertos en metodología de investigación y
estadística.
Aunque los análisis estadísticos, particularmente de los
datos cuantitativos de un estudio, son fundamentales,
también es un mito muy extendido en la actualidad que
cuantos más datos se incluyan en los análisis, cuanto más
sofisticado y potente sea el programa estadístico, y cuanto
más de moda estén los procedimientos estadísticos
utilizados, mejor será una investigación y sus resultados.
Frente a ello, según se verá a lo largo de este capítulo, una
buena investigación no se genera solo, ni principalmente,
con mucho datos y sofisticados análisis, sino a partir de
diversos ingredientes y procesos, que incluyen todos los
siguientes (Blaxter et al., 2010): la revisión y síntesis
apropiadas de la bibliografía existente en el campo
estudiado, la formulación clara del problema de
investigación, la consideración de un buen modelo teórico
o hipótesis de partida, la selección de una muestra
adecuada, un buen diseño de recogida de la información,
el tratamiento apropiado de los datos, y la extracción de
unas conclusiones lógicas y prudentes.
En paralelo a los datos cuantitativos, la información
criminológica también puede proceder de metodologías
cualitativas, como podrían ser observación participante,
autoinformes sobre vivencias de ira y agresividad, y
relatos individuales o narrativas personales acerca de los
factores de desistimiento delictivo (Cid Moliné y Martí
Olivé, 2011). Dependiendo del método de trabajo que se
haya elegido, se obtendrá un tipo de datos u otro, lo que a
su vez se relacionará con los análisis requeridos. Los
datos cuantitativos y cualitativos no son, per se, mejores o
peores, sino que unos y otros, si se recogen y analizan de
forma rigurosa y adecuada, pueden ofrecer información
relevante sobre el fenómeno criminal estudiado. Las
grandes ventajas de los datos cuantitativos suelen ser su
mayor representatividad muestral y su más amplia
generalizabilidad, y su mayor inconveniente su limitación
contextual. Por el contrario, los datos cualitativos tendrían
como mérito su mayor riqueza de contenidos y
significados, y como mayor limitación las dificultades de
generalización.

3.2.6. Revisión de la hipótesis y del modelo


conceptual de partida
Por fin, la parte final de una investigación será la
confirmación de la hipótesis y del modelo conceptual de
partida, o bien su refutación y revisión, todo ello a la luz
de los resultados logrados. Es decir, un estudio no puede
quedarse en la pura presentación de los datos obtenidos,
sino que, a partir de los resultados, se ha de dar respuesta
a la pregunta e hipótesis iniciales, poniendo finalmente en
relación los objetivos y presupuestos originarios del
estudio con la información empírica hallada.
Partir de una teoría o modelo conceptual resulta
fundamental en la investigación criminológica, ya que
ello puede servirnos de guía para conducir un estudio, y,
posteriormente, ayudarnos a comprender e interpretar
convenientemente sus resultados. De este modo, las
investigaciones suelen finalizar conectando sus resultados
y conclusiones con leyes o teorías científicas ya
establecidas.
Una ley científica define una asociación frecuente entre
dos o más factores. Un ejemplo de ley científica en
Criminología podría ser, en el marco de la teoría del
aprendizaje social, la ley del reforzamiento diferencial;
según esta ley, el comportamiento delictivo se mantiene
como resultado de la preponderancia de consecuencias
gratificantes, frente a la que no lo son, que se derivan del
mismo. Por su parte, una teoría es un conjunto de leyes
científicas conectadas entre sí, que explica la relación
entre diferentes hechos observados (Bothamley, 2002;
Walker y Maddan, 2012). Continuando con el ejemplo de
la teoría del aprendizaje social, la adquisición por algunos
jóvenes de pautas de comportamiento delictivo se
produciría a partir de cuatro procesos, o leyes científicas,
interrelacionados que constituyen la teoría en sí (Akers,
2006): asociación diferencial preferente con personas con
conductas y actitudes antisociales, definiciones o
valoraciones pro-criminales adquiridas como resultado de
la asociación con individuos antisociales, reforzamiento
diferencial, u obtención de gratificaciones por la conducta
delictiva, e imitación de modelos antisociales.
Por último, en Criminología debe haber también una
estrecha vinculación entre los conocimientos teóricos —
que se adquieren mediante la investigación empírica y las
teorías derivadas de ella— y las aplicaciones prácticas.
Debe existir una íntima relación entre investigación,
teoría y tecnología: la investigación permite comprobar
hipótesis y suposiciones teóricas; las teorías organizan
racionalmente los datos obtenidos en la investigación; y,
finalmente, las tecnologías aplican los conocimientos
teóricos a problemas del mundo real. En Criminología
tales aplicaciones podrán referirse a la prevención del
delito, la investigación criminal, el tratamiento de
delincuentes, la atención y el tratamiento de víctimas de
violencia, etc.

3.3. MEDIDAS Y MUESTRAS


Los métodos cuantitativos —a veces llamados
procedimientos de investigación “duros”— se sustentan
en aportaciones metodológicas de disciplinas bien
establecidas como la física, la química, la biología, la
sociología o la psicología. La información que ofrecen
suele ser numérica (frecuencias, porcentajes,
correlaciones) (Fernández Villazala, 200(). Quizá la
pregunta más importante a la que intentan responder es:
En qué grado o cuántas veces se produce cierto
fenómeno?
Resulta particularmente importante para la
Criminología, como así también lo es para la psicología o
la sociología, el empleo de la metodología estadística. Un
ejemplo hipotético y sencillo de la utilidad que puede
tener la estadística descriptiva es el siguiente: imaginemos
que la policía de cierta comisaría quiere elaborar un
sucinto informe, representativo de los trece detenidos que
han pasado por dicha comisaría durante la última semana,
específicamente referido a su edad (una variable muy
concreta, entre otras muchas cuyo análisis podría
interesar).
CUADRO 3.3. Ejemplo de estadística descriptiva: Trece personas con su
respectiva edad
I II
III
Edades Edades
Edades categorizadas
sin ordenar ordenadas
32 16
25 16
18 16
32 18 Nº de personas
6
16 18 15-19 años Tanto por ciento
5
16 19 20-29 años 46,15
2
21 20 30-39 años 38,46
13
19 21 SUMA 15,38
21,31
23 21 Edad media: 100,00
5,47
20 23 Desviación típica
18 25
16 32
21 32

En la columna de la izquierda se presentan las edades,


según la secuencia temporal en que los detenidos son
registrados, pero sin haberlos ordenado todavía según su
edad. Representados de este modo, a pesar de que el
número de observaciones es limitado, resulta difícil
extraer conclusiones globales sobre las edades del
conjunto de los detenidos. Por ello, como un primer paso,
en la segunda columna los registros se han ordenado por
edades. Ahora resulta más fácil establecer la mediana, es
decir, aquella puntuación de edad que se sitúa en la mitad
de dicha columna, dividiendo el número de observaciones
en dos mitades iguales: en concreto, la persona con 20
años de edad tiene por debajo y por encima de ella un
mismo número de sujetos, con edades inferiores y
superiores, respectivamente. Sin embargo, todavía es
posible sintetizar aún más los datos. Para ello, en la
tercera columna se han agrupado las edades específicas en
tres intervalos, lo que, además, facilita poder
representarlas gráficamente.
Asimismo, se ha calculado la media, a partir de sumar
todas las puntuaciones de edad y dividir el resultado por
el número de observaciones. Se constata que la media es
21,3 años, mientras que la mediana era 20. Estas dos
puntuaciones de tendencia central no coinciden con
exactitud, debido a que la media es más sensible que la
mediana a la influencia de los valores extremos. Mientras
que la mediana es una puntuación concreta de la
distribución, cuya única condición es que deje por debajo
y por encima de sí la mitad de las restantes puntuaciones,
la media es un resultado nuevo, sobre cuyo cálculo
inciden los diversos valores de una distribución, y
particularmente las puntuaciones más dispersas, hacia
arriba o hacia abajo. De ahí que la media sea preferible
para representar poblaciones con distribuciones más
equilibradas, donde los valores siguen una distribución
aproximadamente normal, o simétrica, y la mediana sea
indicada para resumir, en el valor medio más típico,
distribuciones más extremadas o desequilibradas.
Considere el lector, como ejemplo de lo anterior, un
posible estudio acerca de los ingresos y patrimonio
propios con los que cuentan los presos recluidos en el
módulo de una prisión. Si muchos de dichos reclusos
carecieran en general de bienes, pero entre ellos se hallara
también alguien con una gran fortuna económica (a veces
puede suceder), la puntuación patrimonial media del
módulo penitenciario podría alcanzar un nivel que
realmente no se correspondiera con la del preso típico en
dicha unidad. En este caso sería más adecuado representar
el patrimonio de la muestra evaluada a través de su
mediana, y no de su media.
De modo parecido al anterior, si se realizara una
encuesta de victimización sobre hurtos y robos
experimentados por una muestra de ciudadanos, y se
preguntara a las víctimas por el valor de los bienes que les
fueron sustraídos, probablemente se hallaría que los datos
no siguen una distribución normal: aunque a unos pocos
podrían haberles robado bienes valiosos, la gran mayoría
de víctimas probablemente habría sufrido sustracciones de
escasa cuantía. Si fuera así, el puro cálculo de la media
aritmética (que resultaría de agrupar estas puntuaciones
extremas), no permitiría conocer el “coste típico” de los
hurtos y robos experimentados por los ciudadanos,
información que estaría mejor representada por el valor de
la mediana.

3.3.1. Las variables y su medida


Una variable es un constructo (por ejemplo, prevalencia
delictiva, impulsividad, o calidad de la educación
familiar) que permite definir y asignar valores a ciertas
observaciones. En Criminología pueden definirse
múltiples variables relativas a los individuos y los grupos
(por ejemplo, concernientes a su desarrollo, su
comportamiento, factores cognitivos, emocionales, de la
personalidad, etc.), y también variables de los contextos
de los individuos (niveles educativos, culturales,
económicos, etc.). En suma, las variables son todos
aquellos aspectos de la realidad individual o social que
pueden asumir diferentes valores, lo que se asocia a su
vez a otros factores o variables relacionados con ellos.
Según la funcionalidad que adoptan dentro del proceso
de análisis científico, las variables pueden clasificarse en:
– Variables independientes (VI), o factores
antecedentes, cuya alteración o cambio guarda
relación con otros cambios o resultados observados.
Los valores asignados a las variables independientes, o
antecedentes, sirven para predecir las puntuaciones (o
valores) que se espera obtener en las variables
dependientes, o consecuentes. Cuando las variables
independientes son estrictamente controladas y
manipuladas en el marco de experimentos reciben la
denominación de variables experimentales.
– Variables dependientes (VD), o características cuyos
cambios se observan, miden e interpretan como
resultado de las variaciones producidas en las
variables independientes.
– Variables intermedias, organísmicas y moduladoras:
suelen ser factores relacionadas con los sujetos, los
grupos, las organizaciones, inherentes a ellos, que
pueden diferenciarlos entre sí (sexo, edad,
experiencias previas, ambiente familiar, etc.), y
modulan las relaciones observadas entre variables
independientes y dependientes.
Muchas variables criminológicas, como las aludidas, se
evalúan a través de indicadores que sean fácilmente
observables y medibles. Indicador es “todo fenómeno”
que “es testimonio de la existencia de otro” (Landsheere,
1985, p. 186), es la definición operativa de un concepto
(Anguera y Redondo, 1991). Para la selección de un
indicador de medida de una variable debe ser tenida en
cuenta su validez, o grado en que realmente refleja los
cambios que se intentan medir; su objetividad, o nivel en
que permite obtener los mismos resultados cuando es
empleado por distintos evaluadores; su sensibilidad, o
capacidad de detección de las oscilaciones que se
producen en la variable estudiada; y su especificidad, o
grado en que refleja exclusivamente los cambios operados
en la variable analizada, y no otras variaciones posibles
(Anguera y Redondo, 1991).
Desde una perspectiva metodológica, “medir es asignar
números a objetos o acontecimientos de acuerdo con
ciertas reglas” (Stevens, 1951, p. 17). De una manera más
amplia, no solo se mide cuando se compara algo (una
característica individual como el rasgo impulsividad, o un
comportamiento como el absentismo escolar) con una
unidad de medida (por ejemplo, el promedio grupal de las
anteriores variables), sino también cuando se diferencian
y clasifican cosas distintas, y cuando se ordenan las
características de los individuos.
Las variables e indicadores habitualmente utilizados en
la investigación criminológica pueden corresponder a
alguno de los siguientes niveles o escalas de medida
(Walker y Maddan, 2012; Weisburd y Britt, 2007):
CUADRO 3.4. Posibles escalas de medida de los datos delictivos y otros
Tipo Tendencia central Dispersión
Nominal Moda Rango
Ordinal Mediana Cuartiles
Intervalo Media Desviación típica

El nivel o escala nominal hace referencia a aquellas


variables con las que no puede trabajarse de forma
numérica y estadística, sino meramente descriptiva. La
escala nominal permite identificar casos iguales y casos
distintos. Su representación lógica más simple podría
enunciarse como: (A=B, B=C) (A=B), siendo A, B y C
tres datos cualesquiera de la distribución. Variables
nominales serían, por ejemplo, en una muestra de
delincuentes, el sexo (varones, mujeres), las tipologías de
los delitos cometidos por los sujetos de acuerdo con el
Código penal (robo, hurto, homicidio, etc.), o sus
respectivas nacionalidades. No es posible calcular un tipo
de delito “medio”, a partir de las diferentes tipificaciones
del Código penal, y tampoco puede computarse una
nacionalidad “media” de los detenidos. Con la
información cualitativa puede estimarse, eso sí, el valor
más frecuente de una variable, que en terminología
estadística se denomina moda (Walker y Maddan, 2012).
Podría establecerse, por ejemplo, a partir de los “rangos”
o listados de los diversos delitos y de las diferentes
nacionalidades, que el delito más común en la muestra, o
moda de la distribución, es el “robo”, y la principal
nacionalidad de procedencia “Marruecos”. En el ejemplo
del cuadro 3.4, la edad modal sería 16 años, ya que es la
más frecuente o repetida. Sin embargo, como se ha dicho,
las variables tipología delictiva y nacionalidad no
permiten el cálculo de la media o la mediana, ni otras
operaciones estadísticas relacionadas.
El nivel o escala ordinal comporta que una distribución
de datos, como serían los relacionados con la gravedad de
los delitos, puedan ser organizados en determinado orden,
creciente o decreciente. Es decir, permite establecer si un
caso se sitúa por debajo o por encima de otros casos, en
función del criterio de clasificación elegido. Su
representación lógica podría ser: (A<B<C) (A<C). Aquí
ya es viable utilizar la mediana, como puntuación
intermedia que divide por la mitad las gravedades
representadas en la muestra.
Un nivel de medida estadístico más preciso corresponde
a la denominada escala de intervalo, en la que las
puntuaciones de una distribución son categorizadas en
diferentes sectores o márgenes, como podrían ser los
diferentes grupos de edades en una muestra de
delincuentes o víctimas (sujetos de 14-17 años, de 18-21,
de 22-25, etc.), o bien la estructuración de la variable
impulsividad, medida a partir de una escala estandarizada
de veinte puntos, en diversos intervalos (0-5, 6-10, 11-15-
16-20).
Por último, existe también un nivel de medida o escala
de razón, que sería aquella cuyas puntuaciones
representan cantidades matemáticamente exactas
(incluyendo el valor cero absoluto), y permiten, por ello,
todo tipo de operaciones matemáticas ordinarias (suma,
resta, multiplicación, división, etc.). La escala de razón
hace referencia a cosas que pueden contarse: personas,
euros, coches, etc. (Walker y Maddan, 2012). Con
carácter general y amplio, las escalas de razón pueden ser
utilizadas en ciencias que permiten medidas exactas de
sus variables (la física, la química, la biología, etc.),
siendo más infrecuente su empleo en las ciencias sociales,
incluida la Criminología. Muchas variables personales y
sociales que forman parte de las investigaciones
criminológicas (autocontrol, vinculación social, imitación
de modelos, nivel cultural, etiquetado, marginación,
oportunidades delictivas, etc.), no representan cantidades
exactas, que permitan una operación matemática directa,
de modo que dos medidas de 2 impliquen un resultado de
4, y una puntuación de 20 signifique el doble exacto de
una de 10.

3.3.2. Dispersión muestral


En ocasiones sería posible encontrar distribuciones de
ciertas variables cuyos datos se agruparan en torno a
valores muy limitados (p. e., aunque extraño, podría
suceder que todos los detenidos en una fecha concreta
tuviesen entre 18 y 21 años). Sin embargo, a menudo los
valores de una variable se distribuyen en márgenes
amplios (por ejemplo, en edades entre 16 y 75 años). Para
el análisis de cualesquiera variables, tanto individuales
como sociales (edades, rendimiento académico,
impulsividad, agresividad, salario, frecuencia delictiva,
tiempo de condena, ingresos en prisión, etc.), es
estadísticamente necesario conocer cuál es el margen de
variabilidad o dispersión de su distribución. Este tipo de
información es ofrecida por la desviación típica
(generalmente representada por la letra griega sigma, σ, o
por la latina s), que es un estadístico que pondera la
dispersión de los valores de una distribución respecto a su
media, es decir la fluctuación de los diversos datos sobre
el eje del punto central. Este estadístico es parte integrante
de muchos procedimientos estadísticos (Walker y
Maddan, 2012). La desviación típica se obtiene a partir de
la “varianza” de una distribución, que es el promedio de
las diferencias, al cuadrado, entre las diversas
puntuaciones específicas y su media. La desviación típica
es la raíz cuadrada de la varianza.
Para el supuesto de distribuciones normales (supuesto
en el que se basa una gran parte de la estadística), los
valores de una distribución que se sitúan entre una unidad
de desviación típica por debajo y por encima de la media
incluyen en torno a dos terceras partes de todas las
puntuaciones de la distribución. Si en el ejemplo del
cuadro 3.3, se obtiene una media aproximada de 21 años y
una desviación típica de 5 años, alrededor de las 2/3
partes de los detenidos en la comisaría tendrán edades
situadas en el intervalo entre 16 y 26 años (o sea, cinco
años por debajo y cinco por encima de la media de 21
años).

3.3.3. Universo/población y muestra


En metodología, los términos universo o población
hacen referencia a la globalidad de casos o sujetos de los
que trata un estudio. Ejemplos de universos o poblaciones
de investigación pueden ser:
• Los delitos de hurto denunciados en una ciudad o
provincia en el periodo de un mes, dos meses, tres…
un año, etc.
• Los infractores juveniles internados en centros de
menores a lo largo de un año.
• Las multas impuestas por infracciones de tráfico en
determinado territorio durante un periodo temporal
definido.
• Las mujeres que denunciaron violencia de pareja en
una comunidad autónoma o en toda España a lo largo
de la última década, etc.
Según cuál sea el objetivo de una investigación, así será
su universo de estudio. Si lo que interesa es conocer,
pongamos, la globalidad de las infracciones de tráfico, no
bastará con limitar la población de estudio a las multas
impuestas, ya que éstas probablemente no representan
todas las infracciones cometidas. Sin embargo, si el
interés, en relación con este mismo tema, fuera analizar la
celeridad de los procedimientos administrativos para
recaudar las multas impuestas, el universo de
investigación se concretaría en los registros oficiales
sobre sanciones.
Generalmente, dada su magnitud, no es posible analizar
directamente todo el conjunto poblacional en el que se
tiene interés (p. e., todos los delitos de hurto cometidos en
una ciudad, todas los casos de denuncias por maltrato,
todos los delincuentes juveniles, etc.). De ahí que
habitualmente tenga que seleccionarse una muestra
representativa de la población estudiada. Con todo, en
alguna ocasión, en función del propio objetivo de un
estudio y de su número limitado de casos, sí que puede
analizarse la globalidad de una población de interés
científico, sin necesidad de reducirla a una muestra que la
represente. Cerezo (1998), por ejemplo, estudió todos los
homicidios en pareja cometidos en la provincia de Málaga
a lo largo de una década, entre 1984 y 1994, que eran en
total 53. Sin embargo, en general, el estudio exhaustivo de
un universo de casos suele comportar grandes dificultades
en términos de tiempo, coste económico, complejidad del
proyecto de investigación, etc., por lo que lo indicado
suele ser seleccionar una muestra representativa, que
puede aportar información científica válida sobre el
conjunto de la población en la que se tiene interés.

3.3.4. Procedimientos de muestreo


La muestra constituye, así pues, un subgrupo
representativo del universo o población de estudio, lo que
permitirá, si su representatividad es la adecuada,
extrapolar y generalizar las conclusiones obtenidas al
conjunto poblacional (Blaxter et al., 2010). Esta forma
selectiva de estudiar las realidades criminales tiene sus
ventajas e inconvenientes, como también pueden tenerlos
los estudios exhaustivos. Por ejemplo, las estadísticas
policiales y judiciales incluyen en principio la totalidad de
las cifras oficiales de delincuencia, pudiendo ser
consideradas, por tanto, la población o universo ideales de
los delitos. Sin embargo, la información estadística
recogida por la policía y los tribunales sobre cada caso
particular suele ser muy incompleta. Por ello, una
estrategia alternativa, de cariz intermedio o mixto, podría
ser partir de las denuncias policiales o las cifras judiciales
sobre los delitos, pero no conformarse sin más con los
datos preexistentes al respecto, sino a continuación
seleccionar una muestra representativa, y en relación con
estos casos elegidos recoger nueva información sobre los
hechos delictivos, sus autores, sus víctimas, etc.
Existen diferentes métodos de muestreo, o de selección
de los casos que van a ser estudiados, lo que da lugar a
distintos tipos de muestras:
Muestra aleatoria, o seleccionada al azar, que
constituye, en principio, el grupo de estudio ideal para
cualquier investigación, la muestra que mejor
representaría a la globalidad de una población. Al ser
seleccionados de forma aleatoria, todos los casos del
universo poblacional tienen idéntica probabilidad de ser
elegidos. Ello reduce el sesgo de representatividad, y
constituye el mejor fundamento de partida para después
poder generalizar los datos obtenidos —dentro de un
cierto margen de error estadístico— al conjunto de la
población.
Dos ejemplos criminológicos de intento de selección de
una muestra aleatoria:
– En una encuesta de victimización realizada por el
Instituto de Criminología de Málaga durante 1993 y
1994 (Díez Ripollés et al., 1996), el universo de
estudio fue definido como la población de residentes
en la provincia de Málaga con nacionalidad española.
Se planificó estratificar la muestra (véase a
continuación) a partir de que el número de hogares
seleccionados en cada municipio de la provincia
guardara correspondencia con su número de
habitantes. Tomando como base para la selección la
guía telefónica, se estableció un sistema aleatorio, que
posibilitaba que cualquier persona de apellido español
incluida en el listín de teléfonos tuviera idéntica
probabilidad de ser incorporada a la muestra. A
continuación, se llamó a los domicilios
correspondientes, y en cada hogar se eligió
aleatoriamente a uno de los miembros de la familia,
volviendo a telefonear en otro momento, si era
necesario, para hablar con la persona seleccionada
(para evitar el sesgo que habría supuesto encuestar
directamente a la primera persona que contestaba al
teléfono). A pesar de todas estas precauciones para
asegurar la aleatoriedad de la muestra, el sesgo
principal de este procedimiento pudo venir del hecho
de que no en todos los hogares se disponía, ni siquiera
entonces, a principios de los años noventa, de un
teléfono fijo, y, por tanto, probablemente no todos los
domicilios de la provincia de Málaga tuvieron la
misma oportunidad de ser incluidos en la muestra
seleccionada.
– En otro estudio sobre la delincuencia, también
realizado en el Instituto de Criminología-IAIC de
Málaga en 1994, que pretendía tener como fuente de
información las diligencias o procedimientos
judiciales (Stangeland, 1995b), se comenzó por
establecer el universo de investigación: todas las
diligencias penales incoadas en la provincia de Málaga
durante el año 1992. La forma más sencilla y cómoda
para realizar este estudio habría sido seleccionar, de
entre los 40 Juzgados de Instrucción que entonces
había en el conjunto de ese distrito judicial, unos
pocos, por ejemplo 10 juzgados, y estudiar en cada
uno de ellos una muestra de las diligencias penales
instruidas. Este procedimiento de muestreo se habría
basado en la presunción de que todos los partidos
judiciales de la provincia de Málaga fueran
esencialmente equivalentes en términos del número de
diligencias penales instruidas. Sin embargo, al no
tener garantía de dicha equidad, se consideró más
prudente elegir una muestra estratificada, que
incluyera casos de todos y cada uno de los 40
juzgados. Para ello, en cada juzgado se seleccionó al
azar un 1% de todas sus diligencias (el método
aleatorio concreto consistió en elegir todas aquellas
diligencias cuyo número de procedimiento terminaba
en 27). Así, de un total de 140.000 diligencias
incoadas en el conjunto de los juzgados provinciales a
lo largo de un año, se seleccionó una muestra
representativa integrada por 1.400 asuntos. Algunos
resultados de estos dos estudios se mencionarán más
adelante.
Muestra accidental. En ella los sujetos o casos de un
estudio entran a formar parte del mismo de forma
accidental (hasta cierto punto, al azar), con tal de que
cumplan determinada condición preestablecida. Un
ejemplo de muestreo accidental sería preguntar a las
personas que salen de determinado centro comercial, a
una hora u horas concretas, acerca de su temor a sufrir
delitos, o sobre cualquier otra cuestión de seguridad
pública. A diferencia de la muestra aleatoria, la muestra
accidental no tiene por qué reflejar la realidad global de
un fenómeno. En el ejemplo propuesto, las personas que
salen del centro comercial, en el momento de realizar el
cuestionario, en absoluto tienen por qué representar a la
población general.
Otro ejemplo relevante, que también podría ilustrar el
sesgo a que puede dar lugar el muestreo accidental, sería
el de ponderar las casuísticas criminales que llegan a la
administración de justicia, seleccionando para ello
exclusivamente los casos que arriban al Tribunal
Supremo, sobre la base de conferir a éste, por su rango
judicial, la máxima autoridad interpretativa sobre los
casos criminales. Aquí, el problema metodológico
consistiría en que, desde un punto de vista muestral o de
representatividad de los problemas que se plantean a los
tribunales, las sentencias penales dictadas por el Supremo
no son casos típicos, que ilustren los problemas más
comunes que acaban en la justicia criminal; constituyen
más bien una muestra accidental de casuísticas penales,
de gran relevancia económica, ideológica o política, o de
cariz atípico (que son las que tienen mayor probabilidad
de ir a parar al Tribunal Supremo). Según ello, y desde
una perspectiva puramente metodológica, es muy difícil
que al común de los casos penales que se ven en
instancias inferiores (hurtos, robos, lesiones, tráfico de
drogas, homicidios…) puedan serles aplicables algunas de
las conclusiones e interpretaciones efectuadas en la
instancia judicial máxima. No obstante, el derecho y la
justicia no se fundan, según es conocido, en la
metodología científica sino en otras consideraciones
normativas y doctrinales.
Muestra intencional. Aquí se eligen varias personas
(incluso podría ser una sola) que reúnen ciertas
características “típicas” de la población que se desea
estudiar. Un estudio clásico y pintoresco sobre los efectos
psicosociales del desempleo de larga duración se basó, en
su mayor parte, en entrevistas profundas con una muestra
intencional de caso único, integrada exclusivamente por
un vecino del investigador (Wadel, 1974). Sutherland
(1993a) eligió una muestra intencional, integrada por
ladrones de casas, a quienes evaluó mediante entrevistas
prolongadas acerca de la elección de sus blancos
delictivos, sus motivaciones para ello, los sistemas de
cooperación con otros ladrones, etc. Gamella (1990)
efectuó un estudio sobre la relación entre droga y delito a
partir de un único caso. Las muestras intencionales tienen
como ventaja el que pueden ofrecernos una información
muy rica y llena de matices, pero su inconveniente más
notorio es que las personas elegidas no serán realmente
representativas de la globalidad poblacional de ladrones
de casas, consumidores de drogas, etc., por lo que habrá
que ser muy prudentes y restrictivos con cualquier intento
de generalización de los resultados.
Muestra por cuotas. Para seleccionar una muestra
mediante cuotas se comenzaría estableciendo, según los
objetivos del estudio, un perfil de sujeto en función de
diversas características de selección (p. e., edad, sexo,
nivel económico, formación, etc.), y a continuación se
buscarían las personas que cubran proporcionalmente
todos los espectros de dichos criterios. Esta es una
metodología muestral muy empleada para realizar
encuestas de opinión de diversa índole, en donde se
requiere que las muestras representen a ambos sexos,
diferentes edades, niveles sociales, etc. Por ejemplo, para
estudiar el miedo al delito, una muestra adecuada debería
contar con cuotas de sujetos correspondientes a las
diversas edades, sexos, grados de formación, ideologías,
etc.
Muestra estratificada. Se selecciona por estratos de la
población, y comúnmente en relación con posibles
diferencias geográficas entre los sujetos. Sería el caso de
si, por ejemplo, se quisiera constituir una muestra
representativa de los hogares de una provincia española, y
se creyera que pueden existir diferencias de opinión, etc.,
entre las familias de lugares distintos (como, por ejemplo,
entre las personas que viven en las ciudades y las que
habitan las zonas rurales). Aquí, en vez de extraer sin más
una muestra del conjunto de la población, ésta debería
estratificarse por municipios, de forma que incorporara
determinadas proporciones de hogares de las ciudades y
de los pueblos. De este modo, habría mayor seguridad de
que la globalidad de los ciudadanos estuviera
convenientemente representada en la muestra, en función
de la distribución de población por zonas geográficas.
Los dos métodos anteriores pueden combinarse, y, a
partir de ello, seleccionar una muestra estratificada por
cuotas. Por ejemplo, si quisiera conocerse la opinión de la
población española acerca del coste económico de la
seguridad y la justicia, podrían inicialmente seleccionarse
5 ciudades y 30 pueblos (método de estratificación) en
representación del conjunto de las ciudades y zonas
rurales del conjunto de la geografía española, y, a
continuación, elegir, para la realización de las entrevistas
o encuestas, a mujeres y hombre de distintos intervalos de
edad, de 20 a 29 años, de 30 a 39, etc. (método de cuotas).

3.3.5. Tamaño muestral


Una cuestión que frecuentemente se plantea en la
investigación criminológica es cuál es el tamaño adecuado
de una muestra, cuántos casos hay que estudiar para que
una investigación científica resulte pertinente. Aunque no
existe a este respecto una regla clara, para ello debería
atenderse, en primer lugar, tanto a la frecuencia como a la
homogeneidad del fenómeno analizado.
En términos generales, cuanto más frecuente y
homogéneo sea en una población el problema o fenómeno
de estudio, menor será la muestra necesaria para su
análisis. Y, viceversa, cuando más infrecuente o
diversificado sea el problema que se analiza, mayor será
el tamaño muestral requerido para su investigación
científica. Por ejemplo, haber experimentado un hurto
será más habitual en cualquier muestra de ciudadanos que
haber sufrido una agresión sexual o un intento de
asesinato. Para analizar empíricamente los delitos de
hurto se requerirá, por ello, una muestra más pequeña que
para estudiar las agresiones sexuales o los homicidios,
afortunadamente mucho más infrecuentes.
En una encuesta a 1.500 personas, la mitad de ellas
mujeres, lo más probable es que muy pocas hayan sufrido
un delito sexual; particularmente si la pregunta se refiere
al periodo del último año (como suele ser habitual). En
una macroencuesta del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), realizada 1996 a 15.000 personas, 6
manifestaron haber sufrido una agresión sexual el año
precedente. Este número de casos delictivos es,
metodológicamente hablando, todavía muy pequeño, e
insuficiente para poder analizar fiablemente las
circunstancias de los delitos, los lugares y horas de
ocurrencia de las agresiones, las reacciones de las
víctimas, etc. En un estudio norteamericano sobre este
mismo tema (Block, 1989), se tomó como fuente de
información la base general de encuestas de victimización
para un período de 7 años, lo que incluía casi dos millones
de entrevistas. Para localizar los casos que podían ser de
interés para el estudio, se comenzó seleccionando solo el
millón de entrevistas realizadas a mujeres, descartándose
las de los hombres. En este millón de casos, se identificó
un total de 1.200 agresiones sexuales, que las encuestadas
habían sufrido en el periodo de los seis últimos meses.
Pero, como el interés de esta investigación eran las
agresiones sexuales cometidas por agresores
desconocidos, se descartaron las realizadas por familiares
o amigos, lo que resultó en una muestra final de 503
casos. Los ejemplos propuestos pueden ilustrar bien la
relación existente entre la complejidad y rareza estadística
de un problema criminal y la amplitud de la muestra
requerida para su análisis.
Un segundo elemento importante que condiciona el
tamaño que deberá tener una muestra es el referido a la
confianza estadística. La confianza estadística es una
medida numérica que indica el intervalo en el que podrían
oscilar los resultados obtenidos acerca de cierto problema
de estudio (hurtos, lesiones, características familiares de
los jóvenes delincuentes, etc.), si este mismo problema se
evaluara en otras muestras semejantes. O, contrariamente,
también señala la probabilidad que hay de que los
resultados puedan resultar sesgados o erróneos, y, en
definitiva, poco representativos del universo poblacional
analizado. De entrada, cuanto más amplia sea una
muestra, mayor será su confiabilidad estadística, y menor
será la probabilidad de sesgo o error. Por ejemplo, si se
obtuviera que un 1,6%, de 15.000 ciudadanos
entrevistados, ha sufrido el robo de su vehículo a lo largo
de un año, el análisis del nivel de confianza estadística
permitiría concluir que la incidencia real del robo de
vehículos probablemente se situara entre los márgenes del
1,3% y el 1,9%, pudiendo oscilar entre ellos en función de
las muestras evaluades. Aunque esta estimación es ya
bastante fiable, si, no obstante, se necesitara obtener
mayor precisión de la aludida, entonces sería necesario
ampliar el tamaño muestral del estudio.
Otro ejemplo. En una investigación de Redondo, Funes
y Luque (1994) sobre reincidencia delictiva de sujetos que
habían cumplido una pena privativa de libertad,
reincidencia que se midió oficialmente a partir del posible
reingreso de los individuos en prisión por un nuevo delito,
los delincuentes sexuales presentaron una reincidencia
nula: ningún delincuente sexual excarcelado reingresó en
la cárcel por un delito sexual posterior, a lo largo de un
periodo promedio de seguimiento de tres años y medio.
La muestra total evaluada en este estudio fue de 485
sujetos, de los que, sin embargo, solo 16 eran delincuentes
sexuales, número claramente insuficiente para poder
extraer conclusiones fiables sobre la reincidencia de los
delincuentes sexuales que han cumplido un condena.
El cálculo estadístico de los márgenes de error tiene una
serie de presupuestos metodológicos y prácticos, como
que la muestra haya sido seleccionada de modo aleatorio
y sea representativa de la población, que los
entrevistadores hayan formulado adecuadamente las
preguntas, y que no se hayan producido errores al
introducir los datos en la base. Pero, en todo estudio
pueden darse algunos de los anteriores problemas, lo que
podría perjudicar a los resultados del estudio en mayor
grado, incluso, que el que los niveles de confianza
estadística sean bajos.
Un tercer aspecto relacionado con el tamaño muestral es
el posible sesgo de selección de las muestras. En
principio, una muestra más pequeña, pero que refleje
fielmente las características de la población a la que
pretende representar, siempre va a proporcionar una
información más próxima a la realidad que una muestra
más amplia, pero sesgada, no representativa. Además, ello
guarda también relación con la posible “mortalidad
experimental” en la muestra. Por ejemplo, una muestra
inicial de 500 personas, de las cuales se ha podido evaluar
a 470, producirá resultados más confiables que si se
evaluara a 2.000 sujetos, pero correspondientes a una
muestra inicial de 5.000. Ya de forma intuitiva podría
fácilmente deducirse que las 470 respuestas encuestadas
probablemente reflejen mejor su propio conjunto
referencial que las 2.000 el suyo. En este último caso, los
resultados obtenidos tienen un mayor riesgo de error,
existiendo una probabilidad más elevada de que las 2.000
personas que han respondido en el segundo supuesto,
puedan haberlo hecho en función de alguna circunstancia
o característica que las haga diferentes a las 3.000 que no
accedieron a ser evaluadas.

3.4. ENCUESTAS Y CUESTIONARIOS


Aunque las encuestas no son la panacea en que muy
frecuentemente se las convierte, constituyen, sin duda, un
método útil de investigación que, en ocasiones, puede
ofrecer una información inestimable: autoinformes de
delincuencia juvenil, encuestas de victimización,
cuestionarios de opinión sobre la justicia o la seguridad
ciudadana, etc.
Para obtener información válida y fiable a través del
método de encuesta (y lograr idealmente una tasa de
respuesta del 70-80%), deben seleccionarse
convenientemente sus características más idóneas según
el objeto de estudio (Blaxter et al., 2010). Algunas
posibilidades y alternativas a este respecto son las
siguientes:
• Formas de administración: encuesta mediante
entrevista directa; envío por correo electrónico o
postal; encuesta telefónica
• Método de preguntas/respuestas: cerradas;
categorizadas; semi-abiertas
Cada una de estas opciones puede tener sus propias
ventajas e inconvenientes. Por ejemplo, si se decidiera
aplicar un cuestionario por correo postal o electrónico,
probablemente se obtendría una muestra muy sesgada. En
principio, el envío de un cuestionario junto a una carta en
que se explique el objetivo de la investigación de la que
forma parte, y se pida al destinatario su colaboración,
parece una estrategia adecuada y probablemente eficaz.
Sin embargo, también es posible que, debido a que esta
petición puede recibirse en el buzón a la vez que diversos
folletos publicitarios, muchas personas que van con prisa
tiendan a tirar a la basura el conjunto de lo recibido, lo
que podría hacer que solo se obtuviera respuesta de un
porcentaje pequeño de personas más curiosas o
desocupadas. Tal vez, si al envío postal se sumara una
llamada telefónica al domicilio, se conseguiría
incrementar la tasa de respuesta; y algo más si, además, se
hiciera una visita personal inicial a la casa, y después se
fuera personalmente a recoger el cuestionario
cumplimentado. ¿Pero hasta qué punto sería efectiva cada
una de estas estrategias?
El uso del teléfono fijo para efectuar encuestas
telefónicas plantea en la actualidad un problema mayor, al
dejar fuera de cualquier muestra a un elevado porcentaje
de individuos, como residentes en zonas rurales apartadas,
personas indigentes o sin domicilio fijo, o un número
creciente de sujetos que no cuentan con teléfono fijo. Sin
embargo, si una muestra pudiera circunscribirse a
personas que disponen teléfono en casa, mediante éste se
consiguen tasas muy elevadas de respuesta, de hasta un
80%.
La realización de una encuesta a partir de entrevista
personal ha sido un método tradicional y en general
eficaz, pero económicamente costoso y de éxito irregular
en función de las capacidades y características de los
entrevistadores. Una de sus mayores ventajas es que
permite dedicar el tiempo necesario para obtener
respuestas más completas y contextualizadas, a la vez que
posibilita resolver posibles confusiones a la hora de
interpretar las preguntas. Un inconveniente grave puede
ser el temor y la reticencia de muchas personas a recibir a
desconocidos en su domicilio.
En las encuestas o cuestionarios de preguntas cerradas
suelen ofrecerse a los encuestados opciones de respuesta
fijas (si/no, u otros semejantes), y los sujetos
sencillamente han de seleccionar la alternativa preferida.
Las preguntas categorizadas acostumbran a presentar
diferentes opciones definidas, de modo que los sujetos
puedan incluirse en alguna de ellas. Véase, como ejemplo,
la siguiente cuestión planteada en una encuesta realizada a
turistas:
– ¿Cuánto tiempo ha estado usted en España?: 1-2
semanas; 3-4 semanas; 1-12 meses; más de un año
En las preguntas cerradas y de respuestas categorizadas
debe tenerse mucho cuidado para formular con
exhaustividad todas las posibles alternativas u opciones,
ya que de otro modo podría disminuir la tasa de respuesta,
aumentando la mortalidad experimental, o podrían
incrementarse los errores.
Por último, las preguntas semi-abiertas ofrecen al
encuestado la posibilidad de añadir respuestas no
previstas, o datos y comentarios que pueda considerar
interesantes. Constituyen una opción que permite obtener
información más detallada, precisa y matizada.
En la actualidad existen múltiples instrumentos de
autoinforme, cuestionarios, inventarios y escalas para la
evaluación de conductas y problemas relacionados con el
comportamiento delictivo. La mayoría de estos
instrumentos procede del ámbito anglosajón y, en general,
las escalas no está convenientemente adaptadas y
normalizadas para nuestros propios contextos y
poblaciones.
En el texto Measuring Violence-Related Attitudes,
Behaviors, and Influences Among Youths: A Compendium
of Assessment Tools (Second Edition), publicado por
National Center for Injury Prevention and Control,
Division of Violence Prevention, y disponible también
online, se recogen ampliamente instrumentos, escalas y
cuestionarios sobre creencias y actitudes, funcionamiento
psicosocial y cognitivo, y otros factores y correlatos
asociados a la conducta antisocial y violenta, algunas de
las cuales se recogen en el cuadro 3.5, bajo sus
denominaciones originales generalmente en inglés.
Muchas de estas escalas, convenientemente traducidas,
podrían ser de utilidad para diversos estudios
criminológicos, incluidos los que puedan desarrollarse por
alumnos universitarios de criminología, en el marco de
distintas asignaturas.
CUADRO 3.5. Selección de escalas para la evaluación de conductas
violentas y delictivas y diversos factores asociados al comportamiento
antisocial
Áreas de evaluación Subáreas Escalas, cuestionarios, autoinformes:
Normative Beliefs about Aggression
Beliefs Supporting Aggression
Beliefs about Hitting
Attitude Toward Violence
Agresión/delincuencia Beliefs about Aggression and
Alternatives
Attitudes Toward Conflict
Attitude Toward Interpersonal
Violence
Violencia de pareja Acceptance of Couple Violence
Attitudes Toward School –Denver
Youth Survey
Escalas sobre Commitment to School –Seattle Social
actitudes y creencias Development Project
Educación y escuela Commitment to School –Rochester
Youth Development Study
Prosocial Involvement, Opportunities
and Rewards
Classroom Climate School
Attitudes Toward Employment –Work
Empleo
Opinion Questionnaire
Bandas delictivas Attitudes Toward Gangs

Roles de género Estereotipos de género


Uso de armas Attitudes Toward Guns and Violence
Fantasías sobre Fantasy Measures
agresión Aggressive Fantasies
Rutgers Teenage Risk and Prevention
Questionnaire
Apego a modelos
Attachment to Teacher –Rochester
Youth Development Study
Peer Relations Assessment
Sesgos atribucionales
Home Interview (Vignettes)
DSM Screener
Escalas de evaluación
Modified Depression Scale
psicosocial y Depresión
Depression –Rochester Youth
cognitiva
Development Study
Distress –Weinberger Adjustment
Estrés y problemas
Investory
emocionales y
Seattle Personality Questionnaire
psicológicos
PTSD Interview

Multigroup Ethnic Identity


Identidad étnica Ethnic Identity
Ethnic Identity –Teen Conflict Survey
Fatalismo Fatalism
Future Aspirations –Peer Leader
Survey
Positive Outlook –Individual
Aspiraciones de futuro
Protective Factors Index
Achievement Motivation –Denver
Youth Survey
Aggression Scale
Aggression/ Victimization Scale
Peer-Nomination of Aggression
Agresión y Physical Fighting –Youth Risk
comportamiento Behaviour Survey
violento Fighting To and From School –NYC
Youth Violence Survey
Aggression Towards Parents –High
Risk Behavioural Assessment
Atención y
Social Health Profile
concentración

Habilidades de Conflict Resolution –Individual


resolución de Protective Factors Index
problemas Conflict Resolution Scale
Victimization in Dating Relationships
Violencia de pareja y
Perpetration in Dating Ralationships
durante el noviazgo
Conflict Tactics Scales
Self-Reported Delinquency –Rochester
Escalas de
Study
comportamiento
Disciplinary and Delinquent Behaviour
Delincuencia y control –SAGE Baseline Survey
educativo Friend’s Delinquent Behaviour –
Denver Youth Survey
Delinquent Peers –Rochester Youth
Development Study
Drug & Alcohol Use –Youth Risk
Behaviour Survey

Consumo de drogas y Drug & Alcohol Use–SAGE Baseline


alcohol Survey
Drug & Alcohol Use –Teen Conflict
Survey
Contacto con bandas Exposure to Gangs –Houston School
violentas Cohort Survey
Impulsividad Impulsivity –Teen Conflict Survey
Leisure Activity –Teen Conflict
Actividades de ocio
Survey
Control de los padres Parental Control
Authoritative Parenting Index
Consistency Discipline –Rochester
Estilos educativos y
Youth Development Study
Escalas de evaluación prácticas de disciplina Positive Parenting Practices Chicago
de contexto Youth Development Study
Comunicación
Reactivity in Family Communications
familiar
Family Conflict and Hostility
Conflicto familiar y
Discipline –Rochester Youth
hostilidad
Development Study
Calidad de vida Stressful Urban Life Events Scale

Community Resources in
Recursos en la
Neighborhood –Chicago Youth
comunidad
Development Study
Exposición a la Children’s Exposure to Community
violencia Violence
Fear of Crime –Chicago Youth
Miedo al delito
Development Study

Fuente: Redondo y Martínez-Catena (2012), a partir de Measuring Violence-


Related Attitudes, Behaviors, and Influences Among Youths: A Compendium
of Assessment Tools - Second Edition (National Center for Injury Prevention
and Control, Division of Violence Prevention) http://www.cdc.gov/ncipc/pub-
res/measure.htm
3.5. ENTREVISTA
La entrevista es un proceso de comunicación verbal, en
el que participan al menos un entrevistador y un
entrevistado, por medio del cual se recoge información
con una finalidad específica. Se trata de uno de los
instrumentos de evaluación más utilizados en los ámbitos
sociales y de la salud (Kleck, Tark y Bellows, 2006).
Permite obtener información procedente de los individuos
que son el objeto de determinado análisis (jóvenes
delincuentes, agresores sexuales, víctimas de delitos, etc.),
de sus familiares u otros posibles informantes, respecto de
sus comportamientos infractores o antisociales, sus
actividades cotidianas y modos de vida, su historia
personal, sus pensamientos, actitudes, emociones, etc. La
información extraída de las entrevistas suele constituir el
cuerpo fundamental de los procesos de evaluación del
comportamiento antisocial y de los agresores, y también
de la valoración de las víctimas. El grado de
estructuración y directividad de las entrevistas es variable,
y en el desarrollo de las mismas suele incluirse la
aplicación de otros instrumentos de evaluación como
cuestionarios, registros de auto-observación, escalas de
riesgo, etc.
El uso de entrevistas será obligado en la mayoría de las
evaluaciones realizadas en Criminología. Sin embargo, su
utilización en solitario presenta el inconveniente de
posible subjetividad, por lo que es aconsejable el empleo
de la entrevista en combinación con otros instrumentos
evaluativos. Es difícil dar unos criterios estrictos sobre el
modo más eficaz de efectuar una entrevista. La entrevista
deberá moverse siempre entre la necesaria flexibilidad,
que permita al individuo entrevistado relatar todo aquello
que desee, y el imprescindible enfoque hacia los aspectos
relevantes del problema analizado y de las circunstancias
y factores que se asocian a él. Un buen entrenamiento
junto a un juicio experto, y, después, la propia práctica
serán las claves que modelarán a un buen entrevistador.
Entre las principales ventajas de la entrevista están el
que facilita la interacción personal y la observación
directa de la conducta de los entrevistados, su mayor
flexibilidad, y la amplitud de información que permite
obtener; entre sus limitaciones, el mayor tiempo requerido
(frente al mayor de otros instrumentos, como encuestas y
cuestionarios) y la posible aparición de sesgos, como el
efecto primacía, o la mayor influencia informativa que
podría tener la primera impresión causada por el sujeto, o
el efecto halo, o tendencia a centrarse en una sola
característica destacable del individuo.

3.5.1. Tipos de entrevista


Entrevista clínica. La entrevista clínica se utiliza en los
ámbitos de la salud, tanto física como psicológica, al
servicio de los intereses de un paciente. En ella una
persona tiene la ocasión de tratar con un médico,
psicólogo, etc., cuestiones que afectan a su salud y
bienestar, y a menudo también a su intimidad, y,
recíprocamente, el experto clínico puede explorar más a
fondo los problemas del paciente y aplicar el tratamiento
terapéutico debido. Esta entrevista suele estar sometida al
secreto profesional. Una variante de la entrevista clínica
sería la entrevista pericial, en la que un psicólogo,
psiquiatra o médico forense, como resultado de una
petición judicial u otra, evalúa a un sujeto incurso en un
procedimiento judicial (un presunto agresor, una víctima,
testigos de un delito, etc.). Un aspecto que diferencia la
entrevista pericial de la clínica es que la información
resultante de ella podría tener usos externos al propio
sujeto entrevistado, e incluso, en el caso de los
delincuentes, acabar perjudicando sus intereses, algo
sobre lo que los interesados deberían ser
convenientemente advertidos.
Entrevista profunda. En las entrevistas profundas se
intenta obtener la mayor información posible sobre el
caso o casos analizados. Para su realización suele
combinarse un guión o esquema temático con una amplia
flexibilidad en su desarrollo. Su objetivo principal es
recoger las narraciones que realiza el sujeto para poder
elaborar, de eso modo, su historia de vida, lo cual suele
requerir varias sesiones que permitan ir profundizando en
la información facilitada. Constituyen buenos ejemplos de
esta metodología para el estudio del delito y otros
problemas asociados, dos trabajos ya aludidos: el estudio
clásico de Sutherland (1993a), publicado en castellano
bajo el título Ladrones profesionales, al se hará más
amplia referencia con posterioridad, y también el libro La
historia de Julián, de Juan Gamella (1990), sobre la vida
de un joven heroinómano en el Madrid de los años
ochenta.
Entrevista focal o centrada. Mediante esta modalidad de
entrevista el investigador dirige su atención hacia un
problema o tema específico, evaluando a una o varias
personas que cuentan con una experiencia relevante en el
mismo. Es decir, se entrevista a algunos individuos que
tienen algo que decir al respecto del tema estudiado, por
ejemplo en relación con sus vivencias como víctimas de
un delito, sus conocimientos profesionales como policías,
sus experiencias como presos, etc. En la investigación
criminológica muy a menudo se busca información que
no es sencilla, frecuente, evidente, o fácilmente accesible.
Puede referirse, por ejemplo, a costumbres de poblaciones
marginales, que carecen de domicilio fijo, individuos que
desconfían de personas desconocidas, o, sencillamente, a
sujetos a quienes no les gusta rellenar cuestionarios. En
ocasiones los entrevistado podrían incluso tener
problemas legales si la información que facilitan, por
ejemplo acerca de delitos que han cometido, llegase a
conocimiento de las autoridades competentes, como la
policía o la justicia. Ejemplos de entrevistas focales con
delincuentes en sus entornos naturales se recogen en los
libros de Wright y Decker (1994 y 1996), sobre
entrevistas realizadas a ladrones, y de Cohen (1994),
quien entrevistó a usuarios de cocaína.
Un informe del Plan Nacional de Drogas, sobre drogas
de diseño, se basó en entrevistas focales y profundas con
consumidores de éxtasis (Gamella y Roldán, 1997). Los
autores de este estudio cuestionaron la distinción tópica
entre métodos “duros”, a partir de observaciones
sistemáticas o cuantitativas y cuestionarios cerrados, y los
métodos “blandos”, basados en entrevistas cualitativas a
muestras intencionales. Según estos autores, la gran
encuesta sociológica, con una recogida masiva de datos y
un exhaustivo análisis estadístico posterior, podría
ofrecer, en ciertos problemas de interés, estimaciones
menos validas y precisas que las aportadas mediante
entrevistas etnográficas u orientadas. Un ejemplo de ello
sería la investigación acerca de los usuarios de drogas de
diseño. Las encuestas orientadas a la población general
suelen alcanzar a muy pocas personas que consumen
habitualmente drogas. Así, en una encuesta en Andalucía,
en la que se realizaron 2.500 entrevistas, se llegó a
contactar solamente con 70 personas que habían utilizado
drogas de diseño, y con 28 usuarios de heroína (EDIS,
1997:150). Por ello, determinados datos estadísticos de
una investigación como ésta, relativos, por ejemplo, a los
hábitos de consumo y la clase social de los usuarios de
éxtasis, pueden ser menos relevantes, válidos y fiables
que los que se obtuvieron en el estudio previamente
mencionado, a partir de 418 entrevistas focales y
profundas efectuadas dentro de 47 redes de usuarios de
drogas.
Para lograr la mejor representación muestral posible de
una población de difícil acceso, como podrían ser los
usuarios de ciertas drogas, o los ladrones de casas, suele
utilizarse la técnica denominada de “bola de nieve”. En
esencia consiste en comenzar por ganarse la confianza de
una o más personas que sean de interés para el estudio,
pedir a éstas su ayuda para contactar con otras personas
semejantes, vinculadas a ellas, y así sucesivamente. Para
obtener una representación muestral más amplia, es
importante iniciar estas “bolas de nieve” en contextos
sociales diversificados, evitando circunscribirse a un
único círculo cerrado de amigos y conocidos.
Entrevista de investigación. Esta expresión hace
referencia aquí al uso de la entrevista como estrategia para
obtener información sobre un tema de interés que, sin
embargo, resulta bastante oculto o poco accesible. Se
actuaría aquí de modo semejante a como lo hacen un
periodista o un policía que siguen pistas: un dato o una
persona nos llevan a otras fuentes, que nos aportarán
nueva información, que nos llevará a otros informadores,
y así sucesivamente. Puede ser útil en este tipo de
entrevista actuar con mucha cortesía, mostrar que se
domina la jerga del asunto indagado, y evidenciar que ya
se tiene la información principal sobre el tema, y que lo
único que se pide al sujeto es complementar algunos
datos. El interrogatorio de testigos en casos judiciales
seguiría un modelo parecido al que aquí se propone para
uso del estudio criminológico.
Entrevista en grupos. Es una forma económica y rápida
de obtener información de diferentes personas a la vez, y
puede ser muy útil en sondeos de opinión a determinados
colectivos, como podrían ser vecinos u otros. El
entrevistador plantea algún tema o pregunta y escucha la
discusión posterior en el seno del grupo, de la que
recogerá los aspectos más relevantes. Puede ser útil para
conocer la opinión de colectivos de vecinos sobre la
seguridad del barrio, posibles mejoras al respecto, etc. No
obstante, en algunas temáticas delicadas, la entrevista
grupal resultará inadecuada, debido a que el grupo podría
sesgar, distorsionar o inhibir las propias respuestas de los
individuos.

3.5.2. Fases de la entrevista


Como fase previa a la puesta en marcha de una
investigación basada en la metodología de entrevista, al
igual que se sugería para las encuestas, se debería también
realizar un proyecto piloto: comenzar por efectuar
diversas entrevistas tipo, para saber de antemano cómo
podrían funcionar las restantes, y poder así mejorar su
planificación, y, tal vez, generar un protocolo que sirva de
guía a quienes realizarán posteriormente las entrevistas.
Los entrevistadores deberían cuidar particularmente los
siguientes aspectos:
• Conseguir la confianza de la persona a la que se va a
entrevistar.
• Informarla adecuadamente sobre los fines de la
entrevista.
• Llevar el control de la entrevista, pero sin intimidar y
producir el rechazo del entrevistado.
• Mantener una actitud de escucha, mostrando al
interlocutor que se está atento e interesado en lo que
cuenta.
• Hacia el final de la entrevista, sintetizar la información
recogida, para comprobar si se ha interpretado
correctamente.
• Preservar la confidencialidad de la información
obtenida, guardando convenientemente las
anotaciones realizadas, posibles grabaciones, etc.,
siempre separadas del nombre u otros datos
identificativos de las personas reales, y destruyendo
finalmente la información recogida cuando ya no sea
necesaria.

3.6. OBSERVACIÓN
La observación de conductas y contextos es una
herramienta fundamental de la investigación
criminológica. Aunque, por definición, observar
determinada realidad debería implicar la visión y registro
directos de la misma, también existen métodos de
observación indirectos, basados en datos documentales,
recogidos con antelación. Empezaremos por éstos.

3.6.1. Observación documental


Existe gran cantidad de datos sobre la delincuencia y la
justicia que son registrados y acumulados, año tras año,
en estadísticas oficiales, sentencias, memorias oficiales,
expedientes y dossiers policiales, informes de
seguimiento de casos, reportajes periodísticos, etc. Un
modo posible de efectuar una investigación es mediante
una observación documental de muestras de tales datos,
que resulten de interés. Múltiples estudios y análisis
criminológicos se basan en la codificación y reelaboración
de información sobre la delincuencia, previamente
recogida. A partir de informes policiales y de memorias
anuales sobre encuestas de victimización, puede
elaborarse, según se verá en el capítulo siguiente y en
otros, las cifras de la evolución de los delitos. Los
testimonios de sentencia, los expedientes judiciales, y los
expedientes y protocolos penitenciarios, suelen contener
amplia y variada información sobre los delitos y los
delincuentes, que, con las debidas autorizaciones y
garantías de confidencialidad, pueden servir como base
informativa para estudios variados. También existen, en
los servicios especializados correspondientes, protocolos
sobre las víctimas de los delitos, en los que pueden
fundamentarse investigaciones sobre abuso sexual
infantil, maltrato de pareja, etc.

3.6.2. Observación sistemática o directa


La observación directa o sistemática implica que el
observador se desplace al contexto en el que
habitualmente se produce determinada conducta o
situación (peleas en un aula, consumo de drogas en un
colegio, hurtos en un punto de la ciudad, robos en
comercios, etc.), para examinarla y acotarla de manera
precisa. Para ello suele confeccionarse un registro formal,
que incluye los comportamientos o eventos que se
estudiarán, el modo de medirlos y anotarlos, y los
periodos de observación. En este tipo de registro de datos
el observador intenta mantenerse al margen de la
situación analizada.
Para elaborar un registro observacional suelen cubrirse
los siguientes pasos (Anguera, 1985; Crespo y Larroy,
1998): 1) Formular el comportamiento que se desea
observar (que muchas veces vendrá dado en forma muy
global: “estos jóvenes son muy agresivos”, “en tal calle
hay muchos hurtos”, “han aumentado los robos en los
comercios”, etc.) a partir de comportamientos o hechos
concretos; 2) preparar un listado, con las categorías de
comportamientos o hechos que van a ser observados.
Pueden asignarse números a dichas categorías (1, 2, 3,
etc.) para facilitar la rapidez de las anotaciones del
observador; 3) establecer si la conducta va a registrarse a
partir de su frecuencia, su intensidad o su duración; 4)
delimitar el lugar o lugares de observación; 5) por último,
hay que establecer también el tiempo durante el cual se va
a efectuar la observación: diario, semanal, mensual, etc.
En términos metodológicos estrictos, de cara a la
investigación, debería comprobarse la fiabilidad de las
observaciones planificando (al menos temporalmente) la
observación paralela de dos observadores. Ello permitirá
calcular un índice de fiabilidad entre observadores
distintos, dividiendo el número de acuerdos entre
observadores por el número total de observaciones
(acuerdos más desacuerdos). En general, suele
establecerse como criterio que este índice no sea inferior a
0.80, para considerar que las observaciones cuentan con el
nivel adecuado de fiabilidad.
Cuando se han cumplimentado los registros según el
plan previsto, los datos podrán elaborarse numéricamente,
analizarse y transcribirse a gráficas que reflejen la
evolución que sigue la frecuencia, duración o intensidad
de ciertos comportamientos.
La observación directa del comportamiento por
observadores externos presenta a menudo dificultades de
aplicabilidad, debido a que se trata de elementos internos,
tales como ciertas emociones o pensamientos (por
ejemplo, las justificaciones de los delitos). Por ello, un
método alternativo es el uso de auto-observación y auto-
registro de la conducta (Krohn, Thornberry, Gibson, y
Baldwin, 2010). El procedimiento para la creación de un
auto-registro de conducta sería el mismo que se ha
descrito; lo único que varía es que es el propio individuo
quien observa y registra su comportamiento. Del mismo
modo que sucedía en las hetero-observaciones, en los
auto-registros las conductas pueden medirse en términos
de frecuencia, intensidad o duración.
La observación directa y sistemática puede resultar
adecuada para el análisis de infracciones relacionadas con
el tráfico rodado, como el uso de cinturones de seguridad,
cascos, controles de velocidad, etc. Sin embargo, muchos
delitos, especialmente lo más graves, serán, por razones
obvias, muy difíciles de observar y registrar directamente.
Un ejemplo de la utilización de observación directa:
– En Málaga se realizó un estudio dirigido a conocer el
efecto preventivo del robo de coches que podía tener el
hecho de que el vehículo dispusiera o no de alarma. Para
ello, lo primero que los investigadores necesitaban
conocer era la proporción de coches que contaban con una
alarma instalada. Tras varios intentos fallidos de
conseguir datos sobre ventas de alarmas, de parte de las
compañías que las montaban, o información oficial sobre
importación y homologación de alarmas, se optó por
efectuar una observación directa a partir de 500 vehículos
estacionados en tres zonas de la ciudad, para ver si tenían
o no alarma instalada. Para cada vehículo observado se
anotaron las tres últimas letras de la matrícula, lo que
permitía controlar su antigüedad. Esta observación,
realizada en tan solo unas horas (menos de las que suelen
requerirse para obtener datos oficiales sobre el delito),
permitió constatar que un total del 27% de los coches
tenía una alarma montada, variando desde un 7,5% en los
vehículos con matrículas más antiguas, hasta un 51% en
los vehículos más nuevos (Aliaga, Deza, Céspedes y
Guerrero, 1996).

3.6.3. Observación experimental


La complejidad de una observación puede aumentar si
se establecen preguntas e hipótesis de investigación más
elaboradas, que impliquen la comparación entre distintas
situaciones. Para estudiar, por ejemplo, la eficacia de un
programa de rehabilitación de toxicómanos, no podemos
conformarnos con conocer que dos de cada tres
participantes han vuelto a consumir droga, ya que, sin
más información, no sabemos si se trata de un buen o un
mal resultado. Para poder determinarlo, generalmente
necesitamos contar con un diseño de observación
experimental que incluya un grupo de control, o grupo de
características similares a aquél que recibe tratamiento,
pero que no lo ha recibido (Blaxter et al., 2010).
Un experimento trata de reproducir, de modo artificial,
algunas de las condiciones naturales que pueden llevar a
la criminalidad (Farrington y Welsh, 2006). Un ejemplo:
en Sevilla se realizó en 1996 un experimento controlado
para evaluar la eficacia de determinadas medidas para la
prevención de los robos en comercios (Barberet y
Castillo-Barragá, 1997). Este estudio se focalizó sobre
comercios que ya habían sufrido un robo con fuerza (con
rotura de la puerta de acceso, etc., generalmente durante
la noche), debido a que se conoce que los locales que ya
han experimentado un robo tienen mayor probabilidad de
volver a sufrirlo. A partir de la información facilitada por
la policía, se realizaron entrevistas a propietarios o
encargados de 162 comercios que habían sido
previamente robados. Al azar la muestra se dividió, por
mitades, en dos grupos, experimental y control. Los
comercios integrantes del grupo experimental, recibieron
asesoramiento técnico sobre cómo evitar una segunda
victimización, y también se les regaló una pegatina
reflectante, para que la adhirieran a la puerta, con el
logotipo de la policía y el texto: “Proyecto de cooperación
vecinal Verano ‘96: COMERCIO VIGILADO”. La otra
mitad de los comercios, que integraba el grupo control, no
recibió ningún asesoramiento especial para reducir la
delincuencia ni la pegatina aludida. Posteriormente, se
efectúo un seguimiento de los robos en todos estos
comercios. A lo largo del verano, ocho comercios fueron
robados una segunda vez, de los cuales seis pertenecían al
grupo de control y dos al grupo experimental. En este
ejemplo, los investigadores, al realizar una intervención
preventiva diferencial, que se aplicó en unos casos sí y en
otros no, generaron intencionalmente un “experimento
controlado”. Esta estrategia permitió efectuar una
observación experimental sobre la posible eficacia de la
actuación preventiva aplicada.
Sin embargo, en ocasiones también sería posible
aprovechar, para la investigación criminológica,
circunstancias inusuales que se producen en la realidad
social y que pueden funcionar como una especie de
“experimento natural”. En décadas precedentes sucedió
que en varios países, debido al cambio de sus regímenes
políticos, o bien a causa del hacinamiento existente en las
cárceles, un número importante de presos fue indultado.
En España, por ejemplo, en 1983 se produjo una reforma
procesal que supuso la excarcelación masiva de un gran
número de presos preventivos. Ocasiones como ésta
resultan muy propicias para estudiar los efectos reales de
la privación de libertad sobre la magnitud de la
delincuencia. Si se hubiera dispuesto de datos detallados
sobre la delincuencia antes y después de esta reforma, se
podrían haber evaluado sus efectos preventivos (o
estimuladores del delito). Desgraciadamente, procesos de
tan amplia magnitud social, como el aludido, se evalúan
en muy pocas ocasiones.
La metodología experimental, a pesar de sus grandes
ventajas científicas, también puede comportar algunos
problemas significativos, como los posibles
inconvenientes éticos que puedan suscitarse (Blaxter et
al., 2010; Farrington y Welsh, 2005). Son requerimientos
éticos de la investigación criminológica la voluntariedad
de los sujetos y la evitación de posibles daños a los
mismos. No sería aceptable ni ética ni jurídicamente, por
ejemplo, perjudicar a un grupo de condenados,
prolongando su estancia en la cárcel durante 6 meses más,
con la finalidad de conocer qué efectos disuasorios
produce tal alargamiento de las condenas. Es decir, no
está justificado disminuir los derechos o la calidad de vida
de un grupo de personas con exclusivos propósitos
científicos. (Desgraciadamente, en materia de control
penal, no es infrecuente que se perjudique a muchos, o a
la globalidad de los ciudadanos, al endurecer las penas
con finalidades disuasorias, no ya sobre la base de
conocimientos científicos contrastados, sino a partir de la
pura especulación intuitiva o del mero populismo
punitivista.)
Otros problemas prácticos y metodológicos que
plantean los diseños experimentales en Criminología son
los siguientes:
• Para que las diferencias observadas entre dos grupos
de comparación puedan resultar estadísticamente
significativas suele requerirse que los grupos sean
grandes. Esto es a veces difícil de lograr, dada la
complejidad en algunos casos para “reclutar” una
muestra cuantiosa (por ejemplo, de ciertos tipos de
víctimas, de agresores sexuales que autoricen a ser
entrevistados, de traficantes de drogas que acepten
participar en un estudio, etc.), y también debido a la
“mortalidad experimental”, o pérdida de muestra, que
suele producirse con el paso del tiempo, a medida que
se desarrolla un estudio.
• Los estudios experimentales no dan mucho margen a
la posibilidad de improvisación, o modificación sobre
la marcha, de un estudio, ya que los cambios no
previstos disminuyen la comparabilidad de los
resultados, al no poderse determinar si los efectos
finales son debidos a las variables inicialmente
consideradas o a otros factores sobrevenidos
posteriormente.

3.6.4. Observación participante


La observación participante es un método esencialmente
cualitativo surgido en origen en la antropología. Para
estudiar culturas primitivas, los antropólogos convivían
en ellas, compartiendo sus actividades y formando parte,
temporalmente, de esas comunidades. Fueron
paradigmáticos a este respecto los estudios, hoy clásicos,
desarrollados en Samoa y Nueva Guinea,
respectivamente, por los antropólogos Mead (1928) y
Malinowsky (1926). Una obra de mayor relevancia
criminológica es el trabajo de campo llevado a cabo por el
antropólogo británico Pitt-Rivers (1989) en el pueblo
andaluz de Grazalema, acerca del control social ejercido
en el mundo rural andaluz por el fenómeno social del
cotilleo (véase más adelante).
La observación participante es un método adecuado para
abordar temas difíciles, contextualizar las observaciones y
acercarse a realidades que resultan ajenas para el
observador. El investigador ha de mantenerse, a mitad de
camino, entre el conveniente acercamiento e implicación
para comprender lo que sucede ante él y el
distanciamiento suficiente de la realidad que está
observando. Este método exige una gran dedicación
personal del investigador. Su principal inconveniente es
que puede plantear problemas de validez y fiabilidad de
los datos, de representatividad y objetividad de las
observaciones.
La Criminología fue pionera en trasladar este método a
la observación de la delincuencia y otros
comportamientos en el marco de la sociedad urbana.
Décadas atrás se realizaron estudios sobre pandillas
delictivas en barrios pobres (Whyte, 1993 [1943]), sobre
tráfico callejero de heroína (Johnson et al., 1985), y sobre
la vida en instituciones cerradas (Goffman, 1987 [1973]).
La labor del investigador “participante” puede ser muy
difícil en instituciones cerradas, como prisiones,
psiquiátricos o centros de tratamiento de toxicómanos.
Estas organizaciones, vistas desde la perspectiva de sus
responsables o su personal, pueden ser muy distintas a
como puedan verlas los internados y usuarios, y la
información que un observador consiga va a depender del
rol que adopte dentro de la institución. Se cita a
continuación a un conocido etnógrafo y arqueólogo ruso,
que escribía bajo el pseudónimo de Lev Samoilov (1990):
“El mundo criminal es… una ‘cofradía’ cerrada, aunque poco
solidaria, y a los extraños no se les permite estudiarlo u observarlo.
Hasta hace poco, las autoridades judiciales también vigilaban
celosamente sus campos de trabajo contra observadores de fuera, y
tampoco admitían periodistas. Este hermetismo existe todavía en
realidad, con pocas excepciones. Así, me puedo considerar
afortunado”.

Su “fortuna” consistió, en realidad, en un año y medio


de condena, cumplida íntegramente, entre los años 1981 y
1982, en una cárcel y un campo de trabajos forzados cerca
de Leningrado. Su recompensa académica fue que pudo
escribir un artículo lúcido sobre el sistema jerárquico de
castas dentro de la cárcel, comparándolo con sistemas de
poder en tribus primitivas.

3.7. INVESTIGACIÓN EN LA ACCIÓN


(ACTION RESEARCH)
Se desarrolla una “investigación en la acción” cuando
alguien es responsable de gestionar determinada actividad
o institución, pero a la vez desea evaluar qué sucede a lo
largo del proceso de funcionamiento (Blaxter et al.,
2010). Resulta muy útil para analizar la actividad de la
policía, los juzgados, las cárceles, o determinados
fenómenos sociales o criminales. Un ejemplo ilustrativo
puede ser un estudio sobre corrupción, llevado a cabo en
Perú, por un equipo de sociólogos: iniciaron los trámites
de apertura de una empresa real, un pequeños taller de
confección que en total iba a contar con cuatro máquinas
de coser, intentando cumplir a rajatabla la legislación
establecida para el desarrollo de actividades económicas,
siendo asesorados para ello por un equipo experto en
estos trámites, y documentando a continuación las trabas
administrativas y corruptelas con las que se fueron
encontrando. De este modo pudieron constatar que el
establecimiento legal de una empresa pequeña, como la
descrita, exigía en Perú una inversión en tiempo y dinero
fuera del alcance de la gran mayoría de la población, y
pusieron de relieve distintas situaciones en las que, para
que la empresa pudiera salir adelante, era necesario
utilizar medios ilegales como el soborno (De Soto, 1989).
Se volverá sobre este estudio más adelante.
Otro ejemplo más de investigación en la acción puede
ser un estudio, promovido en España por la Organización
de Consumidores y Usuarios, para conocer la honestidad
o engaño a los clientes en el caso de reparaciones
domésticas. Para ello se preparó una avería sencilla en un
muestra de 47 televisores, que a continuación fueron
llevados para su diagnóstico y reparación a diversos
talleres, escogidos al azar, en siete grandes ciudades de
toda España. De este modo se pudo documentar que dos
de cada tres talleres intentaron engañar en la reparación,
inflando la gravedad de la avería, inventando averías
inexistentes, o cambiando innecesaria y fraudulentamente
algunas piezas (El País, 28/6/95).
También podría llevarse a cabo una investigación en la
acción en la vía pública, por ejemplo, dejando aparcado
un coche con la ventanilla abierta, y con una radio u otras
propiedades visibles en su interior, y controlando el
tiempo que transcurre, u otras circunstancias asociadas,
hasta que alguien entra en el coche y se lleva lo que
contiene. En un estudio semejante a éste se fundamentó,
según se verá, el desarrollo de la teoría de las ventanas
rotas (Wilson y Kelling, 1982). Se han efectuado también
algunas investigaciones criminológicas “abandonando” en
la acera, como si se hubieran perdido, billeteros o sobres
con dinero, observando seguidamente el comportamiento
de las personas que los encuentran (Hagan, 1989;
Farrington y Knight, 1979). Un estudio de estas
características realizado en 20 ciudades europeas, dejando
monederos “perdidos”, dio como resultado positivo y
sorprendente que, por ejemplo, en la ciudad de Burgos,
España, 7 de cada 10 billeteros fueron entregados a las
autoridades con su contenido de cinco mil pesetas
intacto3.

3.8. LA RECONSTRUCCIÓN DEL PASADO:


LA INVESTIGACIÓN CRIMINALÍSTICA
COMO MÉTODO CIENTÍFICO
Los procedimientos criminalísticos se basan
generalmente en métodos y resultados tanto de las
ciencias naturales como sociales (química, biología,
medicina, toxicología, psicología, sociología,
antropología social, etc.) (Osterburg y Ward, 1992;
Saferstein, 1995). La criminalística recoge y combina,
según sus necesidades, conocimientos de éstas y otras
disciplinas, para sus aplicaciones en la investigación de
los delitos (Barberá y de Luis, 2012). Dentro de la propia
criminalística, también se han desarrollado métodos
nuevos, como la dactiloscopia y la balística. La
criminalística puede ser considerada una “técnica” dentro
de la Criminología, no porque carezca de entidad
científica, sino debido a que su finalidad es la aclaración
de sucesos delictivos específicos, contribuyendo, a partir
de sus observaciones, a la tarea más amplia y general de
la ciencia criminológica.
Pongamos un ejemplo: los técnicos de la brigada
policial de robos son alertados para desplazarse a una casa
particular, y comprueban que en efecto la ventana que da
a un patio interior ha sido forzada. Observan que el salón
está desordenado, que algunos cajones y ropas se
encuentran tirados por el suelo; y toman declaración al
propietario de la casa, quien testifica que le han robado
joyas y dinero en efectivo, por un valor mínimo de 5.300
euros. En el marco de la ventana forzada localizan huellas
dactilares incompletas de un pulgar. De esto deducen, y
así lo consignan en su atestado o informe, que se ha
cometido un robo con fuerza en las cosas, y a
continuación intentan identificar al autor o autores del
hecho.
Estos expertos policiales se enfrentan a parecidos
problemas que los acometidos por la investigación
científica. Por ejemplo, la cuestión de la fiabilidad: ¿Con
qué margen de error puede afirmarse que la huella
encontrada corresponda a un individuo concreto fichado
en los registros policiales? ¿Podría pertenecer, no al
ladrón fichado, sino a alguna persona que visitó
anteriormente la casa, que puso su mano inadvertidamente
en la ventana? También se suscitan problemas de validez:
¿Es creíble que al propietario le hayan robado joyas por
un valor de 5.300 euros?; ¿no habrá inflado dicho valor
para cobrar una cantidad mayor del seguro que tiene
contratado? Además, para aclarar los delitos, no suele
bastar a la policía científica su instrumental técnico,
incluyendo lupa, pincel y polvo de talco, u otros ingenios
actuales más sofisticados. La mayor parte de aquellos
robos que se esclarecen (que son menos de la mitad de los
que se producen), no es debido a las pruebas materiales
recogidas en el lugar de los hechos, sino gracias a la
colaboración ciudadana y las informaciones facilitadas
por los testigos.
Así pues, la policía también tiene que atender a la
resolución de problemas como los siguientes:
• La fiabilidad de las pruebas materiales que puedan
recogerse, y también la verosimilitud de las
informaciones que puedan aportar los testigos,
menguan muy rápidamente después del suceso
delictivo. Los restos corporales se diluyen o se
corrompen, y los recuerdos de los testigos rápidamente
se desvanecen y alteran ¿Cómo podría mejorarse la
organización policial para poder acudir a los
escenarios de los delitos con gran rapidez, y evitar el
deterioro de las pruebas? ¿Qué prioridad debería
asignarse a las múltiples llamadas que suele recibir la
policía en relación con un hecho delictivo grave?
• La colaboración de los ciudadanos en la aclaración de
hechos delictivos suele ser escasa. ¿Cómo podría
motivarse a los testigos de los delitos para que, con
inmediatez, informen a la policía?
• Los delitos no se distribuyen de igual forma por todas
las zonas urbanas, sino que suelen acumularse en áreas
concretas, y también en franjas horarias delimitadas.
Además, sucesos parecidos pueden repetirse; por
ejemplo, vehículos de determinadas marcas son más
fáciles de robar que otros, lo que facilitaría el que se
roben más ciertos modelos de coches que otros. La
policía también suele constatar otros sucesos que
tienden a repetirse en los mismos lugares y de modos
semejantes: concentración de atracos callejeros en
lugares específicos, secuencias de violaciones en
ciertos contextos, mujeres maltratadas en sucesivas
ocasiones, incluso por hombres distintos, etc. ¿Qué
métodos tiene la policía para analizar, entender y
prevenir el delito reiterado?
La Criminología enriquece sus conocimientos mediante
el acceso a los datos recogidos por la policía, a la vez que
la policía necesita de resultados y explicaciones
criminológicas para mejorar su funcionamiento. Según
ello, entre la Criminología y la criminalística debe
también existir una simbiosis que resultará fructífera para
ambas partes.

3.9. INTERPRETACIÓN DE LOS


RESULTADOS
Según todo lo visto en este capítulo, la Criminología
necesita emplear diversos métodos de estudio y análisis
para mejorar su comprensión de los fenómenos
criminales, desde aquéllos más hermenéuticos y
cualitativos a los más cuantitativos y precisos.
Una vez recogidos los datos, los hechos que se
establecen a través de encuestas, observaciones o
entrevistas, pueden dar lugar a interpretaciones distintas
(Blaxter et al., 2010). Aunque un fenómeno esté asociado
o correlacione con otro (como sucede, por ejemplo, entre
el consumo de drogas y la conducta delictiva), ello no
indica necesariamente que el primero sea la causa del
segundo, o viceversa. Podría ser que los dos
comportamientos covaríen, pero que ambos dependan de
terceros factores, que no han sido adecuadamente
identificados por la investigación.
Un ejemplo clásico y pintoresco de lo anterior es que las
tasas de natalidad suelen ser más elevadas en zonas con
mayores poblaciones de cigüeñas. Una constatación
frecuente ha sido que cuantas más cigüeñas hay por
kilómetro cuadrado, más niños nacen en ese lugar. Sin
duda, no debido a que las cigüeñas sean realmente las
encargadas de traer los bebés al mundo, sino
probablemente como resultado de que estas aves zancudas
y bien consideradas suelen establecerse, por lo común, en
zonas rurales, ricas en charcas y arroyos, donde
encuentran su alimento, y, al mismo tiempo, en tales áreas
rurales las tasas de natalidad han sido tradicionalmente
más elevadas. En un ejemplo más criminológico, Sachs
(1999) informó de la existencia de relaciones
estadísticamente significativas entre los signos del
Zodiaco y la conducta delictiva (y, también otros
comportamientos). Tal afirmación fue rebatida por Eye,
Lösel y Mayzer (2003) quienes, realizando los datos
originales ofrecidos por Sachs, pusieron de relieve la
interdependencia circular entre todos los datos analizados,
y, por tanto la falta de validez de dicho análisis.
Una aspiración legítima y deseable de la investigación
criminológica es establecer relaciones de causalidad o
influencia entre factores, aunque ello sea realmente muy
difícil, debido a que para demostrar tales relaciones causa-
efecto, en la ciencia se requieren imprescindiblemente dos
condiciones:
1) Que los hechos analizados aparezcan en secuencia o
sucesión temporal del tipo “dado A, aparece B (y no a la
inversa)” (por ejemplo, entablar amistad con jóvenes
delincuentes y, a continuación, comenzar a cometer
delitos).
2) Que en el análisis pueda lograrse un razonable
control metodológico de las variables implicadas, y
determinar así que ninguna otra variable importante,
distinta de “A” (hacer amistad con jóvenes delincuentes),
como por ejemplo una alta impulsividad del individuo,
problemas familiares, falta de empleo, etc., pueda ser la
que en verdad determina el efecto “B” (inicio en el
delito).
En las ciencias naturales existe una clara diferenciación
entre el objeto de estudio (la materia inanimada, las
plantas, los animales…) y el investigador. Pero en las
ciencias sociales, incluida la Criminología, a menudo los
investigadores se enfrentan a cuestiones que en algún
grado les implican personalmente. El investigador social
es una persona inmersa en el mismo mundo que él está
estudiando, lo que puede conducirle a un mayor grado de
subjetividad, en el sentido de ser más influido por sus
preferencias u opiniones personales. Tales preferencias
subjetivas pueden incidir a la hora de elegir los temas de
estudio, de elaborar y analizar los datos, de interpretar los
resultados, o de derivar posibles conclusiones.
También el método de recogida de información que se
emplee puede condicionar la posible subjetividad de un
estudio. Investigadores que utilizan métodos de contacto
directo con personas (víctimas, agresores, policías, etc.),
pueden verse más afectados por sesgos de subjetividad
que aquéllos cuya información se basa meramente en
datos estadísticos, análisis documentales, etc.
Un ejemplo de cómo pueden sesgarse los resultados
obtenidos en un estudio es el siguiente: en Finlandia se
realizaron dos encuestas distintas, a través de entrevistas a
domicilio, para conocer la delincuencia sufrida por los
ciudadanos. Los resultados de ambos estudios resultaron
bastante distintos con respecto a la violencia sufrida por
las mujeres en el ámbito doméstico. Mientras que en una
encuesta se obtuvo una tasa de maltrato muy baja, la otra
mostró un índice mucho mayor. En un intento de
clarificar los motivos de esta discrepancia, los
investigadores revisaron los procedimientos utilizados, en
cada estudio, para recoger los datos, e identificaron una
diferencia notable entre ellos. En el primero se había
contratado, como encuestadores, a estudiantes de derecho
y económicas, en su mayoría varones, que cobraban por
cada entrevista realizada. Esto llevó a que en general se
efectuaran entrevistas breves, en las que probablemente
no se lograba que muchas de las mujeres contactadas
alcanzaran la tranquilidad y confianza suficientes para
hablar de un tema tan delicado como los malos tratos. En
cambio, en el segundo estudio, las entrevistas fueron
realizadas por personas enviadas por el Instituto Nacional
de Estadística, en su mayoría mujeres, que eran
remuneradas, no por cada entrevista efectuada, sino por
día de trabajo. En este segundo caso, las entrevistas se
desarrollaron en un ambiente de mayor complicidad, y
fueron en general más largas, lo que podría haber
favorecido la obtención de información más personal
(Aromaa, 1990: 86), y, como consecuencia de ello, una
menor ocultación de los malos tratos. Así, en el ejemplo
propuesto, las diferencias reflejadas por los resultados
probablemente fueron debidas a algunas características
del método de recogida de datos, que inicialmente no se
habían considerado, tales como el sexo del encuestador y
su forma de contratación, pero que resultaron a la postre
ser decisivas.
Se finalizará este capítulo poniendo énfasis en la
necesidad de prestar la atención debida a una
interpretación lógica, razonable y prudente de los
resultados de la investigación científica. Para ello,
permítanos el lector traer a colación un relato del
matemático y filósofo británico Bertrand Russell, acerca
de un supuesto “pavo positivista”. Según Russell, el pavo
de esta historia observaba que en la casa de sus dueños le
daban de comer a las nueve de la mañana. Sin embargo, el
pavo era meticuloso, se fiaba exclusivamente de datos
cuantitativos y observables, y no quería sacar
conclusiones precipitadas, antes de tener un número
amplio de observaciones. Poco a poco, se fue percatando
de que le daban de comer a las nueve de la mañana tanto
los días que hacía sol como los de lluvia, e igualmente los
días de frío y los de calor. Por fin se atrevió a formular un
enunciado científico plausible: “¡Yo como a las nueve de
la mañana todos los días!”. Desgraciadamente, cuando
llegó a esta inferencia ya era la época navideña, y al día
siguiente a las nueve, no solo no le dieron de comer, sino
que lo convirtieron en asado de Navidad. Este pobre pavo,
tras unas cuantas observaciones, podría haberse hecho una
pregunta diferente, que quizá también le habría llevado a
una conclusión distinta: “¿Cómo es que me dan de comer
todos los días?”.
Esta triste y frecuente historia ilustra, en tono y moraleja
casi de fábula de La Fontaine o Samaniego, que sin una
hipótesis adecuada que guíe la investigación, la pura
compilación de datos, por rigurosa y “científica” que en
apariencia resulte, no necesariamente conduce a
conclusiones plausibles y veraces. Cosa distinta, es si el
pavo de este cuento (ya fuera pavo positivista, ganso
antipositivista o filósofo escolástico), por más acertado
que hubiera estado en sus conclusiones y predicciones
científicas, realmente podría haber hecho algo para
prevenir y cambiar su suerte funesta. No estaría muy
lejano esto último de simbolizar lo que a menudo le
sucede también a la propia Criminología, cuyos datos y
conclusiones científicas sobre la delincuencia son
frecuentemente ignorados por los usos y costumbres más
contumaces e inefectivos de las políticas criminales que
se aplican.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Las finalidades principales de las investigaciones criminológicas son describir los
fenómenos delictivos y analizar los factores relacionados con la delincuencia, para
mejorar las explicaciones y teorías existentes.
2. La investigación empírica en Criminología suele partir de un modelo conceptual,
formular hipótesis, concebir un modelo operativo para la obtención de la
información, recoger los datos de estudio, analizarlos y, en función de los
resultados, revisar el modelo conceptual de partida.
3. En los estudios criminológicos, las variables e indicadores analizados pueden
adoptar, como en la investigación científica en general, el rol de variables
independientes, o de influencia, de variables dependientes, o resultado, y de
variables moduladoras, que deben ser controladas. Todas ellas pueden estar
formuladas en un nivel nominal, ordinal, de intervalo o de razón.
4. Los tipos fundamentales de muestras son: la muestra aleatoria, o elegida al azar en
la población objetivo, la muestra accidental, seleccionada a partir de un contexto o
situación casuales (p. e., pasar por un lugar); la muestra intencional, representativa
de cierta característica típica de una población (p. e., ser toxicómano); la muestra
por cuotas, según un perfil de sujetos que reúnen ciertas condiciones (p. e.,
pertenecer a determinado sexo, tener cierta edad, nivel económico…); y la
muestra estratificada, para incorporar a individuos correspondientes a diferentes
contextos (p. e., residentes en ciudades y pueblos).
5. Cada sistema o instrumento de recogida de información (encuestas y cuestionarios,
entrevista, y observación) puede tener sus ventajas e inconvenientes, lo que debe
llevar a los investigadores a considerar y decidir con antelación cuáles resultarán
más adecuados en función de la temática y objetivos de cada estudio.

6. La interpretación de los resultados de la investigación debe ser un proceso


cuidadoso y prudente, que convenientemente debería estar guiado por algún
modelo conceptual sólido y por los resultados de la investigación anterior en el
mismo ámbito temático.
7. La Criminología científica cuenta con resultados de investigación sólidos y
contrastados que deberían tomarse en cuenta cada vez más en el diseño de las
políticas criminales.
8. Atendida la relevancia que tienen los fenómenos delictivos en la sociedades
actuales, y los ingentes costes sociales y económicos de los delitos y su control,
deberían destinarse mayores recursos, y no los muy escasos que se destinan en la
actualidad, a la investigación criminológica.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué es el método hipotético-inductivo? Explica su lógica. ¿Se basa en la
deducción o en la inducción?
2. ¿Es cierto que todos los delitos tienden a ser ocultados, o unos más que otros?
¿Cuáles pueden ser las razones de los agresores y de las víctimas para ello? ¿Qué
problemas se suscitan para la investigación criminológica como resultado de la
ocultación de los comportamientos delictivos? ¿Qué métodos pueden usarse para
hacer los delitos más accesibles a su estudio?
3. Buscar información sobre normas éticas de la investigación, en general o
específicamente en otras disciplinas, y analizar su posible aplicación a la
investigación en Criminología.
4. Definir los distintos conceptos implicados en el círculo de la investigación
empírica, e idear proyectos esquemáticos de investigación que ejemplifiquen
dichos pasos (sobre hurtos, robos, lesiones, delitos sexuales, etc.). Especificar
cuáles serían las variables e indicadores independientes, dependientes y
moduladores. ¿Son lo mismo las variables y los indicadores?
5. En función de las “leyes térmicas” de Quetelet (aludidas en el capítulo anterior),
los delitos de agresión podrían aumentar en verano debido a la mayor temperatura
existente. Busca hipótesis alternativas, que pudieran explicar el mismo fenómeno.
Concibe posibles estudios para investigarlas.
6. ¿Qué significa “triangulación” en metodología? ¿Y el método de “bola de nieve”?
7. ¿Qué es un estudio piloto? Poner ejemplos de posibles estudios piloto.
8. ¿En qué se diferencian la estadística descriptiva y la inferencial? ¿Qué índices
estadísticos pueden ser representativos de una y de otra?
9. Individualmente o por grupos, pedir a los alumnos que consulten un manual de
estadística (preferiblemente especializado en Criminología), y se fijen
detenidamente en un procedimiento estadístico que pueda utilizarse en estudios
criminológicos, sintetizándolo y explicándolo al resto de compañeros de clase.
10. Revisar estudios criminológicos, y buscar ejemplos reales en que las variables se
hayan definido en un nivel nominal, ordinal, de intervalos o de razón.
11. A partir de dichos estudios, analizar sus sistemas de muestreo, identificando el
procedimiento técnico seguido, y el tamaño y representatividad de las muestras.
Discutir en la clase las opciones adoptadas en cada estudio, y sus posibles ventajas
e inconvenientes.
12. Comparar los diversos instrumentos de recogida de información (encuestas y
cuestionarios, entrevista y observación) y comentar y debatir en qué tipos de
estudios pueden ser más útiles y eficientes, y en cuáles no.
13. ¿Qué es la investigación en la acción, o action research?¿Qué utilidad puede
tener la criminalística para la investigación criminológica?
14. ¿Qué moralejas pueden extraerse del relato de Bertrand Russel sobre el “pavo
positivista”?

1 El derecho suele emplear, en cambio, un procedimiento hermenéutico y


deductivo, consistente básicamente en la interpretación de enunciados
normativos. Utilizando esta metodología, puede realizarse un dictamen
jurídico o redactarse un informe o estudio sobre la pena privativa de
libertad para mujeres, sin que estrictamente se requiera haber visitado
nunca una cárcel de mujeres. Dicho informe podría basarse en el análisis
de leyes y reglamentos, ponderando, por ejemplo, las coincidencias y
discrepancias entre los derechos constitucionales, la legislación social y el
reglamento penitenciario. Sin embargo, en Criminología, para
pronunciarse sobre el mismo tema, deberían analizarse datos estadísticos
sobre varones y mujeres en prisión, efectuarse entrevistas a mujeres
encarceladas, revisar distintos expedientes penitenciarios, entrevistar a
familiares de las presas, comparar los propios datos con los obtenidos
anteriormente por otros investigadores, etc. Las diferencias aludidas, entre
las metodologías utilizadas por la Criminología y el derecho, dan lugar
también a maneras distintas de interpretar las realidades criminales y a
propuestas diferentes acerca de sus posibles remedios. El derecho y la
justicia se plasman en valoraciones con arreglo a normas, mientras que la
Criminología se basa en conocimientos empíricos, adquiridos mediante la
investigación sistemática, y tiene por finalidad explicar, predecir y
prevenir problemas criminales que han sido valorados como tales en
consonancia con el derecho y la actuación de la justicia.
2 Aparte de la diversidad de sus métodos, la Criminología y el derecho se
diferencian también en el modo de enseñar y reflexionar sobre su propia
metodología. Los psicólogos y médicos dedican una parte sustancial de su
carrera a materias de formación en metodología. Por el contrario, la
formación jurisprudencial no suele conceder mucha atención y tiempo a la
enseñanza de sus propios métodos de trabajo, o a cómo realizar una
entrevista, una encuesta, o a interpretar adecuadamente las estadísticas.
3 Selecciones de Reader’s Digest, julio 1996, citado de El Mundo, 5/7 1996.
Solamente tres ciudades europeas (Oslo, Odense y Lahti) mostraron
mayor honradez ciudadana que Burgos, según este estudio. Sin embargo,
con el reducido tamaño de la muestra evaluada en cada ciudad, las
diferencias entre ellas bien pudieran ser aleatorias.
4. MEDIDA Y EVOLUCIÓN
DE LA DELINCUENCIA
4.1. ¿CÓMO DEFINIR Y MEDIR LA DELINCUENCIA? 179
4.2. FUENTES DE INFORMACIÓN 183
4.3. MIEDO AL DELITO 187
4.4. ESTADÍSTICAS JUDICIALES 192
4.4.1. Incoherencias de la estadística general 194
4.4.2. Sentencias y condenas penales 196
4.5. ESTADÍSTICAS POLICIALES 198
4.5.1. Recogida de datos policiales 199
4.5.2. Tipos de delitos que llegan a conocimiento de la policía 202
4.5.3. Evolución de las cifras policiales de delincuencia 206
4.5.4. Variación estacional de los delitos 210
4.6. AUTOINFORMES SOBRE DELITOS COMETIDOS 212
4.7. ENCUESTAS VICTIMOLÓGICAS EN ESPAÑA 213
4.7.1. Encuestas nacionales 213
4.7.2. Encuestas regionales y urbanas 220
4.7.3. Evolución de la victimización 222
4.8. CRIMINALIDAD COMPARADA 225
4.8.1. La delincuencia en ciudades significativas del mundo 225
4.8.2. Comparación entre países 228
4.8.3. La delincuencia en el mundo 230
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 232
CUESTIONES DE ESTUDIO 232

4.1. ¿CÓMO DEFINIR Y MEDIR LA


DELINCUENCIA?
CUADRO 4.1. Llamadas a la Policía Nacional en una ciudad española
“En los Jardines Picasso hay varios individuos con litronas y consumiendo droga”.
“Dice que su vecina del piso de arriba está armando gran escándalo para no
dejarles dormir, ya que, según manifiesta, lo hace para amargarles la vida”.
“Informan que un grupo de chicos están apaleando a unos perros sueltos”.
“El responsable del bar ‘la Giralda’ denuncia haber sufrido un atraco por parte de
dos individuos con una escopeta recortada, que después se han dado a la fuga por la
calle Granada”.
“Detrás de la gasolinera en Ciudad Jardín hay un hombre mayor caído en el suelo”.
“Comunican que en la plaza El Palo hay una pelea entre varios jóvenes”.

“La empresa de seguridad ‘Bulldog’ informa que en la tienda de ropas ‘Greenfield’


ha saltado la alarma, por lo que el responsable se dirige al lugar”.
“Frente a la Pizzería Roma, hay un vehículo marca Toyota, de color gris,
modelo… matrícula…, con un cristal roto y apariencia de haber sido forzado para
robar en su interior”.
“Su hermana pequeña tenía que haber vuelto ya del colegio, hace más de dos
horas, pero no ha sido así, y teme que se la haya llevado su padre, quien al parecer es
muy violento”.

Estos extractos de anotaciones de llamadas recibidas por


la Policía Nacional, en una ciudad española, muestran la
gran variedad de asuntos que llegan diariamente a
conocimiento policial. En muchos de estos casos, suele
enviarse un coche patrulla para comprobar lo que
realmente sucede, e intentar resolverlo si es posible. Solo
los asuntos más graves llegan a formalizarse como
denuncias policiales, y de éstas apenas una pequeña parte
da lugar a un proceso judicial susceptible de llegar a
juicio.
Todas las personas pueden fácilmente interpretar, de
forma intuitiva, qué conductas podrían ser delitos. Sin
embargo, desde una perspectiva más exigente y objetiva,
la definición de los delitos y de la magnitud de la
delincuencia va a depender de la fuente de la que proceda
la información. ¿Cómo sabremos si la delincuencia ha
aumentado o no?: ¿Por charlas con los vecinos? ¿Por la
televisión? ¿Por las comunicaciones oficiales de la
fiscalía? ¿Analizando las estadísticas judiciales? ¿A partir
de datos policiales?
El número de llamadas a la policía ha aumentado
considerablemente durante los últimos años, en
asociación a la propia expansión de los teléfonos móviles.
Ahora, como la mayoría de las personas llevan un móvil
encima, resulta más fácil avisar a la policía ante cualquier
situación problemática; ello comporta un mayor número
de llamadas a la policía por posibles delitos, pero no
necesariamente un aumento real de éstos.
De forma paralela, la multiplicación de seguros de hogar
y de viaje se ha vinculado también a un aumento del
número de denuncias criminales. Al ser la denuncia un
requisito para poder cobrar una indemnización del seguro
por bienes sustraídos, un aumento en el número de pólizas
implica un incremento de la tendencia a denunciar
posibles hurtos o robos en casas, coches, etc. De acuerdo
con esta misma lógica, de estrecha relación entre
determinadas variables sociales y económicas y la
magnitud de la delincuencia conocida, no es improbable
que el número de sentencias penales dictadas al año
dependa también del número de plazas de jueces
existente, y que la magnitud de la población penitenciaria
de un país guarde relación, a su vez, con las inversiones
realizadas en años precedentes para la construcción de
nuevas cárceles (Christie, 1993; Garland, 2005; Redondo,
2009).
Es decir, todos los factores previamente comentados, y
otros muchos que serán objeto de atención a lo largo de
esta obra, que no son en sí origen directo de la
delincuencia, sin embargo pueden acabar influyendo
sobre diversas mediciones de los delitos, como las
actuaciones de la policía, las diligencias judiciales, las
sentencias penales, y el número de presos, mediciones que
son habitualmente tomadas como magnitudes del
fenómeno delictivo. Los criminólogos críticos y de
labeling, algunos de los cuales pusieron en entredicho que
el delito pudiera ser reducido a cifras, llamaron la
atención sobre el aspecto interactivo de las situaciones
infractoras y violentas. Como comentó Jock Young
(1988), un puñetazo, dado con la misma fuerza y
causando idéntica contusión, tomará un significado
totalmente diferente según el contexto social en el que
suceda. ¿Se da en una situación de juego entre dos
adolescentes?, ¿es un marido que agrede a su mujer?, ¿es
un policía que maltrata a un detenido?, o ¿un asaltante que
lesiona a una señora mayor? La persona que recibe el
puñetazo puede sufrir una lesión parecida en las diversas
situaciones referidas, pero la agresión tendrá distinto
significado en cada caso, y parecerá más grave en unas
circunstancias que en otras. Algunas víctimas presentarán
una denuncia por agresión, mientras que otras no lo harán,
lo que implica que los datos policiales sobre los delitos (y
cualesquiera otras cifras al respecto) siempre ofrecerán
una imagen relativa e incompleta de la realidad delictiva.
Técnicamente, lo anterior podría estar indicando que las
cifras de la delincuencia, cualesquiera que sean, podrían
no ser del todo válidas, o veraces, y fiables, o repetibles a
partir de distintas medidas. Sin embargo, la Criminología
no es la única ciencia empírica con dificultades de validez
y fiabilidad de sus fuentes de información. Algo parecido
les sucede, por ejemplo, a las ciencias económicas:
• ¿Qué significa, a la hora de computar el empleo, el
término “trabajo”? ¿Debería considerarse que
exclusivamente tiene trabajo quien está dado de alta en
la Seguridad Social? Un inmigrante sin papeles que
desarrolla actividades productivas o comerciales,
debería ser computado en la estadística como
trabajador? Y un ama de casa con tres niños pequeños
de los que ocuparse diariamente, ¿es una trabajadora?
• ¿Qué significa “desempleo”? ¿Hasta qué punto refleja
el número de personas registradas en las oficinas del
INEM, la cifra de las que están realmente sin empleo?
¿En qué grado identifican tales datos a los que están
buscando activamente trabajo?
Las cifras sobre el empleo y el desempleo, lo mismo que
sucede con las de delincuencia, probablemente
constituyen indicadores relevantes pero inexactos acerca
de las personas que trabajan y las que no. Todas las
ciencias sociales y empíricas se enfrentan a menudo a
información llena de lagunas y errores, y la Criminología
no constituye una excepción a ello.
En Criminología, para intentar paliar las carencias e
imprecisiones de los datos oficiales sobre los delitos,
éstos pueden complementarse a partir de encuestas
victimológicas. Para ello, suele preguntarse a un número
amplio de personas, que compondrían una muestra
representativa de la población, si han sufrido algún delito
durante un periodo temporal anterior (un año, etc.). De
forma paralela, en las encuestas de población activa
(EPA), se pregunta a los ciudadanos si a lo largo de los
últimos meses, años, etc., han tenido algún trabajo
remunerado (ya sea con alta en la seguridad social o no).
Tales encuestas, dirigidas a conocer la situación del
empleo de manera más amplia, se realizan periódicamente
en todos los países de la Unión Europea. No niegan la
necesidad de las estadísticas oficiales, sino que las
complementan.
Ninguno de los indicadores sobre la economía de un
país es completo y autosuficiente, como tampoco lo son
los diversos indicadores existentes sobre la delincuencia.
Sin embargo, la recogida y comparación de información
procedente de distintas fuentes de información es la clave
para adquirir una visión más válida, fiable y completa
sobre el problema delictivo.
En el siguiente epígrafe se reflexiona acerca de la
validez y fiabilidad de las distintas fuentes de información
sobre la criminalidad en España (véase también
Fernández Villazala, 2008).

4.2. FUENTES DE INFORMACIÓN


CUADRO 4.2. El “Iceberg” de la delincuencia
(Fuente: elaboración propia)

En el cuadro 4.2. se representa la delincuencia a partir


del símil de un ‘iceberg’, queriendo significar con ello
que la mayor parte del fenómeno criminal sería
“delincuencia oculta”, al igual que el mayor volumen de
un iceberg se halla sumergido bajo el agua. Veamos los
diversos niveles informativos de este iceberg metafórico
del delito, desde arriba hacia abajo, desde lo que mejor se
sabe a lo que se conoce menos, a partir de la información
empírica disponible en cada nivel:
1) Miedo al delito. Lo primero que se muestra y
aparece, al respecto del fenómeno criminal, es el temor de
los ciudadanos a la delincuencia y su percepción de
inseguridad. La inmensa mayoría de las personas que
viven en un barrio, una ciudad o un país, no cuentan con
información estadística sobre los delitos, cuántos
realmente hay y de qué tipos, o si éstos han aumentado o
disminuido. Aun así, la delincuencia y la preocupación
ciudadana por los delitos suelen ser objeto de constante
comentario público, y las personas generan percepciones
y creencias sobre la magnitud y gravedad de la
delincuencia, y sobre el riesgo que tienen de sufrir delitos
(Serrano Gómez, Vázquez González, Serrano Tárraga, et
al., 2007).
2) Encarcelados. En el nivel más estricto o duro de las
cifras oficiales sobre la delincuencia se hallaría la tasa de
aquellos delincuentes que han sido condenados a
privación de libertad, y que, efectivamente, están
cumpliendo una condena de prisión. Los países se
diferencian unos de otros en sus tasas de población
penitenciaria, tasas que, en una primera apreciación,
podrían constituir un indicador o medida de su magnitud
delictiva, o al menos de su delincuencia más grave.
3) Condenas. A continuación, descendiendo un peldaño
en las cifras oficiales de la figura 4.2, la estadística
judicial nos informaría, de un modo más amplio, sobre el
número de personas condenadas anualmente por los
tribunales (a prisión y a otras penas, como multas,
trabajos en beneficio de la comunidad, etc.).
4) Delitos esclarecidos. Una parte de la estadística
policial haría referencia a los delitos esclarecidos o
resueltos, aquéllos en que ha podido identificarse a un
presunto autor, que ha podido ser puesto a disposición
judicial.
5) Diligencias previas. Una vez conocido un posible
hecho delictivo por el Juez correspondiente, éste abre la
oportuna diligencia penal. La suma de todas las
diligencias penales instruidas en España (o en cualquier
otro país) se recogen en las Estadísticas Judiciales. En
teoría, el sumatorio de todas las diligencias penales
instruidas por los tribunales de justica a lo largo de un año
debería reflejar el número total de presuntos delitos
cometidos durante ese periodo. Para que lo anterior, que
aparentemente es obvio, sea cierto, un requisito
imprescindible es que se sumen datos que representen de
forma correcta las diversas realidades delictivas. Sin
embargo, el problema en España es el siguiente: cada vez
que una instancia judicial (p. e., el Juzgado de guardia)
traslada un asunto a otras instancias judiciales (p. e., un
Juzgado de instrucción), ambos organismos lo registran
como si se tratara de un caso diferente y de una diligencia
penal nueva; lo anterior supone que el número de
diligencias penales incoadas en España indica en realidad
el volumen de actividad procesal que aglutinan los
diversos juzgados, pero no refleja en absoluto la magnitud
real de la delincuencia. Algo parecido sucede también con
los datos estadísticos recogidos por la Fiscalía General del
Estado.
6) Denuncias. Las cifras oficiales sobre la delincuencia
más amplias y divulgadas son las correspondientes a las
denuncias que efectúan los ciudadanos ante la policía
(Policía Nacional, Autonómica o Local, o bien la Guardia
Civil). Una denuncia suele dar lugar a un atestado
policial, remitido después a un juzgado. Si se ha
presentado ante la Policía Nacional, la Guardia Civil, la
Ertzaintza (en el País Vasco) o los Mossos d’Escuadra (en
Cataluña), en las comisarías correspondientes suele
cumplimentarse, asimismo, una aplicación estadística, con
datos sobre el hecho denunciado y sobre la víctima. A
diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países
europeos, las estadísticas policiales resultantes no siempre
se publican oficialmente, sino que a menudo son
exclusivamente utilizadas (de forma total o parcial) para
uso interno de los responsables gubernamentales. En la
España democrática, la localización de cifras policiales
sobre los delitos (incluidas algunas de las que se
presentan en este capítulo y libro) ha sido, en general, un
tarea ardua y de resultados inciertos. Aun así, ningún
periodo de las últimas décadas es equiparable en su
opacidad sobre las cifras policiales de los delitos al
correspondiente a los años 2007-2011, en que las cifras de
delincuencia fueron directamente retiradas de la página
web del Ministerio del Interior, y esencialmente ocultadas
durante cuatro años, a lo que Aebi y Linde (2010a) se han
referido, a modo de título para un relato policiaco
especular, como “El misterioso caso de la desaparición de
las estadísticas policiales españolas”.
7) Avisos a la policía. En este punto nos adentraríamos
en el primer peldaño de las cifras desconocidas u ocultas
de la delincuencia (salvedad hecha de lo comentado en el
párrafo precedente). Aquí, no se trata, evidentemente, de
que la policía esconda los delitos, sino sencillamente de
que los ciudadanos, que dan a la policía una primera
noticia de ello, luego no llegan a formalizar las
correspondientes denuncias. Cualesquiera agentes de
policía que patrullen a pie por las calles de una ciudad,
probablemente recojan avisos, quejas o preguntas de
distintas personas sobre sucesos que podrían constituir
delitos. Asimismo, los distintos cuerpos de policía reciben
una gran cantidad de llamadas telefónicas de aviso a este
respecto. No obstante, pocas de estas notificaciones se
plasman en una denuncia y en un posterior parte policial
escrito. De ahí que estos avisos no suelan quedar
reflejados en las cifras formales y públicas sobre la
magnitud de la delincuencia.
8) Infracciones que la víctima considera que no vale la
pena denunciar (encuestas de victimización). En estos
casos, aunque exista una víctima que crea que ha sufrido
un delito, no llega, sin embargo, a formalizar una
denuncia. Las razones dadas para ello suelen ser,
principalmente, que la policía no va a encontrar el objeto
sustraído, o bien que el daño sufrido es irreparable, por lo
que prefiere no presentar una denuncia o asistir al proceso
penal. Para resolver el desconocimiento que tendríamos,
en este nivel del “iceberg” de la delincuencia, acerca de
todos aquellos delitos que las víctimas han experimentado
pero que no denuncian, la Criminología utiliza encuestas
de victimización. En ellas se pregunta a ciudadanos que
conforman una muestra representativa de la población, si
han sufrido algún delito o delitos a lo largo del último
año, y de qué tipo o tipos. También se le cuestiona acerca
de si denunciaron el delito y, en caso contrario, los
motivos para no haberlo hecho. De este modo, puede
disponerse de información sobre las tasas más “reales” de
delincuencia, de acuerdo con los informes de las propias
víctimas.
9) Hechos que las víctimas no llegan a definir como
actos delictivos. La bicicleta que falta del lugar en que
estaba aparcada, ¿es un préstamo temporal (p. e., un
amigo o conocido se la ha llevado sin avisar) o un robo?
El marido que insulta a su esposa, ¿es un maltratador, o
meramente alguien que se pone muy nervioso y se
descontrola? Según estos ejemplos, en función de la gran
cantidad de actos cuya calificación depende de la
interpretación contextual que se haga, es muy difícil que
puedan obtenerse cifras precisas sobre el volumen de la
delincuencia oculta.
10) Delitos que nadie detecta. En el peldaño más
profundo y oculto de la delincuencia se hallan muchos de
los delitos que se cometen, no contra un persona en
particular, sino contra colectividades u organismos, tales
como fraudes a la Hacienda Pública, corrupción, delitos
contra el medio ambiente, robos en grandes almacenes,
tráfico de drogas y otros delitos en los que no hay una
víctima específica, plenamente consciente de serlo y con
voluntad de denunciar. Estos delitos suelen tener unas
tasas de denuncia y esclarecimiento muy bajas, y por ello
son mayoritariamente desconocidos.
Una vez descrito este ‘iceberg’ metafórico de la
delincuencia, en lo que sigue se intentará especificar las
diversas cifras de los delitos, a partir de los datos
disponibles en cada caso. Para conocer los datos
correspondientes al vértice superior, visible, del “iceberg”
se dispone, en primer lugar, de las encuestas
poblacionales sobre miedo al delito y percepción de
inseguridad. Y, en segundo término, de las diversas
fuentes oficiales sobre los delitos: tasas de encarcelados,
condenados, procesados, y cifras policiales sobre
denuncias, delitos resueltos, detenidos, etc.
Hacia la mitad del “iceberg”, estaríamos en el nivel de
aquellos sucesos infractores que, aunque no hayan sido
denunciados oficialmente, pueden estimarse
numéricamente o bien a través de encuestas de
victimización, preguntando sobre los delitos sufridos, o
bien mediante cuestionarios de autoinculpación, en que se
indagan los posibles delitos cometidos por los
encuestados, generalmente adolescentes y jóvenes.
Sobre el fondo del “iceberg”, en el cuadro 4.2., no
pueden aportarse datos precisos de delincuencia. La
magnitud de los fraudes contra la Hacienda Pública, el
volumen de drogas introducido en un país
clandestinamente, los delitos contra el medio ambiente, y
otros de naturaleza colectiva, pueden estimarse, en el
mejor de los casos, de forma global y aproximada, pero
difícilmente computarse en forma de cifras
suficientemente representativas y fiables.

4.3. MIEDO AL DELITO


Aunque siempre existe cierta probabilidad
(generalmente pequeña) de ser víctima de un delito, el
miedo al delito y el grado en que se percibe inseguridad,
no parecen guardar una relación directa y unívoca con la
probabilidad real de delito (García España, Díez Ripollés,
Pérez Jiménez, Benítez y Cerezo, 2010, Serrano Gómez et
al., 2007). Por ejemplo, en una encuesta internacional de
victimización, del año 2000, en que se analizaron, entre
otros, distintos países europeos, se obtuvo la información
que se presenta en el cuadro 4.3, en el que cada país está
representado a partir de dos datos: porcentaje de personas
victimizadas (habitualmente, cuando están fuera de casa),
y porcentaje de quienes expresan sentirse inseguros fuera
de su casa. Como puede verse, existen países que podrían
denominarse “realistas” (Francia, Suiza e Inglaterra), en
los que sus ciudadanos muestran un considerable
equilibrio entre las tasas de victimización experimentadas
(el riesgo real, podríamos decir) y sus percepciones de
inseguridad; países calificables como “optimistas” (Suecia
y Países Bajos), en que la percepción de inseguridad es
inferior al índice real de victimización; y países
“pesimistas” (Portugal y, especialmente, España), en que
la percepción de inseguridad es muy superior a sus
índices fácticos de victimización. En el caso de España,
aun teniendo una de las tasas de victimización más bajas
de Europa (19%), su índice de inseguridad percibida casi
doblaba a la cifra anterior (34%) (Redondo, Luque, Torres
y Martínez, 2006).
Cuadro 4.3. Tasa de victimización y de personas con percepción de
inseguridad en diversos países europeos (año 2000)
(Fuente: Redondo et al., 2006)

¿Si no hay relación directa entre victimización delictiva


y miedo al delito, de qué puede depender el mayor o
menor sentimiento de inseguridad de los ciudadanos? En
investigaciones desarrolladas en Estados Unidos, se halló
una notoria relación entre miedo al delito y la mayor
exposición de los ciudadanos, en horarios de máxima
audiencia, a programación de alto dramatismo en torno a
la violencia, especialmente cuando se trata de televisiones
locales o regionales (que transmiten mayor proximidad al
individuo); y esta relación violencia televisiva-miedo al
delito se identificó con independencia de las
características sociodemográficas de las poblaciones
evaluadas (edad, sexo, etc.) y del nivel real de riesgo para
el delito que exista en los barrios de residencia (Romer,
May Jamieson y Aday, 2003).
En un estudio de opinión pública desarrollado en Italia,
Amerio y Roccato (2005) diferenciaron entre miedo al
delito y percepción del delito como problema social. Se
encontró que el miedo personal al delito dependería
principalmente de la previa victimización de las personas
encuestadas, así como también de algunas variables
sociodemográficas, tales como que residan en zonas
urbanas, tengan mayores problemas socioeconómicos, y
experimenten cierta degradación socio-cultural y
aislamiento social. En cambio, la percepción del delito
como problema social dependería mucho más del influjo
de los medios de comunicación, así como de los estilos
generales (tremendistas) mediante los que las personas se
representan y valoran su mundo social. Parecidos efectos
de relación entre exposición a programas televisivos sobre
violencia e incremento del miedo al delito se hallaron
también en estudios realizados en Finlandia (Smolej y
Kivivouri, 2006), y en Australia (Fisher, Allan y Allan,
2004).
En España, este miedo exagerado al delito suele
evidenciarse también en estudios criminológicos
específicos. Por ejemplo, Serrano Gómez et al. (2007)
compararon, para el periodo 1998/2005, la evolución de
los delitos conocidos por la policía, en el conjunto del
Estado Español y en diferentes comunidades autónomas,
y la preocupación de los ciudadanos por la
delincuencia/inseguridad ciudadana, según datos de los
barómetros del CIS. Su conclusión principal fue que,
mientras que la delincuencia eperimentó una tendencia de
estabilidad —ligero descenso— a lo largao del conjunto
del periodo 1998/2005, tanto el miedo al delito como la
percepción pública de inseguridad osiclaron y aumentaron
sin relación aparente con la evolución de los delitos. Por
otro lado, Fernández-Molina y Tarancón Gómez (2010)
evaluaron, mediante cuestionario y entrevista, en una
muestra de 250 sujetos de ambos sexos y diferentes
edades de la ciudad de Albacete, sus actitudes hacia la
delincuencia juvenil, y hacia el tipo de estrategias, más
educativas o más punitivas, que deberían utilizarse con
los jóvenes infractores. Sus dos grandes conclusiones
fueron las siguientes: la primera, que, contrariamente a lo
que suele afirmarse, los ciudadanos encuestados, en
relación con los delincuentes juveniles, se decantan más
por la conveniencia de utilizar medidas educativas y
rehabilitadoras (en la familia y la justicia juvenil), que no
meramente punitivas; la segunda constatación, de cariz
más negativo, fue que muchos ciudadanos tienen una
percepción y preocupación distorsionada y exagerada
acerca de la frecuencia, gravedad y empeoramiento de la
delincuencia juvenil, y de un supuesto mal
funcionamiento de la justicia juvenil (incluyendo policía,
tribunales de menores…), todo lo cual no se corresponde
con los datos reales al respecto. Por ejemplo, hasta un
79,5% de los sujetos de la muestra consideraban que los
delitos juveniles habían aumentado durante los últimos
años, particularmente los delitos violentos (34,1%),
conclusión a la que decían haber llegado a partir de las
“noticias de prensa/radio” (46,8%), o en función de “lo
que otra gente habla de ello” (22,2%).
Las creencias ciudadanas exageradas sobre la
delincuencia fueron también evidenciadas en un estudio
de Varona (2008), a partir de encuestar a una muestra de
813 estudiantes universitarios de Gerona. En este estudio,
la mayoría de los sujetos (67,6%) opinaba que la
delincuencia había aumentado durante los dos últimos
años, algo más de la mitad (57%) creía que generalmente
los delitos eran hechos violentos, y una mayoría (67,4%)
consideraba que eran cometidos por delincuentes
reincidentes. Creencias todas que no coinciden con los
datos reales sobre la delincuencia en España (Díez
Ripollés, 2007; García España y Pérez Jiménez, 2004,
2005; Redondo et al., 2006; Serrano Gómez, Vázquez,
Serrano Tárraga et al., 2006; Varona, 2008a): la
delincuencia permanece esencialmente estable o tiende a
reducirse ligeramente, la mayoría de los delitos consiste
en hurtos en vehículos (siendo muy minoritarios los
delitos violentos), y un porcentaje considerable de ellos
son cometidos por personas no fichadas por la policía o
con escaso historial delictivo.
En un estudio nacional de victimización, para el
conjunto de España, al que se hará referencia detenida
más adelante, García España et al. (2009, 2010) indagaron
la percepción de seguridad o inseguridad que
manifestaban los ciudadanos encuestados. Para ello
analizaron dos aspectos distintos. En primer lugar, la
percepción que tenían acerca del posible aumento de la
delincuencia, a partir de la siguiente pregunta: “¿Cree que
en los últimos años la delincuencia ha crecido?” La
perspectiva pública a este respeto se mostró
decididamente pesimista: un 51% de los encuestados
consideró que la delincuencia había crecido “mucho”, y
un “37,4%” que “bastante”, frente a un 8,9% y un 2,3%
que, respectivamente, afirmaron que había aumentado
“poco” o “nada”. A pesar de ello, y contrariamente al
estereotipo más común, las personas encuestadas
afirmaron, en su mayoría, sentirse “muy seguras” (18%),
o “bastante seguras” (47,9%) cuando caminaban solas en
su barrio de noche, frente a quienes manifestaban sentirse
en dicha circunstancia “muy inseguros” (1,6%) o ni
siquiera “atreverse a caminar” solos de noche por su
barrio (7,6%).
¿Suele ser generalmente exagerada la preocupación
ciudadana por la delincuencia? Muchas personas dicen
formarse una opinión al respecto basándose en reportajes
de los medios de comunicación, los cuales suelen prestar
gran atención a los delitos violentos y graves, y
habitualmente en un tono alarmista. Los ciudadanos más
pesimistas con respecto a la seguridad ciudadana, según la
macroencuesta de 1996 (IEP, 1996; véase también García
España et al., 2010) eran:
• las mujeres, y, particularmente, las que manifestaban
dedicarse a sus labores;
• los que, en el ámbito político, se autoposicionan más a
la derecha;
• los que tenían menor formación, de EGB o inferior;
• los que habían sufrido algún delito a lo largo de su
vida;
• los que habían experimentado un tirón o un robo en su
vivienda durante el último año;
• aquéllos con malas experiencias en sus contactos con
la policía o con opiniones negativas hacia la policía.
Sin embargo, la preocupación por la delincuencia y la
seguridad no constituye un sentimiento separado e
independiente de los restantes problemas sociales, sino
que todos ellos están interrelacionados, y, según las
circunstancias del momento, unas preocupaciones pueden
desplazar a otras. De este modo, a finales de 2012, en
plena crisis económica y bajo el impacto de los problemas
económicos y sociales de ella derivados, que afectan a
millones de personas, la preocupación por el delito había
pasado en España a un segundo plano. Cuando se
preguntaba a una muestra representativa de los españoles
cuáles eran los tres problemas principales en España, se
obtiene una lista de inquietudes que varía parcialmente a
lo largo del tiempo. En el cuadro que sigue se ofrecen
datos para dos momentos temporales distintos, separados
cinco años entre sí: diciembre de 2007 y diciembre de
2012.
CUADRO 4.4. Los “tres problemas principales” en España, según las
encuestas del CIS de diciembre de 2007 y de 2012
Como puede verse, durante los cinco años considerados,
en los que se incluye el inicio y agravamiento de la gran
recesión económica experimentada por España, las
principales líneas de evolución de las preocupaciones
ciudadanas son las siguientes:
– Ha aumentado considerablemente la inquietud de los
españoles por el paro, los problema económicos, los
políticos, la corrupción y el fraude, la sanidad, la
educación, los bancos y los desahucios, problemas
todos que aparecen en cabeza de sus preocupaciones.
– Han pasado a segundo plano, perdiendo relevancia
entre las cavilaciones de los encuestados, problemas
tradicionalmente más angustiosos como la cuestión
general de la vivienda (contrarrestada ahora por la
preocupación más acuciante por los desahucios), y
otros que a menudo se asociaban a la intranquilidad
por la delincuencia, tales como la inmigración, la
inseguridad ciudadana, las drogas, la violencia contra
la mujeres y el terrorismo.
A diciembre de 2012 difícilmente podía sostenerse que
la inseguridad ciudadana fuera una de las preocupaciones
más relevantes de los españoles, ya que ocupaba el puesto
número 12, con tan solo un 2,8% de ciudadanos que la
incluían entre los tres principales problemas del país.
Aun así, todos estos datos de opinión pública son
extremadamente lábiles y volátiles. Aunque durante la
crisis económica se hayan acuciado, como es lógico, las
ansiedades sobre las necesidades económicas y sociales
más perentorias, ello no niega que la inseguridad
ciudadana derivada de la delincuencia constituya una
preocupación fundamental y constante de los ciudadanos,
tal y como se ha puesto de relieve durante las últimas
décadas.

4.4. ESTADÍSTICAS JUDICIALES


Cuando una autoridad pública tiene que pronunciarse
sobre la magnitud o la evolución de delincuencia, suele
echar mano, para su argumentación, de los datos más
importantes que tiene a su alcance, que generalmente son
aquellos que se relacionan con su propia actividad. Así,
por ejemplo, cuando un fiscal, o el Fiscal General del
Estado, hablan sobre el problema del robo con violencia,
si presentan cifras, lo más lógico es que éstas procedan de
las propias Memorias de la Fiscalía. Un juez, o los
miembros del Consejo General del Poder Judicial,
utilizarán habitualmente las Memorias anuales sobre
asuntos penales que realiza el propio Consejo, integrando
datos de toda España. Un comisario jefe de la policía, u
otras autoridades de la seguridad pública, probablemente
se sirvan de datos de la Policía Nacional, de la Guardia
Civil, o cifras integradas de varios cuerpos policiales.
Además, de los datos presentados en cada circunstancia,
que suelen ser dispares y, a menudo, contradictorios,
acostumbran a extraerse conclusiones favorables acerca
de la buena gestión de la propia fuente que los emite. Por
ejemplo, si es el Ministerio del Interior o la policía
quienes los presentan, y los datos son propicios, podrían
efectuarse afirmaciones como que “el crecimiento de la
delincuencia se ha frenado, debido al reciente despliegue
policial”. Pocos días después, tras un encuentro de
fiscales para tratar determinado asunto de su competencia,
la prensa podría hacerse eco, según las cifras allí
manejadas, acerca de una “subida espectacular en la
delincuencia callejera”, como resultado de tal y cual
reforma legal, etc. Sorprendentemente, las instancias
judiciales informan en sus estadísticas que reciben más
causas por delito que las que registra la policía, lo cual es
poco probable que se corresponda con la realidad. Y así
otras múltiples incoherencias entre unas y otras cifras de
delitos, contradicciones que, sin embargo, suelen recibir
muy poca atención pública.
¿A qué se debe esta falta de consistencia entre las cifras
de la delincuencia ofrecidas por distintos estamentos y
organismos?
CUADRO 4.5. Evolución de los asuntos penales registrados en España a
partir de las estadísticas judiciales y policiales (1980-2010)
(Fuente: Consejo General del Poder Judicial:
http://www.poderjudicial.es/cgpj/es/Temas/Estadistica_Judicial/Analisis_estadistico/Panor

Como puede verse en cuadro 4.5, el número de


diligencias penales que refieren los juzgados siempre ha
estado muy por encima del número de denuncias
registradas por la policía, y esta diferencia se ha ido
extremando con el paso del tiempo. En la actualidad hay
casi cuatro diligencias penales incoadas por los tribunales
por cada caso delictivo conocido por la policía. Sin
embargo, ambas cifras deberían ser mucho más
coincidentes, ya que en principio hacen referencia al
mismo conjunto de hecho delictivos. A lo largo de las tres
últimas décadas, las denuncias por hechos penales
registradas por la policía (incluyendo delitos y faltas)
habrían aumentado desde alrededor de 375.000 (en 1980)
a 1.745.313 (en 2010), lo que supone un incremento del
465%. En paralelo, los asuntos penales ingresados en los
tribunales de justicia habrían ascendido desde unos
700.000 (en 1980) a 6.639.356 (en 2010), lo que significa
un aumento del 948%.¿Cómo puede explicarse esta
enorme discrepancia?

4.4.1. Incoherencias de la estadística general


Stangeland (1995a) analizó específicamente esta
cuestión, llegando a las siguientes conclusiones sobre la
estadística judicial, en que se recogen los asuntos penales
o diligencias previas que instruyen los tribunales de
justicia:
• La estadística judicial resulta de la suma trimestral del
número de registros que aparecen en el protocolo
general de los juzgados. Casi cualquier tema que se
realiza en un juzgado se registra como un asunto
nuevo. Incluso, se abren numerosas diligencias
penales relativas a situaciones, como los accidentes,
en que generalmente no hay delitos.
• El mismo asunto puede reflejarse en la estadística
judicial mediante dos o más ingresos, o diligencias
previas, como resultado de que pueden realizarse
distintas diligencias judiciales sobre un mismo hecho
en diferentes juzgados (conocimiento del atestado
policial, parte médico, denuncia de la víctima, etc.).
Además, hay muchos casos en los que los asuntos se
remiten por parte de un juzgado a otras instancias
judiciales, abriéndose en ellas, generalmente, una
nueva diligencia por cualquier trámite que se añade al
procedimiento.
• Una explicación posible de la discrepancia entre datos
policiales y judiciales podría hallarse en que muchos
ciudadanos se dirigieran a formular sus denuncias, no
a la policía, sino directamente a los tribunales. Sin
embargo, ello no es así, ya que menos de un 2% de las
denuncias delictivas se presentan directamente en los
juzgados.
Por otro lado, la discrepancia, en la estadística judicial,
entre asuntos incoados y delitos juzgados y sentenciados
es también muy elevada. En el año 2003, por ejemplo, de
4.001.902 diligencias previas instruidas solo resultaron
112.723 sentencias condenatorias1. Es poco probable que
las tasas de esclarecimiento delictivo sean tan bajas, ya
que, según estas cifras, solo 1 de cada 35 delitos
denunciados llegaría a ser juzgado y condenado. Frente a
ello, es más verosímil que la estadística policial sea
mucho más certera, cuando permite concluir que 1 de
cada 4 delitos denunciados se aclara o resuelve.
Además de las discrepancias globales señaladas, otro
ejemplo destacado de las incoherencias que se producen
en las estadísticas oficiales, tiene que ver con las cifras de
los homicidios cometidos en España. La policía detuvo,
en 2003, a 1.448 personas por presunto homicidio doloso
(número parecido al de los detenidos por dicho delito en
2002). Pero ese mismo año 2003 solo fueron condenadas
por homicidio 260 personas. ¿Qué fue de los 1.188
detenidos restantes? Obviamente, detención por un delito
y sentencia por él no tienen que ocurrir en el mismo año,
ya que los procesos pueden demorarse, pero la amplia
discrepancia señalada, entre detenidos y sentenciados, es
estructural, repitiéndose año tras año, lo que claramente
indica que ambos datos no pueden ser correctos a la vez.
Las estadísticas sobre asuntos incoados, utilizadas por el
Consejo General del Poder Judicial y el Fiscal General del
Estado en sus memorias, quizás sirvan como un indicador
del volumen de trabajo que pesa sobre cada juzgado y
cada fiscalía, pero son altamente engañosas como
indicador del nivel de delincuencia. Una adecuada
informatización de los órganos judiciales debería permitir
que cuando se diera de “alta” un asunto en un juzgado,
simultáneamente se diera de “baja” en otros juzgados de
los que pueda proceder, evitando así las duplicidades
aludidas.
De los datos judiciales y policiales hasta aquí
presentados, la estadística policial es, con toda
probabilidad, como fuente de información sobre la
delincuencia, más fiable que la judicial. El número de
delitos denunciados al año en España es de casi un millón
de hechos (algo más de dos millones si se añaden las
faltas) y no, como sugiere la estadística judicial, de seis
millones y medio. La clasificación de los delitos por
tipologías, en la estadística policial, y la información que
ofrece, por ejemplo, sobre las víctimas, el lugar de los
hechos y las armas utilizadas, la convierte, según
veremos, en una fuente de información muy valiosa para
el estudio criminológico. Por el contrario, las estadísticas
judiciales carecen casi por completo de información
suplementaria sobre los delitos y muestran, según se ha
señalado, múltiples inconsistencias internas.

4.4.2. Sentencias y condenas penales


Posiblemente la información judicial más válida y fiable
sobre la delincuencia corresponde a las sentencias penales
y las personas que son condenadas cada año como autoras
de un delito, cuya evolución a lo largo de los últimos años
se recoge en los cuadros 4.6 y 4.7.
CUADRO 4.6. Evolución del total las de sentencias penales dictadas en
España y del número de personas condenadas (2005-2011)
(Fuente: Instituto Nacional de Estadística)

En el cuadro 4.6 puede verse la evolución que ha


seguido, entre 2005 y 2011, el total de las sentencias
penales dictadas por los tribunales cada año, así como
también las personas condenadas anualmente por
cualquier tipo de delito. Como puede verse, a mediados
de la década, entre 2005 y 2008, se produjo un aumento
tanto de las sentencias como de los condenados. A
primera vista, según la lógica más inmediata, los
incrementos en cuestión podrían estar reflejando un
aumento de la delincuencia. Esto sería sencillamente así,
si un mayor número de delitos cometidos fuera la única
causa posible de un mayor número de sentencias y de
condenas. Sin embargo, a estas alturas de los capítulos de
este manual, los alumnos ya comienzan a saber
(particularmente, a partir de lo visto en los capítulos 1 y
2) que la relación conductas delictivas-control/condenas,
no es tan sencilla como puede aparentar.
La hipótesis más inmediata sería que la delincuencia en
efecto hubiera aumentado a partir de la segunda mitad de
la pasada década. De hecho, un fenómeno tan importante
como el inicio de la crisis económica podría constituir una
explicación razonable para ello. Sin embargo, ¿podría
haber otras explicaciones alternativas a la hipótesis
anterior?
Para intentar responder a ello, también podríamos
preguntarnos: ¿Qué ha sucedido, en concreto por lo que se
refiere a la evolución de los condenados por los delitos
más habituales, como son los patrimoniales, y por otros
más infrecuentes pero graves, como las lesiones, los
delitos sexuales y los homicidios? Estos datos se
presentan en el cuadro 4.7.
CUADRO 4.7. Evolución del número de personas condenadas por diversos
delitos seleccionados (2005-2011)

(Fuente: Instituto Nacional de Estadística)

Aquí Puede verse que, mientras que, según el cuadro


4.6, el número global de personas condenadas aumentaba
de modo relevante, los condenados por homicidio se
incrementan muy ligeramente (desde 523 a 557), y de
forma semejante los sentenciados por delitos sexuales.
Por otro lado, el número de condenados por delitos de
lesiones y contra el patrimonio ha permanecido
esencialmente estable, e incluso algunos años se ha
reducido moderadamente.
Ante lo anterior, nuestras dudas sobre el aumento de
sentencias y personas condenadas siguen abiertas, e
incluso se hacen más profundas, lo que aconsejaría
continuar la indagación. Si las condenas en general han
aumentado, pero no así cuatro de los delitos más
frecuentes o graves, ¿en qué otros delitos se habrían
producido más sentencias condenatorias? Sin embargo,
interrumpiremos tal indagación por ahora, en el contexto
de este capítulo. En este punto confiamos haber
despertado suficiente interés en el lector, y
particularmente en los alumnos, para que sean ellos
quienes continúen la búsqueda de información sobre la
evolución reciente de los delitos y las sentencias en
España, e intenten formular hipótesis y razonamientos
plausibles para explicar las dudas generadas.

4.5. ESTADÍSTICAS POLICIALES


LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Instancias que admiten denuncias por delito
en España
• Los Juzgados de instrucción (particularmente, los juzgados de guardia) y las
Fiscalías. Sin embargo, menos del dos por ciento de los ciudadanos realizan sus
denuncias directamente en estas instituciones judiciales o fiscales.
• La mayoría de las denuncias se presentan en las comisarías de la Policía
Nacional, que es el cuerpo estatal de policía con mayor despliegue en núcleos
urbanos de más de 50.000 habitantes. Elabora sus propias estadísticas a partir de
las denuncias recibidas.
• La Guardia Civil, que es el cuerpo policial estatal con presencia preferente en
ámbitos rurales, pero que también tiene a su cargo algunas competencias
específicas, como la vigilancia y control del tráfico y transporte en carretera, y la
custodia de costas, fronteras, puertos y aeropuertos. Asimismo elabora, al igual
que la Policía Nacional, sus propias estadísticas delictivas, que se integran, junto
con los datos de la Policía Nacional, en las cifras que ofrece el Ministerio del
Interior bajo la denominación de “territorio MIR”.

• Las policías autonómicas: en concreto, la Ertzaintza en el País Vasco, los


Mossos d’Esquadra en Cataluña, y la Policía Foral en Navarra. La colaboración
entre las policías autonómicas y los cuerpos de policía estatales (Policía
Nacional y Guardia Civil) es diversa, según territorios; por lo que se refiere a las
estadísticas policiales, los datos sobre denuncias recogidos por las policías
autonómicas no siempre se envían para su inclusión en la estadística general de
delitos del conjunto de España, lo que suscita graves problemas de validez e
interpretación de las cifras de delincuencia.
• La Policía Local, que depende de las autoridades municipales de cada pueblo o
ciudad. Aunque los principales ámbitos de actuación de la Policía local suelen
ser el control del tráfico rodado y la supervisión del cumplimiento de las
ordenanzas municipales (que no son, precisamente, pocas, ni dejan de ser
variopintas), en algunas ciudades la Guardia Urbana también recibe e investiga,
inicialmente, denuncias sobre delitos. Sin embargo, lo habitual es que tales
supuestos delictivos acaben siendo remitidos, para su completa investigación, a
la Policía Nacional o la Guardia Civil, o, en sus respectivos territorios, a los
Mossos d’Esquadra, la Ertzantza o la Policía Foral de Navarra, en cuyo caso se
incluirán en las correspondientes estadísticas de estos cuerpos policiales.

4.5.1. Recogida de datos policiales


Existe un procedimiento y formulario oficial para
registrar las denuncias que presentan los ciudadanos en
las comisarías de policía, que especifica el tipo de delito
denunciado, el lugar en que tuvo lugar, el valor de las
propiedades sustraídas, los daños causados, y, si procede,
el tipo de arma utilizada (Fernández Villazala, 2008).
También se recogen algunos datos sobre la víctima del
delito y relativos a la investigación y esclarecimiento del
mismo.
Tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil suelen
emplear el mismo formulario para registrar las denuncias
que reciben, por lo que, aunando los datos de ambos
cuerpos policiales, puede obtenerse una imagen
aproximada (aunque incompleta) de la delincuencia en
España. Los delitos denunciados ante la policía autónoma
vasca comenzaron a incluirse en el cómputo general de
denuncias ofrecido por el Ministerio del Interior, a partir
de 1998. No así los delitos denunciados ante la policía
autónoma catalana. Sin embargo, a lo largo de los
primeros años dos mil, y hasta ahora, se ha instaurado la
costumbre de ofrecer separadamente las denuncias
registradas, en las comunidades catalana, vasca y navarra,
por sus respectivas policías autonómicas. De ahí la
necesidad de sumar todas estas cifras para obtener una
imagen global de la delincuencia en España, como así se
ha hecho para sintetizar los datos presentados en este
epígrafe.
La calificación delictiva provisional que se requiere para
poder confeccionar la estadística policial, la efectúan
inicialmente los agentes policiales correspondientes, a
partir de la información sobre el delito de que se dispone
en el momento de recibirse cada denuncia. Sin embargo,
en un sentido jurídico estricto, la calificación definitiva de
cada hecho como un delito específico, va a depender de
su valoración posterior por parte de la Fiscalía, y,
finalmente, de la decisión judicial al respecto. Según ello,
la estadística policial debe interpretarse como una imagen
aproximada, pero no exacta, de la magnitud y variedad de
las conductas delictivas que se producen en determinado
territorio a lo largo de cierto periodo de tiempo.
Equipo de investigación del Instituto de Criminología de la Universidad de
Lausanne, Suiza (mayo de 2013). De arriba abajo y de izquierda a derecha:
Marcelo Aebi, Patrice Villettaz, Julie Courvoisier, Natalia Delgrande, Manon
Jendly, Yann Marguet, Stéphanie Loup, Antonia Linde y Claudia Campistol.
Ausente: Pauline Volet.

Aebi y Linde (2010a) pusieron de relieve los múltiples


problemas de las estadísticas policiales sobre los delitos
en España, entre las que pueden destacarse los tres
siguientes:
– Graves carencias de información y precisión acerca de
los diversos delitos. Con frecuencia, y particularmente
a partir de 2007, los datos delictivos tienden a
ofrecerse de forma acumulada, en tan solo cinco
categorías globales (I. Delitos contra la vida,
integridad y libertad de las personas; II. Delitos contra
el patrimonio; III. Faltas de lesiones; IV. Faltas de
hurto; Otras infracciones), lo que impide conocer la
magnitud y evolución en España de tipos delictivos
particulares (hurto, robo, violación, etc.), y, también,
las comparaciones internacionales.
– Problemas de validez, u objetividad, de muchas de las
cifras ofrecidas, en dos sentidos distintos. El primero,
concerniente a la dificultad para saber con claridad si
los datos presentados hacen referencia a todo o solo
parte del territorio nacional. Esto tiene especialmente
que ver con la falta de integración, o integración
incompleta, de los datos correspondientes a las
policías autonómicas, a lo que ya se ha aludido. En
segundo lugar, el cómputo indiscriminado, en las
estadísticas policiales, de tentativas de delito y delitos
consumados. El ejemplo más ilustrativo y
sorprendente de esta mezcolanza de intentos de delitos
y delitos completos es el de los homicidios, al que
Aebi y Linde (2010a) hacen especial referencia en su
trabajo. Por ejemplo, en 2006, mientras que la cifra
global de homicidios dolosos y asesinatos computados
se situaba en 1.492 casos (lo que correspondería a una
tasa de 3.45 homicidios por cien mil habitantes), los
homicidios y asesinatos consumados eran 475, según
Eurostat (lo que daría una tasa de 1.09 homicidios por
cien mil habitantes). El problema obvio es que ambas
cifras son muy diferentes, e informan de una magnitud
delictiva muy distinta. Y, claro, lo anterior podría ser
también aplicable al resto de los delitos. Según ello,
las cifras de denuncias probablemente ofrezcan una
imagen inflada y expansiva de las infracciones
conocidas, muchas de las cuales habría consistido en
intentos de delito que, afortunadamente, no llegaron a
consumarse y producir los efectos que pretendían.
– Problemas de fiabilidad, o estabilidad, de la
información ofrecida. Ilustran Aebi y Linde (2010a)
esta dificultad a partir de constatar cómo la propia
cifra de homicidios y asesinatos correspondientes al
año 2003 varía de un informe ministerial a otro,
oscilando nada menos que entre 1.085 y 1.366 casos.
Si estas discrepancias suceden con el cómputo de los
asesinatos, cuáles no podrían acontecer en relación
con la cuenta de los hurtos, las estafas, las lesiones o
los abusos sexuales, delitos mucho más numerosos y
de valoración más relativa e incierta que los
homicidios.
Los problemas que se han señalado deberían ser
resueltos, en la mayor medida posible, en el futuro, de
forma que la estadística española de delincuencia fuera
más exhaustiva, objetiva y fiable. De esta mejor
información y transparencia se beneficiarían los
ciudadanos, los propios poderes públicos, y los científicos
e investigadores interesados en el conocimiento de los
fenómenos criminales, a la vez que se facilitaría la
comparación internacional de las cifras delictivas
españolas, algo siempre deseable y necesario. Ningún
gobierno, ministro o autoridad gubernativa debería
considerar las cifras oficiales de la delincuencia como
algo de su exclusiva competencia y propiedad, que solo
concierne al interés de la gestión policial o de la
seguridad, ya que los problemas criminales en las
sociedades democráticas tienen, como la economía, la
pobreza, el desempleo, etc., la plena naturaleza de
fenómenos sociales de interés general, que nadie debería
apropiarse en función de sus propias responsabilidades e
intereses políticos o particulares.
Por otro lado, que en España, por razón de la
organización del Estado de la Autonomías, haya distintos
cuerpos policiales, en absoluto debería significar que los
cuerpo policiales territoriales, o gobiernos autonómicos,
puedan sustraer su propia información sobre los delitos,
según su propia conveniencia, a una integración global de
la información de la criminalidad para toda España.
Hacerlo, como reiteradamente se ha hecho, solo introduce
problemas y confusión a la hora de conocer, valorar y
prevenir la delincuencia.
En lo que sigue se han intentado soslayar los problemas
señalados, efectuando las oportunas correcciones e
integración de información, con la finalidad de ofrecer
una imagen sobre la delincuencia en España, a partir de
los datos policiales, lo más global y ajustada a la realidad
posible.

4.5.2. Tipos de delitos que llegan a conocimiento


de la policía
Para comenzar esta presentación de cifras policiales, lo
primero que se ha querido hacer es describir las tasas de
los delitos que llegan a conocimiento de la policía, según
las tipologías y delitos más importantes.
En función de las categorizaciones globales que instauró
el Ministerio del Interior a partir de 2007, y atendiendo a
que fuera posible incluir en ellas cifras globales para toda
España (procedentes de cómputos semejantes de las
policías autonómicas), ha sido posible obtener la siguiente
información global para el periodo 2009-2011, tal y como
se recoge en el cuadro 4.8.
CUADRO 4.8. Infracciones penales registradas globalmente en España
(por los distintos cuerpos policiales), según cinco grandes categorías
delictivas
2009 2010 2011
I. Delitos contra la vida, integridad y libertad de las
135.622 132.642 136.907
personas
II. Delitos contra el patrimonio 852.332 832.233 804.573
III. Faltas de lesiones 95.667 94.778 94.920
IV. Faltas de hurto 651.754 641.043 631.506
Otras infracciones penales: faltas de daños,
amenazas y coacciones, contra intereses generales,
603.721 596.657 615.608
contra el orden público. Y resto de delitos y otras
faltas penales
TOTAL ESPAÑA 2.339.096 2.297.373 2.283.514

(Fuente: elaboración propia a partir de los anuarios estadísticos del Ministerio


del Interior)

Puede verse que, durante el trienio 2009-2011, las cifras


brutas de delitos contra la vida, integridad y libertad de las
personas han permanecido bastante estables, en torno a
135.000 delitos, así como también las faltas de lesiones,
alrededor de 95.000, mientras que habrían descendido
tanto las cifras de delitos contra el patrimonio, unos
800.000, como las faltas de hurto, en torno a 630.000. Sin
embargo, estos datos tan globales e inespecíficos son
escasamente informativos, ya que no puede verse en
concreto cuántos son los robos violentos, los delitos de
lesión, los malos tratos, las agresiones sexuales, los
homicidios, etc.
Así pues, dado este afán de síntesis y globalización
desinformativa que impregnó las cifras ofrecidas por el
Ministerio del Interior a partir de 2007, para poder
obtener una imagen suficientemente específica sobre los
principales delitos denunciados ante la policía (en
principio, exclusivamente, los correspondientes a la
Policía Nacional y la Guardia Civil, lo que recoge en
torno al 80% del conjunto de las denuncias en España),
por ahora tenemos que remontarnos a datos de 2006, tal y
como se presentan en el cuadro 4.9.
CUADRO 4.9. Delitos registrados por los cuerpos estatales de Policía
(Policía Nacional y Guardia Civil) durante 2006
% SOBRE EL TASA DE
DENUNCIAS
CONJUNTO DELITOS/100.000 H. (la
POR
DE LOS población española en
DELITO
DELITOS 2006 era 44.708.964)
TOTAL DELITOS 856.594 100% 1.916
CONTRA EL
664.036 78% 1.485
PATRIMONIO
Robos con fuerza en
353.414 41% 790
las cosas
Robos con 71.919 8,4% 161
violencia/intimidación
Sustrac. de vehículos 94.499 11% 211
Hurtos 84.781 9,9% 190
Estafas 19.356 2,3% 43
Propiedad
5.933 0,7% 13
intelectual/indus.
Resto 34.435 4% 77
CONTRA LAS
65.742 7,7% 147
PERSONAS
Homicidios 1.121 0,13% 2,5
Lesiones 15.002 1,6% 34
Malos tratos en el
48.766 5,7% 109
ámbito familiar
Resto 853 0,1% 2
CONTRA LA
LIBERTAD 8.172 0,95% 18
SEXUAL
Agresión sexual 2.753 0,32% 6,2
Abuso sexual 2.173 0,25% 4,9
Resto 3.245 0,38% 7,3
OTROS DELITOS 118.644 13,8% 265
% SOBRE EL
DENUNCIAS
CONJUNTO TASA DE
POR
DE LAS FALTAS/100.000 H.
FALTAS
FALTAS
TOTAL FALTAS 1.025.319 100% 2.293
CONTRA LAS
193.891 19,9% 434
PERSONAS
Lesiones 86.589 8,4% 194
Amenazas 70.823 6,9% 158
Resto 36.479 3,6% 82
CONTRA EL
821.110 80% 1.837
PATRIMONIO
Hurtos 509.410 50% 1.139
Daños 214.758 21% 480
Resto 96.942 9,5% 217
RESTO FALTAS 10.318 1% 23
TOTAL
1.881.913 100% 4.209
INFRACCIONES

(Fuente: elaboración propia a partir del informe sobre La criminalidad en


España en 2006, del Gabinete de Estudios de Seguridad Interior (GESI),
Ministerio del Interior)

El cuadro 4.9 distingue entre delitos y faltas. En relación


con los delitos, refleja un claro predominio de las
infracciones contra la propiedad, ya que casi ocho de cada
diez delitos denunciados a la policía son de este tipo. Ello
supone que el perfil de la delincuencia española es
bastante similar al de los demás países europeos, en que
también la gran mayoría de los delitos se dirigen contra la
propiedad, mientras que la delincuencia violenta
claramente habría disminuido a lo largo del siglo XX.
Muchos de los robos con fuerza en las cosas se refieren
a robos en inmuebles y aproximadamente una cuarta parte
a robos en viviendas. La mayoría de estos robos ocurren
en establecimientos comerciales, industriales o de
hostelería. Un robo rápido para conseguir dinero suele ser
más exitoso si se realiza en un bar o una tienda que en un
domicilio.
De cada diez delitos contra la propiedad denunciados,
uno se comete utilizando violencia o intimidación. De
acuerdo con las estadísticas policiales, España es uno de
los países industrializados con más delitos de este tipo,
aunque las cifras han descendido relativamente durante
los últimos años.
La Policía Nacional y la Guardia Civil registran
conjuntamente unos mil cien homicidios (consumados y
tentativos, o no consumados), a los que habría que
adicionar unos 300 más informados por las policías
autonómicas. Sin embargo, debe tenerse presente que,
como ya se ha comentado, de estos 1.400 homicidios solo
una tercera parte corresponde a homicidios consumados,
con una víctima fallecida. Los delitos de lesiones han
subido bastante en los últimos años, incluyendo en ellos el
incremento de las denuncias por malos tratos en el ámbito
familiar.
En 2006, se denunciaron 2.753 agresiones sexuales, la
mayoría de ellas violaciones, aunque, según estos datos
globales, no puede saberse exactamente cuántas. Para ello
hemos de recurrir a cifras de 2003 en que llegaron a
conocimiento policial 1.439 violaciones, cifra que situaba
a España por debajo de la media europea (European
Sourcebook 2003: 39). Se estima que aproximadamente
una de cada 150 mujeres denuncia una violación a la
policía a lo largo de su vida.
En la parte inferior de la tabla puede verse cómo las
denuncias por faltas, o infracciones de menor entidad y
gravedad, superan en magnitud a las denuncias por
delitos. Su distribución por tipologías sigue un patrón
muy parecido al de los delitos, que se acaba de comentar.

4.5.3. Evolución de las cifras policiales de


delincuencia
Las mayores inquietudes de los poderes públicos y de
los ciudadanos sobre el delito suelen corresponder a cuál
ha sido la evolución de los delitos durante los últimos
años, de modo que ello pueda ayudar a predecir y
prevenir la delincuencia presente y futura.
Como ya se ha comentado, en España existen distintos
cuerpos policiales con competencias en materia criminal y
que, en consecuencia, instruyen diligencias policiales por
delitos, recogiendo y catalogando las correspondientes
denuncias al efecto. El grueso de estas denuncias son
registradas, para la mayor parte del territorio español, por
los cuerpos policiales estatales, la Policía Nacional y la
Guardia Civil, mientras que en Cataluña, País Vasco y
Navarra, las correspondientes policías autonómicas han
ido asumiendo progresivamente mayores competencias en
materia de lucha contra el delito. Como resultado de ello,
en la actualidad la mayoría de las denuncias por delito que
se producen en dichos territorios las recogen,
respectivamente, los Mossos d’Esquadra, la Ertzantza y la
Policía Foral de Navarra. En función de lo anterior, para
obtener una imagen más completa y certera de las
denuncias policiales por delito en el conjunto de España,
se requiere sumar, como se ha hecho en el cuadro 4.9, los
registros de denuncias de los diversos cuerpos policiales.
El cuadro 4.10 recoge la evolución de la delincuencia en
España durante el periodo 2000-2011. En las primeras
cuatro filas pueden verse los registros por delitos emitidos
por los diversos cuerpos de policía. Especialmente se
constata que, a medida que los Mossos d’Escuadra se han
ido haciendo cargo de las competencias policiales en
Cataluña, y asumiendo y registrando la mayor parte de las
denuncias en esa comunidad autónoma, la Policía
Nacional y la Guardia Civil han ido computando,
lógicamente, menos delitos en el conjunto de España
(particularmente, a partir de 2003). Según ello, si, durante
la década que aquí se analiza, solo se tomaran como
fuente de información delictiva en España las cifras
correspondientes a los cuerpos estatales, de Policía
Nacional y Guardia Civil, como no es infrecuente que se
haga, la información resultante sería claramente
incompleta y sesgada.
CUADRO 4.10. Infracciones penales registradas globalmente en España
por los distintos cuerpos policiales
Policía nacional Mossos Ertzaintza Policía TOTAL
y Guardia Civil d’Esquadra (País Vasco) Foral ESPAÑA
(Cataluña) (Navarra)
2000 1.721.089 62.868 68.901 0 1.852.858
2001 1.905.118 76.087 71.287 0 2.052.492
2002 2.020.131 87.844 75.481 0 2.183.456
2003 1.955.902 117.058 71.202 0 2.144.162
2004 1.938.910 128.575 73.810 0 2.141.295
2005 1.985.315 167.188 75.208 3.195 2.230.906
2006 1.884.193 302.221 79.100 4.344 2.269.858
2007 1.882.642 346.848 80.369 5.977 2.315.836
2008 1.858.197 435.024 88.037 5.233 2.386.491
2009 1.777.465 461.539 92.883 6.325 2.338.212
2010 1.745.312 456.588 88.277 7.307 2.297.484
2011 1.743.108 446.871 85.756 7.780 2.283.514

(Fuente: elaboración propia a partir de los anuarios estadísticos del Ministerio


del Interior)

Como puede verse en la columna derecha del cuadro


4.10, el número de denuncias ascendió paulatinamente
entre 2000 y 2009, descendiendo suavemente a partir de
2010. La conclusión aparente de lo anterior es que,
atendido el incremento que se ha producido en el número
bruto de denuncias, la delincuencia habría aumentado
durante la mayor parte del periodo analizado.
Sin embargo, el número total de hechos delictivos y
denuncias en un país es claramente dependiente de la
magnitud de su población, y es conocido que la población
española experimentó un crecimiento notable durante la
primera década del siglo XX, especialmente como
resultado de un proceso intensivo de inmigración. ¿Qué
sucedería, si se relativizaran las denuncias anuales en
función de la población residente en el país cada año? En
el cuadro 4.11 se recogen, en un diagrama lineal, ambos
factores, para el mismo periodo 2000-2011: la evolución
de las denuncias y la evolución de la población anual en
España (en este caso, a efectos de poder representar
convenientemente ambas variables en el mismo diagrama,
la población se ha dividido por 15).
CUADRO 4.11. Evolución en España (2000-2011) de las infracciones
penales totales (según cifras policiales) y de magnitud de la población
(dividida por 15)(Fuente: elaboración propia, a partir de los anuarios
estadísticos del Ministerio del Interior)
El cuadro 4.11 refleja el gran paralelismo existente entre
la evolución seguida por las denuncias y por la población,
a lo largo del periodo analizado. Lógicamente, como
resultado del fuerte incremento poblacional operado
durante los últimos años (que ascendió de 40.499.791
habitantes en 2000 a 47.190.493 en 2011), se hace notorio
que es imprescindible (siempre lo es en relación con
cualquier fenómeno social) relativizar las denuncias
anuales por la población española. Así se ha hecho en la
figura 4.12, que ofrece la evolución de las tasas de
denuncias por cada cien mil habitantes durante el periodo
2000-2011.
CUADRO 4.12. Infracciones penales registradas por la policía en España
por cada 100.000 h.
(Fuente: elaboración propia, a partir de los anuarios estadísticos del
Ministerio del Interior)

Como puede verse, la tasa de los delitos y faltas por


cada cien mil habitantes aumentó entre 2000 y 2002, se
redujo en 2003 y 2004, volvió a ascender hasta 2008, y
nuevamente disminuyó a partir de 2009. Puede ser un
buen objeto de discusión en clase el analizar posibles
factores sociales, normativos, económicos, etc., que
podrían guardar relación con las etapas de incremento o
disminución de las tasas delictivas. Por ejemplo, ¿cómo se
relacionan con dichas tendencias el incremento de la
inmigración, los endurecimientos penales producidos, la
mayor persecución de la violencia de género, la crisis
económica, etc.?
Para finalizar la presentación de cifras policiales de la
delincuencia, en el cuadro 4.13 se ofrece una perspectiva
amplia de la evolución de las tasas infractoras desde 1975
a 2010. La línea continua representa las tasas de delitos
denunciados por cada cien mil habitantes, mientras que la
línea discontinua informa sobre la tosas totales de
infracciones penales, incluyendo también las faltas, o
infracciones de menor gravedad.
En relación con la evolución de los delitos en España
desde la transición democrática hasta 2010, pueden verse
dos tendencias principales: primera, que las cifras de
denuncias aumentaron claramente entre 1975 y principios
de la década de los noventa, y, segundo, que desde
entonces, y a lo largo de las décadas de los noventa y los
primeros dos mil, las denuncias han experimentado una
moderada tendencia a decrecer.
Por el contrario, la curva en trazo discontinuo, como
resultado de la inclusión de las faltas, ofrece una imagen
algo más pesimista: las infracciones totales aumentaron
decididamente hasta los años ochenta, después, aunque de
un modo más moderado, siguieron creciendo hasta
mediados de los dos mil, para, finalmente, haberse
reducido ligeramente. Nuevamente, este cuadro podría
estimular un buen ejercicio de análisis y debate,
considerando para ello distintos factores sociales,
políticos, económicos, jurídicos, etc., que podrían guardar
relación con la evolución de las cifras globales de la
delincuencia.
CUADRO 4.13: Evolución en España (1975-2010) de las denuncias por
delitos y por la globalidad de infracciones penales (incluyendo delitos y
faltas)
(Fuente: elaboración propia, a partir de los anuarios estadísticos del
Ministerio del Interior)

4.5.4. Variación estacional de los delitos


Una hipótesis, formulada hace más de siglo y medio por
Quetelet (véase capítulo 2), y hasta cierto punto todavía
vigente en la Criminología contemporánea, es la relativa a
las leyes térmicas de la delincuencia, o posible relación
entre clima y delito. Quetelet, analizando la estadística
judicial de Francia de mediados del siglo XIX, había
observado que los delitos violentos eran más frecuentes
en verano y los delitos contra la propiedad más
numerosos en invierno. Esta diferencia la atribuyó al
efecto del calor, que haría, según él, brotar las pasiones
durante el verano, exacerbando las explosiones violentas,
mientras que, como resultado del frío del invierno,
decrecerían las inclinaciones agresivas, y por ello
primarían los hurtos y robos.
Todavía es posible contrastar esta hipótesis a partir de
datos policiales (de la Policía Nacional y la Guardia Civil)
sobre denuncias, como se ha hecho en el cuadro 4.14.
CUADRO 4.14. Variación estacional en la delincuencia

* Número total de delitos en los años 1996-1999, ponderado con el número


de días que contiene cada mes
De acuerdo con la predicción de la hipótesis de
Quetelet, en el cuadro 4.14 puede observarse cómo los
delitos contra las personas serían más numerosos en los
meses de verano, mientras que los delitos contra la
propiedad lo serían durante el periodo estival. Dicha
variación estacional, aunque es moderada, ya que las
cifras oscilan solamente en torno a un 10% por encima o
por debajo del promedio mensual, va en la dirección
sugerida por Quetelet. Junio aparece como el mes con
mayor incidencia de delitos violentos.
Frente a una explicación directa de cariz “térmico” o
climatológico, según la cual la mayor delincuencia
violenta registrada en los meses de verano se debería a la
mayor temperatura existente, puede ofrecerse una
interpretación más moderna y plausible de la variación
estacional de los delitos a partir de la teoría del estilo de
vida (véase más adelante, en el capítulo 19). En los meses
de verano, en España hay bastantes más actividades
nocturnas y de ocio, en las cuales aumenta
considerablemente el consumo de alcohol, lo cual también
puede dar lugar a más crispaciones y peleas, que puedan
resultar en un mayor número de delitos contra las
personas. Por su parte, los delitos contra la propiedad
mostrarían un mayor auge, según puede verse en el
gráfico del cuadro 4.14, durante el invierno y en
agosto/septiembre, periodos que coinciden con épocas de
vacaciones (navideñas y estivales, respectivamente), en
que las oportunidades para los robos personales o en
viviendas también pueden ser más favorables.

4.6. AUTOINFORMES SOBRE DELITOS


COMETIDOS
Mediante una encuesta de autoinforme, o autodenuncia,
se pregunta a cada sujeto de una muestra, asegurándole la
imprescindible confidencialidad, acerca de posibles
actividades delictivas que haya llevado a cabo, así como
su frecuencia y gravedad, y las circunstancias en que
ocurrieron (Aebi, 2009). Esta metodología suele
emplearse más a menudo con adolescentes y jóvenes que
con adultos. Los datos que se obtienen, si se recogen
periódicamente de una manera idéntica, pueden constituir
un buen barómetro sobre la delincuencia juvenil. En
distintos países europeos, como Finlandia, Suecia, Reino
Unido, Alemania y Bélgica, comenzaron a realizarse
autoinformes de delincuencia, particularmente con
jóvenes, a partir de los años sesenta y setenta,
incorporándose después, en los años ochenta y noventa,
otros países como Italia, España y Francia (Aebi, 2009;
Enzmann, Marshall, Killias, Junger-Tas, Steketee, y
Gruszczyska, 2010). También en EEUU se realizan, desde
1982 (Bureau of Justice Statistics, 1994: 258), encuestas
anuales de autoinculpación, entre la población escolar.
Los autoinformes de delincuencia también han permitido
comparaciones entre países.
El problema básico de los autoinformes es que muchas
de la conductas analizadas y descritas en ellos no son
realmente delitos, sino más bien infracciones menores de
los adolescentes (Aebi, 2009; Fernández Molina,
Bartolomé, Rechea y Megías, 2009), tales como consumir
alcohol a una edad en que no les está permitido, colarse
sin pagar en los transportes colectivos, o faltar
reiteradamente al colegio. Otras infracciones podrían
tener la naturaleza de faltas, como realizar pintadas en la
vía pública o los transportes públicos (trenes, metro,
autobuses), dañar mobiliario urbano, y hurtar pequeñas
mercancías en tiendas. Muy pocas conductas de las que
son autoinformadas en estos estudios pueden calificarse
como infracciones verdaderamente graves. Aunque es
esperable que los delitos graves constituyan realmente
una parte pequeña del conjunto de las infracciones
autoinformadas, también es posible que la resistencia de
los sujetos a confesar posibles delitos aumente a medida
que se incrementa la gravedad de tales conductas, lo que
podría sesgar a la baja el resultado de los autoinformes.
En los estudios de autoinforme realizados en España por
el equipo del Centro de Investigación en Criminología de
la U. de Castilla-La Mancha, se han encontrado tasas de
prevalencia de conducta antisocial, es decir de jóvenes
que afirmaban haber cometido algún tipo de infracción,
generalmente leve, en el año precedente, de hasta el 98%
(Fernández Molina, Bartolomé, Rechea y Megías, 2009;
Rechea, 2008). A pesar de esta gran prevalencia de
infracciones en general, solo un 5% de los jóvenes
encuestados admitió haber cometido algún delito violento
o contra la propiedad. Tasas semejantes a estas se han
encontrado también en estudios de autoinforme realizados
en otros países, por ejemplo Dinamarca (Gudjonsson,
Einarsson, Bragason y Sugurdsson, 2006).
Se efectuará un análisis más detallado de los resultados
de los estudios de autoinforme en el capítulo 21, en que se
trata el sistema de justicia juvenil.

4.7. ENCUESTAS VICTIMOLÓGICAS EN


ESPAÑA
4.7.1. Encuestas nacionales
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) llevó a
cabo, entre los años 1978 y 19992, diversas encuestas
nacionales que incluían algunas preguntas sobre
victimización delictiva. Desgraciadamente, las sucesivas
encuestas sociológicas realizadas a partir de 1999 no han
vuelto a preguntar sobre los delitos concretos que puedan
haber sufrido las personas encuestadas, sino sobre su
temor y preocupación por el delito.
Equipo del Instituto Interuniversitario de Criminología del Málaga, dirigido
por el Profesor José Luis Díez Ripollés. De pie, de izquierda a derecha:
Deborah García Magna, Fátima Pérez Jiménez, Maríz José Benítez Jiménez,
Araceli Aguilar Conde, Lorea Árenas García, José Becerra Muñoz. Sentados,
de izquierda a derecha: Elisa García España, José Luis Díez Ripollés y
Anabel Cerezo Domínguez. El equipo de investigación criminológica de la
universidad de Málaga tiene como líneas de investigación principales el
análisis de la política criminal y de la delincuencia, la corrupción urbanística,
la violencia de género, la exclusión social y delito, la delincuencia juvenil y
justicia juvenil, la prevención situaciones del delito, el sistema de penas y la
ciberdelincuencia. En este centro universitario se imparte el Grao en
Criminología, un título de experto universitario en Criminalidad y Seguridad
pública (en vías de extinción) un título de experto universitario en detective
privado, un máster en Criminalidad e Intervención con menores y un máster
en Derecho penal y Política Criminal.

Aunque esta carencia resulte sorprendente, una razón


probable para ello podría ser que el Centro de
Investigaciones Sociológicas priorice informar al
Gobierno (y a la opinión pública), no tanto sobre los
problemas reales que experimentan los encuestados, como
acerca de las preocupaciones más acuciantes de los
españoles. De ahí que en las encuestas posteriores haya
podido darse primacía al sondeo de las opiniones de los
ciudadanos sobre la seguridad ciudadana, la justicia o la
policía, por encima del conocimiento de la realidad
factual de los delitos sufridos. Así parece corroborarse si
se atiende al hecho de que el Ministerio del Interior, que a
través de su Instituto de Estudios de la Policía (IEP) fue el
promotor de las últimas encuestas aludidas, habría
compartido el mismo interés por indagar los sentimientos,
opiniones y valoraciones de los ciudadanos, más que por
conocer la victimización delictiva en sí (IEP, 1996, 2000).
Posteriormente, en España se efectuaron dos encuestas
de victimización a nivel nacional, una en 2005 (Van Dijk,
Manchin, Van Kesteren et al., 2005) y otra en 2008
(García España, Pérez Jiménez, Benítez y Cerezo, 2009;
García España et al., 2010). También se han realizado
encuestas en ciudades y comunidades autónomas
específicas.
En el cuadro 4.15 se presenta una síntesis de las
principales encuestas de victimización que se han llevado
a cabo en España, tanto de ámbito nacional, como
regional y urbano, incluyendo sus fechas de realización,
organismos o instituciones que las promovieron y las
ejecutaron, territorio de evaluación, muestra y modalidad
de entrevista para la recogida de los datos.
CUADRO 4.15. Resumen de las principales encuestas de victimización en
España (a nivel nacional, regional y urbano)
Recogida
Promoción/
Año Ejecución Territorio Muestra de datos:
financiación
entrevista
3 muestras
1978 CIS CIS aleatorias, 15.901 Personal
España
1980 CIS CIS Madrid 2.500 Personal
Málaga,
1982 CIS CIS Madrid, 1.692 Personal
Zamora
1984- Ayuntamiento de 7.200,
Ídem Barcelona Telefónica
2012 Barcelona variable
Ministerio de Telefónica/
1989 Emopública España 2.041
Justicia/CIS Personal
Universidad
1992 Tabula-V España 4.500 Personal
Complutense
1993- DGICYT, Ministerio de Universidad de Provincia
3.424 Telefónica
1994 Educación Málaga de Málaga
IEP, Ministerio del
1995 CIS España 3.919 Personal
Interior
IEP, Ministerio del Municipios
1996 CIS 15.000 Personal
Interior > 50.000 h.
Centro de Estudios
1997 Ídem Cataluña 2.836 Telefónica
Jurídicos, Barcelona
Oficina de Usuarios y
1997 Ídem España 1.313 Personal
Consumidores
Zonas
1998 Guardia Civil CIS rurales, 2.456 Personal
España
IEP, Ministerio del
1999 CIS España 13.055 Personal
Interior
1998- Departamento de
Generalitat de Catalunya Cataluña Variable Telefónica
2012 Interior
Gallup Europe y otras
Van Dijk et al.
2005 instituciones europeas España Telefónica
(2005)
(método ICVS)
Observatorio de la Equipo de
2008 Delincuencia de Investigación España 1.400 Telefónica
Andalucía (ODA) Sociológica S.A.
Ayuntamiento de Alcobendas
2009 Metroscopia 800 Telefónica
Alcobendas (Madrid)

(Fuente: elaboración propia y García España et al., 2009)

De modo semejante a los estudios de autoinforme, las


encuestas de victimización también suelen preguntar
acerca de los delitos sufridos por el encuestado a lo largo
de un periodo anterior prolongado (incluso a lo largo de
su vida), y, también, por los delitos experimentados
durante el año que ha precedido a la propia realización de
la encuesta.
El cuadro 4.16 ofrece un resumen de datos de
victimización correspondientes a esta última cuestión:
delitos sufridos durante el último año, en diversos
estudios nacionales, con especificación de las tasas
victimológicas para una serie de delitos concretos.
CUADRO 4.16. Encuestas nacionales entre 1978 y 2008 (del CIS3 y otras
instituciones): porcentajes de ciudadanos que sufrieron durante el último
año determinados delitos específicos.
1978
1989 1991 1992 1995 1999 2008
Delitos (Muestra: 2005
(2.041) (2.490) (2.498) (3.919) (12.999) (1.400)
15.901)
Robo en vivienda 2,3 2,1 2,4 3,0 2,3 2,4 1,6 1,7
Robo en comercio - - 2,4 - - - - -
Robo de vehículo 2,6 1,9 1,9 - 2,4 1,3 1,5 1,3
Robo de objetos
4,0 14 6,2 4,0 5,7 3,3 3,7 5,9
dentro del coche
Agresión
2,0 6,2 1,0 0,9 0,9 0,8 2,8 3,5
física/amenazas
Agresión sexual 0,3 3,5 0,2 0 0,1 0 2,2 0,5
Tirón en la calle 0,8 1,1 3,0 2,0 0,3 -
Atraco con
intimidación/arma
0,2 4,4 2,4 2,0 2,5 1,2 1,7 1,5
(robo con
violencia)
Suma robo con
1,0 - 3,5 5,0 4,5 1,5 - 1,1
violencia
Robo de
2,2 - 3,0 - - 2,3 - 3,8
cartera/bolso
Hurto - 6,5 - - - - 2,2 4,6
Estafa 2,6 - - 1,2 0,9 - -
Abuso o coacción
- - - - 1,0 1,1 - -
policial
Tasa global de
- - 18% 11,9% 17,6% 16% - 17,4%
victimización

(Fuente: elaboración propia y a partir de García España, 2010)

Todos los datos precedentes hacen referencia al


porcentaje de los encuestados que, para cada año
evaluado, afirmaron haber sufrido un delito durante los 12
meses anteriores a la realización de cada encuesta. Sin
embargo, las preguntas experimentaron algunos cambios
de unas encuestas a otras, y por ello sus resultados no son
del todo equiparables. Por ejemplo, el robo de coches y el
hurto personal fueron omitidos en 1992, mientras que las
preguntas sobre sucesos violentos son diferentes entre
encuestas y la diferencia entre “atraco” y “tirón” no se
especifica en ellas con claridad. La lista de delitos
utilizada en cada caso también suscita algunos problemas
para la clasificación jurídica de los diversos sucesos. En la
mayoría, no se diferenció entre delitos consumados y
tentativos, o intentos de delito pero no completados (algo
que sí se hizo parcialmente en la encuesta de 2008), ni
entre faltas y delitos de lesiones.
Analizando con más detalle los datos de la encuesta de
2008, se observa que a finales de la primera década del
siglo XXI un 17,4% de la población española había
sufrido algún delito a lo largo de un año. La gran mayoría
de tales delitos era robos de pequeñas cantidades
económicas o propiedades, siendo el delito más común la
sustracción de objetos del interior de los vehículos.
Se observa también que las cifras de robo con violencia
han tendido a reducirse paulatinamente, a pesar de que
este delito continúa siendo en España comparativamente
más elevado que en otros países europeos. Lo anterior se
compensaría, en cierto modo, con las cifras más
moderadas de robo en domicilio, en comparación con
otros estados de Europa (Stangeland, Díez Ripollés, y
Durán, 1998).
Menos de una de cada mil mujeres manifestó haber
sufrido una violación durante el último año anterior a cada
una de las encuestas. Aunque, probablemente, existe una
relevante cifra negra de delincuencia sexual, integrada por
aquellos delitos que ni siquiera las víctimas revelan en
estas evaluaciones, por vergüenza u otras razones
personales o sociales.
Comparando las encuestas realizadas en España, entre
1978 y 2008, vemos que en general los resultados no
varían mucho de unas a otras. Las diferencias existentes
entre ellas probablemente se deban más a matices en los
modos de preguntar en cada una de las encuestas4, que no
a cambios relevantes de las tendencias delictivas.
Tampoco se aprecia en el diseño de muchos de estos
cuestionarios, especialmente en los correspondientes a las
encuestas más antiguas, gran interés por distinguir entre
los diferentes tipos de delito. El entrevistador preguntaba
sobre el delito del que se trataba y marcaba uno o más
tipos de incidentes en una lista bastante rudimentaria.
Según la experiencia del equipo que desarrolló
originariamente las encuestas de victimización de
Barcelona, esta técnica de encuesta tan restrictiva solo
permitiría conocer hasta el 40% del conjunto de episodios
delictivos acaecidos, cuyo recuerdo podría ser estimulado,
en cambio, mediante preguntas más específicas (Alabart,
Aragay y Sabaté, 1989: 35). Cuestiones más detalladas
sobre cada posible tipo de delito ayudarían más a la
memoria, y facilitarían el que los encuestados
mencionaran más vivencias delictivas. Por ello, es
probable que el modelo de encuesta que fue utilizado por
el CIS ofreciera cifras delictivas un poco segadas a la
baja, al no favorecer que los encuestados recordaran
posibles sucesos infractores menos graves.
El último estudio consignado en la tabla 4.16
corresponde a García España et al. (2009, 2010), y analizó
tanto la victimización del año 2008 como, más
ampliamente, del periodo de cinco años precedente (2004-
2008). En él se evaluaron las tasas de victimización
correspondientes al conjunto de las 52 capitales de
provincia españolas, y a los municipios de más de 50.000
habitantes, lo que englobaba un universo poblacional de
veintitrés millones y medio de personas de más de 16
años, varones y mujeres por mitades aproximadas. Para el
desarrollo de este estudio se utilizó el International Crime
Victims Survey (ICVS), aplicado telefónicamente
mediante el método CATI (Computer Assisted Telephone
Interviews with random dialing) (puede verse una
panorámica del uso internacional de este instrumento,
desde 1989 hasta los años 2000, en Aebi y Linde, 2010b).
En concreto, se evaluó a una muestra representativa de
1.400 personas (721 mujeres y 679 varones). En este
estudio nacional se obtuvo, para 2008, una tasa de
victimización anual del 17,4%, y, para el periodo de los
cinco años anteriores (2004-2008), una tasa global del
47,2%. Por intervalos de edad, el mayor riesgo de
victimización correspondió a personas entre 16-44 años,
decreciendo dicho riesgo con la edad.
Las encuestas de victimización también permiten
conocer, por boca de las propias víctimas, la frecuencia
con la que dicen haber presentado denuncia por los delitos
experimentados. En el estudio de victimización de García
España et al. (2009, 2010) se mostraron las siguientes
propensiones de denuncia, según tipos de delitos, durante
el periodo de los cinco años anteriores (véase cuadro
4.17).
CUADRO 4.17. La tendencia a denunciar los delitos sufridos (encuesta
ODA, 2008)

(Fuente: García España et al., 2009, 2010)

Se observa que la tendencia a denunciar los hechos varía


bastante según el tipo de delito. De acuerdo con la
encuesta española de 2008, se denunciarían por encima
del noventa por ciento de los robos de coche (en menor
grado, los robos de objetos del interior de los coches, los
daños a vehículos, y los robos de motos y bicicletas), en
torno al setenta y cinco por ciento los robos en viviendas
(bastante menos las tentativas), y más del cincuenta por
ciento los robos con violencia y los hurtos. García España
et al. (2010) encontraron que los principales motivos
aducidos por los ciudadanos para presentar una denuncia
eran el propio deber de denunciar los delitos (40,3%), el
hecho de contar con un seguro (25,9%), y el propósito de
recuperar el objeto sustraído (24,80). Algunas razones
frecuentes para no denunciar ciertos delitos, que aparecen
por ejemplo en la encuesta de seguridad pública de
Cataluña, son la escasa relevancia que pueda atribuirse al
hecho, miedo, falta de confianza en la policía y la justicia,
o el considerar que denunciar resulta complicado
(Departament d’Interior de la Generalitat de Catalunya,
2011).
Algunos delitos violentos (amenazas, agresiones físicas
y sexuales) se denuncian en menor grado, en un cuarenta
por ciento o menos. En estos casos, suelen ser motivos de
no denuncia el temor a que el agresor pueda vengarse, así
como los sentimientos de pudor y estigmatización que
experimenta la víctima.
Según las encuestas de victimización que se desarrollan
anualmente en la ciudad de Barcelona, la tendencia a
denunciar los hechos a la policía habría aumentado
durante las últimas décadas. Los ciudadanos en Barcelona
denunciaban en un 28% los delitos ocurridos en 1983,
mientras que lo hacían en un 40,6% en 2011 (IERMP,
2012). También García España et al. (2010) han puesto de
relieve este incremento de la tendencia a denunciar los
delitos en España, a partir de comparar, para nueve delitos
seleccionados, las encuestas de victimización de 1989 (en
que se denunciaron tales delitos en un 34%), 2005 (con
una tasa de denuncia del 48%), y 2008 (con un 58,6% de
hechos denunciados).

4.7.2. Encuestas regionales y urbanas


El Ayuntamiento de Barcelona ha promovido encuestas
anuales de victimización desde 1983, lo que permite
contar con una valiosa información sobre la evolución de
la delincuencia en dicha ciudad durante las últimas
décadas. El equipo científico asesor de estos estudios
(entre otros, Josep Maria Lahosa, Juli Sabaté, Josep Maria
Aragay y Anna Alabart) desarrolló un modelo de encuesta
propio, semejante al utilizado en el Internatinal Crime
Survey-ICS, aunque incluyendo diversas preguntas que
especifican mejor las tipologías de los posibles delitos
experimentados; por ejemplo, se matiza entre el robo y el
atraco en casa, y lo mismo en lo referido a los delitos que
puedan haberse sufrido en el lugar de trabajo. Las
entrevistas se realizan anualmente, por teléfono, a
muestras estadísticamente representativas de la población.
Habiendo mantenido el mismo procedimiento y
cuestionario a lo largo del tiempo, ha sido posible
disponer de una serie de datos que abarcan varias décadas,
y que pueden resultar inestimables para la planificación
de la seguridad ciudadana. Gracias a este esfuerzo,
Barcelona es la única ciudad en España que conoce con
precisión y detalle la evolución de su delincuencia
(IERMP, 2012; Sabaté et al., 1997). En paralelo, también
se investigan y analizan, con resultados muy similares, las
tasas de victimización correspondientes al conjunto del
área metropolitana de Barcelona.
El equipo de investigación del Instituto de Criminología
y del Observatorio de la Delincuencia de Andalucía
(ODA), de la Universidad de Málaga, ha desplegado,
desde principios de los años noventa hasta la actualidad,
una amplia investigación de las tasas de victimización
delictiva, a partir del modelo de encuesta del International
Crime Victimization Survey (ICVS), en las diversas
capitales andaluzas, en el conjunto de Andalucía, y,
posteriormente, en toda España (Stangeland, 1995b; Díez
Ripollés et al., 1996; García España, 2007; García España
et al., 2006, 2008, 2010). De acuerdo con sus resultados,
la tasa anual de victimización en las capitales andaluzas se
situaba, en el periodo 2006-2008, en torno al 26%
(hallándose las ciudades de Granada, Jaén, Málaga y
Almería algo por encima de la media andaluza, y Cádiz,
Sevilla, Huelva y Córdoba, un poco por debajo del
promedio). En relación con la percepción de seguridad
por parte de los ciudadanos, al respecto de la pregunta
“¿Cómo se siente andando solo de noche por su barrio?”,
tomando como referente la capital andaluza, Sevilla, casi
dos tercios de los encuestados decían sentirse “muy
seguros” (19,4%) o “bastante seguros” (42,9%), mientras
que algo más de un tercio de ellos afirmaba sentirse “un
poco inseguro” (25,8%), “muy inseguro” (7%), o “no
atreverse” a salir de noche (5%).
El mismo modelo de encuesta International Crime
Victimization Survey (ICVS) fue también elegido para los
estudios iniciales de victimización que se realizaron en
Cataluña a finales de los noventa (Aebi y Linde, 2010b;
Luque, 1998; van Kesteren et al., 2000). Posteriormente,
la llamada Enquesta de Seguretat Pública analiza, para el
conjunto del territorio catalán, la victimización delictiva,
la percepción de seguridad/inseguridad y otros aspectos
de percepción y valoración ciudadana acerca de la
actuación de la policía (Departament d’Interior,
Generalitat de Catalunya, 2011). Las tasas de
victimización de Cataluña obtenidas mediante esta
encuesta se incluyen, en el marco del siguiente epígrafe,
juntamente con las correspondientes específicamente a la
ciudad de Barcelona.
En 2009, la ciudad de Alcobendas, próxima a Madrid,
efectuó un estudio de victimización delictiva, a partir de
una muestra de 800 personas, entrevistadas por teléfono
(Departamento de Estudios y Evaluación del
Ayuntamiento de Alcobendas, 2010). En este análisis se
obtuvo un índice global de victimización del 34% (con un
29,8% de victimización consumada). La mayor
proporción de delitos puestos de relieve por las víctimas
hacía referencia a hechos contra los vehículos (25,6%), y
en menor grado a delitos contra la seguridad personal
(7,6%), los domicilios (4,8%), y los negocios (2%). De
todos los delitos experimentados, en un 37,9% de los
casos las víctimas habían formalizado denuncia, siendo
las mujeres, y en general las víctimas entre 35 y 44 años,
quienes denunciaron con mayor frecuencia.

4.7.3. Evolución de la victimización


Un problema importante de las encuestas de
victimización realizadas globalmente en España es, según
se vio, la falta de una coherencia plena entre ellas, de un
año a otro, en su metodología, selección de muestras, etc.
En general, al concebirse cada una de ellas, no parece que
se haya prestado demasiada atención a la posibilidad de
compararlas entre sí, de ahí que los diversos cuestionarios
se confeccionaran según el gusto y preferencias de cada
equipo investigador o gobierno de turno. Por estas
razones, a pesar de los esfuerzos económicos y científicos
realizados, que han permitido disponer de diversos datos
nacionales de victimización para momentos específicos,
es difícil obtener, sobre la base de los estudios nacionales
de victimización, una perspectiva longitudinal consistente
de la evolución de la delincuencia en España. Si el diseño
de las distintas encuestas en España hubiera seguido el
mismo modelo todos los años, como se hace en otros
países europeos, y también en los estudios realizados en la
ciudad de Barcelona, podría conocerse mejor cómo ha
evolucionado la delincuencia en el conjunto del Estado
español.
En ausencia de tales cifras longitudinales nacionales, en
el cuadro 4.18 se presenta la evolución de la victimización
delictiva que ha tenido lugar en Barcelona (y que podría
resultar una estimación razonable de lo ocurrido en otras
ciudades españolas de gran tamaño), entre 1983 y 2011
(IERMP, 2012; Sabaté et al., 1997: 62), así como,
también, las tasas de victimización correspondientes al
conjunto de Cataluña entre 2004 y 2010 (Departament
d’Interior, Generalitat de Catalunya, 2011).
CUADRO 4.18. Evolución de las tasas de victimización en Barcelona (1983-
2011) y en Cataluña (2004-2010)
(Fuentes: Enquesta de victimització de Barcelona 2012, IERMP, Ajuntament
de Barcelona, y Enquesta de Seguretat de Catalunya, 2011)

Como puede verse en el cuadro, las tendencias más


destacadas de las tasas de victimización en Barcelona
habrían sido las siguientes:
– Partiendo de un índice global, a principios de los años
ochenta, de en torno al 25%, la delincuencia descendió
entre mediados de los ochenta y principios de los
noventa, bajando hasta una tasa aproximada de un
14%.
– Dicha tasa de alrededor del 14% se mantuvo
esencialmente durante buena parte de los años
noventa.
– Desde finales de los noventa se produce un paulatino
ascenso de los delitos, que alcanza su nivel más
elevado, nuevamente alrededor del 25%, en 2009, con
un ligero descenso durante los dos años siguientes.
Los datos de toda Cataluña, para el periodo 2004-2010,
son paralelos, aunque de magnitud algo inferior (dado que
se incorpora todo el territorio catalán, tanto urbano —que
generalmente presenta mayor tasa delictiva— como rural
—con menos delitos—) a los de la ciudad de Barcelona:
relativo ascenso de la victimización hasta 2009 y posterior
disminución.
Al igual que sucedió en España, en los años 90 la
delincuencia también disminuyó en múltiples países
desarrollados, tanto si se atiende a datos victimológicos
como policiales. La reducción fue más pronunciada en
EEUU, mientras que las cifras de Europa occidental
mostraron, en cambio, una estabilización relativa o suave
descenso (Newman, 1999; Killias y Aebi, 2000; van
Kersteren, Mayhew, Nieuwbeerta y Bruinsma, 2000).
Para explicar estos cambios habría que explorar
distintos factores macroestructurales (económicos,
políticos, sociales, culturales, legales…), susceptibles de
operar con semejante fuerza en diferentes países. La
delincuencia es el resultado final de múltiples influencias
combinadas, ente las que probablemente también se
incluyan errores acumulativos en los diversos estamentos
sociales, y desde luego no aumenta o disminuye debido a
una única causa sencilla y aislada.
La sociedad española ha experimentado grandes
transformaciones durante las últimas décadas, que podrían
ser relevantes para una interpretación contextualizada de
la evolución de la delincuencia (García España et al.,
2009):
– Ha variado la estructura social en lo tocante a las
familias, particularmente debido a factores como el
retraso temporal de la maternidad, el incremento de las
separaciones matrimoniales y de pareja, y el aumento
de la esperanza de vida, habiendo descendido también
la proporción de parejas con hijos, y aumentado los
hogares unipersonales.
– Se ha producido un incremento considerable de la
población, pasando de 39 millones en 1994 a casi 47
millones en 2012. El factor más relevante para ello fue
el proceso intensivo de inmigración que aconteció
durante la primera década del siglo XXI, que, además,
tuvo también incidencia en una relativa alteración de
la pirámide de edad de la población, en dirección al
aumento del número de varones jóvenes (lo que suele
asociarse a más delitos).
– Se han operado importantes cambios relativos a los
hábitos de consumo de drogas y por lo que se refiere a
los perfiles de los consumidores. Se habría
evolucionado desde un consumo más amplio, por parte
de individuos en muchos casos marginalizados, de
heroína inyectada, en las décadas de los 80 y
principios de los 90, a un uso preferente de cocaína y
drogas de síntesis, que serían consumidas por jóvenes
a una edad más temprana y por adultos normalizados,
o no marginales.

4.8. CRIMINALIDAD COMPARADA


Para finalizar la serie de radiografías sobre la
delincuencia realizadas en este capítulo, a continuación se
presentará información de la criminalidad en el plano
internacional. A partir de ello podrá contrastarse la
distribución y prevalencia de la delincuencia en distintas
ciudades, países y áreas geográficas del mundo. A los
efectos de esta perspectiva comparada, se echará mano,
indistintamente, de diversas fuentes de información sobre
los delitos, a las que se ha hecho mención en los epígrafes
precedentes. Aebi (2008), por lo que se refiere a Europa,
y Salazar Tobar (2011), en relación con América Latina,
han puesto de relieve las dificultades y riesgos que
comportan las comparaciones internacionales de la
delincuencia, especialmente debido a los diferentes
procedimientos de cómputo estadístico, a menudo
dispares, que se emplean en los diversos países. Aun así,
y advirtiendo encarecidamente al lector sobre estas
dificultades y posibles sesgos de la información, a
continuación se resumen algunas comparaciones
internacionales de la delincuencia.

4.8.1. La delincuencia en ciudades significativas


del mundo
Comenzaremos este análisis internacional por la
delincuencia en las ciudades. El cuadro 4.19 recoge las
tasas anuales de victimización, en diversas
ciudades/capitales del mundo, categorizadas por
continentes, obtenidas en alguno de los años del periodo
2002-2005, a partir del International Crime Victimization
Survey (ICVS) (Van Dijk, Van Kesteren y Smit, 2007),
acerca del conjunto de 10 delitos, y, de modo más
específico, de los delitos de robo con violencia, hurto
personal y amenazas/agresiones. En realidad el único
continente representado de forma amplia es Europa,
mientras que de los demás se ofrece información de un
número muy reducido de ciudades. En la fila inferior de la
tabla se presentan las puntuaciones promedio de
victimización para cada tipo de delito, lo que puede
ayudar a contrastar qué ciudades se hallan por encima o
por debajo de la media, en cada delito específico.
CUADRO 4.19. Tasas, o porcentajes, de victimización anual en grandes
ciudades/capitales (2002-2005), para el conjunto de 10 delitos, y,
específicamente, para los tres delitos siguientes: robo con violencia, hurto
personal, y amenazas/agresiones
10 Robo con Hurto
Europa occidental Amenazas/agresiones
delitos violencia personal
Ámsterdam
27.0 1.1 4.4 5.9
(Holanda)
Atenas (Grecia) 13.5 0.7 3.5 2.4
Belfast (Irlanda del
26.1 2.5 5.9 9.2
Norte)
Berlín (Alemania) 19.3 1.2 5.2 4.1
Bruselas (Bélgica) 20.2 2.5 6.0 2.6
Budapest (Hungría) 12.6 1.1 5.5 1.6
Copenhague
22.9 1.2 4.6 3.6
(Dinamarca)
Dublín (Irlanda) 25.7 1.8 6.8 3.9
Edimburgo (Escocia) 16.6 1.2 4.6 4.6
Estocolmo (Suecia) 22.6 0.7 4.0 3.2
Helsinki (Finlandia) 20.5 1.4 3.0 4.5
Estambul (Turquía) 17.9 0.9 3.2 0.6
Lisboa (Portugal) 9.7 1.9 2.4 1.3
Londres (Inglaterra) 32.0 2.6 10.2 8.6
Madrid (España) 13.7 1.5 4.4 2.9
Oslo (Noruega) 21.5 1.0 7.5 4.1

París (Francia) 17.8 1.2 4.8 3.1


Reikiavik (Islandia) 26.4 0.7 8.2 7.0
Roma (Italia) 16.6 0.7 3.2 1.2
Tallin (Estonia) 29.3 2.8 9.6 3.7
Viena (Austria) 17.2 0.8 5.7 2.5
Varsovia (Polonia) 21.9 2.8 5.3 2.6
Zúrich (Suiza) 20.1 1.7 7.7 3.5
10 Robo con Hurto
América Amenazas/agresiones
delitos violencia personal
Buenos Aires
31.2 10.0 6.6 3.2
(Argentina)
Lima (Perú) - 7.4 12.3 -
Nueva York (EEUU) 23.3 2.3 7.7 5.1
Rio de Janeiro
15.0 5.1 2.5 1.5
(Brasil)
Sao Paolo (Brasil) 21.7 5.4 2.9 2.6
10 Robo con Hurto
África Amenazas/agresiones
delitos violencia personal
Johannesburgo
23.5 5.5 6.9 11.2
(Sudáfrica)
Maputo
37.7 7.6 9.9 6.2
(Mozambique)
10 Robo con Hurto
Asia Amenazas/agresiones
delitos violencia personal
Hong Kong (SAR
7.8 0.4 3.6 1.2
China)
Phnom Penh
41.3 1.8 12.8 6.8
(Camboya)
10 Robo con Hurto
Oceanía Amenazas/agresiones
delitos violencia personal
Sidney (Australia) 15.9 1.1 3.7 2.8
PROMEDIO 21.5 2.4 5.9 4.0

(Fuentes: Van Dijk et al., 2007; International Crime Victims Survey y 2005
EU ICS)

En el cuadro 4.20 se comparan, para las mismas


ciudades anteriores, las tasas reales de victimización con
el temor de los ciudadanos a la delincuencia. En concreto,
para cada ciudad se ofrecen, en un diagrama de barras,
dos datos paralelos: el porcentaje de victimización anual
en el conjunto de 10 delitos relevantes y frecuentes en el
periodo 2002-2004 (la barra más oscura), y el porcentaje
de población que, en cada ciudad, se siente insegura o
muy insegura en la calle de noche (2004/2005) (la barra
más clara) (Van Dijk et al., 2007).
CUADRO 4.20. Porcentaje de victimización anual en grandes
ciudades/capitales (2002/2004), para el conjunto de 10 delitos, y
porcentaje de la población que en dichas ciudades se siente insegura o
muy insegura en la calle de noche (2004/2005)

(Fuente: Van Dijk et al., 2007)

Como puede verse, en la inmensa mayoría de las


ciudades se muestra una fuerte incoherencia entre las
tasas reales de delitos que las víctimas informan haber
sufrido (que suelen más bajas) y las proporciones de
ciudadanos que se sienten inseguros en la calle por la
noche (que suelen ser más elevadas). Solo en algunas
ciudades, las ubicadas en la zona inferior del diagrama,
existe correspondencia entre realidad delictiva y miedo al
delito.
La información ofrecida en los cuadros 4.19 y 4.20 es
susceptible de múltiples análisis, comentarios y
razonamientos, por lo que se invita y anima a professores
y alumnos a una reflexión a fondo acerca de la
delincuencia y el miedo al delito que se producen en
diferentes ciudades y países, así como acerca de los
posibles factores relacionados con estos fenómenos.

4.8.2. Comparación entre países


Por lo que se refiere a los países, en el cuadro 4.21 se
presentan datos de victimización correspondientes a cinco
aplicaciones del International Crime Victimization Survey
(ICVS) (no todas realizadas en todos los países), entre
1989 y 2004/2005. Del conjunto de los 21 países acerca
de los cuales se cuenta con datos evolutivos sobre la
victimización, en 16 la delincuencia había disminuido a lo
largo de las dos décadas evaluadas, mientras que en 4
había aumentado.
CUADRO 4.21. Tasas, o porcentajes, de victimización en distintas regiones
mundiales y países 1989-2005, para 10 delitos (incluyendo delitos de
daños y robos en vehículos, robos en casas, hurtos, robos con
intimidación y violencia, amenazas y agresiones, y delitos sexuales)
Evolución
2004/ de la
Europa occidental 1989 1992 1996 2000
2005 delincuencia
1989-2005
Alemania 16.6 13.1/12.3 Disminución
Austria 13.9 11.6 Disminución
Bélgica 13.4 15.2 17.5 17.7 Aumento
Bulgaria 14.1
Dinamarca 20.6 18.8 Disminución
España 21.8 9.1 Disminución
27.6 28.3
Estonia 26.0 20.2 Disminución
(1993) (1995)
Finlandia 13.0 17.2 16.2 16.6 12.7
Francia 16.4 20.8 17.2 12.0 Disminución
Grecia 12.3
Holanda 21.9 25.7 26.0 20.2 19.7 Disminución
Hungría 10.0
Irlanda 21.9
Islandia 21.2
Italia 20.3 12.6 Disminución
Luxemburgo 12.7
Noruega 13.4 15.8 Aumento
Polonia 24.6 20.5 19.1 15.0 Disminución
Portugal 11.3 10.4 Estabilidad
Reino Unido [2005:
Inglaterra/Gales: 21.8; Escocia: 15.0 24.5 21.6 21.0 Aumento
13,3; Irlanda del Norte: 20.4]
Suecia 18.7 22.0 22.6 16.1 Disminución
Suiza 13.0 21.6 15.6 18.1 Aumento

América (del Norte)


Canadá 22.4 24.0 21.8 20.5 17.2 Disminución
Estados Unidos 25.0 22.2 21.5 17.6 17.5 Disminución
México 18.7
Asia
Japón 11.9 9.9 Disminución
Oceanía
Australia 23.3 24.0 25.2 16.3 Disminución
Nueva Zelanda 25.7 21.5 Disminución
PROMEDIOS 17.2 22.4 20.3 18.4 15.7 Disminución
(Fuentes: International Crime Victims Survey y 2005 EU ICS)

Por último, por lo que se refiere a los países, el cuadro


4.22 ofrece, para diferentes países y algunas ciudades, las
tasas de denuncia del conjunto de cinco tipos de delitos,
entre los que se incluyen robo personal, robo o intento de
robo en casa, y robo de coche o de bicicleta. Como puede
verse, existen grandes diferencias entre los países por lo
que se refiere a la propensión y hábitos de denuncia de los
delitos, desde múltiples estados europeos en que se
denuncian por encima del 50% de los delitos, hasta
distintas ciudades y países, especialmente de
Latinoamérica, en que se denuncian menos del 25% de los
delitos sufridos.
CUADRO 4.22. Tasa de denuncia ante la policía de cinco tipos de delitos
(robo personal, robo e intento de robo en casa, robo de coche o bicicleta)
en 2003/2004
(Fuente: Van Dijk et al., 2007)

En una perspectiva europea, el número de denuncias por


delito en España es, como puede verse, más bien bajo
(47%). La tasa de denuncias por delito parece reflejar, en
parte, el nivel de bienestar general y la calidad atribuida
por los ciudadanos de cada país al servicio policial. Ello
sería coherente con el hecho de que los países en que se
presentan más denuncias son los nórdicos y
centroeuropeos mientras que en países más desarrollados
se interponen menos denuncias.

4.8.3. La delincuencia en el mundo


Para finalizar este repaso internacional sobre la
magnitud de la delincuencia, a continuación se presentan
dos últimas informaciones comparativas acerca de la
criminalidad en el mundo. La primera, en el cuadro 4.23,
se refiere a las tasas de victimización por delitos de robo y
asalto, o agresión, en distintas regiones del planeta, según
un estudio financiado por el Banco Interamericano de
Desarrollo (Graham y Chaparro, 2011).
CUADRO 4.23. Tasas de victimización de robo y de asalto en diferentes
regiones del mundo
(Fuente: Graham y Chaparro, 2011)

Como puede verse en el cuadro 4.23, las tasas


victimológicas tanto por asaltos o agresiones como por
robos, dos delitos de alta prevalencia y alarma pública,
son sustancialmente más elevadas en África Subsahariana
y América Latina y el Caribe que en el resto de los
continentes y regiones.
Por último, el cuadro 4.24 recoge una comparativa, para
distintos continentes, de las tasas de homicidios por cada
cien mil habitantes, separadamente para hombres y
mujeres.
CUADRO 4.24. Tasas de homicidios de mujeres y varones, por 100.000 h.,
en distintas regiones del mundo (2008)

(Fuente: UNODC, 2011)

En el centro del diagrama se consignan las tasas


mundiales globales o medias, que para el caso de los
varones son de 14 homicidios por cada cien mil
habitantes, y para las mujeres de 2,7 homicidios. Es decir,
en promedio por cada mujer asesinada cinco varones
mueren violentamente. Sobre estos promedios pueden
verse, a la izquierda, los continentes que superan con
creces estas tasas medias, ambas Américas y África, y, a
la derecha, aquellos que quedan por debajo, Europa, Asia
y Oceanía.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. La medida de los delitos puede verse condicionada por distintos factores sociales y
estructurales, especialmente los relativos al control de la delincuencia (número de
policías, jueces, fiscales, plazas penitenciarias, etc., con que cuenta un país),
susceptibles de hacer que el fenómeno criminal aparente tener una mayor o menor
magnitud, a pesar de que no se hayan producido variaciones “reales” en el número
de los delitos. Lo anterior debe ser tenido en cuenta para valorar adecuadamente la
evolución de las cifras de la delincuencia.
2. La delincuencia se puede estudiar en varios niveles, por ejemplo a través de datos
judiciales, cifras policiales, y encuestas victimológicas. Es importante conocer los
sesgos y errores de cada una de estas fuentes de información, y utilizar la más
apropiada para cada tipo de análisis.
3. El miedo al delito y el grado percibido de inseguridad pública no parecen guardar
una relación directa con el riesgo de ser víctima de un delito, sino que en las
diversas sociedades ambos fenómenos resultan bastante independientes. El miedo
al delito tendría mucho más que ver con el grado en que los ciudadanos son
influidos por una mayor dramatización mediática de los sucesos delictivos, tal y
como suele ser habitual.
4. El hecho de que los datos sobre la criminalidad sean incompletos y, a veces,
sesgados, no es un problema exclusivo de la Criminología, sino que toda la
investigación social y económica se enfrenta a problemas metodológicos
similares.
5. La estadística judicial en España es muy incompleta, y sin mucha utilidad para
conocer la evolución de la delincuencia. Sin embargo, ofrece información veraz y
relevante sobre sentencias penales y personas condenadas según categorías
delictivas.
6. La estadística policial suele ser más detallada, y aporta una información más
precisa sobre los delitos denunciados, según tipo de delito, lugar y circunstancias
de los hechos. Aun así, también presenta diversas carencias de información,
problemas de validez y de fiabilidad.
7. Las encuestas de victimización incluyen información sobre los delitos que no han
sido denunciados, siendo el instrumento más apropiado para evaluar la
delincuencia común contra la propiedad. Sin embargo, no contienen información
sobre delitos económicos más organizados, tráfico de drogas o delitos contra el
medio ambiente. Tampoco son indicadores fiables de los delitos graves contra las
personas o contra la libertad sexual.
8. La fuerte subida de la delincuencia en España en los años ochenta se frenó en los
años noventa, y después se estabilizó en un nivel algo más elevado. Su magnitud
actual es moderada dentro del contexto europeo, y muy moderada en comparación
con la existente en otras regiones del mundo.
9. El análisis criminológico comparado de la delincuencia en distintos países y
regiones del mundo requiere la consideración de múltiples factores de diverso
orden: sociales, culturales, económicos, legales, etc., todo lo cual será objeto de
análisis a lo largo de esta obra. Como se verá más adelante, algunas teorías de la
criminalidad pueden resultar útiles también para estos análisis del fenómeno
criminal a gran escala.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Con qué medidas puede contarse para determinar el volumen de la delincuencia?
¿Qué significa que la delincuencia pueda representarse como si se tratara de un
“iceberg”?
2. ¿Qué ventajas e inconvenientes presenta la medida de la delincuencia a partir de
los siguientes métodos?:
• Las mediciones del miedo al delito o percepción de inseguridad
• Las estadísticas penitenciarias
• Las estadísticas judiciales/fiscales
• Las estadística policiales
• Las encuestas de autoinculpación
• Las encuestas de victimización

3. ¿Cuál sería la medida más adecuada para cuantificar el número de robos de


bicicletas? ¿Y el número de homicidios? En relación con años pasados, ¿ha
aumentado o ha disminuido la preocupación por la delincuencia?
4. ¿Cuáles son en la actualidad los principales problemas en España, a partir de las
encuestas del CIS u otras encuestas semejantes?
5. ¿A qué se debe que la estadística judicial sobre diligencias penales no refleje
adecuadamente el número de delitos existente? ¿Cómo podrían resolverse estas
dificultades? ¿Qué cambios habría que realizar en los modos de recoger y
presentar la información judicial?
6. ¿Ante qué instancias oficiales puede presentarse en España una denuncia por
delito? Buscar información al respecto, para poder conocer en qué proporciones se
distribuyen las denuncias que se presentan en unos y otros organismos.
7. ¿Cuáles son los principales problemas de las estadísticas policiales? ¿Qué significa
que carecen de información y precisión? ¿A qué se refieren los problemas de
validez u objetividad? ¿Y los problemas de fiabilidad?
8. ¿Cuáles son los delitos más denunciados ante la policía, y en qué proporciones se
denuncian? ¿Han variado estas proporciones durante los últimos años?
9. Buscar información actual sobre las cifras de denuncias recogidas por los diversos
cuerpos de policía existentes en España y analizar su magnitud y proporción
relativa sobre el conjunto de las denuncias. Contrastar también si existen mayores
o menores ratios de delitos específicos (lesiones, hurtos, robos, etc.) en unas
comunidades autónomas que en otras.
10. ¿Existen encuestas victimológicas recientes? ¿En qué grado han variado las tasas
de victimización en relación con las encuestas precedentes?
11. Recoger cifras globales sobre la delincuencia durante los últimos años y
compararlas con la evolución operada en la primera década del siglo XXI. En
contraste con lo sucedido anteriormente, ¿en la actualidad la delincuencia está
reduciéndose o aumentando? ¿Son confluyentes o discrepan al respecto las
diversas fuentes de información?
12. ¿En qué ciudades, países y regiones del mundo se cometen más delitos? ¿Han
variado dichas cifras durante los últimos años? Buscar información sobre los
diversos países o regiones y, a partir de ella, debatir qué posibles factores podrían
contribuir a las diferencias observadas en delincuencia entre países o
longitudinalmente, a lo largo del tiempo.

1 Por la lentitud del proceso penal, las sentencias suelen reflejar más bien
diligencias previas de años anteriores que diligencias del mismo año, pero
la misma desproporcionalidad se repite año tras año. En el quinquenio
1990-1994, por ejemplo, se contabilizan 11 millones de asuntos incoados,
y solamente 440 mil delitos apreciados
2 Estudios del CIS nº 1152, 1974, 2015 y 2152. Otros estudios que incluyen
una pregunta sobre experiencia de victimización sin especificar qué
delitos se sufrieron, son los nº 1453, 1714 y 1736. En 1980 se realizó un
estudio en el área metropolitana de Madrid (nº 1251), y, en 1982, un
estudio sobre victimización en tres ciudades españolas (encuesta nº 1313).
3 Compilado de Alvira 1982:36, CIS, 1978, tabla 14 y tablas no publicadas
de estudios posteriores. Se ha corregido una aparente confusión entre los
delitos callejeros con y sin violencia en los datos ofrecidos por Alvira
Martín, utilizando los porcentajes originales del CIS, 1978, que se supone
que son correctos.
4 Algunas de las encuestas realizadas preguntan por delitos sufridos por la
familia entera, y otras solo por delitos sufridos por la persona entrevistada.
También se puede preguntar por sucesos a lo largo de la vida, durante los
últimos dos años o los últimos 12 meses. Además, preguntas específicas
sobre cada tipo de delito aportan más respuestas positivas que preguntas
generales. Sobre estos problemas metodológicos, véase Alabart y Sabaté
(1989), La encuesta de seguridad ciudadana (Ayuntamiento de
Barcelona, p. 35), y Stangeland (1995), The Crime Puzzle (Miguel Gómez
Publicaciones, Málaga, capítulo 4).
Asuntos penales (delitos y faltas) ingresados en los tribunales de justicia
Denuncias policiales (presuntos delitos y faltas)
Parte II
EXPLICACIÓN
CIENTÍFICA DEL
DELITO
5. TEORÍAS Y PARADIGMAS
CRIMINOLÓGICOS
5.1. INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES UNA TEORÍA? 237
5.2. TEORÍAS CRIMINOLÓGICAS 240
5.2.1. Pugna científica entre teorías 241
5.2.2. Dificultades de la comparación teórica 243
5.2.3. Cuestiones prioritarias que requieren explicación 248
5.3. PARADIGMAS CRIMINOLÓGICOS 250
5.3.1. Libre albedrío y castigo 251
5.3.2. Paradigma científico 251
5.3.3. Conflicto social 252
5.4. GRUPOS TEÓRICOS PRINCIPALES 254
5.4.1. Tensión y control social 257
5.4.2. Criminología biosocial 257
5.4.3. Diferencias individuales y aprendizaje 258
5.4.4. Etiquetado y conflicto social 259
5.4.5. Elección racional y oportunidad delictiva 259
5.4.6. Desarrollo de las carreras delictivas 260
5.5. ESTRUCTURA DE LOS CAPÍTULOS TEÓRICOS 261
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 263
CUESTIONES DE ESTUDIO 264

5.1. INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES UNA


TEORÍA?
Los estudiosos sobre criminalidad deben comenzar por
efectuar observaciones empíricas de la delincuencia,
aunque no pueden conformarse con meramente describir
la realidad delictiva mediante datos, sino que los datos y
cifras de la delincuencia deben ser interpretados y
explicados (Curran y Renzetti, 2008). Para ayudar a
formular explicaciones razonables y válidas de las
realidades delictivas se cuenta con las teorías
criminológicas. La teoría asume un doble papel en la
labor científica: por un lado integra y resume los
principales conocimientos acumulados en una materia, y,
por otro, funciona como guía, marcando pautas para la
investigación futura (Salvador y Pelegrina, 1993).
En lenguaje llano, una teoría es una explicación de algo.
De manera más técnica, una teoría, o un modelo teórico,
es un conjunto, más o menos explícito, de hipótesis o
proposiciones dirigidas a explicar un fenómeno natural
mediante su relación con otro u otros fenómenos naturales
(Vold, Bernard y Snipes, 2002).
Las teorías definen y estructuran el cuerpo conceptual
que vincula entre sí las observaciones sobre cierto evento
o proceso social, como pueda ser la delincuencia.
Explican el problema analizado, sus causas, sus relaciones
con otros fenómenos próximos, y sus evoluciones o ciclos
periódicos. Según Schmalleger (1996: 15), las “teorías, al
menos en su forma ideal, están integradas por
proposiciones claramente establecidas que plantean
relaciones, con frecuencia de carácter causal, entre
sucesos y objetos estudiados”.
Idealmente, una teoría criminológica tendría que
contener los siguientes elementos característicos:
1. Debería definir un sistema de relaciones, en el que
uno o más factores explicativos se asocien a la aparición o
el incremento de la conducta delictiva (o de otros
elementos del estudio criminológico, como las víctimas,
los delincuentes o los sistemas de control).
2. Tanto los factores explicativos, propuestos por la
teoría, como la propia conducta delictiva, que es
explicada, deberían hallarse definidos de forma
operacional, esto es, de manera que puedan ser
observados y medidos.
3. La relación que la teoría establezca entre factores
teóricos explicativos (por ejemplo, la anomia, el control
social, el aprendizaje, el etiquetado, etc.) y explicados (la
conducta delictiva o el funcionamiento de los sistemas de
control) debería ser, finalmente, avalada o refutada
empíricamente, a partir de la observación estructurada y
sistemática de la realidad delictiva.
4. Antes o después, una teoría científica debería
contemplar alguna propuesta aplicada. Esto es, de ella
tendrían que poderse derivar ciertas soluciones prácticas a
los problemas delictivos. Es decir, las teorías
criminológicas pueden y deben tener implicaciones para
la política criminal, proponiendo maneras innovadoras de
prevenir y controlar los delitos (Akers, 1997; Redondo,
2009).
5. Por último, las propuestas aplicadas de una teoría
también deberían ser sometidas a comprobación empírica
en la propia realidad criminal (Welsh y Farrington, 2011).
Según Curran y Renzetti (2008), los científicos utilizan
diversos criterios para evaluar la idoneidad de las teorías,
entre los que se incluye, en primer lugar, el criterio de
parsimonia o simplicidad. En general, si dos teorías
explican el mismo fenómeno, se considera preferible
aquélla que utiliza un menor número de elementos y
proposiciones. No obstante, simplicidad no significa
simplismo. Tal y como sugería Einstein, para hacer buena
ciencia “las cosas deben hacerse tan simples como sea
posible, pero no más simples” (Einstein, citado en Felson,
2006). Un segundo criterio atendido, para ponderar la
calidad de una teoría, es del generalizabilidad, o amplitud
con que una teoría explica el fenómeno al que se refiere.
Suelen preferirse aquellas teorías que explican un
fenómeno de la manera más amplia posible. También es
importante el criterio de precisión de la teoría, relativo a
su capacidad para efectuar predicciones concretas acerca
del fenómeno explicado. Como es lógico, suele optarse
por las teorías que mejor predicen o anticipan la
ocurrencia de los hechos analizados. Es importante
señalar que las predicciones de las teorías científicas no
pueden tener nunca un carácter absoluto, sino relativo o
probabilístico (del tipo, por ejemplo, de si aumenta el
fracaso escolar es muy probable que aumente también la
delincuencia juvenil). Asimismo, la precisión o capacidad
predictiva de una teoría, hace referencia a si de ella
pueden derivarse determinadas estrategias y aplicaciones
prácticas para “resolver” (al menos en parte) el problema
social analizado.
Más allá de los criterios anteriores, las dos condiciones
básicas que deben cumplir las teorías científicas son su
consistencia lógica y su verificabilidad empírica (Akers y
Sellers, 2008; Curran y Renzetti, 2008; Tibbetts, 2012).
Que una teoría posea consistencia lógica quiere significar
que sus postulados deben hallarse vinculados entre sí de
una manera coherente. Mientras que la verificabilidad
empírica de una teoría concierne a su imprescindible
vinculación con la realidad a que hace referencia. Una
teoría criminológica debe ser capaz de explicar los
fenómenos delictivos que se observan en la realidad social
y, paralelamente, sus proposiciones han de ser
contrastables mediante la observación de dicha realidad
(Akers, 1997; Bernard et al., 2010). De esta forma, si los
datos recogidos fueran inconsistentes con las propuestas
teóricas, la teoría sería falsada o falsificada (es decir, se
demostraría que es incorrecta); si, por el contrario, las
observaciones fueran coherentes con sus postulados, la
teoría aumentaría su grado de validez o veracidad
científica. En términos estrictos, las teorías científicas no
llegan nunca a probarse de una manera absoluta, que
permita afirmar que una teoría es completamente
verdadera. Por el propio modo de proceder de la ciencia,
toda teoría científica se halla siempre expuesta a la
aparición de nuevas observaciones que puedan aconsejar
su modificación, para acomodarla a los nuevos hechos
descritos, o sencillamente demuestren que la teoría es
errónea y, por ello, deba ser abandonada.
Cuando se adoptan diferentes perspectivas teóricas
acerca de una misma “realidad” social, dicha realidad
puede ser descrita e interpretada de formas muy distintas.
Estas compresiones diferenciadas o antagónicas de los
mismos hechos pueden dar lugar también a creencias y
actitudes diversas y confrontadas frente al fenómeno
analizado, y a desiguales modos de actuar sobre el mismo.
En todas las disciplinas sociales existen diferentes teorías
que compiten entre sí a la hora de explicar un mismo
objeto de análisis. Por ejemplo, en sociología diversas
perspectivas pugnan en relación con la explicación más
adecuada de su objeto de estudio principal: los hechos
sociales. En psicología sucede lo propio, y diversas
escuelas teóricas, como las teorías del aprendizaje y los
modelos cognitivos, entre otras perspectivas, proponen
teorías divergentes sobre el comportamiento humano.

5.2. TEORÍAS CRIMINOLÓGICAS


A lo largo de la historia del pensamiento humano se han
dado explicaciones diversas sobre por qué los hombres se
asocian en comunidad y por qué algunos rompen esa
convivencia mediante la infracción y el delito. Casi todos
los sistemas filosóficos han prestado gran atención a esta
parte moral y política de la vida social. También se han
formulado propuestas variadas para solucionar los
problemas criminales. La mayoría de ellas han consistido
en recomendar el castigo de los infractores mediante
penas diversas, como la propia muerte, los castigos
corporales, o, ya en la modernidad, la privación de
libertad. Además, algunos pensadores han sugerido, en
distintas épocas, el empleo de medidas sociales y
educativas, con la finalidad de prevenir la delincuencia.
De este modo, los paradigmas y teorías criminológicas
son también productos intelectuales del tiempo en que
fueron formulados (Curran y Renzetti, 1994; Vold et al.,
2002). Por lo que reflejan, al menos parcialmente, las
inquietudes y los problemas sociales existentes en
determinado momento, así como las soluciones que se
consideraron más factibles y efectivas para solucionarlos.
Como ejemplo que ilustre qué es una teoría científica en
Criminología, nos referiremos ahora, brevemente, a la
teoría de los vínculos sociales de Hirschi (1969). Esta
formulación criminológica propuso que el principal
elemento que disuade a los jóvenes de la delincuencia es
su vinculación con personas bien integradas en la
sociedad. Los cuatro mecanismos básicos mediante los
que se establecería esta vinculación serían el apego
emocional a otras personas, el compromiso con los
objetivos sociales, la participación en actividades
convencionales (familiares, educativas y otras), y las
creencias favorables a los valores establecidos. Por
último, según Hirschi, los ámbitos principales en que los
jóvenes consolidarían tales vínculos, que les unirían a la
sociedad, serían la familia, la escuela, los amigos, y los
contextos de desarrollo de las propias actividades
convencionales (educativas, deportivas, de ocio, etc.). La
ruptura de estos nexos sería, a decir de la teoría
mencionada, el principal factor precipitante de conducta
delictiva. Contrariamente, la mejora de los controles
informales en la familia, en el ámbito escolar y en
relación con los amigos, así como el aumento de la
participación en actividades convencionales, constituirían
los mejores métodos para prevenir la delincuencia de los
jóvenes.
Como puede verse, la teoría de Hirschi define y
estructura una serie de elementos explicativos de la
delincuencia que se interrelacionan entre sí. Además,
sobre la base de los factores propuestos, estipula un
camino para la prevención de la delincuencia. Se trata de
una teoría científica en la medida en que tanto la
veracidad de sus factores y procesos explicativos, que
están claramente especificados, como la efectividad de
sus aplicaciones, que también pueden ser concretadas, son
susceptibles de validación empírica a partir de la
observación e investigación de la realidad social.
En el marco de las teorías sociales, un concepto
importante es el de ley científica, que tiene un rango
menor que el de teoría. En Criminología, una ley
científica sería aquella formulación mediante la que se
establece una relación simple entre determinado factor
antecedente (individual, social o situacional) y un
componente particular de la conducta delictiva. A partir
de la teoría de los vínculos sociales de Hirschi, a la que
nos acabamos de referir, puede deducirse, a modo de ley
científica, que la falta de apego a los padres constituye
una de las principales variables explicativas de la
conducta delictiva de los jóvenes. Un conjunto de leyes o
principios científicos vinculados entre sí, formarían,
según ya hemos visto, una teoría de la delincuencia.
Siglos atrás, con anterioridad al inicio de la
Criminología científica, con frecuencia se recurría a
elementos espirituales y demoníacos para explicar la
conducta delictiva y otras formas de desviación. Según
estos planteamientos, los criminales e infractores serían
seres poseídos, influidos por las fuerzas del mal, o
abocados irremediablemente a la delincuencia por los
designios del destino (García-Pablos de Molina, 2008;
Saldaña, 1914). Contrariamente a ello, en esta obra
prestaremos atención, como es lógico, a las propuestas
teóricas de la Criminología científica, que parten del
presupuesto de que los factores explicativos de la
delincuencia se hallan exclusivamente en el mundo físico,
material y social (Bernard et al., 2010).

5.2.1. Pugna científica entre teorías


En Criminología existe, como también sucede en otras
disciplinas, una gran diversidad de explicaciones y
teorías. Debido a esta abundancia y dispersión teórica, el
estudio de las teorías criminológicas resulta a menudo un
tanto confuso y decepcionante. Desde la escuela clásica,
iniciada por Beccaria, hasta nuestros días, pasando por el
positivismo lombrosiano, la escuela de Chicago, el
funcionalismo, las subculturas, el aprendizaje, el labeling
o etiquetado, el marxismo o el feminismo, hallamos una
sucesión de propuestas conceptuales, muchas de ellas no
ajenas a ciertos tópicos y lugares comunes, que se van
repitiendo de unas a otras, aunque también destaquen en
las diversas teorías distintos elementos particulares.
Globalmente, algunas de estas perspectivas inciden en el
libre albedrío humano como base de la delincuencia, otras
en la importancia de los factores biológicos, otras realzan
el papel de ciertos aspectos psicológicos como la
inteligencia o la personalidad, mientras que la mayoría
abunda en diversos factores sociales como explicación de
la delincuencia (Serrano Maíllo, 2008c).
En muchas ocasiones las teorías criminológicas son
contradictorias entre ellas, por distintas razones. La
primera razón es inherente al propio método y discurrir
científico, al que resulta particularmente conveniente que
diferentes teorías compitan entre sí para explicar, de
modos distintos, un mismo problema u objeto de análisis.
A partir de ello, las hipótesis y explicaciones alternativas
se someten a comprobación y se depuran. Desde esta
perspectiva, la variedad y diversidad teórica constituyen
un mérito y una riqueza de la correspondiente disciplina.
Veamos un ejemplo de esta saludable pugna teórica,
procedente de la astronomía. En esta disciplina cuatro
teorías diferentes compiten en la explicación de un mismo
problema científico: ¿Cómo se formó la Luna terrestre?
(Hathaway, 1996). La hipótesis de la creación simultánea
propone que la Luna y la Tierra se formaron a la vez, a
partir del mismo conjunto de materia. La teoría de la
fisión plantea que Tierra y Luna fueron en un principio un
solo astro que, al girar sobre su eje a gran velocidad,
experimentó un gran ensanchamiento del ecuador, y se
produjo el desprendimiento de una gigantesca burbuja de
material todavía derretido, que dio origen a la Luna. La
hipótesis de la captura sugiere que la Luna se formó en
otro lugar del sistema solar y, al ser desplazada de su
órbita original, fue capturada por el campo gravitatorio
terrestre. Por último, la hipótesis de la colisión aduce que
la Luna se habría constituido a partir de un
desprendimiento masivo de materia terrestre, debido al
impacto de un asteroide o cometa de gran tamaño. La
condición que hace competitivas entre sí a estas teorías es
que su objeto de análisis es único: la génesis de la Luna,
satélite del planeta Tierra. Sin embargo, no serían
comparables entre sí diversas concepciones astronómicas
que explicaran diferentes objetos de análisis: unas que
describieran cómo se formó nuestra Luna, y otras cómo se
formaron todas las lunas planetarias, o cualesquiera
objetos que rotan en torno a planetas. La comparación y la
pugna entre sí de teorías sobre la génesis de objetos tan
dispares conduciría a un auténtico diálogo de sordos.
En la competencia entre teorías, una “teoría puede ganar
mucha credibilidad cuando todas las teorías alternativas
razonables muestran ser inconsistentes con el conjunto de
los hechos observados” (Vold et al., 2002, p. 5)

5.2.2. Dificultades de la comparación teórica


El ser humano evolucionó hasta nuestros días. La violencia y el crimen
siempre le han acompañado. En buena medida los paradigmas de la
Criminología han buscado enfatizar más los aspectos propios de la naturaleza
humana o bien la cultura que ha creado en su desarrollo. Las teorías más
modernas integran los hallazgos culturales con los propios de la genética, la
biología y la neurociencia.

Lo dicho hasta aquí resulta bastante obvio: para que las


teorías científicas sean comparables y competitivas entre
sí deben hacer referencia al mismo objeto de estudio. Sin
embargo, con frecuencia las teorías criminológicas no
solo varían en los modos de explicar la realidad delictiva
(como problema de interés principal), sino que también
difieren entre ellas en los propios objetos de análisis que
se pretenden describir y comprender. A menudo se
proponen explicaciones, no sobre el mismo fenómeno,
sino sobre problemas criminológicos distintos. Estas
explicaciones o teorías no serían, en un sentido estricto,
comparables y competitivas entre sí, ya que no explican la
misma realidad factual.
Sutherland (Akers, 1997) atribuyó a la Criminología tres
objetos de estudio principales: 1) el análisis de la creación
de las leyes, 2) el de la infracción de las leyes por los
individuos (o sea, la conducta delictiva), y 3) el de la
aplicación de las leyes (es decir, el estudio del
funcionamiento de los sistemas de control y justicia).
Todos estos ámbitos de estudio diferentes pueden dar
lugar a que los criminólogos se planteen problemas de
investigación muy distintos, como, por ejemplo, los
siguientes: ¿Cuáles son las causas de la delincuencia, en
su sentido amplio?; desde una perspectiva más
restringida, ¿cuáles son las causas de ciertos tipos de
conducta delictiva en particular (violación, delincuencia
marginal contra la propiedad, delincuencia de cuello
blanco, etc.)?; ¿cómo y por qué priorizan y estructuran las
sociedades y los sistemas legales ciertas definiciones de
las conductas delictivas, y no otras?; ¿cuáles son los
mecanismos que influyen en tales definiciones?; ¿cómo
operan selectivamente los sistemas de justicia penal,
dirigiendo su atención a algunos delitos más que a otros?;
¿cuáles son los efectos de este sesgo penal sobre la
criminalización de la gente?; ¿cuál es la interacción entre
conducta delictiva y sistemas de control?; ¿actúan las
víctimas como elementos precipitantes de la conducta
delictiva?; ¿cómo puede controlarse o prevenirse la
criminalidad? Como es lógico, problemas científicos tan
diversos solo pueden dar lugar a respuestas o
explicaciones igualmente variadas y, en muchos casos,
divergentes entre sí.
Así pues, existen variadas razones que contribuyen a la
diversidad explicativa y teórica existente en Criminología,
y que a menudo producen la contradicción y la
incomprensión recíproca de unas y otras perspectivas.
Una de estas razones es, según ya se ha comentado, el
diferente objeto de análisis que pueden tener las teorías
criminológicas: mientras que unas dirigen su atención a
describir la conducta delictiva, otras pueden orientarse a
explicar el comportamiento de las leyes y la justicia. La
segunda razón reside en el enfoque metodológico distinto
que podrían tener diferentes escuelas criminológicas: unas
presuponen el libre albedrío como punto de partida para
delinquir o no hacerlo, mientras que otras asumen el
principio del determinismo científico, o condicionamiento
del comportamiento humano a partir de distintos factores.
En tercer lugar, la diferente aproximación metodológica
que suele acompañar a cada teoría, guarda estrecha
relación, a su vez, con la disciplina de procedencia de
cada investigador o proponente de una teoría. La
interdisciplinariedad que de facto se halla presente en el
estudio criminológico, hace que de él se ocupen
investigadores y teóricos cuya base académica es
frecuentemente heterogénea: psicólogos, abogados,
sociólogos, médicos, antropólogos, economistas,
periodistas, pedagogos, educadores, trabajadores sociales,
policías, etc. Los diferentes currículos académicos con
que cuentan todos estos profesionales condicionan, como
es lógico, sus enfoques respectivos hacia objetos de
análisis diferentes y mediante metodologías diversas.
Otro factor de discrepancia teórica, no menos relevante
en una materia que se ocupa del delito y de su control,
hace referencia a las diversas ideologías que pueden tener
distintos investigadores, susceptibles de traducirse en
visiones dispares y opuestas en torno a los modos más
convenientes de prevenir y luchar contra el delito. Por
último, el creciente nivel de especialización, que cada vez
es más necesario en la Criminología actual, obliga a los
investigadores a dirigir su atención, casi en exclusiva, a
aspectos particulares, a veces poco vinculados entre sí, de
las complejas realidades criminales. De esta forma, con
perspectivas e intereses tan distintos como pueden darse,
la pugna teórica en Criminología se convierte, con
frecuencia, más en una cuestión de discrepancias acerca
de los problemas sociales y políticos, que en un auténtico
debate científico en torno a cuáles son los principales
factores explicativos del delito.
Una dificultad añadida para la integración y el consenso
teórico en Criminología reside en el muy heterogéneo
nivel de formalización que tienen unas y otras teorías. En
primer lugar, existen algunas explicaciones
criminológicas que presentan un mínimo grado de
explicitud y desarrollo. Es decir, aquellos planteamientos
que, aunque suelan considerarse teorías criminológicas,
en realidad nunca fueron formulados como auténticas
teorías de la criminalidad. Denominaremos a este grupo
como teorías implícitas. Sería el caso de la interpretación
de la delincuencia que se atribuye a la escuela clásica,
cuyo mentor principal fue Cesare Beccaria, pero quien
verdaderamente no constituyó una teoría explícita sobre la
conducta delictiva. También es paradójica la situación
respecto de las denominadas teorías marxistas, ya que el
propio Marx no se ocupó específicamente en sus obras del
problema de la delincuencia. Debido a ello, las
formulaciones marxistas que se han propuesto en
Criminología no dejan de ser meras derivaciones o
proyecciones, aunque sean en algunos casos explícitas y
ampliamente desarrolladas, de los presupuestos generales
del marxismo acerca de la influencia prioritaria de lo
económico sobre todas las manifestaciones del
comportamiento social. Desde este punto de vista, la
formulación marxistas originaria acerca del delito sería
más implícita que concreta.
Hay un segundo grupo de teorías, que llamaremos de
mínimo desarrollo, que consisten en interpretaciones
incidentales del fenómeno delictivo, con motivo de alguna
investigación específica, pero sin que exista una auténtica
elaboración explicativa de la criminalidad o de alguna
parte de ella. En este apartado podría ubicarse, por
ejemplo, la teoría del control de Reiss (1951), quien
consideró que la principal causa de la delincuencia juvenil
se hallaría en el fracaso de los procesos de control
“personal” (o internalizado) y “social” (o externo) (Akers,
1997). Sin embargo, Reiss no elaboró, a nuestro juicio,
esta interpretación de manera suficientemente amplia e
integrada.
Por último, existen también en Criminología teorías
explícitas. Algunos autores han desarrollado, de manera
formal y elaborada, explicaciones detalladas sobre el
origen y el funcionamiento de la conducta delictiva o el
control social, o bien sobre algún otro aspecto relacionado
con ellos. En este tercer grupo resultan paradigmáticas,
por ejemplo, la teoría de los vínculos sociales de Hirschi
(1969), la teoría del aprendizaje social de Burgess y
Akers (1966; Akers, 1997), la teoría general de la tensión
de Agnew (1992, 2006), la teoría de las actividades
cotidianas, de Cohen y Felson (1979), y otras a las que se
hará referencia en los capítulos siguientes.
La mayoría de teorías criminológicas de las últimas
décadas se han formulado y desarrollado en Estados
Unidos, de manera semejante a lo sucedido en otras
disciplinas sociales como la psicología y la sociología.
Esta preponderancia de la Criminología norteamericana
resulta lógica hasta cierto punto, si tomamos en
consideración el gran despliegue científico, académico y
profesional que todas estas disciplinas han experimentado
en aquel país (y también en Canadá y, en general, en los
países anglosajones), en comparación con el menor
desarrollo de la criminología científica existente en
Europa y en otras regiones del mundo. (En este punto,
debe matizarse la alabanza que se acaba de hacer sobre el
desarrollo de la investigación criminológica en Estados
Unidos, a partir contrastar dicho mérito con lo que sucede
en el terreno de la política criminal: EEUU cuenta
probablemente con la mejor investigación y desarrollo
teórico en Criminología, pero tal vez con una de las
peores y más rudimentarias políticas criminales de los
países desarrollados. Baste recordar para argumentar esta
afirmación, su desproporcionada tasa de presos, que
multiplica por siete la media de los países europeos, la
vigencia de la pena de muerte en múltiples estados
norteamericanos, y algo quizá más próximo para todos los
lectores que hayan viajado a EEUU, esa grotesca y
expansiva parafernalia de la seguridad en los aeropuertos,
basada en la sospecha generalizada hacia todo tipo de
viajeros del mundo, como si cualquiera de ellos pudiera
ser un candidato probable a terrorista. ¡Lástima que
quienes conciben y aplican tales políticas de seguridad en
Estados Unidos —cuyos ritos se han irradiado como una
plaga al conjunto de países desarrollados— no estén al
tanto de los provechosos resultados de la investigación
científica en Criminología, muchos de ellos producidos en
su propio país, conocimientos que tan bien les irían para
aplicar unas políticas preventivas más racionales,
prudentes, eficaces, y algo que no es menor y baladí, más
respetuosas de la dignidad y los derechos individuales de
las personas!).
Volviendo a las teorías criminológicas, el que las
formulaciones más modernas hayan nacido a partir de
investigaciones sobre la realidad social y delictiva de
Norteamérica puede crear, con frecuencia, serios
problemas de validación y extrapolación de algunas
teorías (especialmente de aquéllas que se basan en
factores culturales específicos) a realidades sociales
diferentes. En ocasiones debemos razonar y trabajar a
partir de conceptos que no se adecúan convenientemente a
lo que sucede en los países europeos, latinoamericanos,
etc.
A este respecto, una dificultad notable del estudio de la
delincuencia es que puede no existir una completa
universalidad de los conocimientos adquiridos en unos
contextos para ser aplicados otros, debido a la
variabilidad del fenómeno delictivo tanto a lo largo del
tiempo como entre territorios diversos. Algunos
enunciados sobre la delincuencia en determinada
sociedad, y en un momento concreto, pueden no ser
igualmente válidos para esa misma sociedad en un tiempo
distinto, o pueden no serlo para una realidad social
diferente. En Criminología no existen conocimientos ni
acabados ni permanentes —tampoco en las demás
ciencias sociales—, ni completamente extrapolables de
unas sociedades a otras. Por ejemplo, las teorías sobre
pandillas juveniles de la ciudad de Chicago en los años
cincuenta pueden tener menor validez en la actualidad, ya
que desde entonces han cambiado mucho los modos de
asociación juvenil. De igual manera, ciertas
interpretaciones y soluciones de política criminal,
arbitradas en unas sociedades, como la norteamericana, la
nórdica, etc., pueden no ser válidas en otros países, como
el caso de España o los países latinoamericanos, donde las
realidades sociales son bastante diferentes.
La inmensa mayoría de las películas y de los reportajes
televisivos que se emiten en España (y también en los
demás países europeos, en Latinoamérica y en el resto del
mundo) proceden de Estados Unidos. Una gran parte de
este entretenimiento e información elige como tema
principal la delincuencia Norteamericana. Sin embargo, la
sociedad americana es bastante más violenta que la
española (y que la de muchos otros países), y tiene unos
conflictos entre culturas que nosotros en buena medida
desconocemos. Es decir, el concepto televisivo y
cinematográfico de delincuencia al que estamos más
habituados procede de una realidad social muy distinta a
la nuestra. Los ciudadanos españoles, que en su mayoría
nunca han asistido en persona a un juicio oral, han visto a
lo largo de su vida miles de escenas televisivas de juicios
(de ficción) en tribunales norteamericanos, que, sin
embargo, guardan poquísima relación con lo que
realmente sucede en el marco de nuestro sistema judicial,
lo que sin duda puede confundir a este respecto a muchas
personas. Del mismo modo, también puede constituir un
error grave importar, de manera acrítica, los “remedios” a
la delincuencia que aplican los norteamericanos (entre los
que tienen gran popularidad los sistemas de vigilancia y
seguridad de corte militaroide, el endurecimiento penal,
las prisiones de choque o disciplinarias, la cadena
perpetua, y la pena de muerte), para combatir la propia
delincuencia.
A pesar de todos estos condicionantes temporales y
contextuales del fenómeno delictivo, ello no puede
traducirse en una constante y categórica relativización de
todo conocimiento criminológico. Como se verá a lo largo
de los siguientes capítulos, existen conceptos, teorías y
resultados de investigación que son plenamente válidos y
útiles en diferentes momentos temporales y en distintos
contextos sociales. Los fundamentos comunes y generales
de la racionalidad humana que están en la base de muchas
elecciones delictivas, las deficiencias en el apoyo social,
el control social, y las tensiones sociales, como bases
frecuentes de la delincuencia, la ubicua mayor
predisposición agresiva e infractora de los varones, la
mayor prevalencia delictiva de los jóvenes, los déficits
cognitivos y la menor inteligencia social que son
frecuentes en muchos delincuentes, su mayor nivel de
impulsividad, los mecanismos de aprendizaje (imitación,
reforzamiento, etc.) mediante los cuales muchas personas
adquieren las conductas y hábitos delictivos, la relevancia
que las oportunidades tienen para el delito, los patrones
sistemáticos de evolución de las carreras criminales, la
mayor penalización y estigmatización criminal de los
individuos y grupos sociales más desfavorecidos, la
efectividad parcial pero significativa de algunos
programas de prevención y tratamiento de la delincuencia,
etc., son, entre otros, algunos de los conocimientos
criminológicos que presentan gran universalidad a lo
largo del tiempo y entre ámbitos diversos. Aun así, en el
constante cuestionamiento y contraste de hipótesis que es
inherente al quehacer científico, es imprescindible que
todos los anteriores conocimientos sean permanentemente
sometidos a investigación y re-análisis empírico, para su
más adecuada validación y aplicación contextualizada.
5.2.3. Cuestiones prioritarias que requieren
explicación
Aunque, como ya se ha señalado, muchas teorías
criminológicas aspiran a explicar la globalidad de los
fenómenos delictivos (y también de los procesos del
control social), en el estado actual de las preocupaciones y
conocimientos criminológicos existentes, pueden
seleccionarse diversas cuestiones y problemas que
requerirán una atención científica prioritaria. Braithwaite
(1989; Robinson y Beaver, 2009) especificó trece hechos
o constataciones sobre la delincuencia, que las teorías
criminológicas deberían comprender y explicar:
1. Los varones cometen un muy superior número de
delitos que las mujeres.
2. Los jóvenes entre 15 y 25 años realizan muchos más
delitos que los individuos del resto de edades.
3. Las personas solteras (o sin vínculos de pareja)
cometen muchos más delitos (en comparación con
quienes cuentan con nexos afectivos).
4. En las grandes ciudades se producen muchos más
delitos (que en las ciudades pequeñas o el mundo
rural).
5. Las personas que han experimentado movilidad social
(emigración), o que viven en áreas de gran movilidad
social (barrios con poblaciones cambiantes) suelen
tener una mayor implicación delictiva.
6. Los jóvenes con buen apego escolar tienen menor
probabilidad de participar en la delincuencia.
7. Los jóvenes con altas aspiraciones académicas o
laborales tienen asimismo menos probabilidad de
cometer delitos.
8. Los jóvenes con bajo rendimiento escolar tienen
mayor riesgo de delinquir.
9. Los jóvenes con fuerte apego a sus padres tienen
menor riesgo de implicarse en actividades infractoras.
10. Los jóvenes que tienen amistad con delincuentes
presentan también mayor probabilidad de cometer
delitos.
11. Las personas que creen con firmeza en la necesidad
de obedecer las leyes tienen menos probabilidad de
quebrantarlas.
12. Tanto para varones como para mujeres, el hecho de
estar ubicados en el extremo inferior de la estructura
social (ya se mida como estatus económico personal,
estatus económico del barrio de residencia,
desempleo, o pertenencia a minorías raciales
marginadas), incrementa las tasas de delincuencia de
todo tipo, excepto para aquellas tipologías de delitos
para los que no existen muchas oportunidades en
dichos contextos (como la delincuencia de cuello
blanco).
13. Las tasas de delincuencia aumentaron en las décadas
que siguieron a la Segunda Guerra Mundial en la
mayoría de países desarrollados y en vías de
desarrollo.
Aunque Braithwaite efectuó estas constataciones en
1989, y desde entonces hasta ahora las realidades
criminales han evolucionado y variado en muchos
sentidos (como, por ejemplo, que la delincuencia se ha
reducido en muchos países durante las últimas décadas),
gran parte de las cuestiones señaladas siguen
constituyendo todavía hechos nucleares para la
investigación y la explicación criminológica, que las
teorías científicas en este campo deberían poder explicar.
Más recientemente, Farrington (2008a) y Loeber,
Farrington y Redondo (2011) han propuesto otro conjunto
de cuestiones clave a las que las teorías del delito deben
atender: 1) ¿Cuáles son los constructos claves que una
teoría aduce para comprender la delincuencia?; 2) ¿según
la teoría, qué factores promueven la actividad criminal?;
3) ¿qué elementos inhiben la actividad criminal?; 4) ¿se
produce aprendizaje del delito?; 5) ¿prevé la teoría un
proceso de toma de decisión delictiva?; 6) ¿cuál es la
estructura de la teoría?; 7) ¿cuáles son las definiciones
operativas de sus principales constructos teóricos?; 8)
¿qué es lo que puede explicar la teoría?; 9) ¿qué es lo que
no puede explicar?; 10) ¿qué datos pueden cuestionar o
refutar la teoría? 11) ¿es posible someterla a
comprobación empírica?; y 12) pruebas cruciales: ¿En
qué grado la teoría efectúa predicciones distintas y
mejores que otras interpretaciones precedentes?

5.3. PARADIGMAS CRIMINOLÓGICOS


Aunque en Criminología existe, según se verá, una
amplia variedad de teorías, es menor el número de
paradigmas o presupuestos de partida en los que las
diversas teorías se fundamentan. Los paradigmas
criminológicos son modos de analizar e interpretar la
realidad delictiva. Cada paradigma criminológico
comporta un conjunto de asunciones y creencias sobre la
delincuencia y, más ampliamente, sobre el
funcionamiento de la sociedad en general (Felson, 2006).
Además, la adscripción de cada autor o teoría a uno u otro
paradigma criminológico encuadra su acercamiento al
fenómeno delictivo, delimitando conceptos generales,
lenguaje empleado para su descripción, objetivos de
estudio y métodos de observación y análisis. “Un
paradigma (…) es una escuela de pensamiento dentro de
una disciplina. Provee al científico de un modelo de
selección de problemas que deben analizarse, de métodos
para analizarlos, y de presupuestos teóricos para
explicarlos” (Curran y Renzetti, 1994: 5-6). Los
paradigmas son necesarios para el trabajo científico,
porque sirven de guía y de marco de referencia. Sin
embargo, a la vez, también pueden constreñir el campo de
visión y acción de los investigadores.
Existe amplio acuerdo sobre la existencia en
Criminología de tres grandes paradigmas, o modos de
pensar sobre la delincuencia, particularmente en relación
a cuál debe ser el objeto principal del análisis
criminológico y a cuál es la perspectiva más apropiada
para su estudio (Curran y Renzetti, 2008; Vold y Bernard,
1986; Vold et al., 2002). Históricamente, el primer
paradigma fue el que aquí se ha denominado del “libre
albedrío” y castigo, que, aunque cuenta con una
interpretación intuitiva y racional sobre la etiología de los
delitos (la tendencia humana al placer y la propia
utilidad), fundamentalmente se orienta a intentar mejorar
la disuasión y el control del delito mediante la punición
penal. En segundo término, el paradigma científico dirige
su atención prioritariamente al análisis y a la explicación
teórica de de la conducta delictiva. Un tercer paradigma
es el del conflicto social, que prioriza el análisis del
comportamiento y procesos de las propias leyes y de la
justicia, más que el análisis de a conducta delictiva en sí,
y de cómo las leyes y sus aplicaciones sesgadas pueden
amplificar los fenómenos criminales.
Dentro de cada uno de estos paradigmas existen
diversas perspectivas teóricas que difieren entre ellas en
los factores explicativos utilizados. Siguiendo el esquema
propuesto por Vold y Bernard (1986; Vold et al., 2002)
veamos estos tres paradigmas criminológicos de manera
resumida:

5.3.1. Libre albedrío y castigo


En este modo de pensar sobre la delincuencia, un
principio básico de partida es la atribución a los seres
humanos de capacidad y libertad plenas para decidir
acerca de su comportamiento, y, específicamente, para
cometer delitos o no hacerlo (a lo cual se denomina el
libre albedrío). Por otro lado, se considera que las
personas son particularmente egoístas, por lo que su
conducta tenderá a la propia utilidad y beneficio
(principio de placer), para cuya obtención pueden
utilizarse también comportamientos ilícitos y delictivos.
Desde este planteamiento, el objetivo básico del análisis
criminológico sería la indagación de los modos que
puedan resultar más efectivos para inhibir esta tendencia
utilitarista y disuadir a los ciudadanos de cometer delitos.
La dimensión aplicada fundamental del paradigma del
libro albedrío y castigo ha sido el establecimiento de
sanciones (privación de libertad, multas, etc.) para
prevenir los delitos, bajo el presupuesto de la amenaza
penal, y el castigo efectivo de aquéllos que acaban
infringiendo la ley. Este paradigma teórico domina amplia
y generosamente el terreno de la práxis de las políticas
criminales de todos los países, que en buena medida se
basan en el derecho penal y sancionador.

5.3.2. Paradigma científico


El presupuesto de partida del paradigma científico en
Criminología es el mismo de las ciencias naturales y
sociales: el determinismo científico. Según ello, existirán
factores individuales y sociales vinculados a la aparición
y mantenimiento de la conducta delictiva. El objetivo
básico de la Criminología será, así pues, la investigación
sistemática de aquellos elementos y factores que están en
la base de la delincuencia, que deberán constituir el
fundamento de la prevención delictiva. Esta perspectiva
fue el origen de la Criminología científica, desde
mediados del siglo XIX, y en el presente es la base
metodológica de la inmensa mayoría de las
investigaciones criminológicas. Es decir, sus principales
propuestas aplicadas se dirigen a profundizar, mediante la
investigación empírica, en el conocimiento de las causas y
factores determinantes de la delincuencia para, de este
modo, poderlos prevenir y controlar más eficazmente. “La
causalidad es un tipo de relación entre variables
observables, y todas las teorías científicas en criminología
efectúan argumentaciones causales de un tipo u otro (…)
El punto central de las teorías causales es tener un mejor
control sobre el mundo en el que vivimos” (Vold et al.,
2002, pp. 5, 6 y 8).
No obstante, es necesario realizar algunas precisiones
sobre los conceptos científicos de “causalidad” y
“determinismo”. Tal y como señaló Akers (1997), en la
ciencia actual, y también en la Criminología científica, los
términos “causalidad” y “determinismo” no deben ser
interpretados en un sentido formal y categórico, sino
relativo y probabilístico. Cuando en la lógica formal
tradicional se habla de causas y efectos, suele entenderse
que para que A sea causa de B, A debe constituir una
condición necesaria y suficiente de B. Esto es, cuando
dado A, B se produce en todos los casos. Sin embargo, las
ciencias naturales y sociales (entre ellas, la Criminología)
no operan desde esta perspectiva de la lógica formal. En
la ciencia, la causalidad posee un sentido relativo o
probabilístico (Vold et al., 2002), que, en el mejor de los
casos, permite efectuar predicciones del tipo: A favorece
la presencia de B. “El concepto probabilístico de
causalidad sugiere que la conducta humana ni se halla
completamente determinada por fuerzas externas ni es el
resultado exclusivo del incondicionado ejercicio de
elecciones absolutamente libres” (Akers, 1997: 10-11).

5.3.3. Conflicto social


A partir de los años sesenta (del siglo XX), surgió en
Criminología un nuevo paradigma criminológico que se
ha denominado del “conflicto social”. En él pueden
encuadrarse las teorías del labeling, la criminología
crítica, las teorías marxistas y los planteamientos
feministas. Su objeto de preocupación fundamental fue
analizar, más que las causas del delito, los mecanismos
sociales y simbólicos mediante los cuales ciertas
conductas (generalmente más probables en las clases
bajas) son definidas como delictivas, y ciertos individuos
(mayoritariamente de sectores sociales más desvalidos)
como delincuentes (Vold et al., 2002). Sus propuestas
aplicadas sugerían la necesidad de erradicar, mediante las
oportunas reformas sociales, económicas y legales, los
mecanismos sociales y legales creadores de delincuencia
y de marginación, y redefinir y disminuir de este modo
los fenómenos criminales. Las perspectivas teóricas del
conflicto tuvieron gran predicamento en Criminología a
partir de los años sesenta, según ya se ha dicho, y lo
continúan teniendo en la actualidad. Sin embargo, hasta el
presente, dadas las dificultades que se derivan de la propia
magnitud de sus propuestas de cambio social, han tenido
una influencia mucho más limitada en el terreno de la
práctica político-criminal.
Los tres paradigmas criminológicos que se acaban de
presentar constituyen los grandes fundamentos
conceptuales de la criminología histórica y también
moderna. En el pasado, los partidarios de unos u otros
entablaron firmes y agrias polémicas teóricas e
ideológicas al respecto. Sin embargo, y afortunadamente
en opinión de los autores de esta obra, en la actualidad
tales confrontaciones paradigmáticas han decaído en
buena medida, y los planteamientos conceptuales vigentes
se han tornado en general menos puristas y más
integradores. Pocos investigadores y pensadores de la
criminología contemporánea negarán el papel ineludible
que, como se señala en el paradigma del libro albedrío y
castigo, unas buenas leyes y un eficaz funcionamiento de
la justicia deberán jugar para el control de la delincuencia.
Pero, a la vez, pocos dejarán de reconocer los excesos
punitivistas que son habituales en muchos países, tal y
como evidencian las teorías del conflicto, en cuanto a un
control social y sancionador exacerbado de los individuos
y los grupos sociales más desvalidos, mientras que
quedan mucho más impunes las infracciones y delitos de
los poderosos. Y, en paralelo, pocos pensadores y
expertos en Criminología serán ajenos a la necesidad
insoslayable de emplear la metodología científica como
herramienta básica del estudio de los problemas delictivos
y del control social del delito.
A este respecto, Felson (2006) realzó la importancia que
tiene para el desarrollo y progreso de cualquier disciplina
el hecho de que el paradigma científico sea aceptado y
compartido como fundamento metodológico común, tal y
como sucede en las ciencias naturales. En ellas, los
científicos han aprendido a no cuestionar los métodos y
presupuestos de partida (que incluyen los elementos
esenciales de la ciencia: la observación, la medida, el
experimento, etc.), sino que todas sus energías y sus
debates se dirigen, no a discutir el método, sino a analizar
la veracidad de los resultados obtenidos por unos y por
otros.
En Criminología se ha avanzado mucho, a lo largo de
las últimas décadas, en esta dirección, y puede afirmarse
que en la actualidad la inmensa mayoría de expertos y
estudiosos de la Criminología, aunque se sitúen en
perspectivas teóricas diferentes, consideran
imprescindible el uso de una metodología científica
común. Como han afirmado Vold et al. (2002), “desde
una perspectiva de referencia [concreta], los criminólogos
pueden hacer algo más que simplemente discrepar unos
de otros. Todas las teorías [que explican la delincuencia y
los mecanismos de control con referencia a factores
naturales] son científicas, y efectúan afirmaciones sobre
relaciones entre fenómenos observables. En consecuencia,
los criminólogos pueden observar sistemáticamente el
mundo y ver si las relaciones formuladas por ellos
realmente existen —para lo que pueden realizar
investigaciones—. Los resultados de la investigación
indicarán que algunas teorías son consistentes con las
observaciones en el mundo real, mientras que otras son
contradictorias con ellas. En eso consiste el proceso
científico” (p. 12).

5.4. GRUPOS TEÓRICOS PRINCIPALES


A la hora de presentar las teorías criminológicas, los
manuales las agrupan de diferentes maneras. El modo más
frecuente ha sido estructurarlas en teorías biológicas,
psicológicas y sociológicas. El supuesto de partida de esa
clasificación consideraría que cada teoría tiene una
vinculación principal con factores de alguno de los
sectores mencionados. Es decir, que existen teorías que
explican la delincuencia a partir de elementos biológicos,
otras desde factores psicológicos, y las últimas partiendo
de variables sociales. En verdad, tal clasificación puede
resultar poco justificable en la actualidad, ya que las
formulaciones criminológicas más modernas
interrelacionan en general diferentes elementos de
carácter tanto biopsicológico como social.
En realidad, actualmente la mayoría de las teorías de la
delincuencia podrían ubicarse de facto en un nuevo
paradigma que podemos denominar de la interacción. En
la Criminología del presente predomina, según se
comentó, la síntesis teórica, tomando en consideración los
conocimientos adquiridos a lo largo del desarrollo de la
Criminología científica: tanto las teorías más clásicas
como las más modernas toman en consideración, por un
lado, factores explicativos inherentes a los propios
individuos y, por otro, elementos del entorno social que
reacciona frente al comportamiento delictivo. Hoy día
existe un mayoritario acuerdo en que la conducta delictiva
no puede ser adecuadamente comprendida si no se atiende
a elementos diferentes, tanto de los sujetos como de su
contexto social. Los planteamientos teóricos más
modernos, aunque pongan énfasis en algún factor
explicativo particular, reconocen que, si bien puede haber
individuos más agresivos y vulnerables para inmiscuirse
en actividades delictivas, existen a la vez múltiples
problemas sociales que pueden acrecentar el delito, y
además, que las sociedades pueden tratar de forma
sesgada y discriminatoria a ciertos individuos y grupos,
favoreciendo su marginación y posibles conductas
infractoras.
Así pues, dada la combinación de factores y paradigmas
que pueden confluir en las teorías criminológicas, en esta
obra hemos categorizado las principales explicaciones en
una serie de grupos o bloques teóricos, que se presentarán
sucesivamente en los capítulos 6 a 11. Las teorías
compendiadas en cada grupo teórico se vinculan entre sí a
partir de dos posibles elementos de conexión: o bien
proceden de una línea conceptual común, de la que
constituyen reelaboraciones o desarrollos, o bien
comparten, en mayor o menor grado, presupuestos y
propuestas semejantes. Estas agrupaciones responden al
esquema teórico que se recoge en el cuadro 5.1, que
explicaremos ahora brevemente y que define la estructura
de los capítulos de esta segunda parte.
Aunqe el grupo teórico que aglutina las teorías de la
elección racional y de la oportunidad aparece el primero
en la figura que sigue, debido a la prioridad cronológica
de la Escuela Clásica (elección racional), el capítulo que
lo describe no se presentará al principio de esta parte
teórica sino posteriormente, en correspondencia con la
aparición más moderna e influyente de las teoría de la
oportunidad.
CUADRO 5.1. Principales paradigmas y grupos teóricos en Criminología:
factores explicativos y objetos de análisis
5.4.1. Tensión y control social
El grupo teórico denominado tensión y control social
realza el papel que las influencias sociales negativas
(mediante la presión ejercida sobre los individuos, o bien
a partir de la ruptura de sus vinculaciones sociales)
pueden tener en el origen de la conducta delictiva
(capítulo 6). El elemento principal, que conecta estas
propuestas entre sí, es que la delincuencia es el resultado
de problemas en la estructura y el funcionamiento social,
y especialmente de los desequilibrios existentes entre las
metas sociales y los medios legítimos disponibles para su
obtención. Esto es, entre los objetivos sociales que se
proponen a los ciudadanos (poseer más dinero y más
estatus social; ser más, en definitiva) y las posibilidades y
recursos limitados de que disponen los individuos más
frágiles de la sociedad (los que cuentan con menores
potenciales educativos o económicos, o con menores
capacidades y habilidades) para el logro de tales
objetivos. Se considera que esa discrepancia, entre
aspiraciones y posibilidades reales, generaría grave
tensión en los individuos, que puede acabar propiciando
la aparición de subculturas ajenas a los valores oficiales
dominantes, y de reacciones de malestar social y de ira.
Como resultado de estas respuestas personales, y también
de la ausencia de los necesarios controles sociales para su
contención, algunos individuos podrían responder de
manera violenta y delictiva.

5.4.2. Criminología biosocial


Se ha definido un segundo sector de investigación y
explicaciones criminológicas bajo la denominación, cada
vez más frecuente, de Criminología biosocial (capítulo 7).
Esta línea sería la heredera más directa de la criminología
positivista, iniciada por Lombroso a finales del siglo XIX.
Uno de sus objetivos prioritarios de análisis fue durante
décadas intentar dilucidar la influencia relativa, sobre la
delincuencia, de la herencia y el ambiente. Para ello se
realizaron múltiples estudios con hermanos gemelos y con
niños adoptados, tomando en cuenta las similitudes y
diferencias genéticas y los parecidos y diferencias
ambientales. Desde hace décadas y hasta la actualidad,
esta perspectiva concibe la agresión, que acaba estando en
la base de muchos comportamientos infractores, como
una tendencia adaptativa de los seres humanos (y de otras
muchas especies animales) a su entorno físico y social.
Estas tendencias agresivas serían el resultado, de igual
manera que el resto de características morfológicas o de
comportamiento, de la selección natural operada a lo largo
de la evolución de las especies. Según ello, la agresión
cumpliría generalmente un papel adaptativo, mejorando
las posibilidades de supervivencia frente a las dificultades
ambientales (Boyd y Silk, 2001; Wilson, 1997; Workman
y Reader, 2008). Sin embargo, en algunas ocasiones, los
individuos podrían excederse en sus manifestaciones
agresivas, ya sea por razones biológicas o ambientales, y
podrían acabar dañando gravemente a otros y cometiendo
delitos. Desde estas perspectivas, los objetivos científicos
principales serían explorar y describir las raíces evolutivas
y biológicas de la agresión, y las condiciones individuales
y sociales en que las respuestas de defensa y agresión
pueden tornarse dañinas para otros seres humanos, dando
lugar a distintas formas de conducta delictiva.

5.4.3. Diferencias individuales y aprendizaje


Vinculado al anterior, el sector teórico que hemos
denominado diferencias individuales y aprendizaje
(capítulo 8) tiene una naturaleza más psicológica, y hace
referencia a aquellas características personales y
experienciales de los sujetos que pueden conferir a los
individuos mayor o menor vulnerabilidad y riesgo para el
inicio en el delito. El ámbito de las diferencias
individuales pone énfasis en factores como la edad, el
sexo, la inteligencia y la personalidad. Se sabe bien que
todos estos elementos pueden jugar un papel decisivo en
el riesgo de conducta delictiva. La variable edad aparece
claramente relacionada con el desarrollo y la evolución de
las carreras criminales de muchos delincuentes. Po otro
lado, es bien conocido que los varones delinquen más que
las mujeres, y a este respecto la investigación
psicobiológica actual ha puesto de relieve la existencia de
diferencias neurológicas y hormonales, asociadas al sexo,
que se relacionan con las propensiones agresivas e
infractoras. Otro factor relevante, en términos de
diferencias individuales, es que muchos delincuentes
muestran diversos déficits en su inteligencia,
particularmente en su inteligencia social o interpersonal.
Por último, algunas teorías psicológicas han planteado
también la existencia de ciertos rasgos de personalidad
que, como la impulsividad, se vinculan de una manera
significativa al comportamiento delictivo. Aunque
muchos de los anteriores factores individuales y
psicológicos tienen un fundamento claramente biológico,
ello no significa que estas características personales no
sean también influenciadas y moduladas, en su relación
con la conducta delictiva, por elementos ambientales y
sociales.
Este influjo acontecería especialmente a partir de los
procesos de aprendizaje del comportamiento antisocial,
mediante la imitación de modelos y otros mecanismos
psicológicos como el condicionamiento clásico y el
aprendizaje operante, o sobre la base de las recompensas
que siguen al comportamiento. La fundamentación teórica
principal de este bloque la constituye la teoría del
aprendizaje, en su primera versión como teoría de la
asociación diferencial, según la propuesta pionera de
Sutherland, y en su vigente planteamiento como teoría del
aprendizaje social, a partir de Burgess y Akers. La tesis
principal es que la conducta delictiva, al igual que muchos
otros comportamientos, se aprende en interacción
comunicativa con otras personas.

5.4.4. Etiquetado y conflicto social


Como ya se ha mencionado, a final de los años sesenta
se produjo un cambio de paradigma en Criminología.
Aparecieron las teorías del etiquetado y el conflicto social
(capítulo 9). Este nuevo paradigma del conflicto sostenía
que las leyes no eran, sin más, el resultado del consenso
social entre el conjunto de los ciudadanos, algo que estaba
implícito en la escuela clásica y en las perspectivas
positivistas y sociológicas anteriores. Además, se
consideraba que los factores individuales o sociales,
aducidos en los precedentes grupos teóricos, no eran los
más relevantes a la hora de comprender la delincuencia.
Se vino a interpretar que el proceso fundamental para
entender adecuadamente los procesos criminogénicos era
el relativo a la definición, creación y aplicación de las
propias normas sociales y legales, que suelen catalogar
como comportamientos infractores muchas conductas que
son características de los individuos y grupos más
desvalidos de la sociedad. De esta manera, las leyes y la
reacción social frente al comportamiento de algunos
sujetos y sectores sociales vulnerables, serían quienes, en
realidad, definirían y crearían la delincuencia. Así pues, el
foco de atención preferente de las perspectivas
criminológicas del conflicto se orientó hacia los procesos
de creación de las leyes y las reacciones sociales que
siguen a los comportamientos infractores.

5.4.5. Elección racional y oportunidad delictiva


Se han situado bajo un epígrafe común, debido a los
numerosos elementos que comparten, las teorías clásicas
y modernas de la elección racional, y, también, las nuevas
teorías de la oportunidad delictiva (capítulo 5). Elección
racional engloba aquí algunas perspectivas más antiguas,
como las de la escuela clásica, a partir de Beccaria y
Bentham, y también a otras formulaciones teóricas más
modernas, como la propia teoría del delito como elección
racional, que da nombre al grupo. Los presupuestos de
partida de todas estas concepciones son la racionalidad
humana y la “tendencia al placer” como base de la
delincuencia. Según ello, los individuos valorarían, para
delinquir o no hacerlo, las circunstancias de coste y
beneficio que les comporta su conducta. Su explicación
de la delincuencia sería, por tanto, la existencia de una
decisión racional de comisión de un delito, debido a la
utilidad que se espera obtener de él. Consiguientemente,
la sociedad debe disponer normas y sanciones penales que
contrarresten esta inclinación al logro del propio beneficio
mediante los delitos. Implícitamente, la afirmación de que
existe una tendencia humana hacia la propia utilidad, o
principio de placer, presupone, por un lado, una cierta
naturaleza biológica en esa dirección, y, por otro, la
existencia de un ambiente físico y social que ofrece
oportunidades favorables para el delito.
En este último punto, las perspectivas racionales se
conectan de lleno con la más moderna criminología
ambiental o de oportunidad delictiva, en la que se
encuadran diversas teorías estrechamente
interrelacionadas, como la de las actividades cotidianas,
el patrón delictivo y las ventanas rotas. Todas estas
explicaciones de la delincuencia presuponen también que
los individuos toman decisiones respecto a posibles
delitos (como proponen las teorías de la elección
racional), pero ponen el énfasis en que un aspecto crítico
de tales decisiones es la existencia de oportunidades
favorables para los delitos, sin las cuales probablemente
no podrían producirse.

5.4.6. Desarrollo de las carreras delictivas


El último bloque teórico de esta segunda parte
corresponde a la investigación y teorías sobre carreras
criminales (capítulo 11). Este es un sector criminológico
en auge, cuyas unidades fundamentales de análisis son el
propio concepto de carrera delictiva, o secuencia de
delitos cometidos por un individuo a lo largo del tiempo,
y las variaciones que pueden acontecer en las carreras
delictivas (inicio, incremento, reducción, desistimiento)
bajo la influencia de distintos factores de riesgo y de
protección. Un aspecto destacado de estos planteamientos
es la denominada curva de edad del delito, o constatación
universal acerca de cómo las carreras delictivas están
condicionadas, en primer término, por la propia evolución
de la edad del individuo. Por lo común, el inicio de la
conducta antisocial se produce en la adolescencia, la
actividad delictiva se consolida y alcanza su mayor cota al
inicio de la edad adulta, y frecuentemente decae entre las
edades de 20 a 30 años. Aunque existen múltiples teorías
del desarrollo, aquí se han seleccionado dos ejemplos
destacados, que son la taxonomía o clasificación entre
infractores adolescentes y delincuentes persistentes, de
Moffit, y la teoría integradora del potencial antisocial
cognitivo, de Farrington. Esta última incorpora el análisis
de diversos factores y procesos de riesgo, teniendo como
concepto nuclear el de potencial antisocial. Por último, en
este capítulo teórico final, se ha resumido también, en una
formulación actualizada, el modelo del triple riesgo
delictivo, de Santiago Redondo, debido a que constituye
una estructura meta-teórica más general, en la que pueden
ubicarse y conectarse entre sí las principales teorías
criminológicas que se presentarán a lo largo de esta
segunda parte.

5.5. ESTRUCTURA DE LOS CAPÍTULOS


TEÓRICOS
Las teorías criminológicas suelen constituir una de las
parcelas más áridas del estudio de la Criminología. A ello
contribuye el hecho de que, con frecuencia, las teorías son
presentadas en los tratados y manuales como una sucesión
histórica de autores y propuestas dispares, poco
vinculadas entre sí, alejadas de la realidad delictiva
presente, y distantes de los resultados y conclusiones de
las investigaciones criminológicas. Este libro pretende
ser, a pesar de su amplitud y complejidad, una obra
didáctica y amable para estudiantes y profesores. Para
ello, en cada uno de los capítulos de esta segunda parte
sobre teorías criminológicas, se presentarán de manera
sintética e integrada, y referida a la realidad criminológica
actual, los principales conceptos y resultados de
investigación correspondientes a cada conjunto teórico, y,
de manera precisa, sus teorías más destacadas. Con esta
finalidad, cada capítulo sobre teorías incorporará, en
mayor o menor grado, los siguientes contenidos: 1) una
breve referencia a sus antecedentes históricos y
conceptuales, en conexión con lo visto en el capítulo 2
sobre historia de la criminología; 2) una síntesis de los
conceptos fundamentales de cada bloque teórico; 3)
algunas teorías características del grupo teórico
correspondiente; y 4) un análisis de su validez empírica,
esto es del grado en que las teorías han sido confirmadas
o refutadas a partir de la investigación.
De este modo, se pretende ofrecer al lector una visión
panorámica del conjunto de cada bloque conceptual o
teórico vigente en Criminología, y una presentación más
concreta de algunas de sus las teorías más importantes y
representativas. Con esta finalidad, se ha renunciado a
exponer aquí con extensión y detalle los antecedentes más
remotos de cada sector teórico (lo que en parte ya se hizo
en el capítulo 2), y a efectuar una presentación exhaustiva
de todas y cada una de las teorías criminológicas de cada
bloque conceptual. Contrariamente a ello, en cada caso, se
han seleccionado algunas teorías significativas, que en
general se han presentado con cierta amplitud y precisión,
de forma que el lector pueda obtener una imagen perfilada
de los presupuestos e implicaciones de cada teoría para la
comprensión de las realidades criminales.
Aunque la amplitud de elementos explicativos que
utilizan unas y otras teorías es muy variable, en general
las teorías criminológicas planteadas décadas atrás
pusieron énfasis en algún factor o factores específicos (p.
e., fallos en el control formal, desorganización social,
anomia, ruptura de vínculos sociales, aprendizaje,
predisposiciones agresivas, etiquetado, presencia de
oportunidades, etc.), a los que se atribuyó el peso
principal de la explicación delictiva. Según ya hemos
señalado, la dificultad más importante de algunas de estas
teorías esencialmente monofactoriales radica en que, del
mismo modo que restringen el espectro de factores
explicativos utilizados, su capacidad esclarecedora del
fenómeno delictivo suele ser también más limitada. Por
ejemplo, la teoría general de la tensión de Agnew vería
acotadas sus posibilidades explicativas, por definición, a
aquellos delitos que son precedidos de emociones de ira o
frustración, ya que la ira es su concepto explicativo
nuclear. Por su parte, la teoría del aprendizaje social
detallaría ampliamente el proceso mediante el cual los
individuos aprenden a delinquir, pero no explicaría el
papel que jugarían los sistemas sociales en estos
aprendizajes. Un tercer ejemplo de estas limitaciones
explicativas puede ilustrarlo también la teoría del labeling
o etiquetado, que dirige su atención hacia aquellos
procesos de etiquetamiento y de estigmatización de los
individuos que favorecen la desviación secundaria, pero
ignora los mecanismos que conducen a la desviación
primaria (es decir, a las primeras conductas delictivas,
anteriores a la intervención de los mecanismos de
control).
Recientemente, en Criminología se han desarrollado
algunas teorías más comprensivas e integradoras, con la
finalidad de explicar de un modo más amplio la
delincuencia y sus interacciones con los mecanismos de
control social. Para ello, los investigadores han
compendiado en un único modelo teórico conceptos y
presupuestos de distintas naturalezas (individuales,
sociales, ambientales…), a menudo a partir de conceptos
procedentes de teorías anteriores.
Según Siegel (2010) se habrían desarrollado tres grupos
principales de teorías integradoras. El primero, que
denominó teorías multifactoriales, incluiría diversas
perspectivas que consideran la influencia sobre la
conducta delictiva de diferentes factores sociales,
personales o económicos, procedentes de las teorías de la
desorganización y la tensión social, del control, del
aprendizaje, del conflicto, de la elección racional y de los
rasgos. Un segundo grupo lo constituirían las teorías de
los “rasgos latentes” (Rowe, Osgood y Nicewander,
1990), cuya hipótesis básica sería que algunas personas
poseen una serie de características individuales (como una
menor inteligencia o una personalidad impulsiva), que les
confieren un mayor riesgo de comportamiento delictivo.
Dada la estabilidad que se atribuye a estos rasgos latentes,
se considera que las fluctuaciones delictivas de los sujetos
a lo largo del tiempo son sobre todo debidas a los cambios
que se producen en las oportunidades para el delito. Es
decir, aunque ciertas características o predisposiciones
individuales no varíen, un joven se hallaría en principio
más expuesto que un adulto, por razón del estilo de vida
juvenil, a ciertas oportunidades delictivas. De ahí que los
jóvenes delincan más que los adultos. Las explicaciones
de los rasgos latentes integrarían conceptos de las teorías
de las predisposiciones agresivas, de las diferencias
individuales (personalidad e inteligencia o cognición), y
de la elección racional y de la oportunidad. Un tercer
grupo de perspectivas integradoras lo formarían las
teorías de las etapas vitales (“life-course theories”). Éstas
consideran que sobre la variabilidad observada en la
conducta delictiva influirían diversos tipos de factores
estructurales, como, por ejemplo, el nivel económico o el
estatus social, los procesos de socialización, el apoyo
social recibido, algunos factores biológicos y
psicológicos, las oportunidades para el delito, y la
evolución constante a lo largo del tiempo de los estilos de
vida de los individuos.
Como ya se comentó, en la presentación de las teorías
criminológicas que se efectuará, a continuación se ha
prescindido de incluir un capítulo específico sobre teorías
integradoras, debido a que en la actualidad muchas
teorías, particularmente las más modernas y renovadas,
tienden a ser de una manera u otra teorías integradoras, lo
que haría a esta denominación en exceso amplia y poco
precisa. Frente a ello, todas las teorías aquí descritas, más
monofactoriales o más multifactoriales e integradoras, se
incluirán correlativamente dentro de cada grupo o tronco
conceptual al que se vinculan de manera preferente
(control social, diferencias individuales, teorías de
conflicto, oportunidades, etc.). Se considera que de este
modo el lector podrá hacerse una idea más completa y,
valga la redundancia, integrada, de las diversas líneas
teóricas existentes en Criminología, representadas, en
cada caso, tanto por teorías monofactoriales,
generalmente más antiguas, como por los modelos
integradores y multifactoriales más recientes.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Los principales aspectos que requiere una teoría criminológica para ser tal, son los
siguientes: 1) debe definir la relación entre uno o más factores explicativos y un
factor explicado; 2) tanto los factores explicativos como los explicados deben
poder ser operacionalizables y observables; 3) las relaciones establecidas deben
poderse confirmar a partir de la propia realidad delictiva; y 4) de una teoría deben
poderse derivar propuestas de aplicación para mejorar la prevención y el control
del delito.

2. Para que las teorías criminológicas sean comparables y competitivas entre sí deben
hacer referencia al mismo objeto de estudio. Los dos principales objetos de
análisis, a los que se refieren la mayoría de las teorías criminológicas, son la
conducta delictiva y los mecanismos de control social.
3. Los paradigmas criminológicos suelen comportar un conjunto de asunciones y
presupuestos sobre el funcionamiento de la sociedad en general, y de la
delincuencia en particular. Los principales paradigmas criminológicos son el del
«libre albedrío y castigo», el «científico» y el del «conflicto social». En la
criminología actual existe una mayoritaria aceptación y combinación de
presupuestos conceptuales de estos tres paradigmas, considerando sus respectivos
planteamientos como necesarios y compatibles entre sí.
4. Las teorías de la tensión y el control social apuntan en dirección a los esfuerzos que
las sociedades deberían hacer para mejorar la integración social de sus miembros,
y para erradicar todas aquellas tensiones individuales y sociales susceptibles de
generar reacciones de agresión y violencia.
5. La Criminología biosocial nos recuerda que, pese a nuestro gran desarrollo social y
cultural, los seres humanos tenemos una naturaleza biológica imbuida de
características y condicionantes, que como nuestra capacidad de agresión, han sido
conformados a lo largo del proceso de la evolución y se hallan presentes en cada
uno de nosotros. Estas características naturales no deberían ser ignoradas, como
tan a menudo se hace, sino debidamente tomadas en consideración, para
modularlas y orientarlas más eficazmente en una dirección prosocial.
6. Los conocimientos psicológicos sobre diferencias individuales y aprendizaje
pueden resultar especialmente útiles para la socialización de niños y jóvenes, la
prevención del delito, y el diseño de programas de tratamiento con delincuentes.
7. De las perspectivas criminológicas del etiquetado y del conflicto hemos aprendido
que los delitos no siempre constituyen un mero a priori, y que los controles
sociales son una pura consecuencia, sino que lo contrario también es posible: que
la delincuencia puede precipitarse o exacerbarse bajo una acción desmedida e
imprudente de los mecanismos de control y de la justicia. Esto debería ser tomado
mucho más en cuenta de lo que suele hacerse, antes de poner en marcha
endurecimientos penales impulsivos y poco racionales, que más bien pueden
estimular que no reducir el delito.
8. Las teorías de la elección racional y de la oportunidad llaman la atención sobre el
hecho de que, pese a todos los condicionantes individuales y sociales con los que
pueden contar los sujetos, finalmente son los individuos quienes toman sus propias
decisiones y opciones de comportamiento. Aunque a la vez se reconoce que en
tales decisiones juegan un papel muy importante las opciones de conducta
disponibles, y particularmente, por lo que se refiere a los delitos, las oportunidades
criminales.
9. La Criminología del desarrollo nos ha enseñado que la actividad delictiva no surge
generalmente de forma repentina e imprevista, sino que suele comportar todo un
proceso creciente de inicio, incremento y persistencia delictiva a lo largo de un
tiempo. En este proceso va a resultar crítica la presencia de factores de riesgo y de
protección a que se halle expuesto un individuo, lo que tiene importantes
implicaciones preventivas. Otro resultado muy relevante, en el que se abundará en
un capítulo posterior, es el conocimiento sólido acerca de que la inmensa mayoría
de quienes han cometido delitos suelen abandonar pronto, y de forma natural, la
actividad delictiva. La implicación de ello para la política criminal es que los
sistemas de control deberían ser mucho más racionales y moderados, evitando en
todo lo posible medidas punitivas prolongadas y estigmatizantes (especialmente a
través del internamiento), ya que tales medidas podrían acabar teniendo efectos
contraproducentes, contribuyendo, no a la erradicación de la actividad criminal,
sino a su prolongación.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué es una ley científica? ¿Qué es una teoría?
2. ¿Cuáles son los principales criterios que suelen considerarse para valorar la
idoneidad de una teoría científica?

3. ¿Qué significa que las teorías deben responder a los criterios de consistencia lógica
y de verificabilidad empírica? ¿Cómo podría definirse la parsimonia científica?
Buscar ejemplos de teorías del delito más o menos parsimoniosas.
4. ¿En qué sentido debe interpretarse la afirmación de que la teorías criminológica
constituyan productos intelectuales del tiempo en que fueron formuladas?
5. ¿Qué características tenían las explicaciones del delito en la antigüedad?
6. ¿Por qué razones resulta complicada la comparación entre las teorías
criminológicas?
7. ¿Existen distintos objetos de estudio criminológico? ¿En qué sentido puede ello
afectar a la comparación entre teorías diversas?
8. ¿Qué es el determinismo científico? ¿Significa que la conducta delictiva está
determinada de antemano? Razonar la respuesta y poner ejemplos.
9. ¿Qué son teorías criminológicas implícitas, de mínimo desarrollo y explícitas?
Buscar ejemplos que permitan ilustrar estas categorías teóricas.
10. ¿Qué constataciones y hechos requieren ser atendidos y explicados por las teorías
criminológicas?
11. ¿Cuáles son los principales paradigmas y grupos teóricos existentes en
Criminología? ¿Cómo se relacionan unos y otros?
12. Leer en clase el capítulo XV del libro In-tolerancia cero, titulado “Diálogo sobre
una nueva ciencia: criminología”, y debatir en grupos acerca de los argumentos
favorables y desfavorables que los personajes del Diálogo dan en relación con
diversos paradigmas y teorías criminológicas.
6. TENSIÓN Y CONTROL
SOCIAL
6.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES 267
6.1.1. Derivados teóricos de la escuela de Chicago 268
6.1.2. Validez empírica de la relación entre desorganización social y
delincuencia 269
6.2. TEORÍAS DE LA TENSIÓN 270
6.2.1. Anomia y tensión 270
6.2.2. Anomia institucional 274
6.2.3. Subculturas 275
A) Privación de estatus y subcultura delictiva 276
B) Oportunidad diferencial 277
6.2.4. Teoría general de la tensión 280
A) Relaciones sociales negativas y motivación para la
delincuencia 280
B) Fuentes de tensión principales 281
C) Conexión entre tensión y delincuencia 284
D) Prevención de la delincuencia 286
E) Validez empírica 289
6.3. TEORÍAS DEL CONTROL SOCIAL INFORMAL 291
6.3.1. Primeras formulaciones teóricas 292
A) Teoría de la contención de Reckless 292
B) Teoría de la neutralización y la deriva de Sykes y Matza 294
6.3.2. Teoría del control social o de los vínculos sociales 297
A) Mecanismos de vinculación social 298
B) Contextos de la vinculación social 299
C) El apego a los padres 300
D) Validez empírica 301
6.3.3. Teoría del autocontrol 306
A) Encaje entre conducta delictiva y bajo autocontrol 307
B) Manifestaciones del autocontrol 308
C) Causas del bajo autocontrol 309
D) Validez empírica 310
6.3.4. El control social informal según edades 314
6.3.5. Teoría de la Acción Situacional del Delito 315
A) El delito como ruptura de prescripciones morales 315
B) Acción situacional 316
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 319
CUESTIONES DE ESTUDIO 320

6.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS


FUNDAMENTALES
Bajo la denominación tensión y control social, en este
capítulo se recogen diversas teorías a las que vinculan los
elementos comunes siguientes (Siegel, 2010):
1. Realzan la importancia de los factores sociales en la
explicación de la delincuencia. Más concretamente,
consideran que la desorganización social y la falta de
integración comunitaria son elementos cruciales en la
aparición de la conducta delictiva. Estas disfunciones
sociales facilitan o promueven que diferentes individuos y
grupos —de índole racial, lingüística, cultural, pandillas
juveniles, etc.— muestren objetivos, normas y
posibilidades sociales distintos, y a veces confrontados.
2. De manera específica, estas teorías enfatizan la
influencia en la conducta delictiva de las interacciones
sociales negativas o problemáticas. Las relaciones
interpersonales conflictivas explicarían la delincuencia en
cuanto que generan en los individuos tensión y estrés que
podrían llevarles a ciertas reacciones agresivas o
delictivas, o bien debido a que quiebran los nexos o
vínculos interpersonales, disminuyendo de ese modo el
control social informal (que ejercen la familia, la escuela
o los amigos).
3. La principal propuesta aplicada de estas perspectivas
es desarrollar programas juveniles, familiares o sociales
de amplio espectro que reduzcan la marginación social,
aumenten la integración, disminuyan la tensión social y,
también, mejoren el control social informal. Todas estas
estrategias pueden contribuir a que los ciudadanos
acepten las normas y los valores colectivos, y se acaben
implicando en las actividades convencionales de la
comunidad (como la educación o el trabajo). De esta
manera, se favorecería una mayor integración social de
los ciudadanos y se reduciría el fenómeno delictivo.

6.1.1. Derivados teóricos de la escuela de


Chicago
Según ya se vio en el capítulo sobre historia de la
Criminología, los sociólogos de la escuela de Chicago
habían atribuido los altos índices de delincuencia
existentes a principios del siglo XX, en Chicago y otras
ciudades norteamericanas, a procesos de “patología
social”. De esta idea originaria acabaron derivándose dos
explicaciones criminológicas diferentes, que dieron lugar
al nacimiento de sendos grupos teóricos. La primera
explicación se relacionaba con la idea de tensión o estrés
(es decir, generadora de ansiedad). Los individuos
experimentarían tensión como resultado de sus vivencias
negativas en una sociedad conflictiva y carente de
integración social (“anómica”). En ella se priorizan una
serie de metas, como lograr más riqueza y un superior
estatus social, pero no siempre están disponibles los
medios legítimos para alcanzarlas. En consecuencia, son
muchas las personas que no pueden cumplir las
expectativas sociales y acaban sintiéndose incómodas
dentro de la sociedad. Una de las respuestas posibles para
afrontar la tensión experimentada es el uso de medios
ilícitos, o delictivos, para el logro de las metas sociales
que no pueden conseguirse de otro modo. Sobre la base
de esta segunda interpretación nacieron las perspectivas
teóricas denominadas de la tensión.
La segunda de estas interpretaciones fue que la falta de
integración comunitaria originaría un decaimiento de los
vínculos sociales. Las comunidades rurales pequeñas, que
favorecían un control eficaz de sus miembros, han sido en
buena medida remplazadas por grandes urbes en las que
casi han desaparecido los vínculos informales. La
disminución o ruptura de los lazos afectivos en la familia,
la escuela, el vecindario o el barrio ha producido una
situación de desarraigo social, de forma que algunos
individuos carecen ahora de inhibiciones que les impidan
delinquir. Esta segunda interpretación dio lugar en
Criminología a las teorías del control, o de modo más
preciso, del control social informal.

6.1.2. Validez empírica de la relación entre


desorganización social y delincuencia
Los criminólogos de Chicago llegaron a la conclusión
de que, puesto que el origen de la delincuencia se hallaba
en la patología social resultante de la falta de orden, para
prevenir los delitos debían emprenderse programas que
facilitasen la integración social y que resolviesen los
problemas asociados a la pobreza y a la falta de empleo de
las comunidades menos favorecidas, mejorando las
condiciones de vida de las familias, eliminando las bolsas
de marginación, extendiendo la escolarización, mejorando
las ofertas laborales, recreativas, etc. (Siegel, 2010).
Sobre la base de esta perspectiva se desarrolló el Proyecto
Área de Chicago, y, posteriormente, un proyecto similar
en Boston, a lo largo de veinticinco años (entre 1932 y
1957, año en que murió Shaw, teórico de la Escuela de
Chicago, promotor de este programa preventivo).
Sin embargo, cuando estos programas se llevaron a cabo
a gran escala en Chicago y en otras ciudades
norteamericanas, se comprobó que la delincuencia no
decreció de modo uniforme y paralelo a su aplicación.
Resolver el desempleo, paliar las deficiencias sanitarias y
aminorar la pobreza son sin duda objetivos deseables en
cualquier sociedad, pero el progreso y mayor bienestar en
estos campos no necesariamente va asociado a una
disminución contingente de la delincuencia. En Estados
Unidos, por ejemplo, el fuerte incremento del nivel de
ingresos medios por habitante, que tuvo lugar durante los
años sesenta, fue también acompañado de un crecimiento
espectacular de las tasas de criminalidad (Cohen y Felson,
1979). (Algo parecido sucedió en España a principios de
los ochenta: las mejoras económicas y sociales de esos
años no se tradujeron en una reducción de la delincuencia,
sino en un aumento de ésta.) Por tanto, las tesis derivadas
de la Escuela de Chicago, según las cuales la aplicación
de medidas sociales era el principal remedio contra la
delincuencia, no se vieron confirmadas. Pese a todo, las
propuestas teóricas de la Escuela de Chicago fueron y
siguen siendo una auténtica “mina de oro que continúa
enriqueciendo la criminología en la actualidad” (Vold,
Bernard y Snipes, 2002, p. 133). Prueba de ello es el
desarrollo de las variadas teorías e investigaciones
criminológicas a que los planteamientos de la Escuela de
Chicago han dado lugar durante todo el siglo XX y hasta
nuestros días.

6.2. TEORÍAS DE LA TENSIÓN


6.2.1. Anomia y tensión
Desde un punto de vista etimológico, Durkheim acuñó
el neologismo “anomia” a partir de combinar el prefijo
griego de negación “a-” y el término “nomos” (norma).
Con esta nueva palabra caracterizó a aquellas situaciones
en que se produce una “ausencia de norma” o “des-
regulación”, que serían, según la perspectiva del propio
Durkheim y de los primeros teóricos de la Escuela de
Chicago, el origen principal de la desviación social y el
delito (Siegel, 2010; Smelser y Warner, 1991). Sin
embargo, pronto se cuestionó que las conductas desviadas
y los delitos se debiesen meramente a la falta de orden, y,
por el contrario, en seguida se vino a considerar que más
bien se trataría de comportamientos normales de
individuos pertenecientes a ciertos sectores de la
comunidad, como reacción ante los problemas sociales
que experimentaban. Además, se propugnó que la
delincuencia también tendría una función social positiva,
sirviendo, paradójicamente, para mantener el orden y la
cohesión social. Los comportamientos delictivos, y los
delincuentes, cohesionarían a la comunidad al permitir a
ésta delimitar mejor sus fronteras, relativas a la conducta
adecuada y a la que no, permitiendo identificar más
fácilmente a los que están fuera de ellas. Así, violadores,
ladrones, traficantes de drogas, etc., servirían a la
colectividad, como referentes antinormativos que, por
contraste, afianzarían a los ciudadanos corrientes en la
necesidad de respectar las normas.
El siguiente paso fue conectar las experiencias de
anomia con la tensión individual y social. El sociólogo
norteamericano Robert Merton (1910-2003) plasmó la
hipótesis de relación entre anomia y tensión en un
artículo, de 1938, titulado Social Structure and Anomie
(Merton, 1980; Young, 2010). En un sentido general,
tanto para Durkheim (que fue el creador del concepto de
anomia, en su obra El suicidio, de 1897) como para
Merton “la anomia surge de la discrepancia que existe
entre las necesidades del hombre y los medios que ofrece
una sociedad concreta para satisfacerlas” (Giner, 1993:
233; Siegel, 2010). Pero Merton especificó en mayor
grado el concepto de anomia, definiéndolo como aquel
proceso, propio de las sociedades modernas, que
resultaría del cambio rápido de los valores sociales, sin
que dé tiempo a remplazarlos por otros valores
alternativos. Como resultado de ello, los individuos se
quedarían sin valores y normas que les sirvan como
referentes de su conducta (Young, 2010; Walsh, 2012).
Robert Merton (1910-2003) ha sido uno de los sociólogos más relevantes e
influyentes de todo el siglo XX. Autor de múltiples obras destacadas, entre
las que sobresale El análisis estructural en la Sociología (1975). Es autor de
la teoría de las funciones manifiestas y latentes. Su aportación más
importante para el análisis criminológico fue su reelaboración del concepto
de anomia, que consideró resultado de un conflicto fines-medios. Es autor, en
paralelo a Parsons, de la teoría estructural-funcionalista, que prioriza un
análisis micro-sociológico de la sociedad, a partir de sus partes integrantes.
Asimismo, efectuó aportaciones importantes a la sociología de la ciencia.

¿Cuáles son los valores prevalentes en las sociedades


modernas, que podrían estar en el origen de la anomia? La
sociedad norteamericana, y otras sociedades industriales
actuales, propiciarían en muchos individuos un conflicto
medios-fines, en dos sentidos relacionados (Merton,
1980). El primero, por la contradicción existente entre el
fuerte énfasis cultural puesto en la competitividad y el
logro del éxito, y el mucho más modesto conferido a la
necesidad de utilizar para ello medios legítimos (es decir,
se presupone que los ciudadanos tenderán al éxito
empleando medios legítimos; sin embargo, los valores y
las actitudes sociales realzan los fines a los que se debería
aspirar y tender —dinero, propiedades, estatus social, etc.
— y no tanto los medios por los que tales fines deberían
lograrse). En segundo lugar, existiría también una
incongruencia fines-medios relacionada con las
diferencias entre clases sociales. “El sueño americano
promueve el ideal de que todo el mundo dispone de
iguales oportunidades para lograr el éxito. Pero en
realidad los grupos minoritarios desfavorecidos y la clase
baja no tienen un idéntico acceso a tales oportunidades
legítimas” (Akers, 1997: 120)1.
Además, la teoría de Merton distinguiría dos niveles
paralelos de discrepancia entre medios y fines, uno social
y otro individual. En el plano social, la disconformidad de
ciertos grupos con los valores y normas imperantes, sería
el origen de su propio estado o situación de anomia y de
los conflictos a que ésta pueda dar lugar. Mientras que en
un nivel individual, la discrepancia con las pautas
imperantes originaría tensión y sentimientos personales de
incomodidad y rebeldía, que podrían traducirse en
“soluciones” antisociales y delictivas. De este modo,
según la interpretación que efectuó Cullen (1983; ver
también Vold et al., 2002), Merton propondría en realidad
dos hipótesis teóricas. La primera haría referencia a las
características de una sociedad: la anomia se produciría
cuando la estructura social es incapaz de ofrecer
oportunidades legítimas para que los ciudadanos puedan
lograr los objetivos y metas sociales. La segunda hipótesis
tendría que ver con los sentimientos y emociones de
frustración que, en esas circunstancias, pueden
experimentar los individuos. Ambos procesos se
interconectarían entre ellos, ya que, en situaciones de
“tensión de la estructura social” (por la imposibilidad del
logro de los objetivos sociales por medios normativos),
los individuos pueden sentirse “tensionados” y más
dispuestos a obtener dichos objetivos por medios no
legítimos2.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: TEXTOS CLÁSICOS: La tendencia a la
anomia (Robert Merton, Teoría y estructura sociales, pp. 236-237)
“La estructura social que hemos examinado produce una tendencia hacia la anomia
y la conducta divergente. La presión de semejante orden social se dirige a vencer a
los competidores. Mientras los sentimientos que dan apoyo a este sistema competitivo
estén distribuidos por todo el campo de actividades y no se limiten al resultado final
del ‘éxito’, la elección de medios permanecerá en gran parte dentro del ámbito del
control institucional. Pero cuando la importancia cultural pasa de las satisfacciones
derivadas de la competencia misma a un interés casi exclusivo por el resultado, la
tendencia resultante favorece la destrucción de la estructura reguladora. Con esta
atenuación de los controles institucionales, tiene lugar una aproximación a la
situación que los filósofos utilitarios consideran erróneamente típica de la sociedad,
situación en la que los cálculos de la ventaja personal y el miedo al castigo son las
únicas agencias reguladoras.
Esta tendencia hacia la anomia no opera igualmente en toda la sociedad. En el
presente análisis se han hecho algunos intentos para señalar los estratos más
vulnerables a las presiones hacia la conducta divergente y descubrir algunos de los
mecanismos que operan para producir esas presiones. A fin de simplificar el
problema, se tomó el éxito monetario como el principal objetivo cultural, aunque hay,
naturalmente, otros objetivos (…)”.

Ciertos paralelismos con la teoría mertoniana tiene la


formulación teórica sobre la desviación y la delincuencia
realizada por Talcott Parsons. Este autor concibe la
desviación en relación con los conceptos de interacción y
de expectativas normativas que regulan el
comportamiento. Define la desviación como “los procesos
por medio de los cuales se desarrollan resistencias a la
conformidad con las expectativas sociales y los
mecanismos en virtud de los cuales estas tendencias son o
tienden a ser contrarrestadas en los sistemas sociales”
(cita tomada de Smelser y Warner, 1991: 232).
La teoría de la desviación de Parsons incluye cuatro
conceptos centrales (Smelser y Warner, 1991): 1) la
tensión, que se halla en el origen del comportamiento
desviado y delictivo; 2) las direcciones de este
comportamiento, mediante las que pueden conocerse las
tendencias desviadas; 3) la estructuración de las
tendencias desviadas; y 4) el control social, o las
reacciones que se suscitan frente a la desviación o la
delincuencia. La confluencia combinada de estos procesos
daría lugar, según los casos, a una serie de resultados o
tipos de comportamiento desviado diferentes: predominio,
ejecución compulsiva, sometimiento, observancia
perfeccionista —el “ritualismo” de Merton—,
agresividad social, incorregibilidad, independencia
compulsiva, y evasión.

6.2.2. Anomia institucional


Una aportación relevante a la perspectiva de la anomia
fue la teoría de la anomia institucional, de Messner y
Rosenfeld, propuesta en 1994 en su obra Crime and the
American Dream. Estos autores convienen con Merton en
que la cultura Norteamericana tiene, como su aspecto más
relevante, el valor del éxito, a lo que ellos se refieren
como the American Dream. El sueño americano sería
alentado por un capitalismo feroz, que se concretaría tanto
en una fuerte presión hacia la acumulación de bienes
materiales como en una abierta competencia individual,
con líderes míticos que simbolizarían la máxima
expresión de estos valores (Bill Gates, creador de
Microsoft, Warren Buffett, exitoso prohombre de las
finanzas, o Donald Trump, magnate de los negocios y
estrella televisiva) (Siegel, 2010).
La dimensión anómica del sueño americano se
concretaría en una especie de mensaje de “todo vale” en
dirección al logro de los propios objetivos, siempre
mediatizado por un balance de los poderes institucionales
sistemáticamente dominado por la economía, frente a
otros aspectos y dimensiones de la vida social (Lilly et al.,
2007; Messner y Rosenfeld, 2013). Más concretamente, la
cultura e instituciones capitalistas producirían los
siguientes procesos y efectos (Rosenfeld y Messner, 2013;
Siegel, 2010): 1) determinarían una fuerte y constante
presión hacia el éxito económico; 2) otras instituciones y
culturas tradicionales, como la familia o la religión,
habrían sido relegadas a un segundo plano, y ya no
tendrían fuerza bastante para contrarrestar el empuje de lo
económico; 3) como consecuencia de ello, ante
situaciones de conflicto de roles y objetivos, los
económicos primarían habitualmente sobre cualesquiera
otras consideraciones o valores familiares o morales; y 4)
los lenguajes, normas y estándares económicos acabarían
invadiendo todos los ámbitos de la vida social, y
redefiniendo todos los contextos y roles desempeñados
por los individuos (en la familia, la escuela, la
universidad, el trabajo, el deporte, etc.) en versiones
adaptadas de las estructuras y dinámicas económicas.
Como resultado de todo lo anterior, y en coherencia con
la propuesta originaria de Merton, el mito del sueño
americano promoverá que muchas personas acaben
desarrollando un firme impulso y deseo de bienes
materiales que, sin embargo, en muchos casos no podrán
satisfacer por medios legítimos, lo que, a la postre,
redundará en unas altas tasas de delincuencia, como las
que efectivamente se observan en Estados Unidos (Lilly
et al., 2007).
La privación relativa, o diferencia percibida entre lo que poseen unos y
aquello de los que carecen otros, es una fuente habitual de tensión y anomia
en las sociedades modernas.

6.2.3. Subculturas
La hipótesis según la cual existe vinculación entre
tensión y delincuencia también forma parte de las teorías
de las subculturas. Según éstas muchos individuos de la
clase baja estarían sometidos a una discrepancia entre las
aspiraciones sociales y los recursos personales disponibles
para su logro. Este desajuste fines-medios les genera
estados emocionales de tensión y de disconformidad con
las pautas colectivas (Melde y Esbensen, 2011). Sobre
esta base de partida, lo más innovador de las teorías
subculturales fue proponer que la conducta delictiva,
particularmente de los jóvenes, resulta de su asociación en
grupos o pandillas subculturales que rechazan los medios
o los fines sociales establecidos, y fijan como guía de su
conducta nuevos objetivos o métodos (Tibbetts, 2012;
Walsh, 2012)3.
Dos de las perspectivas subculturales clásicas más
conocidas fueron las planteadas a mediados del siglo XX
por Cohen (1955) y por Cloward y Ohlin (1966).

A) Privación de estatus y subcultura delictiva


Albert Cohen (1955) consideró globalmente adecuada la
propuesta de Merton en el sentido de que el conflicto
fines-medios fuera el origen principal de las tensiones
sociales y la conducta delictiva. Sin embargo, a la vez
creyó en exceso restrictiva y racional la idea mertoniana
de que la principal fuente de tensión fuera, al menos para
el caso de los jóvenes, de cariz utilitario y económico.
Aunque ocasionalmente los objetivos juveniles serían
materiales, la prioridad de los jóvenes sería más bien la
mejora del propio estatus y reconocimiento social,
especialmente en los propios contextos juveniles de
pandillas o grupos de amigos (Siegel, 2010).
Así pues, Cohen realzó el papel que en la génesis de la
tensión tendría la incapacidad de los jóvenes de la clase
baja para lograr un mayor estatus y una aceptación
adecuada en la sociedad convencional. Esta privación de
estatus conduciría a muchos jóvenes de las clases bajas a
una frustración de estatus. Frente a ello, la subcultura
delictiva podría ofrecer a estos sujetos la aprobación y el
reconocimiento social (aunque sea marginal o subcultural)
que necesitan. Cohen concluyó que en todas las grandes
ciudades existirían “barrios de delincuencia”, en los
cuales la cultura de banda constituía una manera de vivir
(Giddens, 2009). Las subculturas delictivas aflorarían
entre aquellos jóvenes que se sienten ajenos a un sistema
social —y particularmente al sistema educativo— que
parece existir y funcionar contra ellos. En muchos casos
no contarían con las habilidades y las actitudes necesarias
para triunfar en una institución que, como la escolar,
parece concebida para permitir y favorecer el triunfo de
las clases medias y altas. Por ello acabarían reaccionando
contra dicho sistema (de ahí el nombre de teoría de la
reactancia, como también se la conoce), e integrándose
en una subcultura antisocial que exalta un sistema de vida
contrario al preconizado por el sistema escolar. En
palabras de Cohen, “la condición crucial para la
emergencia de formas culturales nuevas es la existencia
en interacción efectiva con otros de un número de actores
con similares problemas de ajuste” (Cohen, 1955: 59).

B) Oportunidad diferencial
Con posterioridad, Cloward y Ohlin (1966), en su otra
Delinquency and Opportunity: A Theory of Delinquent
Gangs, aceptaron también la hipótesis de Merton de que
la tensión conduce a la desviación y a la delincuencia,
como resultado de la situación de anomia. Incorporaron
también algunas de las sugerencias de Cohen sobre los
factores que propician la aparición de las subculturas
juveniles y, como novedad, añadieron un nuevo elemento
teórico: la noción de estructuras de oportunidad ilegítima.
En este concepto propusieron que las bandas juveniles
surgirían en contextos en los cuales las oportunidades
legítimas de conseguir los objetivos sociales típicos —
dinero, bienestar o estatus— son escasas. De ahí que en
aquellos barrios en los que la delincuencia
profesionalizada se encuentra organizada, los miembros
de las bandas juveniles acabarán enrolándose en los
estamentos delincuenciales adultos, y perpetuando de este
modo sus carreras delictivas (Siegel, 2010). En cambio, si
no existen organizaciones delictivas adultas, la subcultura
de la banda adoptará formas divergentes más blandas, y se
manifestará en forma de conductas vandálicas o de peleas
entre bandas. Finalmente, quienes, en tales contextos
sociales, no se ubiquen ni en el orden social establecido ni
en la subcultura delincuencial de la banda, acabarán,
según Cloward y Ohlin, como sujetos refugiados en
actividades marginales tales como el consumo de drogas
(Clemente y Sancha, 1989; Giddens, 2009)4.
En síntesis, las teorías subculturales, unidas a los
postulados sobre la anomia y la tensión, propusieron que
las discrepancias entre fines y medios, que se dan en la
colectividad, especialmente entre las clases menos
pudientes, producen estrés e incomodidad social, y que
estas vivencias, a su vez, conducirían a la delincuencia
(Siegel, 2010). Estos análisis también sostuvieron que un
joven marginal que realice pequeñas actividades
delictivas no necesariamente se convertirá en un
delincuente de carrera, si no existen referentes
delincuenciales adultos. La falta de modelos delictivos, de
recompensas sociales por el delito y de medios adecuados
para llevarlo a cabo, puede sustraer al joven de la
delincuencia, o, en el peor de los casos, reducirlo a una
situación de marginalidad no delictiva. En el cuadro 6.1
se esquematiza el proceso de creación y funcionamiento
de las subculturas delictivas entre los jóvenes, de acuerdo
con las teorías subculturales.
CUADRO 6.1. Esquema del proceso de generación de las subculturas
delictivas, de acuerdo con las formulaciones teóricas de Cohen (1955) y
Cloward y Ohlin (1966)

Fuente: adaptado a partir de D. J. Shoemaker (1990), pp. 119 y 129.


En todo caso, es muy frecuente que los jóvenes cometan
delitos en compañía de otros (Melde y Esbensen, 2011).
Melde y Esbensen (2011) exploraron, a partir del análisis
empírico de 1.400 jóvenes, los mecanismos mediadores
que podían facilitar el efecto criminógeno de la entrada de
un joven como miembro de una banda juvenil. La
incorporación a la banda favorecería en el individuo
cambios emocionales, actitudinales y en sus rutinas
vitales, los cuales incidirían directamente en el
incremento de su actividad delictiva. Estos cambios
podrían incluso tener efectos duraderos y no revertir pese
al abandono posterior de la banda juvenil.
Un análisis específico sobre las bandas delictivas
juveniles en diversos países europeos, bajo el patrocinio
del European Program, ha puesto de relieve dos datos
relevantes (Klein, Weerman y Thornberry, 2006). El
primero, que los jóvenes vinculados a bandas delinquen
de forma más violenta que los delincuentes juveniles que
actúan de modo aislado. El segundo, que, a pesar de todo,
la violencia delictiva de las bandas juveniles en Europa es
significativamente menor que la violencia de banda
existente en Estados Unidos, apareciendo como razones
principales para ello la menor disponibilidad de armas de
fuego y los menores niveles de propensión a defensa de
un territorio.
Un aspecto vinculado a las subculturas es la observación
frecuente de que en barrios de concentración subcultural
existiría una gran impunidad delictiva, de modo que muy
pocos delitos llegan realmente a conocerse y ser
perseguidos. Kirk y Matsuda (2011) han acuñado la
expresión “cinismo normativo” para referirse al
descreimiento de algunas personas y grupos sociales
acerca de la legitimidad de la ley. Según estos autores, en
muchos barrios de concentración de minorías de clase
baja existiría un alto “cinismo normativo”, que se
asociaría a una menor eficacia colectiva en dirección a la
prevención del delito y, a la postre, a una menor
cooperación para el control de los delitos cometidos,
muchos de los cuales quedarían de este modo impunes.
En la misma dirección, Slocum, Taylor, Brick y
Esbensen (2010) han obtenido que la probabilidad
autoinformada de denuncia de hechos delictivos se asocia
inversamente al nivel de pobreza del barrio en que se
vive, pero no de forma aislada, sino en interacción con
variables individuales como las actitudes y experiencias
de los sujetos en relación con la policía, el delito y sus
percepciones de la comunidad.

6.2.4. Teoría general de la tensión


Robert Agnew es catedrático de Sociología y director del programa de
Estudios de la Violencia en la Universidad Emory de Atlanta, estado de
Georgia (USA). Uno de los grandes renovadores de las llamadas “teorías de
la tensión”.

La teoría general de la tensión fue formulada por


Robert Agnew, sintéticamente en 1992 y más
extensamente en 2006, e intenta revitalizar las
perspectivas de la tensión de Merton, Cohen, Cloward y
Ohlin y otros autores, especialmente en la dimensión
individual de estas propuestas (Bernard et al., 2010;
Walsh, 2012). Según Agnew existe amplia investigación
criminológica, psicológica y sociológica, que ampara la
relación entre tensión y delincuencia por lo que se
requiere una conceptualización teórica específica de dicha
conexión tensión-delito.

A) Relaciones sociales negativas y motivación


para la delincuencia
Las teorías del control social de Hirschi, del aprendizaje
social de Akers y de la tensión de Agnew comparten un
elemento común: explican la delincuencia a partir de las
relaciones que tienen los individuos con su entorno
próximo. Sin embargo, Agnew (1992) establece dos
diferencias fundamentales entre su teoría general de la
tensión y las teorías del aprendizaje y del control social: la
primera, el tipo de relaciones sociales que unas y otras
realzan como génesis de la delincuencia, y, en segundo
término, la naturaleza de la motivación para el delito. En
el modelo de la tensión de Agnew, las relaciones con
otras personas que explican la delincuencia son de
carácter negativo. Se trata de aquellas interacciones con
otros que son susceptibles de producir frustración o
tensión en el individuo, precipitando su conducta
delictiva. Por contra, las teorías del control social o del
aprendizaje social destacan las relaciones positivas que
vinculan al individuo con elementos sociales próximos
(familia, amigos, escuela, etc.), y le disuaden de la
delincuencia (control social), o le entrenan y le motivan
para delinquir (aprendizaje social). En lo relativo a la
motivación para la delincuencia, según la teoría general
de la tensión, los jóvenes son impelidos a la delincuencia
por estados emocionales negativos, tales como la ira, la
frustración o el resentimiento. De ello resultaría una mala
relación con su entorno que podría conducirles a la
ejecución de acciones correctivas contra las fuentes que
les causan tensión emocional. Con esta finalidad pueden
adoptar diferentes soluciones de comportamiento, como la
utilización de medios ilegítimos para el logro de sus
objetivos, el ataque directo a la fuente que les produce la
tensión, o la evasión de la situación a través del uso de
drogas.
Incluso atendidas las anteriores diferencias de partida,
Agnew (2006) ha señalado que las mediciones de factores
criminógenos específicos tales como abuso infantil,
desempeño de un trabajo marginal o residencia en barrios
desestructurados, constituyen indicadores comunes a estas
tres grandes teorías (tensión, control y aprendizaje), y por
ello la relación de tales factores con la delincuencia no
puede tomarse como confirmación exclusiva de una sola
de ellas.

B) Fuentes de tensión principales


Para Merton y para los teóricos de las subculturas hay
una fuente básica de tensión, que es la discrepancia
existente entre los objetivos sociales a los que se debe
aspirar y los medios disponibles para alcanzarlos. Agnew
(2006), sin embargo, identifica tres fuentes distintas
susceptibles de generar tensión en los individuos (Lilly et
al., 2007):
1. La imposibilidad de alcanzar objetivos sociales
positivos, tales como una mejor posición económica o un
mayor estatus social. En esta categoría se encontraría, por
ejemplo, la discrepancia entre las aspiraciones de la gente
y sus logros reales (querer tener un mejor trabajo y no
conseguirlo por falta de estudios, por ejemplo), o entre lo
que uno considera que le corresponde por su esfuerzo y
los resultados reales que obtiene. Esta podría ser la
vivencia de cualquier experto o profesional especializado
que habiendo dedicado muchos años de su vida a su
formación universitaria no lograse, sin embargo, obtener
un empleo acorde con ella. Esta primera fuente de tensión
coincide básicamente con la ya identificada por Merton y
otros teóricos precedentes.
2. La tensión se produce también por la privación de
aquellas gratificaciones que un individuo ya posee o que
espera poseer. Éste sería, por ejemplo, el caso de aquella
persona a la que hubiesen despedido del trabajo por
reducción de plantilla, o también el de aquel chico que,
por causa de su expulsión de la escuela, se sintiera
apartado y excluido de sus amigos. Según Agnew, la
bibliografía científica ha evidenciado con claridad que el
bloqueo de las aspiraciones legítimas de un individuo
puede ser un factor desencadenante de la agresión.
3. La tensión puede precipitarse, así mismo, cuando una
persona es sometida a situaciones negativas o aversivas
de las cuales no puede escapar. Ejemplos de estas
experiencias podrían ser el abuso de menores, la
victimización infantil o adulta, las mujeres que son
maltratadas o vejadas reiteradamente por sus maridos pero
permiten que esta situación se perpetúe debido a su
dependencia económica o emocional, las experiencias
escolares negativas como suspensos reiterados y
expulsión del colegio, o la invasión por otros del propio
espacio personal5. Todas estas situaciones conflictivas
son fuentes de tensión debido a que no se puede o no se
sabe cómo evitarlas, aunque ocasionalmente la persona
que las sufre intente eludirlas de diferentes maneras.
Podría ser el caso de aquel joven que para acabar con el
maltrato que le inflige su padre opta a veces por fugarse
de casa, consumir alcohol o drogas, o reaccionar
agresivamente contra su progenitor.
Desde la formulación inicial de la teoría general de la
tensión en 1992 se han desarrollado múltiples
investigaciones que han intentado operativizar las
variables implicadas en el modelo, y analizado la relación
entre conducta delictiva y diversos tipos de tensión.
Paternoster y Mazerolle (1994) definieron como posible
factores de tensión diversos acontecimientos vitales
negativos (divorcio, separación de los padres, muerte o
lesión de un familiar cercano, desempleo de los padres,
cambio de escuela, etc.), problemas en el barrio
(vandalismo, hurtos y robos en casas, atracos, etc.),
relaciones negativas con adultos (padres o maestros, en el
caso de los jóvenes), rechazo por parte de los amigos y
compañeros, e imposibilidad de aprobar el grado escolar
deseado o de obtener un trabajo apetecido. Mazerolle y
Piquero (1998) operativizaron la fuente de tensión
“fracaso en obtener objetivos sociales positivos” a partir
de la variable dificultad de los jóvenes para lograr grados
académicos que deseaban en relación a los obtenidos por
sus compañeros; como fuente de tensión ser sometido a
“estímulos aversivos” en el barrio, evaluaron aspectos
como el vandalismo, la abundancia de alcohólicos y
yonquis, la existencia de edificios ruinosos, la frecuencia
de atracos, etc., y en el contexto de la familia, el divorcio
o separación de los padres así como las idas y venidas de
su padre a casa por reconcialización o ruptura con la
madre; como “privación de estímulos positivos” midieron
la ruptura reciente con una pareja o con un amigo.
Por su parte, Aseltine, Gore y Gordon (2000) hallaron
que eran factores precipitantes de tensión, que podían
guardar relación con conducta antisocial, los siguientes:
acontecimientos vitales estresantes (problemas escolares,
monetarios, laborales, violación o victimización delictiva,
embarazo, abandono del hogar, problemas de salud,
problemas legales, separación o segundo matrimonio de
los padres, o muerte de alguno de los padres), conflictos
familiares (entre los padres, etc.) o conflictos con los
amigos.
Agnew (2006) resumió las fuentes de tensión más
habituales en las sociedades occidentales, especialmente
en lo referido a los jóvenes, en las siguientes:
• rechazo paterno
• supervisión/disciplina errática, excesiva o cruel
• abandono o abuso infantil
• experiencias negativas en la escuela secundaria
• relaciones problemáticas con los amigos y compañeros
• trabajos marginales
• desempleo crónico
• problemas de pareja
• fracaso en el logro de objetivos deseados (ocio,
autonomía, pareja, dinero, bienes…)
• victimización delictiva
• residencia en barrios pobres y carentes de servicios
• carencia de hogar
• discriminación por razón de raza, género, etc.

C) Conexión entre tensión y delincuencia


La teoría general de la tensión establece una secuencia
de influencias negativas, que se inicia con las fuentes de
tensión aludidas, y puede acabar produciendo una
conducta delictiva. En el cuadro 6.2 se ha esquematizado
esta sucesión de elementos teóricos, que se concretan en
los siguientes:
1. Fuentes de tensión. Las ya descritas: impedir logros
sociales positivos, privar al individuo de gratificaciones
que ya posee o espera poseer, y administrarle estímulos
aversivos. Los tipos de tensión que Agnew (2001)
considera que pueden conducir más probablemente a la
delincuencia son aquellos que: a) son percibidos como de
alta magnitud, b) interpretados como injustos, c) se
asocian a un control social bajo, y d) generan una presión
o incentivo para la acción delictiva. Agnew (2006) ha
diferenciado las tensiones ‘objetivas’, que serían aquellos
eventos que resultan estresantes para muchas o la mayoría
de las personas, y las tensiones ‘subjetivas’, que pueden
ser especialmente angustiosas y criminógenas, no para la
mayoría, pero sí para algunas personas.
2. Emociones negativas. Las anteriores fuentes
aversivas generan a las personas emociones negativas
como disgusto, depresión o miedo. Desde el punto de
vista criminológico, la emoción más importante sería la
ira, que es un paso previo a muchos delitos, ya que la ira
confiere energía a la acción.
3. Conductas correctivas de la situación. El individuo,
frente a las tensiones productoras de emociones negativas,
puede intentar corregir la situación desagradable mediante
diferentes conductas, entre las cuales la infracción y el
delito son posibles opciones.
4. Alivio de la tensión. La emisión de un
comportamiento antisocial o delictivo —por ejemplo, que
un joven golpee a su padre para impedir que éste lo
maltrate, o que alguien sustraiga dinero de su trabajo para
pagar una deuda apremiante— puede aliviar, aunque sea
coyunturalmente, la tensión experimentada.
CUADRO 6.2. Esquema de la teoría general de la tensión: proceso de
conexión tensión-conducta delictiva
Fuente: elaboración propia a partir de R. Agnew (1992), Foundation for a
General Strain Theory of Crime and Delinquency. Criminology, 32, 555-580,
y R. Agnew (2006), Pressured into crime, Los Angeles, Ed. Roxbury.

Cada fuente de tensión específica puede ser un elemento


situacional precipitante de una infracción o delitos
concretos: robo, agresión, uso de drogas, etc. A los malos
tratos se puede responder, por ejemplo, mediante la
agresión física. En cambio, tras el despido de un trabajo, o
ante una situación de desempleo prolongada unida a
graves dificultades económicas, el robo podría constituir
una “buena” opción.
Las distintas tensiones que se derivan de las relaciones
problemáticas entre los individuos afectan a muchas
personas en el conjunto de la estructura social, la mayoría
de las cuales, sin embargo, no reaccionan mediante el
delito. ¿Por qué, frente a las tensiones, algunos individuos
actúan criminalmente y otros no? Según Agnew, diversos
factores podrían mediatizar que los individuos, y
particularmente los jóvenes, puedan afrontar y resolver las
tensiones experimentadas a partir de comportamientos
antisociales. Serían de dos tipos principales: factores
impulsores, relacionados con la importancia que el joven
atribuye a los objetivos que persigue, con sus recursos
personales (como su inteligencia o sus habilidades), con
el apoyo social con el que cuenta, con los
constreñimientos que le impulsan al delito, o con
variables de macro-nivel de tipo ambiental o cultural
(énfasis en el logro de dinero o de estatus, pobreza,
marginación, etc.); y los factores de predisposición,
relacionados con variables temperamentales, creencias o
experiencias delictivas previas. En una versión más
reciente y actualizada de la teoría de la tensión, los
factores principales, que condicionarían que las tensiones
experimentadas se canalizaran mediante opciones
delictivas, serían los siguientes (Agnew, 2006): 1) la
carencia del sujeto de habilidades para afrontar las
tensiones que experimenta, de una manera socialmente
aceptable; 2) que sean bajos los costes esperables por el
comportamiento ilegal; y 3) las características personales,
tales como sus tendencias agresivas o sus creencias
favorables al uso de la violencia.
El último elemento importante de la teoría de Agnew es
su afirmación de que la tensión crónica —la experiencia
continuada de diferentes fuentes de tensión— puede
predisponer a los individuos para el inicio de carreras
delictivas de larga duración. Según ello, un joven con
permanentes problemas económicos, maltratado en su
casa, expulsado de la escuela, rechazado por sus amigos y
por las chicas, etc., tendría mayor probabilidad de
convertirse en un delincuente de carrera que alguien que
no experimenta una acumulación de tensiones de esa
magnitud. Además, según Agnew, el incremento de las
experiencias aversivas tenderá a producir un efecto
multiplicativo sobre los comportamientos delictivos. Es
decir, existiría una relación no lineal entre tensión y
delincuencia, en el sentido de que las paulatinas
experiencias de tensión se irían acumulando, e
incrementando geométricamente la probabilidad de
comportamiento delictivo (Agnew, 2006).

D) Prevención de la delincuencia
En coherencia con su argumentación teórica central, que
relaciona tensión y delito, Agnew (2006) consideró que
para prevenir la criminalidad es necesario reducir la
exposición de los individuos a tensiones, a través de
medidas como las siguientes:
• Eliminando aquellas tensiones que llevan a la
delincuencia, tales como los sistemas punitivos de
crianza en la familia y en las escuelas, la
discriminación social, laboral, etc.
• Alterando ciertas tensiones (que no pueden ser
eliminadas) para hacerlas menos conducentes al
delito. Por ejemplo, los sistemas punitivos de justicia
juvenil, ya que difícilmente pueden ser abolidos,
deberían suavizarse, priorizando el uso de medidas
comunitarias, de justicia reparadora, etc.
• Sustrayendo a los sujetos de tensiones criminógenas,
tales como, por ejemplo, retirando la patria potestad o
custodia infantil a padres que son delincuentes
persistentes, cambiando a ciertos niños y adolescentes
de colegios problemáticos, etc.
• Entrenando a los sujetos en mayor riesgo, en
habilidades de afrontamiento de las tensiones, de
modo que se hagan más resistentes a su influjo
criminogénico.
• Incrementando el apoyo social a jóvenes en situación
de riesgo, lo que podría disminuir sus experiencias de
tensión.
• Aumentando el control social informal.
• Reduciendo los contactos con amigos delincuentes y
las creencias favorables a la conducta delictiva.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Teoría y práctica: la interpretación de la
conducta de robar una motocicleta a la luz de la teoría general de la tensión
Para comprender cómo explica la teoría general de la tensión el comportamiento
delictivo, considérese el siguiente ejemplo de delincuencia juvenil. Imagínese el caso
de un joven de 16 años con pocos recursos económicos que ansía tener una
motocicleta. ¿Cómo conseguirla? No dispone de demasiadas opciones. ¿Quizás
robándola?
Según la teoría de Agnew, los factores a que se ha aludido podrían precipitar el
robo de la motocicleta. En primer lugar, el joven del ejemplo tiene un objetivo
importante (poseer una moto) y no parece contar con muchas alternativas de conducta
para el logro de ese objetivo. ¡Pero todos los chicos de su pandilla tienen una moto y
él no!
Además, puede que carezca de aquellos recursos personales que le podrían
permitir un afrontamiento alternativo de esta situación. Entre éstos juegan un papel
importante, según la teoría, la inteligencia, la creatividad y las habilidades de
resolución de problemas interpersonales. Si dispusiera de las habilidades personales
convenientes, podría, por ejemplo, buscar un trabajo para los fines de semana que le
permita ganar el dinero necesario para comprar la moto apetecida, o bien plantearse
comprar la moto a plazos.
Podrían existir algunos elementos de apoyo social convencional susceptibles de
disuadirle de robar la moto, si, por ejemplo, contase con la ayuda de otras personas
para lograr su objetivo, o, por el contrario, para hacerle comprender que no es tan
importante tener una motocicleta de manera inmediata, y que una opción sería esperar
un tiempo para comprársela. Por lo que respecta al apoyo instrumental, la
probabilidad de delincuencia ante esta situación disminuiría si el chico contara con
alguien que le ayudase a buscar un empleo.

Los constreñimientos para un afrontamiento delictivo de la situación podrían


relacionarse, en este caso, con si el joven considera que puede sustraer una moto sin
demasiados riesgos. Últimamente ha visto una moto nueva aparcada por las noches en
una calle cercana. Llevársela sería estupendo para él —es un modelo magnífico y está
casi nueva— y comportaría escaso riesgo, puesto que está fácilmente accesible de
noche, cuando no cree que nadie la vigile o pueda darse cuenta. Los constreñimientos
para el delito tienen que ver también con el grado de control social a que se halla
sometido el joven, especialmente con la posible despreocupación paterna acerca de su
conducta. Y, además, con la disponibilidad de medios ilegítimos para materializar el
robo. En el ejemplo propuesto, sería tan sencillo como disponer de unos alicates
apropiados para romper la cadena que bloquea la motocicleta, o bien contar con la
furgoneta de un amigo para llevársela sin más.
También existen, según Agnew, una serie de variables de macronivel, ambientales
y culturales, que pueden influir sobre los valores y creencias del joven, dificultando o
favoreciendo la conducta delictiva. Un factor reiteradamente señalado por las teorías
de la tensión es el énfasis social puesto en ciertos valores como el dinero o el logro de
un mayor estatus. En el ejemplo propuesto, un joven de 16 años podría fácilmente
llegar a conclusiones apremiantes como que todos los chicos de su edad tienen una
moto y él no, o que si sus amigos tienen moto, cómo no va a tenerla él. Además, el
sujeto podría haber generado diversas distorsiones cognitivas como resultado de la
influencia de la publicidad sobre motos, motos de carreras, etc., o de los vistosos
comercios en los que se venden estos vehículos. Imagínese la siguiente distorsión
cognitiva, un tanto extrema, pero no imposible en un adolescente: “Vivir sin moto a
mi edad no es vivir, me pierdo un montón de cosas”. En síntesis, en este joven
comenzarían a confluir diversos elementos impulsores de la conducta delictiva como
la imposibilidad de eludir la situación (la visión diaria de chicos con vistosas motos),
la incapacidad de dominar su deseo de poseer una moto y la impotencia para
conseguir un trabajo con el que ganar el dinero necesario para comprarla.
Entre los factores de predisposición que podrían influir sobre el joven de nuestro
ejemplo se hallan elementos como alta impulsividad, el aprendizaje previo de
conductas de hurto o robo, o ciertas creencias neutralizadoras. El joven puede pensar:
“Yo ya me he llevado otras cosas y no ha sucedido nada; una moto no la he robado
nunca, pero no será diferente”. Si fuera así, el joven habría obtenido previamente
consecuencias positivas por otras conductas ilícitas y efectuaría un cálculo optimista
acerca del bajo riesgo de ser detenido. Podría facilitar su propia acción delictiva
mediante alguna creencia como considerar que “quien puede permitirse un moto
como esa seguro que puede comprarse otra”. Por último, habría que tener en cuenta el
tipo de atribución que el individuo realiza sobre las causas de su propia adversidad. Si
uno se dice: “La culpa de que yo no tenga moto es de la sociedad, de los ricos, que se
quedan con todo”, el paso siguiente podría ser sustraer aquella moto nueva que se ha
visto y que puede que pertenezca a alguien con más dinero.

Para concluir, deberían tomarse en consideración también otros dos elementos que
pueden facilitar el robo: tener amigos delincuentes (“mis amigos lo hacen y no pasa
nada, por qué no lo voy a hacer yo”), o una experiencia continuada con la
adversidad: “No es que no tenga moto, es que tampoco tengo equipo de música, no
tengo nada. Quiero una motocicleta ya”.

E) Validez empírica
De acuerdo con el propio Agnew (1992). si la teoría
general de la tensión fuera cierta tendría que suceder que,
al aumentar la tensión en los individuos, aumentarían
paralelamente sus conductas delictivas. A la vez, los
factores explicativos propios de otras teorías de la
delincuencia (como la ruptura de los vínculos sociales,
según la teoría de Hirschi, o el aprendizaje de conductas
delictivas, que postulan como explicación las teorías de
Sutherland y de Akers) deberían permanecer invariables.
Desde una perspectiva empírica, la relación entre ira y
delincuencia violenta cuenta con un sólido aval empírico
(Lilly et al., 2007; Wright, Gudjonsson y Young, 2008).
Un estudio de Paternoster y Mazerolle (1994) evaluó
empíricamente la teoría general de la tensión de Agnew
y, tangencialmente, la teoría del control social de Hirschi,
y la del aprendizaje social de Akers. La teoría general de
la tensión propone, según se acaba de ver, que si se
producen ciertos focos de tensión sobre los individuos,
aumentarán sus conductas delictivas. La teoría del control
social de Hirschi establece que la falta de apego a los
padres y a otras instituciones sociales, como la escuela o
los amigos, favorece la delincuencia. Por último, la teoría
del aprendizaje social (a la que se hará referencia más
adelante) afirma que la clave explicativa de la
delincuencia reside en el aprendizaje de las conductas
delictivas. Para valorar empíricamente estas teorías,
Paternoster y Mazerolle (1994) definieron diversos
indicadores de los anteriores constructos teóricos, que
fueron evaluados en una muestra de 1.655 jóvenes
norteamericanos de 11 a 17 años, a partir de información
procedente del Informe nacional sobre la juventud. Se
establecieron medidas, para cada uno de los jóvenes
estudiados, tanto de los elementos explicativos propuestos
por la teoría como de la variable delincuencia, en dos
momentos distintos con el intervalo de un año entre una y
otra medición.
Como medidas del constructo teórico tensión se
evaluaron los siguientes aspectos: 1) la existencia de
problemas en el barrio, que pudieran constituir una fuente
de tensión para el joven: ambiente físico estresante,
vandalismo juvenil, casas abandonadas o robos; 2) se
valoró si los jóvenes habían experimentado
acontecimientos vitales negativos, tales como divorcio de
sus padres, muerte de un familiar, desempleo paterno o
cambio de escuela; 3) se tomó en cuenta la existencia de
posibles relaciones problemáticas con adultos,
especialmente con los padres; 4) se constató si los jóvenes
habían tenido peleas con los amigos o en la escuela; y 5)
se ponderó si los sujetos percibían serias limitaciones
sociales para el logro de sus objetivos personales.
Como indicadores de la ruptura del apego social y del
aprendizaje de conductas delictivas (constructos
correspondientes a las teorías de Hirschi y de Akers,
respectivamente) se tomaron las siguientes medidas: 1) el
grado en que los jóvenes manifestaban rechazo de las
conductas delictivas; 2) la proporción de amigos
delincuentes que tenían; 3) su predisposición delictiva,
ponderada a partir de su mayor impulsividad y su más
bajo autocontrol; 4) los grados académicos alcanzados,
como medidor de la existencia o no de problemas en la
escuela; y 5) su vinculación con la familia.
Para verificar si los anteriores elementos teóricos
mostraban relación con la conducta delictiva, se preguntó
a los jóvenes sobre su participación a lo largo de un año
en una serie de actividades ilícitas (robos de coches o de
dinero, posesión de armas, utilización de drogas, actos
vandálicos, etc.). Además, se creó un indicador global de
delincuencia mediante el sumatorio de las diferentes
actividades delictivas en que cada joven había
participado.
Cinco de las seis medidas del constructo tensión
(problemas en el barrio, acontecimientos vitales
negativos, relaciones problemáticas con adultos y peleas
con los amigos o en la escuela) mostraron una asociación
positiva y significativa con el comportamiento delictivo.
Esta relación se produjo incluso cuando fueron
controlados los efectos de las variables de control social y
de aprendizaje. También se constató asociación entre
algunos indicadores de control social o de aprendizaje y la
conducta delictiva. Específicamente, los jóvenes con
mayor proporción de amigos delincuentes también
delinquieron en mayor medida. Por el contrario, los
jóvenes que manifestaban un mayor rechazo de la
conducta delictiva y aquéllos que obtenían mejores logros
académicos cometieron menos delitos. El estudio de
Paternoster y Mazerolle (1994) apoya parcialmente tanto
la teoría general de la tensión de Agnew como las teorías
del control social de Hirschi y del aprendizaje social de
Akers. Con independencia de los elementos teóricos ya
comentados, en general los varones de la muestra y
aquéllos que tenían un historial delictivo más prolongado,
delinquieron con mayor frecuencia.
Brezina, Piquero y Mazerolle (2001) y Warner y Fowler
(2003) han sometido a comprobación empírica también la
teoría general de la tensión por lo que se refiere a sus
implicaciones, no individuales, sino de macro-nivel.
Brezina et al. (2001) evaluaron una amplia muestra de
2.213 estudiantes varones de secundaria pertenecientes a
87 escuelas seleccionadas al azar, obteniendo una
asociación parcial entre los niveles de tensión e ira
informados por los estudiantes y la frecuencia y gravedad
de los conflictos experimentados en las relaciones con sus
compañeros. Warner y Fowler (2003) analizaron datos de
65 barrios de un estado norteamericano, y encontraron
que las mayores carencias y privaciones existentes en los
barrios guardaban relación con un aumento de los niveles
de tensión en dichos barrios, y que dichas tensiones
incrementadas se relacionaban a su vez con mayores
niveles de violencia.
El presupuesto central de la teoría general de la tensión
de Agnew (1992, 2006; Tibbetts, 2012) fue también
evaluado, mediante un diseño experimental, en una
muestra de estudiantes de ciencias sociales en sendas
universidades norteamericanas (Rebellon, Piquero,
Piquero, y Thaxton, 2009). Para ello los sujetos se
asignaron al azar a un grupo experimental y a uno de
control. Los del grupo experimental fueron expuestos,
mediante viñetas diseñadas al efecto, a posibles
situaciones de frustración de expectativas, como la de ver
truncada una esperada promoción laboral, de la que se
acababa beneficiando una persona de menor valía. Los
resultados mostraron una asociación significativa entre
mayores niveles de ira situacional y mayor probabilidad
autoinformada de intención de conducta antisocial contra
la fuente responsable de la tensión experimentada.

6.3. TEORÍAS DEL CONTROL SOCIAL


INFORMAL

Con el nombre de «Operación Nécora» la justicia intentó dar un golpe mortal


al narcotráfico en Galicia a comienzos de los años noventa del siglo pasado.
Pero la sentencia de septiembre de 1994 decepcionó a todos. Aquí vemos a
madres de asociaciones antidroga protestando al conocer el contenido de la
sentencia.
Las teorías del control social constituyen, de acuerdo
con lo ya comentado, la segunda gran línea teórica
derivada del pensamiento de la Escuela de Chicago.
Mientras que muchas teorías del delito intentarían
responder a las cuestiones de por qué y cómo algunos
sujetos se convierten en delincuentes, las teorías del
control se preguntarían, de entrada, lo contrario, qué
mecanismos sociales facilitan que la mayoría de los
ciudadanos no cometa delitos (Gottfredson y Hirschi,
1990; Vold et al., 2002). En realidad el cuestionamiento
acerca de la conducta delictiva y sobre lo opuesto, la
conducta conforme con las normas, serían las dos caras de
la misma moneda, y la pregunta sobre una de ellas llevaría
implícita la pregunta acerca de la otra (Akers, 1997).
Las primeras formulaciones teóricas sobre el control
social correspondieron, a mediados del siglo XX, a Albert
J. Reiss y de Ivan F. Nye (véanse, entre otros, Akers,
1997; Vold y Bernard, 1986). Reiss (1951), a partir de un
estudio sobre jóvenes delincuentes, atribuyó la etiología
de la delincuencia al fracaso de dos tipos de controles: los
personales (o internalizados) y los sociales (o externos).
Nye (1958) por su parte identificó tres categorías de
controles capaces de prevenir el comportamiento
delictivo: los controles directos, que incluirían los
premios y castigos administrados por los padres; los
controles indirectos, que inhibirían la conducta delictiva,
debido al disgusto o pesar que ésta causaría a los padres o
a otras personas a las que el joven se halla
emocionalmente vinculado; y los controles internos,
procedentes de la propia conciencia o sentimiento de
culpa del joven.
A continuación se presentan las teorías del control más
relevantes en Criminología. Las dos más antiguas, la
teoría de la contención de Reckless y la teoría de la
neutralización y la deriva de Sykes y Matza, se
comentarán de manera más breve. Se efectuará una
descripción más detallada de la teoría de control o de los
vínculos sociales de Hirschi, y de la teoría del
autocontrol, de Gottfredson y Hirschi (1990), que fueron
las teorías del control que recibieron mayor atención en
las últimas décadas del siglo XX. También se hará
mención a dos teorías más recientes, que pueden ser
consideradas fundamentalmente teorías del control, a
pesar de que, como la mayoría de teorías criminológicas
actuales, integran elementos conceptuales diversos, no
solo del control. Se trata de la teoría del control social
informal según edades, de Sampson y Laub (2005, 2008),
y la teoría de la acción situacional, de Wikström (2004,
2008).

6.3.1. Primeras formulaciones teóricas


A) Teoría de la contención de Reckless
Reckless presentó su teoría de la contención en un
artículo de 1961 titulado A New Theory of Delinquency
and Crime. Reckless (1997 [1961]) afirma que los
factores que explican la delincuencia son de dos tipos: las
presiones que incitan a los individuos a la conducta
delictiva y los controles que los retraen de ella. En el
grupo de factores que propician la conducta delictiva se
hallarían, en primer lugar, las presiones ambientales
derivadas de las situaciones de pobreza, de conflicto y de
represión social, o de la desigualdad de oportunidades
(Tibbetts, 2012). En segundo lugar, existirían diversos
incitadores ambientales de la delincuencia (“pulls of the
environment”), tales como la presencia de objetos
atractivos para el delito, las subculturas que refuerzan la
delincuencia de sus miembros, o la influencia
criminógena que puedan tener los medios de
comunicación o la publicidad comercial. El tercer
elemento que favorecería la conducta delictiva sería el
correspondiente a los impulsos (“pushes”) del propio
individuo, entre ellos sus frustraciones, sus enfados, sus
rebeldías, su hostilidad, o sus sentimientos de
inferioridad.
El grupo de factores que “contienen” o retienen a las
personas de la delincuencia comprendería los controles
internos y los externos (Lilly et al., 2007). Los controles
internos incluyen todos aquellos elementos personales
que actúan como reguladores de la propia conducta, entre
los que estarían la capacidad para autocontrolarse, el buen
autoconcepto, la fuerza del ego o de la propia
personalidad, la alta tolerancia a la frustración, el sentido
de responsabilidad, o la habilidad para encontrar
satisfacciones que rebajen las propias tensiones sin
necesidad de delinquir (Conklin, 2012). Entre los
controles externos Reckless menciona diversos
amortiguadores del ambiente social, o factores que
operarían como limitadores de la conducta individual,
tales como contar con una educación que dote a los
individuos de una moral consistente, que las instituciones
sociales les refuercen las normas, las actitudes y los
objetivos que han interiorizado, o que posean un nivel
razonable de expectativas sociales. Si se da una
conjunción adecuada de ambos tipos de controles,
internos y externos, los individuos tendrán una mejor
protección contra la delincuencia.
Dentro de los controles internos, Reckless considera que
el factor fundamental que puede prevenir la conducta
delictiva es el buen autoconcepto. En diversas
investigaciones realizadas por el propio Reckless, con
muestras de jóvenes que vivían en áreas urbanas de alto
riesgo, se encontró que los jóvenes que a la edad de 12
años habían desarrollado un buen autoconcepto, tenían
una menor probabilidad de conducta delictiva (Akers,
1997).
En síntesis, según Reckless, la probabilidad del
comportamiento delictivo dependería del equilibrio que se
establezca en el individuo entre las presiones internas y
ambientales para el delito y los controles internos y
externos contra el delito. La principal dificultad de la
teoría de la contención reside en que, aunque detalla una
serie de factores que seguramente previenen la conducta
delictiva (los diversos tipos de controles), no explica por
qué unas personas poseen o adquieren dichos controles y
otras no.

B) Teoría de la neutralización y la deriva de


Sykes y Matza
Portada del libro de David Matza Delincuencia y Deriva

La teoría de Sykes y Matza (1957; Matza, 1981 [1964]),


de la neutralización y la deriva, propone, como metáfora
de partida, que los jóvenes se hallarían a menudo en una
especie de estado de deriva, como un barco sin rumbo, sin
anclaje firme en la sociedad, en una suerte de limbo entre
la vida convencional y la conducta antisocial (Adler,
Mueller y Laufer, 2009). Es decir, los adolescentes, hasta
cierta edad, no tendrían una vinculación firme ni con las
pautas de comportamiento y valores sociales
convencionales ni con actividades infractoras y delictivas,
sino que se encontrarían en medio (Tibbetts, 2012): ni son
completamente empujados a la delincuencia, ni tampoco
tienen una plena libertad para no delinquir. Comoquiera
que los jóvenes tienen una gran tendencia a hacer cosas
apetecibles —argumento que podría recordar el principio
de placer de la escuela clásica (Conklin, 2012)—, en
ocasiones se hallarían en situaciones proclives a la
delincuencia, y, en efecto, algunos acabarían
delinquiendo. Si sucediera lo contrario, esto es, si no se
encontraran a menudo expuestos a tales situaciones
favorecedoras del delito, lo más probable es que acabasen
implicándose en actividades sociales convencionales que
también les resultaran apetecibles.
Mediante la imagen de la ‘deriva’, se apunta
esencialmente a la desaparición o disminución de los
controles habituales a lo largo de la estructura social, lo
que favorecería el influjo negativo de posibles factores
criminógenos. Las causas de la delincuencia serían
difíciles de predecir, ya que en muchos casos pueden ser
azarosas, dependiendo de las circunstancias que inciden
en la vida de una persona. De ahí que la teoría se centre
en intentar comprender y describir, no las causas directas
del comportamiento delictivo, sino las condiciones que
hacen más probable que los jóvenes se encuentren en un
estado de ‘deriva’, en el que pueden aparecer factores
criminogénicos diversos (Vold et al., 2002).
Dentro de la teoría de Sykes y Matza tienen gran
importancia también las denominadas técnicas de
neutralización (Bernard et al., 2010). Dado que la
mayoría de los jóvenes no rechazan frontalmente las
normas sociales convencionales, cuando las transgreden
pueden recurrir a una serie de mecanismos de
neutralización o exculpación. Estas estrategias las utilizan
a veces todas las personas para justificar determinadas
conductas inapropiadas o ilícitas. Las principales técnicas
de neutralización son, según Sykes y Matza, las siguientes
(véase cuadro 6.3):
CUADRO 6.3. Técnicas de neutralización (Sykes y Matza, 1957)

1. Negación de la responsabilidad.
2. Negación del delito (ya sea de la ilicitud o del daño causado).
3. Negación de la víctima (descalificación).
4. Condena/rechazo de aquéllos que condenan la acción.
5. Apelación a lealtades debidas.
6. Defensa de la necesidad de la conducta.
7. Defensa de un valor.
8. Negación de la justicia o de la necesidad de la ley.
9. Argumento de “todo el mundo lo hace”.
10. Argumento de “tenía derecho a hacerlo”.

Fuente: a partir de Conklin (1995), Criminology. Needham Heights,


Massachusetts: Allyn and Bacon, 214.

1. Negación de la responsabilidad, cuando, por ejemplo,


se afirma la imposibilidad de realizar una conducta mejor
(p.e., “no tengo más remedio que aparcar en la acera”,
“solo será un momento”, etc.).
2. Negación de la ilicitud de la conducta o del daño
causado. (p.e., “tampoco es tan grave”, “no daño a nadie
con ello”, etc.).
3. Descalificación de la víctima (p.e., “no creo que sea
para tanto si me llevo esto sin pagar; este centro comercial
ya nos estafa todo lo que puede”, etc.).
4. Condena de los que condenan la acción delictiva
(p.e., “los que más roban en este país no son las personas
como yo, sino los políticos, los banqueros, los jueces y
todos aquellos que hacen las leyes. Mi actuación no tiene
importancia en comparación con las suyas”).
5. Lealtades superiores, o apelación, para justificar una
conducta ilícita o inmoral, a la obediencia debida a otros,
o a valores superiores como Dios, la patria, la revolución,
la salvación eterna, etc.
Otras técnicas de neutralización, frecuentemente usadas,
son la defensa de la necesidad de la conducta ilícita, la
defensa de un valor supremo, la negación de la justicia o
de la conveniencia de la ley, el razonamiento de que “todo
el mundo lo hace”, y el argumento de que “tenía derecho
a hacerlo”.
Pueden encontrarse ejemplos claros del empleo de
estrategias de neutralización en las entrevistas que se
realizaron en una investigación sobre agresores sexuales
de menores (Garrido, Beneyto y Gil, 1996). Un
delincuente sexual, condenado por haber abusado de su
propia hija de 6 años, razonaba: “Al encontrarme en el
baño a la niña, le dije si quería que le hiciera cositas y la
niña dijo que sí. (…) Si ella hubiera dicho que no, yo no
le habría hecho nada. Le pregunté si le había gustado y
ella dijo que sí. Siempre le preguntaba previamente si
quería jugar a tocarse. Ella siempre decía que sí, si no la
habría tocado”. Como puede constatarse, este individuo
estaría neutralizando su propia responsabilidad y
atribuyéndosela a la víctima, su hija de 6 años, a quien
asigna, irracionalmente, el deseo del contacto sexual. Otro
sujeto, violador de mujeres y de niñas, descalificaba a sus
víctimas con la siguiente afirmación: “Las mujeres, y
especialmente las niñas, son putas”. Otro más, que
también mantenía relaciones sexuales con su hija de 6
años, atribuía la culpabilidad sobre la víctima, mediante el
siguiente razonamiento: “Yo no tenía relaciones con mi
hija, era ella la que las tenía conmigo. No podía evitarlo,
aunque sabía que no estaba bien”.

6.3.2. Teoría del control social o de los vínculos


sociales
La teoría de los vínculos sociales, o del control social,
fue una de las teorías criminológicas más destacadas e
investigadas durante las últimas décadas del siglo XX.
Fue formulada por Travis Hirschi, en 1969, en su obra
Causes of Delinquency. Su presupuesto central establece
que el principal elemento que retiene a los jóvenes de
implicarse en actividades delictivas es su vinculación
afectiva con personas socialmente integradas. Y,
contrariamente, la conducta delictiva sería el resultado de
la inexistencia o ruptura de tales vínculos (Tibbets, 2012).
Hirschi (1969) realizó un estudio sobre la delincuencia
juvenil, basado en información proporcionada por los
propios jóvenes sobre sus actividades en general
(incluidas las delictivas, si las había), y acerca de sus
relaciones con otras personas, especialmente con sus
padres, sus amigos y el ámbito escolar. Los resultados
mostraron que aquellos sujetos que tenían más
vinculaciones sociales y que participaban en más
actividades convencionales (educativas, recreativas, etc.)
cometían menos delitos. Es decir, la inmersión del sujeto
en redes de contacto y apoyo social favorecía el control de
sus actividades, e inhibía posibles conductas antisociales.
A partir de estos resultados, Hirschi elaboró una teoría
parsimoniosa, consistente y lógica. Aglutinó en ella, de
forma lúcida, elementos de teorías del control previas, y
propuso diversos indicadores y medidas empíricas de sus
principales constructos teóricos (Akers, 1997).
Según la teoría de los vínculos sociales. la conducta
delictiva no es consecuencia de que el individuo cuente
con determinadas creencias u otros factores que le lleven
a delinquir, sino el producto de la ausencia de creencias,
normas y vínculos sociales que le impidan delinquir
(Siegel, 2010). Es decir, la génesis de la participación
delictiva no se hallaría en la adquisición por un sujeto de
valores y normas favorables al delito, sino en la
inexistencia —o la ruptura— de vinculaciones sociales
contrarias a la delincuencia: “Las acciones delictivas se
producen cuando la vinculación de los individuos a la
sociedad es débil o está rota” (Hirschi, 1969: 16). De
modo parecido a la perspectiva de Sykes y Matza, se
sugiere que los jóvenes se encuentran a la deriva y el que
se vinculen o no a la delincuencia va a depender de si
cuentan o no con controles que los retengan de ella
(Conklin, 2012). Sin embargo, la teoría de Hirschi (1969)
es más explícita y desarrollada, concretando cuáles serían
los elementos del control social que alejarían al individuo
del delito y cuáles los contextos en los que tales vínculos
sociales se establecerían.
Portada del libro clásico Causas de la Delincuencia, de Travis Hirschi

A) Mecanismos de vinculación social


Hirschi (1969; Vold et al., 2002; Lilly et al., 2007)
identificó cuatro procesos, estrechamente
interrelacionados, mediante los que los jóvenes se
vinculan a la sociedad, y se facilita así la inhibición de las
conductas antisociales:
1. Apego, o conjunto de lazos emocionales que se
establecen con otras personas, y que se traducen en
afecto, admiración e identificación con ellas. En la
medida que se posea un mayor apego afectivo a personas
que participan en actividades sociales convencionales, se
tendrán más frenos frente al delito.
2. Compromiso, o grado en que los individuos están
ubicados, o encuentran su sitio, en la sociedad
convencional, especialmente en relación con la escuela y
otras ocupaciones juveniles habituales. A mayor
compromiso social, aumentarían los costes por la posible
implicación en actividades delictivas. Los sujetos que
tengan más cosas que perder si delinquen (trabajo,
posesiones, familia o amigos), tendrán más frenos que les
impidan delinquir.
3. Participación, o nivel de implicación de los
individuos en todas aquellas actividades convencionales
(escolares, familiares, laborales, etc.) que les permiten
adquirir valores y técnicas que los alejan del delito.
Cuanto mayor sea la participación en actividades sociales
convencionales, menor será la probabilidad de implicarse
en actividades delictivas.
4. Creencias, o conjunto de convicciones favorables a
los valores establecidos. En la medida en que los
individuos sean consonantes con el contexto social en el
que se desenvuelven, y consideren, por ejemplo, que el
respeto a la vida es un valor supremo, o que no es
correcto sustraer propiedades ajenas, etc., tendrán menor
probabilidad de comportarse contrariamente a dichos
valores.
Todas estas formas de control pueden operar, según
Hirschi (1969), a través de los mismos mecanismos
implicados en cualquier tipo de aprendizaje social, tales
como los refuerzos y los castigos. Para el control de la
conducta de los jóvenes, los refuerzos y castigos más
efectivos son aquéllos que se aplican de manera inmediata
y que proceden del propio medio del sujeto. Es decir,
resultarían más útiles para controlar el comportamiento
las pequeñas sanciones inmediatas por la conducta
inapropiada, como por ejemplo el rechazo expresado por
los amigos, etc., que los castigos más duros pero a largo
plazo, como los previstos en la legislación penal.

B) Contextos de la vinculación social


Según Hirschi, la ruptura de los mecanismos o procesos
de vinculación social descritos (apego, compromiso,
participación y creencias) puede producirse esencialmente
en cuatro contextos de la vida de las personas (véase
cuadro 6.4): 1) ruptura de vínculos con los padres, 2) falta
de vinculación a la escuela, 3) desapego del grupo de
compañeros y amigos, 4) desconexión de las pautas de
acción convencionales (especialmente la educación y el
trabajo). En la medida en que sean más fuertes el apego,
el compromiso, la participación y las creencias de los
jóvenes, en conexión con los contextos sociales
mencionados, menor será su probabilidad delictiva. Por el
contrario, la ruptura de los anteriores vínculos hará más
probable su conducta infractora.
CUADRO 6.4. Modelo de delincuencia de Hirschi
Fuente: elaboración propia a partir de Conklin (1995), Criminology.
Needham Heights, Massachusetts: Allyn and Bacon, 223.

C) El apego a los padres


En la teoría del control social se atribuye especial
relevancia al apego afectivo a los padres. Según Hirschi
(1969), una de las evidencias criminológicas mejor
documentadas en la investigación, es que los jóvenes
delincuentes se hallan menos vinculados a sus padres que
los jóvenes no delincuentes. Los vínculos emocionales
entre padres e hijos vendrían a ser el vehículo que facilita
los procesos de socialización, a través de los cuales los
hijos reciben las ideas, las expectativas y los valores
paternos.
Las teorías del control más antiguas, como la de Reiss
(1951) y la de Reckless (1997 [1961]), habían atribuido la
conducta delictiva a la falta de una adecuada
“internalización”, por parte de los sujetos, de normas,
actitudes o creencias sociales. Sin embargo, Hirschi
(1969) evita referirse a estos procesos de
“internalización”, o controles internos, como inhibidores
de la delincuencia, ya que considera que dicha
interpretación llevaría a una tautología o circularidad
explicativa. Por ejemplo, si al observar que un joven
comete delitos se adujera que ello es debido a una falta de
“internalización” de las normas, y, a continuación, esta
explicación fuera utilizada para explicar el propio
comportamiento delictivo. Hirschi (1969) propone, por el
contrario, que la explicación de la conducta delictiva debe
situarse directamente en la ruptura de los vínculos con los
padres y otros contextos sociales. En otras palabras, la
falta de apego emocional, es, según Hirschi, la variable
más relevante en la etiología de la conducta delictiva.
Existen diversos mecanismos a través de los cuales el
apego a los padres controla la conducta de los jóvenes.
Puede tratarse sencillamente de que, al estar los jóvenes
más unidos a sus padres, tengan menor disponibilidad
espacio-temporal para llevar a cabo conductas delictivas:
cuanto más tiempo pasan los niños en presencia de sus
padres, son menores las posibilidades de hallarse en
situaciones proclives al delito. Sin embargo, Hirschi
(1969) considera que el principal mecanismo de control
paterno es psicológico, y guarda relación con el grado en
que el apego afectivo a los padres determina que las
opiniones y valoraciones de éstos sean consideradas por el
niño a la hora de actuar. Es decir,
La consideración importante es si los padres están psicológicamente
presentes cuando surge la tentación de cometer un delito. (…)
Asumimos que la supervisión es indirecta, que el niño tiene una menor
probabilidad de cometer actos delictivos no porque sus padres
restrinjan físicamente su conducta, sino debido a que él comparte sus
actividades con ellos; no porque sus padres realmente conozcan donde
está [y qué es lo que hace], sino porque él los percibe como sabedores
de su localización [y de su conducta] (el texto entre corchetes es
nuestro) (Hirschi, 1969: 222).

En síntesis, Hirschi considera que la identificación


emocional constituye el elemento fundamental del vínculo
con los padres que es susceptible de prevenir la conducta
delictiva.

D) Validez empírica
Desde su formulación originaria en 1969 se han llevado
a cabo numerosos estudios para evaluar la teoría de del
control social de Hirschi. Vold et al. (2002) concluyeron
al respecto lo siguiente:
• De los cuatro mecanismos de vinculación social
propuestos por Hirschi, muchos resultados apoyan la
validez de los constructos ‘apego’, ‘compromiso’ y
‘creencias’, mientras que no quedaría claramente
avalada como mecanismo de vinculación social la
‘participación’ en actividades comunitarias.
• En muchas investigaciones (p.e., en muchos de los 71
estudios que fueron revisados por Kempf —1993—)
se hallaron correlaciones entre conducta delictiva y
algunas de las variables explicativas propuestas por la
teoría de Hirschi. Sin embargo, tales variables habían
sido operacionalizadas y medidas de maneras muy
distintas, lo que dificulta la obtención de conclusiones
inequívocas sobre la veracidad científica de los
constructos nucleares de la teoría de Hirschi.
La teoría de los vínculos sociales es competitiva. en
muchos de sus términos, con la teoría del aprendizaje
social del comportamiento delictivo, que se verá más
adelante. La teoría de los vínculos sociales atribuye la
génesis de la implicación delictiva de los jóvenes al hecho
de su desvinculación social (de su familia, de sus amigos,
etc.), mientras que la teoría del aprendizaje social
establece que el comportamiento delictivo se aprende por
vinculación social con familiares o amigos delincuentes.
Se han desarrollado múltiples estudios que han evaluado y
comparado la capacidad explicativa de los constructos
principales de una y otra teoría. Sorprendentemente,
algunos de estos análisis han hallado apoyo empírico para
ambas teorías, concluyendo que la implicación de los
jóvenes en actividades delictivas es favorecida tanto por
la ruptura de los vínculos sociales como por el
aprendizaje que se produce en grupos próximos al
individuo (p.e., Alarid, Burton y Cullen, 2000). Sería
posible que ambas teorías, a pesar de su diferente
construcción nominal, contuvieran en realidad dos
maneras distintas de explicar procesos semejantes de
desarrollo de las carreras delictivas juveniles.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: El control informal de la delincuencia en
las sociedades rurales y urbanas (elaboración de los autores)
El “cotilleo” como sistema de control informal en los pueblos
Un ejemplo sobre el funcionamiento del control social informal en el mundo rural
ha sido documentado por un antropólogo social británico, Pitt-Rivers (1989), quien
estudió durante los años 50 el fenómeno del “cotilleo” como mecanismo de control en
el pueblo granadino de Grazalema.
Para Pitt-Rivers una de las formas más eficaces que adopta el control informal en
Grazalema es el “cotilleo”, que consiste en los comentarios que realiza un círculo
reducido de personas sobre un individuo ausente. En el “cotilleo” se produce un
distanciamiento de la persona que es objeto de comentarios y suelen emitirse juicios
de valor acerca de su comportamiento. Estos grupos de “cotilleo” interpretan las
normas sociales y califican a los otros según sus criterios. Uno de los pocos recursos
de defensa con que cuenta el individuo que ha sido objeto de estas críticas, es
incluirse a su vez en otros grupos donde pueda también emitir juicios sobre los
demás.

Sin embargo, el cotilleo como medio de control social, deja de ser eficaz en los
extremos de la estructura social. Es decir, carece de interés cotillear sobre alguna de
las prostitutas del pueblo, que ya han sido excluidas de la “buena sociedad”, o hacerlo
sobre el terrateniente del lugar, que en cierto modo posee inmunidad social respecto
de sus actividades. En cambio, sí que resulta eficaz el cotilleo sobre aquellas personas
que quedan entre ambos polos, todos aquellos habitantes del pueblo a los que sí que
les importa qué digan de ellos los demás y que no desean ser señalados o excluidos
(Merry, 1984).
El control informal en la sociedad actual
En la sociedad actual, para entender este cambio, debemos comparar las
comunidades pequeñas, donde el control informal funciona de manera más eficaz, y
las grandes urbes, donde dicho control no es tan poderoso. En las comunidades
pequeñas las personas son una entidad única y no poseen diferentes roles que les
permitan escapar de uno a otro, en función de su conveniencia. En el estudio sobre el
pueblo de Grazalema, al que nos hemos referido, se observó que prácticamente
ningún vecino era conocido por su nombre, sino que cada uno tenía un apodo que lo
caracterizaba. Cada persona era etiquetada de determinada manera y no podía asumir
diferentes papeles que permitiera matizar o relativizar tal etiqueta. A diferencia de
esto, en las sociedades urbanas cada individuo actúa en diferentes papeles, en la
familia, en el trabajo, entre los amigos. Son papeles distintos, por lo que las
valoraciones negativas que puedan darse en uno de ellos no tienen por qué afectar a la
vida del sujeto en su conjunto. De esta manera, cometer algún pequeño delito no
preocupa en exceso a muchos individuos ya que ello no tiene por qué repercutir en
otros ámbitos de su vida. Las consecuencias pueden ser más limitadas, debido al
anonimato social.
De este modo, la ampliación de la comunidad y la segmentación de los roles ha
producido una debilitación del control informal. Quizá exista un número máximo de
personas, del que pueda saberse casi todo, ya sea directamente ya sea a través de otras
personas que a su vez las conocen. Este conocimiento facilita enormemente el control
social. Por otro lado, el control sobre el comportamiento indeseable en un pueblo
pequeño se halla vinculado al refuerzo y apoyo de la conducta deseada. Los márgenes
de conducta aceptados pueden ser estrechos, pero también existe solidaridad y
colaboración entre vecinos, generosidad y ayuda a personas con problemas.
No obstante, las sociedades muy cerradas y pequeñas también generan su propias
formas de desviación y de delincuencia, algunas de ellas como producto tal vez del
exceso de control. Un ejemplo de ello pueden ser los esporádicos episodios de
delincuencia violenta que a veces tienen lugar. Si dos vecinos de un pueblo
mantienen un conflicto por las lindes de sus tierras, están obligados a aguantarse o a
solucionar ese conflicto, sin que pueden escapar de él o evitarlo, ya que viven en los
estrechos márgenes de un mismo pueblo. Estas sociedades cerradas pueden generar
también miseria debido a que muchas personas son excluidas de la comunidad por
razón de su comportamiento.

Con la migración masiva desde los pueblos a las grandes ciudades, se cambian
radicalmente las formas de control social. Una familia de campesinos, desplazada a
un piso en la quinta planta de un bloque de viviendas, pierde muchos de sus contactos
sociales. Una reacción típica es encerrarse y despreocuparse de la vida social urbana.
La única lealtad social que sobrevive al desplazamiento es la solidaridad con la propia
familia. Inmigrantes de los pueblos, que sabían perfectamente cómo organizar su vida
en el ámbito rural, muestran poco interés por el barrio urbano. Tampoco suelen
participar en asociaciones de vecinos o de padres de alumnos, y ven la vida urbana
como una selva donde cada uno se defiende por sí mismo. Sus hijos aprenden a
conocer en la calle un mundo totalmente diferente al de sus padres. El espíritu de
comunidad y solidaridad, fuertemente presente en la sociedad rural de hace dos
generaciones, se pierde en el traslado a la ciudad.
En la sociedad moderna lo típico es que no existan estos conflictos cerrados, hay
más movilidad, los sujetos cambian de círculos sociales, de lugar de residencia,
desaparece el control informal ejercido a través del cotilleo, ya que no existe tanta
información sobre los otros. Sí parece que entra en juego un control más abstracto,
lejano y formal, que resulta menos eficaz porque no está basado en unos niveles tan
altos de información sobre el otro como los existentes en las sociedades pequeñas. De
este modo, ante un hecho delictivo no es fácil encontrar testigos, la información
obtenida es escasa, y la investigación policial y judicial sin ayuda de la población
suele ser poco eficaz. Los datos que puedan ofrecer los mecanismos del control
informal son vitales para que la policía y la justicia puedan actuar con eficacia. Sin
ellos resulta muy difícil aclarar los delitos y tener conocimiento de todos aquellos que
no se denuncian.
Podría pensarse que una gran parte de la vida social del pueblo se canaliza ahora a
través de la televisión. Los ciudadanos muestran gran interés por aquellos programas
que les ofrecen cotilleo, luchas en familia, y tramas de poder o de amor. En cierto
modo, estas representaciones televisivas podrían funcionar como un sistema
compensatorio constituido por una realidad simulada que ofrece la oportunidad de
hablar sobre los personajes en liza, y reemplazar de esta manera aquellos comentarios
que antes se realizaban en la plaza del pueblo o en el mercado. Una diferencia
fundamental estriba en que la realidad social que generalmente se muestra en la
televisión no se corresponde a menudo con la sociedad que nos rodea, sino que puede
reflejar una realidad bien distinta, como la de la sociedad norteamericana. Además,
las películas y seriales de la pequeña pantalla están pensados para resultar atractivos y
entretener, lo que hace que exageren y distorsionen la propia realidad. Todo ello
dificulta el que puedan servir como sustituto que aporte información adecuada sobre
nuestra realidad vital más cercana, aquélla en la que tenemos que desenvolver
nuestras vidas.

El anonimato y la gran ciudad han roto aquellos lazos de control informal que
venían operando en las sociedades rurales. Si analizamos este cambio a partir de la
teoría del control social de Hirschi podemos constatar que ahora los compromisos de
los individuos son más sectoriales (laborales, educativos, etc.) y no lo son con la
comunidad como un todo. Ello hace que nuestro comportamiento en uno de estos
sectores de vinculación no influya necesariamente sobre nuestro desempeño en otros
ámbitos distintos. En cuanto al apego familiar, se ha producido también una
reducción de la familia tradicional, más amplia, que ha sido sustituida por una familia
más nuclear, con menores lazos exteriores. Pese a todo, la sociedad española se sigue
caracterizando todavía por el mantenimiento en las familias de fuertes vínculos con
otros familiares cercanos (padres, hermanos, tíos, primos), situación que podría
compensar, al menos hasta ahora, la desaparición del control vecinal.
La participación social también ha cambiado, habiendo disminuido la implicación
en actividades que se desarrollan en el lugar de residencia. En las sociedades
pequeñas, todas las actividades se desarrollan en un pequeño radio de acción que se
podría recorrer caminando. Las distancias entre el lugar de residencia, el de trabajo y
el de ocio son ahora mucho mayores. Se ha ampliado considerablemente el círculo
donde nos movemos diariamente. Las distancias desde el domicilio hasta el lugar de
trabajo pueden ser de 30 km., en Madrid o Barcelona, y hasta de 100 km. y más, en
urbes como New York o Tokio. Las actividades sociales ya no tienen lugar en las
inmediaciones del domicilio. Los vecinos solo pueden observar a sus convecinos
cuando salen del domicilio o vuelven a él. Por ello, además de que los vecinos
carecen de información sobre los otros para poder hablar de ellos, los posibles
comentarios pierden importancia, ya que la mayoría —incluido el propio interesado
— ni siquiera conocería los comentarios a que pueda haber dado lugar. La vida
social, ya sea comprar, cometer delitos, o practicar actividades sexuales poco
aceptables, se desarrolla en un ámbito muy poco controlable. Esta nueva situación,
derivada de la movilidad y del anonimato, es muy posible que esté favoreciendo un
aumento de los delitos.
No obstante, no todos los miembros de la sociedad desarrollan sus vidas en este
amplio espacio al que nos venimos refiriendo. Aquellos sujetos que no poseen medios
de transporte (niños, adolescentes, ancianos, los más pobres) siguen viviendo con un
horizonte cercano. Y en este reducido círculo en el que han de vivir probablemente
existen menos actividades lícitas suficientemente atractivas que propicien el
establecimiento de lazos emocionales, compromisos y creencias favorables a la
conducta social y que fomenten su participación en círculos integradores. Ya que
todos los que pueden salen fuera del barrio para trabajar, para estudiar o para
divertirse, los jóvenes que crecen en ese único contexto no tienen la posibilidad de
observar tantas actividades positivas, ni de aprender tantos roles de comportamiento
legal: por el contrario, puede suceder que su aprendizaje social se empobrezca y no
reciban una adecuada educación en las normas, valores y costumbres sociales
convencionales. De esta manera, la sociedad urbana, que puede mejorar las
oportunidades de enriquecimiento personal para los jóvenes y los adultos bien
integrados, si la contraponemos a la sociedad rural, puede también tener efectos
perniciosos para grupos marginales o que no disponen de la movilidad necesaria, y
son obligados a vivir en un ámbito menos atractivo y culturalmente más
empobrecido.

De acuerdo con todo lo que hemos venido comentando, el anonimato, que es una
característica destacada de las modernas sociedades urbanas, podrían favorecer la
comisión de delitos, al reducirse la operatividad de los mecanismos de control
informal que funcionaban en las comunidades rurales. Esta constatación parece
apoyar sustancialmente la teoría del control social de Hirschi.
Sin embargo, también podemos vincular el análisis de estas nuevas realidades
delictivas con otra de las teorías que se verá más adelante: la teoría de las actividades
rutinarias de Cohen y Felson. Según esta teoría el delito requiere tres condiciones
imprescindibles: la existencia de delincuentes motivados para delinquir, la presencia
de objetos atractivos para el delito, y la ausencia de controles eficaces. Del análisis de
la sociedad actual que hemos efectuado, cabe concluir que en las ciudades podría
haber más sujetos dispuestos a delinquir debido a diferentes motivos (a causa de las
inconsistentes estrategias de crianza utilizadas por sus padres, del aprendizaje de
conductas delictivas o de las disfunciones sociales propias de la sociedad urbana).
También en ellas es mucho mayor la presencia de objetos atractivos para el delito, a
la vez que la vida urbana propicia, según hemos comentado, una vigilancia informal
mucho menos eficaz (Felson, 1994).

6.3.3. Teoría del autocontrol


Michael Gottefredson y Travis Hirschi, ambos profesores de Sociología en la
Universidad de Arizona (USA)

En un libro importante en Criminología, publicado en


1990 y titulado Una teoría general de la delincuencia,
Michael R. Gottfredson y Travis Hirschi presentaron su
teoría del bajo autocontrol que combina conceptos de las
perspectivas biosociales, psicológicas, de las actividades
rutinarias y de la elección racional. Ésta ha sido la teoría
criminológica más de moda a lo largo de las dos últimas
décadas (Hay, 2001; Pratt y Cullen, 2000; Serrano Maíllo,
2011; Tibbetts, 2012).
Gottfredson y Hirschi (1990) consideran que, a la hora
de explicar la delincuencia y sus posibles oscilaciones, es
imprescindible diferenciar entre acciones delictivas (el
“delito” como conducta) e individuos con tendencias
delictivas (o “criminalidad” como propensión). Atendido
lo anterior, en una sociedad dada, las tasas de
delincuencia podrían variar debido a las fluctuaciones en
las oportunidades delictivas, aunque el número de
individuos con predisposiciones delictivas no variara.
En esta teoría se asume, como punto de partida, que las
restricciones que impiden que los sujetos delincan pueden
tener tanto un carácter social como individual, aunque
este planteamiento atribuye un gran peso explicativo al
factor individual: las personas serían diferentes entre sí en
su vulnerabilidad a las tentaciones delictivas. El concepto
clave de la teoría de Gottfredson y Hirschi es el bajo
autocontrol. Estos autores consideran que esta
característica, un autocontrol deficitario, que aumenta la
probabilidad del delito, está presente desde la primera
infancia, y constituye una condición bastante estable a lo
largo de la vida (Bernard et al., 2010; Serrano Maíllo,
2011). No obstante, la falta de autocontrol puede también
ser contrarrestada por otras características del propio
sujeto, o por factores situacionales de su entorno.

A) Encaje entre conducta delictiva y bajo


autocontrol
En general, el comportamiento delictivo presenta las
siguientes características típicas (Gottfredson y Hirschi,
1990; Lilly et al., 2007; Siegel, 2010): 1) produce una
gratificación inmediata de los propios deseos (dinero,
venganza, sexo, etc.), que se obtiene sin demasiado
esfuerzo; 2) implica actividades excitantes y arriesgadas;
3) comporta escasos beneficios a largo plazo; 4) requiere
poca habilidad y planificación; 5) a menudo supone dolor
para las víctimas; 6) produce, más que un auténtico
placer, el alivio de alguna tensión generada; y, además, 7)
puede implicar un cierto riesgo de dolor físico para el
propio delincuente, aunque la probabilidad de detención y
castigo de los delitos sea por lo común baja.
Pues bien, las personas con un elevado nivel de
autocontrol poseen, generalmente, características
antagónicas con las condiciones del funcionamiento
delictivo descritas (Gottdredson y Hirschi, 1990; Lilly et
al., 2007; Siegel, 2010): saben diferir las gratificaciones y
suelen ser esforzadas; tienden a ser prudentes con su
conducta, más que arriesgadas; desean beneficios a largo
plazo (como los derivados del trabajo, de la estabilidad
afectiva, de la familia o de los amigos); suelen planificar
sus acciones; se siente concernidas por el sufrimiento de
otras personas; y sopesan los riesgos de su
comportamiento. Todas estas características de
funcionamiento personal (que son propias de un elevado
autocontrol), no se acomodarían convenientemente a la
vida delictiva.
Por el contrario, los individuos con bajo autocontrol
responden a menudo a las siguientes condiciones: tienden
a apetecer recompensas inmediatas, de fácil obtención;
gustan de la aventura; son inestables en sus relaciones
humanas; carecen con frecuencia de las habilidades
académicas y cognitivas necesarias para la planificación
de su conducta; son egocéntricos e insensibles frente al
sufrimiento tanto ajeno como propio; y no suelen
considerar las consecuencias de su comportamiento.
Todas estas características individuales (propias de la falta
de autocontrol) se adaptarían más fácilmente al modo de
vida y funcionamiento delictivos.
Gottfredson y Hirschi (1990: 90-91) resumieron su
concepto de bajo autocontrol, integrado por los elementos
mencionados, de la siguiente manera:
“En síntesis, las personas que carecen de autocontrol tenderán a ser
impulsivas, insensibles, físicas (en oposición a mentales), asumidoras
de riesgo, imprevisoras, y no verbales, y tenderán por tanto a
implicarse en actividades delictivas y similares. Como quiera que
estos rasgos pueden identificarse con antelación a la edad de
responsabilidad delictiva, debido a que existe una considerable
tendencia a que estos rasgos aparezcan juntos en las mismas personas,
y debido a que los rasgos tienden a persistir a lo largo de la vida,
parece razonable considerarlos como un constructo comprensivo y
estable de utilidad para la explicación de la delincuencia”.

B) Manifestaciones del autocontrol


Es evidente que el delito no es una consecuencia
automática de la falta de autocontrol, sino que éste puede
manifestarse de formas diversas, tales como la bebida
incontrolada, el consumo abusivo de sustancias tóxicas, el
comportamiento arriesgado en la conducción de
automóviles, etc. De este modo, Gottfredson y Hirschi
valoran que la evidencia criminológica recogida durante
décadas apoyaría la tesis de la versatilidad o variabilidad
de los comportamientos delictivos (frente a la
especialización delictiva): en general, los delincuentes
cometerían una diversidad de delitos distintos, sin mostrar
especiales inclinaciones excluyentes de unos u otros.

C) Causas del bajo autocontrol


Aunque Gottfredson y Hirschi consideran que se sabe
muy poco acerca de las causas directas del bajo
autocontrol, interpretan que este déficit no puede ser el
producto del aprendizaje o de la socialización, tal y como
proponen otras teorías criminológicas (de modo
destacado, la teoría del aprendizaje social). Las
características del bajo autocontrol se mostrarían “por sí
mismas”, con anterioridad a los procesos de crianza y
entrenamiento social de los niños. Es decir, la falta de
autocontrol se manifestaría en ausencia de cualquier
esfuerzo proactivo para generar a propósito individuos
descontrolados. Afirman (pp. 95-96):
“No se conoce grupo social alguno, ya sea delictivo o no, que
activamente o intencionalmente intente reducir el autocontrol de sus
miembros. La vida social no es mejorada por el bajo autocontrol y sus
consecuencias. Por el contrario, la manifestación de estas tendencias
socava las relaciones armoniosas de grupo y la capacidad para lograr
fines colectivos [incluso en grupos delictivos]. Estos hechos niegan
explícitamente que la delincuencia sea el producto de la socialización,
de la cultura o del aprendizaje positivo de cualquier suerte” (el texto
entre corchetes en nuestro).

Finalmente, la teoría del bajo autocontrol realza


aquellos elementos que serían relevantes en la toma de
decisiones que pueden llevar a la comisión de un delito.
Los delitos suelen comportar, por un lado, un objetivo
placentero y, por otro, determinado riesgo de castigo (ya
sea informal o legal). Mientras que existiría escasa
variabilidad interindividual en la percepción de las
consecuencias gratificantes del comportamiento, sería
elevada la diversidad entre sujetos por lo que se refiere a
su capacidad para calcular las consecuencias negativas. Es
decir, aunque la mayoría de las personas desearía poseer
más, ser más, etc., no todas temerían por igual las
consecuencias aversivas que pudieran derivarse de los
hurtos, robos, venganzas, etc.
Entonces, si, como proponen Gottfredson y Hirschi, la
tendencia delictiva, que se asocia a un bajo autocontrol, se
halla presente en algunas personas desde el nacimiento,
¿cómo podría prevenirse la conducta delictiva? En este
punto, los autores consideran que existen dos fuentes
importantes de variación, susceptibles de condicionar el
riesgo delictivo. En primer lugar, como ya se ha razonado,
las diferencias individuales entre los niños, en cuanto al
grado en que manifiestan rasgos característicos de la falta
de autocontrol. Pero, también, las diferencias que existen
entre los cuidadores o educadores de los niños y jóvenes,
por lo que se refiere a su capacidad para reconocer y
corregir temprana y eficazmente la carencia de
autocontrol mostrada por los sujetos (DeLisi y Beaver,
2011).
“Obviamente, no sugerimos que las personas sean delincuentes
natos, que heredan un gen criminal o algo parecido, sino que, por el
contrario, explícitamente rechazamos tales planteamientos. Lo que
nosotros proponemos es que las diferencias individuales pueden tener
un impacto sobre los planteamientos necesarios para lograr una
socialización efectiva (o control adecuado). La socialización efectiva
es, pese a todo, siempre posible, con independencia de la
configuración de los rasgos individuales” (p. 96).
De izquierda a derecha aparecen los profesores doctores Carlos Vázquez
González (Universidad Nacional de Educación a Distancia), María Dolores
Serrano Tárraga (UNED), María Fernanda Realpe Quintero (Universidad
Europea) y Alfonso Serrano Maíllo (UNED). Entre sus líneas de
investigación figuran la delincuencia juvenil, la teoría criminológica y género
y delito. Algunos de sus libros más importantes son Derecho penal juvenil,
2.ª ed., 2007; Tendencias de la criminalidad y percepción social de la
inseguridad ciudadana en España y la Unión Europea, 2007; y El problema
de las contingencias en la teoría del autocontrol, 2.ª ed., 2013.

D) Validez empírica
Desde su formulación en 1990, la teoría del autocontrol
ha dado lugar a múltiples investigaciones sobre la validez
de sus principales constructos. En general, según Siegel
(1998), existe amplia evidencia científica que relaciona
impulsividad (lo opuesto al autocontrol) y conducta
delictiva. El rasgo impulsividad puede discriminar
también entre delincuentes reincidentes y no reincidentes.
Las medidas de bajo autocontrol han resultado también
buenos predictores de la posible conducta delictiva de
jóvenes de distintas culturas y grupos raciales. Por
ejemplo, en una investigación con adolescentes
afroamericanos (chicos y chicas), el bajo autocontrol fue
un buen predictor de delincuencia posterior, dando cuenta
de entre un 8.4 y un 13 por ciento de la varianza de la
conducta antisocial de los varones, y entre un 4 y un 8.4
por ciento de la de las chicas (Vazsonyi y Crosswhite,
2004). Además, el bajo autocontrol, tal y como la teoría
había planteado, se ha mostrado también útil para predecir
otras formas de conducta de riesgo, tales como la
conducción temeraria de vehículos, el engaño en la
escuela, las prácticas sexuales arriesgadas, y el juego
patológico (Jones y Quisenberry, 2004).
Dos de los asertos principales de la teoría —1) el hecho
de que el bajo autocontrol esté integrado por seis
dimensiones o elementos distintos (propensión a la
recompensa inmediata, gusto por la aventura,
inestabilidad en las relaciones, falta de planificación,
insensibilidad ante el sufrimiento, y no consideración de
consecuencias de la conducta), y 2) que el autocontrol
constituya una característica estable en los individuos que
la poseen— fueron evaluados por Arneklev, Grasmick y
Bursik (1999), en sendas muestras de jóvenes adultos, de
edades semejantes. Los resultados de este estudio
confirmaron tanto la multidimensionalidad del constructo
autocontrol como su invariabilidad a lo largo del tiempo.
En España, Serrano Maíllo y sus colegas (Serrano
Maíllo, 2011) evaluaron la teoría del autocontrol a partir
de una muestra de 58 jóvenes internos, en centros de
reforma de la Comunidad de Madrid, hallando una firme
relación entre bajo autocontrol y conducta antisocial y
delictiva.
En síntesis, diversos estudios han obtenido resultados
favorables a la teoría del autocontrol, conformando la
conexión entre bajo autocontrol y mayor probabilidad de
delito (Ezinga, Weerman, Westenberg et al., 2008;
Pauwels, 2011; Serrano Maíllo, 2011; Siegel, 2010),
incluida alguna investigación transcultural, comparando
muestras de países occidentales, orientales y africanos
(Rebellon, Strauss y Medeiros, 2008). También avalan
indirectamente el constructo autocontrol las
investigaciones que han probado la relevancia
criminógena de factores de riesgo como la impulsividad,
necesidad de gratificación inmediata y el rasgo búsqueda
de sensaciones, debido a sus paralelismos con el
autocontrol (Pratt y Cullen, 2000; Romero, Gómez-
Fragela, Luengo, y Sobral, 2003).
Una de las polémicas teóricas más persistentes en
Criminología tiene que ver con si existe una
preponderancia, como mecanismo desinhibidor de la
conducta delictiva, del control externo (como se propone
en la primera teoría de los vínculos sociales de Hirschi y
en la teoría del control de Sampson y Laub, a la que se
hará referencia a continuación), o más bien del control
interno o autocontrol. La opinión de algunos autores (p.e.,
Cohen y Vila, 1996) es que probablemente ambos
procesos son relevantes, y la preponderancia de uno u otro
dependerá de las categorías y características de los
delincuentes. Mientras que algunas personas que no
muestran un alto riesgo delictivo, podrían cometer delitos
si se les presentan oportunidades favorables para ello
(proceso en el que la falta de control externo jugaría un
papel central), algunos delincuentes de alto riesgo, con
perfiles más versátiles y sociopáticos, presentarían
mayores déficits internos, como los elementos integrantes
del bajo autocontrol.
Una aportación meritoria del planteamiento de
Gottfredson y Hirschi (1990) fue su distinción, y posterior
recombinación entre sí, de los conceptos de criminalidad
(como tendencia) y delito (como acción). Esta
diferenciación permitiría comprender mejor el hecho de
que algunas personas, a pesar de mostrar bajo autocontrol,
no cometan delitos, si han experimentado el control
adecuado, a partir de procesos educativos intensos, o
debido a que carecen de las oportunidades para ello; y,
paralelamente, también permitiría explicar que individuos
con elevado autocontrol puedan, sin embargo, acabar
delinquiendo, si se vieron expuestos a reiteradas
oportunidades delictivas (Siegel, 1998).
La teoría del autocontrol ha recibido también algunas
críticas importantes (Bernard et al., 2010; Serrano Maíllo,
2011; Siegel, 2010):
1. La teoría puede resultar tautológica. Esta crítica se
basa en la explicación circular que supone argumentar que
quienes delinquen lo hacen porque carecen de
autocontrol, y, a continuación, afirmar que quienes
carecen de autocontrol cometen actos delictivos. Es decir,
aquí existe un problema metodológico que debe
resolverse adecuadamente en las evaluaciones de la teoría,
en el sentido de que deberían separarse con precisión las
variables independientes (los elementos integrantes del
bajo autocontrol) de las dependientes (las manifestaciones
o resultados de conducta delictiva) (Lilly et al., 2007;
Marcus, 2004; Stylianou, 2002).
2. Diferencias individuales/contextuales. La teoría ha
prestado poca atención a la influencia que pueden tener
sobre la delincuencia los elementos culturales,
ambientales o económicos. Su perspectiva básica realza
las diferencias individuales en las tendencias delictivas.
¿Quiere ello decir que las diferentes tasas delictivas de,
por ejemplo, el ámbito rural y el urbano, son debidas a
que los habitantes de las ciudades son más impulsivos que
los de los pueblos? De modo paralelo, ¿puede afirmarse
que los hombres son más impulsivos que las mujeres?
3. Creencias morales. La teoría del autocontrol ignora
las influencias de las creencias individuales sobre la
conducta, perspectiva que constituía, sin embargo, un
elemento fundamental de la previa teoría de los vínculos
sociales de Hirschi (1969).
4. La teoría presupone la estabilidad a lo largo del
tiempo de ciertos rasgos individuales. Sin embargo,
también existe abundante investigación sobre el desarrollo
evolutivo de las personas, que contradice esta supuesta
estabilidad temporal. Muchos estudios que han
documentado la posibilidad de desarrollar en distintas
etapas de la vida, al menos parcialmente, la habilidad
individual de autocontrol (Andrews y Bonta, 2010;
Arneklev, Grasmick y Bursik, 1999).
5. Diferencias transculturales. La teoría asume una serie
de estereotipos muy norteamericanos de lo que constituye
o no una conducta de riesgo o ilícita. Por ejemplo,
Gottfredson y Hirschi reiteradamente mencionan, como
comportamientos inapropiados e ilícitos, fumar o
mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Es
evidente que esta perspectiva sesgada limita culturalmente
la teoría, ya que el concepto de conductas de “riesgo” en
ciertos ámbitos socioculturales no necesariamente
coincide con el de otros.
Gottfredson y Hirschi han considerado, en distintos
trabajos sobre su teoría, que el “autocontrol” sería un
constructo de naturaleza sociológica, que no se
correspondería con el rasgo psicológico de idéntica
denominación. Para la evaluación del dicho constructo
teórico (el de la teoría de Gottfredson y Hirschi), durante
los últimos años se han desarrollado diferentes escalas de
auto-informe. Sin embargo, un equipo de investigadores
españoles (Romero et al., 2003) aplicaron algunas de estas
escalas a sendas muestras de adolescentes y jóvenes
estudiantes, obteniendo que, en realidad, los componentes
del bajo autocontrol, tal y como son evaluados en la teoría
de Gottfredson y Hirschi, guardan una estrecha
correspondencia con cinco componentes bien conocidos y
tradicionalmente evaluados en la psicología de la
personalidad: Búsqueda impulsiva de riesgo,
Temperamento volátil, Preferencia por tareas simples,
Auto-centramiento, y Preferencia por actividades físicas.
En función de estos resultados, Romero et al. (2003)
consideraron que el constructo criminológico de bajo
autocontrol, una vez operacionalizado, no constituiría un
concepto nuevo y diferente, sino una variable análoga a
otras bien conocidas en la psicología de la personalidad.
Incluso, en estudios psicobiológicos más recientes, se ha
obtenido una alta correlación entre pobre autocontrol y
ciertos marcadores genéticos que se asocian a una baja
producción orgánica de serotonina, neurotransmisor
relacionado precisamente con la inhibición conductual
(Walsh, 2012).
También se ha considerado que la teoría del bajo
autocontrol atiende en exclusividad a aspectos
individuales y contextuales próximos, sin tomar en cuenta
el influjo sobre la delincuencia de los grandes factores
sociales (culturales, económicos, etcétera). Incluso en el
plano individual, se ignorarían elementos tan importantes
para la orientación de la conducta, como podrían ser las
creencias y valores propios. Distintos autores han
concluido que la consideración exclusiva de variables
individuales tempranas (en general las características y
disposiciones infantiles pero en particular la falta de
autocontrol), no permitiría comprender las trayectorias
delictivas a largo plazo (Doherty, 2006; Sampson y Laub,
2003).

6.3.4. El control social informal según edades


Una aportación reciente a las teorías del control
corresponde a Sampson y Laub (2008), quienes
formularon una teoría sobre el control social informal
graduado por edades, que explica separadamente las
etapas sucesivas de inicio, mantenimiento y desistencia
del delito (Lilly et al., 2007).
Robert Sampson y John Laub (en la foto) son, respectivamente, profesores de
Ciencias Sociales y Criminología de las universidades norteamericanas de
Harvard y Mangland. En los años noventa retomaron y dieron continuidad al
primer estudio longitudinal en Criminología, denominado Unraveling
Juvenile Delinquency, que habían iniciado Sheldon y Eleanor Gluck en los
años cuarenta. Son autores de una teoría sobre el control social informal
graduado por edades, y han investigado en relación con criminalidad y
pobreza y eficacia colectiva (véase capítulo 24, sobre prevención).

Consideran que el inicio en la delincuencia juvenil sería


resultado de los que denominan factores del “contexto
familiar” (disciplina errática, falta de supervisión materna,
rechazo paterno…), elementos que serían a su vez
influenciados por los factores “estructurales de base”
(barrios masificados, familias rotas, bajos ingresos, alta
movilidad residencial, madres trabajadoras que no se
ocupan de los hijos, criminalidad paterna…). El
mantenimiento en el delito se considera el resultado de la
“continuidad acumulativa” del riesgo (Walsh, 2012), en la
medida en que la conducta delictiva lleva al
procesamiento del sujeto por el sistema de justicia, y ello
a su vez al cierre de puertas sociales diversas: vínculos
escolares, familiares, de amigos, vínculos laborales, y
relaciones adultas en general. Por último, se valora que, a
pesar de la frecuente apariencia en contrario, el cambio de
conducta y el desistimiento del delito son procesos
frecuentes, que van a depender del nuevo capital social
que el individuo pueda ir adquiriendo, en forma de nuevas
relaciones prosociales, trabajo, etc. (Siegel, 2010).
Contrariamente a las teorías criminológicas del desarrollo,
en este modelo teórico no se considera que las
experiencias infantiles sean decisivas o indelebles a
efectos de favorecer la continuidad delictiva.

6.3.5. Teoría de la Acción Situacional del Delito


Per-Olof H. Wikström es Profesor de Criminología Ecológica y del
Desarrollo en el Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge.
Es el director del Peterborough Adolescent and Young Adult Development
Study (PADS+), un relevante proyecto de investigación acerca de la etiología
y la prevención de la delincuencia. Es autor de la Teoría de la Acción
Situacional, que se presenta en este apartado. Sus obras recientes son las
tituladas Breaking Rules. The Social and Situational Dynamics of Young
People’s Urban Crime (2012), The Explanation of Crime: Contexts,
Mechanisms and Development (2006), and Adolescent Crime: Individual
Differences and Lifestyles (2006).

El profesor noruego Per-Olof H. Wikström, que


desarrolla su actividad en el Instituto de Criminología de
la Universidad de Cambridge, formuló en 2004 una nueva
teoría de la delincuencia que denominó teoría de la
acción situacional. En sociología, Parsons propuso una
teoría denominada “de la acción social”, que concibe la
acción como resultado del sistema actor-situación, sistema
que tendría un significado motivacional para el individuo
y para la colectividad. De forma paralela, Wikström
(2004, 2006) considera que para explicar adecuadamente
los mecanismos de la conducta delictiva debe atenderse a
la importancia simultánea del individuo y del contexto
(algo que él considera que no habrían hecho ni los
estudios y teorías de nivel individual, ni tampoco los del
nivel sociológico).

A) El delito como ruptura de prescripciones


morales
Wikström (2006) interpreta el delito como un acto (no
una propensión), que hace referencia a lo “moral”, ya que
supone la ruptura, consciente e intencional, de
determinadas prescripciones acerca de lo que es correcto
o incorrecto. En coherencia con lo anterior, define el
delito como un acto de ruptura de una regla moral,
cometido por un individuo en un contexto particular
(Serrano Maíllo, 2011).
Así, la explicación del comportamiento delictivo sería
equiparable a la explicación de la conducta moral
(afirmando, incluso, que la expresión “ruptura de normas
morales” sería mejor y preferible a la de “conducta
antisocial”). Tres serían los niveles de análisis
criminológico que requerirían explicación teórica según
Wikström (2008): 1) las características y experiencias
individuales; 2) la propensión, o tendencia individual a
percibir el delito como una posible opción de conducta; y
3) los hechos delictivos en sí.

B) Acción situacional
Según lo anterior, la teoría de la acción situacional se
dirige a describir los mecanismos específicos que
conectan a los individuos con los contextos en los que se
producen sus acciones criminales (véase cuadro 6.5). El
“campo de acción” del individuo (individual’s activity
field) es la configuración de contextos (incluyendo
personas, objetos, y eventos en localizaciones
específicas), a los que un sujeto se ve expuesto y
reacciona. Mientras que un “contexto de acción” sería la
intersección específica entre un individuo (con sus
correspondientes características y experiencias
personales) y un tipo particular de contexto. Sujeto y
contexto son interconectados mediante la percepción
individual de alternativas y los procesos individuales de
decisión, a lo Wiskström denomina mecanismo
situacional.
CUADRO 6.5. Factores y mecanismos clave de la teoría de la acción
situacional
Fuente: elaboración propia a partir de Wikström (2008), p. 218.

Respecto de los individuos, las características


individuales más relevantes en relación con su posible
implicación en acciones delictivas, son dos: 1) los
elementos morales (morals), integrados por valores y
emociones, y que resultan en juicios morales acerca de la
percepción o no del delito como una alternativa de
conducta; y 2) las funciones ejecutivas, de las que la más
relevante sería el auto-control —o manejo moral de
tentaciones y provocaciones—, que controlan el proceso
de elección individual. Wikström considera que la
moralidad juega en papel más decisivo para la conducta
delictiva que el auto-control.
Por lo que se refiere al contexto de acción, las
características y mecanismos que influenciarían en mayor
grado el que un individuo pueda percibir el delito como
una posible alternativa de acción, y pueda elegir o no
llevarla a cabo, serían los siguientes (Wikström, 2008):
A) En cuanto inhibidor de la conducta delictiva, la
supervisión o vigilancia de un lugar, que se conectaría
con el individuo a partir de un mecanismo de
disuasión, o riesgo percibido de posible detección y
sanción (Wikstöm, 2011).
B) Como promotores de la conducta delictiva, las
oportunidades delictivas estimularían un mecanismo
de tentación, u opción percibida de satisfacer un deseo
de manera ilícita, y las fricciones ambientales con
otros, que se conectarían al individuo a partir de un
mecanismo de provocación, o ataque percibido ya sea
hacia uno mismo o hacia otras personas significativas
para el sujeto (al respeto de la seguridad, autorrespeto,
propiedades…).
La moralidad individual condicionaría, a través de los
juicios morales emitidos, qué oportunidades y fricciones
van a percibirse por un sujeto como tentaciones o
provocaciones, y cuáles no. Sería el resultado de la
adquisición de normas y valores a partir del proceso de
socialización (muy dependiente de la vinculación y el
cuidado recibidos), mediante la supervisión y el
aprendizaje, que acabarían generalmente teniendo como
resultado la capacidad personal de sentir culpa. Contextos
comunitarios de baja eficacia colectiva (en relación con
las familias, las escuelas y los barrios) se asociarían una
peor socialización y más baja adquisición de moralidad
individual (Wikström, 2012).
Por su parte, las funciones ejecutivas, y en particular la
capacidad de autorregulación y auto-control, también se
adquirirían tempranamente a partir del proceso de crianza,
siendo críticos para ello ciertos periodos del desarrollo
neurológico del sujeto.
Por último, respecto de la evolución de las carreras
criminales, Wikström (2008) interpreta que las
modificaciones que puedan producirse en los patrones
individuales de conducta delictiva (inicio delictivo,
consolidación criminal, desistencia del delito) serían
esencialmente debidas a los cambios operados en los
contextos individuales de acción (en la intersección
individuos x contextos). Más concretamente, habría dos
fuentes interdependientes que afectarían al cambio de la
conducta delictiva: 1) el desarrollo y cambio del propio
individuo, en relación a cómo reacciona ante los
contextos particulares; y 2) las modificaciones en el
campo de actividad del sujeto, que provocarían
variaciones en los contextos frente a los que el individuo
reacciona.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Múltiples investigaciones criminológicas han puesto de relieve la conexión entre
interacciones sociales negativas o problemáticas y delincuencia. De ahí que un
principio general de política criminal sea la conveniencia de reducir, en el mayor
grado posible, las situaciones y relaciones susceptibles de generar en los
individuos estrés y tensión.
2. Cuando, como resultado de cambios sociales rápidos (emigración masiva, aumento
del desempleo, marginación, etc.), se producen situaciones de anomia, o de falta
de referentes estables para la conducta individual, puede incrementarse el riesgo
de delincuencia. A ello contribuirían particularmente los conflictos medios-fines, a
menudo institucionalmente estimulados, que puedan darse en el marco social.
3. Las subculturas aflorarán más probablemente, como una posible reacción frente a
los sistemas y valores imperantes, en situaciones de marginación y exclusión
social, particularmente de grupos de jóvenes (aislamiento del ámbito escolar, del
mercado de trabajo, etc.). Estos grupos subculturales tenderán en mayor grado a
transformarse en delictivos si, en los contextos en los que surgen, existen
estructuras de oportunidad ilegítimas (como puedan ser organizaciones delictivas
adultas).
Teorías de la tensión:
4. Las fuentes principales de tensión sobre los individuos, que pueden más fácilmente
asociarse a la conducta delictiva, son las siguientes: 1) imposibilidad de alcanzar
objetivos sociales positivos, como una mejor posición económica o un mayor
estatus social; 2) privación de gratificaciones que ya se poseen o se esperan lograr
(por expulsión de la escuela, pérdida del empleo, etc.); y 3) sometimiento a
situaciones negativas o aversivas de las que no se puede escapar (maltrato
familiar, victimización sexual, etc.).
5. Todas estas situaciones pueden producir estados emocionales negativos, tales como
la ira, la frustración o el resentimiento, y propiciar la ejecución de acciones
correctivas (entre ellas la delincuencia) contra las fuentes que se consideran
responsables de la tensión.
6. La experiencia continuada de tensión puede predisponer a los individuos para el
inicio de carreras delictivas persistentes.
Teorías del control social informal:
7. La probabilidad de conducta delictiva dependerá también del balance que se
produzca, en cada individuo, entre las presiones internas y ambientales que incitan
al delito, y los controles internos y externos que alejan de él.
8. Los mecanismos de neutralización o justificación de la conducta infractora pueden
facilitar la transgresión de las normas.
9. Principio de vinculación social: los vínculos afectivos y la mayor identificación
emocional con personas socialmente integradas constituyen elementos esenciales
de la prevención delictiva. La inexistencia o ruptura de estos vínculos, facilitará la
comisión de delitos.
10. La vinculación social depende de cuatro elementos interrelacionados: el apego
emocional a personas socialmente integradas, el compromiso con redes sociales
convencionales, la participación en actividades sociales convencionales, y las
creencias favorables a los valores sociales.
11. Los niños y jóvenes que muestran bajo autocontrol, o elevada impulsividad,
deberían constituir un objetivo prioritario de la prevención secundaria, a partir del
desarrollo de intervenciones tempranas especializadas.
12. Diferentes contextos y mecanismos sociales tendrían mayor influencia según
distintas edades y etapas de las carreras delictivas: generalmente, el inicio en el
delito, a partir de la infancia y la adolescencia, guardaría una relación más
estrecha con los factores del “contexto familiar” (influidos, a su vez, por los
macro-factores estructurales: barrio, nivel cultural, clase social, etc.); el
mantenimiento de la conducta delictiva, en primera edad adulta, vendría
condicionado por una “continuidad acumulativa” de los riesgos; y, finalmente, la
desistencia delictiva dependería en mayor grado del nuevo capital social
(formación, nuevas relaciones prosociales, acceso a un empleo, etc.) que cada
individuo pueda ir adquiriendo a lo largo de su vida.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Cuáles fueron los grupos teóricos principales que se derivaron de la Escuela de
Chicago? ¿Bajo qué consideraciones conceptuales y teóricas surgieron?
2. ¿Qué fue el Proyecto Área de Chicago? ¿Tuvo éxito? ¿Por qué?
3. Buscar información sobre otros proyectos sociales parecidos, ya sea en España o en
otros países.
4. ¿Es igual o diferente el concepto de anomia de Durkheim y de Merton? ¿Y el
concepto de anomia institucional, de Messner y Rosenfeld? ¿En qué sentidos? ¿Es
la anomia algo individual o también social?
5. ¿Resulta aplicable en la actualidad el concepto clásico de subcultura delictiva? ¿En
qué se parecen y diferencian los grupos subculturales actuales y los descritos por
los teóricos norteamericanos de las subculturas?
6. ¿Cómo explican Cloward y Ohlin la delincuencia a partir del concepto de
oportunidad diferencial?
7. Según la teoría general de la tensión, ¿cuál sería la vinculación entre tensión y
delincuencia?
8. ¿Cuáles son los principales factores impulsores y de predisposición que pueden
modular el que los individuos afronten la tensión en forma delictiva?
9. ¿Qué papel juegan los mecanismos de neutralización en la conducta infractora?
10. ¿Qué significa, en términos criminológicos, según Sykes y Matza, que los jóvenes
se hallan a la deriva?
11. ¿Cuáles son los principales mecanismos de vinculación social incluidos en la
teoría de Hirschi?
12. ¿Cómo opera el apego a los padres en la prevención de la conducta delictiva?
13. ¿Cuál es el concepto criminológico de “bajo autocontrol”? ¿Cómo se asocia a la
delincuencia? ¿Es igual o diferente al concepto psicológico de autocontrol?
14. ¿Cuál es la idea central de la teoría del control social informal según edades?
15. ¿Qué constructos principales incluye la teoría de la acción situacional?
16. Seleccionar alguna o algunas de las teorías presentadas en este capítulo (el mismo
ejercicio podría hacerse también en relación con los capítulos teóricos
posteriores), y, en grupos, analizarlas críticamente a la luz de los criterios que
deben reunir las teorías criminológicas, según se vio en el capítulo 5.

1 Un problema que se ha apuntado en relación con el enfoque funcionalista es


la duda sobre la supuesta entidad factual que se atribuye a las estadísticas
oficiales, en las que se basan sus análisis. La crítica más importante en
este punto ha consistido en afirmar que las estadísticas oficiales tienen la
apariencia de cosas, con independencia de su significación, pero que su
entidad factual es espuria en muchos casos (Scull, 1989). Un análisis
detenido de las estadísticas oficiales, por ejemplo de los suicidios, de la
delincuencia o de otras formas de desviación, no puede ser realizado
independientemente de sus significados o de las prácticas organizativas y
rutinas existentes para recoger estos datos. Las estadísticas oficiales
confirman el punto de vista mertoniano en el sentido de que la
delincuencia es esencialmente un comportamiento propio de la clase baja.
Sin embargo, según sabemos, las rutinas policiales tienden a focalizar su
atención preferentemente sobre las clases bajas. De esta manera, detectan
más delincuencia en estas clases, lo que a su vez parece confirmar el
punto de vista de partida.
2 Las respuestas de adaptación a la tensión pueden ser distintas según se
intenten cambiar los fines sociales o bien se pretenda alterar los medios
para su logro. Merton categorizó en cinco tipos las posibles respuestas del
individuo frente a este problema (Merton, 1980; Vold et al., 2002; Siegel,
2010):
a) Conformidad, que es la respuesta adoptada por la mayoría. Aquí, los
individuos, a pesar de no poder lograr, en su grado máximo, los objetivos
sociales (es decir, conseguir el mayor estatus económico y social que
desearían), aceptan, sin embargo, tanto los objetivos sociales establecidos
como los medios que se consideran legítimos para su obtención (es decir,
se admite el trabajo y el esfuerzo personal como base del éxito).
b) Innovación, que tendría lugar cuando el sujeto acepta los fines sociales
convencionales (mejorar su estatus económico y social), pero rechaza los
medios más típicos para su consecución (por ejemplo, un trabajo
asalariado), y busca nuevos instrumentos para el logro de sus metas (por
ejemplo, a través de un negocio nuevo, más lucrativo).
c) Ritualismo, cuando no se admiten sin más los objetivos sociales típicos (es
decir, no se tiene como ideario de la vida poseer más o ser más), pero se
acepta participar en las actividades sociales convencionales (el trabajo, la
educación y una vida ordenada). Aunque no se valoren completamente los
fines sociales imperantes, la conducta y la implicación social de lo sujetos
son los esperables.
d) Retraimiento, cuando ni se aceptan los objetivos sociales más típicos
(propiedades, estatus social…) ni tampoco los medios habituales para su
logro (trabajo, créditos bancarios…), pero el individuo se limita a
apartarse de la dinámica social y, de una u otra manera, se automargina.
e) Rebelión, que se produce cuando los individuos rechazan, en todo en parte,
fines sociales, medios legítimos para su logro, o ambos. Los procesos de
rebelión puede dar lugar a muy distintos resultados, como el aislamiento
respecto de la sociedad, los intentos reformadores o revolucionarios, o,
particularmente por lo que aquí nos incumbe, el comportamiento
delictivo.
3 Según Vold y Bernard (1986) en este punto las teorías subculturales
mantienen estrechas vinculaciones con el concepto de organización social
diferencial de la teoría de Sutherland, en la que éste constata la existencia
en la sociedad de grupos distintos, unos favorables a las normas y otros
contrarios a ellas (véase la teoría de Sutherland en un capítulo posterior).
4 Otra aproximación subcultural que tuvo vigencia en las décadas de los
sesenta y los setenta fue la formulada por Walter B. Miller en 1958. La
tesis principal de Miller es que las pandillas de clase baja en realidad
reflejan los valores del sistema cultural (subcultural) del que forman parte,
que incluye elementos como la “dureza”, la “frialdad”, la “búsqueda de
excitación”, y la “falta de control sobre el destino” (Garrido, 1987). De
este modo, según Miller, el comportamiento delictivo de los jóvenes no se
explicaría tanto a partir de las barreras sociales que les impiden tener éxito
cuanto sobre la base de la existencia de ciertos valores subculturales de los
que también forman parte la violencia y la delincuencia.
5 En este tercer supuesto, otra fuente posible de estímulos aversivos es la
aglomeración y la falta de espacio, que típicamente tiene lugar en las
grandes ciudades o en determinados barrios. Según la investigación
psicobiológica, los individuos de las diferentes especies animales
necesitan un espacio territorial suficiente para vivir de manera equilibrada.
En caso contrario aumenta el estrés individual y son frecuentes los
episodios de agresión entre congéneres. Son muchas las investigaciones
con animales y con humanos que han llegado a esta conclusión.
7. CRIMINOLOGÍA
BIOSOCIAL
7.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES 321
7.1.1. Actualidad de la perspectiva biosocial en Criminología 324
7.2. LA BIOLOGÍA Y LA CRIMINOLOGÍA ACTUAL 326
7.2.1. Rasgos físicos y delincuencia: las biotipologías 327
7.2.2. Herencia 329
A) Estudios de familias de delincuentes 330
B) Estudios de gemelos y de niños adoptados 331
C) Estudios genéticos 335
7.2.3. Correlatos psicofisiológicos 337
7.4. LA INTERACCIÓN ENTRE LA BIOLOGÍA Y EL
AMBIENTE 340
7.4.1. La genética 341
A) Interacción Gen por Ambiente 342
B) Correlación gen x ambiente y los efectos moderadores de las
variables demográficas 342
7.4.2. Psicofisiología 343
A) El efecto moderador de los hogares benignos: la perspectiva
del “empuje social” 343
B) Interacciones entre los factores de riesgo psicofisiológicos y
sociales 344
C) Factores de protección 345
7.4.3. Factores de obstetricia 347
A) Anomalías físicas leves 347
B) Exposición a la nicotina 348
C) Complicaciones en el parto 348
7.4.4. Neuroimagen (escáner del cerebro) 349
A) La Tomografía de Emisión de Positrones (TEP) 349
B) Imagen por Resonancia Magnética Funcional (RMF) 350
7.4.5. Neuropsicología y Neurología 350
A) Estudios longitudinales 351
B) Efectos protectores de un hogar estable 351
C) Demandas sociales que superan la capacidad de los jóvenes
351
7.4.6. Hormonas, neurotransmisores y toxinas 352
A) Hormonas 352
B) Neurotransmisores y toxinas 353
7.5. SOCIOBIOLOGÍA, PSICOLOGÍA EVOLUCIONISTA Y
AGRESIÓN 354
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 360
CUESTIONES DE ESTUDIO 360

7.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS


FUNDAMENTALES
El estudio de la criminología biosocial incluye un
amplio conjunto de investigaciones muy heterogéneas
tales como el análisis de los rasgos físicos de los
delincuentes, estudios de la delincuencia en determinadas
familias, en muestras de hermanos gemelos y de hijos
adoptivos, estudios genéticos, el análisis de la influencia
de la alimentación sobre el comportamiento, o los
modernos estudios de sociobiología y psicología
evolucionista acerca de los fundamentos biológicos de la
agresividad. Finalmente, hemos de incluir también en esta
relación la prolífica investigación desarrollada en los
últimos años en torno a la psiconeurología del cerebro,
cuyas elaboraciones teóricas acerca de la violencia y de la
psicopatía no dejan de ser apasionantes. Todas estas
investigaciones comparten una serie de elementos
comunes:
Una de las obras que fundamentó el mundo moderno: El Origen de las
especies.

1. En su base se hallan los presupuestos de la teoría de


la evolución de Darwin, algunos de cuyos postulados
principales son los siguientes:
• Todas las especies animales, incluida la especie
humana, han evolucionado unas de otras, como
resultado de los procesos de adaptación y selección
natural.
• El comportamiento animal, al igual que otras
características orgánicas —como las estructuras ósea y
muscular, el sistema hormonal o el cerebro— también
ha ido evolucionado desde formas más simples hacia
formas más complejas. El comportamiento emocional,
que incluye entre otras manifestaciones la agresividad,
no sería una excepción en este proceso evolutivo.
• Todo comportamiento cumple, por tanto, una función
adaptativa, en la medida en que mejora la relación de
cada individuo y de la especie en su conjunto con el
entorno. ¿Podría ser contrario al proceso adaptativo
que regula la evolución un comportamiento como el
agresivo, que es tan frecuente en todas las especies
animales? La respuesta es no, ya que el proceso
evolutivo ha ido seleccionando aquellas
características, tanto orgánicas como de
comportamiento, que eran más adaptativas al medio
ambiente, y las manifestaciones agresivas no pueden
constituir una excepción.
2. Se ha encontrado relación entre algunos factores
biológicos y la mayor o menor tendencia a la agresividad
que tienen las personas. El rasgo agresividad no implica
necesariamente que se cometan delitos, pero sí la
constatación de que unas personas son más propensas que
otras a conducirse violentamente1.
El cerebro, la última frontera en la investigación de la Criminología
Biosocial.

3. Estas tendencias o propensiones que muestran los


seres humanos hacia la agresividad interaccionan con el
ambiente social en el que viven y, como resultado de esta
interacción, puede producirse o no la conducta agresiva o
delictiva. En otras palabras, de acuerdo con la
investigación biosocial actual, no existe una delincuencia
ni genética ni biológicamente determinada. Se heredan
ciertas tendencias agresivas que, dependiendo de la
concreta interacción entre individuos que se produzca en
un ambiente determinado, pueden manifestarse en forma
de comportamiento violento.
4. No todas las perspectivas biosociales de la
delincuencia dan lugar en la actualidad a intervenciones
aplicadas. Las dificultades para su utilización aplicada son
debidas a dos razones principales: una de carácter práctico
y otra de carácter ético. En el orden práctico, no cabe
plantearse actuaciones que no son técnicamente posibles.
Por ejemplo, no se puede mejorar genéticamente el
comportamiento humano, ya que los conocimientos
biológicos al respecto son todavía muy modestos. Pero
además, aunque fuera técnicamente posible modular el
comportamiento a partir de su manipulación genética, el
hacerlo probablemente sería inaceptable desde un punto
de vista ético.
Ahora bien, lo anterior no significa que los
conocimientos biológicos no tengan ninguna aplicabilidad
para la criminología, sino que algunos de ellos podrían
traducirse en aplicaciones interesantes. Por ejemplo, si la
investigación nos permitiera concluir que ciertas dietas
alimenticias favorecen las tendencias agresivas, las
personas podrían evitar tales dietas, sin que ello implique,
en principio, especiales problemas éticos. De la misma
manera, puesto que sabemos que algunos individuos
tienen mayor propensión a la violencia que otros, una
detección precoz podría permitir una prevención más
eficaz mediante una educación más intensiva. Que alguien
muestre una mayor tendencia a la agresividad no quiere
decir que no se pueda intervenir desde el punto de vista
social y educativo. Finalmente, no debemos olvidar que
determinadas condiciones psicobiológicas pueden
influirse mediante la administración de fármacos. Por
ejemplo, actualmente es habitual que los niños con un
trastorno de déficit por atención con hiperactividad —que
es un correlato importante de la delincuencia juvenil—
reciban compuestos anfetamínicos para el control de la
impulsividad. Igualmente, los esquizofrénicos paranoides
(el tipo de psicosis más vinculado con la violencia)
muestran una mejora notable cuando consumen
medicamentos antipsicóticos de última generación.
La importancia de lo biológico en la actualidad es tan
relevante que no sería exagerado decir que hay un
reconocimiento amplio de que el fenómeno del delito
requiere de una explicación biosocial, con independencia
de que los teóricos pongan el énfasis en los aspectos
biológicos o en los culturales. La Criminología Biosocial
es la corriente teórica y empírica de la Criminología que
se esfuerza por revelar la influencia de los diferentes
mecanismos por los que la Biología influye en el
comportamiento delictivo (agresivo/violento) humano,
con el propósito de establecer hallazgos significativos en
la comprensión de la violencia y las carreras delictivas así
como principios preventivos relevantes. En tal esfuerzo
un elemento clave es analizar cómo interacciona el
sustrato somático de la persona con los estímulos
ambientales en los que se desarrolla, de ahí que
“biosocial” implique el reconocimiento de que la biología
solo se expresa y adquiere sentido en un determinado
contexto social.

7.1.1. Actualidad de la perspectiva biosocial en


Criminología
Décadas atrás lo biológico fue denostado en
Criminología. Se llegó a equiparar el estudio de los
factores biológicos con el determinismo causal de la
conducta delictiva. Cualquier referencia, al hablar de
delincuencia, a los componentes biológicos del ser
humano era con frecuencia peyorativamente calificada
como lombrosiana e inadmisible. Una de las principales
objeciones contra las perspectivas biológicas en
Criminología tuvo que ver con la controversia acerca de la
aplicabilidad práctica de sus resultados (Akers, 1997).
Según las posturas antibiológicas más radicales, si los
factores etiológicos de la delincuencia fueran de carácter
genético o innato solo sería posible o modificar tales
predisposiciones mediante procedimientos
farmacológicos o quirúrgicos o, alternativamente,
mediante el aislamiento de los delincuentes durante largos
períodos de tiempo.
Sin embargo, en la actualidad una perspectiva simplista,
que niegue lo biológico, es a todas luces inaceptable en
Criminología, lo mismo que lo sería en otras ciencias
sociales como la psicología, la sociología o la pedagogía.
El comportamiento humano, prosocial o delictivo, no se
halla fatalmente determinado por el substrato biológico de
las personas, pero la biología que les es inherente no
puede ser frontalmente rechazada como si en verdad no
existiera. Por el contrario, en Criminología son
imprescindibles los conocimientos actuales sobre
neurociencia y psicofisiología humana. Especialmente
necesaria resulta la investigación sobre el funcionamiento
del sistema nervioso, que media en todos y cada uno de
los procesos de la conducta, de las emociones, de las
cogniciones y de los aprendizajes de las personas.
Esta mayor aceptación hacia lo biológico en
Criminología tiene muchos frentes, varios de los cuales se
revisan en este libro, y algunos de ellos tienen una
perspectiva claramente aplicada, como la división
existente entre una violencia más impulsiva
/temperamental versus más planificada (Bobadilla,
Wampler y Taylor, 2012), o la actualidad de la discusión
de la psicopatía como un constructo que, más allá de
definir un trastorno de la personalidad con claros
componentes genéticos, nos permite comprenden muchos
de los condicionantes de la delincuencia violenta (Hart y
Cook, 2012). Por otra parte, el libro clave de la ciencia del
siglo XIX, el Origen de las Especies, de Darwin, viene
siendo extensamente citado en muchos de los manuales y
trabajos científicos de los criminólogos de todo el mundo
(Gabbidon y Collins, 2012).
Wilson (1980) y Wilson y Herrnstein (1985) pusieron
de relieve la íntima vinculación existente entre las
dimensiones biológica, social y conductual de los seres
humanos. Estos últimos autores (Wilson y Herrnstein,
1985: 103) concluyeron que “la delincuencia no puede ser
comprendida sin tomar en consideración las
predisposiciones individuales y sus raíces biológicas”.
Ray Jeffery (1993), criminólogo norteamericano
destacado en la aproximación biológica, señaló que se
hallaría abocado al fracaso cualquier enfoque
criminológico que prescindiera del hecho de que todo lo
que hacemos, decimos, sentimos y pensamos transcurre
ineludiblemente por nuestro cerebro.
En un libro que tuvo gran éxito editorial (Inteligencia
emocional), Goleman (1997) recogió la investigación
desarrollada por LeDoux sobre el papel prominente que
juegan en nuestro sistema de respuesta rápido y
emocional partes del cerebro como la amígdala. Hasta no
hace mucho se pensaba que todos los estímulos que
percibimos eran enviados al neocórtex, la parte más
genuinamente humana de nuestro cerebro, desde donde,
tras su procesamiento y elaboración, era ordenada una
respuesta a otras partes más primitivas del cerebro y,
finalmente, a los músculos para la acción. A partir de la
investigación de LeDoux y de otros muchos
investigadores se sabe que las cosas no funcionan
exactamente así. Los estímulos ambientales que
percibimos son recibidos en el tálamo, en el centro del
cerebro, que efectivamente los enviará al neocórtex. Sin
embargo, el tálamo mantiene también conexión directa
con la amígdala, que funcionaría como una especie de
“centinela emocional”, capaz de producir respuestas más
rápidas, aunque también menos elaboradas, a situaciones
comprometidas. Un gran número de conductas humanas
corresponden a situaciones de riesgo, y entre ellas se
encuentran también muchos comportamientos delictivos,
en los que probablemente operaría la vía directa de la
amígdala. Así pues, hoy sabemos que ese pequeño núcleo
nervioso de nuestro cerebro llamado amígdala juega un
importante papel en nuestras reacciones emocionales
inmediatas, y que no todas ellas dependen de la parte
“más racional” de nuestro cerebro. ¿Cuántas acciones
humanas, que acaban siendo un delito, no habrán seguido
este canal primitivo de respuesta?

7.2. LA BIOLOGÍA Y LA CRIMINOLOGÍA


ACTUAL
¿Existe relación entre la biología humana y la
delincuencia? La respuesta no puede ser más que
afirmativa, y aunque de entrada esta aseveración puede
sorprender a algunas personas, no podemos por menos
que confirmar que la relación entre Biología y
delincuencia es uno de los nexos más claramente
establecidos por la investigación criminológica moderna.
Según Fishbein, para explicar adecuadamente el
comportamiento delictivo, debe atenderse a tres elementos
interrelacionados entre sí:
• Los sistemas neurológicos, que son responsables de la
inhibición de conductas y emociones extremas.
• Los mecanismos necesarios para aprender, ya sea a
partir de la imitación de otros seres humanos o a partir
de la propia experiencia.
• Los factores sociales, que se concretan en la estructura
familiar de los individuos y en los recursos
comunitarios o mecanismos de ayuda social.
Así pues, la regulación del comportamiento se realizaría
a partir de dos mecanismos biológicos y un mecanismo
social o contextual, en el cual operan los dos primeros.
Las posibles interacciones a que estos sistemas
(biológicos y sociales) pueden dar lugar son las
siguientes:
1. Que individuos biológicamente bien dotados, sin
dificultades neurológicas o de aprendizaje, tengan unos
ambientes socioculturales y familiares adecuados. Éste
sería el supuesto ideal en el que existiría una menor
probabilidad de agresión y de delincuencia.
2. Que los mecanismos biológicos sean los apropiados
pero los mecanismos sociales sean inestables o
inadecuados. Esto es, que el sujeto se desarrolle en
contextos sociales desestructurados, proclives a producirle
problemas de maduración emocional. En este supuesto la
estabilidad biológica, y más concretamente una buena
inteligencia y unas buenas capacidades de inhibición,
pueden ayudar a minimizar el influjo negativo de los
factores ambientales, incluso tratándose de ambientes
muy problemáticos.
3. Que existan en los individuos dificultades biológicas,
ya sean neurológicas o de aprendizaje, pero en cambio
dispongan de sistemas sociales de crianza muy estables e
intensivos. En tal caso, las dificultades biológicas podrían
ser compensadas y el individuo tendría la oportunidad de
desarrollarse adecuadamente en la sociedad (ver en otro
capítulo el llamado fenómeno de la resiliencia).
4. Que ninguno de los dos sistemas funcione. En este
caso, los sujetos tienen desventajas tanto de tipo
neurológico o de aprendizaje como contextuales. Aquí, la
probabilidad de conducta antisocial es alta.
De acuerdo con Fishbein (1992: 103), “existen múltiples
características individuales innatas que incrementan el
riesgo de conducta agresiva, y que esta tendencia se
manifieste o no es una función de las condiciones
ambientales”. Como puede verse, la moderna formulación
de las perspectivas biosociales en Criminología no
plantean ninguna suerte de fatalismo determinista. En
ellas, como no podía ser de otro modo, características
biológicas y factores ambientales entran en interacción
recíproca, compensándose y determinando una variedad
de resultados posibles.

7.2.1. Rasgos físicos y delincuencia: las


biotipologías
Desde siempre han existido estereotipos sociales en
relación a las características de personalidad y físicas que
poseen los delincuentes, como si fuese posible a simple
vista distinguir a un delincuente de quien no lo es. García-
Pablos (1988) relata el caso de un juez italiano del siglo
XVIII quien, si no tenía claro cuál de dos sospechosos era
culpable del delito que juzgaba, condenaba (literalmente)
al más feo, suponiendo que era más probable que
realmente hubiera cometido el delito (al ser la cara el
espejo del alma) y solventando así el problema de posible
ausencia de pruebas. En Criminología ha existido una
línea de investigación que ha analizado la posible relación
entre tipologías corporales (o biotipologías) y
delincuencia.
Una de la biotipologías más conocidas fue desarrollada
en 1921 por el psiquiatra alemán Ernst Kretschmer, quien
estableció, a partir del análisis de más de 4.000 sujetos,
tres tipos corporales vinculados a ciertas caracterologías
(Curran y Renzetti, 2008; Schmalleger, 1996; Vold et al.,
2002): el leptosomático o asténico, caracterizado por su
delgadez y poca musculatura y por una tendencia a la
introversión; el atlético, opuesto al primero, poseedor de
un gran desarrollo esquelético y muscular; y el tipo
pícnico, tendente a la obesidad y proclive a la
sociabilidad. Según Kretschmer existiría una
preponderancia de los delitos violentos y una mayor
tendencia a la reincidencia entre los tipos constitucionales
atléticos, de los delitos de hurto y estafas entre los
leptosomáticos y de los fraudes entre los pícnicos.
El norteamericano William Sheldon estableció en 1949
una biotipología, paralela a la de Krestchmer, que
distinguía tres somatotipos o tipos corporales asociados a
tres tipologías de personalidad, cuyas características se
mantendrían a lo largo de la vida del individuo (Sheldon,
1949; Schmalleger, 1996): el ectomorfo, físicamente
caracterizado por su delgadez y fragilidad y
psicológicamente por su cerebrotonia, que le daría una
tendencia al retraimiento y a la inhibición; el mesomorfo,
individuo atlético en el que predominaría el tejido óseo,
muscular y conjuntivo, y la somatotonia, en forma de
fuerza y expresividad muscular; y el endomorfo,
caracterizado por el predominio de cierta redondez
corporal, y por la cualidad psicológica de la viscerotonia,
que le conferiría un tono relajado y sociable.
Estudios posteriores realizados por el matrimonio
Sheldon y Eleonor Glueck2 (Glueck y Glueck, 1956) y
por Juan B. Cortés (Cortés, 1972) con diversas
poblaciones (en colegios, reformatorios y cárceles) dieron
cuenta de un porcentaje más elevado de personas
pertenecientes al tipo muscular o mesomorfo entre las
poblaciones de delincuentes tanto jóvenes como adultos.
Sin embargo, no conocemos si ese predominio de
mesomorfos se repite también en otras muestras no
delictivas como policías, políticos o deportistas. Tal vez la
única conclusión que pueda derivarse de la investigación
biotipológica es que dado que los rasgos corporales
correlacionan con ciertas características de la
personalidad, puede que los individuos con mayores
tendencias intelectuales y a la introversión (propias de los
ectomorfos) y aquellos otros en los que predomina la
laxitud y la benevolencia (los endomorfos) no se sientan
tan atraídos por actividades impulsivas y potencialmente
violentas, mientras que, por el contrario, el espíritu
extravertido, menos inhibido y tal vez más agresivo de los
mesomorfos favorezca sus ocasiones de verse inmiscuidos
en actividades delictivas.

7.2.2. Herencia
Los tres tipos de investigación mediante los que
tradicionalmente se intentó conocer la influencia de la
herencia sobre la criminalidad fueron los estudios de
familias de delincuentes, los estudios de gemelos y los
estudios de hijos adoptivos. Todos ellos pretendieron
delimitar y cuantificar cuáles eran los efectos
diferenciales que la herencia, por un lado, y el ambiente
de crianza de los jóvenes, por otro, tenían sobre su
conducta delictiva. Más modernamente, el estudio de las
influencias genéticas en el comportamiento y
personalidad de la gente se conoce como genética de la
conducta, y aquellos científicos que rastrean las
influencias del código genético en el desarrollo,
explicando de qué modo las prácticas culturales
evolucionaron conjuntamente con las predisposiciones
heredadas, reciben el nombre de sociobiólogos (véase más
adelante) o psicólogos de la evolución. No hace falta
mencionar que los genetistas de la conducta han
desarrollado, igualmente, un enorme interés en el estudio
del ADN como depositario de la base genética de los
rasgos de personalidad (una revisión en Wright, 2000).
Finalmente, la culminación del proyecto Genoma
Humano ha descubierto que hay un horizonte muy vasto
de lugares a los que mirar buscando las bases genéticas de
la conducta. Más allá de los primitivos esfuerzos por
hallar el origen de la delincuencia en determinadas
anomalías cromosómicas —es el caso de la aberración
cromosómica XYY, con un gran impacto mediático en los
años 60-70—, la investigación actual está más inclinada a
encontrar “huellas”, o composiciones particulares de
grupos de genes que pudieran actuar como facilitadores
muy poderosos del comportamiento violento reincidente.

A) Estudios de familias de delincuentes


Los estudios sobre familias de delincuentes se basaron
en el presupuesto cierto de que los familiares en primer
grado —abuelos, padres e hijos—, comparten una
proporción de su dotación genética. Sobre esta base, para
analizar la influencia de la herencia sobre la criminalidad,
se analizaron muestras de delincuentes, por un lado, y de
no delincuentes, por otro, en relación con sus respectivos
familiares, para comprobar si los delincuentes contaban o
no con una mayor proporción de delincuentes entre sus
familiares que los no delincuentes.
Estos estudios criminológicos partían de la idea de que
al igual que en ciertas familias parecía haber una
predisposición innata para diversas habilidades
profesionales o artísticas, como había sucedido con la
habilidad musical en las familias Bach o Mozart, en las
que se habían sucedido varias generaciones de
compositores famosos, podría suceder que también
existiera una cierta predisposición genética en relación
con la delincuencia. Así, estudiando actas policiales,
libros de nacimientos e historias personales, intentaron
establecer el árbol genealógico de la familia de algunos
conocidos delincuentes y vagabundos.
El primer estudio de una familia de delincuentes —la
familia Jukes— fue realizado por Robert Dugdale en
1877, hallando una dilatada historia de delincuencia en
diversas generaciones de familiares consanguíneos
(Walters y White, 1989). Uno de los estudios familiares
más famosos fue publicado en 1912 por Goddard, quien
trató de establecer la historia de los Kallikak a través de
seis generaciones. Goddard relata que un antepasado de
los Kallikak se casó en el siglo XVII con una respetable
muchacha perteneciente a una buena familia. Sus
descendientes siguieron siendo a través del tiempo una
buena y respetable familia de clase media. Sin embargo,
este antepasado tuvo otro hijo, fruto de una relación
previa a su matrimonio, con una mujer de clase baja y
probablemente con problemas mentales. El seguimiento
de esta rama ilegítima de la familia Kallikak nos descubre
un predominio de delincuentes entre sus miembros. De
esta constatación se dedujo la influencia genética en la
delincuencia: los genes positivos que aportó la esposa
legítima dieron lugar a una honorable familia burguesa,
mientras que los aportados por la otra mujer sirvieron
para engendrar una pléyade de delincuentes.
En estudios más próximos desarrollados entre finales de
los sesenta y finales de los setenta del pasado siglo,
autores como Samuel B. Guze y Claude R. Cloninger
encontraron fuertes conexiones intergeneracionales entre
el rasgo psicopatía y la actividad delictiva entre
delincuentes, tanto mujeres como hombres, y sus
respectivos familiares. En general, los estudios de familias
han mostrado que existe una elevada proporción de
delincuentes y de personas con antecedentes penales entre
sus miembros. En ciertas familias la delincuencia
constituye una especie de tradición. A partir del estudio
Cambridge, una investigación longitudinal de más de
cuatrocientos jóvenes londinense (pertenecientes a 397
familias), desde la edad de 8 a 40 años, Farrington et al.
(1996) pudieron comprobar la gran asociación existente
entre la delincuencia de estos jóvenes y la de sus
progenitores, hermanos y esposas. De los 2.203
integrantes de las 397 familias analizadas, 601 sujetos
fueron condenados por delitos. Además, el 75% de los
padres y madres con antecedentes penales tuvieron hijos
que también fueron condenados.
Sin embargo, a partir de los estudios de familias no se
puede concluir un predominio de los factores genéticos
sobre la delincuencia, ya que en estos estudios no se toma
en consideración la posible influencia del ambiente que
rodeó a las diversas líneas familiares. Es decir,
probablemente estas ramas familiares no se diferenciaban
únicamente en su herencia genética, sino también en los
factores sociales a los que se vieron enfrentados,
mezclándose, por tanto, la influencia que corresponde a la
herencia y la que proviene del ambiente.

B) Estudios de gemelos y de niños adoptados


Los estudios de gemelos parten de un presupuesto
doble: en primer lugar, del distinto grado de semejanza
genética existente entre los gemelos univitelinos o
monozigóticos —aquellos gemelos completos, que
comparten la totalidad de su herencia genética, ya que
proceden de la división de un único óvulo fecundado—, y
los gemelos bivitelinos o dizigóticos —los mellizos, que
solo tienen en común un 50% de su dotación genética—;
el segundo presupuesto estriba en considerar que ambos
tipos de hermanos nacidos a la vez serán criados (con
independencia de su mayor o menor semejanza genética)
de manera muy parecida. El factor ambiente quedaría de
este modo neutralizado, ya que sería el mismo para ambos
tipos de hermanos. De esta manera, si el ambiente de
crianza es el mismo en ambos casos y, sin embargo, los
monozigóticos poseen idéntica dotación genética,
mientras que los dizigóticos comparten solamente la
mitad de sus genes, existiría una razonable posibilidad de
analizar cuál es el peso que tiene la herencia sobre la
conducta.
Si la herencia influye sobre la conducta se debería
esperar que, a igualdad de condiciones educativas, los
gemelos monozigóticos presentaran un mayor grado de
concordancia en su comportamiento que los dizigóticos.
La concordancia refleja el grado en que, dado un
comportamiento en uno de los gemelos (o mellizos), el
mismo comportamiento aparece también en el otro
(Akers, 1997; Conklin, 2012). Mediante este
procedimiento se han analizado muestras de gemelos
monozigóticos y dizigóticos, para comprobar si se
parecen más unos u otros en términos de delincuencia.
Por su parte, los estudios con niños adoptados parten del
presupuesto de que, si el influjo de la herencia fuera más
importante que el del ambiente, los niños adoptivos
deberían parecerse más, en cuanto a su conducta delictiva
o no delictiva se refiere, a los padres biológicos que a los
padres de adopción. Por contra, si el ambiente fuera más
importante, la influencia mayor la tendrían los padres
adoptivos.
El primer estudio criminológico de gemelos fue
realizado durante los años veinte por Johannes Lange
(Curran y Renzetti, 1994), mientras que el más ambicioso
estudio de estas características fue desarrollado en
Dinamarca por Karl O. Christiansen (1974, 1977), con
una muestra de 3.586 parejas de gemelos nacidos entre
1870 y 1920. Primero se estableció si los pares de
hermanos eran monozigóticos o dizigóticos y después se
analizaron sus antecedentes penales. De los más de 7.000
sujetos estudiados, 926 tenían antecedentes delictivos,
proporción que resultó semejante al promedio de
conducta delictiva de la población danesa. Los gemelos
monozigóticos presentaron una concordancia delictiva del
50% y los dizigóticos del 21%, diferencia que permitió a
Christiansen concluir que el factor genético influye
decisivamente en la delincuencia.
En el seguimiento de este estudio realizado más tarde
por Cloninger y Gottesman (1987), la concordancia de los
monozigóticos varones fue del 51% (con una correlación
de 0,74), mientras que en los dizigóticos fue del 30% (r=
0,47). Los autores concluyeron que había más de un 50%
de probabilidades de heredar la delincuencia.
Walters y White (1989) revisaron los principales
estudios criminológicos sobre gemelos realizados durante
el siglo XX, comparando las concordancias delictivas de
gemelos monozigóticos y dizigóticos del mismo sexo. Los
autores tomaron esta precaución metodológica puesto
que, pese a que existen estudios que incorporan en las
muestras chicos y chicas, se sabe que las chicas delinquen
mucho menos que los varones y, por ello, el factor sexo
podría producir, en muestras mixtas, un sesgo importante.
De ahí que Walters y White eliminaran de su análisis los
estudios que mezclaban gemelos de ambos sexos. En su
revisión, que cubre estudios publicados desde 1920 hasta
1976, Walters y White concluyeron que los porcentajes de
concordancia delictiva de los monozigóticos eran
superiores, en todos los estudios de gemelos revisados, a
la concordancia de los dizigóticos.
Se han efectuado diversas críticas a los estudios de
gemelos (Curran y Renzetti, 1994, 2008; Walters y White,
1989), y la principal ha señalado que los gemelos
monozigóticos, debido a su mayor semejanza física (lo
que hace que con frecuencia incluso sean confundidos),
tendrían también una mayor probabilidad que los mellizos
de ser tratados de idéntica manera por padres, familiares,
amigos y maestros (véase, por ejemplo, Conklin, 2012).
Es decir, los monozigóticos podrían tener un ambiente de
crianza mucho más parecido que el de los dizigóticos y,
por tanto, la mayor concordancia en conducta delictiva de
los primeros no necesariamente sería debida a la
influencia genética sino también, probablemente, a un
idéntico proceso de socialización. Ahora bien, en la
actualidad no parece que tal contaminación pueda influir
de modo sustancial en las tasas de concordancia más
elevadas que presentan los monozigóticos (Harris, 2000;
Carey, 1992, citado en Lykken, 2000). La razón sería la
siguiente: la influencia del ambiente en la personalidad
opera, sobre todo, a través de las experiencias específicas
que recibe cada individuo (ambiente específico), y no a
través de las experiencias familiares comunes (ambiente
compartido), lo que descalifica la hipótesis de la
socialización como causa de la mayor semejanza hallada
en los gemelos monozigóticos.
Walters y White (1989) revisaron también los estudios
criminológicos de hijos adoptados correspondientes a
épocas precedentes. Para ello analizaron aquellas
investigaciones que habían utilizado muestras de niños
adoptados tempranamente (entre 0 y 18 meses de edad),
de tal manera que se controlara la posible influencia de
los hábitos de crianza de los padres biológicos. En los
estudios de adopción, los investigadores obtienen un
índice de concordancia delictiva entre hijos adoptados y
sus padres biológicos y comparan este índice con la
concordancia que presenta un grupo de control semejante
o, en la mayoría de los casos, con las tasas estándar de
criminalidad en el país en que se realiza el análisis. Como
criterio de propensión delictiva se han utilizado, según los
diversos estudios, diferentes variables, tales como la
detención policial, las condenas por delitos graves, los
antecedentes delictivos, y, también, el diagnóstico clínico
de personalidad antisocial.
Al igual que lo que sucedió en los estudios con gemelos,
los autores encontraron que la mayoría de las
investigaciones sobre niños adoptados mostraban una
mayor concordancia delictiva entre hijos y padres
biológicos (que oscilaba entre 3,1% y 31,5%) que la
mostrada por los controles (que variaba entre 2,9% y
17,8%).
El análisis europeo más amplio de este tipo fue
realizado en Dinamarca por Sarnoff Mednick a principios
de los ochenta (Conklin, 1995) con niños que habían sido
adoptados a una edad muy temprana (1/4 parte de ellos
inmediatamente después de nacer, 1/2 durante el primer
año y el resto antes de cumplir los tres años). Para ello
utilizó el registro de adopciones efectuadas en Dinamarca
entre 1924 y 1947, que incluía 14.427 casos. Tras
eliminar el 30% de los casos por falta de información y
excluir del estudio a las niñas adoptivas, que suelen
presentar una menor delincuencia, los resultados fueron
los siguientes: 1) de aquellos niños cuyos padres
biológicos y adoptivos no tenían historial delictivo, el
13,5% delinquieron; 2) de los niños uno de cuyos padres
adoptivos —padre o madre— era delincuente (pero no así
los biológicos), el 14,7% volvieron a cometer delitos; 3)
cuando uno de los padres biológicos era delincuente (pero
no así los adoptivos), el 20% de los hijos fueron también
delincuentes; y, finalmente, 4) en el caso de que alguno de
ambos tipos de padres (biológicos y adoptivos) tuvieran
antecedentes delictivos, el 24,5% de los hijos acabaron
también delinquiendo.
Estos resultados llevaron a los autores a concluir que el
factor genético tiene un mayor peso explicativo en la
delincuencia que el ambiental. Mientras que vivir en un
ambiente desfavorable (al tener un padre adoptivo
delincuente) solo hizo subir la tasa de delincuencia de los
hijos del 13,5% al 14%, contar con un padre biológico
delincuente se asoció a una tasa delictiva de los hijos del
20%. Comentando este estudio, Lykken (2000, p. 162)
señalaba que cuando ambos padres (biológicos y
adoptivos) eran delincuentes, se producía un efecto
multiplicador sobre la delincuencia de los hijos, y
concluye:
De hecho, éste es el resultado (…) que establece que la conducta
delictiva varía directamente en función de la fuerza total de las
tendencias delictivas innatas e inversamente en función de la calidad
de la conducta parental. Las tendencias delictivas conllevan o son
promovidas por la agresividad, impulsividad, búsqueda de
sensaciones, temeridad y demás [véase capítulo siguiente], y estos
rasgos están determinados genéticamente. Por lo tanto, por razones
genéticas, los hijos de delincuentes suelen ser más difíciles de
socializar que los niños corrientes y el éxito de esta función parental
es especialmente dudoso cuando el padre adoptivo es también
delincuente.

Sin embargo, diversos investigadores fueron críticos con


la metodología de los estudios de hijos adoptivos.
Gottfrenson y Hirschi (1990), Walters y White (1989) y
Walters (1992) y consideraron, en concreto, que la
magnitud de la asociación entre tener un padre biológico
delincuente y ser delincuente era demasiado pequeña para
concederle un rol predominante en la génesis de la
delincuencia. Con todo, Lykken (2000, p. 163),
comentando esta crítica concluye que la tesis de Mednick
es correcta, “a saber, que la delincuencia es
moderadamente heredable y que la mala socialización por
parte de los padres adoptivos tiene unos efectos más
nocivos en los chicos con un temperamento genético que
les dificulta dicha socialización”.
La moderna investigación no ha hecho sino confirmar
esta afirmación. Si la revisión de Walters y White supuso
una contribución relevante porque resumía los datos de
los estudios genéticos más clásicos, la revisión realizada
por Christopher Ferguson en 2010 tomó en consideración
todos los trabajos publicados entre los años 1996 y 2006,
un total de 36, que dieron lugar a 56 observaciones
diferentes sobre la relación entre la herencia, el ambiente
y el delito, mediante la metodología de gemelos o de
adopciones. Los resultados mostraron, en conjunto, que la
influencia genética explicaba el mayor porcentaje de
varianza en la predicción de la conducta delictiva (con un
56%), seguido por el ambiente específico o no compartido
(31%), y por el ambiente compartido (11%). Se halló que
la edad tenía un efecto moderador sustancial: la influencia
del factor genético y del ambiente compartido disminuía a
medida que los niños se convertían en adultos, mientras
que el ambiente específico propendía a ser más influyente,
un hecho sin duda debido a que con la edad se van
acumulando en el sujeto influencias ambientales
específicas, derivadas de sus experiencias únicas.

C) Estudios genéticos
Durante los últimos años se están realizando
importantes estudios genéticos que intentan relacionar la
herencia cromosómica con la vulnerabilidad al cáncer y a
otras enfermedades. En la actualidad, sin embargo, no hay
muchas investigaciones cuyo propósito específico sea
determinar la relación existente entre dotación genética y
delincuencia, tal y como se pretendió hace dos décadas,
cuando, paradójicamente, los conocimientos genéticos
eran mucho más modestos de lo que lo son en la
actualidad.
En algunos estudios realizados en los años sesenta (el
primero de ellos efectuado por Patricia Jacobs y sus
colaboradores en un hospital de máxima seguridad de
Escocia) se encontró que los delincuentes varones
encarcelados presentaban una proporción de
anormalidades cromosómicas superiores a las existentes
en la población general. En concreto, se detectó en ellos la
presencia de un cromosoma Y extra, que daba lugar a una
trisomía del tipo XYY (lo que se conoce como el
síndrome del super-macho genético), en una proporción
superior (de entre el 1 y el 3%) a la hallada en la
población general (que sería menor del 0,1%) (Akers,
1997; Curran y Renzetti, 1994, 2008). Algunos
investigadores llegaron a pensar que esta malformación
genética podría hallarse en la base de algunos tipos de
delincuencia violenta, pero esta teoría en la actualidad
está totalmente desacreditada, ya que incluso entre
delincuentes encarcelados se ha encontrado una mayor
proporción de otras anormalidades cromosómicas
diferentes del síndrome XYY.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Muere “el Arropiero”, el mayor asesino en
serie de España (El Periódico de Cataluña, miércoles 8 de abril de 1998, p. 25)
Delgado Villegas, fallecido en Badalona, se inculpó de 48 crímenes
Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, considerado el mayor asesino en serie en
la historia reciente de España, falleció el pasado 2 de febrero en el hospital de Can
Ruti de Badalona, víctima de una afección pulmonar, informó ayer el rotativo La
Vanguardia.
El Arropiero, que tenía 55 años y cumplía condena en la Clínica Mental de Santa
Coloma, murió en el hospital sin que nadie supiera de su horripilante historial.
Ingresó en estado crítico con los pulmones muy afectados por un elevado consumo de
tabaco. Había pasado por el centro seis veces en el último año, y los médicos y las
enfermeras que lo atendieron no conocieron hasta ayer su pasado criminal.
Delgado Villegas, un exlegionario nacido el 25 de enero de 1943 en Sevilla que
había trabajado en la construcción y como mozo de cuadras, fue detenido el 18 de
enero de 1971 en El Puerto de Santa María (Cádiz), como presunto autor del
estrangulamiento de su novia, Antonia Rodríguez. Aunque en principio negó la
autoría del crimen, acabó confesando ante la policía la muerte de la mujer y de otras
47 personas. La policía investigó 22 de los asesinatos que confesó y acabó por probar
su participación en ocho de ellos. Pasó seis años en la cárcel sin que nadie le
nombrara un abogado defensor.
Bisexual y necrófilo, el Arropiero sufría una alteración genética que le hacía tener
un cromosoma de más, a lo que se atribuyó su carácter violento, y fue uno de los
personajes de la crónica negra que más tinta hizo correr en las páginas de sucesos.

En la actualidad se considera que estas malformaciones


genéticas no poseen relevancia alguna para explicar el
fenómeno delictivo. Por ello tiene mucho más interés el
estudio del comportamiento de genes específicos. Un
ejemplo es el descubrimiento de que una variante de un
gen específico eleva la probabilidad de desarrollar
conducta antisocial en niños en riesgo. Anitha Thapar y
sus colegas (2005) seleccionaron a 240 niños
diagnosticados de TDAH (déficit de atención e
hiperactividad) y evaluaron los síntomas de trastorno de
conducta antisocial que presentaban. A continuación
realizaron un estudio genético para determinar qué
variantes de un gen particular (el catecol O-
metiltransferasa, o gen COMT) poseía cada niño. Debido
a que la conducta antisocial en los niños también está
vinculada con un ambiente prenatal adverso, los
investigadores obtuvieron datos del peso que los niños
tenían al nacer.
En una variante del gen COMT, se observó que la
metionina estaba sustituida por la valina en una
determinada sección. La investigación señala que los
individuos que tienen dos variantes de valina en el gen
realizan de forma pobre determinadas tareas que miden el
funcionamiento del córtex prefrontal, en comparación con
los sujetos que muestran la combinación metionina/valina
o la que tiene dos variantes de metionina.
La hipótesis de los investigadores fue la siguiente:
“dada la relación que existe entre los déficit corticales
prefrontales y la conducta antisocial, por una parte, y por
otra entre el gen COMT y el funcionamiento en esa área
cerebral, planteamos la hipótesis de que la variante
compuesta de la combinación valina/valina se relacionaría
con la conducta antisocial”, y específicamente
determinaron examinar “el subtipo de la conducta
antisocial que tiene los orígenes genéticos y neurológicos
más sólidos, esto es, el que reúne el inicio en la infancia
del trastorno de conducta junto al TDAH” (p. 1276).
La predicción resultó acertada: tanto el genotipo
valina/valina como el bajo peso al nacer fueron factores
de riesgo independientes que explicaban el trastorno de
conducta en niños diagnosticados de TDAH. Los autores
de la investigación concluyeron: “Estos resultados son de
considerable interés, porque sugieren no solo que el
genotipo COMT y el bajo peso al nacer influyen en la
conducta antisocial en este grupo de alto riesgo en
particular [niños diagnosticados de TDAH], sino que
también los niños con el genotipo valina/valina son
particularmente susceptibles a los efectos de un bajo peso
al nacer” (p. 1277).

7.2.3. Correlatos psicofisiológicos


Las variables psicofisiológicas son índices
cuantificables del funcionamiento del sistema nervioso, e
incluyen aspectos como la tasa cardíaca, la presión
sanguínea, la conductancia de la piel a los estímulos
eléctricos (también llamada respuesta psicogalvánica), las
ondas cerebrales y los niveles de atención y de activación
del sistema nervioso. Estas medidas reflejan directamente
los estados emocionales. En las líneas que siguen nos
basamos con preferencia en la revisión efectuada por
Fishbein (1996: 34-35), Lykeen (2000) y Moya (2010),
así como en estudios de neuroimagen realizados por
Raine (2000).
El eminente psicólogo Adrian Raine, uno
de los investigadores más destacado en el
estudio de la relación entre biología y
conducta antisocial.

Las investigaciones han hallado repetidamente la


existencia de una perturbación en el funcionamiento del
sistema nervioso central, la cual puede relacionarse con la
conducta antisocial. Una parte de los estudios se ha
centrado en el análisis diferencial de los psicópatas. Los
psicópatas —caracterizados según los trabajos clásicos de
Cleckley (1976), por ser poco emocionales, impulsivos,
irresponsables y buscadores de sensaciones— han
mostrado repetidamente que tienen unos bajos niveles de
ansiedad cuando son sometidos a eventos estresantes
(véase Lykken, 2000; Fowles y Dindo, 2006, y la obra
fundamental de Hare y Schalling, 1978). En particular, los
psicópatas difieren de los sujetos control (no psicópatas)
en los siguientes parámetros fisiológicos: (a) diferencias
en el electroencefalograma (EEG), (b) desajustes
cognitivos y neuropsicológicos, y (c) respuestas
electrodérmicas, cardiovasculares y otras (la psicopatía se
estudia más en profundidad en el capítulo 13).
Por lo que respecta al análisis del EEG, los psicópatas
manifiestan una mayor actividad de ondas cerebrales
lentas, lo que puede estar relacionado con una serie de
perturbaciones cognitivas, quizás un retraso madurativo
en el funcionamiento cerebral, especialmente en aquellos
sujetos cuya mayor actividad de ondas lentas coexiste con
grandes dificultades para aprender de la experiencia.
Esta peculiaridad en el ritmo de la estimulación cerebral
evaluada por el EEG es consistente con los hallazgos que
revelan que los psicópatas también manifiestan un sistema
nervioso autónomo (SNA) menos estimulado que los no
psicópatas, tal y como se mide por indicadores como la
respuesta psicogalvánica y la presión arterial. En efecto,
cuando el SNA tiene un bajo nivel de activación, aumenta
la necesidad de recibir estimulación del exterior, lo que
provoca el típico patrón de conducta de “búsqueda de
sensaciones”, concretado en actos de riesgo, de aventura y
de excitación, entre los que se halla el delito y el consumo
de drogas. Esta condición se presenta en muchos niños
diagnosticados de hiperactivos, lo que explica el que
muchos psicópatas hayan sido diagnosticados de esta
forma en su niñez (véase Wilson y Herrnstein, 1985).
El asunto se complica todavía más para los psicópatas,
porque ese bajo nivel de activación del SNA impide que
anticipen sentimientos de ansiedad frente a posibles
estímulos aversivos que pueden recibir por cometer actos
antisociales. La cuestión es que la activación del SNA
provoca ansiedad, y si un sujeto ha experimentado una o
varias veces un determinado castigo por haber realizado
una transgresión, la activación condicionada del SNA
tenderá a “avisarle” de que no debe de volver a realizarlo.
Pero si los psicópatas tienen niveles bajos de activación
del SNA, se desprende de esto que condicionarán mal, y
en su toma de decisiones los beneficios derivados del
delito serán superiores a los costos (es decir, la ansiedad
derivada por la aprehensión). Como veremos más
adelante, este es uno de los puntos centrales de la teoría
de Eysenck.
Finalmente resulta imprescindible incluir aquí la
investigación de Adrian Raine (Raine, 2000, 2013; Raine
y Yang, 2006) realizada con técnicas de neuroimagen, es
decir, que efectúan escanogramas del cerebro para
mostrar su funcionamiento ante determinados estímulos.
Revisando los estudios anteriores de autores como
Damasio (1994), Henry y Moffitt (1997) y sus propios
trabajos (Raine, 1993), este autor concluye que un
denominador común de todos ellos era postular la
existencia de deficiencias funcionales y estructurales en
los lóbulos frontales y temporales de los agresores
violentos y psicópatas. En particular, parece que una baja
actividad del lóbulo frontal (o “prefrontal”) sería la
responsable del funcionamiento anómalo de esa parte del
cerebro. Ahora bien, ¿cuál sería el nexo causal entre este
desorden y la delincuencia violenta? Dejemos hablar al
mismo Adrian Raine (2000, p. 80):
En primer lugar, los pacientes que tienen lesiones prefrontales no
tienen respuestas anticipatorias de tipo autónomo cuando efectúan
elecciones arriesgadas y, además, hacen malas elecciones aun
sabiendo cuál es la opción más ventajosa. Probablemente, esta
incapacidad de razonar y decidirse por las opciones ventajosas es algo
que contribuye a la impulsividad, la transgresión de normas y la
conducta imprudente e irresponsable…
En segundo lugar, la corteza prefrontal es una parte fundamental del
circuito neural clave para el condicionamiento del miedo y la
capacidad de dar respuesta al estrés. Se considera que el
condicionamiento pobre está relacionado con un desarrollo escaso de
la conciencia, y que es difícil socializar en el castigo a aquellos
individuos cuya capacidad de responder automáticamente a los
estímulos aversivos es menor, por lo que estarán predispuestos a
comportarse antisocialmente. Una serie de experimentos han
confirmado reiteradamente que los grupos antisociales presentan un
bajo condicionamiento del miedo.
En tercer lugar, la corteza prefrontal está envuelta en la regulación
de la activación, y se piensa que, precisamente, son deficiencias en la
activación del sistema nervioso y central las que llevan a los sujetos
antisociales a buscar estimulantes que compensen esa baja activación.

En vista de estos resultados valdría la pena ver la


relación entre inteligencia y psicopatía desde una nueva
perspectiva. Es claro que la inteligencia guarda una
relación estrecha con el funcionamiento de la corteza
prefrontal, y aunque la atención de los seudocientíficos se
pone normalmente en la regulación moral de la conducta,
no cabe duda que la impulsividad y la “incapacidad para
razonar” pueden considerarse ejemplos de una mala
inteligencia. Esto es precisamente lo que hallaron DeLisi
et al. (2009) en su análisis de 840 casos extraídos del
Estudio de Valoración del Riesgo de Violencia liderado
por la Fundación MacArthur: apareció una correlación
inversa y negativa entre ocho de doce características de la
psicopatía estudiadas y la inteligencia verbal. Los autores
concluyeron que la imagen del psicópata como alguien
brillante y culto, es decir, el icono de Hannibal Lecter, es
un mito.

7.4. LA INTERACCIÓN ENTRE LA


BIOLOGÍA Y EL AMBIENTE
Es precisamente el neuropsicólogo Adrian Raine, al que
acabamos de citar, el que ha revisado (1997, 2002, 2013)
la evidencia empírica existente acerca de la interacción
entre los factores biológicos y sociales en su influencia
para que las personas cometan delitos, y en general para el
comportamiento violento. Con tal fin analiza la
investigación en diferentes áreas, que vamos a presentar
brevemente: genética, psicofisiología, obstetricia, imagen
cerebral, neuropsicología y neurología, hormonas,
neurotransmisores y toxinas ambientales.
A modo de guía heurística, propone, como se recoge en
el cuadro 7.3, un modelo biosocial de la violencia, donde
se señalan las influencias centrales de los procesos
genéticos y ambientales en la generación de los factores
de riesgo biológicos y sociales que predisponen, en su
interacción, a la conducta antisocial. El modelo también
incluye los efectos de los factores de protección, es decir,
de los factores que reducen la probabilidad de cometer
actos antisociales. Raine nos advierte de que no siempre
está del todo claro cuándo una variable es del todo
biológica o del todo social, ya que “hay elementos
sociales en las variables biológicas (por ejemplo, una
lesión traumática en la cabeza está provocada por el
ambiente), y elementos biológicas en las variables
sociales (así, los factores genéticos y las predisposiciones
biológicas contribuyen a mermar la capacidad de
educación de los padres)” (p. 312).
CUADRO 7.3. El modelo biosocial de Raine (2002).
La genética y el ambiente generan tanto los factores de
riesgo como los factores de protección. Desde el
principio, la relación entre la genética y el ambiente es
estrecha, e interaccionan en múltiples niveles.

7.4.1. La genética
Como hemos visto en páginas anteriores, en la
actualidad hay una evidencia clara de influencias
genéticas en la conducta antisocial y agresiva. Esta
conclusión procede tanto de los estudios con niños
adoptados, niños gemelos criados de forma separada y
conjunta, y análisis de genética molecular. El punto ahora
más importante tiene que ver con el procedimiento en el
que la influencia genética interactúa con el ambiente en la
predisposición a la conducta antisocial. En realidad
resulta obvio que los procesos genéticos precisan de un
ambiente para que puedan expresarse. De este modo, los
cambios ambientales producirán la activación y la
desactivación de la influencia genética a lo largo de la
vida del individuo.

A) Interacción Gen por Ambiente


Uno de los ejemplos más reveladores de este tipo de
interacción lo hallamos en el estudio de Cloninger et al.
(1982), en el que 862 niños suizos adoptados fueron
divididos en cuatro grupos, dependiendo de la posible
presencia o ausencia de (a) predisposición genética (es
decir, los padres biológicos eran delincuentes), y (b) de
condicionante ambiental (el modo en el que los niños
fueron criados por los padres adoptivos). Cuando estaban
presentes tanto la predisposición biológica como
ambiental, el 40% de los niños llegaron a convertirse en
adultos delincuentes, comparados con el 12,1% de los
niños que tenían solo la influencia de la genética y el
6,7% que dispuso de una mala influencia ambiental.
Cuando los niños no experimentaban ni la influencia de la
predisposición genética ni de la ambiental, el porcentaje
que desarrolló una carrera delictiva posterior fue de tan
solo un 2,9%.
Raine señala que el que la tasa del 40% de delincuencia,
cuando ambos elementos de riesgo están presentes, supere
con mucho a una del 18,8%, derivada de una combinación
de solo la influencia ambiental o solo la influencia
genética, pone de relieve que existe una clara interacción
entre la genética y el ambiente.
Con posterioridad, Cloninger y Gottestman (1987)
analizaron los datos de la investigación para los hombres
y las mujeres por separado. Hallaron, como era de
esperar, que la tasa delictiva de las mujeres era muy
inferior a la de los hombres, pero que se mantenía el
mismo patrón de interacción que en los varones, en el
sentido de que la influencia sobre el crimen era mucho
mayor a partir de la interacción gen x ambiente que como
resultado de la influencia del ambiente o de la herencia
por separado.

B) Correlación gen x ambiente y los efectos


moderadores de las variables demográficas
Un concepto diferente pero relacionado es el de
correlación gen x ambiente, tal y como se manifiesta en el
trabajo de Ge et al. (1996), quienes hallaron que los hijos
de padres delincuentes y/o drogadictos, que habían sido
adoptados, tenían una mayor probabilidad de mostrar
conducta antisocial en la infancia que aquellos adoptados,
hijos biológicos de padres que no eran delincuentes o
consumidores de drogas. Por otra parte, se halló una
asociación entre la conducta antisocial en los padres
biológicos y las conductas de crianza de los padres
adoptivos. Escribe Raine: “Esto puede explicarse por la
existencia de un canal de transmisión, en el que el padre
biológico contribuye mediante su transmisión genética a
la conducta antisocial de su hijo. De este modo, el hijo
antisocial tiende a su vez a provocar conductas negativas
de crianza en sus padres adoptivos” (p. 314).
Lo que tenemos, entonces, es lo que se denomina una
correlación gen x ambiente “evocativa”, que sugiere que
la asociación entre la crianza negativa en los padres
adoptivos y la conducta antisocial en el niño está mediada
por procesos genéticos: el padre adoptivo reacciona de
manera incompetente frente a un hijo difícil de socializar;
por ello se dice que el gen (es decir, la base genética de la
conducta del niño) “evoca” la respuesta del ambiente (la
respuesta de los padres).
Una interacción de tipo diferente fue hallada por
Christiansen (1977) en su análisis de los gemelos nacidos
en Dinamarca, al encontrar que la influencia de la
genética sobre la delincuencia era mayor en los niños que
procedían de un medio socioeconómico más elevado, y en
aquellos que habían nacido en un ámbito rural; es decir,
esas variables ambientales moderaban la herencia de la
conducta antisocial. Esto sugiere que “se obtiene una
influencia mayor de la biología en el crimen en los
contextos sociales donde la influencia ambiental sobre la
delincuencia está disminuida” (p. 314).

7.4.2. Psicofisiología
Hasta ahora hemos visto que hay una transmisión
genética de la predisposición a la delincuencia/violencia,
pero ¿cuál es el mecanismo o senda de esa transmisión?
Las características psicofisiológicas del individuo son un
buen candidato a esa plaza, porque tienen también un
importante sustrato genético, y es muy probable que en
ellas pueda expresarse la fuerza biológica que fomenta el
crimen.

A) El efecto moderador de los hogares


benignos: la perspectiva del “empuje social”
Aquí la cuestión de investigación que debatimos es si
los delincuentes con buenos y malos ambientes difieren
en su funcionamiento psicofisiológico.
Diversos estudios han mostrado que el efecto de los
factores psicofisiológicos sobre el delito es mayor en los
ambientes más benignos (es decir, menos socialmente
deficitarios). Por ejemplo, aunque en general el nivel de la
tasa cardiaca (en situaciones de reposo) es más bajo en
delincuentes, la asociación es mucho más fuerte en
sujetos antisociales de clase social elevada (Raine y
Venables, 1984), y en delincuentes que provienen de
hogares intactos (Wadsworth, 1976).
De modo semejante, en relación con el
condicionamiento clásico eletrodérmico, la
conductibilidad eléctrica reducida de la piel caracteriza a
los adolescentes antisociales de clase alta, pero no de
clases desfavorecidas, así como también se observa con
fuerza en delincuentes “privilegiados” que cometen
crímenes de excitación y aventura (Buikhuisen et al.,
1984). En otro estudio se halló que adultos delincuentes
con una personalidad esquizoide que provenían de
hogares intactos mostraban una conductibilidad de la piel
menor que los sujetos que provenían de hogares rotos
(Raine, 1987).
¿Por qué ocurre esto? La hipótesis del “empujón social”
señala que en los chicos en los que no hay factores de
riesgo sociales que les empujen hacia el delito, la
expresión de la violencia se canalizaría por la biología
(Mednick, 1977). Por contraste, cuando alguien ha
crecido en un ambiente adverso las “causas” sociales
serían más prominentes:
En tales situaciones —escribe Raine— el vínculo entre la conducta
antisocial y los factores biológicos de riesgo será más débil que en los
niños de ambientes benignos, porque las causas sociales del delito
camuflan la contribución de la biología. Al contrario, en el caso de los
niños antisociales de ambientes benignos el ‘ruido’ creado por las
influencias sociales sobre el crimen casi desaparece, lo que permite
sacar a la luz de modo diáfano la relación entre la biología y la
delincuencia (p. 314).

B) Interacciones entre los factores de riesgo


psicofisiológicos y sociales
Si antes nos preguntábamos si los delincuentes con
buenos y malos ambientes difieren en su funcionamiento
psicofisiológico, ahora la cuestión es otra: ¿es mayor la
delincuencia en aquellas personas que manifiestan tanto
los factores de riesgo biológicos como los ambientales?
Planteado de otro modo: ¿los factores psicofisiológicos
interactúan con los ambientales para favorecer la
aparición de la conducta delictiva?
En esta área de la psicofisiología la investigación es
escasa, pero Farrington (1997) halló que los chicos con
una tasa cardiaca baja tenían una mayor probabilidad de
llegar a ser delincuentes adultos violentos si, además,
provenían de una familia numerosa y si se llevaban mal
con ella. De modo semejante, los chicos con una baja tasa
cardiaca tenían una mayor probabilidad de ser valorados
como alumnos agresivos por sus profesores si se daba
alguna de estas condiciones: a) que su madre se hubiera
quedado embarazada en la adolescencia, b) si provenían
de una familia con pobres recursos socio-económicos, c)
o si habían sido separados de uno de los padres antes de
los diez años de edad3.

C) Factores de protección
Hasta hace muy poco nada se sabía de cómo la biología
podía proteger contra el inicio en la delincuencia. Sin
embargo, ahora sabemos que una activación2 elevada del
sistema nervioso autónomo puede constituir un
importante factor de protección. Por ejemplo, Brennan et
al. (1997) encontraron que los chicos daneses que tenían
un padre delincuente pero que no llegaron a ser
delincuentes de adultos, mostraban una respuesta
electrodérmica y cardiaca mayor que sus compañeros de
generación que sí llegaron a ser delincuentes y que tenían
igualmente padres con antecedentes delictivos. Es
importante señalar que estos jóvenes protegidos por su
mayor capacidad de respuesta autonómica superaban en
esas reacciones psicofisiológicas a los hijos no
delincuentes de padres que tampoco lo fueron, lo que
demuestra que aquellos “necesitaban” de esa protección
extra para superar el hándicap de su herencia proclive al
delito.
¿Por qué una actividad reducida del sistema nervioso
autónomo actuaría como un factor de riesgo para la
delincuencia?
Raine nos señala que hay al menos dos teorías
principales para explicar este hecho:
1. La teoría de la ausencia de miedo. Esta teoría sugiere
que una baja actividad autonómica es un marcador
biológico de que el sujeto, en su psicología, no siente con
intensidad el miedo. La ausencia de miedo facilitaría la
violencia y la conducta antisocial, porque esa conducta
(peleas, amenazas, etcétera) requiere un cierto grado de
arrojo (entendido como no experimentar miedo) para ser
puesta en práctica. Además, en la infancia, un niño que no
vivencia el miedo de forma significativa tiene muchos
más problemas para aprender las normas, ya que la
asociación:
trasgresión castigo miedo a una nueva trasgresión
se establecería con mucha más dificultad que en otros
niños, al ser menor el miedo que el joven experimentaría
de repetir la conducta (miedo que es determinado por una
mayor activación del sistema autónomo). Esta teoría
recibe un apoyo sólido en el hecho de que esta baja
activación del sistema autónomo también proporciona los
fundamentos del temperamento desinhibido o “sin miedo”
en los niños (Kagan, 2004).
2. La teoría de la búsqueda de estimulación. Este
planteamiento (Eysenck, 1977; Quay, 1965) mantiene que
la baja activación representa un estado fisiológico
displacentero, y que los sujetos antisociales buscan la
estimulación con objeto de incrementar su nivel de
activación y devolverlo a un nivel óptimo. Así pues, los
delincuentes intentarían con sus delitos estimular su
sistema nervioso (lógicamente, de forma no consciente).
En realidad esta teoría es complementaria con la anterior:
un bajo nivel de activación puede predisponer al delito
porque produce un cierto grado de ausencia de miedo, y
también porque facilita la búsqueda de estimulación
antisocial. Las medidas de comportamiento de falta de
miedo y de búsqueda de estimulación tomadas a los 3
años de edad predicen la conducta agresiva a los 11 años
(Raine et al., 1998).
En contraste con las conclusiones sobre los déficit de
activación, existe otra corriente de investigación que se
centra en la actividad de orientación reducida, es decir, en
la capacidad disminuida de prestar atención (o de orientar
la atención) hacia nuevos estímulos. Esta perspectiva se
ha concretado en la teoría de la disfunción prefrontal y de
la atención. Así, Raine y Venables (1984) han propuesto
una hipótesis del déficit de atención en la que se sostiene
que los delincuentes se caracterizan por un déficit
fundamental en la capacidad para asignar recursos
atencionales apropiados a los estímulos ambientales.
Fowles (1993), discutiendo esta teoría, amplió los déficit
a dos: uno con respecto a la atención prestada a los
estímulos neutrales, y otro con respecto a la anticipación
de estímulos aversivos o dolorosos.
¿Qué es lo que dice, en resumen, la teoría de la
disfunción prefrontal?:
Que un daño o lesión en la región prefrontal del cerebro [la zona
que está arriba de los ojos] produce una serie de alteraciones
psicofisiológicas (entre las que se encuentran una reducción de la
capacidad de orientar la atención y de la activación del sistema
nervioso) que predisponen al sujeto a diversos rasgos y características
(por ejemplo, que busque nuevas sensaciones, que no tema ante los
posibles daños o castigos de su acción, que tenga problemas para
asignar la atención) que hacen más probable la violencia y la
delincuencia (Raine, 2002:316).

El trabajo del neurocientífico Antonio Damasio apoya


esta teoría, al señalar que el córtex prefrontal interviene
en la generación de las respuestas de orientación, así
como en la regulación de la activación nerviosa y de la
respuesta ante el estrés (Damasio, 1994). Investigaciones
recientes confirman el efecto que estas alteraciones
funcionales y estructurales de la región prefrontal del
cerebro pueden tener en el comportamiento violento,
junto al sistema límbico (que incluye a la amígdala) (Gao
y Raine, 2010; Dolan, 2012).

7.4.3. Factores de obstetricia


Bajo este epígrafe se recogen tres dominios de
investigación, referidos a las anormalidades físicas
pequeñas, la exposición prenatal a la nicotina y las
complicaciones en el parto. En todas ellas hay una amplia
evidencia de interacción biosocial.

A) Anomalías físicas leves


Al menos seis estudios existen que demuestran la
relación entre las leves anomalías físicas y la conducta
antisocial (Raine, 1993). ¿Cuál es la razón? Se piensa que
estas anomalías (como la lengua con frenillo o los lóbulos
de las orejas muy pegados) están asociadas con problemas
en la gestación, y son un marcador de un desarrollo neural
anormal en el feto, hacia el final del tercer mes de
embarazo. Es decir, las leves anomalías físicas vendrían a
ser un marcador indirecto de un desarrollo anómalo en el
cerebro (aunque tales anomalías pueden tener una base
genética, también pueden deberse a influencias
ambientales negativas sobre el feto, como infecciones o
anoxia).
Los estudios señalan que este factor es un elemento
predisponente a la conducta violenta, pero no a la
delincuencia contra la propiedad. Así, y a modo de
ejemplo, Mednick y Kandel (1988) evaluaron las
pequeñas anomalías físicas existentes en 129 niños, y
observaron que nueve años más tarde la presencia de
dichas anomalías estaba asociada con la tasa de delitos
violentos que cometían esos niños. Sin embargo —aquí se
halla la interacción biosocial— esa relación solo se daba
si los niños habían crecido en un ambiente familiar
inestable. Parece, entonces, que se precise de un factor
social que “dispare” el efecto antisocial que señala la
anomalía física (que, recordemos, es un marcador de una
alteración en el desarrollo del cerebro).

B) Exposición a la nicotina
El efecto que la exposición del feto al alcohol pueda
tener sobre la conducta antisocial es bien conocido (por
ejemplo, Fast, Conry y Look, 1999), así como también la
incidencia negativa del consumo de tabaco por parte de la
madre. Raine cita la investigación de Brennan, Grekin y
Mednick (1999), en la que encontraron que cuando la
madre fumaba por encima de 20 cigarrillos al día, sus
hijos, en la edad adulta, tenían el doble de probabilidad de
cometer delitos violentos. Ahora bien, ese riesgo era cinco
veces mayor cuando el consumo de cigarrillos se asociaba
a la presencia de complicaciones en el parto (nuevamente,
la interacción biosocial). Por su parte, Rasanen et al.
(1999) hallaron que la exposición fetal a la nicotina
incrementaba dos veces el riesgo de delincuencia que se
producía a la edad de 26 años, y que dicho riesgo se
incrementaba en un 12% si de pequeño el delincuente
había crecido sin su padre.
Raine interpreta que la acción de la nicotina sobre la
delincuencia futura se explicaría por la alteración que
provoca su consumo en el desarrollo del sistema de
neurotransmisores de la noradrelanina, lo que a su vez
perturbaría la actividad del sistema nervioso
parasimpático, algo plenamente consistente con lo
señalado con anterioridad, en el sentido de que hay en los
delincuentes una clara evidencia de activación nerviosa
reducida.

C) Complicaciones en el parto
Diversos estudios han mostrado que los niños que
sufren de complicaciones en el parto tienen una mayor
probabilidad de desarrollar conductas antisociales,
trastorno disocial y cometer delitos violentos en la edad
adulta, cuando otros elementos de riesgo ambiental están
también presentes. Por ejemplo, Raine et al. (1994)
evaluaron la influencia de problemas en el parto y de
posible rechazo por parte de la madre (evidenciado por el
hecho de haber intentado abortar o por haber ingresado al
niño en un orfanato) en una cohorte de 4.269 niños
varones nacidos en Copenhague. La presencia de ambos
elementos de riesgo se dio en tan solo el 4% de la
muestra, a pesar de lo cual estos sujetos fueron
responsables del 18% de todos los delitos violentos
cometidos por la muestra total en su edad adulta (hasta la
edad de 34 años). Es importante señalar que esta
interacción no apareció para las infracciones no violentas,
así como tampoco para aquellos casos en los que la
violencia se había manifestado tardíamente en la conducta
de los sujetos, sino que afectaba a los individuos que
manifestaban un comportamiento violento recurrente
desde la infancia.
Esta interacción se ha constatado en otros estudios
llevados a cabo en diferentes países (Suiza, Finlandia,
Canadá y Estados Unidos), donde se han observado
diversos factores ambientales en interacción con los
problemas en el parto: un ambiente familiar con graves
carencias (USA y Canadá) y habilidades de crianza
deficientes de los padres (Suiza). Raine (2002: 318)
concluye:
Las complicaciones en el parto como anoxia (falta de oxígeno), y
nacimiento mediante fórceps se piensa que pueden dañar el cerebro,
por lo que pueden ser solo una de las diferentes fuentes de disfunción
cerebral observadas en grupos de niños y adultos antisociales. Por otra
parte, como se ha señalado anteriormente, es posible que las
dificultades en el parto no predispongan por sí mismas a la
delincuencia, sino que requieran de la contribución de circunstancias
ambientales negativas para provocar el delito violento en la edad
adulta. Además, aunque dichas dificultades puedan dañar al córtex
frontal, es posible que afecten a otras áreas, como por ejemplo el
hipocampo. En este sentido, diversos estudios recientes que han
empleado la neuroimagen han mostrado que el hipocampo presenta un
funcionamiento anormal en asesinos (Raine et al., 1997), diferentes
anomalías estructurales en psicópatas (Laakso et al., 2001), y es
particularmente susceptible a la anoxia.
7.4.4. Neuroimagen (escáner del cerebro)
A) La Tomografía de Emisión de Positrones
(TEP)
La investigación previa ha indicado que los delincuentes
violentos muestran un funcionamiento reducido en el
córtex prefrontal, como comentamos con anterioridad
(Raine, 1993; Moya, 2010). Un estudio que ha empleado
la TEP ha analizado la interacción entre la disfunción
prefrontal y la violencia (Raine et al., 1998). Un grupo de
convictos por asesinato fue dividido, según provinieran de
un ambiente familiar bueno o malo, de acuerdo a
variables como experiencia de abuso sexual y malos
tratos, antecedentes penales de los padres o pobreza
severa. Se observó que los asesinos que procedían de
buena familia tenían una reducción del 14,2% en el
funcionamiento del córtex prefrontal (la zona
orbitofrontal, exactamente); esta disfunción está asociada
a una menor capacidad de sentir miedo y al desarrollo de
las características emocionales y de personalidad que
caracterizan a los psicópatas. Este resultado encaja bien
con la investigación acerca de la actividad alterada del
sistema nervioso autonómico, revisada antes, que
señalaba que ésta era más deficitaria en los delincuentes
que provenían de un buen ambiente.

B) Imagen por Resonancia Magnética


Funcional (RMF)
Aunque se ha establecido de modo sólido que la
experiencia de ser maltratado en la infancia predispone a
la conducta violenta en la edad adulta (Widom, 1997;
Moya y Mesa, 2010), se ha estudiado muy poco por qué
algunos sujetos que han sido maltratados se convierten en
delincuentes violentos cuando son mayores, mientras que
otros no. Raine et al. (2001) realizaron un estudio para
contestar a esa pregunta, contando con cuatro grupos de
sujetos: a) sujetos control no violentos que no habían sido
maltratados; b) individuos que habían sufrido malos tratos
pero que no eran violentos; c) sujetos violentos que no
habían sufrido malos tratos; y d) individuos tanto
maltratados como violentos. Todos ellos pasaron por la
RMF mientras realizaban una tarea de memoria visual y
verbal. Los resultados mostraron que los sujetos violentos
que habían sufrido malos tratos infantiles mostraban un
funcionamiento reducido en el hemisferio derecho,
particularmente en la zona temporal. Por su parte, los
sujetos maltratados que no eran violentos mostraron una
activación relativamente baja en el lóbulo temporal
izquierdo, pero una activación elevada en el lóbulo
temporal derecho. Por último, los sujetos maltratados,
violentos o no, mostraron una activación cortical reducida
durante la realización de la tarea de memoria,
particularmente en el hemisferio izquierdo.
Estos hallazgos indican que un factor de riesgo
biológico (la disfunción en el hemisferio derecho), cuando
se combina con un factor de riesgo ambiental (maltrato
físico severo), predispone a cometer actos criminales
violentos. También sugieren estos datos que un
hemisferio cerebral derecho con un buen funcionamiento
protege contra la violencia en adultos que de niños
sufrieron malos tratos.

7.4.5. Neuropsicología y Neurología


Los déficits neuropsicológicos y neurológicos,
especialmente los asociados con las tareas ejecutivas (de
análisis de la información y de toma de decisiones),
constituyen un factor de riesgo bien consolidado para
desarrollar actos violentos y delictivos en niños, jóvenes y
adultos (Morgan y Lilienfeld, 2000; Raine, 1993).

A) Estudios longitudinales
Hay varios estudios que reseñar aquí, pero citaremos
solo los de Moffitt (1990) y Raine et al. (1996) a modo de
ejemplo. Moffitt señaló que los con un funcionamiento
neuropsicológico deficiente y que provenían de familias
con graves carencias tenían cuatro veces más probabilidad
de ser violentos que sus compañeros de edad que solo
presentaban los déficit neurológicos. De modo semejante,
Raine et al. encontraron que los niños que presentaban
esos dos riesgos, acumulaban, cuando eran adultos, el
70,2% de los delitos violentos cometidos por el conjunto
de la muestra total.

B) Efectos protectores de un hogar estable


Hay algunos trabajos que señalan que un hogar estable
puede filtrar la influencia antisocial de los factores
biológicos de riesgo. Por ejemplo, Streissguth et al.
(1996) hallaron que un hogar adecuado protegía del delito
a los niños que habían nacido con el síndrome de alcohol
fetal. Y Mataró et al. (2001) explicaron que una persona
que sufrió un terrible accidente que le destrozó el córtex
prefrontal pudo funcionar perfectamente durante 60 años
más, gracias a que su ambiente familiar fue muy
protector.

C) Demandas sociales que superan la


capacidad de los jóvenes
Algunos neuropsicólogos han señalado que los
adolescentes podrían tener dificultades para hacer frente a
aquellas demandas sociales que exigen capacidades
ejecutivas por encima de las disponibles en su córtex
prefrontal, todavía inmaduro, lo que podría dar lugar a la
disfunción de éste y a la carencia de control inhibitorio
sobre la conducta antisocial y violenta que es tan
prevalente en esa edad.
En efecto, en la infancia los niños viven sin tener que
planificar gran cosa, en un ambiente estructurado; en la
adolescencia, sin embargo, las cosas cambian y hay que
tomar decisiones importantes acerca de problemas y
cuestiones del mundo social (incluyendo a las chicas y a
los compañeros de clase) y profesional/escolar. Así, el
córtex prefrontal debe cargar con el peso de emplear sus
funciones ejecutivas —lo que incluye nuevas exigencias
en memoria de trabajo, atención sostenida, toma de
decisiones, autocontrol, etcétera—en unos años en los que
todavía está madurando, ya que la mielinización de esta
parte del cerebro no termina hasta pasados los 20 años.
Resultaría muy posible que los chicos que tuvieran una
disfunción temprana de su córtex no pudieran con todo
ese trabajo llegada la adolescencia, lo que resultaría en
una pérdida importante del autocontrol y posible
participación en una vida antisocial. Otros jóvenes, con un
córtex prefrontal intacto, podrían acusar las exigencias de
la edad juvenil, pero con la posterior maduración del
córtex recuperarían el autocontrol y dejarían de realizar
actos antisociales. Un tercer grupo lo constituían aquellos
chicos que podrían experimentar una disfunción frontal,
pero debido a que su ambiente es muy protector, o bien a
que no deben hacer frente a muchas exigencias sociales,
podrían estar protegidos de la conducta antisocial. Y
finalmente, otro grupo de jóvenes, que cometen actos
delictivos al final de su adolescencia, puede que no tengan
ni déficits frontales ni experiencia delictiva hasta que
acaba la adolescencia o empieza la edad adulta, cuando
los elementos de tensión y las dificultades de la vida
superan la capacidad de un córtex prefrontal que presenta
anomalías funcionales latentes.
Esta perspectiva teórica, escribe Raine (2002, p. 321),
llevaría a diferentes hipótesis que podrían ser investigadas
con mucho provecho para conocer el modo en que
biología y sociedad interaccionan en la producción de la
delincuencia y la violencia. En primer término, además de
esperar que los que tienen una disfunción frontal estaán
más predispuestos a cometer delitos, tal conducta
antisocial sería mayor en los que vivieran en un ambiente
menos protector. En segundo lugar, sería esperable que
aquellos sujetos que se resisten a delinquir tuvieran un
buen ambiente protector, o bien una elevada inteligencia
que minimizara el impacto de los déficits de las funciones
ejecutivas del córtex prefrontal. Y, en tercer lugar, sería
plausible que aquellos chicos que empiezan pronto a
delinquir, pero que más tarde desisten de ese
comportamiento, tuvieran al principio un funcionamiento
pobre de las funciones ejecutivas, que iría corrigiéndose
con el tiempo.

7.4.6. Hormonas, neurotransmisores y toxinas


A) Hormonas
La investigación que une las hormonas y la conducta
agresiva y antisocial ilustra la complejidad de la relación
entre la biología y la conducta, y demuestra de modo muy
claro la influencia del contexto social en el
funcionamiento de la biología.
Hoy disponemos de trabajos que observan la conducta
agresiva incrementada como consecuencia de altos
niveles de testosterona en adultos (Pope et al., 2000;
Tobeña, 2008; Moya, Serrano y Martín, 2010), si bien en
niños la evidencia es menos sólida. La razón para esta
diferencia ilustra la importancia de la interacción
biosocial. Se sabe que una testosterona elevada
correlaciona con la experiencia subjetiva de dominio y de
éxito. Los niños violentos suelen ser rechazados por sus
compañeros de escuela, y acostumbran a sacar peores
notas que los alumnos bien integrados. Estas experiencias
de fracaso bajarían sus niveles de testosterona. Estos
chicos, una vez fuera del sistema educativo, irían
adquiriendo mayor autoestima a través de su
comportamiento violento, lo que elevaría su nivel de
testosterona a medida que fueran creciendo y
consolidando su estilo de vida antisocial.
Moya et al. (2010: 133-134) establecen la siguiente
conclusión acerca de la relación entre agresión y las
hormonas: “La relación entre hormonas y agresión es
recíproca y bidireccional, dado que un determinado nivel
hormonal puede repercutir en la conducta agresiva y, a la
inversa, el incremento de la agresión puede provocar
cambios en los niveles hormonales. En este sentido, las
hormonas pueden ser consideradas causas, efectos o
mediadoras de la agresión”.

B) Neurotransmisores y toxinas
Los estudios aquí todavía son escasos para proporcionar
evidencia de la interacción biosocial, sin embargo ya hay
algunos resultados que prueban dicha interacción. Por
ejemplo, Moffitt et al. (1996) hallaron que, aunque los
delincuentes violentos mostraban mayores niveles de
serotonina en sangre que los sujetos no violentos, aquellos
que a una alta tasa de serotonina sumaban un ambiente
familiar adverso tenían tres veces más probabilidad de
cometer un delito violento antes de cumplir los 21 años,
en comparación a los sujetos que solo tenían un elevado
nivel de serotonina o solo un ambiente familiar adverso.
Por lo que respecta a las toxinas, un estudio empírico
relevante fue el de Masters et al. (1998), quienes
evaluaron las tasas de delitos violentos en 1.242 comarcas
de los Estados Unidos. Hallaron que aquellas comarcas en
las que se daba la interacción de tres factores distintos
(alta densidad de población, exposición al plomo o al
manganeso —dos toxinas— y alto consumo del alcohol),
la delincuencia violenta registrada era mayor.
7.5. SOCIOBIOLOGÍA, PSICOLOGÍA
EVOLUCIONISTA Y AGRESIÓN
“Sociobiología” fue un término acuñado por Edward O.
Wilson en un libro homónimo publicado originariamente
en 1975, y en su edición castellana en 1980. En él
compendiaba un conjunto amplísimo de investigaciones,
realizadas durante décadas, que analizaban la relación
existente, en diversas especies animales, y también en el
hombre, entre Biología y conducta social, con especial
atención al comportamiento agresivo. Wilson (1980)
definió la sociobiología como el estudio de los
fundamentos biológicos de la conducta social.
Al poner en relación unas especies con otras se constata
que muchos comportamientos presentan una cierta
continuidad a lo largo de las distintas especies. El hombre
ha evolucionado a partir de especies inferiores, de modo
que su comportamiento también está claramente influido
por su biología.
Muchas teorías criminológicas parten del supuesto de
que la agresión humana constituye una conducta no
adaptativa o contraria a la naturaleza. Wilson (1980)
afirma, sin embargo, que, desde una perspectiva
biológica, el comportamiento agresivo es adaptativo:
“Cuesta creer que cualquier característica tan extendida y
fácilmente invocada en una especie como el
comportamiento agresivo lo es en el hombre, pueda ser
neutra o negativa en cuanto a sus efectos sobre la
supervivencia del individuo y sobre la reproducción” (p.
265), que son los dos principales motores de adaptación
de las especies.
Biológicamente son erróneas, según Wilson, las dos
perspectivas opuestas que contemplan la agresividad
humana en un sentido extremo. Una de ellas atribuiría a la
agresión un cariz sanguinario, cuya máxima expresión
serían las tendencias del hombre a matar a sus semejantes.
La perspectiva contraria plantearía la agresividad humana
solamente como la expresión de una especie de neurosis,
o como una respuesta no adaptativa (patológica),
propiciada por circunstancias anormales. Wilson descarta
ambos extremos: los humanos no son seres sanguinarios,
pero manifiestan conductas agresivas que van más allá de
las manifestaciones patológicas. Él entiende que la
agresividad es un comportamiento adaptativo,
programado para aumentar la supervivencia y la
reproducción de los individuos en situaciones de tensión.
En condiciones ambientales adversas, la agresividad
permite, por un lado, la supervivencia del individuo y, por
otro, la continuación de la especie.
Desde que apareciera el texto de Wilson, la
sociobiología impactó profundamente en la psicología,
dando lugar a la llamada “psicología de la evolución” o
evolucionista (Buss, 2011; Liddle, Shackelford y
Shackelford, 2012), según la cual la teoría de la evolución
puede aplicarse a todos los ámbitos de la psicología.
Específicamente, los psicólogos evolucionistas establecen
que el cerebro humano se compone de un gran número de
mecanismos que procesan la información en una serie de
dominios específicos (es decir, mecanismos
psicológicamente evolucionados) que fueron
seleccionados en la historia evolutiva como respuesta a
los diversos problemas específicos adaptativos a los que
hicieron frente los ancestros del ser humano, tales como
hallar cobijo y alimento, defenderse de los depredadores,
encontrar pareja y procurar la supervivencia de los
descendientes (Tooby y Cosmides, 2005).
¿Cómo explica la violencia y el crimen la psicología
evolucionista? ¿En qué sentido la evolución ha
preservado esos actos que causan tanto sufrimiento a la
humanidad? Para contestar a esta pregunta primero
tenemos que comprender cómo funcionan esos
mecanismos en la psicología del individuo. Tales
mecanismos, psicológicamente evolucionados, registran
tipos específicos de información o inputs (por ejemplo:
estímulos ambientales, actividad fisiológica, etc.; por
ejemplo, la amígdala se especializa en la percepción de
estímulos amenazantes y por ello favorece la emoción de
temor), posteriormente la procesan y generan un tipo
igualmente específico de productos (output), entre los que
se hallan la conducta manifiesta, pero también la actividad
fisiológica —una emoción, por ejemplo— o la
información que resulta útil para otros mecanismos
psicológicos, como por ejemplo la memoria. Una
consecuencia de todo esto es que “tales mecanismos
evolucionados pueden generar una conducta desadaptada
en nuestra sociedad, ya que en ésta dominan los inputs
novedosos” (Liddle et al, 2012: 24).
Un caso muy claro es el siguiente: nuestro organismo
todavía continua albergando la respuesta innata de temor
ante serpientes y arañas, a pesar de que estos animales
hace tiempo que dejaron de ser una amenaza relevante en
nuestro escenario vital. Sin embargo nuestra historia
evolutiva los incardinó en nuestro genoma, y el temor a
ellos ahí permanece. Por el contrario, objetos amenazantes
mucho más reales en la actualidad como enchufes y
coches no suelen generarnos ese miedo instintivo, porque
su aparición en la historia evolutiva de la humanidad es
muy reciente, lo que ha impedido que forme parte de
nuestra naturaleza instintiva (Liddle et al., 2012).
Ahora bien, diversos comportamientos que, como la
violencia, resultan desadaptados en la sociedad actual,
probablemente continúan produciéndose debido a que en
la historia evolutiva del ser humano sí que fueron
adaptativos, es decir, confirieron ventaja a quienes los
exhibían a la hora de transmitir sus propios genes. No
obstante, no se trata de conductas inevitables,
determinadas genéticamente a producirse en la vida de las
personas; son patrimonio del ser humano, pero éste
dispone de su capacidad de control para llevarlas o no al
acto.
En resumen, negar la perspectiva de la psicología
evolucionista de la violencia (la violación, el asesinato, la
guerra) sería un comportamiento programado por la
evolución para favorecer la reproducción del agresor, es
decir, tendría la misión de asegurar el control del territorio
y de los recursos para asegurar la máxima eficacia
reproductiva, lo que en la práctica implicaría también
ejercer control sobre las mujeres.
Tomemos, por ejemplo, el caso de la violación. ¿Por
qué violan algunos hombres? Desde el planteamiento
evolucionista, la respuesta sería: porque, como resultado
de la herencia ancestral, aquellos sujetos que no tienen
modo de acceder a las mujeres más deseables (jóvenes,
atractivas y saludables, que podrían asegurar la
reproducción más exitosa), solo disponen de su fuerza
física: “Los hombres convictos de violación son,
típicamente, los de menos éxito en nuestra sociedad, son
incluso los de menos éxito entre los propios delincuentes;
sin embargo, el grupo de mujeres que son víctimas de este
delito se corresponde con las más deseadas por todos los
hombres en cualquier sociedad” (Ghiglieri, 2000: 86).
Esta misma línea de reflexión podría explicar las
violaciones en masa en tiempos de guerra (Ghiglieri,
2000: 91):
Durante la guerra, la mayoría de los soldados tienen su
supervivencia como algo incierto. Además, son jóvenes y todavía no
suelen tener hijos, su perspectiva de ser padres no puede ser muy
halagüeña, en esas circunstancias. Ahora bien, lo cierto es que en sus
batallas se encuentran con mujeres jóvenes, atractivas, fértiles y
desprotegidas. A esto hay que añadir que la violación en la guerra no
se suele castigar. ¿Qué sucede si una violación deja a la víctima
embarazada? Pues que el violador no ha de preocuparse de mantener a
su hijo, principalmente porque no está seguro de que ese hijo sea suyo.
Y, finalmente, los soldados que son capaces de violar a las mujeres e
hijas de sus enemigos, encuentran un trofeo más en su victoria. De tal
modo que la violación es tanto una vindicación de la victoria como un
premio por la misma. En síntesis, la violación en masa es una victoria
reproductiva masiva.

Puede parecerle, amigo lector, sorprendente esta


explicación. Sin embargo, aunque los argumentos de los
psicólogos evolucionistas no son siempre satisfactorios, el
estudio atento de sus fundamentos científicos no puede
dejar a uno indiferente. Esta fundamentación se encuentra,
sobre todo, en las investigaciones realizadas por zoólogos
y antropólogos, como Diana Fossey4, Jane Goodall,
Marvin Harris o Napoleón Chagnon. Es especialmente
impresionante lo que hoy en día conocemos sobre los
chimpancés y orangutanes. A diferencia del mito de que
“los animales solo pelean para comer o en defensa
propia”, se sabe que ambos son también capaces de
“asesinar” y “violar” sin ninguno de los anteriores
propósitos inmediatos, sino con la pretensión de asegurar
su control del territorio y la copulación con las hembras.
Es decir, “el propósito” de estas conductas descansaría en
la exigencia reproductiva de la selección natural: solo
sobreviven los sujetos más diestros a la hora de
asegurarse la comida y la propia reproducción. Y la
agresión y la violencia serían mecanismos esenciales en
esa lucha. Citemos de nuevo a Ghiglieri, cuya obra “El
lado oscuro del hombre” (The dark side of man), es el
compendio más celebrado de esta perspectiva psicológica:
Toda la conducta ha sido modelada para fomentar el éxito de la
supervivencia y reproducción de los genes del individuo y/o sus
parientes cercanos (no de las especies). Y aunque la selección natural
ha producido la belleza que admiramos en la naturaleza, no todo aquí
es hermoso. Buena parte de ella es egoísta, fea o violenta, incluyendo
algunos aspectos del género humano.
Tratar de explicar la conducta humana sin los conocimientos de la
biología darwinista es igual que explicar el sistema solar con la teoría
de que la tierra está quieta y es el sol el que gira a su alrededor. Las
explicaciones son sin duda posibles, y algunas de ellas serán poéticas,
hermosas o atractivas de cualquier modo. Pero otra cosa es que nos
aclaren adecuadamente qué es la realidad (p. 180).

En esta línea, los psicólogos evolucionistas señalan lo


poco científico que resulta culpabilizar a los video-juegos
o a la televisión de la violencia; más bien la clave está en
analizar “los factores ambientales que han sido
recurrentes a lo largo de nuestra historia evolutiva y los
problemas que suponían un desafío para la supervivencia
de nuestros ancestros, en particular aquellos que pudieron
ser solucionados mediante el empleo de la violencia”
(Liddle et al., 2012: 28)
En fin, son muchas y muy sugerentes las ideas de esta
corriente, pero es curioso que haya sido el mismo Edward
O. Wilson el que haya significado el punto más débil de
sus aportaciones: la falta de confirmación experimental.
Primero, no obstante —y como no podría ser de otra
forma— Wilson reconoce que la hipótesis de la eficacia
genética está razonablemente verificada por la evidencia.
Esta hipótesis mantiene que los rasgos de la cultura más
ampliamente distribuidos —como la violencia—
confieren ventaja darwiniana a los genes que predisponen
a ella. “Los rasgos —escribe— ampliamente distribuidos
son por lo general adaptativos, y su existencia concuerda
con los primeros principios de la evolución mediante
selección natural”. Sin embargo, todavía falta obtener
mucha información para apoyar sus postulados. No es que
haya pruebas contradictorias, es que muchas de las cosas
que se dicen son actualmente solo hipótesis. “Puesto que
la genética del comportamiento humano se encuentra
todavía en su infancia, hay una ausencia casi absoluta de
conexiones directas entre determinados genes y el
comportamiento que subyace a los rasgos universales de
la cultura. El ajuste observado entre teoría y realidad se
basa en gran parte en correlaciones estadísticas” (Wilson,
1999: 254-255). Y ocurre lo mismo con las normas
epigenéticas que describen cómo se desarrolla el
comportamiento humano (esto es, el cerebro) en su
interacción con el medio (esto es, con la cultura). Este
conocimiento es muy importante, porque nos ayudaría a
comprender cuáles son las reglas por las cuales el cerebro
se desarrolla a medida que se va abriendo al mundo, y
determinar de este modo si comportamientos complejos
como los violentos obedecen ciegamente a los
presupuestos de la eficacia reproductiva —como dice
Ghiglieri— o bien pueden considerarse como acciones
mucho menos exigidas por el orden natural.
Hasta que no se conozcan estas normas, será difícil
determinar en qué medida la evolución de la sociedad es
paralela —o no— al proceso de la eficacia genética por
medio de la selección natural. Como dice Wilson, “La
resolución de las dificultades espera la expansión futura
de la biología y su coalescencia con la psicología y la
antropología” (1999: 256).
En síntesis, de acuerdo con la investigación
sociobiológica el comportamiento agresivo no es una
regla universal de conducta ni en los humanos ni en el
resto de las especies animales. Se trataría más bien de una
característica universal y heredada que prepara a los
individuos para afrontar determinadas situaciones y que,
en los humanos, requiere de un detonante externo para
precipitarse en forma de comportamiento delictivo.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: TEXTOS CLÁSICOS: El “asesinato” en los
animales y en el hombre (Wilson, 1980, Sociobiología, p. 256)
Las pruebas relativas al asesinato y canibalismo en mamíferos y otros vertebrados
se han acumulado en la actualidad hasta tal punto, que debemos invertir por completo
las conclusiones avanzadas por Konrad Lorenz en su libro Sobre la Agresión, lo que
han empezado a consolidar famosos escritores como parte de la sabiduría
convencional. Lorenz escribió: “Aunque ocasionalmente en las peleas territoriales o
de antagonismo, por azar un cuerno puede penetrar en un ojo o un diente en una
arteria, nunca hemos llegado a la conclusión de que el ánimo de la agresión fuera el
exterminio de los congéneres en cuestión”. Por el contrario, el asesinato es mucho
más común, y por tanto “normal”, en muchas más especies de vertebrados que en el
hombre. Estoy impresionado por cómo semejante comportamiento se hace más
aparente cuando el tiempo de observación dedicado a la especie rebasa el límite de las
mil horas. Pero solo un asesinato por mil horas y por observador sigue siendo un
canon demasiado alto de violencia para las reglas humanas. De hecho, si algún
biólogo marciano visitara la Tierra consideraría al hombre simplemente como una
especie más durante un largo período de tiempo, y podría llegar a la conclusión de
que nos hallamos entre los mamíferos más pacíficos, midiendo la cuestión con
unidades de asaltos graves o asesinatos, por individuo y por unidad de tiempo, incluso
en el caso de que nuestras guerras episódicas fueran incluidas en el promedio. Si los
visitantes debieran limitarse a las 2.900 horas de George Schaller, y a una población
humana elegida al azar comparable en cuanto a tamaño a la de leones del Serengeti,
tomando uno de los estudios de campo más exhaustivos publicados hasta la fecha,
probablemente no vería nada más que alguna lucha por mero juego, casi totalmente
limitada a los jóvenes, y algún intercambio verbal enojado entre dos o más adultos.
Incidentalmente, otra apreciada noción de nuestra malignidad que empieza a
desmenuzarse, es que solo el hombre mata más presas de las que necesita para comer.
Los leones del Serengeti, al igual que las hienas descritas por Hans Kruuk, matan a
veces desenfrenadamente en el caso de que sea conveniente para ellos el hacerlo así.
Schaller llega a la siguiente conclusión: “Los sistemas de caza y muerte de los leones
pudieran funcionar independientemente de su apetito”.
No existe una “regla universal de conducta” en cuanto a los comportamientos
competitivos y depredadores, que no sea la existencia de un instinto universal
agresivo, y por algún motivo. Las especies son totalmente oportunistas. Sus formas de
conducta no se adaptan a ninguna restricción general innata, pero están guiadas, al
igual que todos los demás rasgos biológicos, únicamente por lo que resulta ser
ventajoso en el transcurso de un período de tiempo suficiente como para que haya
evolución. Así pues, si para los individuos de una especie dada es temporalmente
ventajoso el ser caníbales, existe al menos una posibilidad moderada de que la
especie entera evolucione hacia el canibalismo.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. La historia de la criminología positivista nos recuerda que hemos de realizar un
esfuerzo permanente por mantener el rigor en las preguntas que formulamos y en
las respuestas que pretendemos encontrar. Las medidas para paliar la delincuencia
deben basarse en el respeto a los hechos y en las necesidades de los hombres y de
las mujeres en una cultura dada.
2. Las explicaciones simplistas suelen ser poco fiables, lo que no impide que
intentemos, en la medida de lo posible, alcanzar un alto grado de parsimonia. Por
ejemplo, está demostrado que hay un potencial agresivo innato en el ser humano,
especialmente en el varón; no hay nada malo en reconocer que una de nuestras
metas preferentes ha de ser canalizar esa energía hacia fines prosociales. La
biología nos ayuda a comprender mejor cómo funciona una parte de este complejo
proceso de agresión con el que nacemos y al que vamos orientando a través de
nuestra cultura.
3. La investigación apoya la idea de que una parte de la predisposición a cometer
delitos es heredada. Pero esto solo es un acicate para exigir mayores esfuerzos
preventivos en personas que provienen de unos ambientes donde la herencia y
(usualmente) el medio contenían dosis de violencia relevantes. Del mismo modo
que ciertas personas sobre las que pesa un riesgo de desarrollar una patología han
de ser sometidos a cuidados preventivos. Esta prevención, en delincuencia, no es
una cuestión de “vigilar por si acaso”, sino de “educar y ayudar más y mejor por si
acaso”.
4. La Criminología Biosocial pone el énfasis en la interacción entre los factores
ambientales y los genético-biológicos. Una de las enseñanzas más importantes de
toda esta investigación es que actividades tales como el cuidado de la salud y el
tipo de crianza obtenido pueden generar resultados diversos de acuerdo con las
vulnerabilidades que el sujeto presente en su sistema nervioso y endocrino.
5. La propia biología pone el énfasis en las mejoras sociales como principal estrategia
preventiva del delito. En este sentido, diríamos que actualmente la criminología
biosocial se aleja del modelo médico o patológico (donde una persona “diferente”
o “enferma” comete los delitos) y se acerca al modelo de salud pública, donde se
refuerzan los mecanismos preventivos en los diferentes ambientes que, a medida
que el niño crece, van generando escenarios para la interacción social (familia,
escuela, barrio).
6. Pero incluso los estudios biológicos nos enseñan caminos para la prevención de la
violencia, sin necesidad de caer en imágenes truculentas de manipulaciones
genéticas o cerebrales. Por ejemplo, el cuidado de la dieta de la madre puede tener
un gran impacto en el cerebro del feto, como hemos visto. Otro ejemplo sería la
medicación adecuada en niños con un trastorno por déficit de atención e
hiperactividad.
CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué es la Criminología Biosocial?
2. ¿Cómo podemos entender los primeros estudios biológicos sobre la delincuencia?
3. ¿Por qué hasta mediados de los años 70 del pasado siglo era un tabú hablar del
peso de la herencia o la biología en la delincuencia?
4. ¿Cuántos tipos hay de diseños para analizar la relación entre herencia y
delincuencia?
5. ¿Dónde se encuentra el apoyo más firme a la tesis de que una cierta predisposición
a la delincuencia se hereda?
6. Analiza, desde tu punto de vista, cuál es el peso que la biología puede tener de
acuerdo con la violencia impulsiva / emocional versus premeditada / instrumental.
7. ¿Qué componentes de la dieta podrían relacionarse con la agresividad? Buscar
información bibliográfica a este respecto.
8. ¿Cuáles son los principales correlatos psicofisiológicos de la delincuencia?
9. ¿Qué es lo que dice la hipótesis de la disfunción ejecutiva o prefrontal?
10. Resume la tesis de la sociobiología y de la psicología evolucionista.

11. ¿Podrías señalar alguna película que represente el modelo biosocial aplicado a la
Criminología en alguno de sus aspectos, ya sea en su versión más clásica o más
moderna?
12. ¿Qué elementos de prevención de la violencia podrían señalarse como eficaces o
al menos prometedores atendiendo a los últimos desarrollos de la Criminología
Biosocial?

1 En este capítulo empleamos el concepto de agresión y de violencia de


forma intercambiable. En general se suele hablar de agresión para
referirse al impulso que procede de nuestra estructura genética y que
puede mostrarse de forma directa o indirecta como una capacidad para la
defensa, mientras que violencia sería el uso ilegítimo o depredatorio de la
misma, destinado a dañar a otra persona por motivos egoístas. Pero en este
libro, salvo que se signifique la distinción, los usaremos de forma
indistinta.
2 Los esposos Glueck llevaron a cabo un estudio longitudinal de 500 jóvenes
del área de Boston hasta que cumplieron 32 años, que hoy en día se ha
convertido en una contribución clásica, debido a que Sampson y Laub, en
su obra “Crime in the making”, retomaron los datos originales de ese
estudio y los sometieron a técnicas de análisis más modernos, poniendo
así de relieve la importancia del trabajo iniciado en los años 40 por los
Glueck.
3 Hay que recordar que no es lo mismo lo “biológico” que lo genético. Una
lesión en el feto es algo que tiene efectos biológicos, pero el origen puede
ser ambiental (un accidente sufrido por la madre).
El concepto de activación (arousal), como se entiende habitualmente en los
trabajos de Eysenck y Gray, remite a un fenómeno biológico hereditario, y
tiene su origen en los trabajos del ruso Paulov sobre la fuerza excitatoria
del sistema nervioso. Muchos investigadores modernos han considerado la
activación en términos del concepto de reactividad del sistema nervioso,
es decir, de la relación entre la intensidad del estímulo y la amplitud de la
respuesta. Se demuestra que estímulos de igual acción física suscitan un
nivel de activación menor en sujetos de baja que de alta reactividad. El
individuo de baja reactividad aumenta la estimulación, y el de reactividad
alta la disminuye, con lo cual ambos tratan de mantener o restaurar un
nivel de activación óptimo, genéticamente fijado.
4 Su vida aparece dramatizada en la película “Gorilas en la niebla”.
Factores Protectores Biológicos
GENÉTICA
Riesgos Biológicos
VIOLENCIA
Interacción
Biosocial
AMBIENTE
Riesgos
Sociales
Protectores
Sociales
Factores
8. DIFERENCIAS
INDIVIDUALES Y
APRENDIZAJE
8.1. INTRODUCCIÓN 363
8.2. LA CRIANZA FAMILIAR 364
8.2.1. El afecto familiar 365
8.2.2. Las estrategias de control paterno 366
8.2.3. La interacción entre afecto familiar y estrategias paternas de
control 367
8.3. EL FACTOR SEXO/GÉNERO 369
8.3.1. Las chicas delinquen menos 369
8.3.2. Factores relevantes asociados a la menor delincuencia de las
chicas 370
8.3.3. La interacción entre sistemas biológicos y sociales 373
8.4. INTELIGENCIA Y DELINCUENCIA 377
8.4.1. La medida de la inteligencia en los delincuentes: el cociente
intelectual (CI) 377
8.4.2. Inteligencia interpersonal, emocional y conducta delictiva 379
8.5. TEORÍA DE LA PERSONALIDAD DELICTIVA DE
EYSENCK 383
8.6. LAS VARIABLES TEMPERAMENTALES DE LA
PERSONALIDAD 388
8.6.1. La impulsividad 389
8.6.2. La búsqueda de sensaciones 391
8.7. INTRODUCCIÓN A LAS TEORÍAS DEL APRENDIZAJE 392
8.8. LA TEORÍA DE LA ASOCIACIÓN DIFERENCIAL DE
SUTHERLAND 395
8.8.1. Génesis de la conducta delictiva 397
8.8.2. Asociación diferencial y organización social 400
8.9. LA TEORÍA DEL APRENDIZAJE SOCIAL DE AKERS 400
8.9.1. Conceptos teóricos fundamentales 402
8.9.2. El aprendizaje de la conducta delictiva 405
8.9.3. Estructura social y aprendizaje social 406
8.9.4. Validez empírica 407
8.10. LA TEORÍA DE LAS “LECCIONES DE LA VIDA” DE
SIMON Y BURT 409
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 413
CUESTIONES DE ESTUDIO 414

8.1. INTRODUCCIÓN
En el capítulo que hemos denominado diferencias
individuales y aprendizaje nos referiremos, en primer
lugar, a un conjunto de factores característicos de los
individuos, ya sean de carácter hereditario o adquirido,
que les hacen distintos a unos de otros, y, en segundo
término, a los mecanismos de aprendizaje del
comportamiento, factores y procesos todos a los cuales la
investigación criminológica actual atribuye un notable
peso explicativo a la hora de comprender la conducta
delictiva.
Respecto de las diferencias individuales, centraremos
nuestra atención en los siguientes factores principales:
crianza familiar, sexo, inteligencia y personalidad. Esta
selección de apartados está basada en la investigación: se
cree que los orígenes de las variaciones más significativas
a la hora de explicar la implicación de un sujeto en una
carrera delictiva guardan una estrecha relación con el
modo en que éste es atendido y educado durante su
infancia, el sexo con el que nace —y los efectos culturales
que el sexo conlleva, es decir el género—, la inteligencia
con la que procesa y responde a las situaciones que va
encontrando en su vida y, finalmente, las variables que
definen su personalidad, es decir, su modo habitual de
adaptarse a las exigencias y retos de su desarrollo.
Por lo anterior se comprenderá la obvia relación
existente entre las diferencias individuales y el
aprendizaje. Si se aprende a actuar de modo antisocial, es
decir, si uno ha de disponer de unas habilidades e
incentivos para transgredir la ley, tales capacidades y
motivos estarán mediados por las diferencias individuales
que le definan. En una familia respetuosa con la ley y
atenta con los hijos, una niña con buena inteligencia y una
personalidad reflexiva tiene muy pocas probabilidades de
cometer delitos, y viceversa: en una familia donde los
padres se desentienden de los hijos, un chico con pobres
recursos cognitivos y una personalidad inestable e
impulsiva presenta un riesgo mucho mayor para aprender
cómo delinquir y las actitudes adecuadas con las que
hacerlo, para así obtener lo que anhela. Las teorías del
aprendizaje de la delincuencia son importantes porque
aplican las leyes del aprendizaje de la psicología a la
adquisición y mantenimiento de la carrera delictiva, y
tales leyes, mientras que puede que no expliquen todo el
proceso de convertirse en un delincuente habitual, forman
parte necesaria de esa explicación, porque el delinquir es
un comportamiento tan humano como cualquier otro de
naturaleza compleja.

8.2. LA CRIANZA FAMILIAR


La familia es el más importante de cuantos sistemas
ejercen influencia en los niños y en su conducta. Otra
cuestión es si ella sigue siendo tan relevante cuando el
niño es ya un adolescente, ya que actualmente la
investigación señala que la influencia del grupo de
coetáneos es muy superior en esos años a la de la familia
(Harris, 2000). En concreto, la Criminología ha estudiado
la relación entre el modo de funcionamiento de la familia
y la delincuencia de los hijos. Para ello, se ha valido de
dos técnicas investigadoras principales: los autoinformes
y el registro observacional del funcionamiento familiar.
Estas dos técnicas han permitido estudiar dos aspectos
fundamentales de las transacciones familiares (Henggeler,
1989): 1) El funcionamiento del afecto en la familia; y 2)
el funcionamiento de los estilos de control de los padres
sobre los hijos (o las estrategias de control paterno).

8.2.1. El afecto familiar


La expresión afecto familiar abarca aspectos como la
aceptación que tiene el niño en su casa, el modo en que
responden afectivamente ante sus necesidades y la
dedicación que le prestan (el grado en que los padres y
otros familiares adultos se ocupan del bienestar del niño).
Existen diversas investigaciones que han estudiado la
relación entre el afecto familiar y la conducta delictiva.
Por ejemplo, una investigación de Canter (1982) encontró
que el sentimiento de los adolescentes de pertenencia a la
familia, evaluado a partir de su grado de implicación en
actividades familiares, se relacionaba negativamente con
la conducta delictiva. El aumento de ese sentimiento de
pertenencia familiar tenía una correlación inversa con la
conducta delictiva. Es decir, cuanto mayor era la
integración de los jóvenes dentro de la propia familia,
había una menor probabilidad de delincuencia juvenil.
Según Canter, estos sentimientos de pertenencia a la
familia explicarían hasta un 19% de la varianza de la
conducta delictiva1.
En un estudio posterior, Henggeler y sus colaboradores
(Henggeler, 1989) evaluaron 112 familias de jóvenes
delincuentes varones y un grupo control2 integrado por 51
familias de jóvenes no delincuentes, seleccionadas de
entre el mismo vecindario. Se observó, en la misma línea
de Canter, que unas relaciones familiares inapropiadas
(especialmente en lo referente a la falta de atención y
ayuda materna) favorecía el inicio de carreras delictivas
juveniles, en un grado explicativo (o varianza explicada)
del 20%. Pese a todo, encontraron que dos factores
diferentes, el contacto con jóvenes delincuentes (grupo de
coetáneos antisocial) y la edad de la primera detención,
predecían en mayor medida la conducta delictiva que las
propias relaciones familiares.
En conclusión, la relación entre afecto familiar y
delincuencia es evidente en toda la investigación. Así, los
niños que reciben buen afecto familiar tienen una menor
probabilidad de convertirse en delincuentes, mientras que
los niños que tienen malas relaciones afectivas con los
padres son más proclives a la conducta delictiva. Este
resultado es confirmado en un estudio meta-analítico
reciente (Hoeve et al., 2012), en el que los autores
revisaron los resultados de 74 estudios, abarcando un total
de 55.537 participantes. Su conclusión fue que un pobre
apego de los hijos a los padres (lo que implica una escasa
vinculación afectiva) se relaciona de modo significativo
con la delincuencia, tanto en chicos como en chicas.
Aun así, no está claro que la relación entre afecto
familiar y conducta delictiva de los jóvenes tenga una
direccionalidad unívoca. Con anterioridad se pensaba que
la mala relación entre los padres y los jóvenes, y sus
efectos perjudiciales favorecedores de delincuencia, tenía
su origen exclusivo en los padres. En la actualidad se
considera que esta mala interacción entre padres e hijos
tiene un carácter recíproco y bidireccional. Aunque en
muchas ocasiones los padres puedan ser el origen inicial
de esta relación inapropiada con sus hijos, puede suceder
también lo contrario, que el comportamiento antisocial de
los hijos sea detonante de dificultades y malas relaciones
familiares, que fomenten el estrés y la desunión de los
padres y, a la postre, estimulen el rechazo hacia el joven.

8.2.2. Las estrategias de control paterno


Las estrategias de control paterno son aquellos estilos de
funcionamiento que se relacionan con las demandas que
se le hacen al niño y con el control que se ejerce sobre él.
Son aquellos estilos que tienen los padres o quienes se
encargan del niño de exigirle metas y de controlar su
conducta. En un sentido amplio, sería el modo de
educarlo. Tales estrategias incluyen la supervisión —
saber qué hace el niño y con quién se relaciona— y las
prácticas disciplinarias.
Una amplia revisión realizada por Synder y Patterson
(1987) analizó la relación existente entre estrategias
familiares de control y conducta delictiva, tal y como ya
antes habían hecho otros autores clásicos en Criminología
(por ejemplo, Glueck y Glueck, en 1956, Hirschi, en
1969, y West y Farrington, en 1973). Estos autores
llegaron a la conclusión de que las familias de
delincuentes suelen emplear estrategias de disciplina
inefectivas, que no logran controlar la conducta de los
jóvenes, ni con antelación a la realización de posibles
conductas delictivas ni después de producirse éstas. Una
adecuada supervisión de los hijos facilita, por el contrario,
estar pendiente de ellos, corregir sus conductas
inapropiadas e indicarles nuevos comportamientos más
adecuados, todo ello obviando el desprecio, las amenazas
y los castigos severos (particularmente de tipo físico).
Cuando la familia utiliza una adecuada supervisión es
más probable que los padres respondan de manera
apropiada y coherente a las conductas antisociales de los
hijos, esto es, que empleen mejores prácticas
disciplinarias. No es infrecuente que los niños tengan
algún problema en la propia familia o en la calle, que se
vean envueltos en alguna pelea o que cometan algún
pequeño hurto. Muchos niños y jóvenes han realizado
conductas inapropiadas cuando tenían siete, diez, doce o
catorce años, que generalmente no serán importantes y
preocupantes excepto si se prolongan en el tiempo y
aumentan progresivamente su gravedad. Ello podría
suceder si no existe una adecuada supervisión paterna y
los padres no son capaces de evitar el contacto de sus
hijos con jóvenes delincuentes (Garrido, 2010).
Estos estudios han llegado también a conclusiones
interesantes acerca de la relación que existe entre los
hábitos de crianza y la conducta agresiva que acaba en
delincuencia. Por ejemplo, se ha observado que los chicos
que son agresivos en la calle suelen mostrar también altas
tasas de conducta agresiva en su propia casa —berrinches,
golpes, peleas entre hermanos—. Además, los padres de
estos chicos suelen intentar controlar sus conductas
antisociales mediante el uso frecuente del castigo. Cuando
un chico se comporta violentamente, los padres tenderán a
actuar también violentamente, pese a que comprueban
reiteradamente que suele resultar poco efectivo. Muchos
jóvenes aceleran su propia violencia a partir de la
imitación de la violencia de sus padres (López-Romero,
Romero y Villar, 2012).

8.2.3. La interacción entre afecto familiar y


estrategias paternas de control
Henggeler esquematizó las posibles interrelaciones entre
las dimensiones afecto familiar y estrategias paternas de
control, que podrían dar lugar a determinados estilos de
desarrollo y de comportamiento infantil, con arreglo a la
siguiente estructura de posibles combinaciones (véase
cuadro 8.1):
1. Una situación ideal para el desarrollo infantil se
produciría, según el esquema de Henggeler, en la
combinación de un alto nivel de demandas y control
paterno junto a un buen nivel de relación afectiva. Este
ideal educativo se traduciría en unos padres implicados
con sus hijos y con autoridad subsiguiente, y su probable
resultado serían hijos con una buena independencia,
responsabilidad y autoestima, a la vez que con una
agresividad controlada.
CUADRO 8.1. Relación familiar-funcionamiento psicosocial juvenil
DIMENSIÓN AFECTIVA: aceptación, responsividad,
dedicación al niño
Alta Baja
Padres implicados con
Padres autoritarios:
autoridad:
– Déficit en
CONDUCTA – Alta
Alta internalización moral
PATERNA: independencia/responsabilidad
– Baja competencia social
demandas/control – Baja Agresión
– Baja autoestima
– Alta autoestima
Padres indulgentes, permisivos: Padres indiferentes/no
– Alta impulsividad implicados:
Baja – Alta agresividad – Graves déficits en el
– Baja desarrollo cognitivo y
independencia/responsabilidad social

Fuente: elaboración propia a partir de Henggeler (1989): Delinquency in


Adolescence. Newbury Park: Sage, 36-37.

2. Si las demandas y el control paterno son altos pero


existe poca afectividad hacia el niño, nos encontraríamos
con padres autoritarios pero que no educan
adecuadamente a sus hijos. El resultado serían niños con
importantes deficiencias en la internalización de las
normas, a la vez que con una baja competencia social y
una baja autoestima. Las normas son impuestas de manera
rotunda y caprichosa por los padres. Al niño no se le
requiere que tome decisiones personales, sino
sencillamente que cumpla aquello que se le ordena, a la
vez que los incumplimientos son reprimidos con
contundencia.
3. Cuando la dimensión afectiva es alta pero el control
paterno de sus actividades es inexistente, nos hallaríamos
ante padres protectores y permisivos. Los niños que se
desarrollan en un ambiente familiar de estas
características podrían manifestar una alta impulsividad y
agresividad, a la vez que una baja independencia y
responsabilidad personal.
4. Por último, si tanto el control paterno como el afecto
son bajos, estaríamos ante padres indiferentes y poco
implicados en la educación de sus hijos. El resultado más
probable de esta situación sería niños con graves déficits
en su desarrollo cognitivo y social y con problemas para
la interacción humana. Esta sería la categoría que mayor
incidencia tendría en la generación de jóvenes
delincuentes, según el grueso de la investigación a este
respecto.

8.3. EL FACTOR SEXO/GÉNERO


8.3.1. Las chicas delinquen menos
La diferencia más destacada entre los que delinquen y
quienes no lo hacen es el sexo al que pertenecen. Las
estadísticas, tanto de autoinculpación (o autoinforme) y de
victimización como las cifras policiales, judiciales y
penitenciarias evidencian esta diferencia radical entre las
tasas de delincuencia masculina y femenina. En todos los
países del mundo, en todas las épocas históricas, y con
independencia de cuál sea el método de evaluación de la
delincuencia utilizado —autoinforme, datos oficiales o
encuestas de victimización—, los hombres delinquen
mucho más que las mujeres a lo largo de las diferentes
etapas de su vida, en especial si hablamos de delitos
violentos (Redondo et al., 2011; Zimmerman y Messner,
2010). En este punto una cuestión previa es si esta
preponderancia delictiva de los hombres es debida a
diferencias reales en las tasas delictivas o más bien es el
resultado de unas prácticas policiales y judiciales
sesgadas. Podría tratarse sencillamente de que la policía
detuviera, o que los jueces condenaran, a más hombres
que mujeres. Esta posibilidad se recoge en la denominada
como “teoría de los caballeros”, de Pollak (formulada en
1950), según la cual la sociedad consideraría la
delincuencia femenina menos grave que la masculina.
Según ello, para el mismo tipo de conductas se castigaría
más a los hombres que a las mujeres.
En España, según las encuestas de autoinculpación
delictiva realizadas con jóvenes, los varones se confiesan
autores de pequeños delitos en doble proporción que las
mujeres (Montañés, Rechea y Barberet, 1997; Rechea,
2008; Rechea et al., 1995). En cuanto a los detenidos por
la policía, son 10 los hombres por cada mujer. Respecto a
los condenados, lo son 15 hombres por cada mujer, y en
cuanto a los encarcelados, hay 10 hombres por cada
mujer. Entre 2000 y 2008 no varía sustancialmente el
reparto entre ambos sexos. En 2000, los hombres
detenidos por delitos y faltas sumaban el 90,2% del total;
y en 2008, el 90,4%. Es decir, que las conductas
antisociales y delictivas de las mujeres han aumentado,
pero en la misma proporción que las de los varones en
términos generales (Granda, 2009).
Los dos principales fenómenos que deben ser explicados
son, en primer lugar, por qué delinquen más los hombres
que las mujeres y, en segundo lugar, por qué desaparecen
tantas mujeres delincuentes en cada escalón del proceso
penal (es decir, por qué desisten del delito antes y en
mayor grado las mujeres que los hombres).
Esta desproporción delictiva entre mujeres y hombres se
ve claramente en las condenas por los diferentes delitos
para el año 2010 en España: homicidios: 578 hombres, 59
mujeres; contra la libertad sexual: 1.429 hombres, 29
mujeres; contra el patrimonio: 27.589 hombres, 4.940
mujeres; estafas y falsedades: 2.458 hombres, 497
mujeres (INE, 2010). Puede constatarse que los delitos
más graves como el homicidio muestran una diferencia de
10 a 1 a favor (en detrimento) de los hombres; sin
embargo, en el apartado de los delitos contra la propiedad
y las estafas, la diferencia baja significativamente: 5 a 1.
¿Quiénes reinciden más, los chicos o las chicas? La
respuesta es que los varones. A la pregunta que hacíamos
a propósito de si esta diferencia podría deberse a un sesgo
de los órganos de la justicia, ya podemos responder con
claridad que no, que según todos los estudios y los
informes de victimización, los hombres realmente
cometen más delitos que las mujeres. Se ha sugerido que
un factor vinculado a las menores tasas de delincuencia
femenina puede guardar relación con la mayor facilidad
de las mujeres para obtener dinero rápido y “fácil”
mediante conductas no delictivas como la prostitución,
pero esta parece una respuesta bastante simple. Además,
las chicas, cuando reinciden, suelen cometer menos
delitos y de menor gravedad que los chicos.

8.3.2. Factores relevantes asociados a la menor


delincuencia de las chicas
A este respecto, una pregunta fundamental es en qué
medida las carreras delictivas de mujeres y varones se
asocian a factores semejantes o distintos, y, más
concretamente, si las necesidades y problemas que llevan
a las chicas al delito son equiparables a los que explican la
delincuencia masculina. Algunos estudios han obtenido
que muchos de los factores de riesgo habituales en los
varones (como tensión familiar, conductas y actitudes
violentas en la familia, enfermedades mentales en los
padres, amigos disociales, disfunciones cognitivas,
atención selectiva a expresiones agresivas y atribución de
hostilidad a otras personas) también son relevantes para
las chicas (Ellis et al., 2009; Howell, 2009; Raymond,
2008; Rowe, Vazsonyi y Flannery, 1995; Warr, 2005). A
pesar de ello, se desconocen los efectos criminógenos
específicos que estos elementos podrían producir en las
mujeres (Hipwell y Loeber, 2006).
Otras investigaciones han concluido que algunos de los
riesgos influirían de modo diferente en ambos sexos
(Leenaars, 2005). Loeber y Hay (1997) hallaron en las
chicas algunas variables de riesgo específicas como baja
empatía, alta sensibilidad a ser rechazadas por otras
personas, trastornos de personalidad, experimentar
tempranamente pobreza y tener parejas violentas. Se ha
observado que los conflictos familiares influirían más
negativamentes sobre las chicas (Anderson, 1993; Ge,
Lorenz, Conger, et al., 1994; Lee, Burkhan, Zimiles, et
al., 1994). También que las chicas infractoras suelen
proceder en mayor grado de familias conflictivas y
neuróticas, han experimentado rupturas familiares más
traumáticas, han sido víctimas de abusos sexuales, y
tienen familiares, amigos y parejas antisociales (por
ejemplo: Chanberlain y Red, 1994; Johansson y Kempf-
Leonard, 2009; Widom, 2001).
En un estudio español realizado por Bartolomé et al.
(2009) con una muestra de 642 jóvenes varones y
mujeres, se pudo comprobar, en primer lugar, que las
conductas infractoras de chicas y varones eran
parcialmente distintas, especialmente en lo relativo al
mayor empleo de la violencia por parte de los chicos. Las
chicas contaban en general con un mayor número de
factores protectores, tales como una mayor capacidad de
resolución de problemas de manera comunicativa y
pacífica, tener más amigos prosociales y concebir en
mayor grado objetivos de futuro. No obstante, para
aquellos varones que contaban con factores protectores
tales como buena participación escolar, adecuada
supervisión familiar, y buena relación con el padre, dichos
factores parecían tener un efecto decisivo para ellos en la
prevención de la conducta antisocial.
Ramautar y Farrington (2006) analizaron qué correlatos
de riesgo se asociaban en mujeres (N=93) y varones
(N=118) encarcelados, atendiendo a dos niveles de
análisis: en primer lugar, con la participación o
implicación de la muestra en su totalidad en categorías
específicas de delitos, y en segundo lugar, con la
frecuencia o tasa individual de delitos cometidos en cada
categoría. Efectuaron dicho análisis en referencia tanto a
delitos violentos como contra la propiedad. Para ello
definieron 24 correlatos que incluían variables de
aprendizaje y reforzamiento de la conducta disocial,
agresión en el hogar, justificación paterna de la violencia,
inapropiada disciplina familiar, victimización en el barrio,
etiquetado informal y formal de los sujetos, y factores de
personalidad como alta impulsividad o bajo autocontrol,
falta de empatía, tendencia a la aventura o búsqueda de
sensaciones, y egocentrismo. Para los varones, el
predictor más importante de su participación en delitos
contra la propiedad fue el reforzamiento psicológico de
dicha conducta, mientras que los correlatos más
destacados de su participación en delitos violentos fueron
alta impulsividad y baja empatía. En relación con las
mujeres, el etiquetado negativo por parte de los padres fue
el predictor más relevante para su participación tanto en
delitos violentos como contra la propiedad, a la vez que
para estos últimos delitos también resultó relevante el
reforzamiento externo. Factores de riesgo que son
frecuentes en los varones, como impulsividad, tendencia a
la aventura, baja empatía y egocentrismo, no se asociaron
significativamente a la participación delictiva de las
mujeres. Por último, la frecuencia o intensidad delictiva
de los varones estuvo principalmente condicionada por el
reforzamiento que hallaban sus conductas delictivas,
mientras que la frecuencia o reincidencia delictiva de las
mujeres se asoció exclusivamente al mayor sentimiento
propio de control sobre su propia vida.
Ahora bien, es importante preguntarse en qué medida
las diferencias encontradas en la actividad delictiva entre
ambos sexos y la posible diferencia entre algunos de los
factores de riesgo también pueden reflejar el efecto de los
roles sociales asociados al género. Según Giddens (1993:
176) “muchas mujeres están socializadas para valorar
diferentes cualidades de la vida social en mayor medida
que los hombres”. Por ejemplo, cuidar a los demás,
preocuparse por sus relaciones personales o ser más
honesto, como en los ejemplos que acabamos de referir,
resulta más prioritario, en general, para las mujeres que
para los hombres. Estos aspectos juegan probablemente
un papel importante en la prevención de la conducta
delictiva: cuando uno es capaz de preocuparse de los
demás y de cuidar sus relaciones humanas, es más
improbable que se conduzca violenta o engañosamente
con otros. Si las mujeres están más preparadas para eso,
es posible que dimane de esta preparación mayor en sus
relaciones humanas, una menor tendencia a delinquir o a
ser agresivas. Ahora bien, tal disposición no parece
provenir solo de unas expectativas asociadas al género,
sino de una psicología innata condicionada ya para
proveer de mayor cuidado a los hijos, cuya supervivencia
en el desarrollo de la humanidad dependió mucho más de
los cuidados de la madre que de los del padre. Además, la
agresividad es más prevalente e intensa en los chicos,
como demuestran los estudios epidemiológicos.
Otro factor que hay que considerar es las distintas
oportunidades para delinquir que tienen los hombres y las
mujeres. En nuestra sociedad, todavía, pese a la
incorporación de la mujer a la vida social en todos los
aspectos, las mujeres siguen estando globalmente menos
expuestas a situaciones propensas a los delitos. Siguen
estando más vinculadas al hogar. Cuando viven en pareja,
en general las mujeres no están tan libres para delinquir
como puedan estarlo los hombres. De hecho, cuando
valoramos delitos que acontecen en lugares en que las
mujeres están igual o más presentes que los hombres —
por ejemplo, robos en los comercios—, ahí las tasas se
equiparan o son más altas las de las mujeres.
No obstante esto, la distancia que sigue separando a
hombres y mujeres en la participación delictiva no se ha
visto reducida en proporción a la mayor implicación
laboral y social femenina que se ha producido durante las
últimas décadas. Y en términos de delitos violentos, las
mujeres siguen estando muy por detrás de los varones.
Claramente sigue haciendo falta una explicación más
compleja: de partida, probablemente lo que está en la base
de la menor delincuencia de la mujer es un mayor
autocontrol y una menor disposición innata a la
infracción, que se ve después reforzada por valores y
expectativas culturales. Veamos todo esto con más detalle
a continuación.

8.3.3. La interacción entre sistemas biológicos y


sociales
Durante décadas se sostuvo que la agresividad femenina
era menor debido a las mayores restricciones sociales que
existían en la sociedad hacia la violencia de las mujeres.
Según esta interpretación, el cambio de roles sociales que
se ha producido durante las últimas décadas debería
haberse vinculado a un incremento sustancial de la
delincuencia femenina. Sin embargo, aunque se ha
incrementado la participación de las mujeres en delitos
económicos y de tráfico de drogas, en general no ha
aumentado su implicación en delitos violentos. Al buscar
las razones para ello encontramos muchísimas
investigaciones que documentan que los varones difieren
de las mujeres en los siguientes aspectos fundamentales:
• Los varones presentan una mayor agresión física desde
la infancia hasta la edad adulta. Igualmente, se ha
constatado que los varones muestran problemas de
conducta en mayor grado y con mayor frecuencia que
las chicas, ya desde los cinco años hasta la madurez
(Kobac, Zajac y Smith, 2009; Rutter y Giller, 1988).
• Los varones exhiben una mayor conducta exploratoria
del entorno. Ya en las guarderías se observa cómo los
niños, en general, efectúan un mayor número de
movimientos y desplazamientos que las niñas.
• Los niños muestran también una mayor frecuencia de
juego brusco y agresivo, incluidas las conductas
agresivas atenuadas o desplazadas, como las
agresiones imaginarias que tienen lugar en los juegos
(McCoby y Jacklin, 1985).
Muchas formas de agresión dependen en parte de
procesos químicos que están parcialmente regulados por
la acción hormonal, que es distinta en mujeres y en
hombres, y en parte de factores contextuales y sociales. El
estudio de la relación entre diferencias hormonales y
conducta delictiva cuenta ya con una larga tradición
científica (Vold y Bernard, 1986). Desde que en 1828 el
químico alemán Frederich Wöhler lograra sintetizar urea
(un componente típicamente orgánico) en el laboratorio,
se ha venido investigando la interacción entre
componentes químicos corporales, especialmente las
hormonas, y el comportamiento. En 1928 apareció el
primer manual de Criminología basado en la hipótesis de
la relación entre hormonas y delincuencia (Max G.
Schlapp y Edward H. Smith, The New Criminology,
Nueva York, 1928). Con anterioridad, en 1921, Louis
Berman había estudiado el funcionamiento glandular de
un grupo de 250 delincuentes, encarcelados en la famosa
prisión de Sing Sing, en comparación con un grupo de
control compuesto por varones no delincuentes. Berman
halló una mayor proporción de defectos morfológicos y
perturbaciones funcionales en el sistema endocrino de los
presos. Sin embargo, otras investigaciones posteriores no
pudieron confirmar estos mismos resultados.
Pese a la complejidad de este tema de estudio,
paulatinamente se ha ido poniendo de relieve la
importancia que parece tener en su relación con la
agresividad la principal hormona masculina, denominada
testosterona. Diana Fishbein (1992) ha estudiado la
influencia que tienen los procesos hormonales
característicos de mujeres y hombres sobre la conducta
delictiva (ver también Tobeña, 2008).
Las diferencias entre sexos se producen en las primeras
etapas del desarrollo. El nivel diferencial de hormonas
masculinas o femeninas durante la gestación juega un
papel arquitectónico en el diseño del sistema nervioso
central. Determina, en parte, si el cerebro de un ser
humano en gestación tendrá una estructura masculina o
femenina. Durante las primeras semanas del desarrollo
fetal, el cerebro, el conjunto del sistema nervioso central y
el aspecto del feto —su fisiología y su constitución física
— tienen apariencia femenina. Sobre la séptima semana
se produce un cambio importante. La activación del
cromosoma Y, propio de los varones, precipita que
comience la producción de testosterona, que va a jugar un
papel determinante en la diferenciación entre los sexos.
En la vigésima semana del embarazo, las diferencias entre
fetos femeninos y masculinos son las siguientes: el córtex,
que juega un papel fundamental en el pensamiento y en el
lenguaje, está más desarrollado en las hembras que en los
varones. En cuanto a los hemisferios cerebrales, el
derecho, especializado en estímulos emocionales y
espaciales, se desarrolla en ambos sexos más
tempranamente. Por contra, el hemisferio izquierdo,
especializado en habilidades de aprendizaje y en el
lenguaje, que son dos factores clave de la vida social y de
interacción, se desarrolla más tardíamente en los varones.
Este desarrollo más lento del hemisferio izquierdo en los
hombres, podría contribuir a explicar los mayores
problemas que presentan los varones, desde la primera
infancia, en el lenguaje y en el aprendizaje.
Como acabamos de mencionar, las influencias
hormonales tempranas, que se producen alrededor de la
séptima semana, precipitan disparidades entre varones y
hembras, en la concentración de hormonas y
neurotransmisores, y en la presencia de receptores para
unas y otros. Esta diferenciación inicial influye sobre el
establecimiento de una serie de estructuras cerebrales y de
una actividad bioquímica distinta para cada uno de los
sexos. Según ello, podría afirmarse que las mujeres y los
hombres poseen una estructura cerebral distinta. A partir
de esta diferenciación, la intensidad de las respuestas
cerebrales ante determinados estímulos internos —como,
por ejemplo, determinadas hormonas o neurotransmisores
— o externos —el estrés o algunos acontecimientos
traumáticos— será diferente en las chicas y en los chicos.
Además, esta diferenciación de respuestas va a tener una
influencia duradera sobre la conducta posterior. En
general, ante situaciones de tensión y provocación, los
varones manifestarán respuestas agresivas más intensas
que las mujeres.
En resumen, existe evidencia de que el ambiente
hormonal específico que se produce en los fetos,
masculiniza o feminiza el cerebro y todo el sistema
nervioso central humano, tanto desde un punto de vista
funcional (que se relaciona con el modo de respuesta
frente a los estímulos) como estructural (que propicia el
mayor o menor desarrollo de ciertos receptores
neuroquímicos). Se ha comprobado que la administración
de estrógenos —hormonas femeninas— a fetos animales
machos, acaba produciendo características femeninas en
los fetos, como por ejemplo una menor agresividad, un
menor tamaño corporal y un menor desarrollo de la
musculatura. Y a la inversa, la administración a fetos
hembras de testosterona —que es la principal hormona
masculina— produce efectos masculinizantes, como, por
ejemplo, el aumento de la musculatura y una mayor
agresividad.
Este proceso de masculinización o feminización que se
produce durante la vida intrauterina, preparado por la
estructura preferente de los receptores hormonales, se
activa de nuevo durante la pubertad. Los chicos
presentarán, en general, una mayor agresividad. Si a la
mayor receptividad que los chicos tienen para la
testosterona (que juega un importante papel en la
precipitación de la agresión) se le añaden dificultades
ambientales, familiares o de crianza, el resultado puede
ser una mayor violencia. También puede suceder que
algunas chicas, debido a razones médicas, que hayan
comportado una excesiva exposición a hormonas
masculinas durante la gestación, presenten en la pubertad
y en la juventud una conducta más violenta.
Walsh (1995) revisó la investigación sobre la relación
entre la dimensión masculinidad-feminidad (tomada como
un continuo, según la mayor presencia de hormonas
típicamente masculinas o femeninas en el organismo) y la
conducta delictiva. De acuerdo con esta investigación, el
comportamiento delictivo aumenta a medida que se
avanza en el continuo que va desde la feminidad extrema
(que supone la ausencia total de andrógenos) hacia una
masculinidad extrema (definida por el exceso de
testosterona). Según Walsh, en Criminología debe ser
descartada definitivamente la hipótesis de la supuesta
neutralidad criminógena del sexo. Los hombres y las
mujeres difieren en sus tasas de criminalidad debido a que
son distintos tanto hormonal como neurológicamente, y
estas diferencias influyen en la probabilidad que tienen
unos y otros de implicarse en actividades delictivas. Esta
explicación es plenamente compatible con la idea de que,
sobre la base de tales diferencias biológicas, las
expectativas de rol social se sumen para reforzar la menor
violencia de la mujer.
Estas diferencias por razón de sexo y género se pusieron
de relieve en una investigación reciente de van der Knaap
et al. (2011), quienes estudiaron las diferencias existentes
entre hombres y mujeres por lo que respecta a una serie
de factores de riesgo de tipo dinámico (es decir, que
cambian o se modifican, a diferencia de los factores de
riesgo estáticos) en la predicción de la reincidencia. Los
autores hallaron que, en una muestra amplia de
delincuentes de ambos sexos (N = 16.239), los varones
presentaron más factores de riesgo relacionados con la
reincidencia, como no disponer de un lugar para vivir
adecuado, no estar desempleado, tener amigos
delincuentes o carecer de educación. Para las mujeres, sin
embargo, las dificultades de índole emocional fueron más
predictoras de la reincidencia, tanto general como
violenta, que en los hombres.
Ahora bien, tales diferencias no ocultaron el hecho de
que había muchos predictores de reincidencia comunes
para ambos sexos, lo cual no debe sorprendernos porque
la investigación ha señalado que los predictores de la
delincuencia son semejantes para hombres y mujeres
(Zimmerman y Messner, 2010). Es decir, las diferencias
en la intensidad y frecuencia de la delincuencia en las
chicas, con respecto a los chicos, no dependería tanto de
que se expongan en lo fundamental a diferentes factores
de riesgo, sino que está en función de cómo esos
diferentes factores de riesgo afectan o influyen de modo
diferencial en ellas. Por ejemplo, en una investigación
realizada en Chicago sobre el delito violento en hombres
y mujeres en los distintos barrios de la ciudad, se halló
que la diferencia entre ambos sexos, por lo que respecta al
delito violento (autoinformado), se hacía más pequeña en
aquellos barrios que presentaban las mayores carencias
sociales. La razón estaba en que en esos barrios la
influencia de los amigos antisociales para cometer delitos
era mayor; y eran las mujeres quienes se veían más
afectadas por este factor de riesgo a causa de su mayor
capacidad para establecer relaciones íntimas y de amistad
(Zimmerman y Messner, 2010).

8.4. INTELIGENCIA Y DELINCUENCIA


8.4.1. La medida de la inteligencia en los
delincuentes: el cociente intelectual (CI)
La inteligencia es un factor tradicional del análisis
criminológico. La pregunta sobre si los delincuentes son
menos inteligentes que los no delincuentes ha estado
permanentemente presente en la investigación
criminológica desde el siglo XIX. Ya los primeros
criminólogos analizaron el problema de la inteligencia,
como el propio Lombroso —quien vinculó este factor al
atavismo biológico— y otros autores como Goring,
Goddard y Hooton.
Gran parte de la investigación más antigua que
relacionaba la delincuencia con factores del pensamiento,
se limitó durante décadas a poner de manifiesto la
existencia de una cierta correlación entre baja inteligencia
(como constructo global) y conducta delictiva (Rutter y
Giller, 1988). Fueron estudiadas diversas poblaciones de
delincuentes, tanto encarcelados como en libertad, a
quienes se aplicaron pruebas de inteligencia, detectando
cocientes intelectuales medios inferiores a los de la
población general (Pérez y Ortet, 1993). Herrnstein y
Murray (1994) revisaron la bibliografía precedente que
analizaba la relación entre cociente intelectual (CI) y
delincuencia. En promedio, los delincuentes presentarían
un cociente intelectual de alrededor de 92 puntos, que se
halla, por tanto, 8 puntos por debajo de la media
poblacional (que se sitúa en 100). Un estudio de Chico
(1997), en el que comparaba la inteligencia general de
300 presos de la cárcel de Tarragona con 300 soldados,
mostró claramente la menor puntuación en esta variable
por parte de los delincuentes, en concreto, una media de 6
puntos menos en el test de las Matrices Progresivas de
Raven (una prueba de inteligencia “libre de cultura”).
Además, los delincuentes crónicos o persistentes
evidenciaron niveles de inteligencia todavía más bajos.
La investigación más actual no ha hecho sino confirmar
estos resultados: los delincuentes muestran, como
promedio, menos inteligencia (Jolliffe y Farrington,
2009), y entre los chicos que viven en un ambiente de
marginación o se hallan en situación de riesgo social, la
inteligencia adecuada aparece como un claro factor de
protección (Brackenreed, 2010). Esta menor inteligencia
de las muestras de delincuentes aparece con
independencia de otros factores como la clase social, la
raza, las disfunciones familiares o los problemas de
personalidad. Además, tampoco parece hallarse vinculada
a su mayor facilidad para ser detenidos, tal y como se
adujo por diversos autores.
La concepción clásica de la inteligencia, que evalúan los
tests, presenta dos factores distintos: el verbal (que tiene
que ver con todas aquellas habilidades que se relacionan
con el pensamiento y con el lenguaje) y el manipulativo
(que se refiere a una inteligencia mecánica). Aunque se ha
observado que los delincuentes generalmente no
presentan una menor inteligencia manipulativa, muestran,
sin embargo, carencias importantes en el factor de
inteligencia verbal.
Henggeler (1989) formuló una hipótesis explicativa
sobre la posible conexión indirecta entre dificultades
intelectuales y conducta delictiva, a partir de tres caminos
diferentes (véase cuadro 8.2).
CUADRO 8.2. Hipótesis de conexión indirecta entre bajas habilidades
intelectuales (especialmente verbales) y conducta delictiva.

Fuente: a partir de S. W. Henggeler (1989). Delinquency in Adolescence.


Newbury Park: Sage, 23-35.

Según esta hipótesis, en primer lugar, las bajas


habilidades intelectuales en inteligencia verbal darían
lugar a dificultades académicas en la escuela. Cuando los
niños y jóvenes tienen problemas para expresarse en
clase, para hacer los ejercicios, para examinarse y para
contestar a las preguntas que se les hacen en el ámbito
escolar, tendrán probablemente problemas académicos. Y
según sabemos por la investigación criminológica, el
fracaso escolar muestra una alta correlación con la
conducta delictiva, siendo uno de sus mejores predictores.
En segundo término, las bajas habilidades intelectuales
se asociarían también a dificultades psicosociales en
general, en las relaciones con otras personas. Cuando
alguien es incapaz de expresar sus propios pensamientos,
sentimientos y deseos, o de actuar socialmente de modo
hábil, es más probable que surjan dificultades en su vida
(con los amigos, la familia, la pareja, o en el trabajo). Y
entre estas dificultades psicosociales se halla también la
propia conducta delictiva.
Por último, la pobreza de habilidades intelectuales,
especialmente de inteligencia verbal, se relacionaría con
retrasos en la adquisición de los procesos cognitivos
necesarios para la interacción social, tales como el
razonamiento moral, la empatía, o la habilidad para
resolver cognitivamente los problemas. Y estas carencias
cognitivas tienen una elevada correlación con el
comportamiento infractor y antisocial (Lösel y Farrington,
2012).
Así pues, según Henggeler, podría existir una triple vía
de relación de la baja inteligencia verbal con la
delincuencia, a partir de procesos intermedios como las
dificultades académicas, los deficits psicosociales en
general, y el retraso en la adquisición de las habilidades
cognitivas de interacción y de resolución de problemas,
todos los cuales presentan una alta correlación con la
conducta delictiva.

8.4.2. Inteligencia interpersonal, emocional y


conducta delictiva
El interés de la Criminología por analizar las
habilidades de pensamiento de una manera más amplia y
menos estática que el cociente intelectual (o CI) que
evaluaban los tests, no es nuevo. Thorndike se refirió ya
en 1920 a un concepto que llamó inteligencia social, y
que definió como aquella habilidad que tienen las
personas para entender a otras personas y actuar
diestramente en las relaciones humanas, de acuerdo con
esa comprensión. Más adelante, Gardner, en el libro
Frames of mind (Estructuras de la mente), de 1983,
sugirió que la inteligencia general que suele analizarse,
contaría en realidad con al menos siete capacidades
intelectuales distintas (o “inteligencias múltiples”), que
son las que explicarían los logros o el éxito en la vida.
Estas siete inteligencias serían, según Gardner, la
inteligencia verbal, la inteligencia lógico-matemática
(ambas capacidades integran lo que habitualmente hemos
llamado el cociente intelectual), la inteligencia espacial
(nos permite comprender las relaciones del espacio), la
inteligencia cinestésica (relativa a nuestras habilidades
para percibir el movimiento o el estado de nuestros
músculos y nuestro cuerpo en general; altamente presente
en los deportistas), la inteligencia musical, y dos
inteligencias de tipo personal, que son las que más nos
interesan en Criminología: la inteligencia que él llama
interpersonal y la que denomina intrapersonal.
La inteligencia interpersonal es definida por Gardner
como aquella capacidad para comprender a otras
personas, reconociendo y respondiendo apropiadamente a
sus estados de ánimo, no ya solo a su conducta. Se pone
en funcionamiento, por ejemplo, cuando somos capaces
de ver en la cara de un amigo e intuir que no se encuentra
bien o que está deprimido. Esta inteligencia también nos
ayudaría a comprender las motivaciones, los deseos y las
maneras de actuar de otras personas.
La capacidad o inteligencia intrapersonal sería aquella
capacidad de comprensión “vuelta hacia dentro”
(introspección), que nos permite hacernos una idea más o
menos precisa y realista de nosotros mismos,
capacitándonos para explorar nuestros sentimientos y
aprovechar ese autoconocimiento para orientar más
adecuadamente nuestra propia conducta.
La investigación criminológica asociada a la psicología
cognitiva dirigió parte de sus esfuerzos a un doble
objetivo: 1) el análisis de específicas habilidades
cognitivas, de especial relevancia para la vida social, que
serían deficitarias en algunos delincuentes; y 2) la
creación de técnicas para enseñar tales habilidades a los
delincuentes (Ross, 1987; Ross, Fabiano y Garrido,
1990). El programa más exitoso que se derivó de esta
corriente de investigación liderada por el profesor Robert
Ross se conoce como “Razonamiento y Rehabilitación”
(Ross, Fabiano y Ross, 1986; y su versión actualizada:
“R&R2”; Young y Ross, 2007), y en la actualidad se va
extendiendo su uso a pacientes que presentan graves
trastornos mentales y una historia de violencia y conducta
antisocial (Young, Chick y Gudjonsson, 2010).
Ross, Fabiano y Garrido (1991) distinguieron entre
cognición impersonal e interpersonal. Definieron la
cognición (o inteligencia) impersonal como aquel
pensamiento que trata con el mundo físico, con el tiempo
y con el espacio. Este constructo se hallaría próximo al
concepto clásico de inteligencia.
La cognición (o inteligencia) interpersonal se
relacionaría con la anterior, pero tendría un carácter
propio, abarcando aquellas facetas de la percepción y el
pensamiento que nos permiten comprender y resolver los
problemas de relación con otras personas, capacitándonos
para efectuar inferencias acerca de su conducta y de sus
intenciones. Nos capacitaría también para comprender
fenómenos sociales, políticos, económicos y legales que
transcienden los intereses propios. Daniel Goleman acuñó
el concepto de “inteligencia emocional” para referirse a
esta misma inteligencia, y publicó un libro muy difundido
con este mismo título (1995).
Según la evidencia que nos ofrece la investigación
criminológica, estas dos cogniciones —aunque están
relacionadas— requieren la activación de una serie de
mecanismos que son distintos. Es posible que quien esté
bien dotado de una inteligencia, lo esté también de la otra.
Pero los sistemas neuronales que se ponen en marcha para
ambas inteligencias funcionan de manera diferente.
Alguien podría comprender con facilidad conceptos
matemáticos abstractos y complejos, pero a la vez tener
dificultades para interpretar y resolver correctamente sus
problemas de relación personal.
Autores como Herrnstein y Murray (1994), por un lado,
y Gardner (1995), por otro, pusieron de relieve cómo el
cociente intelectual, que es la medida habitual de
inteligencia, predecirá solo un 20% del éxito en la vida.
Mientras que el 80% restante dependería de otros factores
como la habilidad para motivarse, la habilidad para
persistir ante las dificultades o las frustraciones, la
capacidad para controlar los impulsos y para demorar
gratificaciones, la habilidad para empatizar, es decir, para
comprender los sentimientos de otras personas, y, en
general la habilidad para el control emocional. Las
personas que no tienen control emocional suelen tener
muchos problemas en las relaciones con otros.
El término “cognición interpersonal” abarca una gran
variedad de procesos, tales como:
• Razonamiento moral, que son aquellos juicios de valor
que hacemos sobre las cosas. Es cuando decimos
“ayer cuando llegué a casa estaba cansado, me dolía la
cabeza y le dije a mi madre que la sopa se la pusiera al
gato. No estuvo bien. Mi madre no se merecía esto,
me había hecho el caldo con todo su cariño”.
• Habilidades sociales / Negociación. Es aquel proceso
que llevamos a cabo cuando, antes de actuar en una
situación concreta que nos puede representar alguna
dificultad o problema, pensamos en los pasos
concretos que vamos a dar. Generalmente se trata de
problemas interpersonales, como la negociación con el
jefe en el trabajo; la relación con un profesor de mal
carácter; o cuando se planifica, con la propia pareja, la
solución de algún problema familiar. Ante estas
situaciones, cuando se cuenta con las habilidades
necesarias, se piensa previamente en lo que se va a
decir, en la respuesta del otro y en la propia réplica, y
en el final o resultado que se espera lograr. También
es imprescindible realizar adecuadamente cada acción
planificada.
• Empatía. Supone ser capaz de ponerse en el lugar de
los demás en un sentido cognitivo (comprenderle) pero
también afectivo (sentir al menos parte de sus
sentimientos). La empatía es importante, y muchos
delincuentes son deficitarios en esta habilidad. Si un
delincuente contara con mayor empatía probablemente
no tendría tantos problemas con la justicia, ya que le
costaría más y sopesaría en mayor grado dañar a una
víctima3.
• Autocontrol. La impulsividad es aquella falta de
habilidad que implica conducirse de modo automático,
sin reflexionar, actuar ante estímulos inmediatos sin
pensar en las consecuencias de aquello que se va a
hacer. Frente a ello tenemos el autocontrol, que es la
capacidad opuesta, con la que cuentan la mayoría de
las personas, que se han socializado adecuadamente,
para pensar en las consecuencias de sus conductas
antes de actuar.
• Pensamiento crítico. Es aquella habilidad para plantear
dudas o críticas acerca de la conducta propia y acerca
de la ajena. Cuando uno ha actuado, ha dicho algo
inapropiado o se ha equivocado, el pensamiento crítico
supone recapacitar y decir “quizás me equivoqué”, “tal
vez había otras alternativas”. Frente al pensamiento
crítico está el pensamiento rígido, que se da en
aquellos individuos que, pase lo que pase o les digan
lo que les digan, siempre piensan lo mismo y
encuentran una única y estereotipada solución a sus
problemas. Nunca se plantean que se estén
equivocando y que la vía seguida no sea la correcta.
• Razonamiento abstracto. Es aquella capacidad humana
para elevarse desde lo concreto e inmediato, desde los
propios problemas y necesidades, hacia aspectos más
generales, fuera de ellos, de interés más global, pero
que también deberían influir sobre su forma de
decisiones y su vida. El razonamiento abstracto es
indispensable para entender conceptos generales como
la moralidad, la justicia, la ley, el castigo. La mejora
de esta capacidad es algo muy relevante y necesario
para muchos delincuentes.
• Solución cognitiva de problemas. Se relaciona con
aquellas habilidades que resultan imprescindibles para
la toma de decisiones frente a diversas alternativas de
conducta. Es muy importante para la vida social poder
generar opciones diversas ante los problemas, poder
prever las consecuencias de los actos, así como
planificar el modo más adecuado y correcto de lograr
los propios objetivos.
La constatación que tenemos en Criminología hoy es
que muchos delincuentes tienen un notable retraso en la
adquisición de estas destrezas cognitivas que resultan
esenciales para el ajuste social. Por ejemplo, según se ha
comentado, el razonamiento moral es una habilidad
fundamental para comprender la justicia y las normas. A
partir de los razonamientos morales, se realzan ciertos
aspectos de la conducta, lo que contribuye a actuar de una
manera o de otra. Ahora bien, no se considera que la falta
de habilidades cognitivas sea una causa directa de la
delincuencia, sino que más bien estas carencias pondrían
en situación de desventaja a los individuos y les harían
más susceptibles a las influencias criminógenas (Ross,
1987; Garrido, 2010). Las personas que carecen de estas
habilidades cognitivas sociales estarían, de este modo,
más expuestas a adquirir conductas delictivas.

8.5. TEORÍA DE LA PERSONALIDAD


DELICTIVA DE EYSENCK
La teoría de Eysenck es la primera teoría de la
personalidad criminal basada en un programa sistemático
de contrastación empírica, habiendo sido muy fructífera
en estimular la investigación de este campo en la
Criminología; de hecho es una teoría psicológica, con una
clara fundamentación orgánica (concede una gran
relevancia al funcionamiento del sistema nervioso), que
fue formulada cuando plantear cuestiones biológicas era
todo un desafío ante el “establishment” dominante en
Criuminología. Eysenck en 1964 en su libro Crime and
personality desarrolló su propuesta. La teoría tiene dos
elementos explicativos principales (Eysenck y Eysenck,
1985; Eysenck y Gudjonsson, 1989; Pérez, 1987;
Forcadell, 1998):
a) El proceso de adquisición de la conciencia moral en
los niños mediante condicionamiento de evitación.
Eysenck explica (al igual que había hecho antes Trasler,
1962) cómo aprenden los individuos a inhibir conductas
de transgresión de las normas, a través de una secuencia
en la cual se combinan dos mecanismos: el
condicionamiento clásico aversivo y el reforzamiento
negativo (véase cuadro 8.3): “Lo que yo he sugerido es
que la conciencia es una respuesta condicionada adquirida
a través de los principios desarrollados por Paulov”
(Eysenck, 1996: 149). Veámoslo más en detalle:
Según Eysenck, la conciencia moral en los niños se
adquiere, en primer lugar, mediante un proceso de
condicionamiento clásico, de tal manera que las
conductas antisociales tempranas —como, por ejemplo
desobedecer a los adultos, sustraer pequeñas cantidades
de dinero o faltar al colegio— se asocian generalmente
con pequeños estímulos aversivos, habituales en los
proceso de crianza. Por ejemplo, cuando un niño es
sorprendido “robando en casa” una pequeña cantidad de
dinero, el padre o la madre seguramente le reñirán o
castigarán. Es decir, su conducta “antisocial” temprana se
asociará con leves estímulos aversivos que le producirán
sensaciones de dolor, miedo o ansiedad condicionada, por
simple apareamiento estimular. En un segundo momento,
la ansiedad condicionada que el niño experimenta ante la
oportunidad de llevar a cabo conductas semejantes (por
ejemplo, está a su alcance una pequeña cantidad de
dinero), se verá reducida si el niño inhibe la realización
del comportamiento “prohibido”. Así, la no realización de
la conducta prohibida sería recompensada y mantenida en
su repertorio de comportamiento a través de un proceso
de reforzamiento negativo (o sea, por la evitación de la
ansiedad que experimentaba ante la posibilidad de
conducirse de modo inadecuado).
CUADRO 8.3. Proceso de adquisición de la “conciencia moral” en los niños
Fuente: elaboración propia a partir de J. Pérez (1987). Algunas reflexiones
sobre el comportamiento delictivo, su prevención y su tratamiento. Revista de
Estudios Penitenciarios, 237, 89-97.

b) ¿Por qué difiere la gente en su capacidad para


mostrar un comportamiento prosocial? Después de
reconocer que deben tenerse en cuenta factores
facilitadores del delito como la mayor permisividad de la
sociedad actual —que fracasa a la hora de proporcionar
adecuadas experiencias de condicionamiento— y la
circunstancia de que los padres y adultos que rodean al
niño pueden reforzar positivamente las conductas
antisociales, Eysenck considera más relevante, sin
embargo, considerar las diferencias individuales en
personalidad (Eysenck, 1996: 149):
“Una activación escasa hace más difícil que se produzca el
condicionamiento, de tal modo que personas altas en las dimensiones
Extraversión y Psicoticismo, comparadas con aquéllas que puntúan
bajo en esas dimensiones, tendrán más problemas para agregar esas
experiencias a su conciencia. De ello se sigue que mostrarán un
resistencia menor a las tendencias antisociales que todos poseemos
derivadas de nuestra naturaleza animal”.

Es decir, Eysenck se fundamenta en la investigación que


avala el hecho de que las personas tienen diferentes
capacidades de condicionabilidad, que hacen que unas
aprendan más rápidamente que otras (investigación
reunida en su mayor parte en Raine, 1993, 2013; véase
también capítulo anterior). Aquellos que presentan peor
condicionabilidad, y por tanto aprenden con mayor
lentitud a inhibir su comportamiento antisocial, tienen
más posibilidades de convertirse en delincuentes.
Eysenck señala que muchos delincuentes poseen las
siguientes características (véase Eysenck y Gudjonsson,
1989):
1. Una baja activación cortical inespecífica o un bajo
arousal cortical. Esta característica se relaciona con
aquellos estados de consciencia asociados a diferentes
actividades y personas. La actividad cortical varía en las
personas a lo largo del día y a lo largo de situaciones: por
la mañana el grado de consciencia es bajo; es un momento
en que las respuestas son lentas y la comprensión de
mensajes baja. En cambio, el estado de consciencia
aumenta ante situaciones problemáticas. Además, la
consciencia o activación varía también de unos individuos
a otros frente a las mismas situaciones. El fundamento de
este proceso —y por consiguiente, de la dimensión
extraversión, que se discute luego— radica en un
mecanismo del tallo cerebral denominado sistema de
activación reticular, “el cual se cree que actúa como un
centinela que despierta y mantiene alerta al córtex
cerebral” (Bartol, 1991: 44) Los delincuentes muestran,
en general, un disminuido estado de consciencia —o una
baja activación cortical o arousal—. Un nivel inferior de
activación determina una menor “condicionabilidad”, lo
que hace que los individuos posean una gran necesidad de
estimulación y una gran tolerancia al castigo (Pérez,
1987). Este disminuido nivel de activación se manifiesta a
través de la dimensión psicológica extraversión, que es
alta en los delincuentes. Los individuos extravertidos son
impulsivos, activos —no pueden permanecer mucho
tiempo quietos, concentrados en algo— y amantes de los
riesgos, porque necesitan aumentar su nivel basal de
activación, que es bajo. Al respecto, Eysenck postuló que
la relación extraversión y delincuencia sería
particularmente sólida en el caso de los delincuentes
jóvenes, siempre más deseosos de nuevas excitaciones y
de correr riesgos.
2. Una segunda dimensión psicológica que es alta en los
delincuentes es la dimensión neuroticismo, relacionada
con una alta excitabilidad autónoma. El neuroticismo se
refleja en una gran inquietud y desajuste emocional. El
individuo neurótico reacciona con gran facilidad frente a
los estímulos ambientales. Los delincuentes mostrarían un
mayor neuroticismo, lo que también dificultaría el
proceso de condicionamiento: una persona alta en
neuroticismo reacciona intensamente y durante largo
tiempo ante las situaciones de estrés. Mientras que la
dimensión extraversión-introversión encontraría su
fundamento biológico en el sistema nervioso central, en el
caso del neuroticismo tendríamos que ubicarlo en el
sistema nervioso autónomo, tanto en su rama simpática o
activadora ante las emergencias como en la parasimpática
o restauradora del equilibrio. Para Eysenck, los neuróticos
disponen de un sistema límbico (que incluye a la
amígdala y al hipotálamo, entre otras estructuras
neuronales) inusualmente sensibles, que hace que las
emociones se activen antes y tarden más en disiparse. En
esencia, los neuróticos presentarían una mayor dificultad
para controlar el sistema simpático a través del
parasimpático.
3. Posteriormente a la formulación originaria de la teoría
en 1964, Eysenck introdujo una nueva dimensión a la que
llamó psicoticismo, y a la cual no asignó ningún
mecanismo fisiológico específico, pero que se
correspondería sustancialmente con la psicopatía
examinada en el capítulo anterior (sin embargo, al final de
su vida, Eysenck vinculó esta dimensión con el
metabolismo de la serotonina, cuyo papel en la inhibición
de la conducta se señaló anteriormente).
Conductualmente, el psicoticismo se corresponde con las
acciones crueles, la insensibilidad social, la falta de
emociones auténticas, la búsqueda de emociones y de
peligros, y el desprecio de los demás. (No hay que
confundir esta dimensión con la enfermedad mental
denominada genéricamente psicosis.) Eysenck (1983)
relaciona un alto psicoticismo con los delitos más
violentos y repetitivos.
Según Eysenck, estas tres dimensiones —extraversión,
neuroticismo y psicoticismo— tienen una importante base
biológica de carácter hereditario. La principal proyección
aplicada de esta teoría es que, consideradas estas
predisposiciones genéticas, la mejor manera de intervenir
sobre los individuos, para prevenir su conducta agresiva o
antisocial en general, es actuar sobre el medio ambiente.
El individuo que posee tendencias agresivas heredadas
necesita procesos intensivos de entrenamiento, que le
permitan establecer los necesarios aprendizajes
inhibitorios4.
Por lo que respecta a su validez empírica, en su análisis
de los resultados acerca de la contrastación de la teoría de
Eysenck, Bartol (1991) repasó las diferentes dimensiones
de personalidad y su relación con la delincuencia. En el
caso del neuroticismo, la teoría no se comprueba. Hay un
apoyo débil para la dimensión de extraversión, mientras
que la evidencia empírica a favor del psicoticismo es más
sólida (véase también Romero, Sobral y Luengo, 1999).
Este fracaso en vincular la extraversión a la “personalidad
delincuente” es especialmente preocupante para la teoría
de Eysenck, ya que su núcleo descansa, precisamente, en
esa falta de condicionabilidad de los delincuentes, que se
asociaría a una alta puntuación en esta variable de
personalidad. Quizás se trate de una perspectiva muy
limitada: algunos delincuentes pueden ser malos
“condicionadores”, pero otros pueden delinquir por otras
razones.
El rasgo de personalidad más claramente asociado con
la delincuencia es el de búsqueda de sensaciones, que
comparte elementos del psicoticismo y de la extraversión.
Una interpretación plausible es que una baja activación
cortical, presente en algunos individuos, precipitaría que
buscasen una mayor estimulación, de tal manera que esa
búsqueda de sensaciones nuevas, estimulantes y fuertes,
propiciaría un mayor número de conductas de riesgo,
entre ellas las delictivas. Estudios recientes también han
destacado el peso de la impulsividad en la conducta
delictiva, apartir del análisis de los ítems de los
inventarios de personalidad que emplea esta teoría
(Farrington y Jolliffe, 2013). No cabe duda que la teoría
de Eysenck ha contribuido a destacar la importancia de
ambos rasgos de personalidad en la delincuencia, si bien
ha sido superada por otros modelos más complejos. Pero
la investigación con los dos rasgos mencionados,
impulsividad y búsqueda de sensaciones, permanece
como un frente constante de investigación en la psicología
criminológica.

8.6. LAS VARIABLES


TEMPERAMENTALES DE LA
PERSONALIDAD
Seguimos en este apartado principalmente la excelente
revisión que realizaron Romero, Sobral y Luengo (1999),
y más recientemente Farrington y Jolliffe (2013). Por
“variables temperamentales de personalidad” hemos de
entender aquéllas que tienen una fundamentación
biológica y aparecen en las etapas tempranas del
desarrollo del individuo, logrando un importante grado de
estabilidad a lo largo de la vida. Andrés Pueyo y
Gutiérrez (1994: 24, sobre una idea previa de Tous,
1990), señalan esta labor de “puente” que ejerce el
temperamento entre lo biológico y la personalidad: “…si
el concepto de temperamento se halla profundamente
enraizado en lo biológico, y puede entenderse como la
expresión del genotipo en el fenotipo, el concepto de
personalidad tiene además un sello distintivo psicológico,
por cuanto supone la intervención del aprendizaje como
agente integrador de los factores temperamentales y, junto
con ellos, de los factores motivacionales y de la
inteligencia”.
De izquierda a derecha: Jorge Sobral, Catedrático de Psicología Social,
Beatriz González, Becaria de investigación, Paula Villar, Laura López,
Becaria de investigación, Angeles Luengo, Catedrática de Personalidad,
Estrella Romero, Profesora titular de Universidad, y J. Antonio G. Fraguela,
Profesor Contratado Doctor. El equipo de Investigación en Delincuencia, que
lideran los profesores Sobral y Luengo, trabaja prioritariamente en
Personalidad y Delincuencia, con énfasis especial en adolescentes.

8.6.1. La impulsividad
Como tantas veces ocurre en psicología, la definición de
esta variable de personalidad ha incluido diferentes
componentes, entre los que encontramos “la falta de
inhibición conductual, la inmediatez y espontaneidad del
comportamiento, la ausencia de reflexión previa a la
conducta, la escasa resistencia a los impulsos internos o la
falta de consideración de las consecuencias futuras de la
propia acción” (Romero et al., 1999, p. 73).
Su relevancia en el estudio de la delincuencia parece
innegable, ya que son muchos los autores que han citado
la falta de autocontrol como una de las causas
fundamentales del hecho antisocial, y en especial, la
incapacidad para resistir la tentación de realizar algo que
se anticipa como placentero pero que lo prohíben las leyes
(en otro apartado vemos el lugar central que ocupa
también en la explicación del comportamiento del
psicópata). Como acabamos de ver, una de las teorías
psicológicas más influyentes acerca de la “personalidad
criminal”, la de H. J. Eysenck (formulada por primera vez
en 1964), introduce como elemento central la
impulsividad dentro del constructo psicoticismo.
Pero ha sido J. A. Gray quien más contribuyó décadas
atrás a iluminar la importancia de la impulsividad en
relación con la delincuencia. Gray (1975, 1987) identificó
la existencia en el cerebro de lo que denominó el “sistema
de inhibición conductual” o SIC, el cual se activa
mediante impulsos asociados al miedo o a las situaciones
en que no se recibe una recompensa esperada (es decir,
situaciones de frustración por no obtener algo valioso que
se esperaba). Como resultado de la activación del SIC se
produce una experiencia de ansiedad y la inhibición de la
conducta en curso. El SIC es el encargado de dirigir la
llamada evitación pasiva, de gran importancia en el
aprendizaje, ya que tiene como misión producir la
inhibición de las respuestas que han sido previamente
castigadas (Lykken, 2000, p. 196).
¿Qué es lo que sucede si un sujeto dispone de un SIC
débil? Sencillamente, el individuo tendrá dificultades para
aprender que determinadas conductas no deben realizarse,
ya que percibirá menos ansiedad —que las personas con
un SIC fuerte— ante los castigos recibidos previamente
por realizarlas. En otras palabras, su evitación pasiva será
débil.
Junto al SIC, Gray introdujo un “sistema de activación
conductual” o SAC, ubicado en el hipotálamo, y
responsable de iniciar las conductas dirigidas hacia una
recompensa o iniciadas en situaciones que no están
asociadas a la amenaza de un castigo. Precisamente es el
SAC el apoyo biológico de la impulsividad, al igual que el
SIC es el fundamento de la experiencia de ansiedad: las
personas impulsivas disponen de un SAC fuerte. La
delincuencia, entonces, desde el punto de vista de los
estudios de Gray, “se relaciona con una alta sensibilidad a
la posibilidad de obtener estímulos reforzantes y con una
susceptibilidad relativamente débil ante el castigo”
(Romero et al., 1999, p. 77). El delincuente desearía con
gran energía obtener el beneficio ilícito de su delito (SAC
débil), y experimentaría poca ansiedad ante la expectativa
del castigo que ello podría llevar acarreado (SIC débil).
De este modo, la mayor impulsividad de los
delincuentes les impediría prestar poca atención a las
consecuencias positivas derivadas de respetar las leyes, ya
que estas siempre son más difíciles de ver, por estar más
distantes en el tiempo, mientras que los refuerzos del
delito se perciben inmediatos a la realización de la
conducta transgresora (Wilson y Herrnstein, 1985). Es
decir, los sujetos impulsivos tendrán más dificultades para
demorar la gratificación en el tiempo, querrán obtener
cuanto antes el refuerzo, lo que les llevará a preferir la
opción antisocial (que da beneficios inmediatos) a la
prosocial, que siempre exige esfuerzo y paciencia para
saborear sus frutos.
Jolliffe y Farrington (2009) realizaron una revisión
sistemática acerca de la relación existente entre medidas
tempranas de impulsividad (a partir de los cinco años de
edad) y la conducta violenta posterior, usando únicamente
datos derivados de estudios longitudinales prospectivos.
Los resultados señalaron que tales medidas tempranas de
impulsividad se asociaban de modo relevante con la
violencia, incluso a edades tan tardías como los 40 años.
De entre todas las variables vinculadas con la
impulsividad, fueron las de “correr riesgos” y “vivir el
peligro” las que mostraron una asociación más intensa.
Los autores de la revisión sugirieron que, mientras estas
variables se asociaban directamente con el delito (porque
el tomar riesgos lleva a delinquir, ya que la delincuencia
es una de las grandes formas de correr riesgos), otras
variables del espectro de la impulsividad como una
concentración deficiente se relacionarían con el delito de
modo indirecto, por ejemplo a través del fracaso escolar.
Diversos meta-análisis han mostrado el vínculo existente
entre un mal autocontrol (Pratt y Cullen, 2000) y el
trastorno de déficit de atención e hiperactividad y
delincuencia (Pratt, Cullen, Blevins et al., 2002), variables
que reflejan esta dificultad para concentrarse.
De acuerdo a la revisión realizada por Romero et al.,
(1999), la impulsividad se ha unido a diferentes
indicadores biológicos, entre los que encontraríamos una
predominancia de la actividad del hemisferio derecho
sobre el izquierdo, una débil actividad de la
monoaminoxidasa (enzima que regula los sistemas de
neurotransmisión monoamínicos y especialmente el
neurotransmisor serotonina), todo lo cual avala la validez
de considerar la impulsividad como una de las variables
más importantes en la explicación psicológica de la
conducta delictiva5. Y de hecho la investigación empírica
parece confirmar esta relación (entre muchos, Farrington
y Jolliffe, 2013; Lykken, 2000; Romero et al., 1999).

8.6.2. La búsqueda de sensaciones


Zuckerman (1994, p. 384) define la búsqueda de
sensaciones como un rasgo que implica “la búsqueda de
experiencias y sensaciones variadas, nuevas, complejas e
intensas, y la disposición a asumir riesgos físicos,
sociales, legales y financieros a fin de lograr tales
experiencias”. Un individuo con una puntuación elevada
en esta dimensión sería un “cazador”, atraído por el
peligro, el cambio, un ambiente siempre mudable e
impredecible, y centraría su atención en la aparición de
nuevos estímulos (Romero et al., 1999, p. 91). La
investigación (revisada en Romero et al., 1999, pp. 97-
102, y la posterior de Jolliffe y Farrington de 2009) ha
señalado de modo sólido que los delincuentes tienden a
puntuar más alto en la variable “búsqueda de sensaciones”
que los no delincuentes. Como hemos visto en el apartado
anterior, esta necesidad de vivir emociones puede
entenderse también como formando parte del espectro
psicológico de una vida impulsiva, ya que si la
impulsividad significa “actuar sin pensar”, o “responder
de inmediato sin prever las consecuencias”, no cabe duda
que la gente que quiere vivir situaciones excitantes o de
riesgo difícilmente piensa de forma reflexiva y prudente.
¿Dónde descansa el sustrato biológico de esta variable?
De acuerdo a lo revisado por Romero et al. (1999), junto a
la necesidad del sujeto de vivir situaciones emocionantes
para elevar el nivel de activación hasta su punto óptimo
(como señalaba Eysenck), actualmente la investigación
sitúa más el origen de la necesidad de estímulos en los
sistemas bioquímicos que regulan los mecanismos
motivacionales para actuar. Singularmente —y al igual
que ocurriera con la impulsividad— parece que una
disminución en los niveles de la monoaminoxidasa
(enzima MAO) se correspondería con una búsqueda de
sensaciones elevada, ya que la MAO se relaciona con un
aumento de la dopamina (que se asocia al aumento de
actividad) y una disminución de la serotonina (que se
asocia al autocontrol). Y en el terreno de los registros
psicofisiológicos, los sujetos “buscadores de sensaciones”
presentan respuestas que indican gran atención e interés
hacia los estímulos novedosos y una alta capacidad para
responder a estimulaciones intensas.
Por otra parte, los estudios de gemelos —incluyendo a
los univitelinos que fueron criados por familias diferentes
— señalan la alta heredabilidad de esta variable de
personalidad. “En síntesis —escriben Romero et al.,
(1999, p. 95)— el funcionamiento de los sistemas de
neurotransmisión (elevada actividad de las vías de la
dopamina, disfunciones en la actividad de la serotonina),
que posee una fuerte fundamentación genética,
determinaría la existencia de un perfil psicofisiológico
que Zuckerman denomina ‘accesibilidad cortical’ (esto es,
una alta capacidad para responder a elementos estimulares
nuevos e intensos). Este patrón de respuestas, a su vez,
daría lugar a los comportamientos de aproximación ante
estimulaciones novedosas y a las conductas desinhibidas
que caracterizan al buscador de sensaciones”.
De esta manera hemos entrado en detalle sobre esas
variables de personalidad a las que Lykken (2000) hacía
responsables de ser las transmisoras genéticas de la
delincuencia, toda vez que suponen un plus de dificultad
para lograr la socialización del individuo.

8.7. INTRODUCCIÓN A LAS TEORÍAS DEL


APRENDIZAJE
Las teorías sobre el aprendizaje de la conducta delictiva
constituyen un conjunto de conocimientos de gran
trascendencia para la Criminología actual, debido al
importante apoyo empírico que han recibido de parte de la
investigación y también por sus amplias implicaciones
aplicadas. Su principal propuesta consiste en explicar el
comportamiento delictivo a partir de una serie de
mecanismos de aprendizaje.
Los elementos que comparten estas perspectivas son los
siguientes:
1. Los antecedentes teóricos, entre los que destaca la
teoría de la asociación diferencial de Sutherland, que fue
durante décadas una de las formulaciones teóricas más
importantes en Criminología.
2. Su fundamento reside en la observación de la
universal capacidad humana para aprender. Se constata
que la mayor parte del comportamiento humano es
aprendido, incluidos tanto el comportamiento prosocial (o
que sigue las normas sociales) como el delictivo.
3. A partir de la investigación se han establecido los
mecanismos básicos por los que se adquiere, se mantiene
y se elimina el comportamiento, a saber: el aprendizaje
por asociación estimular6, el aprendizaje por la influencia
de las consecuencias que siguen a la conducta7 y el
aprendizaje a través de la imitación de modelos. En la
medida en que la psicología se ha vuelto más cognitivista,
es decir, ha puesto más el énfasis en la percepción e
interpretación de los hechos, el aprendizaje vicario o de
imitación de modelos ha devenido más importante8.
4. El derivado aplicado de estas teorías es que el
comportamiento delictivo puede modificarse mediante los
anteriores mecanismos de aprendizaje y que pueden
enseñarse nuevos comportamientos sociales a los sujetos
delincuentes.
5. Las modernas teorías del aprendizaje no excluyen la
influencia relevante de los estilos y contenidos de
pensamiento, más bien al contrario: las actitudes,
creencias, expectativas y esquemas cognitivos (modos
estructurados aprendidos de interpretar la realidad y de
responder ante ella) son también susceptibles de ser
aprendidas y reforzadas por los efectos que poseen en la
conducta de los sujetos.
En cierto sentido, todas las teorías de la Criminología —
con excepción de las primeras teorías biológicas derivadas
de la tesis de Lombroso— son teorías del aprendizaje, es
decir, todas intentan explicar el modo en que una persona
“aprende a ser un delincuente” (o a no serlo, dependiente
del enfoque que tome la teoría). La diferencia se halla en
los mecanismos o procesos por los que tal aprendizaje de
produce, o bien en si se pone el énfasis en explicarlos o en
analizar otros factores que se consideran más relevantes.
Por ejemplo, la teoría de la Oportunidad Diferencial de
Cloward y Ohlin pone el acento en por qué los jóvenes
recurren a la delincuencia cuando ven sus oportunidades
legítimas para el éxito social bloqueadas, pero no explica
el mecanismo efectivo por el que aquéllos aprenden a
delinquir, y en todo caso los elementos estructurales y de
clase tienen un papel mucho más preponderante que los
elementos sociales inmediatos (familia y amigos) que
rodean el crecimiento de un joven.
Estos elementos sociales próximos al joven, por el
contrario, son enfatizados por los teóricos del aprendizaje,
quienes están interesados en contestar a la pregunta de
quiénes son las personas que enseñan las actitudes y
conductas sociales y cuál es el contenido de lo que
enseñan. Si tales personas enseñan actitudes y conductas
prosociales, y éstas se ven reforzadas por el medio social
en que el joven vive, éste no delinquirá, o al menos no lo
hará de un modo grave o persistente. Los teóricos del
aprendizaje aplican los conocimientos de la psicología
general al comportamiento delictivo: del mismo modo en
que un joven aprende a interesarse por la medicina y a
contribuir al bienestar de su comunidad, también pueden
aprender a ser violento. Y destacan la importancia del
aprender a no delinquir, o si se quiere, a respetar la ley y
las normas morales, por encima de enfatizar el castigo de
las infracciones9.
8.8. LA TEORÍA DE LA ASOCIACIÓN
DIFERENCIAL DE SUTHERLAND
El planteamiento pionero del concepto de aprendizaje,
aplicado a la delincuencia, fue formulado por Edwin H.
Sutherland (1883-1950) durante los años veinte, en su
teoría de la asociación diferencial. Especialmente
importantes en esta formulación fueron sus trabajos
Principles of Criminology (cuya primera edición
corresponde a 1924 y la última a 1947) y Delincuencia de
cuello blanco, publicado en 1939. La teoría de la
asociación diferencial, tal y como la presentamos a
continuación, quedó definitivamente diseñada por
Sutherland en la última edición que éste realizó de su obra
Principles of Criminology. En posteriores ediciones del
libro, los discípulos de Sutherland, Donal R. Cressey y
David F. Luckenbill, comentaron las revisiones y
modificaciones de la teoría propuestas por otros autores
pero preservaron la teoría de Sutherland en su forma
original (Akers, 1997).
La obra señera de Sutherland, Principios de
Criminología, sigue siendo un manual altamente
influyente en la investigación actual. Un trabajo reciente
de Gabbidon y Collins (2012) examinó la lista de los 20
libros de Criminología y de Justicia Criminal más citados
en el dispositivo de búsqueda mediante internet “Google
Scholar”, lo que implica conocer los libros más citados
por la comunidad científica en el ámbito anglosajón. En
dicha lista, “Principles of Criminology”, a pesar de que su
última edición actualizada es tan lejana como el año 1947,
quedó en el puesto número 16, con más de 2.600 citas. Se
comprenderá entonces la necesidad de exponer con cierto
detalle el contenido de su teoría criminológica.
Sutherland propone que la delincuencia no es el
resultado de la inadaptación de los sujetos de la clase baja,
sino del aprendizaje que individuos de cualquier clase y
cultura realizan de conductas y valores criminales.
Según Sutherland (1996 [1947]), la Criminología ha
venido explicando la conducta delictiva desde dos tipos
de perspectivas diferentes. Las primeras, a partir de los
acontecimientos que tienen lugar cuando se produce el
hecho delictivo, esto es, a partir de la situación
(explicaciones mecanicistas, situacionales o dinámicas).
El segundo tipo de explicaciones se basan en aquellos
procesos que han acontecido en la historia previa del
individuo (explicaciones históricas o genéticas, ya que
recurren a la historia o la génesis del individuo).
Sutherland reconoce que ambos enfoques son necesarios
para explicar la conducta delictiva. Por un lado, la
situación concreta ofrece a un individuo la oportunidad de
delinquir. Pero lo más importante, según él, no es la
situación objetiva que se produce en un momento dado,
sino cómo las personas definen e interpretan esa
situación. Una situación aparentemente idéntica puede ser
muy diferente para dos individuos, dependiendo de su
historia personal: “Los acontecimientos en el complejo
persona-situación en el momento en que ocurre un delito
no pueden separarse de las experiencias vitales previas del
delincuente” (Sutherland, 1996[1947]: 170). Este
presupuesto de la teoría de Sutherland se fundamenta en
el interaccionismo simbólico desarrollado por George
Herbert Mead, W. I. Thomas y otros autores de la escuela
de Chicago. El interaccionismo simbólico adujo (Vold y
Bernard, 1986: 211) que “las personas construyen
‘definiciones’ relativamente permanentes de las
situaciones o de los significados que derivan de sus
propias experiencias. Esto es, obtienen significados
particulares a partir de experiencias concretas pero
después los generalizan de manera que se convierten en
un modo personal de ver las cosas. A partir de estas
definiciones individuales, dos personas pueden
comportarse de maneras muy diferentes frente a
situaciones muy semejantes”.
La teoría de Sutherland no explica la criminalidad en su
conjunto ni se plantea responder a preguntas globales del
tipo de por qué hay más delitos en un país que en otro. Se
centra en el proceso individual, buscando las razones
concretas que hacen que unos individuos se impliquen en
actividades delictivas y otros no. Sutherland sostiene que
las teorías sociológicas que pretenden explicar la
delincuencia en su conjunto, por ejemplo la teoría de la
desorganización social de la escuela de Chicago, deberían
ser consistentes con las teorías individuales de
explicación de la conducta delictiva. La criminalidad en
su conjunto sería una función del número de delincuentes
que existen en una sociedad en un momento dado y del
número de delitos que estos delincuentes llevan a cabo. Si
no comprendemos por qué un individuo concreto se
convierte en delincuente no estaremos en condiciones de
explicar globalmente el fenómeno delictivo.
En la actualidad la teoría de la Asociación Diferencial
sigue siendo un referente importante en la investigación
sobre desarrollo de la delincuencia, particularmente de la
delincuencia juvenil (Bosiakoh y Andoh, 2010), aunque,
como es lógico, sus postulados han sido absorbidos y
matizados en modelos teóricos más complejos, como los
de Akers (ver más adelante) y otros de índole integradora.

8.8.1. Génesis de la conducta delictiva


Sutherland desarrolla en su teoría dos elementos
fundamentales del aprendizaje de la conducta delictiva
(Vold y Bernard, 1986). El primer elemento identifica el
contenido de aquello que se aprende: las técnicas de
comisión de los delitos, los motivos y actitudes para
delinquir y las definiciones favorables a la delincuencia.
El segundo elemento lo constituye el proceso mediante el
que se aprende: en asociación con grupos íntimos. Más
explícitamente, Sutherland describe la adquisición de la
conducta delictiva de la siguiente manera (véase esquema
en cuadro 8.4):
CUADRO 8.4. Esquema de la teoría de la asociación diferencial
1. La conducta delictiva es aprendida.
2. Se aprende en interacción comunicativa con otros.
3. En grupos íntimos.
4. Incluye el aprendizaje de las técnicas y motivos para delinquir.
5. Los motivos se aprenden a partir de las definiciones de los otros favorables a la
violación de las leyes.
6. Los individuos se convierten en delincuentes por asociación diferencial o contacto
preferente con definiciones favorables a la delincuencia.
7. La asociación diferencial puede variar en frecuencia, duración, prioridad e
intensidad.
8. La conducta delictiva se adquiere a través de los diversos mecanismos de
aprendizaje.
9. Los motivos y necesidades generales (como la tendencia al placer o a la mejora de
estatus) no explican la conducta delictiva.

Fuente: elaboración propia a partir de E. H. Sutherland (1996 [1947]). A


Theory of Crime: Differential Association. En R. D. Crutchfield, G. S.
Bridges, y J. G. Weis, J. G. (eds.): Crime: Readings. Vol. 1: Crime and
society (pp. 170-172). Thousand Oaks, CA: Pine Forge Press.

1. La conducta delictiva es aprendida, no heredada ni


inventada. Los sujetos no pueden inventar la delincuencia,
como no pueden inventar la radio o la televisión, si no han
recibido el entrenamiento adecuado para ello. La conducta
delictiva no se produce de manera espontánea porque
alguien decida un buen día delinquir; previamente esta
persona ha debido recibir algún tipo de entrenamiento.
2. La conducta delictiva se aprende en interacción con
otras personas, en un proceso de comunicación, ya sea
verbal o gestual. Esta idea emana del interaccionismo
simbólico de la escuela de Chicago: lo que prima en las
relaciones humanas es la simbolización de las situaciones,
las ideas que se transmiten de unos a otros y los
contenidos connotativos del lenguaje.
3. El aprendizaje en general, y el aprendizaje de la
conducta delictiva en particular, tienen lugar en grupos
íntimos, próximos al individuo, mientras que tendrían una
menor influencia sobre el aprendizaje del delito las
agencias informales como el cine o los medios de
comunicación.
4. El aprendizaje de la conducta delictiva incluye, por
un lado, la adquisición de las técnicas de comisión de los
delitos, y por otro, de los motivos, los impulsos, las
actitudes y las racionalizaciones necesarias para delinquir.
5. Los motivos y los impulsos para delinquir se
aprenden a partir de las definiciones que ciertos grupos
sociales hacen de los códigos legales. Así, en las ciudades
modernas conviven, debido a los conflictos culturales,
definiciones favorables y desfavorables a la delincuencia,
pudiendo unos y otros influir sobre los individuos.
6. El principio fundamental de la teoría es el de
asociación diferencial, que establece que la causa de que
los individuos se conviertan en delincuentes es el contacto
excesivo con definiciones favorables a la delincuencia,
por encima del contacto que tienen con definiciones
contrarias a ella. Pensemos, por ejemplo, en el contexto
familiar y social de la mayoría de las personas: sus
definiciones son, en general, favorables al respecto de las
leyes. Si no fuera de este modo, según Sutherland, los
individuos se convertirían en delincuentes. Así como
existen asociaciones diferenciales negativas —contrarias
a la ley— y positivas —favorables a la ley—, existen
también asociaciones neutras, constituidas por todos
aquellos aprendizajes y conductas que tan solo son
medios indirectos a la hora de favorecer o dificultar la
conducta delictiva. Por ejemplo, adquirir el hábito de
cepillarse los dientes no es ni favorable ni contrario a la
ley penal, como no lo son tampoco el vestirse a la moda o
el ir de excursión. Sin embargo, según Sutherland, en la
medida en que los individuos aumenta su contacto con
asociaciones neutrales (es decir, ocupan su tiempo en
actividades delictivamente innocuas) reducen sus
posibilidades espacio-temporales de participar en
actividades delictivas. De acuerdo con ello, la vinculación
con asociaciones neutras (esto es, la participación en
actividades sociales convencionales) jugará un papel
positivo en la prevención de la delincuencia.
7. La asociación diferencial de los individuos con ciertas
definiciones (favorables o contrarias a la delincuencia)
puede variar en frecuencia —número de veces—, en
duración —tiempo de contacto—, en prioridad —
asociación anterior en el tiempo— y en intensidad —
dependiendo de la vinculación emocional del individuo
con la fuente asociativa, y del prestigio que le atribuye—.
Sutherland sugiere que las primeras asociaciones que se
producen en la vida (las de mayor prioridad) son las más
importantes e impactantes. Los contactos precoces con el
delito en la infancia son más influyentes que los que se
establecen en edades más tardías. A la inversa, una
infancia en contacto con definiciones favorables a la ley
incidirá de un modo más duradero en el sujeto que si los
contactos favorables se producen después. En cuanto a la
intensidad, nos influyen más las personas
emocionalmente relevantes en nuestra vida que aquéllas
que no lo son. Como resulta evidente, la mayor frecuencia
y duración de las asociaciones diferenciales aumenta su
fuerza.
8. En el proceso de aprendizaje de la conducta delictiva
están implicados, según Sutherland, todos los mecanismos
de aprendizaje. Aunque él no los explica, menciona dos:
la asociación de estímulos y la imitación de modelos.
9. Contradiciendo previos constructos teóricos,
Sutherland afirma que la conducta delictiva no puede
explicarse como resultado de valores y necesidades
generales. Un argumento común para explicar la
delincuencia es recurrir a la necesidad de ser felices que
todos tenemos; lo que la escuela clásica llamaba
“principio de placer”. Esta necesidad de felicidad no
explicaría el comportamiento delictivo ya que tanto
delincuentes como no delincuentes desean,
probablemente, ser felices. La necesidad de estatus social
también es común a todos los seres humanos, como lo es
asimismo la experiencia de la frustración. Según
Sutherland, todos estos motivos y necesidades (al igual
que la necesidad de respirar) pueden ser generales para
todos los seres humanos, pero no permiten diferenciar
entre aquéllos que cometen conductas delictivas y quienes
no lo hacen.

8.8.2. Asociación diferencial y organización


social
La asociación diferencial de los individuos con
ambientes delictivos o no delictivos viene determinada
por la organización social. Por ejemplo, que un joven
atlético a quien le guste el esfuerzo físico se convierta o
no en delincuente podría depender de que se asocie con
jóvenes que compartan con él sus aficiones deportivas
pero que, además, estén en una banda delictiva, o, por el
contrario, de que se haga miembro de una agrupación de
montañismo en la que participen jóvenes ajenos a la
delincuencia. Por tanto, el resultado final (esto es, la
implicación o no en actividades ilícitas) va a depender en
gran medida de cómo se orienten socialmente las
asociaciones de los individuos.
Para dar cuenta de este componente social que
condiciona las asociaciones diferenciales de los
individuos, en una dirección prosocial o delictiva,
Sutherland propone sustituir el concepto de
“desorganización social” (de la escuela de Chicago) por
el de “organización social diferencial”. Él entiende que el
delito no tiene su génesis en la falta de orden social, sino
en la existencia de determinada organización social
integrada por grupos distintos, unos favorables a los
normas y otros contrarios a ellas. En la actualidad este
concepto sigue plenamente vigente, y ha sido aplicado
recientemente a nuevos campos de la delincuencia como
el de la piratería informática (Décary-Hétu, Morselli y
Leman-Langlois, 2012)

8.9. LA TEORÍA DEL APRENDIZAJE


SOCIAL DE AKERS
Los fundamentos psicológicos a los que nos hemos
referido sirven de base a la teoría del aprendizaje social
de la conducta delictiva, que fue formulada por Robert L.
Burguess y Ronald L. Akers en 1966, y después
desarrollada por Akers (Burguess y Akers, 1966; Akers,
1973, 1977, 1985, 1997; Akers y Jensen, 2003; Akers y
Sellers, 2008).
El Profesor Ronald Akers es uno de los teóricos más destacados de la
criminología del siglo XX, siendo el autor, junto a Robert Burgess, de la
Teoría del aprendizaje social del delito (que toma su fundamento en la previa
teoría de la asociación diferencial, de Sutherland). La fotografía corresponde
a su participación en un seminario que tuvo lugar en Barcelona en 2006.

Sutherland había mencionado, en su teoría de la


asociación diferencial, algunos de los mecanismos de
aprendizaje mediante los cuales los sujetos adquieren los
comportamientos delictivos, aunque no los había descrito.
La teoría del aprendizaje social, que sus creadores
consideran un desarrollo de la previa teoría de Sutherland,
define, describe e integra los mecanismos del aprendizaje
delictivo y los combina con el concepto de reforzamiento
diferencial. De acuerdo con sus autores, esta teoría podría
explicar distintos comportamientos delictivos tales como
el consumo de drogas y alcohol, la desviación sexual, la
delincuencia de cuello blanco, la delincuencia profesional,
la delincuencia organizada y la delincuencia violenta.

8.9.1. Conceptos teóricos fundamentales


La teoría del aprendizaje social incluye cuatro
constructos principales (Akers, 1997):
1. Asociación diferencial: es aquel proceso “mediante el
cual uno es expuesto a definiciones normativas favorables
o desfavorables a la conducta ilegal” (p. 64).
Este proceso de asociación diferencial puede tener dos
dimensiones o modos de plasmarse en la vida de la gente.
Una dimensión es la interaccional que se traduce en la
directa asociación o identificación con otras personas que
actúan ilícitamente, ya sean próximas al individuo o
distantes de él (por ejemplo, la identificación, a través de
los medios de comunicación, con deportistas, actores,
políticos, y otras personas famosas). Existe una segunda
dimensión normativa según la cual una persona es
expuesta, como producto de su asociación diferencial, a
patrones normativos distintos de los habituales. Podría ser
el caso de aquel adolescente que en su grupo de amigos
recibe mensajes favorables al consumo de drogas o al
robo.
Las asociaciones diferenciales —favorables o contrarias
a la conducta delictiva— pueden producirse tanto en los
grupos primarios (familia o amigos) como en el marco de
aquellos grupos secundarios y de referencia, como los
vecinos, las iglesias, los profesores, las figuras de
autoridad, o los medios de comunicación.
Tendrían una mayor influencia sobre las personas
aquellas asociaciones diferenciales que poseen mayor
frecuencia, mayor duración, mayor prioridad —es decir,
se producen antes en el tiempo— y mayor intensidad —
las provenientes de las relaciones más importantes para el
individuo—.
2. Definiciones: son “los propios significados o
actitudes que una persona vincula a determinada
conducta” (p. 64).
Se trata de racionalizaciones y actitudes morales o
evaluativas que orientan los comportamientos y los
valoran como adecuados o inadecuados, como buenos o
malos, como deseables o indeseables, como justificables o
no justificables.
Según Akers, estas definiciones pueden ser de dos tipos:
generales o específicas. Las generales suelen consistir en
creencias morales o religiosas, valores y normas, que
acostumbran a ser favorables a la conducta prosocial y
contrarias a la conducta delictiva. Entre ellas podrían
encontrarse valoraciones como “es importante ir al
colegio o a trabajar” o “no se debe robar”. Sin embargo,
las creencias generales pueden tener escasa incidencia en
la conducta concreta. Hay muchas personas que acuden
regularmente a la iglesia o creen firmemente en los
valores de la justicia social y, pese a todo, mantienen
conductas no coincidentes con esos valores. El
comportamiento humano guardaría, según Akers, una
mayor relación con las definiciones específicas que con
las generales.
Las definiciones específicas orientan conductas
concretas. Por ejemplo, puede haber personas que tengan
firmes convicciones generales contrarias al tráfico y al
consumo de drogas, pero que en cambio consideren que el
consumo esporádico de cocaína es un comportamiento
aceptable. Esta creencia específica puede llevarles a
consumir droga los sábados por la noche, cuando se
reúnen con sus amigos, sin que este comportamiento
interfiera con sus valores generales contrarios al tráfico y
consumo de drogas. En otro orden de cosas, alguien que
posea “fundados” valores religiosos y morales podría
admitir, sin embargo, tener contactos sexuales
esporádicos con menores de edad si se le presentara la
ocasión propicia y “no causara daño a nadie” con ello. Así
pues, según Akers, la conducta delictiva operaría, sobre
todo, a partir de creencias específicas.
Cuanto mayor sea el número de actitudes y definiciones
—específicas— contrarias a ciertos actos menor será la
probabilidad de realizarlos. Si uno es totalmente opuesto
al consumo de drogas tiene una menor probabilidad de
consumir drogas si es específicamente contrario a ello. Si
una persona posee muchas definiciones negativas en torno
a la conducta de robo, que hacen que considere que ese
comportamiento es inapropiado, injusto, indigno, inmoral,
etc., es muy improbable que robe.
Generalmente, las definiciones convencionales de la
sociedad suelen ser negativas o contrarias a la
delincuencia. Pero en grupos o sectores sociales
determinados existen creencias favorables a la conducta
delictiva, que pueden operar de dos modos diferentes.
Uno, haciéndola más deseable o permisible. Podría ser el
caso de aquella persona que roba en su trabajo, tras
considerar que no le pagan lo que merece, pese a que se
esfuerza mucho más que la mayoría de sus compañeros.
Pero las creencias pueden ser también neutralizadoras,
cuando justifican o excusan la conducta. Este mecanismo
entraría en acción cuando, por ejemplo, una persona se
dice a sí misma: “Todo el mundo defrauda a Hacienda,
¿por qué no voy a poder hacerlo?”. Éste puede constituir
un buen ejemplo de la diferencia existente entre
definiciones generales y específicas en lo que se refiere a
su influencia sobre la conducta. La inmensa mayoría de
los ciudadanos está en contra del robo, pero en lo que se
refiere específicamente a Hacienda, mucha gente
considera que no constituye una conducta demasiado
grave defraudar al fisco un poquito.
Las definiciones pueden influir sobre la conducta
también de dos maneras distintas: cognitivamente (a
través de ciertos valores, creencias o actitudes) o
conductualmente (es decir, precipitando algunos
comportamientos ilícitos). Desde el punto de vista
cognitivo, ciertas definiciones pueden hacernos más
complacientes y tolerantes ante las oportunidades
delictivas que se presentan, con argumentos como “yo no
he robado a nadie, sencillamente me he encontrado una
cartera que tenía dinero; para que se quede con él la
policía, ya me lo quedo yo”. Desde una perspectiva
conductual, las creencias o definiciones pueden precipitar
el comportamiento delictivo, operando como estímulos
discriminativos facilitadores. Si alguien tiene la firme
creencia de que le están pagando una miseria en su trabajo
y de que debería ganar mucho más, esta convicción podría
precipitar que, si se le presentara la oportunidad de
sustraer impunemente algún dinero, lo hiciera.
Las creencias o definiciones se adquieren a través de la
imitación (es decir, a partir de lo que uno ve y oye a su
alrededor, de las actitudes generales de la sociedad, de los
amigos, de los padres, etc.), o bien mediante el
reforzamiento diferencial de ciertas conductas.
3. Reforzamiento diferencial: es aquel proceso de
“balance entre los refuerzos y castigos anticipados o
reales que siguen o son consecuencias de la conducta” (p.
66).
Cuanto mayor cantidad, probabilidad y frecuencia de
refuerzo obtiene una persona como resultado de su
conducta delictiva, mayor probabilidad tiene de delinquir.
Los refuerzos (y también los castigos) pueden ser de tres
tipos:
a) No sociales: aquéllos que provienen de
estimulaciones físicas directas que producen sensaciones
agradables. Por ejemplo, los efectos físicos “placenteros”
que experimenta una persona como resultado del
consumo de drogas o alcohol.
b) Aquéllos que son el resultado de características
individuales que confieren a ciertos sujetos una mayor
predisposición para determinadas conductas, que les
resultan en sí mismas altamente apetecibles. Por ejemplo,
para algunos jóvenes con un rasgo elevado de búsqueda
de sensaciones, la actividad delictiva puede constituir una
experiencia altamente estimulante y atractiva. Pese a ello,
poseer un elevado nivel del rasgo búsqueda de
sensaciones no implica la realización de actividades
delictivas. Muchas personas que se sienten atraídas por el
riesgo y la aventura, no se dedican precisamente a la
delincuencia.
c) Sin embargo, la inmensa mayoría de los refuerzos y
castigos que experimentan los seres humanos, como
resultado de su conducta, son producto del intercambio
social. Consisten en palabras, en respuestas, en la
presencia de otros y en la conducta de otros,
consecuencias todas que pueden seguir al comportamiento
y, en función de su naturaleza gratificante o aversiva, lo
refuerzan o lo castigan.
En resumen, el reforzamiento social abarca todas
aquellas reacciones directas de otras personas que se
hallan presentes cuando una conducta se lleva a cabo.
Todos los presentes pueden influir en nuestra conducta
con gestos, palabras, opiniones o con cualquier
estimulación, incluida la mirada. El reforzamiento social
puede ser real o anticipado, tangible o intangible, y
también puede tener un carácter simbólico (ideológico,
religioso, político o moral).
El autorreforzamiento incluye todos aquellos procesos
en los que un sujeto ejerce control o autocontrol sobre su
propia conducta, reforzándola o castigándola, para lo cual
adopta el papel de los otros, incluso cuando éstos están
ausentes. Sería el caso de situaciones en las que uno
piensa: “Esto ha ido bien” o “esto otro debo cambiarlo
porque no ha funcionado adecuadamente”. Los seres
humanos somos capaces de, en ausencia de otros, irnos
dando pautas para determinadas conductas y
reforzárnoslas o castigárnoslas mediante la autocrítica. El
autorreforzamiento y el autocastigo hacen que nuestra
conducta se mantenga o disminuya, respectivamente.
4. Imitación: consiste en involucrarse en alguna
“conducta tras la observación en otros de una conducta
semejante” (p. 67).

8.9.2. El aprendizaje de la conducta delictiva


El aprendizaje de la conducta delictiva es un proceso
dinámico que se desarrolla en dos momentos distintos (tal
y como se ilustra en el cuadro 8.5):
CUADRO 8.5. Esquema del proceso de aprendizaje social de la conducta
delictiva: secuencia y efecto feedback

Fuente: elaboración propia a partir de R. L. Akers (1997). Criminological


theories. Los Angeles, CA: Roxbury Publishing Company, 67-69.

a) El aprendizaje inicial de la conducta, que se produce


como consecuencia del balance resultante para el sujeto
entre sus definiciones aprendidas, la imitación de modelos
y su ponderación anticipada de los refuerzos y los
castigos esperables por su conducta.
b) La repetición de la conducta, que sobre todo depende
de los reforzadores y de los castigos reales obtenidos
cuando el comportamiento se lleva a cabo. Imaginemos
un joven que ha aprendido a robar bolsos mediante el
procedimiento del tirón, observando a un amigo que lo
hacía con pericia. Si pasa a la acción, y efectúa tres
“tirones”, con el resultado negativo de que en las tres
ocasiones acaba siendo detenido, es probable que no
repita futuramente este comportamiento. Este sujeto será
menos influido por los buenos resultados que observó en
su amigo, a la hora de repetir o no la conducta delictiva,
que por los malos resultados obtenidos por él mismo en
idéntica situación.
Una previsión importante de la teoría del aprendizaje
social es, según Akers, que los refuerzos y castigos reales
que recibe el sujeto influyen sobre dos elementos
diferentes, aunque interrelacionados: en primer lugar,
sobre la repetición o no de cierta conducta; pero también
sobre las definiciones aprendidas, es decir sobre los
significados y actitudes que el individuo vincula a esa
misma conducta. No se trata ya solo de que el
comportamiento se repita o no, sino de que las actitudes
varían también en función del resultado del
comportamiento. Cuando un delincuente efectúa varios
robos y nunca le va bien, sus opiniones y actitudes al
respecto de la conducta de robar también cambian. Esto
no significa que llegue a la conclusión de que robar es
inmoral, sino tal vez sencillamente a la de que hacerlo no
le merece la pena. Ese cambio de definiciones va a influir
también sobre su comportamiento futuro.

8.9.3. Estructura social y aprendizaje social


El último aspecto que plantea la teoría de Akers tiene
que ver con la relación entre estructura social y
aprendizaje social. La teoría de Akers no pretende
explicar el fenómeno delictivo en su conjunto, sino que
enfatiza los procesos mediante los cuales se aprenden las
conductas delictivas. No explica cómo se crean y aplican
las leyes, cómo funciona la justicia criminal o cuáles son
los factores sociales que influyen en que una sociedad
sufra un índice de delincuencia más alto que otras. Pero sí
que explica la manera en que la delincuencia se conforma
dentro de una estructura social determinada.
En este punto, en el que se vinculan la estructura social
con el aprendizaje de conductas delictivas, Akers (1997:
69) se limita a comentar lo siguiente: “La sociedad y la
comunidad, al igual que la clase social, la raza, el género,
la religión y otras estructuras sociales, ofrecen los
contextos generales de aprendizaje para los individuos. La
familia, los grupos de amigos, las escuelas, las iglesias, y
otros grupos ofrecen los contextos más inmediatos que
promueven o dificultan la conducta delictiva o conforme
con las normas. Las diferencias en las tasas sociales o
grupales de conducta delictiva, son una función del grado
en que las tradiciones culturales, las normas y los sistemas
de control social ofrecen socialización, ambientes de
aprendizaje y situaciones inmediatas conducentes a la
conformidad o a la desviación”. En síntesis, la teoría
reconoce que la estructura social concreta en la que viven
los individuos es un elemento de influencia fundamental,
ya que constituye el ambiente en el que tiene lugar el
aprendizaje de la conducta.

8.9.4. Validez empírica


Para evaluar la validez empírica de las teorías que
proponen que la conducta delictiva es un comportamiento
aprendido, y que en este aprendizaje juegan un papel
principal las habilidades cognitivas de los individuos, nos
referiremos brevemente a tres sectores de la investigación
criminológica.
El primero tiene que ver con la validez de los
fundamentos psicológicos en los que estas perspectivas se
basan. Debido a la naturaleza introductoria de esta obra
no podemos extendernos en detallar las investigaciones
psicológicas que avalan estos fundamentos. Solo nos es
posible comentar que, a la luz de la investigación actual,
puede afirmarse con rotundidad que los modelos de
aprendizaje respondiente, de aprendizaje operante y de
aprendizaje por imitación han sido ampliamente
confirmados por multitud de investigaciones desarrolladas
durante décadas.
En lo que concierne específicamente a la teoría del
aprendizaje social de la conducta delictiva, que incluye
tanto la primera formulación de Sutherland (1947) como
la posterior de Burgess y Akers (Burgess y Akers, 1967;
Akers, 1997), son también muy diversas las
investigaciones que han probado la validez empírica de la
mayor parte de sus conceptos. Por ejemplo, Bandura y
Walters (1983), Bandura (1980; 1987), Matsueda (1997),
Serrano Pintado (1996), Akers (1997), Alarid, Burton y
Cullen (2000), Jarjoura y May (2000) y Akers y Jensen
(2003) han presentado amplia evidencia empírica sobre el
modo en que los niños y los jóvenes aprenden, a través de
la imitación y de otros mecanismos (definiciones,
reforzamiento externo, auto-reforzamiento, etc.)
vinculados a la teoría del aprendizaje, conductas agresivas
en general y conductas delictivas en particular. Sin
embargo, también existen posiciones críticas: “El test real
de una teoría es si la estructura causal que propone se
mantiene a partir del análisis empírico en diferentes
ámbitos y contexto. A pesar de lo que pregona, la teoría
del aprendizaje social no ha superado en buena medida
esta prueba” (Tittle, 2004: 717).
Albert Bandura es una de las grandes figuras de la psicología contemporánea.
Sus obras “Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad”, y “Teoría del
aprendizaje social”, figuran entre las más citadas de las últimas décadas. Aquí
le vemos en el acto de investidura del doctorado “honoris-causa” por la
Universidad de Salamanca, en 1996.

Por último, una de las más consistentes evaluaciones de


estas perspectivas teóricas se ha realizado a partir de la
aplicación de programas de intervención diseñados sobre
la base de la teoría del aprendizaje social. Los programas
basados en los modelos de aprendizaje, aplicados con
diferentes tipos de delincuentes (jóvenes y adultos,
delincuentes violentos, sexuales, contra la propiedad y por
tráfico de drogas) obtienen el doble de efectividad que el
promedio de las técnicas de tratamiento que son
utilizadas. Mientras que el conjunto de los programas de
tratamiento de la delincuencia obtiene una efectividad
media del 10-12% (es decir, reducen la reincidencia
delictiva en un 10-12%), los programas conductuales y
cognitivo conductuales, que se fundamentan en los
conceptos desarrollados en este capítulo, logran una
efectividad promedio superior, de hasta un 27% (Andrews
y Bonta, 2003; Koehler et al, 2012; Lipsey y Landeberger,
2006; McGuire, 2002; Redondo, Sánchez-Meca, y
Garrido, 1999, 2002a, 2002b; Tong y Farrington, 2006).
Además, la teoría de Akers, de Sutherland y de otras
relacionadas siguen siendo fuente de inspiración para
otros investigadores. Una de las últimas aportaciones que
profundiza en el aprendizaje como mecanismo esencial
del delito es la que presentamos a continuación.

8.10. LA TEORÍA DE LAS “LECCIONES DE


LA VIDA” DE SIMON Y BURT
Simon y Burt, en su teoría de las “lecciones de la vida”
(2011) parten de un hecho demostrado: Los estudios
indican que los delincuentes tienden a percibir sus
acciones delictivas de modo aceptable y legítimo dadas
las circunstancias en las que se hallan, es decir, no las
consideran “malas” o inmorales, sino justificadas,
necesarias o inevitables por las exigencias de la situación
a la que han de responder (ver el clásico trabajo sobre las
técnicas de neutralización de Sykes y Matza, 1957). De
este modo es frecuente que los delincuentes perciban sus
acciones como un modo de restaurar un sentido de justicia
que, de alguna forma, compensa una situación anterior
considerada injusta para ellos. Después de que un
delincuente haya sido detenido, éste suele considerar que
la valoración pública que se hace de su delito es mucho
más negativa que la imagen que tuvo de su acción en el
momento de cometer los hechos (Baumeister, 1997).
“Este hallazgo sugiere que el desafío con el que nos
enfrentamos a la hora de explicar el delito es identificar
los factores que provocan que ciertos individuos
consideren que sus acciones (delictivas) están justificadas
y fueron necesarias” (p. 554).
Los autores, a continuación, han de precisar cómo se
llega a generar ese tipo de pensamiento, y para ello
necesitan especificar las circunstancias sociales y las
“lecciones de la vida” que alimentan esta visión desviada
de la realidad. En esta tarea es importante ver qué
diferencias existen entre este planteamiento y la teoría de
Akers, analizada anteriormente. Como hemos visto, para
Akers el aprendizaje social se produce a través de la
imitación de modelos y el reforzamiento. Los individuos
desarrollan definiciones favorables o desfavorables a la
comisión de un delito como consecuencia de los modelos
a los que imitar y los refuerzos existentes en su vida
diaria. La diferencia, con respecto a esta última teoría, de
la de las “lecciones de la vida” es que en ésta “se cambia
el énfasis desde el aprendizaje operante hacia los
mensajes o principios comunicados por las circunstancias
persistentes y recurrentes que comprenden la existencia
diaria del individuo. Antes que centrarse en los programas
o esquemas de reforzamientos, nosotros ponemos el
énfasis en las lecciones implícitas en los patrones
repetitivos de interacción que ocurren dentro del espacio
personal de un sujeto” (pp. 554-555).
Así pues, ya tenemos los dos pilares de la teoría: por
una parte, las lecciones que los sujetos aprenden en
determinadas circunstancias vitales a las que se exponen
de forma recurrente, como consecuencia de sus
experiencias vitales. Por otra parte, los esquemas
cognitivos o formas de pensar a que dan lugar esas
lecciones. Analicemos en primer lugar estas lecciones y
esquemas, y luego nos detendremos en los ambientes o
circunstancias vitales que las propician (ver cuadro 8.6.)
Basándose en las investigaciones de la psicología social
y del desarrollo, así como de la sociología cultural, Simon
y Burt definen los esquemas sociales como
“representaciones internalizadas de los patrones
inherentes derivados de las interacciones sociales pasadas
que guían el procesamiento [la comprensión] de las
futuras claves sociales” (p. 555). En otras palabras, son
principios abstractos y disposiciones que se activan
cuando estamos percibiendo una situación determinada y
estamos considerando qué línea de actuación vamos a
desarrollar. Los esquemas se componen, entonces, de
principios simplificadores por los que vemos qué claves
son importantes para entender una situación determinada
y las probables consecuencias de diferentes cursos de
acción. Estos esquemas son duraderos, ya que resultan de
las lecciones aprendidas durante muchos años, y son
generalizables a muchas situaciones de la vida.
Para los autores, esas lecciones dan lugar a los
siguientes esquemas cognitivos que son, en última
instancia, los responsables del delito: una visión hostil de
las relaciones, una gran focalización en obtener
gratificación inmediata, y una visión cínica de las normas
y leyes sociales. Cada uno de estos esquemas cognitivos
cuenta con una abundante bibliografía criminológica que
lo vincula con la mayor propensión a delinquir.
Por ejemplo, hoy en día sabemos a ciencia cierta que los
individuos que poseen una visión optimista, cálida y
confiada de las relaciones participan de forma cooperativa
con la gente, mientras que los sujetos que desconfían y
ven con hostilidad las relaciones con los otros son más
proclives a la agresión y a responder violentamente a lo
que ellos perciben como amenazas y desafíos. Los “otros”
son considerados como enemigos potenciales —lo que
dificulta la aparición de la empatía en esa relación—, a los
que hay que dominar y controlar. La investigación apoya
este argumento: un meta-análisis realizado con más de
100 estudios informó de la existencia de una asociación
robusta entre una visión hostil de los otros y la agresión
entre los jóvenes (Olivera De Castro et al., 2002); y los
adultos delincuentes también muestran ese sesgo
cognitivo (Vitale et al., 2005).
El segundo esquema es el deseo perenne de
gratificación inmediata, es decir, hacer caso omiso del
futuro, y en este punto resulta redundante señalar de
nuevo todo lo que sabemos acerca de la importantísima
relación entre un bajo autocontrol y la agresión y la
delincuencia, una de las más sólidas que existe en el
campo de la criminología, y presente en varias de las
teorías que aparecen en este libro: ya que el autocontrol
implica inhibir los impulsos inadecuados y ser capaz de
demorar la gratificación para obtener una recompensa
futura mayor, es claro que a menor autocontrol, habrá
mayor riesgo de implicarse en actividades delictivas
(Wilson y Herrnstein, 1985; Gottfredson y Hirschi, 1990).
El tercer esquema o patrón de pensamiento es la visión
despegada y cínica de las normas y leyes, es decir, la
creencia de que uno puede seguir con sus objetivos sin
necesidad de atenerse a aquéllas, algo que tanto Akers
(1997) como Hirschi (1969) dejaron claro que se asocia
con una mayor probabilidad de cometer delitos.
Para los autores de esta teoría, estas tres formas de
pensar, esquemas o patrones cognitivos de pensamiento,
están interrelacionados entre sí, y se alimentan
mutuamente. La razón es que estos esquemas provienen
de experimentar un mismo tipo de ambientes. ¿Cuáles son
estos?: “La investigación acumulada nos enseña que la
exposición a la desorganización comunitaria, una
disciplina inadecuada, amigos desviados, discriminación
racial y otras circunstancias adversas incrementa la
oportunidad de implicarse en actos delictivos” (p. 555).
En otras palabras, las comunidades donde existe una
eficacia colectiva (solidaridad entre los miembros), padres
que disciplinan correctamente, control sobre los jóvenes
infractores y una menor discriminación tenderán a enseñar
lecciones a sus miembros que les lleven a generar
esquemas mentales que favorezcan el comportamiento
prosocial, y viceversa.
Los dos tipos de ambientes enseñan diferentes lecciones
con respecto a la naturaleza de las relaciones, el valor de
la gratificación demorada y la autoridad de las
convenciones sociales. “Consecuentemente, la exposición
persistente a esas circunstancias negativas, y la falta de
exposición a las condiciones positivas, incrementan las
oportunidades de desarrollar esquemas sociales del tipo
de una actitud hostil hacia los demás, una atención
focalizada en las recompensas inmediatas y una visión
cínica acerca del cumplimiento de las leyes” (p. 582).
Finalmente, hemos de decir que esos tres esquemas
cognitivos se integran en una estructura de conocimiento
que conduce al delito porque, como hemos señalado
antes, alimentan la definición negativa (hostil, centrada en
lo inmediato, sin que las normas sean de mucha
aplicación) de las situaciones por las que atraviesa el
sujeto, lo que le lleva a cometer actos agresivos,
oportunistas y delictivos.
El cuadro siguiente ilustra el modelo de los autores. En
este, las “lecciones que uno aprende” del lugar en el que
vive desarrollan la estructura mental criminógena que, a la
postre, es la responsable del delito del sujeto, porque
promueve definiciones que, en la situación concreta,
fomentan esa línea de acción. Los amigos desviados
figuran de manera aislada en ese gráfico porque, dada su
gran importancia como factor vinculado al delito,
reconocida por gran número de teorías criminológicas,
transmitirían al sujeto esas lecciones que generan
finalmente los esquemas cognitivos antisociales.
Simon y Burt (2011) pusieron a prueba su modelo
mediante el empleo de las cuatro primeras oleadas de una
investigación longitudinal desarrollada en Georgia e Iowa
(Estados Unidos), que analiza la influencia de los factores
comunitarios y familiares en el desarrollo de la
delincuencia de niños afroamericanos. Los autores
analizaron el desarrollo de la delincuencia entre la edades
de los 12 y los 18 años, desde 1997 hasta 2005. Los
resultados confirmaron de modo sustancial la hipótesis
central de los autores, esto es, que la exposición
persistente a determinadas condiciones de
desorganización social incrementa la participación de los
jóvenes en los esquemas cognitivos y sociales
interrelacionados que, a su vez, conforman una estructura
cognitiva latente. El incremento en puntuaciones en esta
estructura cognitiva criminógena predijo, así mismo, un
aumento en las tasas delictivas de los sujetos. Una virtud
de este modelo es que ayuda a comprender mejor y
simplificar la contribución de teorías previas como las de
Gottfredon y Hirschi (1990) y la de Akers (1997). Su
principal debilidad desde el punto de vista de la
comprobación de la teoría, es que no pudieron poner a
prueba un elemento esencial de la teoría, a saber, que son
las definiciones negativas de la situación (resultado de
interpretar el sujeto su ambiente inmediato con su
estructura cognitiva delictiva) las que causan el delito al
fin.
Pero sin duda es atractivo este modelo, porque establece
el patrón cognitivo delictivo entre los factores ambientales
y el delito consumado; en otras palabras, esta teoría
establece una especie de “mente criminal” que, enfrentada
a una situación que le puede proveer beneficios, no duda
en actuar de forma antisocial, gracias a que no le gusta
demorar la gratificación, ve a los demás de forma hostil, y
no cree en las leyes de la sociedad. Habrá que seguir con
atención la investigación que genere este modelo en los
próximos años.
CUADRO 8.5. Esquema de la teoría de “las lecciones de la vida”, Simon y
Burt (2011)

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Unas reglas firmes y un afecto demostrado día a día parecen ser la receta más
eficaz para establecer un buen apego padres-hijos. Esto dificulta la aparición de la
delincuencia juvenil.
2. A pesar de algún ligero incremento delictivo en los últimos años, las chicas son
mucho menos delincuentes que los chicos. Parece innegable que hay una
interacción entre factores biológicos y ambientales para explicar este hecho.
Parece lógico deducir de lo anterior que una cierta “feminización” en la
socialización de los varones tendría consecuencias positivas para la reducción de
la delincuencia; en especial parece sensato desarrollar más una “ética de cuidado y
preocupación”, que es más característica de la sensibilidad de las mujeres, a
diferencia de los procesos más abstractos sobre “justicia” y “bien común”, más
típicos de los varones, los cuales en la práctica parece que se comprometen menos
personalmente y permiten en mayor medida las situaciones de violencia que se
producen en la vida diaria.
3. Algunas personas tienen más dificultades que otras en aprender de la experiencia;
son más inquietas, necesitan “vivir las cosas con más intensidad” y en algunas
ocasiones su control emocional es muy precario. En determinadas circunstancias
ambientales, estas personas tendrán más probabilidades que otras de desarrollar
una carrera delictiva.
4. La delincuencia es esencialmente el resultado del aprendizaje que individuos de
cualquier clase y cultura realizan de comportamientos y valores delictivos, a través
de los diversos mecanismos del aprendizaje.
5. Mediante condicionamiento respondiente (o por asociación de estímulos) las
personas aprenden sobre todo comportamientos automáticos y emocionales. Estos
procesos juegan un papel importante, por ejemplo, en la delincuencia sexual.

6. Ley empírica del efecto: las consecuencias de una conducta son un determinante
decisivo de su probabilidad futura. Las consecuencias gratificantes, o de refuerzo,
tienden a mantener el comportamiento delictivo, mientras que las punitivas, o de
castigo, tenderán a suprimirlo.
7. La justicia penal resulta poco efectiva para reducir la conducta delictiva de los
delincuentes, ya que ni los castigos que se aplican son inmediatos, ni son
castigadas todas las conductas delictivas, ni se refuerzan otros comportamientos
alternativos de carácter prosocial. Además, el castigo provoca serios trastornos
emocionales a los individuos que lo sufren.
8. En el aprendizaje del comportamiento delictivo deben diferenciarse dos procesos
sucesivos y concatenados: el aprendizaje inicial y la repetición de la conducta o,
en términos criminológicos, la reincidencia.
9. El aprendizaje inicial de la conducta delictiva se produce a partir del balance entre
(1) las definiciones aprendidas por el sujeto —favorables a la delincuencia—, (2)
la imitación de modelos delictivos, y (3) la ponderación anticipada entre refuerzos
y castigos esperables de la conducta ilícita.
10. Unas condiciones ambientales en el proceso de socialización facilitan el
aprendizaje de esquemas cognitivos o sociales que, a su vez, facilitan la comisión
de actos delictivos al otorgar justificación al sujeto que delinque.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Cómo se relaciona la educación de la familia y la delincuencia?
2. ¿Qué factores de riesgo podrían ser diferentes en el caso de la delincuencia
femenina con respecto a la masculina?
3. ¿Cuántos tipos hay de inteligencia?
4. ¿En qué consiste la llamada “inteligencia interpersonal”?
5. ¿Cómo puede contribuir la falta de inteligencia general a la delincuencia?
6. ¿Qué es lo que origina la conducta delictiva, según Eysenck?
7. ¿Cuáles son los principales presupuestos criminológicos de la teoría de la
asociación diferencial de Sutherland?
8. ¿En qué consiste el principio de asociación diferencial?
9. ¿Puedes poner algunos ejemplos de cómo los niños aprenden ciertas conductas
mediante procesos de aprendizaje respondiente, operante y por imitación?
10. ¿Qué papel juegan las definiciones en el aprendizaje de la delincuencia? ¿Qué son
definiciones generales y específicas?
11. ¿Qué son los refuerzos sociales?
12. ¿Qué añade la teoría de Akers a la teoría de Sutherland?
13. ¿Qué dice la teoría de “las lecciones de vida”?
14. ¿Qué teoría o modelo explicativo crees que podría aplicarse para la explicar la
actividad delictiva de los personajes principales que aparecen en películas como
El Padrino, Uno de los nuestros o Gomorra?

1 La varianza explicada es una medida estadística del grado en que una


variable da cuenta de otra variable. En este caso, de la magnitud en que la
variable integración en la familia explica la menor o mayor conducta
delictiva de los jóvenes.
2 En todos los estudios con delincuentes generalmente se utilizan dos grupos;
uno, de delincuentes, que es el que realmente se estudia, y otro al que se
conoce como “de control” que permite la comparación a partir de una
población no delictiva con características y condiciones semejantes a las
del grupo de análisis.
3 La película de Woody Allen “Delitos y faltas” (1989) es un excelente
análisis de los sufrimientos y remordimientos que una persona con buenas
habilidades cognitivas ha de arrastrar cuando decide cometer un asesinato.
4 Una teoría de la delincuencia que guarda semejanzas con la teoría de
Eysenck es la teoría de las tendencias delictivas heredadas de Sarnoff
Mednick y colaboradores (Mednick y Christiansen, 1977; Mednick et al,
1987; Brennan et al, 1995). Esta teoría propone que los sujetos más
susceptibles a las influencias criminógenas son aquéllos que poseen un
sistema nervioso autónomo (SNA) más lento para ser estimulado y para
responder a los estímulos (Akers, 1997). Ello hace que estos individuos
aprendan con mayor lentitud a controlar sus comportamientos antisociales
y, por tanto, que tengan una mayor probabilidad de convertirse en
delincuentes. Al igual que Eysenck, Mednick considera que “la reducción
de la ansiedad (que sigue de manera inmediata a la inhibición de la
agresión) puede funcionar como un reforzador de esta inhibición y
producir así el aprendizaje del control de las conductas agresivas” (Curran
y Renzetti, 1994: 71).
5 Romero et al. (1999, p. 81) destacan que la impulsividad junto con la
incapacidad para demorar la gratificación y la dificultad para focalizar la
atención en el futuro (orientación temporal orientada al presente) podrían
constituir un “estilo cognitivo-conductual de la impulsividad”.
6 El fisiólogo ruso Ivan Pavlov (1849-1936), que recibió el premio Nobel en
1904, fue el principal descubridor, a partir de previos trabajos de
Sechenov, del denominado condicionamiento clásico o respondiente.
Mientras estudiaba los procesos de digestión de los perros observó que la
respuesta de salivación, que se producía “naturalmente” en el animal ante
la presencia de comida, se acababa asociando a diversos estímulos
auditivos (como el ruido que producía la puerta de la jaula al abrirse o el
sonido de una campana) que precedían a la entrega del alimento. Estos
estímulos auditivos, que no precipitaban la respuesta de salivación en un
principio, la acababan produciendo como resultado de su repetido
apareamiento con la comida. Nació el concepto de reflejos condicionados
o de condicionamiento respondiente. Pavlov comprendió que asociando
espacio-temporalmente el estímulo comida (estímulo incondicionado o EI
para la respuesta de salivación) con diversos tipos de estímulos neutros
(EN) como sonidos u olores, estos últimos adquirían la capacidad de
producir una respuesta condicionada de salivación (RC), semejante a la
respuesta salivar incondicionada (RI) producida por la propia comida.
7 Una segunda etapa de hallazgos sobre los procesos de aprendizaje se inició
cuando se descubrió, especialmente a partir de los trabajos del conocido
psicólogo norteamericano B. F. Skinner (1904-1990), el proceso de
reforzamiento operante. Skinner y otros autores sostienen que, aunque
algunas conductas animales y humanas se adquieren mediante asociación
estimular, la mayoría se aprenden por ensayo y error a partir de la
exploración del ambiente. Las conductas que tienen para el individuo
consecuencias positivas se instauran en su repertorio de comportamiento,
mientras que aquéllas que no tienen consecuencias favorables se
extinguen. Las personas llevan a cabo diferentes conductas que pueden
tener consecuencias diversas. De acuerdo con los principios del
aprendizaje, las consecuencias que siguen al comportamiento pueden ser
de dos tipos: a) de refuerzo: son aquellas consecuencias, que, cuando
siguen a la conducta, hacen que aumente la probabilidad futura de esa
conducta. (Por ejemplo, es muy probable que un joven delincuente que
acaba de robar una cartera que contiene diez mil pesetas lleve a cabo de
nuevo conductas semejantes); b) de castigo: son aquellas consecuencias
que si se producen después de una conducta determinan, en principio, que
ésta no se repita en el futuro. La ley más importante del modelo de
aprendizaje operante es la denominada ley empírica del efecto (formulada
por Thorndike y Skinner). Establece que las consecuencias de una
conducta son un determinante de la probabilidad futura de esa misma
conducta.
8 El último modelo que fundamenta los principios psicológicos del
aprendizaje es el denominado modelo de aprendizaje social o imitativo, o
también llamado aprendizaje vicario. Fue desarrollado por Albert
Bandura y Richard H. Walters, en 1963, en su conocida obra Social
Learning and Personality Development (edición en español: Bandura y
Walters, 1983, Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad) y en
otras obras posteriores de Bandura. La constatación inicial de la que parte
el modelo de aprendizaje por imitación es la misma que a finales del siglo
XIX había efectuado Gabriel Tarde en las Leyes de la imitación: los seres
humanos aprendemos conductas, sobre todo, imitando a otras personas
que las llevan a cabo. En definitiva, aprendemos a través de la mediación
de los procesos cognitivos, que nos permiten observar, imaginar, pensar y
ponernos en el papel de otras personas que efectúan determinadas
conductas y obtienen consecuencias por ello. Este aprendizaje se produce
sin necesidad de que nosotros realicemos las conductas del modelo en el
preciso instante en que las observamos.
9 En teoría, desde la perspectiva del aprendizaje operante, si castigamos una
conducta, haciendo que sea seguida de un estímulo aversivo, la conducta
se debería reducir. Según ello, si a un delito le sigue un castigo, por
ejemplo una pena de privación de libertad, ese delito no debería repetirse.
Sin embargo, sabemos que esto no ocurre siempre así. ¿Por qué? La
primera razón es que el sistema penal suele funcionar, en relación con la
delincuencia, de manera opuesta a los llamados principios de efectividad
del castigo, que exigen que éste sea administrado de modo inmediato,
cierto e intenso: en efecto, la condena cuando llega es mucho después de
haberse cometido el delito, no se castigan con ella todas las conductas que
se desean eliminar (el sujeto puede haber cometido otros muchos delitos
no descubiertos), y su intensidad, aunque la condena sea muy dura, no
siempre vence la adaptación del individuo al ambiente carcelario. Por otra
parte, la condena penal tampoco suele reforzar conductas alternativas a las
delictivas, o no lo hace con la frecuencia necesaria. El segundo tipo de
inconvenientes del castigo se refiere a sus efectos perjudiciales sobre la
conducta humana. Entre ellos destacan los siguientes (Skinner, 1977;
Bayés, 1980; Redondo, 1993): la aplicación de estimulación aversiva o de
castigo no enseña, per se, nuevas conductas sociales a los sujetos; el
castigo solo reduce la conducta mientras es aplicado; provoca graves
trastornos emocionales que dificultan el aprendizaje de nuevos
comportamientos sociales; precipita respuestas agresivas en las personas
que son castigadas; produce la evitación del agente punitivo, es decir de
aquéllos que lo aplican; y aumenta la probabilidad de imitación de su uso
por parte de otras personas.
Edwin H. Sutherland
El clásico de Sutherland Principios de Criminología
El influyente libro de Akers donde retoma el legado de Sutherland
9. ETIQUETADO,
CONFLICTO, Y
CONDICIONES SOCIALES
Y ECONÓMICAS
9.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES 415
9.2. ETIQUETADO Y CONTROL SOCIAL 416
9.2.1. Criminología oficial y análisis de la desviación 416
9.2.2. Desviación primaria y secundaria 418
9.2.3. Etiquetado y desviación 419
9.2.4. Valoración crítica y empírica 423
9.3. TEORÍA DE LA VERGÜENZA REINTEGRADORA 424
9.4. PERSPECTIVAS DEL CONFLICTO Y CRIMINOLOGÍAS
CRÍTICAS 427
9.4.1. Valoración crítica y empírica 430
9.5. CONDICIONES SOCIALES Y ECONÓMICAS 433
9.5.1. Pobreza y delincuencia 433
9.5.2. ¿Pobreza o desigualdad? 435
9.5.3. Barrios y delito 436
9.5.4. Pobreza y victimización 437
9.5.5. Desempleo y criminalidad 437
9.5.6. Crisis económica y delincuencia 439
9.5.7. Dificultades de la investigación sobre carencias económicas y
delito 442
9.6. PERSPECTIVAS FEMINISTAS 444
9.7. CRIMINOLOGÍA APLICADA Y REALISMO CRÍTICO 448
9.8. TEORÍA DEL APOYO SOCIAL 454
9.8.1. Delito y naturaleza humana 456
9.8.2. Aval en la investigación 456
9.8.3. Atractivo de la idea de apoyo social 458
9.8.4. Propuestas preventivas 460
A) Intervención temprana 460
B) Reafirmar el ideal de la rehabilitación de los delincuentes
461
C) Generar reformas sociales y culturales más amplias 461
9.9. POSTMODERNIDAD Y CRIMINOLOGÍA 462
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 463
CUESTIONES DE ESTUDIO 463

9.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS


FUNDAMENTALES
En este capítulo se agrupan distintas perspectivas
criminológicas desarrolladas desde los años sesenta hasta
nuestros días, incluyendo la teoría del etiquetado, las
teorías críticas o del conflicto, las investigaciones y
modelos sobre condiciones sociales y económicas y
delito, las teorías feministas, el realismo crítico, la teoría
del apoyo social, y los planteamientos postmodernos.
Cada uno de estos sectores teóricos presenta, como es
lógico, especificidades y matices propios. Sin embargo,
todos ellos comparten algunos elementos comunes
(Bernard et al., 2010; Tibbetts, 2012; Walsh, 2012):
1. Suponen un cierto cuestionamiento y reacción contra
la Criminología más tradicional, fundamentada en un
paradigma de consenso normativo, cuyo presupuesto de
partida es concebir la delincuencia como una realidad
factual, como un problema social objetivo, que debe ser
explicado y atajado con medidas diversas.
2. El paradigma, o concepción de base, de las teorías
aquí englobadas es, por el contrario, conflictual: se
interpreta que la delincuencia, y los delincuentes, solo
existen en la medida en que los mecanismos de control
establecidos los definen y los tratan como tales.
3. Según ello, las leyes y la justicia no son una mera
consecuencia resultante de la delincuencia objetiva
existente en la sociedad. Las leyes son creadas para
definir ciertos comportamientos, que generalmente son
propios de los sujetos y grupos más frágiles (desde el
punto de vista económico, cultural o racial), como
indeseables y delictivos. Y a continuación, los
instrumentos de control establecidos completan la tarea,
condenando y segregando a tales individuos. Así pues, los
mecanismos de control social son los que en realidad
definen, crean y amplifican la delincuencia.
4. Las principales prescripciones programáticas y
aplicadas, no son estudiar las características de los
delincuentes o tratar sus conductas problemáticas, sino
reivindicar los derechos de los grupos marginados y
controlados, redefinir el significado de la delincuencia
como construcción social, y mejorar las sociedades en
términos de una mayor igualdad y justicia social.

9.2. ETIQUETADO Y CONTROL SOCIAL


9.2.1. Criminología oficial y análisis de la
desviación
Entre los principales autores de las teorías del
etiquetado, o labeling, estuvieron Frank Tannembaum,
Erving Goffman, Edwin Lemert y Howard S. Becker
(DeLisi y Beaver, 2011), a los que Matza (1981) se refirió
como la Nueva Escuela de Chicago. Al igual que para los
primigenios autores de la Escuela de Chicago, su
metodología fundamental fue la observación directa y el
trabajo de campo. Dirigieron su atención hacia los
procesos de conversión de los individuos en desviados, o
mecanismos de creación de la desviación (Tibbetts,
2012). Para Matza (1981: 21-22), la definición más
directa de desviación es la de “salirse fuera… de un
camino o de una pauta”, lo que puede implicar salirse de
“la claridad del camino, la distancia al camino, los
auspicios bajo los cuales el camino se construye o
recomienda, según que uno se salga del camino solo o en
compañía de otros, según el castigo que se le inflija,
según los motivos que se atribuyan a los que se salen
(…); hay muchos tipos de desviación y… la desviación
es, en cierta medida, una cuestión de grado”.
Con anterioridad, el sociólogo Norbert Elias (1993
[1936]) había sugerido el proceso de etiquetado en los
siguientes términos: “Hoy es tan fuerte el círculo de
preceptos y regulaciones en torno a los seres humanos, es
tan fuerte la censura y la presión de la vida social que
forman sus hábitos, que los niños no tienen más que una
alternativa: o bien se someten a la conformación
socialmente exigida del comportamiento, o bien quedan
excluidos de la vida en la sociedad ‘moralizada’. El niño
que no consigue alcanzar el grado de configuración
emocional socialmente exigida es considerado como
‘enfermo’, ‘anormal’, ‘criminal’ o simplemente imposible
en distintas gradaciones y siempre desde el punto de vista
de un casta o clase determinadas de cuya vida, en
consecuencia, queda excluido” (Elias, 1993, p. 182).
La perspectiva del etiquetado fue muy influyente a
partir de los años sesenta del pasado siglo XX,
remplazando en el favor de los académicos a las teorías de
la tensión (anomia y subculturas) en la explicación del
fenómeno delictivo. Supuso, en las décadas de los sesenta
y setenta, una reacción contra los presupuestos básicos de
la Criminología oficial, de corte positivista extremo. Se
consideró que la Criminología estaba ensimismada en
pequeñas cuestiones de corte práctico (diagnóstico de los
delincuentes, tratamientos, etc.), pero muy alejada de
problemas fundamentales, como eran la propia definición
y construcción de la delincuencia por parte de los
mecanismos de control (Bergalli, 1983; Lilly et al., 2007;
Rivera, 2004; Scull, 1989). Según Matza, la Criminología
habría orientado sus esfuerzos esencialmente hacia el
estudio de los individuos desviados, poniendo el énfasis
en la identificación de las circunstancias antecedentes que
habían propiciado su desviación, y teniendo como
propósito exclusivo su corrección. Sin embargo, la
Criminología olvidaba analizar a los auténticos
productores de desviación: el estado, los mecanismos de
control, todos aquellos estamentos que definen a ciertos
sujetos como desviados e instan a su control.
Éstos fueron los temas fundamentales de que se
ocuparon los teóricos del etiquetado. Para ello emplearon
como metodologías básicas la observación naturalista y el
trabajo de campo, con el objetivo de descubrir la
significación de las interrelaciones entre el proceso de
desviación y diversos elementos del control, como la
prohibición de ciertos comportamientos, la detención de
los infractores, el encasillamiento, la exclusión, y la
construcción de la identidad de desviado.
Un ejemplo para ilustrar lo que podría constituir una
perspectiva criminológica clásica y una des-
estigmatizante: en el siglo XIX el infanticidio era muy
frecuente y se consideraba, como también ahora, un delito
muy grave. Se trataba, a menudo, de una chica joven y
soltera que no se atrevía a decir a nadie que se había
quedado embarazada, daba a luz sola y escondida,
abandonando o dejando morir después al recién nacido.
Los primeros criminólogos positivistas, como Lombroso
y otros, realizaron estudios sobre la personalidad de las
autoras de estos delitos y sobre las patologías mentales
que les impelían a tal atrocidad. No se tomaban en cuenta
aspectos como la responsabilidad del padre del bebé, que
tal vez había abandonado a la joven en ese trance difícil,
ni su posible carencia de recursos para mantener al recién
nacido, ni, por supuesto, menos aún, se entraba en la
recomendación de métodos anticonceptivos o del aborto
para prevenir estas graves situaciones y consecuencias.
Sin embargo, con el tiempo, los análisis valorativos y
científicos han invertido sus consideraciones y enfoques
al respecto del fenómeno del infanticidio, y muy
probablemente ha sido la generalización del empleo de
métodos anticonceptivos, y también la utilización del
aborto, lo que ha llevado a una casi completa erradicación
del delito de infanticidio en las sociedades desarrolladas.
El proceso que condujo con el tiempo a la prevención del
infanticidio fue en conjunto algo natural, producto del
desarrollo social, la cultura y el paulatino reconocimiento
de los derechos de las mujeres, no siendo el resultado
específico de un previo análisis basado en el etiquetado.
Pese a todo, la realidad descrita puede ejemplificar bien lo
que sería un análisis directo, poco matizado y aparente, de
un fenómeno delictivo como el infanticidio, y una
perspectiva más profunda y sutil, que se pregunta por las
raíces y el trasfondo del mismo problema criminal. Una
idea parecida, de variación de enfoque, podría trasladarse
a los análisis de otros problemas actuales de infracción y
delincuencia.

9.2.2. Desviación primaria y secundaria


Lemert (1973; 1981) introdujo, en el marco de la teoría
del etiquetado, una distinción conceptual importante entre
desviación primaria y desviación secundaria. La
desviación primaria correspondería a la acción delictiva
inicial de un sujeto (Tibbetts, 2012), cuya finalidad podría
ser resolver alguna necesidad material o psicológica, o
bien acomodar su conducta a las expectativas de un grupo
subcultural o delictivo, como podría ser el caso de
muchos delitos y agresiones juveniles. La desviación
secundaria haría referencia a la repetición de los actos
delictivos, especialmente a partir de la asociación forzada
del individuo con otros sujetos delincuentes, como
resultado de su detención, de su procesamiento y de su
encarcelamiento (Lilly et al., 2007; Siegel, 2010). Este
proceso probablemente explicaría algunos de los efectos
criminógenos que puede tener el sistema de justicia sobre
los propios delincuentes, especialmente los jóvenes
(Liebling y Maruna, 2005; Maruna, LeBel, Mitchell y
Naples, 2004; McAra y McVie, 2007).

9.2.3. Etiquetado y desviación


Conklin (2012) esquematizó la teoría del etiquetado tal
y como aparece en el cuadro 9.1. La teoría señala que
cuando se produce una desviación primaria, o infracción
inicial, y el individuo es etiquetado como
desviado/delincuente, a lo que suelen seguir
consecuencias legales (prisión, etc.), se desencadenarían
dos procesos interrelacionados: 1) se reforzaría el
autoconcepto del sujeto como desviado/delincuente; y 2)
aumentaría su exposición a contextos subculturales, por el
contacto forzado con delincuentes, lo que incrementaría
las oportunidades y modelos delictivos (Bernburg y
Krohn, 2003; Lemert, 197?, 1981; Walsh, 2012).
Dentro de la subcultura delictiva el autoconcepto del
individuo podría cambiar a través de dos mecanismos
principales: a partir de su asociación diferencial con
sujetos infractores, y como resultado de la interiorización
de la etiqueta de “desviado” o “delincuente”, que le
asigna la sociedad cuando le detiene, procesa y condena.
En ambos casos se hace relevante el interaccionismo
simbólico, es decir, la adscripción al individuo por parte
del sistema de justicia, mediante los oportunos símbolos
verbales y de acción, de los ritos del “etiquetamiento”,
proceso que pusiera de relieve George H. Mead en sus
estudios antropológicos (Mead, 1934). Mediante todos
estos mecanismos (cambio del autoconcepto, nuevas
oportunidades antisociales, y marginación subcultural), el
proceso de etiquetamiento puede favorecer nuevos
episodios de desviación secundaria, o repetición delictiva
(DeLisi y Beaver, 2011).
CUADRO 9.1. La perspectiva del etiquetado
Fuente: Conklin, J. E. (1995). Criminology. Needham Heights (EEUU):
Collin and Bacon, p. 270.

En palabras de Howard Becker (Becker, 1971: 19), “los


grupos sociales crean la desviación al hacer las reglas
cuya infracción constituye la conducta desviada, y al
aplicar tales reglas a ciertas personas en particular y
calificarlas de marginales. Desde este punto de vista, la
desviación no es una cualidad del acto cometido por la
persona, sino una consecuencia de la aplicación que los
otros hacen de las reglas y las sanciones para un
‘ofensor’. El desviado es una persona a quien se ha
podido aplicar con éxito dicha calificación; la conducta
desviada es la conducta así llamada por la gente”. Según
Matza (1981: 24), “los fenómenos desviados son comunes
y naturales (…) una parte normal e inevitable de la vida
social, lo mismo que su denuncia, su regulación y su
prohibición”.
Se considera que los mecanismos de atribución de
significado tendrían un gran peso en la explicación de la
conducta delictiva, y de la posterior reincidencia, o
desviación secundaria, de algunos individuos. Se
interpreta la desviación como algo relativo, más o menos
alejado de la norma, que no como una división absoluta
entre lo desviado y lo no desviado; como algo construido
y variable en el tiempo, en los lugares y contextos
diversos. Cualquier concepción sobre lo que es o no
desviado comporta inevitablemente cierto nivel de
ambigüedad, como así lo expresó Talcott Parsons (Matza,
1981: 23): “Existe cierta relatividad en las concepciones
de la conformidad y la desviación… No es posible hacer
un juicio sobre la desviación… sin referencia específica al
sistema al que tal juicio se aplica. La estructura de las
pautas normativas, en cualquier sistema que no sea el más
simple, es siempre intrincada y, normalmente, dista
mucho de estar completamente integrada; por
consiguiente, singularizar una pauta cualquiera sin
referencia a sus conexiones con un sistema de pautas,
puede conducir al error…”.
El etiquetamiento de los individuos podría favorecerse
tanto a partir del sistema penal adulto como del de justicia
juvenil. Por ejemplo, en un análisis sobre el sistema de
justicia juvenil de Escocia, a partir de datos procedentes
del Edimburg Study of Youth Transitions and Crime,
McAra y McVie (2007) hallaron que los procesos de
etiquetado que se producen en el seno de las culturas
profesionales de la justicia juvenil, favorecerían un mayor
control de algunas categorías juveniles, que reúnen ciertas
características típicamente sospechosas (en el vestir, el
modo de hablar, hábitos, etc.), mientras que jóvenes que
no responden a dichas características, aunque puedan
haber realizado infracciones más graves, serían más
fácilmente pasados por alto. De ahí que una prescripción
importante de estos autores sea la intervención mínima
del sistema de justicia juvenil, priorizando, por el
contrario, los sistemas de derivación a la comunidad.
Una vez adquirido el estatus de desviado/delincuente,
este estigma sería muy difícil de cambiar, por dos
razones: una, por la dificultad para que la comunidad
acepte nuevamente al individuo etiquetado; y otra, porque
la experiencia de ser considerado delincuente, y la
publicidad que ello comporta, suelen culminar, según lo
ya visto, un proceso de cambio del autoconcepto hacia la
autopercepción como desviado/delincuente (DeLisi y
Beaver, 2011). Por ejemplo, Aresti, Eatough y Brooks-
Gordon (2010) analizaron los procesos de desistimiento
del delito en una pequeña muestra de cinco sujetos,
concluyendo que uno de los principales obstáculos que se
encontraban al intentar incorporarse a la sociedad era su
permanente etiquetamiento como “ex delincuentes”. Es
decir, los mecanismos de conversión de alguien en
desviado/delincuente podrían ser consumados por las
propias instituciones que hipotéticamente tienen como
finalidad erradicar la desviación, como hospitales
psiquiátricos, reformatorios y cárceles (Giddens, 2009).
Una explicación menos simbólica y más instrumental
sobre la acción criminogénica del etiquetado la dieron
Bernburg y Krohn (2003) al considerar que el riesgo de
desviación secundaria, o delincuencia futura, aumentaría
en la medida en que a los sujetos controlados se les priva,
en momentos clave de su vida, de posibles oportunidades
de actividades convencionales (educativas, laborales, de
vinculación afectiva, etc.). Es decir, según esta
perspectiva, al segregar a individuos jóvenes de la
comunidad, se les estaría poniendo en riesgo de
desventajas estructurales para su futuro como adultos
socialmente integrados, lo que incrementaría su riesgo
delictivo. Tales desventajas pueden tener también una
continuidad posterior. Por ejemplo, Hipp, Petersilia y
Turner (2010) hallaron, a partir de una muestra de
liberados condicionales en el estado norteamericano de
California, una clara relación entre el tipo de barrios a los
que los sujetos retornaban y su probabilidad de
reincidencia delictiva. En concreto obtuvieron que la
reincidencia se asoció tanto a la mayor concentración de
problemas en el barrio como a una menor disponibilidad
de servicios sociales.
También Foucault interpretó la delincuencia como una
categoría social producto de los diversos mecanismos de
control social dirigidos al logro de una ciudadanía dócil y
conformista (Foucault, 1991, 1992). Asimismo, Reiman
(1979), quien adujo que, en las sociedades modernas,
muchas definiciones de la delincuencia y de las
estructuras de control serían la opción más fácil y
contundente, adoptada por un sistema social altamente
competitivo y excluyente de muchos, constituyendo una
solución represora que rehuiría la obligación de asegurar
una vida digna al conjunto de los ciudadanos. Frente a
ello, Reiman (1979) considera que el sistema de justicia
debería invertir las presiones sistemáticas y las
desigualdades del sistema económico capitalista del que
forma parte, confrontando abiertamente a los sectores más
ricos y poderosos de la sociedad. Sin embargo, la
oposición para evitar tal confrontación limitaría
constantemente la visión de los agentes de control, que
acabarían luchando contra la criminalidad en una
dirección inadecuada e insuficiente, regenerando la
delincuencia contra la que supuestamente pelean. En
direcciones semejantes reflexionaron autores como
Greenberg, quien analizó la relación entre delincuencia y
jerarquías de poder por razón de edad, clase social y raza,
y Wallace y Humphrie, quienes estudiaron, mediante
técnicas de análisis de regresión, el efecto que el
incremento de la acumulación de capitales produciría en
las tasas de delincuencia urbana (Pfohl, 2009).
Un proceso que también contribuye al etiquetado es el
de amplificación de la desviación, consistente en la
magnificación artificial de un problema social, como el
fenómeno delictivo global, o bien ciertos
comportamientos delictivos específicos. La amplificación
resulta del encadenamiento de acciones y reacciones, que
van desde la desviación primaria inicial de un individuo o
grupo (a partir, por ejemplo, de la comisión de un
pequeño hurto), pasando por la actuación firme de las
agencias de control (por ejemplo, mediante la detención),
hasta la publicitación de nuevos hechos semejantes, o
desviación secundaria, que daría lugar a nuevas
reacciones y controles sociales crecientes (Lemert, 1981).
Diversos autores españoles han sugerido que muchas de
las reformas penales que se producen en España, y que
tipifican cada vez más conductas como delitos, rayarían
en muchos casos en concepciones de política criminal
autoritarias, e incluso totalitarias (Maqueda Abreu, 2003;
Landrove Díaz, 2003). Díez Ripollés (2005) valoró que
algunas de estas propuestas pueden suponer “una
desaparición de actitudes tolerantes hacia conductas
desviadas o simplemente no convencionales, inherentes a
toda sociedad abierta y pluralista” (p. 28).

9.2.4. Valoración crítica y empírica


Una crítica frecuente a la perspectiva del etiquetado ha
sido considerarla un acercamiento en exceso vago y
asistemático, como para merecer la consideración de
teoría formal. Algunos la han reducido al estatus de teoría
sensibilizadora sobre la desviación o sobre los desviados,
más que auténtica visión analítica de estos problemas.
También se ha censurado su falta de rigor metodológico
y conceptual al analizar las instituciones de control y los
factores estructurales que constituyen sus principales
objetivos. Los teóricos del etiquetado se defendieron de
esta crítica aduciendo que tales limitaciones
metodológicas eran irrelevantes, al no constituir el
método científico estándar una prioridad instrumental en
sus análisis (Scull, 1989). Es decir, los proponentes del
etiquetado no pretenderían analizar, con la precisión de la
metodología positiva, las situaciones y factores sociales
inmersos en la desviación y el delito. Su propósito
principal sería examinar específicas situaciones de
interacción entre sujetos controlados y estamentos
controladores, para ver sus efectos perjudiciales.
Giddens (2009) señaló dos reproches fundamentales que
podrían hacerse a la teoría del etiquetado o de la reacción
social. El primero es que, al dirigir exclusivamente su
atención al proceso de etiquetamiento de los individuos,
se soslaya atender a los factores y mecanismos que
podrían influir sobre la desviación primaria, antes de que
se haya producido etiquetado alguno. Resultaría una
pretensión a todas luces excesiva que el etiquetamiento de
un sujeto fuera completamente autodeterminado por el
sistema de justicia, sin dependencia alguna de factores
como los problemas de socialización, sus actitudes y
conductas antisociales, u bien las oportunidades delictivas
que se le han presentado. En segundo lugar, no cuenta con
pleno aval empírico que el proceso de etiquetado tenga
per se la capacidad, que le atribuye la teoría, de fomentar
la futura conducta delictiva. Cuando un individuo es
detenido y condenado por un delito, son muchos los
factores implicados en el proceso subsiguiente —entre los
que está el propio etiquetamiento, pero también el
contacto forzado con otros delincuentes dentro de la
prisión, las condiciones de cumplimiento de la condena, el
truncamiento de sus relaciones sociales, etc.—, como para
que puedan atribuirse a uno solo de estos factores, el
etiquetado en sí, los efectos globales observados en el
individuo.
Además, la consideración de las conductas infractoras
como una mera construcción social resultaría
cuestionable, al menos para aquellos delitos que muestran
sólida consistencia transcultural y temporal, tales como el
homicidio, el robo, la violación o el secuestro. En estos, y
otros hechos que universalmente se consideran delitos
graves, su prohibición y castigo legal parecen más el
resultado de exigencias reales de la convivencia social
que de la pretensión sesgada de mantener el statu quo
imperante. Por otro lado, muchas víctimas de delitos
comunes, como los mencionados, pertenecen a los
mismos sectores sociales que los delincuentes que los
cometen, por lo que negar tales hechos, confiriéndoles la
mera entidad de construcciones sociales, y cuestionando
así el derecho y la competencia del estado para su control,
sería tanto como ignorar o negar el sufrimiento y los
derechos de las víctimas.
Pese a estas duras críticas, entre las que son importantes
las de cariz metodológico, es necesario reconocer que la
teoría del etiquetado supuso una aportación innovadora
para los análisis de los procesos de desviación y de
delincuencia. En particular, su constatación del efecto que
los mecanismos de control podrían tener en la creación y
amplificación de la desviación, constituye un avance de
gran calado para la Criminología (Rock y McIntosh,
1974).
Además, la teoría del etiquetado ha recibido apoyo
empírico en diferentes estudios posteriores. Por ejemplo,
Chiricos, Barrich y Bales (2007), analizando, en el Estado
de Florida, una muestra de 95.919 condenados que habían
recibido el calificativo público de delincuentes, hallaron
que dicho etiquetado —que podría interpretarse como un
estigma de exclusión comunitaria— se asoció a una
mayor probabilidad de reincidencia, especialmente en el
caso de las mujeres, los blancos y los delincuentes de
inicio tardío. Cid (2009) comparó una muestra de 179
delincuentes condenados a prisión en Cataluña en 1998
con 304 a quienes se había dejado en suspenso la
sentencia, lo que implica que no ingresaron en prisión,
hallando una superior tasa de reincidencia de los que
fueron encarcelados frente a los que no.

9.3. TEORÍA DE LA VERGÜENZA


REINTEGRADORA
La teoría de la vergüenza reintegradora se ha situado
aquí entre los desarrollos modernos de las teorías del
etiquetado, debido a su conexión conceptual con estas
perspectivas, aunque también guarda ciertas semejanzas
con las teorías del control social informal (como la teoría
de los vínculos sociales de Hirschi) y con otras teorías
integradoras recientes.
El libro de John Braihwaite “Crimen, vergüenza y reintegración” abrió
nuevas fronteras para la comprensión de la rehabilitación de los delincuentes
y la exclusión social.

La teoría de la vergüenza reintegradora fue formulada


originalmente por el profesor australiano Braithwaite, en
su libro Crime, Shame and Reintegration (1989), dando
lugar a diversas referencias y análisis en publicaciones
internacionales posteriores (Siegel, 2010). Según la teoría
de la vergüenza reintegradora, múltiples circunstancias de
la vida social civilizada incrementarían las oportunidades
de los individuos de hallarse en situaciones de mayor
interdependencia recíproca. Entre tales situaciones de
mayor interdependencia mutua estarían algunas como las
siguientes: contar con menos de 15 años (en que un joven
depende más de sus padres) o con más de 25 (en que las
personas comienzan a vincularse a parejas y al mundo
laboral), tener pareja, ser mujer, poseer altas aspiraciones
educativas y laborales, etc. Las personas
interdependientes presentarían una mayor susceptibilidad
a sentir vergüenza por hechos reprobados en la sociedad
(lo que incluye las conductas ilícitas y delictivas) (Siegel,
2010).
Los individuos se hallarían en mayor interdependencia
recíproca en sociedades más comunitarias, en las que se
atribuye a las obligaciones hacia la comunidad mayor
rango que el asignado a los derechos de los individuos. En
tales sociedades comunitarias (como sucedería, por
ejemplo en la sociedad japonesa y, en buena medida, en
las sociedades europeas occidentales), el sentimiento de
vergüenza sería mucho más prominente en la vida social.
Por el contrario, el temor a sentir vergüenza disminuiría a
medida que aumenta la movilidad residencial y la
urbanización de la sociedad.
Como ya antes había comentado Elias (1993), “la
agresividad se ve hoy restringida y sujeta, gracias a una
serie considerable de reglas y de convicciones que han
acabado por convertirse en autocoacciones. La
agresividad se ha transformado, ‘refinado’, ‘civilizado’,
con todas las demás formas de placer y únicamente se
manifiesta algo de su fuerza inmediata e irreprimible bien
sea en los sueños bien en explosiones aisladas que
solemos tratar como manifestaciones patológicas” (p.
231).
La vergüenza producida por la interdependencia y la
vida comunitaria puede ser de dos tipos: la vergüenza que
tiende a producir estigmatización (como se postula en la
teoría del etiquetado) y aquella otra que produce efectos
reintegrativos. Esta última, la vergüenza reintegradora, es
más probable en las sociedades comunitarias, en las que el
proceso de ‘avergonzar’ tiene una duración e intensidad
limitadas, y se realiza al mismo tiempo que se mantienen
los vínculos de respeto y aceptación del sujeto; es decir,
se rechaza el acto, y no al individuo en cuanto tal. Una
consecuencia de ello es que en las sociedades
comunitarias debería esperarse, como en general así
sucede, una menor tasa delictiva, ya que, a pesar del
reproche por los delitos, no se le cierran al sujeto las
oportunidades de reintegración a la comunidad.
Por el contrario, en aquellas sociedades y situaciones en
que el ‘avergonzar’ se ejerce con gran intensidad (p. e.
mediante penas graves, internamientos prolongados,
rituales mediáticos de exclusión, etc.), resultarían más
atractivas para el individuo las subculturas delictivas, en
la medida en que podrían ampararlo frente a la sociedad
que lo excluye. En tales sociedades y contextos serían
esperables mayores tasas delictivas y una mayor
continuidad de las carreras delictivas.
Algunos estudios han analizado las conexiones entre
sentimientos de vergüenza y de culpabilidad, y conducta
delictiva. En general se ha considerado que la vergüenza y
la culpabilidad, frente a los propios delitos, constituirían
mecanismos emocionales distintos. Mientras que la
culpabilidad comportaría una experiencia de auto
reproche más directa, en relación con la conducta llevada
a cabo, el sentimiento de vergüenza sería algo más
profundo, comportando una evaluación negativa del
propio yo (Tangney y Dearing, 2002).
La teoría de la vergüenza reintegradora utiliza
constructos de difícil operativización y medida, tales
como los de ‘sociedad comunitaria’, ‘vergüenza’, y
‘reintegración’. Por ello, requerirá, sin duda, precisiones
conceptuales y operativas ulteriores y el desarrollo de más
investigaciones que puedan avalarla o refutarla. Aun así,
la teoría de la vergüenza reintegradora contiene una idea
pública atractiva (es decir, de sencilla comprensión y
amplia aceptación), a saber: que un motivo fundamental
de los seres humanos, para realizar ciertas conductas o
dejar de hacerlas, es la posibilidad de que otros seres
humanos lleguen a enterarse y puedan incomodarse por
ellas. Como ilustración de esto, remitimos al lector al
texto de la Realidad criminológica titulado El control
informal de la delincuencia en las sociedades rurales y
urbanas (en el capítulo 6).

9.4. PERSPECTIVAS DEL CONFLICTO Y


CRIMINOLOGÍAS CRÍTICAS
La obra pionera de la criminología marxista
correspondió al criminólogo holandés Willem Bonger,
quien publicó en 1905 su influyente libro Criminality and
Economic Conditions (Walsh, 2012). Posteriormente, a lo
largo de todo el siglo XX, se efectuaron aportaciones
relevantes en este ámbito, especialmente por parte de
Vold, Turk, Chambliss, y Quinney, y, más
modernamente, a cargo de Taylor, Walton y Young
(1973), cuyo libro The New Criminology se consideró la
obra central de la criminología crítica moderna (Lilly et
al., 2007; Siegel, 2010). En este apartado se hará
referencia a las perspectivas críticas o del conflicto, y no a
una única teoría, ya que han sido diversos, siquiera
parcialmente, los planteamientos al respecto (Tibbetts,
2012).
Se han diferenciado, como mínimo, dos grandes líneas
conceptuales: las teorías marxistas, y, en un sentido más
amplio y abierto, las teorías del conflicto, que abarcarían
también visiones criminológicas ultra-liberales y
anarquistas. Unas y otras comparten un planteamiento
contrario a la idea de consenso, según el cual la
organización social estaría basada en una especie de
acuerdo implícito acerca de los valores y normas, que
sería la base en que se sustentaría la defensa, a través de
las leyes, del interés general (Cid y Larrauri, 2001).
Frente a ello, las perspectivas conflictuales sostendrían
que la sociedad estaría en realidad formada por grupos
distintos, con valores e intereses contrapuestos, de manera
que “no puede considerarse que la organización del estado
represente los valores e intereses del conjunto de la
sociedad”, sino más bien “los valores e intereses de
grupos que tienen suficiente poder para controlar el
funcionamiento del estado” (Vold y Bernard, 1986: 269;
Lilly et al., 2007; Walklate, 2005).
El materialismo histórico realza el factor económico
como principal generador del conflicto social (Tibbetts,
2012). Según los marxistas resulta imposible imaginar las
estructuras de poder y de conocimiento de la realidad
social al margen de la influencia mediadora que tiene en
la vida de las personas la necesidad constante de
asegurarse la supervivencia económica y material (Lilly et
al., 2007; Pfohl, 2009). Por su parte, las denominadas
teorías dialécticas del conflicto consideran que, en la base
de la rivalidad entre grupos, están elementos sociales y
culturales diversos. Entre las perspectivas conflictuales
más conocidas se encontrarían también los planteamientos
anarquistas, según los cuales los rituales de autoridad
transformarían las características artificiales de los
estamentos jerárquicos en supuestas realidades
“naturales” y “permanentes”. Posteriormente, los
movimientos feministas (Daly, 1989) y los críticos
multiculturalistas pusieron el énfasis en el proceso de
decodificación de las construcciones sociales en torno a
las diferencias de género y raciales como supuestas
realidades, pretendidamente universales y globalmente
aceptadas.
Elena Larrauri (1991) realizó, en su libro La herencia de
la Criminología crítica una excelente síntesis de las
perspectivas criminológicas críticas, por lo que remitimos
a este libro a los estudiantes interesados en un
conocimiento conceptual más amplio, y también histórico,
de la criminología crítica.
En la década de los sesenta del siglo XX las
criminologías críticas cuestionaron los cimientos
positivistas en que, hasta ese momento, se había
sustentado la Criminología. Partiendo del legado
rupturista de la teoría del etiquetado, en cuanto al objeto y
el método del análisis criminológico, se consideró que la
Criminología debía dirigir su atención al modo en que los
órganos de definición y control del delito buscan
perpetuar el sistema económico y de poder de las clases
dominantes (Pavarini, 1988; Walklate, 2005). Ello
suponía abandonar el paradigma causal y empírico de la
criminología tradicional o “liberal” (mainstream
Criminology), en beneficio del análisis interpretativo,
histórico y jurídico, como únicos métodos válidos para
desenmascarar los verdaderos fines de la justicia penal
(pueden verse análisis históricos desde esta perspectiva,
para el caso de España y América Latina, en Bergalli —
1982—, Bergalli, Bustos y Miralles —1983—, Bergalli,
Bustos y González Zorrilla —1983—, Bergalli, Rivera y
Bombini (2008), Mapelli —1986— y Zaffaroni, 2005).
Uno de los caballos de batalla preferentes de la
criminología crítica fue su llamada permanente a analizar
la ‘delincuencia de cuello blanco’, cuyos autores
pertenecerían a los estamentos más elevados de las
finanzas y el poder, y ante la cual los mecanismos del
control y la justicia serían permisivos, cuando no
encubridores.
De este modo las criminologías críticas señalaron la
contradicción frecuente entre la declaración estereotipada
de una justicia “igual para todos” y el hecho común de
que los delincuentes de cuello blanco escasamente acaben
respondiendo ante la ley (Queralt Jiménez, 2007b).
También fueron particularmente perspicaces en su
denuncia de la influencia constante de los grupos de
presión en la definición de las leyes y en el
funcionamiento del sistema penal (Cid y Larrauri, 2001).
Sin embargo, en los primeros años, el discurso
impermeabilizado de las criminologías críticas frente a la
contrastación empírica de sus planteamientos, hizo que
estas perspectivas resultaran poco útiles para arbitrar
nuevas soluciones y medidas frente a la delincuencia.
En Latinoamérica, tras el abandono de los
planteamientos positivistas y de defensa social, que
dominaron en general hasta la década de los setenta, la
criminología crítica tuvo un impacto destacado en
distintos países, que parcialmente se mantiene todavía
vigente. Como origen de este nuevo planteamiento puede
tomarse el Curso Internacional de Criminología, que tuvo
lugar en Maracaibo en 1974, y la creación ese mismo año,
a instancias de Lola Aniyar, del Centro Internacional de
Criminología Comparada, en la Universidad de Zulia,
Venezuela (Elbert, 2010). A partir de entonces diferentes
autores, entre los que podría destacarse a la propia Lola
Aniyar, Rosa del Olmo y Raul Zaffaroni, pusieron de
relieve las evidentes relaciones que existían, en
Latinoamérica, entre pobreza/marginación y delito, así
como el firme sometimiento de los sectores más débiles
de las sociedades latinoamericanas por los respectivos
sistemas de control social, muy a menudo en favor de los
intereses económicos de los países desarrollados
(Rodríguez Manzanera, 1996).
Durante las últimas décadas del siglo XX se han
producido distintos encuentros y movimientos
intelectuales en dirección a estos planteamiento, tales
como el Grupo Latinoamericano de Criminología
Comparada, el grupo Criminólogos críticos
latinoamericanos, y la iniciativa Criminología de la
liberación (Elbert, 2010).
Investigadores latinoamericanos con motivo de una sesión sobre la
prevención del delito, celebrada en el marco del Stockholm Criminology
Symposium-2013. De izquierda a derecha: Marcela Smutt (Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo), Lola Aniyar de Castro (Asociación
Internacional para la Defensa Social, Venezuela), y Elías Carranza
(ILANUD, Costa Rica).

9.4.1. Valoración crítica y empírica


Uno de los mayores errores de las criminologías críticas
fue su despreocupación inicial por la delincuencia común
y sus víctimas. En la misma época en que se formularon
estos planteamientos, se produjo un crecimiento notable
de la conflictividad social, un aumento de los problemas
vinculados a las drogas, un incremento de la inmigración
desde el tercer mundo y, como consecuencia de ello,
surgieron nuevos problemas sociales, incluida una fuerte
avalancha de delincuencia contra la propiedad y contra las
personas (McGovern, Demuth y Jacoby, 2009). Todos los
índices disponibles sobre la evolución de los delitos en
Europa occidental, incluida España, indican una tendencia
al alza en los años setenta y ochenta. Este crecimiento de
la delincuencia fue un hecho bien conocido por la
población, asumido por políticos de izquierdas y de
derechas, y también por jueces, fiscales y policías. Sin
embargo, nunca fue admitido por los criminólogos
críticos, lo que les llevó a autoexcluirse del debate sobre
la política criminal orientada a buscar alternativas y
soluciones. En Francia, por ejemplo, en donde
tradicionalmente habían existido importantes instituciones
de investigación criminológica, a principios de los años
setenta llegaron a ser dominadas por los discípulos de
Michel Foucault. Como resultado de ello, mientras la
sociedad francesa vivía alarmada por los problemas
derivados del consumo de drogas, del racismo y de la
delincuencia común, quienes debían reflexionar acerca de
la delincuencia y su mejor prevención, se ocuparon
preferentemente en estudios puramente teóricos e
históricos.
Asimismo, los criminólogos críticos lanzaron fuertes
diatribas contra las cárceles, sin sugerir alternativas
(Mathiesen, 1974; Foucault, 1992; Christie, 1993). El
problema no era simplemente que los teóricos críticos no
desarrollasen alternativas a la cárcel, sino que muchos de
ellos dedicaron su mayor ingenio y energía a criticar las
alternativas ya existentes. Su argumentación para ello era
que las propuestas para reformar y mejorar el sistema
penal, tales como la conmutación de penas de cárcel por
libertad vigilada, o la introducción de mediación entre
delincuente y víctima como alternativa al proceso penal,
servían exclusivamente para expandir y fortalecer la red
de control social. De hecho, muchos criminólogos críticos
se manifestaron contrarios, no tanto al sistema carcelario
en sí, como a los sistemas alternativos a la prisión, ya que
consideraron que éstos, bajo una aparente flexibilización
y humanización de la justicia, suponían un aumento de las
redes de control social (Black, 1984; Cohen, 1988).
En relación con los análisis de las perspectivas críticas
acerca de la delincuencia de cuello blanco, Serrano Maíllo
(2004) puso de relieve que la investigación disponible no
ampararía algunos de los mitos más típicos sugeridos al
respecto, como el de que generalmente los delitos de
cuello blanco entrañarían un elevado nivel de
sofisticación. Aunque algunos sean sofisticados, muchos
delitos de cuello blanco serían a menudo más primarios y
mucho menos refinados de lo que suele presuponerse, y
sus autores serían con mucha frecuencia delincuentes de
características personales y sociales muy semejantes al
resto de los delincuentes, aunque coyunturalmente puedan
aprovecharse de cargos públicos o posiciones
privilegiadas. Tampoco es cierto que en los países
democráticos los delitos de cuello blanco, cuando las
leyes prevén su persecución penal, sean tolerados o
encubiertos por los órganos de la justicia.
Aebi (2004) efectuó una fundamentada “Crítica de la
Criminología Crítica” originaria, tomando como base la
obra emblemática de Alessandro Baratta, Criminología
crítica y crítica del derecho penal: Introducción a la
Sociología jurídico-penal (primera edición en Italiano de
1982). Resumimos la crítica de Aebi, haciéndola aquí
extensiva al conjunto del paradigma:
1) La criminología crítica tradicional elaboró, debido a
su dogmatismo ideológico, una concepción infalsable (es
decir, no susceptible de refutación a partir de la
investigación científica), por lo que no puede ser
considera una teoría científica.
2) La supuesta revolución epistemológica consistente en
que la criminología crítica habría de reemplazar los
objetivos tradicionales del estudio criminológico (delitos,
delincuentes, víctimas, etc.) no ha sido tal. Los temas
tradicionales de investigación continúan tan vigentes
como antes. La criminología crítica enriqueció, eso sí, a la
criminología mediante un nuevo paradigma que pone el
énfasis en el análisis del control social y los mecanismos
de la justicia. Bienvenido sea.
3) Es incoherente negar el ‘determinismo’ probabilístico
defendido por la criminología científica (la conducta
delictiva como resultado de la influencia de variados
factores), y, a la vez, postular una explicación totalmente
determinista de la delincuencia a partir de un solo factor
explicativo: la pertenencia del autor del delito a una
determinada clase social.
4) Se utiliza una metodología abiertamente sesgada y
selectiva (es decir, que atiende solo a los hechos,
investigaciones y teorías que apoyan sus propios puntos
de vista), lo cual contraviene el método científico general,
que requiere, por definición, la confrontación abierta de
una teoría con las observaciones (tanto las que puedan
serle favorables como las que no).
5) No basta con afirmar el supuesto carácter
discriminatorio del sistema de justicia en detrimento de
los más desvalidos, sino que tal afirmación requiere
investigación empírica que la pruebe o la refute.
6) La predicción realizada en su día de que las
sociedades socialistas tendrían como resultado la
abolición del sistema penal y la erradicación de la
delincuencia no se ha mostrado muy acertada. [Por
supuesto, que los países capitalistas tampoco han logrado
ni de lejos tales objetivos.]
7) El ensimismamiento puramente teórico e idealista,
propugnado por las criminologías críticas, ante los
problemas criminales existentes, ha sido probablemente
uno de los factores responsables directos de la carencia,
durante las últimas décadas del siglo XX, de políticas
criminales progresistas, distintas y alternativas a la pura
represión penal. En tal sentido, creemos con Aebi que la
criminología crítica ha sido la responsable indirecta de la
generalización, por omisión de propuestas alternativas, de
las políticas básicamente represivas que practican en los
países occidentales tanto los gobiernos de derechas como
los de izquierdas.
Frente a lo anterior, Aebi (2004) considera que la
“Criminología científica —es decir aquella que consigue
conciliar teoría y empirismo— puede aportar así un
modesto, pero no menos importante, grano de arena para
la construcción de un mundo mejor” (p. 53).
En términos globales, sobre la criminología crítica
siempre ha cabido la duda de si se trataba realmente de
una teoría científica, o más bien de una declaración de
principios, y, a la postre, de un programa político futurista
para la justicia penal. En caso de considerar a la
criminología crítica un programa político, debería ser
evaluada por su praxis y sus resultados. Las respuestas
políticas al aumento del problema delictivo en los años
setenta y ochenta fueron bastante uniformes, tanto en
Europa y en los Estados Unidos, pese a que en algunos
periodos gobernaran los partidos de izquierda: en síntesis,
más policías, endurecimiento de las penas, y construcción
de más cárceles. El número de personas en la cárcel se
multiplicó en pocos años en la mayoría de los países
occidentales. Es evidente que no se puede culpabilizar
directamente a los criminólogos críticos, por su lucha para
la abolición de la cárcel, del giro a la derecha de las
políticas de lucha contra el crimen. Sin embargo, sí que se
les puede reprochar haber dejado a los partidos de
izquierdas, como resultado de su inhibición en el terreno
práctico, sin programas coherentes de política criminal.
Estos partidos se vieron abocados, cuando gobernaron, a
aplicar políticas tradicionales, prestando atención, es
cierto, a los derechos del individuo, pero careciendo por
completo de medidas innovadoras y eficaces para mejorar
la seguridad ciudadana que no fueran las consabidas
políticas de mayor represión penal. Como programa
electoral y praxis política, la criminología crítica fue
rotundamente rechazada por unos y otros. Esta situación
queda bien reflejada en las reflexiones que efectúa Sáez
Valcárcel en relación con la gestación legislativa del
Código penal español de 1995 (citado por Silva, 1999: 51-
52):
“(…) cuando uno se enfrenta al código penal desde la perspectiva
de los materiales legislativos previos, el proyecto del Gobierno, las
enmiendas elaboradas por los grupos parlamentarios y las
intervenciones de sus portavoces en la Comisión de Justicia, se
sorprende ante la imposibilidad de identificar un discurso que permita
calificarse, al menos, como liberal. La nota que distinguía las opciones
en liza, no era que unas defendieran la intervención punitiva y otras se
mostraran más propicias a su restricción, sino la diversa naturaleza de
los comportamientos que pretendían castigar.
Aquéllos incidieron en los valores tradicionales, ya representados
con exceso en el código penal, mientras que las izquierdas intentaron
criminalizar ofensas a los valores colectivos que estuvieron en ascenso
durante la década de los ochenta: los derechos de los trabajadores y de
las mujeres, la protección del medio ambiente, los intereses de las
minorías, la discriminación, el racismo y los delitos de cuello blanco.
Pero su espacio de debate es el mismo. Ninguna de esas opciones puso
en cuestión la prisión ni la inflación del derecho penal”.

En caso de considerar a la criminología crítica una


auténtica teoría científica, ésta debería ser evaluada a
partir de sus aportaciones para un mejor conocimiento del
comportamiento delictivo y del control social. La
capacidad de opinar sobre la delincuencia y la justicia la
tiene todo el mundo. Lo que debería diferenciar al
científico que reflexiona sobre la delincuencia de los
demás “opinantes” al respecto, es que en su
argumentación son imprescindibles los datos objetivos y
las conclusiones verificables.

9.5. CONDICIONES SOCIALES Y


ECONÓMICAS
Una de las consideraciones teóricas (explícitas o
implícitas) más importantes de las teorías marxistas y del
conflicto, ha sido que las desigualdades económicas
estarían en la base del conjunto de los problemas sociales,
incluidos también la delincuencia y su control (Tibbetts,
2012). El objetivo de este apartado es analizar la
investigación criminológica sobre este relevante
problema. Para ello utilizaremos como guía fundamental
la magnífica revisión efectuada por Vold et al. (2002) y
Bernard et al. (2010), además de otras investigaciones a
las que se hará referencia.

9.5.1. Pobreza y delincuencia


El primer y más frecuente acercamiento al análisis de la
influencia de las condiciones económicas sobre el delito
ha sido el estudio de la relación entre pobreza y
delincuencia, que, como ya se ha mencionado, fue
iniciado en Francia, por Guerry y Quetelet, a principios
del siglo XIX. La hipótesis de partida de estos primeros
estudios fue que las crisis económicas darían como
resultado mayores tasas de delincuencia, algo que no
pudieron confirmar estos primeros investigadores.
También el alemán Georg von Mayr analizó en su país, a
finales del siglo XIX, según ya se vio, la relación entre
factores como la mendicidad y la pobreza, y la
criminalidad (von Mayr, 1917: 950). Pero él sí que
constató que durante las épocas de crisis económica, en
que se producía un incremento del precio del centeno (y,
en consecuencia, del pan), aumentaba ligeramente la
delincuencia, resultado que, sin embargo, tampoco se ha
podido replicar en estudios posteriores.
Desde entonces se han efectuado al respecto diversos
estudios, muchos de los cuales (en la línea de los primeros
hallazgos de Guerry y Quetelet) no han podido encontrar
incrementos de la delincuencia en asociación a
indicadores globales de crisis económica; hallándose
incluso en algunos que el empeoramiento de las
condiciones económicas podría asociarse a una reducción
de las tasas delictivas. En un sentido complementario, se
ha encontrado también que la prosperidad económica, a
escala global, no se vincula necesariamente a un
decremento de la delincuencia: en ciertos periodos de
crecimiento económico general la delincuencia aumenta
(p.e., en España, durante los años ochenta), y, en otros,
decrece (p.e., durante la primera mitad de la década de los
noventa y, probablemente, para muchos delitos, durante la
gran recesión iniciada a finales de la primera década del
siglo XXI).
No obstante la hipótesis, que en principio parece
razonable, de conexión pobreza-delincuencia, también se
ha evaluado a partir de medidas más directas del factor
pobreza. Por ejemplo, el número de personas pobres en
determinado lugar o periodo concreto, sí que parece
guardar relación en algunos estudios (aunque no en todos)
con mayores tasas delictivas en ese mismo lugar y tiempo.
Asimismo, para algunos estudios se han elaborado
medidas más sofisticadas y comprensivas de la variable
pobreza, generando para ello índices de ‘pobreza
estructural’, que incorporarían indicadores sobre
mortalidad infantil, baja educación, familias
monoparentales, y reducidos ingresos económicos. Así lo
hicieron, por ejemplo, Loftin y Hill (1974) en EEUU,
encontrando una elevada correlación entre dicha medida
compuesta de ‘pobreza estructural’ y las tasas nacionales
de homicidios.
En México, el maestro Quiroz Cuarón (1910-1978),
considerado el padre de la Criminología mexicana,
efectuó relevantes estudios sobre factores económicos y
delito (Rodríguez Manzanera, 1996). Su tesis principal a
este respecto, en el marco de la que denominó Teoría
Económica de los Disturbios, era que la delincuencia de
un país era directamente proporcional a su población e
inversamente proporcional a los ingresos, siendo estos dos
fenómenos interdependientes. También efectuó análisis
pioneros en relación con los costes sociales y económicos
de los delitos.

9.5.2. ¿Pobreza o desigualdad?


Una revisión reciente de cuarenta y siete estudios
transnacionales sobre indicadores económicos y delito ha
constatado una asociación directa entre pobreza, en
cuanto privación material absoluta, y tasa de homicidios
(Pridemore, 2011). La pobreza, o falta absoluta de bienes,
aunque sería uno de los componentes atendidos para
generar los indicadores de desigualdad, constituiría en sí
una medida socioeconómica más básica. La relación
pobreza-homicidios se había observado en múltiples
estudios norteamericanos (McGovern et al., 2009;
Messner y Rosenfeld, 1999; Pratt y Cullen, 2005), aunque
su nexo no había sido probado en la investigación
transnacional, que había puesto mayor énfasis en la
intersección desigualdad-homicidios (LaFree, 1999;
Pridemore y Trent, 2010; Savage, Bennett y Danner,
2008). Sin embargo, Pridemore (2011) constata que la
práctica totalidad de los estudios transnacionales en
realidad no habían incluido en sus análisis ningún
indicador directo de pobreza, sino exclusivamente
medidas de desigualdad. Pridemore (2011) replica dos
estudios internacionales previos, acerca de la relación
entre desigualdad y homicidio, incorporando a sus análisis
una estimación directa de la variable pobreza. A partir de
ello constata una clara asociación entre pobreza y
mayores tasas de homicidio, relación que incluso posterga
el impacto en los resultados del factor desigualdad, más
elaborado e indirecto.
En un plano más global, Nivette (2011) efectuó un
meta-análisis internacional, o estudio cuantitativo, de la
relación entre diversos predictores sociales y tasas de
homicidio. Su muestra incorporó 54 evaluaciones
transnacionales, realizadas y publicadas en el periodo
1960-2010. Como variables predictoras se establecieron
diversos indicadores socieconómicos de privación
absoluta y relativa, desorganización social, anomia, apoyo
social, rutinas de vida, disuasión, estrutura política,
cultura, y variables demográficas. Entre los principales
predictores asociados a la mayor tasa de homicidios
destacaron los siguientes: países latinoamericanos,
desigualdad en términos de ingresos económicos, menor
inversión en bienestar social, tasa de divorcios,
crecimiento poblacional, diversidad étnica, integración
laboral de las mujeres, mortalidad infantil, y menor
desarrollo.
Así pues, la desigualdad (en términos de privación
económica, desempleo y otros indicadores) se ha
relacionado con las tasas delictivas especialmente de
homicidios y otra delincuencia violenta (Savage et al.,
2008). Sin embargo, incluso este factor criminogénico
robusto —la grave desigualdad— puede ser amortiguado
si los estados ofrecen a sus ciudadanos protección social
frente a las puras fuerzas del mercado: de forma clara, los
estados de bienestar tienen tasas de homicidio
notablemente inferiores a los que no lo son (Savolainen,
2000). La desigualdad económica puede favorecer el
delito a partir de procesos tales como promover la
privación relativa e impedir que puedan surgir redes de
apoyo comunitario.

9.5.3. Barrios y delito


También se ha medido la ‘pobreza concentrada’ (en
determinados barrios o zonas), y se ha concluido que la
pobreza lleva a la delincuencia, no cuando se diluye en el
marco de las clases medias, sino cuando mucha gente
pobre vive en el mismo lugar. En relación con el plano
más inmediato del barrio en el que los jóvenes viven y
crecen, se han identificado diversos factores de riesgo
para la conducta delictiva, como los siguientes (Ellis,
Beaver y Wright, 2009; Gibson, Sullivan, Jones y
Piquero, 2010; Smith, 2006b): barrios de bajo nivel
económico (o con privación socioeconómica relativa),
elevado desempleo, deteriorados, con alta
desorganización social, y en los que existen subculturas
delictivas; barrios con alta heterogeneidad étnica, cultural
o religiosa; con alta disponibilidad de drogas y armas; con
elevada densidad y movilidad poblacional; carentes de
servicios y con poco cohesión social.
Weijters, Scheepers y Gerris (2007) analizaron en once
ciudades holandesas la relación entre la conducta delictiva
de jóvenes de 12 a 17 años y tres categorías de variables:
las ciudades en que vivían, los barrios de residencia, y las
características individuales de los jóvenes (sexo, etnia,
nivel educativo, y situación familiar). Hallaron que la
ciudad en que se vivía tenía una influencia criminógena
importante, incluso, en contraste con muchos estudios
norteamericanos, por encima del influjo del tipo de barrio
de residencia, y de algunas variables individuales
Tal y como vimos en el capítulo anterior, Simon y Burt
(2011) propusieron un modelo de conexión entre la
exposición persistente de los individuos a condiciones
sociales adversas, tales como altas tasas delictivas y baja
“eficacia colectiva” (véase más adelante) en los barrios de
residencia, discriminación social, crueldad paterna, y
tener amigos delincuentes, y su mayor riesgo de conducta
delictiva. Este modelo sugiere que dichas condiciones
sociales negativas, que suelen concitarse en el nivel de los
barrios, promoverían en el joven esquemas interpretativos
con tres ingredientes interrelacionados: una percepción
hostil de la gente, una preferencia por recompensas
inmediatas, y una visión cínica y descreída sobre las
normas sociales convencionales. A partir del estudio de
una muestra de 700 adolescentes afroamericanos, Simons
y Burt (2011) hallaron confirmación empírica para esta
propuesta, encontrando que los tres anteriores esquemas
interpretativos apuntaban en una misma dirección de
influencia criminogénica, solapándose en una especie de
constructo teórico latente que incluía a los tres.

9.5.4. Pobreza y victimización


El estudio de la relación entre desigualdad social y
delincuencia también se ha llevado al análisis de la
incidencia que la segregación social podría tener en el
riesgo de ser víctima de delitos. Nilsson y Estrada (2006)
han mostrado que los ciudadanos de clases más bajas
también tienen una mayor probabilidad de sufrir delitos.
En un análisis realizado a partir de los datos recogidos en
los Informes Estadísticos Suecos sobre Condiciones de
Vida, para el periodo 1984-2001, que incluyó una muestra
superior a veintisiete mil personas de entre 20 y 64 años,
hallaron que la exposición, tanto a delitos violentos como
a robos personales y de viviendas, era significativamente
superior para el caso de los ciudadanos pobres que para
los ricos.
Estrada y Nilsson (2008) analizaron en Suecia en qué
grado la exposición a delitos contra la propiedad se
asociaba a las condiciones sociales de los individuos, por
ejemplo ser nativo o inmigrante, o tener o no dificultades
económicas, y a los niveles de adecuación de las
viviendas y los barrios de residencia. Sus resultados
apoyaron parcialmente las proposiciones de las teorías de
la desorganización social, actividades cotidianas y
oportunidad diferencial, en cuanto que las peores
condiciones económicas y sociales se vincularon en
general a un mayor riesgo de victimización, aunque este
resultado fue modulado por las características de los
propios sujetos.
Por otro lado, las mayores diferencias económicas,
sociales, étnicas, etcétera, en el marco de un mismo barrio
o territorio suelen vincularse a un aumento de los niveles
de percepción de inseguridad por parte de sus habitantes
(Kristjánsson, 2007).

9.5.5. Desempleo y criminalidad


Es una creencia muy generalizada que el aumento del
desempleo llevaría directamente a un aumento de las tasas
de delincuencia (probablemente a través del implícito de
que acabaría produciendo una mayor pobreza en la gente).
Así se ha mostrado, por ejemplo, en algunos estudios
sobre delincuentes juveniles, en que las tasas de
delincuencia correlacionaban con las de desempleo. Sin
embargo, otros estudios con delincuentes adultos han
encontrado que a mayor desempleo, menor delincuencia
(p.e., Glaser y Rice, 1959; Kleck y Chiricos, 2002). En
contraste de nuevo a lo anterior, Berk y sus colegas (Berk,
Leniham y Rossi, 1980) hallaron que, al menos para el
caso de los exdelincuentes estudiados por ellos, el mayor
desempleo y la pobreza se asociaban a una mayor
reincidencia.
En una revisión de sesenta y tres estudios sobre este
particular, efectuado por Chiricos (1987), se concluyó que
la relación entre desempleo y delincuencia era
generalmente positiva y significativa, especialmente en
delitos contra la propiedad. Además, esta relación tendía a
ser más elevada y consistente cuando se examinaban
unidades de análisis pequeñas (como los barrios), que
cuando se trataba de grandes estructuras sociales (como
los países). En cambio, los estudios no han encontrado
relación entre desempleo y delitos violentos.
Rodríguez Andrés (2003) analizó la relación entre
diversos factores disuasorios, económicos, sociales y
educativos, y las tasas de delincuencia en las 16
comunidades autónomas españolas, a lo largo del periodo
1994-2001. Para ello, la distribución de los delitos
denunciados, por comunidades autónomas y años, fue
puesta en relación con las distribuciones de diversas
variables. En concreto, los factores evaluados y
relacionados entre sí fueron los siguientes: A) como
variables independientes (o de posible influencia sobre el
delito) se analizaron: 1) la probabilidad de captura de los
delincuentes, medida a través de la tasa global de delitos
esclarecidos sobre el total de los denunciados; 2) la renta
per capita; 3) la tasa de desempleo; 4) la densidad
poblacional a partir del número de habitantes por Km2; 5)
la inmigración (legal), medida como la proporción de
residentes legales extranjeros; 6) la proporción de jóvenes
de 16 a 24 años; y 7) el nivel de estudios, ponderado a
partir de la población activa que contaba al menos con
estudios primarios; B) la variable dependiente de esta
investigación fue lógicamente la tasa de delincuencia, que
se midió a partir de todos los delitos denunciados ante los
diversos cuerpos policiales existentes en España.
En la dirección que cabía esperar, la probabilidad de
captura o de delitos esclarecidos en un territorio
correlacionó de modo inverso (aunque no significativo)
con las tasas delictivas existentes: es decir, se observó una
ligera tendencia (aunque no avalada estadísticamente) a
que cuando la ratio de delitos esclarecidos en una
comunidad era mayor se constataba también una menor
tasa delictiva. A menor renta per capita se observó (de
manera estadísticamente significativa) una mayor tasa de
delincuencia. La mayor tasa de desempleo (en contra de
lo que se suele esperar) no mostró relación con la mayor
prevalencia delictiva. Los mayores niveles educativos se
asociaron (de modo estadísticamente significativo), como
era esperable, a menores tasas delictivas. Y se asociaron a
más delincuencia (de manera estadísticamente
significativa) la mayor proporción de jóvenes de 16-24
años, las mayores tasas de inmigrantes, y la mayor
densidad poblacional.

9.5.6. Crisis económica y delincuencia


Diversas investigaciones han sugerido una relación
directa entre situaciones de crisis o recesión económica y
un incremento de los delitos contra la propiedad
(Neustrom y Norton, 1995), e incluso una influencia
indirecta de las crisis —a través de su estimulación de las
necesidades materiales— con los delitos violentos
(Rosenfeld, 2009; Rosenfeld y Messner, 2013).
La gran recesión económica experimentada por muchos
países a partir de 2008 propició una especie de
experimento natural (de consecuencias penosas e
indeseables, eso sí, para gran parte de la población), de
cara a poder estudiar su posible incidencia sobre la
criminalidad. Para el caso de España, Rodríguez y
Larrauri (2012) efectuaron un magnífico análisis a este
respecto. En concreto, ponderaron la evolución de la
delincuencia en España (en lo relativo a denuncias, tasas
de encarcelados, y percepción pública de inseguridad)
comparando los cambios en el periodo de tres años
anterior a la crisis (2005-2007), con las variaciones
durante el trienio posterior al inicio de la gran recesión
(2008-2010).
Grupo de Investigación en Criminología y Sistema de Justicia Penal de la
Universitat Pompeu Fabra (UPF). De izquierda a derecha: Ester Blay, Jorge
Rodríguez, Consuelo Murillo, Mathew Creighton, Elena Larrauri, Lorena
Antón, Martí Rovira, Tania Reneaum, Ana Safranoff, Nahia Zorrilla, Cristina
Sobrino. Las principales líneas de investigación son A) La aplicación y
supervisión de penas comunitarias; B) Los antecedentes penales y obstáculos
a la reinserción; y C) La violencia de género. Para más información:
http://www.upf.edu/criminologia/es/ "

Por lo que se refiere a las denuncias, este estudio


incluyó, a partir de los datos del Ministerio del Interior,
información sobre los delitos correspondiente a la mayor
parte de España, excluidos, como desgraciadamente suele
ser frecuente en muchas estadísticas sobre la criminalidad,
Cataluña, País Vasco, y Navarra. Sus resultados
principales se recogen en el cuadro 9.2 que sigue:
CUADRO 9.2. Tasas de delitos en España (no se incluyen las faltas), antes y
durante la crisis económica

Delitos % de cambio
% de cambio
seleccionados: tasa (disminución/aumento)
(disminución/aumento)
promedio del durante el período 2005-
durante el período 2008-2010,
periodo 2005-2010 2007, antes de la crisis a partir de la crisis económica
económica
Conjunto de los
delitos violentos
6,67% -1,12%
(por 1.000
habitantes): 2,58
Homicidio (por
-13,24% -14,18%
100.000 h.): 2,55
Violencia doméstica
(por 100.000 h.): 12,59% 0,61%
1,54
Mujeres asesinadas
por sus parejas (por
20% -2,63%
cada 100.000
adultos): 0,34
Conjunto de los
delitos contra la
-4,55% -9,47%
propiedad (por
1.000 h.): 16,51
Hurto (por 1.000
-3,6% -9,09%
h.): 10,58
Robo con violencia
-12,56% -16,57%
(por 1.000 h.): 1,72
Tirones de bolsos
-13,04% -5,41%
(por 1.000 h.): 0,39
Robos en casas (por
-5,68% 6,47%
1.000 h.): 3,58

Robos de coches
-24,59% -37,99%
(por 1.000 h.): 2,54
Blanqueo de
capitales (por 12,67% 65,18%
1.000.000 h.): 2,65

Fuente: elaboración propia a partir de Rodríguez y Larrauri (2012)


En el cuadro 9.2 pueden constatarse tres hechos
fundamentales. El primero, que más de la mitad de los
delitos analizados habría experimentado una evolución a
la baja, tanto durante el periodo previo a la crisis
económica como durante el periodo posterior a su inicio,
incluyendo homicidios, hurtos, robos violentos, tirones de
bolsos, y robos de vehículos. El segundo, que por encima
de la mitad de los delitos evaluados habría tendido a
disminuir más aceleradamente, o a no incrementarse
tanto, durante el trienio de recesión económica que con
anterioridad a ella, en concreto homicidios, violencia
doméstica, asesinatos de pareja, hurtos, robos violentos, y
robos de coches. Por último, que algunos delitos, como
robos en casas, tirones de bolsos y blanqueo de capitales,
habrían aumentado en mayor grado durante el período de
crisis económica.
Rodríguez y Larrauri (2012) consideran como posibles
hipótesis explicativas de los anteriores datos, las
siguientes:
– La disminución que se observa de diversos delitos
comunes (tanto antes como después de la crisis) podría
guardar relación, en primer término, con la tendencia a
la baja de la delincuencia que ya venía arrastrándose
desde principios de la década de los dos mil (algo que
evidencian los datos españoles, especialmente a partir
de 2002, y que se encuadra en un marco internacional
más global, de decremento delictivo, tanto en Europa
como en EEUU – Rosenfeld y Messner, 2009). Dada
esta tendencia decreciente, la situación de crisis
económica no habría derivado en un incremento
delictivo generalizado debido esencialmente al estado
de bienestar existente en España, que habría
continuado todavía protegiendo, a pesar de la crisis, a
ciudadanos y familias, mediante servicios tan
importante como la educación y la sanidad universales
y gratuitas para todos, y las prestaciones por
desempleo. Otra hipótesis plausible para explicar la
reducción/no-aumento de los delitos sería el que
muchos jóvenes varones extranjeros, que habían
venido a España en años anteriores, habrían
comenzado a abandonar el país desde el inicio de la
crisis económica (según parecen confirmar los datos
de población). Las investigaciones criminológicas
muestran que, en general, existe una relación
significativa entre la proporción de varones jóvenes en
un territorio (particularmente si estos jóvenes tienen
dificultades socioeconómicas, de empleo, etc.) y las
mayores tasas delictivas.
– Por el contrario, el drástico aumento de los delitos
conocidos de blanqueo de capitales podría guardar
relación con la mayor presión policial ejercida,
durante los últimos años, a partir de la crisis
económica, sobre esta forma de delincuencia de cuello
blanco, especialmente dañina para las finanzas del
país.
Otro dato relevante, aportado por Rodríguez y Larrauri
(2012), es que durante la crisis económica la percepción
de inseguridad ciudadana, en relación con la delincuencia,
también habría disminuido, en contraste con la
preocupación generada por otros problemas sociales
derivados de la propia crisis económica (véase también
capítulo 4).

9.5.7. Dificultades de la investigación sobre


carencias económicas y delito
Vold, Bernad y Snipes (2002) y Bernard et al. (2010)
señalan algunos problemas importantes en las
investigaciones sobre delincuencia y condiciones
económicas, que podrían lugar a algunos de los resultados
contradictorios que se han señalado:
1. La pobreza (y, en ciertos sentidos, el desempleo) sería
en parte una condición subjetiva, en función de lo que
poseen los otros. Lo que una persona puede considerar
pobreza (en un contexto de abundancia), otros pueden
valorarlo como un estado confortable (en un contexto de
privaciones). Tal subjetividad o relatividad ha conducido
a que se hayan tomado muy distintas medidas de pobreza,
en diferentes estudios, y, probablemente, a resultados
confusos y a veces opuestos.
2. Existen dos asunciones teóricas contradictorias: una,
que a mayor pobreza en una sociedad más delincuencia
(ya que aumentaría la motivación delictiva); otra, la
opuesta, que a mayor riqueza más delincuencia (ya que
aumentarían las oportunidades para el delito). De acuerdo
con los resultados de diversas investigaciones,
probablemente ambas asunciones obtienen apoyo
empírico, pero en distintos momentos temporales. Es muy
posible que el desempleo acabe aumentando la
motivación delictiva, pero solo a medio plazo, ya que, en
un primer periodo temporal, la persona que acaba de
perder su empleo podría contar con sus propios ahorros, o
bien con el apoyo familiar necesarios, para hacer frente a
la situación. El problema vendría pasado un tiempo, si el
desempleo se prolonga. Pero también es muy probable
que las mejores condiciones económicas incrementen, de
una manera bastante inmediata, las oportunidades para
cometer delitos, al proveer una mayor cantidad de
propiedades y objetivos atractivos. Ello podría producir
un aumento rápido de las tasas delictivas. En general, lo
anterior sería cierto para la delincuencia económica y no
tanto para los delitos violentos, excepto en aquéllos que,
como en el robo con violencia, se implican aspectos
económicos.
A este respecto, Kirkcaldy y Brown (2000) analizaron,
en un estudio transnacional sobre 37 países, la relación
existente entre varios indicadores socioeconómicos y sus
tasas de criminalidad. Para este estudio se tomaron datos
de diversas bases que recogían información sobre alguno
de estos aspectos en relación con los años 1994, 1995 o
1997. De los factores socioeconómicos medidos, se
asociaron a mayores tasas delictivas, paradójicamente,
diversos indicadores de bienestar tales como el mayor el
producto interior bruto, el mayor índice de desarrollo, y el
menor tamaño familiar. La explicación de los autores para
este resultado inesperado es la siguiente:
“Paradójicamente, muchos cambios sociales que son
percibidos como progreso pueden ir seguidos de un
aumento en la incidencia del delito, bajo la siguiente
lógica: el progreso económico que produce mayor
bienestar aumenta las oportunidades para el delito al
proveer más bienes que pueden ser sustraídos y mayores
posibilidades de fraude. A la vez, la mayor libertad
individual puede tener efectos semejantes, ya que se
reducen los precedentes constreñimientos de conducta. Es
cambio la delincuencia suele ser menor en sociedades
económicamente menos desarrolladas y más sujetas a
restricciones de conducta de índole religiosa u otra” (p.
122).
3. En las investigaciones es más probable encontrar
vinculación entre desempleo y aumento de la
delincuencia, cuando se analizan unidades pequeñas
(como un barrio), que cuando se valoran grandes
contextos (un país). Tal conclusión requeriría atención en
la investigación futura, que permitiera delimitar en qué
niveles y tamaños de las unidades sociales el desempleo
resulta criminogénicamente relevante.
4. Además, los patrones de relación desempleo-
delincuencia pueden ser complejos y variados. Por
ejemplo, el aumento del desempleo en un barrio puede
fácilmente asociarse a una mayor oferta de trabajos
ilegales, particularmente en el terreno de la venta de
drogas. Estos ‘trabajos ilícitos’ serían recompensados por
una alta rentabilidad económica, lo que aumentaría la
motivación para que más jóvenes adoptaran opciones
delictivas. Además, su interés temprano en la
delincuencia, y su encarcelamiento precoz, podrían limitar
sus oportunidades futuras de acceso a trabajos legales.
(En contraste, los jóvenes que dispusieran de
oportunidades tempranas para un trabajo legítimo se
verían expuestos a muchas menos oportunidades
delictivas.) A más largo plazo, la concentración en ciertos
barrios de jóvenes legalmente desempleados, pero con
‘trabajos ilegales’, promoverían una autopercepción
alienada, de contagio delictivo, e imbuida de definiciones
y actitudes de menosprecio del trabajo legal, poco
remunerado, y a una opción preferente por el uso de la
violencia como estrategia de resolución de conflictos.
5. Añade todavía mayor complejidad al análisis de la
investigación sobre condiciones económicas y
delincuencia, el hecho de que en los barrios con peores
condiciones económicas suelen concitarse múltiples
factores de riesgo: pobreza, desempleo, altas tasas de
familias monoparentales, alta densidad poblacional,
viviendas en mal estado, menor oferta escolar y de
servicios sociales, permanente movilidad poblacional (la
característica principal de las Áreas de transición, en el
modelo de áreas concéntricas de la Escuela de Chicago), y
concentración de minorías raciales. Todos estos elementos
correlacionan con la delincuencia, por lo que es muy
difícil determinar cuál o cuáles de ellos son los causantes
en cada caso de las mayores tasas delictivas, o —más
difícil todavía— qué secuencias causales de unos y otros
factores entre sí pueden precipitar o amortiguar el
aumento delictivo. En un análisis combinado de muchos
de los anteriores factores, Land, McCall y Cohen (1990)
encontraron en EEUU, para los años 1960, 1970 y 1980,
una fuerte asociación entre un clúster o conjunto de
factores que denominaron “privación de
recursos/afluencia” (en que se incluían medidas de
pobreza y desigualdad, proporción de población negra y
porcentaje de niños que no vivían con ambos
progenitores) y las mayores tasas de homicidio,
detectándose también una tendencia a que el efecto se
incrementase con el transcurso del tiempo.
6. El último de los problemas de interpretación,
apuntado por Vold et al. (2002), se refiere a la frecuente
dificultad para diferenciar entre el concepto de ‘pobreza’
(carencia de un nivel mínimo de bienes materiales para
vivir dignamente) y el de ‘desigualdad económica’ (que
implica una comparación entre el nivel material de los que
tienen más, en una sociedad, y otros grupos sociales). Uno
de los resultados mejor establecidos en la investigación
criminológica es la asociación entre desigualdad
económica y tasas de homicidio (p. e., LaFree, 1999;
Matthew y Bankston, 1999).

9.6. PERSPECTIVAS FEMINISTAS


Los movimientos feministas han dado lugar, durante las
últimas décadas del siglo XX, a un replanteamiento del
papel de las mujeres en los distintos sectores de la vida
social. Esta movilización femenina también llegó,
especialmente en Estados Unidos, al ámbito de la
reflexión criminológica, especialmente a partir de las
publicaciones pioneras sobre feminismo y delincuencia, a
mediados de la década de los setenta, a cargo de Freda
Adler, Rita Simon y Carol Smart (Lilly et al., 2007), y del
impactante libro escrito por Susan Browmiller titulado
“Contra nuestra voluntad” (1975), donde analizaba las
violaciones de las mujeres en clave de estrategia de
control del patriarcado. A partir de entonces fueron
surgiendo con fuerza creciente las perspectivas feministas
de la delincuencia y de la justicia (Chesney-Lind y Faith,
2000; Daly y Maher, 1998; Larrauri, 1994, 2007a;
Larrauri y Varona, 1995; Miller, 1998). En realidad, no
existe una única teoría feminista en Criminología, sino
diferentes planteamientos que son denominados, en
función de su propia orientación teórica, como feminismo
liberal, feminismo radical, feminismo marxista,
feminismo socialista, y feminismo postmoderno
(Chesney-Lind y Faith, 2000; Simpson, 1989; Tibbetts,
2012).
El conjunto de las perspectivas feministas comparte una
visión crítica de las teorías criminológicas al uso, a las
que se considera eminentemente androcéntricas (Daly y
Chesney-Lind, 1988; Chesney-Lind y Shelden, 1998), ya
que se basarían exclusivamente en la experiencia
masculina y en la interpretación que los hombres han
hecho del mundo social (Tibbetts, 2012; Vold et al.,
2002), “sin tomar en consideración la experiencia de las
mujeres, tanto en su condición de actoras del delito como
en la de víctimas (…)” (Simpson, 1989: 605). Además,
según este enfoque, las teorías criminológicas habrían
sido construidas prescindiendo de una de las realidades
más evidentes de la organización social: la estratificación
sexual que, sin embargo, sería tanto o más influyente en la
definición de la estructura social que las propias clases
sociales (Chesney-Lind, 1989). Así pues, desde estos
planteamientos criminológicos, el género no debería ser
considerado una variable más (del mismo nivel que la
educación, la familia, la inteligencia, etc.) a la hora de
estudiar la delincuencia (Chesney-Lind y Shelden, 1998).
Más allá de ello, el género constituye un factor
estructural, que divide la vida social en dos maneras
distintas de afrontarla e interpretarla: la de las mujeres y
la de los hombres.
Las perspectivas feministas supusieron tanto una nueva
visión sobre la organización social, que esencialmente se
consideraba estructurada a partir de la división entre
hombres y mujeres, como un movimiento social dirigido a
mejorar la situación de las mujeres (Lilly et al., 2007;
Simpson, 1989). En Criminología, sus ámbitos principales
de estudio han sido la delincuencia femenina, la
victimización de las mujeres, y el análisis del
funcionamiento del sistema de justicia en relación con el
género. Desde esta orientación, la delincuencia de las
mujeres solo podría ser adecuadamente comprendida si se
toman en consideración la vida, los problemas, los
intereses y las expectativas de las jóvenes en nuestra
sociedad. Se considera que muchos de los impedimentos
y preocupaciones a que se enfrentan las chicas tendrían
que ver con las dificultades económicas que se derivan de
su discriminación por su condición sexual. De igual
modo, los análisis del funcionamiento de los sistemas de
control social (policía, tribunales y prisiones) no deberían
ignorar el análisis de todos aquellos mecanismos
encaminados a perpetuar la marginación femenina en la
estructura social (Chesney-Lind, 1989). Tanto las teorías
feministas como las perspectivas ‘postmodernas’ han
cuestionado las narrativas o relatos profesionales (en
procesos, sentencias, etc.) de la justicia, señalando que, en
ese contexto, ‘la verdad’ no sería sino una opinión más,
entre otras posibles, que tendería a beneficiar a unos a
expensas de otros (Wonders, 1998).
Según Simpson (1989) y Chesney-Lind y Shelden
(1998) las principales perspectivas feministas en
Criminología serían las siguientes:
1. El feminismo liberal, que reconoce la existencia de
desigualdades entre mujeres y hombres en las diferentes
esferas de la vida social (educación, trabajo, política, etc.),
pero considera que mujeres y hombres pueden y deben
trabajar conjuntamente para erradicar tales
discriminaciones.
2. El feminismo marxista, cuyo punto de partida es la
existencia de una discriminación estructural de las
mujeres como resultado de la combinación de la
dominación de clase (propia de las sociedades
capitalistas) y la supremacía patriarcal de los hombres
dentro de todas y cada una de las clases sociales. Su
principal propuesta es que la discriminación que sufren
las mujeres, que es un reflejo más de la organización del
poder y de los privilegios en las sociedades capitalistas,
solo puede ser resuelta mediante la estructuración de un
sistema social diferente que elimine tanto la
estratificación por clases sociales como por sexos (Lynch,
Michalowski y Groves, 2000).
3. El feminismo radical, que considera que en el origen
de la subordinación de las mujeres, propia de las
sociedades patriarcales, se halla la agresión de los
hombres en su intento de controlar la sexualidad femenina
(Siegel, 2010). Los hombres, que son por naturaleza más
agresivos, someten a las mujeres a lo largo de todo el
proceso de crianza, preparándolas para su más fácil
control y dominación. Se han interesado prioritariamente
por los delitos contra las mujeres cometidos por los
hombres: las agresiones sexuales, los malos tratos en la
pareja, o el acoso sexual en el trabajo. Frente a un
problema social que perjudica a las mujeres, por ejemplo
la prostitución, han sugerido soluciones nuevas: en vez de
castigar exclusivamente a la prostituta y al proxeneta que
vive de sus ingresos, criminalizar también a los clientes
que solicitan sus servicios (Høigård y Finstad, 1992).
(Algo que realmente ha sucedido en muchas ciudades
españolas, en donde las ordenanzas municipales han
prohibido el ejercicio público de la prostitución y
establecido severas multas para prostitutas y clientes —
Villacampa y Torres, en preparación).
En el plano metodológico, las perspectivas feministas
han planteado, en general, la necesidad de incorporar,
para el estudio criminológico, metodologías subjetivas,
interdisciplinarias e históricas, más allá del exclusivo
empleo de métodos cuantitativos (Simpson, 1989;
Tibbetts, 2012).
También han aparecido perspectivas teóricas que
combinan los planteamientos del feminismo y de la teoría
de la asociación diferencial (o aprendizaje social)
(Echeburúa y Redondo, 2010; Rodríguez-Franco, Antuña-
Bellerín, López-Cepero et al., 2012). Por ejemplo,
Giordano y Rockwell (2000; también Heimer y De
Coster, 1999) han propuesto que la mejor explicación del
origen de muchas de las conductas delictivas cometidas
por las chicas es el aprendizaje de las mismas, a partir de
sus propios padres, familiares u otras personas
afectivamente vinculadas, mediante procesos de
definición, modelado y reforzamiento de conducta.
Desde las perspectivas feministas se sugirió también la
posibilidad de efectuar una inversión de la pregunta más
típica, de “¿por qué delinquen menos las mujeres?”, a la
contraria: “¿por qué delinquen más los hombres?”
(Heidensohn, 1996). Según Chesney-Lind y Faith (2000)
esta inversión del problema vendría a poner las cosas en
su sitio, al conferir, en la narrativa delictiva, ‘género’ a los
hombres (y no solo, como es tradicional, a las mujeres);
de esta forma se pondría de relieve que lo que debería ser
considerado “anormal” y requeriría una explicación
suplementaria sería, no la menor proporción delictiva de
las mujeres, sino la muy superior tasa de delincuencia de
los hombres.
La reflexión feminista más reciente ha moderado sus
primeros planteamientos, más intolerantes, y venido a
considerar que a la hora de comprender, explicar y
prevenir los fenómenos delictivos debe atenderse a
diversos factores, y no solo al factor género (Lilly et al.,
2007). Así, Sandra Walklate (2011) valora que, aunque el
género puede aportar algunas claves acerca del problema
delictivo, sería un error pensar que podrá aportar todas las
respuestas al respecto.
Incluso, más recientemente, Anne Campbell (1999;
Walsh, 2012) ha desarrollado una teoría feminista desde
la perspectiva evolucionista diferencial de hombres y
mujeres, que ha denominado hipótesis sobre la necesidad
de mantenerse vivas (“Staying Alive Hypothesis”). Según
esta autora, los patrones diferenciales de agresión y
dominación de varones y mujeres serían primariamente el
resultado de los procesos de selección natural, que
habrían tenido lugar en épocas ancestrales. Sin embargo,
las mayores propensiones agresivas y de dominación de
los varones, y las menores de las mujeres, no tendrían
tanto que ver directamente con el sexo en sí (ya que en
otras especies, por ejemplo de pájaros, la situación es la
contraria), como con la inversión parental diferencial que
mujeres y varones “deben” realizar naturalmente por lo
que se refiere al cuidado de la propia prole, para asegurar
su supervivencia (y, finalmente, poder trasmitir, a través
de los hijos, la propia genética). En un contexto ancestral,
la supervivencia de los hijos habría tenido, a todas luces,
una muy superior dependencia directa de las madres que
de los varones progenitores. De ahí que cualesquiera
comportamientos y situaciones que, como las
interacciones agresivas y violentas desarrolladas en mayor
grado por los varones, pusieran en riesgo la supervivencia
de las mujeres, comprometerían así mismo la
supervivencia de los hijos pequeños.
Según lo anterior, sobre las mujeres se habría ejercicio
una superior presión evolutiva (frente a los hombres), en
dirección a la evitación de situaciones y comportamientos
de riesgo (incluidos los correspondientes correlatos
emocionales de miedo a tales situaciones), entre los que
serían muy relevantes las conductas de violencia y
dominación que acostumbran a desarrollar los varones.
Por supuesto que las mujeres también habrían competido
(generalmente con otras mujeres) por los recursos
disponibles en el ambiente, pudiendo emplear para ello
infracciones y delitos. Pero incluso en estos casos, sus
delitos tenderían a mostrar una clara finalidad
instrumental, que evitaría en el mayor grado posible el
riesgo de lesión física. Las mujeres pueden conducirse
agresivamente y robar. Pero, frente a lo que es más
habitual en los hombres, raras veces realizarían ambos
comportamientos en combinación.

9.7. CRIMINOLOGÍA APLICADA Y


REALISMO CRÍTICO
Los análisis y planteamientos de las criminologías
críticas apenas tuvieron traslación en aplicaciones
concretas de las políticas criminales de los estados
desarrollados (prevención y control policial de los delitos,
prisiones, justicia juvenil…), requeridas de la gestión del
día a día (Lilly et al., 2007).
Frente a ello, la investigación tecnocrática y oficialista
siguió, lógicamente, su rumbo. La evolución del estado
del bienestar necesitaba, no solo juicios críticos y
orientaciones utópicas sobre el control social, sino
también conocimientos aplicados susceptibles de mejorar
su funcionamiento. Se crearon y desarrollaron nuevos
modelos de actuación policial, sistemas de vigilancia
postpenitenciaria y de tutela de menores, terapias para
drogadictos, delincuentes sexuales, etc., y, ante todo, un
gran número de nuevas prisiones. Para ello, se requirieron
múltiples análisis e investigaciones, ya que muchos
gestores políticos de países europeos y americanos
prefirieron no gastar el dinero alegremente, sin antes
realizar estudios sobre gastos y eficacia de las nuevas
alternativas, y sobre la mejor forma de gestionarlas. Si se
echan cuentas, lo más caro realmente que puede hacerse
con la delincuencia es construir más cárceles y aumentar
la población reclusa, con decenas de miles de
encarcelados que deben ser mantenidos día a día en las
prisiones durante periodos considerables de sus vidas. Las
alternativas a la cárcel requirieron nuevos equipos
técnicos de investigación y gestión, y el desarrollo
paulatino de estas nuevas actividades.
En el Reino Unido y en el Norte de Europa, la
criminología “institucional” inició otra tarea importante, a
finales de los años setenta: la puesta en marcha de
proyectos de prevención de la delincuencia. Esos fueron,
por ejemplo, algunos de los programas estrella de la
Home Office Research Unit, en Inglaterra. También se
desarrollaron proyectos relevantes por parte del
Brottsförebyggande rådet -Brå sueco (Consejo Nacional
para la Prevención de la Criminalidad), bajo la iniciativa
del Bundeskriminalamt alemán (Oficina de la Policía
Federal), y a partir de distintas unidades ministeriales de
Holanda y Bélgica (Clarke, 1992, 1993, 1994).
Mientras la criminología “tecnocrática” de los años
sesenta se sustentaba principalmente en teorías sobre la
personalidad del delincuente, la correspondiente a décadas
posteriores utilizaba más bien teorías sobre el control
social. Se acerca en mayor grado a la postura neoclásica,
interpretando la delincuencia no como producto de una
enfermedad o de una aberración individual, sino como
resultado del ejercicio del libre albedrío en situaciones
concretas, o de una elección racional ante una oportunidad
favorable para el delito (Clarke, 1994; Ruidíaz, 1997).
Aun sí muchos proyecto carecieron con frecuencia de
un marco teórico explícito. Partieron de problemas
concretos, como, por ejemplo, la necesidad de reducir el
vandalismo en autobuses o cabinas telefónicas, mejorar la
seguridad ciudadana en mercados al aire libre, o prevenir
atracos a bancos. Muchas de estas experiencias resultaron
parcialmente efectivas para resolver los problemas
abordados, y, en algunos casos, incluso dieron lugar a
nuevos modelos conceptuales. Por ejemplo, algunas
teorías criminológicas ambientalistas (Brantingham y
Brantingham, 1991), situacionales (Felson, 1994), y
también la teoría denominada de las “ventanas rotas”
(Wilson, 1988; Skogan, 1990), nacieron a partir de
investigaciones muy sencillas que tenían usualmente
finalidades aplicadas.
España, por su parte, carece de una tradición
tecnocrática similar a la de otros países europeos, dirigida
a preparar con tiempo, y sobre una base empírica, las
reformas legales (Silva Sánchez, 2000). Las
modificaciones de las leyes se hacen a menudo de forma
precipitada, bajo una repentina y urgente presión
mediática o política (García Arán y Peres-Neto, 2008), y
su elaboración suele correr a cargo de un pequeño grupo
de personas de confianza del ministerio o ministro
correspondientes. En pocas ocasiones se realizan estudios
previos o se da publicidad suficiente a los anteproyectos
de ley en curso (Tamarit Sumalla, 2007). De este modo, el
debate público al respecto, acostumbra a producirse
después de que se aprueba una nueva norma y no, como
debería ser, antes de su promulgación. Con este proceder
impetuoso, no debe sorprender que, con frecuencia, las
reformas legales fracasen de inmediato, o que las nuevas
leyes resulten de difícil o imposible aplicación, o que, con
bastante asiduidad, se emprendan sustanciales cambios
legales, de signo contrario, al poco tiempo de haberse
aprobado una nueva norma (sirva como ejemplo de ello el
Código penal de 1995, que desde su aprobación ha venido
experimentando múltiples reformas; Díez Ripollés, 2004,
2013; Queralt Jiménez, 2008). Del mismo modo que no se
efectúan previsiones sosegadas del posible impacto que
tendrían las leyes, tampoco suelen realizarse evaluaciones
posteriores, para comprobar si las nuevas normas logran
sus teóricos objetivos.
A resultas de las dificultades de aplicación de muchos
de los planteamientos criminológicos críticos, a partir de
la década de los ochenta, desde dentro de la propia
criminología crítica, se inició una reflexión renovada que
comenzó a tomar conciencia de las necesidades prácticas
de las políticas criminales (Lilly et al., 2007). En 1984 J.
Lea y J. Young, este último coautor de La nueva
criminología (1973) —la obra que dio cuerpo a la
Criminología crítica—, publicaron un libro con el título
What’s to be done about Law and Order (Lea y Young,
1984; ver también una declaración de principios del
realismo crítico de izquierdas en Matthews y Young,
1992). En este y otros trabajos posteriores, se intentaba
dar respuesta al movimiento político-criminal derechista
que estaba teniendo lugar en Inglaterra, y, concretamente,
a aquellos políticos más conservadores que preconizaban,
como solución fundamental del problema criminal, el
incremento del número de policías y la construcción de
más cárceles (Siegel, 2010). Lea y Young partían, en su
argumentación, del reconocimiento de la delincuencia
común como un problema social grave, y de la
constatación de que la gran mayoría de las víctimas de los
delitos cotidianos correspondían, al igual que los
delincuentes que los llevaban a cabo, a la clase obrera y a
los estratos sociales más humildes y marginales
(Carradine, Iganski, Lee et al., 2004). En función de ello,
una política de solidaridad con los grupos más oprimidos
de la sociedad capitalista no podía olvidarse de las
víctimas de la delincuencia, que mayoritariamente
pertenecían a esos mismos grupos dominados. Young
(1997) consideró que un análisis completo del problema
criminal requeriría atender a los cuatro vértices de lo que
denominó el ‘cuadrado’ del delito: el estado (con su
sistema político y sus instituciones de justicia), la
sociedad como un todo (instituciones sociales, opinión
pública, etc.), los delincuentes, y las víctimas (tanto
individuales como colectivas).
La criminología realista buscó también, al igual que
había hecho ya el neoclasicismo, soluciones concretas a la
delincuencia, y reconoció la necesidad de una policía al
servicio de la comunidad, democráticamente controlada,
que procurara la adecuada protección frente a los delitos
más graves (Carradine, Iganski, Lee et al., 2004). Sin
embargo, también se era consciente de que muchas de las
medidas dirigidas a controlar la delincuencia acostumbran
a tener otros efectos colaterales indeseables,
particularmente en forma de limitaciones e
incomodidades para la libertad individual y para la vida
social (amenazas a la libertad y la privacidad personales,
controles intrusivos en aeropuertos y otros transportes,
expansión de las infracciones y sanciones en el mundo
urbano, etc. – Bernuz Beneitez y Pérez Cepeda, 2006;
Redondo, 2009). Por ello, los criminólogos realistas
advirtieron también acerca de los riesgos del posible
establecimiento de estados cada vez más policiales.
En su vertiente más “conservadora”, la criminología
realista quizás adoleció de grandes conceptualizaciones
teóricas, ya que sus planteamientos fueron esencialmente
pragmáticos. Las estrategias que redujeran la delincuencia
sin generalizar la represión social serían las más
adecuadas para la sociedad. Habría que identificar
medidas de protección eficaces para ciudadanos y
comercios, sugerir mejoras en la actuación policial, y
promover reformas legales que agilizasen los procesos
judiciales. Para la prevención de los delitos, también
debería extremarse el control de armas, favorecer el
diseño de zonas residenciales más seguras, instaurar
sistemas de fiscalización que disminuyeran las
posibilidades de fraude, y concebir nuevas formas de
venta y transacción económica que limitasen las
oportunidades para los robos.
Según ello, la criminología realista, que había tenido en
su origen un planteamiento crítico, incorporó pronto otras
perspectivas pragmáticas interrelacionadas, como las
derivadas de las teorías de la oportunidad (Gottfredson y
Hirschi, 1990; van Dijk, 1994), de los modelos
situacionales (LaFree y Birkbeck, 1991), de la teoría de
las actividades rutinarias (Felson, 1994), y de la
criminología ecológica o ambiental (Brantingham y
Brantingham, 1994). Todos estos planteamientos
constituyen pilares importantes de la criminología realista
actual, en la medida en que sus indicaciones para
controlar la delincuencia se dirigen a la realización de
reformas posibilistas que, precisamente por eso, se
pueden llevar a la práctica. En conjunto esta criminología
se interesó más por el delito que por el delincuente. Se
trataría, por tanto, de detectar aquellas situaciones que
facilitan el delito, más que de identificar a personas
dispuestas a delinquir.
Este nuevo planteamiento criminológico, de cariz
realista, heredó de la criminología crítica (en su vertiente
más “progresista”), el interés por el análisis de los
sistemas de control social, y la convicción de que las
actuaciones de dichos sistemas pueden, en paralelo a
reprimir la delincuencia, también fomentarla. Es decir, los
fenómenos infractores se conciben, de forma semejante a
las interpretaciones efectuadas por el interaccionismo
simbólico o labeling, como resultado de la interrelación
entre quienes establecen y aplican las normas y quienes
las incumplen. De ahí que resulte imprescindible estudiar
ambas partes de esta ecuación para poder comprender
adecuadamente los procesos delictivos y de control del
delito.
De la criminología clásica (o de la elección racional)
recogió algunos de sus conceptos básicos sobre la
delincuencia. Aunque se admite que muchos hechos
delictivos son actos bastante impulsivos, con muy escasa
premeditación, algunos delitos constituirían, según este
enfoque, decisiones esencialmente racionales, basadas en
el libre albedrío. Así, el objetivo fundamental del delito
suele ser la obtención de ventajas personales de forma
rápida, sin preocuparse de las repercusiones negativas
ocasionadas a otras partes. La política clásica propondría
el establecimiento de un sistema de obstáculos y
sanciones, dirigidos a contrarrestar la tentación de
cometer delitos. La criminología realista coincidiría en
este punto con la escuela neoclásica, que plantea instaurar
un mecanismo de “respuesta justa” (just desert) en
proporción al daño social causado por el delito (von
Hirsch, 1976; Cornish y Clarke, 1986).
Por último, de la criminología positivista se recibió una
firme convicción metodológica y empírica, bajo la
consideración de que sean cuales fueren los objetos
considerados para el estudio criminológico (delitos,
delincuentes, víctimas, o controles sociales), la
investigación criminológica debe emplear métodos
sistemáticos de recogida y análisis de la información
(tanto cuantitativos como cualitativos), de manera
semejante a las restantes ciencias sociales y naturales.
En la actualidad, gran parte de las criminologías europea
y norteamericana podrían calificarse como criminologías
realistas y críticas, teniendo las siguientes características
principales (Van Swaaningen, citado en Cid y Larrauri,
2002): un interés preferente por los problemas
criminológicos concretos, para cuyo análisis se recurre a
distintas teorías, de entre las disponibles en criminología;
reflexión y análisis crítico del derecho penal,
particularmente por lo que se refiere a su uso intensivo
por parte de las sociedades y los gobiernos (a lo que
algunos penalistas denominaron derecho penal del
enemigo; véase Muñoz Conde, 2008); y análisis de
nuevas formas y experiencias de posibles sanciones de
cariz comunitario, tales como la mediación, la reparación,
etc. Además, la criminología crítica realista se sigue
caracterizando en la actualidad, como la criminología
crítica se caracterizó en el pasado, por un cierto
compromiso político con los grupos y sectores más
débiles y desvalidos de la sociedad.
En los últimos años, una de las aportaciones más
destacadas a una reflexión criminológica crítico-realista
ha sido la obra de David Garland (2005; primera edición
en inglés de 2002) titulada La cultura del control (véase
también Garland, 2007). Se trata de una aproximación
socio-histórica al control social, en la que Garland repasa
los grandes factores y planteamientos sociales,
económicos, culturales, penales y criminológicos, que han
ido conduciendo el devenir de las políticas criminales
(especialmente en EEUU y Gran Bretaña), desde la
modernidad hasta nuestros días. La obra de Garland es
compleja y comprensiva, y, por ello, difícil de resumir en
unas pocas líneas. Uno de sus argumentos centrales es la
actual dominancia del ‘populismo punitivo’ como base de
las políticas criminales, a partir de un entramado de
factores como la prioridad de las necesidades y deseos de
las víctimas, la globalización de las comunicaciones, que
permite irradiar de modo inmediato y amplificado la
información sobre la violencia y la delincuencia, el
aumento del miedo al delito, el declive del ideal de
rehabilitación de los delincuentes, el tono altamente
emocional de las demandas de punición, la idea de la
protección pública como prioridad de las políticas
criminales, la privatización creciente del control del
delito, etc. En todo caso, el análisis de Garland resulta
estimulante para la reflexión criminológica en la
actualidad, y puede ayudar a comprender mejor la gran
complejidad de interacciones entre factores que han
conducido a la vigente situación de populismo punitivista
(Matthews, 2005; Young, 2003). Otros trabajos
internacionales reseñables a este respecto son Las
cárceles de la miseria, de Loïc Wacquant (2000), y
Castigo y civilización, de John Pratt (2006).
Por lo que se refiere al contexto español y
latinoamericano, obras que incluyen análisis que podrían
ser considerados crítico-realistas, serían las siguientes: La
expansión del Derecho Penal (Silva Sánchez, 2006), La
política criminal en la encrucijada (Díez Ripollés, 2007),
Criminología crítica y violencia de género (Larrauri,
2007a), Adonde va el Derecho Penal (Quintero Olivares,
2004), Política criminal y reforma penal (Mir, Corcoy, y
Gómez Martín, 2007), Mitologías y discursos sobre el
castigo (Rivera Beiras, 2004), Violencia y sistema penal
(Bergalli, Rivera y Bombini, 2008), Procesos de
infracción de normas y de reacción a la infracción de
normas: dos tradiciones criminológicas (Serrano Maíllo y
Guzman Dálbora, 2008), Entre la educación y el castigo
(Fernández Molina, 2008), Género, violencia y derecho
(Laurenzo, Maqueda y Rubio, 2008), Violencia de género
y sistema de justicia penal (Villacampa, 2008a), Malas
noticias. Medios de comunicación, política criminal y
garantías penales en España (García Arán, Botella,
Rebollo et al., 2008), y La elección del castigo (Cid
Moliné, 2009). Un texto que decididamente adopta
también una perspectiva crítico-realista es el libro In-
tolerancia cero (Redondo, 2009). En él se compilan
múltiples ejemplos actuales de la espiral de control y
punición que recorre todos los estamentos y contextos
sociales, desde las escuelas y la educación, a las calles y
barrios de las ciudades, los transportes, o las normas
penales. Frente a ello, se plantea la necesidad de políticas
criminales y de control más civilizadas y prudentes, que
no expandan geométricamente la intolerancia social y la
punición. En el “Diálogo sobre una nueva ciencia:
criminología”, que cierra, a modo de conclusiones, este
libro, sus personajes resumen de la siguiente forma la
tesis principal de la obra (p. 199):
Sagredo. Yo que expuse inicialmente el dilema querría proponeros
también un compromiso sobre su solución, atendido todo lo aquí leído
y oído. Mi propuesta es que en los estados democráticos modernos el
planteamiento más comprensivo, racional y avanzado para el control
de la delincuencia debería congeniar ambos sistemas, socializador y
punitivo.
Salviati. Solo le pongo una condición a tu proposición de concierto,
y es que para que el sistema socializador y el punitivo puedan avenirse
y congeniar, la punición no debería ser expansiva e intolerante sino
restrictiva y moderada. Solo de ese modo este consorcio socializador-
punitivo que sugieres puede cumplir el segundo criterio que habíamos
establecido de lo correcto y justo, que nunca suele resultar del actuar
inflexible y extremado, sino del hacer suave y prudente.
Simplicio. En contrapartida a lo que dices, que me parece bien, al
sistema socializador se le debería pedir también, en razón del mismo
criterio de corrección y justicia, que, atendidos los graves problemas
incursos en los delitos y en los riesgos que de ellos pueden derivarse
para los ciudadanos, se le debe pedir, digo, que no sea ingenuo y
temerario sino realista y sensato.
Hipatía. Convengo con vosotros en todo lo dicho. También yo creo
que la defensa de la seguridad pública y el uso de los conocimientos
científicos para prevenir el delito no son objetivos contradictorios,
sino necesariamente complementarios y de resultado acumulativo. El
sistema jurídico-penal de un país avanzado debería servir para, desde
la justicia y la moderación, proteger a la sociedad de los delincuentes
más violentos y peligrosos, a la vez que se aplican el mayor número
posible de programas preventivos y de tratamiento para inhibir el
delito en los jóvenes y procurar la rehabilitación social de todo tipo de
infractores.
Sagredo. Así me lo parece a mí también, a la vez que creo que de
ese modo, con una conciliación fundamentada y prudente de los
sistemas socializador y punitivo, los países avanzan en el arte del
buen gobierno de los ciudadanos.

9.8. TEORÍA DEL APOYO SOCIAL


Francis Cullen formuló en 1994 (Cullen, 1994; Cullen,
Wright y Chamlin, 1999) una teoría explicativa de la
violencia y la delincuencia, denominada teoría del apoyo
social.
El profesor Cullen ha destacado la importancia del apoyo social como
mecanismo de inclusión de las personas que han sido condenadas por haber
delinquido, así como por ser uno de los factores fundamentales que define
una cultura poco violenta.

Cullen et al. (1999) comienzan poniendo de relieve


cómo la criminología liberal y la conservadora comparten
una visión semejante: la delincuencia sería el producto de
la falta de control, o al menos de la inexistencia del
control adecuado. Ambas perspectivas (liberal y
conservadora) difieren en su consideración de cuál sería el
tipo de control apropiado: los conservadores creen que es
el Estado el que no ejerce el suficiente control, de ahí que
apelen a la política de sentido común consistente en
solicitar “mano dura”. Por el contrario, los liberales
piensan que el déficit se ubica en un funcionamiento
anómalo del sistema de control informal. Sin duda que el
control, de una forma u otra, está relacionado con la
etiología de la delincuencia. Sin embargo, Cullen
considera tales explicaciones incompletas, ya que “dejan
de lado la parte más moldeable de las relaciones
humanas” (p. 189). Y, por otro lado, en su opinión, las
teorías del control no parecen fructificar en programas
sociales que resulten viables y progresistas. ¿Por qué?
“Las teorías del control señalan que la prevención del
delito requiere hacer algo a la persona antes que por la
persona” (p. 189). El resultado son programas que pueden
ser fácilmente convertidos en estrategias represivas (en las
orientaciones más conservadoras), o bien prescripciones
vagas, y de difícil consecución, como “lograr un control
informal mayor en la comunidad” (en las teorías del
control informal). En síntesis, Cullen considera que las
propuestas de las criminologías del control son escasas e
inconcretas.
Por ello, considera que puede constituir una buena “idea
pública”, no aumentar el control de los delitos, sino
incrementar el apoyo social a los ciudadanos. Define el
apoyo social como el proceso de transmitir a los
individuos variadas formas de capital humano, cultural,
social y material. El apoyo social puede ofrecerse en las
relaciones íntimas o cercanas (familia, amigos, etc.), pero
también puede dimanar de agencias e instituciones
sociales. La tesis central de la teoría del apoyo social es
que la realización de actos antisociales se relaciona
inversamente con el apoyo social que se recibe. Esta tesis
tiene implicaciones tanto en el plano de los individuos
como en el de los contextos.

9.8.1. Delito y naturaleza humana


Las teorías del control se basarían en una concepción
hedonista del hombre, según la cual éste busca la
gratificación y huye del dolor. Ya que el delito da
‘satisfacciones’, entonces resultaría algo naturalmente
atractivo. Cullen considera que es difícil rebatir este
punto, a la vez que es importante también atender a las
constricciones —tanto las externas como las internas—
que pueden limitar el deseo de los individuos de obtener
placer de forma ilegal. El problema está, según Cullen, en
la idea implícita de que las personas son seres que solo se
motivan por la búsqueda del placer. “Esta concepción
estrecha de la naturaleza humana, si bien puede ser útil en
el plano interpretativo, nos lleva a ignorar otros procesos
que son potencialmente parte integral en la comprensión
de la naturaleza humana” (p. 191), es decir, a ignorar el
“pluralismo motivacional” de los seres humanos, que
incluye las conductas altruistas (de ayuda a los otros) y el
cambio y evolución de sus creencias a lo largo del tiempo
(algo que incide también en sus cambios de
comportamiento).
Frente a las teorías del control, la teoría del apoyo social
asume que las relaciones de apoyo, desde el mismo
nacimiento, son una parte integral del desarrollo humano.
La necesidad de dar y recibir apoyo es una potencialidad
central en la persona. Cuando este potencial se actualiza
—cuando la persona crece y se implica en relaciones de
apoyo recíproco— se reduce el riesgo de conducta
delictiva y, así mismo, de otras patologías personales.

9.8.2. Aval en la investigación


Diferentes líneas de investigación coinciden en remarcar
la importancia del apoyo social en la etiología del delito.
Por ejemplo, la investigación sobre desarrollo infantil
señala que la falta de amor y cuidado se relaciona con
muchos problemas cognitivos y emocionales en los niños,
que son precursores de trastornos variados de conducta.
Al contrario, el apoyo social se asociaría a la asunción de
estados internos —incluyendo empatía y autocontrol—
que protegen de la realización de conductas antisociales.
También se ha demostrado que el apoyo social,
proporcionado por los padres u otros cuidadores,
promueve la resistencia entre los niños de alto riesgo,
ayudándoles a desarrollarse de modo adaptado en
ambientes llenos de adversidades (Pratt y Godsey, 2002;
Wrigh y Cullen, 2001). Los programas de prevención
primaria, destinados a proporcionar un apoyo temprano a
los niños y sus familias, han tenido un éxito notable en la
prevención de la delincuencia. El apoyo social es más
efectivo cuando se presta a niños pequeños, pero también
resulta eficaz en la juventud. Dicha efectividad se vincula
no solo a la reducción de la delincuencia, sino también de
los trastornos psiquiátricos y del abuso de drogas. Así
pues, los efectos del apoyo social tienden a ser globales,
lo que es importante a la hora de buscar una teoría general
de la desviación.
Finalmente, una perspectiva de apoyo social se refuerza
por el hecho de que existe una relación inversa entre el
apoyo social que se detecta en los diferentes contextos
sociales y su nivel de delincuencia (Pratt y Godsey, 2002;
Wrigh y Cullen, 2001). Es lo que explicaría, según el
sociólogo Elliot Currie, la alta delincuencia de EEUU, y
especialmente en lo referido a los delitos violentos. De
acuerdo con este autor, las sociedades industriales con
una violencia escasa tienden a tener programas de empleo
bien desarrollados y políticas sociales que protegen a los
ciudadanos contra las inclemencias de las “fuerzas del
mercado” (Dinamarca); o, como en el caso de Japón,
poseen unas empresas privadas que cumplen esas mismas
funciones, acompañadas de una ética de obligación social
y responsabilidad mutuas. La evidencia empírica señala
que el altruismo social (definido como “la voluntad de
una comunidad para comprometerse en la distribución de
sus bienes escasos para ayudar y aliviar a sus miembros,
al margen de la beneficencia del Estado”) reduce la
delincuencia.
Pratt y Godsey (2002) realizaron un estudio sobre
cuarenta y seis países, de distintas regiones del mundo, en
los que se analizaron, a lo largo del periodo 1989-1995,
sus tasas de homicidios (en función de variable
dependiente), en relación con dos indicadores estándar de
apoyo social (en función de variable independiente): sus
índices de gastos en salud y sus ratios de gastos en
educación (tomando como base los datos publicados por
la Organización Mundial de la Salud y la División de
Estadística de Naciones Unidad). Mediante análisis de
regresión, obtuvieron una correlación inversa y
significativa (de â = -.399) entre los índices de apoyo
social evaluados (salud y educación) y las tasas de
homicidio de los diversos países. Es decir, los países con
mayores inversiones en salud y en educación (muchos de
los de Europa occidental) presentaban las menores ratios
de homicidios, y, al contrario, los estados con menores
gastos en salud y educación (algunos de América Latina)
mostraban las cifras de homicidios más altas.
“En síntesis, —dicen Cullen et al.— hay una amplia evidencia que
apoya la conclusión de que el apoyo social fomenta un desarrollo
humano saludable, protege a las familias y jóvenes en situación de
riesgo, y convierte a la comunidad en un lugar menos proclive a la
delincuencia. También hemos visto, aunque de forma más
especulativa, que esos hallazgos se sustentan en una visión del ser
humano contemplado como alguien que en el curso de su desarrollo
toma y presta apoyo social de la gente que le rodea” (pp. 194-195).

Lo anterior lleva a Cullen a concluir que en la medida


en que una sociedad desarrolle contextos donde abunde el
apoyo social, la delincuencia declinará.
Al respecto de la relación entre apoyo y bienestar social
y delincuencia, en los estudios empíricos se han
formulado dos hipótesis opuestas: la más optimista, que
los mayores gastos en bienestar social se asociarían a un
decremento de las tasas delictivas; la pesimista, que
mayores inversiones sociales en realidad producirían
efectos criminogénicos, al promover en muchos
individuos dependencia social, y, a la postre, mayor
criminalidad (Savage et al., 2008). La mayoría de
estudios han apoyado la primera de estas hipótesis
(Cebula, 1991; DeFronzo y Hannon, 1998; Grant y
Martínez, 1997; Messner y Rosenfeld, 1999; Savolainen,
2000), aunque algunos análisis también han sostenido la
segunda perspectiva (Niskanen, 1996; Rosenfeld, 1986;
Shihadeh y Ousey, 1996).
Savage et al. (2009) analizaron una variada muestra,
integrada por 52 países representativos de todas las
regiones del mundo, a partir de evaluar múltiples
indicadores comunitarios, políticos y económicos, a lo
largo del periodo 1960 a 1984. Hallaron una clara
asociación entre el mayor gasto en bienestar por capita
que realizan los países y sus menores tasas de robos y de
homicidios. A primera vista, el control del delito a partir
de la inversión en bienestar social resultó enormemente
costoso: incrementos del 10% en gastos sociales se
asociaron a reducciones modestas de los robos, de un
promedio del 2,3%, y a disminuciones del 3,3% en las
tasas de homicidios. Sin embargo, los autores matizan a
este respecto que las inversiones en bienestar social no
tienen como finalidad directa y primaria la reducción del
delito, sino que se dirigen a otras muchas finalidades
sociales positivas (mejora de la educación, salud pública,
protección contra el desempleo, etc.), que per se
justificarían dichas inversiones. Además, las anteriores
mejoras son susceptibles de beneficiar, de forma indirecta
y a largo plazo, la prevención del delito.
Complementariamente, Savage et al. (2008) también
obtuvieron algún apoyo empírico para la hipótesis más
pesimista, de que los incrementos en bienestar social
podrían favorecer la delincuencia, en lugar de reducirla.
Hallaron que, en determinados casos, la existencia de
generosos niveles de bienestar social podía haber
producido mayor dependencia social, y, en algunas
circunstancias, un aumento de las tasas delictivas.

9.8.3. Atractivo de la idea de apoyo social


Resulta claro que realizar una investigación de calidad
no es suficiente para influir sobre la política criminal. Los
políticos no consideran solo los resultados de la ciencia,
sino también si las medidas que hay que tomar tienen
sentido para la gente, es decir, si tienen puntos en común
con la percepción existente en la comunidad acerca de
“cómo funcionan las cosas”. Esto se ha podido comprobar
en las últimas décadas, cuando la idea de los
conservadores de que el delito era el resultado de una
pérdida de disciplina y responsabilidad individuales ha
llevado al desarrollo de políticas represivas (tanto por
parte de conservadores como de liberales). En EEUU tales
políticas se plasmaron en los denominados ‘campos de
disciplina’ (boot camps), en los que los jóvenes reciben
sesiones intensas de entrenamiento en la vida militar, y en
la iniciativa de “a la tercera estás fuera de circulación”
(Three strikes and you’re out) (se trata de una ley
imperante en varios estados de EEUU, según la cual el
tercer delito grave va seguido de modo automático por
una sentencia de cadena perpetua). En España y en otros
muchos países europeos y latinoamericanos, no somos
ajenos a estas políticas abiertamente represivas y de
populismo punitivo, que suelen traducirse en un
recurrente endurecimiento del código penal, en función de
la alarma pública causada por uno u otros delito (Varona,
2008a, 2008b; Vázquez González, 2006).
J. Simon emplea el concepto de “narración” para
explicar la importancia de que una idea sea aceptada en el
ámbito de la criminología. Para él, una narración
aceptable para la gente ha de incluir tres componentes:
una explicación del origen del delito, una medida de su
grado o volumen, y una propuesta acerca de su control.
Qué duda cabe que las narraciones represivas representan
explicaciones sencillas sobre la delincuencia y sobre los
remedios para atajarla.
Cullen considera que la idea del ‘apoyo social’ podría
competir con las ideas populares de los conservadores,
por dos razones. En primer lugar, debido a que la relación
del apoyo social con el delito apela al sentido común. La
importancia de contar con apoyo es consistente con la
experiencia personal de mucha gente que ha recibido
ayuda en la vida. En segundo lugar, el ‘apoyo social’
apela también a la empatía o conmiseración de las
personas corrientes, al hacerles pensar en las dificultades
que han de arrostrar los niños que viven en situaciones de
gran precariedad personal y social. Por último, muchas
personas están cansadas de un individualismo utilitarista,
irrelevante para el bien común.
Lerner (p. 146) ha escrito en su influyente libro “The
Politics of Meaning”:
“La mayoría de los ciudadanos está hambrienta de hallar un sentido
y un propósito a la vida. Sin embargo, estamos atrapados dentro de
una red de cinismo que nos hace cuestionar si en realidad existe una
meta más elevada que el propio interés y el triunfo a cualquier precio.
Vemos por doquier las consecuencias destructivas de la ética
dominante basada en el egoísmo y el materialismo…
La delincuencia se reducirá cuando la gente se sienta vinculada
entre sí. Ese vínculo… es el producto acumulativo de una sociedad
que aprueba las dimensiones espirituales y éticas de la realidad
humana, que imprime en todas sus acciones un respeto para todo ser
humano, y que fomenta y premia el reconocimiento y el cuidado de
todos los miembros de la sociedad… Nosotros, sin embargo, vivimos
en una sociedad que deshumaniza a la gente. Preocuparse por los
otros, más allá de la familia cercana y de los amigos, llega a ser una
rara excepción antes que la norma. La consecuencia es el crimen y la
violencia”.

En síntesis, la narración o las historias que muestran


cómo la falta de apoyo social daña a la gente,
especialmente a los niños, podrían competir, según
Cullen, con las narrativas de la represión, en las que los
delincuentes aparecen como seres uniformemente
violentos, como una amenaza constante a la sociedad.

9.8.4. Propuestas preventivas


Finalmente, Cullen considera que del planteamiento del
apoyo social, aquí recogido, pueden derivarse tres
propuestas importantes, susceptibles de contribuir a la
reducción de la delincuencia:

A) Intervención temprana
Quizás la piedra angular de un programa de prevención
de la delincuencia sea el fomentar las experiencias de
intervención temprana. Hay dos razones fundamentales
para ello. En primer lugar, los programas de intervención
temprana dirigidos a niños en riesgo y a sus familias, son
viables políticamente. La lógica que subyace a ello es
poderosa: no hay excusas válidas para no intervenir antes
de que el problema se consolide. En relación con la
delincuencia, la investigación muestra, de modo claro,
que hay una continuidad sustancial entre la aparición de
trastornos de conducta en la infancia y la delincuencia
posterior, especialmente en el caso de los delincuentes
reincidentes o crónicos. Iría en contra del sentido común
no procurar evitar el desarrollo de delincuentes juveniles,
cuando sabemos que surgen debido a determinadas
condiciones vividas en la niñez. En este sentido, podría
lograrse un amplio consenso, tanto entre los analistas
sociales como en la propia opinión pública, a la hora de
señalar la necesidad de proteger a los niños de las
circunstancias negativas de ambientes criminógenos.
En segundo lugar, múltiples evaluaciones empíricas han
evidenciado que los programas de intervención temprana
son eficaces en la prevención de la delincuencia y de otros
problemas sociales, y ayudan a ahorrar dinero a los
contribuyentes, frente al elevado coste de las medidas
penales de encarcelamiento prolongado (Redondo, García,
Blanco et al., 1997). Pero estos programas de
intervención temprana no deben ser la única vía de la
prevención. Si bien parecen ser los más efectivos, trabajar
con niños más allá de la primera infancia —los cinco
primeros años— es también una exigencia que se apoya
en la investigación.

B) Reafirmar el ideal de la rehabilitación de los


delincuentes
A pesar de la escasa confianza que tienen muchos
estados en dotar a las prisiones y centros juveniles de
personal y medios para la rehabilitación de los
delincuentes, lo cierto es que es la única perspectiva que
plantea algo tan sencillo como lo siguiente: invertir dinero
para ayudar a los delincuentes hará que disminuya su
reincidencia, y como consecuencia contribuirá a hacer
más segura la vida en la comunidad. Esto contrasta
claramente con la filosofía penal basada en el “no hacer
daño” —que plantea asegurar una vida digna en reclusión
sin desarrollar programas de tratamiento— y la corriente
retribucionista, que fía todo a la severidad de la condena
penal. Por otra parte, no hay que olvidar que la opinión
pública tiene sentimientos mezclados sobre cómo tratar a
los delincuentes; desea que se les castigue, pero también
que se les ayude a escapar del círculo vicioso de la
delincuencia. Apoyar el ideal de la rehabilitación puede
permitir el desarrollo de un clima social favorecedor de
nuevas y mejores estrategias para rehabilitar a los
delincuentes, juveniles o adultos.
Hay otra razón de gran importancia: mientras que la
investigación ha evidenciado con claridad que las
medidas punitivas (aumento del castigo) no reducen la
reincidencia —y en muchos casos la aumentan—, los
programas de rehabilitación basados en estudios sobre la
eficacia reducen la delincuencia en un promedio del 15%,
llegando en algunos casos a reducciones de hasta el 50%.

C) Generar reformas sociales y culturales más


amplias
A diferencia de otros planteamientos, la perspectiva del
apoyo social, aquí presentada, mantiene que cualquier
política social que aumente la inversión económica en
ayudar a los individuos, las familias y las comunidades
reducirá la delincuencia. Ahora bien, “la correspondencia
—dice Cullen— entre un programa concreto y la tasa
delictiva no necesita ser directa o inmediata, sino que más
bien los efectos, probablemente, serán pequeños,
interactivos y acumulativos. Es decir, cuando numerosas
fuerzas coinciden para crear un contexto de apoyo, se
traspasa un umbral que hará más improbable que un
sujeto cometa delitos, lo que contribuye a controlar la tasa
general de delitos” (p. 202).
Sin embargo, las reformas sociales no deberían limitarse
a procurar mejores recursos a las personas, familias y
comunidades en riesgo; también será relevante atender a
la cultura más general de una nación. Hay cada vez un
mayor consenso sobre la idea de que los valores culturales
generales pueden fomentar la delincuencia mediante la
legitimación del individualismo que destaca por encima
de todo el éxito económico conseguido por cualquier
medio. En contraste, los valores que fomentan el
altruismo contribuyen a disminuir la delincuencia.

9.9. POSTMODERNIDAD Y
CRIMINOLOGÍA
Últimamente, también ha llegado hasta el campo de la
criminología el denominado ‘postmodernismo’. El
pensamiento postmoderno plantea en general, por
oposición al pensamiento ‘moderno’, encarnado por la
ciencia y el desarrollo tecnológico, que el conocimiento
científico, a pesar de su apariencia de objetividad y mayor
validez, también estaría mediatizado por el lenguaje (Lilly
et al., 2007). Es decir, la ciencia habría construido toda
una estructura de presupuestos y ‘aprioris’ plasmados en
el lenguaje y las expresiones sociales, que primarían el
propio conocimiento científico por encima de otras
formas de conocimiento, y en muchos casos se acabaría
transformando en fuentes, no de liberación, sino de
dominio y opresión (Matthews y Young, 1992). Este
pensamiento ‘postmoderno’ se ha concretado en la
criminología en un análisis del discurso de los operadores
y actores de la justicia: jueces y abogados, policía,
víctimas y delincuentes. La asunción de todos estos roles
estaría mediatizada por ‘lenguajes’ especiales (jurídicos,
victimológicos, de género, etc.) que transferirían a sus
propias nomenclaturas las vivencias auténticas de los
sujetos, desfigurándolas en pro de la coherencia legal e
institucional, pero alejándolas de su realidad. Ilustraría
bien esta situación cuando, por ejemplo, una víctima de
violación es interrogada en el juicio, y su experiencia de
sufrimiento es ‘reconstruida’ en parafernalia jurídica
destinada a los intereses de la propia justicia (que incluye
también el dominio de la víctima), perdiéndose a menudo
de vista las necesidades genuinas de la propia víctima.
Frente a la anterior situación, el ‘postmodernismo’
propone una cultura plural que genere discursos
alternativos, que promuevan un mayor respeto de la
diversidad, una menor victimización de los otros por parte
de los delincuentes, y, también, un menor castigo de los
delincuentes por parte de la sociedad (Vold et al., 2002).

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Las perspectivas del etiquetado y del conflicto supusieron una reacción contra la
criminología oficial, o “administrativa”, a la que consideraron ensimismada en
cuestiones prácticas de poca importancia, pero alejada del problema criminológico
que estos planteamientos consideraban más importante: la influencia que tendrían
los mecanismos de control en la génesis de la delincuencia.
2. El control social que suele seguir a la desviación primaria, o infracción inicial,
podría ser origen de procesos de desviación secundaria, o delincuencia posterior.
3. Los comportamientos desviados, o que se apartan de la norma o de lo que es
habitual, son frecuentes en todas las sociedades. Pero el etiquetamiento de estos
comportamientos, y por extensión de los individuos que los llevan a cabo, podría
contribuir a la consolidación y perpetuación de las conductas desviada y
delictivas.
4. Los procesos de rechazo y avergonzamiento de los infractores, de cariz suave y
reintegrador, resultarán más eficaces para la corrección de la conductas infractoras
que no el avergonzamiento rígido, prolongado y estigmatizador y excluyente, que
puede coadyuvar a mantener los delitos.
5. La desigualdad económica en una sociedad parece tener una influencia decisiva
sobre sus tasas de violencia y delitos. Por otro lado, la concentración de
desempleo y otros problemas sociales en los barrios guarda también una relación
estrecha con las mayores tasas de delincuencia. De ahí que todas aquellas políticas
dirigidas a reducir las desigualdades económicas en dichos contextos, y a mejorar
la formación y el empleo, particularmente en los jóvenes, además de ser objetivos
de evidente justicia social, pueden tener efectos reductores de la delincuencia.
6. Muchas víctimas de todo tipo de delitos pertenecen, al igual que muchos
delincuentes, a sectores social y económicamente desprotegidos.
7. Las perspectivas feministas consideran que la criminología ha sido hasta el
presente eminentemente androcéntrica (es decir, construida por hombres, que han
reflexionado e investigado sobre la delincuencia masculina), y, por ello, las teorías
criminológicas vigentes podrían no ser del todo apropiadas para explicar la
participación delictiva de las mujeres.
8. El realismo crítico integra conocimientos y conclusiones de la criminología crítica
—al considerar que, en buena medida, los estamentos más poderosos de la
sociedad influyen sobre la creación de las leyes y el funcionamiento de los
mecanismos de control, en beneficio propio—, de la escuela clásica —al
interpretar que muchos delitos constituyen actos utilitarios, dirigidos a la
obtención de beneficios, por lo que deben ser contrarrestados mediante castigos
justos—, y de la criminología científica —ya que se acepta y aplica la
investigación empírica como instrumento adecuado para el conocimiento
criminológico—.
9. La teoría del apoyo social establece que la mejor protección y prevención de la
delincuencia dimana del apoyo social que reciben los ciudadanos de sus
respectivas comunidades.
10. El postmodernismo criminológico sugiere la necesidad de avanzar hacia culturas
más plurales, no uniformes, que promuevan un mayor respeto a la diversidad, y
redunden en una menor victimización y control.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué perspectivas teóricas suelen agruparse bajo la denominación de teorías
críticas y del conflicto? ¿Qué semejanzas y diferencias guardan entre ellas?
2. ¿Qué son la desviación primaria y secundaria? ¿Cómo se produce el proceso de
etiquetamiento que conduce a la desviación? ¿En qué consiste el proceso de
amplificación de la desviación?
3. ¿En qué se diferencian la vergüenza reintegradora y la estigmatizadora?
4. ¿Qué es la criminología crítica? ¿Cuándo se inició?

5. ¿Guarda relación la delincuencia con la pobreza? ¿Con la desigualdad? ¿Con el


desempleo? ¿Con el tipo de barrios en que viven los individuos? Localizar y
resumir información empírica, a favor y en contra, acerca de cada una de estas
cuestiones.
6. ¿Qué problemas metodológicos presenta la investigación de la relación entre
economía y delito?
7. ¿Qué plantean las perspectivas criminológicas feministas?
8. ¿Cuáles son las principales propuestas teóricas del nuevo realismo crítico? ¿Existe
un realismo criminológico de “izquierdas” y otro de “derechas”?
9. ¿En qué se parece y diferencia la teoría del apoyo social de las teorías del control?
10. ¿Qué es el postmodernismo criminológico?
10. ELECCIÓN RACIONAL Y
OPORTUNIDAD
DELICTIVA
10.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES 465
10.2. DECISIÓN DELICTIVA Y DISUASIÓN 466
10.2.1. Teoría del delito como elección racional 469
A) La infracción como decisión 469
B) Valor o utilidad de la conducta 472
C) La elección del curso de acción preferible: recompensas y
castigos 472
D) Factores que modulan la relación ganancias-pérdidas 473
E) Implicaciones para la práctica 474
10.2.2. Evaluación empírica de las tesis de la disuasión 475
A) Efectos preventivos de la estancia en la cárcel 476
B) Estudios realizados sobre la prevención general 479
C) ¿Produce la pena de muerte efectos disuasorios generales
(sobre el conjunto de la ciudadanía)? 483
D) ¿Dureza o certeza de las penas? 484
E) ¿Disuasión o control informal? 485
F) ¿Disuasión o moralidad? 486
10.3. CRIMINOLOGÍA AMBIENTAL Y OPORTUNIDADES
DELICTIVAS 487
10.3.1. Teoría de las actividades cotidianas 489
A) Mejorar las condiciones de vida no reduce la delincuencia
490
B) Los cambios en las actividades cotidianas incrementan las
oportunidades para el delito 490
C) Confluencia de delincuentes, víctimas y ausencia de
controles 491
D) Derivaciones aplicadas 492
E) La ecología de las actividades cotidianas: ‘ecosistema’
delictivo 494
F) La delincuencia como proceso vital 498
G) Evaluación empírica 500
H) ¿Existe una motivación individual de cariz situacional? 502
10.3.2. Situación y decisión: Teoría del patrón delictivo 504
10.3.3. ¿Prevención o desplazamiento del delito? 508
10.3.4. Teoría de las ventanas rotas 510
10.3.5. Actualidad y futuro de la Criminología ambiental 514
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 516
CUESTIONES DE ESTUDIO 517

10.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS


FUNDAMENTALES
Bajo el epígrafe el delito como elección racional y
oportunidad delictiva se incluyen aquellas perspectivas
teóricas que, en conjunto, realzan como explicación de la
conducta delictiva los procesos de decisión que se
adoptan, en términos de beneficios y costes, frente a las
oportunidades delictivas que se presentan. Estas teorías
abarcan más de doscientos años de reflexión
criminológica, desde la escuela clásica iniciada por
Beccaria, ya referida en el capítulo 2 sobre historia de la
Criminología, hasta nuestros días. Más concretamente, en
este sector teórico se presentarán dos aproximaciones
distintas pero estrechamente vinculadas: en primer lugar,
la teoría vigente sobre el delito como elección racional, y
también referida desde otros planteamientos como teoría
económica del delito; en segundo término, las teorías
sobre estructuras de oportunidad para el delito, que
incluyen la teoría de las actividades rutinarias de Cohen
y Felson (1979), la teoría del patrón delictivo de
Brantingham y Brantingham (1991), y la teoría de las
ventanas rotas (Wilson y Kelling, 1982; Skogan, 1990;
Kelling y Coles, 1996). Ambos grupos de teorías
consideran, en su ecuación del delito, tanto las decisiones
humanas como las situaciones de oportunidad que se
ofrecen a los individuos (Walsh, 2012). Su diferencia
principal reside en la prioridad concedida a uno y otro
elemento: mientras que las teorías de la elección ponen
énfasis en el primer factor, la decisión, las teorías de la
oportunidad lo sitúan en el segundo, las situaciones
ambientales que estimulan los delitos.

10.2. DECISIÓN DELICTIVA Y DISUASIÓN


El paradigma de la elección racional plantea que el ser humano siempre se
halla ante el dilema de elegir el bien o el mal; que se decante por lo uno o por
lo otro esencialmente dependería de lo que la razón le dicte acerca de cuales
son los beneficios y castigos esperados.

La doctrina de la disuasión, derivada de los postulados


de la escuela clásica, es el fundamento sobre el cual se
asientan actualmente las leyes y la justicia penal de la
inmensa mayoría de los países, tal vez por la gran
adaptabilidad que tienen las ideas penales clásicas a la
realidad social (Serrano Maíllo, 2008a). El esquema
delito-pena permite estructurar un sistema simple,
coherente y fácil de operar dentro de la enorme
complejidad de las instituciones sociales. Las sociedades
modernas necesitan políticas públicas que resulten lógicas
y comprensibles para los ciudadanos. El sistema de
justicia penal está planteado como un encadenamiento
intuitivo de causas y efectos. Ante los problemas sociales
que se derivan de las amenazas y violencias a otros o a
sus propiedades, se dictan leyes que prohíben ciertas
conductas, definiéndolas como delitos, y, como una
consecuencia lógica, se regulan sanciones legales para los
infractores. La operativa de este sistema se hace recaer
sobre la policía, que debe detener a los delincuentes, los
tribunales, que han de juzgarlos y sancionarlos, y las
prisiones y otros mecanismos de control, que aplicarían
las sentencias y penas impuestas.
A las sanciones y penas, suelen atribuírseles finalidades
y efectos de prevención especial o individual, es decir de
evitación de la reincidencia del delincuente que es
castigado, y de prevención general, o de disuasión
delictiva del conjunto de los ciudadanos. Estos dos tipos
de efectos globales pueden perseguirse a través de
diversos mecanismos, tal y como se ilustra en el cuadro
10.1.
CUADRO 10.1 Las teorías de la prevención especial y general
Fuente: elaboración propia basada en Zimring (1973) y Andenaes (1974).

Prevención especial
Según la doctrina penal, la prevención especial podría
favorecerse, a partir de las penas privativas de libertad,
mediante de los siguientes mecanismos:
• Incapacitación o inocuización: la permanencia en
prisión del sujeto le impediría la comisión de nuevos
delitos en la sociedad, al menos durante el período que
dure su encarcelamiento.
• Maduración: tras su estancia en prisión el individuo
saldría de ella con mayor edad y, en consecuencia, con
menor menos energía para delinquir.
• Mejoras personales: el individuo podría mejorar
cualitativamente durante su estancia en prisión, como
resultado de su tratamiento, escolarización, cambio de
ambiente, desempeño de un trabajo, etc.
Prevención general
La prevención general podría estimularse a través de
tres sistemas:
• Habituación: sugiere la idea de que, como resultado de
la existencia de normas y sanciones penales, las
personas acabarían automatizando aquellos
comportamientos que se hallan dentro de la legalidad
normativa. Un ejemplo de ello sería cómo los
ciudadanos generalmente detienen su vehículo de
forma automática ante un semáforo en rojo, sin tener
que pensar y decidir en cada caso acerca de la
conveniencia de esta conducta.
• Formación normativa: haría referencia al efecto
educativo que, a largo plazo, podrían tener las normas
penales, a lo que Silva Sánchez (1992) se refirió como
“prevención general positiva”. La idea implícita aquí
es que las leyes penales, que suelen ser ampliamente
publicitadas a partir de la gran atención mediática que
reciben los delitos y las sentencias, podrían promover,
a largo plazo, la “educación” penal de la población,
acerca de qué conductas están prohibidas y pueden ser
castigadas. Así podría suceder, por ejemplo, que la
difusión de sentencias penales sobre el acoso sexual en
el trabajo contribuyera a cambiar las costumbres
sexistas en las relaciones laborales, o que ciertas
condenas sobre delitos ecológicos fortalecieran la
conciencia social sobre la protección del medio
ambiente.
• Disuasión: este efecto, también denominado
“prevención general negativa”, sería dependiente de
tres parámetros, comentados con antelación, en el
marco de la teoría clásica: certeza, prontitud o
inmediatez, y dureza de la pena. La certeza y la
inmediatez dependerían ante todo de la eficacia
policial y de la rapidez del procedimiento penal,
mientras que la dureza estaría directamente
determinada por el código penal.
Además de las precedentes consideraciones acerca de
las finalidades teóricas del castigo penal, distintos autores
han puesto de relieve un marcado seguidismo en las
políticas criminales de las últimas décadas, incluido el
caso de España, del alarmismo y las “soluciones”
punitivistas dictaminadas por los medios de comunicación
o que proceden de Estados Unidos (Corcoy Bidasolo, Mir
Puig y Gómez Martín, 2007b; García Arán y Peres-Neto,
2008; Gómez Martín, 2007; Mir Puig, 2007a, 2007b;
Queralt Jiménez, 2007a).

10.2.1. Teoría del delito como elección racional


A) La infracción como decisión
Una teoría relevante, que revitalizó las ideas de la
escuela clásica, es la denominada teoría del delito como
elección racional, formulada por James Q. Wilson y
Richard J. Herrnstein, en su difundida obra Crime and
Human Nature, cuya primera edición corresponde a 1985
(Wilson y Herrnstein, 1998), y en una versión diferente
por Donald V. Clarke y Derek B. Cornish (Clarke y
Cornish, 1985; Cornish y Clarke, 1986). Todos estos
autores interpretaron la acción delictiva, no como una
reacción frente a la frustración, o como un producto de las
influencias sociales o del aprendizaje de hábitos
delictivos, sino, primariamente, como el resultado de una
elección racional (Serrano Maíllo, 2008a; Tibbetts, 2012;
Vozmediano y San Juan, 2010). Reconocían que, entre los
antecedentes del comportamiento delictivo, podrían
hallarse también factores psicológicos, sociales, y
experiencias del individuo. Sin embargo, consideraban
que la clave explicativa de la conducta delictiva residía en
que ciertos sujetos poseerían una “mentalidad criminal”,
al valorar que podrían beneficiarse de situaciones ilegales,
aunque para ello debieran asumir un cierto riesgo de ser
detenidos y castigados.
Ronald Clarke es catedrático en la Escuela de Justicia Criminal en Rutgers
University, New Jersey. De formación psicológica, se doctoró en la
Universidad de Londres, y trabajó hasta su marcha a Estados Unidos con el
Ministerio del Interior británico en el desarrollo de programas de prevención
medio-ambiental del delito, así como en el diseño de las encuestas de
victimación en ese país. Es uno de los criminólogos que más ha influido en la
política criminal en Gran Bretaña y Estados Unidos.
En el cuadro 10.2 se presenta el modelo de inicio de la
conducta delictiva que fue propuesto por Clark y Cornish
(1985), aplicado a la conducta de robo. Como puede
verse, la teoría contempla ocho constructos diferentes que
podrían influir sobre la elección de la conducta delictiva.
Estos constructos son: 1) los factores antecedentes, tanto
psicológicos y de crianza de los sujetos como sociales; 2)
las experiencias previas y el aprendizaje del sujeto; 3) sus
necesidades generales (dinero, sexo, estatus, etc.); 4) la
valoración de opciones; 5) las soluciones consideradas,
tanto legales como ilegales; 6) la reacción del individuo
ante la oportunidad de la conducta delictiva; 7) su
disponibilidad para cometer el delito; y, finalmente, 8) la
decisión de llevarlo a cabo.
CUADRO 10.2. Teoría del delito como elección racional: modelo de inicio
de la conducta delictiva de robo

Fuente: R. Clarke y D. Cornish (1985). Modeling Offenders’ Decisions: A


Framework for Research and Policy. En M. Tonry y N. Morris: Crime and
Justice: An Annual Review of Research (147-185). Chicago: The University
of Chicago Press: 168.

En términos generales, la teoría de la elección racional,


que tiene sus antecedentes próximos en los trabajos
previos de Becker (1968; Becker y Landes, 1974), Hineke
(1978), y Cornish y Clarke (1986), explica la conducta
delictiva a partir del concepto económico de utilidad
esperada. Según ello, las personas se comportan de una
manera u otra dependiendo de las expectativas que tienen
acerca de los beneficios y costes que pueden obtener de
diferentes conductas. Estos beneficios y costes pueden ser
tanto económicos como psicológicos. En sus
formulaciones modernas, “la perspectiva criminológica de
la elección racional asume que el delito puede ser
comprendido considerando que las personas eligen
delinquir utilizando los mismos principios de análisis
coste-beneficio que usan al seleccionar conductas legales
(…). Es decir, la decisión de delinquir es influida por las
preferencias de las personas, sus actitudes hacia el riesgo
y ahorro de tiempo, y sus estimaciones sobre las
oportunidades delictivas disponibles incluidos sus costes
y beneficios, frente a la disponibilidad de oportunidades
legítimas (…) para lograr beneficios iguales o
comparables” (McCarthey, 2004).
Ahora bien, el que los delincuentes calculen los posibles
costes y beneficios derivados del delito (como proponen
las teorías de la elección racional) no significa,
obviamente, que acierten con seguridad en sus
estimaciones. Según Sullivan (referenciado en Vold y
Bernard, 1986: 32), “el presupuesto principal de la teoría
económica no afirma que las personas no cometan errores
[en sus cálculos de costes y beneficios] sino más bien que
actúan de acuerdo con su mejor interpretación acerca de
sus posibilidades presentes y futuras, sobre la base de los
recursos de que disponen” (el texto entre corchetes es
nuestro). Además, la teoría realza la idea de la
especificidad delictiva, en cuanto que se considera que
distintos delitos pueden producir diferentes beneficios
para diversos tipos de delincuentes (Curran y Renzetti,
2008).
En un trabajo más reciente, Cornish y Clarke (2008)
sintetizaron su perspectiva de la elección racional a partir
de los siguientes postulados fundamentales:
1. La conducta delictiva es intencional, influida por
necesidades y deseos, y orientada, como el resto del
comportamiento humano, al logro de objetivos
particulares.
2. La conducta delictiva es racional, en el sentido de
que los delincuentes intentan elegir los mejores
medios de que pueden disponer para lograr sus
propósitos. La presunción de racionalidad no asegura,
claro, que las decisiones adoptadas por quienes
cometen un delito sean racionalmente perfectas y
efectivas, sino, que, como a menudo sucede, pueden
ser erradas.
3. El proceso de toma de decisión delictiva es específico
para cada delito concreto: los delincuentes no
delinquen en un sentido genérico, sino que cometen
delitos específicos, cada uno de los cuales tiene sus
motivos, propósitos y beneficios particulares.
4. Las elecciones pro-delictivas son de dos tipos
fundamentales: relativas a la implicación, o no, en un
delito concreto (un robo, una agresión, un ataque
terrorista); y concernientes al modo de llevarlo a
cabo, planificándolo, ejecutándolo y finalizándolo.
5. La implicación en la actividad criminal pasa por tres
etapas distintas, iniciación en el delito, habituación y
abandono de la delincuencia, en cada una de las cuales
serán diferentes los factores que influyen sobre la
toma de decisiones que efectúan los delincuentes.
6. En el transcurso de cada evento delictivo específico
existe una sucesión de estadios y decisiones
vinculadas (selección del objetivo, elección del
momento de actuación, de un arma o forma de
intimidación, de responder ante las reacciones de la
víctimas, etc.).

B) Valor o utilidad de la conducta


Para una exposición más detallada de la teoría del delito
como elección racional se seguirá aquí la formulación
realizada por Wilson y Herrnstein (1998). Estos autores
parten de la misma concepción de la acción humana que
fue empleada por la escuela clásica y que, con diversa
nomenclatura, se halla presente en distintas áreas del
conocimiento: el hedonismo o utilitarismo recogidos en la
filosofía, el valor o utilidad de la terminología
económica, o el reforzamiento o recompensa del lenguaje
psicológico. En suma, todos estos conceptos se
fundamentan en la idea de que la conducta se dirige al
logro del “placer”, o beneficio propio a corto plazo, y a la
evitación de sus contrarios, el “dolor”, o consecuencias
desagradables. Wilson y Herrnstein (1998) emplean en la
formulación de su teoría del delito como elección el
lenguaje psicológico, aunque presuponen que sus
conceptos son fácilmente trasladables a otras
nomenclaturas.

C) La elección del curso de acción preferible:


recompensas y castigos
El presupuesto teórico de partida es que las personas
que se hallan frente a una elección, eligen el curso de
acción preferible. Ello no implica que en todos los casos
se haga una elección consciente, sino simplemente que el
comportamiento está determinado por las consecuencias
que tiene para el individuo. Así pues, según Wilson y
Herrnstein, la elección de un comportamiento no delictivo
(por ejemplo, trabajar para obtener dinero) o de uno
delictivo (robar para el mismo fin), dependerá de la
valoración que el individuo haga de la relación entre
recompensas y castigos de uno y otro comportamiento.
“Cuanto mayor sea la razón de las recompensas
(materiales y no materiales) de la no-delincuencia y las
recompensas (materiales y no materiales) del delito,
menor será la tendencia a cometer delitos” (Wilson y
Herrnstein, 1985: 61).
Las recompensas (o los ‘placeres’, en la denominación
clásica) asociadas al comportamiento delictivo pueden ser
muy variadas, incluyendo las propias ganancias
materiales, la gratificación emocional, la aprobación de
los amigos, la satisfacción por el ajuste de cuentas con un
enemigo, o el realce del propio sentido de la justicia. Lo
mismo sucedería con los castigos o pérdidas, que pueden
ser de tipo material, o bien tener un cariz emocional,
como podrían ser la desaprobación de una acción por
parte de los espectadores de la misma, el temor a la
revancha de la víctima de un delito o, también, el propio
remordimiento de conciencia. Las ganancias y pérdidas
dependerán, en cada caso, del tipo de comportamiento
delictivo de que se trate.

D) Factores que modulan la relación ganancias-


pérdidas
Según Wilson y Herrnstein, existen dos elementos
principales que influyen decisivamente en la valoración
individual de la relación ganancias/pérdidas (o
recompensas netas), a saber: su grado de
inmediatez/demora y su certeza/incerteza. Estos dos
elementos pueden favorecer que algunas personas opten
por la delincuencia, a partir del siguiente proceso. Sucede,
en primer lugar, que las recompensas por los
comportamientos no delictivos tienen con frecuencia un
carácter demorado, es decir no son inmediatas (por
ejemplo, para ahorrar cierta suma de dinero con la que
comprar un coche nuevo, una persona debe trabajar
durante largo tiempo, incluso años). Por el contrario,
muchas recompensas asociadas al delito tienen un cariz
más inmediato (el robo es la forma más rápida de
‘adquirir’ un coche apetecido). Según se sabe, la fuerza de
los refuerzos o recompensas decrece a medida que se
hacen más distantes en el tiempo. La inmediatez de las
consecuencias podría favorecer, en algunas personas, el
incremento de su conducta delictiva a la vez que la
demora en la gratificación podría dificultar sus
comportamientos no delictivos.
En segundo término, en la valoración de las
recompensas y castigos vinculados al comportamiento no
delictivo o delictivo, juega también un papel fundamental
su grado de certeza o incerteza. No es seguro que una
conducta acarree ciertos beneficios, como tampoco lo es
que comporte ciertos riesgos. En general, los
comportamientos delictivos suelen ir acompañados con
mayor certeza de beneficios que de castigos (al menos, a
corto plazo).
De esta manera, van a jugar un papel decisivo, a la hora
de optar por determinada conducta, las valoraciones que
el individuo haga, en cada caso concreto, de todos los
elementos mencionados: 1) de las ganancias y pérdidas
esperables, 2) de su inmediatez o demora, y 3) de su
certeza o incerteza.

E) Implicaciones para la práctica


De acuerdo con todo lo anterior, Wilson y Herrnstein
concluyen que la teoría tiene una implicación obvia para
la práctica: la reducción de la demora y de la incerteza de
las recompensas asociadas al comportamiento no
delictivo, reducirá la probabilidad de cometer delitos (en
la medida en que aumentaría la probabilidad de sus
contrarios, los comportamientos prosociales). Sin
embargo, el mero incremento de la severidad de los
castigos asociados al delito (es decir, el aumento formal
de las penas en la ley), pero sin tomar en consideración
los elementos inmediatez y certeza, no garantizaría la
reducción de la tendencia individual a cometer delitos.
La teoría del delito como elección ha recibido diferentes
críticas, especialmente dirigidas contra la idea de la
absoluta racionalidad en la toma de decisiones que plantea
como explicación de la conducta delictiva. Se ha
cuestionado su postulado de que la mayoría de los
delincuentes calculen racionalmente, con antelación a la
comisión de un delito, cuáles son los beneficios que
pueden obtener y los riesgos que pueden correr. En
realidad, antes o después, la mayoría de los delincuentes
reincidentes acaban siendo detenidos y pasan largas
temporadas en la cárcel, lo que quiere decir que sus
supuestos “cálculos” yerran con frecuencia. Bennett y
Wright (1984) refirieron, a partir de entrevistas realizadas
con delincuentes contra la propiedad, que éstos
informaron que tanto ellos como otros ladrones que
conocían, simplemente no se paraban a pensar en las
posibles consecuencias legales de sus acciones delictivas,
antes de llevarlas a cabo. Según este estudio, no se trataría
solo de que los delincuentes cometan errores al calcular
los beneficios y costes de su comportamiento, sino que,
sencillamente, no pensarían en las posibles consecuencias
negativas de su conducta.
La estructura de decisión que proponen las teorías de la
elección racional no constituye probablemente una
imagen certera del funcionamiento de las elecciones
humanas (Tibbetts, 2012; Lilly et al., 2007). Ante una
alternativa de conducta, no solemos analizar pros y contra
de un modo prolongado y completamente ordenado.
Muchas decisiones de comportamiento, lo que incluye las
opciones delictivas, se toman en poco tiempo, de modo
veloz, considerando aspectos parciales de las opciones en
lid, sin valorar todos los condicionantes, y en muchos
casos, principalmente a la luz de sus malos resultados
previos, sin contar con información suficiente. Pero,
¿cuándo la información es o no suficiente para efectuar
una elección de conducta? Herber Simon sugirió en
psicología, en 1957, el término escocés satisficing, que
podría trasladarse al castellano mediante la construcción
del neologismo “satisficiente”, para significar que el
proceso de decisión se interrumpe, a efectos de adoptar
una decisión, en el instante en que se localiza una opción
“satisfactoria” de un elenco de alternativas, no ideal, sino
“suficiente” (Wilson, 1999).

10.2.2. Evaluación empírica de las tesis de la


disuasión
La evaluación empírica de una teoría criminológica
consiste en comprobar en qué medida sus postulados se
confirman o no en la propia realidad social y delictiva.
Así, para las teorías de la disuasión se trataría de verificar
si se cumplen sus previsiones teóricas principales, que
argumentan que la imposición de penas disuadirá a los
delincuentes de cometer nuevos delitos (prevención
especial), y, también, prevendrá la delincuencia en el
conjunto de la ciudadanía (prevención general) (Barberet,
1997).
Pese a la larga historia, de miles de años, con la que
cuentan las prácticas penales disuasorias, son muy escasos
los análisis empíricos, incluso en la modernidad,
orientados a verificar si la aplicación de penas más
estrictas o de mayor duración verdaderamente produce
una disminución de los delitos (Díez Ripollés, 2006). El
derecho penal ha dirigido principalmente su actividad a
crear, interpretar y aplicar las leyes, pero se ha interesado
poco en conocer qué efectos producen.
Sin embargo, a la Criminología, desde un planteamiento
científico y empírico, le interesa en grado sumo
comprobar qué efectos producen las diversas penas —y
sus distintas durezas e intensidades— en el
comportamiento de los delincuentes (Tamarit, 2007):
¿Disminuye o aumenta la reincidencia como resultado de
la imposición de penas más largas o más cortas? ¿Se
observan diferencias entre el comportamiento posterior de
reclusos que han estado 6 meses en la cárcel y aquéllos
que han cumplido 2 años de prisión? También interesa a
la Criminología verificar los postulados de la teoría de la
prevención general: ¿Cómo afecta a las personas con
cierta disposición o motivación para cometer
determinados delitos el riesgo existente de detención? ¿Es
distinta su valoración y probabilidad de un delito, si la
pena a éste asignada es de 6 meses o de 2 años?
Equipo de Profesores e Investigadores del Departamento de Derecho Penal y
Ciencias penales de la Universidad de Barcelona con dedicación en
Criminología. Los miembros del equipo son, de izquierda a derecha y de
abajo a arriba: Joan Josep Queralt Jiménez; Santiago Mir Puig; Mirentxu
Corcoy Bidasolo; Víctor Gómez Martin; José-Ignacio Gallego Soler; Silvia
Fernández Bautista; Sergi Cardenal Montraveta; David Carpio Briz, y
Carolina Bolea Bardon. También forma parte del equipo Juan Carlos Hortal
Ibarra. La actividad docente e investigadora del equipo se desarrolla,
fundamentalmente, en los siguientes ámbitos: Dogmática del Derecho penal
(Parte General y Especial), Política criminal, Derecho penal juvenil,
Delincuencia socioeconómica, Delincuencia Organizada, Delincuencia
Sexual y de Género y Ejecución penitenciaria.

A) Efectos preventivos de la estancia en la


cárcel
Los estudios de reincidencia delictiva permiten
aproximarse a la evaluación de las tesis disuasorias. En un
trabajo de Redondo, Funes y Luque (1994) se evaluó,
durante un período de seguimiento de tres años y medio,
la reincidencia delictiva de una muestra de 485
delincuentes, que habían cumplido previamente penas de
prisión. Se obtuvo una tasa promedio de reincidencia del
37,9%, que, además, se analizó en relación con diversas
variables personales de los sujetos (edad, sexo y otros
factores), y con distintas circunstancias jurídico penales y
relativas al cumplimiento de las penas de prisión.
La conclusión principal de este estudio, en lo que se
refiere a la eventual capacidad disuasoria de las penas de
prisión, fue que éstas, per se, no previenen la futura
reincidencia. Esta conclusión se basó en distintos
resultados específicos acerca de la relación penas-
reincidencia. En primer lugar, quienes más veces habían
ingresado previamente en prisión —de quienes cabía
esperar que reincidieran menos, puesto que, según la
teoría de la disuasión, la experiencia de la cárcel debería
haberles disuadido de futuras conductas delictivas—
reincidieron, sin embargo, en mayor grado. En concreto,
el 85% de los sujetos que resultaron ser reincidentes tenía
ingresos previos en prisión, mientras que solo reincidió un
14,7% de quienes no contaban con anteriores ingresos
carcelarios. La probabilidad de reincidir aumentó, según
ello, en proporción al número de veces que los sujetos
habían ingresado en prisión con antelación. A
conclusiones semejantes se llegó también en el estudio de
reincidencia de Luque, Ferrer y Capdevila (2004, 2005),
realizado, con una metodología análoga, sobre una
muestra de excarcelados una década más tarde.
Una segunda hipótesis que puede derivarse de los
postulados de la teoría disuasoria es que cuanto mayor sea
el tiempo que un individuo pase en prisión, mayor debería
ser el efecto disuasorio de la pena y menor, por tanto, la
probabilidad de reincidencia futura. Sin embargo, sucedió
justamente lo contrario: la mayor probabilidad de reincidir
se relacionó con la mayor duración de la estancia en
prisión. Los 184 sujetos de la muestra que reincidieron,
acumularon un promedio de 498 días pasados en prisión,
mientras que para los restantes 301 sujetos no
reincidentes, su estancia promedio en prisión fue de la
mitad, 234 días. Por tanto, cuanto mayor era el tiempo de
encarcelamiento experimentado por una persona, mayor
era también su probabilidad de reincidir.
Un tercer postulado que cabe deducir de las teorías de la
disuasión es que cuanto más estricto sea el cumplimiento
de una pena —en este caso, del encarcelamiento— mayor
debería ser el efecto intimidatorio esperado, y, en
consecuencia, menor la probabilidad de reincidencia. Para
evaluar esa predicción de la teoría clásica, Redondo et al.,
(1994) crearon una variable denominada penosidad del
encarcelamiento. El presupuesto de partida para ello fue
que, para una misma duración de la pena, su penosidad no
sería la misma si ésta se cumplía en todo o en parte en
régimen abierto, en régimen ordinario, o en régimen
cerrado. En definitiva, dos años en prisión podrían ser
muy distintos para un sujeto —y producir en él muy
diferentes efectos intimidatorios u otros—, según el
régimen carcelario en que el individuo se hallase. La
penosidad del encarcelamiento fue calculada para cada
persona en función del tiempo de reclusión pasado en
cada uno de los posibles regímenes de cumplimiento de la
condena. Sobre esta base se clasificó a los sujetos en tres
posibles gradaciones de penosidad carcelaria: baja, media
y alta. De los 161 sujetos cuyo cumplimiento fue
calificado de baja penosidad reincidieron el 16,3%. De
los 163 individuos catalogados con una penosidad media
volvió a delinquir el 40,2%. Y de los sujetos cuyo
cumplimiento de condena se calificó como de penosidad
alta reincidió el 43,5%. Resulta obvio que tampoco la
menor penosidad en el cumplimiento de las penas de
prisión es, per se, garantía de mayor disuasión, sino que
sucede justamente lo contrario: los encarcelamientos más
estrictos se asocian a una mayor reincidencia. De idéntica
manera sucedió en el estudio de reincidencia de Luque et
al. (2005).
Un último análisis de la investigación de Redondo et al.
(1994), que tampoco parece sustentar la hipótesis de la
disuasión, se refiere a la relación existente entre forma de
excarcelación y reincidencia. Según la teoría de la
disuasión, hipotéticamente podría esperarse (como no es
infrecuente oír a muchos tertulianos y demás “expertos”),
que el cumplimiento íntegro de las penas, finalizándolas a
término, sin acceder a ningún tipo de beneficios propios
del sistema progresivo, como el régimen abierto o la
libertad condicional, tendría mayores efectos disuasorios
y reductores de la reincidencia delictiva que lo contrario.
Sin embargo, también aquí los datos fueron contrarios a
las perspectivas e intuiciones disuasorias: finalizar una
condena de prisión en régimen cerrado (cumpliéndola
íntegramente) aumentó la probabilidad de reincidir. De
los 9 sujetos que acabaron su condena en este régimen,
reincidieron 7 (el 78%), mientras que de los 37 que la
terminaron en régimen abierto y en libertad condicional,
solamente reincidieron 6 (un 16%).
Un problema metodológico importante que dificulta la
generalización y la validez de los resultados de este
estudio, es que carece de un grupo de control o
comparación. El que algunas personas hayan cumplido
penas de cárcel más largas, es probablemente debido a
que previamente habían cometido delitos más frecuentes y
más graves, es decir, a que con antelación a la aplicación
de las penas de prisión en sí, ya eran delincuentes multi-
reincidentes. En puridad metodológica, para poder
pronunciarse con mayor garantía sobre los efectos que
tiene la estancia en prisión sobre la conducta delictiva
futura, deberían compararse grupos equivalentes de
delincuentes (o sea, con perfiles personales y delictivos
semejantes) que, sin embargo, hubieran recibido
reacciones penales distintas. Existen varios proyectos de
investigación de este tipo. Algunos han elaborado
sistemas de predicción estadística de la probabilidad de
reincidencia. Ello permite la comparación entre personas
con un nivel de riesgo semejante, pero que han cumplido
sentencias distintas.
En países que otorgan un amplio poder discrecional al
juez, o, como sucede en Estados Unidos, donde existe
gran variación entre estados en la dureza de las condenas,
estas diferencias pueden ser utilizadas para investigar el
efecto de la prisión o del internamiento juvenil sobre la
conducta futura. Ejemplos de este tipo de estudios son los
de Gottfredson et al. (1973) y Bondesson (1989).
También se han realizado algunos estudios
experimentales en los que, por ejemplo, a un grupo de
presos, elegido al azar, les ha sido concedida la libertad
condicional con una antelación de seis meses a la fecha
prevista, mientras que a otros reclusos no. Estos diseños
de investigación han permitido estudiar la influencia que
tendría el adelantamiento de la libertad condicional sobre
la futura reincidencia de los sujetos, en comparación a
aquéllos que no obtuvieron la libertad condicional
anticipadamente.
Son notorios los reparos éticos que podrían ponerse a
los estudios comentados. Por otro lado, la mayor parte de
ellos fueron reevaluados con posterioridad por
investigadores independientes, por ejemplo en las obras
de Lipton, Martinson y Wilks (1975) y Brody (1976). La
investigación indica que, en general, el efecto de la cárcel
sobre la vida futura de los condenados, por lo que se
refiere a su mayor o menor probabilidad de reincidencia,
es mínimo (Nagin, Cullen y Jonson, 2009; Nagin, 2013).
De hecho en los estudios comentados, quienes fueron
liberados con antelación no delinquieron ni más ni menos
que los sujetos del grupo de control, que permanecieron
en prisión. Tampoco se apreciaron diferencias
sustanciales en la conducta futura entre aquéllos que
cumplieron penas de corta o larga duración.
Como ha podido verse, los resultados de la
investigación acerca de la eficacia de la prevención
especial son ambivalentes, sin que pueda saberse a ciencia
cierta si que la mayor dureza penal se asocia a una mayor
reincidencia o, más bien, la mayor o menor dureza
punitiva es irrelevante a efectos de la reincidencia
delictiva. Por ello, se requiere que la investigación futura
clarifique más y mejor dicha relación punición-
reincidencia. Por ahora, lo que es con toda seguridad
cierto es que los incrementos de las penas de prisión
producen un aumento constante de los gastos públicos en
control y prisiones, que en toda circunstancia deberán
sufragar los ciudadanos a partir de los impuestos que
pagan.

B) Estudios realizados sobre la prevención


general
El efecto disuasorio general del sistema penal, en
relación con el conjunto de los ciudadanos, y no solo de
los delincuentes, es todavía más difícil de investigar. Sin
embargo, existen situaciones donde, debido a alguna
circunstancia histórica dramática, ha decaído
temporalmente el sistema de control formal, lo que ha
permitido estudiar su efecto sobre el delito. La más
conocida de estas situaciones fue la denominada “historia
de los siete meses”, cuando Dinamarca, bajo ocupación
alemana, se quedó siete meses sin policía, debido a que
ésta se negó a colaborar con las fuerzas alemanas, y los
propios policías fueron detenidos. Ante ello los
ciudadanos organizaron un sistema de vigilancia civil,
pero la investigación policial de los delitos comunes cayó
por completo. ¿Qué sucedió con la delincuencia? Para
comenzar, durante las dos primeras semanas no se apreció
ningún aumento en la delincuencia común. Sin embargo,
cuando la gente se hizo consciente de que la impunidad
delictiva era casi total, empezaron a incrementarse los
hurtos, los robos en tiendas y viviendas, y los atracos en
la calle. En resumen, la delincuencia contra la propiedad
se multiplicó por diez, mientras que otros tipos de delitos
aumentaron de forma más moderada (Trolle, 1945, citado
en Zimring, 1973: 167-168).
Otros estudios, en situaciones menos dramáticas que la
anterior, han evaluado también el efecto disuasorio que
tendría el riesgo de detención por determinados delitos.
Un ejemplo son los estudios realizados en Inglaterra sobre
la introducción de nuevas leyes contra el consumo de
alcohol por parte de conductores de vehículos. Una nueva
ley de 1967 se acompañó de una intensa campaña de
publicidad durante tres meses. En esta campaña se
advertía a la ciudadanía sobre los controles de
alcoholemia que se iban a realizar a la hora del cierre de
los bares y sobre las elevadas multas que se iban a
imponer a los infractores. Los efectos positivos de este
plan se apreciaron claramente en el menor número de
accidentes de tráfico. Durante los tres primeros meses de
aplicación de la nueva norma, el número de accidentes
con lesiones se redujo en un 16% y el número de muertes
en un 23%. También se constató que el descenso de los
accidentes fue mayor durante la noche, horario en el que
seguramente había una mayor conexión entre abuso de
alcohol y accidentes de tráfico. Es muy probable que estos
efectos positivos realmente se debieran a la nueva ley
sancionadora aplicada y a la campaña publicitaria, de
índole disuasoria, que se llevó a cabo. Sin embargo, estas
mejoras fueran transitorias. Dos años después el número
de accidentados había recuperado su nivel anterior. Es
posible que, con el tiempo, algunos conductores, a medida
que se dieron cuenta de que el número de controles
policiales ya no era muy elevado, volvieran a conducir
habiendo abusado del alcohol, como antes. Seguramente
la publicidad que, como en el presente caso, acompaña a
una ley sancionadora con el objetivo de potenciar sus
efectos disuasorios, solamente resulta eficaz si es seguida
de un aumento real en el riesgo de detección infractora, es
decir, al aumentar la certeza del castigo (Ross, 1973,
citado en Andenaes, 1974; Zimring y Hawkins, 1973).
Existen también estudios experimentales sobre cómo la
disuasión puede controlar la conducta en la vida diaria.
Un buen ejemplo fue un estudio, ampliamente
referenciado, de Tittle y Rowe (1973), en el contexto de la
universidad. Estos investigadores, profesores de
sociología, acompañaron sus clases universitarias con un
pequeño examen semanal, de respuestas alternativas.
Después de la primera evaluación, los profesores
comunicaron a sus estudiantes, tras haberles informado de
las respuestas correctas al examen, que les consideraban
suficientemente maduros y responsables como para
confiar en ellos de cara a su propia autoevaluación: cada
semana, en la sesión de clase siguiente a cada ejercicio,
informarían en el aula de las respuestas correctas, y
devolverían a cada alumno su propio examen para que él
mismo lo corrigiera y calculara su nota. La evaluación
global del curso sería la suma del conjunto de todas estas
autoevaluaciones.
Después de cuatro semanas de aplicar este
procedimiento, les volvieron a recordar su confianza en la
honradez de los alumnos, y que ellos tenían la obligación
ética de evaluar correctamente sus propios resultados. A
la séptima semana, los profesores explicaron que habían
recibido quejas sobre la existencia de fraudes en las
autoevaluaciones, y que, por eso, tendrían que realizar
unas comprobaciones aleatorias para verificar la
veracidad de las mismas. Antes de llevar a cabo el octavo
y último examen, los profesores manifestaron que las
comprobaciones efectuadas habían revelado un caso de
fraude y que iban a tomar medidas contra el culpable.
En realidad, los profesores habían evaluado
personalmente todos los exámenes antes de devolverlos a
los estudiantes para la autoevaluación. Los fraudes eran,
desde el principio, generalizados. Solamente 5 de 107
alumnos se autoevaluaron correctamente en todas las
ocasiones. El exhorto moral a la honradez y a la ética
personal no había tenido muchos efectos preventivos. Sin
embargo, la amenaza de realizar comprobaciones
aleatorias redujo fuertemente el número de fraudes. Y,
posteriormente, la declaración de que habían identificado
a un alumno deshonesto reforzó este efecto disuasorio.
Además, se observó que las chicas eran más susceptibles
a la disuasión que los chicos, y que los alumnos con malas
calificaciones, más necesitados de una buena nota en la
asignatura, estaban más dispuestos a correr el riesgo y
seguir falsificando sus resultados.
A estos estudios de “laboratorio” se unen también datos
de encuesta, en que se preguntaba a muestras de jóvenes
sobre cómo evaluaban el riesgo de ser detenidos, en el
supuesto de que cometieran cierto delito (resumido en
Zimring, 1973: 102-103). Resultó que los jóvenes que no
habían cometido delitos eran más “pesimistas”:
calculaban un mayor riesgo de detención que los jóvenes
con experiencia delictiva. Los delincuentes eran, por el
contrario, más “optimistas”, y valoraban el riesgo de
detección como bajo. Resultaba que los “optimistas” en
esta ocasión eran los “realistas”. Es decir, los
delincuentes, basándose en experiencias propias,
efectuaban una estimación más certera del nivel real de
esclarecimiento policial de delitos, que era en general
bajo. Existen a este respecto también estudios de campo,
basados en el contacto diario con pandillas de
delincuentes. El estudio de Marry (1981a, 1981b), de un
barrio marginado, concluyó que los delincuentes
habituales son muy pragmáticos. Analizan, por ejemplo,
muy detenidamente el lugar, antes de cometer un tirón.
Prefieren sitios conocidos, con varias vías de escape.
Distinguen entre aquellos vecinos que, si les ven,
posiblemente llamarán a la policía y aquellos otros que
probablemente no lo harán. Lo que verdaderamente
parece disuadirles de cometer delitos es el riesgo real, o
certeza, del castigo (más que otras consideraciones sobre
la dureza de la pena, etc.).
Es probable que quienes cometen delitos contra la
propiedad o contra la seguridad vial, calculen más
racionalmente los riesgos de su acción, que los que
cometen delitos violentos o sexuales. Por ejemplo, en una
investigación de Scully (1990), se observó que muchos
violadores entrevistados no se habían planteado la
posibilidad de ser identificados y castigados.
Los estudios que documentan la eficacia de la disuasión
se han centrado prioritariamente sobre el aspecto que sí
que parece resultar efectivo, como se acaba de señalar: la
certeza o la probabilidad de que el delito sea conocido y el
delincuente sea detenido.
Sin embargo, no se obtienen resultados favorables a la
disuasión en los estudios que investigan la severidad de la
reacción penal. En la ciudad de Filadelfia, Schwartz
(1968) estudió el efecto que había producido una nueva
ley sobre agresiones sexuales, más severa que la anterior,
implantada tras el escándalo y la alarma social suscitados
por la noticia de la violación de tres mujeres de la misma
familia. Los efectos de esta nueva ley sobre el número de
violaciones fueron nulos, lo cual indica que los resultados
empíricos no avalan que el incremento de la dureza de las
penas sea un elemento eficaz por sí mismo en la lucha
contra la delincuencia, si no se mejora paralelamente la
eficacia policial.
Por el contrario, en el caso de delitos económicos y
contra el medio ambiente, sus posibles autores parecen
calcular costes y beneficios de un modo más racional que
en otros delitos. Braithwaite (1993) concluyó que el
riesgo de detección sí que parecía influir en la conducta
de un conjunto de corporaciones y empresas estudiadas
por él, y que, además, los infractores solían conocer las
penas a que se arriesgaban. En estos tipos de delitos,
mientras que la amenaza de multa no parecía ser muy
eficaz, la posibilidad de ir a prisión mostraba tener mayor
capacidad disuasoria.

C) ¿Produce la pena de muerte efectos


disuasorios generales (sobre el conjunto de la
ciudadanía)?
En algunos estados norteamericanos en que existe y se
aplica la pena de muerte, se han efectuado diversos
estudios en torno a la efectividad disuasoria general que
podría tener esta pena. Para ello, los investigadores han
comparado estados que emplean la pena de muerte con
otros que no la utilizan, con la finalidad de evaluar si la
delincuencia violenta (que sería el objetivo principal de la
pena de muerte) acaba siendo menor en los primeros que
en los segundos. Otra metodología usada a este respecto
ha sido comparar la tasa de asesinatos, antes y después de
la abolición de la pena de muerte, en aquellos estados que
previamente la tenían y posteriormente la suprimieron.
Los resultados de estas investigaciones norteamericanas
no han confirmado tampoco la predicción teórica de la
disuasión: la existencia o no de pena de muerte parece no
tener efecto alguno sobre las tasas de homicidios (Akers,
1997; Barberet, 1997).
En España, aunque no existe ninguna investigación
específica sobre los efectos disuasorios de la pena de
muerte —abolida en 1978—, cabe deducir conclusiones
semejantes a las norteamericanas, a partir de la
comparación entre la situación previa y posterior a su
abolición. Cuando estaba vigente la pena capital, durante
la dictadura franquista, la tasa de homicidios no era
sustancialmente inferior a la existente en la actualidad. Un
caso paradigmático a este respecto es el terrorismo, cuya
evolución, tanto en España como en otros países, no
parece tener relación alguna con la aplicación de la pena
de muerte a los terroristas. Este tipo de castigo puede
servir más bien como acicate y estímulo a determinados
criminales, que acabarían mitificando a los ajusticiados
como “mártires” y emulando sus conductas más violentas.
Tres integristas egipcios ríen al conocer su sentencia de muerte. ¡Alá es
grande! Es dudoso que la pena de muerte tenga un efecto disuasorio en
personas que buscan precisamente el martirio.

D) ¿Dureza o certeza de las penas?


Uno de los puntos nucleares de la eficacia del sistema
punitivo tiene que ver, probablemente, con la cuestión de
la dureza y la certeza de las penas. La dureza
generalmente hace referencia a la duración de la pena,
mientras que la certeza tendría que ver con la
probabilidad (real o percibida) de castigo penal para
determinado tipo de delito. Para analizar estas
dimensiones deben generarse indicadores adecuados al
efecto. Por ejemplo, en uno de los primeros estudios
empíricos que se realizó acerca de la disuasión, Gibbs
(1968, citado en Vold et al., 2002) evaluó la dureza de la
penas, para un delito determinado, a partir del promedio
de meses de prisión cumplidos por el conjunto de los
delincuentes que habían cometido dicho delito, y ponderó
la certeza del castigo, o probabilidad de detección, como
la razón entre los ingresos en prisión que se producían
anualmente por ese delito y el número de denuncias por el
mismo.
Las investigaciones que han evaluado la disuasión penal
vienen a señalar, de modo bastante general, que la eficacia
disuasoria de una pena dependería más de su grado de
certeza que de su severidad. Por ejemplo, Pauwels,
Weerman, Brinsma y Bernasco (2011) concluyeron, a
partir del análisis de una muestra de 843 adolescentes
holandeses, que la disuasión resultaba eficaz si los sujetos
tenían una elevada expectativa de certeza de castigo. En
este estudio, el riesgo de sanción percibido por los sujetos
se asoció claramente a su menor participación en
conductas antisociales, independientemente de las
variaciones en otras variables como sus niveles de
autocontrol y de moralidad.
Desde una perspectiva racional, podría afirmarse que lo
que probablemente intimida más a los seres humanos, y
tendría mayor probabilidad de ser considerado en sus
cálculos de consecuencias, es si existe un riesgo alto o
bajo de que determinada acción sea conocida y castigada
(ya que cualquier castigo es indeseable), y no tanto cuánta
sea la magnitud o dureza del castigo teórico que podría
corresponderle (¿2, 3, 4 años de prisión?). La estimación
de la certeza, que suele ser más “segura” o “veraz”, se
realizaría habitualmente a partir de la experiencia real o
vicaria que una persona pueda tener: de si habiendo
cometido delitos, ha sido o no detectado, o bien conoce
las experiencias de otras personas a este respecto. Por el
contrario, la estimación de la dureza de una pena, por
ejemplo de prisión, debería ser generalmente más
especulativa, ya que la mayoría de las personas no cuenta
con vivencias específicas al respecto (es decir, no han
pasado 4, 6, 8 o 12 años en prisión). Por ello,
probablemente la estimación de la dureza sea más
“insegura” e “incierta” en lo tocante a qué significa en
realidad. En todo caso, todas estas cuestiones configuran
problemas de estudio relevantes para futuras
investigaciones empíricas.
Pese a las consideraciones anteriores, que cuestionan la
eficacia disuasoria de la mayor severidad sancionadora,
en la práctica de la política criminal es mucho más fácil
gestionar la dureza de las penas, a partir de asignarles
distintas duraciones, que asegurar la certeza de los
castigos. Para aumentar la certeza de las penas deberían
mejorarse los sistemas de control, y en concreto la
eficacia policial, la agilidad de los procesos penales, la
colaboración ciudadana en la investigación de los delitos,
etc. Todas esas mejoras son, a todas luces, complejas y de
resultados probablemente inciertos y demorados en el
tiempo. Por lo que, a corto plazo y en términos de costes-
beneficios sociales y políticos, las dificultades y costos
que representaría efectuar tales cambios, en dirección al
logro de una mayor certeza punitiva, serían
probablemente muy superiores a sus ventajas inmediatas.
En cambio, los incrementos de la dureza punitiva
requieren tan solo, a corto plazo, la puesta en marcha de
las correspondientes reformas legales para alargar las
penas, pudiendo anunciarse en seguida, ante los
ciudadanos que reclaman mayor seguridad, que se han
tomado cartas en el asunto y que los delincuentes sufrirán
mayores castigos (ni qué decir tiene, si son descubiertos y
detenidos, y se prueba que son culpables, implícitos todos
que no formarán parte del debate de la dureza). De este
modo, la opción de endurecimiento de las penas se vería
favorecida en la actuación de los gobiernos, a partir del
mismo paradigma de la elección racional costes-
beneficios bajo el cual la teoría clásica presupone que
operan los propios delincuentes.

E) ¿Disuasión o control informal?


Disuasión informal hace referencia a todas aquellas
sanciones sociales y consecuencias negativas (crítica,
etiquetado, exclusión social, etc.), tanto reales como
percibidas, que a menudo irán parejas a las propias
sanciones y castigos que siguen a los delitos. Tales
penalidades informales podrían también tener efectos
disuasorios que previnieran el comportamiento delictivo
(Akers, 1997). Así, el encarcelamiento, que es una
sanción formal, legalmente establecida, podría asociarse a
otras consecuencias negativas informales como la pérdida
del empleo, la separación de la pareja, o el rechazo por
parte de los hijos o de los amigos. Éstas son
consecuencias sociales que pueden vincularse, con
frecuencia, al castigo penal, y que, a pesar de no formar
parte de las sanciones legales, también podrían tener
efectos disuasorios. Es posible que algunas personas
eviten cometer ciertos delitos como resultado de tomar en
consideración los graves problemas familiares, laborales y
sociales que ello podría acarrearles, más que debido a que
piensen en el castigo penal en sí.
En realidad, diversas investigaciones ha mostrado que
las sanciones informales que acostumbran a seguir al
castigo formal pueden tener, en muchos casos, un efecto
disuasorio superior al de las propias sanciones formales
(Barberet, 1997). Sin embargo, la eventual eficacia
preventiva que pudiera tener el control informal no sería
un aval directo de la teoría de la disuasión. El control
informal es un sistema más básico y general de regulación
de la conducta que las sanciones formales prescritas por la
teoría penal clásica (Akers, 1997). Así, aunque las
sanciones informales pudieran producir efectos
disuasorios del delito, la pregunta seguiría siendo si las
consecuencias formales atribuidas a los delitos —las
penas— disuaden o no disuaden por sí mismas.
De todo lo razonado se desprende que la práctica de la
disuasión, derivada de la teoría clásica y convertida en
estrategia fundamental de la política criminal, no es
avalada por los datos disponibles, especialmente en lo
referente a la prevención especial, o sea, a aquella
pretensión disuasoria que se dirige a los propios
delincuentes, para que, como resultado de la imposición
de castigos, no vuelvan a cometer delitos. Algo distinto
podría ser el caso de la prevención general, orientada a la
ciudadanía en general, donde los resultados disponibles
sugieren que la mayor probabilidad de detección policial
sería un elemento importante de disuasión delictiva. Es
decir, los ciudadanos parecen considerar en mayor grado,
para evitar cometer delitos, el riesgo que tienen de ser
descubiertos, es decir, la certeza del castigo, que no la
dureza de la pena que futuramente pudiera recaer sobre
ellos. En conclusión, la duración y la dureza de las penas,
que constituyen pilares básicos de la doctrina y la
operativa del sistema penal, probablemente tienen escasa
influencia sobre la disuasión delictiva. Este resultado es
de gran relevancia para la política punitiva,
informándonos de que el aumento de las penas, a pesar de
los ingentes costes económicos y sociales que comporta
(que deben pagar los sufridos contribuyentes), no
contribuye a mejorar la disuasión penal.

F) ¿Disuasión o moralidad?
Más allá de la disuasión y el control, formal o informal,
la conducta social de las personas también, o
principalmente, se regula a partir de los valores morales,
creencias, actitudes, destrezas, habilidades, etc., recibidos
a lo largo del proceso de socialización. Así por ejemplo,
Wikström, Tseloni y Karlis (2011), evaluando una
muestra de adolescentes del Peterborough Adolescent and
Young Development Study, desarrollado en Inglaterra a
partir de una cohorte de 716 sujetos, no obtuvieron apoyo
empírico global para la disuasión como constructo
autónomo. Analizaron cuatro tipos de conductas
infractoras: hurtos en tiendas, robos de objetos del interior
de los vehículos, vandalismo y agresión. Hallaron que la
mayoría de los jóvenes no evitaban cometer delitos
porque tuvieran miedo de las consecuencias negativas
para ellos, sino sencillamente debido a que no
contemplaban el delito como una alternativa de
comportamiento. Con todo, la amenaza percibida de
castigo fue una consideración relevante para evitar el
delito en aquellos adolescentes que mostraban con
antelación una fuerte inclinación delictiva.
Resultados parecidos obtuvieron también Kroneberg,
Heintze y Mehlokop (2010), a partir de una muestra de
2.130 adultos en la ciudad alemana de Dresde. En
conjunto se halló, contrariamente a la expectativa de las
teorías de la elección racional y la disuasión, que la
mayoría de los sujetos con normas prosociales claramente
internalizadas, no basaban sus elecciones de conducta en
los eventuales beneficios y costes de los delitos. Tal tipo
de elecciones racionales coste/beneficio del delito solo
aparecían en aquellos sujetos que no se sentían vinculados
con normas morales de índole prosocial. Chen y Howitt
(2007) hallaron, a partir de una muestra de 330
delincuentes juveniles varones, internados en el sistema
correccional juvenil de Taiwan, y de 114 jóvenes no
delincuentes, que los infractores mostraban con claridad
un menor desarrollo moral, en términos de los estadios de
desarrollo moral de la teoría de Kohlberg (1984). Los
estudios aquí referidos ampararían perspectivas teóricas
que incluyen elementos de moralidad como factores
inhibidores del delito, tal como la Teoría de la acción
situacional (Wikström, 2008a; aludida en un capítulo
anterior), por encima de teorías puras de elección
racional.

10.3. CRIMINOLOGÍA AMBIENTAL Y


OPORTUNIDADES DELICTIVAS
La segunda parte de este capítulo dirige su atención
hacia la Criminología ambiental o situacional, que se
interesa especialmente por analizar los eventos delictivos
y las características de los lugares en que se producen,
bajo el presupuesto de que son dichas características
topográficas las que favorecen, o, contrariamente, pueden
prevenir, la actividad criminal.
“La Criminología Ambiental plantea que los elementos delictivos
deben entenderse como una confluencia de infractores, víctimas u
objetivos del delito, y normativas legales, en escenarios específicos,
ocurriendo en un momento y lugar concretos. Esto significa que un
análisis completo del delito tiene cuatro dimensiones: la dimensión
legal, la dimensión del infractor, la dimensión de la víctima/objetivo, y
una dimensión espacio-temporal. Lo que es más, esas dimensiones
han de comprenderse e interpretarse sobre un telón de fondo histórico
y situacional complejo, de características sociales, económicas,
políticas, biológicas y físicas, que establecen el contexto en el que
están contenidas las dimensiones del delito” (Brantingham y
Brantingham, 1991, a partir de Vozmediano y San Juan, 2010, p. 35).

Inevitablemente, en un manual general de criminología


como el presente, se efectuará, por limitaciones de
espacio, un tratamiento muy resumido de este relevante y
vasto campo de análisis criminológico. Por ello, se
recomienda al lector interesado en él, el estudio de obras
especializadas al respecto. En inglés, el libro editado por
Wortley y Mazerolle (2008), titulado Environmental
Criminology and Crime Analysis, que integra capítulos
correspondientes a los autores más relevantes en este
campo (algunos aquí referenciados), y en castellano, las
obras de Serrano Maíllo (2009) Oportunidad y delito y de
Vozmediano y San Juan (2010), Criminología ambiental.
Ecología del delito y de la seguridad.
La Criminología ambiental cuenta con antecedentes
remotos, según se vio, en los análisis criminológicos
pioneros de Quetelet y Guerry, en la primera mitad del
siglo XIX, acerca la distribución de la criminalidad en
Francia, y, con los trabajos geográficos sobre delito, de la
Escuela de Chicago, durante la segunda mitad del siglo
XX (Vozmediano y San Juan, 2010). También Lombroso
efectuó múltiples análisis territoriales de la criminalidad
(algo que es más desconocido en su obra), como se ilustra
a continuación.

Mapas del crimen en Italia elaborados por Lombroso. Construyó mapas


semejantes sobre los delitos en España, Francia y otros países europeos.

Uno de los desarrollos modernos más conocidos acerca


de la relación entre espacio físico y delincuencia
correspondió a Newman, en su famosa teoría del espacio
defendible (Newman, 1972). Para la presentación aquí de
sus principales conceptos se seguirá la revisión realizada
por Reynald y Elffers (2009). El concepto de Newman de
espacio defendible hace referencia a cómo el diseño físico
de los ambientes residenciales podría hacerlos menos
vulnerables para los delitos (Chang, 2011). Sus tres
conceptos fundamentales son los de “territorialidad”,
“vigilancia natural” e “imagen y entorno”. Territorialidad
significa que el ambiente físico es susceptible de generar
zonas de influencia sobre la conducta de las personas que
las transitan. Newman (1972) sugiere que estas áreas
pueden ser delimitadas mediante el empleo de barreras,
tanto físicas —vallas, puertas, muros…— como
simbólicas o psicológicas —setos alrededor de las casas,
marcas o señales territoriales…—. A partir de la
territorialización de una zona, cualquier comportamiento
producido en ella, incluidas posibles actividades
delictivas, podría detectarse con mayor facilidad.
El concepto de vigilancia natural haría referencia al
grado en que el diseño físico de un área residencial
permite a sus residentes (o a sus agentes) poder
supervisarla. El principal indicador de vigilancia natural
sería la “observabilidad” de los distintos espacios desde
los propios lugares de residencia o tránsito de los
propietarios (puertas de las viviendas confrontadas unas
con otras, ventanas y vidrieras que permiten la visibilidad
de las zonas exteriores, etcétera). De ese modo el aumento
de la vigilancia natural reforzaría la territorialidad de un
área.
Algo más etéreo es el constructo imagen y contexto,
concebido por Newman como la capacidad que tiene el
diseño urbanístico para trasladar a los extraños una
percepción de unicidad, aislamiento y estigma del espacio
territorializado. Es decir, la apariencia de un lugar debe en
cierto grado simbolizar el estilo de vida de sus residentes,
trasladando a los extraños, entre ellos a eventuales
delincuentes, que se trata de una zona ordenada y
controlada, en que será más difícil realizar un delito.

10.3.1. Teoría de las actividades cotidianas


La teoría situacional más importante y citada en
Criminología es la denominada teoría de las actividades
cotidianas o rutinarias, de Lawrence E. Cohen y Marcus
Felson (1979), también conocida como teoría de la
oportunidad (Cohen, Kluegel y Land, 1981; Serrano
Maíllo, 2009; Walsh, 2012). Fue formulada en un artículo
titulado Social Change and Crime Rate Trends: A Routine
Activity Approach (Cohen y Felson, 1979), en el que se
basará esencialmente la exposición que sigue,
complementándola a partir de trabajos posteriores de
Felson (2006, 2008).

El profesor Marcus Felson, autor de la teoría de las actividades cotidianas,


fotografiado junto a Elisa García España, Profesora de Criminología de la
Universidad de Málaga, y Nerea Marteache, Licenciada en Criminología en
la Universidad de Barcelona, y actualmente profesora de Criminología en la
Universidad de Texas.

A) Mejorar las condiciones de vida no reduce la


delincuencia
Cohen y Felson empezaron constatando, de cara a su
propia reflexión teórica, que en las décadas que habían
mediado entre la segunda Guerra Mundial y los años
setenta se había evidenciado una paradoja sociológica
importante: mientras que las condiciones económicas y de
bienestar habían mejorado sustancialmente en los países
desarrollados, la delincuencia no solo no había
disminuido, como habría sido esperable, sino que en
general había aumentado. Cohen y Felson consideraron
que aunque la mejora de las condiciones de vida de los
ciudadanos, que suponen eliminación de la pobreza,
aumento de la escolarización y del empleo, etc., deba
constituir un objetivo social y político en sí mismo, la
relación entre tales mejoras y la delincuencia no será
directa.

B) Los cambios en las actividades cotidianas


incrementan las oportunidades para el delito
En las sociedades modernas se estarían produciendo
cambios importantes en las rutinas de la vida diaria, entre
las que se cuentan los permanentes desplazamientos de un
lugar a otro y el aumento del tiempo que se pasa fuera de
casa respecto a otras épocas anteriores. También habrían
cambiado las actividades cotidianas que tienen que ver
con el movimiento de propiedades, que habría aumentado
considerablemente. Tal es el caso del dinero, que es
objeto de continuas transacciones, de pagos, de ingresos y
de reintegros bancarios. Se mueven también las
propiedades visibles y materiales: los coches, los artículos
de consumo, etc. La sociedad es un magnífico escaparate.
Cada vez hay más objetos y más oportunidades para
delinquir, lo que incrementará las tendencias predatorias,
agresivas o delictivas en la comunidad, especialmente
aquéllas que se dan en el contacto directo entre
delincuentes y víctimas. Habrían aumentado también las
situaciones de interacción directa entre individuos, al
haber más personas en lugares públicos, lo que
igualmente incrementaría la probabilidad de
confrontaciones y delitos. Existiría, en definitiva, una
interdependencia entre las actividades cotidianas no
delictivas —movimientos bancarios, movimientos de
propiedades, desplazamientos de las personas, salidas
fuera de casa, presencia en lugares públicos— y las
actividades y rutinas de los propios delincuentes (ver
cuadro 10.3).
La esencia de la teoría de las actividades cotidianas de
Cohen y Felson intentaría responder a la pregunta
siguiente: ¿De qué forma la organización espacio-
temporal de las actividades sociales en la vida moderna
favorece que las personas con inclinaciones delictivas
lleguen a cometer delitos? Los autores consideran que los
cambios estructurales propios de la vida moderna, en lo
relativo a las actividades cotidianas de las personas,
incrementan las tasas de criminalidad. Las
transformaciones que en los países modernos favorecen el
desarrollo económico y el empleo, el trabajo fuera de casa
y el bienestar general, habrían propiciado también un
aumento paralelo de las posibilidades para los delitos.

C) Confluencia de delincuentes, víctimas y


ausencia de controles
Cohen y Felson explican el aumento de la delincuencia
a partir de la convergencia en el espacio-tiempo de tres
elementos interdependientes (ver esquema de la teoría en
el cuadro 10.3):
CUADRO 10.3. Teoría de las actividades rutinarias/de la oportunidad
Fuente: elaboración propia a partir de L. E. Cohen y M. Felson (1979). Social
Change and Crime Rate Trends. A Routine Activity Approach. American
Sociological Review, 44, 588-608.

1) La existencia de delincuentes motivados para el


delito. Los delincuentes deben haber aprendido, además,
las habilidades necesarias para delinquir.
2) La presencia de objetivos o víctimas apropiados:
visibles, descuidados, descontrolados.
3) La ausencia de eficaces protectores. Los autores se
refieren aquí, no solo, ni principalmente, a la policía
(Felson, 1994), sino a cualquier ciudadano capaz de
protegerse a sí mismo, de proteger a otros o de proteger
las propiedades (tanto propias como ajenas). Podemos ser
eficaces protectores nosotros mismos, y también pueden
serlo nuestros familiares y amigos, y, asimismo, vigilantes
y policías.
Los autores consideran que si los anteriores elementos
(delincuentes motivados, objetivos o víctimas propicios y
ausencia de protección) confluyen en el mismo espacio y
momento, se producirá un aumento de las tasas de
criminalidad, con independencia de que mejoren o
empeoren las condiciones sociales (pobreza, desempleo,
etc.) que podrían afectar a la motivación delictiva.

D) Derivaciones aplicadas
Desde esta teoría se derivarían dos predicciones
principales acerca de la conducta delictiva:
a) La ausencia de uno solo de los elementos
mencionados será suficiente para prevenir la comisión de
un delito: si no existe un delincuente motivado, un
objetivo atractivo o una víctima propicia, o no se carece
del oportuno control, se elimina la posibilidad del delito.
b) Contrario sensu, la convergencia de estos tres
elementos producirá un aumento de las tasas de
criminalidad.
Si estas predicciones fueran certeras, deberían
observarse dos efectos de las actividades cotidianas sobre
la magnitud de la delincuencia. El primero sería que las
rutinas que tienen lugar en el seno de la familia o cerca de
ella, o en general dentro de los grupos primarios o
afectivamente próximos, deberían suponer un menor
riesgo de victimización, debido a la improbable presencia
en ellos de delincuentes motivados (desconocidos, etc.), y
a la paralela presencia de eficaces protectores (familiares,
amigos, vecinos…). Contrariamente, para aquellas
propiedades o personas expuestas en lugares visibles o
accesibles, aumentaría el riesgo de victimización.
Cohen y Felson pusieron especial énfasis aplicado en el
último elemento condicionante del delito, los eficaces
protectores. Consideran muy difícil evitar, con finalidades
preventivas, el primer y segundo elementos teóricos: la
existencia de delincuentes motivados, y la posible
presencia de víctimas propicias u objetos atractivos y
valiosos. Por eso afirman que la criminalidad aumenta
cuando se reduce el control ejercido por las personas
sobre sí mismas o sobre sus propiedades.
Eck (Eck y Wartell, 1998; Eck y Clarke, 2003) propuso
un modelo integrador, que incorpora los elementos
fundamentales de la teoría de las actividades rutinarias
sobre la delincuencia y añade los elementos de control
que les son parejos, en el que podría denominarse
triángulo de la delincuencia y del control:
CUADRO 10.4. Triángulo de la delincuencia y del control
Fuente: elaboración propia a partir de J. Eck y R. Clarke (2003), Classifying
common police problems. En M. S. Smith y D. B. Cornish (Eds.), Theory for
practice in situational crime prevention, Montsey (New York), Criminal
Justice Press.

• Frente a los potenciales delincuentes, los cuidadores o


monitores (tales como padres, maestros o, en general,
cualesquiera personas que cuidan de otros) supervisan
el bienestar de niños, escolares, clientes de
instalaciones de recreo, etc.
• Ante posibles objetivos o víctimas atractivos para el
delito que pueda haber en un determinado lugar, los
guardianes o vigilantes que se hallan en ese lugar
observan dichos objetivos y lo que sucede a su
alrededor, y de ese modo pueden disuadir de llevarse
cierta propiedad o de asaltar a una posible víctima.
Generalmente los guardianes son ciudadanos
corrientes (vecinos, transeúntes, etc.), aunque también
puede tratarse de policías o vigilantes privados.
• Los administradores de negocios, fábricas, edificios,
oficinas, bares, etc., tales como personal de
administración, gerentes (o incluso los vecinos),
cuidan de dichos lugares intentando evitar que se
produzcan en ellos delitos.

E) La ecología de las actividades cotidianas:


‘ecosistema’ delictivo
En síntesis, Cohen y Felson establecieron que la
probabilidad de delincuencia es una función
multiplicativa de la existencia de delincuentes motivados,
la presencia de víctimas propicias, y la ausencia de
eficaces protectores o cuidadores (véase cuadro 10.3). La
actividad delictiva tiene, de este modo, una naturaleza
ecológica, de interacción de elementos en el espacio-
tiempo, una interdependencia entre delincuentes y
víctimas. Actividades ilegales como el asalto a una
farmacia, a una gasolinera o a un banco se nutren de otras
actividades legales: la apertura de farmacias de guardia
por las noches, o la existencia de bancos o de gasolineras.
También juega un papel decisivo en la delincuencia la
estructura espacial y temporal de las actividades legales
cotidianas. Por ejemplo, influye sobre la menor o mayor
probabilidad de que se produzcan concretas acciones
delictivas por la noche, la manera como las farmacias
expenden los medicamentos, o los mecanismos utilizados
por las gasolineras para el cobro a los clientes. En
definitiva, la estructura de las actividades legales en una
sociedad determina también cómo se organiza el delito en
la sociedad y cuáles son los lugares donde se produce con
mayor frecuencia.
Dos son las principales vías de influencia de las
actividades cotidianas sobre la criminalidad:
a) Las actividades cotidianas facilitan a los delincuentes
medios más efectivos para delinquir. La organización
social actual, caracterizada por una amplia disponibilidad
de tecnología —automóviles veloces, ordenadores ligeros,
móviles, microcámaras, potentes herramientas, etc.—,
suministra instrumental sofisticado y económico a los
delincuentes, susceptible de ayudarles a cometer más
eficazmente sus delitos. Es verdad que la tecnología
también puede servir para evitar el delito (por ejemplo,
mediante alarmas, cámaras de seguridad o GPS), pero no
es infrecuente que los delincuentes tomen la delantera en
lo referido al uso de las innovaciones tecnológicas para la
realización de los delitos (véase, más adelante, el capítulo
en que se trata la delincuencia organizada).
b) Las actividades cotidianas ofrecen a los eventuales
delincuentes nuevos objetivos y nuevas posibles víctimas.
Es evidente que, si en vez de permanecer generalmente en
casa o en sus proximidades, como hacían en mayor grado
nuestros abuelos, salimos por la noche con más
frecuencia, tenemos también mayor probabilidad de ser
atracados o agredidos. Felson y Cohen entienden por
objetivos atractivos o víctimas propicias, aquéllos que
tienen un elevado valor material (joyas, un banco, un
coche) o simbólico (por ejemplo, personajes famosos).
También son criminalmente atractivos aquellos objetivos
fácilmente visibles y accesibles, como puedan ser
escaparates no protegidos o muy llamativos, que exhiben
lujos a los que muchos no pueden acceder. Asimismo,
resultarían víctimas más probables aquellas personas que
por su ocupación profesional o actividad —vigilantes
nocturnos, taxistas, prostitutas que trabajan en la calle,
vendedores de drogas, etc.—, o bien por su descuido
personal, pueden verse más expuestas al delito.
En el cuadro 10.5 recogen diversos ejemplos, en gran
parte deducidos de la criminología ambiental, de posibles
situaciones de oportunidad para delitos violentos, por un
lado, y para delitos contra la propiedad, por otro (Aebi y
Mapelli, 2003; Felson, 2002, 2006; Redondo, 2008a; San
Juan, 2000; San Juan, Vergara y Germán, 2005; Serrano
Maíllo, 2009; Stangeland et al., 1998; Wikström, 2009;
Wikström, Ceccato, Hardie y Treiber, 2010).
CUADRO 10.5. Correlatos situacionales de riesgo, o de oportunidad, para
la conducta antisocial y delictiva
CORRELATOS CON AMPLIA CONFIRMACIÓN EMPÍRICA
Para delitos violentos
Contingencias sociobiológicas de agresión: encuentros con extraños, defensa del
alimento, aglomeración, cambios estacionales
Exposición a un incidente violento como modo de resolución de un problema de
interacción
Insulto o provocación
Locales y contextos de ocio sin vigilancia (personal o física)
Espacios públicos y anónimos (para la violencia por parte de desconocidos)
Espacios privados (para la violencia por parte de familiares y conocidos)
Proximidad temporal a una separación matrimonial traumática (para la agresión grave y
el asesinato de pareja)
Personas aisladas
Calles y barrios escasamente iluminados
En general, víctimas desprotegidas
Para delitos contra la propiedad
Propiedades descuidadas, desprotegidas o abandonadas
Propiedades solitarias, apartadas o dispersas (casas, almacenes, coches, materiales
valiosos, etc.)
Propiedades de gran valor económico expuestas (un coche de lujo aparcado en la calle)
Propiedades con valor simbólico o coleccionables (obras de arte, objetos históricos,
símbolos de marcas automovilísticas: la estrella frontal de Mercedes, etc.)
Propiedades de gran valor acumuladas (un camión cargado de coches nuevos, aparcado
en un descampado)
Invisibilidad, desde el exterior, de casas urbanas
Casas independientes

Bloques de pisos o apartamentos sin vigilancia o control de entrada


Establecimientos comerciales (como supermercados o gasolineras) cuyo diseño
dificulta el control de accesos y movimientos
Pequeños productos (electrónicos, etc.) sin controles de seguridad
Proximidad a calles y barrios de alta densidad delictiva (“Un delito crea un nicho para
otros delitos”, Felson, 2006, p. 134)
Proximidad a calles y barrios escasamente iluminados
Proximidad a zonas de ocio
Proximidad a zonas degradadas
Proximidad a zonas con actividades marginales (venta de drogas, prostitución, etc.)
Aparcar el coche o la moto junto a zonas degradadas de la ciudad
Turistas con apariencia de llevar encima dinero o propiedades de valor (cámaras
fotográficas o de vídeo, regalos, etc.)
Zonas turísticas y de juego
Lugares de concentración de turistas (para actos terroristas)
Mayor tiempo pasado en compañía de personas con comportamiento antisocial
Mayor tiempo pasado en ocio desestructurado (sin realizar actividades prosociales,
deportivas o culturales, etc.)
Lugares carentes de controles (informales o formales)
En general, el “diseño urbano” en cuanto generador de espacios “crimípetos” versus
“crimífugos”, en terminología de San Juan (2000)

Como puede verse, las eventuales oportunidades


estimuladoras de los delitos pueden ser elementos muy
variados, incluyendo tanto objetivos directos del delito
tales como propiedades y víctimas desprotegidas, como
también otros aspectos más globales y diluidos como
podrían ser ciertos contextos urbanos y determinadas
interacciones grupales y sociales. Lo que conecta entre sí
a todos estos elementos diversos, es que su consideración
reorienta el foco del análisis criminológico “desde las
historias personales de los delincuentes hacia la
dependencia del delito de las oportunidades que ofrecen
las actividades cotidianas en la vida diaria” (Osgood,
Wilson, O’Malley, et al., 1996, p. 635).
Algunas situaciones pueden constituir opciones
delictivas que resulten evidentes para cualquier persona,
con experiencia delictiva o sin ella: por ejemplo, un coche
abierto y con la llave de contacto a la vista. Incluso la
mera proximidad geográfica a determinados ambientes o
grupos criminógenos (de tráfico de drogas, de venta de
objeto robados, etc.), podría desencadenar en algunas
personas posibles elucubraciones sobre acciones ilícitas,
que acabaran favoreciendo cometer determinados delitos
(Fagan, Piper y Cheng, 1987). Sin embargo, muy a
menudo las oportunidades delictivas no serían tan
evidentes, sino que serían más bien construidas por los
individuos a partir de las interacciones complejas que se
producen en el binomio individuos-situaciones (Serrano
Maíllo, 2009). Por ejemplo, Hochstetler (2001) analizó,
en una muestra de 50 varones, que eran ladrones de casas
y atracadores, el papel que las interacciones entre co-
delincuentes jugaban en la percepción de oportunidades
delictivas. En este estudio se puso de relieve que tanto la
percepción de las oportunidades infractoras como los
procesos de decisión para la comisión de los delitos,
estaban mediatizados por las interacciones comunicativas
que se producían entre co-delincuentes que actuaban
juntos, acerca de qué lugares y qué víctimas podían
resultar más apropiados y rentables.
Otro factor que favorece la existencia de víctimas
propicias es la movilidad. Cada día pasamos muchas
horas fuera de nuestros contextos familiares, en compañía
de extraños. Por supuesto que la inmensa mayoría no son
delincuentes, pero cabe la posibilidad de que algunos de
ellos lo sean. Además, las personas se separan
cotidianamente de sus propiedades más valiosas —su
casa, su coche u otras— que de ese modo se convierten en
posibles objetivos del delito.
Felson y Cohen sostienen que el nivel de criminalidad
no está vinculado sistemática y únicamente a las
condiciones económicas de la sociedad. De esta manera,
la paradoja que produce la mejora de las condiciones de
vida y el aumento paralelo de la delincuencia es solo
aparente. Las mejoras sociales y económicas de una
sociedad pueden efectivamente disminuir la delincuencia,
aunque quizá solo la delincuencia de subsistencia, que
constituye una mínima parte de la delincuencia de
contacto directo entre delincuentes y víctimas. Es posible
que tales mejoras en las condiciones de vida alteren, con
carácter general, los objetivos del resto de la delincuencia,
pero no parecen tener, per se, la capacidad de reducirla.
En un capítulo posterior se prestará atención detenida a
la cibercriminalidad, o delincuencia cometida en el
contexto, o a partir del uso, de las nuevas tecnologías de
la comunicación, particularmente a través de Internet
(Vozmediano y San Juan, 2010). Aun así, es necesario
ahora, en el marco de la criminología situacional, un
breve comentario y reflexión a este respecto. Los enormes
desarrollos y cambios tecnológicos que se han producido,
y continúan produciéndose, en las comunicaciones e
interacciones sociales, probablemente requieren un
replanteamiento a fondo de los conceptos de espacio y
tiempo reales, que son tan relevantes en las teorías
situacionales del delito (Miró, 2011). En la actualidad,
muchos delitos (económicos, contra la libertad, sexuales,
etc.) pueden realizarse más fácil y eficazmente a través de
medios como Internet, que no directamente. Los
delincuentes motivados y sus posibles víctimas pueden
ser ubicuos en un ciberespacio global y en un tiempo
inespecífico, que claramente transcienden la topografía e
instantaneidad del espacio y del tiempo reales. Lo anterior
probablemente anuncia un aumento y diversificación de la
cibercriminalidad en consonancia con el desarrollo
paulatino de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación (Miró, 2011).
REALIDAD CRIMINOLÓGICA: La policía alerta sobre dos nuevas formas de
robo: la rueda pinchada y la mancha (El PAÍS, sábado 6 de junio de 1998, Cataluña,
p. 4)
El verano convierte el centro de las ciudades y los lugares de atracción turística en
zonas propicias para un tipo de ratero que hace su agosto al socaire de la candidez
con la que se comportan muchas personas. Se trata de delincuentes que utilizan dos
modalidades concretas para conseguir el dinero ajeno: la trampa de la mancha en el
vestido y la rueda pinchada. La Jefatura de Policía de Barcelona advierte de que estas
maneras de robar se ceban en las personas que se mueven por el centro de Barcelona
y en los turistas.
Se trata de dos delitos que no son nuevos, y solo el año pasado las estadísticas de la
policía reflejan 209 denuncias en Barcelona motivadas por estos tipos de robo.
Aunque las víctimas propiciatorias de estas acciones suelen ser extranjeros con toda
la apariencia exterior de turistas, también los nacionales caen en las trampas que les
ponen los rateros. Un experto inspector señala con socarronería: “Los nacionales
piensan que estas cosas solo pasan a los turistas en las autopistas, y el día en que un
distraído paseante, como por casualidad, les mancha con su helado y amablemente les
ayuda a limpiarse, no desconfían. Solo después, cuando descubren que les han robado
la cartera, recapacitan y descubren la treta”.
“Por tanto, cuando un amable ciudadano nos advierta de una mancha o,
directamente, nos manche y, además, pretenda limpiarnos, desconfiemos”, señala la
policía.
También hay que desconfiar cuando algún peatón nos advierte de que nuestro
coche lleva una rueda pinchada o echa humo. Es otra treta para que el conductor o
conductora para el coche y salga a comprobar el desperfecto. En ese momento
descubrirá que unas manos hábiles se apropian de los objetos de valor —el bolso en
el caso de las conductoras— depositados en los asientos. Para salir indemne de una
situación parecida, la policía aconseja, en primer lugar, no dejar ningún objeto de
valor a la vista en el interior del coche; en segundo lugar, llevar puestos los seguros
de las puertas, y en tercer lugar, no abandonar el vehículo y circular unos metros para
comprobar si la alarma es falsa.

F) La delincuencia como proceso vital


Felson (2006) profundizó posteriormente en algunas de
sus ideas teóricas sobre la ecología de la delincuencia,
especialmente en el marco de las ciudades. Según esta
perspectiva, la delincuencia es movimiento y acción, al
igual que cualesquiera otros sistemas y procesos vitales, y
presentaría una serie de características, que son comunes a
todos estos sistemas: organización, adaptación,
metabolismo, movimiento, desarrollo, reproducción, e
irritabilidad o reactividad. Veamos el sentido que atribuye
Felson a dichos procesos en la criminalidad:
• La delincuencia se organiza (en un sentido
‘naturalista’) de muy diversas maneras: primitivas y
elaboradas, informales y formales, a corto y largo
plazo, de forma individual y colectiva, etc.
• Los actores de la delincuencia (delincuentes, víctimas
y sistemas de control) efectúan adaptaciones continuas
a los cambios recíprocos y a las circunstancias de cada
momento: los delincuentes exploran nuevas
oportunidades delictivas (p. e., mediante el uso de las
nuevas tecnologías para sus delitos: pornografía
infantil, venta de drogas, hurtos mediante el acceso
ilícito a cuentas bancarias o a tarjetas de crédito, etc.),
a la vez que las eventuales víctimas y la policía
intentan reducir dichas oportunidades.
• En analogía con el metabolismo o ritmos vitales de los
seres vivos, la delincuencia también está sometida a
ciertos ritmos o ciclos periódicos: “La vida diaria de
las ciudades provee y retira [en función de sus propios
ritmos: horarios de tiendas, de comidas, días festivos,
etc.] los objetivos para el delito” (Felson, 2006, p. 6).
• Los delincuentes experimentan, asimismo, procesos de
desarrollo, en la medida en que sus evoluciones
vitales (llegar a la edad juvenil, madurar o envejecer)
condicionan la incidencia y prevalencia delictivas, que
son cambiantes en una comunidad.
• La criminalidad presenta también procesos
reproductivos o de renovación y permanencia: el
aumento de las tasas de natalidad acabará influyendo,
pasados algunos años, en las tasas de delincuencia, ya
que al haber más jóvenes en la comunidad habrá más
posibles delincuentes juveniles, pero también más
eventuales víctimas.
• La irritabilidad hace referencia, en primera instancia,
al hecho de que tanto los delincuentes como las
víctimas responden a los estímulos externos, o aquello
que los sucede, no necesariamente de un modo
mecánico y automático, sino mediante conductas
variadas que intentan adaptarse a las diversas
circunstancias estimulares. En segundo término, la
irritabilidad o reactividad de la delincuencia también
implica que cuando confluyen determinadas
condiciones, que pueden irse preparando a lo largo de
un periodo prolongado de tiempo (p. e., una mayor
disponibilidad de bienes, como pequeños
electrodomésticos, que pueden ser más fácilmente
robados; una mayor presencia —por diversas razones
sociales— de familias monoparentales, con una menor
supervisión sobre sus hijos, la apertura de un mayor
número de tiendas de productos de pequeño tamaño en
esos mismos barrios, etc.), las tasas de delincuencia
pueden experimentar una ‘explosión repentina’. Es
decir, la delincuencia ‘reacciona’ y se dispara de un
modo desorbitado ante la confluencia de una serie de
factores, de muy distinta índole, pero que, en conjunto,
acaban constituyendo potentes cadenas causales para
el incremento delictivo.
En definitiva, Felson (2006) propone que la
delincuencia real es un sistema vivo, sometido a distintos
cambios y variaciones a lo largo del día, semanas, meses
y ciclos temporales más amplios, y su análisis científico
del delito insta a prestar atención a todos esos cambios y
dinámicas. Además, la concepción de la delincuencia
como ecosistema supone estudiar los procesos e
interrelaciones entre actividades criminales y no
criminales. En sus propias palabras:
“Un ecosistema dado de delincuencia toma en consideración sus
interacciones con otros delitos y con los ambientes no delictivos que
lo envuelven. Se trata de un sistema dinámico, vivo, que permite al
delito pervivir y a veces florecer. Así, por ejemplo, el ecosistema del
robo de coches debe tomar con consideración la interrelación entre el
propietario del vehículo, el ladrón, los vendedores de coches y los
talleres de reparación; y cómo en las rutinas legales de la vida
cotidiana los coches quedan a menudo expuestos de manera
descontrolada. La ecología de la delincuencia estudia los ecosistemas
delictivos, tanto a gran escala como a pequeña” (Felson, 2006, p. 60).

Una implicación importante de lo anterior es que todos


los procesos descritos en la ecología de la criminalidad
deberían ser considerados también a la hora de prevenir la
delincuencia.

G) Evaluación empírica
Las investigaciones que se ha desarrollado sobre la
teoría de las actividades cotidianas, en general han
centrado su atención sobre los lugares donde se producen
los delitos y sobre las características y el comportamiento
de las víctimas. Una de sus conclusiones más reiteradas, a
la vez que obvia y esperable, ha sido establecer que pasar
más tiempo fuera de casa aumentaría la probabilidad de
ser víctima de un delito a manos de desconocidos, tal y
como anticipa la propia teoría.
Sherman et al. (1989) describieron la existencia en las
ciudades de lugares o espacios calientes o de alto riesgo
(hot spots) para los delitos, en los cuales acontecería el
mayor número de acciones delictivas dentro de la ciudad,
muy por encima del que se produce en otras
localizaciones adyacentes (Vozmediano y San Juan,
2010). Por ejemplo, en un estudio realizado en la ciudad
de Minneapolis se encontró que el 50% de las llamadas de
denuncia recibidas por la policía procedían de tan solo el
3% de los espacios urbanos, a la vez que los robos
violentos se concentraban en el 3,6% del conjunto la
ciudad (Sherman, Gartin y Buerger, 1989: 27-55). De
acuerdo con una investigación de Wikström sobre la
ciudad de Estocolmo (Tonry y Farrington, 1995: 429-468)
el 47% de los asaltos callejeros se producían en el 3% de
las calles del centro de la ciudad, y en el Distrito Central
de Negocios, pese a que éste ocupaba solamente el 1% del
espacio urbano, tenía lugar el 31% del total de los delitos.
Tradicionalmente, la policía ha construido sus mapas de
“puntos delictivos calientes” a partir de sus registros
históricos de hechos delictivos, a pesar de que tales
puntos a menudo no son estáticos, sino fluidos o
cambiantes. Ello aconseja, idealmente, el empleo de
técnicas estadísticas más sofisticadas (como la tabla de
contingencia de Knox o la simulación de Monte Carlo),
que permita estimar la fluidez o movilidad de tales puntos
calientes del delito y sus posibles regularidades
(Summers, 2007).
En la investigación española, Sabaté y Aragay, y más
recientemente el Institut d’Estudis Regionals i
Metropolitants de Barcelona (IERMB), en sus diversos
estudios sobre la victimización en Barcelona (véase, por
ejemplo, Sabaté y Aragay, 1995, 1997; IERMB, 2012),
han constatado que las mayores tasas de victimización
delictiva se producen en los barrios centrales de la ciudad,
en los más adinerados, y en los menos protegidos (por
ejemplo, el mayor número de delitos contra los vehículos
correspondía a barrios con menor proporción de
parkings). Conclusiones semejantes fueron obtenidas por
Stangeland y Garrido de los Santos (2004) al respecto de
la ciudad de Málaga, en sus análisis del mapa del crimen,
y por Hernando (2007) en su Atlas de la seguridad de
Madrid. Las agresiones contra la seguridad personal son
más numerosas en los distritos centrales de la ciudad, que
parecen ofrecer a los delincuentes mayor anonimato a la
vez que abundancia de víctimas potenciales (Sabaté y
Aragay, 1997; IERMB, 2012).
Diversos estudios han puesto de relieve cómo la mayor
oferta de oportunidades infractoras que se asocia a los
desarrollos económicos, tecnológicos, etcétera, habidos en
la modernidad, contribuyen a favorecer muchos delitos.
Pese a ello, tal relación no siempre es unidireccional.
Durante las últimas décadas del siglo veinte y las primeras
del veintiuno se han producido ingentes cambios y
avances sociales y tecnológicos que, según uno de los
postulados centrales de la teoría de las actividades
cotidianas, tendrían que llevar a una expansión de los
delitos. Sin embargo, en un amplio estudio de Tseloni et
al. (2010), se constató, a partir del análisis de la evolución
de diferentes categorías delictivas en 26 países de diversas
regiones del mundo, que desde mediados de los noventa
se ha producido una reducción significativa de los hurtos
en el interior de los vehículos, de robos de los propios
vehículos, de robos de casas, y de hurtos y robos a
personas.
Por lo que se refiere a la delincuencia organizada,
Kleemans y Poot (2008) analizaron en Holanda, a partir
tanto de información cuantitativa como cualitativa,
alrededor de 1.000 casos de delincuentes vinculados a
delitos organizados, hallando firme evidencia para la tesis
de que la estructura de oportunidad social, es decir la
disponibilidad de conexiones sociales susceptibles de
ofrecer a los individuos ventajas delictivas provechosas,
es clave para explicar la implicación en delincuencia
organizada.
Además de los avales empíricos con los que cuenta,
desde una perspectiva formal, la teoría de las actividades
cotidianas es una elaboración conceptual explícita y
lógica, con proposiciones claramente definidas y
coherentes entre sí. No obstante, como es lógico y sucede
a todas las teorías, tampoco en este aspecto le han faltado
críticas. Por ejemplo, Akers (1997), uno de los autores
principales de la teoría del aprendizaje social, criticó su
falta de definición del constructo “delincuentes
motivados”. ¿Qué son o quiénes son los delincuentes
motivados? ¿Todas la personas están motivadas para el
delito? O, ¿en qué momento está presente en un lugar un
delincuente motivado? ¿Qué características tiene? Para
Akers (1997) la teoría de las actividades cotidianas, más
que una teoría de la delincuencia, sería una teoría de la
victimización. La teoría asume, como premisa de partida,
que existen individuos motivados para el delito, pero no
se explica tal presunción, sino indirectamente, al
describirse algunas de las características más típicas de las
personas o lugares donde se llevan a cabo los delitos.
Además, Akers (1997) afirma que es del puro sentido
común el que la gente que menos se expone tiene menos
posibilidades de ser víctima de un delito, y no considera
que recordar esta obviedad constituya una gran aportación
teórica.

H) ¿Existe una motivación individual de cariz


situacional?
En un intento de soslayar el concepto problemático de
“delincuente motivado”, Osgood et al. (1996) generaron
una versión individual de la teoría de las actividades
cotidianas, introduciendo para ello el constructo
“motivación situacional”. Desde entonces hasta ahora, la
interpretación de la situación como motivador principal
del delito ha sido un aspecto central de las perspectivas
situacionales (Van der Laan, Blom y Kleemas, 2009). La
idea de una motivación situacional correspondió
originariamente a Briar y Piliavin (1965), quienes
adujeron que “más que considerar los actos delictivos
como resultado exclusivo de motivos a largo plazo
derivados de conflictos o frustraciones cuyos orígenes
están muy alejados de las situaciones en las que las
conductas delictivas suceden” debería aceptarse “que tales
actos son promovidos por experiencias apetecidas por
todos los jóvenes que les son inducidas por las propias
situaciones…” (p. 36; referenciado en Osgood et al.,
1996, p. 638).
Para la definición del concepto motivación situacional,
Osgood et al. (1996) tomaron en consideración algunas
perspectivas teóricas precedentes. Una es la imagen de
jóvenes a la “deriva”, de Matza, ya aludida en un capítulo
anterior, que sugiere que la conducta desviada de los
jóvenes sería el resultado de la mayor apertura que tienen
los adolescentes hacia eventuales valores y
comportamientos de riesgo e infractores, sin que ello
suponga que abiertamente rechacen los valores y estilos
de vida convencionales. También adoptaron la
interpretación de Gottfredson y Hirschi (1990), en su
teoría general de la delincuencia, de que “el motivo para
el delito es inherente o limitado a las ganancias
inmediatas que ofrece el acto en sí mismo” (p. 256;
referenciado en Osgood et al., 1996, p. 638).
Inspirándose en estas bases, Osgood et al. (1996)
reemplazaron el concepto de “delincuente motivado” de
Cohen y Felson (1979) por la noción de que “la
motivación reside en el comportamiento infractor en sí
(…): Cuanto más fácil sea la acción transgresora y cuanto
más potentes sus refuerzos simbólicos y materiales,
mayor será también la instigación hacia la desviación” (p.
639).
Un indicador de que los adolescentes y jóvenes podrían
experimentar tentaciones delictivas es el tiempo que pasan
con amigos, realizando actividades no estructuradas, en
ausencia de figuras de autoridad (Hay y Forrest, 2008;
Osgood et al., 1996). Según Osgood et al. (1996), las
actividades juveniles no estructuradas se asociarían al
incremento de las oportunidades delictivas por tres
razones: en primer lugar, porque la carencia de estructura
y de obligaciones formales sencillamente permite más
tiempo disponible para posibles actividades antisociales;
en segundo término, porque cuando se está con los
amigos, los delitos pueden ser más fáciles, debido a la
cooperación y ayuda mutua, y más reforzantes como
resultado de la aprobación recíproca (Warr, 2005); y,
finalmente, como consecuencia de que la ausencia de
personas adultas suele dejar a los jóvenes sin referente de
autoridad pro-normativa.
Para analizar su hipótesis de conexión entre motivación
situacional y tiempo pasado con los amigos en actividades
no estructuradas, Osgood et al. (1996) estudiaron una
muestra de casi 2.000 sujetos, que fueron evaluados en
diferentes momentos, entre los 18 y 26 años. Se hallaron
asociaciones consistentes entre cuatro actividades no
estructuradas (subir a un coche por diversión, visitar a los
amigos, ir a fiestas, y pasar noches fuera de casa) y cinco
conductas problemáticas (comportamiento delictivo,
abuso grave de alcohol, consumo de marihuana, consumo
de otras drogas, y conducción temeraria). Las cuatro
actividades no estructuradas, que eran las variables
predictoras, sustentaron entre el 1,2% y el 10,9% de la
variación en la conducta antisocial de los jóvenes. Sin
embargo, estas magnitudes de varianza explicada de la
actividad delictiva fueron superadas por otros predictores
como el hecho de que los jóvenes hubieran realizado
previamente otras conductas infractoras, sus actitudes
prodelictivas, y tener amigos delincuentes, variables que
no corresponderían al concepto teórico de “motivación
situacional”, sino a otras teorías de la delincuencia.

10.3.2. Situación y decisión: Teoría del patrón


delictivo
Sin descartar completamente la influencia de otros
factores, los teóricos situacionales se interesaron
principalmente por conocer cómo el entorno físico, las
actividades sociales y el comportamiento de las víctimas
aumentaban las oportunidades para el delito (Vozmediano
y San Juan, 2010). Personas dispuestas a cometer un
hurto, un homicidio o una violación, probablemente
existirán siempre. Pero lo delitos también son facilitados
o inhibidos por la mayor o menor disponibilidad de
oportunidades. De ahí que la prevención más eficaz debe
buscarse, entonces, en la reducción de dichas
oportunidades1. Es decir, de acuerdo con las perspectivas
situacionales, aunque los factores que motivan a los
individuos a cometer delitos no varíen, el número de
delitos aumentará o disminuirá, si se presentan más
blancos fáciles o menos, o si la vigilancia se debilita o se
fortalece. Así, los análisis de las actividades cotidianas de
cierta población —de cómo viven las personas, dónde
trabajan, en qué actividades de ocio participan, etc.—
resultarán decisivos para comprender el nivel delictivo
existente.
En función de todo lo anterior, las perspectivas
situacionales coinciden con la teoría clásica, incluidos
también sus desarrollos modernos, en su consideración de
que la mayoría de los delitos son decisiones racionales, en
el proceso de las cuales el delincuente podría haber
optado por hacer una cosa diferente. A pesar de todos los
condicionantes con los que pueda contar, un ladrón de
coches siempre podría buscar otros medios, distintos del
robo, para obtener el dinero que necesita para vivir. Su
diferencia es que, mientras que la teoría clásica explica las
decisiones delictivas a partir del principio de placer, el
egoísmo y búsqueda del propio beneficio, etc., las
perspectivas situacionales consideran que las
oportunidades resultarán más decisivas a la hora de
adoptar una u otra opción de comportamiento2.
Existe gran similitud entre las teorías que se han
denominado “teoría ecológica” (Park y Burgess, 1925),
“teoría del estilo de vida” (Hindelang, 1978), “teoría
situacional” (LaFree y Birkbeck, 1991), “teoría de la
oportunidad” (Gottfredson y Hirschi, 1990), “teoría de las
actividades rutinarias o cotidianas” (Cohen y Felson,
1979), “teoría de la elección racional” (Cornish y Clarke,
1979), y “teoría medioambiental” (Brantingham y
Brantingham, 1991). Estos últimos autores propusieron en
1994 una integración de teorías sobre el ambiente físico y
la motivación del delincuente, que denominaron esta vez
“teoría del patrón delictivo” (también en Brantingham y
Brantingham, 2008).
El cuadro 10.6 muestra los elementos principales que,
según la teoría del patrón delictivo, e incluyendo algunas
adaptaciones efectuadas por nosotros, conducirían al
delito.
CUADRO 10.6. Teoría del patrón delictivo
Fuente: elaboración propia.

Una primera condición necesaria para la actividad


delictiva es la presencia de un individuo suficientemente
motivado para llevarla a cabo, lo que se representa en la
parte superior de la figura.
Lo siguiente son las actividades cotidianas del
delincuente potencial. Su vida diaria podría ofrecerle
oportunidades para los delitos, y tal vez le muestre y
enseñe modos de llevarlos a cabo. Un delincuente que
viva en determinado barrio céntrico de una gran ciudad
llegará a conocer bien unas cuantas zonas, en las que
habitualmente transcurre su vida. Podrá saber qué
posibilidades existen de cometer un robo en esas mismas
áreas, que le resultan familiares, mientras que constituirán
territorios desconocidos para él las zonas residenciales
periféricas, más distantes de su domicilio, lo que hará más
improbable que robe en ellas, a pesar de que puedan
constituir blancos teóricamente más lucrativos.
La tercera condición para el delito sería algún suceso
desencadenante; por ejemplo, escuchar una conversación
sobre alguien que se ha marchado de vacaciones, u
observar una casa que destaca entre las demás por su
aspecto o colorido, y que, asimismo, parece tener una
ventana abierta (Bennett y Wright, 1984; Cromwell,
Olson y Avary, 1991).
El método para la búsqueda de un blanco u objeto del
delito vendría determinado por el previo esquema o
“guión”, que se forma el delincuente en su mente, como
resultado de la experiencia acumulada con anterioridad
acerca de situaciones semejantes.
Nuestra aportación al modelo de Brantingham y
Brantingham se encuentra en la parte inferior del gráfico.
Se ha introducido el elemento obstáculos, o dificultades
que pueden aparecer en el desarrollo de la acción delictiva
y condicionar su curso posterior. Los obstáculos pueden
dimanar de medidas de protección física, como por
ejemplo la existencia de una persiana metálica en el
escaparate de una tienda, o bien ser de índole social,
como la presencia de vecinos observando la calle desde
una ventana.
En algunos casos estos impedimentos pueden ser
suficientes para hacer que el delincuente abandone su plan
delictivo, al menos temporalmente. Sin embargo, la
experiencia negativa de una serie de intentos fracasados
de delito, puede hacer también que el delincuente cambie
su guión inicial y adopte un plan de comportamiento
diferente. Es decir, los obstáculos podrían conducir o bien
a la prevención del delito, cuando el intento delictivo es
definitivamente abandonado, o bien al desplazamiento del
delito hacia un blanco más fácil, o hacia un delito distinto.
Algunas investigaciones han confirmado la proximidad,
propuesta por la teoría del patrón delictivo, entre lugares
de residencia de los delincuentes y espacios de comisión
de sus delitos. Bernasco y Kooistra (2010) obtuvieron, en
un estudio realizado en Holanda con una muestra de 352
sujetos con antecedentes de robos en comercios, una
asociación estadísticamente significativa entre su propia
historia residencial (esto es, los domicilios en los que
habían vivido sucesivamente) y los lugares de comisión
de sus delitos. Bernasco (2010) halló un resultado
parecido, en cuanto a la elección por los delincuentes de
lugares próximos a su residencia actual o pasada, también
para el caso de los delitos de robo con violencia, robos en
vivencias y hurtos en el interior de los vehículos.

10.3.3. ¿Prevención o desplazamiento del delito?


Un problema de la teoría del patrón delictivo que se
acaba de presentar, que comparte con la mayoría de las
perspectivas sobre oportunidad, factores situacionales,
estilo de vida y actividades cotidianas, es que no se
enfrenta directamente al problema del desplazamiento del
delito, limitándose a explicar por qué en ciertos lugares se
escogen algunos blancos delictivos y se desatienden otros.
Sin embargo, la cuestión del desplazamiento de la
delincuencia es vital para la prevención de los delitos: las
medidas de prevención, ¿disuaden de cometer delitos o
simplemente los desplazan de un lugar a otro? Si en un
barrio se le presentaran a un delincuente más obstáculos
para cometer sus delitos, ¿desistiría de llevarlos a cabo o
los intentaría en otros lugares, o bien se plantearía otras
metas delictivas? ¿Son la mayoría de los delitos realmente
evitables, a partir de aumentar la vigilancia o de reducir el
atractivo de los posibles objetivos? (En el capítulo 24
volveremos sobre este punto).
En absoluto pueden afirmarse que todos los delincuentes
estén predestinados a cometer cierto número de delitos al
año y que, si encuentran obstáculos para ello,
automáticamente buscarán otros “blancos” criminales.
Pero tampoco es posible sostener radicalmente lo
contrario, que los obstáculos y medidas de seguridad y
vigilancia serán completamente eficaces en la prevención
de los delitos. Lo más probable sería que la relación
prevención/desplazamiento del delito, se situara en algún
punto intermedio entre estos dos extremos: los obstáculos
e impedimentos logran evitar definitivamente algunos
delitos, aunque en otros casos los delitos obstaculizados
se desplazan a otros lugares.
Un hallazgo importante que se obtiene de las encuestas
a víctimas es que la mayoría de los intentos de comisión
de delitos resultan frustrados. De todos los conatos de
homicidios, violaciones, robos en viviendas, robos con
violencia, y hurtos diversos, en la mayoría de las
ocasiones los delincuentes se ven obligados a abandonar
el lugar del delito sin haber podido consumarlo de manera
completa (Block, 1989; Hindelang, 1978; Van Dijk,
1994). Tales tentativas frustradas rara vez son
comunicadas a la policía, e incluso son ignoradas en los
estudios de víctimas, puesto que con frecuencia las
propias víctimas los olvidan en seguida, al no haber
sufrido daños o pérdidas graves.
De cualquier modo, el análisis de los intentos frustrados
de delito podría ofrecer información crucial para la
prevención delictiva, si pudiera conocerse con precisión
en qué casos el delincuente desistió del delito que
pretendía y en cuáles resolvió buscar un objetivo
alternativo. Podría ser que los obstáculos que encontró en
su camino hubieran evitado realmente el delito. Sin
embargo, siempre cabe sospechar que el delincuente
simplemente se haya desplazado a otro sitio, o que haya
cambiado de estrategias delictiva. Este fue el caso cuando
en Alemania, a principio de la década de los ochenta, las
sucursales bancarias comenzaron a instalar cristales
blindados y otras medidas técnicas de seguridad, y a
continuación se produjo un aumento de los atracos a
oficinas de correos y vehículos de transporte de dinero
(Rengier, 1985). Sin embargo, los proyectos de
prevención delictiva que, a la vez, han estudiado el
posible desplazamiento del delito, suelen llegar a la
conclusión de que solo alrededor de la mitad de los delitos
se desplaza a otros lugares y objetivos, mientras que la
otra mitad es realmente evitada (Hesseling, 1995).
Van Dijk (1994) formuló un sugerente modelo teórico
que interpreta los sucesos delictivos como interacciones
entre la “demanda” de bienes ilícitos, que encarnarían los
delincuentes, y la “oferta” de oportunidades delictivas,
que representarían las víctimas, como suministradoras
involuntarias de posibilidades para los delitos. La “oferta”
de oportunidades dependería, a gran escala, tanto del
volumen de mercancías y bienes que son exhibidos como
de los niveles de vigilancia existentes, informales y
formales.
La interacción entre ambos factores, “demanda” y
“oferta” delictiva, presentaría cierta elasticidad, según
tipos de delito y marcos culturales. Incrementos de la
demanda, como resultado de una mayor pobreza,
desigualdad o falta de opciones de subsistencia lícitas,
podrían conducir a un incremento de los delitos. Sin
embargo, conscientes de este incremento delictivo, los
“suministradores”, o víctimas potenciales, tenderían a
intensificar la protección de sus bienes y obstaculizar en
mayor medida los delitos, lo que, en consecuencia,
tendería a reducir el beneficio neto obtenido por los
delincuentes en cada transacción delictiva. Ello podría
revertir, a su vez, en un aumento de la propia demanda
delictiva, que compensara los menores beneficios netos
ahora logrados, mediante una intensificación de las
actividades ilícitas. De esta forma, el volumen total de
delincuencia tendería a mantenerse más o menos
constante a partir del reequilibrio dinámico entre la oferta
y la demanda.
De forma paralela, también las oleadas, o variaciones
bruscas de la delincuencia, podrían tener su origen bien en
aumentos de la oferta o bien en incrementos de la
demanda. Por ejemplo, una sociedad con muchos equipos
electrónicos ligeros, como es el caso actualmente del
conjunto de las sociedades industrializadas, presentará
más “ofertas” delictivas para el hurto y el robo. El
televisor familiar de décadas atrás tenía un peso
considerable, y, por ello, era más difícil de usurpar y
transportar. Tampoco existían, hace años, equipos de CD
y ordenadores portátiles, móviles, etc., cuya presencia
creciente y ubicua en la actualidad estaría claramente
asociada al incremento de su sustracción. Sin embargo,
también habría oleadas de delincuencia causadas por
aumentos de la demanda, cuando, por ejemplo, acontecen
largas épocas de desempleo crónico, o se disparan las
diferencias económicas entre clases sociales.

10.3.4. Teoría de las ventanas rotas


La “teoría de las ventanas rotas” intentó explicar el
círculo vicioso que parece producirse en las grandes
ciudades entre, por un lado, la existencia de un control
informal debilitado (algo ya señalado por la Escuela de
Chicago, según se comentó), y, por otro, una delincuencia
en aumento, tal y como se ilustra el cuadro 10.7:
CUADRO 10.7. Teoría de las ventanas rotas
Fuente: elaboración propia a partir de Kelling y Coles, 1996.

Para los autores de esta teoría (Wilson y Kelling, 1982;


Skogan, 1990; Kelling y Coles, 1996), en aquellos barrios
en que existe un miedo excesivo al delito se instauraría en
los ciudadanos una ansiedad generalizada, que traería
consigo un decaimiento del control informal, en la medida
en que muchas personas, amedrentadas por los tirones,
robos, agresiones, venta y consumo de drogas, presencia
de prostitutas en la calle, etc., comienzan a evitar la calle
y los espacios comunes, como plazas, parques públicos y
zonas de recreo. Esta inhibición ciudadana general, con
unas calles y espacios comunes vacíos y a merced de los
delincuentes, alentaría paulatinamente la expansión de
todas aquellas formas de delincuencia callejera que
precisamente se pretendían evitar. Los comportamientos
marginales e ilícitos interaccionarían entre ellos y se
estimularían recíprocamente. Actividades como la
prostitución o el menudeo de drogas facilitarían actos de
pillería, timo o robo, al aparecer en escena, como posibles
víctimas, personas que como los toxicómanos, las
prostitutas, o sus clientes, pueden llevar encima, y con
escaso control, jugosas sumas de dinero.
Según Sousa y Kelling (2006; Wagers, Sousa y Kelling,
2008) las ocho ideas centrales de la teoría de la ventanas
rotas serían las siguientes:
1. Desorden y miedo al delito están estrechamente
relacionados.
2. La policía (con sus actuaciones y prácticas) suele
“negociar” las reglas que rigen el funcionamiento de la
calle, “negociación” en la que también estarían
implicadas las “personas asiduas de la calle”
(ciudadanos corrientes, mendigos, prostitutas,
vendedores de drogas…).
3. Barrios distintos se rigen por reglas de la calle
diferentes.
4. Un desorden urbano desatendido e irresuelto suele
llevar a la ruptura de los controles comunitarios.
5. Las áreas en que se quiebran los controles
comunitarios son más vulnerables a ser invadidas por
actividades delictivas y por delincuentes.
6. La esencia del rol policial para mantener el orden
debe orientarse a reforzar los mecanismos
comunitarios de control informal.
7. Los problemas en una calle, barrio, etc., no suelen ser
tanto el resultado de personas problemáticas
individuales cuanto del hecho de que se congreguen en
un lugar múltiples individuos problemáticos.
8. Diferentes barrios cuentan con capacidades distintas
para manejar el desorden.
De esta teoría, que vincula entre sí comportamientos
como prostitución, venta y consumo de drogas, y diversos
delitos contra la propiedad, se pueden deducir
recomendaciones para la política criminal preventiva
opuestas a las de la criminología crítica y las teorías del
derecho penal minimalista, que se presentaron en el
capítulo precedente. Estas últimas perspectivas
recomiendan restringir el ámbito del derecho penal,
reservándolo exclusivamente para aquellos
comportamientos que atenten contra bienes jurídicos
importantes, como la protección de la vida y la integridad
de las personas, o los delitos graves contra la propiedad,
y, paralelamente, descriminalizar o despreocuparse de
problemas menos importantes, como los relacionados con
la venta callejera, la droga, la pornografía o la
prostitución. Por el contrario, desde la teoría de las
“ventanas rotas” se derivarían políticas preventivas
concentradas precisamente en el control de actividades
marginales o de pequeña delincuencia como las
anteriores, antes de que se conviertan en caldo de cultivo
de delitos más graves. El descenso considerable de la
delincuencia que se produjo en las grandes ciudades
americanas durante los años noventa se atribuyó, al
menos parcialmente, a políticas de esta naturaleza
(Garland, 2005; Kelling y Coles, 1996).
Un ejemplo español de este tipo de actuación preventiva
es la que desarrolló en los años noventa el Ayuntamiento
de Marbella, y también fueron aplicadas en otras ciudades
españolas, introduciendo notables mejoras físicas y
estéticas en el casco urbano, especialmente en las zonas
más deterioradas del centro de la ciudad, y estableciendo
una vigilancia policial más estricta de las actividades de
mendicidad, venta de droga, y prostitución en la calle.
Estas actuaciones pudieron contribuir a reducir el miedo
de los ciudadanos al delito y aumentar su satisfacción con
la policía. Al igual que parece que sucedió en diversas
ciudades norteamericanas donde se aplicaron las tesis de
la teoría de las ventanas rotas, también en Marbella se
produjo una disminución considerable de la delincuencia
común (Stangeland et al., 1998). Sin embargo, en este y
otros casos semejantes, sería bastante discutible si algunos
de los remedios aplicados, como hostigar y perseguir la
venta callejera, particularmente la ejercida como medio de
subsistencia por muchos inmigrantes ilegales, el acoso
municipal a las prostitutas y su clientela, y la persecución
y sanción de las muchas, y a menudo inverosímiles,
conductas incívicas sancionadas por las ordenanzas
municipales de cada lugar, constituyen en sí soluciones a
los problemas delictivos o, por el contrario, son
productores iatrogénicos de nuevas infracciones y
quebrantos de la convivencia (Redondo, 2009).
Un último comentario acerca del fondo de la secuencia
causal, que presupone la teoría de la ventanas rotas, entre
deterioro del espacio urbano, incremento de las
actividades ilícitas y marginales, aumento del miedo al
delito, decaimiento del control informal y, a la postre,
explosión de la criminalidad a mayor escala. En dicho
esquema se postula una línea de relación directa entre una
mayor delincuencia real y un miedo al delito
incrementado. Sin embargo, probablemente la conexión
entre delincuencia y miedo al delito no sea tan lineal y
sencilla como podría inicialmente pensarse. A este
respecto, Vozmediano y San Juan (2006a; 2006b)
evaluaron, en tres barrios de la ciudad de San Sebastián
representativos de tres diferentes niveles socio-
económicos (alto, medio y bajo), la posible relación entre
la distribución real de la delincuencia y la percepción
ciudadana de miedo al delito. Para ello se entrevistó, en
conjunto, a 504 sujetos, correspondientes en proporciones
semejantes a varones y mujeres, y a los tres
barrios/niveles económicos analizados. Mediante la
tecnología SIG (Sistemas de Información Geográfica) se
generaron mapas urbanos tanto de los delitos reales
acontecidos en los diversos barrios (según los registros
judiciales y la distribución geográfica de las víctimas)
como de la percepción de inseguridad por parte de sus
residentes. También se analizaron diversas variables
personales (sexo, edad…), psicosociales (dinámica y
cohesión vecinales, satisfacción residencial, apego al
barrio…), y ambientales (estructura del espacio urbano,
degradación física, etc.).
Vozmediano y San Juan (2006) encontraron, en
consonancia con múltiples investigaciones anteriores, que
las zonas céntricas de la ciudad (en que se ubicaban
barrios de niveles socio-económicos medio y alto)
aglutinaban la mayor densidad delictiva, pese a lo cual sus
residentes no mostraron un miedo al delito elevado. En
cambio, el mayor grado de miedo al delito se produjo en
la zona que se evaluó como de nivel socio-económico
bajo, a pesar de existir en ella una menor tasa de delitos.
Es decir, quienes manifestaban haber sufrido, en
promedio, menor victimización, mostraron, pese a todo,
mayor miedo delictivo.
En realidad, el mayor temor al delito manifestado por
los residentes del barrio de nivel socio-económico bajo se
asoció significativamente, no al nivel real de delitos que
habían experimentado, sino a variables psico-socio-
ambientales como menor satisfacción con los vecinos,
mayor precepción del barrio como inseguro, y menor
contento con las actuaciones judiciales y con la política
del ayuntamiento.
En conclusión, según los autores de este estudio, a
menudo se produce, en expresión de Fattah (1993), la
paradoja del miedo al delito, o falta de correspondencia
entre la realidad de la delincuencia y la subjetividad del
temor percibido que suscita, cuya explicación suele
requerir la consideración de factores variados:
“La influencia de las características de los espacios dibujaría en
cada contexto urbano estudiado un patrón de miedo al delito propio,
coincidente, en unos casos con el delito objetivo, pero en otros no.
Otro elemento que puede influir en la disparidad de resultado al
respecto es el desplazamiento del fenómeno delictivo en la ciudad.
Desde una perspectiva espacio-temporal, una zona que ha soportado
altos índices de delito en el pasado podría mantener un mayor nivel de
miedo al delito aun cuando el delito haya ‘migrado’ a otra zona de la
ciudad como consecuencia, por ejemplo, de la intensificación puntual
de la actividad policial. La percepción de ese espacio como peligroso
podría perdurar más allá de la persistencia de elementos objetivos, una
vez que se ha incorporado a la dinámica de la vida cotidiana en un
vecindario concreto. Por otro lado, las variables psico-socio-
ambientales incluidas en el estudio sugieren que la percepción del
espacio físico por los vecinos, así como las creencias compartidas
sobre la efectividad de la justicia y el papel del ayuntamiento en
garantizar la seguridad, podrían estar jugando un papel en la génesis y
mantenimiento del miedo al delito” (Vozmediano y San Juan, 2006a,
pp. 3-4).

10.3.5. Actualidad y futuro de la Criminología


ambiental
Grupo de investigación sobre Delincuencia, Marginalidad y Relaciones
Sociales, de la Universidad del País Vasco (vinculado al Instituto Vasco de
Criminología). De izquierda a derecha: Juan Aldaz, Doctor en Sociología;
Nerea Martín, Doctoranda; Laura Vozmediano, Doctora en Psicología;
Estefanía Ocáriz, Doctora en Psicología; Anabel Vergara, Profesora titular de
Dep. de Psicología Social y Metodología; Natalia Alonso, Doctoranda; y
César San Juan, Profesor titular del Dep. de Psicología Social y Metodología.
Sus líneas de investigación son: Justicia juvenil (delincuencia de menores y
evaluación de medidas educativas); inteligencia emocional y conducta anti-
social; Criminología ambiental (espacios seguros y amigables); etiología
multinivel de la agresión sexual; victimización y miedo al delito en contextos
digitales.

En este epígrafe se han recogido los principales


planteamientos de la Criminología ambiental para la
explicación del delito y algunas de sus posibles
aplicaciones preventivas. Como síntesis de estas
perspectivas, se resumen a continuación los diez
principios de las teorías de la oportunidad, que sugirieron
Felson y Clarke (1998; según la síntesis de Vozmediano y
San Juan, 2010):
1. La oportunidad juega un papel decisivo en la
comisión de cualquier delito, tanto de los delitos
económicos (donde resulta más evidente), como en
cualesquiera otros.
2. Las oportunidades son específicas para cada delito
(hurto de carteras, robo en un banco, agresión sexual,
etc.), lo que debe ser atendido para el diseño de las
correspondientes estrategias preventivas.
3. Las oportunidades delictivas tienden a concentrarse
en lugares y tiempos concretos (calles, plazas,
barrios; mañanas, tardes, noches, fines de semana).
4. Existe una estrecha correspondencia entre los
patrones de actividad de la vida diaria
(desplazamientos, aglomeraciones de gente, etc.) y las
oportunidades delictivas.
5. Un delito específico puede promover las
oportunidades para otros delitos. Por ejemplo, los
robos en viviendas, coches, tiendas, etc., favorecen la
compraventa de objetos robados, el hurto mediante
tarjetas de crédito sustraídas, etc.
6. Algunos objetos (dependiendo de su valor, inercia o
transportabilidad, visibilidad y accesibilidad)
constituyen oportunidades más atractivas para los
delitos que otros.
7. Los cambios sociales y tecnológicos (p. e., el
desarrollo de móviles u ordenadores ligeros, acceso
masivo a Internet, etc.) generan nuevas oportunidades
para los delitos.
8. Los delitos pueden prevenirse a partir de reducir las
oportunidades delictivas.
9. Reducir las oportunidades puede prevenir el delito de
modo efectivo, sin que necesariamente tenga por qué
producirse el desplazamiento de los delitos a otros
lugares alternativos.
10. Disminuir las oportunidades delictivas para franjas
horarias y lugares concretos puede producir efectos
de generalización preventiva a otros momentos y
contextos próximos, inicialmente no incluidos en las
estrategias de prevención situacional.
De los anteriores principios, relativamente probados en
la investigación, se derivan diversas implicaciones para el
desarrollo científico y aplicado de la Criminología
ambiental, entre las que pueden mencionarse las
siguientes (Vozmediano y San Juan, 2010): la creación de
nuevas técnicas de mapeo de los delitos y de geografía
delictiva (de barrios, ciudades, países, etc.), para su
análisis en relación con diversas variables poblacionales,
económicas, etc. (Anselin, Griffiths, y Tita, 2008; Rossmo
y Rombouts, 2008); la representación de las actividades y
eventos delictivos a partir de simulaciones por ordenador
y mediante modelos matemáticos; la paulatina
especificación de los análisis y las medidas preventivas,
de índole situacional, para tipologías delictivas concretas
(hurtos de bolsos, robos en casas, abuso sexual, etc.); el
desarrollo de la prevención criminal a través del diseño
ambiental (Cozens, 2008); la creación de productos contra
los delitos (Ekblom, 2008); y el análisis y la prevención
de los procesos de revictimización delictiva (Farrel y
Pease, 2008).
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. Las teorías del delito como elección racional y las teorías de la oportunidad se
conectan entre sí a partir de que ambas realzan, a la hora de explicar el
comportamiento delictivo, tanto los procesos de decisión sobre costes y beneficios
de una conducta como la relevancia criminogénica de las oportunidades
infractoras.
2. Según el principio de utilidad esperada, el comportamiento humano, incluido el
delictivo, depende de las expectativas que tienen los individuos sobre los
beneficios y costes (tanto materiales como psicológicos) que pueden obtener por
diferentes conductas: “Cuanto mayor sea la razón de las recompensas (materiales
y no materiales) de la no-delincuencia y las recompensas (materiales y no
materiales) del delito, menor será la tendencia a cometer delitos” (Wilson y
Herrnstein, 1985: 61).
3. Según la teoría de la elección racional, en el momento de decidir si se realiza o no
una conducta delictiva, resultarán críticas las valoraciones que el individuo efectúe
de los siguientes aspectos: 1) de las ganancias y pérdidas esperables por ella, 2) de
la inmediatez/demora de tales ganancias o pérdidas, y 3) de su certeza o incerteza.
4. Las implicaciones más relevantes de lo anterior para la política criminal son las dos
siguientes: 1) la reducción de la demora y de la incerteza de las recompensas que
se asocian al comportamiento no delictivo, aumentarán la probabilidad de dicho
comportamiento y, en consecuencia, reducirán la probabilidad de delito; 2) el
mero incremento de la dureza de los castigos asociados al delito, sin asegurar su
inmediatez y certeza (que son los elementos que en mayor grado se vinculan a la
disuasión punitiva), no garantiza la reducción de la tendencia individual a cometer
delitos.
5. Contrariamente a lo que suele esperarse desde una perspectiva puramente
disuasoria, la probabilidad de reincidencia de un individuo es directamente
proporcional al número de ingresos y tiempo pasado en prisión, a la mayor
penosidad o dureza de su encarcelamiento, y a la finalización de su condena en
regímenes más duros o estrictos, como el régimen cerrado.
6. El control y la disuasión informal (por el temor a pérdidas sociales en relación con
la familia, el trabajo, los amigos, etc.), y el propio desarrollo moral de los
individuos (a partir de creencias y actitudes prosociales y contrarias al delito),
tendrán, en muchos casos, un mayor poder disuasorio de la delincuencia que las
meras sanciones penales.
7. Según la teoría de la actividades cotidianas, la delincuencia aumenta cuando
convergen en el espacio-tiempo tres elementos: 1) delincuentes motivados (y
entrenados) para el delito, 2) objetivos o víctimas propicios (visibles,
descuidados…), y 3) ausencia de protectores eficaces (propietarios, familiares,
vecinos, vigilantes, policías…).
8. La ausencia de uno solo de los elementos anteriores es suficiente para prevenir la
comisión de un delito. Sin embargo, ya que es muy difícil evitar que haya
personas motivadas para el delito y que puedan existir víctimas u objetivos
atractivos, la clave de la prevención estará más bien en el aumento y mejora de la
protección de posibles víctimas y propiedades.
9. Los delincuentes, las víctimas y objetivos delictivos, y los cuidadores o
protectores, interaccionan de forma dinámica y permanente en los mismos
contextos sociales, conformando “ecosistemas” delictivos. En dichos ecosistemas,
las actividades ilícitas (hurtos de vehículos, robos en casas, estafas por Internet,
lesiones, agresiones sexuales, etc.) se nutren y condicionan a partir de las
actividades cotidianas lícitas que existen en la sociedad (comercio de coches,
existencia de casas inseguras, transacciones económicas por Internet, personas que
pasean, viajan solas, etc.).

10. Como ecosistema social, a la delincuencia pueden serle atribuidas también las
características generales de todo sistema vivo: 1) la delincuencia se organiza de
diversas formas (primitivas/elaboradas, individuales/colectivas…); 2) efectúa
adaptaciones continuas a los cambios y circunstancias del momento; 3) cuenta con
metabolismo, o ritmos y ciclos periódicos (p. e., en función de los horarios de la
actividad comercial); 4) experimenta desarrollos y evoluciones vitales (inicio de
los jóvenes en el delito, consolidación de su actividad criminal, desistimiento
delictivo); 5) procesos de reproducción y renovación (incorporación, a un
ecosistema criminal, de nuevos delincuentes o de nuevas víctimas); y 6) la
delincuencia reacciona y se reajusta frente a los cambios que se producen en el
contexto circundante.
11. Se comprueba que la mayor oferta y diversificación de las oportunidades
infractoras, que suele asociarse al desarrollo económico y social, contribuye
relativamente a favorecer nuevos delitos.
12. Frente al concepto de delincuente motivado, se ha considerado también que puede
existir una motivación situacional para el delito: cuanto más fácil sea la acción
transgresora y más potentes sus refuerzos, mayor será la instigación hacia el
comportamiento infractor.
13. Un indicador frecuente de que los adolescentes y jóvenes podrían experimentar
tentaciones delictivas es el tiempo que pasan, junto a sus amigos, en actividades
no estructuradas, en ausencia de figuras de autoridad (generalmente, personas
adultas).
14. Según la teoría del patrón delictivo, la mayor probabilidad de delito se producirá
en aquellos lugares en que confluyan las rutas cotidianas de posibles delincuentes
motivados (en sus desplazamientos habituales por la ciudad) con la presencia de
oportunidades delictivas (turistas, comercios, casas, coches…).
15. Como resultado de la prevención situacional de los delitos (a partir del aumento
de los obstáculos, del control informal y de la vigilancia) una parte de los delitos
se previene definitivamente mientras que otros se desplazan a otros lugares más
favorables.
16. Según la teoría de la ventanas rotas, para prevenir que en un lugar aflore y se
consolide una delincuencia más frecuente y grave, como resultado del abandono
de la calle por parte de los ciudadanos y del consiguiente decaimiento del control
social informal, debe empezarse por controlar y evitar en ese mismo lugar las
diversas actividades marginales y de pequeña delincuencia tales como la venta
callejera, el menudeo de drogas, la prostitución, etc.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian las teorías de la elección racional y las
de la oportunidad delictiva? ¿Se parecen más que se diferencian? ¿Tiene sentido
aunarlas en un solo capítulo o sería mejor analizarlas de modo separado?
2. ¿Puedes definir los conceptos de disuasión, prevención especial y prevención
general? ¿E inocuización? ¿Cuáles son los mecanismos principales a partir de los
que podrían operar la prevención especial y la general?
3. ¿Hay una sola o varias teorías de la disuasión? Razona tu respuesta.
4. ¿Qué significa valor o utilidad de la conducta? ¿Y recompensas y castigos? ¿De
qué factores dependen?
5. ¿Han confirmado las investigaciones la disuasión delictiva? ¿En qué supuestos?
¿Funciona la prevención especial disuasoria? ¿Y la prevención general? ¿Qué
tiene mayor efecto disuasorio, la dureza o la certeza de las penas? ¿Puedes
mencionar algunos estudios al respecto de estas diversas cuestiones? De acuerdo
con lo explicado en el capítulo 2 (Método e investigación criminológica), qué
metodologías han seguido los estudios sobre disuasión.
6. ¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza realizar una acción ilegal (obviamente,
no tiene por qué ser un homicidio)? ¿Cuáles fueron las razones para desistir de
llevarla a cabo?
7. Individualmente o en grupos, y repasando previamente el capítulo 2, preparar un
proyecto esquemático de investigación para analizar el posible efecto disuasorio
de la legislación contra las drogas, o al respecto de cualquier otra categoría de
delitos.
8. Define los conceptos de “territorialidad”, “vigilancia natural” e “imagen y
entorno”, de la teoría del espacio defendible.

9. ¿A partir de qué conceptos principales explica la teoría de las actividades


cotidianas la delincuencia? Aplica dichos conceptos a diversos tipos de delitos (p.
e., hurtos, robos en casas, lesiones, violencia de género, etc.), y reflexiona acerca
de su adecuación y capacidad explicativa ¿Qué indicaciones para la prevención se
derivarían, en cada delito analizado, del triángulo de la delincuencia y el control?
10. ¿A qué se refiere el concepto de “ecosistema delictivo”? ¿Qué significa que la
delincuencia es un proceso vital?
11. Individualmente o en grupos, los alumnos pueden ir a distintos lugares de la
ciudad y efectuar un observación sistemática sobre posibles oportunidades para el
delito en cada uno de ellos, presentándolo posteriormente al conjunto de la clase.
12. Según los resultados de investigación revisados en este capítulo, ¿puede afirmarse
que exista una motivación situacional para el delito? Razona tu respuesta.
13. ¿En qué consiste la teoría del “patrón delictivo”? ¿Cuáles son sus elementos más
importantes? ¿Y la teoría de las ventanas rotas?
14. La prevención situacional, ¿previene o desplaza la delincuencia? ¿Cómo pueden
interaccionar la demanda y la oferta delictivas?

1 El diseño físico de una tienda puede influir en el número de hurtos que se


cometen en ella (Farrington, 1992c). La mayor disponibilidad de armas de
fuego tiene mucho que ver con el número de homicidios que se producen
en un país (Killias, 1993; Lester, 1993). Al mismo tiempo que, bajo la
influencia de diversas contingencias situacionales (vecinos que observan,
personas que pasean por un parque, vehículos que se detienen en una
calle, etc.), solo una pequeña parte de los intentos de violación en lugares
públicos suele llegar a consumarse (Block, 1989).
2 La elección racional no implica que necesariamente los delitos sean
premeditados (Cornish y Clarke, 1989). En realidad muchos delitos
acontecen de manera rápida, fortuita, con una mínima preparación y con
un resultado poco fructífero, en términos coste-beneficio, para el
delincuente (Gottfredson y Hirschi, 1990). Sin embargo, el delincuente
suele ser en general consciente de lo que está haciendo, y acostumbra a
pensar en alternativas. Comete un delito porque, en un determinado
momento, y según su propia percepción, esta conducta constituye la
“mejor” solución a su problema (ya sea económico o personal).
11. DESARROLLO DE LAS
CARRERAS DELICTIVAS
11.1. CRIMINOLOGÍA DEL DESARROLLO VITAL 519
11.2. CARRERAS DELICTIVAS 520
11.3. FACTORES DE RIESGO Y DE PROTECCIÓN 524
11.3.1. Predictores de riesgo individuales y sociales 524
11.3.2. Fuerza de los diversos predictores 528
11.3.3. Factores de protección 531
11.4. EVOLUCIÓN DESDE LA DELINCUENCIA JUVENIL A LA
ADULTA 533
11.4.1. Curva de edad del delito 534
11.4.2. Persistencia y desistimiento de la conducta delictiva:
procesos relevantes 536
11.4.4. Inicio adolescente y tardío en el delito 541
11.4.5. Conclusiones sobre continuidad delictiva 542
11.5. EXPLICACIONES CRIMINOLÓGICAS 543
11.5.1. Infractores adolescentes y delincuentes persistentes 544
A) Taxonomía sobre participación delictiva 545
B) Evaluación empírica 547
11.5.2. Teoría Integradora del Potencial Antisocial Cognitivo (ICAP)
548
A) Potencial antisocial 550
B) Decisión de cometer un delito 551
C) Inicio, persistencia y desistimiento de la delincuencia 552
D) Validación empírica 553
11.5.3. Modelo del Triple Riesgo Delictivo (TRD) 556
A) Riesgos personales, carencias sociales y oportunidades
delictivas 557
B) Probabilidad de delito y motivación delictiva 559
C) El Modelo TRD como estructura meta-teórica 561
D) Riesgo social de delincuencia y prevención 563
E) Aplicaciones e investigación del Modelo TRD 566
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 569
CUESTIONES DE ESTUDIO 569

11.1. CRIMINOLOGÍA DEL DESARROLLO


VITAL
Muchas de las teorías presentadas en los capítulos
precedentes son esencialmente explicaciones estáticas, en
cuanto que interpretan que uno o más elementos
específicos (la ruptura de vínculos sociales, el aprendizaje
de conductas antisociales, la falta de autocontrol, la
pobreza, el etiquetado, las decisiones racionales, las
oportunidades delictivas, etc.) favorecen la delincuencia
con carácter general y a cualquier edad de los sujetos.
Frente a ello, la Criminología del desarrollo vital ha
planteado una interpretación más dinámica del
comportamiento delictivo, considerando que la actividad
criminal estaría fuertemente condicionada por la edad del
individuo y por las características personales, ambientales
y sociales que se vinculan a las diversas etapas de la vida.
Del mismo modo que las personas cambian y maduran
con el transcurso del tiempo, también varían los factores
que influyen sobre su comportamiento. Durante la
infancia probablemente jugarán un papel prominente las
relaciones familiares, mientras que durante la
adolescencia posiblemente primarán las influencias de los
amigos y la escuela, y posteriormente, en la edad adulta,
las influencias laborales y los lazos afectivos de pareja.
De modo paralelo, se considera que la participación en
el delito constituye un proceso variable a lo largo del
tiempo, al que se ha denominado carrera delictiva, que
incluiría una secuencia de etapas. Así, la Criminología del
desarrollo se interesaría principalmente por el inicio en el
delito, la escalada o incremento de la gravedad de los
delitos, la especialización o versatilidad delictivas, y el
desistimiento o finalización de la actividad criminal. Para
ello se ocuparía de tres aspectos principales de las carreras
delictivas: la evolución de la conducta antisocial y
delictiva a lo largo del tiempo, los factores de riesgo y
protección más relevantes a diferentes edades, y, a partir
de ello, la prescripción de propuestas aplicadas en orden a
reducir el impacto de los factores de riesgo y prevenir así
la delincuencia (Case y Haines, 2009). Estos
planteamientos suponen la adopción de una perspectiva
de análisis intra-sujetos, más interesada por los cambios
que acontecen a lo largo de la vida del individuo, que por
la comparación inter-sujetos, entre grupos de delincuentes
y no delincuentes, que ha sido la opción más habitual en
criminología (Farrington, 2008c).
Debido a su visión innovadora acerca del delito, y
también a su ingente producción científica a lo largo de
los últimos años, la Criminología del desarrollo vital
puede ser legítimamente considerada un nuevo paradigma
de la Criminología, y como tal es englobada y tratada en
el presente capítulo.

11.2. CARRERAS DELICTIVAS


La expresión “carrera delictiva” es ampliamente
utilizada en la bibliografía criminológica actual, siendo
cada vez más los autores que defienden su relevancia para
el estudio del comportamiento delictivo (entre otros
muchos: Blumstein, Cohen y Farrington, 1988a, 1988b;
DeLisi y Beaver, 2011; Farrington, 2009b; Le Blanc,
1986; Loeber, Wei, Stouthamer-Loeber, et al., 1999;
Smith, Visher y Jarjoura, 1991; Sampson y Laub, 1993,
2008; Soothill, Fitzpatrikc y Francis, 2009). El punto de
arranque de esta perspectiva fue, a mediados del pasado
siglo XX, el conocido estudio longitudinal Unraveling
Juvenile Delinquency (1950), sobre 500 delincuentes
juveniles, desarrollado por Sheldon y Eleanor Clueck en
Washington (y reanalizado décadas después por Sampson
y Laub, 1993). Posteriormente, a partir de otros estudios
longitudinales subsiguientes se favoreció y consolidó el
desarrollo de la perspectiva de carreras delictivas. Han
sido particularmente relevantes los siguientes (Case y
Haines, 2009): el Cambridge Study, de seguimiento,
desde los años setenta hasta la actualidad, del
comportamiento antisocial en una muestra de más de 400
varones londinenses, el Pittsburgh Youth Study (Estados
Unidos), sobre más de 1.500 varones evaluados a partir de
la edad de siete años, y el Dunedin Study acerca de 1.037
niños y niñas en Nueva Zelanda
La carrera delictiva define la secuencia longitudinal de
los delitos cometidos por un individuo a lo largo del
tiempo, lo que requiere analizar la evolución de su
actividad criminal a través de distintas etapas o estadios
(Le Blanc, 1986). En esencia es un método de evaluación
de la actividad criminal individual, que no prejuzga la
frecuencia o intensidad delictivas particulares. En
delincuencia, todas las casuísticas son posibles, desde
individuos que solo cometen una infracción a aquellos
otros que efectúan numerosos delitos a lo largo de un
tiempo prolongado, a lo que se ha denominado
“delincuentes de carrera” (Blumstein et al., 1988a,
1988b). Es una constatación universal que muchos
jóvenes realizarían actividades antisociales de manera
transitoria, durante la adolescencia y la juventud,
abandonándolas pronto de modo ‘natural’, pero que un
grupo reducido desarrollaría carreras delictivas crecientes
y prolongadas, convirtiéndose en delincuentes
“persistentes” (Bechtel, Lowenkamp, y Latessa, 2007;
Henggeler, 1989, 2003; Loeber, Farrington, y
Waschbusch, 1998; Lösel, 2000). Estos sujetos, que
suelen tener un inicio precoz en el delito y que van a
cometer muchas y graves infracciones durante periodos
prolongados de su vida, deberían constituir la prioridad
científica de los análisis criminológicos (Howell, 2011;
Moffitt, 1993; Piquero, 2001; Sigurdsson, Gudjonsson y
Peersen, 2001; Walsh, 2012).
Desde una perspectiva temporal, suelen distinguirse tres
momentos o etapas fundamentales, típicas en muchos
delincuentes (Benson, 2006): inicio del comportamiento
infractor (frecuentemente al principio de la adolescencia),
incremento y mantenimiento de las actividades delictivas
(desde el final de la adolescencia hasta el principio de la
edad adulta), y finalización de los comportamientos
criminales (entre los 21 y 29 años). En el transcurso de
estas etapas se describen e intentan comprender aspectos
como la tasa o frecuencia de los delitos cometidos, el
patrón o secuencia de los mismos, el posible incremento
de su gravedad, y otras tendencias o factores que puedan
identificarse. En paralelo, se analiza qué factores de
riesgo y de protección (biológicos, psicológicos, sociales,
económicos, etc.) se asocian prioritariamente a las
distintas etapas y trayectorias delictivas (Case y Haines,
2009; Catalano y Hawkins, 1996; Ellis et al., 2009;
Farrington, 1992, 1996; Farrington y Loeber, 2013; Lilly
et al., 2007; Loeber et al., 1999; Sampson y Laub, 1993;
Soothill et al., 2009). En unión a los factores de riesgo,
más recientemente se ha incorporado también la
denominación de eventos o acontecimientos vitales que
podrían influir sobre la participación delictiva. Mientras
que los factores de riesgo podrían consistir en sucesos de
efecto pernicioso más transitorio (p. e., el hecho de perder
a un progenitor, una separación de pareja, etc.), los
acontecimientos vitales harían referencia a influencias de
mayor duración e impacto prolongado (p. e., una relación
de pareja o matrimonial problemática, el desempeño de
determinado empleo de especial riesgo delictivo, la
amistad con delincuentes, etc.). Aun así, ambos tipos de
influencias criminogénicas pueden subsumirse bajo la
denominación de factores de riesgo, que será aquí la
preferida y habitualmente utilizada.
En los análisis de carreras delictivas son especialmente
relevantes algunos conceptos como los siguientes. En
primer lugar, los de prevalencia y frecuencia. La
prevalencia, o participación, se refiere a la proporción de
miembros de una población que son delincuentes activos
en un tiempo dado; mientras que la incidencia, o
frecuencia, define la tasa anual de delitos cometidos por
delincuentes activos a lo largo de determinado periodo
temporal (es decir, el número de delitos por delincuente).
Así, el concepto prevalencia/participación distingue entre
delincuentes y no delincuentes, entre quienes participan
en el delito y quienes no lo hacen, y el de
incidencia/frecuencia indica qué número de delitos
comete un delincuente activo a lo largo de un año, etc.
(Blumstein et al., 1988b).
También es relevante el concepto de persistencia, que
define quiénes son delincuentes frecuentes o crónicos, y
apunta a la indagación de aquellos factores que
caracterizan a los individuos que continúan en el delito
frente a quienes inhiben pronto su implicación en
actividades delictivas (Smith et al., 1991). En conexión
con el anterior, la estabilidad delictiva haría referencia a
la permanencia del comportamiento infractor, los años a
lo largo de los cuales un individuo comete delitos.
La prevalencia delictiva, o proporción de individuos
que cometen infracciones, es una medida social y global
del delito. Distintas investigaciones han estimado que
entre los adolescentes y jóvenes existe una elevada
prevalencia delictiva, de hasta el 80% e incluso superior,
pero circunscrita generalmente a conductas leves
(Farrington, 2008b; Howell, 2011; Redondo y Garrido,
2001; Redondo, Martínez-Catena, y Andrés, 2011). La
mayor prevalencia o participación juvenil en conductas
antisociales tendría lugar en el intervalo de edad 16-17
años (Farrington, 1992, 2008b; Rechea, 2008; Sampson y
Laub, 2005).
Por su parte, la incidencia y la estabilidad delictivas
constituirían los dos parámetros fundamentales de las
carreras delictivas individuales (Rutter, Giller, y Hagell,
2000); es decir, con qué frecuencia los sujetos cometen
delitos y durante cuánto tiempo.
A pesar de la acogida mayoritaria que el concepto de
“carrera delictiva” tiene en la criminología actual, su
aceptación no es unánime. Particularmente, Hirschi y
Gottfredson (1988:13) rechazaron su utilidad, al
considerar que, al igual que sucede con el término
delincuencia, tampoco permitiría distinguir entre los
hechos delictivos y los delincuentes que los realizan. En
su opinión, los investigadores de carreras delictivas
estudiarían a los delincuentes a través de los delitos que
van cometiendo, sin tomar en cuenta la “tendencia
criminógena” (criminality) que puedan mostrar. Desde la
idea de carrera delictiva, se consideraría que un sujeto es
“más delincuente” si comete más delitos, y se supone que
su capacidad criminógena disminuye a medida que sus
delitos son menos frecuentes o graves. Contrariamente a
ello, para Hirschi y Gottfredson, son los “delitos” los que
decrecerían con la edad, mientras que la criminalidad, o
tendencia delictiva, permanecería relativamente estable a
lo largo de la vida. Los delitos que un sujeto pueda
cometer dependerían de más cosas que de su propia
tendencia criminal, interviniendo factores como la
disponibilidad de herramientas o armas para la comisión
de los delitos, o la facilitad de acceso a objetivos o
víctimas.
Por otro lado, Case y Haines (2009) consideraron que la
investigación sobre carreras delictivas habría sesgado en
exceso los análisis del delito hacia factores de riesgo de
cariz individual y psicológico, prioritariamente en la
infancia, pero habría desatendido los factores sociales o
ambientales que influirían en la vida adulta. También
valoran negativamente que en este tipo de investigación
se emplee una metodología puramente cuantitativa, que
difícilmente permitiría conocer aspectos más profundos
del desarrollo y funcionamiento de las personas.
A pesar de las consideraciones críticas precedentes, el
concepto de carrera delictiva cuenta con una aceptación
mayoritaria en la criminología actual, habiendo mostrado
gran capacidad heurística para la investigación
criminológica, y una amplia utilidad teórica y aplicada, en
dirección a la explicación del comportamiento delictivo y
de su prevención y tratamiento.
Una imagen con muchos de los investigadores destacados de la Criminología
del Desarrollo, en una reunión en Filadelfia en 2009, entre los que se
encuentran David Farrington (U. de Cambridge, Reino Unido), Rolf Loeber
(Pistsburg University, USA), David Hawkins (U. de Carleton, USA), James
Howell (U.S. Department of Justicy), Lila Kazemian (John Jay College of
Criminal Justice, New York), Martin Killias (U. de Zurich, Suiza), Mark W.
Lipsey (Vanderbilt University, USA), Alex Piquero (U. de Texas, USA),
Santiago Redondo (U. de Barcelona), Richar Rosenfeld (U. de Missouri-St.
Louis, USA), Jerzy Sarnecki (Stockholm University, Suecia), Terence
Thornbeny (U. of Maviland, USA), David Weisburg (Heliew University,
Israel), y Brandon Wellh (Northeartern University, USA).

11.3. FACTORES DE RIESGO Y DE


PROTECCIÓN
11.3.1. Predictores de riesgo individuales y
sociales
En múltiples investigaciones desarrolladas durante las
últimas décadas se han identificado los principales
factores de riesgo y de protección asociados al
comportamiento delictivo (Ellis et al., 2009; Redondo y
Martínez-Catena, 2012). La metodología principal para
ello ha correspondido a los estudios longitudinales, cuyo
objetivo es observar y medir, a partir de la infancia y la
adolescencia, la aparición de conductas problemáticas y
antisociales, analizando a la vez las circunstancias de
riesgo que se vinculan a dichas conductas (Bergman y
Andershed, 2009; Farrington, Ttofi, y Coid, 2009;
Remschmidt y Walter, 2009; Sanercki, 2009). De ese
modo pueden explorarse cuáles de tales elementos
(características del propio sujeto, de su familia, de su
ambiente escolar o de barrio, etc.) constituyen factores de
riesgo que hacen más probable sus actividades delictivas,
y cuáles pueden constituir factores de protección, que
hagan menos probable el comportamiento delictivo
(Bock, 2000; Born, 2002; Farrignton y Loeber, 2013;
Haas y Killias, 2003; Stenberg y Vagerö, 2006; Zara y
Farrington, 2009).
En general, se conoce bien la influencia criminogénica,
como factores de riesgo, de las características familiares e
individuales, sobresaliendo la alta impulsividad como uno
de los mejores predictores personales de conducta disocial
(Case y Haines, 2009; Soothill et al., 2009; DeLisi y
Beaver, 2011). Sin embargo, se sabe mucho menos acerca
del influjo antisocial de los factores biológicos, y de los
relativos a los amigos, la escuela y el barrio (Farrington,
2008a). Por otro lado, son mucho mejor conocidos los
factores que estimulan el inicio en el delito que aquellos
otros que promueven la continuidad delictiva (Farrington,
2008a).
Según Redondo (2008b) los factores de riesgo para el
delito puede estructurarse exhaustivamente en tres
categorías fundamentales: 1) riesgos personales,
inherentes a un sujeto, 2) riesgos o carencias en el apoyo
prosocial recibido, y 3) oportunidades delictivas a que se
ve expuesto. Esta categorización se simboliza y
ejemplifica en el cuadro 11.1, a partir de una intersección
entre conjuntos de factores de riesgo de estas diversas
naturalezas. Según ello, cada individuo particular podría
verse afectado exclusivamente por riesgos de un único
tipo, de dos modalidades, o de las tres, lo que se considera
que redundaría en la magnitud y cualidad de la influencia
criminogénica que experimenta.
CUADRO 11.1. Clasificación de los factores de riesgo delictivo en tres
fuentes o categorías principales

Fuente: Redondo, Martínez-Catena y Andrés (2011)

Como quiera que las oportunidades delictivas ya se


comentaron en un capítulo precedente, a continuación se
recogen los principales factores de riesgo, o predictores,
de índole personal y los relativos a las carencias en apoyo
prosocial que pueden experimentar los individuos
(Redondo et al., 2011; Redondo y Martínez-Catena, 2012)
(cuadro 11.2).
Al principio del cuadro 11.2 se incluyen los predictores
personales para la conducta infractora y antisocial,
organizados a su vez en cinco categoría (Albretcht y
Grundies, 2009; Caprara, Paciello, Gerbino, et al., 2007;
Farrington y Loeber, 2013; Farrington, Loeber y Ttofi,
2012; Paciello, Frida, Tramontano, et al., 2008; Piquero y
Brame, 2008; Stouthamer-Loeber, Loeber, Stallings, et
al., 2008; Kazemian, Farrington y Le Blanc, 2009): 1)
correlatos relativos a la genética y la constitución
individual; 2) factores de personalidad; 3) predictores
conductuales; 4) factores cognitivo-emocionales; y 6)
dificultades en inteligencia y habilidades de aprendizaje.
CUADRO 11.2. Factores de riesgo personales y sociales, para la conducta
antisocial
FACTORES DE RIESGO PERSONALES
Ser varón
1)
Posibles problemas genéticos, constitucionales y
Genética/Constitución
complicaciones pre y perinatales
Propensión al aburrimiento
Dureza emocional
Extraversión
Psicoticismo
Hostilidad e irritabilidad
Impulsividad
Falta de confiabilidad
2) Personalidad Propensión a la búsqueda de nuevas experiencias y
sensaciones, incluida precocidad y promiscuidad sexuales
Tendencia al riesgo
Problemas de atención e hiperactividad
Egocentrismo
Baja tolerancia a la frustración/ira
Trastorno de estrés post-traumático
Esquizofrenia
Tendencias suicidas
Mentir y engañar
Agresión en la infancia
Acoso a otros
Consumo de alcohol y otras drogas
3) Conducta
Bajas habilidades interpersonales
Juego patológico
Desempleo frecuente/Muchos cambios de puesto de trabajo
Conducción agresiva de vehículos
Falta de compromiso genuino con la propia educación
Déficit en aspiraciones laborales
Déficit en empatía/ altruismo
Dificultad para demorar la gratificación y para orientar la
propia conducta considerando resultados futuros
“Locus de control” externo (o atribución a otros o a las
circunstancias de las causas de la propia conducta)
4) Cognición-emoción Creencias y actitudes favorables al comportamiento antisocial
(y de neutralización de la culpa)
Déficit en razonamiento moral
Emocionabilidad negativa
Rebeldía desafiante
Déficit en role-taking y role-playing (o en la capacidad para
adoptar una perspectiva social)
Baja autoestima/ autoconcepto

Déficit en inteligencia general


Déficit en inteligencia emocional
Déficit en aprendizaje verbal
5) Inteligencia y
Dificultades generales de aprendizaje
habilidades de
Déficit en aprendizaje de disciplina
aprendizaje
Déficit en aprendizaje de evitación (del castigo)
Déficit en habilidad lectora
Bajo rendimiento académico
FACTORES DE RIESGO Y CARENCIAS SOCIALES
Barrios deteriorados/ desorganización social/ privación
relativa/ bajo nivel económico/ subculturas delictivas
Barrios con alta heterogeneidad étnica/ cultural/ religiosa
Barrios con alta disponibilidad de drogas/ armas
Barrios con alta concentración de desempleo
Alta densidad poblacional
1) Barrio Inestabilidad/ movilidad residencial
Déficit en control social informal en zonas urbanas (vs.
rurales)
Desvinculación social (de actividades convencionales:
educativas, deportivas, de ocio…)
Detenciones policiales e internamiento en centros de reforma
juvenil
Bajos ingresos familiares/ dependencia social: desempleo,
enfermedad de los padres, madre adolescente
Familias monoparentales (unido a crianza inapropiada)
Crianza inconsistente/ punitiva/ abandono/ rechazo
Familias numerosas e incompetencia parental
Ser el hijo más pequeño (o de los más pequeños) en el
contexto de familias numerosas
2) Familia
Niños adoptados
Alcoholismo (o drogadicción) de los padres
Trastornos mentales en miembros familiares (depresión,
esquizofrenia, etc.)
Tensión/ desacuerdo familiar/ conflicto entre padres e hijos
Maltrato del niño
Padres delincuentes
Desvinculación/ fracaso escolar
Absentismo escolar
3) Escuela
Falta de disciplina
Abandono de la escuela secundaria
Pocos amigos
Amigos delincuentes
4) Amigos Exposición a violencia grave, directa o a través de los medios
de comunicación (especialmente fuera de la familia)
Pertenencia a una banda juvenil
Tras los factores de riesgo personales, se presentan los
correlatos de riesgo sociales, correspondientes a las
carencias en apoyo prosocial, económico, etc.,
experimentadas por los individuos. Dichos factores se han
estructurado también en cuatro categorías (DeLisi y
Beaver, 2011; Farrington, Loeber y Ttofi, 2012; Gibson et
al., 2010; Hoeve, Smeenk, Loeber, et al., 2006; Hollin,
2010; Kuppens, Grietens, Onghena, et al., 2009;
Monahan, Steinberg y Cauffman, 2009; Schmidt, Esser,
Ihle, et al., 2009; Weerman, 2010): los relativos al barrio
en el que un niño vive, los correspondientes a los
problemas en la familia, las dificultades relacionadas con
la escuela, y los riesgos relativos a los amigos.

11.3.2. Fuerza de los diversos predictores


En el apartado anterior meramente se han descrito los
principales factores de riesgo personales y sociales
identificados en múltiples investigaciones criminológicas.
Sin embargo, con el objetivo de estudiar la fuerza de tales
factores para predecir la delincuencia grave posterior,
Lipsey y Derzon (1997) emplearon la técnica del meta-
análisis2, integrando los resultados de múltiples estudios
prospectivos que incluían índices de correlación entre
diversos predictores de riesgo y la delincuencia grave1,
incluyendo delitos contra las personas o robos con
violencia). La predicción se efectuaba a dos edades
distintas, cuando los chicos tenían entre 6 y 11 años, o
bien entre 12 y 14 años, y la variable criterio (la conducta
delictiva) se medía en el intervalo de edad comprendido
entre los 15 y los 25 años. En el cuadro 11.3 se presentan
los valores de correlación, para ambos grupos de edad,
entre los diversos predictores analizados y la conducta
delictiva, categorizados en cinco niveles, según la
correlación con la conducta delictiva vaya de 30 a 40
(nivel 1, o de mayor correlación) hasta 00 a 10 (nivel 5, o
de menor correlación).
CUADRO 11.3. Factores de riesgo, evaluados a las edades de 6-11 años y
12-14, que predicen la conducta delictiva grave cuando los sujetos tienen
entre 15 y 25 años, categorizados según el tamaño de las correlaciones
obtenidas.
Predictores Edad 6-11 años Predictores Edad 12-14 años
Nivel 1
Delincuencia general (.38) Vínculos sociales (.39)
Uso alcohol/drogas (.30) Grupo de amigos antisociales (.37)
Nivel 2
Género (varón) (.26)
Nivel socio-económico de la familia (.24) Delincuencia general (.26)
Padres antisociales (.23)
Nivel 3
Agresión (.19)
Actitud/notas escuela (.19)
Agresión (.21) Ajuste psicológico (.19)
Etnia (.20) Relación con los padres (.19)
Género (varón) (.29)
Violencia física (.18)

Nivel 4
Ajuste psicológico (.15)
Relación con los padres (.15)
Vínculos sociales (.15) Padres antisociales (.16)
Problemas de conducta (.13) Delitos contra personas (.14)
Actitud/notas escuela (.13) Problemas de conducta (.12)
Salud/condición física (.13) Cociente intelectual (.11)
Cociente intelectual (.12)
Otras características familiares (.12)
Nivel 5
Hogar roto (.10)
Nivel socio-económico familiar (.10)
Hogar roto (.09)
Padres maltratadores (.09)
Padres maltratadores (.07)
Otras características familiares (.08)
Grupo de amigos antisociales (.04)
Uso alcohol/drogas (.06)
Etnia (.04)

Fuente: Lipsey y Derzon (1997).

Las principales conclusiones que pueden extraerse del


cuadro 11.3 son las siguientes. En primer lugar, los
mejores predictores difieren para cada grupo de edad a la
que se efectúa la predicción. Así, haber cometido un
delito (“delincuencia general”, no necesariamente
violenta) en el período de los 6-11 años es el factor de
riesgo más sólido de una delincuencia grave posterior.
Todavía es un factor importante en la edad 12-14 años,
aunque en este caso ocupa plaza en el segundo nivel, y no
en el primero. Por otra parte, el abuso de sustancias
tóxicas se halla también entre los mejores predictores en
el primer grupo de edad (6-11 años), aunque no en el
segundo (12-14 años). Es decir, el inicio temprano en la
delincuencia y en las drogas son altamente predictivos de
una posterior carrera delictiva grave, pero estos mismos
factores pierden capacidad predictiva cuando aparecen en
una edad posterior, especialmente por lo que se refiere al
consumo de alcohol/drogas.
Los dos mejores predictores para el grupo de 12-14 años
tienen que ver con las relaciones interpersonales, como es
el caso de la falta de vínculos sociales y la compañía de
amigos antisociales. Esto contrasta con lo que sucede en
la edad de 6-11 años, donde ambos predictores son
relativamente débiles.
Los predictores de segundo y tercer nivel, para las
edades 6-11 años, están dominados por características
estáticas o personales relativamente estables (ser varón,
nivel socioeconómico familiar, etnia, amigos
antisociales), mientras que en el grupo 12-14 aparecen
sobre todo características comportamentales, como son la
delincuencia general, la agresión y el bajo rendimiento
escolar.
Los factores “hogar roto” y “padres maltratadores” están
en el nivel más débil de capacidad predictiva en ambos
grupos. Sin embargo, el abuso de drogas y los amigos
antisociales muestran una relación inversa según grupos
de edad: el primero está en el nivel más alto de predicción
del riesgo para el grupo 6-11 años, pero el segundo está
en el nivel 5 (el más bajo), justo lo contrario de lo que
ocurre para el grupo 12-14 años.
Estos resultados, sobre el peso variable de los
predictores de riesgo en distintos periodos de edad,
avalarían, al menos parcialmente, uno de los
planteamientos de partida de la Criminología del
desarrollo, en el sentido de considerar que los factores de
riesgo no tendrían una influencia uniforme a lo largo de la
vida, sino que incluso podrían ser diferentes en distintos
momentos, o, cuando menos, tener un impacto variable a
diferentes edades.

11.3.3. Factores de protección


Del mismo modo que hay factores de riesgo, también se
ha postulado la existencia de factores de protección, los
cuales amortiguarían el influjo de los factores de riesgo y
se asociarían a una menor probabilidad de
comportamiento delictivo.
Se conoce mucho más sobre los factores de riesgo que
sobre los factores de protección (Farrington, 2008a), tanto
acerca de aquellos que se consideran meramente el lado
opuesto de las influencias de riesgo como aquellos otros
que se estiman exclusivamente aspectos favorables y, por
tanto, de naturaleza distinta a los factores de riesgo
(Farrington et al., 2012; Lösel y Bender, 2003, 2006). A
continuación se consignan, de modo más breve y
sintético, las principales características de los niños y
jóvenes resistentes, o factores de protección, que se han
identificado en diversos estudios (cuadro 11.4). Como
puede verse, existe una estrecha interrelación entre las
precedentes tablas de factores de riesgo y la que ahora se
presenta sobre características de los niños resistentes. Las
anteriores y ésta incluyen aspectos (eso sí, con muy
diferente nivel de detalle) que, en muchos casos, pueden
ser considerados los polos negativo (riesgo) y positivo
(protección) de las mismas dimensiones personales o
sociales.
En todo caso, si los factores de protección pueden
subsumirse en los de riesgo, o forman entidades
independientes, es un debate abierto en la Criminología
actual; aunque muchos investigadores convienen que, en
la mayoría de los casos, los factores de riesgo y de
protección formarían parte de idénticas dimensiones o
gradientes de posibles influencias antisociales/prosociales
sobre los individuos (Farrington et al., 2012; Lösel y
Bender, 2003, 2006; Redondo, 2008b).
CUADRO 11.4. Características de los niños y jóvenes resistentes, o factores
de protección de la conducta delictiva
Mayor flexibilidad/ baja impulsividad
INDIVIDUALES Realistas en sus planes futuros
Personalidad Desarrollo cognitivo y sociabilidad (empatía)
Cognición- Seguridad-autoestima
Competencia Perseverantes/ no huyen de las dificultades (orientación a objetivos)
social Poseen algún talento notable
Obtienen satisfacción del hecho de recibir ayuda
Buen apego
Estilo educativo “autoritativo” (que combina una buena calidez
FAMILIA emocional, una buena estructuración, y una alta expectativa de
Crianza logro)
Buen estatus socioeconómico
Cuentan con modelos próximos de su mismo sexo
CONTEXTO Integración/ éxito escolar
AMPLIO Vinculación a algún adulto no familiar (en el caso de familias de
Educación/ riesgo)
vinculación Relación con otras instituciones

En conclusión, de acuerdo con los diversos resultados


de investigación sobre factores de riesgo y protección que
se han presentado hasta aquí, por lo general no debería
esperarse que el delito sea originado por causas aisladas e
independientes, sino que resulte de la interacción entre
distintos factores etiológicos, en la medida en que es más
probable que una causa incremente el riesgo delictivo, no
en solitario, sino en presencia de otras influencias
(Agnew, 2006). Sobral (2013) ha puesto de relieve la
necesidad de ordenar y priorizar, de acuerdo con los
resultados de la investigación, la relevancia explicativa, o
“ideas fuertes”, de algunos factores de riesgo en cuanto
posibles causas del delito. De otra manera, será muy
difícil clasificar y avanzar en el conocimiento de la
explicación criminológica, dándose lugar a una
estereotipada y repetida retahíla de eventuales génesis del
delito.
En consonancia con la diversidad de influencias que
contribuyen a la delincuencia, Hay y Forrest (2008) han
planteado “la necesidad de crear teorías más
comprensivas que conciban el delito, no como resultado
de las características individuales o de las características
del ambiente social, sino justamente como un producto
interactivo de ambos tipos de causas. Teorías
comprensivas de esta índole son escasas” en el panorama
actual (p. 1043). También Wikstrom y Sampson (2006)
han insistido en la necesidad existente en la Criminología
actual de una estructura teórica más general, susceptible
de ser aceptada por el grueso de autores de este campo, y
capaz de guiar la investigación integrativa sobre las
causas de la delincuencia.

11.4. EVOLUCIÓN DESDE LA


DELINCUENCIA JUVENIL A LA
ADULTA
El libro de Rolf Loeber y David Farrington “De la delincuencia juvenil al
crimen adulto” representa bien la idea de la Criminología del Desarrollo o de
las Etapas Vitales, donde ambos profesores son pioneros e investigadores
destacados.

Aunque existe una gran prevalencia de infracciones


adolescentes y juveniles (Gudjonsson et al., 2006;
Rechea, 2008), esta participación delictiva disminuye
drásticamente al aumentar la gravedad de los delitos. Solo
un pequeño porcentaje de los jóvenes que han sido
problemáticos en la infancia o la adolescencia va a
convertirse en delincuentes de carrera en la edad adulta.
En la mayoría de los casos, el desistimiento en un
fenómeno natural que acontece después de los 18 años
(Walker, Browen y Brown, en prensa). En este marco de
abandono generalizado del delito, las condenas,
especialmente de prisión, que se producen en la primera
etapa adulta (una vez cumplida la edad penal), pueden
tener, paradójicamente, un efecto iatrogénico, y contribuir
a retrasar los procesos de desistimiento natural, y a
favorecer la continuidad delictiva.
Desde la perspectiva de la Criminología del desarrollo
la explicación del delito se enfrentaría a las cuatro
casuísticas siguientes (véase cuadro 11.5): 1) personas
que llevan a cabo delitos en las etapas adolescente y
juvenil y continúan delinquiendo en la vida adulta; 2)
sujetos que no cometen delitos juveniles, pero comienzan
a delinquir cuando son adultos; 3) sujetos que realizan
delitos en su etapas adolescente y juvenil pero no
continúan delinquiendo en la edad adulta; y 4) personas
que ni cometen delitos en la edad juvenil ni tampoco en la
edad adulta (que es, afortunadamente, la circunstancia
más general).
CUADRO 11.5. La conducta delictiva en las etapas juvenil y adulta
temprana
No delincuente adulto Delincuente adulto
No delincuente
No delincuente Inicio adulto en el delito
juvenil
Delincuente Desistencia delictiva antes de Persistencia delictiva desde la
juvenil la edad adulta juventud a la edad adulta

Fuente: Loeber, Farrington y Redondo (2011)


Las distintas situaciones planteadas en el cuadro 11.5
posibilitan que en la investigación criminológica se
efectúen análisis diversificados, susceptibles de ofrecer
resultados mucho más precisos, no para explicar la
globalidad de la delincuencia, sino para comprender
diferentes aspectos del inicio y la continuidad de las
carreras delictivas (Loeber et al., 2011).

11.4.1. Curva de edad del delito


En el marco de la Criminología del desarrollo se ha
prestado particular atención a la curva de edad del delito,
o constatación universal de que la conducta delictiva
sigue un patrón ascendente-descendente en función de la
edad de los sujetos, a pesar de que pueda haber
variaciones al respecto entre sociedades o en función de
las diversas tipologías delictivas. En el cuadro 11.6 se
representa un ejemplo de la curva de edad del delito,
tomado de Loeber y Stallings (2011). A la hora de
analizar una curva de edad, debe prestarse especial
atención al sector derecho de la misma, como se señala en
el cuadro, ya que la evolución seguida a esas edades
informaría acerca de la persistencia/desistencia delictiva
de las muestras a las que se refiere.
CUADRO 11.6: Ejemplo de una curva de edad del delito
Fuente: Loeber y Stallings (2011)

Algunas características importantes de la curva de edad


del delito son las siguientes (Loeber et al., 2011; Piquero
et al., 2012):
1) En general, representa una asociación universal entre
edad y conducta delictiva, que define, para una población
determinada, las magnitudes de prevalencia o
participación delictiva en función de las diversas edades.
La curva/participación delictiva experimenta
habitualmente un aumento desde finales de la infancia, y
durante la adolescencia y la juventud. La mayor cota de
delincuencia se sitúa entre los 17-19 años. Y la mayor
frecuencia anual de delitos suele referirse a hechos no
violentos.
2) Disminuye a partir de la edad de 20 años. Es decir, un
amplio porcentaje de sujetos que habían comenzado a
cometer delitos en la infancia y la adolescencia desisten al
inicio de la edad adulta (entre el 40% y el 60%).
3) La delincuencia violenta muestra una curva de edad
que aumenta más tardíamente, en contraste con la
delincuencia contra la propiedad.
4) En edades paralelas a las de mayor prevalencia de
comisión de delitos violentos, entre los 16 y los 24 años,
también se produce el mayor riesgo de victimización
violenta, especialmente de varones.
5) Suelen mostrar curvas de incidencia delictiva más
ascendentes los varones pertenecientes a minorías, o que
viven en barrios desfavorecidos, lo que probablemente
apunta en dirección a la conexión entre privación social y
delito.
6) Generalmente las curvas de edad que pueden
elaborarse a partir de datos estadísticos son curvas
grupales, no individuales, para cuya confección suelen
integrarse datos transversales, habitualmente procedentes
de muestras distintas de sujetos. Debe tenerse en cuenta
que una curva grupal no informa de la persistencia o
desistencia delictiva individual, la cual solo puede
analizarse a partir de datos longitudinales sobre cada
sujeto concreto.
7) La curva de edad del delito correspondiente a las
chicas suele tener una menor prevalencia y hacer
referencia a delitos menos graves; sin embargo suele
ascender a edad más temprana que la de los varones,
particularmente si se atiende a datos de delincuencia
autoinformada (probablemente debido a su previa
maduración psicológica y conductual). Posteriormente, la
prevalencia delictiva de las mujeres también desciende
antes que la de los varones.

11.4.2. Persistencia y desistimiento de la


conducta delictiva: procesos relevantes
Existe una fuerte tendencia a la persistencia o
continuidad delictiva, que algunos estudios han situado en
torno al 50% (Le Blanc y Fréchete, 1989; Martín Solbes,
2008). Dicha persistencia es mayor si se analizan datos de
autoinforme, ya que éstos suelen recoger también
infracciones de menor entidad que los datos oficiales.
Presentan mayor continuidad delictiva los jóvenes que se
han iniciado antes en el delito, particularmente cuando se
trata de inicios tempranos, anteriores a los 12 años
(Loeber y Farrington, 2001). La mayor persistencia se
asocia a previas conductas violentas graves desde la
infancia (Le Blanc y Fréchette, 1989). Y muestran mayor
continuidad algunos delitos que, como el tráfico de
drogas, se acaban convirtiendo en un modo de vivir, que
no otras conductas antisociales como vandalismo, hurto, o
robos de coches, que parecen decaer antes (Rosenfeld et
al., 2012).
Diversos predictores, analizados en muestras de
adolescentes, que se asocian a la continuidad de la
conducta delictiva, son los siguientes (Loeber et al.,
2011): estilos de crianza paterna coercitiva, impulsividad
alta y susceptibilidad al aburrimiento, déficits en atención
sostenida, y baja inteligencia. Relacionado con ello, en
España se dispone en la actualidad de información
relevante acerca de la reincidencia delictiva de los
jóvenes, sobre la cual se han efectuado algunos estudios
en diversas comunidades autónomas (Redondo, Martínez-
Catena, y Andrés, 2011). En un meta-análisis sobre 17
estudios españoles de reincidencia juvenil, García et al.
(2010) obtuvieron una tasa promedio de reincidencia del
26,12%, con una desviación típica, es decir, con una
variación hacia arriba o hacia abajo, de 11,27. En estos
estudios españoles puede establecerse asociación entre la
reincidencia delictiva de los jóvenes y los siguientes
predictores (Loeber et al., 2011; Redondo et al., 2011):
• menor edad y el hecho de ser varón (25% de los
varones reinciden frente al 12,7% de las chicas);
• la presencia de un mayor número de factores de riesgo
sociofamiliares (como antecedentes delictivos y
patologías en la familia);
• la experiencia de maltrato físico;
• no vivir con la familia ni tener domicilio fijo;
• la existencia de trastorno mental, hiperactividad,
impulsividad, o consumo de drogas;
• el fracaso en la escuela, en general en los procesos
formativos, o en el desempeño de un trabajo;
• tener amigos o una pareja que sean delincuentes;
• contar con más antecedentes por delitos violentos;
• y haber experimentado medidas de internamiento
juvenil.
En relación con el desistimiento delictivo, el Modelo del
Triple Riesgo Delictivo (TRD), al que se hace referencia
más adelante, sugiere una cierta simetría entre
continuidad y desistimiento del delito. Mientras que la
aglomeración de riesgos delictivos en un individuo podría
activar los procesos de inicio y permanencia en la
actividad criminal, la dilución de dichos riesgos
contribuiría a desactivarlos. Esta interpretación, acerca del
paralelismo inverso entre el inicio y el desistimiento del
delito, estaría próxima a la que efectúan en general las
perspectivas criminológicas del desarrollo tratadas en este
capítulo (Case y Haines, 2009; DeLisi y Beaver, 2011;
Soothill et. al, 2009).
Sin embargo, no existe unanimidad a este respecto.
Según Serin y Lloyd (2009), el proceso de desistencia del
delito requiere que se produzcan en los sujetos tanto
cambios externos como internos, implicando ello
experiencias, pensamientos y evoluciones vitales. Desde
su punto de vista, solo habría una simetría parcial entre
las etapas de inicio/mantenimiento y desistimiento del
delito. Podrían ser simétricos algunos factores de
riesgo/protección relativos a edad, personalidad antisocial,
actitudes infractoras, historia de conducta delictiva, abuso
de sustancias y amigos delincuentes, en cuanto que dichos
factores, en sus magnitudes más desfavorables, actuarían
como incitadores del delito, y en sus manifestaciones más
benignas operarían como protectores. Sin embargo, otros
aspectos, en buena medida de cariz interno, como
autoeficacia, atribuciones, expectativas de resultado,
autoconcepto y cambio de creencias, podrían ser más
genuinos y exclusivos de la evolución hacia el
desistimiento del delito (Walker et al., en prensa). En
síntesis, estos autores consideran, en consonancia con el
previo trabajo de Laub, Nagin y Sampson (1998), que el
desistimiento del delito no es un mero reflejo de la
ausencia de riesgos para el delito.
LeBel et al. (2008), en un estudio con 130 delincuentes
contra la propiedad, a los que se entrevistó con antelación
a su excarcelación, hallaron que el desistimiento del delito
se vio favorecida por elementos subjetivos tales como
sentirse a disgusto con el previo pasado delictivo, las
creencias en la propia capacidad para “salir adelante”, y la
autoidentificación como uno hombre “de familia”.
Aunque, finalmente, el desistimiento también requirió de
oportunidades de vida prosocial. De forma análoga, Aresti
et al. (2010), en un análisis fenomenológico del proceso
de desistencia en cinco exdelincuentes, hallaron que el
hecho clave para el abandono del delito era el cambio del
sujeto hacia una nueva identidad prosocial, cambio que
constituía una experiencia subjetiva gratificante.
Contrariamente, la mayor barrera para el abandono de la
actividad delictiva fue el conflicto que aparecía entre esta
nueva autopercepción y el frecuente encasillamiento del
individuo como “exdelincuente”.
McGloin et al. (2011) evaluaron una amplia muestra de
4.000 delincuentes en Holanda, y encontraron que el
hecho de contraer matrimonio se asociaba a una reducción
de la versalilidad delictiva, probablemente debido al
cambio de rutinas diarias del individuo y a la mayor
limitación de sus oportunidades delictivas. Sin embargo,
en mujeres jóvenes se ha observado que el proceso de
maternidad sería un elemento más decisivo, en dirección a
la desistencia delictiva y al abandono del consumo de
drogas, que el hecho de contraer matrimonio. Kreager et
al. (2010) pudieron confirmar dicha relación en el análisis
cuantitativo longitudinal de una muestra de más de 500
mujeres procedentes de comunidades socialmente
deprivadas en la ciudad de Denver, Estados Unidos.
Un estudio pionero en España sobre narrativas de
desistimiento delictivo corresponde a Cid y Martí (2011,
2012), quienes evaluaron mediante entrevistas a 67
encarcelados que se hallaban en las últimas etapas del
cumplimiento de penas de prisión, para conocer sus
opiniones e interpretaciones acerca de los factores y
circunstancias que podrían facilitar su desistimiento del
delito. Los entrevistados consideraban que para su
abandono del delito eran fundamentales los vínculos
sociales de los que ya disponían con anterioridad, pero
también las nuevas vinculaciones adquiridas durante su
vida adulta (por ejemplo, una nueva pareja), así como
aspectos tales como el desarrollo de una actividad laboral
y la adquisición de nuevos valores positivos durante su
estancia en prisión (por ejemplo, a partir de su
participación en actividades y programas de tratamiento).
El cuadro 11.7 recoge, en forma longitudinal, los
procesos fundamentales a los que habría que atender para
comprender tanto la continuidad como el desistimiento
delictivos. Dichos procesos influirían sobre los individuos
desde determinadas etapas de la vida, como la infancia
(antes de los 12 años), la adolescencia (entre 13 y 17
años), o la adultez temprana (por encima de los 18 años),
y generalmente sus efectos serían continuados,
acumulativos e interactivos con los restantes mecanismos
implicados. Los principales serían los siguientes (Loeber
et al., 2011) (véase cuadro 11.7):
CUADRO 11.7: Procesos explicativos de la continuidad y el desistimiento
por edades
Fuente: Loeber et al. (2011)
Nota: en relación con cada proceso, se consignan (entre paréntesis) aquellas
circunstancias que pueden resultar favorables y protectoras del delito.

Procesos de influencia desde el mismo origen de un


individuo y de modo constante a lo largo de su vida:
1. Diferencias individuales tempranas, relativas al
funcionamiento neurológico,
impulsividad/autocontrol, habilidades de interacción,
creencias prosociales/antisociales u otros.
2. Maduración cerebral, imprescindible para la
regulación y el control de la propia conducta, siendo
un proceso cronológicamente variable entre
individuos, que puede consolidarse entre el final de la
edad juvenil y las primeras etapas de la vida adulta.
3. Factores conductuales de riesgo, tales como posibles
trastornos de conducta, y eventuales factores
protectores, como la ansiedad social, que puede
resultar, al menos temporalmente, inhibitoria de la
conducta infractora gregaria o grupal.
Mecanismos de influencia crítica a partir de la infancia
media:
4. Cambios cognitivos, especialmente en lo referido a
las decisiones que se adoptan sobre la variación de la
propia conducta.
5. Factores sociales de riesgo y de protección, en el
marco de la familia, la escuela o el grupo de amigos.
Factores de mayor relevancia desde el final de la
infancia:
6. Los contextos y situaciones, que puede favorecer la
delincuencia a partir de una mayor oferta de
oportunidades delictivas.
7. La influencia del vecindario, pudiendo resultar
particularmente criminogénico el vivir en barrios con
graves carencias y con altas tasas de delincuencia.
8. La presencia de una posible enfermedad mental o de
abuso de sustancias.
Procesos de impacto a partir de la adolescencia, cuando
comienza a ser viable la intervención formal de la justicia:
9. El tipo de respuestas que se den a los sujetos
infractores por parte de las instituciones de justicia u
otras, que pueden contribuir, según su orientación,
dureza, etc., tanto a la continuidad delictiva como a el
desistimiento.
Elementos de mayor influencia desde la adolescencia
tardía y durante la vida adulta:
10. Las circunstancias vitales del sujeto, en el sentido
de si tiene o no una pareja, cuenta con un empleo,
etc., experiencias todas que pueden tener un gran
influjo en la vida de un individuo.
Como ya se ha comentado, todos estos procesos tienen
una influencia sucesiva, acumulativa e interactiva, en
cuanto que cada uno de ellos estaría condicionando, y
sería a su vez modulado, por el posible impacto de los
restantes mecanismos. Estas combinaciones producen una
gran complejidad y dificultad a la hora de comprender
adecuadamente los procesos de continuidad delictiva.
Además, las carreras delictivas no son siempre
secuencias lineales, que se inician en un punto, continúan
durante un tiempo, y finalizan en un momento delimitado.
A veces las carreras criminales pueden ser intermitentes,
de forma que pueden interrumpirse temporalmente y
después continuar, incluso pasado mucho tiempo, en
algunos casos debido a determinados acontecimientos
vitales (perder el trabajo, ruptura de pareja, recaída en la
bebida, etc.) (Farrington, 2008a).
De los anteriores procesos parecen especialmente
relevantes para la desistencia delictiva los siguientes
(Loeber et al., 2011; Walker et al., en prensa):
– El hecho de que el sujeto cuente con características
individuales favorables (una buena inteligencia, baja
impulsividad, etc.).
– Que los factores conductuales de riesgo sean pocos, y
no se acumulen los comportamientos problemáticos
(conducta antisocial, consumo de drogas,
impulsividad, etc.).
– Los cambios cognitivos, en la medida en que un
individuo comienza a sentirse disconforme con su
propio comportamiento y estilo de vida delictivos.
– Que se produzca una paulatina implicación del
individuo en rutinas personales estructuradas
(formativas, laborales, deportivas, de ocio, etc.), que
hagan menos probable la presencia de oportunidades
fáciles para el delito.
– Que el sujeto logre reducir y controlar, de forma
autónoma o mediante ayuda especializada, su posible
consumo de drogas.
– Y también algunas circunstancias vitales relevantes
como el hecho de iniciar una relación de pareja, lograr
un empleo o cambiar de barrio de residencia
(Farrington, 2008a).

11.4.4. Inicio adolescente y tardío en el delito


Rosenfeld et al. (2012) han sintetizado, a partir de
diversos datos (sobre todo norteamericanos), que diversos
delitos serían preferentemente de inicio adolescente,
variando ligeramente por edades, entre los 13/14 y los 17
años:
– La participación en pandillas delictivas sería
generalmente una experiencia juvenil precoz y
transitoria, que suele tener escasa continuidad.
– El consumo de marihuana y otras sustancias se
iniciaría a una edad promedio de 16,5 años.
– El tráfico de drogas, un poco después, en torno a los
17 años.
– Los delitos de posesión de armas vendrían más tarde,
en torno a los 17,3 años.
– Y los delitos de consumo de drogas duras alrededor de
los 17,5 años.
Los delitos de tráfico de drogas y la posesión de armas
tendrían comúnmente mayor persistencia, probablemente
debido a que se acaban convirtiendo en actividades
utilitarias y de delincuencia profesionalizada, en un modo
de ganarse la vida. En cambio los delitos de homicidio
suelen cometerse más tardíamente, entre los 19 y los 24
años, y generalmente son hechos individuales (los
homicidios cometidos por una pandilla suelen
corresponder a edades más tempranas).
Según datos oficiales de delincuencia, entre el 10% y el
30% de quienes son delincuentes adultos habrían
comenzado a delinquir tardíamente, en la primera edad
adulta, desde los 18 o 20 años en adelante (Piquero et al.,
2012; Zara y Farrington, 2010). En cambio, si se atiende a
datos de autoinforme, la anterior proporción de inicio
tardío se reduciría, ya que los datos de autoinforme
incluirían, como ya se ha comentado, muchas más
infracciones de pequeña entidad, y debido a ello menos
sujetos aparecerían como delincuentes de claro inicio
tardío. Hasta donde se sabe en la actualidad, podría haber
ciertos factores y características personales susceptibles
de inhibir la conducta delictiva en la adolescencia, tales
como el nerviosismo y ansiedad de un individuo, que
pueden contribuir a su aislamiento e inhibición social;
factores que, sin embargo, podrían no ser tan claramente
inhibitorios en la edad adulta, en que los delitos tienden a
ser menos gregarios y más individuales (Zara y
Farrington, 2009).
Suelen tener un inicio más tardío, al menos en función
de los datos oficiales, los abusos sexuales a menores, a la
vez que también acostumbran a presentar una mayor
persistencia (Rosenfeld et al., 2012).

11.4.5. Conclusiones sobre continuidad delictiva


Algunas conclusiones importantes que se derivan de la
criminología del desarrollo, en relación con la transición
desde la delincuencia juvenil a la delincuencia adulta, son
las siguientes (Farrington, 2008a):
1) La mayor prevalencia de la actividad delictiva se
produce en la adolescencia tardía (entre los 15 y los 19
años).
2) La edad más frecuente de inicio delictivo se sitúa
entre los 8 y los 14 años, y la de desistencia entre los 20 y
29.
3) Un inicio temprano en el delito predice una mayor
duración de la carrera delictiva y una mayor frecuencia
infractora.
4) Existe una marcada continuidad, o estabilidad, de la
conducta antisocial y delictiva, desde la infancia a la
adolescencia y a la edad adulta. Aun así, la prevalencia e
incidencia en el delito disminuyen con la edad, y muchos
jóvenes infractores devienen adultos socialmente
integrados, a la vez que la conducta de quienes continúan
delinquiendo también evoluciona a lo largo del tiempo,
generalmente en dirección el abandono del delito.
5) Una pequeña proporción de “delincuentes crónicos” o
persistentes comete un amplio porcentaje de delitos.
6) La actividad delictiva es más versátil, o diversificada,
que no especializada.
7) Las diversas modalidades de conducta que suelen
definirse como delitos pueden ser consideradas, en
muchos casos, como elementos específicos de un
síndrome más amplio de conducta antisocial, que incluye
el abuso de alcohol, la conducción temeraria, la
promiscuidad sexual irresponsable, el acoso a otras
personas, y la vagancia.
8) Muchos delitos adolescentes se cometen en compañía
de otros, mientras que la mayoría de la delincuencia
adulta se realiza en solitario.
9) Las razones expresadas para la comisión de delitos
hasta la adolescencia tardía pueden ser muy variadas,
incluyendo motivos utilitarios, pero también diversión y
excitación, o explosiones de ira, para el caso de delitos
violentos. Sin embargo, desde la edad de veinte años en
adelante, la motivación utilitaria es la razón dominante
para los delitos.
10) A diferentes edades suelen predominar distintos
tipos de delitos, en una cierta escalada ascendente, que
suele incluir primero el hurto, luego el robo con fuerza (en
casas, etc.), y posteriormente el robo con violencia. Hasta
la edad de veinte años suelen prevalecer procesos de
diversificación delictiva, mientras que después
progresivamente aumenta la especialización.

11.5. EXPLICACIONES CRIMINOLÓGICAS


Los precedentes análisis también se han concretado en
la formulación de algunas teorías del desarrollo o de las
etapas vitales, que suelen ser planteamientos integradores
de conceptos teóricos anteriores (Cullen, Daigle y
Chapple, 2006; DeLisi y Beaver, 2011; Farrington,
2008b; Siegel, 2010; Van der Laan et al., 2009; Vázquez,
2003). Por ejemplo, la teoría interaccional de Thornberry
(1987; Thornberry y Krohn, 2008) incorporó elementos
de las teorías del aprendizaje social (asociación con
amigos delincuentes, adopción de valores delictivos e
implicación en conductas antisociales) y del control social
(desvinculación de los padres, de la escuela y de los
valores convencionales). Según esta perspectiva, el delito
requeriría dos condiciones imprescindibles: la primera, un
decaimiento de los vínculos y controles sociales, y la
segunda, un contexto interactivo en que la conducta
delictiva se aprenda, se ejecute y se refuerce. En la
adolescencia temprana (entre los 11 y 13 años) serían
elementos críticos de riesgo la desvinculación de los
padres y de la escuela; en la adolescencia media (15 a 16
años), o van a ser la asociación con amigos delincuentes y
con valores delictivos; y en la adolescencia tardía, las
carencias relacionadas con actividades convencionales
(educativas, de formación laboral, etc.) o referidas a la
familia adquirida (pareja e hijos).
Las teorías criminológicas del desarrollo vital se
orientan preferentemente a explicar la actividad delictiva
de los individuos, más que la criminalidad global por
barrios, áreas, países, etc. (Farrington, 2008a). Aunque
existen diversas teorías criminológicas del desarrollo
vital, a continuación se recogerán solo tres ejemplos de
ellas. Los dos primeros, la taxonomía de Moffitt sobre
delincuentes persistentes y limitados a la adolescencia, y
la teoría integradora del potencial antisocial cognitivo
(ICAP) de Farrington, porque son teorías del desarrollo
destacadas en el plano internacional. La última, el modelo
del triple riego delictivo, de Santiago Redondo, por
tratarse de la única formulación teórica desarrollada a este
respecto en España.

11.5.1. Infractores adolescentes y delincuentes


persistentes

La profesora Terry Moffitt, investigadora sobresaliente en psicología y


neurociencia, autora de la conocida y controvertida taxonomía que distingue
entre jóvenes que comenten delitos exclusivamente en la adolescencia y
delincuentes persistentes. En la foto, junto a Aushalom Caspi, otro destacado
profesor e investigador en el campo de la relación entre genética y conducta
delictiva.

A) Taxonomía sobre participación delictiva


Terry Moffit, del Instituto de Psiquiatría de la
Universidad de Londres, propuso en 1993 una taxonomía
que diferenciaba dos categorías fundamentales de
delincuentes, a los que atribuía diferentes patrones de
comportamiento infractor y, también, distinta etiología
delictiva: 1) delincuentes persistentes, y 2) jóvenes cuyas
conductas infractoras se limitan a la adolescencia.
Posteriormente esta clasificación originaria se amplió,
sobre la base de diversos resultados empíricos, con la
incorporación de otras dos categorías complementarias de
sujetos, quedando esta taxonomía de la delincuencia
integrada por cuatro grupos de sujetos tal y como se
detalla a continuación (Piquero y Moffitt, 2008).
1) Delincuentes persistentes (“life-course persistent
offenders”)
Constituyen una pequeña proporción, de entre el 5 y el 8
por ciento, del total de quienes participan en la
delincuencia. Estos jóvenes empiezan a cometer delitos
muy tempranamente, realizando frecuentes infracciones y
delitos variados, incluidos comportamientos violentos,
que muy a menudo realizan autónomamente (sin que la
influencia de otros sea determinante para la participación
delictiva), y continúan delinquiendo en la vida adulta. Los
principales factores de riesgo para la delincuencia
persistente serían, según Moffitt, de naturaleza individual
neuropsicológica, pudiendo tener tanto un origen
hereditario como adquirido, y su influencia se
manifestaría tempranamente en forma de déficits
cognitivos difusos, problemas temperamentales, e
hiperactividad. Estas dificultades personales pueden,
además, ser exacerbadas por los riesgos que se hallen
presentes en el ambiente de desarrollo infantil y
adolescente, tales como una crianza y educación
inapropiadas, desvinculación familiar, pobreza, problemas
en la escuela, relaciones de amistad con jóvenes
delincuentes, etc. Las transacciones permanentes entre
unos y otros factores de riesgo, neuropsicológicos y
sociales, generarían paulatinamente, durante las dos
primeras décadas de la vida, una personalidad
problemática versátil, propensa a múltiples conductas
antisociales, incluyendo agresión física, delincuencia
persistente, problemas en el trabajo, y violencia en las
relaciones de pareja. Dada la generalidad y amplitud de la
conducta antisocial de estos jóvenes suscitarían un
creciente rechazo social, y, en consecuencia, cada vez
serían menores las oportunidades de que dispondrían para
aprender y poner en práctica comportamientos
prosociales, y desistir así del delito.
2) Jóvenes que cometen delitos exclusivamente en la
adolescencia (“adolescent limited offenders”)
Sería el grueso de quienes cometen algunas infracciones
o delitos durante la adolescencia y la primera juventud.
Estas conductas delictivas tendría un cariz eminentemente
social, en vinculación con el propio grupo, y
generalmente consistirían en infracciones leves, muchas
de ellas calificables como tales debido a la minoría de
edad de sus autores (consumir alcohol, ir a locales de
adultos, conducir sin poder tener el permiso todavía, etc.).
En algunos casos también puede tratarse de conductas
violentas o de extorsión, las cuales podrían ser frecuentes
en delitos relacionados con drogas. Estos jóvenes
contarían con un desarrollo neuropsicológico normal. Las
causas principales de sus conductas se hallarían en la
combinación resultante de la falta de maduración personal
y el influjo del contexto social, particularmente de parte
de los compañeros y amigos. Durante esta etapa los
adolescentes y jóvenes experimentan una situación de
paulatinos cambios biopsicológicos, en preparación para
la vida adulta, pero a la vez una carencia de roles,
responsabilidades y privilegios adultos. Los amigos, de su
misma edad y con sus mismas aspiraciones y dificultades,
constituyen el referente prioritario de su conducta. De ese
modo, el comportamiento infractor y delictivo es
fácilmente imitado y puede constituir una forma de
expresión de autonomía frente al mundo adulto que nos
les entiende. Sin embargo, a medida que estos jóvenes
maduran y van paulatinamente accediendo a los roles
adultos (trabajo, disponibilidad económica, relación de
pareja, etc.) se incrementa la probabilidad de desistencia
delictiva y de retorno a un estilo de vida convencional.
Pese a todo, el desistimiento del delito puede verse
retrasada como resultado de que se produzcan
complicaciones o experiencias problemáticas
(antecedentes penales, encarcelamiento, drogadicción,
truncamiento de la escolarización, o embarazo
adolescente, en el caso de las chicas) que puedan
comprometer el proceso normal de tránsito hacia la vida
adulta.
Las dos categorías complementarias, posteriormente
añadidas a esta taxonomía, son las siguientes:
3) Jóvenes que no cometen delitos (“abstainers”)
Se constata que un pequeño grupo de adolescentes y
jóvenes no lleva a cabo actividades ilícitas y delictivas, ni
siquiera durante la adolescencia. Según Moffitt podría
haber cuatro razones para ello: 1) dichos jóvenes no
experimentan los efectos de la falta de maduración, por lo
que carecerían de motivación para la conducta antisocial
juvenil; 2) se inician muy tempranamente en los roles
sociales adultos (educación especializada, trabajo,
relación de pareja, etc.); 3) tienen una baja exposición a
modelos delictivos; o 4) poseen ciertas características
personales (p. e., ansiedad social, fuerte temor a la
violencia…) que los excluyen de la vinculación con
posibles grupos de jóvenes delincuentes.
4) Delincuentes con problemas mentales
Se trataría de una categoría muy reducida de sujetos que
pueden cometer determinados delitos (hurto, agresión,
abuso sexual…) como resultado de que padecen ciertos
trastornos mentales (deficiencia mental, esquizofrenia,
pedofilia…).
B) Evaluación empírica
La taxonomía de Moffitt cuenta con diversos avales
empíricos, especialmente procedentes del estudio
longitudinal Dunedin, desarrollado en Nueva Zelanda, y
en el que se ha analizado, desde el nacimiento, una
muestra de 1.000 sujetos. Múltiples publicaciones, a partir
de este estudio, han obtenido que la mejor predicción de
la delincuencia persistente se obtiene a partir de distintos
factores individuales de riesgo, tales como temperamento
descontrolado, disfunciones neurológicas y retraso en el
desarrollo motor infantil, bajas habilidades intelectuales,
déficit de la capacidad lectora, hiperactividad, y basa tasa
cardiaca. Sin embargo, también contribuyen a predecir
dicha delincuencia persistente los riesgos que se producen
en el cuidado de los hijos, como resultado de una
paternidad adolescente, madres con patologías mentales,
madres negligentes, disciplina infantil inconsistente,
conflicto familiar grave, rotación en los referentes
educativos del niño, y, también, rechazo por parte de los
amigos (Moffitt y Caspi, 2001). También otros estudios
han apoyado la validez de la categoría “delincuentes
persistentes”, hallando una interacción significativa, tal y
como dicha categoría sugiere, de la presencia de déficits
biosociales con inicio temprano en el delito (no inicio
tardío) y delincuencia violenta (no otros tipos), y de la
existencia de déficits neuropsicológicos con inicio precoz
en el delito, y cronicidad y gravedad delictivas (Piquero,
2001).
Se ha estudiado menos la categoría “delincuentes
limitados a la adolescencia”, aunque la información
disponible avala la conclusión de que este tipo de
participación delictiva estaría muy asociada al contacto
con amigos delincuentes (Moffitt y Caspy, 2001), y que
estos jóvenes experimentarían, a medida que van
madurando, una mayor internalización del estrés, lo que
contribuiría a su pronta desistencia delictiva.
Respecto de la primera de las dos categorías
complementarias, Piquero, Brezina y Turner (2005)
comprobaron, a partir de datos del Nacional Longitudinal
Survey of Youth (NLSY), que la modalidad de
“abstainers”, o jóvenes que no comenten ninguna
infracción, correspondería a un grupo muy reducido de
sujetos, y que su abstinencia delictiva estaría
principalmente relacionada con factores sociales y
situacionales, como el hecho de su no integración en un
grupo juvenil o de no pasar mucho tiempo con amigos de
su misma edad. Por último, Piquero et al. (2005) hallaron
escasa evidencia de patologías mentales entre los jóvenes
que cometen delitos, lo que no avalaría la última categoría
complementaria propuesta por Moffitt.

11.5.2. Teoría Integradora del Potencial


Antisocial Cognitivo (ICAP)
David Farrington, del Instituto de Criminología de la
Universidad de Cambridge, presentó, en sendos trabajos
de 1992 y 1996, una nueva teoría integradora del
desarrollo vital. De inicio, Farrington (1996) consideraba
también necesario diferenciar, según lo propuesto por
Gottfredson y Hirschi (1990; véase en teoría del bajo
auntocontrol, presentada en el capítulo 6), entre la posible
tendencia antisocial de un individuo y la concreta
comisión de delitos, ya que ambos procesos podrían ser el
resultado de factores de riesgo y mecanismos causales
distintos. Más recientemente, Farrington (2008;
Farrington y Loeber, 2013) efectuó diversas
especificaciones y cambios, tanto terminológicos como
conceptuales, en su anterior formulación de la teoría,
denominándola Teoría integradora del potencial
antisocial cognitivo (ICAP). En la presentación que sigue
se atiende tanto a la formulación originaria de esta teoría
como a sus modificaciones más recientes.
David Farrington es Catedrático emérito de Psicología criminológica del
Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge. Es el director del
Cambridge Study in Delinquency Development, uno de los estudios
longitudinales en criminología que ha dado lugar a un mayor número de
análisis y publicaciones durante las últimas décadas. También es autor de la
Teoría integradora del potencial antisocial cognitivo (ICAP), que se comenta
en este epígrafe. Recibió en 2013 el Stockholm Prize in Criminology, análogo
al Premio Nobel en el campo criminológico.
La teoría ICAP intenta responder a las que Farrington
considera dos cuestiones fundamentales que debe
contestar toda teoría: ¿Por qué algunas personas muestran
un alto potencial de comisión de delitos en distintas
situaciones, mientras que otras no?; y ¿por qué una
persona tiene mayor probabilidad de cometer delitos en
algunas situaciones que en otras? La primera pregunta se
refiere a las diferencias que se dan entre los individuos en
sus tendencias criminales, mientras que la segunda
concierne a las variaciones en la probabilidad delictiva de
un individuo ante circunstancias distintas. Según lo ya
expresado, la respuesta a una y otra cuestión no tienen por
qué ser las mismas.
El modelo ICAP dirigiría su atención principalmente a
explicar el comportamiento delictivo que presentan los
varones de clase baja (ya que la información en la que se
basa su formulación corresponde a sujetos de estas
características), aunque también se considera aplicable a
la explicación de la delincuencia femenina. El
comportamiento delictivo, que es objeto de explicación,
se define por referencia a los delitos más habituales, tales
como hurto, robo en domicilio, robo violento, agresión,
vandalismo, fraude, uso de drogas, etc. En el modelo
ICAP se integran conceptos y procesos correspondientes a
teorías precedentes como las de la tensión, del control, del
aprendizaje, del etiquetado, y de la elección racional.
El lector puede seguir la explicación de la teoría ICAP a
partir del esquema presentado en el cuadro 11.8.
Cuadro 11.8. Teoría Integradora del Potencial Antisocial Cognitivo
(ICAP)
POTENCIAL INICIO,
ANTISOCIAL DECISIÓN DE COMETER UN PERSISTENCIA
PERSISTENTE O A DELITO: PROCESOS Y
LARGO PLAZO COGNITIVOS DESISTIMIENTO
(cambiante según edad) DELICTIVO
INCREMENTO
DEL
POTENCIAL
ANTISOCIAL E
INICIO DE LA
CONDUCTA
DELICTIVA
(sobre todo, por la
mayor influencia de
los amigos a partir
de la adolescencia):
-Aumento de la
motivación (para
disponer de dinero)
-Lograr mayor
PROCESOS consideración
ENERGIZANTES (O grupal
MOTIVACIÓN) -Mayor
-Bienes y prestigio social estimulación
-Deseo de estimulación -Mayor
OPORTUNIDADES/VÍCTIMAS probabilidad de
-Frustración/estrés
COSTES/BENEFICIOS imitación, a resultas
-Consumo de alcohol
ANTICIPADOS de un prolongado
MODELOS
LA COMISIÓN DE DELITOS proceso de
ANTISOCIALES
PUEDE DEBERSE A: aprendizaje
-Padres delincuentes
-Un elevado potencial antisocial a -Mayores
-Amigos delincuentes
largo plazo oportunidades
-Escuela problemática
-Un alto potencial antisocial a -Mayor utilidad
-Barrio criminógeno
POBRE CRIANZA corto plazo (por influencia esperada
FAMILIAR: no situacional) PERSISTENCIA
internalización de los -Como resultado de los procesos DELICTIVA:
mecanismos inhibitorios de decisión ante determinadas -Estabilidad del
-Familias problemáticas oportunidades potencial antisocial,
-Escasa ansiedad/temor a resultas de un
frente al riesgo prolongado proceso
-Alta impulsividad de aprendizaje
-Experiencias traumáticas -Consecuencias
(refuerzos/castigos)
del delito: pueden
modificar el
potencial o
tendencia
antisocial, y el
cálculo de
costes/beneficios
-Posible efecto
perjudicial del
etiquetado y el
aislamiento social, a
partir de la
intervención del
sistema de justicia

DESISTIMIENTO
DEL DELITO:
-Mejora de la
POTENCIAL
habilidades lícitas
ANTISOCIAL A CORTO
-Aumento de
PLAZO: específico y
vínculos afectivos
orientado a delitos concretos
con parejas no
(estimulado por
antisociales
aburrimiento, ira, bebida,
-Menores
frustración, amigos,
oportunidades
oportunidades fáciles)
-Menor utilidad
esperada por la
conducta ilícita

A) Potencial antisocial
El concepto central de la teoría ICAP es el de “potencial
antisocial” (PA), o capacidad que presenta un individuo
de realización de actos antisociales. Existiría un
“potencial antisocial persistente o a largo plazo”, diverso
entre individuos, en función de su impulsividad, tensión,
procesos de socialización y modelado del
comportamiento, y experiencias vitales. Este potencial
antisocial a largo plazo, de cariz general, permitiría
ordenar a los sujetos, para cada sector de edad, en un
continuo, en el que la inmensa mayoría se situaría en
sectores de bajo potencial antisocial y un pequeño grupo
en potenciales antisociales elevados. Los individuos de
alto potencial antisocial global o a largo plazo
presentarían mayor probabilidad de cometer distintos
tipos de conductas antisociales y delitos.
Según Farrington, existirían tres tipos de factores y
procesos de los que dependería que los jóvenes
desarrollen altos potenciales antisociales a largo plazo. En
primer lugar, de los procesos energizantes o motivadores
de estas conductas, entre los que estarían el deseo de
bienes materiales y de prestigio social, y los deseos de
estimulación, que serían más intensos en chicos
pertenecientes a familias más pobres (dadas las menores
posibilidades con que cuentan para su obtención), así
como el nivel de frustración y de estrés de un sujeto, y su
posible consumo de alcohol.
En segundo término se hallaría la influencia de modelos
antisociales, que imprimiría al comportamiento una
direccionalidad antisocial. Ello se haría más probable
cuando los padres son delincuentes, o bien el sujeto tiene
amigos delincuentes, va a una escuela problemática o vive
en un barrio criminógeno.
En tercer lugar, el potencial delictivo a largo plazo se
vería incrementado también cuando un joven ha
experimentado una pobre crianza familiar, procede de
familias problemáticas, o muestra escasa ansiedad y temor
frente a situaciones de riesgo, todo lo cual haría más
difícil la adquisición de los mecanismos inhibitorios
internalizados (vinculación, creencias y actitudes
prosociales, empatía, etc.). Dos aspectos relevantes, que
pueden condicionar el potencial antisocial a largo plazo,
son la alta impulsividad y las experiencias traumáticas, de
impacto crítico en el desarrollo vital del individuo
(pérdida de los padres, abandono de la escuela, maltrato
infantil…).
En paralelo, los individuos concretos experimentarían
variaciones, en función de su edad, motivación y factores
situacionales, en su propio “potencial antisocial a corto
plazo”, que sería mucho más específico y orientado a
delitos concretos. En particular, este potencial a corto
plazo variaría en los individuos en consonancia con
posibles factores próximos energizantes de la conducta
antisocial, tales como estar aburrido, iracundo, bebido, o
frustrado, o bien ser animado a la comisión de delitos por
parte de amigos o compañeros. También dicho potencial
podría verse incrementado ante la presencia de
oportunidades para el delito, y, viceversa, los incrementos
en el potencial antisocial podrían llevar a la búsqueda de
objetivos delictivos.
Aunque, en función de cuál sea su “potencial antisocial
a largo plazo”, podría efectuarse una ordenación relativa
de las personas que sería bastante estable en el tiempo, en
general los niveles absolutos de dicho “potencial
antisocial” cambiarían con la edad, alcanzando sus
mayores niveles al final de la adolescencia (especialmente
debido a la creciente influencia de los amigos, frente a los
padres) y decreciendo después.

B) Decisión de cometer un delito


Según Farrington, la comisión de delitos y otras
conductas antisociales sería dependiente de la interacción
entre el sujeto (que cuenta con cierto nivel de “potencial
antisocial”) y su ambiente social, y, específicamente, de
los procesos cognitivos de decisión en relación con la
disponibilidad de posibles oportunidades delictivas o
víctimas, y de posibles beneficios y costes del delito
(materiales, sociales…).
Es decir, en paralelo a la tendencia antisocial, se
considera que la ocurrencia o no de delitos tiene lugar en
la interacción del individuo con la situación concreta. Así
pues, cuando se hallan presentes las tendencias
antisociales mencionadas, el delito se producirá
dependiendo de las oportunidades que se presenten y de la
valoración de costes y beneficios anticipados del delito
(materiales, castigos penales, etc.). Además, es menos
probable que los individuos impulsivos tomen en
consideración las consecuencias posibles de sus actos,
especialmente aquellas que tienen un cariz demorado
(como suele ser el caso de las sanciones penales).

C) Inicio, persistencia y desistimiento de la


delincuencia
El incremento del potencial antisocial de un individuo y
el inicio de la conducta delictiva dependerían
esencialmente de la mayor influencia que adquieren los
amigos a partir de la etapa de la adolescencia. Este mayor
influjo de los amigos, a la vez que el paulatino desarrollo
del joven, quien cada vez tiene más necesidades y
expectativas, condicionarían un aumento de su
motivación para disponer de dinero, lograr mayor
consideración dentro del grupo y conseguir mayores
niveles de estimulación. Asimismo, se incrementaría la
probabilidad de que, si sus amigos utilizan métodos
ilegales para los anteriores objetivos, el joven pueda
imitarlos. En compañía del grupo de amigos (y en
ausencia de los padres, que en este periodo adolescente
pierden influencia sobre el joven), se harán más
frecuentes las oportunidades infractoras, aumentando
también, con la edad, la utilidad esperada por las acciones
ilícitas.
La persistencia delictiva va a depender esencialmente
de la estabilización en el sujeto de su potencial antisocial,
como resultado de un prolongado proceso de aprendizaje.
Es decir, las consecuencias reales que acaban teniendo los
delitos cometidos pueden, como resultado del aprendizaje,
estimular la estabilización o el cambio tanto en los niveles
del potencial antisocial a largo plazo como en los
procesos cognitivos de toma de decisión. En principio, las
consecuencias gratificantes o de refuerzo (aprobación
social, beneficios materiales…) podrían incrementar el
potencial antisocial, mientras que las de castigo
(desaprobación paterna o sanciones legales) podrían, en
algunos casos, disminuirlo.
Si en dichas consecuencias se implicaran procesos de
estigmatización, etiquetado y aislamiento social, al
individuo podría hacérsele más difícil lograr sus objetivos
personales y sociales (relaciones, vivienda, dinero, etc.)
por medios lícitos (por ejemplo, mejorando su formación,
vinculándose a compañeros y amigos no delincuentes,
desempeñando un trabajo, estableciendo una relación de
pareja, etc.), lo que podría redundar en un incremento de
su potencial antisocial. No obstante, son escasos los
conocimientos precisos disponibles sobre los efectos que
pueda producir en los individuos, respecto de la
interrupción o continuación de sus carreras delictivas, la
intervención de los sistema de justicia, a través de la
policía, los tribunales, las prisiones, las medidas
alternativas, etc., y acerca de los efectos criminógenos del
etiquetado (Farrington, 2008a).
En consonancia con todo lo anterior, algunos sujetos
pueden cometer delitos debido esencialmente a que
cuentan con un elevado potencial antisocial a largo plazo;
mientras que otros pueden hacerlo como resultado de
presentar un alto potencial antisocial a corto plazo en
función de sus influencias situaciones; o, en otros casos,
ser el producto de los procesos de toma de decisión que
efectúan algunos sujetos cuando se ven expuestos a
ciertas oportunidades delictivas. Se requeriría la
realización de investigaciones específicas que clarificaran
en qué casos y supuestos son más influyentes y decisivos
unos factores de riesgo que otros.
Por último, el desistimiento o abandono de la carrera
delictiva se haría más probable en la medida en que el
joven mejorara sus habilidades para la satisfacción de sus
objetivos y deseos por medios legales, y aumentara sus
vínculos afectivos con parejas no antisociales (lo que
suele ocurrir al final de la adolescencia o en las primeras
etapas de la vida adulta).
Farrington (1996: 264) sintetizaba estas etapas de la
siguiente manera:
“La prevalencia de la conducta delictiva puede aumentar al máximo
entre los catorce y los veinte años debido a que los jóvenes
(especialmente los de clase baja que fracasan en la escuela) tienen en
esas edades una alta impulsividad, grandes deseos de actividades
estimulantes, de poseer determinadas cosas y de mayor consideración
social, pocas posibilidades de lograr sus deseos mediante medios
legales, y poco que perder (en la medida en que las sanciones legales
son suaves y sus amigos aprueban con frecuencia la conducta
delictiva). Sin embargo, después de los veinte años, sus deseos se
tornan menos imperiosos o más realistas, es más posible su logro
legalmente, y los costes del delito son mayores (ya que los castigos
legales son más severos) y, además, las personas más allegadas —
esposas o novias— desaprueban el delito”.

D) Validación empírica
Uno de los avales empíricos más directos de la teoría
del Potencial Antisocial Cognitivo Integrado (ICAP)
procede de un estudio realizado en Holanda por Van der
Laan et al. (2009). El punto de partida de esta
investigación fue analizar en qué grado los riesgos a largo
plazo y los riesgos a corto plazo se vinculan, de manera
aislada o en combinación, a la conducta delictiva grave.
Para ello evaluaron una muestra de 292 adolescentes y
jóvenes, en un 67,9% varones, en el rango de edad 10-17
años (edad media 14,2 años, DT 2.0). Se había recogido
información sobre los sujetos, mediante autoinforme,
acerca de su participación en quince tipos de conducta
infractora, incluyendo sexo forzado, lesiones, violencia o
amenazas para imponerse a otros o robar, sustracción de
carteras o bolsos, hurto en casas o en vehículos, hurto de
bicicletas o ciclomotores, sustracción de objetos y
propiedades, y vandalismo en transportes públicos,
viviendas o vehículos. A partir de esta información se
construyó una escala que ponderaba la frecuencia y
gravedad de las infracciones cometidas por cada joven, lo
que permitió dividir la muestra en dos grupos: uno, de
delincuencia moderada (jóvenes que solo habían cometido
una infracción leve y ningún delito grave), y un grupo de
delincuencia grave (jóvenes autores de uno o más delitos
graves en combinación con otras infracciones menores).
Como factores de riesgo a largo plazo se definieron las
siguientes variables (evaluadas a partir de distintas escalas
estandarizadas): 1) individuales (nivel de conducta
prosocial, trastornos de atención e hiperactividad, y
problemas emocionales), 2) familiares (apoyo emocional,
apertura hacia los padres, conocimiento paterno de las
actividades del joven, y supervisión paterna), y 3)
escolares (rendimiento escolar y vinculación a la escuela).
Como factores de riesgo a corto plazo, se había recogido
información situacional, en relación con los delitos auto
informados, sobre los siguientes cuatro aspectos: 1) la
posible presencia de co-delincuentes, 2) la percepción por
el joven de bajo riesgo de detección, 3) la ausencia de
posibles vigilantes o guardianes, y 4) haber consumido
alcohol o drogas antes del delito. Además, se controló la
influencia que sobre los resultados podían tener las
variables sexo, edad y ascendencia extranjera de los
jóvenes (variables moderadoras). Para los análisis de
resultados los autores combinaron diversos
procedimientos estadísticos, incluyendo correlaciones,
análisis de efectos marginales y regresión logística por
pasos.
El primer resultado general de este estudio es que la
mayoría de los factores de riesgo analizados, tanto a largo
plazo como a corto plazo (escasa conducta prosocial,
limitado apoyo emocional, bajo interés paterno en las
actividades del joven, inadecuada supervisión paterna,
bajo rendimiento escolar y falta de vinculación a la
escuela), correlacionaron significativamente con la
gravedad delictiva.
Para analizar la influencia combinada de factores de
riesgo sobre la conducta delictiva se construyeron cinco
modelos sucesivos de análisis. El Modelo 1 incluyó el
análisis de las variables moderadoras (sexo, edad y
ascendencia extranjera), permitiendo comprobar que los
varones tenían una probabilidad superior (en un 15%) a
las chicas de pertenecer al grupo de los delincuentes
graves, y que los jóvenes en el intervalo 14-17 años tenían
una probabilidad mayor en un 22% que los más jóvenes,
de 10 a 13 años, de pertenecer a dicho grupo de
delincuentes graves.
El Modelo 2 mostró que los factores de riesgo a largo
plazo se asociaban a un notable incremento, del 40%, en
la probabilidad de pertenencia de los sujetos al grupo de
delincuencia grave, destacando entre estos factores la
mala conducta previa, la supervisión parental inapropiada
y la desvinculación de la escuela.
El Modelo 3 analizó la contribución a la predicción
delictiva de los factores de riesgo a corto plazo, o
situacionales, y evidenció que en conjunto éstos
mejoraban la predicción del riesgo de delincuencia grave
en un 15%, sobresaliendo en ello las variables ausencia de
vigilantes y el haber consumido alcohol o drogas antes del
delito.
El Modelo 4 comprobó si la acumulación de factores de
riesgo a largo plazo, o históricos, permitía per se predecir
la delincuencia grave, diluyendo el posible efecto
predictivo de los factores situacionales. La acumulación
de riesgos en el desarrollo se asociaba claramente a una
probabilidad incrementada de conducta delictiva grave: la
presencia de un factor incrementaba esta probabilidad en
un 27%; dos lo hacían en un 32%; tres en un 41%, y 4-6
en un 45%. Sin embargo, los factores situacionales o a
corto plazo, cuya interacción fue explorada por el Modelo
5, no mostraron efectos acumulativos, sino aislados, sobre
la predicción delictiva.
Las principales conclusiones de Van der Laan et al.
(2009) fueron las siguientes: 1) un solo factor de riesgo
histórico (individual, familiar o escolar) tiene mucha
menor relevancia que la acumulación de diversos factores
de riesgo; 2) la incorporación de factores situacionales
(ausencia de vigilantes y consumo de alcohol/drogas
previo al delito) mejora la predicción de la delincuencia
grave; 3) considerados uno a uno, la fuerza predictiva de
un factor situacional puede incluso ser superior a la de un
único factor histórico; sin embargo, la acumulación de
factores de riesgo en el desarrollo (es decir, a largo plazo)
muestra mayor capacidad predictiva de delincuencia
grave que la que tendrían los factores situacionales per se.
Estos resultados avalarían parcialmente la teoría ICAD
de Farrington (2008c) y sus predicciones, en cuanto que la
acumulación de riesgos a largo plazo es decisiva para la
anticipación de las carreras delictivas, cuya probabilidad,
además, se ve incrementada por la presencia de elementos
situacionales.
De modo semejante a como la interacción entre riesgos
parece contribuir a la probabilidad delictiva en mayor
cuantía que cada factor de riesgo en solitario, así sucede
también en lo relativo a la reincidencia delictiva. LeBel,
Bunett, Maruna y Bushway (2008) analizaron una
muestra de 130 delincuentes contra la propiedad,
correspondientes al Oxford Recidivism Study, a quienes se
entrevistó a su salida en libertad, tras cumplir una pena, y
de los que se efectuó un seguimiento durante diez años.
Los resultados obtenidos claramente apoyaron un modelo
subjetivo-social, en el sentido de que la probabilidad de
reincidencia se asoció tanto a los estados subjetivos de los
sujetos con antelación a su excarcelación como a las
circunstancias y condiciones sociales que posteriormente
experimentaron.

11.5.3. Modelo del Triple Riesgo Delictivo (TRD)


Santiago Redondo publicó en 2008 la primera versión
de una nueva teoría de la delincuencia, de cariz
integrador, denominada Modelo del Triple Riesgo
Delictivo (TRD) (Redondo, 2008a, 2008b), actualmente
en proceso de desarrollo y análisis empírico (Redondo, en
preparación). Este modelo parte del análisis de los
factores de riesgo para el delito, al igual que hacen las
teorías del desarrollo vital (de ahí su ubicación en este
capítulo), aunque su formulación es más amplia,
pretendiendo definir una estructura meta-teórica global,
susceptible de integrar, de forma compatible, distintos
procesos y explicaciones de la etiología delictiva. Se
presenta a continuación una síntesis de este nuevo modelo
teórico.
Las esculturas La materia del tiempo, de Richard Serra, en el museo
Gughemheim de Bilbao, trasladan al espectador la experiencia del
movimiento y la progresión a lo largo del espacio y del tiempo, lo que puede
constituir una analogía abstracta de las experiencias acumuladas en distintas
etapas de la vida, susceptibles de incidir en el comportamiento delictivo.

A) Riesgos personales, carencias sociales y


oportunidades delictivas
Ante la diversidad de teorías y explicaciones
criminológicas existentes, y ante la multiplicidad de
factores a los que se atribuye la etiología del delito, la
pregunta inicial que se halla en el trasfondo del Modelo
TRD es la siguiente: a pesar de la complejidad de
influencias y mecanismos que parecen llevar al delito,
¿podría haber algunos factores generales y comunes a las
diversas explicaciones criminológicas?
Redondo (2008a; en preparación) encuentra que, según
los conocimientos disponibles, constituirían respuestas
razonables a la anterior cuestión, las siguientes:
• Para que los individuos se socialicen
convenientemente y adquieran los controles
inhibitorios de posibles conductas antisociales (como
hurtar, robar, acosar, agredir…), que de otro modo
resultarían mucho más frecuentes, suelen requerirse
tres condiciones complementarias: 1) ciertas
disposiciones y capacidades personales favorables
(inteligencia, autocontrol, habilidades de
comunicación, etc.), de las que dispondrían por lo
común la generalidad de los individuos; 2) recibir
apoyo prosocial suficiente y continuado de parte de la
propia familia y de otros estamentos de la sociedad,
especialmente durante la infancia y la juventud, pero
también a lo largo del conjunto de la vida; y 3) ser
razonablemente protegido de frecuentes o intensas
oportunidades delictivas (como podrían ser, para el
caso de los jóvenes, el tiempo pasado en compañía de
compañeros o amigos delincuentes, amenazas o
provocaciones violentas, exposición frecuente a dinero
u otros bienes ajenos desprotegidos, etc.).
• En paralelo a los elementos precedentes de integración
social, existirán también tres fuentes principales de
influencia antisocial, susceptibles de aglutinar los
diversos riesgos para el delito que identifican las
teorías y los estudios criminológicos, a saber:
A. Riesgos personales, o características individuales,
congénitas y adquiridas, que dificultan los procesos
ordinarios de desarrollo y socialización. Por
ejemplo: déficits neurológicos/endocrinos, elevada
impulsividad y propensión a la búsqueda de nuevas
sensaciones, pobres habilidades interpersonales,
creencias antisociales, dependencia a drogas, o
victimización infantil. En relación con los riesgos
personales, en el Modelo TRD se establecen dos
principios generales:
• Acumulación de riesgos personales: los individuos
que presenten más riesgos personales mostrarán
también mayor vulnerabilidad para implicarse en
actividades infractoras y delictivas.
• Convergencia de riesgos personales: dado que en
los seres humanos existe una consistencia personal
relativa (es decir, las características de cada
individuo propenden a confluir relativamente en
torno a su propia personalidad o identidad),
existirá una tendencia parcial a que, cuando se
manifiesten ciertos factores personales de riesgo,
otros riesgos personales también converjan
relativamente con ellos en dirección antisocial.
B. La segunda fuente de riesgo para el delito son las
carencias en apoyo prosocial que experimentan los
sujetos, y que dificultan o elentecen sus procesos de
socialización. Por ejemplo, privaciones en la familia
de origen (crianza infantil inapropiada, pobreza,
conflictos graves), desvinculación escolar, amigos
delincuentes, exposición a violencia simbólica y
mediática, vivir en barrios carentes de servicios,
estrés y conflicto en la pareja, o internamientos
prolongados y estigmatizantes (en centros juveniles,
prisiones, etc.). Por lo que se refiere a las carencias
en apoyo prosocial, se establecen también dos
principios paralelos a los anteriores:
• Acumulación de carencias prosociales: los sujetos
que experimenten más carencias en apoyo
prosocial mostrarán asimismo mayor
vulnerabilidad para implicarse en actividades
delictivas.
• Convergencia de carencias prosociales: dado que
los contextos sociales que se hallan relacionados
entre sí (familia-vecindario-barrio, etc.) propenden
a presentar entre ellos cierta consistencia relativa,
distintas carencias específicas en el apoyo
prosocial recibido por un individuo (en su familia,
la escuela, el barrio, etc.) tenderán a confluir
parcialmente en dirección a la promoción o
facilitación de la conducta antisocial.
C. La tercera y última fuente de riesgo propuesta por
el Modelo TRD es la exposición de un individuo a
oportunidades delictivas, o situaciones y estímulos,
tanto físicos como sociales, facilitadores de
conductas ilícitas e infractoras. Por ejemplo:
provocaciones agresivas, diseño urbano
criminogénico (vías públicas carentes de
iluminación, alta densidad poblacional, contextos
favorecedores del anonimato), contextos próximos a
áreas degradadas o a zonas de ocio, abundancia de
propiedades expuestas, o víctimas desprotegidas.
También se aplicarían aquí principios paralelos a los
mencionados para las anteriores fuentes de riesgo:
• Acumulación de oportunidades delictivas: la
exposición incrementada de un individuo a
objetivos y víctimas vulnerables aumentará su
probabilidad de cometer delitos.
• Convergencia de oportunidades delictivas: una
oferta de oportunidades para el delito en
determinado contexto (p. e., una amplia zona
comercial, que pueda favorecer los delitos de
hurtos/robos en tiendas) fomentará la aparición de
otras oportunidades delictivas relacionadas (p. e.,
la mayor presencia, en dichas zonas, de posibles
clientes o compradores, que podrían ser víctimas
propicias para hurtos y robos).
Desde la perspectiva del Modelo TRD se considera que
los factores de riesgo para el delito, subsumibles en las
fuentes etiológicas aludidas, son por lo común
dimensionales, más que dicotómicos, lo que significa que
cada factor de riesgo, según su propia magnitud y fuerza,
puede influir sobre un individuo con intensidad
criminogénica variable.

B) Probabilidad de delito y motivación delictiva


Según lo ya expresado mediante los principios de
acumulación y convergencia de riesgos, la coincidencia
en un individuo de múltiples riesgos de similar naturaleza
o fuente etiológica, puede incrementar su vulnerabilidad
para el delito: es decir, cuando confluyen en el mismo
sujeto diversos riesgos personales (impulsividad, pobres
habilidades interpersonales, creencias antisociales…); o
se acumulan sobre él diferentes carencias sociales (crianza
familiar inapropiada, pobreza, desvinculación escolar…);
o bien se ve expuesto a distintas formas de oportunidad
para el delito.
Sin embargo, más allá de la acumulación y
convergencia de riesgos de similar naturaleza, o riesgos
intra-fuente, en el Modelo TRD se considera que la fuerza
criminogénica principal, que favorece la participación
delictiva de un individuo, resulta de la influencia
combinada sobre él, o interacción, de riesgos
correspondientes a fuentes criminógenas diversas. A
partir de ello, el postulado central del Modelo TRD
establece que la probabilidad individual de delito es
dependiente de la combinación e interacción en un mismo
sujeto de Riesgos personales, Carencias en apoyo
prosocial, y exposición a Oportunidades delictivas (véase
cuadro 11.9).
CUADRO 11.9. Probabilidad individual de delito y Motivación delictiva, a
partir de la influencia combinada de Riesgos personales (RP), Carencias
en apoyo prosocial (CAS) y Oportunidades delictivas (OP)
Fuente: Redondo (en preparación)

Dos principios relativos a la interacción o combinación


entre riesgos de distinta naturaleza o fuente, son los
siguientes:
• Convergencia de riesgos inter-fuentes: como resultado
de la tendencia, científicamente constatada, a una
relativa correlación persona-ambiente, diversos
riesgos personales, carencias prosociales y
oportunidades delictivas propenderán a converger
parcialmente en el mismo individuo (ello implicaría,
por ejemplo, que la presencia de ciertos riesgos
personales, como una alta impulsividad, haría más
probable que se presentaran también determinadas
carencias sociales, como podría ser una crianza
paterna ineficiente, y viceversa; así como que una
elevada impulsividad y una grave desatención familiar
se asociaran, a su vez, a la mayor exposición de un
adolescente a oportunidades delictivas, como resultado
de faltar al colegio y pasar más horas en la calle, etc.).
• Potenciación recíproca de los riesgos inter-fuentes: la
confluencia en un mismo sujeto de riesgos de diferente
naturaleza, o correspondientes a distintas fuentes
(Riesgos personales, Carencias prosociales, y
exposición a Oportunidades delictivas), potenciará sus
efectos respectivos, e incrementará la probabilidad
individual de conducta delictiva.
Complementariamente a la definición de la probabilidad
delictiva como resultado de la potenciación recíproca
entre fuentes de riesgo, se considera también de utilidad
teórica el concepto de Motivación delictiva. La
motivación delictiva haría referencia al nivel de
disposición individual para la comisión de conductas
infractoras y delitos; se mostraría en las creencias, afectos
o conductas de aproximación a objetivos delictivos que
manifiesta un sujeto, con anterioridad a la realización de
una infracción en sí. Este constructo guardaría semejanza
con la noción “potencial antisocial” de la teoría de
Farrington, y con conceptos análogos en otras teorías
criminológicas. En el Modelo TRD la motivación
delictiva se considera una función o resultado de la
interacción entre las dos primeras categorías de riesgo
establecidas: Riesgos personales y Carencias en apoyo
prosocial. Dado cierto nivel de motivación delictiva, se
interpreta que la probabilidad de comisión de un delito
concreto estaría estrechamente vinculada a la existencia
de una oportunidad infractora favorable.
No obstante, la motivación delictiva y las oportunidades
para el delito se consideran, a su vez, relacionadas a
través de un último principio, que se ha denominado de
interdependencia. Dicho principio sugiere que los sujetos
con una motivación delictiva elevada tendrán mayor
probabilidad de verse expuestos a oportunidades
delictivas, y viceversa, la frecuente exposición de un
sujeto a oportunidades delictivas hará más probable que
su motivación delictiva aumente.
Mediante los principios de riesgo aquí expresados no se
pretende, obviamente, que la probabilidad y la motivación
delictivas de un individuo sean el resultado matemático
exacto de la combinación en él de riesgos de las diversas
fuentes, sino que la medida de dicha combinación
constituya una estimación razonable de tal probabilidad o
motivación delictiva.

C) El Modelo TRD como estructura meta-


teórica
En el Modelo TRD se considera que no existe un único
proceso causal de la conducta delictiva, sino que sus
mecanismos etiológicos pueden ser diversos, según cuáles
sean las intensidades y secuencias específicas en que se
combinen los riesgos correspondientes a las tres fuentes
establecidas. Desde esta perspectiva, el Modelo TRD se
constituye en una estructura meta-teórica susceptible de
acoger, interrelacionar y hacer compatibles entre sí a las
grandes teorías criminológicas presentadas en este
manual. Esta idea es ilustrada mediante el cuadro 11.10.
CUADRO 11.10. El Modelo TRD como estructura meta-teórica
Fuente: Redondo (en preparación)

En el extremo de la flecha o dimensión correspondiente


a los Riesgos personales, las teorías de rasgos, que
realzan como elementos causales del delito aspectos como
extraversión, psicopatía, bajo autocontrol, etc., podrían
explicar, por sí mismas, un sector más bien reducido de la
actividad delictiva, aquél en que fueran muy extremados
algún o algunos riesgos personales (p. e., un elevado
perfil psicopático). Por el contrario, en el extremo de la
dimensión Carencias en apoyo prosocial cabría situar a
aquellas teorías que priorizan aspectos etiológicos del
delito tales como la pobreza, la desigualdad, la exclusión
social, o también la anomia y la tensión social; estas
perspectivas podrían dar cuenta, de forma autónoma, de
un sector significativo de la delincuencia en el que dichas
carencias son notorias (p. e., en barrios de concentración
de pobreza, desempleo, falta de servicios, elevado
consumo de drogas, etc.). Algo parecido sucedería al
respecto de las teorías de la oportunidad, situadas a lo
largo de la dimensión oportunidades delictivas, cuya
capacidad explicativa independiente se ceñiría a aquellos
casos en que claramente las oportunidades resultan, (casi)
por sí solas, determinantes para los delitos (manejo en el
trabajo de grandes sumas de dinero, bienes
manifiestamente abandonados o desprotegidos, completo
anonimato y falta de control en determinado lugar, etc.).
Otras teorías criminológicas, representadas en el cuadro
11.10 mediante elipses de intersección entre fuentes de
riesgo, proponen mecanismos etiológicos de la
delincuencia en que se combinan, en diversas formas,
tanto elementos personales como sociales y de
oportunidad (p. e., las teorías del control, del aprendizaje
social, o las perspectivas del desarrollo vital presentadas
en este capítulo), lo que generalmente amplia sus
posibilidades explicativas a un mayor número de
casuísticas delictivas.
La propuesta del Modelo TRD en relación con los
diferentes mecanismos causales del delito, que
representarían las distintas teorías criminológicas
aludidas, es que, sea cual sea en cada caso el proceso
etiológico de la actividad criminal, su activación va a
depender de que interseccionen en el mismo individuo
ciertos Riesgos personales, Carencias en apoyo prosocial,
y Oportunidades delictivas. La naturaleza, intensidad y
secuencia de dicha intersección condicionaría el proceso,
o mecanismo criminogénico principal, que pudiera
precipitarse en cada sujeto (como aprendizaje social,
ruptura de vínculos sociales, potencial antisocial, anomia,
subculturas, exclusión social, bajo autocontrol, etc.). De
hecho, podría considerarse que distintas teorías
criminológicas vigentes realzarían, como procesos
causales del delito, los que resultan de secuencias de
intersección frecuentes y típicas entre riesgos
correspondientes a las diversas fuentes criminogénicas
aquí propuestas (p. e., si un joven con alta impulsividad
—riesgo personal— se relaciona con amigos delincuentes
—carencia prosocial—, se hacen más probables los
procesos de imitación de modelos delictivos y el
aprendizaje social del delito; y así sucesivamente, en
relación con los distintos mecanismos criminogénicos que
podrían activarse a partir de la interacción entre
determinados factores de riesgo).

D) Riesgo social de delincuencia y prevención


Desde la perspectiva del Modelo TRD, según cuáles
sean las magnitudes globales de las tres fuentes de riesgo
propuestas, en su influencia sobre el conjunto de los
individuos de una población, así serán los niveles globales
de delincuencia que puedan esperarse en ella. Resulta
razonable considerar que los Riesgos personales que son
inherentes a los individuos (tales como posibles déficits
intelectivos, alta impulsividad, baja empatía, etc.) se
distribuyan, en origen, de modo aleatorio y parecido entre
los sujetos de poblaciones distintas, y de entrada
contribuyan en proporciones similares a la criminalidad
global.
Sin embargo, no es esperable que suceda lo mismo con
las diversas Carencias que puedan experimentar los
individuos en apoyo prosocial (en relación con la familia,
la escuela, y la comunidad como un todo), cuya magnitud
va a depender de aspectos variados como riqueza, cultura,
densidad poblacional, tasa de inmigración, nivel
educativo global, cifra de desempleo, pobreza,
marginalidad, etc. Y, ciertamente, estos aspectos no se
distribuyen de modo aleatorio y parecido entre
poblaciones, por lo que tampoco cabe esperar que se
repartan análogamente sus efectos criminogénicos. Todos
estos graves problemas sociales y económicos, cuando se
manifiesten con intensidad en una comunidad, decrecerán
el apoyo social que dicha comunidad pueda trasladar a
cada uno de sus miembros, y probablemente favorecerán,
a gran escala, mayores niveles globales de delincuencia.
Además, las influencias perniciosas de los grandes
factores sociales proyectarán también sus efectos sobre las
características y el riesgo de los propios individuos. Es
decir, en la estrecha y permanente interacción que es
esperable que se produzca entre las fuentes de riesgo
propuestas por el Modelo TRD, las carencias en apoyo
prosocial también acabarán por exacerbar, a medio y largo
plazo, aquellos Riesgos personales con mayor carga
adquirida, tales como creencias y actitudes antisociales,
drogadicción, trastornos mentales, etc., lo que, por efecto
de la potenciación recíproca entre riesgos, redundará en
un incremento de las magnitudes globales de delincuencia
en dicha población.
En último lugar, por lo que concierte a las
Oportunidades delictivas, éstas son inherentes, de un
modo u otro, a todas las sociedades, en la medida en que
en todas existen ocasiones tentadoras y favorables para
los hurtos y los robos, los abusos y agresiones sexuales, la
violencia de pareja, y las interacciones violentas y los
homicidios. Sin embargo, es notorio también que las
sociedades se diferencian unas de otras, según su
densidad poblacional, perfil agrícola o industrializado,
rural o urbano, más pobre o más rico, etc., en la
topografía de las oportunidades infractoras que resultan
en ellas más habituales y frecuentes, lo que claramente
condicionará sus manifestaciones delictivas específicas.
El cuadro 11.11 representa un cuadrante esquemático
con tres flechas simbolizando las tres fuentes de riesgo
aducidas por el Modelo TRD (personales, sociales y de
oportunidad), que, según lo razonado, condicionarían la
globalidad de la delincuencia esperable en una sociedad.
Sobre el fondo de estas tres flechas/dimensiones de
riesgo, la magnitud global de la criminalidad se ha
representado mediante un círculo que adopta dos
posiciones en el cuadrante. El círculo en posición
superior, en línea continua, más desplazado en dirección a
la cabecera de las flechas, que representan mayores
magnitudes de los diversos riesgos, quiere simbolizar el
mayor nivel de delincuencia que sería previsible en una
sociedad dada, en función de una mayor incidencia sobre
sus habitantes de las tres fuentes de riesgo. El círculo en
posición inferior, en línea discontinua, más alejado de las
cabeceras de las flechas, quiere reflejar que una reducción
de las magnitudes de los riesgos en dicha sociedad, a
partir de la adopción de medidas de prevención relativas a
las diversas fuentes de riesgo, podría redundar en una
disminución global de su criminalidad.
CUADRO 11.11. Riesgo social de delincuencia y prevención
Fuente: Redondo (en preparación)

Para finalizar, dada la variedad de los riesgos que


contribuyen a la magnitud global de la delincuencia,
también las estrategias para su prevención deberán ser
diversificadas. En la lógica del Modelo TRD, para la
prevención y reducción de los Riesgos personales se
requerirán intervenciones dirigidas a favorecer en los
individuos de mayor riesgo, incluidos los delincuentes
activos, cambios personales relacionados con sus
creencias, actitudes, valores, emociones, habilidades de
comunicación e interacción, etc. Esto coincide en buena
medida con las denominadas estrategias de prevención
secundaria y terciaria, o de tratamiento, muchas de la
cuales se desarrollan de facto en el marco de la justicia
tanto juvenil como adulta. Por lo que se refiere a las
Carencias en apoyo prosocial, que pueden afectar
negativamente a muchos individuos, familias y
comunidades en todas las sociedades, serán necesarias
intervenciones de amplio espectro, o de prevención
primaria, a partir de los sistemas de educación, empleo,
servicios sociales, etc. Finalmente, en lo concerniente a la
prevención y evitación de Oportunidades delictivas, se
requerirán muy diversas mejoras en el control y
prevención situacional de los delitos, tanto a cargo de los
mecanismos formales de seguridad y control, la policía y
otros estamentos, como, más ampliamente, de parte del
conjunto de los ciudadanos en dirección a una mejor
autoprotección y cuidado de sus bienes y propiedades
(comercios, contextos urbanos, viviendas, vehículos, etc.).

E) Aplicaciones e investigación del Modelo


TRD
Desde su publicación en 2008, el Modelo del Triple
Riesgo Delictivo ha sido objeto de algunos usos aplicados
y varias investigaciones. En relación con la práctica, el
Modelo TRD fue recogido como una de las teorías de
base que sustentaría el Modelo de Rehabilitación
Penitenciario en Cataluña (Dirección General de Serveis
Penitenciaris, 2011;
http://www20.gencat.cat/docs/Justicia/Documents/Publicacions/mod
_rehabilitacio_presons_catalanes.pdf). También ha sido
utilizado, a partir de una iniciativa conjunta de la
Federación de Asociaciones de Criminólogos de España
(FACE), de la Fiscalía de la Audiencia Provincial de
Alicante, y del Fiscal de Sala Coordinador de la
Seguridad Vial (de la Fiscalía General del Estado), como
estructura marco de evaluación del riesgo delictivo en los
informes criminológicos que se han comenzado a efectuar
en materia de delitos de tráfico (El País, 24/03/ 2011).
Desde la perspectiva de la investigación, sobre la base
del Modelo TRD, se han desarrollado varios estudios. Por
ejemplo, Cuaresma (2009), Martínez Catena (2010) y
Redondo, Cuaresma y Losada (en preparación), han
efectuado el análisis metodológico de uno de los
presupuestos de partida del Modelo TRD, que afirma la
conveniencia de tratar los factores de riesgo para el delito,
así como los factores de protección, como variables
continuas, en lugar de operarlos como variables
dicotómicas, que es lo más habitual. Estos estudios
pudieron comprobar que, en efecto, la dimensionalización
de los factores de riesgo mejoraba, en general, su
capacidad predictiva de la conducta antisocial.
Albert (2010) evaluó una muestra de 100 delincuentes
encarcelados (en un amplio rango de edades, de 24 a 65
años), usando para ello un instrumento de autoinforme
diseñado al efecto, denominado Inventario de Riesgos
Individuales y Sociales (IRIS) (Redondo, 2010). El
resultado principal de este estudio fue que una mayor
concentración en los sujetos de factores de riesgo de las
diversas categorías previstas por el Modelo TRD, se
asociaba a una mayor intensidad de sus actividades y
carreras delictivas.
En el Centro de Investigación en Criminología, de la
Universidad de Castilla-La Mancha, se han desarrollado
tres trabajos académicos tomando como base la estructura
del Modelo TRD: el primero de ellos sobre seguridad vial
(Álvarez Álvarez, 2012); el segundo sobre ciber-acoso
entre jóvenes (González García, 2012), y el tercero una
tesis doctoral titulada “El grupo de amigos: riesgo de
motivación y conducta delictiva” (Osorio Gutiérrez, en
preparación). En la Universidad del País Vasco, Martín
Fernández (2012) ha desarrollado un trabajo en el que se
formula un modelo explicativo de la gravedad de la
conducta de agresión sexual, concebido como una
adaptación del Modelo de Triple Riesgo Delictivo.
Con todo, el estudio más ambicioso realizado hasta
ahora sobre el Modelo TRD corresponde a Meritxell
Pérez, en el marco de su tesis doctoral. Pérez Ramírez
(2012) evaluó los postulados centrales del modelo del
triple riesgo delictivo a partir de una muestra de 5.815
varones de 16 años que habían formado parte del British
Cohort Study, de las universidades de Londres y Bristol.
A los efectos de la evaluación del Modelo TRD, a partir
de la información existente sobre los sujetos de este
estudio, se definieron 40 variables predictoras o
independientes, categorizadas, de acuerdo con la
estructura del Modelo, en 17 de Riesgo Personal (p. e.,
creencias antisociales, falta de control interno, etc.), 17
Carencias en apoyo prosocial (p. e., amigos antisociales,
falta de supervisión paterna, etc.), y 6 indicadores de
Oportunidad delictiva (p. e., tiempo pasado en la calle con
amigos, vivir en un barrio criminógeno, etc.). Como
variables de resultado, o dependientes, se definieron 12
medidas de conducta antisocial de creciente gravedad
(desde absentismo escolar a condenas por un tribunal), la
última de ellas como medida ponderada de las diversas
conductas antisociales.
Para comprobar si la estructura de tres fuentes de riesgo,
propuesta por el Modelo TRD, tenía o no entidad factual,
las 40 variables predictivas se sometieron a análisis
factorial exploratorio. A partir de ello, pudieron
identificarse dos grandes factores latentes, uno que
aglutinaba esencialmente los riesgos personales, y otro
que agrupaba preferentemente las carencias en apoyo
prosocial. Estos dos factores, en conjunto, explicaban el
54% de la varianza total de los delitos. Sin embargo, el
análisis factorial no definió, sobre la base de los
indicadores de oportunidad analizados, un factor latente
que pudiera corresponder a la fuente de riesgo
Oportunidades delictivas.
Para analizar la veracidad del principio de potenciación
recíproca entre riesgos de naturaleza diversa, Pérez
Ramírez (2012) planteó varios modelos de ecuaciones
estructurales. A partir de ello se constató, en primer lugar,
que los factores latentes correspondientes a las tres
fuentes de riesgo del Modelo TRD, quedaron
factorialmente bien constituidos por sus variables
observables. En segundo término, se analizó si dichos
factores latentes operaban como predictores causales de la
Motivación delictiva (a partir de la combinación de
Riesgo personal y Carencias en apoyo prosocial), y de la
Probabilidad Individual de Delito (en este caso, añadiendo
a lo anterior las Oportunidades delictivas). El modelo
analítico compuesto por Riesgos personales y Carencias
en apoyo prosocial se ajustó satisfactoriamente a los datos
empíricos y explicó el 35% de la varianza de la
Motivación delictiva. Pero mientras que el factor
Carencias en apoyo prosocial se asoció en mayor grado y
de forma directa a la Motivación delictiva, el factor
definido por los Riesgos personales se vinculó a ella en
menor grado y de forma indirecta, canalizando su
influencia a través de las Carencias prosociales. Así
mismo, el modelo analítico compuesto por Riesgo
personal, Carencias en apoyo prosocial y Oportunidades
delictivas, mostró un buen ajuste a los datos empíricos y
explicó el 40% de la varianza de la conducta antisocial
promediada.
Por último, Pérez Ramírez (2012) ponderó también la
capacidad del Modelo TRD para estimar el riesgo social
de delincuencia, a partir de la evaluación de una muestra
representativa de sujetos. Siguiendo, sucesivamente, la
estructura de los constructos Motivación delictiva (Riesgo
personal X Carencia prosocial) y Probabilidad de
conducta antisocial (Motivación delictiva X Oportunidad
para el delito), se evaluó en qué grado la ausencia de
cualquier tipo de riesgo, la presencia de uno solo, de dos,
o de tres, predecían, respectivamente, la tentación
antisocial y el comportamiento delictivo. Las variables
predictivas seleccionadas para este análisis fueron las más
potentes de cada categoría de riesgo: en representación
del Riesgo personal, la variable “creencias antisociales”;
como Carencia en el apoyo prosocial, el predictor
“amigos delincuentes”; y como indicador de oportunidad
delictiva, la variable “tiempo pasado en la calle con
amigos”. Mientras que la ausencia de los tres riesgos aquí
considerados se asoció a un probabilidad delictiva grupal
baja (de entre 0,17-0,21), la presencia de un solo riesgo se
vinculó a una probabilidad moderada (del 0,31 para el
caso del Riesgo personal; y del 0,37 para Carencia en
apoyo prosocial). Sin embargo, en consonancia con lo
propuesto por el Modelo TRD, la presencia combinada de
dos fuentes de riesgo se asoció a una probabilidad alta de
motivación delictiva (de 0,66) y la interacción de las tres
fuentes a una probabilidad, algo más elevada, de conducta
antisocial (de 0,69).
Aunque estos datos constituyen una primer
acercamiento a la evaluación empírica del Modelo TRD, y
validan parcialmente algunas de sus propuestas
principales, una evaluación más completa requiere de
nuevas investigaciones, particularmente alguna de cariz
longitudinal, ya que esa es la perspectiva fundamental en
que se concibe el Modelo TRD.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. El concepto “carrera delictiva” ha mostrado gran utilidad en Criminología como
método de análisis de las trayectorias delictivas, y de los factores de riesgo que se
asocian al inicio, la continuidad y el desistimiento del delito.
2. Los predictores o factores de riesgo delictivo muestran diferente intensidad según
las edades de los sujetos, lo que, para caso o grupo, requerirá tomar en
consideración la evolución y cambios que pueden operarse en la fuerza
criminogénica de dichos factores.
3. Para el análisis tanto de la continuidad delictiva como del desistimiento del delito,
debería atenderse al impacto y dinámica de los procesos relacionados con las
diferencias individuales, la maduración cerebral, los trastornos de conducta, los
cambios cognitivos, los factores de riesgo de índole social, los de cariz ambiental,
el barrio, las posibles enfermedades mentales, las intervenciones realizadas por la
justicia, y las circunstancias vitales (tales como el vínculo con una pareja, el
desempeño de un puesto de trabajo, etc.).
4. Con los jóvenes-adultos en riesgo de continuar una carrera delictiva, deberían
priorizarse sus necesidades de desarrollo frente a otras consideraciones punitivas
(sin que a este respecto, la edad legal de 18 años deba ser una barrera insalvable).
Ello significa que debería prevalecer la utilización con ellos de medidas
educativas intensivas, a la vez que prevenir el empleo de castigos excesivos, lo
que puede tener graves efectos iatrogénicos, o contraproducentes, sobre su
conducta futura.
5. Lo anterior podría hacerse, fácilmente, extrapolando a los jóvenes-adultos, de
forma discrecional según los casos, medidas juveniles que ya están disponibles
para los menores (educativas, laborales, psicosociales, tratamientos, tiempo libre,
intervenciones familiares, etc.), o bien, si ello es necesario, creando nuevas
medidas y programas.
6. Comoquiera que existe una alta concentración de factores de riesgo para el delito
en determinadas familias y ciertos barrios urbanos, deberían diseñarse
intervenciones específicas dirigidas a estos contextos.
7. Habría que prestar una atención decidida a la prevención en los jóvenes de las
transiciones vitales desordenadas (como abandono escolar prematuro, huida del
hogar, paternidad adolescente, etc.), que a menudo constituyen acontecimientos
vitales de alto impacto criminogénico.
8. En centros e instituciones para delincuentes, se deberían ofrecer programas e
intervenciones que han mostrado ser “eficaces”, tales como la terapia
multisistémica, los programas cognitivo-conductuales, la justicia restaurativa, el
entrenamiento en habilidades para la interacción social, programas de empleo, etc.
9. El desistimiento delictiva debería favorecerse también previniendo el etiquetado y
la estigmatización grave de quienes en un momento dado han cometido delitos, y
facilitando el que sean nuevamente acogidos por la comunidad social, en las
familias, el mundo laboral, etc.
CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué significa que las teorías tradicionales del delito son explicaciones estáticas
mientras que las teorías relacionadas con la Criminología del desarrollo son
explicaciones dinámicas?

2. ¿En qué consisten los estudios longitudinales? Localizar, en fuentes científicas


(bases de datos, libros, artículos, etc.) los principales estudios longitudinales en
Criminología, y construir una tabla comparativa a partir de sus características más
relevantes.
3. Definir los conceptos de prevalencia delictiva, incidencia, persistencia y
estabilidad, y, a partir de datos sobre una muestra de delincuentes juveniles o de
alguna tipología específica, ver la aplicabilidad de dichos conceptos a los casos
analizados.
4. Localizar información sobre los conceptos de “carrera delictiva” y de “tendencia
criminogénica” (o criminality, según terminología de Gottfredson y Hirschi), y
plantear una discusión de grupal/global en clase, acerca de cuál de ellos puede
tener mayor utilidad para el análisis de casuísticas delictivas concretas.
5. Seleccionar factores de riesgo de índole individual, social y ambiental (o de
oportunidad delictiva) que puedan hallarse relacionados entre sí (p. e., la
impulsividad, la falta de control paterno, y pasar muchas horas en la calle), y
reflexionar en clase acerca de los modos en que podrían interaccionar, o
potenciarse unos a otros recíprocamente. Lo mismo puede hacerse con ejemplos
de factores de protección.
6. Buscar, en artículos científicos, curvas de edad del delito relativas a diferentes
tipologías de delincuentes, y a varones y mujeres. Comparar las características de
las diferentes curvas, estudiando sus similitudes y diferencias.
7. Localizar, a través de la prensa, etc., casos de delincuentes que puedan ejemplificar
la persistencia en el delito, y el desistimiento del delito. Profundizar en los casos y
describir los factores principales (de riesgo o de protección) que puedan asociarse
a tales procesos. ¿Existe relación entre los factores hallados en los casos y los
procesos explicativos de la continuidad y el desistimiento, estudiados en este
capítulo?
8. ¿En qué se parecen y diferencian los infractores adolescentes y los delincuentes
persistentes?
9. ¿Qué es el potencial antisocial, en la teoría ICAP, y cómo se relaciona con los
otros elementos de la teoría? ¿Es lo mismo que motivación delictiva?
10. ¿De qué condiciones dependería, según el Modelo TRD, la probabilidad
individual de delito? ¿Guarda ello relación con la posibilidad de estimación del
riesgo social de delincuencia?

1 Las variables predictoras fueron evaluadas en general mediante entrevistas


o cuestionarios, mientras que la conducta delictiva se midió a partir de
registros oficiales de delincuencia (información policial o judicial).
Parte III
DELITOS,
DELINCUENTES Y
VÍCTIMAS
12. DELITOS Y
DELINCUENTES CONTRA
LA PROPIEDAD
12.1. INTRODUCCIÓN 573
12.2. EL HURTO 577
12.3. EL ROBO CON FUERZA EN LAS COSAS 580
12.3.1. Zonas urbanas de mayor riesgo 583
12.3.2. Entrevistas con ladrones 585
12.3.3. La receptación 589
12.3.4. El robo en segundas viviendas y zonas turísticas 590
12.3.5. Prevención del robo en casa 591
12.4. ROBOS CON VIOLENCIA 592
12.5. EL DELINCUENTE CONTRA LA PROPIEDAD 595
12.5.1. La carrera delictiva del delincuente común 596
12.5.2. El perfil del delincuente contra la propiedad 600
12.5.3. Psicología del delincuente contra la propiedad 601
12.5.4. El delincuente que emplea la violencia para robar 604
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 605
CUESTIONES DE ESTUDIO 606

12.1. INTRODUCCIÓN
Los medios de comunicación podrían dar la impresión
de que la delincuencia es un asunto espectacular, morboso
y violento. Un análisis del espacio que cinco periódicos
españoles dedicaron a reportajes sobre la delincuencia,
midiendo el tamaño de cada noticia, mostró que dominan
los reportajes sobre delitos violentos. Dentro del espacio
dedicado a sucesos, se encontró que un poco más de la
mitad relataba sucesos dirigidos contra las personas, y una
cuarta parte atendía a sucesos relacionados con el
terrorismo. Solamente un 15% de las noticias se referían a
delitos contra la propiedad, y la gran mayoría de estos
reportajes comentaban hechos espectaculares, como
estafas y atracos, y no el robo común (Fernández,
Herreros, Saenz et al., 1995). Una investigación paralela
analizó la programación de cinco cadenas de televisión
durante una semana entera, y contabilizó 427 relatos de
homicidios o asesinatos, pero solamente 67 sobre robos y
hurtos (Medina Galera, Mesa, Reina et al., 1996).
Sin embargo, el delito por excelencia en España es el
pequeño hurto o robo. En el año 2010, de 1.262.422
delitos y faltas denunciados a la Policía y a la Guardia
Civil, más de 1.100.000 fueron contra la propiedad,
mayoritariamente hurtos y robos (MIR, 2011).
Un ratero actuando en un dibujo del Siglo XIX, Francia.

Los documentos acumulados en las comisarías de


Policía y en los Juzgados de lo penal tratan, básicamente,
de sustracciones en vehículos y robos en tiendas, bares y
domicilios. La investigación de estos sucesos es poco
agradecida, porque no llega a esclarecerse más que uno de
cada diez robos. La falta de éxito policial no es
necesariamente el resultado de la baja prioridad dada a
estos sucesos sino que, más bien, suele ser debida a la
falta de pistas para la investigación. La víctima que
denuncia un robo, normalmente no ha visto al ladrón.
Por otro lado, estudios sobre la intensidad de la
actividad delictiva de varios países1 indican que es
relativamente normal que los adolescentes roben. Una
encuesta de autoinforme, que se realizó a jóvenes de 14 a
21 años en 7 ciudades españolas, todas con una población
superior a 50.000 habitantes, dio como resultado que un
25% de los chicos y un 15% de las chicas habían
cometido uno o varios delitos contra la propiedad durante
el último año (Rechea, Barberet, Montañés et al., 1995).
El cuadro 12.1 muestra los resultados obtenidos en esta
encuesta.
CUADRO 12.1. Prevalencia de delitos contra la propiedad durante el
último año. Jóvenes en ciudades españolas de más de 50.000 habitantes
Hombre Mujer
Robo de cabina telefónica 0,7 0,3
Robo de una tienda 8,0 5,1
Robo del colegio 2,9 1,3
Robo en casa 3,8 3,0
Robo del trabajo 1,7 0,3
Robo bicicleta/moto 0,7 0,2
Robo de coche 0,2 0,1
Sustracción en vehículo 0,7 0,2
Carterista 0,0 0,0
Tirón de bolso 0,0 0,2
Allanamiento 9,2 4,6
Robar otra cosa 1,4 0,8
Comprar algo robado 7,9 3,8
Vender algo robado 2,3 0,2
Total % de los encuestados que han robado 24,7 15,3
Nº de personas entrevistadas 1.072 1.079

Fuente: Rechea, et al. (1995: 79)

Con posterioridad los autores realizaron una nueva


investigación mediante el uso del autoinforme (Rechea,
2008), si bien esta vez con dos variaciones importantes:
por una parte, la muestra comprendió jóvenes de toda
España (4.152 menores escolarizados, 2042 chicos, el
49,2 por ciento, y 2.103 chicas, el 50,7 por ciento), y por
otra, la edad tuvo un rango más limitado, al comprender
jóvenes de los 12 a los 17 años. Aunque esto hace que los
dos estudios no puedan ser directamente comparables —
tampoco lo es el cuestionario empleado—, en general la
participación en los actos delictivos sigue mostrando el
mismo patrón, con el añadido de la aparición relevante de
las conductas delictivas derivadas del empleo ilegítimo de
las nuevas tecnologías, como bajarse música o películas
de forma ilegal. La conclusión sigue siendo la misma: un
pequeño porcentaje de chicos roba algo durante el año
anterior al que es evaluado: el 8,3% del total robó en una
tienda, el 1,3 robó una bicicleta o una moto, y el 0,81
sustrajo algo de un vehículo.
Estas cifras españolas parecen más bien bajas
comparadas con las cifras de otros países. Encuestas
anuales de delincuencia juvenil en los Estados Unidos
indican que uno de cada tres chicos y una de cada cuatro
chicas roban en tiendas2.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre los chicos
que cometen pequeños hurtos de vez en cuando y los que
roban grandes cantidades y con mucha frecuencia. Estos
últimos suelen tener más conflictos familiares desde la
infancia, mayor fracaso escolar y más problemas con la
policía. Son también aquéllos que persisten en una vida
centrada en robos y consumo de drogas, y que se
encuentran, unos años más tarde, en la cárcel.
Vamos a presentar, de una manera más bien descriptiva,
el “modus operandi” de las formas básicas de delinquir
contra la propiedad: el hurto, el robo con fuerza en las
cosas y el robo con violencia o intimidación.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Robo y hurto, según el Código Penal
El hurto: “El que, con ánimo de lucro, tomare las cosas muebles ajenas sin la
voluntad de su dueño, será castigado, como reo de hurto, con la pena de prisión de
seis a dieciocho meses, si la cuantía de lo sustraído excede de 400 euros” (art. 234).
Hurtos por menos cantidad se califican como faltas penales.
El robo tiene dos modalidades:
1. Se emplea fuerza en las cosas para acceder al lugar donde éstas se encuentran.
Por fuerza en las cosas se entiende escalar o romper una pared, techo o suelo,
fracturar la puerta o ventana, forzar las cerraduras, usar llaves falsas o inutilizar el
sistema de alarma o guarda. Este delito se castiga con la pena de prisión de uno a tres
años, y de dos a cinco si se comete en casa habitada, edificio o local abierto al público
(art. 238).
2. Se utiliza violencia o intimidación contra las personas. La pena básica por esta
conducta será de dos a cinco años de prisión (art. 242).

12.2. EL HURTO
Lo que podríamos denominar hurto “profesional”,
conocido al menos desde las ferias medievales, suele
comportar tres pasos: la distracción, el golpe y la
dispersión. En la actualidad es más conocido en boutiques
o en joyerías, y su desarrollo es como sigue: mientras una
o varias personas distraen al dependiente, otra se lleva la
mercancía y la pasa rápidamente a una tercera, para que,
en el caso de que las identifiquen y cacheen, la persona
que sustrajo la mercancía no lleve nada encima. Esta
técnica es también típica para carteristas que actúan en
equipo (Sutherland, 1993a).
En España el hurto ha descendido: aunque las
estadísticas oficiales del Ministerio del Interior (Cuerpo
Nacional de Policía y Guardia Civil) solo deslinda el
hurto de los otros delitos contra la propiedad en su versión
más leve, es decir como una falta, podemos deducir que
tanto en esta modalidad como en la de delito (cuando lo
sustraído supera los 400 euros) ha descendido en el año
2010, siguiendo la tendencia general de la delincuencia
contra la propiedad. En efecto, las faltas de hurto fueron
en ese año 490.305, mientras que en 2009 hubo 495.146,
y 524.489 en 2008. La tendencia general en los delitos
contra la propiedad es la de una disminución suave que
comienza en el año 20033.
La descripción clásica de la actuación de los ladrones
habituales puede encontrarse en el libro de Sutherland,
original de 1937 (1993a), “Ladrones profesionales”
(Professional thief), donde el creador de la teoría de la
Asociación Diferencial lleva a cabo un estudio clásico,
uno de los pioneros de las llamadas “historias de vida”, en
este caso en torno al ladrón profesional Broadway Jones
(alias Chic Conwell). Al esforzarse en comprender el
mundo desde el punto de vista del delincuente, Sutherland
hizo mucho más que analizar en detalle el lenguaje,
habilidades para el robo y estilo de vida de los ladrones
profesionales, ya que los presentó como seres humanos
con deseos y necesidades normales, bien lejos del modelo
patológico del delincuente, según el cual este y el
“hombre honrado” estarían separados por el abismo de
una psicología enferma e innata que caracterizaba al
primero. En efecto, Sutherland detalla de modo vívido
cómo el delincuente ha de cuidar con esmero las escenas
de sus “golpes”. Así, el ladrón profesional que trabaja
solo, tiene, ante todo, que actuar de una forma que no
levante sospechas. Tiene que ir bien vestido, parecer un
cliente importante, y apoderarse de dinero o mercancía de
una manera rápida y discreta. Sutherland (1993a) también
aporta el ejemplo del ladrón que se hace pasar por
empleado de banco; con la vestimenta correcta, se coloca
un lápiz detrás de la oreja y circula por el banco con toda
naturalidad.
Sin embargo, la gran mayoría de los hurtos en
comercios y oficinas los comete el “aficionado”, es decir,
el cliente normal que, aprovechando la oportunidad, se
lleva un poco de mercancía. Este tipo de ladrón es más
fácil de identificar para el personal de seguridad de la
tienda, ya que una serie de características lo delatan: está
más nervioso, mira más a los demás clientes que a la
mercancía y suele dar varias vueltas por la estantería antes
de meter una prenda u otro objeto en su bolso o dentro de
sus ropas (Murphy, 1986).
Hay pocos datos fiables sobre la extensión de este
fenómeno. En el cuadro 12.1 se observa, a partir de una
encuesta a jóvenes españoles, que un 8% de los chicos y
un 5,1% de las chicas habían robado en una tienda
durante el último año.
Otro método para investigar el fenómeno de hurto en
tiendas y almacenes es vigilar discretamente a clientes
elegidos al azar, con un equipo de observadores que
comprueban si se llevan mercancía sin pagarla en la caja.
Un estudio de los Estados Unidos (citado en Murphy
1986: 50) indicaba que un cliente de cada 15 robaba algo.
El valor medio del objeto robado era escaso. Solamente
uno de los 109 ladrones detectados fue identificado por el
personal de seguridad del establecimiento. Asimismo,
dicho estudio indicó, al contrario de lo que resulta de las
encuestas de autodenuncia, que las mujeres robaban más
que los hombres en las tiendas.
Un tercer método para conocer los robos y hurtos en
tiendas es basarse en datos contables de los grandes
almacenes, donde constan las cifras de pérdidas por hurto.
De un resumen de estas estadísticas (López Bonilla 2001)
resultaba una cifra de pérdidas, cuyo origen se
desconocía, de alrededor del 1% en el comercio minorista
español. Eso correspondía en 1995 a una suma de 811
millones de euros.
Esta pérdida desconocida se desglosaba en tres grupos:
1. Hurtos externos que se refieren a sustracciones de los
clientes,
2. Hurtos internos, cometidos por empleados y
proveedores,
3. Errores contables donde no ha ocurrido ningún robo.
Las cifras de pérdidas varían bastante según el tipo de
comercio, siendo los grandes almacenes, las tiendas de
apertura 24 horas y las tiendas de bricolaje las que más
pérdidas sufren.
Una de las razones que explicarían este fenómeno
podría ser la escasa inversión en medidas de seguridad.
Tiendas de bricolaje y hogar, por ejemplo, según este
estudio, invertían un 0,27% de su facturación total en
seguridad, y perdían un 2,56% en hurtos. Seguramente
sería rentable para estos negocios mejorar la seguridad y
así conseguir reducir sus pérdidas.
Es interesante que el nivel de hurtos en comercios varíe
mucho entre empresas que venden las mismas
mercancías, lo que sugiere determinadas circunstancias y
modos de funcionamiento, pueden hacerlo más o menos
probable. Es decir, aunque los hurtos no pueden
eliminarse por completo, el número de hurtos se puede
reducir. La actitud resignada, consistente en calcular un
cierto volumen de hurtos como inevitable, hace que el
costo del robo recaiga sobre los precios de la mercancía
que pagan los clientes honrados, lo que es a todas luces
inapropiado e injusto.
A muchos negocios les falta un plan coherente sobre
cómo reducir los hurtos. Este plan debe empezar con el
diseño del local, las puertas, la colocación de estanterías y
las cajas. También debe incluir una formación específica
de los empleados: qué hacer con clientes sospechosos,
cómo mantener un control sin abrumar a los clientes, etc.
Es importante incentivar a los empleados para poder
reducir los hurtos; por ejemplo, dar un plus salarial si se
consiguen reducir pérdidas de mercancía o convenir la
contratación de más personal durante las horas y días en
que los empleados se ven desbordados por avalanchas de
clientes (en el capítulo 24 se trata el asunto de la
prevención situacional o medioambiental, que afecta
particularmente a los comercios y lugares abiertos al
público).
Al final, hay que establecer una colaboración
sistemática con la Justicia. Por un lado, si hay gran
impunidad, aumentarán los hurtos; por otro, la disuasión
no afectará de igual forma al ladrón aficionado (para el
que puede ser suficiente la vergüenza de ser llevado a la
oficina de seguridad y abonar el precio de la mercancía)
que al profesional (al que tal solución no disuadirá). Por
todo ello, solo una rutina ágil de colaboración con la
Policía y los Juzgados permitirá disuadir a los potenciales
ladrones e identificar a aquéllos que puedan robar grandes
cantidades.

12.3. EL ROBO CON FUERZA EN LAS


COSAS
Un “butrón”, o boquete realizado en una pared para entrar a robar. No es muy
sofisticado, pero puede ser efectivo.

Este tipo de robo tiene cuatro modalidades principales:


1. Sustracción en el interior de un vehículo.
2. Robo del vehículo mismo.
3. Robo en almacén, bar o comercio, fuera de las horas
de apertura.
4. Robo en vivienda.
Lo más común en España es la primera modalidad: el
robo de equipaje del interior del coche, por el simple
procedimiento de romper la ventana. Las encuestas de
victimación indican que ése es el delito sufrido con más
frecuencia, así como el tipo de robo que menos se
denuncia, por el escaso valor de los bienes robados y la
exigua probabilidad de que se logre identificar al autor.
Según la estadística policial, solo un 7,5% de estos robos
son esclarecidos.
Parece ser que este tipo de robo ha descendido bastante
en España durante los últimos años, probablemente por su
baja rentabilidad. Hoy día da más resultados,
económicamente hablando, pedir dinero en la calle o pedir
propina como aparcacoches, que dedicarse a la
sustracción en vehículos.
La segunda modalidad, el robo del vehículo, se puede
realizar por varios motivos (Clarke y Harris, 1992). Las
estadísticas policiales señalan también un descenso
sostenido en España de esta actividad delictiva, a partir
del año 2002 (con una tasa de 59.9 por cada 10.000
vehículos) en relación con 2010 (donde la tasa era de
14.2). Lo más común es el robo de moto o coche para su
utilización como medio de transporte, abandonándolo a
los pocos días u horas. El dueño normalmente recupera su
vehículo, con o sin daños. Otros automóviles se roban
para utilizarlos en la comisión de un delito, por ejemplo
un atraco. Y, por último, existe el robo para desguazar o
para la reventa del vehículo, normalmente en el
extranjero.
De cualquier manera, el robo de vehículos es un delito
peligroso para la sociedad. Los coches robados se ven
involucrados frecuentemente en accidentes de circulación
y causan todos los años la muerte a muchos peatones o
pasajeros de otros vehículos.
La tercera modalidad, el robo en un comercio,
restaurante o bar, fuera de las horas de apertura, es más
común que el robo en una vivienda. El cuadro 12.2
presenta datos de la estadística policial sobre estos delitos,
diferenciando el lugar de su comisión.
CUADRO 12.2. Robo con fuerza en las cosas según la naturaleza del lugar
Espacios abiertos 36.677 Locales/Establecimientos 110.859
Cabina telefónica 695 Armería 20
Cámping 328 Banco 365
Explotación agrícola 1.405 Cajero de banco 1.986
Explotación ganadera 1.330 Centro docente 4.686
Instalación deportiva 1.059 Centro médico 1.468
Obra en construcción 7.540 Centro oficial 1.275
Vía pública 17.297 Centro religioso 921
Otros espacios abiertos 7.023 Discoteca/local juego 872
Transporte 3.790 Oficina 4.760
Estación 641 Espectáculo cerrado 186
Puerto/Aeropuerto 680 De alimentación 4.070
Autobús/avión 882 Comercial 26.064
Otros 1.587 De hostelería 32.704
Vivienda 88.570 Fábrica/almacén 17.942
Casa campo/chalet 23.325 Framacia 566
Domicilio particular 53.517 Gasolinera 1.825
Garaje 4.843 Joyería 432
Patio/portal 1.953 Lotería/Estanco 806
Trastero 3.046 Museo/sala arte 52
Otras viviendas 1.886 Taller mecánico 2.325
TOTAL 239.896 Otros locales 7.534

Fuente: Ministerio del Interior, 1999:175.

En esta estadística, donde los robos contra vehículos


están excluidos, se observa que casi la mitad de los robos
con fuerza en las cosas se habían cometido en un
establecimiento comercial, un bar o restaurante, una
fábrica o un almacén.
Según una encuesta realizada a 400 comercios en tres
ciudades de Andalucía, cuyo objetivo era determinar el
número de delitos sufridos por los comerciantes y las
circunstancias en que éstos se habían producido, uno de
cada cinco establecimientos había sufrido un robo durante
los últimos 12 meses, a pesar de incluirse solo los robos
con fuerza en las cosas y no los hurtos cometidos por los
clientes (Stangeland, 1996b).
Las cifras de robos en comercios no suelen ser, desde
una perspectiva internacional, excesivamente elevadas.
Sin embargo, en España hay más robos en
establecimientos comerciales que en viviendas,
contrariamente a lo que ocurre en los países anglosajones
y en el norte de Europa. A pesar de ello, en el periodo
2008-2010 se ha producido en España un aumento de los
robos en el hogar, de acuerdo con los datos del Ministerio
del Interior, llegando a ser la tasa actual de 39.5 robos en
viviendas por cada 10.000 viviendas. Pero en una
perspectiva comparada, España, con una tasa de 163
robos por 100.000 habitantes, registra muchos menos
robos en viviendas que muchos de los países más
característicos de Europa como Francia (268), Alemania
(220), Holanda (518), Suiza (327) e Inglaterra y Gales
(519), de acuerdo a las estadísticas europeas
correspondientes a 2007.
Ahora bien, no todas las viviendas tienen el mismo
riesgo de ser asaltadas, como se explica a continuación.

12.3.1. Zonas urbanas de mayor riesgo


Una encuesta sobre la delincuencia en Inglaterra
(Sampson y Wooldredge, 1987) incluyó unas cuantas
preguntas orientadas a establecer las oportunidades de
robo en el barrio tales como: “Cuando ud. sale a la calle,
¿cuánto dinero suele llevar encima?” o “¿Posee Ud. una
cámara de video?”. Se halló que barrios distintos ofrecen
oportunidades diferentes para el robo. En unas zonas, los
peatones llevan cuatro o cinco veces más dinero en
efectivo en el bolsillo que en otras. En unos barrios, hay
bastantes más objetos atractivos en las casas que en otros
barrios. Las zonas con mayor probabilidad para robos y
hurtos suelen ser las zonas céntricas de la ciudad, con más
tiendas, zonas de ocio, más vacías por la noche, y con
menos control por parte de los vecinos. Otras áreas
atractivas serían aquellas zonas residenciales de clase
media-alta, chalets, casas adosadas y preferentemente
deshabitadas durante el día. (No obstante la llegada de
grupos organizados de la Europa del Este a comienzos de
este siglo hizo más habitual el asalto a la vivienda
habitada, ya que estos delincuentes muestran un notable
desprecio por la integridad de las víctimas.)
Sin embargo, las oportunidades teóricas o aparentes
ofrecidas por unas zonas y otras no coinciden con el
número real de robos cometidos en ellas. Hay zonas
sumamente pobres azotadas por los robos y, en cambio,
puede haber zonas de alto estatus económico con tasas
moderadas de delitos de este tipo. Esta supuesta
contradicción podría explicarse según la teoría presentada
por los geógrafos Paul y Patricia Brantingham (1991).
Según dicha teoría los delincuentes, igual que los demás
habitantes de la ciudad, están principalmente
familiarizados con algunas zonas del espacio urbano.
Conocen mejor el área más cercana a su propia casa, así
como el camino hacia el instituto o centro de formación al
que van habitualmente (si son jóvenes), las vías hacia su
trabajo, hacia lugares de ocio o de compras, muchos de
ellos normalmente en el centro de la ciudad. En dichas
zonas, recorridas con frecuencia a pie, en moto, coche o
transporte público, los posibles infractores observan
oportunidades de cometer robos o hurtos. Se dan cuenta,
por ejemplo, de la existencia de un garaje donde la puerta
suele estar mal cerrada, de una tienda con equipos de
música en el escaparate, de una casa cuyos dueños
parecen estar de vacaciones, etc. En este ámbito conocido
también, les son familiares las rutas para escapar y
esconderse después del golpe. En el momento de
delinquir, suelen elegir uno de estos blancos conocidos,
según se indica en este mapa hipotético:
CUADRO 12.3. Zonas de oportunidad
Fuente: Elaboración propio a partir de Brantingham y Brantingham, 1991.

Ello puede explicar por qué los delitos no se distribuyen


de forma homogénea sobre toda la hipotética “zona de
oportunidad” (marcada en gris en el cuadro 12.3). En las
zonas con altos índices de delitos (marcadas en negro)
coinciden las oportunidades de delinquir con el camino
frecuentemente recorrido por delincuentes potenciales.
Esta variante de la teoría de las “actividades rutinarias”
y de la oportunidad (véase capítulo 10) tiene su base en el
hecho, documentado en varios estudios de entrevista con
delincuentes, de que éstos prefieren zonas conocidas,
donde han comprobado que las circunstancias son
favorables. Puede tratarse de un lugar próximo al
domicilio, al trabajo o al local que frecuentan por la
noche; puede tratarse también de un lugar que el sujeto
llegó a conocer cuando tuvo allí una ocupación temporal.
Es decir, que de las zonas con muchas oportunidades para
el delito, sufrirán más delincuencia aquellas que sean
limítrofes con los barrios altamente delictivos. Así se
explica que, por ejemplo, que la colocación de viviendas
sociales o de centros de tratamiento de drogadictos suelan
ser decisiones muy polémicas y conflictivas,
produciéndose con mucha frecuencia una fuerte
resistencia a dicha instalación por parte de los vecinos.
Aunque en este rechazo puede haber miedos irracionales
por parte de los vecinos a tener personas marginadas en su
barrio, en muchas ocasiones el hecho de que más
infractores y delincuentes circulen por una zona realmente
puede aumentar el riesgo de sufrir robos. Varios estudios
han intentado delimitar las áreas habituales donde actúan
los delincuentes, determinándose que la distancia típica
entre la residencia habitual y el lugar del robo está entre
uno y dos kilómetros (Bottoms, 1994; Hesseling, 1992).
El típico autor de robos es un individuo joven, sin
experiencia laboral y que necesita una pequeña cantidad
de dinero urgentemente. Usualmente comete el delito
dentro de una zona a la que puede acceder andando desde
donde vive (Wilson y Herrnstein, 1985; Gottfredson y
Hirschi, 1990; Wikström, 1991).

12.3.2. Entrevistas con ladrones


Los que más saben sobre el modus operandi del robo, el
efecto de las medidas preventivas o la eficacia (o
ineficacia) de la disuasión penal son los propios ladrones.
Las entrevistas con ellos pueden ser bastante más
informativas que la lectura de atestados policiales o de
sentencias penales. La dificultad práctica para investigar
en este campo consiste en contactar con ellos, en una
situación en la que estén dispuestos a hablar
tranquilamente. Por desgracia, en España no se ha
realizado ningún trabajo de campo de este tipo desde que
Bernaldo de Quirós se exilió a México en 1937, con la
sola excepción del que se comenta más adelante.
Dos estudios sobre ladrones “profesionales” fueron
realizados por antropólogos norteamericanos que
entrevistaron a personas que desvalijaban casas
particulares (Cromwell et al., 1991; Wright y Decker,
1994). Los investigadores lograron contactar con dichas
personas por medio de uno de los ladrones que les
presentó a “colegas” que, a su vez, les recomendaron a
otros “colegas”, etc. Dicho método se conoce con el
nombre de “bola de nieve”. Las entrevistas se pagaron y
los antropólogos pidieron a los presuntos delincuentes que
les explicasen el motivo que les llevaba a escoger unas
casas y a rechazar otras. Además, los investigadores
llevaron a sus informadores de paseo en coche por
distintos barrios, para que evaluaran la atracción que
ejercían sobre ellos, casas de distintos tipos.
Muchos de los individuos entrevistados no eligieron sus
blancos al azar, sino que se basaron en avisos de amigos o
en la propia observación. Por ejemplo, uno de los
entrevistados tenía un amigo que trabajaba en el
aeropuerto. Este amigo apuntaba la dirección consignada
en las maletas que salían en vuelos internacionales, una
señal inequívoca de que los dueños se iban de vacaciones.
Así, mientras los propietarios disfrutaban sus vacaciones,
la casa era “limpiada” por el cómplice.
Casi todos los ladrones evitaban casas con signos de
estar habitadas, así como viviendas con medidas de
seguridad, perros o alarmas. Sus preferencias estaban
estrechamente relacionadas con la falta de visibilidad
desde la calle o vía pública: mostraron preferencias por
casas con setos altos y patios traseros. Así, se constata que
muchas medidas anti-robo tienen el efecto contrario al
deseado. Una verja alta, por ejemplo, se salta con mucha
facilidad y, una vez dentro del jardín, protege al ladrón de
ser observado desde la calle.
Se comprobó que, efectivamente, aquellas casas
catalogadas por los ladrones como más accesibles, corrían
más riesgo de ser robadas. También se puso de relieve
que los ladrones, aunque casi todos consumían drogas, no
robaban de manera diaria y compulsiva (lo que les podría
haber puesto en mayor riesgo), gracias a que poseían otras
fuentes de ingresos. Su consumo de drogas solía ajustarse
a sus ingresos y no tanto al contrario.
Una investigación más reciente que sigue los trabajos
previos de Cromwell y su grupo en España, se debe a
Agustina y Reales (2013), en lo que constituye el primer
estudio de estas características realizado en nuestro país.
Partiendo del modelo teórico de la teoría de las
actividades rutinarias (véase en capítulo 10), establecieron
la idea central de que “la probabilidad de que suceda un
hecho delictivo en un lugar y un tiempo determinados se
considera la función resultante de la convergencia de
delincuentes motivados (y racionales) y de objetivos
adecuados (a dicha motivación), ante la ausencia de
guardianes capaces” (p. 11).
Los autores entrevistaron, mediante una pauta de
entrevista semiestructurada, a 15 sujetos encarcelados en
la prisión de Ponent (Lleida), que eran reincidentes en
robos, requiriéndose para su inclusión en dicho estudio
que uno de los robos hubiera sido en casa habitada. Los
principales resultados fueron los siguientes.
La motivación que les impulsó a delinquir, en su
inmensa mayoría, residía en razones económicas, ya que
dos tercios reconocieron ser adictos a la droga y por ello
indicaron que necesitaban el dinero para abastecerse;
junto a ello manifestaron además el beneficio emocional,
con la “subida de adrenalina” que lleva consigo el entrar
en un domicilio y la diversión que ello les provocaba. El
gamberrismo como desencadenante del robo (es decir, el
penetrar en un lugar solo para destrozar cosas o pasárselo
bien) se descartó por completo.
Todos coincidieron en preferir actuar solos, y así no
tener que repartir lo robado, además de eliminar el riesgo
de que el otro les delatara. En cuanto al trayecto recorrido,
los asaltantes, que actuaban en un medio rural o en
pequeños municipios, reconocieron recorrer un trayecto
de media hora o una hora en coche desde su domicilio,
dependiendo del tipo de transporte usado (que
habitualmente era el coche). Los asaltantes preferían en
general actuar en una localidad o al menos un barrio
diferente a los propios, donde no se les pudiera reconocer.
En cuanto a las características que llevaban a la
selección del domicilio, casi todos coincidieron en el fácil
acceso desde el exterior y a ser posible que no se
encontrase nadie dentro: solo dos sujetos preferían entrar
por la noche mientras dormían los habitantes porque así
encontraban cosas de más valor como la cartera, relojes,
ordenador portátil o el móvil. El aspecto exterior de la
casa, esto es, su aparente riqueza, no pareció una
característica necesaria para ellos. El que hubiese alarma
o perro no suponía problema alguno, ya que manifestaron
que podían actuar con rapidez o manipular las alarmas, y
saber cómo manejar a un perro para que no supusiera una
dificultad. Un tercio de los entrevistados prefería actuar
de noche para evitar ser vistos por los vecinos.
Por lo que respecta a los aspectos concretos de la
ejecución del robo, los delincuentes dijeron que entraban
en el domicilio preferentemente por la puerta o por una
ventana accesible; el robo duraba aproximadamente entre
los tres y los cinco minutos, prolongándose a lo máximo
en 15 minutos, y si encontraban lo que buscaban, se
marchaban enseguida. Si eran descubiertos, la mayoría
abandonaban el domicilio rápidamente. Casi todos
aseguraban no haber llevado armas; algunos, no obstante,
reconocieron llevar un destornillador para acceder al
interior. Solían salir por el sitio que entraron, y no solían
robar objetos de gran tamaño. Para evitar ser reconocidos
usaban guantes o calcetines con los que evitar dejar
huellas dactilares. Vendían los objetos robados, y siempre
a la misma persona, si bien a veces los cambiaban por
droga. Un tercio de ellos actuaba por encargo. No solían
repetir el delito en el mismo domicilio.
Al igual que hallaron autores como Cromwell et al.
(1991) y Chainey y Ratcliffe (2005), el trabajo de estos
autores españoles muestra cómo tanto la oportunidad (el
actuar siguiendo una situación que ha surgido de forma
súbita y que ofrece un beneficio fácil) como el
comportamiento más planificado y racional, tienen cabida
en este tipo de delincuentes. Cromwell distinguió entre
unos sujetos más oportunistas y otros más racionales, y lo
mismo puede decirse de los sujetos entrevistados en esta
investigación: “Ciertamente, algunos manifestaron
aprovechar las oportunidades que se les presentan.
Asimismo, al ser preguntados sobre si llevaban a cabo
algún tipo de preparación para cometer el robo, la mitad
afirmó emplear una preparación mínima, la cual consistía
principalmente en una breve vigilancia del entorno,
observar las actividades rutinarias de los habitantes de los
domicilios, o esperar a que saliesen de casa” (p. 15). Esta
planificación aumentaba, sin embargo, en el caso de que
hubieran recibido información de que el domicilio
contaba con un botín valioso.
Es obvio que, como reconocen los autores, la muestra es
muy pequeña. No obstante, los resultados son valiosos por
su contenido cualitativo, describiendo la acción delictiva
de delincuentes que roban en las casas. Es importante
subrayar que se trata de sujetos que tendían a evitar la
confrontación con los moradores y que generalmente
actuaban en solitario, de ahí que no se puedan generalizar
los resultados a aquellos ladrones que emplean mayor
violencia o forman parte de bandas organizadas para el
robo.
Ahora bien, no podemos olvidar tampoco el hecho de
que, en los robos con fuerza en las cosas, en ocasiones se
destruye más de lo que se roba. Aparte de las molestias
causadas y de los problemas psíquicos que pueden
producir en la víctima (Goethals y Peters, 1991), el robo
es más bien un despilfarro de bienes que un simple
“cambio de titularidad” del bien robado. Con mucha
frecuencia se causa un destrozo muy grande para obtener
muy poco dinero. El beneficio neto para el ladrón de un
robo en una casa puede ser muy inferior al valor del
objeto robado. A menudo, es menos rentable, desde su
perspectiva, robar en casas que realizar un tirón en la
calle. Por supuesto, esto no se aplica a aquellos robos en
establecimientos bancarios, joyerías, o en viviendas donde
se tiene constancia de que hay objetos de mucho valor o
cantidades importantes de dinero. En estos casos, el
beneficio esperado es muy elevado. La diferencia
descansa en el tipo de botín; un tirón de bolso logra un
botín más modesto, pero en metálico, mientras que un
robo con fuerza en las cosas aporta un botín de más valor,
pero en mercancía. La atracción de los robos con fuerza
en las cosas depende, entonces, con excepción del dinero
en metálico, de la posibilidad de poder vender el botín a
un receptor de bienes robados. Ahora nos ocupamos de
este punto.

12.3.3. La receptación
El mercado de reventa de objetos robados es
fundamental para el ladrón. Video-cámaras, aparatos
sofisticados de comunicación, joyas, ropas u otros objetos
tienen que convertirse en dinero metálico. A estos efectos,
existen varios canales de distribución, entre los cuales se
pueden mencionar los siguientes:
El receptor profesional. Es un contacto fijo, que compra
cualquier objeto con discreción y agilidad. Puee ser un
chatarrero, vendedor ambulante u otro que venda
mercancías de segunda mano, pero pocos ladrones tienen
acceso a un receptor profesionalizado de este tipo.
Prestamistas. Regentan tiendas especializadas en la
compra de joyas y oro. Con el control legal de las
transacciones y la obligación de pedir documentación a la
persona que vende un objeto de valor, este tipo de
negocio se ha reducido. No obstante, en países con leyes
más laxas o de escasa aplicación, algunos de estos
negocios siguen siendo una buena salida para el fruto del
robo (ver cuadro siguiente sobre La Realidad
Criminológica).
Traficantes. A los que venden drogas, algunos
consumidores con frecuencia les ofrecen, como pago por
la droga, mercancía robada, en vez de dinero en efectivo.
De este modo algunos traficantes podían expandir su
negocio, convirtiéndose también en receptores de objetos
robados.
Amigos. También existe el robo “a medida”, a partir del
encargo de amigos u otros contactos.
Transeúntes en la calle. Lo menos profesional (y más
arriesgado) en esta materia parece el ofrecimiento de
objetos robados a la primera persona que el ladrón se
encuentra en la calle, lo que comportará escasas
posibilidades de realizar un buen negocio. Los objetos de
segunda mano tienen difícil salida en países saturados de
bienes de consumo, aunque pueden ser objetos codiciados
en otros países.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Comercio con objetos robados en Durango, México
La Voz de Durango, 12 de febrero de 2012
Muchos de los artículos que son robados en domicilios particulares de la ciudad,
aparecen exhibidos en las casas de empeño, aseguró la regidora Patricia Jiménez
Delgado, quien pide a las autoridades revisar estos negocios, ya que están aceptando
aparatos de dudosa procedencia, lo que alienta a los amantes de lo ajeno a seguir
cometiendo sus fechorías.

A pesar de que en el 2009 fue aprobada la “Ley que regula las Casas de Empeño
en el Estado de Durango”, en la práctica, solo constituye como muchas otras, un buen
intento por establecer normatividad sobre un tema de impacto social, pero no es otra
cosa más que letra muerta.
En un posicionamiento que realizó la regidora en la sesión del pleno del cabildo el
día de ayer, refirió que de acuerdo a las estadísticas, los robos a casa habitación se
han incrementado considerablemente y muchas de las víctimas de este delito han
externado que sus pertenencias las han observado en negocios que prestan dinero a
cambio del empeño.
De acuerdo a ley en referencia, las Casas de Empeño están obligadas a solicitar una
identificación y comprobante de domicilio al pignorante [el que entrega en préstamo]
para la formalización del contrato que se efectúa para recibir el artículo de valor, pero
en muchas ocasiones estos requisitos no se solicitan.
Además, cuando los dueños de los establecimientos tengan sospecha sobre la
procedencia de los objetos ofrecidos en prenda, deben solicitar la factura de los
mismos.
Efectivamente, la mayoría de las personas no tienen la cultura de pedir y guardar
las facturas de los artículos que adquieren en las tiendas, sin embargo, los dueños de
Casas de Empeño a criterio, deben solicitarlas.
La edil pidió a las autoridades estatales revisar estos negocios por ser de su
competencia. “Entre más apliquemos el reglamento, se puede ir inhibiendo el delito
del robo, porque si los ladrones que roban en domicilios, sustraen objetos del interior
de los vehículos y asaltan negocios, tienen donde llevar estos artículos, pues es como
seguir alentándolos, porque finalmente lo que buscan es obtener dinero aunque sea
poco por lo robado”.

12.3.4. El robo en segundas viviendas y zonas


turísticas
Existen mejores oportunidades para el robo en viviendas
para aquellos ladrones que se trasladen a las zonas
turísticas. Los apartamentos turísticos y las villas suelen
estar vacías por periodos prolongados y en ellos puede
haber objetos de valor para llevarse. Pero esto puede
conllevar más tiempo de planificación que el robo en la
ciudad. El ladrón en zonas turísticas necesita un coche
para transportar sus herramientas (por ejemplo, un gato de
coche o un soldador para forzar rejas) y para llevarse el
botín. Además, requiere saber cómo evitar perros y
alarmas, y si prefiere hoteles y apartamentos turísticos,
cómo aparentar ser respetable y evitar sospechas, algo
difícil para un ladrón joven e inexperto.
Los ladrones especializados en zonas turísticas suelen
estar mejor organizados, trabajan en equipos de dos o más
y tienen más movilidad, operando a veces en regiones
turísticas de toda España. En encuestas realizadas a la
población residente en la Costa del Sol, se halló que la
zona costera tenía más robos en casas que Málaga capital.
Además, los resultados de la encuesta que se realizó a
turistas extranjeros (Stangeland et al., 1998) mostraron
que la mayor parte de la delincuencia en la costa estaba
dirigida contra los transeúntes y turistas. La mayoría de
los ladrones en esa zona tampoco eran del lugar, sino que
solían ser ellos mismos transeúntes y extranjeros. Como
se comentó con anterioridad, hace unos años aparecieron
en nuestro país bandas organizadas muy violentas, que
secuestran a los propietarios y les extraen los códigos de
la caja fuerte o de sus tarjetas de crédito. Estas bandas
operan también en las zonas residenciales de la costa y de
las ciudades.

12.3.5. Prevención del robo en casa


Comentábamos antes que los robos en viviendas
dominan más en el norte de Europa que en el sur. Esto es
parcialmente debido a las diferencias arquitectónicas por
lo que concierne a las viviendas más típicas. Los bloques
de viviendas en el norte de Europa suelen tener áticos y
sótanos, blancos fáciles para el robo. La carencia de estos
anexos a las viviendas en España, las convierten en
objetivos menos atractivos para el ladrón.
Varios informes sobre seguridad en el vecindario
concluyen que, a estos efectos, la vigilancia personal
suele ser más eficaz que las medidas de protección
técnicas, tales como los interfonos, monitores de
televisión y alarmas (Bright, Maloney, Pettersen et al.,
1985; Poyner, 1982; Medina, 2011).
Casi todos los estudios sobre robos en casas coinciden
en que el ladrón intenta en general evitar encontrarse con
alguien. Cohen y Felson (1979), en su pretensión de
explicar la fuerte subida de los robos en casas en los
EEUU, en los años sesenta y setenta, presentaron datos
que indicaban que los hogares norteamericanos quedaban
deshabitados durante más horas de lo que lo estaban una
generación antes. La familia es cada vez más pequeña, y
los residentes en un domicilio trabajan más de día y salen
más de noche. En cambio, en un país donde la mayoría de
los pisos están ocupados durante el día, es esperable que
haya menos robos.
Puede ser que España tenga un nivel moderado de robos
en casas debido a que siempre suele quedar alguien en
casa. Mientras que el tamaño medio de una familia
escandinava era de 2.7 personas, la media española era de
3.7, o sea, una persona más en cada familia4. Las
probabilidades de que alguien estuviera en su casa eran
mayores en España. La mayoría de las familias españolas
tienen uno o varios miembros sin actividad ocupacional o
laboral (y más con motivo del enorme desempleo
generado por la crisis económica), por lo cual las
viviendas estarían más habitadas durante el día y la noche.
Es decir, el número de robos en viviendas durante el día
puede estar directamente relacionado con el número de
residentes en un domicilio que trabajan fuera de casa. En
otras palabras, alguien en el hogar durante el día
constituye una sólida protección contra los robos.
Por todo esto, los bloques de apartamentos suelen
ofrecer más seguridad que los chalets y las casas adosadas
(Díez Ripollés et al., 1996; Bennett y Wright, 1984).
Algunos edificios de apartamentos en España tienen un
portero durante el día, que supervisa las entradas y salids,
haciendo más improbable el robo, pero que además a
menudo posee su propia vivienda en el edificio, lo que,
también ofrece una cierta vigilancia durante la noche.

12.4. ROBOS CON VIOLENCIA


En el capítulo 4 presentábamos datos de las encuestas de
victimación sobre robos violentos en varios países del
mundo. España sufre, por desgracia, unas elevadas tasas
de robo con violencia, ocupando un lugar elevado en este
ranking estadístico. Concretamente, un 2,9% de la
población, es decir, una persona de cada treinta y cinco,
ha sufrido un robo con violencia a lo largo de un año.
En la comparación europea que sigue, España destacaba
por tener un nivel muy moderado de robos en general. Sin
embargo, como se observa en el cuadro 12.4, los robos
con violencia eran más frecuentes aquí que en los países
vecinos, ya que un 10% de los robos denunciados a la
policía eran perpetrados con violencia.
CUADRO 12.4. Robos con violencia por cada 100 000 habitantes en países
europeos, año 2000
Fuente: Elaboración propia a base de European Sourcebook of Crime and
Criminal Justice Statistics, 2003, table 1.2.1.8. Las cifras son del año 2000,
en algunos casos de 1999. Las zonas más oscuras corresponden a países con
tasas más elevadas de robos violentos (las zonas señaladas mediante un
tramado son estados en los que no se disponía de datos).

Los únicos países que entonces superaban las cifras


españolas eran Estonia y algunos países africanos y
suramericanos. Los tirones y los atracos a
establecimientos se han visto reducidos durante la última
década, pero las cifras de robo con violencia en España se
mantienen altas. Los datos para el año 2007 —último
recogido en el European Sourcebook of Crime— siguen
esta misma línea: España es el país de Europa donde se
dan más robos con violencia, aunque se observa una
tendencia decreciente a partir de 2003.
El arma más usada es la navaja, mientras que la
utilización de armas de fuego es muy escasa. El robo con
violencia más común ocurre en la vía pública, a partir de
la amenaza con un arma blanca. No es habitual que, por
ejemplo, un ladrón que entre en un domicilio lleve una
pistola. En toda España, según la estadística policial de
1996, se llegó a utilizar o amenazar con un arma de fuego
en el domicilio en dos de cada mil robos5.
Hay dos tipos básicos de robos en los que se emplea
violencia. En el primero, la violencia es el modus
operandi, es decir, el delincuente sabe que solamente
puede conseguir su objetivo de esta manera. Un ejemplo
de éste son los atracos o secuestros donde se fuerza a la
víctima a sacar dinero de cajeros bancarios. En el segundo
tipo de robo violento, el delincuente es sorprendido
mientras comete un robo “pacífico” y utiliza la violencia
para salir de esta situación comprometida. Un ejemplo
puede ser el ladrón que entra en una casa, supuestamente
vacía, es sorprendido por el dueño y saca una pistola, que
llevaba “por si acaso”.
Por norma general es conveniente, en los robos a punta
de pistola, no oponer resistencia. El atracador utiliza la
fuerza para intimidar y mantener el control de la
situación. Se puede intentar hablar con él, pero nunca se
debe oponer resistencia de una forma violenta, para evitar
jugarse la propia vida. Hay que tener en cuenta que el
agresor suele estar muy nervioso, y con mucha frecuencia
bajo la influencia de drogas o el alcohol, lo que puede
dificultarle evaluar la situación objetivamente,
aumentando el riesgo de que tome una decisión
precipitada. En el siguiente cuadro de La Realidad
Criminológica puede observarse una conducta contraria a
la que se recomienda aquí, que excepcionalmente salió
bien.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: LA VÍCTIMA DEVUELVE EL GOLPE
Ricard Gallego, Levante, 6 de enero de 2006
Dos atracadores perdieron anoche la vida al ser abatidos por dos disparos de
pistola cuando asaltaban el chalé de la familia del industrial Vicente Ferri en Canals
(provincia de Valencia). Los disparos fueron efectuados por F. R., uno de los yernos
del patriarca de este clan textil, quien a su vez resultó herido por arma blanca en una
pierna en el forcejeo con los asaltantes.
El asalto se produjo sobre las 20.30 horas de ayer, cuando una banda de ocho
encapuchados armados con pistolas y armas blancas penetró en el interior de la finca.
En un primer momento, los atracadores tomaron como rehén al casero de la finca, R.
V., al que encañonaron y maniataron.

Tras atarlo a una cama de su vivienda, le robaron todas sus pertenencias y le


golpearon en varias ocasiones. En esos momentos, el hijo de R. V. entró en la casa y
los asaltantes lo encañonaron y lo llevaron a la misma habitación en donde se
encontraba su padre.
Los atracadores, a pesar de las dimensiones de la vivienda residencial,
consiguieron localizar a las dos personas que en ese momento se encontraban en la
casa, una de las hijas del industrial desaparecido y su marido.
Cuando encontraron a la hija del empresario, la ataron y amenazaron con matarla si
su marido no accedía a abrir la caja fuerte de la vivienda. Parece ser que en un
descuido de los asaltantes el yerno pudo hacerse con una pistola que tenía escondida
en su despacho y comenzó a disparar contra los secuestradores, alcanzando
mortalmente a dos de ellos.
Uno de los tiroteados falleció al instante, cayendo sobre la cristalera del despacho
y precipitándose al exterior. El otro herido consiguió huir, pero posteriormente fue
hallado sin vida en el jardín por los efectivos de la Guardia Civil que acudieron al
lugar del suceso tras sonar la alarma6.

En los robos violentos juega un papel muy importante el


consumo de sustancias estupefacientes. Hay varios
estudios basados en entrevistas profundas con
delincuentes que describen esta relación (ver apartado
anterior sobre el robo en viviendas), pero a pesar de que
los delincuentes entrevistados refieren que robaban para
consumir, en muchos casos no se puede dilucidar si el
consumo de droga es una causa de la actuación violenta o,
simplemente, un síntoma del estilo de vida del sujeto, en
el que destacan los placeres fáciles (la droga) y los
ingresos rápidos (el robo). Esta relación se discute con
mayor profundidad en el capítulo 14.

12.5. EL DELINCUENTE CONTRA LA


PROPIEDAD
En buena medida, la actividad delictiva de los
delincuentes contra la propiedad puede considerarse la
propia de los llamados delincuentes “comunes”, porque
anteriormente vimos que la delincuencia más habitual
suele ir dirigida contra la propiedad y la salud pública
(tráfico y consumo de drogas); por ello es la delincuencia
más representativa, aquélla que más explica la presencia
de los presos en las cárceles y, en definitiva, la que llena
de información las estadísticas delictivas. A pesar de que
los delincuentes contra la propiedad pueden ser también
violentos, como cuando perpetran un robo a un viandante
(robo con violencia o intimidación) o un atraco a un
banco, lo cierto es que el objetivo de la acción antisocial
es lograr dinero u otros objetos valiosos. La violencia aquí
es un medio, no el fin de la transgresión penal. Esto es
justamente lo opuesto de lo que pretende alguien que
maltrata a su esposa, o que mata a su vecino en su pueblo
por una venganza pendiente que se remonta a muchos
años. Es justo reconocer, sin embargo, que a veces la
distinción dista de ser clara. Es el caso del ladrón de
bancos que no duda en matar a los testigos para que no
puedan identificarlo, cuando quizás esa circunstancia
podía haberse evitado. De ahí que en este capítulo
empleemos el concepto de “común”, para subrayar el
carácter no profesional de la violencia, su empleo como
mera asistencia a un acto delictivo, sin que alcance nunca
el papel protagonista de la escena del crimen. Tal escena,
usualmente, implica delitos como el hurto, el robo con
violencia o intimidación y el robo con fuerza en las cosas.
Las víctimas generalmente son los propietarios de coches,
los supermercados y tiendas, los bancos y farmacias, y los
viandantes sin suerte (¡al menos en el momento de ser
robados!).

12.5.1. La carrera delictiva del delincuente


común
El concepto de “carrera delictiva” está siendo utilizado
con profusión en la bibliografía criminológica actual y
aglutina una corriente de investigación muy amplia que se
ocupa de los orígenes, desarrollo y finalización de la
actividad delictiva de los sujetos. La carrera delictiva se
refiere a la secuencia longitudinal de los delitos cometidos
por un delincuente durante un período determinado; por
eso requiere la verificación de la existencia de una
progresión de la actividad criminal a través de diferentes
estadio.
Un capítulo anterior de este libro se ocupó ampliamente
de este tema, así que no vamos a insistir aquí;
simplemente recordemos que, en un extremo, se halla el
delincuente que solo comete un delito, mientras que en el
otro se encuentran los delincuentes de carrera o crónicos,
es decir, los delincuentes que cometen numerosos delitos,
algunos de ellos ciertamente graves. Ya que la carrera
delictiva por definición implica una progresión en el
tiempo, no cabe duda de que los estudios longitudinales
están particularmente recomendados para su estudio.
Conviene no confundir los conceptos de carrera
delictiva y delincuente de carrera. El primero solo
pretende describir la secuencia de delitos durante una
parte de la vida de un sujeto, y no sugiere que éste sea,
necesariamente, un delincuente crónico o persistente. Las
carreras delictivas se caracterizan por un comienzo de la
actividad delictiva, el final de la misma, y la duración
entre ambos puntos. En el transcurso de la carrera, los
criminólogos se interesan por comprender varios factores,
como la tasa de delitos, el patrón de los tipos de delitos
cometidos, los factores asociados a los distintos
momentos de comienzo de la actividad delictiva así como
a su desistimiento, y otras tendencias identificables.
En este sentido, varios términos adquieren especial
relevancia. Por un lado, los de prevalencia y frecuencia.
La prevalencia o participación, se refiere a la proporción
de miembros de una población que son delincuentes
activos en un tiempo dado, y el de incidencia o
frecuencia, considera la tasa anual en la que estos
delincuentes activos cometen delitos, es decir, caracteriza
la intensidad o la tasa de la actividad delictiva de los
delincuentes en un tiempo dado (número de delitos por
delincuente). Así, el primer término distingue entre
delincuentes y no delincuentes, o lo que es lo mismo,
cuántos individuos de una población están involucrados
en actividades delictivas, y el segundo nos indica qué
número de delitos comete un delincuente activo en una
unidad de tiempo. Mediante el estudio de las carreras
delictivas averiguamos por consiguiente quiénes son
delincuentes ocasionales y quiénes frecuentes o crónicos,
y por qué ciertos individuos persisten en el delito mientras
otros inhiben su implicación en actividades delictivas
(Smith et al., 1991).
Lo que interesa saber, por lo tanto, es cómo se inician,
continúan y finalizan las carreras delictivas (aquí
adquieren sentido los conceptos de inicio, “escalación” o
incremento en la gravedad de los delitos, especialización
delictiva y desistimiento), porque puede ocurrir que en
cada una de estas fases estén interviniendo factores
causales distintos; es decir, las causas que pueden estar
influyendo en la iniciación de un individuo en la actividad
delictiva, pueden ser diferentes de las que afectan a la
frecuencia con la que delinque, los tipos de delitos que
realiza, o el abandono de sus actividades. En la medida
que estas dimensiones de la carrera delictiva sean
diferenciadas, se podrán mejorar y profundizar las
explicaciones sobre el delito y la delincuencia, ofreciendo
líneas preventivas que actúen sobre las constantes
identificadas.
Dos de los grandes autores en la investigación sobre
carreras delictivas son Robert J. Sampson y J.H. Laub,
quienes empezaron a colaborar a raíz del descubrimiento
en la Universidad de Harvard del archivo perteneciente a
la famosa investigación desarrollada por los esposos
Glueck en los años 50 del pasado siglo, y que implicó a
500 delincuentes y no delincuentes pertenecientes al área
de Boston (ver capítulos 2 y 7). Ambos quedaron
fascinados por los datos que encontraron, los cuales
incluían una valiosa información de los sujetos hasta los
32 años de edad, así que se dispusieron a reanalizar la
investigación de los Glueck mediante el empleo de las
modernas técnicas estadísticas.
El resultado de esa investigación apareció en el muy
influyente libro de Sampson y Laub Crime in the Making
(1993), en el que ambos avanzan lo que denominan una
“teoría del control social informal según edades” que
examina a la vez la continuidad y el cambio en la
conducta delictiva a lo largo del tiempo en la muestra
originaria de Boston de los Glueck. Mediante el empleo
de los términos “senderos” (pathways) y “puntos de
inflexión” (turning points) afirman que a medida que van
creciendo los jóvenes así lo hacen sus experiencias con el
control social informal, de modo tal que acontecimientos
como contraer matrimonio, obtener un empleo estable o
entrar en el ejército pueden considerarse, tomados
aisladamente o en combinación, como frecuentes
elementos decisivos (o “puntos de inflexión”) para la
finalización de una actividad delictiva.
En el nuevo libro escrito diez años después, Shared
Beginnings, Divergent Lives (“Comienzos compartidos,
vidas divergentes”), Laub y Sampson (2003) desarrollan
las ideas contenidas en Crime in the Making (“Cómo se
desarrolla el delito”), apoyándose en nuevos datos
obtenidos a partir de los sujetos de Boston seguidos desde
su infancia hasta unos impresionantes setenta años de
edad. Estos nuevos datos incluyeron entrevistas en
profundidad con 52 individuos de la muestra original.
Algunas de sus conclusiones todavía hoy son de enorme
calado, como su afirmación de que es imposible
identificar a los delincuentes de carrera antisocial longeva
empleando una aproximación basada en los factores de
riesgo, dado que esta no toma en consideración el cambio
que acontece a lo largo de la vida. Arguyen que el
desistimiento ocurre para todos los tipos de delincuentes
en diferentes edades, pero de manera especial en respuesta
a una serie de “puntos de inflexión” o “decisivos” que son
responsables de cambios de comportamiento duraderos en
el sujeto, como los anteriormente reseñados.
Por otra parte señalan que las teorías que intentan
explicar el final de la carrera delictiva mediante conceptos
como la maduración no son tan ajustadas a los datos como
la perspectiva del desarrollo vital (life-course approach),
porque esta es sensible al cambio que se opera dentro del
individuo en respuesta a un determinado contexto social.
Esta idea es una novedad con respecto a su teoría del
control social informal graduado por edades, expuesta en
Crime in the Making, y añade un énfasis en la toma de
decisiones de la persona así como en sus actividades
rutinarias, las cuales deberían considerarse junto a los
puntos de inflexión explicitados en aquel libro.
En resumen, la importante obra de estos autores nos
muestra la gran variedad existente en las vidas de los
jóvenes que cometían delitos cuando llegaron a vivir su
vida adulta, y cómo también las carreras delictivas de
aquellos que persistieron en la adultez recorrieron
caminos muy diferentes. En su obra seminal Crime in the
Making, desarrollan la teoría del control social informal
para explicar la conducta delictiva como parte de un
trayecto vital (life course). Y mostraron cómo transiciones
tan relevantes en el desarrollo vital como obtener un
empleo, entrar en el ejército o contraer matrimonio
afectaron para bien el curso del delito, incluso en el caso
de los delincuentes juveniles. Otros trabajos posteriores
contribuyeron al conocimiento del proceso de
desistimiento como un fenómeno gradual, y reafirmaron
la importancia de los vínculos sociales. Este énfasis en los
controles sociales informales por parte de esta corriente
de la investigación —es decir, sobre las convenciones
sociales que unen al individuo a la conducta prosocial—
ha contrastado con muchas de las políticas
contemporáneas focalizadas en la potenciación del control
formal y la línea dura de la “ley y orden”.
Es aquí donde entra en relación el estudio del
desistimiento con los principios de la “justicia de la
restauración”. Como han sugerido autores como
Bazemore y Erbe (2004), la intervención basada en ella
pretende, por encima de todo, acelerar el proceso natural
del desistimiento mediante la creación de nuevas
relaciones que construyen el capital humano en los
delincuentes y el capital social en las comunidades donde
éstos hayan de reintegrarse. El resultado final es el
cambio del individuo mediante la asunción de una nueva
identidad, pasando de verse como un “delincuente” a
alguien respetuoso con la leyes, como ha destacado el
criminólogo Shad Maruna (2001; Maruna, LeBel,
Mitchell et al., 2004).
Nuestro punto de vista es que el planteamiento de los
factores de riesgo y la búsqueda de programas eficaces de
tratamiento pueden beneficiarse de la investigación
cualitativa (o si se quiere menos ortodoxa), que ilustra el
análisis del progreso delictivo y su desistimiento, puesto
de relieve por estos autores, así como del conocimiento de
los efectos en las víctimas, delincuentes y comunidades
sacados a la luz por los modelos de trabajo de la justicia
de la restauración. Otro ejemplo relevante de esta
integración es la propuesta de Robert Agnew (2005) de
estudiar las ‘historias’ o ‘argumentos’ (storylines), en la
trayectoria vital de los delincuentes, como causas del
delito.

12.5.2. El perfil del delincuente contra la


propiedad
Una manera de dividir los robos es atendiendo a si son
de naturaleza personal o comercial. En los robos
personales, como su nombre indica, las víctimas son
asaltadas por cuanto ellas poseen la propiedad que desea
el delincuente. Generalmente son delitos poco planeados,
muchas veces realizados para aprovechar una
oportunidad, y con frecuencia implican a jóvenes
delincuentes que actúan por un botín ciertamente escaso.
Por el contrario, los robos a establecimientos o comercios
suelen ser más planificados y la ganancia más elevada, lo
que provoca más la ambición de ladrones experimentados.
Ahora bien, más allá de esta división básica, podríamos
preguntarnos si existen diferentes tipos de autores de robo
que pueden ser identificados a partir de la forma en que
cometen los delitos. Estudiando a ladrones que emplearon
armas (armed robbery), Alison et al. (2000) señalaron que
los ladrones tienen roles consistentes, que son parte de su
funcionamiento social cotidiano, roles que de algún modo
se manifiestan durante la comisión de los delitos. Los
autores examinaron las explicaciones dadas por ladrones
convictos en entrevistas en profundidad, y encontraron
que esos roles se expresaban en los delitos en el grado de
planificación (con las categorías proactivo o planificado
vs. reactivo o no planificado) y la impulsividad
(impulsivo vs. racional) que mostraban en la ejecución de
los delitos, lo que, a juicio de Alison et al. (2000), era a su
vez reflejo del autoconcepto de los sujetos. Esta idea de
que las características de una persona (su psicología, su
conducta, el modo de ser y comportarse en la vida) se
reflejan en su forma de cometer delitos, es uno de los
fundamentos esenciales de la metodología del perfil
criminológico, técnica forense que consiste en describir
aspectos de la personalidad y del estilo de vida de un
autor desconocido de una serie de delitos,
fundamentalmente de tipo violento (ver una revisión en
Garrido, 2012). Esto es conocido como la asunción
homológica, esto es, la idea de que hay una similitud en el
modo en que una persona “es” o “vive” y la forma en que
comete sus delitos o crímenes (modus operandi).
Woodhams y Toye (2007) quisieron poner a prueba esa
hipótesis, y para ello estudiaron a 80 ladrones reincidentes
y convictos, cada uno de los cuales fue valorado en dos
delitos seleccionados al azar de los cometidos en el
periodo 1998-2003 en Inglaterra. Se diseñó una lista de 71
conductas que realizaban en la comisión de los delitos, a
partir de la información existente en los informes
policiales, conductas que se agruparon en cuatro
categorías: selección del objetivo, control, planificación y
propiedad. También se registraron características de los
delincuentes como edad, etnia, situación laboral, historia
delictiva, y distancia viajada desde su casa al lugar del
objetivo del robo. Su estudio no confirmó la hipótesis de
que esas características, en sus diferentes variaciones,
pudieran determinarse a partir de las conductas registradas
en el modus operandi. Sin embargo, sí que se observó que
existían patrones consistentes en la actuación de los
delincuentes, es decir, éstos tendían a reproducir una serie
de repertorios, a través de los delitos, que identifican el
modus operandi de cada cual. La conclusión, por
consiguiente, es que la policía puede tener razón cuando
atribuye, en base a su experiencia, ciertos “golpes” a la
labor de determinados sujetos o bandas de ladrones,
porque en ellos dejan un patrón consistente de actuación.

12.5.3. Psicología del delincuente contra la


propiedad
El delincuente común no solo comete delitos contra la
propiedad, sino que suele menudear con las drogas, y
amenazar con la violencia a sus víctimas si se resisten.
Pero su objetivo no es dañar a las víctimas. De ahí que
resulte legítimo valorar la psicología del delincuente
común en relación a los estudios que se han ocupado de
analizar a los delincuentes que, en lo fundamental, han
atentado contra los bienes ajenos. Los delitos contra la
propiedad suponen generalmente la adquisición ilegal de
dinero o de bienes materiales, o bien la destrucción de la
propiedad. Si atendemos al modus operandi, los delitos
contra la propiedad son semejantes a los delitos violentos
en un aspecto psicológico importante: la mayoría de las
veces suponen la despersonalización de la víctima, si bien
en un sentido diferente. En los primeros, como en el caso
del robo en una vivienda, por ejemplo, los delincuentes
evitan en lo posible la confrontación con la víctima, de lo
que podemos deducir que no se solazan observando el
daño psicológico que sufre la persona objeto de su delito.
Desde luego, es más sencillo cometer este delito en
ausencia de la víctima, ya que el proceso psicológico de la
justificación o neutralización del hecho resulta muy
facilitado (véase la teoría de D. Matza en el capítulo 6); el
delincuente no tiene oportunidad de comprobar los
efectos de su conducta en la vida de su víctima, a quien
generalmente ni siquiera la conoce. Y en aquellos casos,
como en el robo con violencia o intimidación, en los que
sí hay contacto físico con la víctima, la relación es
meramente instrumental, para conseguir sin contratiempos
el botín del robo.
Además del beneficio económico, Sykes (1956) señala
que un motivo habitual es el deseo de satisfacer un
agravio, y para ello emplea el concepto de privación
relativa (véase este concepto también en capítulo 6). La
idea es sencilla: para evaluar la motivación económica, no
debemos únicamente considerar lo que una persona tiene,
sino la discrepancia entre eso que tiene y lo que le
gustaría tener. Específicamente, la privación relativa es la
distancia psicológica entre lo que la gente percibe que
tiene ahora y aquello que, de forma realista, podría llegar
a alcanzar. Un elemento clave en la fijación de estas miras
económicas es el nivel observado dentro del grupo de
referencia del sujeto, con el que se compara.
Pero desde el punto de vista psicológico, hace falta un
mayor contenido explicativo. El delincuente contra la
propiedad, en efecto, dispone también de importantes
motivadores cognitivos, los cuales, en forma de
expectativas sobre los resultados que se quieren alcanzar
con el delito, y sobre la predicción de las consecuencias
de sus actos, influyen poderosamente en la toma de
decisiones final. El paradigma de la elección racional
presenta a los sujetos como capaces de tomar decisiones
racionales a la hora de asumir o no llevar a cabo una
acción de riesgo, es decir, destaca la utilidad subjetiva
esperada que el actor otorga a cada una de las opciones a
tomar. Es común, en esta aproximación teórica, señalar
que en esa toma de decisiones intervienen estos factores:
la importancia o el valor de los bienes o beneficios que se
espera conseguir del delito, la importancia de los costos o
riesgos que dicha acción conlleva, y finalmente una
estimación de la probabilidad de que sucedan tanto las
recompensas como los castigos o costos (por ejemplo,
Gruber, 2001). Mediante estrategias de decisión
compensadas los sujetos llegan a sopesar toda la
información disponible y toman así una decisión sobre si
participar o no en una acción de riesgo como es el
cometer un delito. Ya vimos en otro capítulo anterior de
este libro (capítulo 10), que este modelo fue propuesto por
criminólogos como Clarke y Felson para explicar el por
qué hay sujetos que se implican en actividades delictivas.
Por ejemplo, en un estudio inicial, dentro de esta
corriente, realizado en 1986 con gente que robaba en
tiendas se constató que, para decidir si cometían los
delitos, los ladrones consideraban tácticas, riesgos y
posibles costos asociados con los objetos deseados, así
como elementos de atracción de los objetos como lo
mucho que les gustaban o la necesidad que tenían de ellos
(Carroll y Weaver, 1986).
Ahora bien, existen diversos autores que puntualizan
que la racionalidad de la gente se halla limitada por
constricciones externas tales como tiempo, recursos e
información escasos, así como por constricciones internas
como un procesamiento cognitivo de la situación
deficiente y las emociones que cada sujeto posee (por
ejemplo, Kahneman, 2003). Desde esta perspectiva, los
individuos emplearían estrategias descompensadas en el
momento de tomar una decisión de riesgo como delinquir,
en el sentido de que no incluirían información relevante a
su alcance. Se trata de una versión de la elección racional
más restringida o limitada, que cuenta también con un
cierto aval empírico. Por ejemplo, en otro estudio
realizado en 1986, Fenney encontró que la mayoría de los
responsables de robo a los que investigó dijeron que les
motivaba un deseo por obtener dinero, pero también la
sensación de excitación que conllevaba el delito, así
como, en otras ocasiones, un sentimiento de ira o
irritación. Aproximadamente la mitad aseguró que el robo
fue producto de un impulso, sin que hubiera una
planificación previa, y casi dos terceras partes dijeron que
no habían pensado en los riesgos que se derivaban de esa
acción, como el ser capturados. Trabajos más recientes
han establecido que delincuentes responsables de robos en
casas o tiendas emplean muchas veces estrategias de
decisión rápidas y poco complejas, basadas generalmente
en un solo elemento o aspecto, como si la casa está vacía,
antes de decidirse a cometer el robo (García-Retamero y
Dhami, 2009).
Otras investigaciones realizadas con jóvenes
responsables de actos antisociales o irresponsables, como
uso de alcohol y drogas o el sexo sin protección, han
añadido más peso a esta visión restringida de la toma de
decisiones racional, al señalar que aquéllos prestan
atención a los resultados positivos del comportamiento
que esperan obtener, y muy poca a los posibles costos
implicados en dichos actos (por ejemplo, Parsons et al.,
2000).
Con objeto de investigar esta cuestión, es decir, si los
jóvenes toman en consideración tanto los beneficios y los
costos implicados en la decisión de riesgo de cometer un
delito, como las probabilidades asociadas a estos
resultados (modelo amplio de la toma de decisiones
racional), o bien emplean solo unos pocos de estos
factores (modelo restringido), Dhami y Mandel (2012)
realizaron un estudio en el que pidieron a estudiantes
universitarios que explicaran sus decisiones mientras
contestaban a una serie de preguntas relativas a unas
situaciones hipotéticas que suponían la comisión de un
delito. Los resultados apoyaron la perspectiva restringida
del modelo de la elección racional, ya que las decisiones
acerca de cometer o no el delito (como conducir bajo los
efectos del alcohol, robar un objeto o falsificar una firma
en un documento) fueron predichas por el valor percibido
de los beneficios que esperaban obtener, sin que fueran
importantes en esa toma de decisiones las probabilidades
existentes de que tuvieran éxito en salirse con la suya o en
evitar de los costos implicados en las mismas.
Se desprende de lo anterior que la autorregulación,
incluyendo aquí tanto los refuerzos como los castigos que
el sujeto se administra a sí mismo, en forma de
expectativas de resultado autogeneradas, puede jugar un
papel de primer orden en muchos delitos contra la
propiedad. En otras palabras: la capacidad que tenga un
sujeto de pensar en las consecuencias de sus actos puede
marcar la diferencia entre decidir cometer un delito o
abstenerse de hacerlo. Y por supuesto, el pensamiento es
lo que permite justificar o racionalizar el delito, lo que
claramente contribuye al mantenimiento de esa conducta
(Dhami y Mandel, 2012).

12.5.4. El delincuente que emplea la violencia


para robar
¿Difiere el delincuente contra la propiedad que rehúsa la
violencia en la medida de lo posible, de aquél que la
emplea como una herramienta necesaria para cometer el
delito? La imagen más frecuente de este tipo delictivo es
la del atracador, ya sea de un establecimiento o de una
persona en la calle. Para Walsh y Ellis, los atracadores
son “los más atrevidos y peligrosos de todos los
delincuentes”. Y más adelante: “Las entrevistas con estos
sujetos muestran que son los menos educados, temerosos,
y los más impulsivos y hedonistas de los delincuentes”
(2007: 304). En su opinión el robo con violencia es un
medio idóneo para alcanzar un alto estatus en la cultura
marginal de la calle y entre los propios compañeros de
delito. Por otra parte, el uso de la violencia disminuye la
necesidad de realizar una planificación cuidadosa para
evitar un posible enfrentamiento agresivo con la víctima;
bien al contrario, aquí el individuo puede confiar en la
ventaja que proporciona el arma para lograr la rápida
aquiescencia de la víctima a sus deseos.
En muchos aspectos podríamos decir que el delincuente
violento contra la propiedad comparte características tanto
del deseo hedonista típico de todos los delincuentes contra
la propiedad como de la peculiar psicología de los
delincuentes violentos, donde el sentido de arrogancia y la
actitud de lograr el respeto de los demás mediante la
violencia juegan un papel relevante (Fox y Farrington,
2012; Fisher, 2010). Estos individuos tienen una menor
capacidad de empatía y unos valores más antisociales que
los convictos por robos donde la violencia no era una
opción, quienes parece que establecen unos límites que no
están dispuestos a traspasar por conseguir un beneficio
ilegítimo (una discusión sobre el grado de violencia y la
empatía aparece en de Waal, 2011).
Fox y Farrington (2012) realizaron una investigación
sobre 405 ladrones de casas o establecimientos que habían
sido condenados en el Estado de Florida (EE.UU) en los
años 2008 y 2009. Hallaron, en línea con lo reseñado
hasta ahora, que existía un grupo claramente más violento
que el resto, donde la ira formaba parte de la motivación
para irrumpir en el hogar, estando éste muchas veces
ocupado por sus moradores en el momento de la
intromisión: “podemos asumir que los ladrones que
emplean la violencia interpersonal son agresivos y tienen
deseos de enfrentarse a los moradores, lo que sumado a su
sentimiento de que van a quedar impunes explica que
lleven a cabo este tipo de conductas de riesgo” (2012:
1604).
También hemos de tomar en consideración que parte de
esta delincuencia se lleva a cabo en bandas, juveniles y
adultas, lo que añade a las características de la psicología
individual facilitadoras de estos hechos los efectos de la
presión de grupo y la identificación con una subcultura
delictiva, donde determinados hechos delictivos violentos
pueden tener el carácter de un rito o condición de
pertenencia (por ejemplo, en las bandas delictivas
juveniles que se han estudiado en el capítulo 6 de este
libro).
Finalmente es importante recordar que la adicción a las
drogas y el consumo abusivo de alcohol son facilitadores
de la violencia. Por ello, un delincuente que participe en
tales adicciones tiene más facilidad para recurrir a la
violencia como forma de obtener un beneficio ilegítimo
mediante el robo violento. Además, el alcohol y la droga
generan delincuentes incompetentes para los robos
“pulcros”, en que la violencia no aparezca como una
opción, debido a la situación de deterioro cognitivo que
producen y a la necesidad más apremiante para disfrutar
del dinero robado.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Muchos jóvenes cometen hurtos, pero la mayoría no se implica en robos ni
continúa con esta actividad delictiva cuando abandona la adolescencia. Solo los
que cuentan con importantes factores de riesgo seguirán delinquiendo en la edad
adulta, actuando con mayor persistencia y gravedad.
2. Muchos de los hurtos en tiendas y comercios son cometidos por sujetos
aficionados, o por jóvenes que luego no se dedicarán a delinquir. Esto implica que,
en esos escenarios, las medidas preventivas ambientales, es decir, que desaniman
la comisión del delito al dificultar su realización, son las más efectivas para los
aficionados. En el caso de los profesionales, estas medidas han de combinarse con
las de tipo penal.
3. Si bien ciertos sujetos mantienen un alto potencial delictógeno hasta bien entrada la
madurez, lo cierto es que la gran mayoría de los delincuentes adultos abandonan el
delito en el decenio de los 30 años. Hay un proceso de desistimiento natural de la
carrera delictiva, que puede obedecer a factores psicológicos y sociales, es decir,
al establecimiento de vínculos convencionales como el matrimonio o la obtención
de un empleo (Sampson y Laub), o bien a factores legales (el efecto de los
castigos sucesivos). Estos efectos han de ser potenciados. En el caso de las penas,
es preferible y más efectivo —como ya dijera Beccaria— que éstas sean más
ciertas pero de corta duración.
4. De lo anterior se desprende que una política de prevención eficaz debería
orientarse a fortalecer los vínculos positivos que un joven mantiene con la
comunidad: apoyar su integración en la escuela y su autoconcepto como alguien
respetuoso con la ley aparecen como elementos claves en evitar una implicación
en el delito en la edad adulta.
5. Los delincuentes comunes emplean técnicas de justificación (neutralización) del
delito; ello, juntamente con los beneficios económicos y sociales derivados de la
conducta delictiva, explica que la delincuencia se mantenga en el tiempo, y por
qué la acción penal no es una respuesta suficiente para terminar la carrera
delictiva.

6. Junto a esto hay que recordar que los delincuentes no siempre son tan racionales
como el modelo de la Elección Racional sugiere. La investigación señala que hay
una enorme variabilidad en este punto: algunos delincuentes profesionales pueden
ser muy calculadores de los beneficios y costos de implicarse en un delito, pero
para muchos delincuentes parece que la toma de decisiones está sesgada en favor
de un modelo limitado o simplificado, donde el interés parece ponerse solo en los
resultados (beneficios) positivos esperados, y no en la probabilidad real de que
tales beneficios se produzcan o en los costos implicados.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Cuál es el delito por excelencia en España?
2. ¿Qué métodos existen para estudiar el fenómeno del robo en tiendas y almacenes?
3. ¿Cuáles son las zonas urbanas de mayor riesgo de sufrir robos y hurtos?
4. ¿Qué conclusiones pueden extraerse de las entrevistas realizadas a ladrones
profesionales?
5. ¿En qué consiste la llamada “toma de decisiones racional limitada o simplificada”?
6. ¿Qué podrías concluir acerca del perfil del delincuente contra la propiedad?
7. ¿Qué puede resumirse sobre la psicología del delincuente contra la propiedad?
8. Extrae las principales conclusiones relativas a las motivaciones de los delincuentes
que roban en tiendas y a las características de los que emplean la violencia en los
robos.
9. ¿Puedes pensar en algunos ejemplos de la ficción (películas o novelas) donde los
delincuentes contra la propiedad actuaran de un modo muy racional, y otros donde
actuaran desafiando a la razón, es decir, sin meditar nada sobre riesgos y
beneficios?

1 Klein (1989) y Junger-Tas (ed.) (1994), presentan datos de varios países


comparables con los de España. Una encuesta más cualitativa, con más
detalle sobre la delincuencia en un contexto cultural, puede encontrarse en
Gold (1970).
2 Véanse, por ejemplo, las encuestas anuales de EE UU sobre la delincuencia
y la justicia, resumidas en Sourcebook of Criminal Justice Statistics, 1994:
263.
3 Ver Ministerio del Interior, Evolución de la Criminalidad 2010. www.mir.es
4 Datos basados en encuestas de victimación en ambos países (Stangeland,
1995: 95). El censo oficial de personas y hogares presenta cifras más bajas
para España, pero también para países del norte, así que se mantiene la
diferencia.
5 Anuario Estadístico del Ministerio del Interior 1996: 93. En los últimos
años no se han facilitado datos sobre el uso de armas según tipo de
atracos.
6 Juzgado años después de los hechos debido a la acción promovida por la
acusación particular que representaba a los dos asaltantes fallecidos, el
hombre que les disparó fue declarado inocente al haber actuado en
legítima defensa.
13. DELITOS Y
DELINCUENTES
VIOLENTOS
13.1. ¿ES ESPAÑA UN PAÍS VIOLENTO? 609
13.2. MODALIDADES DE LA VIOLENCIA 612
13.2.1. Las lesiones 612
13.2.2. Los homicidios 614
13.2.3. El asesinato 616
13.2.4. Asesinos Múltiples 617
A) Tipos de Asesinos en Serie 622
B) Asesinos en serie psicópatas y psicóticos 623
C) Los tiradores de la autopista (beltway snipers) 624
D) Entre la psicopatía y la psicosis: Jeffrey Dahmer 626
13.3. VIOLENCIA Y CULTURA 628
13.3.1. La violencia en la cultura española 628
13.4. LOS DELINCUENTES JUVENILES VIOLENTOS 632
13.4.1. “Grupos desviados de jóvenes” o bandas juveniles 634
13.4.2. Las bandas juveniles en España 636
13.4.3. Un futuro incierto 638
13.5. UN CASO PECULIAR DE DELINCUENCIA VIOLENTA:
LA PSICOPATÍA 639
13.5.1. El delincuente psicópata 640
13.5.2. Los dominios del psicópata 644
13.5.3. Psicópatas: ¿agresores únicos? 646
13.5.4. Psicopatía y violencia contra uno mismo y contra los otros
648
13.5.5. Psicópatas primarios y secundarios 650
13.5.6. La tríada oscura 652
13.5.7. Tratamiento del psicópata 654
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 655
CUESTIONES DE ESTUDIO 656

El código penal español define muchas actividades que


en la vida diaria se consideran violentas, por ejemplo:
• Homicidio (matar a otro) art. 138.
• Asesinato (homicidio cometido con circunstancias
agravantes, art. 139).
• Homicidio imprudente (causar la muerte por
imprudencia, art. 142).
• Lesión corporal (daño que requiere tratamiento
médico, art. 147).
• Falta de lesión (lesión que no requiere más que una
asistencia médica temporal, art. 617.
• Lesión imprudente, por ejemplo, en accidentes de
tráfico (art. 621).
• Amenazas y coacciones (arts. 169-171 y 620).
El Grupo de Estudios Avanzados en Violencia (GEAV) de la Universidad de
Barcelona, que lideran los profesores Antonio Andrés Pueyo y Santiago
Rendondo, desarrolla y promueve la investigación en predicción, prevención
y tratamiento de la delincuencia. De izquierda a derecha, Karin Arbach
(Investigadora, y actualmente Profesora de Criminología en la Universidad de
Córdoba, Argentina), David Gallardo (Profesor de Psicología), Marian
Martínez (Profesora de Criminología), Esther Álvarez, Meritxell Pérez
(actualmente Profesora de Criminología en la Universidad Europea de
Madrid), Antonio Andrés Pueyo (Catedrático de Psicología de la
Personalidad y Director del GEAV), Mónica Antequera y Santiago Redondo
(Profesor de Criminología e Investigador Principal del GEAV). También
forman parte del GEAV los siguientes investigadores y profesores que no
aparecen en esta foto: Ana Martínez Catena, David Cuaresma, David Férez,
Lucía Columba y Nina Frerich.

Una distinción tradicional en criminología relacionada


con la violencia es la que separa la violencia reactiva de la
violencia proactiva o instrumental. La violencia
instrumental se refiere a aquella que se emplea como
medio para conseguir otra meta, como la venganza, dinero
o el control de la víctima para abusar de ella (por ejemplo,
en términos sexuales). En cambio, la violencia reactiva se
ejerce como respuesta a una amenaza percibida o una
provocación (en inglés se denomina como “hot violence”,
en comparación con la proactiva, que se designaría como
“cool violence”). Se ha señalado que esta distinción —
aunque cuenta con detractores habida cuenta de que los
sujetos pueden incurrir en una u otra de acuerdo con la
situación— puede ser de utilidad en diferentes sectores de
la criminología aplicada como el perfil criminológico, el
tratamiento de delincuentes violentos, y la predicción del
riesgo de reincidencia.
En este capítulo nos ocupamos de la delincuencia
violenta en cuanto realidad social de los países, pero
también en cuanto a la tipología delictiva, prestando
especial atención a los asesinos múltiples, psicópatas y
delincuentes juveniles, tanto en un sentido individual
como en su manifestación en forma de bandas delictivas.

13.1. ¿ES ESPAÑA UN PAÍS VIOLENTO?


Comparado con otros países, ¿es España un país
violento? Probablemente el delito que mejor represente el
concepto de violencia en una sociedad es el homicidio,
aunque la percepción de seguridad ciudadana se relacione
también con el delito menos grave, el cual es más visible
y frecuente. Los datos sobre homicidios en el mundo
proceden de tres fuentes. Los datos policiales los compila
INTERPOL. Sin embargo, esta estadística, aparte de ser
confidencial, está llena de errores y omisiones.
La segunda fuente es la ONU, que integra los datos
procedentes de la policía y de la justicia de sus estados
miembros. A pesar de que éstos utilizan un cuestionario
con categorías bien precisas, hay muchos países que no
participan, y los datos llegan con mucho retraso.
Desafortunadamente, España se encuentra entre los países
que no aporta la información requerida.
La tercera fuente es la Organización Mundial de Salud,
que aglutina estadísticas mundiales sobre causas de
muerte, incluyendo la muerte violenta1. Estos datos
proceden de los certificados de defunción firmados por
los médicos, y reflejan la realidad de la violencia,
independientemente de cómo funcionen la policía y los
juzgados. La información resultante confirma que los
continentes de África y América son los más violentos,
con cifras tres veces más altas que las de Asia y Europa
(OMS, 2002).
Si nos limitamos a estudiar a los países europeos,
encontramos una fuente de información muy fiable en el
“European Sourcebook of Crime and Criminal Justice
Statistics” (2010). Sus autores han dedicado mucho
tiempo a establecer categorías comparables y hallar datos
de cada país, e incluyen a España. La última edición
publicada, correspondiente a 2010, analiza los delitos
hasta el año 2007. Atendiendo a los homicidios que
resultan en el fallecimiento de la víctima —dado que la
definición de una tentativa de homicidio puede variar en
las diversas naciones, mientras que los homicidios
consumados en Europa normalmente tienen un registro
muy fiable—, vemos que España se encuentra entre los
países con menos homicidios. En el año 2007, España
presentaba una tasa de 1,1 homicidios por 100.000
habitantes. Solo Noruega (0,6), Austria (0,6), Suiza (0,7),
Islandia (0,7) y Alemania (1,0) tenían índices más bajos.
En la parte alta de este ranking estaban Estonia (7,1) y
Lituania (7,4) (no hay datos de Rusia). Finlandia, país
ubicado en la zona geográfica de más alto bienestar de
Europa, presentaba 2,9, siendo seguido de Turquía (2,5).
El Reino Unido con Gales registraba 1,4, Irlanda 1,7 y
Escocia 2.3. Francia tenía un índice de homicidios
consumados de 1,6 por 100.000 habitantes. Italia, por su
parte, ostentaba el mismo índice que España, aunque no
aparecía su valor para 2007: tanto en 2005 como en 2006
era de 1,1.
En el cuadro 13.1 puede verse la estabilidad de las cifras
de los homicidios en España en el periodo 2007-2011, en
cuatro comunidades autónomas. Después de un pico
moderado en 2010, los valores volvieron a descender en
2011. Es interesante constatar que la crisis económica que
vive el mundo y España de modo notable no parece haber
afectado la incidencia de los homicidios: los valores de
2011 son muy parecidos a los de 2007, un año antes que
comenzara dicha crisis.
CUADRO 13.1. Homicidios en España entre 2007 y 2011
Fuente: Ministerio del Interior y El País, 17-6-2012

Existen también datos policiales comparativos sobre los


delitos de lesiones, más frecuentes que los homicidios y,
quizás por ello, al margen de la percepción pública, más
indicativos del nivel de violencia del país. Esta
comparación también indica una posición favorable para
España; y ocurre lo mismo si recurrimos a los datos
tomados de encuestas a la población. Analizando las
respuestas a la pregunta sobre las agresiones físicas,
España se encuentra otra vez en una posición intermedia.
Los delitos violentos más graves (homicidios, violaciones
y agresiones físicas con daños corporales) no se pueden
registrar con precisión por medio de entrevistas, por lo
cual hay que fiarse de las estadísticas policiales y
judiciales. Sin embargo, da igual si nos apoyamos en
encuestas o en datos policiales, porque la conclusión es la
misma: España no es un país más violento que sus
vecinos. Las dos fuentes de información (datos policiales
y entrevistas a la población) también coinciden en que la
composición de la violencia es distinta en nuestro país:
España tiene tasas muy bajas en homicidios y otros
delitos contra las personas, comparables con los países
más pacíficos del mundo. Sin embargo, las cifras de
violencia instrumental, especialmente el robo con
violencia, son muy elevadas.
13.2. MODALIDADES DE LA VIOLENCIA
13.2.1. Las lesiones
La utilización consciente de la fuerza física contra el
cuerpo de otra persona puede producirse en varios tipos
de situaciones, y con consecuencias variadas.
Presentamos unos ejemplos procedentes de encuestas
sobre agresiones físicas2:
“El encuestado, sin querer, tiró la cerveza a otro chico y éste último
empezó a golpearle y a empujarle”.
“Discutió con el dueño de la pensión donde se alojaba por el ruido
que hizo al llegar. El dueño le golpeó rompiéndole el tabique nasal”.
“La encuestada iba con otras dos personas por la calle y su ex-
marido las atacó por la espalda, golpeándola a ella con un hierro e
hiriéndola en el labio”.

Estos ejemplos ilustran la diversidad de sucesos en que


pueden producirse las lesiones. Algunos son peleas
nocturnas: la víctima y el agresor acostumbran a ser
varones jóvenes, suele haber mucho alcohol por medio y a
veces resulta muy difícil dilucidar quién es realmente el
agresor y quién la víctima. Otros son conflictos donde la
víctima es una mujer y el agresor su marido, ex-marido o
compañero.
Un estudio de la ciudad de Valencia
La primera investigación española que intentó analizar
las distintas modalidades de la violencia fue realizada por
Montoro, Garrido, Carbonell y Luque (1987) en la ciudad
de Valencia. Con tal fin se analizaron todos los casos de
lesiones, de los que la Policía Nacional tuvo
conocimiento, ocurridos en Valencia desde febrero hasta
octubre de 1984. El procedimiento fue el siguiente. Por
cada denuncia de lesiones presentada en cualquier
comisaría, que incluía partes enviados por centros
asistenciales y, como es lógico, las pesquisas originadas
por la propia labor policial, sin que mediara una denuncia
anterior, el grupo de homicidios de la brigada regional de
la policía judicial, cumplimentaba un cuestionario creado
ad hoc. Por tanto, una buena parte de los datos, sobre todo
descriptivos, fueron proporcionados por el propio
denunciante y por el agresor. Estos datos se
cumplimentaban conforme la investigación sobre el hecho
iba avanzando; realizándose, cuando era necesario,
consultas a los archivos policiales. También se tuvieron
en cuenta otros tipos de delitos en los que, de forma
intencional, los autores habían causado lesiones a sus
víctimas como medio para obtener otro fin, que en
principio no era el de causar una lesión, la llamada
violencia instrumental (robo con lesiones, etc.).
Durante estos nueve meses se registraron un total de 566
hechos violentos de los cuales en 561 la víctima resultó
lesionada y en los 5 restantes falleció. El número total de
víctimas ascendió a 628 y el de agresores a 779.
En cuanto a los resultados, algunos de los más
sobresalientes fueron los siguientes. En relación al hecho
violento, la discusión aparece como motivo principal para
lesionar, ya que el 68% de las lesiones nacieron de una
disputa. En la vivienda la discusión es, por excelencia, el
origen de las peleas, y las mujeres suelen ser sus víctimas.
Nada menos que el 93% de los hechos acaecidos en la
vivienda tienen como móvil una disputa. Y las víctimas,
en el 78% de los casos, son mujeres, en contraste con un
22% de víctimas femeninas en lugares públicos. En la
actualidad muchos de esos hechos estarían incluidos en la
categoría de la violencia de género.
Con respecto al agresor del delito violento, es
generalmente varón (90%), joven, soltero (82%), con
pocos estudios y escasos recursos económicos. Los
jóvenes solteros menores de 21 años de edad agreden
prioritariamente en los lugares públicos (76%), en los
fines de semana, y utilizan armas. Sin embargo, el agresor
en la vivienda es de más edad y suele ser casado (66%).
La mayor parte de los agresores no tienen antecedentes
(73%), pero los que sí tienen, causan lesiones de más
gravedad y participan fundamentalmente en hechos
motivados por el lucro.
El cuadro 13.2 muestra los tres escenarios, identificados
en este estudio de Valencia, de violencia física:
• La vivienda, donde destacan las peleas entre parientes,
y donde la víctima, en tres de cada cuatro casos, es
una mujer.
• Bares y discotecas, donde conocidos o desconocidos
disputan y se agreden.
• La vía pública, donde hay más sucesos entre extraños
que entre conocidos.
Se observa que la relación entre las partes es distinta en
estos tres ámbitos. En todos los casos, el consumo de
alcohol tiene un efecto importante como desencadenante
de la violencia.
CUADRO 13.2. Relación agresor-víctima en casos de lesiones

13.2.2. Los homicidios


¿Quiénes son los que matan? Antes de entrar a analizar
este punto, debemos llamar la atención sobre el suicidio,
cuyas cifras suelen ser superiores a las que presentan los
homicidios. Aunque las cifras de suicidios en España
también son bajas comparadas con las de otros países
europeos, es notable señalar que aproximadamente hay
seis suicidios por cada homicidio, de lo que se concluye
que el peligro más grave para la propia vida se encuentra
muy cerca de uno mismo.
En el año 2011 hubo 1.238 homicidios, de los cuales
441 se consumaron y 797 quedaron solo en intento (INE,
2012).
En los homicidios, la violencia suele dirigirse
prioritariamente contra las personas más cercanas: la
pareja, los padres o los íntimos amigos. A continuación se
sitúan los vecinos y conocidos, y después los
desconocidos. La violencia “inexplicable”, procedente de
un desconocido, es poco frecuente (Walsh y Ellis, 2007).
En la gran mayoría de las situaciones, los implicados se
conocen, y la violencia surge como forma de “resolver”
un conflicto entre ellos (Cerezo, 1998).
Es difícil llegar a un perfil criminológico que distinga
los casos de homicidio de los demás casos violentos.
Muchos de los condenados por homicidio consumen
alcohol en exceso, son impulsivos, proceden de una
familia violenta, o tienen antecedentes penales. Sin
embargo, este perfil genérico podría servir para clasificar
a todas las personas que suelen meterse en riñas y peleas,
cuyo resultado suelen ser lesiones de gravedad variada y
no el fallecimiento de la víctima. Por tanto el desenlace
fatal en ocasiones depende de factores poco vinculados a
la personalidad del autor. Para entender los homicidios
hace falta integrar las teorías sobre la personalidad del
agresor y las teorías situacionales. Quizás todos hemos
tenido ganas de matar a alguien alguna vez; sin embargo,
para la mayoría de nosotros nuestro autocontrol ha sido
suficiente para reprimir esa acción, pero para otros, ¡los
“problemas prácticos” de llevarlo a cabo les han hecho
desistir! Por eso, aparte del estudio de la personalidad del
autor y la actuación de la víctima, también hay que
estudiar la situación concreta donde se desarrolló el
hecho.
Un factor situacional importante es, sin duda, la
disponibilidad de un instrumento que pueda acabar con la
vida: cuchillo, arma de fuego, navaja, etc. Así, en
Norteamérica, donde la disponibilidad de pistolas y otras
armas de fuego está muy generalizada, los homicidios son
más frecuentes, mientras que en España, donde
escasamente circulan armas cortas (fuera del ámbito
militar y del mercado negro) el número de muertes por
homicidio es mucho más reducido.
En efecto, en España lo más común es el homicidio con
arma blanca. La existencia de un arma de fuego multiplica
el riesgo de que la víctima fallezca. Así, en aquellos
lugares donde existe mayor oportunidad para el tráfico de
drogas o para actividades delictivas vinculadas con el
crimen organizado, las armas de fuego tienen una mayor
presencia en los homicidios. Es el caso de Málaga, donde
los homicidios con armas de fuego suman el doble que el
resto de España, llegando a constituir un tercio del total,
una tasa muy superior a la media nacional (Ramos, 2011).

Escultura representando la lucha encarnizada entre dos seres humanos.

Todo lo visto anteriormente (ámbito familiar, sexo de


agresor y víctima, ausencia de armas de fuego) viene a
ratificar la hipótesis de que en la mayoría de los
homicidios se actúa sin premeditación y alevosía. Son
actos espontáneos, motivados por celos, riñas, etc., es
decir, actos de violencia reactiva o emocional.

13.2.3. El asesinato
Aunque no dominan numéricamente, también se
producen asesinatos y homicidios donde el autor actuó
con premeditación. Se pueden clasificar los asesinatos en
varias subcategorías:
Causas políticas o religiosas. Aquí se incluyen los actos
de terrorismo, fenómeno al que dedicaremos un capítulo
más adelante.
Asesinos múltiples en un solo acto (mass murderers).
Aunque el autor de matanzas pueda ser calificado de
enfermo mental, su actuación tiene cierta “lógica”. Con
mucha frecuencia se trata de una venganza contra su
familia, su pueblo, o sus colegas o amigos. La acción
suele ser premeditada, y suele buscarse que muera el
mayor número de personas posible. Es frecuente que
termine con el suicidio del autor.
“Spree killers”. Este término americano, de difícil
traducción —pero que en ocasiones se transcribe como
“asesino en cadena” o “itinerante”—, abarca situaciones
donde un crimen, por ejemplo un atraco a un banco, ha
acabado mal, los autores del atraco han utilizado las
armas para poder escapar, y en su desesperación siguen
matando en su fuga posterior. Un asesinato más o menos
importa poco en una situación donde todo ya está perdido.
Ahora bien, tal denominación se aplica generalmente a los
individuos que matan por el hecho de hacerlo, sin
necesidad de que haya un móvil material o que tal acción
homicida sea el resultado inesperado de un delito anterior.
La idea general es que alguien mata a varias personas en
una misma secuencia temporal, aunque dicha secuencia
pueda tener ciertas interrupciones, y acontezca en
diversos lugares. Es decir, el asesino se desplaza matando.
Asesinos en serie. En la gran mayoría de los casos de
homicidio, parricidio y asesinato, la policía puede
identificar al autor sin grandes investigaciones. Por la
cercanía entre víctima y autor, y la existencia de testigos y
pruebas materiales, no suelen existir dudas fundadas sobre
quién lo ha hecho, por lo que aproximadamente un 90%
de los homicidios se aclara. Los casos de película no
tienen mucha relación con los casos que la brigada
policial de homicidios encuentra. Sin embargo, quedan
por resolver un 10%. Estos homicidios no necesariamente
han sido cometidos con más profesionalidad, sino que
puede que la investigación judicial se realizara de forma
inadecuada debido a varios motivos: por empezar
demasiado tarde, por no precintar el lugar del hecho hasta
que se realizó la inspección ocular, por centrarse
demasiado en una línea de investigación sin atender
debidamente a otras alternativas, etc.
En unos pocos casos ocurre que una persona, por
motivos sádicos, sexuales, o por alcanzar el éxtasis
emocional que algunos individuos podrían pretender
como resultado del hecho de matar, asesina a un
desconocido y logra no ser identificada. El éxito obtenido
al salir impune de su crimen, da lugar a ilusiones de
grandeza y sentimientos de plenitud, y el autor repite.
Tradicionalmente, suele requerirse la existencia de tres
víctimas para que el individuo entre en ese grupo
“selecto” de asesino serial, pero en los últimos años
algunos autores apoyan la idea de que dos sería un
número ya suficiente (Garrido, 2012). En estos casos, el
autor puede tener una inteligencia por encima de lo
normal, pero son los menos; en contra del estereotipo, los
casos más recientes de asesinato serial en España (El
cuidador de Olot, Remedios Sánchez, el Asesino de la
baraja, Tony King, etc.) no evidenciaron una inteligencia
sobresaliente, aunque sí una fría determinación de seguir
con los planes (un estudio de estos asesinos aparece en
Garrido y López Lucio, 2006). Son mucho más comunes
otros rasgos como una personalidad trastornada
(típicamente una psicopatía), preparar los asesinatos con
cierta premeditación, tener algo de conocimiento de las
pesquisas policiales y cómo evitarlas, y saber permanecer
bastante tiempo sin despertar sospechas (ver más
adelante). Sin embargo, ocurren poco casi quinientos
homicidios consumados al año en España y solo unos
pocos se pueden atribuir a este perfil de autor.
Vamos a ocuparnos con mayor detenimiento de estos
asesinos, bajo el epígrafe general de “asesinos múltiples”.

13.2.4. Asesinos Múltiples


A pesar de que no siempre es fácil discriminar entre los
diferentes tipos de asesinos múltiples, para propósitos
didácticos y de investigación criminal hay que señalar que
el asesino en serie es solo un tipo de asesino múltiple. La
mayoría de las definiciones del asesinato serial incluyen
tres elementos: el número de víctimas, el tiempo y la
motivación (Keeney y Heide, 1995). El número de
víctimas requerido ha variado según diferentes autores,
nada menos desde las dos hasta las diez víctimas. Así, la
definición original del FBI planteaba dos o más
homicidios separados, cometidos por el mismo
delincuente (FBI, 1994). A partir de 1998, el FBI ha
cambiado ese criterio, y ahora exige tres homicidios. No
obstante, ciertos autores mantienen la idea de que dos
homicidios deberían bastar para cualificar a alguien como
asesino en serie; Turvey (2002) es de esa opinión, sin
embargo, la definición más extendida incluye “tres o más
víctimas”, como señalábamos anteriormente.
Por lo que respecta al elemento temporal, se distingue,
en primer lugar, entre homicidio múltiple de grupo u
homicidio múltiple en un solo acto (mass murder), que
define el hecho de varias muertes ocurridas en una misma
unidad de tiempo y de espacio, el homicidio en serie, en
segundo lugar y, en tercer lugar, el homicidio “itinerante”
o “frenético” (spree homicide), en ambos de los cuales el
criminal mata a lo largo del tiempo, en diferentes lugares.
Estos dos últimos tipos de homicidio suelen distinguirse
en función de si el delincuente ha experimentado un
“enfriamiento emocional” (emotional cooling-off) entre
los delitos. El asesino en serie experimenta ese periodo de
cadencia, esa frialdad emocional, mientras que el asesino
itinerante o “frenético” no la sufre (Greswell y Hollin,
1994). En todo caso, parece obvio que el asesino en serie
puede actuar en tiempos muy separados entre sí, mientras
que el asesino itinerante, si tiene que mantener el “tono
emocional” adecuado para matar, no puede demorarse
mucho. De ahí el término “frenesí” (spree): se entiende
que hay una ligazón de unidad temporal entre las
diferentes muertes, aunque haya un tiempo de separación
entre ellas. El cuadro 13.3 ilustra esas diferencias.
En relación con la motivación, se ha solido argüir, para
el caso del asesinato serial, la gratificación sexual o la
gratificación psicológica interna (Egger, 1998), pero en
buena medida se trata de algo que todavía ha sido
estudiado de manera muy escasa, y no siempre resulta
claro lo que motiva a este homicida, al homicida múltiple
de grupo o en un solo acto y al homicida itinerante o
“frenético”.
La mayoría de las definiciones del asesinato serial
excluyen homicidios cometidos en conexión con el
servicio militar, el terrorismo político o el crimen
organizado (Keeney y Heide, 1994).
Cuadro 13.3. La clasificación de los asesinos múltiples, en función del
tiempo, el lugar, y el “enfriamiento emocional” entre los crímenes
(cooling-off)
El homicida múltiple en un solo acto parece más claro
en su separación del asesino en serie. Su definición es la
de alguien que mata a tres/cuatro o más víctimas durante
un único episodio. Las noticias, generalmente
provenientes de Estados Unidos, nos han familiarizado
con la imagen de este homicida, que saca un revólver y
dispara en una escuela o un restaurante. No obstante, de
nuevo el tipo habitual de homicida de grupo que se
representa en los medios de comunicación no coincide en
muchos aspectos con la realidad. Por ejemplo, más
habitual que el caso del solitario que tirotea a un grupo de
gente desconocida son otros escenarios de homicidio
grupal, como por ejemplo el empleado resentido que
dispara a su jefe y compañeros de oficina, el ex esposo
que mata a su familia y luego se suicida, y los estudiantes
que tirotean a profesores y compañeros (o excompañeros)
de instituto o universidad (singularmente en Estados
Unidos). De este modo, los motivos para el homicidio
múltiple varían, y en muchas ocasiones aparecen la
venganza y el odio, aunque también la codicia tiene su
lugar. Las víctimas pueden ser seleccionadas
individualmente, como miembros de una categoría o
grupo particular (por ejemplo, “empleados de tal
empresa”, “hombres de tal raza”, etcétera) o de modo
enteramente al azar. Contrariamente a la creencia popular,
los homicidas de grupo no suelen atacar generalmente a
extraños que tuvieron la desgracia de estar en “el sitio
equivocado en el momento equivocado”, sino que, en un
50% de los casos, entre los afectados por la masacre están
familiares, amigos o compañeros de estudio o de trabajo
del homicida.
De acuerdo a Fox y Levin (2003), los siguientes factores
parecen contribuir al homicidio múltiple en un solo acto
(ver también, Levin, 2008):
1. La frustración. Este homicida padece de una larga
historia de frustración, generalmente desde la infancia,
conjuntamente con una incapacidad creciente para
hacer frente a los problemas y al concepto de sí mismo
negativo. Como consecuencia de ello, este tipo de
persona puede desarrollar una condición de depresión
profunda y permanente, lo que explicaría que muchos
de estos homicidas se encuentren en una edad media,
cuando ya han tenido la oportunidad de saborear
muchos momentos amargos.
2. Externalización de la responsabilidad. Muchas
personas que se suicidan se castigan a sí mismas por
sus desgracias o frustraciones, pero si uno cree que la
culpa está en los otros, el resultado puede ser desear
matar a otros por las injusticias recibidas.
3. Una pérdida catastrófica. En muchas ocasiones estos
sujetos sufren una pérdida repentina, o temen sufrirla,
que a sus ojos adquiere el nivel de catástrofe. El caso
habitual es la separación de una mujer o la pérdida de
un empleo. El hecho de que la mayoría de estos
homicidas sean hombres, destaca este fenómeno, ya
que suelen ser éstos los que se ven expulsados de su
hogar o los que más ven mermada su imagen personal
cuando son despedidos de un empleo.
4. Contagio. En ocasiones el homicidio grupal es el
resultado de un fenómeno de imitación o contagio de
anteriores homicidios múltiples, algo que se ha
comprobado en sucesos de tiroteos en los institutos de
enseñanza. Por ejemplo, el famoso tiroteo en
Columbine, Colorado, parece que fue inspirado por
otro anterior acaecido en el Instituto Frontera del Lago
Moses, en el estado de Washington, en el que un
adolescente de 14 años sacó un rifle de debajo de su
abrigo y disparó a su profesor y a sus compañeros de
aula.
5. Aislamiento social. Es cierto también que muchos
homicidas múltiples viven solos, sin apoyo emocional
y muchas veces sin recursos para llevar una vida
confortable (no decimos que vivan en situaciones de
indigencia), lo que podría aumentar su sentimiento de
frustración, injusticia y, consecuentemente, de
venganza.
Es evidente que la presencia de armas de fuego en la
sociedad facilita este tipo de crimen; es difícil ser un
asesino múltiple de grupo con un cuchillo o un bate de
béisbol como arma, lo que explica su mayor presencia en
los Estados Unidos. Sin embargo, en ocasiones no es
necesario disponer de armas de fuego o de explosivos. Es
el caso de Juan M. Álvarez, que en enero de 2005 causó la
muerte de once personas al descarrilar un tren cuando
dejó su coche en medio de la vía, en un intento fallido de
suicidio, en Los Ángeles. El fiscal del caso declaró que
“once personas murieron debido a la acción egoísta de
este hombre angustiado”3.
Estado en que quedó el tren descarrilado por Álvarez y un eje de su coche.

De acuerdo a los investigadores, Álvarez era un


trabajador sin domicilio fijo desde que se separó de su
esposa, Carmelita. Ella había obtenido una orden de
alejamiento hacía dos meses, porque el fallido suicida la
había amenazado con secuestrar a sus dos hijos. Además,
contaba con antecedentes por consumo de drogas y
conducta violenta.
Su idea de suicidio se había incrementado en las últimas
semanas. El día de la masacre, se había cortado en los
brazos y luego se había acuchillado en el pecho, pero las
heridas fueron superficiales y permaneció consciente.
Entonces, condujo hacia el ferrocarril, deseando morir
bajo las ruedas del tren. Sin embargo, parece que al final
se arrepintió, y cuando vio que las ruedas del coche se
habían atorado en las vías del tren, saltó rápidamente, y
dejo su auto —un todo Jeep terreno— a merced de la
embestida del tren.
Pocos días después se produjo otro intento de suicidio
por contagio, en el mismo Estado. Un sujeto de 25 años
cruzó su coche en diagonal, esperando morir a
consecuencia del choque con el tren. Afortunadamente, la
policía lo pudo ver antes y lo capturó.
Aquí tenemos varios de los factores reseñados
anteriormente. Tanto en este último intento como en el de
Álvarez, los suicidas quieren morir matando. Que Álvarez
se arrepintiera al final no cambia nada. Era obvio que
sabía que podía matar a mucha gente como consecuencia
del choque, pero su frustración, su situación económica
precaria, su aislamiento emocional y su forma de
responsabilizar a los demás, le hicieron un asesino
profundamente egoísta, hasta tal punto que ni siquiera
tuvo valor para acompañar a sus propias víctimas en el
destino de la muerte que él les había trazado.

A) Tipos de Asesinos en Serie


Ya hemos dicho antes que el estereotipo del asesino en
serie como un hombre blanco, en sus veinte o primeros
treinta años, que mata con sadismo a mujeres o niños,
aunque claramente existe en la realidad, no cubre todos
los casos, ni mucho menos. Las llamadas “viudas negras”,
mujeres que asesinan a sus maridos para cobrar seguros o
herencias, o los “ángeles de la muerte” —enfermeras o
cuidadores que matan “por compasión” a sus pacientes—
no son varones, ni actúan con sadismo sexual, pero no por
ello son menos asesinas seriales. El doctor Harold
Shipman, quizás el mayor asesino en serie de la historia
en Inglaterra (no se sabe el número real de víctimas, pero
al menos incluye varias decenas), mataba con dosis
elevadas de morfina a sus ancianas pacientes, y aunque
parece que el dinero jugaba un papel en todo esto al final
(ya que se comprobó, en su último homicidio, que había
falseado el testamento de la anciana para beneficiarse), lo
cierto es que el poder de sentir cómo podía administrar la
muerte era su móvil fundamental. Durante años ejerció
esa forma sistemática de matar, sin que su apariencia y
modales dejaran relucir ese lado tan siniestro. En los
casos de mujeres asesinas la violencia directa brilla por su
ausencia; es el veneno el arma elegida con abrumadora
frecuencia, pero no solo ellas lo emplean, como revela el
caso del médico inglés.
Por ello, tal y como señala Hickey, la definición de
asesino en serie debe de atenerse a lo esencial: es el
homicidio de dos (tres, según la idea más extendida hoy)
o más personas, cometido en tiempos diferentes.
Normalmente es posible encontrar un patrón en los tipos
de víctimas elegidos, o en los métodos (modus operandi)
empleados, o en los motivos para cometer esos crímenes.
No obstante, en todos los casos podríamos encontrar un
móvil esencial que uniría a todos los asesinos en serie, y
quizás a los asesinos múltiples: la necesidad de control y
poder, es decir, que su acción influye de manera crítica,
extrema, en su ambiente inmediato, lo que les confiere
una gran sensación subjetiva de dominio (Garrido, 2012).

B) Asesinos en serie psicópatas y psicóticos


No parece que una persona que cometa varios asesinatos
sea alguien “normal”, en especial si, como es el caso del
asesino en serie, realiza sus crímenes con el tiempo
suficiente para planificar y ver las consecuencias de sus
actos. Y en efecto, ni los psicópatas ni los psicóticos son
“normales”, aunque las características de las patologías
sean bien diferentes.
En la práctica, un asesino en serie ha de ser o bien un
psicópata o bien un psicótico. Lo que separa a ambos es el
contacto con la realidad. El psicópata razona con lógica
—al menos de acuerdo con sus metas—, no tiene
problemas de alucinaciones (percibir cosas que no
existen) o delirios (tener creencias inamovibles que son
absurdas, sin ninguna base real, como la de que alguien
me espía y busca la mejor oportunidad para matarme). Lo
que falla en el psicópata (ver más adelante) es su
capacidad para implicarse emocionalmente con los demás,
para sentir y expresar afecto de un modo auténtico. Por
ello, dado que carece de la capacidad de sentirse
realmente ligado a alguien, no siente remordimientos por
lo que pueda hacer. Y sin remordimientos no puede haber
sentimiento de culpa, y si no hay culpa, no hay
conciencia. Hay —eso sí— conocimiento de lo que está
bien o mal, pero es un saber que no se traslada a la moral,
es decir, es un conocimiento que no tiene implicaciones
morales. El psicópata, entonces, es una persona que obra
sin atadura moral alguna, que comprende que está
dañando, pero que obtiene un beneficio por ello, y esa es
la razón suficiente para justificar sus actos.
El caso de los francotiradores de Washington (o de la
autopista) es un buen ejemplo.

C) Los tiradores de la autopista (beltway


snipers)
El 24 de octubre de 2002 finalizaron 22 días de terror en
el estado de Washington y otros colindantes. Los que
resultaron ser los “asesinos de la autopista”, John Allen
Williams, de 41 años, y John Lee Malvo, de 17, fueron
arrestados mientras dormían en su coche. Habían matado
durante esas tres semanas a 13 personas, y otras tres
habían resultado gravemente heridas (Deal y Hickey,
2003).
Williams había crecido en la ciudad de Baton Rouge, en
el estado de Louisiana, en compañía de su abuela y de sus
tías. En 1988 se convirtió a la religión del Islam y cambió
su nombre de Williams a Mohamed. Se casó con su novia
del instituto en 1982, y tuvieron un hijo. Seis años más
tarde se divorciaron, y Williams se casó por segunda vez
ese mismo año. Este nuevo matrimonio duró hasta el año
2000, y se acompañó de tres nuevos hijos. Los dos
divorcios fueron conflictivos. La segunda mujer temía por
su seguridad y por la de sus hijos, y manifestó que los
niños sufrían un grave abuso por parte de su padre.
Williams sirvió en la Guardia Nacional de Louisiana
desde 1978 hasta 1985, y en dos ocasiones se le abrió un
expediente por faltas graves disciplinarias. La más grave
de las dos consistió en golpear en la cabeza a un superior.
Posteriormente estuvo en el ejército hasta 1993, sirviendo
como ingeniero de combate y otros trabajos de
intendencia. No tuvo preparación específica como
francotirador, pero obtuvo una distinción en el manejo del
rifle de reglamento.
A pesar de su tendencia violenta, sus antecedentes no
iban más allá de ser arrestado por conducir sin tener
carné, y otro arresto como sospechoso de un robo a una
tienda, pero no fue condenado. Sin embargo como
hombre de negocios fue un fracaso, ya que tanto un
gimnasio de karate como una tienda de reparación de
automóviles fueron empresas montadas por él pero que no
salieron a flote y las tuvo que cerrar.

John Allen Williams

Así las cosas, en marzo de 2000 Williams tomó a sus


tres hijos de su segunda esposa y se los llevó a
Guatemala, donde conoció a una mujer con la que
convivió un tiempo. También conoció al hijo de esta
mujer, John Lee Malvo. Los tres volvieron a Estados
Unidos de forma ilegal en 2001, y se pusieron a vivir en
el estado de Washington.
Pronto Williams y el chico empezaron a viajar por ahí,
sin que la madre tuviera que decir mucho al respecto.
Podían vivir un tiempo durmiendo en el auto, o en un
refugio para los sin techo. En febrero de 2002 dejaron
Washington y fueron al estado de Alabama, donde se
iniciaron los tiroteos, luego pasaron a Louisiana y
finalmente a la capital del país, Washington D.C.
Malvo era un niño sin padre, y debido a que su madre
pasaba mucho tiempo fuera de casa (incluso del país) en
trabajos transitorios, desde pequeño se tenía que cuidar
solo. Cuando entró Williams en su vida, Malvo halló la
primera relación cercana con alguien parecido a un padre
que había tenido en su vida. El ex soldado le entrenó en el
manejo del rifle, y finalmente presentaba el chico a sus
amigos como su “francotirador”. Como en tantos otros
casos de asesinos en serie que actúan en parejas, uno es el
líder y el otro el seguidor.
El modus operandi de los asesinos se puede apreciar en
el relato de algunos de sus crímenes. La serie de
homicidios empezó el 21 de septiembre de 2002. Kellie
Adams estaba cerrando una tienda de licores en
Montgomery (Alabama), cuando recibió un disparo en la
cabeza, aunque milagrosamente sobrevivió. Un momento
más tarde, su compañera de trabajo, Claudine, fue
tiroteada en la espalda y murió de inmediato. Malvo
estaba registrando su bolso, pero huyó cuando se acercó la
policía.
Dos días más tarde, en Baton Rouge (Louisiana), una
mujer que salía de una tienda de belleza fue tiroteada y
muerta. Malvo sí que pudo robar esta vez el bolso de la
víctima, y escapó a través de un bosque cercano.
Los asesinos huyeron hacia la capital de Estados
Unidos, Washington D.C. El 2 de octubre dispararon a un
ciudadano que andaba por la calle, pero fallaron, pero
minutos después acertaron con un hombre que estaba en
el aparcamiento de un supermercado. El 3 de octubre
siguiente mataron a cinco personas, de un modo siempre
idéntico: un disparo certero de rifle. Y las víctimas
siempre eran personas que se ocupaban de sus cosas,
víctimas del azar. Al día siguiente alcanzaron a otra
víctima, pero logró sobrevivir.
El 5 y 6 de octubre no se cometieron más crímenes, pero
el 7 un chico de 13 años fue tiroteado cuando entraba en
la escuela, aunque pudo recuperarse posteriormente.
Cuando la policía buscó por los alrededores, halló una
carta de Tarot donde estaba escrito el siguiente mensaje:
“Querida policía, yo soy Dios”. Williams estaba
intentando establecer una relación con la policía, al igual
que había hecho el asesino del Zodíaco4 de San Francisco
(todavía sin descubrir) y David Berkowitz, el “hijo de
Sam”5, que aterrorizó con su revólver a los neoyorkinos
en el decenio de 1970.

D) Entre la psicopatía y la psicosis: Jeffrey


Dahmer
Jeffrey Dahmer, arrestado a la edad de 31 años, es un
caso que dejó sin palabras y con muchas dudas a muchos
expertos en patología forense. Nunca se pudo demostrar
que este joven de Milwaukee padeciera psicosis alguna, y
él mismo negó que nadie tuviera la culpa de lo que hizo,
ni sus padres, ni la sociedad ni la pornografía. En sus
crímenes se mezcla canibalismo, asesinato, violación
homosexual y otras conductas aberrantes, pero no se pudo
demostrar que estuviera “loco”. Dahmer representa un
fenómeno criminal, a medio camino entre la psicopatía y
la psicosis; su pensamiento parece distorsionado, pero no
hay ideas delirantes ni alucinaciones de ningún tipo.
Sabemos que su cabeza estaba llena de ideas aberrantes
por lo que hizo, pero no porque sepamos que presentara
los síntomas típicos de la psicosis.
El “caníbal de Milwaukee”

A los ocho años de edad se cree que fue objeto de


abusos sexuales por parte de un vecino. Fue un mal
estudiante, bebía mucho, y desde la adolescencia estaba
fascinado por la muerte. En 1978, cuando tenía 18 años,
mató y desmembró a su primera víctima, un chico de 17
años. Esto coincidió con el divorcio de sus padres.
Dahmer se quedó a vivir con su padre, se alistó en el
ejército pero fue separado del servicio por abuso de
alcohol. Entró a trabajar en una fábrica de chocolates, y
en 1986 recibió una condena de un año de libertad a
prueba por haberse exhibido sexualmente ante menores de
edad varones.
Lo que sigue es un relato escalofriante de crímenes,
contra los que Dahmer siempre dijo que intentaba luchar,
pero que al fin su compulsión alimentada por fantasías
sexuales le urgía a realizar.
Dahmer parecía muy sociable a sus víctimas. Vivía en
un apartamento de Milwaukee, solo. A veces alquilaba
habitaciones baratas para llevar a sus conquistas
homosexuales (la mayoría jóvenes vagabundos sin nadie
que les echara de menos) y luego, drogadas, las llevaba a
su apartamento. Otras veces los llevaba allí directamente.
Una vez en su apartamento, tenía relaciones sexuales con
ellos, luego les daba alcohol mezclado con somníferos.
Una vez controlados les esposaba en su dormitorio, les
estrangulaba y finalmente descuartizaba sus cadáveres.
Hickey (2003, pp. 119-120) escribe lo siguiente:
Mientras algunas de sus víctimas estaban inconscientes, Dahmer
practicó agujeros en sus cráneos con el propósito de convertirles en
zombis. Él fantaseaba que entonces se convertirían en sus esclavos
sexuales y nunca le abandonarían. Dahmer también se comió a
algunas de sus víctimas (…) Imaginaba que, al comerse a sus
víctimas, éstas se convertirían en parte de él y le harían más
poderoso6. Fantaseaba al disponer los esqueletos de sus dos víctimas
favoritas con él: Dahmer se sentaba en un sillón negro, parecido al que
tenía el villano de la película La guerra de las galaxias, mientras que
detrás estaban los dos esqueletos y, encima de un estante, varias
calaveras pertenecientes a sus víctimas.

Dahmer fue apresado porque una de sus víctimas escapó


en el último momento, todavía llevando en una de sus
muñecas las esposas que el asesino intentaba ponerle.
Cuando entró la policía en su dormitorio vieron un
espectáculo inenarrable: al menos 11 calaveras lo
adornaban; tres de ellas habían sido pintadas con spray
negro y de color plata. Había una cabeza humana dentro
del refrigerador… Al día siguiente Dahmer confesó haber
matado entre 15 y 17 hombres jóvenes.
Dahmer admitía que no debería salir nunca de la cárcel,
porque estaba seguro de que volvería a matar. El 28 de
noviembre de 1994 fue asesinado por otro preso que
cumplía condena por asesinato. Sus restos fueron
incinerados, a pesar de los esfuerzos de su madre para
donar su cerebro a la ciencia.

13.3. VIOLENCIA Y CULTURA


13.3.1. La violencia en la cultura española
España ha vivido en los últimos 50 años una serie de
cambios económicos que han supuesto una importante
elevación de su nivel de vida, equiparándose al europeo.
Esta transformación económica ha conllevado un cambio
brusco del estilo de vida, una migración de los pueblos
hacia las ciudades, una ruptura con normas tradicionales,
y una fuerte influencia extranjera en su cultura y
costumbres. Se ha reducido la pobreza tradicional,
mientras otros grupos, básicamente los jóvenes, se han
encontrado con la pobreza moderna: el paro estructural y
permanente.
Esta modernización, a su vez evaluada por la mayoría
de los españoles como positiva, también supuso una
subida importante de la delincuencia. Desde el pasado
siglo se ha podido observar que aquellos países en vía de
transición y cambios sociales fuertes suelen sufrir un
incremento de la delincuencia. La vida urbana ofrece
mayor anonimato, menos control informal, más
ambiciones, frustraciones y fracasos. Un ejemplo muy
actual de la relación entre los delitos violentos y los
cambios sociales es el desarrollo producido en la Europa
Central y del Este después del derrumbamiento del
sistema socialista (véase capítulo 17). Sin embargo, en la
época de la transición española, el incremento delictivo en
España fue más notable en los delitos contra la salud
pública y contra la propiedad que en los delitos violentos
graves.
Hay países pobres que son muy violentos, por ejemplo
los centroamericanos, en contraste con otros países pobres
poco violentos, por ejemplo India. También existen países
ricos con mucha violencia (EEUU) y países ricos con
poca violencia, por ejemplo Japón o Noruega. Un análisis
profundo sobre estos temas sobrepasaría los límites de
estas páginas. Así pues, los elementos estructurales y los
cambios en la sociedad, más que el nivel de pobreza de un
país, son los que guardan mayor relación con la violencia.
Dicho esto, ¿por qué España es un país poco violento?
La relación entre el consumo de alcohol y la
delincuencia violenta está bien documentada (Collins,
1982; Snare, 1990; Walsh y Ellis, 2007). Sin embargo, a
pesar de que en España la bebida forma parte de nuestras
tradiciones no parece que produzca un número grande de
homicidios7. Quizás la clave se encuentre en la presencia
todavía notable de una red familiar de apoyo que filtra el
estrés que puede conducir al delito, así como en el estricto
control de armas de fuego existente.
Después de la guerra civil, en España el Estado se
incautó de casi todas las armas de fuego. La posesión de
armas ilegales era un delito grave, y miles de rifles y
pistolas fueron entregados o confiscados. Una generación
después de que se acabara la guerra, España era un país
con pocas armas de fuego en manos de particulares. Es
decir: en el país había muchas armas, pero en manos de
unos pocos.
Las asociaciones norteamericanas a favor del libre
acceso a las armas para cualquier ciudadano prefieren
hablar del efecto disuasivo de un arma de fuego y de su
uso para la autodefensa. Éstas insisten en que las armas
usadas en los homicidios no suelen ser armas
legítimamente adquiridas, sino armas de contrabando. Sin
embargo, las armas legítimas se roban, se desvían y se
venden en el mercado negro. La erradicación de las armas
en manos de particulares en España fue propiciada por
motivos militares. Parece lógico concluir que uno de sus
efectos puede haber sido la reducción de los conflictos
violentos en general. Por otra parte, las recientes matanzas
en Estados Unidos, en un cine de Denver, Colorado (12
víctimas) y en una escuela de Newton, en Connecticut (27
víctimas, la mayoría niños de primaria), en las cuales los
asesinos tuvieron acceso a armas conseguidas de forma
legal, no han hecho sino reavivar la polémica sobre la
relación existente entre el acceso a las armas de fuego y
los homicidios indiscriminados. El gobierno de Obama se
ha comprometido, cuando escribimos estas líneas, a
establecer controles más férreos para su adquisición.
A pesar de que está bien establecido que un mayor
número de armas de fuego implica un mayor número de
homicidios (Hepburn y Hemenway, 2004), la relación
entre armas de fuego y delitos violentos no es, sin
embargo, simple o lineal. En el cuadro 13.4 figura la
distribución de los países de acuerdo con la tenencia de
armas en la población civil. La difusión de armas de
fuego entre la población indica una mayor posibilidad de
que, en una crispación o pelea, un arma esté presente, y
que la riña acabe en un homicidio. La diferencia entre una
lesión leve y un homicidio puede ser la presencia de un
arma de fuego. Por eso, los países con un control relajado
de las armas de fuego suelen también ser los países con
las tasas más altas de delitos violentos, como en el caso de
EEUU, Centroamérica y los países de la órbita de Rusia.
Sin embargo, hay países que tienen pocos homicidios, es
el caso de Islandia o Alemania, y sin embargo las armas
de fuego son ciertamente numerosas.
Dos aspectos tendrían que considerarse para explicar
estos datos. En primer lugar, el gráfico nos dice cuántas
armas de fuego hay, pero no en qué manos están. Esto
explicaría que países como Colombia y El salvador, que
se hallan a la cabeza en el número de homicidios, tengan
muchas menos armas que otros países mucho más
pacíficos. El segundo aspecto se relaciona con la cultura
de esa nación, es decir, con el hecho psicológico de cómo
perciben los ciudadanos esas armas en su disposición a
emplearlas.
En efecto, hay que tener en cuenta que las armas son
utilizadas por las personas, y éstas pertenecen a una
cultura. En Suiza muchos hogares guardan un arma de
fuego, ya que ese país no tiene ejército, y la Constitución
obliga a la defensa y movilización popular en caso de que
la patria lo reclame. Sin embargo, Suiza tiene muy poca
delincuencia violenta. ¿Por qué? La mayoría de los
ciudadanos no se siente atemorizada; el fusil de la época
de prácticas militares no se incluye en el imaginario de la
sociedad como un instrumento necesario y que conviene
tener preparado. Esto es muy diferente de lo que sucede
en la Europa del Este o en Estados Unidos, donde la
tenencia de armas se dirige a su empleo si el poseedor lo
considera apropiado, es decir, la pistola es siempre “una
posibilidad” bien real, al alcance de la mano si las
circunstancias lo requieren.
Existe una clara asociación entre la disposición de armas de fuego y violencia
letal.

CUADRO 13.4. Las armas de fuego en el mundo.


13.4. LOS DELINCUENTES JUVENILES
VIOLENTOS
Los delitos violentos ocurren generalmente en las
grandes ciudades, en zonas caracterizadas por bajos
ingresos, desorganización social, concentración de
minorías raciales, bajo nivel educativo, desempleo, casas
de alquiler y hacinamiento (Walhs y Ellis, 2007); la
mayor parte —casi el 50%— de los robos envuelven a
coautores jóvenes mientras que las violaciones y los
asaltos son generalmente realizados por criminales en
solitario. Se acepta, por lo tanto, que una gran proporción
de delitos ocurre entre la gente joven.
Los jóvenes son responsables de un buen número de
arrestos por actos violentos, pero solo unos pocos son
detenidos en su adolescencia por un delito violento
(Lösel, 1994). La investigación hoy en día clásica de
Hamparian (1987) confirma este hecho. La autora analizó
los datos del estudio sobre jóvenes arrestados, al menos
una vez, por delitos violentos, de la cohorte nacida entre
1956 y 1960 (un total de 1.222 sujetos). Iniciada en 1976
y con un seguimiento hasta 1984, la investigación
contempló la transición hasta los primeros años de vida
adulta (de 23 a 27 años), concluyendo que el grupo de
jóvenes delincuentes violentos y crónicos (más de cuatro
detenciones, generalmente por delitos contra la
propiedad), suponía una pequeña fracción del total de
jóvenes, pero era responsable de la mayoría de los
arrestos. En líneas generales, estos jóvenes no
evolucionaron desde delitos menos graves a más graves y
tampoco se especializaron en el tipo de delitos cometidos:
en realidad solo un pequeño porcentaje reincidió en la
comisión de nuevos delitos violentos (un 8.1% de la
muestra). Por lo tanto, los resultados indicaron que no
todos los delincuentes juveniles violentos tenían la misma
probabilidad de transición al sistema de justicia criminal
adulto (un 59.1% de la cohorte); dicha probabilidad se
incrementaba en la medida que confluían las siguientes
variables: ser hombre, primera detención a la edad de 12
años o menor, ser de nuevo detnido a los 16 o 17 años,
haber sido delincuente juvenil crónico y violento, y haber
sido institucionalizado (ver también capítulo 11 sobre las
carreras delictivas).
Los datos más recientes, provenientes de estudios
longitudinales como el Estudio Cambridge liderado por
David Farrington (en el que 411 sujetos fueron seguidos
desde los ocho años hasta, por ahora, ¡los 48 años!), y el
estudio Pittsburgh, en el que 1.500 niños son evaluados
prospectivamente desde los siete hasta los treinta años,
confirman estos datos más antiguos. Así, Farrington
(2010) ha destacado los factores de riesgo más
importantes, evaluados cuando los niños tenían entre los
ocho y los diez años, para predecir la delincuencia juvenil
violenta en el periodo de edad entre los 10 y los 20 años,
de acuerdo con los resultados obtenidos en el Estudio
Cambridge. Por delitos violentos consideró los
homicidios, agresiones sexuales, delitos de lesiones
graves y robos con violencia. Algunos de los predictores
más sobresalientes aparecen en el cuadro 13.5.
CUADRO 13.5. Predicción de la violencia en el Cambridge Study.
PREDICTORES A LA EDAD DE 8-10 AÑOS OR**
CONDUCTUALES
Deshonesto 4.8*
Conducta disruptiva 2.4*
Difícil de disciplinar 3.1*
INDIVIDUALES
Temerario 4.4*
Pobre concentración 2.9*
Nervioso 0.7
Pocos amigos 0.5
No popular 1.8
Bajo CI no verbal 3.0*
Bajo CI verbal 1.4
Pobre rendimiento escolar 2.1*
FAMILIA
Padre con antecedentes penales 3.1*
Hermano delincuente 3.0*
Disciplina severa 3.4*
Supervisión deficiente 3.6*
Hogar roto 3.7*
Mala relación entre los padres 2.8*
Familia Numerosa 2.5*
Madre muy joven 1.4
DATOS SOCIOECONÓMICOS
Bajo Nivel SE 1.5
Bajos ingresos familiares 2.7*
Vivienda deficiente 2.1*

**Valores de Odds Ratio (OR) o número de veces que los niños que
presentaban el factor tenían mayor probabilidad de cometer un delito violento
en comparación con los que no lo presentaban, cuando tenían una edad
situada entre los 10 y los 20 años. El * indica que la diferencia es
estadísticamente significativa.

Estos predictores son bien reveladores de las áreas


deficitarias que albergan importantes factores de riesgo,
tanto desde el individuo, como de su ambiente más
inmediato. Una familia deficiente y unas condiciones
económicas precarias parecen sumarse para aumentar la
vulnerabilidad frente al delito de un sujeto con lagunas
cognitivas, emocionales y de conducta.
De nuevo esto parece confirmarse si atendemos a la
carrera delictiva de los jóvenes que resultan condenados
por cometer un homicidio. Farrington, Loeber y Berg
(2012), empleando datos del estudio longitudinal de
Pittsburgh (Pittsburgh Youth Study), concluyeron que
variables ambientales socioeconómicas como pertenecer a
un hogar roto, tener una madre muy joven, crecer en un
barrio desestructurado o ser auxiliado por la asistencia
social, predecían de modo significativo la comisión del
homicidio juvenil en 38 jóvenes de edades comprendidas
entre los 15 y los 29 años. Junto a estos factores, otros de
tipo conductual fueron igualmente relevantes en esa
predicción: los más importantes fueron ser expulsado de
la escuela, mostrar actitudes antisociales y presentar un
diagnóstico de “trastorno de conducta”. Finalmente, en
términos de actividad delictiva, la comisión de delitos con
anterioridad se relacionó fuertemente con el homicidio, y
en especial la delincuencia de tipo violento, ya que hasta
el 95% de los jóvenes homicidas tenían registros
anteriores de delincuencia violenta, particularmente de
agresiones y de portar un arma (no obstante, también la
delincuencia contra la propiedad y la venta de drogas se
relacionaron con estos antecedentes).
Ahora bien, los autores nos advierten de un problema
usual con la predicción de hechos tan poco frecuentes
como el homicidio a manos de jóvenes: aunque se
observó que existía una relación entre el número de
factores de riesgo que presentaba el sujeto y la
probabilidad de cometer un homicidio, el número de
falsos positivos era extraordinariamente elevado (92%).
La conclusión a extraer de esto es que deberíamos
promover políticas preventivas de amplio espectro de la
delincuencia y la violencia, en la seguridad de que el
homicidio también podrá ser reducido, dado que el
homicidio juvenil no es sino una manifestación más de la
delincuencia violenta.

13.4.1. “Grupos Desviados de Jóvenes” o Bandas


Juveniles
El término “banda juvenil” tiene una denotación de
grupo sólido, bien estructurado, preparado para delinquir.
Sería casi lo que en inglés se denomina “gang” en Estados
Unidos, pero lo cierto es que muchas veces tal estructura
es mucho más endeble, razón por la cual en Europa,
recientemente, los investigadores prefieren emplear la
expresión “Grupo de jóvenes desviados” para referirse a
aquellos grupos de chicos que: a) se mantiene nal menos
por tres meses; b) realizan actos delictivos aceptados por
el grupo; c) pasan mucho tiempo en la calle, y d) dicho
grupo se considera a sí mismo una “banda”.
Precisamente este fue la definición que adoptó la
investigación realizada en la segunda fase del
“International Self-Report Delinquency Study” (ISDS), el
cual, entre noviembre de 2005 y febrero de 2007, analizó
las respuestas autoinformadas de más de 40.000 jóvenes
de entre 12 y 15 años de edad que vivían en ciudades de
tamaño medio o grande en un total de 30 países
industrializados (Gatti, Haymoz y Schadee, 2011).
Un estudio de esta naturaleza es muy importante, puesto
que uno de los predictores más importantes de la
delincuencia juvenil es la pertenencia a un grupo
antisocial o banda juvenil (Gatti et al., 2011). En torno al
4,4 por ciento de los 40.678 jóvenes evaluados por el
ISDS cumplieron los requisitos mencionados (N= 1.720),
encuadrándose por consiguiente en la siguiente
definición: “un grupo estable compuesto por jóvenes que
realizan muchas actividades en la calle y cuya identidad
incluye la realización de delitos”.
La tasa de prevalencia en porcentajes de pertenencia a
un grupo desviado fue de 5,9% para los chicos y de 3,0%
para las chicas. En términos de inmigración, los nativos
del país tuvieron una tasa de 4,0%, la primera generación
de inmigrantes de 4,8% y la segunda generación de 5,8%,
respectivamente.
Por países, la tasa de prevalencia (en porcentajes) más
elevada de existencia de grupos desviados correspondió a
Irlanda (16,8%), mientras que la menor correspondió a
Islandia (0,7%). España y Portugal, con una tasa de 2,4%
estaban entre los países con menor presencia de grupos
desviados juveniles de los 30 países, y definitivamente de
Europa, ya que solo Bosnia, Lituania y Finlandia
obtuvieron tasas más bajas en el continente.
La importancia de la pertenencia al grupo desviado en
relación con la delincuencia quedó manifiesta cuando se
compararon los jóvenes que formaban parte de estos
grupos con los que declararon no pertenecer a los
mismos: el 71,5% de los primeros cometieron uno o más
delitos, el 57,3% uno o más delitos violentos, y un 36,8%
realizaron tres o más delitos de tipología diferente.
Además, el 63,1% de estos jóvenes informaron beber
alcohol, y un 20,6% consumir marihuana. Los valores
correspondientes a estas variables de los jóvenes que no
pertenecían a grupos delincuentes fueron los siguientes:
20% (delincuencia); 14,5% (delincuencia violenta); 3,6%
(tres o más delitos); 26% (consumo de alcohol) y 2,9%
(consumo de marihuana). En términos de probabilidad,
tales valores significan que los jóvenes integrados en
bandas tienen una probabilidad nueve veces mayor de
implicarse en actividades delictivas, siete veces mayor de
hacerlo en delitos violentos y trece veces mayor de
cometer una tipología variada de tres o más delitos (Gatt
et al., 2011).
Una conclusión importante de los autores fue que ese
efecto facilitador de la delincuencia general, la
delincuencia violenta y la versatilidad delictiva se observó
de forma generalizada en los países evaluados. Ahora
bien, dado que el estudio fue de corte transversal y no
longitudinal, no se puede deducir de los datos que la
inclusión en un grupo desviado precede a la delincuencia
(el llamado proceso o modelo de facilitación); bien
pudiera ser al revés, es decir, que los jóvenes ya proclives
al delito (por cualquier razón) son igualmente más
tendentes a asociarse con otros para constituir un grupo
desviado (esto se llama modelo de selección). A pesar de
esto, Gatti et al. (2011) señalan que, basándose en la
investigación longitudinal existente, es muy probable que
ambos procesos —la facilitación y la selección— se vean
implicados en este fenómeno, con un mayor peso quizás
del modelo de la facilitación.

13.4.2. Las bandas juveniles en España


En el año 2006 se realizó un informe elaborado por los
servicios de información del Cuerpo Nacional de Policía
sobre las bandas latinas, donde se revisaba su situación en
España. El informe de la policía reveló que los Latin
Kings, la banda con mayor presencia entre nosotros, es
“una de las organizaciones con mayor implantación
internacional en países como EEUU y Ecuador, con miles
de individuos integrados”. Creada inicialmente “como
una hermandad de apoyo a los latinos para su protección
frente a agresiones de otras bandas, ha derivado con el
paso del tiempo en una organización criminal, como un
grupo clandestino, poderoso y altamente jerarquizado y de
estructura de mando piramidal”. Surgen los Latin Kings
con la profunda inmigración acaecida en los últimos años
en España. Sus miembros se unen para tener un sentido de
pertenencia a sus costumbres y cultura, y “para reafirmar
su personalidad y reconocimiento al margen del éxito
académico o laboral”8. Los Latin Kings tienen sus propias
leyes, su Constitución o Biblia, que hay que conocer y
acatar perfectamente para progresar en su jerarquía.
Según el informe de la policía, se trata de normas que
reflejan “un sentimiento claramente racista, machista y
xenófobo hacia todo lo que no sea latino”, con constantes
alusiones “a la falta de respeto de la sociedad” hacia ellos
y que “predispone a los miembros hacia una indisciplina
hacia las normas sociales y a un respeto total a la Biblia”.
Los Latin Kings proceden de Estados Unidos, donde
nacieron en el decenio de 1940, primero para afirmar la
identidad y el territorio de los inmigrantes
hispanohablantes en aquél país, y luego como vehículo
casi necesario para desarrollar el crimen organizado
(drogas) tan extraordinariamente lucrativo que se iba a
cernir sobre las grandes ciudades en el último tercio del
pasado siglo. De este modo, como ocurre con las bandas o
‘maras’ de Centroamérica, los Latin Kings y bandas
rivales (los Ñetas sobre todo), cumplen dos funciones
esenciales. La primera es proporcionar un sentido de
pertenencia, de ‘calor de hogar’, un refugio para jóvenes
desheredados, débiles de carácter o simplemente ávidos
de practicar una violencia en la que se reconocen y que
aceptan sin tapujos. La segunda es crear una organización
criminal que asegure el resultado de sus actos antisociales.
Gracias a la primera función —la de ser un sucedáneo de
familia— pueden nutrir sus filas sin sentir de modo crítico
el menoscabo del hostigamiento policial o la acción de la
justicia.
La policía ha descabezado en los últimos años a una
parte de la cúpula de los Latin Kings en España, si bien
esta “organización criminal” mantiene aún “activos y
operativos” en Madrid “a unos 100” de los 400 miembros
que ha llegado a tener desde que se creó en el año 2000.
El documento califica a los Latin Kings de “banda muy
peligrosa de matones”. La mitad de sus miembros son
menores y podrían ser utilizados por la delincuencia
organizada como sicarios, advierte la policía.
El informe de la policía señala: “Hasta el momento, las
acciones de esta banda se han centrado en agresiones a
miembros de bandas rivales, con dos muertes, y a robos
con violencia, pero no se descarta que en un futuro
puedan ampliar su actividad al control de tráfico de
drogas, la prostitución, la extorsión y el atraco”.
Los Latin Kings se asientan sobre todo en Madrid y
Barcelona, aunque disponen de “delegaciones” en Murcia,
Alicante y Torrevieja, entre otras ciudades. El nombre
internacional de los Latin Kings es Almimighty Latin
King and Queens Nation (Nación Todopoderosa de Reyes
y Reinas Latinos). Las otras bandas que operan en España
son los Ñetas, los Latinos de Fuego, los Dominican Don’t
Play y los Dark Latin Globbers, que tienen una estructura
similar a los Latin Kings, aunque menos desarrollada. La
procedencia mayoritaria de los pandilleros es Ecuador
(65,5%), seguido de República Dominicana y Colombia.
El 46% de los detenidos en 2005 era menor de 18 años.
La máxima de la banda, que ofrece “protección a sus
miembros”, es que “se entra pero no se sale”. Sus
miembros juran obedecer una férrea disciplina y una
obediencia ciega a sus líderes, y tienen la misión de captar
adeptos. Los líderes hacen una importante labor de
captación entre jóvenes inmigrantes, a los que se les
convence de la necesidad de que estén protegidos de
miembros de bandas rivales. En ocasiones los líderes les
incitan a fugarse de casa para ser adoptados por la
organización (de Blas, 2006).
Al principio se les prohíbe fumar, faltar a clase o
drogarse, y los nuevos miembros pronto son animados a
pelear con miembros de bandas rivales. Con el tiempo, sin
embargo, es habitual el consumo de drogas entre los
miembros de la banda, lo que facilita la obediencia a la
jerarquía y la incitación a los actos violentos (de Blas,
2006). Si incumplen las normas son sometidos a un trato
muy duro, que incluye humillaciones, palizas y ejercicios
extenuantes. De estos castigos solo se puede salir
escalando puestos en la jerarquía, donde se tiene el
privilegio de castigar a otros. Precisamente, los delitos
más frecuentes de estas bandas latinas son las peleas con
las bandas rivales, por cuestiones de dominio en sus
“territorios”. También son notables los robos y actos de
violencia en que participan como consecuencia de los
ritos de iniciación a los que son sometidos los aspirantes.
Los robos y hurtos también provienen de la necesidad que
tienen los miembros de aportar un dinero para el
mantenimiento de la banda (de Blas, 2006).
La estructura de la banda está formada por los llamados
“capítulos” o grupos de unos 20 miembros en cada barrio,
y el “reino” o conjunto de capítulos. Las chicas ocupan
un lugar secundario, y en ocasiones jóvenes españolas se
integran como compañeras de los miembros de la banda.
Existe una versión femenina de los Latin Kings, llamada
las Latin Queens.
En esta relación de bandas no podemos olvidar a las
formadas generalmente por españoles, encuadrados en
grupos de extrema derecha y extrema izquierda
(skinheads, grupos Okupa y movimientos antisistema).
Los primeros son xenófobos, han protagonizado delitos
violentos e incluso homicidios en los últimos años, y
buscan pelea con los segundos, aunque también se dejan
sentir en los estadios de fútbol con sus cantos racistas y
agresiones ocasionales a miembros de clubes rivales. Los
grupos de extrema izquierda se dedican a destruir el
mobiliario urbano y a saquear las tiendas cada vez que
tienen oportunidad como consecuencia de actos de
concentración masivos, donde ven en el anonimato una
forma de delinquir impunemente.

13.4.3. Un futuro incierto


¿Qué podemos concluir de lo anterior? La delincuencia
violenta en España parece ser más moderada que en la
mayoría de los países europeos. El número de homicidios
por cada cien mil habitantes es más bajo que, por ejemplo,
en Suecia. La fuerte transición de la sociedad española
durante la última generación se ha hecho notar más en una
subida de los delitos contra la propiedad que en los delitos
contra las personas y contra la libertad sexual. En este
capítulo se exponen algunos rasgos de la cultura española
que tal vez han contribuido a mantener una sociedad
básicamente pacífica durante las dos últimas
generaciones.
La violencia está vinculada a la cultura en general.
Teniendo una cultura poco violenta, la estrategia para
evitar un empeoramiento en el futuro sería la defensiva,
evitar que las particularidades culturales españolas no
desaparezcan por el deseo de imitar a los demás. La falta
de integración de los jóvenes en la sociedad española
puede ser la tendencia más preocupante. Hasta ahora, los
padres han evitado su marginación y expulsión social a
pesar de que cientos de miles de jóvenes se encuentran sin
trabajo. ¿Qué pasará si una gran parte de esta generación
se queda sin trabajo para toda la vida? ¿En qué tipo de
familia van a criarse sus hijos? ¿Qué tipo de crispaciones
existirán entre los privilegiados con su trabajo y la parte
de la población que carece de utilidad en la sociedad
postindustrial? España es uno de los países de Europa con
más jóvenes de 18 a 24 años que ni estudian ni trabajan.
Con un 23,1% en 2011, es el quinto país del continente
con el porcentaje más alto: solo la superan Bulgaria,
Grecia, Italia e Irlanda, mientras que la media europea es
16,7%, según los datos de la oficina estadística de la UE
(Eurostat)9. Estas cifras suponen una clara llamada de
atención al futuro de la política criminal de estos países.
Un control estricto de las armas, especialmente el
mercado de armas de contrabando, y una política más
consciente sobre el consumo de alcohol entre los jóvenes,
son medidas claramente recomendables. Sin embargo, la
clave para evitar un desarrollo violento está en medidas
laborales que eviten la marginación permanente de una
gran parte de la población. Las sociedades con gran
crispación entre pobres y ricos o entre etnias enfrentadas
son las más violentas.

13.5. UN CASO PECULIAR DE


DELINCUENCIA VIOLENTA: LA
PSICOPATÍA
La psicopatía se estudia en este libro en este capítulo y
el siguiente. En este, entramos en sus orígenes
diagnósticos y pergeñamos diversas hipótesis
explicativas. En el siguiente nos centraremos en la
relación existente con el Trastorno Antisocial de la
Personalidad (TAP) y el abuso del alcohol y las drogas
En los estudios criminológicos aparecen reflejados,
prácticamente desde siempre, determinados delincuentes
que disponen de una gran capacidad de agresión, tanto en
un sentido físico como en el trato personal, que se torna
hostil y manipulador. Cuando nos encontramos con
sujetos (que pueden ser o no delincuentes) que son
responsables de agresiones sistemáticas, en muchas
ocasiones con grave daño para sus víctimas, y que se
caracterizan por ser crueles, impulsivos, ávidos de
excitación permanente, irresponsables y sin una vida
emocional real, sin la existencia de síntomas
característicos de la enfermedad mental, podemos
hallarnos en presencia de una psicopatía. Un apartado de
este tema se ocupa de este asunto, apuntando como tesis
fundamental que el psicópata puede estar mostrando una
adicción a la violencia. Finalmente nos centramos en la
psicopatía juvenil, y exploramos la posibilidad de que
exista una psicopatía primaria y otra secundaria.

13.5.1. El delincuente psicópata


En 1835, el psiquiatra J.C. Prichard definió el concepto
de “locura moral” (moral insanity), de la siguiente forma:
“Los principios activos y morales de la mente se han
depravado o pervertido en gran medida; el poder de
autogobierno se ha perdido o ha resultado muy dañado, y
el individuo es incapaz, no de razonar a propósito de
cualquier asunto que se le proponga, sino de comportarse
con decencia y propiedad en la vida” (citado por Lykken,
1984: 165).
La misma idea parece resumirse en el concepto de
“manie sans délire”, propuesto por Phillipe Pinel en 1812,
o puede atribuirse a los sujetos definidos, ese mismo año,
por el psiquiatra norteamericano Benjamin Rush como
disponiendo de una “depravación moral innata”. A finales
de ese siglo, los grandes psiquiatras germanos, vinieron a
sistematizar un conjunto de personas extravagantes, de
conducta perversa y en ocasiones antisocial, pero no
alejada del contacto con la realidad, con el rótulo de
“inferioridades psicopáticas”, debido a Koch. En las
sucesivas ediciones del clásico de Emil Kraepelin
“Psiquiatría”, aparecido por vez primera en 1883, estos
términos fueron respetados, pero ya en la séptima edición
(1903) este autor introdujo el término que todavía hoy se
conserva: personalidad psicopática.
Sin embargo, otro autor importante, Kurt Schneider, en
su influyente libro “La personalidad psicopática”,
publicado por vez primera en 1923, separaba el término
psicopatía de la delincuencia (es decir, un sujeto con
psicopatía no tenía necesariamente que ser delincuente),
huyendo de la definición sociológica funcional de sus
colegas anteriores. Todo lo contrario de G. E. Partridge,
quien empleó la expresión personalidad sociopática para
designar, precisamente, la incapacidad o falta de voluntad
de estos sujetos para sujetarse a las leyes de la sociedad.
Tuvo éxito el nuevo término de Partridge, ya que fue
adoptado por la Sociedad Psiquiátrica Americana en la
primera edición del Manual diagnóstico y estadístico de
los trastornos mentales (DSM-I), perdurando en la edición
de 1980, año en el que el DSM-III emplea el término de
“personalidad antisocial” para referirse al psicópata, esta
vez cerca del concepto originalmente empleado por
Prichard. Las posteriores ediciones del DSM-IIIR y el
actual DSM-IV siguen respetando el término “trastorno
antisocial de la personalidad”, si bien esta última edición
incluye, de modo consultivo, las características de la
psicopatía debidas a la obra de Cleckley (1976) y de Hare
(1991,2003), quienes explícitamente asientan la fuerza de
la definición en una serie de rasgos de personalidad,
asegurando que la definición de trastorno antisocial de la
personalidad, al poner el énfasis en los aspectos
conductuales antisociales, en la práctica lo que consigue
es incluir a los delincuentes comunes reincidentes, con un
historial delictivo largo, pero prescinde de muchos sujetos
realmente psicópatas que no mostrarían esa actividad tan
marcadamente antisocial.
Los rasgos que describió Cleckley, origen de la obra de
Hare, son los siguientes:
1. Inexistencia de alucinaciones o de otras
manifestaciones de pensamiento irracional.
2. Ausencia de nerviosismo o de manifestaciones
neuróticas.
3. Encanto externo y notable inteligencia.
4. Egocentrismo patológico e incapacidad de amar.
5. Gran pobreza de reacciones afectivas básicas.
6. Sexualidad impersonal, trivial y poco integrada.
7. Falta de sentimientos de culpa y vergüenza.
8. Indigno de confianza.
9. Mentiras e insinceridad.
10. Pérdida específica de intuición.
11. Incapacidad para seguir cualquier plan de vida.
12. Conducta antisocial sin aparente remordimiento.
13. Amenazas de suicidio raramente cumplidas.
14. Razonamiento insuficiente o falta de capacidad para
aprender de la experiencia vivida.
15. Irresponsabilidad en las relaciones interpersonales.
16. Comportamiento fantástico y abuso del alcohol.
Robert Hare crea en 1991 el Psychopathy Checklist
Revised (PCL-R), una escala de estimación de 20 ítems
que deviene el instrumento más empleado en el mundo,
así como el más fiable y válido, en la valoración de la
psicopatía (Hare y Newman, 2008). Esta prueba consta de
dos factores. El factor I se corresponde con las
dimensiones de personalidad estudiadas por Cleckley,
núcleo del trastorno, mientras que el factor II abarca los
aspectos relacionados con la impulsividad y la conducta
antisocial. En España, los profesores Torrubia y Moltó
han adaptado la escala de Hare empleando muestras de
presos de Barcelona y Castellón (Moltó, Poy y Torrubia,
2000), confirmando la validez de la prueba. Los ítems
aparecen en el cuadro 13.6.
CUADRO 13.6. Ítems en el PCL-R de Hare
Factor I: personalidad II: desviación social
Necesidad de estimulación
Locuacidad/Encanto superficial 3.
1. Estilo de vida parásito
Grandioso sentido de autovalía 9.
2. Escaso autocontrol
Mentira patológica 10.
4. Precocidad en mala conducta
Manipulador 12.
5. Sin metas realistas
Falta de remordimiento/culpa 13.
6. Impulsividad
Afecto superficial 14.
7. Irresponsabilidad
Crueldad/falta de empatía 15.
8. Delincuencia juvenil
No acepta la responsabilidad de sus 18.
16. Revocación de la libertad
actos 19.
condicional
Ítemes adicionales, que no pertenecen a los factores
11. Conducta sexual promiscua
17. Muchas relaciones maritales breves
20. Versatilidad delictiva
Fuente: R. Hare (1991; 2003), The Hare Psychopathy Checklist Revised.
Toronto: Ontario, Multi-Health Systems.

En la actualización de la PCL-R (Hare, 2003), estos dos


factores se subdividen a su vez en otros dos, o si se
quiere, cada uno de ellos engloba dos facetas: el factor I
se compone de la faceta Afectiva y la Interpersonal,
mientras que el factor II incluye las facetas Impulsividad
y Conducta Antisocial. No obstante, Hare insiste
repetidamente en que existe un síndrome aglutinador de
todas ellas, o si se quiere un constructo que corresponde a
una entidad única, y ese es el síndrome o la personalidad
psicopática (Hare y Newman, 2008, 2010).
Un hecho que singulariza de manera importante a este
grupo de sujetos es su cualidad emocional. Aquí solo
podemos anotar la idea esencial, muy bien reflejada por
Meloy (1988) utilizando la analogía de los estados
reptilianos10. Su fundamento es que los mamíferos, a
través del sistema límbico (un grupo diverso de
estructuras cerebrales, como el hipocampo y la amígdala,
ubicado en el telencéfalo) tienen la capacidad de
relacionarse entre sí de manera significativa, “emotiva”,
haciendo de la vida afectiva consciente un aspecto
singular en sus pautas de crianza e interacción diarias. Los
reptiles, a diferencia de los mamíferos, no cuentan con un
sistema parecido, estando ausente de su cerebro la
respuesta emotiva hacia sus crías, así como la conducta de
acumular para hacer frente a períodos de escasez y la
conducta social.
Estos tres aspectos son bien característicos de los
mamíferos. En primer lugar, almacenar implica la
capacidad de proyectar en el futuro, y anticipar
consecuencias aversivas. El psicópata anticipa de forma
deficiente las situaciones aversivas, como ha enseñado la
biología (ver capítulo 7). En segundo lugar, el impulso
paterno de los mamíferos, desconocido en la mayoría de
los reptiles, nos recuerda esta ausencia de cuidado hacia la
prole típico de los psicópatas, así como la historia de
abuso en muchas de sus biografías. Finalmente, los
psicópatas “comparten con los reptiles la incapacidad para
socializar de un modo afectivo y genuinamente
expresivo” (Meloy, 1988: 68), recordándonos la
proverbial ausencia de empatía y de vínculos
significativos en aquellos sujetos.
Meloy asegura: “Aunque no existe una investigación
neuroanatómica o neurofisiologíca que apoye una
correlación entre la conducta psicopática y la prevalencia
funcional del cerebrotipo reptiliano, los paralelismos
conceptuales son chocantes. Formularé la hipótesis de
que el término estado reptiliano describe la psicobiología
funcional de ciertos caracteres psicopáticos primarios”
(1988: 69).
Los procesos psicopáticos permiten la experiencia
consciente de la emoción, pero tal emoción se estructura
en relación al propio yo, es decir, como una extensión del
sentimiento grandioso del yo del sujeto (lo cual nos
recuerda el marcado carácter narcisista que el autor
confiere a la psicopatía).

13.5.2. Los dominios del psicópata


La asociación entre la psicopatía y el delito y la
violencia se conoce desde hace 200 años, ya que fueron
los alienistas (médicos de enfermos mentales) que tenían
que informar a los tribunales los que primero describieron
los síntomas de este síndrome. En la actualidad existe una
investigación amplia y sólida (incluyendo varios meta-
análisis) que confirma la personalidad psicopática como
un predictor significativo de la violencia y la delincuencia
graves (Leistico et al., 2008; Yang y Wong, 2010).
Pero si bien pocos discuten que los síntomas de la
psicopatía están vinculados al crimen, existe no obstante
una confusión acerca del nombre. ¿Es lo mismo el
trastorno antisocial de la personalidad que la psicopatía, o
que la sociopatía? Mientras que algunos autores se
esfuerzan por diferenciar estos conceptos, Hart y Cook
(2012) afirman que tales términos no son sino diferentes
formas de referirse a lo mismo, “el resultado de confundir
lo que está siendo medido (es decir, un concepto con
aspectos centrales que lo definen) con el modo de llevar a
cabo esa medición (es decir, una operación o método
basado en unos criterios específicos de identificación). En
otras palabras, un conjunto de criterios diagnósticos para
un trastorno mental no es lo mismo que la definición de
ese trastorno, al igual que un mapa no es la misma cosa
que el terreno que representa” (p. 498).
Un paso adelante importante en la explicación del
constructo y sus características patológicas lo han dado
recientemente Cook et al. (2012; Hart y Cook, 2012) con
su creación de un mapa conceptual —denominado La
Evaluación Comprensiva de la Personalidad Psicopática
— de los principales rasgos del psicópata sobre la base de
la revisión de la literatura especializada. De acuerdo a
dicho mapa, la personalidad psicopática comprende seis
ámbitos o dominios de síntomas, que pasamos a describir.
1. El ámbito del apego: refleja los vínculos del sujeto en
sus relaciones interpersonales e incluye los siguientes
síntomas: desapego, no comprometido, desatento y
con falta de empatía por los otros.
2. El ámbito del comportamiento: se refiere a la
organización de actividades orientadas a una meta y
aglutina los siguientes síntomas: falta de
perseverancia, temeridad, poco fiable, inquieto y
agresivo.
3. El ámbito cognitivo: refiere la organización de las
actividades mentales y recoge los siguientes síntomas:
intolerancia, suspicacia, inflexibilidad y falta de
planificación y concentración.
4. El ámbito de la dominancia: refleja el estatus en las
relaciones personales e incluye los siguientes
síntomas: antagonismo, dominador, arrogancia,
falsedad, manipulación y deshonestidad.
5. El ámbito de las emociones: muestra la experiencia y
expresión de los afectos y comprendía los siguientes
síntomas: falta de ansiedad, de sentimiento de culpa,
de sentimiento de placer, de profundidad emocional y
ausencia de estabilidad emocional.
6. El ámbito del autodominio: refleja la organización del
autoconcepto y las relaciones de uno mismo con los
demás e incluye los siguientes síntomas:
egocentrismo, justifica sus acciones, sentimiento de
grandiosidad y de sentirse invulnerable, especial,
único y con privilegios a hacer cosas que otros no
tienen.
La investigación acumulada hasta la fecha con este
mapa conceptual —que ha sido trasladado a diferentes
lenguas— señala que los síntomas o rasgos que presenta
son relativamente estables tanto en hombres com en
mujeres de diferentes culturas, lo que avala su utilidad
como instrumento de investigación y de explicación de la
psicopatía. Sin embargo, la prevalencia de las mujeres es
inferior a la de los hombres: tres a uno, del mismo modo
que en diferentes culturas la prevalencia de estos rasgos
de la psicopatía también parece diferir, sin que se sepa
muy bien la causa de esto.
Los síntomas de la psicopatía, en general, se ha
observado que tienen una aparición espontánea en algún
momento entre la infancia (6-11 años) y la adolescencia
tardía o primera edad adulta, en torno a los 16-20 años.
Los síntomas más habituales en la infancia son los
problemas de conducta, y en realidad el DSM-IV exige
actualmente que el adulto diagnosticado con trastorno
antisocial de la personalidad haya presentado antes de los
15 años evidencias de un trastorno disocial, que no es sino
una etiqueta que se otorga a los niños que plantean
numerosos problemas de desafío, agresividad y rebelión
ante las normas. En el periodo de vida entre la edad adulta
media y madura, el curso de esta personalidad es estable,
aunque los síntomas fluctúan con respecto a su disfunción
o intensidad; pero es un hecho que hay un riesgo durante
toda la vida adulta del individuo de desarrollar otros tipos
de trastornos y en presentar mayores tasas de
fallecimiento.
Existe una relación entre el uso de criterios más estrictos
para evaluar la psicopatía y el hallazgo de resultados más
sólidos con respecto a la etiología de los síntomas. Por
ejemplo, comparados con los delincuentes que se ajustan
a los criterios del DSM-IV para la psicopatía (es decir,
que cumplen los criterios para el trastorno antisocial de la
personalidad), los que son evaluados mediante los
criterios más exigentes de la PCL-R muestran una
reducción del volumen de la materia gris en áreas del
cerebro asociadas con la empatía, el razonamiento moral,
y el procesamiento de emociones morales como la culpa y
la turbación (embarrassment), según se puso de relieve en
una investigación realizada con resognancia magnética
funcional (Gregory et al., 2012).

13.5.3. Psicópatas: ¿agresores únicos?


El coronel Russell Williams, jefe de la base de la OTAN en Trento (Canadá),
es el militar de mayor graduación de la historia que se convirtió en un asesino
en serie. Como final de una carrera de actos de fetichismo y violaciones,
acabó torturando y asesinando a dos mujeres en el decenio pasado. Un
perfecto psicópata integrado.

¿Son los psicópatas delincuentes cualitativamente


diferentes del resto? Su conducta asusta porque es muchas
veces inexplicable, sin beneficio aparente; desconcertante
porque ofende las convenciones más básicas de la
relación interpersonal. Cuando Ted Bundy —uno de los
mayores psicópatas del siglo XX— señalaba que, en el
momento en que cometía cada violación, sentía que
poseía a la víctima “como uno podría poseer una maceta,
un cuadro o un Porsche”, parece ir más allá de los
sentimientos que conocemos, precisamente porque revela
una ausencia absoluta de los mismos. Es el desprecio
definitivo y último a la víctima: ni siquiera se esgrime el
odio ciego, detonado por un deseo de venganza
provocado por una humillación, ya sea ésta real o
imaginaria. La víctima no existe como persona, es un
mero objeto. En este sentido es en el que decimos que los
psicópatas difieren de los delincuentes comunes.
Ahora bien, es nuestra tesis que tales procesos de
razonar y sentir no son sino el extremo de un continuo
que ya opera en la generalidad de los delincuentes
habituales. Éstos, cuando agreden a alguien, amenazando
su integridad física o psicológica, robándole sus
pertenencias o invadiendo su morada, están, de facto,
sometiendo a la víctima a una humillación, están
empleando motivos que precisarán de racionalización
exculpatoria, antes y después de la comisión del delito. La
diferenciación entre unos y otros es un problema, a
nuestro modo de ver, de límites, de extensión, de
frecuencia y profundidad en la intrusión en la vida de sus
semejantes: solo unos pocos parecen poder acercarse al
terreno de lo grotesco por la misma violencia que
encierra, por el desprecio absoluto de toda ley, humana o
divina. El delincuente común ha de pelear con sus
escrúpulos, con su conciencia, aun cuando esa pelea haya
perdido mucha de su virulencia inicial por la habituación
de las transgresiones. El psicópata, en cambio, no puede
acceder al mundo de los actos morales, de lo justo e
injusto; sencillamente, porque no tiene el bagaje cognitivo
y —fundamentalmente— emocional para hacerlo. Por
ello, no precisa emplear distorsiones o racionalizaciones
para justificar los delitos; si las emplea es para mejorar su
imagen ante los demás, no porque las necesite para
proteger su autoestima.
En un ensayo de un filósofo español (Bilbeny, 1993) se
califica al psicópata, homologado con el genocida, como
un idiota moral. Su perversidad, dice él, no es buscada
deliberadamente, ya que esto implicaría todavía el
esfuerzo por vulnerar una conciencia, unos escrúpulos
morales, sino que es el resultado directo de una
incapacidad para sentir la vinculación moral con ser
alguno de la sociedad.
Estamos de acuerdo con esta tesis, con tal de que
hagamos dos precisiones. En primer lugar, no se trata de
que el psicópata no pueda contemplar intelectualmente el
problema moral que suscita su comportamiento, sino que,
literalmente, éste es un asunto que le trae sin cuidado. La
idiocia moral lo es, no por falta de empatía cognitiva —el
psicópata sí puede comprender el punto de vista de las
otras personas— sino por incapacidad de asumir que lo
que le sucede al otro es algo importante para él; se
trataría, entonces, de una falta de empatía emocional. En
cualquier caso, entendemos que el psicópata no recurra
usualmente a ponerse en el punto de vista de las otras
personas, siquiera en ese plano exclusivamente cognitivo
—en cuanto significa una realidad compartida menos
profunda—, ya que ello supondría un ejercicio molesto
para su estilo de vida egocéntrico.
Una segunda puntualización que sería importante
introducir se refiere a los posibilitadores psicológicos de
esa continua usurpación de los derechos ajenos.
Precisamente, la agresividad continua o sistemática, no
necesariamente de índole delictiva precisa de estrategias
cognitivas y emocionales que “taponen” la humanidad de
sus percepciones y de sus comportamientos. El hecho de
que esa violencia no siempre es delictiva le confiere un
cariz, si cabe, más aterrador, ya que impregna toda la vida
del sujeto, conformando un “estilo de vida”, esto es, un
“proyecto de vida” que se define por violar
sistemáticamente el bienestar de los demás, más allá de
que tales actos rutinarios quebranten o no la ley.
Aunque no sepamos si desde el nacimiento se hizo
imposible esa vinculación moral con el resto de la especie
humana, o si tal lazo se produjo, solo para caer
rápidamente en desuso en el contexto de un ambiente
favorable a ello, es bien cierto que estudiosos de la
psicopatía como Samenow (1984), Hare (2003) y Walters
(1990), han insistido en que la agresividad persistente
precisa de formas de pensar peculiares, de razonamientos
que justifiquen dicha agresión y eviten el sentimiento
desazonador de la culpa.
Puede observarse la interrelación clara entre aspectos
cognitivos y afectivos. Hart (1997) resume las posibles
razones que vinculan la psicopatía a la violencia. Primero
tendríamos los elementos cognitivos. Es posible que los
psicópatas tengan mayor probabilidad que otros sujetos
para generar pensamientos (fantasías, ideas, etc.)
antisociales, como sugerían los autores anteriores. Más
específicamente, es posible que los psicópatas tengan
unos patrones cognitivos que les fuercen a percibir en la
conducta de los demás elementos hostiles; o bien que
presenten déficit cognitivos y atencionales que lleven a
que evalúen los actos violentos como claramente
reforzantes. En relación al afecto, hay muchas pruebas
que indican que tienen grandes dificultades para sentir
emociones; su incapacidad de sentir miedo o culpa puede
impedir la existencia de los frenos que los otros sujetos
tienen antes de cometer un delito o una agresión. Junto a
estos dos aspectos se halla el elemento comportamental de
la impulsividad y la conducta antisocial.
Todo lo anterior conforma un conjunto peculiar de
percibir la realidad y a uno mismo dentro de esa
realidad. La agresividad persistente se mantiene,
entonces, porque el psicópata no puede vivir sin ella,
porque no ser agresivo en su estilo de vida exigiría de un
sistema de pensamiento y de emociones que él no posee.
Y porque el patrón de refuerzos que se obtiene actuando,
mejor comportándose (pensando, sintiendo, haciendo) de
esa forma, le atrae de manera extraordinaria. El fin de la
carrera delictiva de un agresor sistemático o persistente no
significa que haya acabado su incapacidad de vivir de
modo satisfactorio. En los casos de auténtica psicopatía
un proceso de adaptación externo —aunque muy valioso
para el conjunto de la sociedad— no puede ocultar el
abismo que media hasta una vida socialmente competente.

13.5.4. Psicopatía y violencia contra uno mismo


y contra los otros
Entre los pacientes psiquiátricos se ha observado una
tasa elevada tanto de violencia dirigida hacia uno mismo
como de violencia hacia otras personas, de tal modo que
sugiere la existencia de unos fundamentos comunes que
podrían estar detrás de ambos tipos de comportamiento
violento. ¿Cómo se relaciona la psicopatía con esas
formas de violencia en pacientes psiquiátricos? Antes
hemos visto que la psicopatía tiene una clara capacidad
predictiva en cuanto a la violencia hacia los otros, sin
embargo cuando nos referimos a la violencia contra uno
mismo (en particular los intentos de suicidio) hemos de
tener en cuenta los dos factores que componen la
psicopatía, porque el factor 1 no guarda relación o ésta es
inversa con aquélla, mientras que el factor 2, y en
particular la faceta Antisocial, sí que predice el intento de
suicidio en pacientes internados en psiquiátricos
(Swogger et al., 2009).
Por otra parte, es importante comprobar en qué medida
la psicopatía muestra una relación con estos dos tipos de
violencia diferente de la ira, una emoción cuya asociación
con la violencia interpersonal está fuera de toda duda,
tanto en sujetos sin patología mental como con pacientes
psiquiátricos. Sin embargo, los datos en el caso de la
violencia autodirigida son equívocos, porque la
investigación no ha mostrado esa relación en el caso de
delincuentes, aunque sí con los intentos de suicidio de
pacientes psiquiátricos adultos y jóvenes (Swogger et al.,
2012).
Con objeto de analizar este asunto, Swogger et al.
(2012) estudiaron el papel que la psicopatía desempeñaba
en la predicción de ambas formas de violencia, evaluada
un año después de haber sido medida, así como la
emoción de la ira, y para ello emplearon los datos de la
investigación derivados del Estudio MacArthur de
Evaluación del Riesgo, que es uno de los más importantes
en el campo de la enfermedad mental y su relación con la
violencia, una de cuyas virtudes es su diseño longitudinal
prospectivo. Los participantes fueron 851 pacientes
civiles psiquiátricos con edades comprendidas entre los
18 y los 40 años, que presentaban un amplio rango de
trastornos mentales (depresión, esquizofrenia, trastorno
bipolar, abuso de sustancias, etc.). Los resultados
mostraron que las facetas Interpersonal y Antisocial de la
PCL-R predijeron tanto a los sujetos que manifestaron
una violencia dirigida hacia los otros como aquellos que
realizaron ambos tipos de violencia; sin embargo ninguna
faceta de la psicopatía predijo la autoagresión; es decir, la
psicopatía no predijo la violencia de aquellos sujetos que
únicamente cometían actos de violencia contra sí mismos.
Por otra parte, la emoción de la ira (evaluada como una
disposición o rasgo) se relacionó con todos los sujetos que
realizaron actos de violencia, incluyendo a los que
únicamente cometieron autolesiones e intentos de
suicidio, y no ejercieron la violencia interpersonal.
Estos resultados son importantes porque nos permiten
avanzar en la comprensión de la tipología reactiva
/emocional versus proactiva /instrumental, ya presentada
anteriormente. La primera es espontánea, dirigida a
satisfacer una reacción difícil de controlar impulsada por
la ira, mientras que la segunda es más premeditada, y su
uso es un instrumento para conseguir una meta subsidiaria
(Walsh et al., 2009). Aunque los estudios no arrojan
todavía resultados definitivos, hay una clara tendencia en
el sentido de que la faceta Impulsividad y Antisocial (del
factor 2 de la PCL-R) de la psicopatía se relacionen con la
violencia expresiva, mientras que particularmente la
faceta Interpersonal (del factor 1 de la PCL-R) predeciría
la violencia instrumental (Walsh et al., 2009). La
violencia reactiva previa es un factor de riesgo para el
suicidio (Conner et al., 2009), ya que implica una
activación emocional desequilibrada por parte de quien la
manifiesta debido a la confluencia de la ira y la ansiedad y
una pérdida del autocontrol. El estudio de Swogger et al.
(2012) comentado es, por consiguiente, consistente con el
modelo dual de la violencia, en el que la violencia
instrumental deriva de un estilo de personalidad
calculador y manipulativo, mientras que el historial de
conducta antisocial y un pobre autocontrol se relaciona
con la violencia expresiva.

13.5.5. Psicópatas primarios y secundarios


Aunque la creencia general es que la psicopatía
constituye un síndrome o tipo unitario, existe un creciente
sector de la investigación que apoya su disgregación en
dos variedades, compuestas por el psicópata primario y
secundario (Kimonis et al., 2011). En la medida en que
concebimos la psicopatía como una condición
dimensional (es decir, que varía a lo largo de un continuo)
y no como una categoría discreta, la expresión de
“variante” o “variedad” resulta más apropiada que la de
subtipo, toda vez que esta palabra remite a taxones o
categorías diferentes, compuestas por rasgos distintivos,
lo que no sería el caso hablando de la psicopatía.
La división entre la psicopatía primaria y secundaria se
debe a Karpman (1941, 1948a, 1948b), quien propuso que
el psicópata secundario era el producto de un conflicto
emocional no resuelto que ha derivado en una gran
hostilidad, como resultado de haber sido expuesto el
sujeto a un estilo de crianza deficiente, como el dominado
por los malos tratos, el rechazo o una gran indulgencia.
Esa hostilidad perturba el funcionamiento de una
conciencia que en realidad está bien constituida, y dota al
sujeto de una “fachada psicopática”; Karpman, 1948b, p.
523). En contraste, el psicópata primario deriva de un
déficit constitucional, con la falta de conciencia como su
elemento más distintivo. Este, entonces, respondería sobre
todo a factores genéticos, mientras que el psicópata
secundario obedecería sobre todo a una etiología
psicosocial.
La moderna investigación ha destacado que el rasgo de
la ansiedad también podría ser una marca distintiva del
psicópata secundario; este, a diferencia del primario, sería
un delincuente ansioso y socialmente introvertido,
mientras que el psicópata primario presentaría una
ansiedad baja y una clara dominancia social (por ejemplo,
Blackburn, 1979). La investigación empírica realizada
con adultos ha hallado datos que apoyan esta separación:
los psicópatas primarios muestran menos miedo, ansiedad
y reacción al estrés que los secundarios (Hicks et al.,
2004); estos son más impulsivos, ansiosos, hostiles y con
mayores problemas emocionales y mentales que los
primarios.
Sobre la base de lo anterior, podría aventurarse que los
psicópatas secundarios, más impulsivos y
emocionalmente perturbados, podrían ser más agresivos y
violentos que los primarios. A pesar de que hay cierto
apoyo para esto, en el sentido de que los psicópatas
primarios exhibirían una mayor violencia instrumental (es
decir, no emocional) y los secundarios una mayor
violencia reactiva o emocional, todavía la investigación
no ha sido concluyente.
Otra cuestión importante es si esa división entre la
psicopatía primaria y secundaria podría aplicarse a los
delincuentes juveniles, algo que podría tener importantes
implicaciones prácticas. Así, si existen psicópatas
juveniles primarios y secundarios, sería una posibilidad
que los segundos tuvieran más opciones de responder
favorablemente a los programas de intervención o a los
elementos facilitadores del desistimiento (debido a que
son capaces de sentir miedo y culpa), impidiendo de este
modo que progresaran hacia una psicopatía en la edad
adulta. Por ahora, la investigación realizada acerca de si el
avance hacia la psicopatía adulta depende de si el joven
presenta una psicopatía primaria o secundaria no es
concluyente, aunque hay datos crecientes que señalan la
existencia de esos dos tipos de psicopatía entre los
jóvenes. Así, en un estudio realizado con 132 sujetos,
Vaughn et al. (2009) hallaron que los jóvenes con la
variante de psicopatía secundaria (autoinformada)
presentaban un mayor número de síntomas psiquiátricos
(ansiedad, depresión, historia de trauma, TDAH11), así
como mayor uso de drogas y conductas delictivas que los
jóvenes con la variante primaria. Del mismo modo,
Kimonis et al. (2011) evaluaron a 116 delincuentes
juveniles a los que la puntuación en la versión juvenil de
la PCL:R (PCL:YV) había catalogado de psicópatas, y
encontraron esas dos variantes: una primaria donde las
puntuaciones en ansiedad eran bajas, y otra secundaria,
donde eran altas. Comparados con los jóvenes primarios,
los secundarios manifestaron una mayor violencia dentro
de la institución, mayor inmadurez psicológica y social y
una historia de abuso cuando eran niños más frecuente.
En resumen, dentro de la delincuencia juvenil, la
psicopatía es un factor de riesgo muy relevante en el
sentido de que profundiza la incapacidad de aprender de
la experiencia y lleva a una mayor delincuencia y una
vida desordenada. Sin embargo es importante, en el actual
estado de conocimiento de la psicopatía, determinar si un
joven que presenta una puntuación alta en psicopatía tiene
rasgos propios de la variante primaria o secundaria.
Aunque la investigación todavía está poco avanzada, es
más probable, al menos a priori, que los jóvenes con la
variante secundaria puedan responder mejor a los
programas de intervención, dado que estos tienen una
capacidad de conciencia (sentimiento de culpa, lo cual
está vinculado con la habilidad para establecer vínculos
interpersonales significativos) mayor. Ahora bien, estos
jóvenes pueden requerir una intervención profunda,
porque no olvidemos que obtienen puntuaciones elevadas
en psicopatía, aunque también sean ansiosos y
emocionalmente inestables, todo lo cual puede llevarles a
ser más hostiles y violentos que los jóvenes con la
variedad primaria.

13.5.6. La tríada oscura


Hay personas que, aun siendo del todo responsables ante
la justicia, tienen personalidades distintivas o especiales,
entendiendo por esto que en su forma de interpretar la
vida y de comportarse presentan unos rasgos diferentes,
que la mayoría de la gente no muestra, al menos con esa
intensidad. La psicopatía, comentada en páginas
anteriores, sería una de esas personalidades “especiales”,
cuya manifestación plena solo se daría en el uno por
ciento de la población. Los psicópatas criminales son los
que exhiben los rasgos comentados con mayor frecuencia
e intensidad, y sin duda constituyen el principal interés de
la Criminología. Pero por otra parte, existen los llamados
psicópatas integrados, mucho más numerosos, porque no
cometen crímenes o son capaces de ocultarlos con mayor
astucia y determinación. Estos sujetos destacan en los
rasgos de la insensibilidad afectiva (afecto superficial,
falta de empatía, ausencia de sentimiento de culpa) y la
relación interpersonal manipuladora (que engloba rasgos
como la mentira, hipocresía, dar una imagen falsa positiva
y ego inflado o narcisismo). Es decir, obtienen
puntuaciones elevadas en el llamado “factor 1” de la PCL-
R de Hare, en sus facetas Afectividad e Interpersonal.
Estos sujetos tienen una mayor capacidad de autocontrol y
probablemente son más inteligentes que los psicópatas
que están en las cárceles, en parte porque han tenido más
oportunidades para estudiar y relacionarse con gente con
vidas convencionales y productivas.
De lo dicho hasta ahora, es claro que la psicopatía
incluye en su concepción componentes narcisistas y
manipuladores. De hecho, existe una importante
investigación que señala que hay una parte de la sociedad
que manifiesta la denominada “triada oscura”, compuesta
por la psicopatía integrada, fuertes rasgos narcisistas y un
estilo de comportamiento manipulador o
“maquiavélico”12. La psicopatía aportaría a esta tríada,
sobre todo, la ausencia de conciencia: la falta de empatía,
la crueldad, los afectos superficiales, el pobre sentimiento
de culpa. Por su parte, el narcisismo pondría el acento en
el hecho de atribuirse prerrogativas que no debería, la
necesidad de ser considerado poderoso o admirable, la
arrogancia y la voluntad de someter o explotar a los otros
(Mouilso y Calhoun, 2012). Finalmente, el
maquiavelismo aporta un modo de relación que persigue
mediante el engaño y la manipulación el propio beneficio
del individuo.
Se denomina la “tríada oscura” de la personalidad
porque existe un común denominador, que podríamos
denominar “carácter malévolo”, donde primaría en el
individuo que lo sustenta la consecución de los deseos
personales a costa de la explotación o perjuicio de las
personas con las que se relaciona, exhibiendo en ese
comportamiento falta de empatía, capacidad de
manipulación y agresividad más o menos velada
(Jakobwitz y Egan, 2006). Otra forma de denominar a
esta tríada oscura es la de considerarla compuesta por
“rasgos propios del espectro de la falta de conciencia” o
del “espectro narcisista” (Stone, 2009).
Lo que queremos destacar en este punto es que el
narcisismo como variable o dimensión de personalidad
tiene una relevancia notable en el campo de la
criminalidad, particularmente si se asocia con rasgos
propios del trastorno antisocial de la personalidad y de la
psicopatía. La razón se halla en el hecho de que “el
delincuente reincidente es egocéntrico (self-centered) e
indiferente a los sentimientos de las víctimas” (Stone,
2009:195). Dentro de los criterios que el DSM-IV
adjudica al diagnóstico del trastorno narcisista de
personalidad, hay cinco de ellos que facilitan la comisión
de actos violentos o delictivos: un gran sentimiento de
importancia personal, la creencia de que uno es
“especial”, un sentimiento de que uno tiene privilegios
únicos (entitlement), la actitud de explotación y la falta de
empatía (Stone, 2009). De ahí que anteriormente el
narcisismo apareciera como uno de los ámbitos o
dominios propios de la psicopatía dentro de La
Evaluación Comprensiva de la Personalidad Psicopática,
presentada anteriormente.
Ahora bien, es importante señalar que el narcisismo, en
palabras, de Stone (2009: 195), cobra todo su potencial
criminógeno cuando se asocia con los rasgos de la
psicopatía, de tal manera que “la mayoría de las personas
que presentan un trastorno narcisista de la personalidad no
participan en actos delictivos”.

13.5.7. Tratamiento del psicópata


Los psicópatas constituyen el conjunto de delincuentes
más complejo de tratar, de eso no cabe duda (Thornton y
Blud, 2007). Sus características de personalidad y su
capacidad para la manipulación hacen difícil y poco
atractiva para el profesional la empresa de atenderlos. No
obstante, parece hoy en día más evidente que nunca que
las mejores oportunidades para el tratamiento se hallan
cuando estamos ante jóvenes que no han conformado
todavía una personalidad psicopática sólida, en particular
si puede calificárseles de psicópatas secundarios, en lugar
de psicópatas primarios. En la actualidad hay resultados
prometedores con programas de tratamiento aplicados a
delincuentes juveniles con una puntuación elevada en
psicopatía (Morales, 2011).
Esta lógica debería poder extenderse a etapas anteriores,
lo que sería propio de una intervención temprana con
niños que presentaran síntomas relacionados con la
psicopatía adulta, en particular la insensibilidad
emocional (McDonald, Dodson, Rosenfield et al., 2011).
Esta vía apunta a la intervención con familias, ya que
sabemos que los estilos educativos basados en un uso
excesivo del castigo, o con pautas inconsistentes y
erráticas de disciplina, pueden favorecer el desarrollo de
síntomas predecesores de la psicopatía (Bayliss, Miller y
Henderson, 2010; López-Romero, Romero y Villar,
2012)13.
Para el resto de los delincuentes violentos los
conocimientos criminológicos señalan claros caminos
para la prevención en la consideración, como objetivos,
de los factores de riesgo más sobresalientes, sin olvidar
los componentes culturales de cada país que, como el
consumo del alcohol y drogas y la disponibilidad de
armas, pueden influir de modo significativo en el
desarrollo de determinadas formas de comportamiento
violento, particularmente las más agravadas como los
asaltos y los homicidios.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Los delitos violentos son poco frecuentes, menos de lo que uno podría deducir de
los reportajes en los medios de comunicación. Un ciudadano español promedio
denunciaría un delito violento cada 200 años (si pudiera vivirlos).
2. España tiene cifras moderadas de delincuencia violenta, comparada con otros
países europeos. Las elevadas cifras de robo con violencia suponen una excepción.
3. La gran mayoría de los delitos violentos transcurren entre personas que se conocen:
familiares y amigos.
4. Los factores situacionales influyen fuertemente en el resultado final de una acción
violenta. La diferencia entre una lesión leve y un homicidio puede estar en la
presencia de un arma de fuego. La escasez de armas de fuego, la todavía
consistente red de apoyo social derivada de la familia y la baja agresividad
vinculada con el consumo de alcohol pueden explicar las moderadas cifras de
violencia en España.
5. Los grupos juveniles desviados, y aquéllos que están más estructurados (las
bandas), suponen una facilitación importante para la comisión de actos delictivos
variados y violentos, así como para el consumo de alcohol y de marihuana.
6. Los asesinos múltiples comportan una realidad particularmente dramática de la
delincuencia violenta; por fortuna su número es escaso. No obstante, es importante
investigar los factores predisponentes (como la psicopatía) y situacionales que
pueden propiciar ese tipo de crímenes. Sabemos, en particular, que los asesinos
múltiples en un solo acto (o de grupo) son personas aisladas, socialmente
incompetentes, que pueden arrastrar patologías mentales. Una buena atención en
el ámbito de la salud mental de naturaleza preventiva podría evitar algunos de esos
actos de extrema violencia.
7. Un número muy importante de delitos violentos (especialmente los más graves)
son responsabilidad de un pequeño número de sujetos, crónicamente violentos; si
bien nuestra capacidad de predicción es solo moderada en los casos individuales,
el conocimiento que tenemos de los factores que incitan a la actividad violenta
cualifica ya para crear programas de prevención, especialmente de nivel
secundario, es decir, afectando a los jóvenes que han mostrado una actividad
antisocial precoz, repetida y violenta.
8. Hay investigaciones prometedoras que muestran la influencia de factores
educativos familiares tempranos y los síntomas de psicopatía en los niños. Este
campo merece ser desarrollado, ya que podría evitarse la aparición de carreras
delictivas en esos niños al llegar a la adolescencia.
9. Los delincuentes con un trastorno de psicopatía constituyen el grupo más proclive
a cometer actos delictivos variados y violentos. La división entre psicópatas
primarios y secundarios es importante porque señala diferentes factores de riesgo
que pueden ser objeto de programas de prevención diferentes.
10. La psicopatía también afecta a la violencia autodirigida en personas aquejadas
también por otros trastornos mentales. Por ello la evaluación de este síndrome es
importante en la prevención de este hecho.

11. Existen psicópatas integrados, personas que por su inteligencia y nivel social
actúan de manera ilegal y no son detectados. Un campo particularmente idóneo
para estos sujetos es el mundo de las finanzas y las empresas. No cabe duda que se
hace necesario tomar conciencia de este problema con objeto de generar más
controles en estos ámbitos profesionales, dado que el daño y los costos sociales
pueden ser muy elevados.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. Busca información sobre la delincuencia violenta en España en el siglo XX. ¿Había
más o menos violencia hace veinte o treinta años?
2. Si la disponibilidad de armas de fuego influye en el número de homicidios,
también debe de ser apreciable su impacto en otros tipos de sucesos,
particularmente en el número de suicidios. Investiga la relación entre suicidios y
homicidios.
3. ¿Qué puedes concluir del gráfico que muestra la distribución de la presencia de
armas de fuego en los diversos países y los niveles de violencia que poseen?
4. ¿Cómo se dividen los asesinos múltiples?
5. Busca un caso de asesinato serial o múltiple en internet o en la bibliografía
especializada y resume los aspectos esenciales del caso. Pon el énfasis en lo que
podría entenderse como factores etiológicos (personales y situacionales) del
mismo.
6. Enumera las características más relevantes de la psicopatía.
7. ¿Qué relación hay entre la psicopatía, la emoción de la ira y la violencia
autodirigida?
8. ¿Cómo se relacionan los diferentes factores de la PCL-R y la violencia?
9. ¿Qué diferencia hay entre los psicópatas primarios y secundarios?
10. ¿Qué es la “tríada oscura”?
11. ¿Qué relación o influencia posee el rasgo del narcisismo en la violencia?
12. ¿Qué se puede concluir en relación al tratamiento de los psicópatas?
1 http://www.unodc.org/unodc/crime_cicp_surveys.html
2 Fuente: Material inédito de las encuestas en Málaga (Díez Ripollés et al.,
1996).
3 The New York Times, 28 de enero de 2005.
4 Este asesino operó entre 1966 y 1974, y nunca fue capturado. Escribió 21
cartas a la policía y a los periódicos. Dejaba su firma consistente en una
cruz rodeada de un círculo.
5 David Berkowitz, conocido como el “Hijo de Sam”, y como el “asesino del
calibre 44”, porque ésta era el tipo de arma que empleaba en sus
asesinatos. A diferencia del asesino del zodíaco, Berkowitz solo escribió
dos cartas, dirigida una a los periódicos, y otra a la policía. Años después
de ser condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional
tuvo una conversión religiosa y llegó a ser Pastor de una Iglesia
protestante (ver Garrido, 2012).
6 Curiosamente, esta idea está detrás del canibalismo practicado por muchas
tribus primitivas: si los guerreros se comen a su enemigo, su fuerza pasará
a los vencedores.
7 No queremos decir que no tenga incidencia en los homicidios (que la tiene),
sino que el número de estos es pequeño en comparación con otros países
de Europa, como antes señalamos.
8 Ver un resumen del Informe en El País, de 30 de enero de 2006.
9 El País, 11 de junio de 2012.
10 Rogamos al lector que no considere que nosotros apoyamos sin reservas
un origen biológico pleno de la psicopatía (véase Garrido, 1993). Más
bien la referencia a Meloy tiene el valor de la expresividad con que este
autor refiere sus estudios de la emoción de los psicópatas.
11 Trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
12 Término que procede de la obra de Nicolás Maquiavelo “El Príncipe”
(1511), donde se aconseja el uso de cualquier medio de manipulación al
alcance del Príncipe para obtener y conservar el poder.
13 No obstante, como apuntan los propios autores (López Romero et al.,
2012), es posible que la investigación que relaciona los estilos educativos
de los padres y la psicopatía se vean afectados por un doble proceso: por
una parte, por la herencia compartida entre hijos y padres, de tal modo que
tales síntomas en los niños responderían a características heredadas de los
padres; y por otra, que los niños difíciles de educar podrían evocar unas
respuestas más autoritarias en los padres, las cuales no se producirían si
los niños no tuvieran conductas aversivas en el trato con sus padres.
14. ENFERMEDAD MENTAL,
ALCOHOL, DROGAS Y
VIOLENCIA
14.1. INTRODUCCIÓN 657
14.2. ENFERMEDAD MENTAL Y VIOLENCIA 658
14.3. TRASTORNO ANTISOCIAL, PSICOPATÍA Y ABUSO DE
SUSTANCIAS 663
14.3.1. Trastorno antisocial de la personalidad y abuso de sustancias
664
14.3.2. La transmisión de una asociación 668
14.3.3. ¿Qué es lo que se transmite? 671
14.3.4. La precocidad como precursor de riesgo 672
14.3.5. Los psicópatas 673
14.4. INCENDIOS INTENCIONADOS 679
14.4.1. Tipología de incendiarios 681
A) Por beneficio o lucro 681
B) Por animosidad o venganza 681
C) Por vandalismo / excitación 682
D) Para ocultar un crimen 682
E) Por razones políticas 682
F) Piromanía 683
14.4.2. Patologías mentales asociadas 683
14.4.3. Conclusión incendiarios 685
14.5. CONCLUSIONES 685
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 688
CUESTIONES DE ESTUDIO 688

14.1. INTRODUCCIÓN
Los trastornos mentales y la violencia son viejos
compañeros de viaje. Ya en la literatura y el teatro de la
Antigüedad hallamos numerosos ejemplos de cómo el
vino y la locura acompañaban actos de venganza o
crímenes, los cuales a su vez eran explicados por la acción
de esas fuerzas externas e internas sobre el hombre. Es
decir, través de la historia la sociedad ha tendido a creer
que la enfermedad mental y la violencia son dos
fenómenos muy vinculados. El mismo Shakespeare lo
reflejó así en varias de sus obras, como “Enrique IV” o
“La fierecilla domada”. Esta visión es importante porque
mediatiza la relación de la gente con los enfermos
mentales y la política de salud mental de las autoridades.
Pero, en el siglo XXI, ¿qué hay de cierto en ello?
Como veremos en este capítulo, la existencia de esa
asociación hoy en día parece demostrada, si bien
cuantificarla es una cuestión más compleja. Dentro de los
trastornos mentales nos vamos a detener en dos tipos, los
que sin duda tienen mayor relevancia en la Criminología:
las enfermedades mentales graves conocidas como
psicosis, y los trastornos de personalidad del grupo B del
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales DSM-IV, y más en concreto del Trastorno
Antisocial de Personalidad (TAP en adelante) —y por
extensión de la psicopatía—, por ser el diagnóstico por
excelencia del delincuente multirreincidente y violento
(Garrido, 2003).
Así pues, en esta primera parte nos ocuparemos de las
psicosis y la violencia, y en la segunda de la asociación
entre el diagnóstico de TAP / Psicopatía y el abuso de
sustancias, lo que se conoce como Patología Dual.
La tercera parte de este capítulo dirige su atención a los
incendiarios, responsables de delitos de enorme gravedad
para toda la sociedad, por el incalculable daño que causan
al medio ambiente, así como a la economía del país y de
los afectados, sin contar las pérdidas en vidas humanas
que en ocasiones también se producen. Hemos incluido el
incendio intencionado en este capítulo por tres razones: la
primera es que una patología mental (la piromanía)
consiste justamente en la compulsión de incendiar, si bien
es cierto que solo una pequeña parte de los incendiarios
son pirómanos; la segunda es que el abuso de sustancias y
otras patologías mentales suelen verse implicados en tales
actos.

14.2. ENFERMEDAD MENTAL Y


VIOLENCIA
La influencia del alcohol (y en menor medida de las
drogas) en exacerbar la violencia en los sujetos aquejados
de psicosis está sólidamente demostrada (Mulvey et al.,
2006). Sencillamente, el alcohol deteriora más el precario
equilibrio en el que se mantiene el enfermo mental por
poder vivir integrado en la sociedad, por no hablar de su
efecto extremadamente perjudicial que se deriva si se
consume junto a determinados fármacos antipsicóticos. Es
decir, el alcohol (y las drogas) afectarían a los sujetos
psicóticos agudizando su violencia. Sin embargo, aunque
este hecho es cierto, tenemos que preguntarnos si los
psicóticos, debido a su enfermedad, están ya
predispuestos a ser más violentos, sin que sea preciso que
beban alcohol o tomen drogas. Este es un punto muy
importante de la discusión criminológica actual, del que
nos vamos a ocupar a continuación.
La psicosis es un síndrome que se aplica a diagnósticos
tales como la esquizofrenia, los trastornos delirantes, el
trastorno bipolar y la depresión profunda. Los síntomas de
la psicosis reflejan profundas perturbaciones en el
pensamiento, la percepción y la conducta. Con respecto al
pensamiento, los síntomas incluyen delirios (creencias
extrañas irrebatibles aun en presencia de la evidencia
contraria) y la comunicación alterada (habla ilógica y
desorganizada). Las perturbaciones del pensamiento
incluyen alucinaciones (percibir cosas que no existen),
desrrealización (el sentimiento de que el mundo no es
real) y despersonalización (el sentimiento de que el sujeto
no es ya una persona real). Por su parte, los trastornos de
la conducta agrupan síntomas como perturbaciones en el
nivel de actividad (muy excitada versus letárgica), su
organización y propósito (actos ilógicos y erráticos,
posturas extrañas, hábitos de higiene deficiente y retirada
de la interacción social). Finalmente hemos de decir que
los psicóticos suelen presentar también perturbaciones en
el estado de ánimo y en la motivación.
La posición de los investigadores acerca de si la
violencia y la enfermedad mental (psicosis) están
relacionadas ha cambiado con el tiempo. Antes del
decenio de 1990 la visión convencional era que tal
asociación no existía, o al menos que no se había podido
demostrar. A partir de los años noventa, sin embargo, se
hizo más frecuente encontrar conclusiones en las
publicaciones científicas en el sentido de que, aunque la
relación no era grande, sí era estadísticamente
significativa, lo cual tenía importantes consecuencias
prácticas. Por ejemplo, Silver (2006: 685) concluía lo
siguiente: “Aunque la mayor parte de los enfermos
mentales no cometen actos de violencia, sí que tienen una
mayor probabilidad de llevarla a cabo en comparación
con las personas que no presentan una enfermedad
mental”.
Por su parte, uno de los grandes investigadores en este
ámbito, John Monahan (1996), comentando este cambio,
explicó que hasta el comienzo de la década de los noventa
la investigación sobre esta cuestión se realizaba
exclusivamente con sujetos institucionalizados, bien en
hospitales bien en prisiones, pero que con posterioridad
los estudios se llevaron a cabo en el seno de la población
en general, lo que permitió tener una idea más exacta del
fenómeno. La conclusión extraída de éstos es que “existe
una relación significativa entre la enfermedad mental y la
violencia, pero que en términos absolutos se trata de una
relación modesta (…) Un estudio halló que el tres por
cien de la varianza en conducta violenta en los Estados
Unidos es atribuible a la enfermedad mental, y otros
estudios han mostrado que los enfermos mentales tienen
más probabilidad de ser víctimas de la violencia que
perpetradores de la misma. De modo más específico, se
ha encontrado que la relación entre enfermedad mental y
violencia no se basa en el diagnóstico de esa enfermedad,
sino en la presencia de los síntomas psicóticos” (1996: 1).
No obstante, siguen apareciendo resultados
contradictorios en la investigación acerca de esta relación.
¿Cuál puede ser la causa de esto? Una posibilidad es la
gran variedad metodológica de los estudios, por lo que
respecta, entre otros, a factores como la definición de
violencia y de enfermedad mental empleadas, o su
medición. Otra posibilidad es que entren en juego
diversas variables que incrementaran el riesgo de la
violencia por estar asociadas a la enfermedad mental,
como son la edad, el abuso de sustancias o diversos
trastornos de personalidad, tal y como veremos a
continuación.
Existen tres hipótesis acerca de por qué la psicosis y la
violencia podrían estar relacionadas. Se enuncian a
continuación:
a) La psicosis es una causa de la violencia. Aquí los
síntomas de la psicosis podrían generar un motivo para
el acto criminal (un delirio de que uno está siendo
perseguido, por ejemplo), o bien interferir con la
capacidad del individuo para manejar un conflicto
interpersonal. Esta hipótesis requiere demostrar que la
psicosis precede a la violencia en el tiempo.
b) La psicosis es una consecuencia de la violencia.
Quizás el estrés derivado de cometer un acto de
violencia puede provocar la aparición de la
enfermedad mental en individuos que están
predispuestos a ella.
c) La psicosis es un correlato de la violencia. En esta
explicación la asociación entre ambos fenómenos
(psicosis y violencia) es solo de naturaleza estadística,
no causal, y por ello ambos se relacionan con una
tercera variable que es en verdad la que tiene ese
efecto causal de provocar actos de violencia. Este
tercer factor podría ser un conjunto de eventos muy
estresantes (divorcio y pérdida de trabajo, por
ejemplo, lo que en una persona vulnerable podría
provocar tanto la aparición de una psicosis como la
comisión de actos de violencia), determinados rasgos
de personalidad, abuso de sustancias, experiencias de
haber sido víctima del delito, etc. Si esta explicación
fuera cierta, entonces, una vez controlado en el diseño
estadístico el efecto de estas posibles variables, la
relación entre psicosis y violencia desaparecía o al
menos disminuiría de modo sustancial.
Aunque no se puede descartar ninguna de estas
hipótesis, es claro que la primera ha capturado mucho más
el interés de los investigadores y de la opinión pública. Si
la psicosis causa la violencia, hay tres mecanismos o
estrategias por los que tal efecto podría aparecer:
a) Mediante la acción de focalización, es decir,
organizando la toma de decisiones y la conducta,
proporcionando al sujeto un motivo para la violencia:
muchos psicóticos dan explicaciones claras y
elaboradas de su comportamiento y lo llevan a cabo
con premeditación y planificación. Este modo de
proceder ha sido descrito como “el principio de la
racionalidad dentro de la irracionalidad” (Link y
Stueve, 1994: 143). Aquí juegan un papel destacado
los síntomas positivos como los delirios y las
alucinaciones (“positivos” significa que están
presentes).
b) Ciertas psicosis pueden desestabilizar la toma de
decisiones y los comportamientos, interfiriendo con la
habilidad del sujeto de manejar los conflictos
interpersonales. Así, perturbaciones en el estado
afectivo, pensamiento, percepción y en la conducta (lo
que se conocen como síntomas de desorganización,
caso del afecto y comunicación inapropiados) pueden
frustrar a los psicóticos o a la gente con la que éstos se
relacionan, lo que aumentarían las opciones para
responder de modo violento. Baxter (1997) ha
planteado la hipótesis de que este tipo de psicosis
puede llevar a delitos “desorganizados” e impulsivos.
c) Mediante la acción de la desinhibición: mientras que
los síntomas positivos motivan la conducta violenta y
los síntomas de desorganización desestabilizan la
conducta, los síntomas negativos —es decir, aquellos
síntomas que muestran la carencia de emociones,
cogniciones o actos bien adaptados— interfieren con
la conducta orientada a la meta. Se cree que su
influencia en la violencia es menor, pero aun así se da
en determinadas circunstancias. Por ejemplo, si los
sujetos tienen síndromes comórbidos como abuso de
sustancias o un trastorno de personalidad, entonces los
síntomas o las consecuencias del trastorno asociado a
la psicosis (sustancias / Trastorno personalidad)
pueden dar lugar a los motivos para actuar de manera
violenta, y los síntomas negativos pueden resultar en
una falta de inhibición de ésta al alterar la capacidad
de estos individuos de sentir empatía, ansiedad o
remordimientos. Además, estos síntomas negativos
pueden facilitar la depresión y los deseos de
suicidarse, lo que puede poner en peligro la vida de
otros si ese suicidio se amplía e incluye a los seres
queridos.
Un trabajo reciente ha intentado arrojar luz sobre la
relación entre psicosis y violencia. Douglas, Guy y Hart
(2009) llevaron a cabo una revisión cuantitativa mediante
la técnica del meta-análisis aplicado a 204 estudios
recogidos hasta agosto de 2006. Sus resultados mostraron
que “la psicosis y la violencia son dos fenómenos
asociados, aunque con un pequeño tamaño del efecto que
varía considerablemente a través de los diversos estudios
en función de ciertas características de éstos, así como de
características de la propia psicosis y de la conducta
violenta” (Douglas et al, 2009: 692).
Veamos estos resultados en más detalle. Por lo que
respecta a la importancia de la relación hallada, el tamaño
del efecto promedio del meta-análisis efectuado (r = 0.12-
0.16) de la psicosis como predictor de la violencia es
comparable al de otros muchos factores de riesgo, aunque
ciertamente es menor que el valor promedio detectado en
la psicopatía, que diversos meta-análisis sitúan en el
rango 0.25-0.30 (por ejemplo, Walters, 2003). En
conclusión, entonces, la psicosis antecede a la violencia
(la hipótesis primera en la relación anterior), la provoca,
pero en un grado pequeño aunque significativo.
Ahora bien, hay determinadas variables que ejercen una
función moderadora notable en esa relación. Los
resultados más interesantes en este punto fueron los
siguientes:
a) La relación entre la psicosis y la violencia fue
estadísticamente significativa cuando la primera fue
medida mediante el diagnóstico de esquizofrenia o
cuando se evaluó mediante los síntomas que presentaba.
Es decir, cuando se juntaba todo tipo de diagnóstico
(trastorno bipolar, depresión, trastornos delirantes y la
esquizofrenia) para predecir la violencia, la relación no
era potente y no alcanzaba significación estadística.
b) Los síntomas positivos mostraron la mayor relación
con la violencia, pero no los negativos. Los síntomas de
desorganización también se relacionaron, aunque en
segundo lugar. Ello implica que la presencia de delirios y
alucinaciones genera motivos para que el paciente
aquejado de psicosis actúe de modo violento hacia los
demás. Por su parte, los síntomas de desorganización
probablemente actúan perturbando el funcionamiento
adecuado de la toma de decisiones.
c) Entre los síntomas positivos, los que mejor predijeron
violencia fueron las alucinaciones y los delirios en los que
el sujeto se siente perseguido o amenazado de algún
modo.
d) La capacidad predictiva de la psicosis resultaba
mayor cuanto más cerca en el tiempo se estudiaba al
individuo con respecto a la realización del acto violento,
sobre todo si tanto el diagnóstico de psicosis como la
clasificación de los síntomas ocurrían poco antes de que
se registrara la conducta violenta.
En conclusión, los sujetos con esquizofrenia y con
síntomas positivos son más violentos que otros pacientes
o gente que no presente otros factores de riesgo para la
violencia significativos (como antecedentes delictivos,
fracaso escolar, etc.). No obstante, dado que la
investigación escasas veces documenta el desarrollo de la
enfermedad mental y la violencia conjuntamente a lo
largo de la vida, es difícil concluir con rotundidad que es
esa enfermedad la que precede y causa esa violencia. Los
datos apuntan en esa dirección, ya que en el meta-análisis
la psicosis predice la violencia futura, pero todavía falta
una investigación más solida en este punto.
En todo caso, los autores del meta-análisis señalan la
siguiente conclusión para la práctica criminológica
(Douglas et al., 2009: 697):
En nuestra opinión, la evidencia del presente meta-análisis es
suficiente para concluir que la psicosis puede elevar el riesgo de que
una persona cometa actos de violencia… [Ahora bien] la presencia de
la psicosis no debería considerarse como una condición necesaria ni
suficiente para la determinación de que el sujeto está en un riesgo alto
de cometer un acto violento. Esto se basa en el hecho de que la
relación encontrada entre psicosis y violencia es pequeña: la mayoría
de los psicóticos no son violentos, y la mayoría de los violentos no son
psicóticos. Esto significa que los profesionales que realicen una
evaluación del riesgo de violencia deberían considerar el papel que la
psicosis puede haber jugado en el pasado violento del sujeto (de
acuerdo con la historia de éste) y cuál podría jugar en la violencia
futura, por ejemplo como un factor organizador o desorganizador.
Solo en los casos en los que la psicosis parece lógicamente vinculada
con la violencia futura debería considerarse a aquella como un
importante factor de riesgo. Desde luego, pueden estar presentes
también otros factores que puedan incrementar (por ejemplo, abuso de
sustancias, psicopatía) o disminuir (por ejemplo, apoyo social, un
hogar estable) el riesgo de violencia. Así pues, la psicosis nunca debe
ser el único factor a determinar para establecer el riesgo de violencia
de una persona.

14.3. TRASTORNO ANTISOCIAL,


PSICOPATÍA Y ABUSO DE
SUSTANCIAS
De entre todos los trastornos mentales, el consumo
abusivo de sustancias destaca por su fuerte asociación con
el delito, y en particular el delito violento. Por ejemplo,
los individuos con este único diagnóstico cometen de 12 a
16 veces más actos de violencia que los sujetos
diagnosticados de esquizofrenia o de trastorno bipolar
(Swanson et al., 1990). Sin embargo, lo habitual es que el
abuso de sustancias vinculado con la violencia aparezca
junto a otros diagnósticos, en particular con el grupo B de
los trastornos de personalidad, y dentro de éste, con el
trastorno antisocial de la personalidad. De hecho el
trastorno antisocial de la personalidad y su precursor en la
infancia —el trastorno disocial o conduct disorder—
muestran una correlación muy fuerte con el consumo de
sustancias, particularmente con el alcohol (Heltzer y
Pryzbeck, 1988). Otros dos cuadros que también suelen
asociarse al consumo de sustancias y al trastorno
antisocial de la personalidad son la ansiedad y los
trastornos depresivos (pero no con la psicopatía, ver más
adelante) (O`connor et al., 1998).
En este apartado pretendemos estudiar la relación
existente entre el trastorno antisocial de la personalidad
(TAP) y las adicciones, tanto en lo referente a la
naturaleza de su asociación como a los efectos en el
desarrollo vital de los sujetos que tienen este diagnóstico
dual, incluyendo la prognosis derivada del tratamiento.
Otro apartado posterior se centrará en comentar los
resultados anteriores bajo el prisma del diagnóstico de la
psicopatía, dada la estrecha relación que guardan el
trastorno antisocial de la personalidad y la psicopatía.
Foto donde actuaba el asesino en serie conocido como El Torso, en Cleveland
(EE.UU) en los años treinta del pasado siglo. Los factores sociales de una
extrema marginación producidos por la Gran Depresión (la mayoría de las
víctimas eran vagabundos) y la posible patología mental del asesino
produjeron un ejemplo de la multiplicidad de factores con los que ha de
trabajar la Criminología para desarrollar su investigación. Eliot Ness, famoso
por haber liderado años antes a Los Intocables, pagó muy cara su implicación
en el caso (ver Garrido, 2012).

14.3.1. Trastorno Antisocial de la Personalidad y


Abuso de Sustancias
En efecto, se trata de una relación bien consolidada. Una
investigación reciente realizada con una muestra
representativa de los adultos de Estados Unidos (Compton
et al., 2005), determinó una prevalencia para el trastorno
antisocial de la personalidad del 3,6%; de 30,3% para el
abuso de alcohol y de 10,3% para el abuso de drogas. En
sus diferentes análisis acerca de la relación existente entre
el consumo de drogas y el trastorno antisocial de la
personalidad vieron que existía una asociación
estadísticamente significativa entre muchas de las
variables estudiadas (p < 05).
Dado que el diagnóstico de TAP implica la comisión de
delitos, no puede extrañar a nadie que ese matrimonio,
entre este diagnóstico de personalidad y el abuso de
drogas, implique también invitar a la conducta delictiva y
violenta. Y, en efecto, el delito y el abuso de drogas se
asocian de manera muy sólida en las estadísticas de los
sistemas de justicia de todos los países. Los consumidores
de drogas tienen mucha más relación con el delito y la
violencia que los no consumidores, y viceversa: los
delincuentes habituales son consumidores frecuentes de
todo tipo de sustancias. Igualmente, es ya vieja la
asociación que el consumo de alcohol manifiesta con los
delitos violentos. Como antes señalábamos: dado que la
conducta antisocial y el estilo de vida irresponsable son
marcadores comportamentales de los que abusan del
alcohol y las drogas, a nadie extrañará que el diagnóstico
de personalidad antisocial —que se fundamenta
precisamente en esas dos características— se asocie a su
vez con el consumo de drogas.
No obstante, la capacidad predictiva del TAP acerca de
la comisión de futuros delitos en sujetos que abusan de las
drogas todavía está por concretar, ya que resulta difícil
separar los efectos del trastorno de personalidad de la vida
derivada del abuso de las drogas, de ahí que la
investigación de Fridell et al. (2008) sea particularmente
relevante en dilucidar esta cuestión.
Estos autores llevaron a cabo un estudio longitudinal en
una muestra de 1052 consumidores abusivos de drogas,
seleccionados en una unidad de desintoxicación de Lund,
en Suecia, que habían ingresado en el periodo 1977-1995.
Los sujetos fueron seguidos en los archivos delictivos
desde su primer programa de tratamiento hasta su muerte,
o bien alternativamente hasta el año 2004, con un
promedio de observación de 17.5 años por individuo. Los
resultados mostraron que los sujetos con diagnóstico dual
(TAP y abuso de drogas) tenían una probabilidad 2,16
mayor de ser condenados por un delito de hurto o robo sin
violencia, y una probabilidad 2,44 veces mayor de ser
condenados por diferentes tipos de delitos, en
cualesquiera de los años sometidos a observación durante
el seguimiento. Otros predictores de riesgo significativos
fueron ser varón, joven, y emplear drogas estimulantes,
todo lo cual coincide con el perfil del delincuente
habitual. Esta investigación probó que las drogas no
bastan para generar el estilo de vida antisocial
característico de muchos de los consumidores, puesto que
entre ellos los sujetos con rasgos antisociales marcaron
claramente una diferencia en su implicación delictiva.
Otro trabajo relevante que incide en la importancia del
trastorno antisocial de la personalidad como generador de
una vida desviada en pacientes que consumen drogas es el
de Westermeyer y Thuras (2005). Estos autores
examinaron si los sujetos que tenían un trastorno de abuso
de sustancias más un diagnóstico de TAP mostraban
mayores índices de desadaptación en diversas variables.
La muestra estudiada consistió en 606 pacientes, y fue
extraída de dos centros médicos de los Estados Unidos.
Los evaluadores recogieron los datos sin conocer cuáles
de los individuos estudiados presentaban el diagnostico
dual. Los resultados revelaron que los pacientes
diagnosticados de abuso de drogas y TAP tenían más
familiares con abuso de sustancias; estos pacientes
también mostraron mayor consumo de tabaco y drogas
ilegales a lo largo de la vida, así como un inicio más
temprano en el consumo de alcohol y tabaco, aunque no
en otras drogas. Tampoco hubo diferencias en otros
indicadores como años de abuso, días de consumo en el
último año, o duración de los periodos de abstinencia. Sin
embargo, todos los indicadores de tratamiento (número de
admisiones en hospitales por el consumo de drogas, días
de asistencia recibidos, modalidades de asistencia
aplicadas, etc.) eran más altos en el grupo con TAP.
Finalmente, un análisis de regresión reveló que los
problemas familiares y legales mostraban una gran
asociación con este grupo diagnóstico.
Otros investigadores han buscado analizar la relación
abuso de drogas – trastorno antisocial de personalidad, en
estudios de seguimiento de programas terapéuticos. Así,
Fridell et al. (2006) evaluaron durante cinco años a 125
pacientes de una unidad de desintoxicación en Suiza. Se
anotaron los delitos que habían cometido, y se entrevistó a
tres cuartes partes de la muestra. Se pudo observar que el
diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad
realizado en el momento del ingreso en la unidad de
desintoxicación estaba asociado con un posterior ingreso
en la cárcel, consumo de drogas, dependencia de los
servicios sociales, y continuidad en el tiempo de ese
mismo trastorno de personalidad. Si bien se apreció un
descenso general en los delitos vinculados con las drogas,
los sujetos con TAP seguían cometiendo de manera
abundante otro tipo de actos delictivos.
El diagnóstico de trastorno antisocial de personalidad
también genera consecuencias negativas para las mujeres.
Así, en la investigación de Grella, Joshi y Hser (2003),
que siguió a lo largo de cinco años a 453 clientes que
habían sido tratados por dependencia a la cocaína, se
observó que el diagnóstico de TAP estaba asociado, en los
hombres, con un mayor abuso del alcohol y una mayor
asistencia a programas de tratamiento para el consumo de
drogas; mientras que las mujeres con este diagnóstico
presentaban mayores problemas psicológicos y una
asistencia incrementada a tratamiento clínico que aquellas
mujeres que no lo presentaban.
La relevancia del trastorno antisocial de personalidad
también se ha puesto en evidencia entre los jugadores
compulsivos. Pietrzak y Petry (2005) analizaron a 237
sujetos que habían ingresado en un tratamiento
ambulatorio para jugadores compulsivos en un estado
norteamericano. 39 de ellos (el 16,5%) tenían un
diagnóstico de TAP. Comparados con los jugadores sin
TAP, aquéllos presentaron mayores problemas médicos y
un mayor consumo de drogas, además de un comienzo
más temprano en el juego. También se observó que el
abuso de drogas ilegales fue una de las variables que, en
un análisis de regresión logística, mostró tener una
capacidad relevante para predecir el diagnóstico de TAP
en los jugadores.
Finalmente, la violencia, el diagnóstico de trastorno
antisocial de la personalidad y el consumo de drogas
vuelven a aparecer en la investigación que Putkonen y sus
colegas (2004) realizaron con 90 homicidas que
presentaban una enfermedad mental, un 78% de los cuales
eran esquizofrénicos. En torno al 70% de estos sujetos
evidenciaban abuso de alcohol y drogas de manera
habitual en sus vidas, y del 51 por ciento que mostraban
un trastorno de personalidad, la inmensa mayoría (el 47%
de la muestra total) era de tipo antisocial. Por otra parte,
todos los sujetos que tenían un trastorno de personalidad
también eran sujetos que abusaban de sustancias.
Lo cierto es que el abuso de sustancias puede
incrementar el riesgo de violencia a través de diferentes
mecanismos, tal y como se ve en el cuadro 14.1. El primer
mecanismo es directo: el consumo de sustancias provoca
desajustes en la capacidad que tiene el individuo de
controlar sus emociones y su impulsividad. Son los
efectos químicos de la droga (por ejemplo, depresores del
Sistema Nervioso Central), por consiguiente, los que
inducen al sujeto a la violencia al alterar su competencia
social en el enfrentamiento ante las dificultades o los
conflictos interpersonales. El segundo mecanismo sería
indirecto, a través de la potenciación de los síntomas
característicos de otros trastornos, como el trastorno
antisocial de la personalidad o el trastorno límite de la
personalidad.
CUADRO 14.1. Dos caminos del abuso de sustancias hacia el
comportamiento violento
14.3.2. La transmisión de una asociación
En el apartado anterior hemos visto que el abuso de
sustancias y el trastorno antisocial de la personalidad
están sólidamente asociados, pero nada hemos dicho
acerca del porqué de esa relación. Lo cierto es que ambos
trastornos se presentan de manera conjunta en muchas
familias, lo que sugeriría la existencia de un riesgo
genético común latente (Young et al., 2000). Sakai et al.
(2005) han planteado que las mujeres y los hombres con
rasgos antisociales podrían mostrar una mayor tendencia a
tener descendencia juntos, lo que explicaría la fuerte
asociación existente entre drogas y conducta antisocial, ya
que se sumaría el efecto del riesgo genético al efecto del
riesgo ambiental en la crianza de su prole.
Para dilucidar en parte esta cuestión McGue y Iacono
(2005) realizaron un importante estudio longitudinal,
partiendo de la siguiente base teórica. Hay diversas líneas
de evidencia que sugieren que la relación existente entre
los problemas de conducta en la niñez y la patología
adulta son el resultado de mecanismos de riesgo
generales, en lugar de mecanismos específicos. En primer
lugar, existe una fuerte concurrencia de indicadores
múltiples de problemas de conducta en la adolescencia, lo
que implicaría la existencia de una dimensión subyacente
genérica de “problemas de conducta”. De modo
semejante, hay una evidencia creciente de que la fuerte
comorbidad existente entre numerosos trastornos
psiquiátricos y el abuso de drogas puede ser el resultado
de una o más dimensiones subyacentes de la salud mental.
Y finalmente, al menos un indicador de problema de
conducta en la adolescencia (uso precoz del alcohol, antes
de los 15 años) está asociado con muchos problemas en la
edad adulta, es decir, es un factor general de riesgo para
problemas como trastorno antisocial de la personalidad,
alcoholismo y abuso de drogas (McGue et al., 2001).
En esta investigación, los autores examinan si la
asociación entre los problemas de conducta en la
adolescencia y el uso de sustancias en la edad adulta y
otros trastornos se debe a un mecanismo de riesgo
general, de modo tal que los problemas de conducta en la
adolescencia elevan también el riesgo para diferentes
trastornos en la edad adulta, o por el contrario se trata de
un mecanismo específico, de modo tal que un problema de
conducta se asocia con un trastorno que está relacionado
clínicamente con esa conducta (lo que sucedería si, por
ejemplo, el consumo de alcohol en la adolescencia se
asociara al consumo de alcohol en la edad adulta).
McGue y Iacono entrevistaron a 578 varones y 674
mujeres que tenían 17 años (gemelos idénticos, aunque en
esta investigación no se evaluó el posible carácter
hereditario de las conductas medidas), preguntándoles su
grado de participación y edad de inicio (antes y después
de los 15 años) en las siguientes cinco conductas
antisociales o problemas de conducta: (1) consumo de
alcohol, (2) consumo de drogas, (3) consumo de tabaco,
(4) contactos con la policía, y (5) relaciones sexuales1.
Igualmente, los participantes también completaron una
entrevista clínica estructurada a esa misma edad de los 17
años, y posteriormente a los 20 años (seguimiento de tres
años).
Los autores hallaron que los problemas de conducta en
la adolescencia, especialmente cuando aparecen antes de
cumplir 15 años, están asociados con un riesgo
incrementado de presentar dependencia del tabaco, abuso
y dependencia del alcohol y abuso y dependencia de las
drogas, en la edad adulta. Por otra parte, además de estos
cuadros relacionados específicamente con los predictores
en la adolescencia, se observó también un riesgo mayor
de desarrollar dos trastornos diferentes, como son el
trastorno antisocial de personalidad y una depresión
mayor, cuando los jóvenes tenían 20 años. Por
consiguiente, cada uno de los cinco problemas de
conducta evaluados en la adolescencia se relacionó con
cada uno de los cinco diagnósticos investigados tres años
después.
Esta asociación fue especialmente importante en el caso
de los diagnósticos de abuso de sustancias y trastorno
antisocial de la personalidad, con valores de odds ratio2
que superaban generalmente el valor de 4.0. Así, entre los
hombres que informaron haber participado en cuatro de
los cinco problemas o conductas antisociales antes de
cumplir 15 años, las tasas de diagnóstico de abuso de
sustancias y de trastorno antisocial de la personalidad
excedieron el 80% cuando cumplieron 20 años, mientras
que solo se llegó a un 30% en el caso del trastorno
depresivo. Como conclusión, los autores aportaron una
importante evidencia de que los problemas de conducta en
los jóvenes obedecen a mecanismos de riesgo generales
que se concretan en diagnósticos diversos en la edad
adulta.
La existencia del “riesgo genético común latente”
encontró un fundamento muy sólido en la reciente
investigación de Dean et al. (2012). Estos autores
decidieron analizar en qué medida los niños que tenían
padres (uno o los dos) con trastornos mentales, tenían
mayor probabilidad de cometer delitos que los niños
cuyos padres no presentaban dichos trastornos. El estudio
realizado fue modélico: a partir de una muestra
representativa de la población de Dinamarca, se siguió a
una cohorte de 412.117 niños menores de 15 años, desde
enero de 1981 hasta diciembre de 2006 (logrando así un
total de 25 años de análisis longitudinal). Los resultados
encontrados revelaron que los sujetos cuyos padres
presentaban un historial de trastorno mental
(esquizofrenia, trastorno bipolar, trastornos afectivos,
trastornos de ansiedad y somatoformes, trastornos de
personalidad y abuso de sustancias) cometieron más
delitos que los sujetos cuyos padres no presentaron tales
trastornos. Ese riesgo de delincuencia fue más elevado
cuando los dos padres tenían el trastorno mental (valor
obtenido: 3,39 veces más probabilidad de delincuencia).
Dicha asociación entre trastorno mental de los padres y
delincuencia de los hijos se mantuvo con independencia
del sexo de padres e hijos, así como para los diferentes
tipos de trastorno mental diagnosticados (salvo el
trastorno bipolar). Ahora bien, las chicas mostraron una
tasa absoluta de delincuencia más baja pero una tasa
relativa más alta que los chicos, cuando sus padres tenían
ambos un trastorno mental (tasa relativa de delincuencia
de las chicas: 4.52; tasa relativa de los chicos: 3.26).
La solidez de los datos hallados se manifestó en que la
relación con el trastorno mental paterno persistió tanto
para el caso de la delincuencia general como para el de los
delitos graves. ¿Qué se puede concluir de esta
investigación? En primer lugar, que los trastornos
mentales en los padres constituyen un elemento de riesgo
para que sus hijos cometan delitos, creando así una
familia vulnerable. Dicha vulnerabilidad o mayor
propensión familiar al delito reflejaría tanto una tendencia
genética como ambiental, lo que se puso de manifiesto en
otros dos resultados obtenidos: primero, que las familias
de un nivel socioeconómico mayor presentaran un mayor
riesgo de delincuencia y, segundo, que tal riesgo se
incrementara también cuando los padres, además del
trastorno mental, tuvieron añadido un historial delictivo.
Ya que tanto la delincuencia como el nivel
socioeconómico reflejan influencias ambientales, hemos
de considerar que éstas se sumaron al riesgo genético del
trastorno mental y de la delincuencia.
La segunda conclusión apuntaba a la necesidad de una
política preventiva que tomara en cuenta estos resultados
(Dean et al., 2012: 580):
Desde una perspectiva clínica, los hallazgos indican que los
terapeutas y otros profesionales que trabajan con personas
diagnosticadas con un trastorno mental harían bien en recordar que
muy probablemente tales personas también serán padres, lo que
supone extender la atención a sus hijos. Este estudio, finalmente, se
añade a otros existentes para recomendar que se tomen medidas para
la prevención intergeneracional de la adversidad.

14.3.3. ¿Qué es lo que se transmite?


Ahora bien, en términos de comportamiento o de
mecanismo psicológico, ¿qué es lo que puede incluirse en
ese ‘mecanismo de riesgo general’ o, en palabras de
Young et al. (2000), “un riesgo genético común latente”?
Probablemente el candidato más firme sea la
desinhibición conductual o, lo que es lo mismo, la
impulsividad. En efecto, no cabe duda de que la
impulsividad es un elemento crítico en muchos de los
trastornos de conducta de niños y adolecentes (trastorno
disocial, trastorno de déficit de atención/ hiperactividad),
así como en diversas patologías adultas, incluyendo el
trastorno antisocial de la personalidad y la personalidad
límite. Asimismo, los sujetos que consumen drogas
muestran una notable impulsividad, y ésta parece estar
presente también en sujetos violentos y delincuentes
habituales (Garrido, 2003).
La impulsividad es un constructo de rango amplio, que
incluye aspectos cognitivos y conductuales, y que afecta
al inicio del comportamiento en muchos diferentes tipos
de escenarios. Las definiciones varían, pero los usos más
comunes del término se refieren a lo siguiente: a) una
respuesta rápida, sin prestar atención al contexto; b) una
respuesta sin consideración de sus posibles (o probables)
consecuencias, y c) la incapacidad para demorar la
gratificación (Thompson et al., 2006). Resulta obvio que
los drogodependientes manifiestan un estilo de vida
caracterizado por esos rasgos impulsivos, como lo es en el
caso de los diagnósticos arriba señalados. La influencia de
la genética en la impulsividad es manifiesta, y este hecho
podría explicar, junto al riesgo ambiental, que tanto el
abuso de drogas como la conducta y personalidad
antisocial tiendan a asociarse de modo tan estrecho.
El otro candidato a incluirse en este rasgo latente sería
la insensibilidad emocional, uno de los atributos
esenciales de los psicópatas que se manifiesta en la falta
de empatía y en la ausencia de remordimientos por las
fechorías realizadas. La importancia de este factor puede
observarse en una investigación de Goldstein et al
(2006a), quienes estudiaron a los integrantes de la
Encuesta Nacional Epidemiológica sobre Alcohol y
Condiciones Relacionadas (Estados Unidos) y hallaron
que de los 1422 sujetos que presentaban el diagnóstico de
TAP, 728 (el 51%) presentaban el síntoma de falta de
remordimientos. Estos sujetos eran más jóvenes y tenían
una familia con mayor prevalencia de problemas de
drogas que los sujetos que no presentaban ese síntoma, e
igualmente eran autores de conductas más violentas que
los que sí tenían remordimientos.

14.3.4. La precocidad como precursor de riesgo


El estudio de McGue y Iacono revisado anteriormente
ya nos anunciaba la importancia de la aparición temprana
de los problemas de conducta en el desarrollo posterior de
una personalidad antisocial vinculada con el abuso de
sustancias. Existe hoy en día una investigación abundante
que soporta esta conclusión. Y lo que es más importante,
si son los rasgos que definen la personalidad antisocial en
su sentido más duro (impulsividad e insensibilidad
emocional) los causantes de la desviación posterior en
múltiples ámbitos de la vida, el consumo de drogas ha de
verse como un invitado posterior, es decir, como un
potenciador de los efectos destructivos de los rasgos
antisociales. En particular la violencia posterior estaría
muy relacionada con el inicio precoz en la manifestación
de la falta de autocontrol y la dureza emocional. Por
ejemplo, en otra investigación realizada por Goldstein et
al. (2006b), los sujetos con diagnóstico de TAP que, de
acuerdo con los criterios del DSM-IV, presentaban un
comienzo en la infancia (< 10 años) mostraron una mayor
dependencia a las drogas en el transcurso de sus vidas que
los que tuvieron un comienzo en la adolescencia (> 10
años), si bien la prevalencia de la dependencia del tabaco
era menor.
Este tema fue objeto de análisis en otro interesante
trabajo realizado por Mueser et al. (2006) con pacientes
duales. Estos autores dividieron a 178 clientes que vivían
en dos áreas urbanas de Estados Unidos en cuatro grupos:
No TD3/ TAP; solo TD; solo TAP; y TD / TAP. A
continuación compararon esos cuatro grupos en diversas
variables sociodemográficas, clínicas y legales. Los
resultados mostraron que el grupo de solo TAP tenía el
mayor índice de consumo de drogas, de vivir en la
indigencia y de mayor inestabilidad/promiscuidad en las
relaciones sexuales, seguido por el grupo de TD y TAP;
ambos diferían significativamente en estas variables de
los otros dos grupos. Ahora bien, era el grupo de TD y
TAP quien presentaba mayor número de delitos violentos
y de condenas. Los autores concluyeron que una parte
sustancial de la conducta delictiva de los sujetos con
diagnóstico dual drogas/TAP puede deberse al comienzo
temprano del TAP (evidenciado por la presencia del
trastorno disocial en la infancia), y no tanto a los efectos
del consumo de drogas.

14.3.5. Los psicópatas


En base a lo mostrado en el capítulo anterior, podemos
entender que la psicopatía no es lo mismo que el
diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad, ya
que éste repara muy poco en las variables interpersonales
y emocionales que son características de la personalidad
psicopática (Hare, 1993; Garrido, 2003). El cuadro 2
ilustra este hecho: si bien muchos sujetos encarcelados
serán también diagnosticados con el trastorno antisocial
de la personalidad, existirán en la cárcel personas
psicópatas que, debido a la ausencia de un trastorno
disocial en la infancia —exigencia para el diagnóstico de
trastorno antisocial de la personalidad— no podrán ser
cualificados de este modo. Es el caso de sujetos bien
integrados que, en un momento determinado, cometen un
hecho delictivo, o finalmente —después de una carrera
delictiva oculta— son detectados por la justicia y
encarcelados. De hecho, la mayoría de los delincuentes
habituales pueden ser diagnosticados de un trastorno
antisocial de la personalidad; solo una parte de ellos
dispondrá de los rasgos que definen a un psicópata. Fuera
de la cárcel, desde luego, hay psicópatas, simplemente no
son detectados. El cuadro 14.3 reúne las características
más usuales que clínicos e investigadores han empleado
para definir los rasgos del psicópata (tomado de Walsh y
Wu, 2008). Obsérvese, en su contraste con los criterios
del trastorno antisocial de personalidad del DSM-IV
(cuadro 14.4) como muchas de esas características —
singularmente las de naturaleza interpersonal y afectiva—
se hayan ausentes o no se encuentran convenientemente
recogidas en el diagnóstico de TAP.
CUADRO 14.2. El Trastorno antisocial de la personalidad y la Psicopatía
en la cárcel
CUADRO 14.3. Rasgos típicos de la psicopatía en la investigación
Insensibilidad ante las emociones ajenas / falta
Egocéntrico
de empatía
Grandioso sentido de autovalía
Falta de profundidad emocional o conciencia
(narcisismo)
Historia de mentira patológica y engaños Relativamente sin miedo
Impulsividad e irresponsabilidad Buena inteligencia
Echar la culpa a los demás Encanto superficial /carismático
Incapacidad para aprender de las experiencias
Manipula a los otros
adversas
Falta de metas realistas a largo
Estilo de vida parásito
plazo
Incapacidad para amar y para otras relaciones
Vida sexual promiscua
emocionales
Alta necesidad de estimulación Tendencia al aburrimiento

Las características en cursiva del cuadro 3 no aparecen


representadas o no lo están convenientemente entre los
criterios de TAP que aparecen en el cuadro 4.
CUADRO 14.4. Trastorno antisocial de la personalidad (DSM-IV)
A. Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás
que se presenta desde la edad de 15 años, como lo indican tres (o más) de los
siguientes ítems:
(1) fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento
legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivo de detención
(2) deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros
para obtener un beneficio personal o por placer
(3) impulsividad o incapacidad para planificar el futuro
(4) irritabilidad y agresividad, indicados por peleas físicas repetidas o agresiones
(5) despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás
(6) irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo
con constancia o de hacerse cargo de obligaciones económicas
(7) falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber
dañado, maltratado o robado a otros.
B. El sujeto tiene al menos 18 años.
C. Existen pruebas de un trastorno disocial que comienza antes de la edad de 15 años.
D. El comportamiento antisocial no aparece exclusivamente en el transcurso de una
esquizofrenia o un episodio maníaco.

La capacidad para predecir el desarrollo de estilos de


conducta delictivos y violentos ha hecho que la psicopatía
empezara a ser un constructo de creciente interés en los
medios científicos, clínicos y profesionales de diversos
ámbitos, adquiriendo una importancia cada vez mayor en
los últimos años en los sistemas de justicia. Hoy día se
acepta ampliamente que el síndrome psicopático consiste
en un conjunto estable de rasgos de personalidad,
actitudes y comportamientos desadaptativos que tienen su
origen en la infancia y que se agrupan alrededor de dos
ejes básicos: una personalidad caracterizada por la
insensibilidad emocional y una conducta claramente
antisocial. De este modo, los investigadores han trabajado
sobre la posibilidad de identificar a un grupo de jóvenes
delincuentes que, si puntúan alto en psicopatía, es de
esperar que mantendrán comportamientos antisociales
graves y frecuentes en la edad adulta (Forth y Burke,
1998). Algunos autores han rastreado el inicio de
síntomas a edades tan precoces como los 6-10 años
(Widinger et al.,1996). Tal vez sea cierto que, “para
encontrar al adulto antisocial de mañana debemos mirar al
niño antisocial de hoy” (Lynam, 1996, p. 210). El
consumo de drogas y de alcohol es un comportamiento
habitual en estos jóvenes, y posteriormente permanece en
la edad adulta (Forth y Maillous, 2000).
Las tres dimensiones que mejor definen la psicopatía
son (Cooke, Michie, Hart et al., 2004), en primer lugar, un
estilo interpersonal arrogante y manipulador que
caracteriza a un sujeto con encanto superficial y con un
auto-concepto desmesurado que sabe engañar y manipular
a los demás. En segundo lugar, su capacidad para
experimentar una vida afectiva plena es deficiente, no
tiene remordimientos o sentimiento de culpa, no consigue
experimentar empatía, es insensible emocionalmente y, si
demuestra afecto, éste es siempre superficial. Finalmente,
la tercera dimensión comprende un comportamiento que
es irresponsable e impulsivo; el sujeto busca
constantemente sensaciones novedosas que le hacen
“vivir al límite”. Estos tres factores desarrollan el modelo
de los dos factores establecido por Hare en la prueba más
válida y célebre en la medición de este trastorno: El
Psychopathic Checklist Revised (PCL-R), de la cual se ha
derivado la versión para jóvenes (PCL-YV) entre los 14 y
los 18 años.
Podemos, pues, hacernos una idea de la importancia de
evaluar la psicopatía en los jóvenes que toman un primer
contacto con el sistema de justicia y de su relevancia en
decisiones del ámbito legal y en las políticas públicas. La
esperanza reside en poder identificar a un subgrupo de
individuos con los que es fundamental intervenir precoz e
intensivamente (Andershed, Kerr, Stattin, y Levander,
2002; Forth y Mailloux, 2000; Frick, 2002; Lynam,
2002).
La importancia de detectar la psicopatía en el joven
delincuente es reafirmada por los resultados empíricos
que detectan formas particularmente persistentes de
delincuencia que ocasionan un daño grave a las víctimas,
a cargo de sujetos adultos con rasgos psicopáticos (Forth
y Maillous, 2000; Gretton, Hare y Catchpole, 2004; Hare,
1998; Lalumiére, Harris y Rice, 2001), confirmándose
que estos individuos suelen tener un historial de
comportamiento antisocial grave ya en la infancia (Frick,
Barry y Bodin, 2000).
Cuando los estudios se realizan en jóvenes la evidencia
nos dice que la psicopatía se asocia con la edad de la
primera detención, con delitos violentos previos,
comportamiento violento dentro de la institución y
reincidencia violenta (Edens, Poythress y Lilienfeld,
1999; Forth, Hart y Hare, 1990; Kosson Suchy, Mayer y
Libby, 2002; Murdoch, Hicks, Rogers y Cashel, 2000),
así como con la edad de primer delito violento, con el
número total de delitos cometidos (Forth, 1996; Kosson,
et al., 2002; Myers, Burket y Harris, 1995; Stafford y
Cornell, 2003) y con la utilización de armas (Kosson et
al., 2002). La PCL:YV ha demostrado su gran utilidad en
predecir la tipología delictiva, la utilización de armas
durante la comisión del delito y el número de víctimas
implicadas (Gretton, McBride, Hare, O´Shaughnessy, y
Kumba. 2001; Ridenour, Marchant y Dean, 2001) así
como la agresión a figuras de autoridad y altercados
dentro de la institución en que se cumple la medida
judicial (Brandt, Wallace, Patrick y Curtin, 1997).
En particular, en cuanto a la reincidencia, las
investigaciones reiteran una y otra vez la conclusión de
que la psicopatía se relaciona con el fracaso del
cumplimiento de la libertad condicional, con la
reincidencia violenta y con la ineficacia de la aplicación
de tratamientos (Brandt et al., 1997; Gretton et al., 2001;
Hemphill, Hare y Wong, 1998; Rice y Harris, 1992;
Serin, 1996).
La importancia de la psicopatía en su influencia sobre el
consumo de alcohol y drogas se ha puesto de relieve
recientemente en un estudio realizado en España por Silva
(2009). Esta autora estudió a 238 delincuentes juveniles
pertenecientes a la Comunidad Autónoma de Madrid y a
la Comunidad Autónoma de Murcia. Todos habían sido
ya sentenciados en al menos una ocasión por el juzgado
de menores, y en el momento de realizarse el estudio
cumplían una medida de internamiento (Madrid) o una
medida comunitaria, como libertad vigilada o prestación
de servicios en beneficio de la comunidad (Murcia). La
psicopatía fue evaluada mediante la PCL-YV, y el
consumo de sustancias a través de los datos que constaban
en los expedientes psicosociales existentes.
Los resultados muestran que los contrastes resultan
significativos para las preguntas relativas a la
“actualidad”, es decir cuando se recoge información del
consumo reciente. Las puntuaciones altas y bajas en
psicopatía no diferencian entre los sujetos que han
consumido/ no han consumido sustancias aditivas alguna
vez en sus vidas (el dato se recoge preguntando si el
individuo “ha consumido alguna vez…”), pero el
consumo en la “actualidad” es mayor entre aquellos que
puntúan alto en psicopatía. Esta afirmación es verdadera
para todas las sustancias preguntadas, desde el tabaco
hasta el alcohol, pasando por el cannabis y las
denominadas “drogas duras” como la cocaína o la heroína
(cuadro 5).
El análisis se realizó sobre el total de casos válidos,
dado que para algunos jóvenes no se pudo disponer de tal
información (de ahí la diferencia entre unos valores
muestrales y otros)4.
CUADRO 5. Asociación entre variables de consumo de drogas y la
puntuación de psicopatía
PCL:YV
Total
Variables consumo drogas Bajo Alto Signif.
n % n % n %
No 63 26,9 48 20,5 15 6,4
De vez en
¿Consume tabaco? 19 8,1 15 6,4 4 1,7
cuando 8,029*
(n=234)
Habitualmente 151 64,5 92 39,3 59 25,2
No contesta 1 0,4 0 - 1 0,4
No 41 17,4 33 14,0 8 3,4
¿Ha consumido alguna
vez cannabinoides? Sí 185 78,7 16 49,4 69 29,4 n.s.
(n=235)
No consta 9 3,8 6 2,6 3 1,3
No 66 35,7 43 23,2 23 12,4

¿En la actualidad toma De vez en


87 47,0 69 37,3 18 9,7
cannabinoides? cuando 14,491***
(n=185) Habitualmente 32 17,3 4 2,2 28 15,1
No contesta 0 - - - - -
No 121 52,2 92 39,7 29 12,5
¿Alguna vez ha tomado
drogas duras? (n=232) Sí 95 40,9 53 22,8 42 18,1 10,562**
No consta 16 6,9 9 3,9 7 3,0
No 14 18,8 10 10,5 4 4,2
De vez en
¿En la actualidad toma 60 63,1 37 38,9 23 24,2
cuando 8,446*
drogas duras? (n=95)
Habitualmente 21 22,1 6 6,3 15 15,8
No contesta 0 - - - - -
No 18 7,7 9 3,8 9 3,8
¿Ha tomado alguna vez
bebidas alcohólicas? Sí 210 89,4 143 60,9 67 28,5 n.s.
(n=235)
No consta 7 3,0 3 1,3 4 1,7
No 50 23,8 35 16,7 15 7,1

¿En la actualidad toma De vez en


74 35,2 64 30,5 10 4,8
bebidas alcohólicas? cuando 7,830**
(n=210) Habitualmente 80 38,1 41 19,5 39 18,6
No contesta 6 2,9 3 1,4 3 1,4

* p < 0.05 / ** p < 0.01 / *** p < 0.001

Al valorar el tamaño del efecto observamos que, para


muchas de las sustancias, el consumo ocasional no es
significativamente diferente pues el intervalo de confianza
contiene el valor 1 (es decir, existe una prevalencia igual
entre los que puntúan alto y los que puntúan bajo en la
PCL:YV). El valor de la asociación es estadísticamente
significativo entre aquellos que consumen habitualmente,
tal y como ya habíamos hecho notar anteriormente. En el
cuadro 6 puede verse cómo los delincuentes juveniles
altos en psicopatía consumen habitualmente 1,64 veces
más tabaco, 2,51 veces más cannabis, y han tenido una
probabilidad 2,51 veces superior de haber probado alguna
vez drogas duras. También vemos que ganan en
probabilidad de 2,50 a 1 en consumir actualmente drogas
duras y que beben alcohol habitualmente con una
probabilidad 1.63 veces superior.
CUADRO 6. Odds Ratio de las variables de consumo de drogas que
demuestran asociación con la psicopatía
OR IC 95%
No 1,00
Actualmente consume tabaco De vez en cuando 0,88 0,33 - 2,34
Habitualmente 1,64 1,01 - 2,66
No 1,00
Actualmente consume cannabinoides De vez en cuando 0,59 0,35 - 1,01
Habitualmente 2,51 1,76 - 3,58
No 1,00
Ha consumido alguna vez drogas “duras”
Sí 2,51 1,41 - 4,50
No 1,00
Actualmente consume Drogas “duras” De vez en cuando 1,34 0,55 - 3,26
Habitualmente 2,50 1,04 - 5,98
No 1,00
Actualmente consume bebidas alcohólicas De vez en cuando 0,45 0,22 - 0,92
Habitualmente 1,63 1,01 - 2,62

De todo lo anterior se deducen dos conclusiones. La


primera es la importancia de prestar atención a la
psicopatía aun cuando no se tenga constancia de una
conducta antisocial precoz, como exige el diagnóstico de
TAP, por cuanto que es posible que los rasgos de
insensibilidad emocional e interpersonales de la
psicopatía estén bien presentes en el individuo, lo que sin
duda será relevante para tener en cuenta en su tratamiento
de la adicción y en general en toda la supervisión clínica.
La segunda es que un sujeto con TAP no psicópata y otro
con TAP y el diagnóstico de psicópata son sujetos
marcadamente distintos; este segundo será mucho más
reacio a seguir las instrucciones terapéuticas y con mayor
capacidad para la violencia. El efecto del abuso de
sustancias en una personalidad con poca capacidad para
las emociones morales puede ser todavía más acusado por
lo que respecta al fomento de la violencia. Ya vimos
anteriormente en la investigación de Goldstein que los
sujetos diagnosticados de trastorno antisocial de la
personalidad con la presencia del síntoma “ausencia de
remordimientos” (que es un marcador de la psicopatía)
eran más jóvenes y tenían una familia con mayor
prevalencia de problemas de drogas que los sujetos que
no presentaban ese síntoma, y eran responsables de
conductas más violentas que los que sí tenían
remordimientos.
Finalmente, la importancia de la psicopatía puede ya
atisbarse entre los jóvenes, particularmente entre los que
ingresan en el sistema de justicia juvenil (ver capítulo
anterior). Un diagnóstico de esta índole guarda una
relación estrecha con una delincuencia más persistente y
variada, así como con un mayor consumo de drogas.

14.4. INCENDIOS INTENCIONADOS


Apenas un 2% de los causantes de los incendios
forestales son detenidos y, cuando son condenados, las
penas acostumbran a ser muy leves. Mientras esa
situación no se corrija, si se tiene en cuenta que el factor
humano está detrás del origen del 91% de las llamas,
parece evidente concluir que será muy difícil acabar con
la plaga de fuego que cada verano arrasa los bosques
españoles.
Anualmente España sufre una media de 20.000
incendios forestales al año. A pesar de que han mejorado
mucho los medios empleados para la extinción de los
incendios, este delito constituye una verdadera catástrofe
ecológica, que destruye una enorme riqueza biológica, y
que se cobra también un elevado tributo en vidas humanas
y pérdidas económicas. Las diversas administraciones han
invertido grandes recursos para ello, pero en cambio se ha
trabajado menos en una adecuada gestión forestal para
reducir la vulnerabilidad de los bosques. Pero, aunque así
se hiciera, no sería suficiente para acabar con la plaga de
incendios que sufre el país. Por encima de todo hay que
atacar las causas del fuego, que están en acciones
negligentes o intencionadas de los ciudadanos.
Es un error pensar que la mayoría de incendios
forestales son provocados por pirómanos, ya que estos
enfermos mentales son un porcentaje muy pequeño de la
población. En este apartado nos centramos en personas
que se dedican a prender fuego de forma no accidental,
con frecuencia repitiendo la acción numerosas veces. En
esta definición se incluye cualquier motivación para
producir el incendio, ya sean actos de venganza o por
motivos económicos, además de la patología conocida
como piromanía, y se excluye el fuego accidental. Sin
embargo, las negligencias o accidentes también están en
buena parte del inicio de los fuegos forestales, bien por
tirar colillas encendidas, por las quemas de basura, por las
quemas para la regeneración de pastos o por las quemas
de rastrojos y restos agrícolas, que son la causa más
frecuente de las llamas. Otros factores humanos que
provocan los incendios derivan del mal estado de las
líneas eléctricas, del ferrocarril, de maniobras militares,
del uso de maquinaria, y de barbacoas y fuegos
campestres.
Téngase presente que el Manual Descriptivo y
Estadístico de los Trastornos Mentales, versión IV (DSM-
IV), define a los pirómanos en atención a la satisfacción
emocional que acción les comporta, y por ello el
diagnóstico excluye cualquier otra motivación de tipo
económico, por venganza, provocado para encubrir otro
crimen, producto de una idea delirante o una alucinación,
o como resultado de una alteración en el juicio debido a
condiciones como demencia, retraso mental o
intoxicación por sustancias. Por consiguiente no es
correcto denominar a toda persona que ocasiona incendios
en más de una ocasión como pirómano, ya que tienen que
darse estos aspectos en la psicología del sujeto, de
acuerdo al DSM-IV:
– Tensión o activación emocional antes del acto (criterio
B)
– Fascinación o atracción por el fuego y su contexto
situacional (parafernalia, usos, consecuencias) (criterio
C)
– Bienestar, sentimiento de liberación cuando se inicia
el fuego, o se le observa o se participa en sus
consecuencias (criterio D)
– La provocación del incendio no se explica por la
presencia de un trastorno disocial, un episodio
maníaco, o un trastorno antisocial de la personalidad
(criterio F)

14.4.1. Tipología de incendiarios


Resulta más difícil elaborar tipos o perfiles en este
delito que en otros, debido a que la tasa de resolución de
casos es notablemente inferior a, por ejemplo, los delitos
sexuales o asesinatos, lo que dificulta examinar el
suficiente número de convictos para derivar perfiles
sólidos en los diferentes tipos. No obstante, el FBI ha
contribuido a la investigación y bibliografía sobre el
profiling de los incendios provocados mediante un
apartado del libro Crime Classification Manual.

A) Por beneficio o lucro


El motivo aquí es un beneficio económico. Y tal deseo
de ganancia provee al investigador generalmente de una
relación directa o indirecta con el responsable del
incendio. ¿Por qué? Un hecho distintivo de este delito es
que el delincuente es también una pseudo-víctima, y tiene
un interés en la propiedad destruida. El ejemplo típico es
el del dueño de un negocio que, harto ya de sufrir
pérdidas, decide incendiarlo para cobrar el dinero de la
póliza de seguros.
Ahora bien, esta categoría no solo incluye el deseo de
cobrar un seguro. Hay otras razones, como quemar la
propiedad para superar restricciones impuestas por las
autoridades de medio ambiente o patrimonio (caso de
edificios protegidos), o provocar el incendio de la
vivienda para exigir a las autoridades una reubicación en
mejores condiciones (en las sociedades donde tal servicio
se provea).
Un ejemplo de vínculo indirecto es el siguiente: un
propietario de un negocio prende fuego al local de otro
que le hace la competencia. Aquí el interés es indirecto,
en el sentido de que el beneficio se obtiene por la retirada
forzada del competidor en el negocio, no por el beneficio
directo que se deriva de la quema del local.

B) Por animosidad o venganza


Hay muchas posibilidades para mostrar resentimiento o
ánimo de venganza, y el fuego intencionado es una de
ellas, y no de las menos habituales. Un incendio
provocado evita la confrontación física, y con ello la
posibilidad de que el ofensor resulte dañado o haya de
temer una agresión posterior (aunque esto no siempre es
seguro, si la persona afectada por el incendio concluye
quién es el incendiario).
Son muchos los motivos que pueden suscitar un
incendio por animosidad: vengarse de los padres de la
novia, que no lo aprueban como yerno, de la nueva pareja
de quien era nuestra mujer, agravios pendientes entre
conocidos o vecinos, etc. Obsérvese que no siempre se
trata de actos de venganza que relacionan directamente a
un ofensor con la víctima, debido a que hay veces en que
no existe un vínculo entre la propiedad quemada y el
ofensor. Sería el caso de lo que conocemos como agresión
desplazada: así, alguien resentido con su jefe puede
quemar una propiedad pública para ventilar sus
emociones de ira y resentimiento.
C) Por vandalismo / excitación
El vandalismo supone la destrucción maliciosa de una
propiedad pública, y se trata como todos sabemos de una
conducta característica de la delincuencia juvenil, que en
ocasiones adopta la modalidad del incendio provocado.
¿Cuál es la razón de un acto así? ¡Quién sabe! Quizás
ritos de iniciación para formar parte de una banda, otras
veces puro aburrimiento que es combatido mediante la
realización de “algo emocionante”… por eso podemos
hablar también de incendiarios en busca de la excitación,
es decir de jóvenes que prenden fuego por la estimulación
psicológica resultante. De acuerdo al FBI, con mucha
frecuencia nos hallamos ante jóvenes que presentan
deseos fetichistas, delirios psicóticos o trastornos de
personalidad, generalmente de tipo histriónico (ver más
adelante la psicopatología de los incendiarios).

D) Para ocultar un crimen


El motivo aquí es ocultar un crimen o, más exactamente,
destrozar la evidencia que revele que se ha cometido ese
crimen, o al menos la evidencia que pueda servir para
señalar al autor de los hechos. Es decir, aquí el incendio
es algo secundario, un medio para perseguir una meta
prioritaria (generalmente matar a alguien).

E) Por razones políticas


Es obvio que el incendio puede estar también al servicio
de acciones políticas, como ocurre en revueltas motivadas
por disputas sociales (racismo, sentimiento de opresión,
tensión social…). Los acontecimientos en Grecia con
motivo de las protestas generalizadas contra la política de
recortes económicos del gobierno acaecidas en 2011 y
2012 involucraron muchos actos de incendios
provocados, que en ese caso fueron expresión de un gran
resentimiento social hacia múltiples problemas de esa
sociedad. Finalmente los incendios pueden ser también un
arma en manos de terroristas.

F) Piromanía
Muchas veces cree la gente que los incendiarios “están
mal de la cabeza”. Como señalamos en la introducción,
esto dista mucho de ser verdad, y en parte se debe a la
confusión, de la que ya nos hemos hecho eco, entre
“incendiario” y pirómano.
De hecho, a pesar de que la piromanía aparece como
una enfermedad acreditada en el DSM-IV, en el epígrafe
de “trastornos por control de los impulsos”, los
investigadores no las tienen todas consigo. Es decir,
todavía hay autores que discuten en realidad su propia
definición y contenido sintomático, y mientras que unos
destacan esa ausencia de control de los impulsos —que lo
relacionaría con comportamientos como la cleptomanía
—, otros enfatizan el efecto de “placer” o “liberación”
que produce el contemplar las llamas. Y todavía unos
terceros ponen el acento en el carácter sexual de la
satisfacción que provee. Es decir, según esas percepciones
diferenciadas de la piromanía, en el primer caso
dominaría el descontrol del impulso, pero en los otros
estaríamos ante una obsesión y una desviación sexual,
respectivamente.
Recientemente el profesor Shea (2002) ha llamado la
atención sobre un hecho inquietante: el empleo de la
categoría de piromanía en el DSM-IV como un
diagnóstico “por defecto”, es decir, que se aplicaría solo
cuando en el caso concreto no existen indicios que
permitan ubicarlo en una de las categorías anteriores (por
beneficio, animosidad, vandalismo, etc.).
No obstante, y al margen de la piromanía, lo cierto es
que hay diversas investigaciones que han revelado la
asociación entre los trastornos mentales y de la
personalidad y los incendios provocados. Vamos a
ocuparnos de esta cuestión en el apartado siguiente.

14.4.2. Patologías mentales asociadas


Uno de los trabajos científicos más actuales sobre la
relación existente entre patología psíquica y los incendios
provocados se debe a la doctora Jasmin Enayati y otros
colegas (2008), quienes investigaron la presencia de
patologías mentales en 214 incendiarios que habían sido
derivados para su evaluación psiquiátrica con motivo de
su inculpación en tales hechos. Se trata de una muestra
muy importante, y que comprende a una gran parte de los
sujetos encausados en Suecia por este delito en el periodo
1997-2001. Otro aspecto interesante del estudio es que
compararon la presencia de patología mental de los
incendiarios con la que presentaron todos los demás
sujetos que fueron evaluados por las unidades
psiquiátricas forenses suecas en ese mismo periodo, en
número de 2.395.
De estos 214 sujetos, 155 (72%) eran hombres y 59
(28%) mujeres. La clasificación de los trastornos mentales
se realizó de acuerdo con los criterios existentes en el
DSM. La edad media de los sujetos fue de 34 años para
los varones, y de 40 años para las mujeres (diferencia
estadísticamente significativa). El 15% de los encausados
no había nacido en Suecia. Entre los sujetos que sirvieron
de comparación con los acusados de incendio dominaban
los que habían cometido agresiones graves, agresiones
comunes (common assault), homicidios, robos con
violencia y agresiones sexuales. Tanto los hombres como
las mujeres de estos delitos tenían una media de edad
semejante, en torno a los 35 años.
En el capítulo de resultados tenemos lo siguiente. Los
diagnósticos más frecuentes entre los incendiarios
hombres fueron los trastornos de personalidad (48,4%),
abuso de sustancias —como diagnóstico principal o
secundario— (46,5%) y un trastorno psicótico (25,1%).
Entre las mujeres fueron más comunes los diagnósticos de
abuso de sustancias (47,5%), el trastorno de personalidad
(40,7%) y un trastorno psicótico (37,3%).
Cuando se compararon estos datos con los trastornos
más prevalentes entre los sujetos no acusados de incendio
provocado no se observaron diferencias significativas,
salvo algunas excepciones: un 10% de los incendiarios
hombres habían presentado un diagnóstico de deficiencia
en el aprendizaje / retraso mental, mientras que el otro
grupo solo registró un 3,4% de sujetos con este
diagnóstico. Igualmente, los incendiarios también
presentaron una mayor frecuencia de diagnóstico del
Síndrome de Asperger (una condición más leve del
autismo): 7,1% versus 2,5% en los otros pacientes.
Entre las mujeres se mantuvo la superioridad de los
trastornos del aprendizaje (8,5% versus 2,6%), y
destacaron a su vez en el diagnóstico de abuso del alcohol
(25,4% versus 14,4% las otras pacientes).
Cuando se compararon hombres y mujeres incendiarios
entre sí no se reveló diferencia significativa alguna en las
categorías diagnósticas, aunque en dos se alcanzó casi la
significación estadística: las mujeres presentaban un
mayor porcentaje de psicosis (37,3% versus 25,1%) y de
abuso del alcohol (no se dan los porcentajes en el
estudio).

14.4.3. Conclusión incendiarios


¿Qué podemos concluir de este estudio? Se desprende
del mismo que, considerando los valores globales, un
número importante de los incendiarios condenados y
enviados a que se les realice un examen forense presentan
patologías, singularmente abuso del alcohol, trastornos de
personalidad, psicosis y deficiencias en el aprendizaje.
Pero, tal y como señalamos al principio, la inmensa
mayoría de los incendiarios no son detenidos o, si lo son,
muchas veces no se puede probar su participación en los
hechos. La patología mental está presente en un número
importante de los detenidos y examinados por los
forenses, pero probablemente en la gran mayoría de los
casos esas patologías son solo factores coadyuvantes en la
comisión de los delitos, como aparecen también otros
delitos como los examinados en este capítulo.
La lucha contra el fuego requiere de una actuación más
coordinada e integral de las administraciones, de las
fuerzas del orden y de la justicia. No basta con programas
preventivos consistentes en “concienciar” a la población.
Hay que establecer mayor vigilancia capaz de dar una
respuesta rápida al inicio del incendio, limpiar los montes,
mejorar las técnicas de investigación para hallar a los
culpables y ser más eficaces en la persecución de las
conductas gravemente temerarias o negligentes,
incluyendo, desde luego, a las que incendian de modo
intencionado.

14.5. CONCLUSIONES
La relación entre violencia y enfermedad mental
(psicosis) puede plantearse con dos interrogantes: ¿Hay
una relación entre la enfermedad mental y la violencia? Si
esta relación existe, ¿puede predecirse quiénes de entre
estos enfermos llegarán a comportarse violentamente? Las
respuestas a estas preguntas aparecen en la primera parte
de este capítulo: en efecto, hay una relación entre ambos
fenómenos; la enfermedad mental aumenta el riesgo de
ser violento. Y la psicosis esquizofrénica, pero
particularmente los síntomas positivos de la esquizofrenia
(delirios de amenaza, persecución, control), parece que
son los mejores índices predictivos del surgimiento de
respuestas violentas. Por otro parte, el abuso de sustancias
y el alcohol (patología dual) incrementa más la violencia
de los enfermos mentales.
Sin embargo, la violencia resulta más probable si el
sujeto tiene un trastorno de personalidad antisocial o una
psicopatía que una psicosis. Y, desde luego, la presencia
de la patología dual, es decir, el hecho de que estos
sujetos abusen del alcohol o las drogas, hace las cosas
más difíciles, porque los pacientes duales con un trastorno
antisocial de personalidad tienen muchas más limitaciones
a la hora de llevar una vida socialmente competente. Esto
incluye tener un trabajo estable, una relación familiar
armoniosa y una vida alejada del sistema de justicia penal.
En este capítulo hemos visto cómo, invariablemente, el
diagnóstico de este trastorno complicaba las cosas.
Además, tenemos muchas razones para pensar que la
personalidad antisocial puede ser un constructo que refleje
un ‘rasgo genético latente’ donde tendrían asiento muchos
diferentes problemas de integración social, entre los que
se incluirían la delincuencia y la violencia, la
irresponsabilidad social y el consumo abusivo de
sustancias.
Las investigaciones apuntan a que en el ‘núcleo duro’ de
la personalidad antisocial se encontrarían dos dimensiones
principales. En primer lugar la desinhibición conductual o
impulsividad, ya que la ausencia de autocontrol aparece
como un elemento clave en multitud de comportamientos
irresponsables y antisociales. En segundo lugar, la
ausencia de sensibilidad emocional o de sentimientos de
culpa, lo que se refleja en una pobre vinculación
emocional con los otros y en una capacidad importante
para desconectarse moralmente de las repercusiones de
los actos que uno comete.
Estos dos componentes constituyen los pilares sobre los
que se erige el diagnóstico de la personalidad psicopática.
Los psicópatas pueden tener también un diagnóstico de
trastorno antisocial de la personalidad, pero muchos de
los que tienen tal diagnóstico no son psicópatas, ya que
les faltan los rasgos de dureza emocional y manipulación
narcisista típicos de aquéllos. De esto se deduce que es
importante que prestemos atención a la aparición de la
psicopatía en sujetos diagnosticados de TAP, porque se
derivan importantes implicaciones en el campo del
tratamiento.
En efecto, sabemos que los adictos que además tienen
un TAP tienen un peor pronóstico de rehabilitación:
vuelven a consumir drogas en mayor proporción y se
implican en más actos antisociales y delictivos. Pues bien,
creemos que sería muy útil prestar atención a la presencia
de rasgos psicopáticos, por cuanto que habríamos de tener
en cuenta su capacidad para el engaño y la manipulación,
y el efecto que eso pueda tener en el tipo de instrucciones
y recomendaciones terapéuticas que les proporcionamos.
Esto es igualmente cierto cuando trabajamos con jóvenes
adictos, donde la presencia de los rasgos de la psicopatía
añaden una información muy valiosa que no está presente
en la mera constatación de que el joven tiene un trastorno
disocial. Los jóvenes con características psicopáticas
suelen formar parte del grupo de los delincuentes con
carreras delictivas crónicas y violentas. La evaluación del
tratamiento con esta población también resulta crítica,
dado que representan el extremo del comportamiento
delictivo en adolescentes.
¿Cómo puede servirnos el diagnóstico de personalidad
antisocial y en particular el de psicopatía para programar
el tratamiento? Loving (2002), por ejemplo, entiende que
la psicopatía, tal y como es evaluada mediante la PCL-R
permite ya ser de utilidad para el tratamiento de los
delincuentes, y afirma: “Si introducimos a la PCL dentro
de un protocolo de evaluación, nos puede ayudar a la hora
de realizar tareas de selección, implementación de
programas de intervención y en la toma de decisiones a
través de todo el curso del tratamiento” (281).
Loving en particular destaca la importancia de saber
definir programas de tratamiento que descansen en
estrategias que busquen como meta que el delincuente
descubra aquello “que puede obtener de beneficio” si
participa en el programa, al tiempo que le ayude a no
meterse en problemas. Esta aproximación ha sido
denominada por Young et al. (2000) “egoísmo ilustrado”
(enlightened self interest). La idea de una filosofía de
tratamiento basada en este razonamiento sería la
siguiente: en lugar de intentar modificar los aspectos
interpersonales y afectivos que predisponen al psicópata a
actuar de modo antisocial y ventajista, como la empatía o
el sentimiento de culpa —cuya modificación hasta la
fecha no se ha revelado posible— deberíamos emplear un
modelo de regulación de la conducta que destacara la
contención de las conductas disruptivas y la promoción de
conductas positivas que le resulten atractivas, esto es, que
incidan en el desarrollo de una autoestima no relacionada
con la ejecución de actos dañinos.
Por otra parte, la planificación del tratamiento puede
verse beneficiada no solo por la consideración de la
puntuación total, sino atendiendo también a las
puntuaciones derivadas de los factores, así como por el
estudio individualizado de los items. Por ejemplo, un
joven que obtenga una puntuación de 2 en impulsividad y
un 0 en manipulación es evidente que no presenta las
mismas necesidades de intervención que alguien que
obtiene justo lo contrario. Por otra parte, un chico que
obtenga una puntuación moderadamente alta pero que
destaque en el factor 2 (estilo de vida asocial) tiene un
perfil diferente al que presenta un factor 1 (ámbito de
personalidad) elevado pero un bajo factor 2.
Es evidente que el consumo de drogas amplifica muchos
de los rasgos de irresponsabilidad y de desconexión
emocional que presentan los sujetos con una personalidad
antisocial. Sin embargo, por ello mismo resulta crucial
que los programas de tratamiento atiendan de modo
especial a la capacidad que tienen estos sujetos de fingir y
adulterar la realidad en la presentación de los hechos que
hacen a los clínicos y a los familiares. Esto es incluso más
importante si el paciente está cumpliendo una condena
por haber delinquido, ya que su falta de recuperación
puede tener nefastas consecuencias para sus futuras
víctimas.
Finalmente, en el caso de los incendios provocados,
aunque la patología mental y el abuso de sustancias
también están involucrados, la baja tasa de arrestos y
condenas obliga a poner el énfasis en la prevención
situacional del delito: mejores mecanismos de prevención
y de respuesta rápida ante el inicio de un fuego parecen
ser las mejores estrategias a aplicarse.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. La enfermedad mental supone un elemento de riesgo para la conducta delictiva.
Aunque solo una pequeña parte de los enfermos mentales cometen actos violentos,
determinada sintomatología como los delirios de persecución aumentan la
probabilidad de violencia.
2. Los trastornos de personalidad, en particular el TAP y la psicopatía, son
diagnósticos muy vinculados al delito en general y al delito violento en particular.
El consumo de alcohol y drogas aumenta esa vinculación.
3. En general, la patología dual (el abuso de sustancias y otro diagnóstico
psiquiátrico) aumenta el riesgo de cometer actos violentos.
4. La patología mental tiende a formar parte de una vulnerabilidad general más
amplia, donde se incluirían actos antisociales, abuso de sustancias y conductas
problemáticas diversas. En dicha vulnerabilidad intervienen factores genéticos y
ambientales, de ahí la importancia de la intervención temprana.
5. La impulsividad y la insensibilidad emocional son las variables psicológicas que
parecen ser más relevantes en la explicación de por qué la patología mental se
asocia con el delito, en particular en el caso de los trastornos del personalidad y el
abusos de sustancias.
6. Los incendiarios delinquen por una variedad de razones, incluyendo la venganza o
despecho, el lucro o el vandalismo. Dado que un solo sujeto basta para provocar
una catástrofe ecológica y el bajo número de condenados por estos hechos, la
prevención situacional parecer ser la mejor respuesta disponible.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Crees que en la actualidad los enfermos mentales están bien atendidos en nuestra
sociedad?
2. ¿Por qué la esquizofrenia paranoide parecer ser la enfermedad mental que más se
relaciona con la violencia?
3. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de una “vulnerabilidad latente” ante la
violencia?
4. ¿Qué hipótesis existen que relacionen los trastornos mentales con la violencia?
5. ¿Qué es la patología dual?
6. ¿Por qué la psicopatía no es lo mismo que un diagnóstico de TAP?
7. ¿Cuántos tipos hay de incendiarios?
8. ¿Qué es un pirómano?

1 Las relaciones sexuales se incluyeron porque hay una relación entre


desadaptación e inicio precoz de las relaciones sexuales.
2 El valor de “odds ratio” se refiere a la probabilidad de que un evento se
produzca en comparación con otro evento. Así, un valor de 4.0 significa
que la probabilidad es cuatro veces mayor. Es decir, en esta investigación
ha de entenderse que cuando aparecían esos predictores en la
adolescencia, la probabilidad de tener cualesquiera de esos diagnósticos
(abuso sustancias y TAP) en la edad adulta era cuatro veces superior a la
que existía en el caso de no aparecer esos predictores en la adolescencia.
3 TD por trastorno de conducta, el predecesor del TAP en la
infancia/adolescencia.
4 Por otro lado, las preguntas sobre el consumo actual solo se refieren a los
casos en los que se sabe que el joven ha consumido alguna vez la
sustancia y que resulta diferente para cada una de las sustancias.
Abuso de
sustancias
VÍA INDIRECTA:
T. ANTISOCIAL, T. LÍMITE, ANSIEDAD, DEPRESIÓN, PSICOSIS
VÍA DIRECTA:
ALTERACIÓN DE LA
REGULACIÓN
EMOCIONAL Y EL
CONTROL DEL
COMPORTAMIENTO
VIOLENCIA
15. DELINCUENCIA SEXUAL
15.1. DELITOS CONTRA LA LIBERTAD SEXUAL 689
15.1.1. Delincuencia sexual y sociedad 689
15.1.2. Magnitud y evolución de los delitos sexuales 692
15.2. ABUSO SEXUAL INFANTIL 697
15.2.1. Frecuencia y topografía 697
15.2.2. Víctimas 701
15.2.3. Daños 703
15.3. AGRESIÓN SEXUAL Y VIOLACIÓN 708
15.3.1. Víctimas y agresores 708
15.3.2. Tipologías y motivos de la violación 711
15.4. ETIOLOGÍA Y DESARROLLO DE LA DELINCUENCIA
SEXUAL 714
15.4.1. Factores y experiencias de riesgo 715
A) Socialización sexual 715
B) Inicio en la agresión sexual 716
C) Infractores sexuales juveniles 718
D) Correlatos etiológicos y de mantenimiento de la agresión
sexual 719
15.4.2. Análisis funcional del caso concreto 724
15.4.3. ¿Especialización o versatilidad delictiva de los agresores
sexuales? 725
15.5. PREVENCIÓN Y DESISTIMIENTO DELICTIVO 727
15.6. REINCIDENCIA Y PREDICCIÓN 730
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 733
CUESTIONES DE ESTUDIO 733

15.1. DELITOS CONTRA LA LIBERTAD


SEXUAL
15.1.1. Delincuencia sexual y sociedad
Los delitos sexuales constituyen, en términos
cuantitativos, una mínima parte del conjunto de la
delincuencia oficial de un país. Pese a su reducida
frecuencia oficial, se estima que existe una mayor
proporción de delincuencia sexual oculta. Además, los
delitos sexuales graves, como las violaciones y los abusos
sexuales a menores, pueden producir graves daños a las
víctimas (especialmente, mujeres, niñas y niños), de ahí
que susciten tanta alarma pública.
Por otra parte, tanto desde una perspectiva teórica como
aplicada, la agresión sexual y los agresores sexuales
constituyen uno de los retos más complejos y difíciles a
que se enfrenta la criminología. En el plano teórico,
porque en el proceso de desarrollo de los jóvenes que
acaban convirtiéndose en agresores sexuales confluyen,
con frecuencia, diversas problemáticas estrechamente
interrelacionadas (ciertas características individuales —
como baja autoestima y alta impulsividad—, socialización
inapropiada, experiencias de abuso infantil o abandono,
fantasías sexuales desviadas, etc.), que se traducen en
dificultades en tres ámbitos personales interrelacionados:
el del comportamiento sexual en sí, el de las relaciones
sociales más amplias, y el de las cogniciones y
emociones, que están implicadas tanto en las conductas
sociales como sexuales. Esta complejidad teórica se
traslada también a una gran dificultad práctica, en lo que
concierne a la prevención de los delitos sexuales y el
tratamiento de los delincuentes sexuales. Por todo ello, la
criminología se ha ocupado detenidamente de este
problema delictivo, y así lo haremos, en consecuencia, en
este capítulo.
En un sentido amplio, al igual que para entender los
delitos violentos en una sociedad, es necesario tomar en
consideración la violencia globalmente existente en ella,
para una mejor comprensión de los abusos y las
agresiones sexuales, también debería considerarse el
marco global de las relaciones entre mujeres y hombres, y
de las interacciones problemáticas que pueden producirse
en el seno de las familias. Según las perspectivas
culturales, el temor a las agresiones sexuales habría
constituido una pieza clave en el sistema de control social
informal de las mujeres (Brownmiller, 1975; Terradas
Saborit, 2002). Las precauciones y restricciones de
comportamiento que suelen imponerse a las niñas, desde
una edad muy temprana, continúan siendo mucho
mayores que las impuestas a los varones. En seguida, a las
chicas se les enseña que los hombres, fuera del círculo
familiar, son potencialmente peligrosos. Ya en la primera
adolescencia, muchas mujeres han integrado y asumido
que no deben hablar con personas desconocidas, que es
mejor que salgan a la calle acompañadas, que la noche
puede ser especialmente peligrosa para ellas, etc. Se trata
de un sistema elaborado de restricciones e inhibiciones
sociales que mantiene a la mujer en un papel más pasivo,
sumiso y temeroso que el correspondiente a los varones
de la misma edad. Como lo expresó la socióloga Kate
Painter, evaluando datos sobre el miedo al delito entre
hombres y mujeres:
“Las mujeres no tienen miedo al delito, sino a los hombres, y ello
constituye un miedo real: Un riesgo que restringe la libertad de
movimiento, a dónde pueden ir, cómo pueden ir y con quién” (Painter,
1992).

La violación y los demás delitos contra la libertad


sexual tendrían, por tanto, repercusiones sociales
perniciosas y restrictivas más allá de las directamente
ocasionadas a las víctimas concretas de las agresiones.
Además, este es un problema que no solamente preocupa
a las mujeres, sino que, en un sentido más amplio, influye
negativamente en las relaciones entre mujeres y hombres
en general.
No obstante, hablar de “delincuencia sexual” comporta,
no meramente un rechazo moral a este tipo de
comportamientos, sino la referencia ineludible a lo
normativo y lo prohibido por las leyes. En nuestra
sociedad, la “libertad sexual” se ha constituido en un
valor fundamental, que la Ley penal intenta salvaguardar.
También es un bien jurídico principal la protección de la
“indemnidad sexual de menores e incapaces”, es decir, la
pretensión de evitar a los menores de edad, y a quienes se
hallan mentalmente incapacitados, los posibles daños que
podrían derivarse de las interacciones sexuales con ellos
(Díez Ripollés, 2002).
Los delitos sexuales recogidos por la legislación penal
española son los siguientes:
• Agresión sexual, que define el atentado contra la
libertad sexual de otra persona, usando para ello
violencia o intimidación.
• Violación, referida a si una agresión sexual comporta
el acceso carnal a la víctima, por vía vaginal, anal o
bucal, o bien la introducción de objetos por la vagina o
por el ano.
• Abuso sexual, si se atenta contra la libertad sexual de
otra persona, sin su consentimiento, pero sin utilizar
para ello violencia o intimidación, sino a menudo
prevaliéndose de algún tipo de superioridad sobre la
víctima. También cuando la víctima es menor de trece
años o padece algún trastorno mental que le impide
dar su consentimiento para el contacto sexual; o bien
cuando la víctima tiene entre 13 y 16 años, pero es
engañada.
• Acoso sexual, cuando se pretenden favores sexuales en
el marco de una relación laboral, docente o de
prestación de servicios, produciendo con ello a la
víctima intimidación o humillación.
• Exhibicionismo obsceno ante menores o incapaces.
• Provocación sexual a menores o incapaces mediante
material pornográfico.
• Inducción al ejercicio de la prostitución de una
persona menor de edad o incapaz, o bien, mediante
violencia, intimidación o engaño, de una persona
mayor de edad.

La violencia puede surgir muchas veces en las relaciones amorosas. Esta


pintura podría sugerir la cercanía de los conflictos y la violencia en el
encuentro íntimo.
• Corrupción de menores o incapaces mediante su
utilización en espectáculos exhibicionistas o
pornográficos.
• Producción, distribución o posesión de material
pornográfico en que participen menores.

15.1.2. Magnitud y evolución de los delitos


sexuales
En el capítulo 4 se presentaron las cifras generales de la
delincuencia, y las posibilidades de la Criminología para
llegar a conocer su magnitud, a través del empleo del
símil de un “iceberg” del delito. Al igual que sucede con
un iceberg, cuyo mayor volumen permanece oculto bajo
el agua, también en la delincuencia existen zonas
escondidas, que no pueden verse con claridad, mientras
que solo una parte reducida quedaría plenamente al
descubierto. No sería diferente lo que sucede con las
cifras de la delincuencia sexual, de ahí que, para conocer
esta realidad criminal del modo más exhaustivo y veraz
posible, sea recomendable utilizar varias fuentes de
información (Serrano Maíllo y Fernández Villazala,
2009).
En la figura que sigue se representa, a modo de iceberg
o pirámide del delito, una aproximación a la magnitud de
la delincuencia sexual en España, sustancialmente diversa
según cuáles sean las fuentes de información que se
consideren, desde las tasas más amplias, consignadas en
la parte inferior, hasta las más restrictivas, representadas
en el vértice superior del iceberg. En el margen derecho
del cuadro se pondera qué proporción representaría, cada
una de las cifras de delitos ofrecidas, con relación a una
población general de cien mil mujeres (mayores de
catorce años), ya que éstas suelen ser las víctimas más
frecuentes de los delitos sexuales.
Debajo de la figura, se recoge la tasa promedio de
mujeres que serían victimizadas, en como mínimo un
delito sexual, a lo largo de su vida. A partir de estudios de
victimización retrospectivos, se estima que un promedio
del 22,5% de las mujeres experimentarían un episodio de
abuso o agresión sexual en algún momento de su vida
(esto equivaldría a unas 22.500 mujeres por cada 100.000
mayores de catorce años en la población). A continuación,
en la base de la pirámide, los estudios de victimización
anual sugieren que un promedio del 1% de las mujeres
sufriría un delito sexual a lo largo del período de un año
(lo que equivaldría aproximadamente a unas 1.000
mujeres por cada 100.000 mayores de catorce años)1.
Entre los datos precedentes y los delitos denunciados,
que siguen hacia arriba en la gráfica, se hallaría un gran
volumen de cifra negra, o delitos no conocidos o
denunciados. En los países europeos podemos estimar que
las violaciones comportan un índice de denuncia de en
torno al 50%, mientras que los abusos a menores de tan
solo un 10%. Las denuncias anuales y los procedimientos
judiciales ascenderían en España a casi 9.000 delitos
sexuales (lo que llevado a parámetros de población
femenina, representaría una proporción de 40 mujeres por
cada 100.000). Por último, la población de delincuentes
sexuales encarcelados es de unos 4.000 sujetos (lo que
equivaldría, a partir de la razón poblacional utilizada, a
unos 12 encarcelados por cada 100.000 mujeres).
CUADRO 15.1. Prevalencia anual de abusos y agresiones sexuales en
España por 100.000 mujeres mayores de catorce años
Fuente: Echeburúa y Redondo, 2010

La información presentada en el cuadro 15.1, a la que se


acaba de hacer referencia, permite hacerse una idea de la
disparidad que puede existir entre las cifras de la
delincuencia sexual en función de cuál sea la fuente, no
oficial u oficial, de las que procedan. Aunque las cifras
comentadas permiten concluir que los delitos sexuales no
constituyen las infracciones más frecuentes, sus
magnitudes se muestran, como es lógico, mucho más
elevadas cuando se pregunta directamente a las víctimas,
que cuando se atiende las denuncias (que muchas víctimas
no efectúan), a los procedimientos judiciales, o a las
condenas de prisión.
A continuación, para hacernos una idea más precisa de
las categorías más relevantes de la delincuencia sexual, en
la figura que sigue se recogen los principales tipos de
delitos sexuales denunciados anualmente en España.
Cuadro 13.2. Principales delitos sexuales denunciados (2009)
Fuente: elaboración propia a partir del Instituto de la Mujer y del Ministerio
del Interior.
Nota: no se incluyen las denuncias de Cataluña, País Vasco y Navarra.

Como puede verse, del conjunto de los delitos sexuales


aquí consignados, la mayor proporción la constituyen los
abusos sexuales sin penetración (39%), seguidos de las
agresiones sexuales (32%), es decir aquellos delitos que
han implicado fuerza o violencia pero no han incluido
penetración, las violaciones (20%), el acoso sexual (5%),
y los abusos con penetración (4%).
Por otro lado, en el cuadro 15.3 se presenta la evolución
que han seguido en España, a lo largo de un decenio, las
denuncias por delitos sexuales, y en particular por abusos
sexuales y violaciones.
CUADRO 15.3. Evolución de las denuncias por delitos sexuales, abuso
sexual y violación: España (1997-2009)
Fuente: elaboración propia a partir del Instituto de la Mujer y del Ministerio
del Interior.
Nota: no se incluyen las denuncias de Cataluña, País Vasco y Navarra.

Entre 1997 y 2009 se constata tanto un moderado


aumento de las denuncias globales por delitos sexuales
como, específicamente, un incremento de las denuncias de
abuso sexual y violación. Sin embargo, es bien conocido
en Criminología que un incremento de la tasa de
denuncias por determinado tipo de delitos no implica
necesariamente que tal modalidad delictiva haya
aumentado realmente, sino que lo que puede haber
ascendido es la tendencia a denunciar los hechos (lo que,
en función de los datos de victimización de los que se
dispone, podría haber sido el caso). Además, como ya se
comentó en el capítulo 4 sobre cifras delictivas generales,
en España la población global aumentó sustancialmente
durante el periodo temporal considerado como resultado
del proceso de inmigración masiva operado desde finales
de los noventa y durante la primera década de los dos mil.
Este aumento poblacional guardaría asimismo una
relación lógica con el incremento de las denuncias
globales por todo tipo de delitos, y también por delitos
sexuales.
Por último, desde una perspectiva internacional
comparada, en el cuadro que sigue puede verse un listado
de países, ordenados de forma decreciente en función de
sus respectivas prevalencias de agresiones sexuales a
mujeres, de acuerdo con la evaluación más reciente de
que se dispone, que se consigna en la columna de la
derecha (2003/2004).
CUADRO 15.4. Prevalencia anual (%) de agresiones sexuales a mujeres en
distintos países, para el periodo 1989-2003/2004.
PAÍSES 1988 1991 1995 1999 2003/2004
EEUU 1,4 0,6 1,2 0,4 1,4
Islandia 1,4
Suecia 0,5 1,5 1,1 1,3
Irlanda del Norte 0,3 0,5 0,1 1,2
Noruega 0,3 0,9
Inglaterra/Gales 0,3 0,7 0,4 0,9 0,9
Suiza 0,6 1,2 0,6 0,9
Japón 0,1 0,8
Irlanda 0,8
Canadá 1,2 1,6 0,9 0,8 0,8
Nueva Zelanda 1,3 0,7
Escocia 0,6 0,2 0,3 0,6
Holanda 0,6 0,7 0,8 0,8 0,6
Polonia 1,5 0,6 0,2 0,5
Dinamarca 0,4 0,5
Luxemburgo 0,4
Grecia 0,4
Austria 1,2 0,4
Alemania 1,1 0,4
Finlandia 0,3 1,5 1,0 1,1 0,4
Bélgica 0,5 0,9 0,3 0,4
Italia 0,6 0,3
Estonia 1,4 1,0 1,9 0,3
Francia 0,4 0,4 0,7 0,3
Portugal 0,2 0,2
España 0,6 0,1
Bulgaria 0,1
Hungría 0,0
México 0,0
PROMEDIO 0,6 1,0 0,8 0,6 0,6

Fuente: elaboración propia, a partir de Van Dijk, Kesteren y Smit, 2007

Tomando en consideración esta última evaluación


victimológica, Estados Unidos presentaría, en el marco de
los países incluidos, la prevalencia más elevada de
agresiones sexuales a mujeres, con una proporción de
1,4%. Siguen a continuación diversos estados europeos
como Islandia, Suecia, Noruega, Inglaterra/Gales, y Suiza,
o de otras regiones geográficas del mundo, como el caso
de Japón, Canadá, y Nueva Zelanda, con tasas de agresión
sexual entre 0,5% y 1,4%. España, con una tasa de
agresiones de 0,1%, se sitúa en los puestos más bajos de
este ranking indeseable, un poco por detrás de países
como Alemania, Bélgica, Francia y Portugal. Vistos los
datos de la tabla 15.4 en conjunto, en muchos países se
habría operado un decremento de la victimización sexual
durante las últimas décadas, tendencia a la baja que se ha
documentado particularmente en Estados Unidos (Planty,
Langton, Krebs et al., 2013).
A continuación nos ocuparemos de las dos modalidades
de delincuencia sexual que comportan un mayor riesgo
para las víctimas y que, en consecuencia, suscitan mayor
preocupación social: el abuso sexual infantil y las
agresiones sexuales y violaciones.

15.2. ABUSO SEXUAL INFANTIL


15.2.1. Frecuencia y topografía
Las expresiones “abuso sexual infantil” o “de menores”
suelen referirse a cualquier conducta sexual que realiza un
adulto, o persona de mayor edad, en relación con un
menor. Según la definición propuesta por el National
Center of Child Abuse and Neglect en 1978 (en López,
1995: 30, y Tamarit, 2000: 21): “[existe abuso sexual
infantil] en los contactos e interacciones entre un niño y
un adulto, cuando el adulto (agresor) usa al niño para
estimularse sexualmente él mismo, al niño o a otra
persona. El abuso sexual también puede ser cometido por
una persona menor de 18 años, cuando ésta es
significativamente mayor que el niño (la víctima) o
cuando el agresor está en una posición de poder o control
sobre otro menor”. La mayoría de los expertos proponen
como criterio de edad máxima de la víctima, para
considerar la existencia de abuso sexual infantil, que ésta
tenga hasta 15/17 años.
La perspectiva de López sobre el concepto de abuso
sexual es la siguiente (1995, pp. 28-29):
“Desde nuestro punto de vista, los abusos sexuales deben ser
definidos a partir de dos grandes conceptos, el de coerción y el de
asimetría de edad. La coerción (con fuerza física, presión o engaño)
debe de ser considerada, por sí misma, criterio suficiente para que una
conducta sea etiquetada de abuso sexual de un menor,
independientemente de la edad del agresor. La asimetría de edad
impide la verdadera libertad de decisión y hace imposible una
actividad sexual común, ya que los participantes tienen experiencias,
grado de madurez biológica y expectativas muy diferentes. Esta
asimetría supone, en sí misma, un poder que vicia toda posibilidad de
relación igualitaria.
Por consiguiente, consideramos que siempre que exista coerción o
asimetría de edad (o ambas cosas a la vez) en el sentido propuesto,
entre una persona menor y cualquier otra, las conductas sexuales
deben de ser consideradas abusivas. Este concepto tiene la ventaja de
incluir también las agresiones sexuales que cometen unos menores
sobre otros. Aspecto que es muy importante tener en consideración,
porque en algunas sociedades se ha podido comprobar que el 20% de
las violaciones las realizan menores de edad y que casi el 50% de los
agresores cometen su primer abuso antes de los 16 años”.

Los abusos sexuales infantiles pueden incluir tanto


conductas físicas (violación vaginal, anal o bucal;
penetración digital; exhibicionismo; caricias, frotamiento
y masturbación; obligar a tener contacto sexual con
animales) como la explotación o corrupción de un menor
(usándolo para una grabación pornografía; promoviendo
su prostitución; obligándolo a ver actividades sexuales de
otras personas, etc.). Muchos abusos sexuales infantiles se
producen sin recurso directo a la violencia física, sino que
los abusadores suelen priorizar la influencia, la seducción
o el temor que pueden inducir al menor (Echeburúa y
Redondo, 2010). El abuso sexual en la infancia es con
frecuencia continuado, suponiendo ello un riesgo mayor
de que el menor sufra problemas psicopatológicos.
Muchas situaciones de abuso sexual infantil tienen lugar
en el ámbito privado de la familia, de ahí que sean pocos
los casos (se ha llegado a estimar que en torno a un 2%)
que llegan a conocerse con proximidad temporal a su
ocurrencia, lo que comporta un gran obstáculo para su
prevención y control. También pueden producirse abusos
sexuales, fuera del marco familiar, en lugares y
transportes públicos, o en contextos laborales. Sus autores
son con cierta frecuencia adolescentes y jóvenes que se
sirven de otros menores para su propia satisfacción sexual
(Barbaree y Marshall, 2006; Becker y Johnson, 2001;
Sigurdsson, Gudjonsson, Asgeirsdottir, y Sigfusdottir,
2010).
Según Finkelhor y su equipo (Finkelhor, 1986;
Finkelhor, Hotaling, Lewis, y Smith, 1990), y López
(2005), quienes revisaron múltiples estudios
retrospectivos sobre esta materia, entre el 20% y el 27%
(rango 6-62%) de las mujeres, y entre el 10% y el 16%
(rango 3-31%) de los hombres, reconocían haber sufrido
algún episodio de victimización sexual en la infancia
(véanse también Echeburúa y Redondo, 2010). Se ha
estimado que de éstos, alrededor de un 4% serían casos
graves, con complicaciones clínicas o psicopatológicas.
Un estudio pionero en España sobre abuso sexual
infantil fue el realizado por López (1995) a partir de una
muestra de 2.000 sujetos, a los que se evaluó, mediante
autoinforme, acerca de los posibles abusos sufridos a lo
largo de su vida. Sus resultados fueron acordes con los
promedios internacionales a los que se acaba de hacer
referencia, hallando que un 22,5% de las mujeres y un
15,2% de los varones relataban haber sido víctimas, en
alguna ocasión, de abuso sexual infantil.
Por otro lado, en un estudio de autoinforme con una
muestra de 1.033 estudiantes universitarios en Cataluña
(Pereda y Forns, 2007), mediante el Traumatic Life
Events Questionnaire (TLEQ; Kubany y Haynes, 2001),
se obtuvo una prevalencia global de algún tipo de abuso o
coerción sexual (generalmente con antelación a la edad de
13 años, pero en algunos casos hasta los 18 años) del
17,9%, que se desglosó por sexos en una tasa del 19% de
las mujeres y del 15,5% a los hombres. Además, en este
estudio una alta proporción de abusos incluyeron
penetración en una edad previa a los 13 años, tanto en el
caso de las chicas (42%) como de los chicos (26,7%), lo
que contrasta con el resultado más común en la
investigación internacional, en que la penetración es una
conducta infrecuente (Murray, 2000). Un estudio de
victimización más reciente en Argentina, realizado a
partir de una muestra de 2.750 estudiantes de la
Universidad de Buenos Aires, obtuvo tasas de abuso
sexual más bajas que las anteriores, con un promedio
global del 9%, y una proporción del 11,9% para el caso de
las mujeres y del 6,1% para los varones (Bringiotti y
Raffo, 2010).
De los abusos sexuales infantiles que acontecen en el
ámbito familiar o en contextos próximos a la niña o el
niño —entre un 65% y un 85% de los casos—, suelen ser
autores familiares (padres, hermanos mayores, etc.) o bien
personas relacionadas con la víctima, como podrían ser
vecinos, profesores, entrenadores, etc. Estos abusos
acostumbran a ser las situaciones que se prolongan más
en el tiempo, no implicando generalmente conductas
violentas asociadas (Echeburúa y Redondo, 2010). Entre
ellos, los más traumáticos son los realizados por padres (o
padrastros) en relación con las hijas, aunque son también
los que más se denuncian. También pueden producirse
abusos cuyos autores sean hermanos, tíos, hermanastros,
abuelos, o novios que viven en el mismo hogar que la
víctima. Es mucho más infrecuente el incesto madre-hijo,
asociándose, cuando se produce, al hecho de que la madre
carezca de una relación de pareja, presente una adicción al
alcohol o a las drogas, o ella misma haya sido víctima de
abusos sexuales en la infancia. La topografía más
frecuente de abuso sexual incestuoso comienza con
caricias, dando paso posterior a la masturbación y al
contacto bucogenital, y, solo en los casos más graves,
evolucionaría al coito vaginal.
En otras ocasiones, los abusadores son jóvenes o adultos
desconocidos para las víctimas, que se aprovechan de la
inferioridad física o psicológica de los menores. Estos
abusos suelen ser más esporádicos que los anteriores,
aunque, a diferencia de ellos, es más probable que
comporten amenazas o violencia hacia las víctimas.
En relación con el sexo de las víctimas, lo más frecuente
es que se trate de niñas (en un 58,9% de los casos) en
mayor proporción que niños (40,1%), generalmente en la
franja de edad entre 6 y 12 años (Echeburúa y Redondo,
2010). Los varones suelen ser más reacios a revelar lo
ocurrido que las chicas. Según Echeburúa y
Garricaechevarría (2000), las niñas suelen experimentar
los abusos preferentemente en el contexto familiar y a una
edad más temprana (6-8 años) que los niños, quienes
tendrían mayor riesgo de abuso sexual fuera del marco
familiar y generalmente a una edad algo posterior (11-12
años).
En el estudio de López (1995) hubo, en conjunto, una
frecuencia importante de repetición de los abusos: el
44,2% de los casos se efectuaron entre 1 y 25 veces. Los
tipos de abuso se distribuyeron del siguiente modo (se
señala solo la conducta más grave sufrida por la víctima):
caricias por debajo de la cintura (39,75%); caricias por
encima de la cintura (11,87%); exhibicionismo (15,73%);
masturbación (9,79%); sexo oral (6,23%); coito anal
(1,78%); y coito vaginal (4,93%).
Por lo demás, en el estudio de López volvió a aparecer
la evidente superioridad de los varones como autores del
abuso sexual infantil (86,6%), aunque el porcentaje de
mujeres no sea despreciable (13,9%). Las víctimas
preferentes de los agresores varones fueron niñas (el
68,04%) y en una proporción menor niños (31,96%);
inversamente, el 91,1% de las mujeres infractoras
abusaron de niños y el 8,9% de niñas. La edad del agresor
mostró ser muy variable: casi un 12% del total tenía
menos de 20 años, un 30% estaba entre 21 y 30 años, y
casi el 45% en el rango de 31 a 50 años.

15.2.2. Víctimas
A partir de encuestas y entrevistas de victimización
pueden conocerse también las experiencias de abuso
sexual sufridas por las víctimas y, asimismo, las
reacciones y circunstancias naturales en que, en algunos
casos, lograron evitar los delitos (lo que puede tener
implicaciones relevantes para la prevención).
A continuación se presentan algunos ejemplos de abusos
sexuales, extraídos de las encuestas de victimización de
Málaga:
“La encuestada estaba pasando el día en el campo con la familia.
Bajó al río a tomar el sol y al poco rato, un hermano de su tío fue
donde ella estaba y empezó a tocarla. Logró escaparse. No ha
denunciado el delito porque su familia no la cree”.
“Se disponía a cruzar la carretera cuando llegó un individuo que no
la dejaba pasar y, a su vez, no dejaba de tocarla”.
“Cuando volvía de trabajar, en la escalera de su casa, un sujeto
empezó a forcejear con ella. La tiró al suelo pero, ante los gritos de
ésta, huyó. La encuestada piensa que los fines del individuo eran
sexuales. Además, ello pareció confirmarse cuando, esa misma
semana, le ocurrió algo semejante a otra chica del mismo bloque pero,
esta vez, el agresor manifestó su intención de violarla. Ambas señoras
denunciaron el caso y la descripción del individuo coincidía”.
“Un borracho, socio de la discoteca donde trabajaba, se introdujo
detrás de la barra, donde ésta se encontraba, y empezó a tocarla de
manera ofensiva e, incluso, le dio un beso forzado en la boca”.
Fuente: material inédito de la encuesta de victimización de Málaga
(Stangeland, 1995b; Díez Ripollés et al., 1996).

Aquí pueden verse ejemplos de cuatro tipos de


infracciones sexuales frecuentes: sexo forzado en el
ámbito familiar, tocamientos callejeros, intento de
violación, y acoso sexual en el lugar de trabajo.
Mar Calle (1995) desarrolló una investigación con
víctimas de abuso sexual grave, incluyendo 16 casos
sentenciados en los juzgados de Madrid, 8 víctimas
mujeres y 8 varones, con edades comprendidas entre 3 y
19 años (en un estudio de Redondo y Luque —2011—
sobre una amplia muestra de agresores sexuales
encarcelados, al que se hará referencia más adelante, la
edad media de las víctimas de todo tipo de delitos
sexuales, no solo de abuso, era 19,7 años, con una amplia
deviación típica de edades de 14,8 años). Calle (1995)
encontró que, en la investigación internacional, eran
factores que correlacionan significativamente con la
gravedad de las secuelas a largo plazo los siguientes: 1)
que el agresor fuera el padre o padrastro; 2) que el abuso
se hubiera prolongado en el tiempo; 3) que hubiera
existido violencia en el delito; 4) que la víctima no
contara con apoyo familiar; 5) que como resultado del
delito la víctima hubiera tenido que abandonar el hogar
familiar.
Los principales resultados descriptivos obtenidos en este
estudio fueron los siguientes. En primer lugar, el abuso
comenzaría primero en las niñas (edad media de inicio de
7,8 años) que en los niños (11,5 años). Respecto a las
variables relativas al agresor, destacaba el abuso por parte
del padre biológico (25% de los casos) sobre el resto de
los familiares. En el abuso extrafamiliar predominaba el
realizado por parte de un educador o monitor (37,5% de
los casos). Solo en el 6,2% de los supuestos el agresor era
desconocido para la víctima.
En relación a las estrategias empleadas por el agresor,
hubo variaciones también en función del sexo de las
víctimas: con los niños se daba más el camuflaje por
juegos (57%) y el recurrir a pactos secretos (42,9%). En el
caso de las niñas resaltaba el empleo de la violencia física
(33,3%) sobre el resto de las estrategias utilizadas.
Las conductas que especificaban el abuso eran,
fundamentalmente, los tocamientos al niño bajo la ropa
(43,8%), mientras que el coito anal afectó al 12,5% (solo
chicos), el mismo porcentaje que mostraron las niñas que
sufrieron el coito vaginal (12,5%). En cuanto a la
frecuencia, el 56,3% fueron abusos crónicos, sin que
hubiera diferencias significativas en términos del sexo de
las víctimas.
Respecto de los lugares en que se habían producido los
abusos sexuales, el contexto más frecuente fue el hogar de
las víctimas (75%), seguido de lugares como la calle o la
montaña (43,73%), y el domicilio del abusador (31,25%).
La mayor parte de las víctimas había cedido pronto ante
los abusos (43,75%), y destacaba poderosamente el
número tan importante de menores que tomaban la
postura de la indiferencia (25%) como modo psicológico
de protección frente a la agresión, es decir, la disociación
de la víctima frente a una realidad que la supera.
También se observó que una gran proporción de las
víctimas esperaban meses (25%) o años (31,25%) hasta
que comunicaban lo que les estaba ocurriendo, e incluso
cerca del 40% de los varones y un 20% de las chicas no lo
revelaban nunca, descubriéndose el abuso por otros
medios.
Por lo que respecta a los efectos del abuso, a corto
plazo, tanto niños como niñas puntuaban muy alto en
ítems que suponían olvido del hecho o disociación
emocional. Las niñas sobresalían más que los niños en
ítems que reflejan la existencia de secuelas emocionales y
cognitivas, como pensamientos recurrentes o pesadillas.
Un Cuestionario de Creencias Irracionales administrado a
las víctimas evidenció que el 86% de los niños y el 67%
de las niñas pensaban que debieron haber revelado el
abuso en seguida, y todas las víctimas afirmaron tener
“miedo de lo que vaya a suceder a partir de ahora”.
En el Inventario de Depresión de Beck, el 28% de los
niños y el 50% de las niñas tuvieron alguna vez la idea de
suicidarse. Las niñas plantearon mayores síntomas de
cansancio, descontento, dificultad en la toma de
decisiones y problemas en el apetito. Finalmente en un
test que medía adaptación de los sujetos al medio, los
déficits que aparecieron como más significativos fueron la
inadaptación personal, la insatisfacción con los hermanos
y la insatisfacción familiar.
Hernández, Blanch y de la Fuente (1998) analizaron en
Barcelona una muestra de 103 menores que habían
sufrido abuso sexual. Entre los resultados más relevantes
destacaron los siguientes (Hernández, Blanch y De la
Fuente, 1998).
– Con respecto al tipo de delito, mayoritariamente se
trató de casos de abuso sexual (no violación) y
exhibicionismo, y en un 25% los abusos habían sido
crónicos.
– Con respecto al abusador, en todos los supuestos se
trató de varones entre 30 y 50 años, mayoritariamente
sin antecedentes penales. En un 60% de las casuísticas
analizadas, los agresores conocían a la víctima, y un
25% eran familiares. De éstos, la mayoría eran padres
o ejercían dicho rol (parejas de la madre). Un aspecto
que resultó especialmente preocupante fue que el 10%
de los agresores eran profesionales de la educción
(maestros, educadores) que conocían a los menores a
razón de su trabajo.
– Con respecto a la víctima, en el 66% de los casos se
trató de niñas, con una edad media de 11 años, y no
aparecieron datos significativos de psicopatología o
retraso evolutivo.

15.2.3. Daños
La mayor parte de la investigación suele concluir que
las víctimas experimentarían importantes efectos
patológicos posteriores, como consecuencia de haber
sufrido abusos sexuales en la infancia. Entre estos efectos,
consumo de drogas, depresión, ansiedad, trastornos de
personalidad (en particular trastorno de personalidad
límite), promiscuidad sexual, disfunción sexual y una
mayor probabilidad, cuando la víctima es adulta, de ser
autora de abusos sexuales con otros niños (Avery,
Hutchinson y Whitaker, 2002; véase también el estudio
que se acaba de comentar de Calle, 1995).
Una de las consecuencias más graves y estudiadas del
abuso sexual infantil es la manifestación de un conjunto
de síntomas que recibe el nombre de trastorno de estrés
postraumático (en adelante, TEP), diagnosticado a partir
de la presencia de sentimientos de miedo, pensamientos y
sensaciones recurrentes vinculados al abuso, y activación
fisiológica intensa (dificultad para dormir, concentrarse,
etc.). Sin embargo, actualmente los investigadores están
en desacuerdo acerca de si verdaderamente existe una
asociación relevante entre el trastorno de estrés
postraumático y el abuso sexual infantil. Aunque los
estudios varían de modo muy notable a la hora de
establecer la tasa de prevalencia, muchos investigadores
creen que los síntomas del TEP ocurren con una alta
frecuencia, y constituyen el núcleo del trauma del abuso
sexual en los niños. La disparidad de los resultados
hallados podría explicarse por diferencias en las muestras
evaluadas, la diversidad de los instrumentos empleados, o
la inexactitud de los diagnósticos de abuso. Por otra parte,
existen igualmente resultados contradictorios en relación
a si el TEP está vinculado con la intensidad (gravedad) y
la duración del abuso.
Con objeto de clarificar esta cuestión, Dubner y Motta
(1999), evaluaron a 50 niños que habían sufrido abuso
sexual, a 50 que habían sufrido maltrato físico, y a 50 que
no habían sido abusados ni maltratados, pero todos los
cuales tenían el común denominador de que estaban
acogidos temporalmente en hogares distintos del suyo
propio. De ellos, 40 niños eran preadolescentes (8-12
años), 72 adolescentes (de 13 a 15 años), y 38
adolescentes-adultos (16-19 años). El abuso, en todos los
casos, se había producido, como máximo, con una
antelación de dos años a la realización del estudio. Los
niños fueron evaluados mediante diferentes pruebas, entre
ellas una entrevista semiestructurada y una escala tipo
Likert de 20 ítems, para diagnosticar un posible TEP.
Dubner y Motta hallaron que los niños sexualmente
abusados presentaban el TEP en el 64% de los casos, por
un 42% para los niños con experiencias de maltrato físico,
y un 18% para supuestos de aquellos niños que no habían
sufrido ni abuso y maltrato. En todas las comparaciones
las diferencias fueron significativas.
La relativa alta tasa de TEP en los niños sin ningún tipo
de abuso pudo deberse, según los autores, a que podrían
haber existido casos de abusos/malos tratos ocultos, o
bien que hubieran sido testigos de otros hechos inductores
del trastorno de estrés postraumático, tales como actos de
violencia conyugal o delitos violentos.
Por otra parte, los resultados de este estudio no
evidenciaron relación entre la duración y gravedad del
abuso y la presencia de TEP, lo que coincide con lo
también hallado por otros autores. Aunque quizás el relato
de los episodios de abuso por parte de los niños, en cuanto
a su duración e intensidad, pudo ser distorsionado —
señalan los autores del estudio—, lo que podría haber
encubierto tal asociación.
En tercer lugar, los datos señalaron que los niños
preadolescentes (8-12 años) presentaban más casos de
TEP que los adolescentes (13-15 años), lo cual sorprendió
dado que distintos autores habían considerado que la
adolescencia constituiría un periodo especialmente
proclive a experimentar este trastorno. Finalmente, como
se esperaba, las chicas evidenciaron más TEP que los
chicos.
Ahora bien, ¿son siempre devastadores en la vida de las
víctimas los efectos del abuso sexual infantil? Para
responder a esta cuestión, Rind, Bauserman y Tromovitch
(1998) evaluaron específicamente el impacto a largo plazo
del abuso sexual infantil (en adelante, ASI). Para ello
realizaron un meta-análisis de 59 estudios publicados
sobre ASI que habían tenido como objeto de evaluación la
población de estudiantes de college (equivalente a tres
años de estudios universitarios). Estos análisis
correspondían a 70 muestras independientes (grupos
experimentales y controles), que en conjunto incluían a
35.703 sujetos (13.704 hombres y 21.999 mujeres),
aunque no en todas las muestras pudieron evaluarse todos
los efectos y resultados que se presentan a continuación
(cuadro 15.5).
Los efectos autopercibidos del abuso se dividieron en
dos categorías: los recuerdos que tenían los sujetos
acerca del periodo pasado de su vida en que sufrieron el
abuso (posibles recuerdos negativos, neutros o positivos);
y la percepción o valoración actual del abuso. También
se incluía una apreciación global de los individuos en
cuanto a si ellos creían que el abuso experimentado había
afectado a sus vidas, y en qué forma.
CUADRO 15.5. Correlatos psicológicos evaluados en las muestras de los
estudios meta-analizados
1. Abuso de alcohol 10. Paranoia
2. Ansiedad 11. Fobias
3. Depresión 12. Síntomas psicóticos
4. Disociación 13. Auto-estima
5. Trastornos alimenticios 14. Ajuste sexual
6. Hostilidad 15. Ajuste social
7. Sensibilidad interpersonal 16. Somatización
8. Locus de control 17. Ideas y conductas de suicidio
9. Sintomatología obsesivo-compulsiva 18. Ajuste (bienestar) general

Por lo que respecta a los resultados, las muestras de


estudiantes de college evaluadas en esta investigación
habían experimentado abusos sexuales graves en una
proporción semejante a la población general; lo que se
concluyó a partir de comparar los porcentajes de abusos
en los que había habido penetración (que en promedio
eran el 17% en la muestra de college y el 15% en la
muestra nacional).
El total de sujetos sobre los que se pudieron evaluar los
efectos psicológicos del ASI fue de 15.912 participantes
(54 muestras). El valor medio en cuanto a la gravedad de
los síntomas del ASI fue de r=.09, que es de magnitud
limitada, si bien estadísticamente significativa, lo que
implica que los sujetos con ASI tuvieron un ajuste
psicológico ligeramente menor que los que no vivieron la
experiencia del abuso, aunque en promedio no
experimentaron un daño intenso. Por lo que se refiere a
los síntomas psicológicos específicos que se derivaron de
la experiencia del abuso, los autores hallaron tamaños del
efecto que oscilaban en el rango r=.04/0.13. Esto suponía
que, para la globalidad de los 18 factores psicológicos
evaluados (excepto uno: locus de control), los sujetos que
habían sufrido ASI mostraban síntomas ligeramente
menos “normales” (psicológicamente menos ajustados)
que los sujetos control. Los hombres sufrieron más
psicológicamente que las mujeres cuando la experiencia
del abuso fue involuntaria.
Por lo que respecta a las reacciones inmediatas al abuso
(tal y como se recordaban por los sujetos), el 72% de las
experiencias de las mujeres, y el 33% de las
pertenecientes a los varones, fueron calificadas de
negativas. Otros investigadores habían hallado con
anterioridad datos parecidos. Los resultados fueron
paralelos en lo tocante a los sentimientos actuales
respecto del abuso sexual experimentado: el 59% de las
mujeres expresaban sentimientos negativos y un 16%
positivos (el resto, sentimientos neutros). En los hombres
los porcentajes fueron: en un 26% mostraron sentimientos
negativos y en un 42% positivos.
Finalmente, en 11 muestras diferentes se había
preguntado a los sujetos en qué medida consideraban que
sus experiencias de abuso les habían afectado
negativamente en relación con su vida sexual, mayor
estrés, y otros efectos perjudiciales. Para los hombres, los
efectos negativos percibidos sobre la vida sexual posterior
fueron escasos, con una media del 8,5% de varones que
los reconocieron, siendo algo más elevada dicha
proporción en el caso de las mujeres (13,1%).
Considerando ahora si las víctimas pensaban que, como
resultado del abuso, se habían derivado “efectos generales
negativos” en sus vidas, en el caso de los hombres la
respuesta mayoritaria fue que no, siendo algo más elevada
(aunque aún minoritaria) la proporción de mujeres que
percibió dichos efectos negativos generales. Finalmente, a
la pregunta de “si ellos pensaban que el abuso sexual
infantil les había afectado de modo transitorio”, aquí las
mujeres sí que señalaron en mayor medida que sí, que en
su momento les afectó negativamente; por su parte, los
hombres siguieron contestando mayoritariamente que no.
De todo esto se puede concluir que el abuso sexual
parece impactar diferentemente en varones y mujeres, al
menos tal y como ellos y ellas lo perciben. Las mujeres
valoran en conjunto haber sufrido más como
consecuencia de los abusos experimentados en la infancia
que los hombres.
En general, quienes habían sufrido abuso sexual
procedían de familias más problemáticas (en términos de
maltrato físico y abandono, conflicto o patología, y
estructura familiar), que los que no habían sufrido abuso
(con una asociación promedio entre familias
problemáticas y abuso de r = 0.13). Ello podía sugerir que
el ASI no fuera en realidad el principal factor causal en el
desajuste del individuo, sino solo un correlato más de un
contexto familiar disfuncional. Resultó, en efecto, que la
correlación media entre los problemas familiares y los
síntomas de desajuste de las víctimas fue de r= 0.29, lo
cual significa, en términos estadísticos, que las
disfunciones familiares tuvieron un mayor peso para
predecir el desajuste psicológico de los sujetos que la
propia experiencia de ASI.
A juicio de Rind et al. (1998), no parece que se puedan
mantener las conclusiones que se dan por ciertas en
muchas investigaciones a este respecto: que el abuso
sexual infantil cause siempre un daño psicológico intenso;
que tal daño perdure a lo largo del tiempo; y que dichos
efectos nocivos sean equivalentes en chicos y en chicas.
Según Rind et al. (1998), aunque es cierto que el abuso
sexual infantil se asocia a un peor ajuste psicológico de
las víctimas, no parece que dicho efecto sea en promedio
muy intenso (r=0.09), y, además, parece deberse en mayor
grado a características problemáticas generales de las
familias en las que acontece el abuso sexual. Los
resultados también señalaron que los efectos del abuso
sexual son más intensos en las mujeres que en los
hombres, y, afortunadamente, tienden a irse diluyendo
con el paso del tiempo.
Ahora bien, los autores señalan claramente que estos
datos “no deben obscurecer el hecho de que el abuso
sexual puede causar un daño intenso en hombres o
mujeres —como señala la bibliografía clínica—,
únicamente muestran que se ha exagerado el potencial
efecto negativo que puede causar en la mayoría de los
individuos” (pp. 41-42).

15.3. AGRESIÓN SEXUAL Y VIOLACIÓN


15.3.1. Víctimas y agresores
En España, un estudio relevante, especialmente debido a
su descripción de las características de víctimas y
agresores sexuales, fue el llevado a cabo por Pulido et al.
(1988), quienes analizaron 193 casos de violación
(mayoritariamente —un 80%— de mujeres mayores de
14 años), incluyendo a 202 agresores y 196 víctimas. En
esta muestra, un 70% de las víctimas y un 66% de los
autores tenían menos de 21 años. Un 50% de los
violadores eran desconocidos, un 28% conocidos, y un
20% parientes de la víctima. Los lugares más frecuentes
de la violación fueron descampados (en un 27,5% de los
delitos), la casa del agresor (19,5%), la casa de la víctima
(17,3%), vehículos (8,8%), u otros lugares (26,9%).
Las víctimas más jóvenes fueron violadas, con mayor
frecuencia, en casa del agresor (correspondiendo muchas
de ellas a agresiones cometidas por familiares). Entre las
víctimas algo más mayores, en edad de salir
autónomamente de noche, los lugares más típicos de
violación fueron vehículos, descampados y otros espacios
públicos. Por último, las mujeres de mayor edad fueron
violadas más a menudo en su propia casa. Otros
resultados destacables fueron los siguientes: la mayor
parte de las violaciones ocurrió durante la noche; en un
30% de los casos hubo más de un agresor; en el 48% el
violador no utilizó ningún tipo de arma; el coito vaginal
fue el acto sexual realizado con mayor frecuencia (44% de
los casos); en un 37% de los supuestos, la víctima sufrió
alguna lesión (aunque ninguna víctima falleció); y en algo
más de la mitad de los incidentes la mujer presentó
resistencia.
Los anteriores suelen ser los casos más graves que
pueden llegar a una sentencia condenatoria. En cambio,
los casos más leves y quizá más ambiguos, en que las
partes se conocen, y aquéllos que tienen lugar entre
desconocidos, pero donde la víctima consigue huir o
hacer desistir al agresor, no suelen llegar a denunciarse, o,
si se denuncian, es menos probable que lleguen a una
sentencia firme.
En un 70% de los episodios estudiados por Pulido et al.
(1988) el agresor actuó en solitario, y tan solo en el 3,5%
hubo dos víctimas. En cerca de la mitad de las agresiones,
las manos fueron las únicas armas empleadas,
utilizándose armas u otros objetos punzantes en el 20% de
las ocasiones. La gravedad de los actos cometidos
aumentaba con la edad del agresor, y la duración del
episodio de agresión era mayor en aquellos casos en los
que habían intervenido varios agresores (mientras que el
76,8% de los delitos de violación cometidos por un solo
agresor tenía una duración que oscilaba de unos minutos a
una hora, el 73,4% de las violaciones llevadas a cabo por
más de un agresor, comportó una duración que iba desde
1/2 hora hasta 24 horas).
Por lo que respecta a las variables descriptivas del
agresor, destacaron las siguientes. El grueso de los
agresores se situaba en la franja de edad de 21 a 30 años
(31%) y por encima de 30 años (35%). Los solteros
constituyeron el grupo más numeroso (65%), seguido de
los casados (un 30%), siendo minoritaria la representación
muestral de separados y divorciados. En su mayoría los
agresores no tenían hijos (78%). Más del 75% contaban
con escasos estudios: un 68% tenía estudios primarios, y
un 8% no tenía estudios de ninguna clase.
Profesionalmente, un 3% no tenía profesión alguna, un
24% era peón, y un 47% tenía la ocupación de obrero
especializado. El 40% de los agresores tenía antecedentes
penales, destacando los antecedentes por robo (en un 37%
de los sujetos), seguido de la violación/abusos
deshonestos (un 10%), y del delito de lesiones (en un
3,6% de la muestra). En un 6% de las infracciones se
constató que los agresores habían consumido alcohol o
drogas con antelación a realizar el delito, aunque el
porcentaje de casos en los que no constaba información a
este respecto rondaba el 35%.
Merece también atención el dato relativo a la
motivación para escoger a la víctima. Abrumadoramente,
la razón fundamental manifestada por los agresores radicó
en la indefensión (oportunidad) que el agresor percibió en
la víctima, alcanzando dicho motivo al 86% de las
agresiones, siguiéndole el atractivo y deseo sexual que
suscitó en él (7,6%). Finalmente, en cuanto a la relación
agresor y víctima, en el 50% de los supuestos había una
relación previa, que se dividió del siguiente modo: en un
20,51% de los casos eran parientes —22% padres e hijos
— y en un 28% eran conocidos.
Garrido et al. (1995) analizaron una muestra de 29
agresores sexuales de mujeres adultas, que estaban
internos en prisiones de Cataluña. La muestra tenía una
edad media de 23 años cuando se produjo la primera
detención y condena por violación. Dicha edad es
coherente con los datos obtenidos en el estudio de Pulido
et al (1988), aunque en investigaciones posteriores se han
hallado promedios de edad algo más elevados, de en torno
a 30 años (por ejemplo, en Redondo, Luque, Navarro y
Martínez, 2005). En coincidencia con la investigación
internacional, cerca de un 40% de esta muestra tenía
antecedentes delictivos, aunque generalmente de cariz no
sexual. Por lo que respecta a la descripción de la agresión,
se confirma en este estudio la gran frecuencia de las
víctimas únicas, de los agresores actuando también solos,
y de las armas blancas como instrumentos de agresión
prioritarios.
Quienes han abusado sexualmente de otras personas, o
las han agredido sexualmente, suelen presentar problemas
básicos en varias facetas interrelacionadas (Redondo,
2002; Sigurdsson et al., 2010): en las propias conductas
sexuales, en su conducta social más amplia con otras
personas, en las expresiones de sus emociones y
sentimientos, y en su pensamiento, que suele estar
plagado de múltiples “distorsiones cognitivas” en relación
con la consideración de las mujeres, los niños, y la
justificación del uso de la violencia en las interacciones
sociales. Problemas todos que se incrementarán si,
además, un sujeto tiene dificultades para entablar
relaciones sexuales consentidas y normalizadas. La falta
de relaciones sexuales consentidas puede deberse a que un
individuo tenga menores competencias y habilidades de
interacción social, las cuales son imprescindibles para las
relaciones afectivas y de intimidad con otras personas.
Por otro lado, muchos abusadores y agresores sexuales
muestran también menor empatía con el daño que puedan
experimentar otras personas (Brown, Harkins y Beech,
2012; Martínez et al., 2008; Rich, 2009), y mayor
ansiedad ante las situaciones sociales. Todos estos déficits
pueden producirles un mayor aislamiento social, en
relación con la familia, los amigos, el trabajo, etc. (Salat,
2009).
Asimismo, algunos abusadores pueden manifestar una
fuerte preferencia sexual por menores. Estas conductas
podrían verse favorecidas y justificadas a partir de
distorsiones cognitivas que interpretarían a los menores
como parejas sexuales viables (Brown, 2005).
Por otra parte, cuando se trata de relaciones entre
adultos, los procesos de relación interpersonal que pueden
preceder a la excitación y el deseo sexual por otra
persona, suelen ser complejos y sutiles; comportan una
secuencia elaborada de interacciones visuales, gestuales,
verbales y emocionales, y la sucesiva y recíproca
elaboración cognitiva del significado que puedan tener las
reacciones y conductas del otro, al respecto de su posible
deseo y aceptación de una relación de intimidad o sexual.
De ahí la relevancia que en este proceso pueden tener,
como elementos de riesgo, las interpretaciones
distorsionadas de las expresiones y emociones ajenas, y
también las posibles justificaciones sobre el uso de la
fuerza o violencia en el marco de las interacciones
sexuales (Redondo, 2004). Algunos agresores sexuales
pueden mostrar actitudes devaluadoras de las mujeres,
que nieguen a éstas los mismos derechos y autonomía de
decisión que tendrían los varones, o justifiquen o
disculpen el uso del engaño, la fuerza y la agresión para el
logro de contactos sexuales.
También se ha hallado que muchos abusadores y
agresores sexuales presentan niveles más altos de
ansiedad social, menores capacidades asertivas para
expresar sus sentimientos y deseos, y unas habilidades
sociales más limitadas para las relaciones de intimidad.
Estos déficits, que pueden dificultar el logro competente
de algunas metas personales relevantes (como serían las
propias relaciones emocionales y sexuales), pueden dar
paso a la utilización, para las mismas finalidades, de
conductas desadaptativas e ilícitas.
Por último, un factor de riesgo importante para el
desarrollo de conductas de abuso o agresión sexual es el
déficit en empatía en relación con las víctimas (Brown et
al., 2012). La empatía se refiere a la capacidad de un
individuo para identificar estados cognitivos y afectivos
en los demás, ponerse en su lugar, compartir sus
sentimientos y pensamientos y responder a sus demandas
en coherencia con ello. Aunque no se considera que los
delincuentes sexuales carezcan de empatía de forma
global, sí que carecerían de ella en relación con sus
propias víctimas, mostrando dificultades para reconocer
en ellas sufrimiento y daño (Fernández, Marshall,
Lightbody, y O’Sullivan, 1999; Robinson, 2005). La
empatía sería, en parte, una característica individual
propia de la personalidad de un individuo, y, a la vez, una
pauta adquirida de comportamiento, en función de la
educación y experiencias habidas.
En relación con esto último, algunos estudios han
hallado que individuos que habían experimentado en su
infancia victimización sexual y exposición a pornografía
infantil mostraban menores niveles de empatía con niños
víctimas de abuso sexual, a la vez que referían haber
cometido más delitos de abuso infantil. Del mismo modo,
aquellos sujetos que habían sido víctimas infantiles de
agresión física y sexual manifestaban una menor empatía
por mujeres en situaciones de agresión, y confesaban
haber cometido un mayor número de delitos de agresión
contra víctimas adultas.

15.3.2. Tipologías y motivos de la violación


Las tipologías son clasificaciones de los delincuentes,
atendiendo a su diferenciación en características
relevantes de su individualidad o de su conducta. Aunque
las tipologías de delincuentes no han resultado en general
satisfactorias para comprender la etiología de la agresión,
pueden ayudar, al menos inicialmente, a identificar mejor
los aspectos fundamentales de cada caso analizado.
Una de las tipologías de violadores más divulgadas es la
que se elaboró en el Centro de Tratamiento Bridgewater,
de Massachusetts, debida a Cohen y su equipo (Cohen,
Garofalo, Boucher y Seghorn, 1971; Cohen, Seghorn y
Calmas, 1969), en la que se diferenciaban cuatro grupos:
1) El violador de agresión desplazada, que no presentaría
excitación sexual inicial, ya que la violación tendría para
él el sentido de agraviar y humillar a la víctima (quien no
habría jugado ningún rol directo en el desencadenamiento
de la agresión), empleando para ello con frecuencia el
sadismo (Seto, Harris, Lalumière y Chivers, 2012); 2) el
violador compensatorio sería aquél motivado por el deseo
de demostrar a su víctima su propia competencia sexual,
en un intento de compensar su falta de adecuación para
una vida socialmente ajustada; 3) el violador sexual-
agresivo, que necesitaría infligir daño físico para sentir
excitación sexual, y se parecería al categorizado como
“violador hostil” en una tipología previa de Groth; por
último, 4) el violador impulsivo, cuya acción delictiva
sería el resultado de aprovechar “una buena oportunidad”,
usualmente presente en el transcurso de otros hechos
delictivos como el robo (Pedneault, Harris y Knight,
2012).
Ronald Holmes (1989) completó, mediante técnicas de
entrevista, una tipología anteriormente desarrollada por
Knight y Prentky (1987), en la que se distinguían cuatro
tipos básicos de agresores, un tanto diferentes de los
anteriores:
1. El violador de afirmación de poder se correspondería
esencialmente con el compensatorio precedente, y sería el
menos violento de los violadores, así como el menos
competente desde el punto de vista social. De un bajo
nivel académico, tendería a permanecer soltero y a vivir
más tiempo con sus padres. Tendría pocos amigos,
carencia de pareja sexual, y usualmente se mostraría como
una persona pasiva. Sería asiduo de sex-shops y material
pornográfico diverso, y podría presentar otras
desviaciones sexuales como travestismo, exhibicionismo,
fetichismo o voyeurismo. Por lo que respecta al proceso
de violación, la motivación tendría un cariz básicamente
sexual, buscando elevar su autoestima. Su agresión sexual
sería una materialización de sus fantasías, y actuaría bajo
la idea de que sus víctimas realmente disfrutan de su
acción, razón por la que podría conservar un diario de sus
delitos. Éstos podrían continuar periódicamente hasta ser
detenido.
2. El violador por venganza estaría más movido por un
intento de desquitarse, mediante su agresión, de todas las
injusticias, reales o imaginarias, que ha padecido en su
vida. Aunque pueda ser considerado socialmente
competente, su infancia habría sido complicada,
incluyendo a menudo malos tratos, separación de los
padres, etc. La percepción de sí mismo sería la de
“macho” y atlético, siendo frecuente que esté casado, y
sea descrito por sus amigos como impulsivo y violento.
En general, la violación podría ser el resultado de una
discusión anterior con una mujer significativa en su vida,
como su madre o esposa, produciéndose de forma
impremeditada y con el fin de dañar a la víctima.
3. El violador depredador intentaría expresar en su
agresión su virilidad. Su infancia guardaría parecido con
la del violador por venganza, pero su vida familiar actual
sería más tormentosa que la de éste. Tendería a vestir de
forma llamativa, y a frecuentar locales de exhibición
sexual o prostitución. La víctima podría ser azarosa u
oportunista. Emplearía la violencia conveniente para
dominarla, y podría someterla a múltiples agresiones. La
agresión constituiría un acto de depredación, cuya
violencia podría ir aumentando con el tiempo.
4. Por último, el violador sádico pretendería expresar
sus fantasías agresivas y sexuales, de las que habría dado
muestras en su adolescencia o juventud. Se trataría de una
persona inteligente, que planificaría los ataques con
cuidado. Su agresión estaría dirigida a disfrutar
horrorizando a la víctima, de ahí que pueda utilizar
parafernalia variada y rituales de agresión. Su violencia
tendería a incrementarse con el tiempo, con riesgo de que
se produzca algún asesinato, o el individuo se convierta
en un asesino serial. En este caso habría que explorar un
posible perfil psicopático.
Posteriormente, Scully (1990) analizó, a partir de
entrevistas profundas con 114 violadores condenados y un
grupo de control de 75 presos sentenciados por otros
delitos, los motivos más típicos de los violadores, y
diferenció entre cinco tipos de situaciones:
1. La violación satisface el deseo del sujeto de vengarse
o castigar a la víctima. Tal animadversión puede ir
dirigida hacia una mujer concreta, o contra las mujeres en
general. Un ejemplo ofrecido por Scully es el de aquel
individuo que ha ido a casa de un conocido, para cobrar el
dinero que él le debía, y al encontrar a su mujer sola en
casa y discutir con ella acerca de la deuda, la ha acabado
violando para vengarse de su marido, y para al menos
“cobrarse” algo.
2. La violación es un “valor añadido”, una oportunidad
que se presenta mientras se comete otro delito. Un
ejemplo dado en el libro de Scully es el atracador que va a
robar la caja de una tienda abierta de noche. Cuando se da
cuenta de que la dependienta está sola, aprovecha para
agredirla sexualmente.
“Ella estaba allí. Podría haber sido cualquiera”.

3. La violación es un método para conseguir el acto


sexual pretendido cuando, en una situación
hipotéticamente favorable, la mujer no consiente. Lo
anterior estaría muy a menudo vinculado al mito de que
las mujeres dicen inicialmente que no, pero que, con un
poco de insistencia, acabarán cediendo:
“Con una tía dominante, tenía que utilizar la fuerza. Si ella era
pasiva, también tendría que insistir, pero no tanto. La fuerza sirve para
agilizar las cosas”.

4. La violación también puede constituir una


oportunidad favorable para gozar de poder, de control
absoluto sobre el cuerpo de una mujer. Un ejemplo:
“Mirándolas así, indefensas, tenía la confianza de que podría
hacerlo… Violando sentía que yo dominaba. Soy vergonzoso, tímido.
Cuando una mujer me llevaba la delantera, yo me sentía acobardado.
En las violaciones era yo el que dominaba, y ella estaba totalmente
sumisa”.

5. Por último, la violación podría ser para algunos


sujetos una especie de actividad recreativa y de aventura.
Un agresor explicó que empezó a participar en
violaciones de pandilla, junto con compañeros suyos,
porque las autoridades le habían retirado su carnet de
conducir, así que no podía salir solo para alternar e
intentar ligar.
Todos estos ejemplos no pretenden ser clasificaciones
de tipos de personalidad de violadores, sino una
categorización de situaciones donde un eventual autor se
encuentra con una víctima potencial, él interpreta la
situación como de impunidad, y actúa según sus impulsos.
La mitad de los condenados por violación, en el marco del
estudio de Scully, negaban el hecho; opinaban que la
mujer, aunque se resistió un poco al principio, acabó
disfrutando del acto sexual, y que fueron otros factores
posteriores los que la llevaron a denunciar lo sucedido. En
una dirección parecida, una investigación española, sobre
sujetos condenados en prisión por violación, concluyó que
un 70% negaban los delitos, que la gran mayoría eran
individuos clínicamente normales, con menos
antecedentes penales y más participación laboral que otros
tipos de presos (Bueno García y Sánchez Rodríguez,
1995). Muchos de ellos opinaban que estaban en su
derecho de forzar a una mujer para conseguir sexo, y les
sorprendía haber sido detenidos y condenados por ello.
Un factor importante para explicar la violación sería,
según Scully, que un número significativo de víctimas no
denuncien los delitos sufridos. Algunos sujetos de la
muestra evaluada por Scully habían cometido hasta 20
violaciones antes de ser detenidos y condenados. Por eso,
Scully caracteriza la violación como un delito de “bajo
riesgo y alto rendimiento”: la probabilidad de detención y
condena sería, según ella, más baja para un violador que
para alguien que comete un robo.

15.4. ETIOLOGÍA Y DESARROLLO DE LA


DELINCUENCIA SEXUAL
Hasta aquí se ha efectuado una descripción de la
frecuencia, topografía y otras características del abuso y la
agresión sexual. En lo que sigue se atenderá a la cuestión
sustancial de la explicación del origen y consolidación de
los comportamientos de agresión sexual.
El profesor Redondo y unas alumnas de criminología en un congreso
celebrado en Murcia en 2013.

15.4.1. Factores y experiencias de riesgo


A) Socialización sexual
Nadie nace ni crece sabiendo de un modo completo y
definitivo cómo van a expresarse sus deseos sexuales y
cómo deben transcurrir exactamente sus conductas a este
respecto. Contrariamente a ello, los adolescentes suelen
despertar a la sexualidad en la pubertad de un modo
bastante repentino y con una información y educación
previas a menudo escasas. A partir de ese momento,
recabando más información de otras personas —
frecuentemente de amigos tan inexpertos como ellos
mismos—, y a menudo mediante experiencias de ensayo
y error, van a iniciar una exploración paulatina de su
sexualidad y un ajuste progresivo de sus comportamientos
sexuales. Generalmente, el proceso anterior va a dar lugar,
en la inmensa mayoría de las personas, a una correcta
socialización sexual. Ello implica también que se van a
adquirir las inhibiciones convenientes para evitar en el
sexo cualquier amenaza o fuerza, y excluir radicalmente
las interacciones sexuales con menores. Sin embargo, en
algunos casos el proceso de socialización sexual
adolescente puede verse alterado por experiencias y
deseos atípicos y en ocasiones ilícitos (Marshall y
Marshall, 2002; Hart-Kerkhoffs, Dereleijers, Jansen, et
al., 2009). Un resultado de esto puede ser el inicio por
algunos individuos de conductas de abuso sexual infantil
o de agresión sexual.

B) Inicio en la agresión sexual


El proceso a partir del cual se iniciarían y desarrollarían
las conductas de abuso y agresión sexual puede situarse,
por lo común, en el decurso de la pubertad y adolescencia,
según se ilustra en el cuadro 15.6 (Redondo, Pérez
Ramírez, Martínez García, et al., 2012). En estas etapas
algunos varones podrían ser más vulnerables para adquirir
conductas de abuso o agresión sexual a raíz de haber
sufrido experiencias traumáticas de abandono familiar,
rechazo afectivo o victimización sexual (Hamby,
Finkelhor y Turner, 2012; Zurbriggen, Gobin y Freyd,
2010). Estas experiencias tenderían a favorecer en los
jóvenes una baja autoestima, déficits de comunicación y
de habilidades de relación interpersonal, y una fuerte
necesidad de obtener el afecto de otras personas, lo que
claramente guarda relación con una mayor riesgo de ser
víctimas de abusos sexuales por parte de otros jóvenes o
de adultos.
CUADRO 15.6. Proceso de inicio y desarrollo de la agresión sexual
Fuente: adaptado a partir de Echeburúa y Redondo, 2010

Tanto si dichos abusos se producen como si no, en este


marco de graves carencias comunicativas y afectivas, es
probable que estos adolescentes experimenten una
hipersexualización de su emocionabilidad y conducta
(inicialmente a través de la masturbación), como un
mecanismo general de compensación y de afrontamiento
de su aislamiento y sus problemas cotidianos (no tan solo
de sus necesidades específicamente sexuales). Cada vez
se hará más probable que a esta decidida sexualidad
adolescente, aunque todavía incipiente y tentativa, se
incorporen experiencias de observación de modelos
sexuales diversos (en vivo o simbólicos, mediante el uso
de pornografía), participación directa en distintas
experiencias sexuales, y utilización de fantasías sexuales
procedentes de las propias observaciones y prácticas. Y
no será improbable que, dada las condiciones de
aislamiento y de vulnerabilidad aludidas, algunas
experiencias o fantasías puedan implicar situaciones y
conductas de humillación y agresión sexual, o bien
incluyan la interacción sexual entre adultos y menores.
Desde una perspectiva psicológica individual, la
asociación repetida entre experiencias o fantasías sexuales
de abuso infantil o de agresión, y la excitación y placer
sexuales resultantes, desencadenarán un proceso de
condicionamiento clásico, a partir del cual los estímulos
relacionados con “abuso de niños” o “agresión sexual”,
según los casos, pueden convertirse en estímulos
condicionados de deseo sexual. Asimismo, la exposición
repetida a estos comportamientos sexuales altamente
excitantes, puede contribuir a su paulatina aceptación y
justificación. Este sería el momento en que un joven
podría hallarse suficientemente motivado para poner en
práctica abusos o agresiones reales, parecidos a aquéllos
que han resultado tan excitantes en sus fantasías sexuales
previas.
Para que un delito se produzca, ya solo haría falta que se
rompan las últimas barreras que todavía puedan retener al
sujeto, ya sean internas o externas. Las inhibiciones
internas pueden superarse mediante el consumo de
alcohol u otras drogas (algo no infrecuente en materia de
episodios delictivos sexuales), de estados emocionales
negativos (ya sean deprimidos o iracundos), o de firmes
distorsiones cognitivas justificadoras de las agresiones.
Las barreras o controles externos pueden quebrarse en el
momento en que se presente al individuo una oportunidad
delictiva favorable (una niña o niño, una mujer sola y
vulnerable, etc.). Además, aquellos individuos altamente
motivados para el abuso o la agresión sexual buscarán y
promoverán activamente las ocasiones favorables para
satisfacer sus deseos.
En relación con el abuso sexual infantil, Finkelhor
(1986) propuso un modelo etiológico integrado por cuatro
procesos complementarios, coherentes con lo comentado,
que podrían contribuir a propiciar el interés sexual por los
niños:
I) Congruencia emocional: los niños podrían satisfacer
diversas necesidades emocionales, no solo sexuales, de
los adultos que abusan de ellos. Algunos varones habrían
sido socializados para ser personas dominantes, por lo que
los niños, debido a su escasa capacidad de dominación,
podrían resultarles sumamente atractivos. Este proceso se
relacionaría a su vez con disfunciones de los sujetos como
inmadurez, baja autoestima y agresividad.
II) Excitación sexual: el niño podría ser percibido como
una fuente potencial de gratificación sexual, a partir de los
modelos y experiencias sexuales habidos, así como
resultado de la utilización frecuente de material
pornográfico relativo a menores.
III) Bloqueo: el niño puede resultar sexualmente más
satisfactorio y constituir una alternativa más fácil,
particularmente para aquellos sujetos que tienen
dificultades para establecer relaciones sexuales adultas.
En el plano personal de los abusadores, este proceso se
relacionaría con su mayor ansiedad e incompetencia
social.
IV) Desinhibición: para consumar el abuso sexual, los
agresores deben salvar ciertos obstáculos e inhibidores
internos, lo que puede facilitarse a partir del consumo de
alcohol y otras drogas, y también como resultado de
firmes distorsiones cognitivas y justificaciones del abuso.

C) Infractores sexuales juveniles


Como ya se ha comentado, no es infrecuente que las
actividades delictivas de cariz sexual se inicien ya en la
adolescencia y, en consecuencia, que los autores de
algunos delitos de abuso o agresión sexual sean
adolescentes y jóvenes, algunos de los cuales pueden
reincidir en nuevos delitos. A este respecto, Caldwell
(2010) efectuó un meta-análisis de 63 estudios que en
conjunto incluían más de once mil delincuentes sexuales
juveniles, de los que se había efectuado un seguimiento de
casi cinco años, obteniéndose una tasa promedio de
reincidencia sexual de 7,08%, frente a una muy superior
reincidencia general (en delitos no sexuales) del 43,4%.
Salat y Fairleigh (2009) encontraron que cuatro factores
principales se asociaban a un mayor riesgo de abuso y
agresión sexual juvenil: una historia personal de falta de
cuidados en la infancia, haber sufrido abuso sexual,
menor edad, y pobres relaciones de amistad.
En España, Redondo et al. (2012) realizaron un estudio
sobre 20 agresores sexuales juveniles en la Comunidad de
Madrid, a partir de información sobre los sujetos
procedente de expedientes e informes judiciales, y la
aplicación de tests y cuestionarios psicológicos. Las
principales características de estos infractores sexuales
juveniles fueron las siguientes (Redondo et al., 2012): la
mayoría (60%) eran sujetos primarios, sin antecedentes
delictivos previos; un 50% estaban internados por
agresión sexual a una mujer adulta, un 25% por agresión
sexual o abusos a una chica menor, y el otro 25% a un
menor varón (en un 40% de los casos las víctimas tenían
menos de 14 años en el momento del delito); en un 70%
de los delitos, había conocimiento previo entre agresor y
víctima y, en consecuencia, en el 30% restante los
agresores eran desconocidos para las víctimas; la edad
media de los jóvenes cuando cometieron el delito sexual
era de 15 años (DT= 1 año); el 75% de los infractores no
empleó ningún tipo de arma para realizar el hecho; un
45% de las agresiones se cometió en pareja o por un
grupo de agresores; y el 45% de los agresores habían
consumido alcohol o drogas con antelación a la comisión
del delito.

D) Correlatos etiológicos y de mantenimiento


de la agresión sexual
Son muchas las investigaciones, particularmente a partir
de delincuentes encarcelados, que han analizado los
correlatos y factores que suelen asociarse tanto al inicio (a
lo que ya se hecho referencia) como a la continuidad y
persistencia de la delincuencia sexual (Abbey, Jacques-
Tiura y LeBreton, 2011; Barbaree y Marshall, 2006;
Bijleveld y Hendriks, 2003; Carpentier y Proulx, 2011;
Craig, 2010; DeGue, DiLillo y Scalora, 2010; Echeburúa
y Guerricaechevarría, 2000, 2006; Bueno García y
Sánchez Rodríguez, 1995; Echeburúa y Redondo, 2010;
Freeman et al., 2005; Garrido, Redondo, Gil, et al., 1995;
Hunter et al., 2003; Poirier, 2008; Pulido, Arcos, Pascual,
et al., 1988; Redondo y Luque, 2011; Redondo et al.,
2006, 2012; Rich, 2009; Salat, 2009; Shi y Nicol, 2007;
Hart-Kerkhoffs et al., 2009; Wakeling, Freemantle,
Beech, et al., 2011; Wolf, 2009; Woodhams et al., 2008;
Zankman y Bonomo, 2004). A continuación se resumen
dichos factores, algunos ya aludidos:
– La mayoría de los agresores sexuales condenados son
varones (alrededor del 90%) y tienen como víctimas a
niñas y a mujeres (en torno al 80%).
– Suelen tener mayor edad que los delincuentes
comunes, no sexuales, con una media de en torno a 30
años cuando inician el cumplimiento de una condena y
de más de 40 cuando la finalizan.
– Muchos proceden de familias problemáticas, y
experimentaron en su infancia maltrato, desatención
familiar o abuso sexual, o bien fueron testigos de
violencia en la familia. En la muestra evaluada por
Redondo y Luque (2011), de 678 agresores sexuales
encarcelados en España, el 18,7% habían sido
víctimas de malos tratos y el 9% de abusos sexuales.
– Su nivel de estudios es generalmente bajo: entre la
mitad y dos terceras partes abandonaron la escuela
prematuramente y no llegaron más que a la enseñanza
primaria. Asimismo, suelen contar con escasa
cualificación laboral, y un porcentaje elevado de
agresores (del 24% en Redondo y Luque, 2011)
estaban desempleados cuando cometieron los delitos.
– Muchos pueden haber tenido experiencias sexuales
infantiles y adolescentes más amplias y variadas de lo
habitual, haber estado expuestos a la visualización
frecuente de pornografía violenta o con menores, y
haber tenido fantasías recurrentes a este respecto
(Mancini, Reckdenwald y Beauregard, 2012). Según
se comentó, se ha documentado una relación elevada
entre estas experiencias y los comportamientos de
abuso y agresión sexual.
– Suelen presentar múltiples distorsiones cognitivas y
déficits en empatía (carencias más intensas en quienes
sufrieron maltrato infantil), que les dificultan una
adecuada interpretación y reconocimiento de las
emociones, deseos, necesidades e intenciones de otras
personas (Brown et al., 2012). Al respecto de la
violación, una distorsión frecuente es percibir el sexo
como una forma de poder y control sobre otra persona,
o como una manera de expresarle su ira, y de vejarla o
castigarla. En relación con los abusos de menores,
Abel et al. (1984) identificaron algunas de las
distorsiones o interpretaciones erróneas más
frecuentes en ellos: su valoración de que las caricias
sexuales no forman parte de la relación sexual; que los
niños no se resisten físicamente ni dicen nada porque
les gusta la experiencia; que el contacto sexual directo
podría mejorar la relación con un niño; que la
sociedad llegará a aceptar las relaciones sexuales entre
adultos y niños; que cuando los niños preguntan sobre
el sexo significa que desean experimentarlo; y que una
buena manera de instruir a los niños sobre el sexo es
practicarlo. También Pollock y Hashmall (1991,
citados por Murray, 2000) llegaron a identificar, en
una muestra de 86 abusadores sexuales de niños de la
ciudad de Toronto, hasta 250 justificaciones del
comportamiento de abuso. Las justificaciones más
frecuentes fueron que la víctima había consentido
(dada por el 29% de los sujetos de la muestra), que su
propio comportamiento era debido a la privación de
contactos sexuales normalizados (el 24% de los
sujetos), a causa de una intoxicación etílica (un 23%
de los casos), o debido a que la víctima había iniciado
la actividad sexual (el 22%). Mediante estas
distorsiones se atribuirían a los niños características,
deseos y conductas impropias para su nivel de
desarrollo físico y psicológico (Hayashino, Wurtele y
Klebe, 1995; Helmus et al., 2013; Stermac y Segal,
1989), lo que permitiría al abusador neutralizar o
minimizar su propia responsabilidad (Marshall y
Eccles, 1991; Webster y Beech, 2000). Ward (2000)
formuló la hipótesis de que las distorsiones cognitivas
de los agresores sexuales serían el resultado de sus
“teorías implícitas”, explicativas o predictivas, acerca
del comportamiento, costumbres, deseos, etc., de sus
víctimas.
– Muchos infractores sexuales presentan déficits en
competencia y habilidades sociales, y en lo relativo a
sus relaciones interpersonales, lo que a menudo les
comporta un gran aislamiento social. Segal y Marshall
(1985) señalaron que los abusadores de menores
serían a este respecto más deficitarios que los
violadores, se valorarían a sí mismos como más
ansiosos, menos hábiles en las relaciones
heterosexuales, y menos asertivos o competentes a la
hora de recibir y aceptar feedback positivo de parte de
otras personas. Una consecuencia de ello es que
muchos delincuentes sexuales carecían de una pareja
estable cuando sucedió el delito (69% en el estudio de
Redondo et al., 2006, y un 45% en Redondo y Luque,
2011).
– Muchos agresores sexuales adultos comenzaron a
cometer abusos o agresiones sexuales en su
adolescencia o juventud, lo que apunta a la necesidad
de intervenir tempranamente para impedir que tales
comportamientos se consoliden.
– Entre una tercera parte y la mitad de los sujetos suelen
tener antecedentes penales, ya sea por delitos sexuales
o bien por delitos contra la propiedad o violentos.
– Algunos agresores sexuales son generalistas, es decir
realizan también otros delitos no sexuales, lo que
significa que presentan también factores de riesgo
semejantes a los delincuentes comunes, no sexuales
(Harris, Knight, Samllbone, et al., 2011; Howell,
2009; Varios autores, 2009; Redondo, Martínez-
Catena y Andrés, 2011). No obstante, otros muchos
serían infractores “especializados” exclusivamente en
delitos sexuales. Por ejemplo, la muestra de 123
delincuentes sexuales encarcelados evaluada por
Redondo et al. (2006), presentaba un promedio de 4
delitos condenados (2,33 delitos sexuales y 1,84 no
sexuales de media), lo que permitió estimar una “tasa
de especialización delictiva”, dividiendo para cada
sujeto el número de delitos sexuales condenados, de
0,79% (en una escala de entre 0-1).
– En relación con la salud, una proporción relevante de
los agresores sexuales (de hasta 1/3) habría sufrido
algún accidente, o presentaría alguna enfermedad
orgánica (VIH, Hepatitis…), o bien trastornos
psicopatológicos, especialmente relacionados con el
consumo abusivo de alcohol y otras drogas (Davis,
2010; Leue, Borchard y Hoyer, 2004) (más del 50%
en Redondo y Luque, 2011), así como diagnósticos de
deficiencias neurológicas e intelectuales, elevada
impulsividad e incontinencia de los impulsos, y
trastornos esquizoides, evitativos y dependientes.
También se ha evidenciado en algunos casos la
presencia de perfiles psicopáticos (Hawes, Boccaccini
y Murrie, 2013). Redondo et al. (2006) aplicaron en su
estudio la Escala de Psicopatía de Hare, en su versión
abreviada de 12 ítems (PCL-SV), constatándose
elevadas prevalencias en “mentira patológica”,
“ausencia de remordimiento”, “falta de empatía”, “no
aceptación de responsabilidades” e “impulsividad”. En
Redondo y Luque (2011), el 34% de los sujetos no
reconocía haber cometido el delito.
– Respecto del hecho delictivo por el que estaban
encarcelados, en la muestra de Redondo y Luque
(2011), algunos datos relevantes fueron los siguientes:
• la edad media del abusador/violador en el momento
de la comisión del delito era de 32,43 años.
• la mayoría procedían de ambientes urbanos, más que
rurales
• en el caso de los violadores de mujeres adultas, el
delito incluyó diversos actos sexuales (53,5%), o
bien exclusivamente penetración vaginal (27,9%) o
tocamientos (13,8%).
• en el caso de los abusadores de menores, el 61,7%
realizó varios actos sexuales, el 19,1% tocamientos,
el 8,5%, penetración vaginal.
• un 93% cometió el delito en solitario.
• en un 29,7% de los casos el delito se consumó en el
domicilio familiar y en un 11,6% en el domicilio de
la víctima.
– A pesar de las características generales precedentes,
los individuos que han abusado o agredido
sexualmente forman un grupo muy heterogéneo en
términos de las tipologías y condiciones del delito
cometido, las posibles vivencias de maltrato, su
conocimiento y sus experiencias sexuales, su ajuste y
rendimiento escolar, su funcionamiento cognitivo y su
salud mental (Andrade, Vincent y Saleh, 2006;
Woodhams y Hatcher, 2010). Por ello, tales
características específicas deberán ser exploradas en
cada caso.
Marshall y Barbaree (1989) propusieron un modelo
comprensivo de la violación y el abuso sexual a niños,
que recoge e integra los aspectos más relevantes de la
investigación en este ámbito y de las teorías anteriormente
existentes (véase también Marshall y Marshall, 2002; y
Redondo, 2002). Este modelo incorpora siete grandes
parcelas de análisis que pueden contribuir al
mantenimiento de la agresión sexual, y, por ello, deberían
ser consideradas en cada caso:
1. Elementos biológicos. En nuestra constitución
biológica existen dos elementos que tienen relevancia
para comprender la agresión sexual. El primero radica en
la semejanza de los mediadores neuronales y hormonales
responsables de la conducta sexual y de la agresiva; esto
es, los varones tendrán que enfrentarse a la difícil tarea de
aprender, especialmente durante el período de la pubertad,
a inhibir la agresión dentro de un contexto sexual. En los
mecanismos biológicos implicados en la agresión y
también en el comportamiento sexual de los varones juega
un papel decisivo la testosterona (Jordan, Fromberger,
Stolpmann, y Müller, 2011).
El segundo hecho biológico relevante para nuestro tema
es la relativa inespecificidad del impulso sexual innato,
que obliga a aprender a seleccionar las parejas sexuales
apropiadas, lo que en el caso de los adultos ha de implicar
siempre otro adulto que consienta en la relación sexual.
2. Fracaso de la inhibición. ¿Qué es lo que haría que
determinados sujetos sucumban ante ciertas
oportunidades delictivas e incluso las busquen, mientras
que otros no? Para los autores de este modelo teórico, la
respuesta se halla en la investigación básica de la
psicología criminal, donde se revelan una serie de factores
que explican el menor aprendizaje inhibitorio de los
violadores: pobres modelos educativos paternos,
disciplina severa e inconsistente, padres agresivos y
alcohólicos, y abuso físico y sexual sufrido en la niñez.
3. Actitudes socio-culturales. Los jóvenes que han
vivido una infancia deficiente tienen que enfrentarse,
además, a normas culturales que en algunos casos apoyan
la violencia como un cauce adecuado de expresión. Como
afirmaba Sanday (1981), los estudios transculturales
indican que las sociedades facilitadoras de la violencia y
de las actitudes negativas hacia las mujeres tienen las
tasas más altas de violación. Sendos estudios de Burt
(1980) y de Pascual, Pulido, Arcos y Garrido (1989)
evidenciaron la vinculación que existe entre las actitudes
proclives hacia la violencia a la mujer y el sostenimiento
de los llamados “mitos” de la violación (en los que se
contempla a la mujer “pidiendo” ser violada y disfrutando
con ello).
4. Pornografía. La exposición a pornografía puede
desinhibir, en individuos motivados para una agresión
sexual, la actividad conducente a la violación. Aunque no
todos los delincuentes sexuales emplean material
pornográfico para instigar sus agresiones, es muy
probable que los jóvenes que han padecido una
socialización deficiente tengan una menor resistencia ante
sus efectos, especialmente si consideramos que uno de los
mensajes más importantes transmitidos por los “guiones”
de este entretenimiento es el de otorgar un cierto sentido
de poder y de dominio sobre mujeres débiles y deseosas.
En el caso de los adultos que abusan sexualmente de los
niños, la investigación revela que en su infancia muchos
de ellos además de haber sido víctimas, a su vez, de abuso
sexual, fueron expuestos a pornografía para que se
suscitara su interés sexual en beneficio del agresor
(Marshall y Barbaree, 1989).
5. Circunstancias próximas. Hace referencia a aquellos
elementos previos que, tales como una intoxicación
etílica, una reacción de cólera (ambos aspectos, además,
pueden desinhibir el deseo sexual de varones normales),
el sostenimiento prolongado de una situación de estrés o
una activación sexual previa, se asocian a menudo a la
agresión sexual.
6. Distorsiones cognitivas. Ayudan a superar los
controles internos de la agresión sexual. Por ejemplo, el
padre que abusa de su hija puede pensar que la está
educando sobre la sexualidad, y el violador de mujeres
percibirá a su víctima como deseosa de ser violada, pese a
su “fingimiento en contrario”.
7. Circunstancias oportunas, o disponibilidad favorable
de una mujer o de un niño que pueda ser un objetivo
delictivo atractivo y fácil, sin riesgos evidentes de
detección y castigo.
Marshall y Barbaree sugieren que, una vez que se hayan
producido las primeras agresiones, los delitos
subsiguientes se cometerán con mayor facilidad,
especialmente si las experiencias del individuo fueron
reforzantes, y no hubo castigo. Igualmente es importante
señalar que de forma creciente se iría operando un
proceso de desensibilización, lo que podría traducirse en
una mayor violencia con las víctimas.

15.4.2. Análisis funcional del caso concreto


En el marco de la psicología del aprendizaje, diversos
autores (por ejemplo, Perkins, 1991; Redondo, 2008) han
propuesto la utilización del análisis funcional del
comportamiento para indagar los factores asociados en
cada caso específico a la infracción sexual, y efectuar
hipótesis acerca de cómo podría haberse adquirido y
mantenerse la conducta infractora, ya que los
determinantes de ambos procesos pueden ser diferentes.
Por lo que respecta a la adquisición, los factores más
típicos suelen ser, según lo mencionado, incidentes
sexuales que suponen la sexualización de estímulos no
sexuales, como los contextos con niños, o el empleo de la
violencia en situaciones de intimidad. Aun así, aunque
muchas personas pueden experimentar episodios sexuales
atípicos y problemáticos (de hecho todos los varones que
sufren, como víctimas, abuso sexual en la infancia o
adolescencia), la inmensa mayoría no emprenden una
carrera delictiva sexual.
¿Qué hace que el tener experiencias infantiles
problemáticas parecidas, en unos casos dé lugar al
desarrollo de individuos que llegan a ser agresores
sexuales, y en otros no? Según Perkins (1991), “al igual
que ocurre con otras conductas deseables (…) la respuesta
parece estar en una mezcla compleja de experiencias
iniciales, las cuales, en combinación con factores de azar
y los círculos viciosos de causa y efecto que se siguen,
empujan al individuo a un flujo de circunstancias sobre
las que el sujeto no parece tener mucho control” (1991:
154). En todo caso, podrían existir, según se vio, ciertos
patrones de adquisición de pautas de abuso o agresión
sexual típicos para muchos delincuentes sexuales, que se
iniciarían a partir de experiencias tempranas (quizá
azarosas), experimentaciones subsiguientes con conductas
sexuales atípicas (que podrían resultar gratificantes o
reforzadoras), y la posterior utilización del
comportamiento sexual desviado como un mecanismo
general de afrontamiento de situaciones estresantes o
frustrantes.
Más allá de la anterior estructura habitual y frecuente,
para efectuar el análisis funcional concreto del inicio y
mantenimiento de la conducta de abuso o agresión sexual
en un sujeto particular, deberían identificarse los
probables antecedentes funcionales de las agresiones (que
pueden consistir en hábitos, pensamientos y emociones
del propio sujeto, o bien en diversos estímulos
ambientales) y las consecuencias de refuerzo (emocional,
cognitivo, social, etc.) que siguen típicamente a las
conductas que conforman el abuso o la agresión. El
implícito psicológico de este tipo de análisis es que toda
conducta es promovida o facilitada por los estímulos que
la anteceden, e incrementada o mantenida por las
consecuencias gratificantes que la siguen. Así pues, tales
estímulos antecedentes y tales consecuencias posteriores
tienen que ser explorados para cada caso.

15.4.3. ¿Especialización o versatilidad delictiva


de los agresores sexuales?
Butler y Seto (2002) consideran importante atender a la
cuestión de la versatilidad o especialización delictiva de
los delincuentes sexuales. Comparando a los agresores
únicamente sexuales, es decir, especializados, con
aquellos otros que, además del delito sexual, habían
cometido otros tipos de infracciones, encontraron que los
especializados habían tenido menos problemas
conductuales en la infancia, y presentaban mejor ajuste
psicológico, actitudes más prosociales, y menor riesgo de
delinquir (Redondo et al., 2012). Desde una perspectiva
preventiva, los agresores sexuales especializados
probablemente van a requerir una intervención más
específica y dirigida a la desviación sexual en sí. Por su
parte los delincuentes generalistas van a necesitar una
intervención más amplia y diversificada, que atienda a
distintas problemáticas conductuales, de valores y
actitudes pro-delictivas genéricas, y a un mayor riesgo
global de reincidencia (Craig, 2010; Vess y Skelton,
2010; Wolf, 2009).
Los abusadores sexuales de menores tienden en mayor
grado a ser infractores especializados, mientras que los
agresores y violadores serían más probablemente
generalistas o versátiles (Harris et al., 2011). Algunos
estudios que han comparado agresores con abusadores
ponen de relieve algunas diferencias entre ellos, como por
ejemplo que los abusadores muestran un comportamiento
social más inadecuado y están socialmente más aislados
(Ford y Linney, 1995; Hendriks y Bijleveld, 2004; Katz,
1990; Salat, 2009; Van Wijk, 1999). Otra diferencia
relevante es que los abusadores mostrarían en general una
mayor internalización de los factores asociados a su
comportamiento infractor que los violadores, cuya
conducta antisocial estaría más condicionada por
elementos externos, como puedan ser la influencia de
amigos o la disponibilidad de oportunidades.
Por otro lado, en una revisión de Van Wijk et al. (2006)
sobre 17 estudios, publicados entre 1995 y 2005, acerca
de las posibles similitudes y diferencias entre infractores
sexuales y no sexuales, los agresores sexuales presentaban
en efecto una mayor internalización de la problemática
delictiva que los no sexuales. Asimismo esta
característica, como se ha dicho, prevalecía más en
abusadores. Los agresores sexuales especializados
mostraban menor frecuencia de otros problemas de
conducta que los delincuentes más generalistas. Los
delincuentes sexuales con delitos menos graves
presentaban niveles más bajos de “tendencia antisocial”
que aquellos otros con delitos más severos, cuya
“tendencia antisocial” era más elevada y manifestaban un
mayor rango de conductas infractoras de tipo no sexual
(Loeber y Farrington, 1998). Los agresores sexuales
contaban en general con más antecedentes de haber
sufrido abuso sexual en la infancia que los agresores no
sexuales (Barbaree y Lagton, 2006; Hendriks y Bijleveld,
2004).
Otro factor importante a este respecto es si los
abusadores de menores pueden ser considerados en
general pedófilos o no (Echeburúa y Redondo, 2010). La
pedofilia, referida a los que se han denominado
abusadores primarios o preferenciales, sería un trastorno
psicopatológico, o parafilia, caracterizado por una fuerte
excitación y placer sexual derivados de actividades o
fantasías sexuales repetidas o exclusivas con menores
prepúberes. Por su lado, el abuso sexual infantil tendría
un significado más amplio, abarcando también a
individuos que son abusadores secundarios o
situacionales, es decir, que, aunque pueden tener una
orientación sexual en general dirigida hacia personas
adultas, pueden abusar de algún menor en situaciones
particulares de aislamiento, estrés o ira (Seto, 2012).

15.5. PREVENCIÓN Y DESISTIMIENTO


DELICTIVO
Existe un amplio acuerdo en ciudadanos y poderes
públicos sobre la necesidad de controlar y castigar a los
delincuentes sexuales. ¿Pero, desde una perspectiva
criminológica, es posible también la prevención de estos
delitos, a partir de la educación infantil y juvenil?
¿Existen conocimientos científicos al respecto, y técnicas
apropiadas para llevarla a cabo?
Según ya se comentó, en la adolescencia pueden
producirse algunas interacciones sexuales juveniles que
pueden hallarse en el límite de lo antinormativo, en
cuanto a que pueden implicar a adolescentes y jóvenes en
contacto sexual con niñas/os más pequeños, o bien
relaciones en que sea dudoso que exista consentimiento
de alguno de los participantes (Redondo et al., 2012). Un
análisis científico de este proceso etiológico que se asocia
al desarrollo individual puede encontrarse en Marshall y
Marshall (2002; véase también, Craig, 2010).
CUADRO 15.7. Incremento del riesgo de agresión sexual con la edad y
prevención en diferentes etapas de la vida
Fuente: Echeburúa y Redondo, 2010

El cuadro 15.7 quiere representar la secuencia de


procesos que podrían llevar, en los jóvenes, a un
incremento del riesgo de agresión sexual y qué medidas
preventivas serían aconsejables en cada caso (Echeburúa
y Redondo, 2010). Durante el periodo de la pubertad y la
adolescencia, los jóvenes comienzan a explorar la
sexualidad adulta, e inician sus primeras interacciones
sexuales; a lo largo de este proceso tienen que aprender
qué comportamientos sexuales son socialmente correctos
y viables, y cuáles están legalmente impedidos (a nuestros
efectos, especialmente el sexo con niños y el sexo
forzado). En esta etapa de socialización sexual juvenil van
a ser decisivas la educación familiar y escolar recibidas,
las cuales deberían transmitir a los jóvenes los valores y
pautas de conducta apropiados para sus posibles
interacciones sexuales con otras personas. Todo este gran
ámbito de socialización sexual, que implicará actuaciones
generales de educación en actitudes y valores, educación
sexual, control de conducta, etc., concierne a la
denominada prevención primaria.
A pesar de lo anterior, puede haber adolescentes que
realicen y repitan ciertas conductas de abuso o fuerza
como algo excitante y gratificante. Desde el punto de
vista preventivo, aquí nos hallaríamos en el territorio de la
denominada prevención secundaria. Esta debería dirigirse
a aquellos casos en que ya se han manifestado los
primeros episodios de comportamiento antisocial, antes
de que dicho comportamiento se concrete en una
motivación elevada para la agresión sexual y en una
carrera delictiva prolongada (Farrington, 1992; Loeber,
Farrington y Waschbusch, 1998). La prevención
secundaria va a requerir una detección precoz,
generalmente en los contextos familiar y escolar, a la vez
que una decidida intervención educativa y, en los casos
más graves, una atención especializada.
Finalmente, en esta secuencia de creciente agravación,
se producirán algunos abusos o agresiones sexuales
severos (abusos infantiles reiterados, o bien agresiones
sexuales y violaciones) que requerirán, en primera
instancia, la intervención de la justicia, y, en segunda, la
realización de los oportunos tratamientos de agresores.
Estos supuestos estarían en el marco de la prevención
terciaria, que se orienta a las casuísticas más graves, para
evitar su repetición.
Un programa, pionero en España con menores
infractores sexuales, denominado Programa de
Desarrollo Integral para Agresores Sexuales —DIAS—),
se inició en el año 2005 en centros de jóvenes
dependientes de la Comunidad de Madrid. Es un
programa de intervención psicológica, tanto grupal como
individual, cuyos objetivos terapéuticos son los
siguientes: lograr que el joven asuma la autoría y
responsabilidad por el delito; que identifique aquellas
situaciones y decisiones de riesgo que con mayor
frecuencia le han llevado (o pueden llevarle) a cometer un
delito sexual; desarrollar su capacidad de empatía hacia la
víctima; erradicar, en la medida de los posible, aquellas
distorsiones cognitivas que han contribuido a facilitar la
agresión; educación sexual integral; mejora de la
autoestima y de la capacidad de resolución de problemas
y situaciones conflictivas; aumento de su competencia
social y familiar; y cambio en el estilo de vida, orientado
a prevenir posibles recaídas o reincidencias en la conducta
infractora.
Posteriormente, Redondo et al. (2012) diseñaron, por
encargo de la misma Comunidad de Madrid, un programa
educativo y terapéutico, más amplio y sistemático, para
menores infractores sexuales. Este programa consta de los
siete módulos de intervención siguientes: 1) Afianzando
tu autoestima puedes mejorarte a ti mismo; 2) Conocer
mejor la sexualidad; 3) Aumenta tus habilidades para las
relaciones afectivas y sexuales; 4) Aprende a no
distorsionar y justificar el abuso; 5) Autocontrol
emocional para evitar conflictos; 6) Sentir solidaridad y
empatía con las víctimas; 7) Prepárate para prevenir que
los abusos puedan repetirse. Cada uno de estos módulos
incorpora un mínimo de 5 actividades/sesiones de
entrenamiento. Ello supone en torno a 35 actividades de
una duración aproximada de 1 hora y media. Lo que se
traduce en que la intensidad total del programa puede
estimarse en un mínimo de 52 horas de intervención, a las
que deben añadirse entre 10 y 15 horas destinadas a la
evaluación. Es decir, el conjunto debería aplicarse en un
tiempo aproximado de 65 horas.
Para el desarrollo del programa se contempla el uso de
los siguientes instrumentos: Manual del terapeuta, que
recoge las actividades que deben implementarse, sus
objetivos, materiales, estructura y dinámica, así como las
recomendaciones específicas para su aplicación tanto
global como de cada actividad en particular; Anexo de
actividades, o libro de ejercicios destinado a los jóvenes
participantes en el programa; y Cuaderno personal de
terapia, que recoge todos aquellos materiales (tales como
auto-registros de observación, hojas de respuesta, cuadros
para anotar tareas, resúmenes de las sesiones, etcétera)
que cada sujeto habrá de cumplimentar durante el
tratamiento.
La previsión existente es que este programa se aplique
en los centros de internamiento de menores de la
Comunidad de Madrid, y también pueda ser utilizado por
parte de cualesquiera otras instituciones (otras
comunidades autónomas, etc.) que deseen emplearlo en
sus propios centros y sistemas de intervención con
jóvenes delincuentes (este programa puede obtenerse en:
http://www.observatoriodelainfancia.msssi.gob.es/productos/home.h
Como resultado de las diversas intervenciones
preventivas mencionadas, es esperable que la inmensa
mayoría de los jóvenes adquiera con normalidad las
pautas de conducta sexual correctas, lo que incluye
también las necesarias inhibiciones, especialmente en lo
que hace referencia a la evitación de toda violencia sexual
y de contactos sexuales con menores.

15.6. REINCIDENCIA Y PREDICCIÓN


Aun así, aquellos individuos que cometen delitos
sexuales graves serán objeto de la intervención de la
justicia penal y acabarán siendo condenados a penas de
prisión prolongadas. Durante su cumplimiento muchos de
ellos tendrán la oportunidad de participar en un
tratamiento adulto especializado (a lo que se hará
referencia en un capítulo ulterior). Con posterioridad, en
un periodo próximo a su excarcelación condicional o
definitiva, deberá efectuarse una predicción de su riesgo
de reincidencia, con la finalidad de adoptar las medidas
más adecuadas, legales y psicosociales, para prevenirla.
Con carácter general, la reincidencia oficial promedio
de los delincuentes sexuales condenados es reducida
(Lösel, 2002; Lösel y Schmucker, 2005; Soler y García
Díez, 2009; Vess y Skelton, 2010; Waite, Keller et al.,
2005; Worling y Langström, 2006), de alrededor del 20%,
menor que la mostrada por otras categorías delictivas
(delitos violentos, contra la propiedad, por tráfico de
drogas, etc.), cuyas reincidencias promedio pueden oscilar
entre el 20% y el 60% (Caldwell, 2010; Vess y Skelton,
2010). Incluso los propios delincuentes sexuales (tanto
adultos como jóvenes) pueden reincidir en mayor medida
en delitos no sexuales que infracciones sexuales. En una
evaluación realizada en España sobre una muestra de
agresores sexuales adultos (Redondo et al., 2005), de 123
sujetos evaluados (entre tratados y controles), el 31,8%
reincidió en delitos no sexuales, frente al 6,1% que lo hizo
en delitos sexuales. En una muestra de 261 agresores
sexuales juveniles evaluados por Waite et al. (2005), la
reincidencia en delitos no sexuales osciló entre el 31% y
el 47%, mientras que la tasa de reincidencia sexual fue
inferior al 5%. A partir de un grupo de 114 infractores
sexuales juveniles tratados, el 27% cometió un nuevo
delito no sexual durante un periodo promedio de
seguimiento de nueve años, mientras que el 11% llevó a
cabo una nueva infracción sexual (Hendriks y Bijlaveld,
2008). En un reciente meta-análisis que integró 63
estudios sobre la reincidencia oficial (nuevas detenciones
y medidas judiciales) de 11.219 delincuentes sexuales
juveniles, evaluados durante un periodo promedio de 59,4
meses (casi cinco año), se obtuvieron las siguientes tasas
de reincidencia: reincidió en delitos sexuales un 7,08%
(con una desviación típica, o variabilidad entre estudios,
del 3,9%), y en delitos no sexuales un 43,4% (desviación
típica del 18,9%) (Caldwell, 2010). Una monografía sobre
reincidencia juvenil, para el caso de la Comunidad
Autónoma de Cataluña, es el estudio de Capdevila, Ferrer
y Luque (2006), estudio en el que la reincidencia sexual
es inferior a la reincidencia no sexual.
Sin embargo, las bajas tasas de reincidencia promedio
pueden ser ampliamente superadas por un reducido grupo
de delincuentes sexuales persistentes (de en torno al 5%
de quienes han cometido algún delito sexual), cuyos
porcentajes de repetición delictiva pueden situarse en un
rango de entre el 35% y el 81% (Langevin y Curnoe,
2012; Lösel, 2002; Marshall y Eccles, 1991; Redondo,
2002).
Lo anterior significa que, por encima de la cifra
promedio de reincidencia, los delincuentes sexuales
presentan una gran variabilidad en sus específicas
incidencias delictivas, con una mayoría que o no comete
más delitos o comete muy pocos nuevos delitos, y un
reducido grupo de sujetos con elevado riesgo de
repetición criminal (Lussier et al., 2010; Singh et al.,
2012). En general, muestran mayor riesgo de reincidencia
los infractores sexuales extrafamiliares que los
intrafamiliares (Hendriks y Bijleveld, 2008). Muchos de
los abusadores o agresores sexuales que reinciden lo
hacen relativamente pronto, a lo largo del periodo de dos
a tres años siguientes a haber cumplido una pena privativa
de libertad.
Dada esta amplia variabilidad individual, la predicción
científica del riesgo de reincidencia sexual para cada caso
concreto es una necesidad imperiosa en el ámbito de la
justicia criminal, especialmente en aquellos momentos y
situaciones en que deben tomarse decisiones relativas a la
aplicación de medidas de internamiento o libertad
vigilada, de posible liberación condicional, de protección
para las víctimas, etc. (Andrés-Pueyo y Echeburúa, 2010;
Campbell, 1995; Campbell et al., 2003; Echeburúa,
Fernández-Montalvo y De Corral, 2009; Jiménez y Peña,
2010).
El profesor Antonio Andrés Pueyo, que lidera, junto con Santiago Redondo,
el Grupo de Estudios sobre la Violencia en la Universidad de Barcelona.

Como ayuda para la predicción del riesgo de


reincidencia sexual, se han desarrollado algunas guías de
valoración del riesgo y sistemas de predicción
estructurados, que permiten efectuar predicciones más
precisas y confiables que las meras estimaciones
profesionales no estructuradas (Andrés-Pueyo, 2009;
Andrés-Pueyo y Redondo, 2004; Hanson y Bussière,
1998; Hanson y Morton-Bourgon, 2009; Quenzer, 2011;
Viljoen, Mordell y Beneteau, 2012).
En el ámbito de la agresión sexual, la más divulgada y
utilizada tanto internacionalmente como en España es la
SVR-20 (Sexual Violence Risk) (Boer, Hart, Kropp, y
Webster, 1997), que fue traducida y adaptada al
castellano, bajo la denominación de “Manual de
valoración del riesgo de violencia sexual”, en el marco del
Grupo de Estudios Avanzados en Violencia (GEAV) de la
Universidad de Barcelona (Hilterman y Andrés, 2005).
Constituye una guía de decisión profesional estructurada e
incluye la valoración sobre 20 factores de riesgo
concernientes al funcionamiento psicosocial del sujeto,
sus antecedentes delictivos y sus proyectos de futuro.
Cada uno de los 20 elementos de riesgo es valorado en
cuanto a su presencia o ausencia y en relación a si ha
variado o no recientemente (es decir, si, para cada factor
considerado, el riesgo ha aumentado o ha disminuido).
Finalmente, el evaluador ha de formular un juicio global
sobre el caso y decidir si el sujeto presenta un “riesgo
bajo” (que no requiere intervención), “moderado” (que
requiere una intervención reductora del riesgo o una
pronta re-evaluación) o “alto” (en cuyo caso sería
necesario intervenir con urgencia).
Pérez, Redondo, Martínez, García Forero y Andrés
(2008) analizaron, mediante un procedimiento de
regresión logística, la capacidad del SVR-20 para predecir
la reincidencia de los agresores sexuales, a partir de un
estudio retrospectivo con un grupo de 163 agresores
sexuales que habían cumplido condenas de prisión y
habían sido excarcelados. A partir de las valoraciones de
los individuos en el SVR-20 se obtuvo un 79,9% de
clasificaciones correctas de los sujetos no-reincidentes y
un 70,8% de clasificaciones correctas de los reincidentes.
La conclusión principal de este estudio fue que el Manual
de valoración del riesgo de conducta sexual (SVR-20)
puede constituir una buena ayuda técnica para predecir el
riesgo de reincidencia sexual. También en un estudio
realizado en Colombia con la guía SVR-20 se obtuvieron
resultados predictivos prometedores (Tapias-Saldaña,
2011). Asimismo, un estudio al respecto en Austria
(Rettenberger, Boer y Eher, 2011) y una revisión
sistemática de 43 estudios correspondientes a distintos
países han permitido comprobar que el SVR-20 presenta
una buena capacidad predictiva del riesgo de reincidencia
en delitos sexuales, por encima de otros instrumentos
alternativos (Tully, Chou y Browne, 2013).
Otras escalas de valoración del riesgo, en este caso de
utilidad para los agresores sexuales juveniles, son el
STATIC-99, el Juvenile Sex Ofender Assessment
Protocol-II (J-SOAP-II), el ERASOR, el Psychopathic
Personality Inventory (PPI), el Sexualized Violence
Questionnaire (SVQ), (Hersant, 2007; Parks, 2004;
Prentky, Cavanaugh y Righthand, 2009; McCoy, 2008;
Righthand, Pretky et al., 2005; Williams, 2007). También
se han empleado al efecto instrumentos generalistas de
predicción de violencia juvenil, tales como la
Psychopathy Checklist: Youth Versión (PCL: YV) y el
Structured Assessment of Violence Risk in Youth
(SAVRI), aunque éstos han mostrado mayor utilidad en
términos de agresión general que no específicamente
sexual (Borum, Lodewijks, Bartel y Forth, 2010).

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. La delincuencia sexual es un fenómeno criminal de magnitud muy variable según
cuales sean las fuentes de información consultadas, oscilando las cifras entre
porcentajes victimológicos muy amplios, de hasta el 27% de las mujeres, hasta
magnitudes delictiva muy reducidas, inferiores al 1% del total de las infracciones
denunciadas.
2. Las actitudes sociales pueden jugar un papel relevante en la motivación de algunos
individuos en dirección al abuso o la agresión sexual. Mensajes públicos
tendenciosos o ambiguos, que ponen en entredicho la igualdad, libertad y dignidad
de la mujer (en la publicidad, medios de comunicación, redes sociales, etc.),
podrían ser “reciclados” en la mente de los agresores como legitimación para
convertir en realidad sus propios deseos desviados.
3. El abuso sexual es un problema social y criminal muy amplio, particularmente en
el ámbito de la familia, afectando gravemente a múltiples niñas y niños, que de
forma inmediata puede experimentar consecuencias muy negativas en su propio
equilibrio y desarrollo personal. Afortunadamente, en muchos casos los efectos
negativos del abuso son transitorios y las víctimas pueden superar, de modo
natural o con ayuda especializada, los trastornos psicológicos experimentados.
4. La agresión sexual y la violación suelen ser mucho más intromisivas y traumáticas
para las víctimas, quienes pueden sufrir lesiones físicas y daños psicológicos más
intensos.
5. La socialización sexual, en el periodo de la adolescencia, es un etapa crítica en la
que pueden concitarse diversos elementos de riesgo que faciliten que algunos
jóvenes sean más vulnerables para desarrollar conductas de abuso o agresión
sexual. Entre estos elementos típicos se encontrarían posibles experiencias de
abandono o abuso sexual, pobres habilidades de comunicación, aislamiento,
déficits en autoestima, experiencias directas o bien observación en otros de sexo
infantil o agresivo, fantasías recurrentes a este respecto, fuertes distorsiones
cognitivas, abuso de alcohol, y exposición a oportunidades fáciles para el delito.
6. En muchos casos, los primeros episodios de abuso o agresión sexual tienen lugar
en la adolescencia y posteriormente pueden intensificarse y cronificarse,
plasmándose en una carrera criminal adulta. De ahí lo importante que resulta una
detección precoz de posibles conductas infractoras, especialmente en el seno de la
familia y la escuela, para que pueda prevenirse con tiempo una evolución
ascendente en estas conductas delictivas.
7. Más allá de los factores de riesgo generales y típicos, que suelen hallarse presentes
en muchos supuestos de abuso o agresión sexual, es necesario el análisis funcional
de cada caso concreto. Dicho análisis tiene como objetivo explorar la etiología y el
mantenimiento de la agresión sexual, a partir de identificar qué condiciones y
estímulos antecedentes (pensamientos, emociones, estímulos ambientales, etc.)
pueden operar como precipitadores del comportamiento de abuso, y qué
gratificaciones o refuerzos (social, sexual, emocional, de control y dominio, etc.)
pueden contribuir a mantener la conducta infractora.
8. Aunque la reincidencia promedio de los agresores sexuales es baja (en
comparación con otras tipologías delictivas), algunos casos pueden ser
especialmente graves y peligrosos, de ahí que es recomendable efectuar
predicciones técnicas del riesgo, para lo que pueden utilizarse las guías
disponibles, como el SRV-20.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué significa que la delincuencia sexual constituye un fenómeno criminal
particularmente complejo?
2. ¿Cuáles son y en qué consisten los delitos sexuales más frecuentes y graves?

3. ¿Cuál ha sido la evolución de la delincuencia sexual durante los últimos años?


Buscar información reciente al respecto, y actualizar las cifras sobre delitos
sexuales que aparecen en el capítulo.
4. ¿Qué posición ocupa España en materia de delitos sexuales en relación con otros
países?
5. ¿Cómo puede definirse desde distintas perspectivas (descriptiva, legal…) el abuso
sexual de menores? Debatir en grupo y consensuar una definición criminológica
integradora.
6. Buscar y resumir información científica actualizada sobre los efectos y daños que
el abuso sexual infantil podría producir a las víctimas. Contrastar dicha
información y conclusiones con la información consignada a este respecto en el
capítulo.
7. ¿En qué aspectos se parecen y diferencian (topografía del comportamiento,
características, consecuencias, riesgo futuro, etc.) las agresiones sexuales en que el
agresor es conocido o desconocido para la víctima?
8. ¿Qué son las tipologías de violadores? Buscar información sobre alguna tipología
nueva y compararla con las consignadas en el capítulo.
9. ¿Qué características individuales y experiencias podrían contribuir al inicio de un
joven en la agresión o el abuso sexuales?
10. ¿Qué papel juegan en la agresión sexual las distorsiones cognitivas?
11. De acuerdo con Marshall y Barbaree (1989), ¿qué áreas deben ser evaluadas en
los delincuentes sexuales?
12. En relación con la prevención de la agresión sexual en adolescentes, elaborar, por
grupos, posibles propuestas esquemáticas de programas y planes preventivos, para
aplicar en escuelas, familias u otros contextos comunitarios.
13. Trabajo en grupo: repasar las características principales de los delincuentes
sexuales encarcelados y, a la luz de los conocimientos criminológicos generales
(teóricos y empíricos) que se han estudiado, analizar factores y explicaciones que
puedan condicionar dichas características.
14. ¿Cuáles son las tasas de reincidencia de los delincuentes sexuales? Buscar y
sintetizar información científica reciente al respecto.

1 Ambos datos resultarían bastante coherentes entre ellos, en cuanto que una
victimización anual del 1% equivaldría a una victimización acumulada del
22,5% a o largo de 22,5 años, periodo temporal aproximado al que harían
referencia las respuestas de muchas de las mujeres encuestadas, cuyas
edades mayoritariamente oscilarían entre los 25 y 35 años.
16. VIOLENCIA EN LA
FAMILIA
16.1. EL CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO 736
16.2. TEORÍAS DE LA VIOLENCIA HACIA LA MUJER 737
16.2.1. Perspectivas psicológicas 738
16.2.2. La perspectiva sociológica 741
A) La teoría general de sistemas 741
B) Teoría del intercambio social 742
C) Explicaciones estructurales (feministas) sobre la violencia a
la mujer 742
16.3. LA RELACIÓN ENTRE VIOLENCIA FAMILIAR Y LA
VIOLENCIA COMUNITARIA 742
16.3.1. El desamparo aprendido 743
16.3.2. Otras perspectivas alternativas 743
16.4. EL MALTRATO A LA MUJER 745
16.4.1. La investigación en España 745
A) La investigación del IAC de Sevilla 745
B) La investigación del grupo de Echeburúa 750
C) La investigación de la Universidad de Valencia 751
16.5. PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA EN EL
SISTEMA DE JUSTICIA Y EN LA SOCIEDAD 754
16.5.1. El sistema de justicia 754
16.5.2. El homicidio en la pareja y su prevención 758
16.5.3. La prevención en la sociedad 763
16.6. MALTRATO INFANTIL 767
16.6.1. Maltrato infantil: definiciones 768
16.6.2. La familia y el maltrato: una relación oscura 769
16.6.3. Características de las familias según los modelos explicativos
del maltrato 772
16.6.4. Líneas para la prevención 775
16.7. MALTRATO A LOS ANCIANOS 778
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 781
CUESTIONES DE ESTUDIO 781

Pocos hubieran podido prever, al comienzo de la era del


progreso en Occidente allá a finales del siglo XIX, que la
institución familiar iba a tener que soportar la terrible
presión del crimen oculto, de la vergüenza hecha
escándalo por mor del conocimiento lacerante cada vez
más presente en los informes científicos y en los medios
de comunicación. Pero así es. La vieja promesa de crear
una sociedad próspera, libre y democrática, donde la
familia constituyera el lugar universal de socialización, no
se ha cumplido. Son muchas las ventajas y los logros
alcanzados en el siglo pasado, incluyendo las conquistas
para la democracia de muchas sociedades renuentes, pero
ahora, en los inicios del nuevo siglo, miramos perplejos a
las cifras del delito y comprobamos que una parte muy
importante de la violencia procede de allí. Gelles y
Strauss (1979) fueron de los primeros en asegurar que la
familia es el grupo social más violento (con la excepción
de la policía y el ejército), y el hogar el escenario donde
se produce más violencia en nuestra sociedad (Echeburúa
y Redondo, 2010; Garrido, 2001; Ruidíaz, 1996). En
España el número de mujeres asesinadas supera en
promedio, la tasa de una por semana. Aun así, como se
comenta más adelante, nuestro país ocupa una posición
baja en Europa, y mucho más baja si se considera el
conjunto de países del mundo, en este tipo de homicidio,
pero esto no puede ser un consuelo. Una de las cuestiones
que se dirime en este capítulo es si la actual política de
respuesta penal y social ante la violencia de género y el
asesinato de mujeres es la adecuada.
La violencia familiar puede darse entre cualquiera de los
miembros que integran la familia, y es una característica
de riesgo muy frecuente que la víctima se encuentre en
una situación de dependencia con respecto al agresor;
suele ser el caso de la mujer en relación con su marido o
pareja, de los hijos con respecto a los padres, o de los
ancianos en relación a sus hijos o cuidadores. Sin
embargo, la explicación del maltrato familiar dista mucho
de ser algo simple, existiendo una gran controversia en
relación a su etiología, incidencia, y las características de
los perpetradores (Websdale, 2010). En este capítulo
vamos a ocuparnos de estas tres formas de violencia
familiar: contra la mujer, contra los hijos y contra los
ancianos, si bien en este último caso sólo lo haremos a
título introductorio.

16.1. EL CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO


No fue hasta finales del siglo XIX cuando comenzó el
estudio científico del maltrato en las familias, debido al
desarrollo de las profesiones sanitarias y sociales
relacionadas con el análisis y la atención a las familias. Se
puso el énfasis en este despertar de la ciencia aplicada a
los seres humanos en el concepto del “yo social” (esto es,
en el proceso de socialización, a partir del cual se
internalizan los valores y creencias de la sociedad), según
el cual ciertas condiciones ambientales deficientes,
propiciadas por la pertenencia a clases sociales bajas,
grupos inmigrantes y étnicos, pueden menoscabar de
forma significativa el desarrollo social de las familias,
mediante la incultura, el abuso del alcohol o el
desequilibrio mental. En esta primera aproximación, los
científicos sociales ayudaron a establecer dos ideas que,
aunque no exentas de debate, se han mostrado
particularmente resistentes en el devenir del tiempo. En
primer lugar, la idea de que los agresores son personas
diferentes, seres patológicos que no pueden confundirse
con el ciudadano normal. En segundo lugar, la creencia en
la víctima como propiciadora del maltrato, tan culpable al
menos como su maltratador, por haber provocado —con
su conducta rebelde o descuidada, caso de esposas poco
hacendosas o de niños desobedientes— esa violencia
(Jenkins, Hampton y Gullotta, 1996).
Como resultado de lo anterior, se preservó la fe en que
la familia era un lugar seguro; podía haber maltrato, pero
se daba en familias y sujetos desadaptados, no era algo
que debía preocupar a la gente normal. Esta idea, sin
embargo, fue seriamente puesta en entredicho en los
decenios de 1960 y 1970. A comienzos de los años 60 del
pasado siglo, Kempe et al. (1962) describieron el hoy
famoso síndrome del niño golpeado. En los 70 fueron
sacados por primera vez a la luz los casos de mujeres
maltratadas (Schechter, 1982), y a finales de esa misma
década empezaron a publicarse informes científicos sobre
el maltrato en ancianos (Conner, 1992).

16.2. TEORÍAS DE LA VIOLENCIA HACIA


LA MUJER
Hay muchas teorías sobre la violencia familiar,
propiciadas en parte por la diferente perspectiva empleada
(psiquiátrica, sociológica, psicológica, etc.), y en parte por
la inconsistencia que aparece en la integración de
diferentes informaciones reunidas sobre el maltrato en la
familia.

El grupo de investigación del profesor Echeburúa, de la Universidad del País


Vasco, trabaja en el ámbito de la criminología (tratamiento de maltratadores;
evaluación del riesgo de violencia en la pareja) y de la victimología
(tratamiento de víctimas de agresiones sexuales, de abuso sexual en la
infancia y de violencia contra la pareja). De pie, de izquierda a derecha:
Rocío Polo-López, Enrique Echeburúa, Paz de Corral y Belén Sarasua.
Sentadas, de izquierda a derecha: Karmele Salaberría, Irene Zubizarreta y
Marisol Cruz-Sáez.
16.2.1. Perspectivas psicológicas
Aquí la atención se sitúa prioritariamente en los
procesos internos de pensamiento y en los estados
emocionales, estableciendo en muchas ocasiones que el
sujeto agresor tiene graves deficiencias, como una
incapacidad para manejar situaciones de tensión o de
frustración (Garrido, 2001). También se señalan en las
víctimas características de personalidad que las hacen más
vulnerables hacia su maltrato. Los psicólogos plantean
con frecuencia que agresores y víctimas comparten
patrones de personalidad y de comportamiento comunes,
lo cual conduce con cierta frecuencia a que muchas
víctimas sean al mismo tiempo o posteriormente
agresoras de otras personas. En estos casos resulta difícil
separar el fenómeno de aprendizaje común que se da al
convivir, en el que un sujeto modela al otro, y la
contribución de las propias características que las
personas llevan a esa interacción. Las teorías más
recientes han intentado relacionar ciertas características
psicológicas con la agresión y la conducta violenta que
pueden predecir el maltrato de la esposa y de los hijos.
Las explicaciones psicológicas establecen de este modo
que puede identificarse un patrón de comportamiento
abusivo antes de que aparezca, lo que da lugar a que se
inicien pautas preventivas.
Un ejemplo representativo de esta perspectiva lo
tenemos en el trabajo reciente de Theobald y Farrington
(2012). Estos autores analizaron cuáles eran los factores
de riesgo en la infancia y la adolescencia que se
relacionaban con la violencia física hacia la mujer en la
edad adulta. Para ello examinaron a cerca de 400 hombres
y sus parejas y les preguntaron, cuando los sujetos tenían
32 y 48 años, qué violencia habían ejercido contra sus
parejas así como la violencia recibida de ellas,
respectivamente. Estos sujetos provenían del célebre
estudio longitudinal Cambridge, reseñado ya varias veces
en este libro. Los resultados mostraron que diversos
factores medidos en la infancia y la adolescencia podían
predecir la violencia contra las mujeres en la edad adulta:
“Los hombres en el estudio Cambridge que fueron
violentos contra sus parejas presentaban una mayor
probabilidad de haber vivido infancias difíciles, en las que
fueron testigos de un clima familiar conflictivo y poco
atento a sus necesidades; eran de niños agresivos y poco
populares en la escuela, lo que les llevó a un pobre
rendimiento escolar y a cifras altas de empleo precario o
desempleo” (pág 1245). Además, había una relación entre
estos factores de riesgo y una propensión a la
delincuencia, manifestada en actitudes hostiles a la
policía, actos delictivos, amigos antisociales y condenas
en una edad temprana. El estudio Cambridge, en estas
conclusiones, adopta una postura amplia, y no meramente
psicológica, ya que asegura que tanto los factores
temperamentales —de base genética— como los
ambientes sociales que influencian los estilos educativos
de la familia tienen una parte en el resultado final de la
violencia de género.
Ahora bien, los psicólogos también se han interesado
por estudiar el proceso mismo de la relación violenta entre
la pareja. Leonore Walker (1989), una de las primeras
estudiosas del maltrato a la mujer desde la óptica de la
psicología social, desarrolló su teoría de las tres etapas
del ciclo de la violencia para contestar a la pregunta de
por qué permanecen en el hogar las mujeres que están
siendo maltratadas por sus parejas. En la primera etapa de
este ciclo (de generación de la tensión), se produce un
gradual escalamiento de la tensión, manifestada por actos
específicos que causan una fricción in crescendo. La
segunda etapa (el incidente de violencia) ocurre cuando
los esfuerzos de la mujer por aliviar la situación fracasan
y, de acuerdo a la autora, ella precipita la explosión de
violencia para controlar dónde y cómo ocurre, tomando
precauciones para disminuir las heridas y el dolor de la
paliza. La tercera etapa (luna de miel) sigue a la violencia,
en la que el agresor se muestra arrepentido, y la mujer
quiere creer en la sinceridad de su pareja. A partir de este
punto el ciclo vuelve a repetirse.
La naturaleza cíclica de la violencia, y la respuesta
pasiva de la mujer golpeada (lo que se conoce como el
síndrome de la mujer maltratada), es un intento de
explicar la violencia y los efectos que produce en la
mujer. Caracteriza a las víctimas del maltrato conyugal
como personas que sufren de una condición reactiva
producida por la violencia en la que viven y por la historia
de su desarrollo personal. En la perspectiva de Walker, las
mujeres están atrapadas, rehenes de su propia percepción
de la situación.
La teoría del aprendizaje social (ya comentada en este
libro) considera el desarrollo del individuo como el
conjunto acumulativo de las experiencias de aprendizaje
que se integran a lo largo del tiempo para conformar su
personalidad (Garrido, 2001). Se presta una gran atención
al modo en que los adultos fueron tratados cuando niños,
y cómo este legado influye en el trato que dan a sus
propios hijos. Se considera que los niños que vivieron un
clima de violencia tenderán a ser adultos violentos con
mayor probabilidad que los que crecieron en un ambiente
sin malos tratos. Esto se conoce como teoría
intergeneracional de la violencia, y tiene el corolario de
que estos niños tenderán también a ser con mayor
probabilidad víctimas de la violencia (Garrido, 2001;
Gelles y Strauss, 1988; Widom, 1992). Esta asimilación
de la violencia puede ocurrir a través de dos mecanismos
de aprendizaje: los refuerzos y el modelado. En relación
con la violencia en la familia, estos teóricos plantean que
la agresión suele ser una respuesta aprendida para
enfrentarse a los sentimientos de frustración.
Un ejemplo de investigación en esta perspectiva teórica
lo encontramos en la obra de Pagelow (1981), quien
analizó el modo en que las respuestas de las instituciones
influyen en las decisiones que toman las mujeres a la hora
de abandonar o no a sus parejas. El trabajo de Pagelow
distingue entre las respuestas institucionales (como las de
la policía), los recursos externos (p.ej., dinero) e internos
(autoestima) de las mujeres, y su sistema de creencias en
torno a los roles de género que les corresponden. Pagelow
planteó que cuantos más recursos externos e internos
tenga una mujer, creerá menos en los roles tradicionales
asociados a las mujeres (pasividad, dependencia del
hombre), logrará obtener una menor ayuda por parte de
las instituciones, y es más probable que abandone a su
marido, siendo cierto también lo contrario. Por
consiguiente, este autor nos hace ver que la cuestión de la
permanencia de las mujeres en sus hogares violentos es
una cuestión más compleja de lo que parece, resultando la
explicación en términos de sentimientos de
“atrapamiento” o de “dependencia” muy simplista. Habría
que señalar que diferentes mujeres permanecen en una
relación así por razones diferentes, entre las que podemos
citar las siguientes: el deseo y la esperanza de que el
agresor al fin cambie; el amor que todavía le profesa la
mujer; el miedo a su reacción; la dificultad para vivir de
modo autónomo, y la presión de familiares y amigos.
Sin embargo, la investigación ha señalado que la teoría
del aprendizaje social no siempre encaja de modo
completo con los datos empíricos de que disponemos. Por
ejemplo, Okun (1986) mostró que las mujeres de su
estudio que fueron testigos de violencia en su infancia no
tenían con más frecuencia relaciones violentas con sus
maridos que las mujeres que no habían sufrido de niñas
esa condición. La investigación de Widow (1992), a pesar
de que halló que tanto el abuso físico como el abandono
estaban claramente presentes en el historial de su muestra
de delincuentes juveniles (15.8% y 12.5%,
respectivamente), y puso de relieve que los malos tratos
en la infancia son un factor importante para generar un
comportamiento violento en la edad adulta, también
evidenció que estos factores no constituyen toda la
explicación (ver también Theobald y Farrington, 2012).
En la actualidad las perspectivas psicológicas se
conectan también con planteamientos de cariz
psicobiológico y evolucionista. En éstos se considera que
para una mejor comprensión de la violencia de pareja, y
también de otras expresiones de la violencia familiar (por
ejemplo, contra los hijos), debería atenderse también a las
diferencias neuroendocrinas que existen entre los varones
y las mujeres (biológicas, hormonales y cerebrales) y en
lo relativo a ciertos patrones de su comportamiento
(pautas diferenciales de selección de parejas sexuales,
diversificación de roles familiares y sociales, etc.),
características que tuvieron su base en la adaptación y
evolución ancestral de nuestra especie (Workman y
Reader, 2008; véanse también capítulos 7 y 8). El
entendimiento de estas diferencias psicobiológicas y
conductuales, que en algunos casos pueden contribuir a la
violencia familiar y de pareja, no se dirige, naturalmente,
a justificar o tolerar suerte alguna de violencia contra las
mujeres, sino a ayudar a su mejor predicción y prevención
(Echeburúa y Redondo, 2010).

16.2.2. La perspectiva sociológica


Los sociólogos han ayudado de manera extraordinaria a
revelar la extensión de la violencia familiar en la sociedad
actual. Por ejemplo, Straus y Gelles (1990), quienes
hicieron un estudio sobre la violencia en la familia en
Estados Unidos, concluyeron que la mujer toma una parte
activa en su maltrato, y que cualquiera de los miembros
de la pareja puede ser violento en el hogar. Crearon
mucha discusión porque plantearon una perspectiva
neutral desde el punto de vista del género, a lo que se
oponen los grupos feministas, partidarios de comprender
estos hechos como una expresión de la violencia y el
dominio del hombre (véase Dobash y Dobash, 1992). En
todo caso, cuando se trata de analizar la violencia del
hombre contra la mujer en la relación afectiva, los
estudios sociológicos han demostrado consistentemente
—al menos por lo que respecta a la violencia física— que
existe una prevalencia más elevada en las poblaciones
caracterizadas por pobres ingresos o desempleo, bajo
nivel educativo y en general dificultades de integración
social (Theobald y Farrington, 2012).

A) La teoría general de sistemas


Los teóricos sistémicos expanden los factores que
pueden influir en la conducta violenta. Utilizan, cuando
hablan de las familias, diferentes términos peculiares. Uno
de ellos es “límites”, (boundaries). Los límites definen un
sistema al establecer los elementos que le pertenecen. Así,
una familia con “límites abiertos” es un sistema abierto al
exterior, con amigos y contacto amplio con la comunidad,
siendo lo opuesto en el caso de una familia con “límites
cerrados”. Aquí se considera a la familia como un sistema
que procesa los estímulos que penetran en él (inputs),
emitiendo una respuesta u output. La teoría general de
sistemas aplicada a la familia sugiere que se puede
comprender el uso que hace una familia en particular de la
violencia atendiendo al modo en que ella se ajusta a las
conductas violentas. En otras palabras, el uso de la
violencia constituye una parte del conjunto general de
“datos de entrada” que son elaborados dentro de una
familia de un modo particular.

B) Teoría del intercambio social


Otra teoría sociológica que ayuda a comprender la
violencia en la familia es la teoría del intercambio social,
que mantiene que los individuos negocian dentro y fuera
de las familias —como en un mercado— emociones por
otras emociones. Gelles (1993) afirma que tanto el
maltrato a la mujer como al niño pueden comprenderse
dentro de un sistema de costos y beneficios. La violencia
se emplea cuando el balance de costos/beneficios que
proporciona sobrepasa al obtenido por abstenerse de
utilizarla.

C) Explicaciones estructurales (feministas)


sobre la violencia a la mujer
Otros autores han estudiado el maltrato a la mujer desde
la denominada perspectiva feminista. Dobash y Dobash
(1992), por ejemplo, relacionaron la violencia hacia la
mujer con las estructuras sociales y culturales que
califican de “patriarcado”; el maltrato a la mujer es una
consecuencia de la posición de sumisión en la que ella se
encuentra con respecto al hombre en nuestra sociedad.
Lejos de caracterizar a las mujeres como seres pasivos y
deprimidos, en sus estudios encuentran que ellas están en
un proceso dinámico y permanente de búsqueda de
soluciones. Si no abandonan a sus maridos, no es por
causa de sus limitaciones o deficiencias personales, sino
por el proceso de coacción y de violencia al que han de
hacer frente, y sobre todo por las múltiples barreras que
les impone la sociedad, entre las que se incluyen la falta
de protección de la justicia y las pocas ayudas que reciben
para que puedan valerse por sí mismas.

16.3. LA RELACIÓN ENTRE VIOLENCIA


FAMILIAR Y LA VIOLENCIA
COMUNITARIA
Pamela Jenkins (1996) elaboró un interesante trabajo en
el que buscaba relacionar dos tipos de violencia: la
violencia familiar y la violencia comunitaria. La primera
acontece entre miembros de una familia o personas que
viven dentro del hogar en una relación semejante a la
familiar. Por la segunda entiende “aquélla que ocurre
entre personas conocidas o extrañas dentro de un
vecindario” (p. 34). Su planteamiento es que existen
factores comunes en ambos tipos de violencia que
merecen ser examinados.
Hay pocos estudios que se preocupen por estudiar la
relación existente entre ambos tipos de violencia; sin
embargo, tanto la una como la otra coinciden en la vida de
muchas personas. Por ejemplo, un padre puede abusar de
sus hijos sexualmente, pero también de otros niños. Una
mujer puede sufrir malos tratos en su hogar, y ser la
víctima de una agresión sexual en la calle. O un joven
puede golpear a miembros de su familia y a otros chicos
del barrio.

16.3.1. El desamparo aprendido


Jenkins cree que la teoría del aprendizaje social, ya
presentada anteriormente, es una de las más aplicables a
la comprensión del modo en que ambas violencias están
unidas. Pero también destaca la contribución de otra teoría
encuadrable dentro de este marco, la que deriva de los
trabajos de Seligman con el concepto de desamparo
aprendido (learned helplessness). En relación con el
tópico que aquí nos ocupa, esta teoría vendría a mantener
que la víctima de la violencia aprendería que hay poco
que ella puede hacer para cambiar las cosas, es decir, que
no puede detener la violencia. Bernard (1993), en relación
con la violencia en vecindarios pobres, señala que un
individuo puede sentir lo que él denomina “agresión
colérica”, que se contiene durante mucho tiempo y
eventualmente explota. Un ejemplo de esto ocurrió en Los
Ángeles en 1992, cuando se produjo un levantamiento
popular de jóvenes de raza negra al conocer que se había
absuelto a los policías que habían dado una brutal paliza a
un chico negro, Rodney King. Bernard compara esta
situación con la propia del desamparo aprendido, en la
que la gente de un barrio aprende que no hay alternativa
posible a la violencia en la que están inmersos cada día, y
abandona los comportamientos colectivos de interacción
social y participación que estructuran el control social
informal de su vecindad.
En opinión de la autora, el enfoque del aprendizaje
social debe de complementarse con explicaciones que
destaquen la influencia de factores estructurales, los
cuales no suelen considerarse en los teóricos del
aprendizaje social.

16.3.2. Otras perspectivas alternativas


La cuestión es que la violencia comunitaria y la familiar
pueden tener otros elementos en común además de unos
procesos de aprendizaje que se transfieren a otras
personas y escenarios. En concreto, aquí examinamos las
siguientes semejanzas: la identificación de los
perpetradores por razón de género, las relaciones entre
agresores y víctimas, la existencia de una historia previa
entre víctimas y agresores, y el acceso frecuente que
tienen los agresores a sus víctimas, lo que contribuye a la
escalada de la violencia.
Por lo que respecta al dominio del género masculino,
poco hay que decir, ya que es un hallazgo consolidado en
la Criminología comparativa. Como ya ha quedado
patente en diversos capítulos de este libro, el varón
domina claramente en nuestra cultura tanto en el papel de
agresor como de víctima, incluyendo la violencia familiar
y la comunitaria. Por ejemplo, las estadísticas delictivas
en Estados Unidos para 2009 señalan que los hombres
tienen mucha mayor probabilidad que las mujeres de ser
víctimas de asesinato (81% versus 19%); la mayoría de
los hombres son asesinados por otros hombres (el 90%), y
9 de cada 10 víctimas femeninas son asesinadas por
hombres. Aunque existe un debate sobre el papel de la
mujer en el maltrato infantil, la mayor parte de la
investigación indica que los hombres son los responsables
de los casos más graves de abuso. Y sin duda los hombres
hieren gravemente o matan con más frecuencia a sus
parejas de lo que lo hacen las mujeres.
En muchos actos violentos hay una relación previa entre
agresor y víctima. En ocasiones esa relación procede de
vivir en un mismo barrio, o por actividades previas
delictivas en común, lo que aumenta el riesgo de
victimación. En este punto el lector debe recordar la teoría
de las actividades cotidianas, presentada en el capítulo 10,
ya que ésta explica convenientemente el modo en que
agresores y víctimas interaccionan en sus vidas diarias,
con el argumento de que “la probabilidad de
victimización se incrementa con la convergencia en el
espacio y en el tiempo de delincuentes motivados,
objetivos disponibles y la ausencia de guardianes capaces
de prevenir el delito (...) Los individuos que llevan un
estilo de vida peligroso, en zonas peligrosas, incrementan
su probabilidad de ser víctimas de un delito” (Kennedy y
Baron, 1993, p. 94; también Walsh y Ellis, 2006).
Ahora bien, ello no puede ocultar que el proceso que
produce una víctima adolescente o un agresor adolescente
puede ser completamente diferente. Se precisa de una
mayor investigación que atienda a los factores
situacionales y contextuales de la violencia, que
complemente los datos estadísticos que ya poseemos de
determinados barrios (ver sobre este punto el capítulo 19
sobre Victimología).
Además del conocimiento previo entre agresor y
víctima, hay generalmente una historia de interacción con
un componente de coacción y control. Esta historia de la
relación contribuye a dotar de significado a un acto
violento. Es decir, se trata de averiguar más sobre lo que
acontece en la interacción cara a cara, acerca del hecho
violento y su significado para los actores (Horowitz,
1987, p. 447).
Entre agresores y víctimas que se conocen y tienen una
historia de interacción, los actos violentos repetidos son
algo posible y probable. En la violencia familiar el
agresor suele atacar a la víctima de modo sistemático,
aumentando la agresión a lo largo del tiempo. Pero de
modo semejante, los agresores en la comunidad con
frecuencia encuentran a las mismas o semejantes
víctimas, produciéndose también una escalada en la
violencia empleada si el acceso a la víctima continúa el
tiempo suficiente. Block (1993) destaca cómo las
confrontaciones violentas en la comunidad comienzan
como una discusión, la cual se ha producido muchas
veces en el pasado, implicando a los mismos o a
parecidos participantes.

16.4. EL MALTRATO A LA MUJER


El maltrato de las mujeres por parte de sus parejas es un
fenómeno de alta prevalencia social. De acuerdo con el
Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud, realizado
por la Organización Mundial de la Salud en 2002, entre
un 2,1% y un 30% de las mujeres de distintos países y
regiones del mundo manifestaban haber sido víctimas de
agresión física por parte de sus parejas masculinas durante
el año inmediatamente anterior a la evaluación, y entre un
19,8% y un 46% haber sido agredidas alguna vez a lo
largo de su vida (Echeburúa y Redondo, 2010).
Veamos a continuación algunas investigaciones
realizadas en España, que pueden ayudarnos a describir
las claves empíricas de este fenómeno.
16.4.1. La investigación en España
A) La investigación del IAC de Sevilla
Nos ocupamos en primer lugar del estudio empírico del
Instituto Andaluz de Criminología, en la sede de Sevilla.
Este trabajo, dirigido por el profesor Borja Mapelli, contó
con investigadores muy cualificados en criminología,
entonces investigadores de esa universidad, como
Rosemary Barberet o Juan José Medina (IAC, 2000). En
este estudio se realizó una encuesta de ámbito nacional a
una muestra de 2.000 mujeres mayores de 16 años,
representativas de la población española femenina urbana
(en ciudades con una población superior a 100.000
habitantes), casadas o que convivían con una pareja (más
de un año), o bien separadas o divorciadas (menos de un
año). La técnica de recogida de información fue la
entrevista personal en el domicilio de la entrevistada, a
solas la mujer con una entrevistadora.
Como instrumentos para obtener la información
requerida por el estudio se emplearon un cuestionario
amplio y general, uno más específico y detallado, y la
escala CTS-II (Conflict Tactic Scale-II, de Strauss). Si la
mujer entrevistada admitía inicialmente, en unas
preguntas filtro contenidas en el cuestionario general,
haber sido maltratada, física o psicológicamente, por parte
de su pareja actual o anterior, o informaba de que haber
sido acosada por su expareja, a continuación se le
administraba el cuestionario detallado.
Las mujeres y la narración del maltrato. La
investigación de cariz cualitativo, en torno al maltrato,
suele documentar que las mujeres generalmente ofrecen
narraciones más detalladas y extensas que los hombres
acerca de los malos tratos, ubican el comienzo de éstos en
un momento más temprano y llevan el análisis del
impacto del incidente violento más allá que los hombres
(Dobash et al., 1998, p. 15). Además, los hombres
habitualmente reconocen menos violencia y producción
de lesiones que las que sus mujeres denuncian. Ahora
bien, no todas las mujeres que sufren violencia en el
hogar reconocen su situación, incluso aun cuando se trate
de violencia física. Así, en este estudio el 80% de las
mujeres que eran víctimas de malos tratos físicos
frecuentes se reconocieron, en efecto, como mujeres
maltratadas. Contrariamente, 20 de cada 100 mujeres, a
pesar de recibir golpes de modo frecuente, valoraron que
esto podía ser era algo “normal” en una relación de pareja.
Además, el porcentaje de reconocimiento de maltrato por
parte de las mujeres víctimas fue mucho menor si los
malos tratos no eran frecuentes, aunque fueran severos;
cuando el maltrato era esporádico, sólo el 48% de las
mujeres reconocía ser una víctima de la violencia en el
hogar. Y algo que también coincide con lo obtenido en
otros estudios: los abusos psicológicos, es decir, la
manipulación psíquica, la humillación y el dominio de las
emociones de la mujer, no se contemplan por parte de
muchas mujeres como una violencia ilegítima: sólo el
65% de las que padecían abusos frecuentes de este tipo se
reconocían como víctimas. Finalmente, el reconocimiento
por las mujeres del hecho de ser víctimas de maltrato
llegó a su valor más bajo en el caso de haber sufrido una
violación en el seno del matrimonio o pareja: sólo el 27%
de las mujeres agredidas sexualmente por sus maridos o
parejas creyeron que esa era una acción ilegítima (IAC, p.
92). Esto es especialmente preocupante, porque la
evidencia que tenemos señala que los efectos de la
violación marital pueden ser tan destructivos, en algunos
casos, como los perpetrados por hombres fuera de la
relación de pareja (IAC, p. 95).
En relación con otras formas de victimización sexual
generalmente fuera de la pareja: un 4,4% de las mujeres
de la muestra reconoció acoso sexual laboral leve; un
1,2%, acoso sexual laboral grave (entre aquellas mujeres
que trabajaban fuera de casa); un 8,8% acoso sexual
telefónico; un 1% tentativa de violación, y un 0,7% una
violación consumada.
De acuerdo con datos internacionales, la prevalencia de
la violación marital o de pareja es realmente significativa:
hasta un 4,4% de las mujeres entrevistadas suelen
reconocer que sus maridos o parejas han empleado la
fuerza o amenazas para obligarlas a tener sexo vaginal,
oral o anal. Este es uno de los resultados obtenidos
mediante la CTS-II de Straus et al. (1995), escala que
también fue utilizada en el estudio aquí referido. Otros
resultados (pp. 66 y ss.), que en buena medida coinciden
con los datos autoinformados por las mujeres en otros
estudios, son los siguientes:
CUADRO 16.1. Prevalencia de diferentes medidas de abuso marital
durante los últimos doce meses de acuerdo a la prueba CTS-II
Abuso psicológico/verbal total 41,1%
Abuso físico o psicológico grave 14,6%
Abuso físico 7,6%
Abuso físico grave 4,7%
Coacciones sexuales 10,8%
Violación marital 4,4%
Lesiones (total) 5,5%
Lesiones grave 2,1%
Autodefinición mujer maltratada 4,3%

CUADRO 16.2. Frecuencia de abuso físico y psicológico en la relación de


acuerdo con el cuestionario autoinformado
A Muy
Nunca Raramente Frecuentemente
veces frecuentemente
Abuso Físico 91,8% 4,7% 1,9% 0,7% 0,3%
Abuso
88,4% 5,3% 2,6% 1,6% 1,1%
Psicológico

El acoso por parte del ex marido a mujeres divorciadas


o separadas no es algo infrecuente, sino que,
contrariamente, supone una dura realidad para muchas de
ellas. En la investigación del Instituto de Criminología de
Sevilla se constató que, en un rango de valores que iban
del 20 al 30%, las mujeres reconocían que sus anteriores
parejas las perseguían o espiaban, las llamaban por
teléfono a pesar de que les decían que no lo hicieran, se
presentaban sin ninguna razón cuando ellas salían de su
casa, escuela o lugar de trabajo, o bien aparecían en
lugares donde estaba la mujer (como bares, tiendas, etc.).
Un 34% de las mujeres contestaron “sí” al enunciado “ha
intentado comunicarse con usted, aunque usted no
quería”. Y el 14% declaró que su ex marido había
“destrozado o dañado cosas” que ella apreciaba.
Otro aspecto que evaluó el equipo de investigación
sevillano fue la frecuencia de diferentes formas de
conductas de control. De entre algunos de los datos más
significativos, las mujeres dijeron que “con mucha
frecuencia” o “con frecuencia”, sus parejas realizaban los
siguientes hechos: “intenta que usted tenga menos
contactos con familia y amigos/as” (5%); “le dice cosas
que le hacen sentir mal” (7,5%); “insiste todo el rato en
saber con quién está y dónde está” (6,5%); “es celoso y no
le gusta que hable con otros hombres” (8,5%), y “no
quiere que usted trabaje fuera de casa” (10%).
Con aquellas mujeres que reconocieron haber sufrido
una agresión física o psicológica, o bien haber sido
víctimas de acoso por parte de sus ex maridos, se pasó a
explorar el último de los incidentes que vivieron
(desgraciadamente, de las 284 mujeres que reunieron
estas características, sólo 90 consintieron en participar en
esta segunda fase del estudio, lo que limita la solidez de
los resultados. No obstante, siguen siendo enormemente
interesantes). Las mujeres declararon que, a su juicio,
“tener ganas él de discutir” (43 entrevistadas) y “la
bebida” (34 entrevistadas) eran las causas que provocan
generalmente los incidentes de malos tratos.
De especial importancia fue el hecho de que con el paso
del tiempo, la relación de pareja tendía a empeorar, como
señalaba el 43% de las mujeres, con un 32% respondiendo
que “había seguido igual”, y un 20% que “había
mejorado”.
En más de una tercera parte de los casos (37%) la mujer
había sufrido heridas o lesiones derivadas de los malos
tratos. Al preguntar si pensaban que la policía “debía
haber sido más dura con su pareja” el 33% de las mujeres
opinaron positivamente, el 24% negativamente, y el 43%
no sabían o no contestaron. Sólo el 0,3% de las 90
mujeres habían ido a juicio en los juzgados de lo penal
por los problemas con su pareja
La probabilidad de reincidencia, según las mujeres
víctimas, en una escala del 1 al 10, era de 4. Sin embargo,
cerca del 7% declaró que la probabilidad de que ocurriera
la agresión física o psicológica durante el año siguiente
era muy elevada (un valor de 10) (IAC 2000: 74)
Como medidas de protección más adoptadas, destacaban
“evitar ciertos temas” (69,5%) y “tratar de convencerlo”
(67,9%). “Amenazar con el divorcio” fue utilizada por el
49% de las víctimas. Las medidas menos adoptadas eran
“pegarle en defensa propia” (10%) y “amenazar con
llamar a la policía” (21%). Estas tres últimas: “amenazar
con el divorcio”, con “llamar a la policía” y “pegarle en
defensa propia” fueron las que cosecharon más opiniones
en el sentido de que hacían que las cosas fueran a peor (p.
75).
Correlatos del maltrato. Existe en la investigación de
Sevilla una relación positiva entre frecuencia de consumo
de alcohol o drogas por parte de los varones y el maltrato
(esta relación no se da para las mujeres). A mayor
consumo de estas sustancias mayor es el riesgo de que la
relación se vuelva violenta. Esto es especialmente cierto
en el consumo de drogas. Sin embargo, la correlación está
lejos de ser perfecta. La mayoría de los maltratadores, por
ejemplo, no consumen drogas y la mayoría de los sujetos
que las consumen no maltratan a sus mujeres.
Existe una relación negativa entre ingresos y malos
tratos. Aunque el maltrato se da en todas las clases
sociales, el riesgo de que una relación sea violenta
(abusos físicos) es mayor en los grupos sociales con
menos recursos económicos.
El maltrato también es más habitual entre las mujeres
que viven en barrios en los que hay menos contacto con
los vecinos, hay más problemas sociales y los vecinos se
apoyan menos.
¿Habían sufrido esas mujeres malos tratos de niñas? Su
respuesta fue: “frecuentemente”, 4%; “a veces”, 23%;
“muy frecuentemente”, 1%. El 17% de las entrevistadas
recuerdan que “su padre o padrastro le pegó una bofetada
a su madre o madrastra” (p. 65). De ahí que los autores
del informe concluyan que “a pesar del estereotipo, la
mayoría de las mujeres maltratadas no proceden de
familias violentas y la mayoría de las mujeres que
provienen de familias violentas no acaban emparejadas
con hombres violentos” (p. 77).
Apareció también una relación muy fuerte entre
violencia contra la pareja y agresividad hacia otras
personas. El 93% de los varones que frecuentemente
maltratan físicamente a la mujer también exteriorizan su
agresividad contra otras personas.
Frente a esto —y como señalábamos al principio—,
muchas mujeres tienen serias dudas sobre cómo obrar.
“Aunque muchos se preguntan por qué estas mujeres no
abandonan a sus parejas, lo cierto es que la ruptura de la
relación o la búsqueda de ayuda externa puede acarrear
consecuencias negativas para ellas. Aproximadamente 20
de cada cien mujeres que se divorcian o se separan de sus
maridos son acosadas por éstos hasta el punto de que
sienten mucho miedo o temen daños a su integridad
física” (p. 77).
Finalmente, se exploró la relación entre la violencia
contra la mujer y la violencia contra los hijos. Los
porcentajes relativos a la existencia de alguna forma de
abuso físico o psicológico hacia los hijos por parte de la
pareja o ex pareja de la mujer maltratada (N= 72;
maltratadas con hijos) fueron 30,6% para el maltrato
físico (14% en la forma de maltrato severo) y 26,4% para
el maltrato psicológico. En ambos tipos de malos tratos
los agresores, en un porcentaje superior a la mitad,
consumían alcohol a diario.

B) La investigación del grupo de Echeburúa1


Echeburúa, Del Corral y Amor adoptaron un objetivo de
investigación más clínico, y compararon a víctimas de
agresión familiar, terrorismo y agresiones sexuales,
encontrando que, en general, “las tasas de prevalencia del
trastorno de estrés postraumático en los diferentes tipos de
víctimas son altas en todos los casos (el 54,5% del total de
la muestra), pero hay diferencias significativas entre ellas
(Cuadro 16.3). En concreto, entre el 65% y el 70% de las
víctimas de agresiones sexuales y de terrorismo presentan
el cuadro clínico, sin apenas diferencias entre unas y
otras. Sin embargo, las víctimas de violencia familiar lo
sufren en menor medida (un 46% de la muestra)”.
CUADRO 16.3. Comparaciones intergrupales en función de la gravedad del
trastorno de estrés postraumático
GRUPOS DE VÍCTIMAS Nº SUJETOS MEDIA DT F
1. Maltratado doméstico 212 20,27 9,04 12,38
2. Agresión sexual 103 26,02 11,24
2>1
3. Víctimas de terrorismo 15 25,20 11,67

(p<0,001) Fuente: Echeburúa, Del Corral y Amor (2002).

Sin embargo, casi el 50% de la muestra de mujeres


maltratadas es un porcentaje muy importante. El trastorno
de estrés postraumático constituye el cuadro clínico que
representa con mayor entidad los efectos negativos de la
exposición a situaciones amenazantes y, en muchos casos,
vividas de modo muy persistente en el tiempo. Es muy
valiosa la contribución de Echeburúa y su equipo, porque
revela que, a pesar de que la gravedad de los efectos —en
cuanto al trastorno del que hablamos— es menor
comparada con las otras víctimas, ésta sigue siendo muy
relevante. Y todavía hemos de preocuparnos más cuando
comparamos los efectos del abuso físico con los efectos
del abuso emocional. En su investigación (cuadro 16.4)
aparecieron los siguientes datos:
CUADRO 16.4. Gravedad del trastorno de estrés postraumático en
víctimas de maltrato doméstico físico y psicológico
TRASTORNO MALTRATO MALTRATO
DE ESTRÉS FÍSICO (N=137) PSICOLÓGICO t
POSTRAUMÁTICO (N=137)
MEDIA (DT) MEDIA (DT)
NIVEL DE GRAVEDAD 0,08
20,31 (8,97) 20,20 (9,23)
GLOBAL (Rango: 0-51 (n.s.)
Reexperimentación (Rango: 0- 0,77
6,14 (2,95) 5,80 (3,20)
15) (n.s.)
Evitación -1,04
6,58 (3,69) 7,16 (4,09)
(Rango: 0-21) (n.s.)
Activación psicofisiológica 0,81
7,70 (4,38) 7,20 (4,14)
(Rango: 0-15) (n.s.)

(n.s.) no significativo
Fuente: Echeburúa, Del Corral y Amor (2002)

Es decir, los efectos fueron igualmente importantes, ya


que no aparecieron diferencias significativas entre unas
víctimas y otras. Esto debe hacernos reflexionar sobre la
escasa protección que reciben las mujeres, sujetas a una
vida de maltrato emocional. Porque es cierto que la ley
castiga este tipo de violencia, pero, ¿cómo probarlo ante
los tribunales? Y ello sin contar que, como reveló la
investigación del IAC de Sevilla, muchas mujeres sujetas
a esta forma de violencia no se reconocen como víctimas.

C) La investigación de la Universidad de
Valencia
Aunque la investigación antes analizada del Instituto de
Criminología de Sevilla ya había recogido algunos datos
en este sentido, lo cierto es que existe escasa evidencia
empírica acerca de la posible concurrencia de los tres
tipos de violencia contra la mujer en las relaciones de
pareja: física, psicológica y sexual. Es importante tener en
cuenta que las mujeres no son un grupo homogéneo en su
experiencia como víctimas de la violencia doméstica, por
ello es necesario explorar de modo más detallado el
impacto que tienen en la salud de la mujer estos tipos de
agresiones. Este fue precisamente el objetivo de la
investigación del grupo que dirige Manuela Martínez,
profesora de la Universidad de Valencia (García Linares
et al., 2005).
Como parte de un estudio amplio desarrollado por las
autoras acerca del efecto del maltrato ocurrido en la
relación amorosa sobre la salud de las víctimas, 182
mujeres provenientes de diferentes lugares de la
Comunidad Valenciana fueron entrevistadas durante unas
3 horas, a lo largo de dos encuentros, siguiendo una pauta
estructurada. Las mujeres se distribuyeron en tres grupos:
52 mujeres no maltratadas (MNM), 75 mujeres
maltratadas físicamente (MMF) y 52 mujeres maltratadas
psicológicamente (MMP). En estos dos últimos grupos se
estudió con especial atención en qué medida aparecía
también la agresión sexual, definida ésta de modo muy
exhaustivo, incluyendo desde el sexo forzado hasta la
coacción y amenazas para mantener relaciones sexuales o
visionar pornografía. Algunos de los resultados más
relevantes obtenidos se describen a continuación (cuadro
16.5).
Las autoras señalan que la duración, la frecuencia, la
regularidad y la intensidad de la violencia experimentada
por la víctima son factores de gran importancia a la hora
de considerar el impacto de ésta en la salud de la mujer. Y
añaden: “El hecho de que en más del 50% de los casos la
violencia empiece en los tres primeros años de la relación,
sin que haya ningún acontecimiento desencadenante
relevante, es algo importante de mencionar, porque uno
de los mitos de la violencia doméstica es que comienza
porque el agresor ha sufrido una situación particular de
estrés, o bien se ha debido a que haya empezado a
consumir drogas o alcohol. Por otra parte, también es
digno de señalar que la frecuencia de la violencia está
muy relacionada con el tipo de que se trate: la violencia
más frecuente es la psicológica (se da más de una vez a la
semana en el 75% de los casos), seguida de la sexual y la
física” (p. 118).
Otra cuestión relevante que queremos destacar de su
estudio es la violencia sufrida después de la separación de
la pareja. Se obtuvo la siguiente información: el 71,8% de
las MMF y el 90,9% de las MMP informaron de nuevas
agresiones después de la separación. En las MMF, un
14,3% informaron de nuevas agresiones físicas, el 100%
de nuevas agresiones psicológicas, y ningún caso de
agresión sexual. Por su parte, las MMP informaron que en
todos los casos se dio de nuevo la agresión psíquica, y
además un 5% reveló una nueva agresión sexual.
Finalmente, es importante constatar también que un alto
porcentaje de las MMF sintieron que su vida peligraba
mientras vivían el asalto a cargo de su pareja, y que un
tercio de ese grupo de mujeres tuvo esa misma sensación
durante una agresión sexual. Si tomamos en consideración
las mujeres que sufrieron una agresión psíquica y un
asalto sexual, un tercio de ellas creyeron que su vida
estaba en juego. Concluyen las autoras: “Además, la
capacidad de predecir los ataques variaba entre las
víctimas, desde un 50% de las ocasiones en las víctimas
de asaltos físicos hasta un 33% cuando el asalto era
sexual. Esto nos indica que muchas mujeres no tienen la
oportunidad de tomar precauciones con objeto de prevenir
o hacer frente al ataque” (p. 120).
CUADRO 16.5. Los resultados del estudio de la Comunidad Valenciana de
Linares et al. (2005)
ÁMBITO DE
RESULTADOS OBTENIDOS
EXPLORACIÓN
Las MMF y MMP tendían más a vivir sin pareja que las MNM,
Perfil
pero no existían diferencias significativas en edad (M= 44), nivel
sociodemográfico
cultural (escuela primaria) o empleo.
En la mayoría de las MM (cualquiera de los tipos) el agresor era el
marido, y en más del 60% de los casos la relación se extendía más
allá de los 10 años. El 52% de las MMF y el 40% de las MMP
Relaciones con el dejaron a su pareja; sin embargo regresaron un 21.3% y 14.5%,
maltratador/pareja respectivamente. El número de mujeres que dependía
económicamente de sus parejas era mayor en el caso de las MM
que en las MNM. Un mayor número de MMF (48%) que de MMP
(30%) denunciaron a la policía su situación.
Todas las mujeres que resultaron físicamente maltratadas también
lo fueron psicológicamente, pero no al contrario. En más del 80%
de las MM la violencia comenzó durante la convivencia, y en más
del 50% durante los tres primeros años, sin que las mujeres
pudieran determinar ninguna causa o razón particular. El acto de
agresión más frecuente era de tipo verbal (insultos y
Violencia del
humillaciones), seguido por conductas de dominio (aislamiento
agresor
social, dejarla sin capacidad de decidir), chantaje emocional y
privación económica. En el 70% de las MMF, el agresor amenazó
las vidas de su mujer y familia, y en el 75% la violencia fue algo
regular y periódico. Comparadas con las MMP, el abuso
psicológico de las MMF comenzó antes e incluyó más insultos y
amenazas para sus vidas.
No hay un patrón de respuesta típico, sea el maltrato físico,
psíquico o sexual. Ahora bien, mientras las MMF pueden llegar a
Conducta de la
contraatacar (lo hizo el 37.5% de ellas) cuando sufren agresiones,
mujer mientras
ni éstas ni las MMP contraatacan cuando son asaltadas sexual-
sufre la agresión
mente. De hecho, las MMF y las MMP apenas difieren en sus
respuestas cuando el asalto es sexual o psicológico.
Los dos grupos de MM diferían de las MNM en su mayor
experiencia de abuso físico y sexual en su infancia, pero no en el
Historia de
abuso psicológico. También presenciaron en mayor medida
victimación
violencia entre sus padres (MMF= 29,3%; MMP= 36,4%; MNM=
13,5%).

Según datos del Instituto de la Mujer correspondientes a


2006, a partir de una muestra superior a 32.000 mujeres
encuestadas, un 3,6% de las mujeres mayores de 18 años
consideraban ser maltratadas (lo que equivalía a unas
680.000 mujeres), pero en conjunto un 9,6% (en torno a
1.800.000), se auto-consideraran maltratadas o no, sufrían
conductas vejatorias que manifiestamente son
inaceptables en el contexto de una relación de pareja
(Echeburúa y Redondo, 2010).

16.5. PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA


DOMÉSTICA EN EL SISTEMA DE
JUSTICIA Y EN LA SOCIEDAD
16.5.1. El sistema de justicia
El aparato judicial se encuentra en un estado de colapso
permanente. Los juicios penales van más rápidos que los
civiles, y sin embargo la respuesta a la delincuencia
común es excesivamente lenta. Los Juzgados de menores
pueden dictar una sentencia entre diez y dieciocho meses
después de la infracción (Pérez, 2004). En los juicios por
tráfico de drogas, el promedio entre la detención y la
sentencia en primera instancia es de alrededor de nueve
meses, mientras que las apelaciones pueden durar un
promedio de un año o más (Muñoz y Díez Ripollés
2004:150). Casos importantes de corrupción pública
pueden llegar a los tribunales diez o quince años después
de los hechos2.
La reforma más importante para agilizar la justicia penal
durante los últimos años ha sido la relativa a los juicios
rápidos. Por este camino, en algunas faltas y delitos
comunes se puede dictar sentencia en menos de quince
días. Sin embargo, esta importante reforma ha servido
para poco más que afrontar una avalancha de nuevos
casos por malos tratos domésticos, sin ofrecer gran alivio
para otros asuntos penales.
Nuestra tesis es que las iniciativas penales durante los
últimos años no resuelven de forma importante estos
graves problemas de dilación judicial. Al contrario,
muchas iniciativas legislativas más bien parecen arrojar al
sistema de justicia a una especie de constante salto al
vacío, encargándole más trámites y tareas de las que tenía
antes la reforma supuestamente destinada a promover su
agilización.
Uno de los eslóganes de eco futbolístico, con los que se intenta concienciar a
la sociedad del delito de la violencia contra las mujeres.

La Ley Orgánica 14/1999 define la violencia psíquica


como un delito a la par de la violencia física. A esta le
siguió la Ley orgánica 11/2002, que entró en vigor el 1 de
octubre de 2003, conteniendo un abanico de nuevas penas
y nuevos delitos en estas materias3. Las amenazas,
menoscabos psíquicos y las faltas de lesión pasaron a ser
delitos, castigados con prisión de tres meses a un año. Un
“trato degradante, menoscabando gravemente” la
“integridad moral” se castigaba con cárcel de entre 6
meses a dos años. (art. 173.2). Si ocurría habitualmente o
en presencia de menores, la pena podía elevarse a tres
años de cárcel. A partir de ese momento la coacción,
injuria o vejación injusta de carácter leve en el ámbito
familiar era una falta penal (art. 620 2.º del Código
Penal). Otra ampliación importante fue la inclusión en
este tipo penal de cualquier tipo de convivencia, y la
inclusión en las casuísticas de descendientes y
ascendientes. Una bofetada a un hijo de quince años, dada
por su padre o madre en presencia de hermanos menores,
podría resultar en tres años de cárcel. (art. 57.2, 48.2,
173.2, 468, 620 2.º)
Con esta ampliación importante de tipos penales en las
reformas legislativas que se produjeron entre 1995 y
2003, y la exhortación pública a favor de denunciar
cualquier tipo de maltrato, el número de casos de
denuncia por maltrato se multiplicó geométricamente4. La
nueva Ley Integral contra la Violencia de Género,
aprobada unánimemente por el Congreso el 22 de
diciembre de 2004, creó inicialmente más de veinte
juzgados penales especializados en la violencia contra la
mujer, o de género, que nacieron ya colapsados antes de
empezar a funcionar. Con esta ley España se habría
puesto a la cabeza, prácticamente en solitario, del que ha
sido denominado por Maqueda Abreu (2006) como
derecho penal sexuado, en que las conductas infractores o
sus penas pueden ser distintos si los cometen hombres o
mujeres (Acale Sánchez, 2006; Quintero Olivares, 2008;
Torres Rosell, 2008; Villacampa, 2007, 2008; Zaffaroni,
2000).
En España, la violencia doméstica entró en la agenda
política en 1998, bastante tarde en comparación con los
países del norte de Europa y América, que empezaron 30
años antes, los cuales también introdujeron medidas
penales y policiales contra la violencia doméstica varias
décadas antes que España. En los años 1960 y 1970 el
debate en estos países se concentró en hacer llegar el
Código Penal al ámbito familiar. Los delitos de amenaza,
coacción y lesión física deberían de ser procesados
aunque ocurrieran entre cónyuges. Además, países como
Suecia y Noruega han endurecido sus códigos penales
recientemente, tipificando delitos nuevos y aumentando
las penas para delitos que ocurren en la familia5. Sin
embargo, a diferencia de España, las tendencias en otros
países occidentales van más dirigidas a reforzar las
medidas de protección a la mujer. Estas medidas se
encuentran en el ámbito administrativo y en el orden
público. Amplían la definición de lo que constituye un
delito, pero también buscan medidas de carácter
preventivo. Para poner en marcha estas en acción no
precisan de la denuncia al infractor: se busca una
protección inmediata a la mujer, una protección de corta
duración que pueda librar a la víctima de un peligro
inminente.
Este tipo de medida —“Protection Orders” en los
EEUU, “Restraint Orders” en Australia, “Einstweilige
Verfügung” en Alemania y Austria, “Besöksförbud” en
Suecia y “Polititilhold” en Dinamarca— se ha introducido
en España como órdenes de protección, que incluyen
también a las órdenes de alejamiento. Una diferencia
importante es que en todos los demás países esta medida
tiene un carácter civil y no penal. Es una medida
preventiva para evitar que se repitan los hechos, y se
puede dictar con independencia de un proceso penal. Una
mujer que se siente amenazada por un ex-amigo, o que ha
llamado a la policía para pedir ayuda contra un marido
violento, puede pedir una orden de protección. Se evalúa
la situación actual, y no se vincula ni al trámite de
separación ni al proceso penal. En España es necesario
presentar una denuncia por malos tratos para conseguir
una protección policial. Así, la necesidad de reforzar las
medidas preventivas conlleva una avalancha de casos
penales cuya investigación y condena muchas veces ni
protege ni ayuda a la víctima. Una política de reducción
de riesgos concentraría los recursos en torno a medidas de
seguridad y apoyo a la víctima, pero el sistema penal
español va por otros rumbos.
¿Por qué se da esta criminalización progresiva en la
legislación española? Una explicación podría ser que los
hogares españoles son más violentos que los países de
nuestro entorno, o que la violencia doméstica está
aumentando en una forma alarmante. Sin embargo, los
datos del estudio del IAC de Sevilla y una encuesta
realizada por el Instituto de la Mujer revelan cifras
parecidas a las encontradas en otros países occidentales,
quizás con la excepción de revelar un mayor nivel de
abusos sexuales en la pareja. Ambos estudios realizados
en España coinciden en que un 4% de todas las mujeres se
consideran maltratadas, mientras que un 8-10% han
vivido cosas que según las últimas reformas del código
penal se pueden clasificar como maltrato psíquico o físico
a lo largo del último año. Estas cifras se encuentran en el
mismo nivel que otros países occidentales. En virtud de la
relación existente entre la violencia general y la familiar
comentada al comienzo de este capítulo, se constata que
los países pobres con un alto nivel de violencia en general
muestran también niveles más altos de violencia contra la
mujer. En África y Sudamérica los malos tratos físicos
pueden ocurrir a una mujer de cada tres.
Muchos opinan que la violencia en la pareja siempre va
a peor. La vulgarización de la teoría de Walker expuesta
anteriormente acerca del ciclo de la violencia implica ver
este proceso como un proceso inevitable, como un ciclo
vicioso de escalonamiento de la violencia hasta que la
mujer o se separa de su marido o muere a manos de él. El
error consiste en basarse únicamente en historias de
mujeres que han llegado a una casa de acogida, que han
denunciado los malos tratos a la policía o que han sido
asesinadas por su pareja. Así, se llega a analizar
solamente los casos que han acabado mal, y no nos
percatamos de que existen familias que nunca progresan
en este ciclo de violencia. Esto se observa a través de un
seguimiento a familias donde ha ocurrido un solo episodio
de violencia, o a través de estudios longitudinales de una
muestra representativa de parejas. Esta evolución
favorable ocurre con más frecuencia que el espiral
irreversible de violencia (Medina 2002 pp. 192-202). Es
la violencia recurrente la que ha de ser interrumpida de
modo prioritario. Parece ser que la pareja puede en
muchos casos solventar episodios únicos de una violencia
no grave sin que intervenga el sistema de justicia.

16.5.2. El homicidio en la pareja y su prevención


Mientras el fenómeno de malos tratos es ambiguo, y
difícil de medir, el homicidio consumado es un hecho
contundente, y en teoría de fácil cómputo. El concepto de
lo que es una amenaza puede variar entre culturas, pero un
homicidio debe llegar a la atención de las autoridades y
resultar en cifras comparables. Sin embargo, esto no es
así. En muchos países del mundo no se realizan
investigaciones policiales ni autopsias en casos de
fallecimientos sospechosos. Quien quema a su esposa
viva, en países con poca investigación de los hechos,
puede fácilmente camuflar este hecho como un accidente
en la cocina (Torres Falcón 2001:201) Los datos en este
cuadro proceden de un estudio de la Organización
Mundial de Salud sobre causas de muerte, basado en la
clasificación internacional de certificados de defunción.
CUADRO 16.6. La pareja – una comparación europea

Fuente: Centro Reina Sofía (2002). Los datos muestran las mujeres mayores
de 14 años por millón de mujeres fallecidas por violencia de sus parejas.

En este tema estamos limitados a utilizar datos de países


occidentales, donde existen estadísticas policiales fiables
sobre homicidios consumados según la relación familiar
entre víctima y agresor.
Los datos del cuadro 16.6 son inquietantes. Uno podría
pensar que, cuanto más se rechaza en la sociedad la
violencia en la pareja, menos casos debería haber.
También podríamos pensar que, cuanto más igualdad
exista en la sociedad en general, menos casos de
homicidio contra la mujer deberían producirse. Sin
embargo, las cifras parecen evidenciar lo contrario. Los
países escandinavos muestran cifras más altas de
homicidios en la pareja que las que tiene España. Suecia,
con 9 millones de habitantes, suele presentar unos 30
homicidios anuales de este tipo, comparados con unos 60
en España, con sus casi 47 millones. En concreto, desde el
año 2000 en adelante, en España se han contabilizado los
siguientes asesinatos de mujeres en la pareja: año 2000:
63; 2001: 50; 2002: 54; 2003: 70; 2004: 72; 2005: 60;
2006: 68; 2007: 74; 2008: 73; 2009: 55; 2010: 78; 2011:
66; 2012: 61.
Es decir que, según la comparación efectuada en el
cuadro 16.6, en proporción, los homicidios son dos veces
más frecuentes en Suecia que en España6.
Anabel Cerezo, profesora del Instituto Andaluz de
Criminología (IAC) de Málaga, analizó 53 homicidios
entre parejas cometidos en la provincia de Málaga en el
periodo 1984-1994; 30 fueron consumados (56,6%) y 23
intentados (43,4%). De todos los homicidios acaecidos en
la provincia de Málaga en ese período, el homicidio entre
parejas constituyó el 12,3% del total, y el 50,5% de los
acontecidos en la familia. Sólo un 17,1% del total de los
432 homicidios ocurridos en ese periodo de tiempo
implicó a desconocidos, algo que coincide con la
investigación empírica. La media nacional de homicidios
entre parejas es del 13,2% del total de los homicidios que
se producen.
De los 17 casos en los que se obtuvo información, la
mayoría se cometieron en lugares muy densamente
poblados, “donde habitan personas de clase trabajadora,
un considerable número de ellas en paro y con frecuentes
problemas de alcohol y drogas” (p. 328). Otro estudio
realizado por el IAC, en Málaga también, señaló una
mayor incidencia en esa zona de las llamadas de urgencia
solicitando la intervención policial para agresiones en el
hogar (Cerezo et al, 1995; Cerezo, 2000).
La mayor parte de los homicidios entre parejas tuvieron
lugar en el domicilio de ambos miembros (49,1%),
seguido de la vía pública (24,5%) y del domicilio de la
víctima (15,1%). El arma empleada era, sobre todo, el
cuchillo o similar, con cerca del 60% de los casos. “Sólo
en un 22,5% de los homicidios entre parejas en los que se
cometió el delito con arma blanca el agresor asestó una
sola puñalada a la víctima, mientras que en el resto de los
homicidios” el agresor propendió a ensañarse con la
víctima (58%)” (p. 334). Esta mayor violencia en los
crímenes dentro del matrimonio cuenta con abundante
apoyo empírico recabado en otros muchos países.
Cerezo también estudió el suicidio de los homicidas. Un
total de 10 sujetos cometieron suicidio o lo intentaron
(cinco en cada caso), lo que supone el 19% de los
homicidas de pareja. ¿Cuál es la razón? Todos los casos,
salvo uno, eran varones; además, una proporción mayor
de suicidas poseía un arma de fuego, con la que habían
matado a su pareja y posteriormente se había suicidado.
Los suicidas abundaban más en las parejas que vivían
juntas (25,8% de un total de 31) que en las que se habían
separado (9,1% de un total de 22). La mayoría atentó
contra su propia vida minutos después del homicidio.
¿Hubo premeditación? La mayor parte de los
homicidios entre parejas tuvo lugar en el transcurso de
una discusión o riña (54,7%), aunque hubo un 11,3% sin
determinar y un 34,0% sin una disputa previa.
Como conclusiones acerca de los malos tratos y
homicidios podemos señalar lo siguiente:
1. Las cifras de homicidios en la pareja en España no
son más elevados que los de otros países europeos.
España se encuentra más bien entre los países con
cifras más moderadas.
2. Países con mucha pobreza y muchos homicidios en
general son países donde también existe más violencia
contra la mujer.
3. Dentro de los países desarrollados no se puede
verificar la hipótesis sobre una supuesta relación entre
homicidios en la pareja y una cultura machista.
Algunos países que han avanzado bastante más que
España en igualdad de la mujer, por ejemplo Suecia y
EEUU, muestran cifras más altas de homicidios en la
pareja. Tampoco queda claro que, por ejemplo, la
integración de la mujer en el mercado de trabajo
reduzca los homicidios.
4. No todos los casos de homicidio en la pareja pueden
tener su origen en los malos tratos. En un caso de cada
tres de los homicidios ocurridos, no constan malos
tratos antes del desenlace fatal (Cerezo, 2000).
Algunos de estos asesinatos podrían ser atribuibles a
depresiones clínicas, esquizofrenias o tendencias
suicidas, donde no ha existido ningún aviso previo en
forma de amenaza o maltrato.
5. Alrededor de una mujer por cada trescientas mil
mujeres en la población muere a manos de su pareja al
año7. Esta tasa, como probabilidad de riesgo en
general, es bastante moderada comparada con el riesgo
que hay de morir en un accidente: una de cada siete
mil mujeres fallece anualmente por causa de un
accidente. Ello no significa que 50 ó 60 mujeres
asesinadas sean pocas, ya que cualquier asesinato de
una mujer, aunque fuera uno solo, es intolerable y
debería evitarse a toda costa. Pero aquí reside
precisamente la dificultad: ¿cómo evitar que entre 50 y
70 hombres cada año asesinen a su propia pareja?
6. El riesgo de homicidio en la pareja aumenta si la
mujer convive con un maltratador celoso y violento, e
intenta separarse de él. El aviso previo en forma de
malos tratos hay que tomarlo muy en serio, porque
aumenta el riesgo considerablemente. Sin embargo,
afortunadamente sólo uno de cada veinte mil
maltratadores acaba matando a su mujer8.
Es decir, si solamente un maltratador entre veinte mil
asesina a su mujer, lo que, aunque humanamente sea muy
grave, en términos probabilísticos es una tasa muy baja;
¿cómo se pueden predecir y prevenir científicamente estos
sucesos? Para ello probablemente es necesaria una
hipótesis específica sobre los homicidios en pareja, y no
simplemente el verlos como una consecuencia directa y
automática del machismo o de los malos tratos.
Sin duda, varones que poseen una personalidad
impulsiva, violenta y celosa, entre los que se encuentran
muchos de los hombres que asesinan a sus parejas, existen
en todo tipo de culturas, y este hecho, que contribuye al
mayor riesgo de asesinato, es poco modificable por vía
penal. Probablemente ninguna campaña para erradicar los
malos tratos podrá tener un gran impacto directo en la
disminución drástica del número de homicidios. Si los
asesinatos de mujeres fueran en aumento (lo que no
sucede), o se mantuvieran más o menos estables a lo largo
del tiempo, cómo así parece que ocurre, una hipótesis
alternativa podría ser que tal mantenimiento guardara
relación (entre otros factores) con el gran número de de
separaciones y divorcios existente en la sociedad española
(al igual que en otras sociedades desarrolladas), y que la
relación entre separación y riesgo de asesinato de pareja
pudiera ser mayor cuando es la mujer quien toma la
iniciativa de la separación conyugal. De este modo, una
mayor frecuencia de rupturas de pareja, algunas de ellas
problemáticas, podría estar condicionando el riesgo de
agresión grave y, en algunos supuestos, de asesinato. Es
decir, mientras que en sociedades más tradicionales, con
menor número de separaciones matrimoniales, el número
de situaciones de riesgo para la agresión y el asesinato
puede ser menor, en una sociedad como la española en la
actualidad, caracterizada en muchos casos por una
monogamia sucesiva, los riesgos podrían ser tal vez
mayores.
Tampoco se puede descartar la hipótesis de que el
enfado y la ira que surgen cuando se detiene o se da una
orden de alejamiento al marido resulten en algunos casos
muy peligrosos para la vida de la mujer. Así, si se aplican
mal, las medidas que se ponen en marcha para erradicar
los malos tratos, podrían conducir paradójicamente a
aumentar el número de homicidios, en vez de a reducirlos.
Si a un hombre acusado de malos tratos a su mujer o
pareja, además de ordenarle el alejamiento de la misma,
también se le niega la posibilidad de visitar a sus hijos, el
peligro de actos vengativos desesperados podría
aumentar.
La expansión del código penal hacia el ámbito familiar
ha sido aceptada sin debate no solamente en España
(Cerezo, 2010), sino también en otros países. Nuestra
hipótesis es que esta expansión penal ha sido coyuntural.
No corresponde a los intereses de todas las mujeres, ni
siquiera a las necesidades de reprimir de forma efectiva
los malos tratos o los homicidios. Los legisladores
probablemente se vieron arrastrados en su momento por
críticas fundadas sobre la deficiente falta de protección
judicial que existía para aquellas mujeres que estaban
amenazadas por sus ex parejas. Pero después el legalismo,
como siempre excesivo, supo diseñar un sistema de
protección a las mujeres en riesgo sin, al mismo tiempo,
ubicar todas estas problemáticas en el seno de la gran
maquinaria jurídico-penal, pasando en su lugar a definir
como delitos de maltrato casi todas las incidencias de
agresión verbal o física que pueden ocurrir,
esporádicamente, en familias normales, que no
necesariamente deban ser calificadas como violentas.
Este “bienestarismo autoritario” (Díez Ripollés, 2004)
condena muchas prácticas que pueden estar bastante
extendidas en familias españolas (y en las familias de
todos los países). Por lo menos un millón de varones
españoles podrían ser condenados en el caso hipotético de
que sus mujeres denunciaran algún insulto o empujón
recibido. Claro que, en una lógica paralela, muchos de
estos varones podrían ser también acompañados a prisión
por una no pequeña cantidad de mujeres que podrían
haber cometido faltas de injurias, vejaciones o malos
tratos psicológicos o físicos contra sus maridos o parejas,
y, también, por los responsables de de peleas entre
hermanos, entre padres e hijos, y con los abuelos.
Podrían haberse proveído las mismas concesiones
sociales y laborales para mujeres maltratadas sin
endurecer el Código Penal, como se ha hecho. Sin
embargo, ningún político, por temor a ser estigmatizado
como machista, se ha atrevido a sugerir alternativas que
no fueran de naturaleza penal. Como comentaba en su día
la juez decana de Barcelona, María Sanahuja: “Se está
juzgando a padres que le han pegado una bofetada a su
hijo porque éste les empujó. Y se les condena por un
delito de violencia doméstica. Las riñas entre novios
adolescentes están acabando en los juzgados de guardia.
No sé si tantos recursos del Estado deben dedicarse a
estas cosas” (El País, 12/12/04).

16.5.3. La prevención en la sociedad


Con respecto a la pura lucha del sistema penal contra la
violencia hacia la mujer, entonces, el futuro no parece
demasiado halagüeño y prometedor. Sin duda que son
necesarios los diferentes esfuerzos que la administración
de justicia realiza para responder con mayor eficacia ante
las denuncias presentadas por las mujeres, así como
disponer de mayores recursos asistenciales para atender a
las víctimas que precisan refugio y apoyo económico
después de su separación, pero todo esto es muy
insuficiente, por lo mencionado arriba: la justicia sólo es
una máquina lenta y torpe de prestar auxilio. En efecto,
estas acciones son a posteriori; se toman en ocasiones
mucho tiempo después de que el abuso se ha instalado en
la relación sentimental. Criminalizar a todos los varones
no supone que los agresores peligrosos van a estar más
controlados.
¿Qué hacer? Nuestro punto de vista es que sólo hay dos
maneras eficaces de luchar contra la violencia de pareja: o
bien enseñamos a las jóvenes a no tolerar, desde la
adolescencia, actitudes y actos que se relacionan
fuertemente con el abuso en el compromiso afectivo, o
bien intentamos que los jóvenes varones desarrollen unas
actitudes menos violentas hacia las mujeres. Esto último,
a nuestro parecer, debería ser siempre un objetivo de toda
sociedad: disminuir la violencia en cualquier país siempre
supone reducir el número de jóvenes violentos, ya que la
agresión es casi siempre una conducta del sexo
masculino, aproximadamente en una proporción de 10 a
1. Debido a la interrelación existente entre violencia
contra la mujer y violencia y fracaso en la sociedad, toda
acción que suponga luchar contra la delincuencia y
violencia en general supone una ayuda para evitar que
existan más hombres iracundos y propensos hacia la
violencia como forma de controlar a las mujeres. En
particular es vital luchar contra el fracaso escolar y el
desempleo juvenil, que están en el núcleo del origen de
las carreras delictivas más persistentes.
Como hemos dicho, otra estrategia, claramente
compatible con la anterior, consiste en insistir en el
presente en educar a las jóvenes ante el fenómeno de la
violencia de pareja. Cuando pensamos en el futuro
sentimental de nuestras hijas, solemos creer que una
educación escolar adecuada es la mejor garantía de que
sabrá elegir una pareja y, en todo caso, que le permitirá
explorar con cierta seguridad el complejo mundo de las
relaciones afectivas. Sin embargo, la investigación sobre
abuso emocional y físico de las mujeres revela que
muchas jóvenes y mujeres adultas plenamente normales y
con una sólida educación entran, ante la desesperación de
los familiares, en un proceso de degradación personal y
social que va unido a un hombre que, sin saber cómo, ha
conseguido imponer su voluntad y convertir su vida en
una pesadilla (Casas, 2013). Por ello, un programa de
educación ambicioso debe presentar por vez primera lo
que los padres y las chicas jóvenes deben conocer para
evitar implicarse en esas relaciones. Porque no es cierto
que la educación convencional sea suficiente para poder
discriminar y prevenir ese tortuoso camino. Por el
contrario, se hace necesario conocer cuáles son las
actitudes erróneas que las mujeres sostienen para negar la
evidencia del inicio de una relación peligrosa, así como
los indicadores en el comportamiento de sus parejas que
avisan de ese peligro. Además, una posible consecuencia
es la existencia de un efecto de contagio en relación con
los chicos: serán las propias jóvenes quienes irán
moldeando el tipo de comportamientos que los chicos
exhibirán para relacionarse con ellas, so pena de quedar
marginados de los círculos de relación (tal y como ya pasa
con muchos jóvenes que son abiertamente antisociales en
los institutos).
Por supuesto, tampoco deberíamos despreciar el
tratamiento de los agresores de mujeres. Todo ladrillo
hace pared. Sin embargo, pretender actuar de modo eficaz
en un sentido amplio contra la violencia de pareja
mediante el tratamiento de los agresores es como
desarrollar una política criminal general confiando
exclusivamente en el tratamiento de los delincuentes
adultos. Pero, dicho esto, nos apresuramos a decir que
existen programas que reducen las tasas de reincidencia
en comparación con grupos de agresores no tratados.
Diversos programas de tratamiento con maltratadores,
aplicados entre los años ochenta y la actualidad, han
mostrado en general mejorías significativas en los sujetos,
tanto en la reducción de los factores de riesgo personales
más relevantes para los malos tratos (distorsiones
cognitivas y justificación del maltrato, actitudes
posesivas, ira descontrolada, etc.) como en la disminución
de la propia reincidencia del maltrato (Echeburúa y
Redondo, 2010). Por ejemplo, Scott y Wolfe (2000)
identificaron diferentes variables relacionadas con el
cambio de la conducta de maltrato a través de análisis
cualitativos de entrevistas realizadas con nueve agresores
reformados. Estos hombres habían asistido a una media
de 35 sesiones en un grupo de tratamiento “feminist
oriented”, y fueron identificados por sus consejeros y sus
parejas como hombres que ya no eran maltratadores9.
Después de entrevistas de una hora de duración, y de
codificar 28 variables, cuatro de éstas aparecieron
nombradas por al menos el 75 por ciento de los sujetos un
mínimo de dos ocasiones:
a) una mayor responsabilidad en la asunción de su
conducta pasada de maltrato,
b) el incremento de la empatía hacia el dolor causado a
su pareja,
c) una reducción de la dependencia hacia su pareja, y
d) una mayor capacidad para la comunicación
interpersonal, que incluía aprendizaje en técnicas de
solución de conflictos, como la detección precoz de la
pérdida de control.
La dependencia exclusiva del agresor de su pareja se
reveló como un importante predictor del maltrato. La
investigación sobre este punto deriva de la teoría del
apego, que plantea que la violencia es el producto de no
poseer un modelo interno seguro que permita tener una
relación íntima (Dutton et al., 1994). Así, Bartholomew y
Horowitz (1991) sugirieron que los sujetos con un patrón
de apego inseguro tenían una alta probabilidad de ser
celosos, posesivos y maltratadores, debido a su deseo por
el contacto social e intimidad con alguien, y al mismo
tiempo su perenne disgusto y miedo de ser rechazados.
En España, Enrique Echeburúa y su equipo vienen
desarrollando una labor pionera y destacada en este
campo, implementando programas avalados
empíricamente. Sus resultados, que incluyen la evaluación
de 52 hombres encarcelados, señalan que después del
tratamiento se produce en los maltratadores una reducción
significativa en pensamientos irracionales, ira y hostilidad
(Echeburúa, Fernández-Montalvo y Amor, 2006; también,
Echeburúa y Fernández-Montalvo, 2009; Echeburúa,
Sarasua, Zubizarreta y De Corral, 2009).
Mucha gente confiaba en las órdenes de protección
como una respuesta de alta eficacia para evitar las
agresiones a mujeres, en particular los homicidios. El
problema es que esas órdenes precisan del sistema de
justicia para funcionar, y en España la justicia suele estar
en una situación de gran saturación de procedimientos de
casi colapso. En vez de generar recursos directos para
atender de un modo ágil a las mujeres que lo precisan,
todas la intervenciones se hacen depender de previas
actuaciones de la justicia, cuya característica más
destacada no es precisamente la rapidez. Los años
transcurridos desde la implantación de la Ley Integral
contra la Violencia de Género muestran que las
expectativas de eficacia que se pusieron en ella para
resolver este problema, en buena medida no se han
cumplido.
Por ello, más allá de una estricta perspectiva legal, la
prevención más eficaz y a largo plazo de la violencia de
pareja requerirá la adopción de medidas e intervenciones
en los diferentes frentes etiológicos y de riesgo de este
complejo problema social y criminal (Echeburúa y
Redondo, 2010): 1) prevención general sobre varones
adolescentes y jóvenes, incluyendo múltiples iniciativas y
pautas educativas relativas a la igualdad de mujeres y
hombres, prevención de la agresividad, educación
emocional, etc.; 2) prevención específica sobre varones en
riesgo de maltrato de pareja, que ya han dado signos de
alerta, particularmente en las primera etapas de noviazgo
y de relación de pareja, tales como conductas posesivas,
celotipia, alta impulsividad o abuso de alcohol; y 3)
prevención, tanto general como específica, con mujeres en
riesgo de ser víctimas de violencia de pareja,
particularmente de aquellas jóvenes o mujeres adultas en
que puedan concurrir diversos factores de vulnerabilidad
(chicas muy jóvenes e inexpertas, fuerte dependencia
emocional o económica, discapacidad, aislamiento social,
etc.).

16.6. MALTRATO INFANTIL


Como se dijo al principio de este capítulo, no fue hasta
los años 70 del siglo XX cuando, en líneas generales, se
pudo apreciar un interés destacado en las desventuras de
los niños objeto de malos tratos. Algunas de las razones
fueron la violencia propia del decenio de 1960, que
“despertó” la conciencia social acerca de sus efectos en
niños y mujeres (Gelles y Straus, 1979), así como el
trabajo pionero del pediatra C. H. Kempe, quién llevó a
cabo un simposio interdisciplinar en 1960 organizado por
la Academia Americana de Pediatría, cuyas conclusiones
ayudaron mucho a reestructurar las actitudes de los
poderes públicos hacia el tratamiento de los niños. Poco
después los trabajadores sociales se sumaron al esfuerzo
de pedir medidas para hacer frente a este problema. En
1962, Kempe y sus colaboradores acuñaron el término
«síndrome del niño maltratado» (battered child
syndrome).
La problemática del maltrato infantil (en sus distintas
variedades, cuyos detalles serán objeto de posterior
estudio) puede extenderse a la misma historia de la
humanidad, aun cuando no sabemos con exactitud la
magnitud que tomó el maltrato en las distintas épocas de
su desarrollo. Lo cierto es que las variaciones culturales
inciden notablemente en la forma efectiva que toma el
maltrato (Obikeze, 1984), lo cual también afecta, como es
lógico, a la propia definición legal existente sobre el
particular. Por ejemplo, y para resaltar con una situación
extrema este punto, Erchack (1984) analizó la violencia
familiar en el África rural occidental, y mostró que si bien
no podía considerarse un problema notorio el maltrato
infantil en esas comunidades, existían sin embargo ciertas
prácticas consuetudinarias y rituales que podían
calificarse de prácticas crueles con respecto a los niños;
era el caso de someter a los niños entre los 7 y 16 años a
situaciones de terror en las actividades de iniciación para
ciertos ritos, o los castigos violentos ejecutados con las
manos o con látigos. En Occidente, la ablación genital a
las niñas por parte de ciertas familias es una práctica que
produce horror y consternación.
En sociedades occidentales avanzadas, es evidente que
el maltrato cubre un rango de actividades mucho más
amplio, donde los aspectos psíquicos se integran junto a
los físicos a la hora de considerar qué actos han de
estudiarse como maltrato. Sin embargo, es posible
encontrar patrones comunes en las características
asociadas al maltrato infantil en diferentes sociedades y
culturas, tanto por lo que respecta a los elementos que
cualifican a los grupos de riesgo, como a los efectos del
mismo en los niños y en el sistema familiar.

16.6.1. Maltrato infantil: definiciones


El interesante trabajo realizado por Finkelhor y Korbin
(1988) para la UNICEF, asumiendo la perspectiva
internacional que inspiró la Convención de los Derechos
del Niño (promulagada por Naciones Unidas en 1989)
ofrece una serie de definiciones dignas de tenerse en
cuenta, que se presentan en el recuadro siguiente.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Tipos de Maltrato (Finkelhor y Korbin,
1988)
Maltrato físico: “se define como la violencia y otras acciones humanas no
accidentales, proscritas, que ocasionan sufrimiento en el niño y que son capaces de
causar heridas o lesiones permanentes para el desarrollo o el funcionamiento”. Dentro
de esta categoría, el maltrato físico puede adoptar diversas formas: niño golpeado por
sus padres, niño golpeado en instituciones, homicidio infantil, niños víctimas de
hostilidades grupales, y niños lesionados permanentemente a causa de rituales
culturales o de prácticas de crianza infantil.
Negligencia física: ”se define como la privación o ausencia de provisión de los
recursos necesarios y socialmente disponibles debido a acciones humanas proscritas
de los padres o responsables que suponen la aparición de daños permanentes en el
desarrollo o el funcionamiento”. Las modalidades que pueden ser expresión de
negligencia física son: negligencia paterna, negligencia institucional y la negligencia
selectiva y discriminatoria.
Abuso sexual: “cualquier contacto sexual entre un adulto y un niño sexualmente
inmaduro (definida esta madurez sexual tanto social como psicológicamente), con el
fin de la gratificación sexual del adulto; o bien, cualquier contacto sexual con un niño
realizado a través del uso de la fuerza, amenaza, o el engaño para asegurar la
participación del niño; o también, el contacto sexual para el que el niño es incapaz de
ofrecer su consentimiento en virtud de la edad o de la disparidad de poder y la
naturaleza de las relaciones con el adulto”. El abuso sexual puede manifestarse, según
estos autores, de diversas maneras: relaciones sexuales entre padres e hijos,
explotación sexual por otros miembros familiares o tutores, violación infantil,
prostitución y pornografía infantil.
Maltrato y negligencia emocional o psicológica: se trata del concepto sobre el que
existe un menor acuerdo en la definición de sus elementos. Garbarino y sus
colaboradores lo han definido como “la intención destructiva o el daño significativo
ocasionado en la competencia del niño a través de actos tales como el castigo de la
conducta de apego, el castigo de la autoestima, y el castigo de las conductas
necesarias para una interacción social normal”. Las conductas propias del maltrato
emocional incluirían el rechazo, el aislamiento, el aterramiento, la indiferencia, la
corrupción y el manejo del niño como un adulto.

Este capítulo no trata del abuso sexual, ya que fue


examinado en otra parte de este libro.

16.6.2. La familia y el maltrato: una relación


oscura
La violencia entre los miembros de la familia,
particularmente en la forma de maltrato infantil, aun
siendo una constante en todas las épocas y culturas,
emerge como problema social grave en las últimas
décadas.
¿Cuál es la verdadera incidencia y amplitud del
maltrato? ¿Nos encontramos, hasta la fecha, ante la punta
de un profundo iceberg, que progresivamente emerge?
¿Aumentan o decrecen los malos tratos a la infancia? Para
responder a estos y otros interrogantes, y antes de ofrecer
algunas estadísticas orientativas del panorama mundial de
la incidencia de este problema, será conveniente saber que
son muchas las dificultades a las que se enfrentan los
estudios epidemiológicos sobre el maltrato infantil.
En un importante trabajo de evaluación de la literatura
especializada en este tema hasta principios de los años
ochenta, Plotkin el al. (1981) mostraron, sobre la base de
270 artículos revisados, el discutible valor científico de
los mismos debido a la escasez de estadísticas disponibles
para el conocimiento de la incidencia y prevalencia de los
malos tratos, y por la falta de fiabilidad en la medición del
maltrato.
Parece evidente esta cuestión si pensamos que son pocas
las estadísticas oficiales fiables y homologables de que
disponemos sobre el fenómeno de los malos tratos, si
exceptuamos los países del ámbito anglosajón. La
metodología introducida por las agencias encargadas de la
detección de los malos tratos condujo a propagar diversos
«mitos» y sesgos a la hora de considerar la incidencia real
del maltrato. Uno de ellos —como señalaban Kempe y
Kempe (1979)— era la consideración social de que el
maltrato era un fenómeno infrecuente y raro. Por otra
parte, la creencia que definía la violencia en la familia y el
maltrato infantil como un fenómeno de clase parecía
también discutible, si bien la literatura internacional
apoyaba una mayor incidencia de los malos tratos en las
clases desfavorecidas (Wolfe, 1987). Diversos autores han
señalado en este sentido, que la relación causal entre clase
social baja y maltrato familiar puede acusar el evidente
etiquetado de que son objeto las familias más
desfavorecidas y marginadas por parte de las instituciones
oficiales. Según Gelles (1982), la profesión del padre
influiría el parecer del médico sobre la sospecha de malos
tratos.
Otros factores relacionados con este problema son la
renuencia que muchas personas tienen a la hora de
inmiscuirse en la vida privada de otras familias, y la
natural tendencia que tienen los niños cuestionados a
revelar los malos tratos sufridos por temor a ser
castigados o disgustar a sus padres. Es de justicia, sin
embargo, señalar que en los últimos años los
profesionales que atienden a los chicos están mucho más
alerta, en los exámenes médicos o en las revisiones
escolares, ante la posibilidad de que un niño pueda haber
sido víctima de malos tratos.
Teniendo en cuenta las limitaciones que la investigación
sobre la incidencia del maltrato presenta, podemos
ofrecer, de forma orientativa y resumida, algunos datos
sobre el fenómeno, que fueron recogidos en estudios
diversos. Las dificultades expuestas sobre la fiabilidad en
el conocimiento real del maltrato aparecen en primer
lugar en Estados Unidos, país pionero en la investigación
al respecto. Mientras el clásico estudio del Gil (1970)
recogiendo datos sobre los años 1965-1969 afirmó que el
maltrato infantil no constituía un grave problema social en
la infancia de EE UU, por otra parte Kempe y Kempe
(1979) consideraron equivocada tal percepción, ya que en
el estudio de Gil sólo se habían registrado casos de
maltrato físico denunciados ante la ley. Straus, Gelles y
Steinmetz (1980) —resaltando el alto nivel de violencia
sobre la infancia en aquel país— situaron entonces entre
1.4 y 1.9 millones (140 por 1.000) los niños en riesgo de
ser víctimas de malos tratos (citado en Wolfe, 1985).
En cuanto a la incidencia en países europeos, las
estadísticas sobre el problema son escasas y poco fiables,
si exceptuamos algunos estudios realizados en Gran
Bretaña por la National Society for the Prevention of
Cruelty to Children. Así, en la evaluación de su estudio
epidemiológico realizado en los años 1977-1982 en el
Reino Unido, Creighton (1985) señaló cómo en este país
se había producido en los años anteriores a su
investigación un descenso de las muertes y lesiones muy
graves en niños maltratados, a la vez que había
aumentado notablemente el número de niños que
presentaban lesiones físicas leves. Esta autora constataba
además que los niños recién nacidos de bajo peso, los
niños de poca edad en general y los adolescentes
constituían la población más afectada por el maltrato
físico, el abandono y el retraso en el crecimiento de origen
no orgánico, siendo las niñas entre 10 y 14 años las más
afectadas por el abuso sexual. Grupos todos ellos con
padres muy jóvenes, inestables en su matrimonio, con alta
tasa de hijos, desempleados, con antecedentes penales,
etc.
Por lo que respecta a España, Fernández del Valle y
Bravo (2002) revisaron los trabajos publicados en España
en las últimas décadas del siglo XX, que abordaban el
problema de saber cuál era la incidencia del maltrato
infantil en nuestro país. En primer lugar, los autores
comentaron los resultados encontrados en el estudio de
Saldaña y cols. (1995), basado en el examen de los
expedientes abiertos en los servicios de protección a la
infancia de toda España durante los años 1991 y 1992. En
conjunto, el número de expedientes analizados ascendió a
32.483, los cuales correspondían a un total de 34.751
niños y adolescentes (el número de expedientes es menor
al de víctimas debido a la organización de algunos de
ellos por familias). En un total de 8.565 casos se detectó
la presencia de algún tipo de maltrato, cifra que supone el
24,6% de los expedientes abiertos y una media anual del
0,44 por mil, respecto a la población infantil española
(cuadro 16.7)
CUADRO 16.7. Casos de maltrato detectados por cada tipología
Tipología Frecuencia Porcentaje
Negligencia 6.774 79,1
Maltrato emocional 3.643 42,5
Maltrato físico 2.579 30,1
Mendicidad 800 9,3
Maltrato prenatal 431 5,0
Explotación laboral 361 4,2
Corrupción 361 4,2
Abuso sexual 359 4,2

Fuente: Saldaña et al. (1995), citado en Fernández del Valle y Bravo (2002).

Comentan los autores que “los datos muestran que la


tipología de maltrato más frecuente es la negligencia,
presente en el 79% de los niños maltratados durante el
período que duró el estudio. Este dato contrasta con la
imagen social del maltrato, centrada en las situaciones de
maltrato físico, que como se aprecia en los datos, afecta a
un porcentaje mucho menor (30%). De hecho, el maltrato
emocional también aparece con más frecuencia, en la
mayoría de los casos acompañado de otro tipo de
maltrato. Como se puede advertir al sumar los porcentajes
de cada categoría, el total es superior al 100%; ello se
debe a que el 55% de los casos padecían más de un tipo
de maltrato, siendo la combinación más frecuente
negligencia y maltrato emocional (16%)” (Fernández del
Valle y Bravo, 2002).
Por otra parte, mencionan un estudio algo más reciente
basado en los expedientes de la población que causó baja
en residencias de protección del Principado de Asturias
entre los años 1990 y 1995 (Fernández del Valle, Álvarez-
Baz y Fernández, 1999). Dicho estudio ofrece datos
similares sobre las causas que motivaron el ingreso de
estos niños y jóvenes en centros (N=272). Véase el cuadro
16.8.
CUADRO 16.8. Motivos de ingreso en residencias de protección del
Principado de Asturias
Tipología Frecuencia Porcentaje
Negligencia 164 60,3
Abandono (incumplimiento) 139 51,1
Maltrato emocional 112 41,2
Maltrato físico 109 40,1
Imposible cumplimiento 101 37,1
Problemas de comportamiento 30 11,0
Abuso sexual 26 9,6
Explotación laboral 15 5,5

Fuente: Fernández et al., 1999. Citado en Fernández del Valle y Bravo, en


prensa.

Los autores a continuación destacan la importancia de la


edad (cuadro 16.3). Hay un alto número de expedientes
abiertos por maltrato en los más pequeños, especialmente
en los menores de un año (supone el 9% del total de la
muestra de niños y adolescentes que han sufrido malos
tratos); la tasa disminuye notablemente a partir de los 13
años. Como se analiza en el estudio de Saldaña et al.
(1995), la negligencia es la categoría más frecuente en
todos los grupos de edad, pero especialmente en los más
pequeños; en el resto de tipologías (a excepción de los
casos de mendicidad), la incidencia aumenta con la edad.
CUADRO 16.9. Tipologías de maltrato en función de la edad
% de los niños maltratados % de los adolescentes maltratados
Tipología
menores de 2 años mayores de 13 años
Negligencia
Maltrato
emocional 80,0 % 63,1 %
Maltrato 42,8 % 60,9 %
físico 20,7 % 43,6 %
Abuso 0,6 % 14,2 %
sexual 0,5 % 10,9 %
Explotación 1,8 % 8,3 %
laboral 14,8 % 7,5 %
Corrupción
Mendicidad

Fuente: Saldaña et al., (1995). Citado en Fernández del Valle y Bravo, en


prensa.

16.6.3. Características de las familias según los


modelos explicativos del maltrato
El preámbulo y el artículo 18 de la Convención de los
Derechos del Niño han reconocido que la familia es el
lugar natural para el crecimiento y bienestar del niño. El
núcleo familiar sería de este modo el ambiente primordial
en el cual el niño experimentaría el reconocimiento de sus
derechos. Sin embargo, la investigación sobre la violencia
familiar ha señalado que la familia es también el lugar
más inmediato para la experiencia del riesgo en la
infancia, ya sea a través de la victimación o a causa del
aprendizaje de conductas antisociales en la misma.
La literatura sobre etiología e intervención en el
maltrato infantil se ha servido de tres modelos o teorías
para explicar la interacción de los factores individuales,
los estilos de crianza y las condiciones ambientales en las
familias en riesgo de malos tratos. Cada uno de estos
modelos subraya algunos de los déficit peculiares de estas
familias, por lo que la síntesis de los mismos nos permite
una aproximación ecológica a las situaciones de riesgo
familiar (Belsky, 1980; Belsky y Vondra, 1987).
El modelo psiquiátrico, pionero en cuanto a las teorías
explicativas, centró su interés en las variables individuales
de la desviación familiar (Steele y Pollock, 1968). El
origen de las conductas violentas encontraría su
explicación en los graves trastornos de personalidad de
los padres, que les impedirían el control de los impulsos
agresivos. La investigación clínica y de carácter
retrospectivo en la que se ha basado este modelo, indicó
también que las características más importantes de estos
padres serían psicopatología, depresión, baja autoestima,
historia de malos tratos, rigidez e impulsividad,
inmadurez emocional, alcoholismo y drogadicción,
retraso mental, inversión de roles, frustración y
agresividad crónica. Por otra parte, según este modelo, las
estrategias de intervención para el tratamiento de estas
familias incluirían la psicoterapia individual o de grupo, la
separación del niño de su familia y la atención
institucional. Según la orientación psiquiátrica cualquier
tipo de malos tratos podría beneficiarse de estas
estrategias. Sin embargo, los límites de este modelo
fueron señalados pronto debido a insuficiencias
metodológicas y a la ausencia de variables explicativas
ambientales y familiares que la literatura posterior asoció
más estrechamente con el riesgo de malos tratos (Wolfe,
1985).
Las características sociodemográficas y culturales de las
familias en riesgo fueron subrayadas en la década
siguiente por el modelo socio-cultural. La premisa básica
de esta perspectiva se apoya en la idea de que el contexto
social y económico de marginación y pobreza, junto a los
valores culturales permisivos del castigo corporal,
constituirían las variables determinantes de las prácticas
educativas agresivas o negligentes (Garbarino y Stocking,
1980). De acuerdo con la explicación sociológica, las
características de las familias en riesgo vendrían definidas
por las siguientes condiciones de estrés social: pobreza,
aislamiento y ausencia de apoyo social, desempleo,
insatisfacción laboral, paternidad prematura, elevado
número de hijos, hacinamiento y precariedad del hogar,
divorcio/separación, paternidad en solitario, tolerancia
social del castigo, rol de la mujer en la familia y en la
sociedad, etc. Los modelos de intervención basados en el
diagnóstico sociocultural han acentuado algunas
estrategias en particular, tales como programas de acción
comunitaria, campañas dirigidas a la opinión pública,
programas de empleo, y reformas globales de los
servicios de bienestar, sanitarios y educativos. Estos
servicios parecen ser efectivos fundamentalmente con las
familias en riesgo de negligencia de las tareas propias de
la paternidad, lo cual es importante porque estas familias
que son negligentes con sus hijos parecen elevar de modo
importante el que sus hijos se conviertan en delincuentes
juveniles (Kazemian et al., 2011).
Finalmente, la explicación que ha obtenido un consenso
más amplio en la literatura es la ofrecida por el modelo
social-interaccional (Burgess, 1979; Parke y Collmer,
1975; Wolfe, 1987). Basado en el estudio empírico de las
interacciones familiares y en la teoría del aprendizaje
social, este modelo explica la etiología de los malos tratos
a través del análisis de los procesos psicológicos
(percepciones, atribuciones, afrontamiento del estrés, la
expresión del afecto y la ira, la activación emocional
excesiva e inadecuada), que condicionan las interacciones
entre padres e hijos, y que sirven de mediación entre las
variables individuales y los factores ambientales.
El estudio de las características conductuales, cognitivas
y afectivas de los padres y niños de las familias en riesgo
ha permitido conocer una serie de déficits específicos de
estas familias. Los más significativos son los siguientes:
pobres habilidades de manejo del estrés y de los
conflictos maritales, conocimiento insuficiente de
métodos alternativos de disciplina, pobres habilidades
para el cuidado del niño (ej. supervisión, nutrición,
cuidados médicos), escaso conocimiento de las etapas
evolutivas del niño, atribuciones y expectativas
distorsionadas de la conducta infantil, pobre comprensión
de las formas adecuadas de manifestación del afecto, y
mayores tasas de activación emocional (LaRose y Wolfe,
1987). De acuerdo con estos déficit, los programas de
intervención basados en este modelo han acentuado los
métodos educativos para mejorar la competencia de los
padres y los niños, los programas desarrollados en el
hogar, los grupos de apoyo, y los servicios comunitarios
necesarios (guarderías, programas recreativos, atención en
los períodos de crisis), para aliviar las situaciones de
estrés familiar (Wolfe, Kaufman, Aragona y Sandler,
1981). La literatura ha señalado, además, la adecuación y
efectividad de estas estrategias con aquellas familias que
experimentan el maltrato físico y emocional.
Ahora bien, Widom (2003) hizo una llamada de alerta
en la lucha contra el maltrato infantil que es importante
recordar: si bien es necesario identificar de forma
temprana aquellas familias donde se produce el maltrato,
resulta crítico tener en cuenta también los posibles efectos
estigmatizadores de etiquetar a un niño como
“maltratado·” y exponerlo a servicios de atención que
puedan dañar sus expectativas de crecer como un niño
“normal”. Este peligro se puso de relieve en una reciente
investigación de Kazemian et al. (2011), quienes hallaron
en el análisis de la muestra longitudinal del estudio
Cambridge que el haber sufrido maltrato infantil en forma
de negligencia predecía un registro delictivo durante la
adolescencia, pero no la delincuencia autoinformada por
los propios jóvenes, lo que implicaba que, de algún modo,
la atención otorgada a los menores maltratados tenía una
relación con el hecho de que luego fueran considerados
delincuentes juveniles.

16.6.4. Líneas para la prevención


A pesar de todas las dificultades, la investigación
realizada sobre el maltrato ha destacado suficientes
indicadores para diseñar programas preventivos y
terapéuticos. Por ejemplo, sabemos:
1. Que el riesgo de maltrato está asociado a variables de
personalidad, sociodemográficas y de la situación
familiar. Con respecto a las primeras, los padres suelen
ser personas frustradas, autoritarias, impulsivas, poco
asertivas, con baja tolerancia a la frustración, escasas
habilidades para manejar eventos estresantes, dificultad
para expresar afecto y ofrecer protección, inestables
emocionalmente, con baja autoestima1, y muchos de ellos,
cuando niños, estuvieron expuestos a una disciplina rígida
y fueron víctimas de maltrato; por su parte, los niños
suelen presentar algún tipo de retraso psicomotor,
agresividad incontrolada y carácter explosivo (Flórez,
1987; Wolfe, 1992; De Paúl, 1994).
Las variables sociodemográficas más importantes son
los bajos ingresos, la pobreza, la ausencia de apoyos
sociales, y el hacinamiento (Flórez, 1987; Garrido y
Marín, 1991). El maltrato suele atribuirse a grupos
minoritarios con escasos recursos económicos, pero en
realidad es un fenómeno que no discrimina entre clases
sociales: se da en todos los grupos, aunque en aquéllos
donde las carencias sociales y materiales son un mal
endémico, el riesgo puede ser mayor dada la cantidad de
problemas a los que se enfrentan diariamente (Flórez,
1987; Garrido y Marín, 1991).
Finalmente, la situación familiar suele caracterizarse por
una fuerte presencia de eventos estresantes, aislamiento,
falta de apoyo familiar, bajo nivel educativo,
desavenencias conyugales, embarazos no deseados,
madres adolescentes, consumo de alcohol, e historias de
desempleo o empleo provisional (Christensen et al., 1994;
Flórez Lozano, 1987; Meier, 1989; Hotaling, Straus y
Lincoln, 1989; De Paúl, 1994).
Un trabajo significativo sobre las características de las
familias donde ha habido maltrato infantil es el realizado
por Fernández del Valle et al. (1999; citado en Fernández
del Valle y Bravo, 2002), que analizó las residencias de
protección infantil de Asturias.
CUADRO 16.10. Factores familiares en el momento del ingreso
Problemática familiar Frecuencia (N=272) Porcentaje
Conducta violenta 205 75,4
Desorganización doméstica 178 65,4
Dificultades económicas 177 65,1
Toxicomanías 154 56,6
Desempleo 112 41,2
Prostitución 81 29,8
Fallecido uno o ambos padres 61 22,4
Prisión 34 12,5

Fuente: Fernández del Valle et al., (1999), citado en Fernández del Valle y
Bravo (2002)

Aquí vemos —señalan los autores— que es muy alta la


incidencia de problemas de violencia en el hogar, unido a
una pobre organización y dificultades económicas, siendo
elevada la tasa de desempleo en esta población. La
presencia de toxicomanías alude principalmente a
problemas de alcoholismo en el padre (29% de los casos),
aunque también es alta la incidencia de este tipo de
dependencia en ambos padres (8%).
2. Que una dinámica familiar poco afectiva y autoritaria,
con relaciones agresivas entre sus componentes y
prácticas de crianza inconsistentes y erráticas, inciden en
el bajo autocontrol de los niños y en su desobediencia;
esto a su vez conlleva un incremento de la hostilidad y un
modelado de la agresión como recurso eficaz y válido
para hacer frente a los conflictos interpersonales y las
tensiones diarias (Wolfe, 1992; Sarasua, Zubizarreta,
Echeburúa, y De Corral, 1994). De hecho, existen
familias que aceptan que el castigo físico severo, en
ciertas circunstancias, es una medida disciplinaria
acertada para controlar y educar a los hijos (Flórez, 1987;
Meier, 1989).
En la medida que se experimenta la violencia como
parte de la socialización familiar, el riesgo de convertirse
en una futura persona con conducta violenta antisocial se
incrementa. Feshbach (1980), por ejemplo, mantiene que
“el mejor predictor de la violencia juvenil es la
socialización en una familia donde la violencia… es un
hecho común” (p. 56). Parece lógico, si la agresividad
forma parte de los patrones de conducta habituales en la
familia, el niño no sólo carece de modelos prosociales de
los que aprender, sino que tiene más oportunidades de
imitar las respuestas violentas predominantes de su
entorno y adaptarlas a su repertorio conductual.
3. Que el maltrato psíquico o emocional recurrente
(insultos, humillaciones, burlas, amenazas, hostilidad
verbal, etc.), puede tener efectos incluso más perjudiciales
que el maltrato físico por sí mismo (Wolfe, 1992). No
obstante, el maltrato verbal suele concluir en maltrato
físico (Flórez, 1987).
4. Que los efectos del maltrato no sólo son perceptibles
a corto plazo (patologías emocionales y alteraciones
nerviosas, trastornos del sueño, del lenguaje y bajo
rendimiento escolar), sino que sus consecuencias se
mantienen a largo plazo afectando a tres dimensiones
básicas del desarrollo del ser humano: la dimensión
conductual (v.g., agresividad, pobre autocontrol,
hostilidad, desobediencia), la dimensión socioemocional
(v.g., pobres vínculos interpersonales, problemas de
empatía, dificultad en expresar los sentimientos,
retraimiento), y la dimensión social y cognitiva (v.g.,
pensamiento egocéntrico, aislamiento, soledad, bajo
rendimiento escolar) (Flórez, 1987; Wolfe, 1992). Por
otra parte, la investigación reciente señala la influencia de
los malos tratos en la infancia en el desarrollo de diversas
patologías mentales en la edad adulta (Keyes et al, 2011).
5. Y que existe una creciente aceptación de que las
experiencias infantiles de negligencia y abuso (físico,
psíquico y sexual) pueden desencadenar posteriormente
un comportamiento antisocial, violento o delincuente, o al
menos ser un indicador de riesgo importante para que esto
ocurra (Wolfe, 1992; Florez, 1987; Gray, 1988; Lewis,
Mallouh y Webb, 1989; ver Silva et al., 2012, para una
discusión de los resultados contradictorios hallados). Es
cierto que muchos niños que fueron abusados no se han
convertido en delincuentes; pero también lo es, que una
considerable proporción de delincuentes, especialmente
los más violentos, fueron gravemente maltratados. Por
ejemplo, en un estudio de seguimiento de 4.000 niños que
habían sufrido maltrato, se reveló que más de un 20%
había sido objeto de procesamiento penal en el plazo de
20 años cubierto por el estudio; un porcentaje
probablemente inferior al que verdaderamente se produjo
(Newberger, 1982).
Por ello, todo esfuerzo preventivo que se haga en esta
dirección es importante, al menos por dos razones
(Nietzel y Himelein, 1986). La primera, porque el
maltrato de la mujer o los hijos es un delito en sí mismo, y
especialmente oneroso para la sociedad. La segunda,
porque aunque los resultados todavía no son concluyentes
en relación a la dirección que sigue el curso desde un
hogar abusivo hacia la delincuencia (Wilson y Herrnstein,
1985), lo cierto es que los niños que sufren maltrato
presentan una mayor gama de problemas de conducta y de
desajustes sociales que los niños sin maltrato, y tienen
más probabilidades de convertirse en personas adultas
maltratadoras (Besharov, 1987; Lane y Davis, 1987;
Flórez, 1987; Hotaling et al., 1989).
Para Wolfe (1992: 271) los objetivos básicos de toda
intervención, “deben incluir diferentes acciones dirigidas
no sólo a interrumpir los patrones de relación familiar
desviados, sino también a proporcionar recursos
personales o sociales que aumenten la competencia de los
padres en su familia y comunidad”.
Algunas de estas acciones podrían ser: enseñar a los
padres habilidades de relación interpersonal; técnicas de
relajación y de autocontrol de la impulsividad y la cólera,
de resolución de problemas, y de enfrentamiento al estrés
y a situaciones de conflicto; métodos de crianza y
disciplina basados en la comprensión, la seguridad y el
afecto; medios de contactar con los servicios de apoyo
social existentes; y, programas de estimulación infantil
que se centraran en las áreas relacionadas con el lenguaje
y las relaciones sociales (Wolfe, 1992).

16.7. MALTRATO A LOS ANCIANOS


Tal vez la forma de violencia familiar que fue
reconocida con mayor retraso fue el maltrato a los
ancianos, fenómeno que dio lugar a la realización de
diversos estudios criminológicos y victimológicos en las
dos últimas décadas del siglo XX (De Paul y Larrión,
2006). Uno de los primeros acercamientos integrales a
este tema en España tuvo lugar en el marco de un curso de
verano organizado a mediados de la pasada década por el
Instituto Vasco de Criminología (De la Cuesta
Arzamendi, 2006).
La Organización Mundial de la Salud definió, en su
Declaración de Toronto, el maltrato de que son objeto las
personas mayores indefensas por parte de aquellas otras
que se encargan de sus cuidado como “aquellos actos,
sean únicos, reiterativos, o por omisión, que se produzcan
en cualquier relación sobre la base de una expectativa de
confianza por parte de una persona mayor, que le
ocasionen dolor o sufrimiento” (Acale Sánchez, 2010:
90).
Palazón y Oliva (2012) han estudiado desde la
perspectiva victimológica el problema de los malos tratos
a los ancianos. En su estudio, señalan estos diferentes
tipos de malos tratos existentes:
Malos tratos físicos. Es el uso de la fuerza física que
ocasiona heridas, dolor o lesiones corporales. También
pertenecen a esta categoría de abuso las restricciones y
confinamientos no pertinentes con medios no apropiados,
como por ejemplo, las ataduras realizadas sin las medidas
de sujeción recomendadas, o el inadecuado uso de
fármacos sin control médico. La alimentación forzada y
cualquier tipo de castigo físico.
Malos tratos psicológicos/emocionales. Es infligir
angustia, pena o estrés a través de actos o palabras. Se
pueden reconocer cuando hay agresiones verbales
repetidas (gritos e insultos), intimidaciones o amenazas.
También acciones denigrantes que hieran o atenten contra
la autoestima o la dignidad, como pueden ser el
aislamiento, la privación o la infantilización.
Malos tratos de tipo sexual. Incluye todo acto sexual sin
consentimiento, la violación, los tocamientos, los
atentados contra el pudor, como por ejemplo, el acoso y la
realización de pornografía. También cualquier contacto
sexual con una persona mayor que sea incapaz de poder
dar su consentimiento explícito.
Malos tratos económicos/financieros. Es el uso ilegal o
indebido de propiedades o finanzas pertenecientes a una
persona mayor. Negar el derecho al acceso y control de
los fondos personales. Los fraudes, robos o hurtos
cometidos por una persona de confianza del anciano. La
modificación forzada, coercida o engañosa del testamento
u otros documentos jurídicos.
Negligencia. Es no atender las necesidades básicas de
una persona mayor como son la salud, la alimentación, el
vestir, la higiene personal y la vivienda. La negligencia
puede ser no intencionada o intencionada, según la
conciencia o conocimiento que tenga el que la ejerce.
Puede ser activa o pasiva (omisión, cuando se deja de
hacer o de actuar en un momento en que se debería).
Abandono. Se considera abandono a la deserción
completa por parte de la persona que ejerce como
cuidador o responsable. Se puede reconocer cuando una
persona que depende de otros es dejada en una institución,
lugar público o en el propio domicilio, sin supervisión ni
apoyo.
No debe confundirse el concepto abandono con el de
negligencia ya que en muchos casos hay una confusión
semántica al usarse la expresión “está muy abandonado”
para expresar descuido o negligencia.
Autonegligencia. Cuando el comportamiento de una
persona mayor amenaza su propia vida, salud o bienestar,
por ejemplo, cuando rechaza una vivienda, comer, lavarse
o vestirse. Se reconocen por ser personas que han perdido
su capacidad para garantizar su propio bienestar.
Quedan excluidas del concepto de autonegligencia las
actuaciones voluntarias por parte de una persona mayor
competente que realiza conscientemente y por decisión
propia estos tipos de comportamientos, aunque sea para
llamar la atención; en definitiva, si se trata de una forma
de vida que puede parecer negligente a los demás pero de
la cual el anciano es plenamente consciente.
Vulneración de los derechos. Comprende la pérdida del
derecho a la intimidad o privacidad o pertenencias. La
negación del derecho a decidir sobre aspectos de la vida
privada como casarse, divorciarse, recibir visitas o
relacionarse con amigos. Incluye también forzar el
ingreso en una residencia o institución así como el
desalojo del domicilio propio (acoso inmobiliario).
Todas las formas de malos tratos llevan implícita una
vulneración de los derechos de las personas mayores y
por tanto en este apartado se incluyen solo los aspectos no
contemplados en las demás tipologías y que suponen un
maltrato per se.
Tal y como indican estos autores, el maltrato a los
ancianos ha sido el último delito en ser reconocido como
importante, debido a que sus víctimas son grupos
vulnerables y con escaso poder social. Pero recientemente
las cosas están cambiando: “Prueba de ello es el impulso
que Naciones Unidas a través de la OMS viene
desarrollando desde 2002, con motivo de la celebración
de la II Asamblea Mundial del Envejecimiento. En
coordinación con este organismo, la Red Internacional
para la prevención del maltrato hacia las Personas
Mayores (INPEA), hace público el informe «Voces
ausentes» que se ha convertido en referente para la puesta
en marcha de procesos de investigación-acción en muchos
países del mundo” (Palazón y Oliva, 2012: 5-6).
Por desgracia cuestiones de espacio nos impiden
ocuparnos con más extensión de este ámbito, el cual no
obstante está ahora en sus comienzos por lo que respecta a
la investigación. Pero no cabe duda de que el
envejecimiento de la población mundial, con un número
creciente de personas longevas10, hace del maltrato a los
ancianos un tema de gran importancia para la
victimología de los próximos años.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. El hogar es uno de los lugares más violentos en nuestra sociedad. Los
investigadores han de afinar sus métodos para comprender mejor la agresión
conyugal y de pareja, pero la justicia ha de vencer muchos de sus prejuicios y sus
procedimientos obsoletos para responder adecuadamente ante situaciones que,
muchas veces, quedan impunes.
2. Los estudios sobre el síndrome de la mujer maltratada nos indican que la mujer
permanece largo tiempo en una situación de maltrato por una serie de
circunstancias psicológicas y sociales que hacen que se sienta atrapada; en todo
caso ella no es la culpable. La intervención del sistema de justicia y de los
servicios sociales ha de comprender adecuadamente este fenómeno para intervenir
antes de que sea demasiado tarde.
3. Como demuestra la teoría intergeneracional de la violencia, se torna una exigencia
de los próximos años prevenir los malos tratos de pareja; no se puede olvidar que
muchos agresores y víctimas de malos tratos aprendieron ese estilo de relación en
sus hogares, cuando eran niños. Educar en actitudes contrarias al control como
sinónimo de amor y a la violencia es una necesidad. La ley por sí sola no parece
que pueda acabar con este problema.
4. La criminalidad en la comunidad y en el hogar están relacionadas. Un barrio
violento suele tener más hogares violentos que otro con una menor tasa de
delincuencia. Ello demuestra que los problemas tienden a asociarse: cuando las
personas con un estilo de vida violento se agrupan en mayor medida en una zona
determinada, la violencia aumentará dentro y fuera de casa. Las políticas de
prevención del delito deberían recordar este hecho.
5. La Ley de Protección Integral contra la violencia de género castiga con mucha
severidad a los agresores. Sin embargo, apenas facilita la “neutralización” de los
hombres que matarán a sus parejas, mientras que convierte a muchos agresores, de
forma indiscriminada, en potenciales sospechosos de lo peor.
6. Los malos tratos a los niños permanecen, en muchos casos, ocultos ante la sociedad
y la justicia. A pesar de que en los malos tratos físicos ha habido adelantos
importantes en los últimos años en su detección y atención, todavía sólo una
pequeña parte responde ante la ley. Además de profundizar en su persecución, es
obvio que se trata, sobre todo, de un fenómeno que ha de ser prevenido en su
primera manifestación.
7. Sigue siendo una asignatura pendiente en nuestro país la inexistencia de programas
de tratamiento para padres que abusan o maltratan a sus hijos. Las condenas a
prisión —cuando se producen— no suelen ser respuestas eficaces. Podrían
emplearse medidas sustitutivas a la prisión, o cuando menos, emplearse la libertad
condicional, como medios para que los agresores tuvieran opción de modificar ese
estilo de relación con sus hijos.
8. Los malos tratos y la delincuencia están relacionados; muchos delincuentes
sufrieron malos tratos en su infancia. Prevenir los malos tratos es una forma de
prevenir la delincuencia.
9. La violencia a los ancianos es un tema que solo recientemente empieza a ser
estudiado por la Criminología. Sin embargo, las personas mayores aumentan cada
vez más en la población, y la expectativa es ascendente en los dos próximos
decenios. Al alargarse la vida, las oportunidades para que se encuentren aquellos
en situación de vulnerabilidad también aumentan, lo que nos obliga a ser
vigilantes en la prevención de estos abusos.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Cuál era la perspectiva tradicional acerca de la violencia en la familia?
2. Resume las principales características de los modelos teóricos que han explicado el
maltrato a la mujer.
3. ¿En qué consiste la teoría de las tres etapas de L. Walker?
4. ¿Cuáles son los elementos comunes que existen entre la violencia familiar y la
comunitaria?
5. ¿Cuáles son las ideas más importantes para la prevención del maltrato a la mujer?
6. ¿Qué se puede concluir de los modernos estudios desarrollados en España?
7. ¿Cuántos tipos hay de maltrato infantil?
8. ¿Qué factores de riesgo se asocian con el maltrato, tanto en las familias como en
los niños?

9. ¿Puedes hacer un perfil del sujeto que maltrata a los niños?


10. ¿Qué teoría parece explicar mejor el fenómeno de los malos tratos?
11. ¿Cuáles son las líneas fundamentales para la prevención de los malos tratos?
12. ¿Qué tipos de malos tratos pueden aplicarse a los ancianos?

1 En su libro Manual de violencia familiar (1998, Siglo XXI), Echeburúa y


Paz del Corral presentan de forma rigurosa y sencilla los conocimientos
más recientes para los especialistas en el tratamiento de agresores y
víctimas de este delito.
2 La formidable corrupción urbanística en Marbella, cuyo expediente judicial
empezó a instruirse en 1991, no llegó a los tribunales hasta 2005.
3 Entre otras cosas, esta Ley resuelve el problema procesal de averiguar lo
que son los malos tratos habituales. Antes, entre 1995 y 2003, habría que
probar la existencia de una serie de episodios de violencia física. Cada
uno de estos constituían una mera falta, mientras la habitualidad lo
convertía en un delito, que podría dar lugar a decretar prisión provisional
y penas de cárcel. Sin embargo no era nada fácil documentar una serie de
episodios violentos. Una bofetada, por ejemplo, no deja huellas visibles si
uno no acude al médico inmediatamente. La Ley 11/2002 resuelve este
problema de una forma radical.
4 Los órganos judiciales tramitaron 76.267 denuncias por malos tratos
familiares en el año 2003. Estos casos desbordan los juzgados de
instrucción.
5 Suecia: Brottsbalken 4. kapittel 4a §, introducido el 1 de julio de 1998.
Noruega introdujo un reforzamiento de su CP el 21 de diciembre de 2005,
en su artículo (§) 219. Ambas reformas tipifican la violencia habitual,
incluyen la violencia psíquica y endurecen los castigos. Para la situación
anterior véase La violencia en el entorno doméstico: un análisis de
derecho comparado en Europa / Miguel Domingo Olmedo Cardenete En:
Estudios penales sobre violencia doméstica / Coord. por Lorenzo Morillas
Cueva, 2002, ISBN 84-8494-051-9, pp. 609-658.
6 El otro extremo es Islandia, un país con 290.000 habitantes, donde puede
pasar un año sin un solo homicidio. La única forma de incluirlo en la tabla
es utilizar datos sobre una década entera. Han ocurrido dos homicidios en
la pareja en Islandia durante los últimos 10 años. En ambos casos, la
víctima fue un varón y la autora una mujer.
7 En total viven 23,7 millones de mujeres en España, de las cuales entre 50 y
70 mueren al año asesinadas por su pareja o expareja, es decir alrededor
de una de cada 400.000 mujeres en la población.
8 Este cálculo está basado en el caso español, a partir de un número estimado
de unos 13 millones de matrimonios y parejas de hecho. El razonamiento
es el siguiente: ocurren malos tratos en algo más de un millón de parejas,
de las cuales unas 60 acaban anualmente en un homicidio de la mujer, es
decir que la probabilidad de asesinato en parejas con historia previa de
maltrato puede ser de 1:20.000. Los restantes 20 homicidios de la pareja
que pueden producirse suelen ocurrir sin aviso previo en forma de malos
tratos. Véase también cálculos sobre la certeza de las amenazas de matar a
la mujer en Sherman, 1991:87.
9 Es interesante señalar que el programa, desarrollado en la Agencia “Change
Ways”, de Londres, en Canadá (no Inglaterra), tenía dos fases: la básica
(de 20 semanas) y la avanzada (14-20 semanas). Sólo del 20 al 30 por
ciento de los sujetos que asistían al curso (voluntarios y enviados por el
tribunal), pasaban a la segunda etapa.
10 En la actualidad el 16.7% de la población española tiene más de 65 años, y
según las expectativas demográficas del Instituto Nacional de Estadística
(INE), la proporción llegará al 27% en 2039. Ver:
http://www.ine.es/inebmenu/mnu_cifraspob.htm#4.
17. DELINCUENCIA
ECONÓMICA Y CRIMEN
ORGANIZADO
17.1. LA DELINCUENCIA ECONÓMICA O DE CUELLO
BLANCO 783
17.1.1. Definición y tipos 785
17.1.2. Teorías de la delincuencia de cuello blanco 787
17.1.3. Los delincuentes y su psicología 789
17.1.4. El fraude telemático 794
A) Un círculo más amplio de víctimas potenciales 798
B) Conclusiones a la delincuencia telemática o ‘cibercrimen’
800
17.1.5. Corrupción en la administración pública 800
17.1.6. Modalidades de la corrupción 801
17.1.7. Las explicaciones de la corrupción 803
17.1.8. La prevención y respuesta ante el delito de cuello blanco o
económico 807
17.2. CRIMEN ORGANIZADO 808
17.2.1. Un mercado internacional 814
17.2.2. Los integrantes de los grupos mafiosos 816
17.2.3. La respuesta ante el crimen organizado 818
17.2.4. ¿Se puede acabar con el crimen organizado? El caso de
México 820
17.3. CONCLUSIONES 823
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 824
CUESTIONES DE ESTUDIO 825

En este capítulo nos ocupamos de dos modalidades de


delincuencia que, desgraciadamente, en este segundo
decenio del siglo XXI gozan de excelente salud: la
delincuencia económica, financiera, o de cuello blanco, y
el crimen organizado. Debido a la progresiva expansión
de este último, parte de su actividad ilegal se auxilia del
concurso de políticos y empresarios, quienes colaboran en
el lavado de dinero resultante del tráfico ilícito de drogas,
mercancías o personas. Es decir, en la actualidad hay
crecientes conexiones entre el delito económico y el
crimen organizado, y la suma de ambas amenazas
constituye un gravísimo problema para la estabilidad y
prosperidad de todas las naciones del mundo, en mayor o
menor medida, así como una causa poderosa para el
sufrimiento humano.

17.1. LA DELINCUENCIA ECONÓMICA O


DE CUELLO BLANCO
Muchos consideran al derecho penal como un
instrumento para controlar a los pobres y marginados,
mientras que a las infracciones cometidas por personas
poderosas y con buen nivel social se responde de una
forma más suave y discreta. Por desgracia la crisis
económica en la que está inmersa el mundo occidental
desde el año 2008 está ofreciendo muchos ejemplos de la
gran dificultad que tienen los estados para combatir la
corrupción y las prácticas delictivas en el mundo de la
economía y la práctica financiera. En parte esa dificultad
viene dada porque algunas de esas prácticas son
inmorales, pero no delictivas. Por ejemplo, todos hemos
sido testigos de cómo ejecutivos que llevaron a diversos
bancos a la ruina se retiraron de sus cargos cobrando unas
indemnizaciones millonarias. Y no cabe duda de que las
personas que ostentan un lugar prominente tienen mayor
facilidad para quedar libres de cargo, aunque solo sea
porque representan estilos de vida aceptados por muchos
de los que comparten su esfera laboral: el anterior
presidente del Tribunal Supremo de España, Carlos Dívar,
fue forzado a dimitir cuando fue incapaz de explicar en
qué estaba trabajando cuando gastaba cuantiosas sumas
de dinero en un hotel de lujo en Marbella a cargo del
erario público, pero la acusación penal no prosperó
Por otra parte, sobre la delincuencia económica existe
menos documentación pública en forma de estadísticas y
sentencias, por la propia naturaleza compleja de los
delitos que se cometen. Es mucho más fácil entrevistar a
un grupo de delincuentes comunes en la cárcel y
complementar la información que tiene la policía sobre su
forma de delinquir que a un grupo de delincuentes
económicos. Los implicados suelen estar poco dispuestos
a abrir sus archivos a la ciencia, o a participar en
entrevistas o encuestas. Junto a esto, las actividades
realizadas en entramados financieros y políticos también
son más arduas de estudiar. No obstante, hay que decir
que nuestro conocimiento de estos delitos han aumentado
de modo importante en los últimos años, porque ha ido
creciendo la comprensión de los graves daños que causa
esta delincuencia a la sociedad.

17.1.1. Definición y tipos


La investigación criminológica del mundo empresarial
empezó cuando Edwin Sutherland lanzó el concepto de
“La delincuencia de cuello blanco” en un artículo
publicado en el año 1939. Utilizó el concepto en una
forma poco precisa refiriéndose a la delincuencia de:
“Personas respetables o, en último término, respetadas, hombres de
negocios y profesionales… La delincuencia de cuello blanco en el
mundo de los negocios se manifiesta sobre todo bajo la forma de
manipulación de los informes financieros de compañías, la falsa
declaración de los stocks de mercancías, los sobornos comerciales, la
corrupción de funcionarios realizada directa e indirectamente para
conseguir contratos y leyes favorables, la tergiversación de los
anuncios y del arte de vender, los desfalcos y la malversación de
fondos, los trucajes de pesos y medidas, la catalogación errónea de las
mercancías, los fraudes fiscales y la desviación de fondos realizada
por funcionarios y consignatarios” (Sutherland, 1993b: 219 y 222).

En este artículo, y con más profundidad en un libro


posterior (1949), Sutherland aplicó su teoría de la
asociación diferencial (véase capítulo 8) sobre la
delincuencia económica. Las prácticas delictivas de
representantes de grandes empresas eran, según él,
aprendidas, directa o indirectamente de quienes ya las
ejercían. En este libro define el delito de cuello blanco
como un “delito que es cometido por una persona de
consideración y elevado estatus social en el desarrollo de
su profesión”. Esta definición incluye un amplio abanico
de actividades, matizado y dividido en varias
subcategorías por autores posteriores.
Esta definición de Sutherland fue criticada por ser poco
específica y por centrarse demasiado en la figura del
delincuente y poco en los delitos. Una definición más
actual sería la siguiente: “El delito de cuello blanco es un
acto ilegal o una serie de actos ilegales cometidos con
ocultamiento y engaño, con objeto de obtener dinero y
propiedades, evitar perder dinero o propiedades, o para
obtener una ganancia para uno mismo o para su empresa”
(Brody y Khiele, 2010: 351-352). Aquí vemos que el
énfasis ya no se pone en la característica de ser alguien
importante, director o ejecutivo, porque se reconoce el
hecho de que el autor puede ser también un individuo en
una posición subordinada dentro de una empresa.
Otra cuestión que aparece en esta definición es que el
beneficiario de la acción delictiva puede ser el sujeto o la
empresa para la que trabaja o posee. Esta división da lugar
en realidad a dos tipos de delincuencia económica o de
cuello blanco, recogidos por Clinard y Quinney (1994),
quienes distinguen entre la “delincuencia corporativa”,
para abarcar delitos cometidos por representantes de
grandes empresas para mejorar la situación económica de
éstas, y la “delincuencia ocupacional”, que comprende los
delitos cometidos por individuos en su interés particular,
aprovechándose de su posición en la empresa, y con
frecuencia dirigidos contra la empresa misma. Por
ejemplo, un sujeto puede vender tecnología desarrollada
en su organización o información privilegiada sobre sus
próximas operaciones a empresas de la competencia. O de
un modo más tradicional y sencillo, trabajadores y
proveedores pueden sustraer de las empresas para las que
trabajan productos para su venta y obtener así un
beneficio económico extra.
El Código penal español distingue entre la apropiación
indebida de caudales públicos y privados. Si la actividad
se dirige contra una persona o una compañía privada, se
tipifica como hurto o apropiación indebida, según las
circunstancias. Si se trata de autoridades o funcionarios
públicos que desvían fondos públicos, el delito es el de
malversación de caudales.
Bajo la rúbrica de delincuencia de cuello blanco o
delincuencia económica se incluye entonces una lista muy
amplia de acciones delictivas, tales como violaciones de
las leyes de la competencia, fraudes bancarios, quiebras
fraudulentas, sobornos, fraude a los consumidores, estafas
mediante internet, estafas mediante el uso ilegítimo
telemático de cuentas bancarias y tarjetas de crédito,
espionaje industrial, corrupción política, chantaje y
extorsión, estafas económicas (por ejemplo el famoso
“esquema o pirámide de Ponzi”), etc. Todos estos actos
ilegales tienen como común denominador que el autor
obtiene una ganancia a partir de una víctima que no
sospecha que está siendo engañada (otra cuestión es si tal
víctima debiera haber sido más diligente en sus acciones,
lo cual es obviamente otro asunto).
Por su parte, Pickett y Pickett (2002) describieron el
delito financiero como el uso del engaño para obtener una
ganancia ilegítima, normalmente abusando de la
confianza de los demás y ocultando la naturaleza
verdadera de sus intenciones. Ellos usan los términos
delito financiero, delito de cuello blanco y fraude como
sinónimos. El delito financiero suele implicar algún tipo
de fraude, además de otras actividades como estafas,
lavado de dinero, robo de identidad, evasión de
impuestos, ataques cibernéticos y sobornos. Una cuestión
importante es que el delito financiero puede a su vez
acompañarse de delitos más tradicionales como agresión,
robo e incluso asesinato. Las víctimas son muy
numerosas, desde individuos a instituciones,
corporaciones, gobiernos e incluso la economía total de
un país (Gottschalk, 2010).
Se entiende así la extraordinaria importancia de la
delincuencia de cuello blanco, que puede afectar a todos
los niveles e instituciones de la sociedad. Michel (2008)
señala que esta delincuencia está motivada o impulsada
por la oportunidad, actuando de forma flexible de acuerdo
con el tipo de delincuentes implicados: la oportunidad
emerge cuando gente sin escrúpulos se puede aprovechar
de una debilidad o fallo del sistema. Por ejemplo, en un
periodo reciente en España determinados bancos se
dedicaron a estafar a clientes poco alertados del riesgo
que corrían mediante la venta de activos financieros de
alto riesgo. Cuando los bancos se hundieron, el clamor de
los afectados puso de relieve las prácticas engañosas de
los bancos, y la justicia tuvo que intervenir, al igual que el
Estado, quien legisló para impedir que esa práctica de
venta de activos pudiera realizarse del modo en que se
había llevado a cabo hasta esos momentos.
La delincuencia de cuello blanco contiene los siguientes
componentes (Pickett y Pickett, 2002):
1. Emplea el engaño: la mentira, el ocultamiento, la
manipulación de la verdad.
2. Es intencional: el fraude no es el resultado de una
negligencia o un error, sino que es el resultado de un
plan premeditado para obtener un beneficio ilegal.
3. Supone la quiebra de la confianza, que es el elemento
fundamental que está implícito en la práctica
comercial o pública honestas.
4. Supone pérdidas, tanto de dinero, propiedades u otro
tipo de ventajas o ganancias.
5. Puede quedar oculto: el delito de cuello blanco puede
quedar oculto de forma indefinida. La realidad y la
apariencia no siempre coinciden; por consiguiente,
cada transacción de negocios, contrato o acuerdo
puede ser alterado para dar una apariencia de
regularidad, lo que puede resultar en que el delito
continúe durante años.

17.1.2. Teorías de la delincuencia de cuello


blanco
Clinard y Quinney (1994) resumen y aplican varias
teorías criminológicas a la delincuencia de cuello blanco.
Aparte de la teoría de la asociación diferencial de
Sutherland, es también de utilidad la teoría de
oportunidad diferencial de Cloward y Ohlin (véase
capítulo 6). Una empresa persigue un fin claramente
definido y socialmente aceptable: el beneficio. Si los
ingresos son menos elevados que los gastos, la empresa se
hunde. Si la empresa no puede ganar dinero en una forma
legítima, lo conseguirá con fraudes o subvenciones
públicas fraudulentas, falsificaciones o adulteración de
productos. Igual que la delincuencia juvenil puede
considerarse una forma ilegítima de conseguir bienes que
no se obtienen en una forma legal, la delincuencia
corporativa puede ser considerada una forma ilegítima de
conseguir el beneficio empresarial.
También se pueden aplicar a este sector delictivo las
teorías sobre subculturas (capítulo 6) de manera que cabe
decir que se desarrollan unas normas éticas dentro de la
empresa que contrastan con los valores dominantes en la
sociedad. Además, se pueden utilizar también las teorías
sobre el delito como elección (capítulo 10), y ver la
infracción de normas que regulan la actividad económica
como algo lógico. El enfoque, según esta perspectiva, no
está en la explicación de la conducta delictiva, sino en un
análisis del sistema de control que puede refrenar la
actividad empresarial ilícita. En el apartado siguiente
presentaremos una teoría integrada que emplea el
concepto de “oportunidad para el delito”, concepto
destacado dentro del paradigma del delito como elección
racional. Debido a que pone el énfasis en el componente
cognitivo de la acción delictiva, la pasamos a exponer en
el siguiente apartado donde nos ocupamos de la
psicología de este tipo de delincuente.
¿Hay más delincuencia de cuello blanco en épocas de
crisis económica? Una postura se basa en considerar que
las normas éticas de la profesión tienden a derrumbarse en
situaciones de crisis económica. Shaw y Szwajkowsky
(1975) estudiaron 500 empresas durante un período de 5
años, y concluyeron que las que tuvieron dificultades
económicas fueron las que más infracciones cometieron.
Clinard y Yeager (1980) y Sally Simpson (1987)
introdujeron más matices. En su estudio constataron que
todas las compañías podían cometer infracciones, pero
que las infracciones eran más graves cuando se producían
en un contexto de crisis de crisis económica. Ahora bien,
esta opinión tiene sus detractores, porque en épocas de
bonanza muchos sujetos pueden hacer uso de recursos
económicos para corromper y obtener cuantiosos
beneficios económicos al calor de la prosperidad de
muchos negocios rápidos. España ha sido un buen
ejemplo en años recientes.
Stangeland (1980) opina que las empresas grandes y
poderosas tienen muchas más posibilidades de ejercer
presión política y conseguir leyes, decretos y reglamentos
que les favorezcan. No tienen que violar la ley con tanta
frecuencia, porque la normativa suele estar hecha a su
gusto, es decir, a favor de las grandes entidades y en
detrimento de la pequeña empresa.
Por desarrollarse en los EEUU, donde el sector público
interviene menos en actividades económicas, la
investigación criminológica se ha concentrado
generalmente en la empresa privada, especialmente en las
grandes corporaciones. Las prácticas corruptas en el
sector público han sido vistas como un tema aparte. En
España, donde una parte más considerable del producto
nacional se gestiona por el Estado, debe tomarse más en
consideración el entramado entre políticos, funcionarios
públicos y las empresas privadas en el desarrollo de los
delitos económicos. Cuando, por ejemplo, una compañía
constructora paga una cantidad en efectivo a un político
que le ha facilitado un contrato de obra, estamos frente a
un delito de cohecho, una figura delictiva en la que
incurren ambas partes. Además, puede ser que el político
cobre esta comisión ilegal en nombre de un partido
político, mientras que en realidad solamente una pequeña
parte se destine a actividades políticas, y él se quede con
el resto. Estamos hablando de un solo hecho que
constituye corrupción política, delincuencia corporativa y
delincuencia ocupacional a la vez. No se pueden analizar
estos fenómenos por separado si verdaderamente forman
un conjunto.

17.1.3. Los delincuentes y su psicología


Un cambio importante acerca de la percepción del
delincuente de cuello blanco tiene que ver con el nivel
social económico que ostenta. Como señalamos
anteriormente, ciertos tipos de delitos como fraude
telemático, robo de identidad, fraude por correo y otros no
han de ser cometidos por grandes ejecutivos o
empresarios. Brody y Kiehl (2010) dicen que estos
delincuentes se pueden diferenciar poco de los
delincuentes comunes, salvo por el hecho de que pueden
disponer de una mayor educación y son mucho más
difíciles de rastrear porque pueden estar cometiendo los
delitos a miles de kilómetros de donde reside la víctima.
Otro punto de interés se relaciona con la aparente no
violencia de tales delitos. Actualmente sabemos que en
esta delincuencia puede haber mucha más violencia de la
esperada. Por ejemplo, en una investigación desarrollada
por Weisburd y Waring (2001) que examinó a una
muestra de delincuentes de cuello blanco sentenciados por
tribunales federales, halló que el 9.3% de los reincidentes
habían sido arrestados por vez primera por haber
cometido un delito violento. Además, otro 24.5% tenía
antecedentes por delitos violentos. La razón de esos actos
violentos varía, pero es muy habitual emplear la agresión
e incluso el asesinato cuando se tiene miedo de que se le
descubra; es decir, se golpea y se mata para seguir
manteniendo el fraude y el engaño.
Perri y Lichtenwald (2007: 18) han acuñado la
expresión “delito de cuello rojo” (red-collar crime) para
señalar a los delincuentes de cuello blanco que no dudan
en emplear la violencia para proteger sus acciones ilegales
y evitar ser detenidos por la justicia: “Este subgrupo lo
denominamos como delincuentes de cuello rojo porque se
mueven en el ámbito del delito de cuello blanco y, con el
tiempo, caen en el delito violento. En aquellas
circunstancias donde se sienten amenazados y temen ser
descubiertos, los delincuentes de cuello rojo cometen
actos brutales de violencia para silenciar a la gente que
han detectado sus engaños, en prevención de que sean
descubiertos”. Estos delincuentes, a juicio de estos
autores, recurren a la violencia porque perciben “la
detección del fraude como una amenaza existencial, un
golpe a su autoestima y, consecuentemente, actúan para
protegerse” (2007: 24). Pero no solo esto: también resulta
una buena razón para optar por el crimen las enormes
pérdidas que conlleva su detección como delincuente de
cuello blanco: ruina económica, quizás pena de prisión,
pérdida del estatus social, etc. El tránsito del fraude al
crimen actuaría como una huida hacia delante: frente a las
posibles pérdidas que el delincuente contempla con
creciente obsesión, las racionalizaciones para justificar el
acto violento (ejecutado o encargado por él) cada vez son
menos necesarias, porque llega un momento en que está
convencido de que solo tiene esa posibilidad.
Aunque la personalidad del delincuente de cuello blanco
ha sido menos estudiada que la de los delincuentes
comunes, en los últimos años ha habido un mayor interés
por comprenderla. En la cultura actual la prosperidad
económica está tan relacionada con el bienestar personal
que nadie está libre de sufrir los conflictos que provoca el
manejo del dinero y de las propiedades que comporta.
Con frecuencia esos conflictos evocan nuestras
ansiedades en torno a cuestiones como autonomía,
responsabilidad, orgullo y rechazo. El dinero es “un
símbolo de las aspiraciones, fantasías y deseos del
individuo” (Wachtel, 2003: 107). Para algunas personas,
sin embargo, esas aspiraciones incluyen adquirir bienes
y/o poder a toda costa, o al menos transgrediendo las
normas y las leyes. ¿Cómo son capaces de engañar y
traspasar esos límites?
Para responder a esa pregunta Kieffer y Sloan III (2009)
plantearon la hipótesis de que los delincuentes de cuello
blanco, como los comunes, emplean las técnicas de
neutralización descritas por Sykes y Matzda (1957) como
uno de los factores esenciales en la decisión de delinquir.
Tales neutralizaciones (también denominadas
racionalizaciones y justificaciones) permiten al individuo
superar el escrúpulo moral asociado al acto ilícito
mediante la minimización de la culpa y la protección de la
autoestima; básicamente el delincuente de cuello blanco
tiene que decirse que “no hay nada realmente malo en lo
que estoy haciendo”.
En su estudio de las técnicas de neutralización, Kieffer y
Sloan III (2009) utilizan el modelo teórico desarrollado
por Cressey (1953), según el cual era necesaria la
presencia de tres elementos para que un sujeto cometiera
una estafa (embezzlement): un problema financiero
personal, el conocimiento y la oportunidad para realizar el
delito y la capacidad para racionalizar sus acciones.
Posteriormente, los investigadores de fraudes recogieron
estas ideas para desarrollar lo que es comúnmente
conocido como el “triángulo del fraude” en su objetivo de
entrenar a los policías especializados en los delitos de
cuello blanco (ver cuadro 1).
CUADRO 17.1. El triángulo del fraude (Fuente: Kieffer y Sloan III, 2009).

Siguiendo la aportación de Cressey, Coleman (2001)


desarrolló una teoría integrada del delito de cuello blanco.
Tal y como se lee en el cuadro adjunto, se necesitan tres
elementos para que ocurra este delito. La motivación hace
referencia a la razón que alguien tiene para emplear una
actividad ilegal, e incluye el influjo de una sociedad que
fomenta la cultura de la competición, donde puede llegar
a tolerarse (o al menos a no reprobarse con dureza) el uso
de cualquier medio para llegar a ser un triunfador. Aquí
vemos el valor simbólico del dinero (estatus) al que antes
hacíamos referencia: cuando el bienestar personal se
asocia a los resultados que el dinero puede proporcionar,
la presión o la “necesidad” de acumular dinero y bienes
puede ser algo muy tangible para muchas personas. Junto
a la motivación debe existir la oportunidad dentro de la
estructura de las organizaciones para que tales actos se
lleven a cabo, conjuntamente con un fracaso del sistema
legal para impedirlos. Finalmente, el delincuente de cuello
blanco ha de ser capaz de neutralizar o justificar sus actos,
eludiendo la recriminación moral que se asocia a la
obtención de beneficios ilegítimos.
Se desprende de lo anterior, que si la sociedad fracasa a
través de sus controles informales (la presión o condena
social) y formales (la ley) en la represión del fraude, la
estafa o la corrupción, y si existen oportunidades para que
tales delitos se produzcan, lo único que queda para no
cometerlo es la integridad del sujeto, es decir, su
capacidad para no hacer uso de las técnicas de
neutralización ante la oportunidad de cometer el delito.
Las técnicas de neutralización empleadas por los
delincuentes de cuello blanco difieren de las empleadas
por los delincuentes juveniles (la población usada por
Sykes y Matza para elaborarlas) no en sus tipos, sino en el
grado de su elaboración: ya que los profesionales tienen
más edad, experiencia y educación que los jóvenes
delincuentes, necesitan construir justificaciones más
complejas para neutralizar el reproche moral de los delitos
a cometer. Vamos a revisar dichas técnicas de
neutralización en el caso de este tipo de delincuentes.
Mediante el empleo de la negación de la
responsabilidad, el delincuente de cuello blanco se
exonera de la culpa apelando a la ignorancia, atribuyendo
el hecho a un accidente o como el resultado directo de que
estaba cumpliendo una orden. Estas excusas se ven
facilitadas con frecuencia por la existencia de unas leyes
ambiguas o difíciles de cumplir de modo íntegro. En otras
ocasiones se niega la responsabilidad aduciendo que se
tienen graves problemas personales, como ser consumidor
abusivo de alcohol o drogas, o por necesidades
financieras urgentes e inesperadas, como una enfermedad
grave de un familiar. También se niega la responsabilidad
al hacer algo ilegal porque se trata de una práctica muy
extendida, como la evasión de impuestos o el fraude
fiscal.
En la negación del daño o perjuicio se argumenta que
en realidad el acto ilegal no ha tenido repercusiones
negativas para nadie; es decir, que nadie ha salido
perjudicado (por cierto, algo que también suelen decir los
ladrones de bancos a punta de pistola, cuando aseguran
que el dinero sustraído no es en realidad de nadie o que no
hay ninguna víctima que resulte afectada por el robo).
Esta técnica también puede incluir la minimización de la
acción y de su resultado. Por ejemplo, un sujeto puede
decir que “él solo cometió una ilegalidad técnica” como la
de fijación de precios (un delito que implica ponerse de
acuerdo varias empresas para controlar el mercado), pero
no un acto inmoral o delictivo, señalando que nadie en
realidad perdió dinero.
Minimizar el efecto de un acto implica también negar
que exista una víctima, pero en la técnica de
neutralización de la negación del estatus de víctima se
trata de señalar que la entidad o empresa afectada
realmente “merecía” ese trato, quizás porque pagaba muy
poco en relación a lo que exigía de sus empleados. Así, el
delincuente de cuello blanco percibe su acto como “de
justicia”, por haber recibido previamente un maltrato de la
corporación a la que ahora hace objeto de sus iras. Estos
delitos se ven facilitados también por el carácter abstracto
de muchas víctimas como una multinacional o el
gobierno.
En la condenación de los condenadores el delincuente
de cuello blanco se revela contra las instituciones y el
orden legal que quebrantan con sus actos: desconfían de
la justicia de reglamentos o normas que le obliga a pagar
determinados impuestos o que le fuerza a cumplir con
controles por los que no desea pasar. Así, se produce una
condena moral de los que le condenan a él, y de este
modo el sujeto se siente legitimado o “con derecho” para
infringir la ley.
Finalmente el delincuente de cuello blanco puede apelar
al hecho de que sus actos respondían a un deseo de
cumplir con su obligación de hacer que su empresa
subsista, o que pueda prosperar en medio de un mundo
difícil y competitivo como el actual (apelar a más altos
ideales).
Se diría que el delincuente de cuello blanco tendrá más
dificultades a la hora de justificar el delito si sus valores
morales están bien asentados. En efecto, la investigación
psicológica ha mostrado que hay diferencias individuales
muy importantes en cuanto a los valores, más allá de las
presiones que puedan derivarse de una situación
determinada. Una de esas diferencias concierne a la
importancia que la gente pone en las cosas materiales y en
vivir una “buena vida”. Los que dan mucho valor al lujo y
al disfrute de los placeres mundanos se denominan
hedonistas, algo que resulta muy alentado en la sociedad
actual, donde el concepto de “triunfo” está muy asociado
a la posesión de objetos materiales y a los privilegios que
el estatus social otorga. Por consiguiente, puede esperarse
que los profesionales y hombres de negocios que sean
más hedonistas tiendan más a cometer delitos de cuello
blanco.
Por otra parte, existen autores que han señalado que el
delincuente de cuello blanco es una persona fuertemente
narcisista, necesitado de la admiración por sus triunfos, y
poco propenso a la empatía debido a su deseo de lograr
sus propósitos a toda costa (Bromberg, 1965; Hogan y
Hogan, 2001). Esta autoexigencia de ser admirados y de
tener poder y dinero a toda costa se asocia, siguiendo la
lógica de la psicología, con un pobre autocontrol
(Gottfredson y Hirschi, 1990), ya que el autocontrol
implica el dominio de los impulsos y la capacidad de
renunciar a metas que contravienen las normas morales a
pesar de que gratifiquen necesidades importantes como el
éxito y el placer. Finalmente, también podemos esperar
que el delincuente de cuello blanco tenga una baja
puntuación en el rasgo de personalidad conocido como
“responsabilidad” (conscientiousness), toda vez que
incluye cualidades como disciplina, escrupulosidad y
orden, lo que en principio tendrían que dificultar la
comisión de delitos económicos.
Unos investigadores alemanes (Blickle et al., 2006)
evaluaron a 76 delincuentes de cuello blanco encarcelados
en 14 cárceles alemanas con objeto de valorar si la
relación señalada entre este tipo de delincuente y las
variables psicológicas hedonismo, narcisismo, autocontrol
y conciencia social aparecía en su muestra de estudio. Se
trataba de sujetos que habían ocupado puestos de
responsabilidad en la vida civil, y que en promedio cada
uno de ellos había causado pérdidas por valor de dos
millones de euros. El tiempo medio de duración de la
condena era de cuatro años, y la media de edad de la
muestra (solo seis eran mujeres) de 46,8 años.
Los resultados obtenidos replicaron en lo esencial una
investigación anterior realizada en Estados Unidos por
Collins y Schmidt (1993). Comparados con una muestra
compuesta por 150 hombres de negocios honrados de
parecido nivel al que tenían los condenados, estos
presentaban de modo significativo un mayor hedonismo,
más tendencias narcisistas (evaluadas mediante los
criterios del DSM-III) y un menor autocontrol, pero en
contra de lo esperado los delincuentes mostraron una
mayor “responsabilidad” que los no delincuentes. Los
autores razonaron esta aparente anomalía diciendo que, en
realidad, podría ocurrir que un delincuente de cuello
blanco tuviera que necesitar de mucho orden, formación y
disciplina para mantener con éxito un esquema
fraudulento durante años sin ser detectado, y estaba
además el hecho de que parte de estos delincuentes habían
cometido los delitos para beneficiar a la organización en
la que trabajaban, no en beneficio propio, lo que podría
entenderse como un hecho denotador de una
“responsabilidad” o lealtad a la empresa.
En todo caso, y al margen del significado que pudiera
tener este resultado, podemos concluir que en la
actualidad tenemos buenas razones para describir al
delincuente de cuello blanco como alguien con fuertes
valores hedonistas, narcisista y con escaso autocontrol (en
el sentido de pobre control de los impulsos y necesidad de
vivir situaciones de riesgo), lo que facilita sin duda que
emplee técnicas de neutralización para inhibir el reproche
moral asociado a los delitos que comete.

17.1.4. El fraude telemático


La telemática consiste en conectar los ordenadores en
una red de comunicaciones. Esta revolución tecnológica
crea nuevas oportunidades de acceder a la información,
realizar trabajos desde la propia casa, chatear y
entretenerse, con ventajas evidentes para la civilización
moderna. Sin embargo, también han causado mucha
preocupación las actividades ilícitas que se pueden
cometer a través de Internet.
En la foto aparecen algunos de los investigadores y profesores del Centro
Crímina para el estudio y prevención de la delincuencia de la Universidad
Miguel Hernández de Elche. El Centro imparte formación a través de dos
másteres oficiales en materia criminológica, además de cinco títulos de
experto universitario en disciplinas relacionadas. En la actualidad, algunas de
sus principales líneas de investigación son las de cibercriminalidad,
delincuencia contra la seguridad vial, evaluación de normas y políticas de
seguridad, delincuencia económica, análisis y prevención situacional del
crimen, o la delincuencia relacionada con menores. De izquierda a derecha,
Elena Beatriz Fernández, José Eugenio Medina, Fernando Miró (Director del
centro y Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas), Zora
Esteve, Mar Ruiz, Natalia García y Francisco Bernabéu.

Antes de analizar éstas, hay que reconocer que la


revolución telemática no solo crea nuevas oportunidades
delictivas; también las elimina, reduciendo la oportunidad
de cometer una serie de delitos comunes. Por ejemplo, en
un trámite administrativo clásico donde la informática
brilla por su ausencia, cuando los ciudadanos forman cola
ante una ventanilla para pagar una contribución urbana,
existen varias oportunidades para cometer infracciones.
En primer lugar, sin ordenadores es más fácil evitar los
impuestos. La información sobre quién tiene la obligación
de contribuir, y la cantidad que le corresponde, suele
contener más errores y es más difícil de actualizar en un
registro manual. Segundo, la oportunidad para la
malversación de fondos y la corrupción de funcionarios
públicos es también más elevada, dado que el cajero
recibe contribuciones en metálico y podría poner algunas
de ellas en su propio bolsillo. Y, tercero, la acumulación
de dinero en efectivo suscita una fuerte atracción para
robos y atracos.
Cuando este mismo proceso de recaudación se
informatiza, se pueden reducir los impagos y eliminar
muchos delitos tradicionales. Sin embargo, la informática
también genera nuevas oportunidades delictivas. No se
trata de que el mundo de la informática esté
particularmente lleno de delincuentes. Lo que sucedería es
que, cuando actividades rutinarias como compra de bienes
de consumo, consultas bancarias, búsqueda de empleo u
de pareja se realizan a través de Internet, se modifica lo
que se ha denominado la “estructura de oportunidad” (ver
cap. 11.2). La hipótesis a este respecto es que los delitos
ocurren más frecuentemente donde existan más
oportunidades. Cuando las actividades cotidianas de ocio,
negocio y gestión se trasladan a Internet, es de esperar
que las estafas que siempre se han aprovechado de estas
actividades también se trasladen allí.
Miró ha escrito una excelente monografía sobre el delito
en el mundo cibernético (2013: 39-40). Él es partidario de
emplear el término ‘cibercrimen’: “…Podemos utilizar el
término ‘cibercrimen’ para referirnos a un
comportamiento concreto que reúne una serie de
características criminológicas relacionadas con el
ciberespacio (sentido tipológico), o para tratar de
identificar un tipo penal concreto (…) que pretende
prevenir la realización de conductas en el ciberespacio
que afectan a bienes jurídicos dignos de protección
(sentido normativo). En el primer caso, el término
cibercrimen describiría conductas como la consistente en
acceder ilícitamente a un sistema informático ajeno, o la
del adulto que propone a través de Internet un contacto
con un menor con la intención de consumar
posteriormente un abuso sexual. En el segundo, el término
describiría tipos penales como el del nuevo art. 197.3 que
sanciona el acceso informático ilícito, o el del art. 183 bis
que castiga el denominado online child grooming
[seducción del niño online o a través de la red].”
El fraude realizado a través de Internet y otras redes
informatizadas, aunque creciente, tiene todavía menor
extensión que otros tipos de fraudes, por ejemplo a través
de la falsificación de documentos, estafas cometidas por
teléfono etc. Los fraudes que más se perciben por las
instituciones financieras, y los fraudes que más se
denuncian a la policía son los de falsificación o robo de
tarjetas de crédito. No obstante, las actividades
telemáticas que más se denuncian en conjunto son las que
están relacionadas con el contenido de las páginas,
especialmente la pornografía infantil.
En los primeros años de la telemática, los abusos de los
sistemas eran poco graves. Primaron las bromas infantiles
y las venganzas personales. Dominaba la curiosidad y
ganas de mostrar conocimientos, y el desafío personal de
poder asaltar los sistemas. Se distinguió entre los que se
llamaban “hackers”, que se metían en sistemas ajenas sin
causar daños, y los “crackers”, que causaban destrozos. El
“hackeo” exigía altos conocimientos de informática, y
estas personas tenían una carrera profesional bien
renumerada por adelante, de ahí que la utilización de estas
técnicas para fines ilícitos les habría bloqueado las
oportunidades de ganancias legales como analistas de
sistemas en compañías prestigiosas. Por eso, en su
infancia se limitaron a mostrar excelencia y a gastar
bromas, sin fines lucrativos.
Este panorama ha cambiado a partir del nuevo milenio.
La fase de la adolescencia se acabó. Fuera de Internet, un
90% de la delincuencia se dirige hacia bienes materiales.
Los delitos contra la propiedad son los que más se
cometen en el mundo (Graeme Newman, 1999), y es
probable que también sean los delitos que más se cometan
a través de Internet. Las bromas y los destrozos infantiles
van a seguir existiendo, junto con redes de distribución de
pornografía y otros usos ilegales de la red, pero quedarán
en segundo plano comparados con las formas de
enriquecimiento ilegítimo.
Una causa de este cambio en la ética profesional de los
piratas informáticos es la amplia divulgación de
conocimientos informáticos. Los algoritmos y los trucos
son ya conocidos y están al alcance de más personas. Los
códigos fuente para crear un virus troyano o un gusano
están disponibles en múltiples sitios. El umbral para los
que quieren ser intrusos es más bajo y requiere menos
conocimientos. Una vez inventado un truco, se copia
fácilmente, y las herramientas de robo son más accesibles.
Por otra parte se están desarrollando ambientes de
programación bastante potentes en países menos
desarrollados: Bulgaria, India, China y Tailandia, por
ejemplo. En estos países se diseñan sistemas con menos
costes que en los países ricos. Sin embargo, los
profesionales de la informática en estos países tienen
posibilidades laborales más precarias. Las situaciones
económicas frustrantes pueden convertir a algunos
informáticos en delincuentes profesionales.
Una tercera tendencia que puede alterar la ética
profesional de los informáticos es el aislamiento social de
muchos niños aficionados a la informática. Existen
muchos adolescentes que se enganchan adictivamente a la
pantalla, mantienen contactos sociales en exclusiva a
través de chateo y correo electrónico, pero sin conocer
personalmente a nadie. Ello puede constituir un caldo de
cultivo de individuos solitarios, o personas perturbadas,
con grandes conocimientos en un campo técnico limitado
pero que, sin embargo, estén totalmente desconectados de
la realidad social y sean indiferentes al daño que pueda
causar su comportamiento.

A) Un círculo más amplio de víctimas


potenciales
El número de usuarios de Internet se cuenta en miles de
millones, y es el mercado más grande de robos y estafas
jamás concebido. Una estafa clásica, antes realizada por
correo, es el ofrecimiento de participación en una herencia
o una gran fortuna, previo pago de unos gastos necesarios.
El timo lleva más de un siglo de existencia. Fue realizado
masivamente en EEUU, después de la guerra contra Cuba
de España en 1898, cuando un presunto noble español,
prisionero de guerra en tierras americanas, ofreció
participación en su gran fortuna a quien le ayudase con un
poco de dinero para poder sobornar a las autoridades y
salir de la cárcel. Sin embargo, habría que escribir muchas
cartas a mano para conseguir una sola víctima de este
timo. Con Internet, el envío de correo masivo es gratis, y
ofertas poco plausibles de este tipo se pueden enviar a
cientos de miles de personas. Si uno de cada diez mil
receptores es suficientemente inocente para creerse la
historia, el negocio puede ser rentable.
Ahora se acercan a la jubilación millones de europeos
de origen humilde, sin grandes conocimientos de
mercados financieros e inversiones, pero con fondos
suficientes para asegurar su jubilación. Pueden ser presas
fáciles para estafas informáticas y bancarias, como así
sucede con frecuencia.
Un componente importante en los fraudes informáticos
es la captación de datos sobre personas: números de
tarjeta de crédito y de documentos de identidad, números
de cuentas bancarias y contraseñas para manejarlas; todos
estos son datos que suelen residir en ordenadores
personales que están conectados a la red. En muchas
ocasiones se puede conseguir que el usuario mismo
facilite esta información. Un ejemplo de estafa de este
tipo consistió en el envío de un mail, presuntamente de
una asociación de consumidores dedicada a mejorar la
seguridad bancaria, invitando a los usuarios a conectarse a
su banco para realizar una averiguación. Ofrecieron en el
mail un enlace a varios bancos españoles. Sin embargo,
un clic en esta dirección llevó a los usuarios a otro lugar.
Los usuarios, creyendo que estaban conectados a la
página web de su banco, abrieron un formulario y lo
rellenaron con sus datos, incluyendo, en muchos casos, su
contraseña secreta. Existen muchas variantes de este
procedimiento, llamado “phishing”, ofreciendo empleos,
ventas a precio de ganga, etc., con la única finalidad de
acumular datos para estafas posteriores.
Este tipo de estafa no es nada nuevo, pero los elementos
que facilitan su comisión son propios de las nuevas
tecnologías:
• El anonimato. El olfato del empleado del banco
tradicional desaparece cuando nunca se ve al cliente
en persona y todas las transacciones se realizan de
forma electrónica. El anonimato también elimina las
barreras psicológicas que previenen las estafas en
transacciones comerciales tradicionales. La víctima
queda igualmente en el anonimato, y el estafador no
tiene que verle la cara, lo que reduce su remordimiento
de conciencia.
• Tecnología de falsificación. La falsificación o robo de
identidades se puede realizar con más facilidad y en
mayor cantidad que antes. Los equipos técnicos de
falsificación son más avanzados y están al alcance de
todos; con escáneres, buenas impresoras y una
máquina plastificadora se pueden producir tarjetas de
crédito, pasaportes o bonos que pasan cualquier
inspección normal. Además, se comprueba menos la
documentación en los sistemas impersonales de
distribución y venta, hay menos contacto personal
entre vendedores y compradores, y entre bancos y
clientes.
• La extensión global. El delincuente es más difícil de
localizar. Una estafa se puede realizar, por ejemplo, en
España residiendo el estafador en Venezuela, o al
revés.
• La impunidad. La identificación y persecución penal
del estafador es más complicada, y en casos de menos
gravedad, los bancos implicados prefieren pagar a los
perjudicados y mantener la discreción, dado que el que
se conozca su vulnerabilidad a los fraudes telemáticos
podría darles muy mala publicidad.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
El ataque cibernético (por Lluís Visa, para El País, de 8 de febrero de 2006)
S. G., de 28 años y natural de La Coruña, fue condenado a pagar una multa de 1,8
millones de euros y a dos años de prisión por haber actuado contra un servidor
informático de Lleida provocando un colapso de millones de ordenadores tanto en
Europa como en Asia, sobre todo en China. G. ha dicho que actuó irritado tras haber
sido expulsado de un chat por no respetar los códigos de conducta.
G. inventó un sistema similar al que en el espionaje de la guerra fría se conoció
como “durmientes”. Entonces eran personas con la voluntad supuestamente
controlada a distancia que actuaban cuando recibían una orden para ello. En este caso,
en vez de personas G. preparó un ejército de gusanitos que se activaran a una orden
suya y atacaran la red española desde cualquier parte del mundo. Ideó un virus con el
que infectar un sinfín de ordenadores de diversos países. Pero estos virus, como los
durmientes, no actuaban hasta recibir la orden de su creador, orden que consistía en
atacar el servidor de Lleida IRC Hispano (…).

El 24 y 25 de diciembre de 2002, G. creyó que su ejército era suficientemente


numeroso como para poner en jaque al servidor que no le había tratado como él
quería. Dio la orden y se inició el asalto a IRC Hispano desde miles y miles de
ordenadores que colapsaron también otros servidores. El ataque se mantuvo activo
hasta febrero y los atacados presentaron la correspondiente querella.
Mientras los investigadores iban acotando las posibles fuentes del ataque, G.
decidió emprender una segunda ofensiva (…) y se prolongó hasta mayo, durante 20
días.
[…]
Fuentes jurídicas consultadas han indicado que es una de las primeras sentencias
dictadas en Europa contra autores de ataques informáticos.

B) Conclusiones a la delincuencia telemática o


‘cibercrimen’
Cuando las actividades cotidianas de trabajo o de ocio
se desplazan desde la calle al ordenador, es de esperar que
los intentos de timar o robar también se desplacen hasta
allí. Hasta ahora, las infracciones más destacadas de
Internet ha sido las que tienen que ver con el contenido
ofensivo de las páginas web: pornografía infantil,
incitación al racismo o la violencia, etc. En los últimos
años se han generalizado los delitos con fines de lucro: el
robo y la estafa a través de Internet. Varios factores
coinciden para facilitar estos delitos: los conocimientos
suficientes de informática se extienden a círculos más
amplios, Internet ofrece un anonimato idóneo para estafas,
y la seguridad en redes telemáticas sigue sin ser
convincente.
Las tecnologías seguras existen y pueden sacar a la era
informática de su caótica infancia. Se puede identificar
perfectamente a los usuarios de Internet, a los portadores
de tarjetas de pago y a los empleados que trabajan desde
su propia casa. Lo que es preciso es una apuesta clara y
generalizada por una tecnología segura, a un precio
accesible y sin dejar a un solo proveedor en una situación
de monopolio.

17.1.5. Corrupción en la administración pública


Antes del siglo XVII difícilmente se podía hablar de
corrupción en la administración pública, porque era visto
como normal y aceptable que un representante del Estado
se alimentara a base de los ingresos que recaudaba,
siempre que repartiera con sus superiores. Las grandes
obras públicas en el imperio romano no fueron
construidas con dinero público, sino como regalos a los
ciudadanos, pagados por el bolsillo de personas poderosas
(Theobald, 1990; MacMullen, 1988). Hasta el tiempo de
la Ilustración no se solía distinguir entre las finanzas
personales del monarca y otros gastos públicos. Los
conceptos de malversación y cohecho en la
administración pública solamente tienen sentido con el
desarrollo de los sistemas modernos de contabilidad, y
con la legislación y los decretos formulados por escrito.

17.1.6. Modalidades de la corrupción


CUADRO 17.2. Tipificación penal de la corrupción
PREVARICACIÓN:
• El funcionario o cargo político que dicte una resolución arbitraria, a sabiendas de su
injusticia (art. 404)
COHECHO:
• El funcionario público que realiza, en el ejercicio de su cargo, una acción u omisión
constitutiva de delito, en provecho propio o a favor de un tercero (art. 419).
• La realización, en las mismas circunstancias, de un acto injusto, sin que éste
constituya un delito. (Ej.: conceder un permiso de obras en 2 días, mientras otros
solicitantes esperan meses) (art. 420).
• El ofrecimiento o solicitud de dádivas, presentes etc. para corromper a autoridades o
funcionarios (arts. 419 y 423).
TRÁFICO DE INFLUENCIAS:
• Utilización de autoridad pública para conseguir una resolución que le pueda generar
un beneficio económico (art. 428).
MALVERSACIÓN:
• Sustracción de caudales o efectos públicos por parte de funcionarios (art. 432).
FRAUDE O EXACCIONES ILEGALES:
• Exigir derechos, aranceles, etc., que no son debidos (art. 437).

Es difícil formarse una imagen cabal de la extensión del


problema de la corrupción por los titulares de los
periódicos. Sin embargo, lo que antes circulaba como
rumores, vehementemente negados por los implicados, ha
sido en los últimos años en España confirmado a través de
sentencias penales firmes, generando un clima de malestar
e indignación popular (Serrano Gómez, 2013). Incluso la
monarquía española se ha visto salpicada por sospechas
fundadas de corrupción de un yerno del Rey.
Sencillamente, la conclusión que el ciudadano extrae de
los escándalos de corrupción en España es que la clase
política, en su conjunto, es poco digna de confianza,
hecho que se traduce en la valoración claramente negativa
que otorga a los políticos en las encuentras. Se trata de
tramas de corrupción política: el cobro de comisiones
ilegales de obras públicas, la asignación a dedo de
encargos que tendrían que haberse abierto a concurso
público, el desvío de fondos de empresas públicas… (ver
cuadro 17.2, para los tipos penales de la corrupción). De
todas formas se trata de un fenómeno generalizado en
todo el mundo: ocho de cada diez ciudadanos encuestados
para elaborar el Barómetro Global de la Corrupción
señalaron a los partidos políticos como la institución más
corrompida de todas, seguida por el funcionariado, el
poder judicial, el congreso y la policía1.
Ahora bien, felizmente esa epidemia vivida en los
últimos años en España no se ha extendido a todo el tejido
social. Una alianza mundial contra la corrupción,
“Transparencia Internacional”, publica anualmente un
índice sobre la corrupción percibida. Este índice se basa
en encuestas realizadas en compañías internacionales,
preguntando si consideran que la administración pública
es corruptible. También utilizan análisis financieros sobre
riesgos a la inversión, y encuestas tipo Gallup a la
población en general.
En esta clasificación mundial, una “nota” de 10 significa
que la administración es prácticamente incorruptible, y un
0 que todo se puede comprar. El país con mejor nota es
Finlandia, con 10.0, y el peor es Somalia, con 1. A pesar
de que se observa que España se encuentra en la cuarta
parte del mundo menos corrupta, en el puesto número 31
y con una “nota” de 6.2, la posición de España ha
empeorado en el último decenio, ya que en el índice de
2001 se hallaba en el puesto número 20 con una nota de
72.
Veamos a continuación algunas de las modalidades más
habituales de la corrupción. En la “mordida”, el
empresario que consigue un contrato de suministro de
bienes o servicios con un ayuntamiento, el gobierno
autonómico o con el Estado, puede verse obligado a pagar
una comisión a la parte que le ha facilitado el contrato. La
comisión puede realizarse de varias formas; una
contribución al partido político, una piscina construida
por un precio simbólico en el jardín del concejal, o un
maletín en efectivo. Este sistema de “mordidas” se apoya
en una tradición de amiguismo, de favores y
contraprestaciones entre el patrón y sus clientes, de fuerte
arraigo en culturas latinas, africanas y asiáticas.
Por otra parte, tenemos la división entre los
“herbívoros” y los “carnívoros”. Estos términos tienen su
origen en la jerga policial americana, donde un
“herbívoro” (grass eater) caracteriza al funcionario
público que cobra lo que le caiga de dádivas o comisiones
ilegales, manteniendo silencio y discreción. Un ejemplo
puede ser cuando la policía detiene a un pequeño
traficante de drogas, y en el registro de su vehículo
encuentran 20.000 euros en efectivo. Entregan al juez
10.000, y reparten el resto entre ellos. El traficante no va a
protestar, porque cuanto más elevada sea la cantidad de
droga y la cantidad de dinero intervenida, más grave será
la condena que se imponga.
El “carnívoro” (meat eater) pretende activamente
extender las redes de pequeñas corruptelas habituales,
recaudar más cantidades y en situaciones donde antes no
era habitual. El acusado Luis Roldán (quien fue Director
General de la Guardia Civil a principios de los años
noventa, y posteriormente procesado, fugado de la
justicia, extraditado a España y condenado a 28 años de
prisión por los delitos de malversación, cohecho, fraude
fiscal y estafa) alegó en su defensa que “se ha hecho lo
mismo que se hacía siempre”, aunque las pruebas
existentes y las condenas que le fueron impuestas
demostraron que su comportamiento delictivo trascendió
con creces ese supuesto “lo que se hacía siempre”. Las
comisiones recaudadas con el presunto fin de mejorar las
finanzas de un partido político, también pueden
considerarse prácticas carnívoras.
Los principales perjudicados en este tipo de cohecho
son los contribuyentes, que tienen que pagar cantidades
excesivas por los bienes y servicios públicos, como
puedan ser una autovía o línea de tren que ha costado
ilícitamente más de lo debido. Según destacó la prensa de
la época, solamente por la suma gastada en el tren AVE
entre Sevilla y Madrid, se podían haber construido trenes
de cercanías como transporte público rápido en todas las
capitales de provincia de España. Nieto (1997) opinaba, y
lo que posteriormente se ha conocido en múltiples casos
judiciales parece darle en buena medida la razón, que la
corrupción es una de las causas del endeudamiento y
pésimo estado de muchos ayuntamientos en España. De
este modo, el sector público puede costar lo mismo que en
un país más honrado, pero los contribuyentes recibir
peores servicios.
Un resumen de estudios sobre los efectos de la
corrupción en menoscabo de la calidad del servicio
público identifica varias deficiencias. Los países corruptos
gestionan peor el medio ambiente y sus recursos
naturales, gastan más dinero público en proyectos de
prestigio, y menos en asuntos que no dan tanta
oportunidad para “mordidas”. Un ejemplo concreto de lo
último es la enseñanza pública y la ciencia: países
corruptos acostumbran a invertir menos dinero en
enseñanza e investigación (Lambsdorff, 1999, 2001).

17.1.7. Las explicaciones de la corrupción


Las factores culturales son, sin lugar a dudas, muy
importantes. En muchas sociedades tradicionales, las
relaciones personales son las claves para conseguir
recursos, trabajo, ayuda y protección. Las relaciones
familiares y con miembros del mismo clan, tribu o pueblo
son más duraderas que la relación anónima con los
contactos oficiales. Este amiguismo puede ser visto como
algo inofensivo, una forma de agilizar y personalizar una
burocracia rígida e ineficaz (Friedrich, 1966).
Heidenheimer (1978) distingue entre cuatro tipos de
lealtades típicas en las culturas humanas:
• La familiar: Se daría en una sociedad tradicional donde
no se cree en la lealtad, ni se confía en nadie fuera del
círculo familiar.
• Patrón-Cliente: el patrón, un hombre con poder e
influencia, da apoyo y protección a un círculo de
clientes, que le prestan lealtad. Este sistema dominaba
en el Imperio Romano (MacMullen, 1988), y puede
ser la raíz histórica del feudalismo. Uno de los libros
clásicos de la antropología social describe formas de
lealtad y “amistad” entre campesinos y poderosos en
un pueblo andaluz de los años 1950 (Pitt-Rivers,
1989). Este sistema puede ser más típico para
sociedades con un Estado débil, donde el patrón es la
única fuerza pública presente.
• Liderazgo político: constituye una variante más
moderna del sistema de apadrinamiento, donde la
lealtad no se presta a un “jefe” o “patrón” físico, sino a
una maquinaria política. Los fieles dan su voto al
partido, y reciben contraprestaciones en forma de
subsidios, empleo público o viviendas públicas. Este
sistema, bien documentado en EEUU y México
(Theobald, 1990; Morris, 1991; DeLeon, 1993),
también tiene sus sanciones: el empresario que no está
dispuesto a colaborar, puede verse inmediatamente
expuesto a una inspección laboral y fiscal rigurosas. El
sistema tampoco es desconocido en España. En el
medio rural andaluz la lealtad de algunos ciudadanos a
un partido político puede ir asociada a que el alcalde,
como contraprestación, les firme peonadas del Plan de
Empleo Rural. El reparto de subvenciones de la Unión
Europea también podría depender en algunos casos de
las afiliaciones políticas (Nelken, 2001).
• La cultura cívica: ya no hace falta obrar a través de
intermediarios para conseguir favores políticos. La
presión se ejerce directamente sobre los funcionarios o
políticos que toman las decisiones. Los ciudadanos
tienen intereses múltiples, de modo que no se ven
atados de por vida a un gran patrón o un gran partido.
Pueden cambiar sus lealtades políticas con facilidad
cuando les disgusta la gestión del partido gobernante.
Cabe destacar que la corrupción también existe en la
cultura cívica, pero se ve reducida a un nivel más
modesto, ya que los múltiples grupos de interés se vigilan
mutuamente, y los abusos de poder suelen ser revelados
antes de llegar a corromper a toda la administración
pública.
España se encuentra, en nuestra opinión, a caballo entre
una sociedad donde la familia y los amigos son los
recursos más importantes para resolver problemas, y una
forma de sociedad más anónima, “moderna” y “cívica”.
Es evidente que la evolución hacia un sistema “cívico” de
modelo anglosajón dependerá de cómo funcione el
aparato administrativo. Cuanto más lenta, despótica y
secreta es la gestión pública, más se acude a
intermediarios para resolver problemas. Las
probabilidades de corrupción aumentan.
Otros autores destacan las causas externas de la
corrupción, por ejemplo, el poder económico de las
grandes corporaciones internacionales, que son capaces
de sobornar a los funcionarios o políticos en países pobres
para conseguir sus resultados (Tortosa, 1995).
Efectivamente, parece que los países subdesarrollados
están más plagados de corrupción que los países
desarrollados. Tortosa (1995:40) citaba una lista de países
muy corruptos, moderadamente corruptos y menos
corruptos, y encontraba una correlación clara entre la
clasificación en esta lista, la clasificación de los mismos
países según ingresos, y también con la clasificación de
las Naciones Unidas según el nivel de desarrollo humano.
Una excepción la constituían los países exportadores de
combustibles, como Arabia Saudita; corrupta sin ser
pobre, aunque existen profundas desigualdades sociales.
En un país subdesarrollado, el Estado se encuentra con
problemas graves para financiar su propia actividad, pagar
la deuda pública, mantener el suministro de agua, luz y
teléfonos y, además, pagar el salario a los funcionarios. Es
probable que la lealtad de los funcionarios dependa, ante
todo, del cobro del sueldo a finales de cada mes. De otro
modo, sin un dinero suficiente para los gastos del hogar,
sin seguridad en el empleo y sin garantía de pensión,
algunos funcionarios, para asegurar su porvenir, podrían
tender a buscar ingresos adicionales. Se podrían cobrar
tasas por servicios que deben ser públicos y gratuitos, o se
podrían montar un negocio aparte, dedicando menos
tiempo al despacho oficial.
España se ha caracterizado hasta ahora por una alta
estabilidad en el empleo público y, debido a ello, niveles
bajos de corrupción funcionarial. La época de recesión
que está sufriendo el mundo en la actualidad quizá cambie
esto, pero hoy por hoy el funcionario es poco dado a
arriesgar su empleo estable por conseguir ingresos
adicionales, siempre que la detección de prácticas
corruptas efectivamente resulte en su despido. Klitgard
(1991:71) presentó un modelo económico sencillo para
explicar cuándo se haría más probable que un funcionario
público se dejara corromper. Esencialmente, ello
dependería de la satisfacción moral que consiguiera al no
aceptar sobornos, la cantidad ofrecida en soborno, la
probabilidad de detección y, en caso de detección, la
severidad de la pena impuesta. Este modelo coincide con
los conceptos criminológicos del delito como elección
racional (véase capítulo 5).
Otra visión explicativa de la corrupción la aporta el
control formal. Las teorías sobre la disuasión (presentadas
en el capítulo 10) no se concentran en la explicación del
delito, sino en los factores que pueden inhibirlo. La
corrupción, según esta perspectiva, sería una
consecuencia lógica de normas contradictorias y confusas,
y de la falta de control eficaz en la gestión pública (Nieto,
1984, 1997). España lleva décadas con un nuevo régimen
político y ha experimentado una avalancha de nuevas
leyes bien intencionadas, pero hasta ahora no se ha
realizado una reforma profunda de la administración
pública, y se han dejado amplias oportunidades para
burlar las normas. Este grave error se está intentando
corregir a marchas forzadas, al comprobarse de manera
repetida en qué medida la pequeña corruptela en la
Administración estaba viciando el trabajo de muchos
servidores públicos. Este hecho, en una época profunda de
recesión, ha dado lugar a reiteradas normas que intentan
cortar el dispendio de las diferentes parcelas de gestión
pública, mediante el control de las tarjetas de crédito
institucionales, el uso de vehículos oficiales y otras. Quizá
la principal sea la obligación que tienen ayuntamientos y
regiones de no contratar nada que no pueda pagarse con el
dinero que se posee, impidiendo el endeudamiento sine
die.
Junto a ello es exigible una mayor transparencia en la
gestión pública. Muchos equipos de gobierno de
ayuntamiento y Comunidades Autónomas se niegan a
entregar facturas o documentos a la oposición por miedo a
que la opinión pública descubra el proceder poco ético
con el que han actuado, y eso en muchas ocasiones es
legal. La posibilidad de tener acceso extenso a los
archivos públicos para periodistas y ciudadanos, en
general, destapa muchos casos de corrupción. Cuanto más
secreta y encerrada en sí misma esté la gestión pública,
más facilidad se da para el favoritismo y la corrupción. En
muchos países, todos los documentos que se acumulan en
la administración pública son, en principio, accesibles,
siempre que no hayan sido declarados exentos, por
vulnerar, por ejemplo, el derecho a la intimidad del
ciudadano. Con este límite, cualquier periodista o curioso
debe de tener el derecho de poder repasar, por ejemplo,
facturas de gastos y la correspondencia ordinaria de casi
cualquier entidad pública. Los datos contables y todos los
documentos importantes para la gestión pública se
publican en Internet. Es probable que la publicación en
periódicos tenga un fuerte efecto disuasivo para los
funcionarios o políticos tentados de cometer cohecho o
malversación. Ni siquiera las pequeñas trampas escapan
de ser detectadas, y las trampas grandes se hacen casi
imposibles, dado que siempre alguien se puede enterar y
avisar a un medio de comunicación. La gestión pública de
ayuntamientos, regiones autonómicas y entidades
estatales en España es más hermética que en el norte de
Europa, y, como resultado de esto, ofrece más
oportunidades para la corrupción política.
Ahora bien, como destaca Nieto (1997), no se puede
esperar que los políticos implicados en pequeñas y
grandes corruptelas agilicen y apliquen el control sobre sí
mismos si no hay una fuerte presión en esa dirección. El
control principal, en un país democrático, lo llevan a cabo
los ciudadanos mismos a través de sus votos. De este
modo; si los políticos corruptos se presentan a la próxima
elección y la ganan, las cosas no van a cambiar. Se
percibe en la actualidad, a caballo de la actual época de
recesión, una mayor crítica social hacia estos
comportamientos intolerables. Solo el paso del tiempo nos
dirá si el mayor control del gasto público, que se está
estableciendo a raíz de los escándalos habidos por
corrupción y por la presente penuria económica,
fructificará en unos nuevos hábitos más honrados en la
gestión de la cosa pública.

17.1.8. La prevención y respuesta ante el delito


de cuello blanco o económico
La delincuencia económica halla con frecuencia una
respuesta suave por parte de la justicia (Queralt Jiménez,
2007b), a lo que contribuye el propio delincuente cuando
evita ir a la cárcel ofreciéndose a colaborar con los jueces.
Por otra parte no es inusual que el Estado intente enjugar
los déficits producidos por los fraudes mediante la ayuda
de la organización interesada en que el escándalo no sea
excesivamente perjudicial, de resultas de lo cual el caso se
procesa en la jurisdicción civil y todo acaba en una multa
más o menos ejemplarizante (Hansen, 2009).
La experiencia de los últimos años, tanto en Europa
como en Estados Unidos, nos ha demostrado que las
empresas tienen grandes dificultades en autorregularse, es
decir, en atenerse escrupulosamente a las normas éticas
del negocio, cuando ven la oportunidad de obtener unos
buenos beneficios traspasando ciertos límites (a lo que
ayudan las técnicas de neutralización que los
transgresores utilizan para que tales actos sean aceptables:
“todos lo hacen”; “en realidad nadie saldrá perjudicado”,
etc.). El problema se complica más cuando las
instituciones encargadas de regular a las empresas
también resultan inoperantes. Y en muchas ocasiones
tales actividades ni siquiera son consideradas ilegales,
porque el estado no las incluyó dentro de un tipo penal.
Un ejemplo particularmente relevante de esto último es
el de Goldman Sachs. Este es uno de los mayores bancos
de inversión mundial, fuertemente implicado en la
generación de la crisis actual, y uno de sus mayores
beneficiarios. En 2007 ganó cuatro mil millones de
dólares en operaciones que desembocaron en el desastre
actual. ¿Cómo lo hicieron? Animaron a los inversores a
invertir en bonos sub-prime que sabían que eran
productos basura, y al mismo tiempo se dedicaron a
“apostar” en bolsa por el fracaso de los mismos. Un
editorial del periódico New York Times reflexionó
amargamente a propósito de la justicia en los delitos
económicos del siguiente modo: “Cuando el
Departamento de Justicia recientemente cerró su
investigación penal de Goldman Sachs, quedó
meridianamente claro que ningún gran banco americano o
cualesquiera de sus importantes ejecutivos iba nunca a
afrontar responsabilidades por su papel en la crisis actual.
Funcionarios de Justicia e incluso el Presidente Obama
han defendido este resultado, es decir, la ausencia de un
proceso penal en este caso, al decir que aunque se hizo
evidente un comportamiento codicioso e inmoral en la
gestión de la crisis, tal conducta no era ilegal”3.
Esto nos marca un camino: mientras las corporaciones
gocen de facilidades para delinquir, lo seguirán haciendo.
Podemos reclamar un cambio en la atmósfera social que
alienta esos comportamientos, que las universidades y
escuelas de negocios enseñen ética y fomenten la
competencia honrada y al servicio de la sociedad, pero si
desde las instituciones del gobierno no se envía un
mensaje claro de que esas conductas no van a ser
toleradas, y ponen los medios legislativos y de control
necesarios para que tal hecho sea una realidad, veremos
decepcionados que la justicia no es igual para todos.
17.2. CRIMEN ORGANIZADO
El concepto de “crimen organizado” fue acuñado por
vez primera en Estados Unidos durante los años 20 del
siglo XX. Fue visto desde el principio como sinónimo de
la Mafia italiana, con su organización jerárquica y
cerrada, sus relaciones particulares de patronazgo y
clientelismo, y sus formas de extorsionar y controlar
ciertos grupos de la sociedad. Es decir, que “crimen
organizado” no era realmente un tipo de delito, sino una
forma de actuar delictivamente.
Pero lo cierto es que existe un “submundo” de
organizaciones criminales implicadas en delitos como
fraude, robo, extorsión, secuestros y asesinatos. En todo el
mundo, la principal fuente de ingresos para estos grupos
la constituyen los productos y servicios que son ilegales
(como las drogas), pero que tienen una gran demanda en
la población. Además del narcotráfico, el crimen
organizado se encarga, entre otros negocios ilícitos, de la
“trata de blancas” o redes de prostitución (Villacampa y
Torres, 2012), del tráfico de personas (inmigrantes para
ser empleados en condiciones laborales de esclavitud y
niños para ser adoptados), de controlar el juego o de
organizar negocios de préstamos a un gran interés (y por
supuesto ilegales) y de la distribución de productos
falsificados, sin olvidar a los que trafican con productos
legales pero mediante el contrabando, como el alcohol o
el tabaco.
Aunque el mundo cada vez es más consciente de la
gravedad de la amenaza del crimen organizado
transnacional, el problema continúa creciendo, y hasta la
fecha no podemos decir que la comunidad internacional
tenga un plan eficaz para combatirlo. Algunas cifras
pueden dar una idea de lo que estamos hablando. El
comercio ilícito mundial supuso unas ganancias en el año
2011 por valor de 1.6 trillones de dólares. Algunos
ejemplos destacados: las falsificaciones de productos y la
piratería intelectual produjeron un beneficio de 300
billones a 1 trillón de dólares; el tráfico de drogas generó
404 billones, y el tráfico de personas y la prostitución 220
billones. Esas cifras no incluyen otras igualmente
perturbadoras: el Banco Mundial estima que todos los
años son abonadas sumas por valor total de 1 trillón de
dólares en concepto de sobornos, y se estima que del
orden de 1.5 a 6.5 trillones de dólares son blanqueados
mediante su inversión en negocios lícitos. En resumen,
aproximadamente 3 trillones de dólares anuales —si
contamos los sobornos— son producto del crimen
organizado, una cantidad que casi no se puede imaginar, y
que supone el doble del presupuesto militar de todos los
países del mundo (Gleen, 2011).
En general, las mafias o grupos criminales organizados
incluyen coaliciones locales, nacionales y, como hemos
mencionado, progresivamente más redes internacionales
que dan cobijo a los mafiosos o gánsteres propiamente
dichos, y a todos aquellos que colaboran con sus
proyectos, como políticos, hombres de negocios o
representantes de diferentes organizaciones. Se
comprende entonces que muchos de los que colaboran
con las mafias sean personas que tienen negocios legales.
La actividad mafiosa se amolda a las circunstancias de
cada país. Por ejemplo, en el Reino Unido y España la
existencia de una regulación en el consumo de opiáceos,
el juego y la prostitución hace que los grupos organizados
sean de un carácter distinto al de Japón, donde las mafias
que se dedican al control del vicio y la extorsión tienen
una gran visibilidad y prominencia. En muchos países del
tercer mundo, además del negocio de la droga, la principal
forma de crimen organizado se estructura alrededor del
mercado negro, que se extiende a la corrupción de
funcionarios y políticos para ganar mucho dinero en la
obtención de licencias de importación y exportación. Sin
restar importancia a los robos en gran escala, tráfico de
inmigrantes, piratería marítima y fraudes.
En 1969 Donald Cressey publicó un libro de gran
impacto en Estados Unidos: “El robo de una nación”
(Theft of the Nation), donde explicaba los orígenes de la
mafia americana a partir de la exportación de la mafia
italiana (o “Cosa Nostra”, como se conoce entre los
miembros) al nuevo mundo. En su estudio, señalaba que
las familias se estructuran jerárquicamente y son
controladas por una “comisión”, compuesta de los
representantes de cada una de esas familias. Sin embargo,
el modelo de organización mafiosa con una estructura
rígida y jerárquica, como en las películas de El Padrino,
no corresponde siempre a la realidad actual. Por ejemplo,
las redes que se dedican a importar drogas ilegales a
España son más bien un conjunto de grupos pequeños que
colaboran esporádicamente pero que no están avalados
por ninguna estructura jerárquica. Ahora bien, tampoco se
puede descartar que en ocasiones, en la realidad sin
fronteras de la actual Comunidad Económica Europea, se
generen auténticos grupos de crimen organizado que no
estén lejos del estereotipo tradicional. Por ejemplo, en
marzo de 2006 la policía española, en colaboración con la
rumana, asestó un golpe formidable a los grupos
organizados procedentes de Rumanía, que en los últimos
años han estado asolando diversos hogares y negocios de
los españoles. Esa mafia rumana era una ramificación de
una red internacional dirigida desde Bucarest y, como
suele pasar en las películas, los dirigentes máximos de esa
organización pudieron escapar del cerco de la policía
rumana (ver recuadro la realidad criminológica)
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
297 detenidos en una operación contra el crimen organizado
(El País, 18 de marzo de 2006)
Una operación lanzada en septiembre pasado (2005) contra el crimen organizado
internacional ha culminado con la detención de 297 personas (…). Los detenidos,
todos ellos de nacionalidad rumana, operaban en 11 provincias españolas, y formaban
una mafia dedicada a la falsificación de tarjetas de crédito, tráfico de drogas,
prostitución y robos en viviendas.

Según Interior, se trata de “la mayor operación contra una organización de


delincuentes extranjeros”. La operación ha sido realizada en cooperación con la
policía rumana y 14 de los 297 detenidos han sido detenidos en aquél país. Según
fuentes policiales, tres personas han huido de la policía en Rumanía, y sus datos ya
están en poder de Interpol. La red operaba en Valencia, Almería, Barcelona, Sevilla,
Zaragoza, Castellón, Palma de Mallorca, Madrid, Santander, Málaga y Toledo (…).
La especialidad de este grupo, con una estructura mafiosa clásica como en una
película de gánsteres, era el robo y la falsificación de tarjetas de crédito, con las que
posteriormente sacaban dinero en cajeros o realizaban grandes compras. Según
fuentes policiales, en algunos casos estaban compinchados con comercios para hacer
los gastos.
Los delitos que se le imputan son robo con fuerza en domicilios, fraude con
medios de pago, tráfico de estupefacientes, falsificación de documentos, delitos
relativos a la prostitución, contra los derechos de los trabajadores y asociación ilícita.
La organización criminal estaba dirigida desde Rumanía, y toda la trama española
no era sino una más de sus ramificaciones por Europa, interconectadas entre ellas.
Francia, Italia y Alemania son otros países donde opera la organización. El líder de
esta mafia en España era Iorgu I., alias Talanu. Éste fue detenido en la cárcel de
Valdemoro, donde ya estaba preso por delitos anteriores relacionados con fraude en
tarjetas y robos en viviendas. Al más puro estilo mafioso, por debajo de Talanu
actuaban su lugarteniente, Mimorian I., alias Cosmos, y otros dos jefes de grupos con
numerosos subordinados y divididos en especialidades delictivas.
Entre los objetos intervenidos en los 51 registros efectuados por toda España como
parte de la operación se encuentran miles de tarjetas, lectores de tarjetas, ordenadores,
importantes cantidades de dinero, una escopeta de cañones recortados, una pistola de
gas, cuatro kilos y medio de joyas, diversas herramientas utilizadas para robar en
viviendas, coches de lujo como BMW o Jaguar, placas de coches y documentación
falsificada de varios países.

La definición de la Policía Federal alemana


(Bundeskriminalamt)4 del crimen organizado incluye los
siguientes requisitos:
a) asociación duradera, estable y persistente de una
pluralidad de personas que aspira a la obtención de
ganancias
b) estructura organizada, disciplinada y jerárquica
c) actuación planificada y con división de trabajo
d) realización de negocios legales o ilegales
e) una tecnología muy flexible al servicio del delito y
variedad de los medios para delinquir
f) aprovechamiento de infraestructuras
g) internacionalidad y movilidad.
En el caso descrito en el recuadro de “la realidad
criminológica” se cumplen todos ellos (invitamos al lector
a que lo confirme). Sin embargo, en otros casos es mucho
más difícil que se den en su totalidad. Por otra parte, si
consideramos como crimen organizado cualquier delito
cometido por más de dos personas —como sugiere la
definición alemana antes presentada—, estamos
incluyendo en el concepto muchos delitos comunes y
además una parte considerable de los delitos económicos.
El Código Penal español no define lo que es crimen
organizado. El legislador lo hace de una forma indirecta,
autorizando en la Ley de Enjuiciamiento Criminal (LEC
art. 282 bis 4) el uso de medidas policiales especiales
frente a actos de delincuencia organizada. Aquí5 se define
como la asociación de tres o más personas para realizar,
de forma permanente o reiterada, alguno de los siguientes
delitos: secuestros, prostitución, delitos patrimoniales,
contra el derecho de los trabajadores, tráfico de especies
de flora, armas, material nuclear y droga, y además
terrorismo, falsificación de moneda y delitos contra el
Patrimonio Histórico. Es decir que se autoriza el uso de
medidas policiales especiales, por ejemplo el uso de
agentes encubiertos, frente a casi cualquier delito que
incluye más que dos sospechosos. Las Naciones Unidas
en su llamada “Convención de Palermo”, dirigida a
enfrentarse a la delincuencia organizada transnacional
(ver más adelante), define el crimen organizado del
siguiente modo: Por “grupo delictivo organizado” se
entenderá un grupo estructurado de tres o más personas
que exista durante cierto tiempo y que actúe
concertadamente con el propósito de cometer uno o más
delitos graves [penados con cuatro o más años de cárcel]
o delitos tipificados con arreglo a la presente
Convención6 con miras a obtener, directa o
indirectamente, “un beneficio económico u otro beneficio
de orden material”.
Giménez-Salinas Framis, De la Corte, Requena y De
Juan (2009) exploraron las posibilidades y dificultades de
medición de la criminalidad organizada en España. En
concreto evaluaron empíricamente, a partir de datos
policiales, la delincuencia organizada durante el periodo
1998-2006, a partir de tres indicadores de medida: las
organizaciones o grupos criminales identificados, los
mercados principales de delincuencia organizada, y las
actividades instrumentales que eran necesarias para el
desarrollo del crimen organizado.
Según los datos policiales evaluados en este estudio, los
grupos criminales que aparecían como identificados por la
policía aumentaron sustancialmente entre 1998 (169
grupos identificados) y 2002 (594 grupos identificados),
decreciendo ligeramente en los años sucesivos (en que los
grupos que constaban como identificados por la policía
oscilaron entre 542 y 482). Siguió un patrón paralelo,
lógicamente, el número global de miembros que
constaban como integrantes de los grupos delictivos
organizados, que aumentó entre 1998 (en que aparecían
2.381 sospechosos de formar parte de la delincuencia
organizada) y 2001 (en que dicho número había ascendido
a 5.132), y aumentó sustantivamente en los años
siguientes (oscilando entre 9.984 y 11.475 sujetos). En
paralelo a lo anterior, también se produjo un incremento
paulatino de la tasa de detenidos por delincuencia
organizada, que pasó de constituir el 4,88% del total de
los detenidos en España en 1999, al 11,11% en 2007.
Por último, Giménez-Salinas Framis et al. (2009)
también identificaron las actividades delictivas principales
que llevan a cabo los grupos de delincuencia organizada
que operan en España (tráfico de bienes ilícitos: drogas,
vehículos robados, armas, moneda falsificada…; tráfico
de servicios ilícitos: trata con fines de explotación sexual,
tráfico de inmigrantes, fraudes y estafas organizadas; e
infiltración en la economía legal); así como aquellas otras
actividades infractoras de cariz instrumental, o al servicio
de los delitos principales, que resultan más frecuentes
(violencia instrumental: coacciones, extorsiones,
amenazas, homicidios, secuestros, lesiones, agresiones;
corrupción: tráfico de influencias, sobornos, estafas y
falsificación de documentos; y blanqueo de capitales:
delitos fiscales y propiamente blanqueo de capitales).

17.2.1. Un mercado internacional


Como antes adelantábamos, hoy en día el crimen
organizado ha logrado un estatus claramente
internacional, especialmente en lo referente al
contrabando de drogas. Las actuales condiciones
económicas del mercado mundial permiten que
importantes cantidades de dinero provenientes del crimen
organizado se disuelvan en complicadas transferencias y
escrupulosos “blanqueos”, que en muchas ocasiones
alimentan el imperio de las mafias y entorpecen la
persecución policial de sus responsables. Ese incremento
se puede observar en el cuadro 17.3.
CUADRO 17.3. Evolución de los delitos de blanqueo de capitales en España
En general hay una línea ascendente desde el año 2000
hasta el 2010, con un incremento notable a partir de 2006,
donde aparecen 125 delitos, luego un descenso transitorio
en los dos años siguientes, hasta alcanzar los 175 delitos
en el último año de la gráfica.
Ante tanto dinero, la corrupción de muchos funcionarios
es casi inevitable, y cuando éstos están en situaciones de
poder ayudan a entorpecer la acción de la ley. El recuadro
siguiente ilustra bien este problema.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
La operación “Mármol Rojo” (El País 4 de junio de 2005)
La Guardia Civil ha desarticulado una red ucraniana que supuestamente había
blanqueado en España más de 100 millones de euros procedentes del crimen y la
extorsión mediante la construcción y venta de inmuebles, incluidos hoteles.
El dinero salía de Ucrania mediante tres circuitos diferentes. Uno partía de cuentas
corrientes abiertas en países del Este, que fluían hacia sociedades constituidas en
paraísos fiscales como Antillas Holandesas, Belice, Bahamas o Islas Vírgenes. El
dinero llegaba desde estos países a “entidades de crédito andorranas”. El otro circuito
pasaba por territorios off shore (libres de impuestos), para que el dinero llegara a
Antillas Holandesas, saltara a Holanda y entrara en España “en forma de créditos y
aportaciones de capital ficticio”. En el tercer método, el dinero llegaba bajo los
conceptos de remesas de inmigrantes, viajes y turismo.
La red invertía el dinero en el sector inmobiliario y en la construcción de grandes
hoteles en las costas de Tarragona y Almería. De hecho, durante la operación ha sido
embargado el Aparthotel Reina, sito en Vera (Almería), de cuatro estrellas y 400
habitaciones. La red ya tenía prevista la venta de este negocio. Además, han sido
intervenidos 50 pisos, que aún estaban sin vender, de una gran promoción en Ametlla
de Mar llevada a cabo por inmobiliarias de la red.

Hobbs (1994) también se hacía eco de la dimensión


mundial del crimen organizado al reflexionar que “un
criminal profesional solo puede aspirar a tener éxito si
entra en el juego de la economía en la sombra, la cual,
como su contraparte en el mundo legal, es especialmente
vulnerable a los deseos de las corporaciones
multinacionales con sedes rectoras en Europa, Asia y
América” (p. 461). Se trata, ahora más que nunca, de
considerar que el crimen organizado funciona mediante
las reglas de mercado, como cualquier otro negocio en la
vida civil. Este proceso se ha visto con una claridad
meridiana en la nueva Rusia, donde la caída del viejo
régimen ha propiciado una mafia post-soviética implicada
en multiplicidad de negocios que incluyen, además del
contrabando de drogas y de armas, los negocios
inmobiliarios y el comercio de materiales estratégicos.
Sin embargo, un informe preparado por Adamoli et al.
(1998: 11) se hacía eco de esta “flexibilidad de mercado”
como mecanismo básico de supervivencia del crimen
organizado, la cual parece exigir una mayor autonomía de
las corporaciones regionales o sectoriales de las grandes
mafias o “empresas”:
Las grandes estructuras, rígidas y monolíticas, son objetivos
relativamente fáciles para las agencias policiales. Como resultado, las
empresas criminales están en la actualidad sustituyendo la estructura
centralizada por otras más flexibles y descentralizadas. De este modo,
la tendencia actual se orienta hacia la creación de pequeñas
organizaciones basadas en acuerdos tácitos y recíprocos y con pocos
procedimientos operativos, ajustándolos a las nuevas características de
los mercados, de tal manera que puedan maximizar los beneficios que
se derivan de esas nuevas oportunidades de los mercados,
disminuyendo así su vulnerabilidad ante las instituciones del sistema
de justicia criminal.

Los años transcurridos desde la realización de este


informe no han hecho sino darle la razón, con los
acontecimientos que se suceden con el paso del tiempo.

17.2.2. Los integrantes de los grupos mafiosos


Sin embargo, lo anterior no significa que se hayan roto
los puentes entre el crimen organizado y los bajos fondos,
sino que sus interacciones son más bien cuestión de
oportunidad. Muchos gángsteres serían delincuentes
comunes, contra la propiedad o violentos, si no existieran
grupos organizados que operaran en su medio. En el plano
del asesinato o de la extorsión, es el criminal profesional
el que opera; en el plano de la gestión es donde aparecen
los “hombres de negocios” que solo manejan
organizaciones ilegales o que combinan éstas con otros
negocios legales.
El criminal profesional al servicio de las mafias,
empero, sí que ha evolucionado con el devenir del tiempo.
Si en la clásica descripción de Sutherland (1993a [1937]),
su retrato nos presenta alguien experto en su “oficio”,
buscador de un estatus que no le confiere su lugar de
nacimiento, el asalariado de los sindicatos del crimen ya
no precisa más habilidad que la de una violencia
contundente y demostrativa de que “hay que cumplir las
reglas”: “Para establecer y mantener un puesto en el
actual mercado, la violencia es un requisito clave. Su
utilidad es particularmente importante en los mercados de
la droga orientados a los jóvenes y de carácter recreativo,
como clubes y discotecas, donde se puede producir tanto
el tráfico como el consumo. Se requiere un control total
sobre esos ambientes, y en la medida en que los grupos
organizados se desplacen a un lugar nuevo, hay que
emplear una violencia sin contemplaciones para
demostrar su dominio” (Hobbs, 1994, pp. 460-461).
De este modo, en los grupos organizados o mafias, y
aunque rara vez se puede ubicar a las personas en tipos
perfectamente definidos, podemos arriesgarnos a describir
tres tipos de delincuentes siguientes.
Los primeros incluyen a personas cercanas a lo que
hemos visto en el apartado anterior relativo a la
delincuencia de cuello blanco. Son funcionarios, hombres
de negocios y empleados de una cierta responsabilidad
que hacen dejación de sus funciones o colaboran más
activamente para el sostenimiento del negocio delictivo.
Es el caso de funcionarios que venden licencias,
aduaneros que admiten sobornos o responsables de
bancos que acceden a blanquear dinero. Son
colaboradores de las mafias, comprados por su ambición.
Un segundo grupo consta de delincuentes que reciben
una socialización en la cultura de una mafia. Aquí
incluimos a las mafias más organizadas como la Cosa
Nostra o los Yakuza japoneses. Estos sujetos, cuando
ostenten en su edad adulta cargos de responsabilidad,
llevarán negocios legales e ilegales, y defenderán con la
violencia su poder (como hacía Al Capone). El núcleo
relacional de estos jóvenes define los negocios criminales
como los padres honrados hablan a sus hijos en la
confianza de que prosperen en un bufete de abogados o
una cadena de cafeterías.
Un tercer grupo se nutre de chicos o adultos marginales,
cuya pertenencia a las mafias es una aspiración para
alcanzar un mayor estatus (como los chicos desheredados
que ven las mafias de las favelas brasileñas o los carteles
de la droga colombianos como metas deseables). La
mayoría de estos últimos serían delincuentes comunes si
no existieran las organizaciones criminales organizadas.
Los acontecimientos de los últimos 25 años en Rusia
han permitido comprobar el modo en que la criminalidad
organizada se ha desarrollado y transformado en un lapso
de tiempo extraordinariamente corto. En primer lugar, se
comprueba la dependencia y adaptabilidad del crimen
organizado a las condiciones económicas y políticas de la
zona. Mientras existía el régimen comunista, las
organizaciones criminales estaban lideradas por
funcionarios o protegidos del partido, quienes además de
su trabajo legal disponían de sus negocios ilegales. El
desmoronamiento del poder hegemónico soviético hace
temblar los cimientos de la sociedad, y huérfana como
estaba Rusia de una mafia al estilo norteamericano,
italiano o japonés, descubre una rápida carrera de los más
aptos para hacerse con el control. ¿Quiénes son los
vencedores? “El retrato robot del nuevo dirigente mafioso
indica que éste es joven, sin antecedentes, con capacidad
organizativa, conexiones en el mundo policial y la
Administración, así como en el mundo del hampa y,
además, con relaciones internacionales”, afirma un
coronel de la policía moscovita experto en este tipo de
delincuencia7.
Junto a estos nuevos capos, ambiciosos y sin escrúpulos
en su ansia de ostentar la mayor ración de poder,
proliferan asesinos profesionales, pistoleros y matones
captados al mejor postor en el mercado abundante del
desempleo y la confusión. Con razón se ha comparado al
Moscú de los 90 con el Chicago de los años 30. Este
cambio generacional lo ilustra perfectamente el
mencionado policía moscovita, cuando transmite sus
impresiones después de haber contactado con antiguos
líderes del crimen organizado: “Sus interlocutores creían
que los tiroteos diarios y los ajustes de cuentas son el
resultado de la ‘falta de autoridad de un líder en el mundo
del hampa’. La mafia de América e Italia tiene ‘líderes
serios’, y eso hace que la policía ‘pueda estar tranquila
hasta cierto punto, porque la mafia se autorregula’, dijo el
policía al periódico Izvestia”8.

17.2.3. La respuesta ante el crimen organizado


La dificultad de llevar ante la justicia a los responsables
de delitos propios de grupos organizados se puede
observar en un estudio realizado por el Departamento de
Justicia de Estados Unidos (NCJ, 2006), en el que
comparó la probabilidad de recibir una condena de cárcel
de todos los sujetos declarados culpables por delitos
graves en los 75 condados o provincias más pobladas de
ese país, a lo largo de 2002. Aunque ciertamente en esas
estadísticas habría sujetos que actuarían fuera del marco
de un grupo organizado, lo cierto es que los delitos
característicos de esta figura criminal, tales como tráfico
de drogas y de personas, estafas, fraudes y delitos
económicos no superaban el 25% de probabilidad de ser
sentenciados a una pena privativa de libertad. Esto
contrastaba fuertemente con otros tipos delictivos, donde
la probabilidad de ir a la cárcel era mucho más elevada,
caso de asesinato (un 70%), o robo con violencia (40%).
¿Qué se puede hacer, entonces, para mejorar la eficacia
de la ley ante este tipo de delincuencia? Es evidente que la
mayor dificultad estriba en poder probar los hechos y, una
vez obtenidas esas pruebas de cargo, detener a los
responsables. Por ello, la Convención de Palermo
(Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas
55/25, de diciembre de 2000, firmada también por España
en la ciudad de Palermo) introducía diversas líneas de
actuación dirigidas, entre otras cosas, a promover una
mayor agilidad de los países miembros en la captura y
condena de los delincuentes mafiosos:
Los Estados Parte considerarán la posibilidad de celebrar acuerdos o
arreglos bilaterales o multilaterales en virtud de los cuales, en relación
con cuestiones que son objeto de investigaciones, procesos o
actuaciones judiciales en uno o más Estados, las autoridades
competentes puedan establecer órganos mixtos de investigación. A
falta de acuerdos o arreglos de esa índole, las investigaciones
conjuntas podrán llevarse a cabo mediante acuerdos concertados caso
por caso (un ejemplo de esto fue la actuación conjunta entre las
policías española y rumanas comentada al comienzo de este capítulo).
(Art. 19).

También se hacía eco de la necesidad de proteger a los


denunciantes de las mafias. Así:
Cada Estado Parte adoptará medidas apropiadas dentro de sus
posibilidades para proteger de manera eficaz contra eventuales actos
de represalia o intimidación a los testigos que participen en
actuaciones penales y que presten testimonio sobre delitos
comprendidos en la presente Convención, así como, cuando proceda, a
sus familiares y demás personas cercanas (Art. 24.1)

Finalmente mencionaremos por su interés una serie de


medidas que debería tomar cada nación, de acuerdo a la
Convención de Palermo, con un propósito preventivo.
Aquí se incluyen, entre otras, las siguientes:
1. La sensibilización de la conciencia pública y la
movilización del apoyo popular; se trata de informar y
educar a la comunidad, requiriendo el apoyo de los
medios de comunicación social.
2. El desarrollo de las investigaciones sobre la estructura
de la delincuencia organizada y la evaluación de la
eficacia de las medidas adoptadas para combatirla:
“Por ejemplo, las investigaciones sobre la corrupción
administrativa, sus causas, naturaleza y efectos y sus
vínculos con la delincuencia organizada y sobre las
medidas de lucha contra la corrupción, son un
requisito previo para la elaboración de esquemas
preventivos” (p. 189).
3. Deben promoverse programas detallados con objeto
de poner obstáculos a los delincuentes en potencia,
reducir las oportunidades de delinquir y hacer más
visible el delito, así como crear y dotar organismos
que tengan como fin la lucha contra la corrupción.
4. El aumento de la eficiencia de los mecanismos de
represión y de la justicia penal, haciendo hincapié en
la coordinación entre las distintas agencias implicadas.
5. La mejora de la capacitación de los policías y del
personal de la administración de justicia, en especial
en nuevas tecnologías y nuevos hallazgos acerca del
desarrollo de la delincuencia organizada.
En resumen, Naciones Unidas instaba a la unión de
políticas de apoyo a las economías donde la droga se halla
sólidamente instalada y la creación de medidas
preventivas nacionales, con los mecanismos de acción
judicial y policial, enfatizando el concurso de las nuevas
tecnologías y la legislación que dificulte el “blanqueo de
dinero”. En la medida en que dichas líneas de actuación se
vayan consolidando en los diferentes países firmantes,
hemos de esperar que aumente la efectividad de la justicia
en su lucha contra el crimen organizado.

17.2.4. ¿Se puede acabar con el crimen


organizado? El caso de México
El crimen organizado emplea su gran capacidad
económica para disponer de los medios más modernos
con los que conseguir sus fines. El siguiente cuadro de la
Realidad Criminológica es un buen ejemplo de ello:
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Para introducir la droga los traficantes van debajo del agua
(The New York Times; Schmidt y Shanker, 2012)
El navío al que perseguía la policía llevaba toneladas de cocaína. Pero después de
que la tripulación del sumergible abandonara la nave, la Guardia Costera solo pudo
recuperar dos paquetes de drogas que pesaba cada uno 66 libras.
Este es el nuevo desafío al que se enfrentan Estados Unidos y los países
latinoamericanos: de modo creciente las organizaciones de la droga están disponiendo
de todo lo necesario para fabricar en lo profundo de las selvas de Sudamérica
submarinos con energía diesel que podrían ser la envidia de la mayoría de las
naciones […] Las autoridades de Estados Unidos han descubierto al menos tres
modelos de un submarino nuevo y sofisticado capaz de viajar completamente
sumergido desde Sudamérica hasta la costa de Norteamérica.
Estos tres nuevos submarinos capturados son capaces de albergar 10 toneladas de
cocaína cada uno. Dado que pueden avanzar por la noche en la superficie disponen de
tiempo para recargar las baterías con las que alimentar el motor diesel, y luego
continuar bajo la superficie todo el trayecto desde Ecuador a Los Ángeles.
Con el uso creciente de los submarinos, las autoridades americanas tienen razones
para preocuparse, porque eso significa que los traficantes irán abandonando las
poderosas lanchas fuera borda, más fácilmente detectables, y con capacidad de carga
mucho menor, de hasta una tonelada. A esto se añade una nueva inquietud: los
traficantes de drogas, tradicionalmente, combinaban las tareas de producción,
transporte y distribución, y tenían pocas razones para cooperar con grupos terroristas.
Pero estos submarinos son construidos muchas veces por contratistas independientes
que pueden pretender vender estos navíos a cualquiera que ofrezca el precio
adecuado.

Este ejemplo nos demuestra que en relación con el


crimen organizado, existe una sensación generalizada de
que la policía va siempre muy por detrás de los
delincuentes (algo, por otra parte, también aplicable al
delito en general, pero de un modo menos acusado). Esta
imagen se concreta de modo irónico pero muy real en las
persecuciones que en ocasiones tienen que realizar las
fuerzas del orden ante la mirada atónita de los ciudadanos,
cuando se puede ver a un vehículo policial convencional
en pos de un potente coche de lujo que esconde a tratantes
de personas o narcotraficantes
El crimen organizado se expande como una mancha de
aceite en el mundo actual, y utiliza cualquier medio y
mercancía que le reporte impunidad y ganancias, tal es la
naturaleza humana. Que cualquier medio sirve lo tenemos
con el moderno desarrollo de Internet. Su uso permite
acciones delictivas que sin su recurso hubieran sido
imposibles. Quizá un ejemplo notable de esto sea la
pornografía infantil. En febrero de 2006 la policía de 19
países actuó de manera coordinada para detener a 108
personas en total, acusadas de compartir —a través de
redes de intercambio de archivos “peer to peer” (P2P)—
más de 11.000 fotos e imágenes de violaciones de niños
menores de 10 años. La operación fue posible gracias al
buscador Hispalis, diseñado para localizar y datar
imágenes de pornografía con menores, ya colgadas en la
red, para poder seguirlas y conocer cuáles son los usuarios
que las descargan o intercambian9. Aunque aquí no había
un propósito económico, no cabe duda de que esas
personas crearon una red organizada para su satisfacción
sexual perversa.
Por otra parte, en los últimos años se observan
relaciones mercantiles entre bandas de mafiosos y de
terroristas, unidas como están en su misión de obtener
fondos ilegítimos, y en ocasiones armas.
Desgraciadamente, en los comienzos del siglo XXI,
ambas modalidades criminales gozan de buena salud. El
imperio de la ley parece tambalearse ante estos gigantes
del crimen, ya que muchas veces los intereses políticos
parecen ser predominantes ante el bienestar de los
ciudadanos que dicen proteger.
Por ejemplo, por una parte México se esfuerza en luchar
contra las mafias del crimen organizado, pero por otra
parte, es uno de los países con mayor corrupción entre los
funcionarios del Estado, incluyendo a políticos, jueces y
policías. López Flores (2010), en su análisis del cártel del
Golfo, plantea la hipótesis de que la creciente violencia
por causa del narcotráfico sea el producto de la pérdida
del control que el gobierno federal ejercía sobre el crimen
organizado, al cual tutelaba: “La contraposición de
intereses políticos entre las fuerzas gobernantes federal y
locales, su incapacidad para establecer políticas de Estado
contra la delincuencia y los altos niveles de corrupción
persistentes han determinado la insubordinación creciente
de los grupos criminales ante sus antiguos patrones y su
creciente búsqueda de expansión hegemónica territorial”
(Flores Pérez, 2010: 2).
En estas circunstancias no es extraño que la guerra
decretada contra los cárteles por parte del estado mejicano
no consiga lograr los resultados esperados. En el mes de
mayo de 2012 la policía encontró los cuerpos de 49
personas gravemente mutilados, arrojados en varios
lugares de una autovía cerca de la ciudad de Monterrey.
Fue difícil reconocer la identidad de las víctimas (seis
mujeres y 43 hombres) porque sus cabezas, manos y
piernas habían sido cercenados. El presidente de México,
Felipe Calderón comenzó a enviar tropas del ejército a
luchar contra las mafias del crimen organizado en varios
puntos del país cuando tomó posesión de su cargo en el
año 2006. Desde esa fecha los fallecidos por actos de
homicidio debido al control por el tráfico de drogas
suman la impresionante cifra de 50.000, la mayoría en
estados como Nuevo león, cerca de la frontera con
Estados Unidos.
Con el tiempo los cárteles de la droga han ido
diversificando sus actuaciones para incluir la extorsión, el
lavado de dinero y el tráfico de personas. Por ello ahora
operan en muchos puntos del tránsito procedente de
América Central y Sudamérica por México en su camino
hacia Norteamérica, controlando el flujo de emigrantes y
obteniendo pingües beneficios (Zabludovsky, 2012).
Quizás por ello este país oculta el secreto de lo que
parece ser un caso de crimen organizado sin precedentes:
el asesinato masivo de chicas jóvenes en Ciudad Juárez,
cerca de la frontera con Estados Unidos. Desde hace más
de 18 años vienen desapareciendo y muriendo chicas con
un perfil similar: delgadas, jóvenes, obreras (muchas de
ellas como maquiladoras), de pelo largo, también hay un
número elevado de estudiantes. Hasta ahora se han
confirmado cerca de 400 asesinatos, y hay un número
indeterminado de desaparecidas. Muchas de las mujeres
fueron violadas y mutiladas, y sus cuerpos aparecieron
tirados en zanjas o en terrenos baldíos. Las hipótesis han
sido muchas, pero hasta la fecha no hay nada probado. Se
habla de que podrían estar actuando varios asesinos en
serie, y se sabe que los pocos arrestados por todo este
suceso no pueden de ningún modo ser considerados los
culpables de la mayoría de estos crímenes. Lo que sí que
queda patente es la incapacidad del gobierno mejicano
para resolver este enigma. Un informe presentado por
Amnistía Internacional en julio de 200310 denunciaba de
modo concluyente tremendos errores y negligencias del
sistema judicial mexicano en la investigación de los
crímenes, y acusaba al gobierno de aquel entonces
presidido por Vicente Fox de “tolerar estos crímenes, y a
las autoridades estatales y municipales de hostigar a las
familias de las víctimas y actuar con indiferencia”11.
Los años van pasando pero nada cambia; es más, va a
peor. Solo en 2010 hubo 304 homicidios de mujeres, y en
los primeros seis meses de 2012, 60 mujeres adultas y
chicas jóvenes habían sido asesinadas, y en los dos años
anteriores a esa fecha había más de 100 desaparecidas. Un
comité del gobierno, creado para analizar las muertes de
los últimos años, llegó a conclusiones parecidas a las del
primer comité creado tras los primeros años de la
matanza: en torno a la mitad de las mujeres fallecieron
como resultado de disputas entre carteles de drogas,
violencia doméstica y robos, y un poco más de una tercera
parte fue víctima de agresiones sexuales con homicidio
(Cave, 2012).
Se ha especulado mucho a lo largo de todo este tiempo:
junto a esas causas se ha señalado también otras como los
asesinatos rituales, tráfico de órganos… Ciudad Juárez
constituye el caso de asesinato en masa más importante
del crimen contemporáneo, e ilustra a las claras que la
delincuencia organizada no tiene límites, pues, ¿cómo se
puede cometer tantos asesinatos en una zona bien
delimitada a lo largo de tantos años sin que opere toda
una red de asesinos y secuaces?

17.3. CONCLUSIONES
El delito económico y la corrupción constituyen
auténticos riesgos para la estabilidad social y la
prosperidad de las naciones. Los delincuentes de cuello
blanco aprenden a violar las normas y leyes si encuentran
un caldo de cultivo en sus empresas e instituciones para
creer que esas acciones son esperables por parte de los
demás. De este modo se facilita la justificación del delito,
y se aprovecharán las oportunidades para lograr el
beneficio ilegítimo para uno mismo o para la empresa o
institución (partido político, por ejemplo) en la que
trabaje.
La experiencia de estos últimos años ha sido una buena
muestra de que es muy difícil que los sujetos con poder y
responsabilidad se autorregulen. A pesar de que en la
actualidad existen más sujetos capaces de cometer delitos
económicos que no tienen por qué ser gente de gran
influencia y estatus (como definió Sutherland al
delincuente de cuello blanco), especialmente por la
expansión de internet y la telemática, sigue siendo verdad
que la gente en puestos claves de empresas e instituciones
pueden causar graves pérdidas patrimoniales a la
sociedad, además de erosionar la credibilidad en el estado
y sus instituciones. Por ello se hace imprescindible una
apuesta fuerte por generar normas y actividades
preventivas, apoyadas en suficientes recursos para vigilar
su aplicación.
El crimen organizado se ha extendido y diversificado en
los últimos años. Junto al tradicional tráfico de drogas
ahora las mafias tienen otros objetivos como son los
productos falsificados y el tráfico de seres humanos con
fines de explotación sexual, laboral, para la adopción de
niños e incluso para el trasplante de órganos. La
comunidad internacional intenta responder con acuerdos y
tratados, pero parece que la ley siempre va por detrás de
los delincuentes. En buena parte su poder viene de su
enorme capacidad de corromper y comprar voluntades, y
de la existencia de países enteros que actúan casi como
santuarios para sus actividades, bien por connivencia de
sus líderes y dirigentes, bien por pura impotencia.
Frente al crimen organizado, como frente al terrorismo,
el gran desafío de la justicia es ganar en eficacia mientras
al tiempo se respetan las leyes relativas a los derechos
civiles y libertades fundamentales del conjunto de los
ciudadanos. Por ahora va ganando el crimen organizado.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. El comportamiento delictivo empresarial y administrativo no constituye un campo
aparte para la Criminología, sino que se puede analizar en el marco de sus teorías
generales: las teorías del aprendizaje, de las subculturas, de la oportunidad
diferencial y del control social resultan relevantes.
2. El delincuente de cuello blanco se perfila como una persona con valores hedonistas
y una personalidad narcisista con escaso autocontrol ante las oportunidades de
obtener un beneficio ilegítimo.
3. Un número relevante de delincuentes de cuello blanco cometerán también delitos
comunes como extorsiones, agresiones e incluso homicidios para preservar su
anonimato ante la justicia. Es lo que se ha denominado más recientemente como
“delincuentes de cuello rojo”.
4. Los casos sobre apropiación indebida en las empresas privadas y la malversación
de fondos en el sector público, aunque cada vez salen a la luz con más frecuencia,
siguen siendo a menudo casos desconocidos, así que los datos policiales y
judiciales dan poca indicación de la envergadura total del problema.
5. El fraude telemático y otros tipos de cibercrimen son modalidades delictivas
crecientes que pueden dejar obsoletas otras prácticas tradicionales del robo y de la
estafa. El delincuente profesional siempre adopta la tecnología de su tiempo. Es
imprescindible que tanto los propios consumidores como el Estado desarrollen
unos hábitos y normas de actuación que frenen el avance del delito en la red.
6. La delincuencia económica y la corrupción precisan de leyes eficaces que puedan
disuadir a los delincuentes de sus propósitos. Hasta la fecha los diferentes estados
han mostrado ser bastante deficientes al respecto.

7. Las mafias se parecen cada vez más a corporaciones multinacionales, al tiempo que
algunos políticos y hombres de negocios adoptan métodos mafiosos o se integran
en estas organizaciones criminales. El enorme desarrollo de esta forma delictiva
exige que los gobiernos presten una gran atención a su limitación y erradicación.
8. El que en países en descomposición (como la extinta Unión Soviética) florezcan
rápidamente las mafias, y empleen a delincuentes comunes como miembros de
número, ilustra que toda forma de criminalidad tiende a alimentarse mutuamente.
Los gobiernos deben recordar que no solo el delincuente común es un problema, y
harían bien en considerar los graves perjuicios económicos y de erosión de la
convivencia que se desprenden de la delincuencia organizada.
9. El crimen organizado se expande y difumina debido a la mayor relación existente
entre las diferentes mafias internacionales y a la mayor posibilidad que el mundo
globalizado ofrece para el tráfico de drogas y de seres humanos. La telemática
también facilita la generación de estas prácticas ilícitas y el cobro de sus
beneficios.
10. La existencia de personas en todo el mundo en situación de grave necesidad y los
déficits de control democrático de muchos estados constituyen también elementos
esenciales para la consolidación de esta actividad delictiva.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. Define la delincuencia de cuello blanco y sus tipos.
2. ¿Qué teorías explican esta actividad delictiva?
3. ¿Cuáles son los rasgos generales del delincuente de cuello blanco?
4. ¿Qué formas de delincuencia están al alcance de los que emplean la telemática?
5. ¿Qué puedes decir de la corrupción en España? ¿Qué formas toma?
6. ¿Cómo operan en la actualidad las mafias del crimen organizado?
7. ¿Qué evolución han experimentado tales mafias en los últimos años?
8. ¿Qué dice la Convención de Palermo acerca del control de esta delincuencia?
9. ¿Qué explicación se puede dar al caso de la violencia del crimen organizado en
México?
10. ¿Puedes señalar alguna película o libro de ficción donde el cibercrimen tenga un
lugar destacado? ¿Cómo se explicaría desde lo planteado en este capítulo?

1 Ver:
http://www.transparencia.org.es/BAROMETRO_GLOBAL/BAROMETRO%20GLOB
2 Ver: http://www.transparencia.org.es/
ÍNDICES_DE_PERCEPCIÓN/INDICE%20DE%20PERCEPCION%202011/TABLA_
3 The New York Times, 25 de agosto de 2012: “No crime, no punishment”.
4 Citado de Olivé y Borrallo (1999) p. 23.
5 LEC Art. 282 bis 4.
6 El artículo 6 establece esos delitos del siguiente modo:
a) i) La conversión o la transferencia de bienes, a sabiendas de que esos
bienes son producto del delito, con el propósito de ocultar o disimular el
origen ilícito de los bienes o ayudar a cualquier persona involucrada en la
comisión del delito determinante a eludir las consecuencias jurídicas de
sus actos;
ii) La ocultación o disimulación de la verdadera naturaleza, origen, ubicación,
disposición, movimiento o propiedad de bienes o del legítimo derecho a
éstos, a sabiendas de que dichos bienes son producto del delito;
b) Con sujeción a los conceptos básicos de su ordenamiento jurídico [del país
que suscribe la Resolución]:
i) La adquisición, posesión o utilización de bienes, a sabiendas, en el
momento de su recepción, de que son producto del delito;
ii) La participación en la comisión de cualesquiera de los delitos tipificados
con arreglo al presente artículo, así como la asociación y la confabulación
para cometerlos, el intento de cometerlos, y la ayuda, ayuda, la incitación,
la facilitación y el asesoramiento en aras de su comisión.
7 El País, 8 de agosto de 1993.
8 El País, 8 de agosto de 1993.
9 El País, 25 de febrero de 2006.
10 Informe de AI presentado por su secretaria general, Irene Khan, titulado:
“México: muertes intolerables. Diez años de desapariciones y asesinatos
de mujeres en Ciudad Juárez y Chihuahua”.
11 Ver www.elpasotimes.com/borderdeath/español

La Profesora Rosemary Barberet, quien trabajó en las universidades


españolas de Castilla-La Mancha, Sevilla y Carlos III, es actualmente la
Directora del Máster en Delincuencia y Justicia Internacional, en el John Jay
College of Criminal Justice, New York.

FRAUDE
18. EL TERRORISMO
18.1. ORÍGENES Y DEFINICIÓN 828
18.2. CAUSAS 833
18.2.1. ¿Por qué mataban los etarras? 833
18.2.2. ¿Por qué se inmolan matando los terroristas islámicos? 836
18.3. ¿QUIÉNES SON LOS TERRORISTAS? 838
18.4. RESPUESTAS AL TERRORISMO 843
18.4.1. ¿Son los terroristas racionales en su actividad criminal? 845
18.4.2. Una tipología de terroristas 850
18.4.3. Un mayor control sobre la inmigración y las prácticas
religiosas 852
18.5. ESTUDIOS EMPÍRICOS DE LAS MEDIDAS CONTRA EL
TERRORISMO 854
18.6. CONCLUSIONES 856
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 857
CUESTIONES DE ESTUDIO 858

Pocas veces un tipo de actividad criminal ha cambiado


tanto su forma de proceder y el modo en que el mundo lo
percibe a raíz de un hecho singular, como en el caso que
nos ocupa. El terrorismo no volvió a ser lo mismo
después del 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda a
través del comando Atta (véase más adelante) atacó las
Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en
Washington. Esas 3.000 víctimas no solo fueron el acto
terrorista más brutal perpetrado en Estados Unidos, sino
que iniciaron un movimiento de acciones bélicas y de
iniciativas diplomáticas cuyas consecuencias todavía las
estamos experimentando, y será así probablemente por
mucho tiempo.
Con el 11-S apareció frente a las pantallas de todo el
mundo la nueva cara del terrorismo: el globalizado, difuso
y escurridizo terrorismo islámico, encarnado en la
confesión radical salafista, y dispuesto a declarar la guerra
santa o “yihad” a Estados Unidos y sus aliados, y en
general por extensión a todo Occidente que no respete sus
exigencias. Hoy en día, este es el terrorismo por
excelencia, y frente a la carnicería de sus ataques (Nueva
York, Bali, Madrid, Londres) los grupos tradicionales,
pegados a una tierra y a una causa muy definida, parecen
contraerse en su grado de amenaza y alcance. No
obstante, la realidad de España no puede dibujarse
completa sin el terrorismo de ETA, por más que esta
banda terrorista no se haya atrevido a matar en los últimos
años, consciente de que el pueblo español está ya —hace
tiempo en verdad— ahíto de la vileza de la sangre y la
muerte de personas inocentes (Beristain, 2004), y haya
anunciado que está dispuesta a abandonar definitivamente
las armas. Eso sí, aunque acosada por la policía y ya sin el
apoyo popular de otras épocas, queda la incógnita de
cómo se va a resolver el espinoso asunto de su disolución,
por cuanto que, en el momento de escribir estas líneas, la
situación parece estar estancada.
18.1. ORÍGENES Y DEFINICIÓN
La primera vez que se utilizó el término terrorismo en
un sentido político fue en 1793, en la época del periodo
del Terror impuesto por los jacobinos en Francia, donde
en julio de 1794 ya habían ejecutado a 2.400 personas en
París y a 30.000 en todo el país. El cerebro de esa época
fue Robespierre, quien explicó que “los resortes del
gobierno popular en la revolución son la virtud y el
terror”. Los dos han de trabajar en armonía, porque sin la
virtud el terror es destructivo, y sin éste la virtud no tiene
poder. Ya es historia, sin embargo, que Robespierre
amplió cada vez más la extensión del terror —sin
compañía de la virtud— y que eso le costó la vida,
ejecutado por la misma Asamblea Nacional que le había
aupado al poder (Freedman, 2005, p. 164).
El terrorismo floreció en el siglo XIX como estrategia
de los revolucionarios en su lucha contra el Estado, con el
propósito de inspirar a las masas a rebelarse contra su
maquinaria de opresión. Así, el Congreso Internacional
Anarquista celebrado en Londres en 1881, describió el
terrorismo como un deber de todos los comités
anarquistas nacionales con objeto de explorar todos los
medios para la “aniquilación de todos los gobernantes,
ministros de estado, la nobleza, el clero, los más
prominentes capitalistas y otros explotadores”, prestando
gran atención “al estudio de la química y la preparación
de explosivos” (Freedman, 2005, p. 165). Durante buena
parte del siglo XX la ideología que ha inspirado a las
bandas terroristas ha sido una extrapolación de las luchas
de liberación de los pueblos contra sus colonizadores. Un
trabajo clásico es el de Frantz Fanon, cuyo libro “Los
desheredados de la tierra” (The Wretched of the Earth)
tenía un prólogo de Jean Paul Sartre, en el que se
expresaba que con esa lucha “se destruía al opresor y al
hombre oprimido al mismo tiempo”. Pero esa visión
propia del siglo XIX y de la primera parte del XX parece
ser el único bagaje ideológico del terrorista, junto con
ciertas ideas anarquistas (tomadas de Mikhail Bakunin,
político y filósofo ruso, 1814-1876) y marxistas-
leninistas. El terrorismo islámico ha bebido de sus propias
fuentes integristas, pero como veremos persiste en lo
sustancial el sustrato de unas ideas rígidas insertas en un
credo monolítico de tipo religioso
Pero todo esto es ya Historia. Un vistazo a la evolución
del terrorismo en los últimos años, revela que los
atentados terroristas han ido aumentando en gravedad, sin
duda debido a la mayor eficacia destructiva de las armas
de fuego y explosivos, y al desarrollo de los medios de
comunicación que permiten una gran facilidad para la
planificación, ejecución y difusión de los atentados. Sin
embargo, antes del nuevo siglo las cosas parecían ir un
poco mejor. Así, el Departamento de Estado del gobierno
de los Estados Unidos contabilizó el número de ataques
terroristas internacionales en el mundo, y concluyó que el
terrorismo había entrado en una nueva etapa de expansión
a partir de finales de los años 90, después de un largo
periodo iniciado en 1986 en el que los ataques disminuían
cada año (Tilly, 2004).
En el año 2010 ocurrieron 11.500 ataques terroristas en
el mundo, afectando a 50.000 víctimas y contabilizando
13.200 muertes. Aunque ese número de incidentes supuso
un incremento del 5 por ciento con respecto al año 2009
(que registró 10.969 ataques), las muertes disminuyeron
un 12 por ciento. Más del 75 por ciento de los ataques
terroristas y de las muertes producidas por esta causa
tienen lugar en el sur de Asia y en Oriente próximo, lo
que se corresponde con los principales focos existentes
hoy en día de naturaleza bélica (Afganistán, Pakistán,
Somalia, Irak)1.
No obstante, existen problemas a la hora de separar el
terrorismo de otras formas de violencia política; en parte
porque el terrorismo hoy es un fenómeno de
comunicación de masas, y ésta emplea el término de un
modo indiscriminado. Además, una vez que un grupo ha
sido calificado de “terrorista”, cualquier delito que cometa
será incluido en esa categoría, aunque realmente no sea de
esa naturaleza. Este problema es muy visible cuando se
trata de aplicar las leyes de extradición existentes entre
dos países. Comúnmente figura en estos tratados la
cláusula que prohíbe la extradición si el delincuente es
acusado por el país de origen de un “delito político”.
Frecuentemente, los sujetos perseguidos intentan acogerse
a esta cláusula para evitar ser entregados, mientras que los
reclamantes alegan que se trata de “terroristas”, y en
modo alguno de “delincuentes políticos”.
A pesar de ello, los elementos centrales del terrorismo
parecen ser los siguientes: el uso o amenaza de usar la
violencia; una motivación política; y la creación de una
presión psicológica mediante el terror para lograr un
propósito determinado. Esto último supone que además
del agresor y la víctima, hay un tercer elemento que juega
un papel relevante: la audiencia formada por el público en
general y por los miembros del gobierno y de los otros
poderes. Cuando finalmente Bin Laden fue encontrado y
ejecutado por comandos del ejército norteamericano, el 1
de mayo de 2011, se tuvo acceso a la documentación que
guardaba el líder de Al Qaeda. Una de sus notas enviada a
un lugarteniente suyo decía lo siguiente: “Se acerca el
décimo aniversario de los atentados del 11-S, y debido a
la importancia de esta fecha, ha llegado el momento de
empezar a prepararse. Por favor, envíame tus sugerencias
(…) Sería estupendo si pudieras darme el nombre de
algunos hermanos bien preparados para llevar a cabo una
operación a gran escala contra los Estados Unidos”2.
Por otra parte, también parece relevante señalar que los
estados pueden emplear métodos terroristas para preservar
el orden establecido, siendo el problema particularmente
grave cuando todo el Estado en sí, debido a su origen
ilegítimo e impuesto, emplea de modo genérico el
terrorismo para perpetuarse en el poder. Tilly (2004)
ofrece la siguiente definición: “Es el empleo asimétrico de
amenazas y de violencia contra los enemigos usando
medios que caen fuera del sistema de lucha política que
opera dentro de un país determinado”. Esta definición
tiene la ventaja de no considerar terroristas a los que se
oponen con las armas a un estado tiránico (ya que este
Estado sí emplea el terror como “sistema de lucha
política”), al tiempo que incluiría a todos aquellos que se
enfrentan mediante actos de violencia a gobiernos
legítimamente constituidos.
Tradicionalmente —y dejando aparte el caso de los
estados terroristas como el Chile de Pinochet o la
Argentina de la dictadura militar— se distinguían dos
tipos de grupos terroristas: los grupos étnicos y los
revolucionarios. Los primeros suelen pretender transferir
el control del gobierno de una etnia a otra (véase la
masacre ocurrida en Ruanda en los años 90 del siglo XX,
que enfrentó a los Hutus y los Tutsis); los segundos
pretenden derribar el sistema político imperante en su
propio territorio para sustituirlo por otro (lo que buscaba
ETA o el IRA). En la actualidad, sin embargo, tenemos
que sumar una nueva categoría: el moderno terrorismo
transnacional islámico, un terrorismo que busca atacar a
los países occidentales (y a aquéllos que les apoyan) para
conseguir la lunática meta de imponer la fe del Islam en
los territorios del Oriente, al tiempo que debilitan y
castigan la influencia de Estados Unidos y sus aliados en
el mundo.
Ya vimos antes que el uso actual del término nace con la
propia época contemporánea, la Revolución Francesa. No
obstante, el terrorismo, en el sentido de estructurarse
como una banda armada con el propósito de coaccionar a
un gobierno, parece ser un fenómeno recurrente en la
historia, hallándose precedentes en la Grecia y Roma
clásicas, así como en la Edad Media. El hecho, sin
embargo, de que nos parezca “nuevo” se debe a factores
característicos de nuestra época, como son la gran
facilidad de objetivos terroristas que permite el tránsito
fluido entre los países, la ingeniería letal de que hoy día se
puede disponer en los “mercados terroristas” y,
especialmente, el tremendo e inmediato impacto mundial
que cualquier fenómeno de esta índole es capaz de
alcanzar, gracias al despliegue sin precedente de los mass
media.
Por otra parte, en la proliferación del terrorismo
contemporáneo no debemos olvidar la importancia de los
cambios culturales y políticos acaecidos, entre los que
podemos mencionar las situaciones explosivas heredadas
de antiguos colonialismos o de la hegemonía soviética, el
furor bélico de la rama integrista del Islam o los deseos
expansionistas de países que aspiran a imponer la fuerza
de su etnia mayoritaria. Ni siquiera países
tradicionalmente seguros como Estados Unidos o Japón
pueden ahora librarse de esta amenaza, como demostraron
primero las masacres de Oklahoma y del metro de Tokio
(véase el recuadro siguiente), y luego el magno y
desolador episodio del 11-S.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: El terrorismo
EL 19 DE ABRIL DE 1995 UNA BOMBA HIZO VOLAR NUEVE PISOS DEL EDIFICIO DEL FBI DE
OKLAHOMA, MATANDO A 200 PERSONAS (Vicente Verdú para El País, 30-5-95)
“Los europeos odian y aman al Estado. No pueden vivir sin él. Los
norteamericanos aborrecen al Estado. Viven a regañadientes con él. En el alma
fundacional de Estados Unidos, los Estados fueron congregaciones de parroquias,
archipiélagos que día a día se ven todavía impelidos a clavar la bandera nacional por
todas partes para asegurar las costuras de la unión. La independencia del país se logró
con la esforzada colaboración de las milicias populares relacionadas ahora con el
atentado de Oklahoma City (…) Los milicianos se declaran patriotas porque su
contribución fue decisiva en la batalla contra Inglaterra, pero se declaran también
antiestatales porque el individualismo está impreso en los ideales constitucionales por
los que combatieron (…) No son repudiados ni se ocultan. Son americanos puros. Es
coherente que su ideología atraiga a fundamentalistas cristianos y antifederales.
También a paranoicos que al aliento de sus proclamas pueden alcanzar la temperatura
de la última explosión. Pero, ¿por qué ahora y no antes? (…) El Estado, en opinión de
una amplia masa de norteamericanos, debe ser lo menos intervencionista posible.
Pero el Estado ha crecido mucho y ha multiplicado sus normas, los impuestos, las
prohibiciones (…) Los blancos anglosajones de clase media se sienten relegados…”.

UN ATAQUE CON GAS TÓXICO A LA HORA PUNTA EN 16 ESTACIONES DEL METRO SIEMBRA EL
PÁNICO EN TOKIO (El País, 21-3-95)

“Un misterioso atentado con sarín, un gas nervioso letal descubierto por los
alemanes en la II guerra mundial sembró ayer el pánico en el metro de Tokio durante
la hora punta matinal y se cobró seis vidas. Seiscientas personas más permanecen
hospitalizadas y unas 3.200 han recibido tratamiento médico (…). La policía, sin
emplear explícitamente la palabra ‘terrorismo’, afirmó que se trata de una ‘acción
premeditada para causar el mayor número posible de muertos’.
[Días después se conoce que los responsables son los miembros de una secta que
se denomina “La Verdad Suprema”, cuyo líder es Shoko Asahara, quien resulta
capturado. Antes de ser apresados cometerán otros crímenes]”.

La masacre de Oklahoma ya probó de modo extremo el


hecho de que las acciones de los terroristas no suelen
dirigirse contra objetivos militares, porque estos son más
difíciles de alcanzar. Suelen ser golpes contra objetivos y
personas más indefensas. También suelen abundar las
equivocaciones y los asesinatos a personas totalmente
ajenas al conflicto. Dado que el objetivo principal de la
actividad terrorista es mostrar fuerza, poner en cuestión la
autoridad del “enemigo” y sembrar miedo, no importa
tanto quiénes son las víctimas de sus acciones, siempre
que éstas les den fama.
Hay varios tipos de organizaciones que emplean
técnicas terroristas, desde el terrorista solitario que manda
cartas bomba a enemigos imaginados, pasando por
movimientos de fanatismo religioso y ejércitos
irregulares. Las teorías de la revolución armada lo
consideran una fase inicial, previa a la insurrección en
gran escala. Unos avisan de que el terrorismo es
indiscriminado e ineficaz, y “destruye vidas que pueden
ser de valor para la revolución” (según dijo el Che
Guevara). Otros ven su eficacia en que “inmoviliza a
miles de soldados enemigos en tareas poco fructíferas de
protección” (Debray, 1968). Históricamente, los
movimientos terroristas cuentan con pocos éxitos y con
muchos fracasos. Hay que reconocer que hasta los
movimientos más exitosos y admirados de su época,
como el movimiento nacional argelino contra el gobierno
francés en los años 50, o la guerra de liberación del
Vietnam en los años 70, provocaron, con sus acciones
violentas, el hundimiento de su país en una miseria
profunda, con heridas sin curar medio siglo después del
conflicto. Los resultados del terrorismo de Al Qaeda están
por ver, pero resulta difícil imaginar que como resultado
de sus acciones consigan gobernar países o arrojar a los
occidentales de sus lugares de influencia en Oriente.

18.2. CAUSAS
Es posible que la pérdida de influencia de la religión, la
familia, y de otras instituciones culturales y sociales, junto
con los cambios desestabilizadores provocados por las
corrientes post-industriales (y sus efectos en el mercado
de trabajo y en la creación de bolsas de pobreza que se
comparan con gran disgusto con las clases pudientes)
hayan llevado a algunos hombres y mujeres a la
alienación y a la violencia. Al mismo tiempo,
determinados segmentos de la población de algunos
países se muestran reacios a identificarse con la mayoría,
y se refugian en sus identidades étnicas o religiosas. Estos
descontentos en la vida política y social son explotados
por los grupos terroristas para lograr sus propios fines. Sin
embargo, como discutiremos luego, el terrorista islámico
está lejos en muchos casos de ser un marginado.
Adolf Tobeña, un profesor e investigador de las bases
biológicas de la agresividad humana, ha elaborado un
importante trabajo en el que intenta buscar los elementos
comunes de todo terrorismo, adoptando una perspectiva
multifactorial, que incluye desde las bases biológicas del
comportamiento del terrorista, hasta los fenómenos del
contexto político y cultural en el que toma cuerpo el
desarrollo del terrorismo (Tobeña, 2005).
Tobeña explica en su libro las bases biológicas de la
agresión terrorista, así como los fundamentos
antropológicos de la agresión de un grupo hacia otro,
cuando éste es considerado distinto y enemigo. Sobre ello
no hablaremos aquí, ya que excedería el propósito de este
capítulo. Sin embargo sí que procede considerar los
cuatro requisitos que establece el autor como elementos
necesarios para entender por qué hay personas que se
convierten en terroristas. Así, éstos se caracterizan por ser
(1) jóvenes varones que se ofrecen para el crimen, (2) que
buscan obtener determinados beneficios a corto y a la
largo plazo, (3) con el objetivo de derribar el poder del
territorio y sustituirlo por el que representan, y (4) que se
instalan en un contexto ideologizado totalizante.

18.2.1. ¿Por qué mataban los etarras?


Partiendo de los presupuestos anteriores, Tobeña realiza
un análisis del terrorismo etarra y del islamista. Para
contestar a la pregunta de por qué matan los etarras,
realiza un análisis a través de los cuatro elementos antes
señalados, auxiliándose para ello de las entrevistas que
realizó el sociólogo Fernando Reinares a 47 exmilitantes
de ETA, y los datos de 600 condenados por pertenecer a
esta organización en el periodo 1970-1995 que reunió este
mismo autor. Estos apartados son los siguientes.
En primer lugar figura “la tropa autorreclutada” de
varones jóvenes en “alianza agonística” (es decir, para
combatir). Tenemos, por una parte, que en esta banda
dominan los varones jóvenes en una proporción de nueve
a uno, y esa dominancia se extiende desde las jerarquías
hasta la militancia de base. Por otra parte, respecto al
autorreclutamiento o deseo del sujeto de implicarse en la
organización terrorista para practicar la extorsión y el
crimen, Tobeña lo atribuye a los atributos
temperamentales del sujeto; en particular los define como
“impulsivos, aventureros, temerarios y dominantes”,
asumiendo un papel muy relevante “la necesidad de
emociones fuertes, de afición por el riesgo y de
aventurerismo extremo, junto al desprecio por las
actitudes sumisas o conciliatorias” (p. 220). El marco
temperamental se complementa con la falta de compasión,
la falta de simpatía para con el sufrimiento ajeno. Esta
falta de compasión, sin embargo, sin perjuicio de que
“pueda formar parte del cóctel temperamental de base de
los candidatos a pistoleros, acompañando a los rasgos
anteriores, puede adquirirse también mediante el
endurecimiento que proporciona el haberse curtido en
acciones mortíferas. Y puede asimismo obliterarse
[extirparse] por la penetración doctrinal (mediante los
procesos cognitivos de cosificación del adversario)”
(2005: 221-222).
En segundo lugar figuran las ganancias individuales a
corto y a largo plazo, que clasifica en dos tipos: prestigio
social y promoción profesional: “El primero es mucho
más determinante que el segundo, porque hay que tener
en cuenta que el terrorismo es un ámbito profesional de
alto riesgo, con bastantes posibilidades de acabar tendido
en la cuneta o en prisión. Pero en las entrevistas [las
realizadas por Reinares que examina el autor] aparecen
testimonios no solo del atractivo que ejerce esa opción
vital sino del orgullo que puede llegar a infundir el
pertenecer a la empresa etarra” (p. 224). Y así, uno de
ellos dice: “ingresar en ETA es como fichar por el
Athletic de Bilbao”. Este deseo de prestigio se ve
favorecido por el convencimiento de que cuentan con un
amplio respaldo social. Las ganancias a largo plazo se
atisban en la promoción dentro de la banda, donde los
roles de líderes cuentan con grandes poderes y recursos.
De entre los terroristas, sin embargo, no todos están
preparados para mandar; aquí intervienen de nuevo las
variables de personalidad (en particular rasgos de
psicopatía como el maquiavelismo), para diferenciar
“entre líderes, lugartenientes y gregarios más o menos
disciplinados o leales. Los primeros mandan y los
segundos obedecen, como es de rigor, aunque para todos
hay ganancias (desiguales)” (p. 225).
El tercer elemento de análisis de Tobeña es el objetivo
de recambio de la élite gobernante. Es el determinante
fundamental de todo terrorismo: desplazar a una élite que
manda para sustituirla por otra en el dominio de una
comunidad. Con ironía Tobeña apunta que es algo muy
estudiado en los “primates subhumanos”, y en efecto,
numerosas veces el espectador de documentales ha tenido
la oportunidad de ver cómo el macho “alfa” ha de
rechazar el asalto de un competidor si quiere conservar su
poder… Pero en el mundo del terrorismo de ETA, esta
lucha tiene su peculiaridad, ya que la meta es “la
sustitución de un entramado de linajes que ha venido
gobernando las provincias vascongadas, desde hace
centurias, bajo la tutela de poderosos aliados instalados en
la altiplanicie castellana”. El nuevo linaje que pugna por
llegar al poder es el que hunde sus raíces en el
nacionalismo vasco, el que se identifica con los mitos y
rituales más diferenciadores del grupo: “Es obvio que en
caso de éxito las posibles ganancias para la nueva élite
local serían más que suculentas” (p. 226). Para lograr ese
fin ETA emplea una guerra de desgaste, con criterios de
actuación muy calculados y racionales. Un desafío que se
ha sustentado “sobre la base de ir colocando cadáveres,
altercados, extorsiones y amedrentamiento social encima
de las sucesivas mesas, escenarios, treguas o planes que
va deparando el devenir político”, recalca Tobeña (p.
227).
Finalmente figura el papel de la doctrina abertzale o
independentista. Tobeña es concluyente al respecto: “Se
requiere muy poco esfuerzo de elaboración doctrinal para
que se ponga en marcha, entre los vascos, la
enfervorización automática del etnocentrismo y la
xenofobia” (p. 228). ¿Por qué esa facilidad? Porque en la
comunidad vasca aparecen con gran intensidad los
indicadores de la “etnicidad combativa”. El argumento es
el siguiente. El sueño de los ideólogos de la ilustración de
construir sociedades basadas en conceptos universales de
igualdad y justicia, sin que las adscripciones de etnia o
cultura pudieran ser obstáculos relevantes al respecto, no
se ha cumplido, ya que “siempre se ha acabado por
constatar que los lazos de la comunión étnica reaparecen,
bajo formas y denominaciones muy distintas, para frustrar
o atenuar el sueño de la sociedad abierta. Y, muy a
menudo, esa deriva hacia el nicho político de lindes
identitarios resurge con gran combatividad en el propio
núcleo de las sociedades más cosmopolitas y acogedoras
para acabar dinamitando el tinglado del conjunto” (p.
160). Se trata de un etnocentrismo aglutinador, “cuyos
cimientos se asientan sobre los señuelos de la semejanza
biológica y los signos de la proximidad cultural” (p. 161).
Dicho etnocentrismo responde a una tendencia de la
especie humana ciertamente antigua, detectable ya en las
coaliciones intertribales que se desarrollaron en el
neolítico.
Y esto es justamente lo que el autor constata en las
provincias vascongadas, a saber, la existencia de todos los
requisitos que definen a los etnocentrismos y
nacionalismos más excluyentes: “Lengua autóctona
altamente diferenciada, deriva endogámica sustentada
incluso en perfiles genéticos diferenciables, rituales
seculares en múltiples ámbitos (música, danza, juegos,
etc.); religiosidad acentuada y fuerte implantación de
movimientos de comunicación grupal. De ahí, quizás, que
la producción doctrinal del nacionalismo vasco sea tan
rudimentaria. Se trata de un grupo humano tan proclive al
adoctrinamiento automático que cualquier soflama
identitaria mal que bien pertrechada que propone un
paraíso común (…) ya sirve para hacer saltar la chispa de
la bandosidad” (p. 228).

18.2.2. ¿Por qué se inmolan matando los


terroristas islámicos?
Desde la óptica biopsicológica —el autor señala que no
va a entrar en consideraciones históricas y políticas que
bien tendrían que tenerse en cuenta—, Tobeña busca para
su análisis hallar los elementos genéricos y fundamentales
que puedan explicar la actuación de este terrorismo en sus
diferentes variaciones y territorios de origen (Palestina,
Argelia, Afganistán, etc.). Un vector esencial es que el
“islamismo radical ha tendido a propiciar un
enfrentamiento genérico con Occidente como enemigo
común de la civilización musulmana” (2005: 229), de ahí
que muchas de sus acciones violentas tengan un ámbito
transnacional, cuyos epítomes serían, por ahora, Nueva
York (2001), Madrid (2004) y Londres (2005).
Algunos de los factores que explican la integración en
ETA sirven para explicar la inclusión en Al Qaeda y
organizaciones afines; sin embargo, hay una diferencia
esencial que hay que explicar: los terroristas islámicos no
dudan en inmolarse cuando cometen sus crímenes,
mientras que los etarras hicieron gala de una cobardía
harto conocida (la bomba activada a distancia, el tiro en la
nuca sin opción alguna de defensa para la víctima)3. ¿A
qué se debe esta diferencia? A través del ejemplo del
“comando Atta” (el que perpetró el ataque a Nueva York)
Tobeña nos propone que revisemos los cuatro apartados
discutidos con anterioridad en el caso del terrorismo
etarra, y de este modo poder tener un análisis de las
diferencias y semejanzas.
En cuanto al reclutamiento voluntario de varones
jóvenes, todos los miembros de ese comando eran jóvenes
varones, solteros, alistados de forma voluntaria, en los
que “pueden descartarse los factores de marginación
económica, de desesperación o desequilibrio personal, o
de incultura y analfabetismo fácilmente manipulable” (p.
213). Más bien al contrario, eran jóvenes cosmopolitas,
instruidos, seguros de sí mismos, con abundante dinero.
“Nada que ver, por consiguiente, con las caracterizaciones
de sujetos marginales e instalados en una desesperación
social y económica insufrible” (p. 231). Por sus actos, se
desprende que el aventurerismo, la afición al riesgo y la
falta de compasión son rasgos que les describían, mientras
que el adoctrinamiento y el compromiso intragrupal les
habían proporcionado meticulosidad y disciplina. Esto dio
como resultado “soldados de élite mezclados entre la
sociedad civil y dispuestos al máximo sacrificio ante una
orden taxativa” (p. 232).
Las diferencias importantes con los etarras y los
terroristas occidentales se hallan cuando examinamos el
apartado de las ganancias esperables a corto y largo plazo.
En el caso de los suicidas las ganancias a corto plazo, es
decir, el disfrute del prestigio y de una vida de aventura,
no puede ser algo determinante, puesto que su duración es
muy efímera, si es que llega a experimentarse, pues “hay
un fracaso biológico radical: muerte temprana y con pocas
o nulas oportunidades de dejar descendencia” (p. 234).
Quizás la diferencia esencial se halle en las ganancias a
largo plazo, esto es, en el ingreso del mártir en el paraíso
“poblado de vírgenes dedicadas a rociarles con las
fragancias más sutiles y a saciarle, perpetuamente, con
placeres sublimes” (p. 234). Sin dejar de reconocer que
este puede ser un factor, Tobeña plantea una hipótesis
diferente, un elemento que suele pasarse por alto, pero
que constituye, a su juicio, la ganancia emotiva
fundamental, de naturaleza autosuministrada: “Se trata de
la gloria terrenal. Del motor vanidoso que impulsa a hacer
algo grande en la vida. A dejar huella. Por un instante de
gloria, por obtener la devoción aunque sea efímera de los
demás, hay mucha gente dispuesta a los dispendios y
exageraciones más descabellados (…). La vida culminada
en un sacrificio extremo por el prójimo garantiza ese
reconocimiento admirativo en su punto máximo (…).
Aunque el recuerdo tienda a difuminarse con el tiempo, el
instante de gloria ya se ha conseguido. Si hay suerte y la
acción supone un escalón relevante en la estrategia que
conduce al éxito grupal los memoriales dedicados al héroe
perduran por mucho tiempo” (pp. 234-235).
El tercer apartado tenía que ver con el objetivo de las
acciones terroristas: cambiar a los que gobiernan ahora
por los auspiciados por el terror. ¿Qué sentido tiene esto
en el caso de los islamistas radicales? ¿Acaso van a
derribar el gobierno de Washington, Londres o Madrid?
La respuesta es, sin embargo, sencilla: se trata de
“debilitar y, si es posible, doblegar al gigante enemigo”, y
aunque parezca algo inconcebible, “este tipo de
escepticismo tiende a olvidar que en la mente excepcional
—pero no necesariamente anómala o patológica— de
algunos individuos anidan sueños de dominio absoluto”
(p. 236). La cuestión es que los terroristas, sabedores de
que sus huestes (que viven en países humillados por la
presencia y jerarquía mundial de Occidente, con su moral
y costumbres “blasfemas”) no pueden competir mediante
la guerra convencional, toman el camino que les resta por
recorrer para infligir el mayor daño posible al enemigo: la
propia muerte para matar a muchos. Luego, aunque
parezca un sueño imposible, también estos asesinos de
masas buscan sustituir a una elite gobernante por otra.
Finalmente, por lo que respecta al papel de las doctrinas
totalizantes y excluyentes, es evidente que en este
terrorismo aparecen sobradamente las condiciones que lo
posibilitan (a pesar de los enfrentamientos que puedan
existir entre diferentes versiones del islamismo): una
religión omnipresente, una lengua común, una base de
asentamiento territorial (aunque sea transnacional), unos
gradientes de proximidad física en la conformación de los
tipos corporales y unos modos de señalización e
identificación social muy distintivos. Por otra parte, en
este terrorismo se añade el carisma de los líderes
mesiánicos, que garantizan la obediencia social, y que,
según ellos mismos, expresan las doctrinas del mismo
Alá. La diferencia de visión entre Oriente —en esta
versión terrorista— y Occidente se hace diáfana en esa
contemplación del líder: mientras que para muchos
analistas y público occidental en general el personaje de
Bin Laden parece extraído del rol de villano que
usualmente colorea las películas de James Bond, para los
mártires suicidas en casi un profeta y, desde luego, un
caudillo liberador. Quizás por ello el comando de
operaciones especiales que finalmente capturó y dio
muerte a Bin Laden en 2011, mientras este estaba
refugiado en Pakistán, tuvo la precaución de guardar
ciertos ritos seguidos por los islamistas a la hora de lanzar
su cadáver al mar… Se quería así acabar con el gran
responsable de los atentados de Nueva York, pero no
aumentar las iras de sus devotos seguidores.

18.3. ¿QUIÉNES SON LOS TERRORISTAS?


Como antes se señaló, de modo general se trata de
jóvenes, entre 20 y 30 años, si bien los líderes suelen ser
mayores, siendo variable la implicación de los miembros
femeninos. En los análisis de los grupos terroristas
funcionando en Latino-América en los años 80 se
contabilizaba un 16% de mujeres, mientras que las
célebres bandas alemanas de los 70 —la ‘Baader-
Meinhof’ y la Dos De Junio— alcanzaban el 30% de
cuota femenina. Su extracción social también es variable;
aunque predominan las clases medias y una escolaridad
elevada —especialmente los líderes—, a medida que va
ocurriendo un proceso de deslegitimización de su “lucha”
en el seno de la sociedad en la que actúan, van ingresando
miembros más marginales, jóvenes atraídos por la
violencia y cuyo futuro de integración social resulta
dudoso, dando pábulo a la violencia nacida del
resentimiento y de la frustración. El fin último llega a ser
el sentimiento de poder.
Atentado terrorista en la estación de Atocha de Madrid, el 11 de marzo de
2004.

Sin embargo, hay variables culturales importantes. Y en


el terrorismo islámico actual, la marginación no parece ser
un factor esencial. Así, el estudioso del terrorismo Ariel
Merari (2002, citado en Tobeña, 2005) investigó a 34
kamikazes (de un total de 36) que se inmolaron durante el
transcurso de la Primera Intifada (levantamiento) en
Palestina contra Israel, que aconteció entre los años 1993
y 1998. Solo 11 (un 32%) eran “pobres” o “muy pobres”,
el resto era de clase medio baja, media, o alta (estas dos
últimas sumaban un 41%). En cuanto al nivel educativo,
solo cuatro tenían únicamente los estudios elementales, y
más del 40% tenían completados el curso preuniversitario
o diversos cursos de universidad. Los análisis de los
suicidas de la Segunda Intifada parecen confirmar estos
datos, si bien se aprecia la presencia mayor de las mujeres
entre los palestinos dispuestos al suicidio para matar, en
torno al 10% (Tobeña, 2005).
Desde el punto de vista psicológico, los análisis no
tienden a coincidir. Algunos autores plantean la
semejanza entre el terrorista y los que sufren ideas
paranoides, mientras que otros no han hallado indicio
alguno de psicosis (Jenkins, 1979). Alonso-Fernández
(1994) se alinea en la tesis de la enfermedad del terrorista,
cuando habla de él como de una persona que sufre de una
“enfermedad de la voluntad”, a modo de “espasmo”, “…
prisionero de su ilusoria convicción de producir una
conmoción de la realidad (…) Es la voluntad del
fanático…” (p. 5). Otras explicaciones se han centrado en
el elemento motivacional de la implicación en un grupo
terrorista, señalando cómo esa pertenencia puede dar un
sentido de auto-respeto y de valía personal; por otra parte
esa filiación le proporciona el “calor” de sentirse arropado
en un grupo, al tiempo que le libera a uno de tener que
emplear su libertad y responsabilidad individual; habría
pues un “miedo a la libertad” en el terrorista (Kaplan,
1977).
Las explicaciones sociológicas, además de señalar el
caldo de cultivo que pueden constituir las injusticias
sociales y políticas para la aparición de grupos terroristas,
también han acudido a la imagen de un mundo en cambio
y cada vez más sofisticado como un reto para el que
determinadas personas no encuentran más respuesta que
el regreso a ideologías donde se legitima la violencia
(Toffler, 1970). Pero otros autores han intentado aunar
diversas perspectivas, indicando que en los grupos
terroristas se dan cita diferentes tipos de personalidades,
con diferentes motivaciones. Por ejemplo, Hacker (1980)
distingue entre “los cruzados”, “los criminales” y “los
locos”. Los primeros son idealistas que persiguen un ideal
con la práctica de la violencia, mientras que los criminales
se involucran en el terrorismo para obtener un beneficio
personal. Finalmente, los locos actúan por motivaciones
que son claramente irracionales ante los ojos de la
sociedad. No obstante, el mismo autor reconoce que es
difícil encontrar tipos puros, hallándose sujetos que
combinan dos o incluso las tres categorías. Así por
ejemplo, los miembros de la “Verdad Suprema”, que
atentaron con gas letal en el metro de Tokio podrían
incluirse en la tercera categoría, pero no es descabellado
presumir que entre los miembros de ETA se encuentran
sujetos de la primera y la segunda categoría. La cuestión
de los ideales se ve complicada, por otra parte, por un
fenómeno psicológico de extraordinaria importancia, y
que ya se comentó en el análisis de las distorsiones
cognitivas de los delincuentes sexuales y violentos. A
saber, muchas personas se niegan a sí mismos el derecho
a rectificar, y a pesar de que los ideales han dejado de
estar vigentes, el esfuerzo que supondría renunciar a los
crímenes y aceptar que “todo ha acabado” resulta muy
costoso de hacer. La consecuencia es el atrincherarse en la
distorsión cognitiva (principalmente condenar a los
condenadores, despersonalizar a las víctimas, negar los
efectos destructivos de las acciones terroristas o
minimizarlos) como medio de subsistencia de un
autoconcepto positivo. De este modo, las vidas cobradas
en los atentados no dejan de ser sino elementos de un
balance; una vez que el sujeto despersonaliza a las
víctimas, lo moral queda sustituido por la rentabilidad: si
es bueno para la causa, es algo legítimo. Cuando lo que
sostiene el acto terrorista no es una ideología, sino un
dogma, una fe, como en el caso de los terroristas
islámicos, las creencias aún pueden ser más
impenetrables.
La despersonalización queda patente en dos ejemplos
tomados del libro de Fernando Reinares en el que
entrevista a ex miembros de ETA (Reinares, 2001). En el
primero, el asesino cuenta como “ejecutó” a su rehén:
“Bueno, aquello sí fue un poco fuerte (…) Hablábamos de todo,
porque el hombre era encima muy campechano. En fin, un hombre
muy corriente. Nos hablaba de todo, nos contaba sus películas, no sé.
Me acuerdo hasta de habernos abrazado y todo (…) Habíamos hecho
planes para después de la liberación, para vernos alguna vez y tal. No
sé… Fue una relación con él muy normal (…) Entonces, un día me
llamaron y me dijeron: ‘¡Le tenéis que pegar un tiro’ (…) Pues nada,
lo metimos en un coche, lo llevamos a un descampado, le sacamos…
¡pum! Le pegamos un tiro, nos metimos todos en el coche (…) No, no
me acuerdo de ningún sentimiento ni de pena por la persona ni… nada
de eso. Encima… ¡si no se le mata a la persona! Eso es muy curioso,
igual es un poco difícil de entender, ¿no? Pero nosotros, por ejemplo,
entonces estábamos matando al empresario. Incluso hoy uno de ETA,
o lo que sea, cuando mata a un guardia civil no le mata a la persona.
Yo nunca vi allí un hombre tampoco, así… no sé, de carne y hueso
(…) Yo creo que no eres capaz de ver la persona, ¿no? Y si no la ves,
no sufres, claro”.

En el segundo ejemplo, el odio se convierte en la fuerza


motriz que proporciona la posibilidad de asesinar a sangre
fría:
“Joder, fue algo… no sé, inexplicable o no sé. Actué de una manera
que digo, bueno, pues luego digo: ‘¿Pero cómo puedo ser yo?’ O sea,
fuimos a por una persona, un conocido además, y en vez de dispararle
desde donde estaba yo (…) salí corriendo hacia él (…) Le odiaba tanto
a esa persona, le odiaba tanto, le odiaba… era tanto el odio que tenía
contra él, que digo: ‘¡Dios, no se me escapa!’. No se me escapa y fui.
Ése era un confidente. En aquel momento, o sea, el odio era el que
mandaba. O sea, tenía las cosas bastante claras. Yo, después de hacer
lo que hacía, me quedaba como un señor y dormía como un rey”.

Ahora bien, la investigación no suscribe en general la


idea de que el terrorista sea un enfermo mental, o una
persona con un deterioro importante de su personalidad.
En una revisión sobre esta cuestión, Silke (1998)
aseguraba que los diferentes intentos de ofrecer una
perspectiva psicopatológica de la personalidad del
terrorista (por ejemplo Hassel, 1977; Johnson y
Feldmann, 1992) obedecen a lo que él denomina “la
lógica del gato de Alicia”, cuyo sentido se comprende a
partir del extracto siguiente de “Alicia en el país de las
Maravillas”, de Lewis Carroll.
“En esa dirección”, dijo el Gato, moviendo su zarpa derecha, “vive
un sombrerero, y en esa dirección”, moviendo la otra zarpa, “vive una
liebre. Visita a quien prefieras: ambos están locos”.
“Pero no quiero estar entre locos”, señaló Alicia.
“¡Oh!, eso no lo vas a poder evitar”, dijo el Gato: “todos estamos
locos aquí. Yo estoy loco. Tú estás loca”.
“¿Cómo sabes que yo estoy loca?”, dijo Alicia.
“Debes estarlo”, dijo el Gato, “o no hubieras venido a este lugar”.

Silke lo explica de este modo: “El gato cree que solo la


gente loca puede vivir en el país de las maravillas, por
consiguiente cualquiera que se encuentre allí debe estar
loco. La teoría de la atribución ha mostrado que tendemos
a ver nuestra propia conducta como el producto de fuerzas
situacionales o ambientales, mientras que consideramos
que la conducta de los demás es el resultado de sus rasgos
de personalidad. El pensamiento del gato de Alicia es un
tipo de error de atribución consistente en desarrollar unas
expectativas en torno a la personalidad de un individuo en
función de lo que éste hace o, como en el caso de Alicia,
del lugar en el que se halla (…) Este tipo de pensamiento
lo podemos encontrar en el modo en el que la sociedad
percibe a los terroristas” (1998: 52).
La idea es que alguien que comete crímenes tan
brutales, muchas veces sin un beneficio racional aparente,
“debe” estar loco. Una vez instalados en ese caos de terror
y muerte, “cualquiera que se halle allí” debe ser un
enfermo. Sin embargo, ni la anterior revisión de Corrado
(1981), ni la de Silke (1998) permiten confirmar tal
argumento. En particular, no hay pruebas de que los
terroristas destaquen, en general, por ser psicópatas,
individuos paranoides o presentar una personalidad
narcisista, al menos no en mayor medida que los
delincuentes comunes; existen estos sujetos entre los
terroristas, pero no son habituales. El problema es que los
autores que apoyan la tesis de la anormalidad de los
terroristas se fundamentan en fuentes secundarias
(entrevistas publicadas, noticias de los medios de
comunicación, relatos de víctimas, etc.), mientras que
cuando el investigador ha realizado su trabajo mediante
entrevistas personales con los delincuentes, el resultado
ha sido el opuesto. Así, ni Rasch (1979) —quien evaluó a
la famosa banda terrorista alemana de los 70 “Baader-
Meinhof”— ni Heskin (1994) —quien estudió a
miembros del IRA— hallaron signos de patología mental.
En la actualidad son pocos los investigadores que
apoyan sin ambages la anormalidad de los terroristas,
pero esto no es obstáculo para reconocer que no todo el
mundo está preparado para matar a inocentes ni, mucho
menos, para suicidarse con tal de lograr ese empeño. El
análisis descrito anteriormente realizado por Adolf
Tobeña muestra que la personalidad es importante, dentro
de un contexto explicativo más amplio:
Hay algunos atributos muy regulares entre los que eligen esa opción
[el terrorismo]: la juventud, la ambición y la afición al riesgo extremo.
Esos caracteres suelen ser uniformes entre los cabecillas y los
seguidores en el inicio de la andadura agonística y todos ellos tienen
un firme anclaje biológico (…).
En cualquiera de esas aventuras combativas de un grupo de
humanos, además de la inmediata división y jerarquización de
funciones, entra en juego una doctrina (…). Las diferencias en
dominancia, arrojo y crueldad contribuyen a ir deslindando los papeles
[jefes y soldados de a pie] a medida que los tanteos primerizos o los
envites serios permiten ir sellando la hermandad de armas y generando
pautas de supremacía y obediencia internas (…).
Cuando se maneja una doctrina energizadora intervienen asimismo
rasgos de radicalismo, dogmatismo y credulidad. Esos vectores de la
personalidad humana también pueden ser referidos a diferencias de
conformación neurocognitiva (2005, pp. 140).

En resumen, Tobeña señala que aptitudes individuales


como la inteligencia maquiavélica, el mesianismo y el
autoengaño, así como la crueldad y el arrojo, pueden ser
esenciales para encumbrar a determinados sujetos a la
cúspide de la jerarquía terrorista. Y esas aptitudes y
rasgos de personalidad se fundamentan en procesos
neurocognitivos que tienen lugar en el cerebro de los
individuos. Así pues, además del contexto histórico, de la
realidad política, social y económica, hay que contar
también con la psicología del terrorista.

18.4. RESPUESTAS AL TERRORISMO


Un aspecto especialmente relevante de la moderna
criminología es la transformación sutil del control social
en las sociedades occidentales. Hace un tiempo no lejano,
la policía de un país se encargaba de la seguridad interior,
mientras que el ejército tenía a su cargo la seguridad
exterior. En la actualidad hay ejemplos repetidos que
muestran cómo, después de que un ejército ha ganado una
batalla, ha tenido que retirarse porque ha sido incapaz de
mantener el control en la zona conquistada (es decir, ha
sido incapaz de realizar una labor policial). Por otra parte,
las tácticas militares se cruzan en el camino de la policía
cuando se trata de responder a un atentado terrorista en el
propio suelo, cada vez que se lanza un ataque
“preventivo” a otro país o se llevan a cabo acciones de
registro y de seguridad que, al dejar en suspenso
determinadas garantías civiles, se asemejan a la acción de
los ejércitos en territorio hostil.
¿Cómo podemos valorar este proceso? La
transformación del control social en los países
occidentales no puede entenderse si no reconocemos que
el terrorismo es tanto un crimen como una acción militar
destinada a influir en la toma de decisiones del país
objetivo. Los grupos locales, inspirados o vinculados
organizativamente con Al Qaeda pretenden causar el
pánico y obligar a los gobiernos de los países afectados a
sobre-reaccionar, tanto en el interior de la nación —
mediante medidas que criminalicen a los musulmanes o
los hagan objeto de trato discriminatorio— como en el
exterior —al ejecutar acciones de “castigo”, por ejemplo,
en países sospechosos de cobijar a los terroristas—. Esto,
como es lógico, encaja perfectamente con lo que desean
los terroristas, quienes desaprueban que los musulmanes
se integren con los occidentales, porque, tal y como está
escrito en el Corán (Sura 5:51): “Los que tienen fe [en
Alá] no deben tener amigos cristianos o judíos. Ellos ya
son amigos entre sí. Cualquiera de vosotros que busque su
amistad se convertirá en uno de ellos”.
A los terroristas islámicos les mueve el fanatismo más
exacerbado, cuando no un sistema de creencias que raya
en la paranoia: creen que Occidente pretende destruir el
Islam, por ello han de defenderse atacando a los enemigos
de Alá, en la espera de unir a todos los musulmanes bajo
la fe del profeta, y sin contaminación alguna del mundo
de los infieles. La llamada “crisis de las viñetas”, ocurrida
a comienzos de 2006, cuando unas caricaturas publicadas
en un diario danés levantaron oleadas de indignación y
actos de violencia en muchos países islámicos
(convenientemente instigados los exaltados por los
imanes extremistas), con el resultado de varias docenas de
muertos, ilustra bien la profundidad ideológica de la crisis
en la que actualmente estamos inmersos. Lo que en
Occidente es un ejercicio de libertad de expresión, un
derecho ganado después de millones de vida perdidas y
varios siglos de lucha, en Oriente se vio como una afrenta
intolerable: ¿Cómo osan los infieles a reproducir el rostro
de Alá, algo que prohíbe taxativamente el Corán —según
dicen los intérpretes que se alinean con esa tesis?—.
¿Cómo, además, se atreven a ser sátira del profeta?…
Por ello la comunidad internacional busca defender las
libertades conquistadas a lo largo de los siglos con la
práctica de una lucha eficaz contra el terrorismo. Algo,
por supuesto, que excluye el llamado terrorismo de
estado. Detrás de éste se halla la venganza: devolviendo
golpe por golpe. Israel ha ejercitado esta política desde el
inicio de la segunda intifada. Los comandos israelíes
asesinan selectivamente —cuando pueden— a los líderes
de Hamás, y destruyen las casas de donde han salido los
terroristas suicidas. El resultado es, según un estudio
realizado por un psiquiatra que vive en Gaza, que el 35%
de todos los varones y el 14% de todas las chicas
adolescentes quieren ser “mártires suicidas” cuando se
conviertan en adultos4. Scott Atran, de la Universidad de
Michigan, es uno de los investigadores más relevantes
sobre terrorismo. En un artículo (Atran, 2003) señaló que
los terroristas suicidas realizaban con sus actos de
destrucción algo muy parecido a la agresión maternal.
Cuando entrevistó a los terroristas observó que, en su
mayoría, no eran sujetos brutales, y que se sentían como
si su familia estuviera amenazada de muerte. Ellos
entendían su sacrificio como un acto de valentía, ya que
estaban protegiendo a su familia. Por ello Atran sostiene
que los terroristas, cuando deciden inmolarse para matar,
semejan a la agresión de las madres para proteger a sus
hijos (citado en Martínez y Blasco-Ros, 2005).
Así pues, hemos visto que los contra-ataques suelen
generar más odio entre los ciudadanos que residen en los
países que exportan a los terroristas. Un factor no
pequeño es que, con frecuencia, además de terroristas
perecen civiles como consecuencia de las acciones de
represalia, incluso en esta época de armas “inteligentes”.

18.4.1. ¿Son los terroristas racionales en su


actividad criminal?
La Unión Europea desarrolló una estrategia contra-
terrorista en 2005, en la que se establecían una serie de
recomendaciones a los estados miembros con la finalidad
de aumentar la eficacia de las medidas antiterroristas en
cuatro ámbitos: la prevención, la persecución de los
delincuentes, la respuesta ante los atentados y la
protección5. La primera de estas áreas (la prevención) se
centra en las causas de la radicalización entre los
ciudadanos o residentes en los distintos países, y discute
determinadas medidas tendentes a evitar la captación de
individuos en las organizaciones terroristas. Se llama a la
acción a diferentes grupos en la comunidad y
organizaciones no gubernamentales, con el objetivo de
que ayuden a socializar a las personas más vulnerables en
los valores democráticos (por ejemplo, minorías con
pocas expectativas de progreso social), con el apoyo de
medidas sociales, laborales y educativas. En la
persecución de los delincuentes hay una doble tarea: la
identificación y captura de los individuos antes de que
puedan llevar a cabo sus actos criminales, y la entrega a la
justicia de aquellos que ya han realizado un atentado.
Como es lógico, esta labor descansa en la policía, así
como en los servicios de inteligencia de los diferentes
países. La respuesta a los atentados tiene que ver con la
ayuda a las víctimas de los actos terroristas, reparación de
infraestructuras, etc., mientras que por protección ha de
entenderse el aseguramiento de las fronteras para evitar la
entrada de terroristas y la evitación de ataques físicos o
bien mediante el uso de internet.
Una preocupación presente en todo ese documento es
que el uso de las técnicas especiales de investigación tales
como escuchas, intercepción de correos electrónicos,
grabación mediante cámaras de sospechosos y vigilancia
en hoteles y hogares ha de ser autorizado solo en los casos
en que “exista suficiente razón para creer que se ha
cometido un delito grave o esté en vías de preparación por
una o más personas particulares o un individuo o grupo
todavía no identificados” (Recomendación 10). De este
modo la Unión Europea busca preservar los derechos
civiles al tiempo que pretende apoyar la lucha contra el
terrorismo.
Ahora bien, ¿qué modelo se ha de seguir cuando se
elabora esa estrategia antiterrorista? Esa pregunta es
importante, particularmente cuando se trata de asegurar
los medios de prevención más idóneos, porque según
pensemos que van a actuar los terroristas emplearemos
unas medidas u otras.
El profesor de la Universidad de East London Pete
Fussey (2011) se ha opuesto a lo que parece ser una
tendencia en Europa y en otros muchos países; hablamos
de la creencia de que los terroristas siguen una toma de
decisiones racional en la comisión de sus crímenes.
Fussey considera que el modelo de la Elección Racional,
ya comentado en este libro, presenta deficiencias cuando
se examina a la luz de los conocimientos existentes en la
criminología general, deficiencias que, a su juicio, se
incrementan cuando se trata de aplicar las medidas
sugeridas por ese modelo para prevenir la acción delictiva
de los terroristas.
El modelo de la Elección Racional contra el terrorismo
se desarrolla en detalle en el influyente libro escrito por
Ronald Clarke y G. Newman (2006) titulado “Ganando en
inteligencia a los terroristas” (Outsmarting the terrorists),
donde en esencia se recomienda el empleo de medidas
ambientales para reducir el atractivo y las oportunidades
físicas para acceder a los objetivos de los terroristas, al
tiempo que se toman medidas para aumentar la
probabilidad de su captura, haciendo que el sujeto desista
de su acción por considerarla de un riesgo excesivo. En
suma, se trata de que la parte de la ecuación del
delincuente “motivado” llegue a quedar inoperante por la
ausencia de un objetivo desprotegido, confiando en que el
sujeto “racional” comprenda que no va a lograr lo que
pretende o va a morir en el intento. Así, podemos leer:
Existe con frecuencia un alto grado de solapamiento entre los
motivos de los delincuentes “ordinarios” y los terroristas: la presión
del grupo, un sentido de pertenencia y de vivir situaciones
excitantes… Las supuestas diferencias entre la delincuencia en general
y el terrorismo, por consiguiente, no existen en verdad, y desde la
perspectiva de la prevención situacional son de importancia marginal
(2006, pp. 5-6).

¿Es eso cierto? Si en la delincuencia en general el


modelo preventivo basado en aumentar los costos del
delito presenta problemas (como vimos en un capítulo
previo de este libro), en el caso del terrorismo, donde los
crímenes tienen un carácter muchas veces “expresivo” (es
decir, que persiguen unos objetivos emocionales y
simbólicos, no tanto de eficacia en el logro de una meta
concreta), las dudas aumentan, como opina Fussey. Por
ejemplo, un terrorista podría ver bloqueado su camino
para atentar contra un dirigente, pero avergonzado de su
fracaso, podría hacer estallar la bomba que portaba para el
dirigente contra un grupo de turistas o en otro objetivo
menos protegido, lo que se conoce como el fenómeno del
desplazamiento. Y justamente ese desplazamiento está
justificado porque el terrorista está altamente motivado,
ese aspecto que el modelo Racional considera solo ser un
producto de los costos y beneficios en la comisión del
delito. Está claro que cuando un sujeto está dispuesto a
morir por su causa la prevención ambiental se encuentra
con mayores problemas.
Estas dificultades en buena medida se derivan del hecho
cierto de que existen sustanciales diferencias entre el
delito común y el terrorismo, en contra de lo que opinan
Clarke y Newman. Por ejemplo, mientras que un
delincuente común podría desistir de atacar un edificio
muy protegido por los enormes costos de detección y
fracaso que tal acción conllevaría, para un terrorista ese
hecho podría hacerlo más atractivo, como probaron los
terroristas del ataque al Pentágono en el 11 de septiembre.
Así pues, esta primera diferencia destaca el componente
simbólico e ideológico de los actos terroristas, con la vista
puesta siempre en el logro de la mayor propaganda
posible para sus tesis. Claro está, los delincuentes
convencionales no tienen ningún interés en que sus actos
salgan en televisión ni en servir a ninguna ideología en
particular. La paradoja es que un edificio muy protegido
podría así ser más apetecible para un terrorista, con lo que
su riesgo de ser atacado aumentaría.
Otra diferencia muy importante radica en la preparación
de los atentados terroristas, lo que requiere un tiempo
muy superior a la realización de los delitos comunes, y
hace que, por ejemplo, se planifiquen diversos ataques
como ensayos previos a la comisión de un atentado
preferente. Por ejemplo, hay evidencias de que los ataques
del 11 de septiembre fueron empezados a diseñarse en
1995 (Horgan, 2005), y que determinados terroristas
“durmientes” (esto es, integrados en la vida normal de la
población en la que habitan) pueden estar durante años
recogiendo información para ayudar a planificar atentados
futuros o bien ser de asistencia a otros aspectos logísticos
como la captación de posibles terroristas (ver cuadro
siguiente de La Realidad Criminológica).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Un marido ejemplar
Publicado en Las Provincias, 28-3-2012
Julia no abre la puerta de su casa. Con gran educación, ruega que la dejen
tranquila. Y no es para menos. La mujer de Mudhar Almalki tiene ante sí dos duros
retos: asumir las graves acusaciones que sitúan a su esposo como miembro de la red
de Al Qaida y ser fuerte para que el tremendo giro que ha dado su vida afecte lo
menos posible a su hija de 15 años, una buena estudiante en plena juventud.
Las Provincias ha podido recabar sus primeras impresiones a través de Marcelino
Díaz, un vecino que estuvo con ella por la tarde, horas después de la operación de la
Guardia Civil y de un registro que ha dejado su casa «patas arriba». Julia, asegura el
hombre, está «hecha polvo». Son muchos los vecinos de la finca que le han brindado
«todo el apoyo que necesita», con intención de arroparla tras el mal trago y
conscientes de que es «una muy buena mujer».
(…)
Nadie entre las Fuerzas de Seguridad contactó con Julia y todo se llevó a cabo con
la máxima discreción. Mientras una decena de agentes de élite tumbaba la puerta de
su casa y arrestaba a Mudhar, ella estaba en su trabajo como administrativa en una
empresa de Manises y su hija asistía a clase con normalidad. (…) Según explicó la
mujer a su vecino, «me enteré por unas compañeras de trabajo». Estas amigas
escucharon en la radio las noticias y avisaron a la mujer de Mudhar. Operación
policial en la avenida Juan XIII, un hombre de origen jordano detenido, casado con
una española y padre de una hija… Julia lo tuvo claro. Los informativos hablaban de
su casa y de su esposo.
Sobre las tres de la tarde, madre e hija llegaron, bajo protección policial, a un
hogar absolutamente revuelto y centro de todas las miradas. Las dos se quedaron
solas. La mujer, sin su marido. La joven, sin su padre. Y con un buen puñado de
preguntas sin respuesta.

Julia llevaba unos 15 años casada con Mudhar. Antes hubo otros 6 de noviazgo. En
ese tiempo no tuvo conocimiento de la supuesta actividad de su esposo, acusado de
ser propagandista de Al Qaida y recluta de terroristas. A sus ojos era solo un buen
árabe sin radicalidad. Un hombre digno de confianza.

Tom Sorell (2011) ha comparado el crimen común con


el terrorismo, y ha establecido las siguientes diferencias
(ver cuadro siguiente):
CUADRO 18.1. Diferencias entre el terrorismo y el crimen común (Sorell,
2011, adaptado).
TERRORISMO CRIMEN COMÚN
En general, víctimas indiscriminadas Víctimas seleccionadas
Se busca un resultado ajustado al
Se pretende causar el mal mayor
móvil
El éxito depende del miedo que genera No se busca asustar a la población
En general son crímenes basados en el odio (hate Solo algunos crímenes comunes lo
crimes) son
En general se opone a la democracia y sus
No hay motivación política
libertades

En suma, el crimen común y el terrorismo difieren en


asuntos muy importantes. Parece obvio concluir de esto
que las estrategias de prevención aplicables a este último
han de tomar esas diferencias en cuenta, aunque no
debemos subestimar la posible conexión entre ambos
tipos de delincuencia, razón por la que podemos aplicar a
la prevencion del terrorismo algunas de las lecciones
aprendidas en la lucha contra el delito común. Por
ejemplo, se pueden prevenir delitos importantes mediante
el control riguroso de delitos e infracciones menos graves,
algo que tiene ya una base empírica demostrable en la
Criminología actual (por ejemplo, Kelling y Coles, 1996;
Clarke, 1997), y que, por consiguiente, puede
generalizarse también al delito terrorista. Una semana
después de los atentados de Madrid del 11 de marzo, una
furgoneta procedente de España y que llevaba 1.100 kilos
de explosivos fue interceptada por la policía en Portugal.
Según dijeron los conductores, la carga iba destinada a la
industria pirotécnica de Lisboa. Probablemente era cierto,
pero el recuerdo de lo fácil que resultó para los terroristas
del 11-M conseguir dinamita de las minas de Asturias
debería concienciarnos de que establecer controles
rigurosos en el procedimiento para fabricar y transportar
explosivos es una necesidad en la actualidad, así como
disponer de la mayor penetración policial posible en el
mercado negro de armas y explosivos. Esto,
conjuntamente con un mayor control en la economía
sumergida y en la población inmigrante ilegal, debería
transmitir el mensaje a los terroristas (y a los aspirantes a
serlo) de que la sociedad libre no va a confiar en que solo
la fortuna la libre de una nueva masacre.

18.4.2. Una tipología de terroristas


Precisamente el profesor de Oslo Tore Bjorgo destaca la
importancia de estudiar las motivaciones de los terroristas
como el método más idóneo para prevenir el desarrollo de
individuos que, por diferentes razones, entran a formar
parte de este tipo de organizaciones, lo que supone una
clara alternativa al modelo de la Elección Racional.
En su opinión los sujetos implicados en acciones
terroristas suelen variar en su procedencia social así como
en el proceso que les llevó a afiliarse al terrorismo.
Desaprueba el empleo de los perfiles como demasiado
simplista a la hora de establecer métodos eficaces de
prevención, ya que no existe un único perfil de terrorista,
ni este se mantiene estable a lo largo del tiempo.
Su propuesta consiste, no en establecer una tipología
variada de terroristas, ya que “un problema con las
tipologías o los perfiles basados en tipos ideales es que
muchos activistas no encajan en ninguno de ellos, o bien
se ubican entre los tipos ideales y no pueden
identificarse” (Bjorgo, 2011, p. 278), sino emplear “una
perspectiva más dinámica en la que se pueda describir a
los terroristas a lo largo de varias dimensiones o
continuos” (p. 279). Esas dimensiones (a las que se
pueden añadir otras como edad, sexo o
altruismo/egoísmo), aparecen en el cuadro siguiente:
CUADRO 18.2. Las dimensiones de los terroristas (Bjorgo, 2011)
De este modo, algunos sujetos se radicalizan y son
captados por grupos terroristas porque tienen una alta
motivación política y aspiran a ser líderes, mientras otros
necesitan sentirse miembros de un grupo que les confiera
un sentimiento de utilidad y pertenencia (primera fila del
cuadro), por lo que su falta de entusiasmo ideológico y
político se compensa con un deseo de encontrar calor y
directrices claras como seguidor devoto de su líder
(segunda fila del cuadro). Además, su bajo estatus puede
hacer que les resulte atractiva la vida del terrorista, donde
se les asiste con bienes y recursos que de otro modo no
podrían tener (tercera fila). Incluso en algunos casos el
sujeto cuenta ya con una historia de fuerte fracaso social y
marginación, lo que puede ser de gran utilidad a la
organización si se precisa de habilidades y de caracteres
más antisociales. Finalmente, los terroristas pueden variar
en su necesidad de vivir “peligrosamente”, algo que sin
duda está garantizado si uno se dedica a estas actividades,
aunque en ocasiones el tedio de las esperas y la vida
discreta pueden poner a prueba la templanza de más de
uno (cuarta fila).
Un punto de gran interés en esta perspectiva es que
“estas diversas dimensiones pueden ayudarnos a señalar
varios puntos de intervención con objeto de inducir a
diferentes tipos de activistas a romper con su proceso de
radicalización o de implicación en el terrorismo. Así,
diferentes tipos de estrategias de prevención o de
intervención tendrán diferentes efectos en los activistas
porque éstos poseen diferentes necesidades y puntos
vulnerables” (2011: 280). Por ejemplo, tomemos la
dimensión de la ideología. Aquellos muy politizados y
con gran necesidad ideológica pueden decepcionarse al
observar que sus acciones violentas no sirven para
mejorar al pueblo en cuyo beneficio dicen que están
actuando. Un caso podría ser el hecho de que los
atentados de Al-Qaida matan ocho veces más a los
musulmanes que a los occidentales, según señalan varios
estudios. También podrían estar en tensión al ver la
muerte de tanta gente inocente, o verse desafiados en su
liderazgo, lo que podría aumentar su desapego a la causa
a la que sirven. Fomentar el abandono de la causa de estos
líderes sería muy valioso, porque ello enviaría un mensaje
desmotivador a los jóvenes que aspiran a ocupar un papel
parecido, desanimándoles a seguir ese camino. Por otra
parte, los sujetos con una escasa motivación ideológica
podrían ser alentados a abandonar la organización si
descubren que su necesidad de pertenencia, camaradería y
de estatus no se corresponde con lo que finalmente
encuentran al integrarse en dicho grupo, al observar que
predomina muchas veces el engaño y la coacción como
forma de militar en él, ydonde los líderes suelen gozar de
privilegios que la “tropa” en modo alguno disfruta.
En fin, no cabe duda que esas dimensiones elaboradas
por el profesor Bjorgo son interesantes, y que nos ayudan
a comprender mejor que hay una variedad importante de
sujetos que aspiran a ser terroristas. Está claro que los que
mejor conocen a los islamistas radicales son otros
islamistas, y éstos también son los que más tienen que
perder si se producen atentados atribuidos a Al Qaeda. La
mayoría de los inmigrantes están integrados en la
sociedad occidental, quieren beneficiarse de los logros de
Occidente, y no apoyan una visión extrema del Corán. Se
ganaría mucho si pudieran ser movilizados para combatir
los argumentos radicales de los que apoyan la “guerra
santa”, y así ayudar a que la comunidad inmigrante sea
menos receptiva ante la petición de ayuda económica y de
reclutas para favorecer las acciones terroristas. Si esa
comunidad integrada presionara a sus miembros más
vulnerables y los vigilara, desalentando su radicalización,
podría producirse un gran avance en términos de
prevención de futuras carreras terroristas.
Otra utilidad de este tipo de trabajo se relaciona con la
labor de infiltración de agentes especializados en el
contraterrorismo, en la tarea de estudiar cómo influir
sobre determinadas personas para evitar acciones
terroristas e identificar a los líderes u a otras personas
relevantes, en la esperanza que el conocimiento de la
psicología de las personas contactadas ayude a establecer
relaciones de confianza y, con ello, se posibilite dar
golpes efectivos a las tramas terroristas.

18.4.3. Un mayor control sobre la inmigración y


las prácticas religiosas
Se cree que en España viven aproximadamente un
millón de residentes ilegales, aunque el proceso de
deterioro económico que comenzó en 2008 puede haber
rebajado esa cifra. Muchos de ellos han recibido la orden
de expulsión, pero dado que nadie la ejecuta, los
“expulsados” deben vagar por las calles sin posibilidad
alguna de tener un empleo legal. Aunque muchos de los
terroristas que perpetraron el atentado del 11-M en
Madrid eran sujetos integrados en la sociedad española de
entonces, no cabe duda de que cuanto mayor sea el
número de personas de religión islámica forzados a no
tener una identidad ante el Estado, más fácil será para los
dirigentes de las células terroristas el poder reclutar entre
ellos a los que consideren los más preparados para
cometer atentados. A diferencia de lo hecho en Estados
Unidos, que ha cerrado mucho sus puertas a los
inmigrantes tras el 11-S, en España se ha procurado más
la integración que el aislamiento, y eso en principio
debería de ser una ayuda para luchar contra el
reclutamiento terrorista de inmigrantes desesperados.
Por supuesto, el control de inmigrantes también debe de
tener como prioridad no renovar el permiso y expulsar de
modo efectivo a los sujetos sospechosos de formar parte
de grupos terroristas, o de alentar su ideología, y esto
debería incluir no ser tan permisivos con la labor
apologética y recaudatoria de las mezquitas que apoyan la
causa radical del Islam.
Se trata, como se puede observar, de aplicar la ley con
un propósito claro de prevención. No se necesitan leyes
especiales, a modo de la “Patriot Act” promulgada por
Estados Unidos, una ley que, por cierto, ha levantado
duras críticas por el recorte de libertades civiles que
supone6. El problema en España no es de falta de leyes,
sino de su aplicación negligente por falta de recursos y de
voluntad decidida. Así por ejemplo, el artículo 54 de la
Ley de Inmigración establece que la residencia puede
denegarse si el que la solicita participa en actividades que
van en contra de la seguridad del Estado. Y en su apartado
c señala que también será motivo de denegación cuando
el solicitante “lleve a cabo actos discriminatorios por
motivos racistas, étnicos, nacionalistas o religiosos”.
Igualmente, la concesión de la nacionalidad española a los
extranjeros que viven en España podría ser algo más que
un proceso automático si el artículo 22-4 del Código Civil
fuera tomado más en serio. Este artículo requiere de “una
buena conducta cívica y un grado suficiente de
integración en la sociedad española” para que se conceda
la nacionalidad.
Por otra parte no deberíamos olvidar la aplicación del
Código Penal allí donde las circunstancias lo exigieran,
pero con un grado mayor de celeridad y eficiencia, como
una herramienta preventiva para luchar contra los grupos
terroristas. Este sería el caso si se mirara con detenimiento
lo que se enseña en determinadas mezquitas o colegios. Y
así, el artículo 18 señala que es punible incitar a cometer
delitos mediante la enseñanza y exaltación pública de
doctrinas que los exaltan, lo que muy probablemente
puede estar ocurriendo de forma rutinaria en muchos
lugares de España donde se pregona la guerra contra el
infiel.
No obstante, debemos favorecer las medidas civiles y
administrativas sobre las penales cuando se trata de
prevención del terrorismo. La maquinaria penal siempre
es pesada y —por el imperio de la Ley— sometida a
garantías procesales que exigen tiempo y a las que no
podemos renunciar de modo esencial, por ello cuando
España recibió de Marruecos una lista de 400 ex
combatientes en Afganistán cuyo paradero era
desconocido7, la seguridad española podría mejorar
quizás en un grado mayor al controlar a estos individuos
si aparecen en España, lo que constituye una acción
preventiva fuera del alcance del derecho penal.
Controlar las prácticas religiosas de los inmigrantes
islámicos suena poco “progresista”, pero del mismo modo
que nos escandalizaríamos si permitiéramos que una
escuela o una iglesia enseñara con toda libertad el ideario
de Adolf Hitler expresado en la “Biblia”
nacionalsocialista titulada “Mi lucha”, no debería
alarmarnos si impedimos que determinados imanes
recolecten dinero para costear actos terroristas que no
sabemos donde tendrán lugar, o que pregonen el ideario
de Bin Laden, persona de santidad más que discutible. La
libertad de expresión no puede ocultar la incitación al
crimen. El problema es que en España nadie quiere
ocuparse de esa cuestión por temor a levantar críticas y
odios, y ya se sabe cuánto deprime a los políticos meterse
en avisperos que le supongan quebraderos de cabeza
donde hay una renta política escasa. Pero lo cierto es que
varios de los participantes en el 11-M fueron
“convertidos” por predicadores del Islam radical, y como
hemos leído con anterioridad, el reclutamiento desde
España para participar en la yihad es una realidad.
La necesidad de no fomentar ese adoctrinamiento ya la
había reconocido el profesor Antonio Beristain en 1989, y
luego en 2005 (p. 35), cuando escribió con una claridad
meridiana que “La insistencia en los dogmas religiosos,
supuestamente indiscutibles, aunque parezcan (y en cierto
grado sean) absurdos, aboca en muchos fieles a despreciar
la ciencia que tanto aprueba la discusión y la
discrepancia… Aboca, sobre todo, a un fanatismo y a una
obediencia ciega”.

18.5. ESTUDIOS EMPÍRICOS DE LAS


MEDIDAS CONTRA EL TERRORISMO
Las ideas anteriores se basan en la comprensión de la
realidad del terrorismo a la luz de la Criminología
científica. Tal y como señala una amplia revisión
sistemática realizada en torno a las medidas que resultan
eficaces en la lucha contra el terrorismo, apenas tenemos
información empírica contrastada que nos permita afirmar
con confianza qué es lo que realmente es eficaz en este
ámbito. En efecto, esta es la conclusión más destacable
que se desprende del estudio realizado por Lum, Kennedy
y Sherley (2005), quienes de los 14.000 textos que
revisaron desde 1971 hasta 20038 que versaban sobre
terrorismo, solo siete de ellos tuvieron la suficiente
calidad metodológica para ser considerados estudios
empíricamente relevantes.
Esos siete estudios (todos realizados antes del año 2001)
evaluaban una o varias estrategias contra-terroristas, así
que los autores analizaron esos estudios de acuerdo a las
siguientes seis categorías de estrategias o de intervención
para prevenir el terrorismo:
1. Intervenciones dirigidas a dar mayor seguridad en los
aeropuertos, mediante detectores de metales y otros
procesos de incremento de la seguridad.
2. Intervenciones que tenían como propósito
incrementar la seguridad de edificios como embajadas,
o bien personal diplomático.
3. Intervenciones que se basaban en aumentar la
severidad del castigo para los sujetos aprehendidos por
delitos terroristas.
4. Intervenciones que se basaban en Resoluciones
dictadas por las Naciones Unidas contra el terrorismo.
5. Intervenciones militares y/o acciones de represalia;
específicamente se examinó el efecto de los ataques
israelíes contra la Organización para la Liberación de
Palestina (OLP) y los ataques que realizó la fuerza
área norteamericana sobre Libia en 1986.
6. Cambios en la política de gobierno y en el modelo de
gobierno, tales como subir un partido político al poder
de un país afectado por el terrorismo, o bien la
conversión de gobiernos dictatoriales en democracias,
tal y como ocurrió en Europa con el fin de la Guerra
Fría.
Los resultados fueron los siguientes. Con respecto a los
detectores de metales y otras medidas de seguridad en los
aeropuertos, parece que, en efecto, son medidas eficaces
para prevenir los secuestros aéreos, ya que los estudios
analizados probaron reducir las acciones terroristas de
modo estadísticamente significativo. Ahora bien, la mala
noticia fue que tales estrategias produjeron un importante
desplazamiento hacia el incremento de otras acciones
terroristas como toma de rehenes y ataques armados
(amén de los múltiples inconvenientes y restricciones de
libertad que han de sufrir continuamente los pasajeros que
transitan los aeropuertos). No hubo resultados positivos
en las intervenciones orientadas a incrementar la
seguridad de edificios como embajadas, o bien del
personal diplomático, así como tampoco las que
castigaban más severamente a los terroristas convictos (si
bien en esta última categoría solo existía un único
estudio).
Por lo que respecta a la intervención de las Resoluciones
de Naciones Unidas, se concluyó que solo un estudio que
contaba con una resolución contra el secuestro aéreo y se
acompañaba también con medidas para el empleo de
detectores de metales en los aeropuertos mostró que estas
medidas resultaron eficaces en la reducción de la piratería
aérea. Otro estudio que evaluó otra resolución de
Naciones Unidas contra el secuestro aéreo pero que no
imponía medidas de detección de metales no probó que
dicha intervención fuera efectiva.
Los Estados Unidos decidieron dar un “escarmiento” al
dictador de Libia Gadaffi cuando éste participó en un
atentado terrorista acaecido en la discoteca LaBelle en
Alemania Occidental en 1986, donde perecieron muchos
soldados norteamericanos. El Presidente Reagan aprobó
un “raid” por sorpresa, y varios aviones de combate
bombardearon lugares seleccionados de Trípoli, entre
ellos el propio palacio de Gadaffi, a resultas de lo cual
murió una de sus hijas. Sin embargo, tanto este ataque de
represalia como los realizados por Israel contra la OLP no
demostraron ser efectivos, más bien al contrario:
aumentaron los atentados terroristas contra EEUU e
Israel, si bien este aumento fue limitado a objetivos y
métodos menos graves, que generalmente no implicaron
muertes.
La última categoría evaluada es particularmente
relevante para los españoles, ya que incluyó un estudio de
Barros (2003) que buscó averiguar si la llegada del
partido socialista al poder en 1982 había contribuido a
disminuir la violencia de ETA. También incluyó otra
investigación destinada a evaluar el efecto del fin de la
Guerra Fría sobre el terrorismo. Por desgracia, ambos
estudios mostraron que el resultado de estos cambios en
los gobiernos (en España y en otros países) fue un
aumento de los actos terroristas que culminaron en
asesinatos, si bien disminuyó el número de actos donde no
se produjeron muertes.

18.6. CONCLUSIONES
El terrorismo es un tipo de delito que, a pesar de existir
desde el mismo origen de la sociedad ilustrada del siglo
XVIII (revolución francesa), ha adquirido en estos inicios
del siglo XXI una entidad globalizada y difusa, en forma
de Islamismo Radical, que supone una grave amenaza
para muchos países, en particular los occidentales, objeto
de las iras de los seguidores de Al-Qaeda. La brutalidad
de atentados como los perpetrados en Nueva York,
Madrid o Londres es una declaración de principios
diáfana.
En el análisis de las causas aparecen factores sociales,
culturales, religiosos, económicos y psicológicos. Tal y
como se comentó anteriormente, resulta muy perturbador
que muchos de los terroristas (en particular entre los
yihadistas) sean personas cultas, con una buena
integración social en sus países de acogida. Aunque como
es lógico los dirigentes intenten seleccionar a los
“mejores” entre todos los que aspiran a ser bombas
humanas, lo anterior no deja de ser una dificultad añadida
en términos de prevención, porque la integración de los
inmigrantes puede resultar una vía menos eficaz de lo
esperable para evitar los atentados. Junto a nuevos
análisis que permiten valorar la vulnerabilidad de lugares
estratégicos de un país para mejorar su protección frente
al terrorismo (cfr. Apostolakis y Lemon, 2005), sugerimos
el desarrollo de estrategias de prevención que, aun
pareciendo de perfil bajo, constituyen quizás formas más
eficaces de evitar los atentados. Esas estrategias se basan
en políticas de inteligencia y de práctica policial, y deben
ir acompañadas por medidas administrativas y penales
decididas. Sin embargo, considerar la lucha contra el
terrorismo como una “guerra” puede ser una política
global ineficaz, dado que no se dan los criterios
convencionales que la definen (un enemigo específico
declarado, unas fronteras delimitadas, el respeto a unos
mínimos principios que se ajusten a la noción de “guerra
justa” de Waltzer, 1977), y, peor aún, puede provocar la
expansión de las células terroristas al sentirse ultrajada la
población que recibe las bombas. Como escribe Joseph
Margolis: “América está haciendo realidad los sueños
más salvajes de Al Qaeda, a una velocidad que nunca esta
podría haber imaginado” (Margolis, 2004, p. 405). Han
pasado años desede que se realizó esta afirmación. Es
cierto que Al Qaeda no ha vuelto a hacer en Europa un
gran atentado desde Londres en 2005, y desde luego en
Estados Unidos desde el 11/S, pero es evidente a día de
hoy que el terrorismo islámico no va a ser derrotado
mediante una guerra, sino mediante buenos servicios de
inteligencia y políticas eficaces de prevención.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. En buena medida, el terrorismo se alimenta de una indoctrinación que genera en
los jóvenes sentimientos de odio y distorsiones cognitivas; ello posibilitó
asesinatos como el de Tomás y Valiente (prestigioso jurista) y el de Miguel Ángel
Blanco (concejal del partido popular). Como en la delincuencia común, la
educación orientada a que los menores desarrollen su competencia social y la
conducta de ayuda a los demás parece ser algo ineludible. En qué medida el
contexto político permita eso, es otra cuestión.
2. En los terroristas no existe una mayor presencia de enfermedades mentales que en
otros delincuentes. En los casos en los que la legitimidad otorgada por el pueblo es
mínima, la necesidad de conservar una auto-imagen positiva, junto al
mantenimiento de un estilo de vida peculiar, explican su persistencia en el crimen.
Es difícil ver cómo un estado democrático puede acabar con un problema así;
perdido un fin político, los motivos de conservación del grupo terrorista adquieren
la mayor prioridad.
3. La situación se complica por la existencia de variadas personalidades en los grupos
terroristas. La distribución del poder entre ellas puede dar orientaciones distintas a
sus acciones y a su relación con los poderes públicos.
4. Entre las medidas posibles que pueden poner en práctica los gobiernos para
combatir el terrorismo, la asistencia a las víctimas, la profundización de los
valores democráticos, la coordinación de la justicia internacional y cortar las
fuentes de financiación, parecen ser opciones necesarias, tal y como señala
Naciones Unidas.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué es un grupo terrorista?
2. ¿Por qué ha pasado a ser el terrorismo un problema tan relevante en la
Criminología actual?
3. ¿Cómo se podría describir a un terrorista?
4. ¿En qué consiste el argumento del “gato de Alicia”?
5. ¿Qué tipologías pueden establecerse con respecto a los terroristas?
6. ¿Cuáles son los cuatro elementos que utiliza el profesor Tobeña para describir el
origen de la violencia terrorista tanto de ETA como de Al Qaeda?
7. ¿Qué medidas de prevención pueden realizar los estados democráticos frente al
terrorismo?

1 National Counterterrorism Center: Annex of statistical information:


http://www.state.gov/j/ct/rls/crt/2010/170266.htm
2 TIME, 7 de mayo de 2012, p. 22.
3 No queremos decir con esto que los islamistas sean unos asesinos
“valientes”; la valentía como virtud es incompatible con esos actos de
homicidio de masas, pero al menos reconozcamos que no tienen miedo a
morir.
4 El País, 16 de enero de 2004.
5 The European Union Counter-Terrorism Strategy: Prevent, protect, pursue,
respond. Bruselas, 1 de diciembre de 2005. Disponible en:
http//www.consilium.europa.eu/uedocs/cms_Data/docs/pressdata/en/jha/87257.pdf
6 Meiselsl (2005) señala que en la medida en que el terrorismo penetra en las
democracias occidentales debemos preguntarnos hasta qué punto la lucha
eficaz contra éste justifica el recorte de las libertades civiles.
7 El País, 25 de julio de 2004.
8 La revisión fue ampliada hasta 2009, sin que hubiera nuevos estudios que
añadir.
19. LA VICTIMOLOGÍA Y LA
ATENCIÓN A LAS
VÍCTIMAS
19.1. LA VICTIMOLOGÍA COMO DISCIPLINA 859
19.2. ESTUDIOS EMPÍRICOS SOBRE LA VICTIMIZACIÓN 865
19.3. TEORÍAS SOBRE LA VICTIMIZACIÓN 867
19.3.1. ¿Víctimas ideales? 867
19.3.2. El riesgo de sufrir delitos y el fenómeno de la multi-
victimización 868
19.3.3. La victimización en América Latina 872
19.3.4. Resiliencia y victimización 873
19.4. LA VÍCTIMA Y EL SISTEMA JUDICIAL 876
19.4.1. El olvido de la víctima 876
19.5. LA VÍCTIMA DEL DELITO EN EL PROCESO PENAL 878
19.6. LA JUSTICIA REPARADORA Y LA MEDIACIÓN PENAL
887
19.7. UNA VISIÓN SISTÉMICA DE LA VICTIMOLOGÍA 892
19.7.1. Una visión sistémica 892
19.7.2. El ejemplo de la violencia contra la mujer 895
19.7. CONCLUSIÓN 896
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 898
CUESTIONES DE ESTUDIO 898

19.1. LA VICTIMOLOGÍA COMO


DISCIPLINA
La Criminología ha estado en general dominada por
teorías globales o de “rango medio”, por ejemplo sobre
factores económicos, sociales y culturales que determinan
o condicionan el nivel de delincuencia en la sociedad. Sin
embargo, este tipo de explicaciones globales no suelen
colmar las expectativas de las víctimas del delito. La
víctima nos presenta dos preguntas mucho más concretas:
¿por qué tuvo que tocarme a mí?, y ¿cómo evito que esto
vuelva a pasar?
En noviembre de 1985 la Asamblea General de las
Naciones Unidas adoptó una declaración de Principios
Básicos sobre las Víctimas de los Delitos, enunciados con
motivo de celebrarse en agosto de ese mismo año el
séptimo congreso sobre prevención y tratamiento de los
delincuentes. Su punto primero dice así: “La palabra
víctima se refiere a las personas que, ya sea de forma
individual o colectiva, han sufrido algún daño, incluyendo
las lesiones físicas o mentales, el sufrimiento emocional,
la pérdida económica o una violación de sus derechos
fundamentales, a través de actos u omisiones que
conculcan las leyes penales”.
Y en el punto segundo: “Una persona puede ser
considerada víctima, según esta declaración, con
independencia de si el delincuente es identificado,
arrestado, procesado o condenado, o de si hay una
relación familiar entre él y su víctima. El término
‘víctima’ también incluye, si resulta apropiado, la familia
inmediata o las personas dependientes de la víctima
directa, así como las personas que han resultado dañadas
al intentar asistir a las víctimas o que han intervenido para
prevenir la victimización”.
La declaración de Naciones Unidas no hizo sino recoger
de forma oficial la preocupación que las víctimas del
delito han venido suscitando en los últimos treinta años,
tanto entre los poderes públicos (si bien de forma siempre
rezagada con respecto a las necesidades de la sociedad),
como entre los criminólogos. Hoy en día podemos decir,
sin temor a equivocarnos, que estamos asistiendo al
desarrollo de un área de aplicación profesional de primera
magnitud, ante la cual es necesario que los estudiantes y
profesionales reaccionen con presteza para dar una
respuesta cumplida y urgente.
Existe una Sociedad Mundial de Victimología, que
celebra un simposio cada tres años. Estos encuentros entre
profesionales de varias disciplinas han sido importantes
para desarrollar la perspectiva de la víctima. Aunque
desde los años 40 del pasado siglo se constató ya un
incipiente interés por las víctimas del delito (Baca, 2010),
no es sino hasta la celebración del Primer Simposio
Internacional de Victimología, celebrado en Noviembre
de 1973 en Jerusalén, cuando se obtuvo el reconocimiento
internacional para la Victimología. Así mismo, dio origen
a la organización de otros simposios cada tres años:
El cuadro 19.1. muestra los diferentes simposios
acontecidos y los hitos que desarrollaron:
Cuadro 19.1. Simposios de Victimología
Boston Alentó la investigación comparada y abrió nuevos campos de trabajo
(1976) científico
Münster
Permitió la organización de la Sociedad Mundial de Victimología
(Alemania)
(WSV).
(1979)
Tokio-Kioto
(Japón) Fortaleció la sociedad y amplió la comunicación internacional.
(1982)
Zagreb
Redacción final de la “Declaración de principios básico de justicia para
(Yugoslavia)
las víctimas”.
(1985)
Jerusalén
Centró la atención en las diversas victimologías.
(1988)
Río de
Janeiro Planteó la problemática latinoamericana.
(1991)
Adelaide
(Australia) Presentó abundante información comparada.
(1994)
Amsterdam
(Holanda) Analiza muy interesantes aspectos críticos.
(1997)
Montreal
Celebró el XV aniversario de la Declaración de la ONU y planteó la
(Canadá)
problemática victimológica para el tercer milenio.
(2000)
Stellenbosch
(Sudáfrica) Se ocupó de los nuevos horizontes de la victimología.
(2003)
Tuvo como lema: “Realzando la Misión”, y analizó los siguientes
Florida aspectos: servicios a la víctima, educación y estándares de atención,
California investigaciones en torno al crimen trasnacional, la trata de personas,
(2006) narcotráfico, la influencia de la tecnología en los delitos, el terrorismo y
tráfico, entre otros.
Mito (Japón) Versó sobre la Victimología y la seguridad humana, así como la trata de
(2009) personas y las víctimas del abuso del poder.

Tomado de: http://leyva1130.blogspot.com.es/2012/11/simposios-de-


victimologia.html, quien cita la siguiente fuente a su vez: RODRÍGUEZ
Manzanera, Luís. (2004). La situación actual de la Victimología en México.
Retos y perspectivas. Gaceta de la Comisión de Derechos Humanos del
Estado de México. Número 65. (Enero/Febrero).

Se puede, en la actualidad, distinguir entre cuatro


tendencias dentro de esta sociedad de victimología, que se
corresponden con las diferentes áreas de investigación y
aplicación de esta disciplina. Son las siguientes.
La primera se concentra en la atención a la persona
victimizada, especialmente en la ayuda psicológica y
psiquiátrica a la víctima de un delito violento o sexual. La
agresión puede tener efectos tardíos, en forma de
depresiones, ansiedad, alteraciones del sueño y otros
problemas psíquicos (véanse resúmenes en Katz y Mazur,
1979; Fattah, 1991; Maguire, 1980; Goethals y Peters,
1991; Echeburúa y Redondo, 2010). Dichos trastornos se
resumen bajo la etiqueta “Trastorno de estrés post-
traumático”. Estos estudios clínicos han sido importantes
para entender y mejorar la atención a la víctima del delito.
La segunda es la investigación empírica sobre el
fenómeno de la victimización. Se han realizado encuestas
en más de 50 países del mundo para establecer la
frecuencia del delito y las circunstancias que lo rodean
(UNICRI, 1993). Estos estudios han sido importantes para
elaborar teorías sobre la victimización, y políticas para
prevenirla. Recientemente se vienen desarrollando
estudios que buscan también definir cuáles son los
factores que promueven la resiliencia a la victimización,
tal y como se llevan a cabo en el ámbito de la resiliencia
frente al delito.
La tercera es la preocupación sobre la suerte de la
víctima en el proceso penal. El Estado ha asumido el
papel de la víctima durante el proceso penal, para después
olvidarse de ella (véase un análisis de esta problemática
en Bustos y Larrauri, 1993; Tamarit, 2010). Los
sentimientos y perspectiva de la víctima sobre el suceso
vivido y lo que espera de la intervención de la justicia son
aspectos importantes de análisis (Baca, 2010 y 2012). La
presunción de inocencia y el derecho a un abogado de
oficio garantizan los derechos del autor frente al juicio
penal. Posteriormente, en el cumplimiento de la condena,
el juez de vigilancia penitenciaria tutela que no se
conculquen sus derechos mientras está preso. En
contraste, los derechos de la víctima se encuentran en un
segundo plano.
La Sociedad de Victimología ha sido un impulsor
importante para la elaboración de “La declaración de las
Naciones Unidas sobre los derechos de las víctimas del
delito” (1985). Sin embargo, esta declaración, con sus
exigencias mínimas, está todavía lejos de ser una realidad
en muchos países; entre ellos España (Bueno Arús, 1992;
Beristáin, 1996). Esta declaración1 recomienda, por
ejemplo:
• Que las víctimas de delitos deben de ser informadas
sobre el procedimiento;
• Que deben tener una oportunidad para presentar su
punto de vista y sus preocupaciones durante el
procedimiento judicial;
• Que se deben utilizar mecanismos informales para
resolver conflictos, incluyendo sistemas de mediación
y arbitraje.
Estos derechos tienen poco peso en el procedimiento
penal español, tan sólo en el derecho penal de menores,
aunque tímidamente se vienen abriendo camino las
experiencias en la mediación entre delincuentes y
víctimas adultos. Más adelante volveremos sobre este
punto.
La cuarta es el movimiento político a favor de un tipo
de víctima en particular. En varios países los movimientos
feministas reivindicaron hace ya muchos años la
necesidad de que el código y el procedimiento penal
reconocieran el derecho de las mujeres a pasear por la
calle, a cualquier hora, sin sufrir acosos sexuales, así
como a no sufrir acoso sexual en el trabajo. También
lograron que se alcanzaran cambios importantes en el
ámbito del maltrato a la mujer. Además, existen otros
grupos eficaces de presión: grupos de apoyo a las
víctimas del terrorismo, a víctimas de crímenes de guerra
y a víctimas colectivas de delitos contra el medio
ambiente. Estos grupos han presentado documentación
importante sobre el impacto de estos delitos en las
víctimas, y han conseguido, en muchos países, mejorar su
situación legal y social.
La convivencia entre estas diferentes tendencias a veces
ha sido fructífera, pero nunca fácil. ¿Se puede llamar al
conjunto de estas perspectivas “Victimología”? La idea de
los primeros autores que utilizaron este concepto,
Mendelsohn (1974) y Hans von Hentig (1948), de formar
una nueva ciencia autónoma llamada Victimología,
distinta del Derecho Penal y también de la Criminología,
ha sido descartada por la gran mayoría de los autores2. El
penalista español Jiménez de Asúa era uno de ellos:
“Si algo puede dañar a estos estudios es la exageración: el querer
hacer de ellos una ciencia nueva, independiente de la Criminología y
del Derecho Penal, con el título de Victimología” (Jiménez de Asúa,
1961).

El criminólogo Donald Cressey en una ocasión


caracterizó la victimología como:
“Un programa no académico bajo cuyo techo una mezcla de ideas,
intereses, ideologías y métodos de investigación han sido agrupados
arbitrariamente” (Cressey 1982).
Sin embargo, es evidente que en los años transcurridos
desde estas afirmaciones los estudios y el interés acerca
de la víctima del delito han progresado de modo
sustancial (Kirchhoff, 2008; van Djik, 1999; Jaishankar,
2008). Algunos autores reconocen a la victimología un
estatuto independiente de la criminología:
“La victimología ha madurado, desde un campo relativamente
nuevo de la criminología, hasta constituirse en la ciencia social de las
víctimas, la victimización y las reacciones hacia ambos, constituyendo
las reacciones e interacciones el tema de estudio más importante. Con
ello queremos referirnos a las reacciones de las víctimas, así como,
por una parte, a las reacciones informales del ambiente social que
llevan a la victimización secundaria, y a la reacción del sistema de
justicia criminal como mecanismo de control formal, por la otra”
(Kirchhoff, 2008: xi).

En este sentido, el profesor Tamarit (2006)—uno de los


autores más relevantes en este ámbito en España—
definió a la Victimología del siguiente modo:
La victimología puede ser definida hoy como una ciencia
multidisciplinar que se ocupa del conocimiento relativo a los procesos
de victimización y desvictimización. Concierne pues a la victimología
el estudio del modo en que una persona deviene víctima, de las
diversas dimensiones de la victimización (primaria, secundaria y
terciaria) y de las estrategias de prevención y reducción de la misma,
así como del conjunto de respuestas sociales, jurídicas y asistenciales
tendientes a la reparación y reintegración social de la víctima.

Ahora bien, en nuestra opinión, precisamente por su


interés en la interacción entre delincuente y víctima, así
como en la prevención del delito, es imposible separar el
estudio de la victimización del estudio del delito. ¿Cómo
se puede, por ejemplo, asesorar a vecinos preocupados
por el robo, sin saber qué técnicas utilizan los ladrones
para entrar en las casas? Parece más fructífero considerar
la victimología como un conjunto de perspectivas
importantes para la Criminología como ciencia, e
igualmente importantes para el proceso y el derecho penal
(ver más adelante). En todo caso hemos de celebrar la
vitalidad de la victimología en nuestro país: existe una
Sociedad Española de Victimología que en 2012 celebró
su cuarto congreso nacional, y la Fundación Instituto de
Victimología (FIVE); ambos organismos, entre otras
instituciones regionales y locales, realizan una importante
labor en el desarrollo de los estudios victimológicos y su
aplicación en el ámbito profesional.
En el presente capítulo vamos a presentar las
contribuciones más destacadas de los estudios sobre las
víctimas, la victimización y el proceso penal, mientras
otros capítulos de esta obra tratan más en detalle la
situación de las víctimas de malos tratos y abusos
sexuales.
Miembros del Grupo de Derecho Penal y Criminología de la Universidad de
Lérida, impulsores del Master en Criminología: Dra. Nuria Torres Rosell
(Profesora de Derecho Penal UdL), Dr. José María Tamarit Sumalla
(Catedrático de Derecho Penal de la UdL), Dra. Carolina Villacampa Estiarte
(Profesora de Derecho Penal de la UdL) y Dra. María Jesús Guardiola Lago
(Profesora de Derecho Penal UdL).

19.2. ESTUDIOS EMPÍRICOS SOBRE LA


VICTIMIZACIÓN
La primera encuesta realizada sobre las víctimas del
delito se llevó a cabo en Aarhus, Dinamarca, en el año
1730.
Parece que el motivo de este estudio fueron las quejas
de los ciudadanos sobre el incremento del robo. El
Ayuntamiento designó a seis personas para que visitaran
todos los domicilios y preguntaran a los ciudadanos si
habían sufrido algún robo en su casa en los últimos tres o
cuatro años. Los encuestadores iban en parejas y llevaban
una acreditación del Ayuntamiento y una libreta donde los
encuestados podían anotar qué les habían robado y de
quién sospechaban.
En aquella época, dos siglos antes de la invención del
ordenador, la investigación iba más deprisa que en la
actualidad. Todas las entrevistas se realizaron en una
semana, y el informe con los resultados del estudio fue
presentado al alcalde seis semanas después. La ciudad
tenía alrededor de 3.500 habitantes. Los ciudadanos
declararon haber sufrido 188 robos, lo cual ha permitido
estimar un riesgo de victimización anual en delitos de
robo del 1 al 2% (Balvig, 1987).
La idea de preguntar a la población sobre su exposición
al delito reapareció en los años 60 del siglo pasado,
después de los primeros estudios de autoinforme llevados
a cabo en los años 40 y 50 (Porterfield, 1946; Short y
Nye, 1957). Esos estudios de autoinforme mostraron que
se podía preguntar sobre los delitos que la gente había
cometido y obtener respuestas bastante veraces.
Parecía más fácil preguntar acerca de la experiencia
personal como víctima que sobre la experiencia personal
como delincuente. La criminóloga finlandesa Inkkeri
Antilla parece haber sido la primera en sugerir el uso de
los métodos Gallup para estudiar a las víctimas del delito
(Antilla, 1966). El objetivo era calcular el riesgo de ser
robado o atracado, independientemente de las estadísticas
policiales. La primera en poner en práctica la idea fue una
Comisión Presidencial en EEUU, como parte del extenso
informe sobre el delito presentado por la Administración
del presidente Johnson: “El reto del delito en una
sociedad libre”.
Diez mil hogares participaron en este primer estudio de
un país entero, con información sobre 33.000 personas. El
Congreso estableció un organismo independiente dentro
de la Administración de Justicia: La Administración para
Asistencia para la Aplicación de la Ley (LEAA) en 1968,
y una de sus tareas fue mejorar el conocimiento sobre la
delincuencia. Se realizaron una serie de encuestas de
campo para mejorar el cuestionario, para comprobar la
validez de los datos de censo utilizados y para comprobar
la validez de las respuestas3.
El resultado fue la Encuesta Nacional sobre
Victimización Delictiva (siglas NCVS en inglés), la cual
se publica anualmente desde 1972. En 1990, se incluyeron
en la muestra 62.600 hogares y respondieron 95.000
personas. La tasa de respuesta obtenida fue
sorprendentemente alta: el 97% de los hogares elegidos
participaron en el estudio4.
La contribución de estas encuestas a la Criminología ha
sido muy importante. Primero, porque los datos recogidos
permiten un análisis de la delincuencia
independientemente del sistema policial y judicial. Las
encuestas realizadas en España, resumidas en otro
capítulo de esta obra, han dado un fuerte impulso a
nuevas teorías sobre el delito. La importancia para la
victimología ha sido, sobre todo, conocer el riesgo de
sufrir distintos tipos de delitos, poder valorar los factores
de riesgo más relevantes y la eficacia de las medidas de
prevención.
19.3. TEORÍAS SOBRE LA
VICTIMIZACIÓN
19.3.1. ¿Víctimas ideales?
Aquí no se trata propiamente de una teoría, sino de una
perspectiva teórica —emparentada con la Criminología
Crítica— que destaca el papel de los medios de
comunicación y de las instituciones de control del Estado
en la creación de unos estereotipos “claros y limpios” de
lo que constituye un delincuente y una víctima. El
criminólogo Nils Christie (1982), uno de los paladines de
esta corriente crítica, se pregunta cuál sería la víctima
ideal, y llega a la siguiente conclusión:
“Una señora mayor regresa a su casa a mediodía después de haber
visitado a su hermana enferma. Le obstruye el camino un hombre
fuerte y brutal, que le golpea sobre la cabeza y le quita su bolso de
mano. El bolso contiene todo su dinero (la mensualidad de la
seguridad social) y él lo roba para comprarse drogas”.

Así tenemos la víctima más adecuada para despertar


nuestra compasión y simpatía. El caso tiene, según
Christie, las cinco características siguientes:
1. Da lástima. Personas vulnerables, como niños,
mujeres y mayores, son más aptos para el papel de
víctima.
2. La víctima realizó una tarea honorable (cuidar a su
hermana).
3. Estaba en un lugar irreprochable: en la calle a plena
luz del día. Por la noche ya no es tan ideal.
4. El delincuente era fuerte y malo.
5. No se conocían mutuamente.
La víctima ideal nos ayuda a obtener la correspondiente
visión del delincuente también ideal, en el sentido de
arquetípico: lo bueno y lo malo se oponen nítidamente y
podemos sentirnos más tranquilos porque separamos sin
dudas la virtud y el vicio5.
Sin embargo, las víctimas ideales, aunque existen, no
son los casos más frecuentes. Una víctima más típica
puede ser una prostituta (Barberet, 1996), o más bien un
varón, joven, borracho, que llega a pelearse con sus
compañeros a la salida de un bar, y ellos le quitan el
dinero. Este joven corre más riesgo de sufrir delitos. De
hecho, existe una importante investigación que revela
hasta qué punto la delincuencia y la victimización se
solapan en muchas personas (Frederick et al., 2013). De
ello nos ocupamos a continuación.

19.3.2. El riesgo de sufrir delitos y el fenómeno


de la multi-victimización
Si los delincuentes eligieran a sus víctimas totalmente al
azar, el riesgo de sufrir un delito estaría repartido de
forma parecida entre toda la población. Sin embargo, el
riesgo de experimentar delitos no es azaroso —en su
mayor parte— ni, desde luego, equitativo. Este riesgo
medio, según encuestas realizadas en España sobre la
victimización, puede estimarse en las siguientes
magnitudes:
CUADRO 19.2. El riesgo medio de sufrir delitos6
Un atraco con violencia cada 83 años
Robo en vivienda o local cada 42 años
Robo de vehículo cada 77 años
Sustracción de objetos en vehículo cada 30 años
Estafa o timo cada 111 años
Agresión física cada 125 años
Violación (solo mujeres) cada 500 años
Homicidio cada 30.000 años

Un ejemplo que ilustra la anterior estimación es el


siguiente. Cuando el 1,2% de la población manifiesta
haber sufrido un atraco durante un año, ello corresponde a
una probabilidad de que tal hecho ocurra una vez de cada
83 años. Con la misma lógica, cuando ocurren en torno a
1.200 homicidios al año en España, eso quiere decir que
el riesgo de morir a manos de otra persona es
aproximadamente de una por 30.000 años. Sin embargo,
una persona joven que vive en una ciudad puede tener un
riesgo real diez veces superior al riesgo medio.
Efectivamente, unas personas sufren más delitos que
otras. En estas encuestas victimológicas encontramos
personas que no solamente han experimentado un robo en
casa, sino cinco, y que además han sufrido un atraco,
varias amenazas, etc. Un análisis de las denuncias
presentadas a la policía confirma lo mismo: algunas pocas
personas sufren muchos delitos que otras.
Un estudio meticuloso de robos en casa en una ciudad
holandesa (Kleemans, 1997) indicó que, en un período de
6 años, un 9,2% de las viviendas sufrieron un robo. Sin
embargo, los robos se acumulaban en determinadas zonas.
Una cuarta parte de todos los robos ocurrieron en
solamente el 1,2% de todas las viviendas de la ciudad.
Así, si una casa ha sido robada, el riesgo de que le vaya a
tocar una segunda vez es bastante elevado. El período de
más alto riesgo es durante el mes posterior al primer
suceso. La explicación más lógica de este hecho es que el
mismo ladrón vuelve a la misma casa para llevarse lo que
tuvo que dejar atrás la primera vez. También existen áreas
y barrios de más riesgo dentro de la ciudad. Este riesgo
elevado se compensa, lógicamente, con un riesgo muy
reducido en otros lugares.
¿A qué se debe esta distribución desigual de las
probabilidades de ser víctima de un delito? Uno de los
primeros investigadores que se planteó este problema fue
Wolfgang (1958), quien estableció que las víctimas y los
autores de homicidios suelen tener mucho en común:
ambos son jóvenes, viven en el mismo barrio, son de la
misma raza y clase social y, además, se conocen
mutuamente. Tan sólo en un 14% de los casos analizados
por Wolfgang el autor del homicidio no había tenido
amistad o parentesco con la víctima antes del hecho. Con
mucha frecuencia víctima y agresor han vivido juntos
como pareja y, en este caso, es más probable que sea el
hombre quien mate a la mujer.
Hindelang (1978) amplió este razonamiento al estudio
de más tipos de delitos, y lo llamó la teoría del estilo de
vida. Esta teoría, resumida en el cuadro 19.3, indica que el
riesgo de sufrir un delito depende de cómo vive cada
persona. Los factores socio-demográficos contribuyen a
las expectativas de rol: no extrañará a nadie que una chica
joven vaya asiduamente a la discoteca, mientras que se
considerará fuera de lugar la presencia frecuente en ella
de una señora muy mayor. Los factores sociales y
económicos también imponen restricciones estructurales
en la vida: uno no vive necesariamente en el barrio de su
gusto, sino en aquél donde puede asumir los costes de su
vivienda. Dentro de este marco de condicionamientos,
cada uno tiene sus gustos y preferencias individuales o de
su subcultura, una adaptación a su rol, en definitiva, un
conjunto de hábitos y conductas llamado “estilo de vida”.
Este estilo de vida determina las afiliaciones, es decir, las
amistades o relaciones sociales, la exposición al riesgo y,
a la postre, la probabilidad de ser víctima de un delito.
CUADRO 19.3. La teoría del “estilo de vida”
Fuente: Elaboración propia a partir de Hindelang, 1978

Los datos de las encuestas de victimización apoyan esta


teoría. En todas las encuestas realizadas se observa que la
victimización es más elevada en los jóvenes que en las
personas de mayor edad. Los jóvenes tienen un estilo de
vida más activo, y corren más riesgos. Las personas de
mediana edad tienen más bienes, así que, desde un punto
de vista económico, sería más rentable robarles a ellos
que a una persona joven. Por otra parte, se roba con
menos frecuencia a los mayores, probablemente porque
no se mueven en ámbitos de riesgo. En la encuesta de
victimización realizada en Málaga en 1993/94
(Stangeland, 1995b; Díez Ripollés et al., 1996), se incluyó
una pregunta general a todos los encuestados:
“¿Con qué frecuencia sale ud. de noche? Por ejemplo, para ir a un
bar, un restaurante, al cine o a visitar amigos.”

Las respuestas a esta pregunta se resumen en el cuadro


19.4.
CUADRO 19.4. Victimación según costumbre de salir de noche7
(Delitos sufridos en porcentajes)

En el cuadro se ve la contestación a la pregunta sobre


actividades nocturnas, aquí resumida en tres categorías:
mucho (“casi a diario”), medio (“por lo menos una vez la
semana”) y poco (“una vez al mes; con menos
frecuencia”). La altura de las barras indica la frecuencia
de los delitos sufridos. Las barras del fondo de la figura
resumen toda la victimización, y se observa una
correlación clara con las actividades nocturnas: entre los
que salieron “mucho”, un 39,2% sufrieron delitos, en
contraste con los que salieron “poco”, donde la
victimización no ascendió a más que el 19,3%. Las barras
inferiores dan los detalles según el tipo de delitos:
“Domicilio” significa robo en casa, “Seguridad”
representa tirones, hurtos y agresiones, y “Vehículo”, los
robos y sustracciones en el vehículo. Cuando se sale de
noche, es más probable que alguien mientras tanto robe la
casa; es más probable que el vehículo esté aparcado en un
sitio donde se abren coches, y es más probable que se
sufra una agresión o un atraco en la calle.
Felson (1994) presentó la denominada teoría de las
actividades cotidianas o rutinarias: una persona dispuesta
a cometer un delito se cruza en su camino con una
tentación u oportunidad, sin que exista una vigilancia
disuasoria (véase el capítulo 10). Los delitos tienen su
ritmo y su ciclo, coincidiendo con el ciclo de vida normal
de la ciudad. Esta teoría es plenamente compatible con la
teoría del estilo de vida de Hindelang: las personas con un
estilo de vida desviado tienen más probabilidades de
encontrarse en situaciones donde se encuentren
desprotegidos ante delincuentes motivados. En este
sentido, Jensen y Brownfield (1986) argumentaron que la
actividad delictiva puede considerarse como un estilo de
vida o actividad rutinaria, lo que pone a los sujetos que
participan en ella en riesgo de sufrir, a su vez, actos
delictivos, sin que exista muchas veces la posibilidad de
que tales personas acudan a la policía para denunciar esta
situación. En los últimos años se ha comprobado que la
actividad delictiva es el predictor más consistente del
riesgo de victimización (Jennings et al., 2012). Por otra
parte, conductas habituales como el abuso de drogas o de
alcohol pueden contribuir también de forma significativa
al riesgo de sufrir delitos, al incrementar su imagen y su
exposición ante los delincuentes como víctimas
propiciatorias (Zaykowski y Gunter, 2013).
El riesgo más elevado de sufrir delitos lo corren
personas jóvenes, que viven en ciudades, con una vida
nocturna activa. También existen profesiones con un
riesgo elevado (taxistas, policías, mendigos, prostitutas).
Los delincuentes mismos también corren un riesgo alto de
ser víctimas de los otros. Además, el riesgo está
distribuido en forma desigual entre hombres y mujeres
(Zaykowski y Gunter, 2013). Aparte de lo obvio, que las
mujeres están más expuestas a sufrir delitos sexuales y
malos tratos domésticos, también es destacable que las
mujeres padecen más tirones en la calle y más hurtos. Los
hombres están más expuestos a delitos relacionados con el
vehículo, y a delitos violentos en general.

19.3.3. La victimización en América Latina


Anna Alvazzi es una investigadora del Instituto
Interregional del Crimen de Naciones Unidas. En uno de
sus trabajos revisó la victimización criminal en
Latinoamérica, y a éste nos vamos a referir brevemente en
este apartado (Alvazzi, 2003). La autora se basó en los
resultados de la Encuesta Internacional de Víctimas del
Crimen (ICVS) aplicada en diversos países como
Argentina, Bolivia, Brasil y Colombia, desde el año 1992
hasta el año 2000. Lo primero que observamos es que la
victimización en América Latina es muy alta para todo
tipo de delitos, con un máximo de 13% de personas
afectadas por delitos de hurto y tasas en promedio entre el
5% y el 8% en el caso de robo en viviendas, robo y robo
con agresión sexual. No obstante, algunos países destacan
por tener índices notables: es el caso de Brasil (11,3%) y
Colombia (10,6%) en el delito de robo, y Brasil para la
agresión sexual (8%).
Mención aparte merece el apartado de delitos de
corrupción, donde los entrevistados reflejaron bien sus
padecimientos a la hora de bregar con la administración
de sus respectivos países: “Los países latinoamericanos
muestran el más alto índice de soborno por funcionario
público (18% en promedio), con Argentina (29%) y
Bolivia (26%) ocupando el primer y segundo lugar en esta
modalidad delictiva. Entre los funcionarios públicos
implicados en sobornos, los más frecuentemente
mencionados son los funcionarios de policía,
particularmente en Argentina, Brasil y Bolivia” (pág. 5).
De modo similar, los ciudadanos también experimentan
con mucha frecuencia el delito del fraude al consumidor,
ya que con la excepción de Panamá, con una tasa del
11,4%, el resto de los países se sitúa en el rango que va
desde una prevalencia del 17% (Brasil) hasta el 35,6% de
Argentina.
La encuesta valoraba también el grado en que las
víctimas de los delitos se sentían satisfechas con la
atención recibida por la policía y la eficacia con la que
ésta era capaz de controlar el crimen. Menos del 50% de
las víctimas que denunciaron a la policía dijeron sentirse
satisfechas con el trato recibido. “Y en general, la
satisfacción en cuanto al control del crimen por parte de la
policía fue muy baja” (Alvazzi, 2003: 15).

19.3.4. Resiliencia y victimización


En los últimos años la Criminología ha prestado mucha
atención a los factores que protegen de convertirse en
delincuente (resiliencia), pero se ha estudiado poco este
ámbito por lo que respecta a los factores que protegen de
la victimización delictiva; no obstante, algunos trabajos se
han llevado a cabo a este respecto que resultan
prometedores. Por ejemplo, Lauritsen et al. (1992)
hallaron que un vínculo sólido a la escuela y a la familia
reducía las probabilidades de ser víctima de una agresión,
mientras que implicarse en actividades sociales
convencionales tenía un efecto escaso. También se ha
analizado el papel de los factores individuales en su
capacidad de prevenir la victimización; la investigación
ha mostrado que factores como la asertividad, la
amabilidad y la capacidad de tener amigos se asocian a un
riesgo menor de ser víctima de un delito (Daigle et al.,
2011).
No obstante, los estudios de esta índole no se han
ocupado de los sujetos que se encuentran en una situación
de alto riesgo de victimización, ni han tenido en cuenta la
interacción existente entre los factores de riesgo y los de
protección. Para paliar estas lagunas, Daigle et al. (2011)
desarrollaron una investigación con una muestra que
presentaba un riesgo alto de victimización, pero que
todavía no había sido víctima de un delito, y la comparó
con una muestra que no presentaba un riesgo elevado de
victimización. A continuación seleccionaron diferentes
factores de protección que la literatura sobre resiliencia
frente a la delincuencia había identificado previamente, y
crearon un índice que representaba el impacto
acumulativo de tales factores, ya que los estudios sobre
delincuencia habían señalado que era la suma de los
factores de protección que presentaba el sujeto más que el
efecto aislado de algunos de ellos, lo que resultaba eficaz
en la evitación de desarrollar una carrera delictiva.
La investigación de Daigle et al. (2011) tuvo un diseño
longitudinal, por lo que primero se procedió a medir los
factores de protección frente a la victimización que
presentaba la muestra mediante el uso de una entrevista
estructurada, y luego se procedió, un año y medio
después, a medir la victimización sufrida, así como, en
una tercera etapa, siete años después. En la oleada primera
—cuando se medían los factores de riesgo y protección
que presentaban los estudiantes de ambos sexos—
participaron 20.745 adolescentes y 17.700 padres; en la
segunda oleada —cuando se evaluó por vez primera la
victimización— participaron 14.738 jóvenes, y en la
tercera, cuando ya los sujetos eran adultos, un total de
más de 15.000 individuos.
Los factores de protección evaluados fueron los
siguientes: compromiso con la escuela; religiosidad;
apoyo social recibido de sus padres, profesores y amigos;
coeficiente de inteligencia, y finalmente se extrajo un
“índice de protección”, que tomaba en cuenta el efecto
acumulativo de los anteriores factores. En la realización
de los análisis los investigadores controlaron el efecto
sobre los resultados de tres variables demográficas (edad,
sexo y raza) y una de tipo clínico: la depresión, ya que se
piensa que las personas deprimidas son más susceptibles
de ser víctimas de un delito.
Los resultados revelaron lo siguiente. En primer lugar,
confirmando lo hallado previamente por la investigación
en el caso de la resiliencia frente al delito, los
investigadores observaron que “la probabilidad que
presenta un individuo de ser víctima de un delito está
directamente relacionada con el número de los factores de
riesgo que ésta presenta” (pág. 334). Los sujetos que se
encuadraban en la muestra de alto riesgo eran los que
presentaron una mayor tasa de victimización.
En segundo lugar se vio que, en esa muestra de alto
riesgo, sólo el factor de “compromiso con la escuela”
moderaba los efectos del riesgo e incrementaba la
probabilidad de resiliencia de los individuos. En tercer
lugar, para la muestra de bajo riesgo de victimización,
este factor de protección se sumó a una lista que también
incluyó el coeficiente de inteligencia y el apoyo social
percibido como componentes de la resiliencia a largo
plazo, es decir, hasta la medición realizada en la etapa de
siete años después. Y en cuarto lugar —de nuevo al igual
que lo mostrado por la investigación de la resiliencia
frente al delito—, “la medida de la acumulación de los
factores de protección influyó de manera positiva y
consistente en la probabilidad de resiliencia a la
victimización (…) fue también notable el hecho de que tal
hallazgo apareció tanto en la muestra de individuos de
bajo riesgo como de riesgo elevado” (pág. 334).
Los autores de esta investigación extrajeron
conclusiones importantes.
1. Se puede afirmar que, en efecto, hay personas que son
resilientes con respecto al fenómeno de la
victimización, y que tal resiliencia aumenta en la
medida en que éstas presentan menores factores de
riesgo, y viceversa: tres cuartas partes de los sujetos
con siete factores de riesgo fueron victimizados,
comparados con sólo una quinta parte de los que
presentaban un solo factor de riesgo. Ahora bien, es
necesario señalar también que no todos los sujetos que
mostraron factores de riesgo fueron victimizados; en
realidad hubo chicos que incluso ante la presencia de
muchos factores de riesgo no lo fueron.
2. En los jóvenes de alto riesgo, el factor “compromiso
con la escuela” probó su efecto protector de la
victimización a lo largo de las diferentes oleadas, lo
que refuerza su importancia, por cuanto que también
ha mostrado ser un factor protector frente a la
implicación en el delito.
3. De acuerdo con el modelo de riesgo-protección de
resiliencia, los factores de riesgo y de protección
interaccionan de tal modo que, cuando el riesgo es
alto, los factores de protección incrementan la
resiliencia, mientras que el efecto de éstos es muy
escaso cuando el riesgo es bajo. Sin embargo, en el
estudio de los autores los factores de protección
también sirvieron par aumentar la resiliencia en la
muestra de bajo riesgo, lo que no coincide con la
hipótesis del modelo, y es algo necesariamente
importante de seguir investigando. Además, si esto se
confirmara en otros estudios sería una base empírica
importante para el apoyo de programas de prevención
amplios, dirigidos al fortalecimiento de esos factores
de protección —por ejemplo, el compromiso con la
escuela— en capas muy amplias de la sociedad.
4. El hallazgo de que los factores de protección, tanto de
forma aislada como acumulativa, incrementaron la
probabilidad de resiliencia frente a la victimización,
apoya la idea de que la victimización y la
delincuencia, aunque son hechos que ocurren de modo
simultáneo y que comparten etiologías similares —y
que, como vimos, en un apartado anterior, muchas
veces coinciden en los mismos individuos—, son al
menos en parte únicos, presentando cada uno factores
de protección específicos. Por ello, deben seguir
siendo estudiados en la búsqueda de diferencias y
semejanzas.

19.4. LA VÍCTIMA Y EL SISTEMA


JUDICIAL
19.4.1. El olvido de la víctima
La clave para entender el ostracismo de la víctima del
proceso penal es el desarrollo histórico del Estado. En
sociedades primitivas y tribales, la víctima o su familia
buscaban vengarse de la otra parte. La justicia era un
sistema de arreglos particulares. Platón explica el
concepto tradicional griego de justicia como la actuación
para “producir beneficios a los amigos y daño a los
enemigos” (Platón, República, 332d).
Esta justicia penal privada sobrevive en muchas
sociedades hasta el siglo XIX, con el duelo a pistola como
la última reminiscencia en la sociedad española.
Una justicia en manos de la familia de la víctima puede
ir dirigida a la familia del agresor en general, por ejemplo,
matando a un primo del culpable, para ajustar cuentas. La
familia del primo se siente entonces agredida, busca
vengarle, y vendettas de este tipo pueden durar más de un
siglo (ejemplos de agravios históricos que dan lugar a
actos violentos en la isla de Córcega se encuentran en
Wilson, 1988:53). Para evitar estas venganzas largas y
crueles, las sociedades primitivas suelen tener un sistema
de indemnización por homicidio u otros delitos. El pago
de esta indemnización restablece la paz entre las familias
enfrentadas. Los sabios de la tribu o representantes
religiosos pueden mediar entre las familias para acabar
con cadenas interminables de ajustes de cuentas.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: La venganza a manos de la familia de la
víctima (Mills, 1976: 526 cit. en Cohen, 1995)
Japón mantenía un sistema privado de justicia penal bajo un cierto control estatal
hasta tiempos recientes. Un caso del año 1820 ilustra esto: Takizawa Kyuemon mató
a un hombre llamado Yagobe, dejando a sus dos gemelos huérfanos. El gobierno
prestó ayuda a la familia, pero no hizo nada para castigar al culpable, éste era el deber
de la familia del fallecido. Once años después, los hijos eran mayores de edad, y
solicitaron permiso oficial para vengar a su padre. Recibieron la siguiente
autorización:

“Con respecto a su solicitud de que a ud. y a su hermano Seitaro se les concediera


permiso para buscar y matar a Takizawa Kyuemon, el enemigo de su padre fallecido
Yagobe, se han dado instrucciones de aprobar su petición... Si todo sale bien y Uds.
logran matar a su enemigo, habrá que cumplir con el reglamento y presentar el
informe pertinente a las autoridades locales sobre las circunstancias del suceso... La
ayuda alimenticia de arroz a su familia se mantendrá, así no tendrán preocupaciones
que les distraigan de su objetivo”.
El hermano mayor, Kume Kotaro, dedicó su vida a la búsqueda de venganza, y
logró vengar el asesinato de su padre, cuarenta años después del suceso.

Al lado de estos sistemas primitivos de venganza


privada o tribal, ha existido desde la antigüedad el
concepto del Estado tutelar, que asume la responsabilidad
por la suerte de la víctima. El ejemplo más antiguo de este
sistema público de indemnización a la víctima se
encuentra en el código de Hammurabi, diecisiete siglos
A.C. En sus secciones 22-24 especifica que:
“Si un hombre ha cometido un robo y es atrapado, tal hombre ha de
morir; si el ladrón no es atrapado, la víctima del robo debe
formalmente declarar lo que perdió... y la Ciudad... debe rembolsarle
lo que haya perdido. Si la víctima pierde la vida, la Ciudad o el alcalde
debe pagar un “maneh” de plata a su pariente.” (Citado de Rodríguez
Manzanera, 1990: 6).
El derecho romano se encuentra a caballo entre un
sistema de persecución privado y público. El “delictum”
es un asunto entre particulares, perseguido por la víctima
en forma de querella. Al otro lado existe el “crimen”, que
afecta a la sociedad en sí, y es perseguido de oficio.
“Como es sabido, poco a poco más delicta se fueron convirtiendo
en crimina, hasta que se optó por el monopolio de la acción penal por
parte del Estado; con esto la víctima pasaba a un plano muy
secundario.” (Rodríguez Manzanera, 1990, págs. 6-7).

Hay que ser consciente de que el Estado o el poder


judicial no es un mediador desinteresado, sino que el
monopolio de solucionar conflictos también cumple
objetivos propios de quien lo ejerce. Para entender el
establecimiento de un sistema público de justicia, hay que
tener en cuenta las ventajas para quien lo aplica.
Primero, se trata de instaurar un monopolio en la
utilización de la fuerza física, suprimiendo los disturbios
vinculados a constantes venganzas y reyertas. Esto
estabiliza y fortalece al Estado.
Segundo, la administración de justicia en sí era una
fuente importante de recaudación hasta el siglo XIX.
Cuando el Duque o Rey asume el papel de la víctima, a él
o a sus representantes también les corresponde cobrar las
multas. De los libros de contabilidad de señores feudales
en la Europa medieval se deduce que ésta podía ser una
actividad bastante rentable.
Tercero, y más relevante para la justicia moderna, los
procesos públicos potencian el poder de determinadas
profesiones: abogados, policías, jueces y fiscales, con sus
intereses propios. Éstos tienden a desconsiderar y relegar
a los que no manejan la jerga y las formas con la misma
facilidad que ellos mismos, y cualquier interferencia de
personas legas, de la víctima, su familia, o incluso del
jurado, puede ser vista como una intrusión en su propio
terreno. En palabras del criminólogo Nils Christie (1992)
—quien siempre gustó de provocar con sus aseveraciones
—, los juristas son los que han arrebatado el conflicto a
las partes mismas. Cuanto más se complica un proceso,
más honorarios puede cobrar el abogado. Esta situación es
propia de los sistema modernos, estructurados sobre la
base de intermediarios. Las partes se convierten en
comparsas o testigos en su propia causa, y los
profesionales que saben manejar los formulismos técnicos
son los expertos. Si los conflictos pudieran ser
solucionados a través de sistemas de mediación, alejando
dicha resolución de conflictos del derecho penal, o por
medio de un proceso simplificado, la función de estos
profesionales quedaría desdibujada.
Sin embargo, aunque el actual sistema español tiene sus
defectos, entre ellos la lentitud y la falta de sentido común
(Carmena, 1997), un sistema de retribución privada puede
ser todavía más lento y bastante menos justo. Además,
pocos estarían dispuestos a renunciar al monopolio estatal
para aplicar el código penal. Se trata de buscar soluciones
intermedias, conseguir una mejor atención a la víctima sin
perder las garantías procesales del acusado. En la
siguiente sección vamos a discutir algunas formas de
participación de la víctima en la resolución del conflicto
planteado.

19.5. LA VÍCTIMA DEL DELITO EN EL


PROCESO PENAL
¿Cuál es el lugar que ocupa la víctima de los delitos en
el sistema penal? El cuadro 19.5. muestra las
disposiciones tanto del vigente Código Penal como de la
Ley de Enjuiciamiento Criminal que tienen relevancia
para la víctima , realizado por Carlos Climent (2013), e
incluimos igualmente sus comentarios a dicha tabla8.
Los preceptos que a continuación se mencionan son de
aplicación diaria en los tribunales penales, exceptuado el
artículo 200 de la LECR, relativo al derecho a reclamar
por dilaciones injustificadas de los plazos judiciales, que
no suele ser muy invocado, y quizá también los relativos a
la información que debe darse a las víctimas de solicitar
las ayudas económicas que conforme a la legislación
vigente puedan corresponderle (arts. 109, 761, 771 y 776
LECR).
Además, debe recalcarse que aún no se da
decididamente a la víctima el tratamiento preferencial que
se establece en la ley, haciéndole cuantas notificaciones,
comunicaciones e informaciones se previenen en la
legislación penal sustantiva y procesal, o procurando que
su asistencia al acto del juicio oral se realice de una
manera digna, separando a la víctima del acusado y del
resto de los testigos, o procurando que la víctima reciba la
ayuda de las entidades encargadas de su asistencia a
través de los correspondientes psicólogos o trabajadores
sociales.
Falta una conciencia generalizada de que la víctima es
una persona a proteger al máximo, aunque no sea parte
personada en el proceso penal. Si la legislación penal ha
tratado de respetar al máximo los derechos de los
imputados, debería de conferirse a las víctimas un estatus
jurídico tan relevante como el ya existente para los
imputados.
Probablemente es esta la finalidad que persigue la
Directiva 2012/29/UE del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 25 de octubre de 2012, por la que se
establecen normas mínimas sobre los derechos, el apoyo y
la protección de las víctimas de delitos, y por la que se
sustituye la Decisión marco 2001/220/JAI del Consejo9,
cuya transposición al derecho interno español deberá
hacerse antes del 16 de noviembre de 2015.
En breves palabras, la finalidad de dicha Directiva es
garantizar que las víctimas de delitos reciban información,
apoyo y protección adecuados y que puedan participar en
procesos penales. Se regula, entre otros muchos
particulares, el derecho a recibir información desde el
primer contacto con una autoridad competente, los
derechos de las víctimas cuando interpongan una
denuncia, el derecho a recibir información sobre su causa,
el derecho de acceso a los servicios de apoyo a las
víctimas, el derecho a ser oído, los derechos en caso de
que se adopte una decisión de no continuar el
procesamiento, los derechos a no sufrir una victimización
secundaria o reiterada o represalias, los derechos a justicia
gratuita, a reembolso de gastos, a la restitución de bienes,
el derecho a su protección y a evitar el contacto entre
víctima e infractor.
El gobierno español, en un informe emitido en Octubre
de 2012, se hizo eco de la mencionada directiva y anunció
la promulgación de un Estatuto de las Víctimas del Delito
que recogiera las propuestas emitidas por Europa10
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: LA VÍCTIMA EN EL ORDENAMIENTO
JURÍDICO PENAL ESPAÑOL
Por Carlos Climent Durán
ASPECTO SUSTANTIVO
Agravación de la pena:
a) Circunstancias agravantes:
– alevosía (arts. 22.1ª y 139.1ª CP)
– abuso de superioridad, disfraz, ayuda de otras personas, aprovechamiento de
las circunstancias de lugar o tiempo (art. 22.2ª CP)
– discriminación de la víctima por motivos racistas, antisemitas u otra clase de
discriminación referente a la ideología, religión o creencias de la víctima, la
etnia, raza o nación a la que pertenezca, su sexo, orientación o identidad
sexual, la enfermedad que padezca o su discapacidad (art. 22.4ª CP)
– ensañamiento, aumentando deliberada e inhumanamente el dolor de la
víctima, causándole padecimientos innecesarios (arts. 22.5ª y 139.3ª CP)
– parentesco con la víctima (según los casos) (art. 23 CP)
b) Delito continuado: agravación de la pena en caso de una pluralidad de
infracciones contra el patrimonio cuando haya sido perjudicada una generalidad
de personas (delito masa) (art. 74.2 CP)
c) Cuando la víctima es menor o incapaz:
– delito de lesiones (art. 148.3º CP)
– delito de mutilación genital (art. 149.2 CP)
– delito de detención ilegal o secuestro (art. 165 CP)
– trata de seres humanos (art. 177 bis CP)
– abusos sexuales a menores de 13 años (art. 183 CP)
– prostitución de menores (art. 187 CP)
– actividades pornográficas o exhibicionistas (art. 189 CP)
– descubrimiento y revelación de secretos (art. 197 CP)
– delitos contra los derechos de los ciudadanos extranjeros (art. 318 bis CP)
– dopaje (art. 361 bis CP)

d) Cuando la víctima está vinculada afectivamente con el delincuente:


– delito de lesiones (art. 148.4º CP)
– violencia de género (art. 153 CP)
– amenazas (art. 171.5 CP)
– coacciones (art. 172.2 CP)
– violación (arts. 179 y 180.1.4ª CP)
– agresión sexual (arts. 178 y 180.1.4ª CP)
– abusos sexuales a menores de 13 años (art. 183 CP)
– actividades pornográficas o exhibicionistas (art. 189 CP)
e) Cuando la víctima es especialmente vulnerable (por razón de la edad,
enfermedad, discapacidad o situación):
– delito de lesiones (art. 148.5º CP)
– violencia de género (art. 153 CP)
– amenazas (art. 171.4 CP)
– trata de seres humanos (art. 177 bis CP)
– violación (arts. 179 y 180.1.3ª CP)
– agresión sexual (arts. 178 y 180.1.3ª CP)
– acoso sexual (art. 184 CP)
– prostitución (art. 188 CP)
– delitos contra los derechos de los ciudadanos extranjeros (art. 318 bis CP)
f) Cuando el delito se ha cometido en el domicilio de la víctima:
– amenazas (art. 171.5 CP)
– coacciones (art. 172.2 CP)
– violencia de género (art. 173.2 CP)
g) Cuando la víctima queda en grave situación económica:
– hurto (art. 235.4º CP)
– estafa o apropiación indebida (arts. 249 y 250.1.4º CP)
– daños (art. 263 CP)
h) Cuando se abusa de la superioridad sobre la víctima:
– acoso laboral o inmobiliario (art. 173.1 CP)
– trata de seres humanos (art. 177 bis CP)
– abusos sexuales sobre personas privadas de sentido o de razón (art. 181.2 CP)
– abusos sexuales prevaliéndose de su superioridad manifiesta (art. 181.3 CP)
– acoso sexual (art. 184 CP)
– hurto cometido abusando de las circunstancias personales de la víctima (art.
235.4º CP)
– estafa o apropiación indebida cometidas con abuso de las relaciones
personales (art. 250.1.6º CP)
– delitos contra los derechos de los ciudadanos extranjeros (art. 318 bis CP)
– dopaje (art. 361 bis CP)

– delitos de lesa humanidad (ataque generalizado o sistemático contra la


población civil o contra una parte de ella) (art. 607 bis CP)
Atenuación de la pena:
a) Atenuante:
– reparación del daño causado a la víctima (21.5ª CP)
– parentesco con la víctima (según los casos) (art. 23 CP)
b) Lesiones causadas con el consentimiento de la víctima (si no es menor o
incapaz) (art. 155 CP)
c) Retractación de calumnias o injurias: entrega del escrito de retractación a la
víctima y, en su caso, publicación del escrito en el medio de comunicación
donde se produjeron (art. 214 CP)
Penas:
a) Clases:
– Privativas de derechos: prohibición de aproximarse a la víctima o a aquellos
de sus familiares u otras personas que determine el juez o tribunal (arts. 33,
39, 40 y 48 CP)
– Privativas de derechos: prohibición de comunicarse con la víctima o con
aquellos de sus familiares u otras personas que determine el juez o tribunal
(arts. 33, 39, 40 y 48 CP)
– Privativa de libertad: pena de prisión superior a cinco años, en delitos de
prostitución y corrupción de menores, cuando la víctima sea menor de 13
años, la clasificación del condenado en el tercer grado de tratamiento
penitenciario no podrá efectuarse hasta el cumplimiento de la mitad de la
misma (art. 36.2 CP)
– Trabajos en beneficio de la comunidad: Obligación del condenado de prestar
su cooperación no retribuida, entre otras cosas, en labores de reparación de
los daños causados o de apoyo o asistencia a las víctimas (art. 49 CP)
b) Suspensión de la pena de prisión:
– Audiencia previa de la víctima en ciertos supuestos (arts. 81.3ª y 86 CP)
– Condición de no aproximarse a la víctima o de no comunicar con ella, o con
algún familiar, para no perder el beneficio de la suspensión del cumplimiento
de la pena de prisión (art. 83.1.2ª CP)
c) Sustitución de la pena de prisión: posibilidad de sustituir, previa audiencia de la
víctima, la pena de prisión que no exceda de un año, y excepcionalmente la pena
de prisión que no exceda de dos años, por una pena de multa o de trabajos en
beneficio de la comunidad (art. 88 CP)
d) Libertad condicional:
– Delitos de terrorismo: posibilidad de obtenerla cuando, entre otros requisitos,
exista una petición expresa de perdón hecha a las víctimas del delito
cometido (art. 90.1 CP)

– Delitos diferentes a los de terrorismo: posibilidad de obtenerla


anticipadamente cuando, entre otros requisitos, el condenado haya
participado en programas de reparación a las víctimas (art. 91.2 CP)
Medidas de seguridad:
– Posibilidad de oír a la víctima del delito cuando se trate del mantenimiento, cese,
sustitución o suspensión de una medida de seguridad (art. 98 CP)
– Libertad vigilada: sometimiento del condenado a control judicial a través del
cumplimiento de la medida de prohibición de aproximarse o de comunicar con
la víctima o con los familiares que determine el juez o tribunal (art. 106 CP).
Responsabilidad civil:
– Posibilidad de que la víctima decida reclamar la responsabilidad civil nacida de
un delito ante un tribunal civil y no penal (art. 109.2 CP)
– La responsabilidad civil derivada de un delito comprende también los daños
causados a los familiares de la víctima (art. 113 CP)
– Si la víctima ha contribuido con su propia conducta a la causación del daño o
perjuicio producido por el delito, cabe moderar proporcionalmente el importe de
la responsabilidad civil (art. 114 CP)
– Audiencia previa de la víctima para fraccionar en plazos el pago de la
responsabilidad civil (art. 125 CP)
ASPECTO PROCESAL
Protección de la víctima dentro del proceso penal:
a) Primeras diligencias policiales: protección a los ofendidos o perjudicados por el
mismo, a sus familiares o a otras personas, entre otras (arts. 13 y 770 LECR)
b) Ministerio Fiscal: velará por la protección de los derechos de la víctima y de los
perjudicados por el delito (art. 773 LECR)
c) Prisión provisional del imputado:
– La prisión preventiva tiene como fin, entre otros, evitar que el imputado pueda
actuar contra bienes jurídicos de la víctima (art. 503 LECR)
– Comunicación de los autos relativos a la situación personal del imputado a los
directamente ofendidos y perjudicados por el delito cuya seguridad pudiera
verse afectada por la resolución (art. 506 LECR)
– Posibilidad de acordar excepcionalmente la detención o prisión
incomunicadas para evitar que la persona imputada pueda actuar contra
bienes jurídicos de la víctima (art. 509 LECR)
d) Prohibición impuesta al imputado de residir o de acudir a ciertos lugares:
– Alejamiento del imputado con respecto a la víctima, con el fin de protegerla,
cuando se investiguen delitos de homicidio, aborto, lesiones, contra la
libertad, de torturas y contra la integridad moral, la libertad e indemnidad
sexuales, la intimidad, el derecho a la propia imagen y la inviolabilidad del
domicilio, el honor, el patrimonio y el orden socioeconómico (arts. 57 CP y
544 bis LECR)

– Alejamiento del imputado con respecto a la víctima, con el fin de protegerla,


en casos de violencia doméstica (art. 544 ter LECR)
e) Celebración del juicio oral a puerta cerrada: cuando así lo exija el respeto debido
a la persona ofendida por el delito o a su familia (art. 680 LECR)
f) Pago de pensión provisional a favor de la víctima o de su familia: durante la
tramitación de los procesos sobre hechos derivados del uso y circulación de
vehículos de motor (art. 765 LECR)
g) Comunicación a la víctima de las resoluciones judiciales sobre el imputado que
puedan afectar a su seguridad (art. 990 LECR)
– Posibilidad de mostrarse parte en la causa si lo hiciera antes del trámite de
calificación del delito, ejercitando las acciones civiles y penales que procedan
(art. 110 LECR)
– Derecho a reclamar por dilaciones injustificadas de los plazos judiciales (art.
200 LECR)
– Derecho a no prestar fianza con ocasión de la interposición de una querella
por un delito de asesinato u homicidio, si se trata de la víctima o de familiares
(art. 281 LECR)
– Derecho a leer la propia declaración (art. 443 LECR)
– Posibilidad de acusar aunque el Ministerio Fiscal no lo haga (arts. 642 y 782
LECR)
Informaciones y comunicaciones a la víctima:
– Instrucción del derecho que le asiste para mostrarse parte en el proceso y para
renunciar o no a la restitución de la cosa, reparación del daño e indemnización
del perjuicio causado por el hecho punible (arts. 109, 761, 771 y 776 LECR)
– Información de la posibilidad de solicitar las ayudas económicas que conforme a
la legislación vigente puedan corresponderle (arts. 109, 761, 771 y 776 LECR)
– Audiencia previa de la víctima para la valoración de los bienes sustraídos (arts.
364 y 365 LECR)
– Información a la víctima de la fecha y del lugar de celebración del juicio, aunque
no sea parte en el proceso (arts. 659, 785 y 791 LECR)
– Notificación a la víctima de la sentencia, aunque no sea parte (arts. 742, 789,
792, 973 y 976 LECR)
– Publicación de las sentencias con protección de la intimidad de la víctima, en
casos de delitos contra la libertad sexual o contra el honor (art. 906 LECR)

Como antes se comentó, el derecho penal y procesal no


presta una atención adecuada a las víctimas. Es claro que
ésta es importante a la hora de cualificar un delito, toda
vez que la ley, recogiendo los sentimientos morales de la
sociedad y en realidad de la psicología humana, reserva
un tratamiento especial a aquellas acciones que suponen
un plus de intencionalidad dañina en el delito cometido
(por ejemplo, distinguiendo el homicidio del asesinato), o
bien afectan a personas particularmente vulnerables
(como los niños) (Kleinfeld, 2010). Pero en el ámbito del
proceso penal la víctima del delito queda reducida a un
mero testigo de su propia causa, con la obligación de
declarar, pero con escasos derechos. Lo mismo puede
decirse de su presencia en la ejecución penal. Muchos ven
como una “segunda victimización” las experiencias
traumáticas que sufre la víctima en sus encuentros con la
justicia penal.
Existen, sin duda, algunos elementos positivos, por
ejemplo, las medidas contempladas en la Ley de ayuda y
asistencia a las víctimas de delitos violentos y contra la
libertad sexual (35/95), y los casos donde la víctima
recibe protección según la Ley de Protección de Testigos,
así como las medidas de protección contempladas por la
Ley 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la
Violencia de Género. No obstante, ni la policía, ni los
fiscales, ni los juzgados son responsables de la asistencia
e información a la víctima del delito, algo que se deja en
manos de Oficinas o Servicios creados al efecto.
El art. 16 de la Ley 35/95 dispuso la apertura de nuevas
oficinas de ayuda a la víctima (OAVD) a través de las
Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. La principal
tarea de estas oficinas es la atención a la persona que
presenta una denuncia. Realizan tareas de información y
asesoramiento, presentan solicitudes de ayuda, y
acompañan, con mucha frecuencia, a la víctima en
comparecencias en el juzgado, en ruedas de
reconocimiento, etc. En algunas oficinas también se
realiza mediación entre las partes (González Vidosa.
2001). Quizás el efecto más importante de la OAVD es la
influencia constante en los juzgados, las comisarías de
policía y los hospitales para que mejoren el trato, la
actitud y el comportamiento hacia las víctimas.
Sin embargo, el sistema judicial, cuyos problemas
básicos, desde el punto de vista de las víctimas de los
delitos, son la lentitud, el formalismo y la frialdad, no se
cambia con el establecimiento de una oficina dedicada a
información y asesoramiento. Lo que necesita la víctima
es, más bien, una organización que defienda los intereses
de los perjudicados de la delincuencia, e insista en
reformas profundas de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
La primera prioridad para las víctimas de los delitos es
que el aparato judicial y policial funcione adecuadamente.
Una oficina de asistencia a la víctima del delito, por bien
que trabaje, no puede compensar las deficiencias del
sistema en su conjunto.
Los intereses de la víctima incluyen, por ejemplo:
• Una política criminal que prevenga los delitos.
• Una atención humana, empática y receptiva a los
ciudadanos que denuncian un delito.
• Una protección judicial inmediata a la víctima en casos
graves.
• Un servicio de primeras necesidades, que debería
quedar incluido en las pólizas del hogar de las
compañías de seguro.
• Una ayuda psicológica o psiquiátrica inmediata en
situaciones de crisis, con especial atención a víctimas
de agresiones sexuales, delitos violentos o accidentes
de tráfico.
• La posibilidad de resolver conflictos interpersonales
por vías extrajudiciales: mediación y arbitraje.
• Un proceso judicial que informe a la víctima sobre
decisiones que le afecten.
• Un sistema público de seguridad social que garantice
un nivel digno de prestaciones para todas aquellas
personas afectadas de incapacidad e invalidez, fuera
cual fuera la causa. De esta manera se reduciría la
necesidad de presentar demandas o denuncias en
situaciones de victimización (Stangeland, 1996a;
González Vidosa y Stangeland, 1996).
Si atendemos a la declaración de intenciones del
gobierno, el Estatuto de la Víctima responderá a muchas
de estas inquietudes (ver cuadro Realidad Criminológica).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Informe sobre el estatuto de la víctima
Fuente: Consejo de Ministros
http://www.lamoncloa.gob.es/ConsejodeMinistros/Enlaces/111012-
enlaceestatutovictimadeldelito.htm
La intención es que sea un catálogo general de los derechos procesales y
extraprocesales de todas las víctimas de delito, entendiendo por tales no sólo a las
directas, sino también a las indirectas, como son las familias.
La principal novedad que incluye consiste en que las víctimas, aunque no estén
personadas en un procedimiento judicial, podrán recurrir las resoluciones de
sobreseimiento y archivo que se dicten en un plazo amplio que les permita disponer
de tiempo suficiente para valorar si deben hacerlo y personarse en las actuaciones.
Además, como los derechos de las víctimas son independientes de su posible
participación en el proceso penal, tendrán acceso a información concreta sobre la
causa: fecha y lugar del juicio, notificación de sentencias y resoluciones de medidas
cautelares y de libertad del encausado, siempre y cuando lo soliciten y exista una
situación de peligro que lo justifique.

También se les informará de cómo interponer la denuncia y se les ofrecerán


servicios asistenciales, asesoramiento legal, acceso a medidas de protección y una vía
de contacto para recibir información sobre el estado del asunto. Además, dispondrán
de servicios de traducción e interpretación gratuita para que puedan ejercer sus
derechos.
Ejecución penal
La ejecución de las penas mantiene su naturaleza estrictamente estatal, pero se
facilitarán cauces de participación a las víctimas de delitos de terrorismo, homicidio,
lesiones, contra la libertad e indemnidad sexual penados con más de cinco años de
cárcel o cuando se trate de hechos de los que se pueda derivar una situación de
peligro para la víctima.
El Estatuto prevé que puedan recurrir las decisiones de especial trascendencia que
se adopten, como la concesión de la libertad condicional o el alzamiento del periodo
de seguridad, si no se ha indemnizado el delito cometido o si existe peligro para la
víctima.
Para evitar una segunda victimización, entre otras medidas, se evitará el contacto
de las víctimas y sus familiares con los infractores, y se adoptarán medidas para
facilitarles los interrogatorios, como que puedan estar acompañadas.
Especialmente vulnerables
El Estatuto prevé un régimen asistencial y jurídico que dota de mayor protección a
las víctimas especialmente vulnerables: menores, personas con discapacidad, víctimas
de delitos sexuales, de trata de seres humanos, de terrorismo, de violencia sobre la
mujer y de grandes siniestros con víctimas múltiples.

19.6. LA JUSTICIA REPARADORA11 Y LA


MEDIACIÓN PENAL
Este fue el contenido de un importante seminario que se
realizó en la universidad de Lleida en noviembre de 2008,
auspiciado por la Sociedad Científica Española de
Victimología, y moderado por el profesor José María
Tamarit, presidente de la Sociedad12. La justicia
reparadora parte del presupuesto de las cargas negativas
de la justicia penal tradicional y de que el conflicto es más
una infracción social que una violación de la norma. La
mediación constituye una forma de justicia reparadora y
es la más utilizada en Europa, mientras que en el ámbito
anglosajón se conocen también otras modalidades que
introducen a la comunidad como parte activa en la
resolución del conflicto (conferencing, circles, etc).
La justicia reparadora (o restauradora), de acuerdo a
Tamarit tiene su base en los principios de voluntariedad
que, “precedida de una adecuada información, debe
manifestarse en cualquier momento del proceso”, y de
igualdad entre las partes (víctima y delincuente). Ahora
bien, en la mediación penal no podemos olvidar que ha
habido un ofensor y un ofendido, es decir, alguien que ha
dañado y una persona que ha sido objeto de esa agresión,
por lo que resulta especialmente relevante otorgar una
especial atención a los derechos y necesidades de las
víctimas. De este modo, el proceso de restauración sólo
debería iniciarse si resulta claro que éste va a suponer una
situación más beneficiosa para la víctima que la derivada
del proceso penal. En todo caso, ambos procesos deberían
no contaminarse, esto es, “que una vez iniciado el
procedimiento restaurativo se suspenda el penal y que una
vez acabado el proceso reparador se garantice que éste no
pueda ser utilizado en el proceso penal”.
La justicia reparadora puede ser aplicable tanto antes
como después de que el tribunal emita una sentencia:
La justicia reparadora antes de la sentencia puede tener reflejo en la
pena impuesta (aplicación atenuante de reparación, siempre y cuando
se supere la asimilación de la reparación a la civil) o dejarse de
imponer en algunos países, aun cuando en España el sobreseimiento
sólo puede ser admisible en la actualidad en derecho penal de
menores. En este último ámbito, la mediación puede tener sentido en
los delitos de cierta gravedad, donde existe un cierto impacto para la
víctima siendo quizás inconveniente en los delitos de bagatela. Por
otra parte, la mediación después de la sentencia puede conllevar la
suspensión en la ejecución de la pena (donde se exige una
indemnización en la medida de la propia capacidad), la sustitución de
la pena (en la que se existe un esfuerzo por reparar el daño) e incluso
permite una vía de adelantamiento de la libertad condicional cuando el
penado acredite la participación efectiva y favorable en programas de
reparación de las víctimas.

Para la profesora Clara Casado, podemos distinguir tres


etapas en el desarrollo de la justicia restaurativa en
Europa. La primera comienza en 1981 en Noruega y
consta de pequeñas experiencias con delincuentes
juveniles, si bien ya empiezan a relacionarse de modo
formal los profesionales interesados en estas estrategias.
La segunda etapa comienza a finales de los años 90: los
programas mejoran en complejidad y son más numerosos,
adoptándolos formalmente diversos países. Fruto de esta
mayor presencia es la Recomendación del Consejo de
Europa 99(19) sobre mediación en materia penal y la
Decisión Marco de la Unión Europea de 2001 relativa a la
víctima en el proceso penal. La última etapa, en la que
estamos actualmente, se caracteriza por la existencia de
diferentes programas en Europa y la mayor presencia de
la cooperación entre los diversos países europeos:
Existe un mayor apoyo en la justicia restaurativa pero también se es
más consciente de los riesgos de institucionalización de la misma. En
la mayor parte de países europeos existe una cobertura legal, sobre
todo en justicia juvenil, aun cuando la justicia restaurativa ha sido
esencialmente un movimiento de base (“grass-roots”) con
motivaciones diversas y un fin común. También han existido
experiencias desde arriba, esto es, supuestos en los que se ha
introducido una legislación para dar cumplimiento a la Decisión
Marco de la Unión Europea de 2001 sin haber llevado a cabo
experiencias previas (Grecia, Turquía). Ello tendrá implicaciones en el
momento de la concretización práctica. En cuanto a la estructura
organizativa de los servicios de mediación, [existe] una organización
institucionalizada, autónoma o mixta. La institucionalizada se refiere a
la integración de la mediación en el sistema penal, por ejemplo, en
fiscalía o en los servicios de probation (Chequia, Bélgica) o una
agencia dentro del sistema penal (Irlanda del Norte). En cambio, la
estructura organizativa autónoma se refiere al desarrollo de los
programas por parte de ONGs externas, mientras que el modelo
nórdico pertenece a la estructura mixta, donde el ente público posee
una finalidad de control y supervisión y quien presta el servicio son
voluntarios en el nivel local (Finlandia, Noruega).

¿Es adecuado aplicar la mediación a los casos de


violencia de género? Para la profesora Patricia Esquinas
no tiene sentido el rechazo que el feminismo radical ha
dispensado siempre a la mediación en este tipo de delitos,
“entendida tanto como alternativa como complemento del
sistema de justicia penal, puesto que puede constituir una
vía para conseguir la capacitación de la mujer
(“empowerment”)”. Esta autora identificó como posibles
ventajas de la mediación para la víctima la posibilidad de
que ésta “se exprese libremente, como sujeto libre y capaz
para gestionar su relación, adquiriendo una credibilidad
frente a terceras personas.”. Y señala una idea importante:
Escuchar el relato de la víctima en el lenguaje en que el agresor y
aquélla están acostumbrados a interactuar, impide que el maltratador
pueda argüir que no entiende o que es ajeno a todo lo que se está
diciendo, pudiendo generar una dinámica emocional en la que vea a la
víctima como un individuo y no como una prolongación de sí mismo,
como primer paso para la responsabilización por el daño causado.
Además, la intervención de la justicia restaurativa en delitos de
violencia de género, de naturaleza claramente relacional, permite
analizar el conflicto subyacente al mismo, mientras que éste es extraño
al proceso judicial penal. Pese a ello, la reprivatización del delito de
violencia de género y la naturaleza psicológica de la mujer, tendente a
ceder en los conflictos, parecen ser algunos de los inconvenientes
detectados en la aplicación de la mediación.

Esquinas apeló a la prudencia a la hora de aplicar


procesos restaurativos en casos de violencia de género,
descartando su intervención en los casos en los que exista
una violencia sistemática y en los que la víctima no sea
capaz, siquiera potencialmente, de defender sus intereses.
También fue de sumo interés la aportación al seminario
de la profesora Guardiola Lago, quien analizó la justicia
reparadora en la ejecución penal. Esta surge en los años
80 a partir de experiencias en EE.UU, Canadá y Suiza,
extendiéndose después al Reino Unido y Bélgica,
facilitada por el reconocimiento progresivo de los
derechos de las víctimas durante el cumplimiento de la
condena. Guardiola diferencia tres posibles orientaciones
de la justicia reparadora en la ejecución penal: “Por un
lado, aquellas más orientadas a la indemnización de la
víctima, entre las que se puede mencionar los
‘Herstelfonds’ en Bélgica, que pretenden indemnizar
parcialmente a la víctima con el trabajo del interno a la
vez que intenta fomentar una comunicación entre el
interno y la víctima. Por otro lado, una orientación más
centrada en el intercambio de experiencias entre autor y la
víctima a modo de terapia, donde predomina la idea de
curación y perdón. Este es el caso de algunas culturas
aborígenes o ciertas iniciativas de orientación religiosa
que se dan, por ejemplo, en Canadá […] Por último,
existe una orientación de justicia restaurativa en ejecución
de penas donde interviene más la comunidad, desarrollado
con mayor profundidad en el ámbito anglosajón”.
Es interesante la reflexión que realiza esta autora a
propósito de la evaluación de los resultados del proceso
de mediación entre víctima y delincuente: ésta ha de
resultar en un beneficio para ambos; la disminución de la
reincidencia y otros resultados posibles positivos (como el
ahorro económico y la mayor agilidad del sistema de
justicia) han de verse como “efectos colaterales”. ¿En qué
consisten esos beneficios ‘directos’ de la mediación?
Diversos estudios realizados en el Reino Unido y Canadá
—prosigue Guardiola Lago— ponen de manifiesto que
“un gran número de presos están dispuestos a
responsabilizarse por el daño causado y poseen la
suficiente empatía para llevar a cabo una mediación, en la
que descubren o aumentan la conciencia sobre el impacto
de sus actos, adquieren una nueva mirada hacia el mundo
exterior a la prisión, menos cerrada en un pensamiento
institucional, y aumentan el compromiso con el
tratamiento y la prevención de la reincidencia. En cuanto
a las víctimas, los estudios ponen de manifiesto que la
mediación en la ejecución penal aporta que las mismas se
sientan satisfechas de ser escuchadas, comporta que la
percepción del delincuente sea menos estereotipada,
mejora la confianza de las víctimas en sus relaciones con
otras personas y disminuye el miedo, la cólera y los
síntomas del estrés postraumático”.
Finalmente, la profesora Guardiola entiende que en este
ámbito de la ejecución penal la justicia restaurativa puede
entenderse como complementaria del sistema de justicia
penal (a diferencia de la opinión manifestada
anteriormente por Tamarit); es más, esto resulta obligado
a tenor de lo expuesto por el art. 17 de la Decisión Marco
del Consejo de Europa de 2001, antes mencionado.
Terminamos este apartado con las experiencias de
mediación que se relataron en ese seminario, relativas al
País Vasco, en el siguiente cuadro de La Realidad
Criminológica.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
La mediación en Bilbao y Barakaldo
(Carlos Romera)
Estos servicios están compuestos por equipos multidisciplinares y son servicios
públicos que dependen de la Dirección de Ejecución Penal del Departamento de
Justicia, Empleo y Seguridad social del Gobierno Vasco, junto con el Servicio de
asistencia al detenido, el de asistencia a la reinserción de penados, y el servicio de
asistencia a las víctimas. Los servicios de mediación, en la actualidad cuatro, son
gestionados por organizaciones privadas. Principalmente son los Jueces quienes
derivan casos a mediación, adquiriendo en este caso un rol fundamental el secretario
judicial, que en un buen número de ocasiones es quien identifica los asuntos
susceptibles de ser derivados.
Carlos Romera constató que en la práctica se produce un fenómeno de contagio
entre jueces. Existen procesos de mediación tanto en delitos como en faltas, y tanto
en un momento anterior a la sentencia como en fase de ejecución. Una vez
identificado un caso susceptible de ser derivado a mediación, el Juez dicta una
providencia, auto o diligencia de ordenación en la que deriva el asunto a mediación y
establece un plazo de dos meses para llevar a cabo la mediación. Asimismo, el Juez
envía una carta a las partes anunciándoles la posibilidad de llevar a cabo una
mediación y que los servicios de mediación se pondrán próximamente en contacto
con ellos. Se ha constatado en la práctica que esta carta resulta muy útil en orden a
facilitar el trabajo de los servicios de mediación. Éstos trabajan en un sistema de co-
mediación y en base a un protocolo que exige, como criterios para tratar un asunto en
mediación, unas ciertas condiciones subjetivas de las personas implicadas, atendiendo
a sus capacidades personales y teniendo en cuenta la situación coyuntural en la que se
encuentren además de una significación subjetiva de participación en el hecho por
parte del autor, con independencia de su calificación jurídico-penal. Asimismo, se
exigen elementos objetivos, tales como hechos flagrantes o cuando existan claros
indicios de criminalidad. La mediación se recomienda especialmente en relaciones
enconadas entre las partes con varias denuncias cruzadas, en delitos contra la
propiedad, lesiones, maltrato, amenazas, injurias, calumnias, coacciones, violencia
familiar o delitos contra los derechos y deberes familiares.
19.7. UNA VISIÓN SISTÉMICA DE LA
VICTIMOLOGÍA
En la actualidad existe una importante corriente de
opinión dentro del ámbito de la Ciencia Social que aboga
por vincular la investigación criminológica con los
estudios que tradicionalmente tienen asiento bajo la
rúbrica de los Derechos Humanos. En este encuentro, la
víctima del delito deja de ser identificada sólo con la
delincuencia común, para ampliar su definición a las
víctimas de prácticas corruptas e injustas, incluyendo las
que son afectadas por razones de discriminación, de abuso
de poder por parte del Estado o incluso por la acción de
las guerras (“víctimas inocentes”). En este apartado no
pretendemos hacer una simbiosis entre lo que ofrece la
Criminología y los Estudios de Derechos Humanos (ver al
respecto Barberet, 2006), pero sí ofrecer una perspectiva
de la importancia que tiene considerar el fenómeno de la
victimización como política esencial dentro de una
política criminal integral, más allá de lo que
tradicionalmente se considera la atención a las víctimas de
los delitos comunes.

19.7.1. Una visión sistémica


De este modo, en el cuadro 19.5 podemos ver que, en el
marco de un Estado de Derecho, las víctimas de delitos
comunes (homicidios, robos, etc.) son sólo una parte de
todas las víctimas. Otro tipo de víctimas lo constituyen las
personas que resultan negativamente afectadas por el
tránsito dentro del sistema de justicia, la ya conocida
“victimización secundaria”, según la cual al padecimiento
derivado del delito hay que añadir la penalidad de un trato
insensible y costoso (en varios sentidos) a cargo del
sistema que ha de reprimir la delincuencia e impartir
justicia. Una tercera categoría a destacar incluye a las
víctimas de maltrato doméstico (mujeres en particular,
pero también hombres, sea cual sea su número) y de
abuso infantil, no tanto porque no sean víctimas más o
menos habituales —que por desgracia lo son— sino
porque la peculiaridad de su topografía delictiva (el hogar,
la relación de parentesco, el secretismo y dificultad de
detección que jalona esa acción violenta) requiere de un
acercamiento preventivo y de represión bien diferentes al
tradicional que se lleva a cabo en la delincuencia común.
Y finalmente tenemos una cuarta categoría, la conformada
por las personas que sufren prácticas sociales y
administrativas notablemente injustas, contrarias a la letra
o —al menos— al espíritu de las leyes que gobiernan en
una democracia. Como luego se verá, si bien en esta
categoría se acomodan casos que pueden no ser objeto de
un delito tipificado, existe un importante potencial
criminógeno en el mantenimiento de esas prácticas
discriminatorias.
CUADRO 19.5. Una visión amplia de las víctimas del delito
Por otra parte, el cuadro 19.6 indica las fuentes de
victimización o victimarios correspondientes a esas
categorías, mientras que el cuadro 19.7 revela la
interconexión de todas ellas a la hora de producir más
delincuencia y, por ello, más víctimas. Así, en primer
lugar, las prácticas corruptas, abusivas y discriminatorias
tienen como resultado, entre otros, una mayor
victimización secundaria por parte del sistema de justicia.
Es el caso, por ejemplo, cuando inmigrantes, mujeres o
minorías étnicas (o cualesquiera otros grupos) reciben un
trato que aumenta su penalidad, dificulta su acceso a los
resortes de la justicia (entre otras formas, generando en
las personas afectadas el sentimiento de que no “vale la
pena” acudir a ella) y facilita la revictimación al hallar el
agresor que su delito queda impune. La víctima, por
consiguiente, ve que su estado de vulnerabilidad no ha
mermado o incluso ha aumentado como consecuencia de
la acción de la justicia fallida.
CUADRO 19.6. Fuentes de victimación
FUENTES DE VICTIMIZACIÓN
• LOS DELINCUENTES DE CUELLO BLANCO, FUNCIONARIOS CORRUPTOS Y LOS QUE NIEGAN EL
TRATO DIGNO CONSAGRADO EN LAS LEYES
• EL SISTEMA DE JUSTICIA CON SUS LIMITACIONES Y PROCEDIMIENTOS INEFICACES
• LAS FAMILIAS QUE INCURREN EN ABUSOS O UNA CRIANZA NEGLIGENTE
• LOS DELINCUENTES COMUNES

CUADRO 19.7. Cómo víctimas y delincuentes se relacionan en una visión


sistémica
Pero en segundo lugar, las víctimas de la corrupción y la
discriminación tienen que enfrentarse también al efecto
psicológico de su menor visibilidad social. Por ello no son
inusuales los sentimientos de frustración, anomia y
privación relativa, muy documentados en la literatura
criminológica a propósito de los grupos de ciudadanos
que viven en el margen de lo que se considera bienestar
promedio de la sociedad en la que habitan.
En tercer lugar, una parte importante de las víctimas de
abuso y discriminación tenderán a tener más dificultades
en la socialización de los hijos. ¿Por qué? Sencillamente,
cuanto más tiempo y energía psicológica dediquen a
protegerse de las inclemencias sociales, menos tiempo
tendrán para ocuparse de sus hijos. Si bien el efecto de la
mera pertenencia a un estrato socio-económico bajo tiene
que separarse del que resulta de la acción ilegítima (o al
menos contraria a los principios de probidad del capital
social) de grupos de poder o instituciones por lo que
respecta a la capacidad educadora de estas familias,
parece lógico pensar que, por ejemplo, cuando un grupo
tiene dificultades para obtener un empleo o para progresar
en la escala de movilidad social, además de verse en
mayor medida afectado por sentimientos de anomia y
frustración, esas carencias repercutirán negativamente en
la socialización de los hijos.
Ahora bien, no solamente se produce un efecto negativo
en la socialización de los hijos, sino que la corrupción, la
discriminación y el abuso de poder abarcan también la
generación de delitos. ¿Por qué tendría que tener esto un
efecto facilitador de la violencia en el hogar (malos tratos
y abuso infantil)? No hay duda de que una de las causas
sobresalientes en estos comportamientos radica en el
incremento de estrés social que tienen que soportar las
familias, estrés claramente asociado con vivir situaciones
que fomentan la anomia, la frustración y la privación
relativas.
Finalmente, y en cuarto lugar, a su vez, las víctimas de
una deficiente socialización y de malos tratos en la
infancia son, sin duda, más proclives (aunque de ningún
modo están determinados a serlo) a ser delincuentes en su
vida juvenil y adulta, lo que tiene como efecto el
incremento de las víctimas de la delincuencia común.
Pero no sólo esto, sino que hallamos un segundo efecto: el
incremento de la revictimación, pues también es conocido
que las víctimas de agresión en la infancia tienen una
mayor prevalencia que los niños que no han sido
maltratados en las poblaciones de padres agresores de sus
hijos.
De este modo nos damos cuenta de la profunda relación
que la victimización tiene sobre la delincuencia. Víctimas
y delincuentes no sólo forman los actores necesarios de la
realidad delictiva (por más que en ocasiones quiénes sean
los delincuentes y quiénes las víctimas sea difícil de
asignar por el carácter asociado o difuso de unos y otros,
por ejemplo el crimen organizado o el delito corporativo),
sino que se alimentan mutuamente como si estuvieran
conectados en un sistema de vasos comunicantes.

19.7.2. El ejemplo de la violencia contra la mujer


Cuando se menciona el problema de la violencia de
género o doméstica, generalmente se menciona la poca
efectividad de la leyes penales para reducir esa
delincuencia (y la flamante Ley Integral no parece ser una
excepción), a lo que se suele añadir inexorablemente que
es “una cuestión de actitud social y de educación”. Con
ello, se destina la solución al limbo de lo inefable o de lo
futurible, sin querer ver que otros ámbitos de la
Victimología y de la Criminología se hallan fuertemente
relacionados.
En particular destacaremos los siguientes. En primer
lugar, el maltrato infantil, por las razones ya aludidas
anteriormente, y que se resumen en que los chicos que
sufren violencia en la infancia tienden a actuar de modo
violento en su edad adulta. Esta tendencia, como es
lógico, afecta de modo relevante a la pareja afectiva, pero
también a sus hijos. Estamos pues frente a un ciclo de
violencia que, por muy obvio que sea, pocos mencionan a
la hora de hablar de la prevención de la violencia de
género.
Pero la discriminación social, en la medida en que
aumenta el estrés de los individuos que se relacionan
afectivamente, también contribuye al incremento de la
violencia de género: la privación relativa, la frustración y
la anomia se suman para erosionar el autocontrol de
hombres poco preparados para hacer frente a una vida
difícil, a lo que sin duda ayuda el abuso del alcohol que
puede asociarse con esas condiciones (Garrido, 2001).
Otro campo de gran trascendencia es el caldo de cultivo
de la delincuencia común. Cuanta mayor delincuencia
común exista, habrá mayor número de sujetos que, en un
estilo de vida antisocial, contemplen la violencia
doméstica como una opción más de ese estilo de vida. Y
en verdad, si entendemos que el fracaso escolar en esta
sociedad competitiva es una causa importante de
exclusión, no será del todo descabellado señalar que
aquellas poblaciones más afectadas por ese fracaso
constituirán en mayor medida hombres adultos con mayor
probabilidad de golpear a sus parejas. En efecto, aunque
no lleguen a desarrollar una carrera delictiva, los hombres
que en una sociedad se sientan fracasados (algo cada vez
más sencillo por el mayor nivel de exigencia que se
requiere en el mercado laboral, progresivamente menos
tolerante con el fracasado escolar) y que tienen un papel
secundario en la sociedad del bienestar y del consumo,
pueden buscar en el dominio de las relaciones afectivas
una fuente sustitutiva de satisfacción (por supuesto
existen otras vías, como los delitos en el puesto de
trabajo), una alternativa a su resentimiento por no formar
parte de la clase media que prospera. Esa exclusión social
puede fomentar todavía más la violencia contra la mujer si
esos hombres, a su vez, forman parte de una minoría que
tiene problemas de integración, como es el caso de los
famosos distritos islamistas en Francia, segregados por
una arquitectura de los años 60 y 70 que condenaba a sus
moradores a regirse por sus propios códigos endogámicos.
Se sigue de lo anterior que, junto a medidas específicas
para luchar contra la violencia doméstica (relacionadas
con el agresor, la víctima y con el funcionamiento del
sistema de justicia), se hace necesario adoptar una postura
sistémica como la defendida en este apartado. De manera
inadvertida pero no menos cierta, empezamos a entender
que las víctimas de los delitos pueden ser el producto del
desarrollo de otras víctimas del delito y de otros ámbitos
que los que generalmente asignamos como propios o
característicos de esa categoría.

19.7. CONCLUSIÓN
Las víctimas del delito piden, cada vez más, una
consideración no sólo en el plano de la comprensión
humana de su condición, sino en el pleno reconocimiento
legal que refrende la moralidad diáfana de lo que
representan en una sociedad democrática: el resultado del
trato injusto que debe ser expresamente minimizado (ya
que no, por desgracia, evitado) por la sociedad y sus
instituciones. Ese reconocimiento expreso es lo que
denunciaba, con la valentía que le caracterizaba, el
profesor Beristain (2005, p. 96), cuando escribió: “En
bastantes centros de enseñanza de algunas profesiones de
España, cuando los terroristas cometen un asesinato,
algunos docentes al comenzar la clase invitan a un minuto
de silencio, pero otros no lo hacen. Y propugnan que no
debe hacerse, porque “la hora de clase no es para eso”.
Las víctimas del terrorismo son víctimas del crimen,
pero sólo desde hace algunos años hemos aprendido a
reconocerlas como tales. En la comprensión de la
amplitud de la victimización en la sociedad
contemporánea podremos profundizar en terrenos cada
vez más amplios del delito en todas sus manifestaciones,
aunque ello suponga cruzar algunas lindes no demasiado
transitadas por la Criminología (como las víctimas del
crimen organizado, la corrupción o las prácticas abusivas
criminales de los Estados). Tal y como hemos explicado,
esa visión sistémica de la delincuencia y la victimización
puede dar importantes frutos en el futuro, al abrir nuevas
vías de prevención.
Profesores e investigadores de Criminología de la Universidad de Murcia. De
izquierda a derecha: Marta Aguilar Cárceles, Rosa Patró Hernández, Samuel
Rodríguez Ferrández y David Lorenzo Morillas Fernández. En la actualidad
sus líneas de investigación se centran en el ámbito victimológico y las
repercusiones criminológicas del trastorno por déficit de atención e
hiperactividad (TDAH). La oferta formativa de la Universidad de Murcia
incluye el Grado en Criminología, dos másteres, uno en criminología aplicada
a la ejecución de penas y otro en criminalística; así como un Título Oficial de
Doctorado Interuniversitario en Criminología con las Universidades de
Granada y Miguel Hernández de Elche.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. La victimología aporta perspectivas importantes y nuevas a la compresión del
problema delictivo; sin embargo, no se puede estudiar a la víctima de una forma
aislada, sino en el contexto de las teorías y métodos que aporta la Criminología.
Ello no es óbice para reconocer que la victimología constituye un ámbito de
estudio de gran proyección, al que algunos autores reconocen un estatus de
independencia con respecto a la Criminología.
2. La victimización es una experiencia traumática, que puede causar graves
problemas para la salud y el bienestar de la persona victimizada. Estos efectos no
se limitan a delitos violentos, sino que también pueden ocurrir como resultado de,
por ejemplo, un robo en casa.
3. El riesgo de ser víctima de un delito no se distribuye de forma igual en toda la
población, sino que toca con más frecuencia a unas personas que a otras. La teoría
del “estilo de vida” puede explicar una parte del fenómeno de la multi-
victimización, y de que existan grupos de la población de elevado riesgo. Los
estudios sobre factores de protección frente a la victimización nos ayudan a
entender, precisamente, este fenómeno desde la óptica de la resiliencia.
4. La asistencia a la víctima del delito pretende aliviar los daños sufridos por el
suceso delictivo, y humanizar su contacto con el aparato policial y judicial. A
pesar de los avances recientes legislativos, todavía es una realidad que falta
desarrollarse en muchos países del mundo, entre ellos España.
5. La justicia de la restauración y la mediación suponen marcos de actuación donde se
acentúa la capacidad de la víctima para decidir tanto en el proceso penal como en
la ejecución de la pena impuesta al delincuente.
6. Uno de los principales problemas que tiene actualmente la mediación, y en realidad
otras formas de aplicación de los principios de la justicia restaurativa, es que faltan
estudios con la metodología adecuada que orienten sobre los beneficios y
problemas que puedan derivarse de aquéllos. No obstante, hay datos importantes
que sugieren importantes efectos positivos tanto en la psicología de las víctimas
como en la de los delincuentes que han compartido este tipo de experiencias.
7. Una visión sistémica de la victimología ayuda a ampliar la política de prevención
del delito al poner de relieve cómo la experiencia de victimización, en un sentido
amplio, facilita el desarrollo de actividades delictivas.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Por qué la Victimología es una parte muy importante de la Criminología?
2. ¿En qué consiste la teoría de estilo de vida?
3. ¿Qué es la multi-victimización? ¿Puedes citar factores de protección frente a la
victimización?
4. La parte imputada en un asunto criminal tiene derecho a un abogado de oficio, la
parte perjudicada, no. ¿Por qué existe esta diferencia?
5. ¿Qué tipo de ayuda es más esencial para la víctima de un delito violento? ¿Quién
se responsabiliza de esto?
6. ¿En qué consiste la mediación?
7. ¿Qué debemos entender por una visión sistémica de la victimización?
8. ¿Cómo puede entenderse la prevención de la violencia contra la mujer bajo esa
perspectiva?
9. Haz un estudio sobre las instituciones que, de un modo u otro, prestan atención a
las víctimas en tu localidad.

1 Declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 29 de


noviembre, 1985 (Resolución 40/34), detallada en el Manual Internacional
de Asistencia a la Víctima, Naciones Unidas 1998.
2 Sobre la historia de la victimología: ver Rodríguez Manzanera (1990),
Herrera Moreno (1996), Landrove Díaz (1990).
3 Skogan (1981), y una revisión en Sparks (1977).
4 Departamento de Justicia de EE UU, 1992, Apéndice III.
5 Antonio Elorza y Julio Antonio Guija: “La percepción social de la víctima
y del agresor”, dentro del curso “La violencia y sus víctimas: De los
sentimientos a la ley”. UIMP, Santander, 1-2 Agosto 2012.
6 Elaboración propia a partir de la encuesta del CIS nº 1995 y de la
estadística policial de 1996 sobre homicidios.
7 Fuente: Stangeland 1995: p. 145, cfr. Díez Ripollés et al., 1996: p. 66.
8 Los autores de esta obra agradecen al magistrado de la Audiencia
Provincial de Valencia, Carlos Climent Durán, su contribución a este
capítulo.
9 Véase en DOUE-L-2012-82192, http://www.boe.es/diario_boe/txt.php?
id=DOUE-L-2012-82192
10 Ver http://www.lamoncloa.gob.es/ConsejodeMinistros/Enlaces/111012-
enlaceestatuto victimadeldelito.htm
11 Los términos justicia “reparadora”, “restauradora” y “restaurativa” suelen
emplearse indistintamente, según los autores.
12 Ver una memoria con las aportaciones de los ponentes recogidas por
María Jesús Guardiola Lago en http://www.fundacionfive.com/wp-
content/uploads/Formacion26b.pdf. Las referencias de este apartado
pertenecen a este texto, salvo que se indique otra cosa.
Parte IV
CONTROL Y
PREVENCIÓN DEL
DELITO
20. LA POLICÍA
20.1. LA POLICÍA Y EL ORDEN SOCIAL 901
20.1.1. La seguridad ciudadana como tarea policial 902
20.1.2. La policía y las redes sociales 905
20.1.3. La policía judicial 906
20.1.4. El esclarecimiento de los delitos 908
20.2. MODELOS POLICIALES 910
20.2.1. La policía tradicional 910
20.2.2. La policía profesional 911
A) Burocratización 912
B) Motorización 912
C) Burocratización excesiva 913
D) Escaso efecto preventivo de los coches-patrulla 914
E) El tiempo de respuesta no es tan importante: no todas las
llamadas son urgentes 915
F) La investigación policial da pocos resultados 916
G) Una cierta discrecionalidad es necesaria 917
20.2.3. El modelo “bombero” y el modelo “cartero” 918
20.2.4. La policía orientada a la solución de los problemas 919
20.2.5. Mediación Policial 927
20.2.6. La Policía Local y la mediación 929
20.3. PERSPECTIVAS FUTURAS 931
20.3.1. Control democrático de las actuaciones policiales 931
20.3.2. Aprovechar los recursos en la sociedad civil 932
20.3.3. Aprovechar los recursos dentro de la propia organización 932
20.3.4. Reformar los distintos cuerpos de policía actuales 933
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 934
CUESTIONES DE ESTUDIO 934

20.1. LA POLICÍA Y EL ORDEN SOCIAL


Este libro no es el lugar apropiado para una exposición
completa acerca de las organizaciones policiales en
España y su historia, tampoco para una disertación
jurídica en torno a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del
Estado. El capítulo pretende analizar la policía desde una
perspectiva concreta: ¿Qué impacto tiene la policía sobre
la delincuencia? ¿Cómo puede mejorarse dicha
influencia?
El sentido común nos dice que la relación entre la
policía y la delincuencia es sencilla: cuanta más policía,
menos delincuencia. Eso es lo que, con frecuencia,
reclama la opinión pública, preocupada por la inseguridad
ciudadana: un mayor número de policías en la calle.
Sin embargo, en esta ocasión el sentido común se
equivoca. Si fuera tan sencillo neutralizar la delincuencia,
se podría esperar que el número de policías por cada mil
habitantes reflejara fidedignamente el nivel de seguridad
ciudadana. Pero ello no es así. Los países mediterráneos
tienen más efectivos policiales que los países del norte de
Europa, sin que esto signifique necesariamente un mayor
nivel de seguridad pública. Italia es el país europeo que
tiene una ratio más elevada de policías, seguido por
España; por cada policía en Inglaterra, hay dos en España.
¿Qué relación existe entre los efectivos policiales de un
país y sus tasas delictivas? Como veremos en este
capítulo, la presencia policial es importante para prevenir
y controlar los delitos, pero cuando esta presencia se
produce en determinados lugares y momentos. Es lo que
hace la policía, y no la mera acumulación de efectivos
policiales, lo que resulta determinante para su efectividad.
Por otra parte, la realidad cambiante de la sociedad global
hace que la policía tenga una necesidad constante de
adaptación e innovación ante los nuevos retos, lo que
viene a subrayar la complejidad de su tarea en los tiempos
actuales (Fundación Policía Española, 2010).
Se suelen distinguir dos tareas principales de actuación
de la policía. La primera es la de seguridad ciudadana, es
decir, prevenir los delitos y los desórdenes sociales, la
segunda tarea es la de policía judicial, dedicada al
esclarecimiento de los delitos. Vamos a comentar con más
detalle cómo se realizan estas dos funciones.

20.1.1. La seguridad ciudadana como tarea


policial
Hay una gran variedad de situaciones en las que se
demanda la actuación de la policía. La gran mayoría de
estas actuaciones no tienen mucho que ver con la
delincuencia, puede tratarse, por ejemplo, de:
Transportes: traslado de detenidos, mensajes y
citaciones para los juzgados.
– Disputas vecinales: problemas de ruido o de
comportamiento. Con mucha frecuencia, se trata de
problemas continuados y llamadas repetidas a la
policía.
– Disputas domésticas: malos tratos en la pareja, o
amenazas por parte de un ex-marido.
– Problemas de salud mental: comportamiento anómalo
de personas con problemas psíquicos; por ejemplo, un
hijo mayor de edad, que vive con su madre y amenaza
a los vecinos.
– Accidentes de tráfico: la Policía Local o la Guardia
Civil suelen ser los primeros que acuden al lugar.
Prestan los primeros auxilios, desvían el tráfico,
preparan un atestado sobre los hechos, e investigan
posibles delitos.
– Detención de personas reclamadas: búsqueda y
captura de sospechosos, delincuentes en busca y
captura y fugados de prisión.
– Desorden público: mendicidad, prostitución,
vandalismo
– Delitos in fraganti: un vecino avisa a la policía, al
observar a personas sospechosas, por ejemplo,
manipulando coches aparcados en la calle.
A partir de los ejemplos anteriores, se aprecia, por tanto,
que la policía se enfrenta a un abanico muy amplio de
problemas, interviniendo en situaciones muy diversas y a
menudo difíciles, por lo que se exige gran profesionalidad
por parte de los agentes que acuden a los diferentes
lugares a los que son requeridos. ¿Podrían concentrarse
más las actividades policiales en la delincuencia, dejando
los problemas sociales, de salud mental y otros a las
administraciones que les correspondan? Esta es una
separación de funciones difícil de realizar, ya que en
muchas de las intervenciones policiales no criminales se
realiza también un trabajo preventivo importante. Si nadie
interviene cuando un perturbado mental amenaza a los
vecinos, la situación podría derivar en una agresión, e
incluso un homicidio (ver cuadro siguiente de La
Realidad Criminológica). Si nadie recoge al menor que se
ha escapado de casa y está pidiendo dinero por la calle, es
posible que acabe introduciéndose en un mundillo de
drogas, hurtos, prostitución, etc., y pueda convertirse en
un delincuente habitual. Por eso, es difícil limitar la
actuación policial a situaciones estrictamente definidas
como delictivas. También hay que tener en cuenta que la
asistencia ofrecida por la policía a los ciudadanos que
reclaman ayuda policial aumenta su predisposición a
colaborar en el esclarecimiento de posibles delitos. Es
curioso que la opinión púbica tenga una imagen de la
policía tan distorsionada, donde se le asocia generalmente
a acciones peligrosas para atrapar a delincuentes, cuando,
como hemos visto, su mayor actividad reside en
actividades cotidianas de ayuda y prevención (Torres,
1996).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: TRIPLE CRIMEN EN VALENCIA
Publicado en Las Provincias (composición propia de varios artículos)
La pedanía valenciana de Castellar-Oliveral no ha salido todavía del estado de
conmoción en que quedó tras el triple homicidio perpetrado en la noche del viernes
por Francisco Planells, un vecino de toda la vida de esta tranquila población.

Tanto el Ayuntamiento de la capital como los vecinos del presunto homicida no


hayan una explicación lógica al acto sanguinario que costó la vida a un chico de 13
años, su padre y una mujer de 80 años, mientras otras dos, la madre del menor y un
hombre que trató de disuadir a Francisco, continúan hospitalizados con heridas de
gravedad. “Solo puede haber sido un arrebato o una perturbación”, aseguran.
Lo cierto es que el presunto autor de las tres muertes es “un chico encantador” que
minutos antes de la tragedia paseaba a su niña de siete meses por las calles de
Castellar, esperando a que su mujer llegara del trabajo. Un joven con trabajo, amigos
y familia al que parecía sonreírle la vida, hasta que decidió dejar a su niña en casa de
unos vecinos, se armó con un cuchillo de cocina, con mango de plástico, y comenzó a
aporrear las puertas del vecindario.
El primero en abrir fue el chico de enfrente, el menor de la familia que comparte
planta con el presunto homicida. El menor sería la primera víctima de Francisco, que
después mató al padre e hirió gravemente a la madre al salir ésta en defensa de su
hijo.
Algunos vecinos no le abrieron la puerta, pero otros, como una mujer de unos 80
años alarmada ante los golpes y los gritos, sí lo hicieron. Fue la tercera víctima
mortal, antes de que Francisco Planells atacara al vecino del ático, que hizo frente al
agresor. Mantenía con él una buena relación, como con el resto de vecinos, según los
testigos, pero la transformación no tenía vuelta atrás. Le clavó el cuchillo en la
espalda, donde quedó incrustada la punta, y lo dejó mal herido.
Poco después apareció en la escena del crimen un policía local de paisano que,
alertado al ver a una persona ensangrentada por el balcón, decidió entrar en el edificio
y se encontró la masacre. Intentó reanimar a algunas de las víctimas, y en esas vio
bajar por las escaleras a Francisco, con el mango del cuchillo en la mano y
salpicaduras de sangre en la ropa.
Le preguntó qué hacía y la respuesta no sonó convincente: “No sé que ha pasado”.
El aspecto aturdido del presunto homicida y el hecho de que arrojó la empuñadura del
arma del crimen a las escaleras llevaron al agente a detener al sospechoso y avisar a
la Policía Nacional.

Se podría decir que se llama a la policía en todas las


situaciones que la sociedad civil es incapaz de resolver un
problema o conflicto. El cuadro 20.1 presenta una
ilustración del rol policial en la sociedad moderna.

20.1.2. La policía y las redes sociales


CUADRO 20.1. Las “redes sociales” y la policía
Las necesidades y problemas sociales cotidianos, que en
los ejemplos presentados en el cuadro 20.2 caen como una
especie de flechas desde arriba, son atendidos y resueltos
normalmente por las “redes sociales” ordinarias. La malla
o cesta más grande de atención a las necesidades de los
individuos es la familia, capaz generalmente de resolver
más problemas que las demás instituciones. Otro sistema
dispuesto a actuar de forma amplia es el sanitario, que
podría intervenir en, por ejemplo, la problemática
relacionada con un toxicómano, un enfermo mental, etc.
En otras dificultades y conflictos intervienen el sistema
escolar, los servicios sociales, etc. Sin embargo, cuando
fracasan estas redes sociales generales y ordinarias, los
problemas suelen terminar en el cesto más amplio situado
en la parte inferior de la figura: la policía. Es decir, cuanto
peor funcionan los redes sociales corrientes, y menos
problemas atienden y resuelven, más problemas le caen
encima a la policía. En una sociedad como la nuestra,
cada vez más anónima, donde los ciudadanos difícilmente
se atreven a intervenir ellos mismos en problemas
callejeros y vecinales, se acude cada vez con mayor
frecuencia a la policía. Y éste parece ser un proceso
creciente. Por ejemplo, en EEUU y en el norte de Europa,
se denuncian dos a tres veces más delitos, en proporción a
la población, que en España1. Pero en España también
existe una tendencia al alza por lo que se refiere a las
tasas de denuncia delictiva, según se vio en el capítulo 4 y
en otros capítulos precedentes.

20.1.3. La policía judicial


Dentro de la organización de la Guardia Civil y de la
Policía Nacional, hay unidades de policía científica y
brigadas de investigación que se dedican al
esclarecimiento de los delitos. En varias autonomías y
municipios grandes, la Policía Autónoma y la Policía
Local también han establecido brigadas de investigación
de delitos concretos, por ejemplo, contra el medio
ambiente, delitos contra menores, etc. Es decir, no existe
una única organización de policía judicial a disposición de
los Juzgados de Instrucción, o del Ministerio Fiscal, sino
que el juez puede ordenar a cualquier autoridad pública la
averiguación de los hechos puestos en su conocimiento.
La Ley de Enjuiciamiento Criminal autoriza al juez para
poner la investigación criminal en manos de, por ejemplo,
un guarda forestal jurado o el alcalde del pueblo2. Eso es
una reminiscencia de épocas anteriores. Una nueva Ley de
Enjuiciamiento Criminal se encuentra en fase de
preparación desde hace más de diez años (ver cuadro la
Realidad Criminológica).3
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
LA POLICÍA JUDICIAL EN ESPAÑA3
Dentro de la organización de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, hay
unidades de policía científica o brigadas de investigación que se dedican al
esclarecimiento de los delitos. Tienen un carácter muy especializado en respuesta a la
especialización que se ha venido produciendo en muchas actividades delictivas. Así,
dentro de la Guardia Civil están las Unidades de Seguridad Ciudadana (USECI) y los
Centros Operativos de Servicios (COS), centrados en materia de seguridad ciudadana;
la

Agrupación de Tráfico; la Intervención de Armas y Explosivos (ICAE); el Grupo de


Acción Rápida (GAR), en el ámbito de la actividad antiterrorista; el Servicio de
Criminalística, en temas de identificación, balística, grafística, química y medio
ambiente, biología e ingeniería; el Equipo de Mujer-Menor (EMUME) y los Puntos
de atención especializada (PAE), sobre violencia de género y contra menores; el
Servicio de Costas y Fronteras; el Servicio Fiscal, en materia de contrabando; el
Servicio Marítimo y la Unidad de Actividades Subacuáticas; el Servicio Aéreo; el
Servicio de Rescate e Intervención en Montaña; el Servicio de Protección de la
Naturaleza (Seprona); la Agrupación de Reserva y Seguridad, integrada por los
Grupos de Reserva y Seguridad, Escuadrón de Caballería y Unidades de
Reconocimiento del subsuelo, en materia de orden público; el Servicio de Seguridad
de la Casa de S.M. El Rey; la Unidad de Seguridad de Presidencia del Gobierno; el
Grupo de delitos telemáticos (GDT); el Servicio de Desactivación de Explosivos y
Defensa (NRBQ: nuclear, radiológica, biológica y química); y la Unidad de
Protección y Seguridad, centrada en la protección de instalaciones y edificios
públicos (véase en
http://www.guardiacivil.es/es/institucional/especialidades/index.html para más
detalles).
Por su parte, la Policía Nacional también cuenta con diversos grupos de acción
policial especializada, como el Grupo Especial de Operaciones (G.E.O.), de carácter
antiterrorista; el TEDAX, sobre desactivación de artefactos explosivos; la Brigada de
Investigación Tecnológica (B.I.T.); la Brigada Central de Estupefacientes (B.C.E.); la
Unidad de Subsuelo y Protección Ambiental; las Unidades de Intervención Policial
(U.I.P.); la Unidad contra redes de inmigración y falsedades documentales
(U.C.R.I.F.); la Brigada de Delincuentes Extranjeros (B.E.D.E.X.); y la Brigada de
Respuesta a la Inmigración Clandestina (B.R.I.C.) (véase con un mayor desarrollo en
http://www.policia.es/cnp/cnp_unidades.html)
En varias autonomías y municipios grandes, la Policía Autónoma y la Policía
Local también han establecido brigadas de investigación de delitos concretos, por
ejemplo, contra el medio ambiente, delitos contra menores, delitos relacionados con
el tráfico viario, ventas de drogas al por menor, mendicidad, causación de ruidos,
incendios y emergencias, daños en el patrimonio cultural, etc.
Es decir, no existe una única organización a disposición de los Juzgados de
Instrucción, o del Ministerio Fiscal, sino que el juez puede ordenar a cualquier
autoridad pública la averiguación de los hechos puestos en su conocimiento. Esto es
lo que se denomina Policía Judicial en el artículo 283 de la Ley de Enjuiciamiento
Criminal, que son auxiliares de los Jueces y Tribunales competentes en materia penal
y del Ministerio fiscal, quedando obligados a seguir las instrucciones que de aquellas
autoridades reciban a efectos de la investigación de los delitos y persecución de los
delincuentes.

La investigación criminal es un método para la


reconstrucción de hechos pasados y pretende contestar
cuatro preguntas básicas: dónde, cuándo y cómo ocurrió
el hecho, y quién lo hizo. La criminalística o la ciencia
forense en general tiene mucho en común con la
arqueología, la antropología, la biología, la física y la
química, mientras que la recopilación de información
aportada por testigos está más relacionada con la
psicología; así que se puede decir que la criminalística es
una ciencia aplicada, con métodos y teorías derivados de
varias ciencias básicas.

20.1.4. El esclarecimiento de los delitos


En el cuadro 20.2 se observa que las cifras de
esclarecimiento policial varían bastante según el tipo de
delito. Esta figura, basada en datos de la Policía Nacional
y de la Guardia Civil correspondientes a 1996 (Ministerio
del Interior, 1996), indica que entonces uno de cada
cuatro delitos se esclarecían. Los homicidios tenían las
cifras más elevadas de esclarecimiento, con un 90,6%,
mientras que los robos en domicilios se resolvían
solamente en un 12,5%, y las sustracciones de vehículos
en un 7,5%. Según se conoce, la gran diversidad de estos
porcentajes de esclarecimiento delictivo no dependería
tanto del esfuerzo policial que pueda realizarse como de la
información ofrecida por quienes presentan la denuncia o
por los testigos de los hechos. En delitos contra la persona
suelen declarar ante la policía tanto la propia víctima
como testigos que puedan haber presenciado el suceso,
los cuales generalmente pueden identificar al agresor;
mientras que en muchos delitos contra la propiedad, muy
a menudo ni la víctima ni otras personas han visto al
ladrón o ladrones, de ahí que muchos de estos delitos
queden ocultos e impunes.
CUADRO 20.2. Esclarecimiento policial de los delitos
Fuente: Elaboración propia a partir de la estadística policial de Serrano
Maillo (1996).

Según la información facilitada por la policía española,


las tasas de esclarecimiento de delitos habrían aumentado
a lo largo de las últimas décadas, situándose en el 39,1%
en 2010 y en el 39,9% en 2011 (Ministerio del Interior,
2011).
La colaboración de los ciudadanos es el factor más
importante para poder esclarecer delitos, y así disuadir de
la comisión de delitos (Petersilia, 1987; Osterburg y
Ward, 1992). La preparación técnica de los policías y su
capacitación para analizar pruebas es decisiva para
comprobar, con el mayor grado de veracidad posible, que
la persona imputada es realmente aquella que cometió el
delito. Sin embargo, si no se aportan pistas desde el
primer momento para esclarecer el delito (por testigos
directos del hecho o mediante otras pruebas recogidas por
la policía), es probable que éste se quede sin resolver.
Además, para una mayor eficacia policial, la “policía
judicial” o científica debería trabajar en estrecha
colaboración con la policía dedicada a la seguridad
ciudadana.

20.2. MODELOS POLICIALES


20.2.1. La policía tradicional
Equipo de investigación en la Facultad de Psicología de la Universidad de
Salamanca. Jaume Masip (izquierda) es Profesor de Psicología Social;
Eugenio Garrido (centro), es Catedrático de Psicología Social y Profesor del
Centro de Formación de la Policía Nacional en Avila. Carmen Herrero
(derecha) es Profesora Titular de Psicología Social, Profesora del Título
propio de Criminología y del Centro de Formación de la Policía Nacional.
Sus principales ámbitos de interés científico son el testimonio visual, la
detección de la mentira, la psicología de la delincuencia, la psicología
policial, la toma de decisiones judiciales, la percepción social del delito y la
victimología.

En décadas pasadas la policía tradicional en los países


democráticos procuraba, a partir de su frecuente
movilidad a pie o en bicicleta, conocer a la gente de sus
barrios y resolver problemas cotidianos. Aun así, lo cierto
es que los problemas de orden público continuaban
teniendo el mayor peso en su actuación (revueltas,
protestas, etc.).
La policía tracional se caracteriza por:
• Un alto nivel de discrecionalidad, es decir que la
Policía puede decidir actuar en algunos casos,
mientras que en otros puede abstenerse de hacerlo.
Los responsables policiales están muy atentos a la
opinión pública y a las cuestiones de imagen; los
desheredados y los ciudadanos “poco visibles”
(inmigrantes ilegales, marginados, etc.) se sienten
poco protegidos por este tipo de policía.
• Desde este modelo policial, la detención pueden
ocurrir con múltiples finalidades como, por ejemplo,
para meramente imponer un castigo, o para conseguir
información, sin que las garantías legales sean un
impedimento grave a tales efectos.
Este modelo policial tradicional podría caracterizarse a
partir de gran parte de la actividad que desarrollan las
fuerzas policiales en la Rusia actual. Un ejemplo, a estos
efectos, particularmente dramático, lo constituyó el
celebre caso de asesinato serial conocido como “El
Asesino del Ajedrez”. Este hombre cometió numerosos
crímenes a lo largo de quince años (1992-2006), entre la
desidia general de la policía, ya que actuaba en una zona
empobrecida de Moscú, matando a gente de la que nadie
se preocupaba, salvo sus familiares. Solamente cuando los
medios de comunicación empezaron a publicitar los
crímenes intervino la policía, deteniéndolo en un plazo
corto de tiempo, lo que reveló bien a las claras que
existían dos clases de víctimas en Rusia: las que tenían
influencia sobre la opinión pública, y las que no4.
Este estilo policial se parece bastante al estilo vigente en
varios condados de EEUU en los años cincuenta y sesenta
(Skolnick, 1975, Wilson, 1968, Reiss, 1971), donde la
discriminación racial era todavía una realidad humillante
y los sheriffs imponían su ley sin demasiadas cortapisas.

20.2.2. La policía profesional


La reacción contra el estilo policial anterior dio lugar a
lo que se puede llamar el “modelo profesional”,
desarrollado entre los años setenta y ochenta del siglo
pasado.
Los componentes básicos del modelo profesional se
pueden resumir en los siguientes puntos:

A) Burocratización
En este modelo se consideró importante delimitar, con
arreglo a la Ley, las competencias policiales, las
situaciones en las cuales se autoriza su intervención, y los
derechos de los detenidos. Se pretende desvincular a la
policía de la política, y potenciar la vigilancia judicial de
la actividad policial5.
Estas reformas conllevan:
• Más “papeleo”, insistencia en que todas las
actuaciones de la policía queden documentadas por
escrito.
• Mayor nivel de disciplina interna.
• Una organización jerárquica y centralizada, con una
mayor división de tareas entre cada brigada o unidad.

B) Motorización
A diferencia de la policía tradicional, que patrullaba a
pie desde varias comisarías pequeñas y dispersas por la
ciudad o desde cuarteles de la Guardia Civil en cada
pueblo, el modelo profesional implica centralización en
macro-comisarías, y atención al público desde una única
sala de denuncias, y desde una central de llamadas y
comunicaciones. Las innovaciones básicas son:
• El teléfono e internet. Con la extensión de la red
telefónica, particularmente a partir de la telefonía
móvil, los ciudadanos pueden fácilmente llamar por
teléfono en caso de urgencia. Por otra parte, la amplia
disponibilidad de internet facilita también el uso del
correo electrónico y otros sistemas de comunicación
telemática.
• El coche. La actividad policial se concentra más en
mantener una flota de coches patrulla, conectados a la
central por radio, y que acuden al lugar donde se
requiere asistencia policial.
• El ordenador. Se establecen bases de datos sobre
penados, detenidos y personas buscadas, un sistema
que permite la identificación rápida de personas, a
través de huellas dactilares u otras características.
Registros sobre vehículos matriculados, propiedades y
licencias también son disponibles en caso de
necesidad.
• Investigación. En el modelo tradicional, se
investigaban los delitos según interés y capacidad. La
policía “profesional” no establece sus propias
prioridades, sino que es instruida para realizar los
mismos pasos de investigación en todos los delitos
denunciados. En un robo con fuerza en las cosas en el
domicilio, por ejemplo, se desplaza la policía
científica al lugar, con el fin de buscar huellas
dactilares y elaborar un atestado sobre la inspección
ocular realizada.
Estas reformas han contribuido, sin duda, a una policía
más legalista, democrática y eficaz. El modelo, inspirado
en reformas policiales de otros países occidentales desde
décadas, todavía no ha sido implantado en España en su
totalidad, básicamente por la variedad de organizaciones
existentes (Guardia Civil, Policía Nacional, Policía Local
y Autonómica) con solapamiento de competencias en
muchos casos, y escasa coordinación de recursos.
No obstante, este modelo policial —todavía un futuro
deseado para los que pretenden reformar la policía
española— ya ha sido llevado a la práctica en otros
países, y ya ha mostrado sus defectos.
Vamos a resumir los puntos principales de la crítica
contra el modelo profesional.

C) Burocratización excesiva
La insistencia en el control sobre las actuaciones
policiales, tanto la instrucción judicial como el control
jerárquico interno, puede crear más preocupación por la
gestión interna y por los informes y atestados que hay que
redactar, que por los problemas de los ciudadanos. La
policía puede llegar a cumplir estrictamente con la
legislación vigente y, sin embargo, carecer de iniciativa
propia para resolver problemas y esclarecer los delitos.
En la literatura sobre la policía se suele distinguir entre
actuaciones “reactivas” y “proactivas”, según quien toma
la iniciativa de la movilización policial (Reiss y Bordua,
1967). La actuación “reactiva” se produce a petición de
las autoridades o de los ciudadanos, mientras la
“proactiva” se pone en marcha a iniciativa de la propia
policía. Si un ciudadano llama a la policía y se envía un
coche patrulla, la actuación es reactiva, mientras que si un
coche patrulla observa algo sospechoso en la calle y se
detiene para investigar, actúa en una forma proactiva.
Cuanto más se formaliza a la policía, mayor automatismo
se producirá en la respuesta policial, y una menor
actividad proactiva.
Un estudio internacional sobre modos de actuación de la
policía en varios países (Bayley, 1985) mostró gran
variedad en la iniciativa propia de la policía, siendo más
frecuente la actuación reactiva. Más de un 90% de las
actuaciones policiales tuvieron lugar a requerimiento
requerimiento de otras partes, mientras la iniciativa propia
o proactiva representó el restante 10%.

D) Escaso efecto preventivo de los coches-


patrulla
Según la concepción de la policía profesional, la
dotación de funcionarios con un alto nivel de formación,
con mejores recursos técnicos y con un modelo más
profesional de gestión, provocaría que la policía tuviera
un mayor efecto disuasorio.
Se han realizado algunos experimentos controlados
sobre la eficacia de las patrullas policiales que circulan
por la ciudad en espera de llamadas.
El primero se efectuó en Kansas City a principios de los
años setenta3. La teoría vigente de la época fue que las
patrullas motorizadas, al circular por las calles,
aumentaban la visibilidad de la policía; así los ciudadanos
se sentían más seguros y se prevenía la delincuencia.
Además, con el sistema de radio-patrullas se podría
responder inmediatamente a las llamadas, acudir al lugar
y detener a los sospechosos.
Para mostrar este efecto, la ciudad fue dividida en tres
zonas, compuestas por barrios con características
demográficas parecidas.
En una zona, de control, los coches patrullaban de
forma normal. En otra zona, la reactiva, los coches
patrulla tenían la instrucción de no circular a menos que
fuera para atender a una llamada de urgencia. En la
tercera zona, la proactiva, intensificaron dos o tres veces
el número de patrullas. La hipótesis del estudio era que la
delincuencia iba a bajar en la zona proactiva, con un
determinado desplazamiento de la delincuencia común
hacia la zona de control y la zona reactiva. Para
comprobar esta hipótesis, el equipo de investigadores
realizó entrevistas a una muestra de la población de cada
zona, antes y después del año que duró el experimento
controlado. Las entrevistas se centraron en las opiniones
sobre la policía, el miedo al delito, si consideraban su
barrio seguro y si últimamente habían sufrido algún tipo
de delito. También analizaron los datos policiales sobre
tipos de actos delictivos en cada zona.
Los resultados del estudio fueron devastadores para la
hipótesis propuesta: no se apreció ninguna diferencia
entre las tres zonas. Los ciudadanos ni siquiera se habían
dado cuenta de que se habían intensificado las patrullas, y
la delincuencia no había aumentado ni disminuido, ni
tampoco se había desplazado como consecuencia del
experimento. Todavía peor fue que el miedo a la
delincuencia había aumentado en la zona proactiva, en
que se había intensificado la presencia de patrullas
policiales
Los datos del estudio fueron presentados en un
seminario al que asistieron varios jefes de policía, que
dudaron de su validez. Entre otras críticas a la
investigación, comentaron que la distinción entre las tres
zonas del experimento no había sido completa. Los
coches patrulla correspondientes a la zona proactiva con
mucha frecuencia cruzaron a otras zonas para atender una
urgencia. Sin embargo, este experimento fue repetido en
tres ciudades diferentes con los mismos resultados. Por
otro lado, un estudio experimental en un área pequeña en
Nueva York indicó que el número de coches patrulla
tendría que aumentarse 40 veces para obtener un descenso
significativo en la delincuencia. La conclusión de estas
investigaciones es que las mejoras en los dispositivos
materiales (coche, radio, ordenadores) y un aumento en el
número de policías tienen escaso efecto en la delincuencia
si no se consigue una mayor colaboración con los
ciudadanos. Proyectos posteriores, concentrándose en este
aspecto, han mostrado eficacia en disminuir la
delincuencia (Goldstein, 1990; Kelling y Coles, 1996).

E) El tiempo de respuesta no es tan importante:


no todas las llamadas son urgentes
Diversos proyectos de investigación posteriores al
precedente intentaron discernir por qué el aumento de
coches patrulla no producía efectos, ni en la satisfacción
ciudadana con la policía, ni en el esclarecimiento de los
delitos. En un estudio se analizó en concreto el efecto del
tiempo de respuesta policial ante las llamadas recibidas
(Van Kirk, 1978:84, citado en Petersilia, 1987:11). La
cercanía de un coche patrulla y la velocidad del vehículo
fueron inicialmente consideradas vitales para la eficacia
policial, pero, muy al contrario, el factor de eficacia más
importante resultó ser el tiempo que tardaron los
ciudadanos en realizar la llamada de aviso a la policía.
Si el suceso había ocurrido una hora antes de la llamada,
no importaba mucho si la respuesta policial se realizaba
dentro de los 5 o los 15 minutos siguientes. En cualquier
caso, sería demasiado tarde para prevenir el delito,
detener al delincuente o identificar a los testigos.
Un delito común (sea contra la propiedad o contra la
persona) se realiza en muy pocos minutos, y, con mucha
frecuencia, se trata de segundos. Un atraco callejero no
suele durar más de 45 segundos, desde que se amenaza
con un arma al transeúnte hasta que el ladrón ha
desaparecido con el botín. Por rápida que sea la respuesta
policial, suelen llegar demasiado tarde. Ello explica que,
en la gran mayoría de los casos, el tiempo de respuesta
policial no sea muy relevante, ni para la satisfacción de la
persona que avisó a la policía, ni, peor aún, para
incrementar la probabilidad de esclarecer el delito.
Además, cuando alguien decide llamar a la policía, con
frecuencia la situación ya ha dejado de ser urgente. Se
avisa, por ejemplo, sobre un daño ocurrido en un local
durante la noche. En este caso, según el modelo
“profesional” pautado, se suele enviar un coche patrulla al
lugar del suceso, aunque la situación ya no exige una
respuesta rápida e inmediata. La actuación policial ante un
aviso o llamada tiende a ser mecánica, quizás exigida por
la necesidad de ofrecer una respuesta que resulte
significativa y tranquilizadora para la ciudadanía, aunque
ello no suponga muchas veces un aumento de la eficacia.

F) La investigación policial da pocos resultados


El estudio científico clásico sobre la investigación
criminal (Petersilia, 1987; Osterburg y Ward, 1992)
indicó que la gran mayoría de los delincuentes
identificados por la policía lo fueron a través de la
información aportada por los testigos, o bien por la
actuación de los policías de patrulla que llegaron al lugar.
La investigación policial posterior sirvió para analizar las
pruebas y documentar una hipótesis sobre los hechos,
pero aclaró muy pocos delitos que no estuvieran ya medio
resueltos cuando llegó la policía. La colaboración vecinal
y la correcta actuación de los policías de seguridad
ciudadana son esenciales, no solamente para prevenir los
delitos, sino también para identificar y detener a los
autores.
En una provincia española, dos de cada tres autores de
robo detenidos fueron identificados por la víctima, por
vecinos o al intentar vender lo robado. Solamente una de
cada tres identificaciones se realizó por medio de la
policía científica, como resultado de huellas dactilares u
otras pruebas materiales encontradas durante la
inspección ocular en el lugar del delito. Con lo anterior no
se trata de despreciar los importantes logros de la policía
moderna al establecer los Sistemas Automáticos de
Identificación como el AFIS (para las huellas dactilares),
donde se emplean bases de datos informatizadas, y los
nuevos procedimientos de identificación genética. Se
trata, sin duda, de ayudas técnicas muy importantes para
el esclarecimiento de los delitos, pero muchas veces los
contactos informales con los vecinos del lugar,
despreciados por el modelo “profesional”, son más
decisivos para la resolución de los casos que cualquier
sistema informatizado y cualquier laboratorio técnico.

G) Una cierta discrecionalidad es necesaria


En este contexto podemos definir la “discrecionalidad”
como la posibilidad de decidir con prudencia, y dentro de
ciertos márgenes, acerca de si un hecho será perseguido o
no como delito. La profesión jurídica difícilmente acepta
que esta valoración pueda realizarla una persona que no
sea juez o fiscal. Sin embargo, en miles de situaciones
cotidianas se toman decisiones de este tipo. En primer
lugar, las adoptan los ciudadanos mismos, al poner en
conocimiento de la policía solamente una pequeña parte
de las infracciones observadas. Posteriormente, la policía
interviene jurídicamente, con la correspondiente
persecución criminal, sólo en algunas situaciones,
generalmente las más graves o de mayor alarma pública,
mientras que otras muchas se resuelven de una forma u
otra, pero sin que llegue a abrirse un procedimiento
judicial.
En realidad, con el modelo profesional policial se
pretende restringir la discrecionalidad y arbitrariedad una
vez que los sucesos llegan a la atención de los agentes de
la autoridad. Se percibe, con toda la razón, como injusto y
discriminatorio que la policía pueda hacer la “vista gorda”
y dejar pasar algunas infracciones, mientras otros
presuntos delincuentes son perseguidos con toda la fuerza
de la Ley.
Sin embargo, diversos estudios realizados años atrás
sobre la actuación policial (por ejemplo: Banton, 1964;
Skolnick, 1975; Bayley, 1985) indicaron que cierto
margen de discrecionalidad resulta inevitable. Las
situaciones en las que la policía interviene son tan
variadas y complejas que ella misma tiene que interpretar
y definir en cada caso la situación. Presentamos a
continuación un ejemplo de una investigación danesa,
donde los criminólogos observaron, desde el asiento
trasero del coche policial, las actuaciones de los policías
de patrulla:
“Perseguíamos un coche a las dos de la madrugada. Estaba
circulando casi en la mitad de la carretera, y el conductor parecía
cansado. Aparcó al lado de la carretera, supuestamente frente a la casa
donde vivía. La policía pidió su documentación, y, siendo obvio que
estaba bebido, fue avisado para que entrara en el coche policial. Antes
de preguntarle cuántas copas había tomado, el oficial le avisó: “Usted
no tiene ninguna obligación de declarar”. Aun así, no le importaba
declarar y aceptó soplar en el globo. Resulta que había asistido a una
fiesta para funcionarios de correo (era cartero de profesión) y había
bebido bastante. Había tomado seis o siete cervezas, y, según él, no se
sentía capaz de conducir el coche adecuadamente. Los policías le
observaron un momento y un oficial dijo: “Pues, en este caso, ya ha
tenido Ud. suficiente. ¡Váyase a la cama!” (Koch, 1980:72-73).

Un factor importante para no intervenir en este caso fue


que no había ocurrido ningún accidente, y que el
conductor ya había llegado a casa. Además pudo influir
favorablemente su comportamiento humilde y su
disposición a colaborar con la policía, así como el hecho
de que, en el caso de haberlo detenido, los agentes
tendrían que haberse desplazado a la comisaría y realizar
los trámites correspondientes, trabajando horas extra. A
última hora de su turno, ninguna patrulla policial está muy
dispuesta a detener a ciudadanos por infracciones
menores, con las complicaciones horarias que ello podría
acarrearles.
Es posible que en un país como España, donde los
procedimientos judiciales se rigen de un modo muy
estricto por el principio de legalidad —lo cual da poca
discreción a la fiscalía en el momento de calificar el delito
—, la mayor rigidez y el formalismo judicial se
compensen con más discrecionalidad policial. Este sería
un buen tema de análisis e investigación criminológica en
diversos contextos policiales.
Las recomendaciones modernas para reducir la
arbitrariedad e injusticia en el aparato policial no
pretenden eliminar una relativa discreción, sino mejorar el
control interno en el cuerpo policial y establecer unas
normas de conducta y una ética profesional que anime a
los policías a priorizar la persecución de los delitos más
graves, dejando en un segundo término sucesos de menor
importancia. La decisión de qué es importante y qué no lo
es tiene, a la postre, un carácter sustancialmente político,
de modo que la transparencia informativa y la discusión
pública sobre las prioridades policiales resultan
imprescindibles. En muchos países, las juntas locales de
seguridad se convierten en asambleas con participación
ciudadana amplia. Se discute, por ejemplo, el problema
del ruido en bares abiertos a la calle, la persecución o no
de mendigos y personas sin hogar, la actuación correcta
en casos de malos tratos y amenazas domésticas. No
obstante, el debate público sobre la política criminal
también tiene sus riesgos. En muchas ciudades
norteamericanas el efecto de esta presión política sobre la
seguridad dio lugar a una policía más dura, que aplicó una
generalizada “tolerancia cero” (siguiendo la teoría de “las
ventanas rotas”) a infracciones menores de desorden
público (Ciencia Policial, N.º 38, 1996), pero no tiene por
qué ser necesariamente así. Como veremos más adelante,
la participación ciudadana y la transparencia en la
actividad policial también pueden originar actividades de
mediación y de movilización de recursos sociales
orientados a la prevención de la delincuencia.

20.2.3. El modelo “bombero” y el modelo


“cartero”
Algunos estudios contribuyeron a un cambio de la
filosofía policial en muchos países a partir de los años
setenta. Fue una reivindicación en busca de la expansión
de la policía cívica, patrullando a pie, como siempre lo
han hecho los “bobbys” ingleses. Se trataba de sustituir el
modelo tecnócrata, basado únicamente en coches patrulla
y respuesta rápida, por un modelo que permitía más
contacto personal entre la población del barrio y los
agentes policiales. Se puede decir que se sustituyó el
modelo “bombero”, que aparece en situaciones de
emergencia, apaga el fuego y se va, por un modelo
“cartero”, que pasa todos los días por una ruta conocida,
los ciudadanos lo conocen de vista y pueden dirigirse a él
o ella. No se trata de eliminar la respuesta rápida y
motorizada, sino de complementarla con otras formas de
patrullar que sirvan para conocer mejor un sector de la
ciudad y los múltiples problemas que no son fuegos
aislados que se apagan, sino síntomas de problemas
subyacentes que se repiten con frecuencia. En este nuevo
modelo también se cuestiona el sistema semi-automático
de enviar un coche patrulla ante cualquier llamada de los
ciudadanos. Cuando se establece que, efectivamente,
existe una urgencia, se envía, por supuesto, una patrulla al
lugar. En otras situaciones se puede concertar una cita
más tarde, a una hora que convenga. Y, en muchas
circunstancias, la respuesta apropiada es derivar la
llamada a otro tipo de agencia o servicio, distintos de la
policía. La unificación de teléfonos de urgencia en una
sala conjunta, con un solo número a marcar, es una
reforma importante, que ha salvado muchas vidas en
EEUU, donde este sistema se estableció hace varias
décadas. En la Unión Europea se estableció en 2008 el
112 como número de teléfono de emergencias para todo
tipo de problemas graves y urgentes, incluidas
emergencias sanitarias, de incendios, salvamento y
seguridad ciudadana.

20.2.4. La policía orientada a la solución de los


problemas
Este modelo ha sido conocido también como “policía
orientada hacia la comunidad”, “policía de barrio” o
“policía de proximidad”. Externamente, se trata de
establecer una policía que tenga más contacto personal
con el vecindario, con una forma de patrullar que permita
a los ciudadanos consultar a los agentes de autoridad, e
informar sobre problemas o sucesos sospechosos. Pero en
un sentido interno, es mucho más. Como veremos más
adelante, la policía de proximidad es una de las estrategias
que pueden resultar idóneas en muchos lugares de
nuestras sociedades, pero no delimita todo el campo: lo
que define a la policía orientada a los problemas es su
capacidad para, en coordinación con los residentes de su
área de actuación, definir y resolver problemas sociales
cotidianos, no sólo delitos, sino también otros que afectan
a la seguridad y a la “salud social” de los ciudadanos.
A veces se dice que en la ciudad española moderna el
sentido de comunidad ha desaparecido, y que nadie asume
la responsabilidad por determinados sucesos en el barrio.
Sin embargo, los policías que patrullan la calle a pie en
muchos casos apenas pueden caminar cien metros antes
de que alguien se acerque para comentarles algo. La
policía de proximidad (el modelo “cartero”) pretende
profundizar en estos contactos con los vecinos. Si los
mismos policías patrullan diariamente el mismo barrio,
serán capaces de acumular más información sobre sucesos
frecuentes, prevenir conflictos graves y esclarecer más
delitos.
El concepto de “comunidad” suele indicar un área
geográfica donde un grupo de personas tienen intereses o
actividades en común, quizás compartiendo las mismas
normas y valores. No obstante, la práctica policial es
diversa, y tal vez sería más correcto hablar de una policía
de proximidad, y del barrio o distrito como concepto
geográfico de actuación, y olvidarse del concepto más
amplio de “comunidad”. El autor americano Herman
Goldstein (1979, 1990) lo llamó “la policía orientada a
resolver problemas”, y este nombre ha prosperado desde
entonces en el contexto anglosajón. Se trata de establecer
una colaboración entre la policía y las personas
directamente afectadas por un problema, generalmente un
delito, pero también por otras situaciones que pueden
influir sobre la seguridad o salud de esas personas o del
barrio.
El grupo de ciudadanos al que la policía debe dirigirse
dependerá de cada caso: si se trata de una serie de
agresiones sexuales que han causado gran alarma social
en una ciudad, tal vez sea conveniente solicitar pistas y
datos sobre dichas agresiones, quizás a través de los
medios de comunicación. En el caso de aparcamiento
ilegal y masivo de coches que colapsa una zona, puede ser
que se acerquen a la policía, para intentar resolver el
problema, los representantes de una comunidad de
propietarios o de una cámara de comercio. En otras
situaciones pueden establecerse contactos y colaboración
con grupos marginados de la zona. Los problemas
causados por la prostitución callejera, por ejemplo,
pueden reducirse si la policía anima a las prostitutas para
que avisen cuando una chica menor de edad trafica en la
calle, o cuando aparece una prostituta que se dedica a
robar a sus clientes. No es imprescindible que exista una
comunidad perfectamente formada y organizada para que
la policía pueda extender su red de contactos, aunque el
mayor sentido comunitario en un barrio sin duda facilitará
la labor policial.
Por otra parte, es importante también que la policía y la
justicia puedan actuar rápido en caso de que los
responsables del problema no accedan a lograr un acuerdo
que satisfaga a los perjudicados. El ejemplo siguiente
ilustra el modo en que una situación problemática puede
deteriorarse en perjuicio de todos. Aunque este es un caso
extremo, nos recuerda que también es conveniente
disponer de una normativa clara y un control vecinal que
puedan prevenir los problemas, antes de que éstos se
enquisten. Cuando los argumentos se agotan, una policía
de proximidad respaldada por una capacidad resolutiva
judicial que mostrara desde el principio qué conductas se
iban a permitirse y cuáles no quizás hubiera podido evitar
la situación presentada a continuación.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Un bar recalcitrante
Informativos Canal Sur, 15-3-12
La Audiencia Provincial de Sevilla ha condenado a cuatro años de cárcel a los dos
propietarios de un bar ubicado en un bajo de un edificio de localidad sevillana de Dos
Hermanas por el “excesivo” volumen de la música que ponían a diario y en horario
nocturno, lo que ocasionaba ruidos “intolerables” en el interior de las viviendas de
algunos vecinos, que sufrieron incluso depresiones e “intenso” estrés.
En la sentencia de la Sección Séptima de la Audiencia Provincial se relata que,
desde agosto de 2007 hasta mayo de 2008, ambos acusados, Gabriel B.P. y Sara
B.M., ponían la música en su bar ‘El Coyote’ “a diario en horario nocturno y, en
especial, durante las madrugadas de todos los fines de semana”.
El volumen “notoriamente excesivo” de la música ocasionó “ruidos intolerables”
en el interior de las casas de algunos vecinos, especialmente en las viviendas de dos
de ellos, pero a pesar de que los imputados “conocían las graves molestias” que
“continuadamente” causaban a los vecinos, “quienes les mostraban sus quejas a causa
del ruido nocturno procedente del bar”, no depusieron su actitud.
Asimismo, y a pesar de las “constantes” inspecciones de la Policía Local, alertada
tras las denuncias vecinales, los procesados “volvían a conectar la música tras la
marcha de los agentes que continuamente acudían al lugar de madrugada”. Así, los
agentes realizaron hasta diez inspecciones en las que comprobaron “el exceso de
ruido” e incluso las medidas puestas por los acusados “para no ser descubiertos”.
La sentencia recoge que incluso el Ayuntamiento de la localidad abrió al bar un
expediente sancionador una vez “comprobados los ruidos abusivos”, ya que éstos
superaban el límite permitido en seis decibelios diurnos y en 16 nocturnos, todo lo
cual llevó a que el 14 de diciembre de 2007 el Consistorio ordenara como medida
provisional el precinto del foco emisor de ruidos, lo que fue notificado al procesado.
Posteriormente, el 14 de enero de 2008 y “tras comprobar el excesivo acústico y el
relatado incumplimiento de las resoluciones del Ayuntamiento”, éste ordenó la
suspensión de la actividad del bar, lo que también fue notificado al acusado, a pesar
de lo cual ni él ni la procesada, “que decía ser también” dueña del negocio,
“atendieron nunca los requerimientos” del Ayuntamiento.

Los acusados “burlaron” las órdenes del Ayuntamiento


Los agentes, por su parte, comprobaron que para “burlar” la orden de 14 de
diciembre de 2007 los acusados, “si bien mantenían el precinto de reproductor de
música y el limitador de sonido, habían conectado un ordenador y un televisor a un
amplificador para emitir música a elevado volumen sin pasar por el limitador”.
A pesar de las reiteradas inspecciones de los policías, que llegaron a precintar el
aparato de música y a ordenar la suspensión de la actividad del bar, los agentes
constataron el 14 de mayo de 2008 que, “abierto el bar, el precintado y la orden de
cierre estaban tirados en el suelo”, por lo que volvieron a precintar el establecimiento
delante del acusado.
La Audiencia señala que los vecinos de las viviendas aledañas “se han visto”
durante este periodo de tiempo expuestos “reiteradamente” a ruidos que, “por su
frecuencia, intensidad, duración, falta de control sobre la fuente y sonoridad han
afectado gravemente a su sosiego, descanso nocturno y conducta”, generándoles la
situación “intenso estrés, con el consiguiente riesgo de afectar gravemente a su salud
general”.

Como hemos dicho, en el modelo de actuación de la


policía orientada a la solución de problemas no se trata
únicamente de que la policía esté cerca de la gente, sino
de que exista un procedimiento definido de realizar la
labor policial, un protocolo que oriente sobre cómo
enfrentar los problemas del barrio. Eck y Spelman (1987)
diseñaron el protocolo representado por el acrónimo
SARA en inglés (resultaría DARE, en español), que
implica los siguientes pasos: “Scanning” (detección), en
el que la policía identifica los problemas relevantes en su
área de actuación que se relacionan con el delito o con
problemas de seguridad y de alteración de la convivencia,
y posteriormente determina la prioridad de cada uno;
“Analysis” (análisis) de las características de esos
problemas (su frecuencia, tipología, gravedad);
“Response” (respuesta), paso a partir del cual la policía
desarrolla e implementa medidas diseñadas para resolver
el problema, y finalmente “Assessment” (evaluación), en
el que se mide la eficacia de la intervención. Parece obvia
la relación existente entre este modelo policial y el
paradigma del delincuente racional en Criminología (que
incluye junto a la elección racional la teoría de las
actividades rutinarias y la prevención situacional del
delito), ya comentado en otro capítulo anterior.
La investigación hasta la fecha ha apoyado la eficacia de
estos programas, generalmente desarrollados en Estados
Unidos, pero el alcance más exacto de sus logros lo
podemos considerar merced a la revisión sistemática que
realizaron en 2008 David Weisburd y colaboradores. En
esta revisión, los autores localizaron diez estudios
rigurosamente diseñados, donde se evaluaban diversos
proyectos policiales, y 45 en los que la metodología no
era tan rigurosa, ya que no constaban de un grupo de
comparación, limitándose a comparar las tasas delictivas
o de los problemas que se establecieron como objetivos
en los diversos proyectos antes y después de la
intervención policial. A continuación se describe el
proyecto descrito por Baker y Wolfer (2003) con objeto
de clarificar más este modelo de trabajo de la policía.
Se trataba de un proyecto desarrollado en una pequeña
ciudad de Pensilvania dirigido a erradicar el vandalismo y
el consumo de drogas y alcohol en un parque. Durante el
proceso de identificación y análisis del problema la
policía se había percatado de que el parque estaba lleno de
basura y tenía una vegetación descuidada y muy crecida,
que hacía que los jóvenes se pudieran esconder fácilmente
de la policía y no ser vistos cuando bebían, consumían
drogas o se dedicaban a romper farolas y otros
equipamientos del parque. Mediante el empleo de mapas
del delito y de encuestas de prevención del delito, los
oficiales concluyeron que el problema afectaba
únicamente al área delimitada por el parque y sus
alrededores. Como implementación de la respuesta
policial apropiada se redujo el exceso de arbustos y
vegetación que impedía ver claramente a los usuarios del
parque, se pusieron vallas nuevas, cámaras de seguridad,
y se mejoró la luminosidad del lugar. Junto a esto, los
policías incrementaron su presencia en el parque.
También colaboraron con los residentes para establecer un
servicio de vigilancia vecinal (“neighborhood watch”),
cuyos integrantes llamarían a la policía si veían a jóvenes
en el parque cuanto este ya se había cerrado o si
realizaban actos ilegales.
Weiburd et al. (2008) llegaron a los siguientes
resultados. En primer lugar, en el análisis de los estudios
que comparaban los datos antes y después de la
intervención en una zona (N = 45), la reducción de la
delincuencia y los problemas asociados fue muy
relevante, obteniéndose una media de un 44% de
disminución después de la intervención policial. En
segundo lugar, los valores son más modestos cuando se
toman en cuenta solo los diez estudios considerados
rigurosos: la reducción alcanza números estadísticamente
significativos, pero todavía se halla en el intervalo del
diez al veinte por ciento de descenso del delito. En tercer
lugar, establecieron una serie de características que se
asociaban con los programas que conseguían mayores
efectos en la intervención:
1. Un amplio respaldo del departamento de policía al
modelo de trabajo orientado a los problemas.
2. La selección de unos objetivos realistas, es decir, que
estuvieran dentro de las posibilidades de los policías y
del distrito bajo su protección.
3. En general se obtuvieron mejores resultados cuando
el programa se centraba en un tipo de problema o
delito en particular (por ejemplo, venta de droga,
vandalismo, robos), en oposición a ocuparse de todos
los delitos o problemas de una zona en particular, lo
que destacaba la importancia de focalizar los esfuerzos
en un mismo punto en cada ocasión.
Los autores de la revisión señalaron lo siguiente: “Una
conclusión importante (…) es que el modelo orientado a
los problemas puede ser aplicado con éxito a muchos
tipos de problemas en una gran variedad de situaciones.
Los estudios más eficaces trataron problemas tan variados
como la reincidencia de ex convictos que estaban en
libertad condicional, las agresiones registradas en zonas
definidas o los lugares donde se vendía drogas” (p. 34).
Ahora bien, hemos de ser cautos en la interpretación de
cuáles son las estrategias que funcionan mejor, siguen
diciendo los autores, porque muchos de esos programas
incluían varias de modo simultáneo. No obstante,
terminan diciendo, “es importante recordar que no
estamos evaluando una estrategia policial determinada,
sino un proceso [el descrito antes como SARA] que
emplea la policía para desarrollar las diferentes
estrategias. A pesar del número escaso de estudios
analizados, hemos hallado un impacto global positivo del
modelo policial orientado a los problemas a través de
diferentes unidades de análisis, diferentes tipos de
problemas y diferentes tipos de medidas” (p. 34).
Una variedad muy popular en Estados Unidos del
modelo orientado a los problemas recibe el nombre de
Estrategias de Disuasión Focalizadas en el Delito
(“Pulling Levers”) (Braga y Weisburd, 2012), que se
ocupan sobre todo de responder de modo preventivo a las
bandas juveniles y a la violencia cometida por o entre
grupos. Su fundamento se halla en la investigación
reciente que señala que la policía puede ser efectiva en la
prevención del delito, y que tales reducciones no son
compensadas por el fenómeno del desplazamiento del
delito a otras áreas cercanas a donde se implementó el
programa preventivo policial (Weisburd et al., 2006). Una
idea que resume esta filosofía es la expresada por Durlauf
y Nagin (2011: 9-10), en el sentido de que “se ganaría
mucho en la prevención de la delincuencia cambiando los
recursos desde la cárcel a la policía”.
Primero aplicada en la ciudad de Boston para luchar
contra la violencia de las bandas durante los años 90, se
fundamenta en la idea de que la disuasión del delito puede
lograrse mediante una acción “focalizada” con el
concurso de medidas variadas para aumentar el riesgo de
captura de los delincuentes, “al tiempo que se emplean
formas nuevas y creativas para utilizar herramientas
tradicionales e innovadoras en la actividad policial, tales
como el comunicar directamente a los delincuentes los
incentivos y castigos con los que se van a encontrar”
(Braga y Weisburd, 2012: 7-8). En su forma más simple,
esta aproximación consiste en seleccionar un problema
delictivo particular tal como el homicidio juvenil; luego
se establece un grupo de trabajo de conveniencia formado
por diversas instituciones o asociaciones, como la policía,
los servicios sociales y otros trabajadores de la
comunidad. Posteriormente se lleva a cabo una
investigación para identificar patrones de conducta
delictivos, grupos y delincuentes relevantes en la zona,
una vez hecho lo cual se elabora una respuesta a tales
personas y grupos mediante el empleo de una variedad de
sanciones (“pulling levers”) para que detengan su
actividad ilegal. Finalmente intervienen los servicios de la
comunidad para orientarles y proveerles de vías de
desarrollo prosocial, mientras que éstos y la policía de
modo frecuente se comunican con ellos para explicarles
por qué están siendo objeto de este programa de
intervención.
En la actualidad se está llevando a cabo una revisión
sistemática para determinar cuáles son los beneficios
alcanzados en la reducción del delito, ya que mientras
varios estudios apoyan su eficacia en problemas como
violencia de bandas, venta de drogas y liberados
condicionales adictos que reinciden, todavía no se dispone
de una investigación rigurosa que determine su eficacia en
un sentido amplio (la revisión sistemática resumida
anteriormente sobre proyectos basados en el modelo
orientado a los problemas no incluyó este tipo de
programas). No obstante, los datos iniciales son
prometedores y sin duda este modelo de intervención está
recibiendo mucho apoyo en Estados Unidos, lo que
proyecta su influencia a Europa.
Un ejemplo de la adopción en nuestro contexto de estos
principios lo constituye el programa SAFELAND, en el
que participan policías locales de varios países europeos y
entre ellos España, a través de la Policía Local de
Valencia, con su proyecto experimental de 30 meses de
duración en el barrio de Nazaret de esta ciudad6.
Siguiendo las fases o etapas de enfrentamiento de los
problemas comentadas anteriormente (policía orientada a
la solución de los problemas), en el programa se busca
aumentar la habilidad del policía para trabajar con
víctimas y la comunidad, para evitar conflictos, resolver y
mediar disputas, proporcionar información respecto de
estrategias de prevención del crimen y promover
habilidades en el campo de la comunicación interpersonal.
Junto con esto, el programa define una serie de lugares
como objetivos prioritarios de intervención: los llamados
en inglés “hotspot” o “puntos calientes”, algo básico para
el desarrollo de la investigación en la acción (action
research). Una vez elaborados los mapas hot spots, se
dispone de planos detallados de las áreas que registran un
porcentaje superior a la media de hechos delictivos o de
desorden, y por ello donde las personas tienen un riesgo
superior al promedio de ser víctimas de estos sucesos.
Esta herramienta es útil para favorecer el desarrollo de
medidas de prevención adaptadas a las características
urbanísticas y sociodemográficas del barrio.
Para identificar los objetivos geográficos de
intervención prioritarios, se tuvieron en cuenta los
siguientes criterios;
Estadísticas de Criminalidad de la Zona (Tasa de
Criminalidad); se analizó el número de hechos
delictivos denunciados y se combinó esa información
con el análisis de las personas detenidas y motivos de
su detención; de igual modo también se consideró el
resultado anual de las intervenciones policiales
realizadas en la zona (incautaciones de drogas,
incautaciones de armas, personas identificadas etc.).
Características de la Población; análisis de la
población, estatus socioeconómico...
Existencia de organizaciones destinadas a la
reducción de la delincuencia y que están realizando
programas de prevención en la zona.
Acceso de la población a los recursos y programas de
prevención.
En palabras de los promotores del Proyecto
SAFELAND:
– Se trata de promover la seguridad mediante políticas
activas de prevención situacional, junto a más policía
comunitaria, más “alarmas comunitarias” y mayor
enlazamiento policía-comunidad. El uso de patrullas
de policía “de barrio” supone una prevención de la
criminalidad, al conllevar un inmediato control del
desorden del lugar. Al fin y al cabo, se reconoce la
importancia de los factores sociales y ambientales
como puntos de considerable influencia en el ámbito
de la criminalidad.
– Con este tipo de técnicas se ha desarrollado la
prevención situacional, lográndose una reducción del
10% en la denuncia de delitos, destacando el descenso
en agresiones personales, robos y actos vandálicos.
Por otro lado en zonas concretas del barrio hemos
conseguido reducir un 72% los delitos de hurto en
interior de vehículo.
– Estas técnicas se combinaron con un programa de
mejora del entorno urbano para aumentar la sensación
de seguridad. Con nuestro proyecto tratamos de crear
espacios Crimífugos; aquellos diseños urbanos que
inhiban, disuadan o disminuyan la probabilidad de
cometer delitos.

20.2.5. Mediación Policial


La mediación policial es un excitante campo de
actuación, y en España tenemos antecedentes realmente
interesantes. Gallardo (2012), gran impulsora de la
mediación policial en España junto con Antonio Berlanga
(uno de los promotores del proyecto SAFELAND), señala
que la policía local ha hecho siempre mediación, pero que
ahora se trata de “dotar a este proceso de una técnica, de
un método estructurado y sistemático” (p. 3), con el
objetivo de que “el ciudadano se sienta más seguro,
haciéndose cargo de los problemas que se producen en la
demarcación en la que [los policías] realizan su trabajo y
evitando que los conflictos acaben en un punto sin retorno
ni salida, o alargándolos de forma innecesaria e indefinida
en el tiempo” (p. 4). Gallardo y Cobler (2012) han
publicado el primer libro de mediación policial en nuestro
país, donde exponen los logros de esta técnica, a cargo de
la policía local, en la población valenciana de Villarreal.
Todo esto tiene pleno sentido. Hay una variedad de
situaciones en las que la mediación es una estrategia
cualificada para la resolución de conflictos: la seguridad
pública, la escuela primaria y secundaria, la convivencia
entre diferentes culturas y, finalmente, la conducta
violenta entre miembros de bandas juveniles. Y no cabe
duda de que la capacidad de prevenir y reparar conflictos
es una herramienta necesaria de la formación para la vida,
porque los conflictos forman parte de ella, y el fracaso en
resolverlos constituye un indicador importante de graves
problemas personales y sociales.
¿Qué tienen todas esas situaciones en común? Por una
parte, la existencia de un conflicto entre personas o
grupos que puede tener un final violento (en un sentido
psicológico o físico, incluyendo la pérdida de
propiedades) hacia algunos de sus miembros. Por otra
parte, el hecho de que, a priori, son susceptibles de llegar
a una solución al margen de la intervención del sistema de
justicia.
Este último punto tiene su importancia. A nuestro modo
de ver, la pérdida de la sociedad civil de su capacidad de
control social informal, en la prevención y en la
resolución informal de las disputas o conflictos, son dos
resultados indeseables, consecuencias de la propia
disminución de la densidad de esa sociedad civil o, dicho
con otras palabras, de la dilución del del llamado “capital
social”, que es la capacidad que tienen las personas para
prestarse ayuda mutua.
Reflejo de todo ello es la mayor judicialización de la
vida pública, en conflictos como las disputas vecinales, el
bullying en la escuela, la convivencia entre parejas o entre
los padres y los hijos. Esto conlleva, como sabemos todos,
un sistema judicial saturado, donde nadie parece encontrar
una respuesta ágil y satisfactoria a sus demandas.
Esta situación, sin embargo, es comprensible: a medida
que los ciudadanos se sienten más desamparados y
aislados en la resolución de sus problemas, más tienden a
invocar la intervención de los poderes públicos. Y
justamente la existencia de un mundo incierto, sin
asideros sólidos en la vida familiar y laboral, conduce al
incremento de esos sentimientos.
Por otra parte, no faltan sectores de la sociedad que
postulan la judicialización de los conflictos como forma
prioritaria de intervención, destacando los componentes
retributivos como ejemplarizantes, aunque la
investigación nos diga que ese no es el camino correcto,
al menos para la generalidad de los casos. La policía
orientada a los problemas enfatiza la intervención antes de
que los jóvenes o los adultos tengan que enfrentarse con
el juez. La mediación policial sigue esta línea, buscando
que los ciudadanos resuelvan sus conflictos en el marco
de una relación donde ambos pueden ganar más que si
deciden recurrir a los tribunales. Obsérvese que en las
anteriores situaciones mencionadas es muy frecuente que
se llame a la policía local. Por ello, estas llamadas pueden
constituir buenas ocasiones para que se produzca la
mediación. Nada más natural para una policía de
“proximidad” que intentar imbuir también con su
actividad diaria pautas eficaces de solución de conflictos a
los ciudadanos a los que sirve. Piénsese que en la
mediación las dos partes han de poner su esfuerzo en
escuchar el punto de vista del otro, pero también tienen la
oportunidad de ventilar su ira o frustración al exponer sus
argumentos. Esa confrontación cara a cara de dos
personas que se sienten legítimamente perjudicadas ha de
ser moderada por el mediador, haciendo que la
confrontación devenga en colaboración para solucionar el
problema. El policía es aquí el mediador, el facilitador de
la obtención de un acuerdo donde antes había una disputa
amenazante.
En Estados Unidos, en ciudades como Nueva York,
Pasadena y Seattle, la mediación se ha incorporado
rutinariamente en otro sentido: como medio de resolver
las quejas y reclamaciones que tienen los ciudadanos
contra la actuación de algún policía. Después de unos
inicios titubeantes, en la actualidad es un método que
cuenta cada vez con mayor aceptación entre los agentes
de policía. En su aplicación de cinco años en la ciudad de
Denver los resultados mostraron una mayor satisfacción
en los participantes que aceptaron el proceso de
mediación que aquellos casos en los que las
reclamaciones siguieron el camino habitual de ser
investigadas por el departamento de asuntos internos.
También se resolvieron en un tiempo mucho más breve, y
en general se observó una mejora en la actitud de los
policías que aceptaron la mediación hacia la relación con
el público7.

20.2.6. La Policía Local y la mediación


Por lo que respecta a la policía local, su labor como
agentes de prevención comunitaria, es decir, actuando de
forma proactiva y no meramente como respuesta al
conflicto y al delito, entraña diversos beneficios. Tales
beneficios derivan de su papel en la propia realización de
la mediación, pero también como aquellas personas que
—en otros países— pueden derivar a los implicados a las
agencias encargadas de realizar la mediación.
En primer lugar, actuando como mediadores
contribuyen a ganar el respeto de los ciudadanos así como
una mayor cooperación. Esto tiene la ventaja de que los
propios ciudadanos confían más en la policía, y tienen
más voluntad a la hora de colaborar con ella en sus tareas,
informando de delitos o facilitando la realización de sus
cometidos.
Esto es importante, porque la policía orientada a la
comunidad ha mostrado indicios prometedores de que es
una estrategia eficaz en la prevención del delito,
especialmente en los barrios o comunidades donde
abundan las disputas entre los ciudadanos, ya que tales
problemas son particularmente apropiados para ser objeto
de una mediación.
Por otra parte, la intervención en estos contextos
permite no sólo solucionar los conflictos, sino evitar que
éstos lleguen a convertirse en delitos o en delitos más
graves. Esto es claramente una estrategia proactiva.
Esta labor preventiva tiene otro beneficio importante:
liberar tiempo de trabajo para ocuparse en otras tareas
policiales. Diversas experiencias de mediación en EEUU
señalan una importante disminución en el número de
llamadas policiales por disputas y conflictos entre vecinos
después de la implantación de un programa de policía
comunitaria donde se empleaba la mediación.
Otro beneficio redunda en los propios policías: estos
hallan su labor más significativa, otorgándoles la
satisfacción de apreciar de modo más intenso su función
de servidores públicos. En primer lugar, porque son más
reconocidos por los ciudadanos, y en segundo lugar
porque su mayor participación en la solución de los
conflictos les permite ser algo más que ‘apagafuegos’,
para verse en mayor grado como agentes implicados en el
bienestar de los demás. No es ningún misterio por qué la
mediación consigue esto. Cuando un policía recibe una
formación adecuada en las habilidades que componen esta
estrategia, éste aprende a considerar diversos cursos de
acción, a emplear todos los recursos disponibles de su
trabajo y de la comunidad así como su imaginación, y a
emplear habilidades para establecer relaciones positivas
con los ciudadanos, actuando de manera confiada y
significativa, aunque con gran flexibilidad.
Un ejemplo particularmente notable es cuando el
conflicto implica a personas en gran estado de excitación
por la ira; la mediación eficaz permite difuminar esa
cólera antes de que se produzca un hecho grave. En
barrios con mezcla de diversas culturas esa labor puede
ser particularmente modélica, ya que enseña a los
implicados la necesidad de lograr la paz mediante el
consenso, sin necesidad de que intervenga el sistema de
justicia.
Es claro que el delito es una realidad que surge de la
interacción de dos o más personas, y así, las labores de la
policía, al mediar para encontrar una solución pacífica,
está contribuyendo a dinamizar la propia colaboración
entre los miembros de cada grupo para encontrar
soluciones al margen de la justicia, la cual está más que
saturada. Esa mediación busca en la propia interacción
entre las personas (que contribuye al delito) la solución al
conflicto presentado, lo que ayuda a dar protagonismo a la
colectividad donde surge ese conflicto.
La labor mediadora de la policía, por lo dicho hasta
ahora, tiene la virtud de ayudar a restaurar el control
social informal, el sistema de prevención del delito más
eficaz (ver capítulo 24 y el concepto de “eficacia
colectiva”). Cuando la gente se siente implicada en lo que
sucede en una zona, allí donde viven, se une para
controlar el espacio y para intervenir en los inicios del
conflicto, antes que escale hasta convertirse en un delito o
en un delito grave. Los barrios degradados, con gente
donde nadie se preocupa por nadie, constituyen un terreno
abonado para la violencia y la delincuencia.
Es obvio que el sistema de justicia es siempre una
opción, y los policías siempre pueden decir que los
participantes en un conflicto pueden recurrir a él, pero que
quizás antes podrían intentar otras cosas. Por otra parte, es
claro que determinados hechos exigen la intervención
necesaria de la justicia. Sin embargo, en aquellos casos
como riñas, perturbación de la paz, agresiones
controladas, o hechos para los que hay dudas de que habrá
suficientes evidencias como para que prosperen los
asuntos en los juzgados, la labor de la mediación puede
realmente marcar la diferencia.
Ahora bien, es obvio que hay dificultades importantes.
En primer lugar, la labor del policía como agente de
mediación tendría que ser potenciada. Si el policía local
se limita a detener al supuesto o supuestos culpables y a
llevarlos ante el juez o ante la Policía Nacional, porque de
este modo se recompensa su labor, entonces la mediación
tenderá a verse como un trabajo no ‘realmente policial’, y
con ello se impondrá el modelo policial reactivo,
orientado a responder exclusivamente al hecho, sin que
tengan posibilidad alguna de establecer vínculos
significativos con la comunidad y, por ello, de ser
eficaces como constructores de la red social y del
consiguiente control social informal.
Es cierto que algunos policías tendrían que cambiar
también sus actitudes, aprendiendo que realmente un
policía –particularmente el local- contribuye a crear
comunidad, lejos de modelos de “superpolicías” eficaces
por su capacidad de controlar a delincuentes peligrosos,
sin que esto, por supuesto, cuando la situación lo requiera,
deje de ser importante. Por ello la existencia de cursos
adecuados de formación en habilidades de mediación
sería un elemento muy decisivo en ese cambio de
mentalidad y de modelo de trabajo.
Finalmente, qué duda cabe que las policías encargadas
de tales funciones deberían contar con un mínimo de
recursos necesarios. Una policía saturada de trabajo
tendrá muchas más dificultades para la mediación, aunque
ésta, a medio plazo, disminuya la conflictivad de una
zona.
20.3. PERSPECTIVAS FUTURAS
20.3.1. Control democrático de las actuaciones
policiales
A nadie le gusta otorgar más poderes a la policía. Sin
embargo, cuando necesitamos ayuda urgentemente, no
llamamos ni al Juez de Instrucción, ni a nuestro abogado
ni al Defensor del Pueblo, sino a la policía, sabiendo que
ella va a acudir a ayudarnos a la hora que sea. Junto con
los bomberos y el servicio de urgencias de los hospitales,
es la única parte de la administración pública que está
dispuesta a resolver problemas las 24 horas del día. Eso se
nota, entre otras cosas, en las encuestas del CIS, donde se
muestra que los españoles se fían más de la policía que de
la justicia. Mientras la generación política de la transición
española se ha dedicado más al establecimiento de las
garantías en abstracto y constitucionales de la gestión
pública, la tarea actual es conseguir que el sistema
funcione con la mayor eficacia. Y eso implica conseguir
una policía en la que uno pueda confiar.
Una policía desprestigiada y excesivamente restringida
en su actuación esclarece menos delitos, y está menos
capacitada para resolver situaciones antes de que lleguen
a constituir delitos. Los abusos de poder que puedan
ocurrir durante las actuaciones policiales no pueden
controlarse simplemente por vía judicial, que
generalmente solo llegará a los casos más graves. Lo más
eficaz en esta y otras direcciones puede ser mejorar el
prestigio, formación y la preparación de los policías,
estableciendo un control interno eficaz dentro del mando
policial, y una participación democrática de los policías
en las juntas locales de seguridad ciudadana.

20.3.2. Aprovechar los recursos en la sociedad


civil
Lo más importante para prevenir delitos, atender a las
víctimas y detener al delincuente, es la actuación de los
ciudadanos mismos, y su colaboración con la policía. En
el caso de ciudadanos que desconfían de la policía y están
poco dispuestos a colaborar con la justicia, la eficacia
policial es baja: la realidad de países como México o
Rusia son buena prueba de ello. Los programas inscritos
bajo la rúbrica de “policía comunitaria” o de “barrio”, y el
modelo orientado a la solución de los problemas, todos
ellos tienen en la relación con la sociedad civil uno de sus
elementos definitorios. Mientras que la utilización
racional de las unidades policiales en la tarea de represión
del delito en las llamadas “zonas calientes” (hot spots) ha
probado su utilidad, es claro que una perspectiva amplia
en la prevención del delito requiere de la participación
ciudadana y de las instituciones civiles. Como se verá con
detenimiento en el capítulo 24, la policía amplifica su
efecto si trabaja en pos de lograr una comunidad
cohesionada y preocupada por el bienestar y seguridad del
vecindario (la llamada “eficacia colectiva”; Sampson et
al., 1997).

20.3.3. Aprovechar los recursos dentro de la


propia organización
La policía ha cambiado profundamente durante los años
de democracia en España. Hoy día se integran titulados
universitarios en las filas de la Policía local, Nacional y la
Guardia Civil; es decir que el agente de la autoridad que
deja una multa en su coche, podría ser un licenciado o
graduado en Criminología o en Derecho, y entre los
agentes que acuden a una riña doméstica, puede
encontrarse una psicóloga o una criminóloga. Esta nueva
generación de titulados superiores que engrosan las filas
de la policía podrían, si les dieran las oportunidades para
ello, asumir mayores responsabilidades técnicas y,
probablemente, de manera más innovadora e eficiente. A
partir de ello, podrían ser capaces de hacer respetar y
cumplir las leyes, pero también de concebir, organizar y
aplicar mejores proyectos preventivos y de resolución de
conflictos y problemas sociales.

20.3.4. Reformar los distintos cuerpos de policía


actuales
El modelo policial español, con la Guardia Civil
prioritariamente en zonas rurales, la Policía Nacional en
las ciudades, la Policía Local al servicio de los
ayuntamientos y diversas policías autonómicas en varias
regiones españolas, es confuso, complejo y escasamente
coordinado. La población española se ha instalado
masivamente en ciudades, la rapidez de la movilidad y las
comunicaciones se ha desarrollado de un modo
extraordinario, y, como resultado de ello, la delincuencia
es ahora más movediza y difícil de detectar y perseguir.
Faltaría una colaboración más operativa entre los distintos
cuerpos policiales, o una integración funcional de todas
las fuerzas de seguridad.
Hay zonas residenciales en España donde la Guardia
Civil tiene responsabilidad sobre el monte y la zona alta.
La Policía Local patrulla con regularidad para detectar
vecinos que realizan obras sin permiso municipal, y la
Policía Nacional se limita a investigar los robos
denunciados por los ciudadanos. Todo esto muy a
menudo transcurre sin que se comparta información entre
los diferentes cuerpos policiales, pareciendo existir más
bien un sentimiento de lejanía y competencia entre ellos.
Sin embargo, estos conflictos competenciales suelen ser
en la práctica, y también en la percepción de los
ciudadanos, poco constructivos e incluso
contraproducentes en la lucha eficaz contra la
delincuencia.
Un posible modelo, susceptible de resolver estos
problemas, es el centralizado: mejorar la colaboración
entre cuerpos policiales o bien fusionar completamente la
Guardia Civil con la Policía Nacional y la Policía Local.
Suecia es un ejemplo de la aplicación de este modelo.
Otra solución es el modelo federal: unificar todos los
cuerpos policiales existentes en cada comunidad
autónoma en un solo organismo. La policía suiza y
alemana operan de esta forma. Otro modelo es más bien
municipal: capacitar a la Policía Local para que pueda
también investigar delitos y tener mayor autonomía,
reduciendo simultáneamente las competencias de las
Fuerzas de Seguridad del Estado. Este modelo es más
parecido a la policía inglesa, con autonomía y
responsabilidad local, manteniendo una coordinación
nacional.
Una reforma policial, en conjunción con una reforma
del proceso penal, debería estar en la agenda política de
las primeras décadas de este siglo XXI. Y sería muy
deseable que estas futuras reformas de la policía no se
basasen simplemente en las meras preferencias políticas
de cada partido gobernante, sino fundamentalmente en la
investigación científica sobre el impacto social y la
eficacia de cada uno de los posibles modelos policiales.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. La policía es un componente importante del control formal, dado que el
esclarecimiento del delito y la detención inmediata probablemente disuade más
que el trato judicial posterior.
2. La policía ejerce gran discreción, tomando decisiones sobre lo que será procesado
como delito y lo que no.
3. Las tasas de esclarecimiento de delitos varían fuertemente según el tipo de delito,
dependiendo, básicamente, de la información aportada por la víctima o testigos del
hecho.
4. La disuasión policial no ocurre automáticamente como resultado del número de
efectivos policiales, sino depende, en gran manera, de la colaboración entre policía
y ciudadanos.
5. La policía más eficaz es la que se orienta a la solución de los problemas, lo que se
basa en un fortalecimiento del control social informal y la elaboración de
estrategias focalizadas a resolver problemas (delitos, desórdenes sociales) dentro
del barrio en el que actúa. Utiliza un protocolo de actuación basado en cuatro
pasos: Detectar el problema, Analizarlo, Responder ante el mismo y Evaluar la
eficacia de la respuesta.
6. La mediación es una herramienta muy prometedora que ayuda al desarrollo de la
mejor colaboración entre ciudadanos y policía, al tiempo que permite prevenir que
los conflictos se desarrollen.
7. La policía puede mejorar en su capacidad técnica con buenos programas de
formación que la orienten a dinamizar los recursos con los que cuenta, en
particular la colaboración de los vecinos y de los profesionales de otras
instituciones de asistencia.
8. El progreso en la tecnología de investigación, aunque importante, es siempre
secundario a disponer de unas buenas hipótesis de investigación que nos lleven
con éxito a los responsables de los delitos. Y esto implica saber recoger una buena
información, hacer las preguntas correctas, y tener acceso a las personas que
puedan proporcionarnos esa información.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. Compara los datos ofrecidos en este capítulo con las teorías de la disuasión del
capítulo 5 ¿En qué tipo de disuasión puede influir la actuación policial?
2. Los ciudadanos, en varias encuestas realizadas a nivel nacional, se manifiestan más
satisfechos con la policía que con el Poder Judicial. ¿A qué se debe esta
diferencia?
3. ¿Qué tipo de control pueden ejercer los ciudadanos sobre la policía a través de
órganos democráticos? ¿Quién está representado en la Junta Local de Seguridad
en tu ciudad? ¿Con qué frecuencia se reúne esta junta? ¿Qué tipo de asuntos
discute?
4. ¿Tú crees que en general, en tu barrio, hay una buena relación con la policía? Si no
es así, ¿cómo podría mejorarse?

1 Datos totales de denuncias en los EE UU incluyen solamente los “index


crimes”, los nueve delitos más graves según la FBI. Los datos anuales se
encuentran en Sourcebook of Criminal Justice Statistics, Department of
Justice. Datos europeos en Councel of Europe – crime statistics.
2 LEC Art. 283. Las tareas de la Policía Judicial están redactadas de forma
diferente en la Ley Orgánica del Poder Judicial, art. 283, poco coherente
con la Ley de Enjuiciamiento Criminal (Herrero Herrero, 1995).
3 Agradecemos al Magistrado D. Carlos Climent la realización de este
cuadro.
4 Ver http://es.wikipedia.org/wiki/Alexander_Pichushkin
5 Este tipo de estructura policial aparece bien representada en la película de
Don Siegel “Harry el sucio”.
6 Documento de la Policía Local de Valencia no publicado. Ver: Proyecto
Europeo Safeland - Safe Living Across European Cities.
<http://www.safelandproject.eu/> www.safelandproject.eu
7 Ver
http://www.denvergov.org/Portals/374/documents/Mediation_Journal_Article_2-
24-09.pdf
21. DELINCUENCIA JUVENIL
Y JUSTICIA DE MENORES
21.1. PARTICIPACIÓN DE LOS JÓVENES EN LA
DELINCUENCIA 935
21.1.1. Datos de Autoinforme 936
21.1.2. Cifras oficiales 941
21.1.3. Infracciones significativas de los jóvenes que producen
mayor alarma pública 942
A) Infracciones contra la propiedad 942
B) Infracciones relacionadas con las drogas 943
C) Delitos violentos 944
D) Agresiones sexuales 944
21.1.4. Reincidencia de los jóvenes 944
21.2. INTERVENCIONES TEMPRANAS 948
21.2.1. Programas familiares 948
21.2.2. Programas infantiles individualizados 949
21.2.3. Intervenciones escolares y comunitarias 950
21.3. INTERVENCIONES CON MENORES INFRACTORES 951
21.3.1. La cuestión de la edad penal 951
21.3.2. La justicia juvenil en los países europeos 953
21.4. LA LEY ORGÁNICA DE RESPONSABILIDAD PENAL DEL
MENOR (LEY 5/2000) 956
21.4.1. Medidas previstas y aplicadas 959
21.4.2. Intervenciones con menores infractores desarrollas en España
963
21.4.3. Investigación empírica 967
A) Equidad de la Ley 967
B) Desjudicialización e interés del menor 967
C) Libertad vigilada 969
D) Opinión pública: ¿Educación o castigo de los menores
infractores? 972
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 973
CUESTIONES DE ESTUDIO 974

21.1. PARTICIPACIÓN DE LOS JÓVENES


EN LA DELINCUENCIA
La delincuencia juvenil constituye una de las mayores
preocupaciones sociales en todos los países. También es
uno de los temas más investigados en Criminología, y en
el que se proponen y adoptan más iniciativas legales e
intervenciones preventivas. Por todas estas razones, la
delincuencia juvenil y la justicia de menores requieren un
análisis específico en este manual de Criminología.

21.1.1. Datos de Autoinforme


Comencemos por intentar conocer la magnitud de los
delitos e infracciones juveniles, para lo que nos serán
útiles, en primera instancia, los análisis a partir del
método de autoinforme. En una de las investigaciones
pioneras realizadas en España con esta metodología,
Negre y Sabaté (1991) hallaron que, de una muestra de
1.000 escolares barceloneses de 12 a 17 años, 333 (es
decir, el 33,3% de ellos), se confesaban autores de algún
delito. De éstos, un 21,92% habían sido detenidos por la
policía, aunque solo un 1,59% de ellos habían sido
presentados ante los tribunales tutelares de menores.
En una investigación posterior, relativa a ciudades
españolas de más de 50.000 habitantes, Rechea, Barberet,
Montañés y Arroyo (1995), evaluaron mediante una
escala de auto-informe, el Questionnaire for the
International Study on Self-Report Delinquency, creado
por el ISRD-working group de la European Society of
Criminology (Aebi, 2009), a 2.100 jóvenes, en un rango
de edad entre 14 a 21 años. El 81% de los jóvenes
encuestados reconoció haber realizado alguna infracción o
delito a lo largo su vida, incluyendo en tales infracciones
el consumo de drogas, algo que, aunque pueda constituir
un correlato de riesgo para la conducta infractora (ya que
en muchos casos se asocia a ella), no constituye un delito
en sí. Si el análisis se centra en hechos claramente
delictivos (con excepción de infracciones del código de
circulación y de las ordenanzas municipales, actos de
vandalismo e implicación en peleas), el porcentaje de
participación se sitúa en torno al 20% de los jóvenes. Si se
atiende a las posibles infracciones graves realizadas en el
último año (no a lo largo de toda la vida), los porcentajes
son, lógicamente, más bajos: la mayoría de las conductas
delictivas no llega a una prevalencia del 3%.
En un estudio de autoinforme realizado en la ciudad de
Salamanca (Garrido Martín, Gómez y Heras, 2000), se
aplicó el mismo cuestionario anterior, con ciertos
añadidos, a una muestra de 1.051 jóvenes, varones y
mujeres. Los datos tendieron a coincidir en lo esencial
con los de la investigación de Rechea et al. (1995):
mientras que las conductas infractoras poco graves, como
tomar alcohol (realizada “alguna vez” por el 84,6% de los
jóvenes, y por un 81,5% “en el último año”), fumar
marihuana (37,9%; 27,7%) o conducir sin permiso
(33,5%; 15,8%), fueron relativamente frecuentes, los
actos claramente antisociales, como golpear a alguien no
familiar (6%; 2,5%), prender fuego (4,3%; 0,9%), robar
una cartera o bolso (2%; 0,3%), o llevarse una bicicleta o
moto (1,7%; 0,2%), fueron muy poco habituales. Por otra
parte, se observó que el hecho de mostrar interés en las
tareas escolares y manifestar el deseo de trabajar duro
para obtener un título académico, eran elementos que
diferenciaban a los chicos con menos comportamientos
infractores de aquéllos que realizaban un mayor número
de actos antisociales y delictivos. Estos datos apoyarían la
perspectiva ya aludida de que los delitos oficialmente
conocidos serían en realidad solo una pequeña parte de
los que se cometen (Fernández Molina et al., 2009;
Rutter, Giller y Haguell, 2000).
En estudios internacionales se han obtenido datos
semejantes a los resultados españoles que se acaban de
comentar. Por ejemplo, un análisis sobre una muestra de
1.603 estudiantes daneses de educación superior, varones
y mujeres, con una edad promedio próxima a 20 años,
evidenció que el 98% había participado anualmente en
alguna infracción, generalmente no grave (consumo de
alcohol u otras drogas, fugas del hogar, peleas…)
(Gudjonsson et al., 2006).
En un nuevo estudio de autoinforme, con jóvenes de 14
a 18 años, desarrollado en 2006 en desde el Centro de
Investigación en Criminología de la Universidad de
Castilla-La Mancha, se evaluó a 3.077 menores, en
proporciones semejantes de chicos y chicas (Fernández
Molina et al., 2009; Rechea, 2008). Según este informe,
13 años sería la edad en que mayoritariamente los jóvenes
españoles manifiestan haber cometido su primera
infracción legal, aumentando la frecuencia infractora con
la edad, hasta los 17 años, siendo las infracciones más
comunes las siguientes: bajar música mediante Internet
(66% de la muestra), consumir bebidas alcohólicas siendo
menores de edad (63%), haberse emborrachado (41%),
consumir cannabis (28%), y participar en peleas (22%).
Mientras que otras conductas violentas y contra la
propiedad de mayor entidad que las anteriores no superan
el 5%.
En el cuadro 21.1 se presenta la participación
autoinformada por los jóvenes de estas conductas más
graves, según intervalos de edad.
CUADRO 21.1. Tipo de infracciones auto-informadas por adolescentes en
España, por tramos de edad
(Redondo et al., 2011, a partir de datos del informe sobre Conductas
antisociales y delictivas de los jóvenes de España —Rechea, 2008—).
Nota: La muestra de este estudio se conformó principalmente por jóvenes de
12 a 17 años, con excepción de algunos casos de mayores de 18 años que
cursaban niveles escolares inferiores a los correspondientes a su edad (por
repetir curso u otras circunstancias).

Como es bien sabido, los varones llevan a cabo un


mayor número de conductas infractoras y antisociales que
las mujeres. En el estudio de autoinforme de Rechea
(2008; también en el estudio de autoinforme anterior, de
Rechea et al., 1995) el porcentaje de chicas infractoras fue
inferior al de varones en todos los comportamientos
ilícitos y antisociales analizados: participar en peleas,
violencia contra las personas, vandalismo, consumo y
venta de drogas, y delitos contra la propiedad. Las únicas
excepciones a lo anterior tuvieron que ver con el consumo
de alcohol y cannabis, y con el robo en tiendas,
infracciones en que el número de chicas que decían
haberlas cometido fue superior al de varones. En el
cuadro 21.2 puede verse la distribución por sexos de la
participación en distintas conductas infractoras,
correspondiendo el tono oscuro a los chicos y el más claro
a las chicas.
CUADRO 21.2. Porcentaje de conductas ilícitas y antisociales
autoinformadas por adolescentes en España, según sexo
(Fuente: Redondo et al., 2011, a partir de datos del informe sobre Conductas
antisociales y delictivas de los jóvenes de España —Rechea, 2008—)

Fernández Molina et al. (2009) contrastaron los


resultados de delincuencia juvenil autoinformada
obtenidos en España en los análisis de autoinforme de
1992 (Rechea et al., 1995) y de 2006 (Rechea, 2008), lo
que ofrece una comparación interesante de la evolución
de los delitos juveniles entre principios de los noventa y la
segunda mitad de la década de los dos mil. En el cuadro
21.3 se recogen las prevalencias respectivas, para 1992 y
2006, de conductas antisociales que los jóvenes
manifestaron haber cometido “alguna vez” a lo largo de
su vida.
CUADRO 21.3. Comparación de la delincuencia juvenil autoinformada en
España, entre 1992 y 2006: prevalencia de conductas antisociales que los
jóvenes informaron haber cometido “alguna vez” a lo largo de la vida
(excluido el consumo de drogas)
1992 (%) 2006 (%)
Prevalencias que aumentan (significativamente)
Robar en tiendas o grandes almacenes 21,9 26,5
Robar una bici o motocicleta 2 4,7
Robar un coche o moto 0,3 2,1
Robar algo de un coche 0,8 4,6
Amenazar o golpear para conseguir algo 0,8 2
Venta de drogas ilegales 0,4 8,2
Prevalencias que se mantienen
Tirón 1 1,3
Prevalencias que disminuyen (significativamente)
Entrar en un edificio para robar 24,2 3,6
Llevar armas 16,7 11,3
Peleas 30 26,3
Agresión que necesitó atención médica 3,7 1,8
Vandalismo 54 15,8

(Fuente: elaboración propia a partir de Fernández-Molina et al., 2009)

Como puede verse, entre 1992 y 2006 se produjo en


España un cierto cambio en la topografía de los
comportamientos antisociales llevados a cabo por los
jóvenes. Aumentó la participación juvenil en conductas
como el robo en tiendas o grandes almacenes, los robos
de bicicletas, de vehículos y de objetos en el interior de
los vehículos, la venta de drogas y, ligeramente, las
conductas de amenazar o golpear para conseguir algo. En
cambio, se redujo sustancialmente la prevalencia del
allanamiento de locales para robar, el portar armas, la
implicación en peleas, las agresiones graves que
requirieran atención médica, y el vandalismo. La edad
media de inicio en estas conductas se situó entre 13 y 14
años. La evolución de las infracciones entre los dos
periodos evaluados fue parecida a la precedente por lo que
se refiere a la prevalencia informada por los jóvenes para
el periodo de un año anterior a la realización de las
respectivas encuestas.
Si los datos anteriores se agrupan en categorías más
globales (infracciones contra la propiedad, violencia
contra las personas, y otras conductas antisociales), se
constata una tendencia general a la disminución de las
prevalencias delictivas entre 1992 y 2006.

21.1.2. Cifras oficiales


A continuación se presentan distintos datos oficiales
sobre las infracciones de los menores en España, referidos
a menores condenados en 2011, bien por delitos o bien
por faltas. En primer lugar, el cuadro 21.4 recoge el
número y el porcentaje de chicas y varones condenados
en función de la edad, en el rango de responsabilidad
penal de los menores, que cubre el intervalo entre 14 y 17
años.
CUADRO 21.4. Menores condenados según edades y sexo (año 2011)
Edad Mujeres Varones
14 321 20% 1.284 80%
15 413 17,5% 1.945 82,5%
16 527 16,4% 2.680 83,6%
17 547 14% 3.333 86%
Total 1.808 16,4% 9.242 83,6%

(Fuente: Instituto Nacional de Estadística)

Este cuadro pone de relieve algunas cosas a las que ya


se ha hecho referencia con anterioridad. Lo primero, es la
evidente mayor participación de los varones en el delito,
siendo autores en promedio del 83,6% de los delitos,
frente a un 16,4% de participación delictiva de las
mujeres. El segundo aspecto relevante es cómo, además,
la participación proporcional de las chicas en la
delincuencia se va reduciendo con la edad, desde un 20%
a la edad de 14 años a un 14% a la edad de 17.
CUADRO 21.5. Principales infracciones penales por las que son
condenados los menores (año 2011)
MENORES
CONDENADOS
% de los
TOTAL DELITOS 7.760
delitos
Homicidios 14 0,18
Lesiones 1.065 13,7
Delitos sexuales 117 1,5
Contra la libertad (detenciones ilegales, amenazas, coacciones) 133 1,7
Delitos de tortura y contra la integridad moral 512 6,6
Robos 3.327 42,8
Sustracción de vehículos 193 2,5
Hurtos 431 5,5
Daños 472 6
Contra el orden público (atentados contra la autoridad,
231 3
desórdenes públicos, tenencia de armas)
Allanamiento de morada 25 0,3
Contra la salud pública (tráfico de drogas) 184 2,4
Contra la seguridad vial 669 8,6
Resto 387 5
% de las
TOTAL FALTAS 3.290
faltas
Contra las personas 1.725 52,4
Contra el patrimonio 1.422 43,2
Contra el orden público 139 4,2
Contra los intereses generales 4 0,1
TOTAL INFRACCIONES 11.050

(Fuente: Instituto Nacional de Estadística)

Por lo que se refiere a los delitos cometidos por los


menores, el cuadro anterior refleja la mayor participación
de los jóvenes en delitos contra la propiedad, tales como
robos (que suponen el 42% del total), hurtos, sustracción
de vehículos y daños, mientras que es más reducida su
participación en delitos graves contra las personas, como
lesiones (el más frecuente, con un 13,7%), homicidios o
delitos sexuales. También es relevante el porcentaje de
participación en delitos contra la seguridad vial (que
representan un 8,6 del conjunto) y contra la salud pública,
generalmente por tráfico de drogas (un 2,4% del total). En
cambio, en las faltas, que son hechos de menor gravedad,
existe una preponderancia de faltas contra las personas
(52,4%), seguidas de aquellas contra el patrimonio
(43,2%).

21.1.3. Infracciones significativas de los jóvenes


que producen mayor alarma pública
A) Infracciones contra la propiedad
La mayoría de las infracciones juveniles son claramente
instrumentales para la obtención de gratificaciones
materiales. Para algunos jóvenes, sobre todo para aquéllos
pertenecientes a sectores de la población con más
carencias, la finalidad de muchos hurtos y robos sería la
de procurarse algunos bienes deseados o necesitados.
Para otros, incluso perteneciendo a familias con
acomodo suficiente, ciertas infracciones contra la
propiedad comienzan a ser una manera fácil y eficaz de
obtener de modo inmediato y carente de esfuerzo aquello
que desean. A partir de estas consecuencias gratificantes,
las conductas delictivas contra la propiedad pueden
consolidarse en unos y otros.
La mayoría son delitos menores como el hurto, pero
otros pueden comportar diversos grados de fuerza o
violencia. En 2006 se produjeron en España 6.201
detenciones de jóvenes por robos con intimidación o con
violencia, cifra que representa el 13,6% del total de las
45.550 detenciones de jóvenes acontecidas en ese año.

B) Infracciones relacionadas con las drogas


Según datos del Ministerio de Sanidad y Consumo,
relativos a los años 2007/2008 el 72,9% de la población
española afirmaba haber ingerido alcohol durante el año
precedente, un 10% haber consumido cannabis, un 3%
cocaína en polvo y casi un 1% otros tipos de drogas. La
edad de inicio del primer consumo de sustancias tóxicas
se encuentra entre los 16 y los 20 años. Las más
empleadas por los jóvenes de entre 14 y 18 años son el
alcohol (81,2%), el tabaco (44,6%), el cannabis (35,2%) y
los tranquilizantes o pastillas para dormir (17,3%). El
consumo del resto de sustancias (cocaína, éxtasis,
alucinógenos, etcétera) es muy minoritario, situándose
entre el 0,5% y el 2% la proporción de consumidores
habituales.
Internacionalmente se estima que entre un 40% y un
60% de los delitos (especialmente los violentos) se hallan
conectados con el consumo de sustancias tóxicas, tanto
legales (como puede ser el alcohol) como ilegales.
En España, durante el año 2006 se efectuó un total de
490 detenciones de jóvenes, un 1% del conjunto de las
detenciones de jóvenes, por delitos relativos al tráfico de
drogas (frente a ello, se detuvo por estos delitos a 16.766
adultos). A lo anterior habría que sumar todas las
infracciones relacionadas, de manera más o menos
directa, con el consumo de drogas, como son muchos
robos, agresiones, extorsiones, etcétera.

C) Delitos violentos
Muchas agresiones entre jóvenes pueden ser el resultado
de recíprocas provocaciones entre individuos, o bien
pueden tener un carácter más bien grupal, y producirse en
defensa del que consideran su propio “territorio” en el
barrio, del logro de su primacía sobre un grupo rival, o en
protección de sus señas de identidad frente a las
agresiones de los grupos “enemigos”. También puede
producirse violencia xenófoba contra extranjeros e
inmigrantes, o contra grupos sociales específicos, como
puedan ser travestís, indigentes u otros.
En España, se detiene anualmente a algo más de
doscientos jóvenes en relación con delitos de homicidio,
lo que supone en torno a un 0,5% del total de las
detenciones de jóvenes, y por delitos de lesión a casi tres
mil jóvenes (en torno a un 6,5% del total de las
detenciones). Aunque en conjunto el número de jóvenes
detenidos se redujo durante el periodo 2002-2006, hubo
un aumento de las detenciones por delitos de homicidio y
lesiones, del 11,57% y del 28,95% respectivamente.

D) Agresiones sexuales
Los delitos sexuales corresponden a una mínima
proporción de la delincuencia tanto en autores jóvenes
como adultos. En 2006 se detuvo a 713 jóvenes por su
presunta relación con un delito de carácter sexual,
aproximadamente una décima parte de la población adulta
detenida por estos mismos delitos (que ascendió a 7.809
personas).
El perfil de los agresores sexuales no suele diferir
mucho del de otros delincuentes juveniles agresivos y
violentos: sujetos impulsivos, con bajo autoconcepto,
poca tolerancia a la frustración, que menosprecian la
figura femenina, con retraso en su desarrollo madurativo
y con serias carencias afectivas, muy influenciables, con
rasgos de agresividad física y verbal, con falta de
internalización normativa y de sentimientos de culpa, y
con dificultades de aprendizaje. Muchos suelen pertenecer
a familias con problemas de afecto y violencia entre sus
miembros, y en las que el modelo educativo ha sido de
negligencia y falta de control.

21.1.4. Reincidencia de los jóvenes


Redondo, Martínez-Catena y Andrés (2011) revisaron
diversos estudios españoles sobre reincidencia delictiva
de los jóvenes. Por ejemplo, Bravo, Sierra, y del Valle
(2007) analizaron una muestra de 382 jóvenes (327
varones y 55 chicas) que habían cumplido alguna medida
judicial entre 2001 y 2003 en el Principado de Asturias.
La edad media de apertura del expediente judicial por
delito fue de 16,7 años para los varones, y ligeramente
superior, de 17 años, para las chicas. Los delitos más
frecuentes cometidos por los varones fueron robos con
fuerza y, en segundo término, lesiones. En cambio, a
pesar de tener una tasa mucho más baja que en los
varones, los delitos más frecuentes en las chicas fueron
robos con intimidación y lesiones. La tasa de reincidencia
global de la muestra fue del 29,6% para un período de
seguimiento de entre 1 y 4 años.
Capdevila, Ferrer, y Luque (2006) analizaron en
Cataluña la reincidencia delictiva, durante un periodo de
seguimiento de 2 a 3 años, de una amplia muestra de
2.903 jóvenes (2.534 varones y 369 chicas) que habían
cumplido diferentes medidas en justicia juvenil. El 82%
de los sujetos de la muestra era de origen español.
Además se tuvieron en cuenta las diferentes medidas
judiciales cumplidas por los menores (mediación y
reparación, asesoramiento técnico, medidas cautelares,
otras medidas en medio abierto, prestaciones en beneficio
a la comunidad, libertad vigilada e internamiento). Los
datos más relevantes de este estudio fueron los siguientes:
1) la edad media de apertura del expediente judicial fue de
16,05 años; 2) el 65,8% de la muestra había cometido un
delito contra la propiedad, un 17,3% un delito de lesiones,
un 4,3% una infracción contra la seguridad colectiva, y un
0,7% un hecho contra la libertad sexual; 3) la tasa general
de reincidencia fue de 22,73%. En un análisis específico
de los programas de mediación y reparación con menores
infractores en Cataluña, desarrolladas en 2011, se obtuvo
una tasa de reincidencia promedio del 26,1% (CEJFE,
2012).
San Juan, Ocáriz, y de la Cuesta (2007, 2009)
efectuaron una evaluación de las medidas en medio
abierto del plan de justicia juvenil de la comunidad
autónoma del País Vasco, para el periodo 2003-2004,
incluyendo dicho estudio el análisis de la reincidencia
delictiva y los factores asociados a ella. La tasa global de
reincidencia para el conjunto de la muestra, para un
periodo de seguimiento de 5 años, fue del 21,5%. Sin
embargo, en un análisis más pormenorizado, se observó
que aquellos jóvenes que habían cumplido medidas
judiciales en medio abierto volvieron a delinquir en un
40,4%, mientras quienes habían cumplido medidas de
internamiento en régimen cerrado reincidieron en un 59%.
En este tipo de análisis comparativo siempre debe tenerse
presente, y así lo señalan los propios autores de este
estudio (véase también Redondo, Funes y Luque, 1994),
que la mayor reincidencia del grupo que había sido
sentenciado a internamiento puede ser prioritariamente
debida, no al tipo de medida que les fue impuesta, sino al
hecho sustantivo de su mayor riesgo delictivo real
(evidenciado en las infracciones más graves que habrían
cometido con anterioridad). Sin embargo, San Juan et al.
(2007) no hallaron, en este caso, una relación estadística
significativa entre la gravedad de los primeros delitos
cometidos por los jóvenes y su reincidencia posterior.
Alternativamente a ello, encontraron que los dos
principales predictores de la reincidencia delictiva de esta
muestra fueron el fracaso escolar de los jóvenes y el tipo
de medida judicial (internamiento vs. medio abierto) que
les había sido inicialmente aplicada.
García, Ortega, y De la Fuente (2010; Ortega, García, y
De la Fuente, 2009) efectuaron un meta-análisis sobre las
tasas de reincidencia (en realidad, su análisis se dirige, en
términos positivos, a medir la no reincidencia, como
signo de reinserción social) de los menores que habían
cumplido medidas de justicia juvenil en España. La
reincidencia se definió, a efectos de esta investigación,
como la vuelta del menor al sistema de justicia juvenil,
una vez que con anterioridad había sido sentenciado por
un delito. En este meta-análisis se integraron 17 estudios
previos, publicados entre 1995 y 2008, en los que en total
se había evaluado a 16.502 menores. La edad media de
los sujetos era 14,68 años y en un 85,75% eran varones.
La tasa promedio de no reincidencia del conjunto de estos
estudios españoles, ponderada por sus correspondientes
tamaños muestrales, fue de 73,88%, con una desviación
típica de 11,27. Ello significa que la tasa promedio de
reincidencia fue de 26,12%. Los factores de riesgo que
mostraron mayor capacidad explicativa de la reincidencia
fueron tener antecedentes penales familiares (R2=0,81),
haber sufrido maltrato físico (R2=0,56), problemas físicos
familiares (R2=0,54), carecer de trabajo (R2=0,9192), uso
de violencia en el delito (R2=0,65), y tiempo de
seguimiento de la reincidencia (R2=0,86). Estos datos
confirman, en coherencia con la investigación
internacional, la multifactorialidad de la conducta
delictiva juvenil, para la que, tal y como se ha puesto de
relieve a lo largo de este manual de Criminología, no
pueden identificarse influencias únicas, sino que diversos
factores de riesgo, de distinta naturaleza, parecen
contribuir globalmente al riesgo delictivo.
En un análisis más reciente, el Àrea d’Investigació i
Formació Social i Criminològica (2011), del Centre
d’Estudis Jurídics, ha ofrecido datos anuales de la
reincidencia de los menores en Cataluña a lo largo del
periodo 2005-2010, siendo especialmente interesante su
análisis diferencial de las tasas de reincidencia
correspondientes a las medidas de libertad vigilada y a
internamiento. Son las siguientes:
CUADRO 21.6. Evolución de las tasas de reincidencia de menores
infractores en Cataluña, para aquellos que cumplieron medidas de
internamiento y de libertad vigilada.

(Fuente: elaboración propia a partir del Àrea d’Investigació i Formació


Social i Criminológica, 2011)

En el conjunto de las investigaciones sobre reincidencia


de los menores que se han revisado en este apartado, se
obtuvieron también algunos resultados acerca de los
correlatos o factores de riesgo más frecuentemente
asociados a la reincidencia. El cuadro 21.7 resume tanto
los estudios aquí recogidos como los factores de riesgo
más preponderantes.
CUADRO 21.7. Algunos estudios españoles de reincidencia juvenil y
correlatos principales asociados a la reincidencia
Tasa de
Muestra Correlatos principales
reincidencia
Estudios (comunidad): edad asociados a la
(años de
promedio reincidencia
seguimiento)
Capdevila, Ferrer y 2.903 (Cataluña): -Varones
22,7%
Luque (2006) 16,5 -Menor edad
-Más riesgos
382 (Asturias):
Bravo, Sierra y del 29,6% (1-4 sociofamiliares
Varones: 16,7 (antecedentes,
Valle (2007) años)
Chicas: 17 patologías)
Todos los jóvenes en -Maltrato físico
San Juan, Ocáriz y
medio abierto en el 21,5% (5 -No vivir con la
De la Cuesta (2007, familia/tener domicilio
periodo 2003-2004 años)
2009) fijo
(País Vasco)
-Trastorno mental,
hiperactividad,
impulsividad, consumo
de drogas
-Fracaso
García, Ortega y De escolar/formación/trabajo
16.502 (España):
la Fuente (2010): 26,12% -Amigos/pareja
14,68 años (86%
Meta-análisis de 17 (Sd=11,27) delincuentes
varones)
estudios previos -Más
antecedentes/delitos
violentos
-Experiencia de
internamientos

(Fuente: elaboración propia a partir de Redondo et al., 2011)

21.2. INTERVENCIONES TEMPRANAS


Loeber et al. (2011) revisaron las intervenciones
terapéuticas y preventivas tempranas llevadas a cabo con
menores, en etapas previas a la actuación formal de la
justicia juvenil, o de manera paralela y combinada con la
intervención de dicho sistema (Farrington, 2012).

21.2.1. Programas familiares


Para prevenir la conducta delictiva posterior, se han
desarrollado diversas intervenciones familiares tempranas,
durante la infancia, entre las que se encuentran las
siguientes: visitas domiciliarias especializadas,
generalmente de una enfermera, al efecto de la mejora del
cuidado de niños pequeños en contextos familiares de
riesgo; programas de enriquecimiento intelectual en edad
preescolar; y entrenamiento paterno en crianza infantil.
Diversos resultados confirman la eficacia preventiva de
programas de esta naturaleza. Por ejemplo, Welsh et al.
(2012) examinaron, en el marco del Elmira Nurse Family
Partnership Program, en el Estado de Nueva York, la
utilidad de una educación infantil mejorada, a partir de
visitas domiciliarias efectuadas por una enfermera desde
la etapa del embarazo de la madre a los primeros años de
vida del niño. Se constató que, a la edad de 15 años, los
hijos de madres de alto riesgo que habían recibido visitas
domiciliarias habían sido detenidos un número de veces
significativamente menor que los sujetos del grupo
control (cuyas madres no recibieron dichas visitas). Un
seguimiento posterior de estos jóvenes, a la edad de 19
años, halló también que las hijas (aunque no los hijos
varones) cuyas madres habían recibido visitas
domiciliarias, contaban con menos detenciones y
condenas. A pesar de ello, en este estudio no se evaluó
específicamente si los niños que recibieron la intervención
temprana cometieron menos delitos durante su etapa, algo
posterior, como jóvenes-adultos.

21.2.2. Programas infantiles individualizados


También se han llevado a cabo intervenciones infantiles
tempranas, algunas de las cuales han mostrado, en
contraste con los grupos de control sin tratamiento,
reducciones significativas de la conducta antisocial, que
se mantuvieron parcialmente hasta la edad adulta. Welsh
et al. (2012) destacaron los resultados obtenidos por un
programa de intervención temprana denominado Proyecto
de Desarrollo Social de Seattle, que combinaba
entrenamiento de padres, formación del profesorado, y
entrenamiento en habilidades a los niños a partir de la
edad de seis años. A la edad de 27 años, el grupo de
intervención puntuó significativamente más alto en nivel
educativo y económico, salud mental y salud sexual,
aunque no en abuso de sustancias y conducta delictiva
(Hawkins et al., 2008).
Un meta-análisis sobre treinta y cuatro programas
dirigidos a favorecer el autocontrol, en niños de hasta 10
años de edad, evidenció una mejora significativa del
autocontrol y una reducción relevante de la conducta
delictiva (Piquero, Jennings, y Farrington, 2010). El
autocontrol es moldeable, al menos parcialmente, y su
mejora produce beneficios a largo plazo. Sin embargo,
resulta menos claro hasta qué punto la mejora del
autocontrol se asocia a una maduración cerebral
acelerada, a una más rápida superación de la impulsividad
y las conductas de búsqueda de sensaciones durante la
adolescencia, a un descenso individual de la curva de
edad del delito, y a un acortamiento de la curva edad-
dedito durante la edad adulta temprana.

21.2.3. Intervenciones escolares y comunitarias


Algunas intervenciones basadas en la mejora del control
escolar, aunque no todas, ha producido reducciones del
comportamiento delictivo durante la transición entre la
adolescencia y la etapa adulta temprana. No obstante, se
requieren más investigaciones para conocer cuáles son los
programas escolares y, especialmente, comunitarios, más
eficaces (por ejemplo, Comunidades que cuidan —
Communities That Care—, intervenciones de orientación
y otras). Programas de empleo, como el denominado en
Estados Unidos Corporaciones de empleo (Job Corps),
son en general eficaces en la reducción de los delitos
cometidos por jóvenes-adultos.
Tres tipos de intervenciones integradoras, que concitan
elementos individuales, familiares y comunitarios, son la
Terapia multisistémica (MST), el Tratamiento enfocado a
supervisar el proceso de crianza infantil (TTFC), y la
Terapia familiar funcional (FFT), todas las cuales han
mostrado eficacia para reducir la reincidencia en la edad
adulta temprana.
La terapia multisistémica (MST) fue concebida por
Henggeler y sus colaboradores (Edwards, Schoenwald,
Henggeler, y Strother, 2001; Henggeler y Borduin, 1990),
a partir de interpretar el desarrollo infantil bajo la
influencia de las diferentes capas ambientales —familia,
escuela, instituciones del barrio, grupos religiosos,
sociedad— que se van solapando. Se considera que los
individuos “anidan” entre todos estos sistemas
interrelacionados (individual, familiar, extrafamiliar y de
los amigos), los cuales influyen sobre su desarrollo y su
comportamiento de maneras recíprocas. En estos diversos
sistemas existirían tanto factores de riesgo como factores
de resistencia o fortalecimiento (Edwards et al., 2001).
Desde esta perspectiva, se interpreta que los problemas de
conducta se mantendrían debido a la aparición de
transacciones problemáticas, ya sea específicamente en
uno de estos sistemas o bien en alguna de sus posibles
combinaciones. Las intervenciones propuestas por la
terapia multisistémica se desarrollan en la propia familia,
o en las interacciones de ésta con los otros sistemas
relacionados (escuela, grupo de amigos, barrio y
comunidad más amplia) (Littell, 2005).
La terapia multisistémica utiliza todas aquellas técnicas
terapéuticas que han mostrado mayor eficacia empírica
con delincuentes juveniles, es decir, técnicas
esencialmente cognitivo-conductuales (véase con más
detalle en el capítulo 23): reforzamiento, modelado,
reestructuración cognitiva, control emocional, etcétera.
Al igual que otras terapias familiares, la terapia
multisistémica se aplica en lugares de conveniencia de las
familias (la propia casa, la escuela, una iglesia, un local
del barrio), con la finalidad de facilitar al máximo la
participación de los miembros familiares (Edwards et al.,
2001). La terapia implica contactos intensivos y
frecuentes, a veces diarios, y cada terapeuta se encarga de
entre 4 y 6 familias. Durante los últimos años ha habido
numerosas evaluaciones de la terapia multisistémica, que
han obtenido los mejores resultados existentes hasta el
momento en el tratamiento de los delincuentes juveniles y
de otros problemas de conducta tales como adicción a
drogas (Cullen y Gendreau, 2006; Schoenwald, Heiblum,
Saldana, y Henggeler, 2008; Welsh et al., 2012).
En un experimento aleatorio, en el que se efectuó un
seguimiento a largo plazo de los sujetos entre las edades
de 14 y 28 años, Schaeffer y Borduin (2005) mostraron
que los participantes en Terapia multisistémica
claramente presentaron menores tasas de reincidencia
(50% vs. 81%), incluida una menor proporción de nuevas
detenciones por delitos violentos (14% vs. 30%), y menor
tiempo de internamiento en centros de adultos.
Según lo visto en este epígrafe, existen múltiples
intervenciones comunitarias tempranas, fuera del sistema
de justicia, susceptibles de reducir la reincidencia de los
jóvenes y evitar su persistencia delictiva.

21.3. INTERVENCIONES CON MENORES


INFRACTORES
21.3.1. La cuestión de la edad penal
Loeber et al. (2011) sintetizaron diversas características
susceptibles de diferenciar a los menores infractores, en
relación con los delincuentes adultos, y que, por ello,
deberían ser tomadas en cuenta a la hora de adoptar
decisiones judiciales relativas a los jóvenes que han
infringido las normas penales (véase cuadro 21.8).
CUADRO 21.8. Características de los menores que pueden ser relevantes
para las decisiones judiciales
1. Que el menor tenga una madurez de juicio reducida.
2. Que presente una capacidad limitada para tomar decisiones frente a las
oportunidades delictivas que se le presentan.
3. Pobre funcionamiento ejecutivo, del razonamiento, pensamiento abstracto, y
planificación.
4. Mayor susceptibilidad a la influencia de gratificaciones inmediatas que al influjo de
posibles consecuencias indeseables a largo plazo.
5. Pobre control de impulsos, menor propensión a asumir riesgos, y mayor tendencia a
cometer delitos por diversión más que en función de decisiones racionales.
6. Menor estabilidad de los hábitos delictivos, mayor moldeabilidad, mayores
posibilidades de recuperación.

7. Menor culpabilidad, responsabilidad disminuida, menos merecedor de castigo.


8. Pobres emocionabilidad y autorregulación.
9. Menor capacidad para la evitación del propio daño.
10. Menor capacidad para comunicarse con abogados, tomar decisiones legales,
comprender y participar en los procedimientos legales y en el juicio oral.
11. Mayor susceptibilidad a la influencia de los compañeros.

(Fuente: Loeber et al., 2011)

Según pusieron de relieve Stouthamer-Loeber et al.


(2008) y Le Blanc y Fréchette (1989), el hecho jurídico de
la mayoría de edad a los 18 años resulta poco relevante
para los procesos de desistencia delictiva. En realidad,
muchos delincuentes juveniles, incluidos los que ya han
sido procesados o sentenciados, suelen dejar de delinquir,
de forma natural, en edades algo posteriores a los 18 años.
Según ello, el procesamiento y condena de estos jóvenes
por el sistema de justicia criminal, al inicio de la primera
edad adulta (18-20 años), probablemente contribuye a
alargar sus carreras delictivas, más que a acortarlas.
Como ya se vio, una proporción relevante de
delincuentes (de alrededor del 10-30%) comenzaría a
delinquir durante la primera edad adulta (Piquero et al.,
2012), siendo dicha proporción mayor si se atiende a
cifras oficiales de delincuencia que a datos de auto-
informe, dado que muchos delitos juveniles
autoinformados no aparecen en los registros oficiales. Por
ejemplo, una investigación en la que se combinaban datos
de auto-informe y oficiales, a partir del Estudio de la
Juventud de Pittsburgh (PYS) (Stouthamer-Loeber,
2010), obtuvo que solo el 3,5% de los varones había
tenido una carrera delictiva entre moderada y grave en la
franja de edad de 20 a 25 años, y una proporción
suplementaria del 5,4% había cometido delitos entre
moderados y graves en el periodo de 17 a 19 años. Sin
embargo, estos porcentajes también dependen
considerablemente del criterio de delincuencia que se
adopte. Si se incluyen los delitos menos graves,
lógicamente aumenta el porcentaje de quienes pueden ser
considerados delincuentes de inicio adulto. Por ejemplo,
Blokland y Palmen (en prensa) evaluaron una muestra de
sujetos detenidos por la policía, pero no condenados por
delito. A partir de este criterio hallaron que casi la mitad
de los detenidos jóvenes-adultos no tenía antecedentes
delictivos juveniles, resultado que es concordante con el
obtenido por Blumstein et al. (1986). No obstante, Zara y
Farrington (2010) encontraron que un 23% de los
delincuentes de hasta una edad de 50 años había sido
condenado por primera vez después de la edad de 21
años. Es decir, existe una amplia gama de estimaciones
acerca de la prevalencia de inicio tardío en la
delincuencia.

21.3.2. La justicia juvenil en los países europeos


En los países europeos existen grandes diferencias en
relación con las medidas legales previstas para los jóvenes
delincuentes (Killias, Redondo, y Sarnecki, 2012). En
España, y en la mayor parte de los estados europeos, la
edad de responsabilidad penal juvenil se sitúa en 14 años,
momento a partir del cual el joven infractor entra en el
sistema de justicia juvenil. No obstante, hay países en que
la responsabilidad penal juvenil puede iniciarse a los 8 o
10 años (así sucede en Chipre, Grecia, Suiza y Reino
Unido), mientras que en otros se eleva a 16 años e,
incluso, a 18. Igualmente la edad de responsabilidad penal
completa, en que debe aplicarse la ley penal adulta (que
en general se sitúa en torno a los 18/21 años) es muy
heterogénea entre países. Por ejemplo, las legislaciones de
Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega establecen que
los jóvenes mayores de 14 o 15 años puedan ser juzgados
como adultos. En cambio, las normas de Alemania y
Austria permiten que jóvenes de 18 y 20 años sean
sentenciados bajo el sistema de justicia juvenil.
Desde una perspectiva europea comparada, es también
relevante la duración total máxima de las medidas de
control juvenil que pueden imponerse a los menores
infractores (sumados los tiempos correspondientes a
posibles medidas sucesivas, tales como medidas
cautelares, internamiento, libertad vigilada, supervisión
comunitaria, etcétera). En el cuadro 21.9 se presenta, para
31 países europeos, el máximo de meses que los jóvenes
pueden estar sometidos al control de la justicia juvenil.
La primera columna del cuadro, en la que aparecen los
países, permite comprobar, a partir de los paréntesis
debajo de algunos de ellos, que, de los treinta y un países
comparados, solo cinco permiten la aplicación de medidas
a menores de 14 años (Francia, Georgia, Holanda, Italia y
Turquía).
En relación con la franja de edad de 14 a 15 años
(segunda columna del cuadro), la duración máxima del
control judicial juvenil es muy heterogénea: en seis países
(Bélgica, Croacia, Escocia, Eslovenia, Irlanda del Norte y
Portugal) dicho control no está previsto legalmente; en los
restantes, las duraciones totales de las medidas impuestas
a los menores pueden oscilar entre un mínimo de 3 meses
(Islandia) y un máximo de 360 meses (Italia y Turquía);
por último, Inglaterra y Gales prevén la posibilidad legal
de control juvenil indefinido.
En lo referido a la franja de edad de 16 a 17 años
(tercera columna del cuadro), la duración máxima de las
medidas juveniles aplicables oscila, para la mayoría de los
países, entre un mínimo de 3 meses (en Islandia) hasta un
máximo de 360 meses (para los casos de Eslovenia, Italia
y Turquía). Además, cuatro países prevén la posibilidad
de control juvenil indefinido (Bélgica, Escocia, Francia, e
Inglaterra y Gales).
En esta comparación entre países europeos, España se
situaría en un sector intermedio por lo que se refiere a las
duraciones máximas previstas para el control judicial de
los menores infractores (incluyendo los casos más graves
de participación en delitos de terrorismo y de comisión de
varios delitos): 108 meses para menores de 14 a 15 años,
y 216 meses para los de 16 a 17 años.
CUADRO 21.9. Duración máxima de las medidas aplicadas (en meses) a los
menores infractores bajo el sistema de justicia juvenil
Menores de 14 a 15 Menores de 16 a 17
País
años años
Albania 150 meses 150 meses
Alemania 120 meses 120 meses
Armenia 84 meses 120 meses
Austria 120 meses 180 meses
imposibilidad legal de posibilidad de
Bélgica
procesamiento internamiento indefinido
Bulgaria 120 meses 120 meses
imposibilidad legal de
Croacia 120 meses
procesamiento
Dinamarca 96 mesesa 96 meses
imposibilidad legal de posibilidad de
Escocia
procesamiento internamiento indefinido
Eslovaquia 72 meses 132 meses
imposibilidad legal de
Eslovenia procesamiento 360 meses

España 108 mesesb 216 meses


Estonia 120 meses 120 meses
Finlandia 144 mesesc 144 meses
Francia (posibilidad de posibilidad de
240 mesesd
internamiento hasta 240 meses) internamiento indefinido
Georgia
(posibilidad de internamiento 120 meses 180 meses
hasta 120 meses)
Grecia 240 meses 240 meses
Holanda
(posibilidad de internamiento 12 meses 24 meses
hasta 12 meses)e
Hungría 180 mesesf 240 mesesg
posibilidad de posibilidad de
Inglaterra y Gales
internamiento indefinido internamiento indefinido
imposibilidad legal de
Irlanda del Norte 48 meses
procesamiento
Islandia 3 mesesh 3 meses
Italia
(posibilidad de internamiento 360 meses 360 meses
hasta 12 meses)
Polonia 300 mesesi 300 meses
imposibilidad legal de
Portugal 36 meses
procesamiento
Rep. Checa 120 mesesj 120 meses
Rusia 120 meses 120 meses
Suecia 48 mesesk 48 meses

Suiza 12 mesesl 48 meses


Turquía
(posibilidad de internamiento 360 mesesm 360 meses
hasta 144 meses)
Ucrania 180 meses 180 meses
a
Para jóvenes de 15-17 años
b
En delitos de terrorismo y si el menor es responsable de más de un delito
c
Para jóvenes de 15-17 años
d
Duración máxima de las medidas de internamiento para jóvenes de 13-16
e
Duración máxima de las medidas de internamiento para jóvenes de 12-15
f
En caso de acumulación de medidas
g
En caso de acumulación de medidas
h
Desde los 15 años
i
Desde los 15 años
j
Para jóvenes de 15-17 años
k
Desde los 15 años
l
Para jóvenes de 15 años
m
Si el joven ha sido procesado bajo ley del terror (jóvenes menores de 15
años no pueden ser procesados bajo esta ley)
(Fuente: Killias et al., 2012)

Según Killias et al. (2012), en Europa coexistirían dos


sistemas de justicia juvenil bien distintos, entre los que
España ocuparía una posición intermedia. Por un lado,
algunos países tienen un sistema más duro y punitivo,
permitiendo la ejecución de medidas muy largas con
jóvenes infractores mayores de 16 años o, incluso, la
aplicación de la ley penal adulta. Contrariamente, otro
conjunto de países dispone de un sistema de justicia
juvenil con medidas más cortas y orientadas a la
resocialización y educación de los menores.
21.4. LA LEY ORGÁNICA DE
RESPONSABILIDAD PENAL DEL
MENOR (LEY 5/2000)

Investigadores y profesores del Centro de Investigación en Criminología de la


Universidad de Castilla-La Mancha: de izquierda a derecha: David Vazquez
Morales, Raquel Bartolomé Gutiérrez, Cristina Rechea Alberola (Directora),
Esther Fernández Molina, Gloria Fernández-Pacheco Alises, Eva Aizpurua
González, y Pilar Tarancón Gómez.
El Centro de Investigación en Criminología tiene como líneas principales de
investigación la delincuencia juvenil, cuestiones de género y victimación,
justicia de menores y percepciones y actitudes hacia el castigo.
El Centro ofrece un Master Oficial y un Doctorado en Criminología y
Delincuencia Juvenil.

Pocos ámbitos han sido tan controvertidos en la


Criminología aplicada española de estos últimos años
como el sistema de justicia juvenil. Prácticamente, desde
que se aprobó en el año 2000 la Ley Orgánica de
Responsabilidad Penal del Menor (en adelante, LORPM),
empezaron a surgir críticas feroces sobre ella, en el
sentido de que se trataba de una ley blanda y, por otro
lado, no contaba con los necesarios recursos económicos
para su puesta en práctica. En realidad, la nueva ley tenía
muy poco de blanda, pero probablemente esto no se supo
explicar de modo adecuado, y, para solventar su supuesta
debilidad punitiva, antes de que entrara en vigor, el
Gobierno ya había incrementado la sanción máxima en
centro cerrado, para el sector de edad juvenil de 16 y 17
años, de cinco a ocho años. Antes, con el código penal
que precedió al vigente de 1995, los mayores de 16 años
tenían responsabilidad penal plena e ingresaban en
prisión, pero la redención de penas por el trabajo, que
entonces existía, favorecía que en general un delincuente
juvenil de 16-18 años cumpliera penas de prisión
inferiores a ocho años. La diferencia simbólica entre la
precedente situación y la nueva, probablemente radicaba
en que el público, al oír las palabras “prisión” o “cárcel”,
automáticamente pensaba en algo mucho más duro,
mientras que cuando oía “reformatorio” imaginaba una
especie de casa de colonias recreativas.
Lo anterior no se corresponde en absoluto con la
realidad. Un centro de menores no es, desde luego, una
colonia de vacaciones estivales, pero tampoco debería
pretenderse que se asemejara a una cárcel, sino que fuera
algo mejor, pensado para jóvenes en pleno proceso de
desarrollo y socialización. En este apartado se describirá
la justicia de menores, en lo relativo a las medidas
previstas por la ley, las principales intervenciones
aplicadas con jóvenes infractores, y las evaluaciones
sobre lo hecho hasta ahora.
La Ley de Responsabilidad Penal del Menor (ley
5/2000) actualmente en vigor hace referencia a la
responsabilidad jurídica de los menores por delitos que
puedan cometer. Dentro del concepto menores se incluye
a aquellos jóvenes que se hallan en la franja de edad que
va desde 14 a 18 años1.
Esta ley amplió considerablemente la gama de medidas
judiciales que podían imponerse a los jóvenes menores de
edad, destacando entre ellas la asignación de tareas
socioeducativas coherentes con las necesidades de cada
menor, y la exigencia legal de que toda medida de
internamiento fuera seguida de un período en libertad
vigilada (Barquín y Cano Paños, 2006).
Afirmaba la ley en su exposición de motivos (punto 6)
que “…la redacción de la presente Ley Orgánica ha sido
conscientemente guiada por los siguientes principios
generales: naturaleza formalmente penal pero
materialmente sancionadora-educativa del procedimiento
y de las medidas aplicables a los infractores menores de
edad, reconocimiento expreso de todas las garantías que
se derivan del respeto de los derechos constitucionales y
de las especiales exigencias del interés del menor,
diferenciación de diversos tramos de edad a efectos
procesales y sancionadores en la categoría de infractores
menores de edad, flexibilidad en la adopción y ejecución
de las medidas aconsejadas por las circunstancias del caso
concreto, competencia de las entidades autonómicas
relacionadas con la reforma y protección de menores para
la ejecución de las medidas impuestas en la sentencia y
control judicial de esta ejecución”.
En el punto 7 se explicaba esa doble condición de ley
sancionadora y educativa: “La presente Ley Orgánica
tiene ciertamente la naturaleza de disposición
sancionadora, pues desarrolla la exigencia de una
verdadera responsabilidad jurídica a los menores
infractores, aunque referida específicamente a la comisión
de hechos tipificados como delitos o faltas por el Código
Penal y las restantes leyes penales especiales. Al
pretender ser la reacción jurídica dirigida al menor
infractor una intervención de naturaleza educativa, aunque
desde luego de especial intensidad, rechazando
expresamente otras finalidades esenciales del Derecho
penal de adultos, como la proporcionalidad entre el hecho
y la sanción o la intimidación de los destinatarios de la
norma, se pretende impedir todo aquello que pudiera tener
un efecto contraproducente para el menor, como el
ejercicio de la acción por la víctima o por otros
particulares”.
Y es que en el Derecho penal de menores debían de
primar, como elemento determinante del procedimiento y
de las medidas que se adoptasen, el “superior interés del
menor”. Y en este punto es donde entra en juego la
importancia de los conocimientos criminológicos, ya que
tal “interés ha de ser valorado con criterios técnicos y no
formalistas por equipos de profesionales especializados en
el ámbito de las ciencias no jurídicas, sin perjuicio (…) de
adecuar la aplicación de las medidas a principios
garantistas generales (…)”.

21.4.1. Medidas previstas y aplicadas


Las principales medidas que se pueden imponer a un
menor que ha cometido un delito son las siguientes:
1. Internamiento en régimen cerrado. Los jóvenes
sometidos a esta medida residirán en un centro de
menores y desarrollarán en el mismo las convenientes
actividades formativas, educativas, laborales y de ocio.
2. Internamiento en régimen semiabierto. En este tipo
de medida, los menores residirán en el centro, pero
podrán realizar, fuera del mismo, actividades formativas,
educativas, laborales y de ocio, de acuerdo con el
programa individualizado de ejecución de la medida. Así
pues, la realización de tales actividades fuera del centro
quedará condicionada a la evolución seguida por el
individuo y al cumplimiento de los objetivos previstos en
las mismas.
3. Internamiento en régimen abierto. Quienes se
hallen en esta medida llevarán a cabo todas las actividades
del proyecto educativo en los servicios normalizados del
entorno, residiendo en el centro como domicilio habitual,
con sujeción al programa y régimen interno del mismo.
4. Internamiento terapéutico en régimen cerrado,
semiabierto o abierto. En estos centros se realizará una
atención educativa especializada o tratamiento específico,
destinado a jóvenes que padezcan anomalías o
alteraciones psíquicas, dependencia de bebidas
alcohólicas, drogas tóxicas o sustancias psicotrópicas, o
alteraciones graves de la conciencia de la realidad.
5. Tratamiento ambulatorio. Los menores sometidos a
esta medida deberán asistir al centro designado, con la
periodicidad requerida, y seguir las pautas fijadas para el
tratamiento de la anomalía o alteración psíquica, adicción
al consumo de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas o
sustancias psicotrópicas, o alteraciones en la percepción
que padezcan.
6. Asistencia a un centro de día. Los menores a
quienes se aplique esta medida residirán en su domicilio
habitual y acudirán a un centro, plenamente integrado en
la comunidad, a realizar actividades de apoyo, educativas,
formativas, laborales o de ocio.
7. Permanencia de fin de semana. Esta medida obliga
al joven a permanecer en su domicilio o en un centro
hasta un máximo de treinta y seis horas entre la tarde o
noche del viernes y la noche del domingo, a excepción del
tiempo dedicado a las tareas socio-educativas asignadas
por el Juez que deban llevarse a cabo fuera del lugar de
permanencia.
8. Libertad vigilada. Implica el seguimiento de la
actividad del menor y su asistencia a la escuela, centro de
formación profesional o lugar de trabajo que se
establezca, con la finalidad de contribuir a superar los
factores que determinaron la infracción cometida.
Asimismo, esta medida obliga a seguir las pautas socio-
educativas que se señalen de acuerdo con el programa de
intervención aprobado por el Juez. Asimismo, la persona
sometida a libertad vigilada queda obligada a mantener
entrevistas periódicas con el profesional o profesionales
bajo cuya tutela se encuentra, y a cumplir las reglas de
conducta impuestas por el Juez, que podrán ser algunas de
las siguientes:
• Obligación de asistir con regularidad al centro docente
correspondiente.
• Obligación de someterse a programas de tipo
formativo, cultural, educativo, profesional, laboral, de
educación sexual, de educación vial u otros similares.
• Prohibición de acudir a determinados lugares,
establecimientos o espectáculos.
• Prohibición de ausentarse del lugar de residencia sin
autorización judicial previa.
• Obligación de residir en un lugar determinado.
• Obligación de comparecer personalmente ante el
Juzgado de Menores o profesional que se designe,
para informar de las actividades realizadas y
justificarlas.
• Cualesquiera otras obligaciones que el Juez estime
convenientes para la reinserción social del
sentenciado.
9. La prohibición de aproximarse o comunicarse con
la víctima o con aquellos de sus familiares u otras
personas que determine el Juez. Esta medida impedirá
al menor acercarse a ellos, en cualquier lugar donde se
encuentren, así como a su domicilio, a su centro docente,
a sus lugares de trabajo y a cualquier otro que sea
frecuentado por ellos.
10. Convivencia con otra persona, familia o grupo
educativo. El joven sometido a esta medida deberá
convivir, durante el período de tiempo establecido por el
Juez, con otra persona, con una familia distinta a la suya o
con un grupo educativo, adecuadamente seleccionados
para orientarle en su proceso de socialización.
11. Prestaciones en beneficio de la comunidad. La
persona sometida a esta medida, que no podrá imponerse
sin su consentimiento, ha de realizar las actividades no
retribuidas que se le indiquen, de interés social o en
beneficio de personas en situación de precariedad.
12. Realización de tareas socio-educativas. En este
caso el menor ha de realizar, sin internamiento ni libertad
vigilada, actividades específicas de contenido educativo,
encaminadas a facilitarle el desarrollo de su competencia
social.
13. Amonestación. Consiste en una reprensión del
menor, llevada a cabo por el Juez de Menores, y dirigida a
hacerle comprender la gravedad de los hechos cometidos
y las consecuencias negativas que los mismos han tenido
o podrían haber tenido, instándole a no volver a realizar
dichas conductas en el futuro.
14. Privación del permiso de conducir ciclomotores y
vehículos a motor, o del derecho a obtenerlo, o de las
licencias administrativas para caza o para uso de
cualquier tipo de armas. Esta medida podrá imponerse
como accesoria, cuando el delito o falta se hubiere
cometido utilizando un ciclomotor o un vehículo a motor,
o un arma, respectivamente.
15. Inhabilitación absoluta. La medida de
inhabilitación absoluta produce, sobre el que recayere, la
privación definitiva de todos los honores, empleos y
cargos públicos que pudiera tener, incluidos posibles
cargos electivos, así como la incapacidad para obtener los
mismos, o para ser elegido para cargo público, durante el
tiempo de la medida.
En la cuadro 21.10 se muestra el total de medidas que
fueron ejecutadas en 2008 en España y la tasa
correspondiente por cada 100.000 menores de la
población.
CUADRO 21.10. Total de medidas juveniles que fueron ejecutadas o
estaban en ejecución en 2008
Total Tasas /
2008 100.000
MEDIDAS PREVISTAS EN EL ART. 7 (LRPM) 38.531 1033,4
Internamiento régimen cerrado 1.285 34,5
Internamiento régimen semiabierto 4.068 109,1
Internamiento régimen abierto 150 4,1
Total de internamientos 5.503 147,6
Internamiento terapéutico 589 15,8
Tratamiento ambulatorio 1.450 38,9
Asistencia centro de día 347 9,6
Permanencia de fin de semana 1.438 38,6
Libertad vigilada 17.251 462,7
Prohibición de aproximarse a la víctima 399 15,5
Convivencia con otra persona, familia u otro grupo 589 15,8
educativo
Prestaciones en beneficio a la comunidad 7.964 213,6
Realización de tareas socioeducativas 2.672 71,7
Amonestación 171 15,5
Privación de permiso de conducir 158 15,4
Inhabilitación absoluta 0 0,0

(Fuente: Redondo et al., 2011, a partir de la Estadística básica de medidas


impuestas a los menores infractores —datos 2008—, Dirección General de
Política Social, de las Familias y de la Infancia del Ministerio de Sanidad y
Política Social, 2010).

En el cuadro 21.11, todas las anteriores medidas se han


agrupado en tres grandes categorías, en función de su
naturaleza: punitivas, comunitarias y socioeducativas.
CUADRO 21.11. Medidas penales juveniles ejecutadas en España en 2008

(Fuente: Redondo et al., 2011, a partir de la Estadística básica de medidas


impuestas a los menores infractores —datos 2008—, Dirección General de
Política Social, de las Familias y de la Infancia del Ministerio de Sanidad y
Política Social, 2010).
Nota: Las medidas punitivas incluyen el total de los internamientos más los
internamientos terapéuticos y la prohibición de aproximarse a las víctimas.
Las medidas socioeducativas incorporan la convivencia en otro grupo
educativo, las prestaciones en beneficio de la comunidad y las tareas
socioeducativas. Y las medidas comunitarias aglutinan el resto de las medidas
aplicadas.

Como puede verse, en la Justicia de menores existe, en


consonancia con la naturaleza educativa de la LRPM, un
predominio en la aplicación de medidas comunitarias,
seguidas de las intervenciones socioeducativas, y una
menor proporción de medidas de un cariz más punitivo,
tales como los internamientos.

21.4.2. Intervenciones con menores infractores


desarrollas en España
Más allá de las medidas formales o legales ejecutadas
con los menores infractores, es importante también
conocer cuáles son las intervenciones y programas
específicos que se llevan a cabo con ello. Según datos de
los servicios de justicia juvenil de las distintas
comunidades autónomas españolas, que fueron recogidos
y sintetizados por Redondo et al. (2011, 2012), en España
se realizan muy diversas intervenciones educativas y
tratamientos con infractores juveniles, que pueden
clasificarse en las siguientes siete categorías principales:
1) intervenciones educativas y escolares, 2) prelaborales y
laborales, 3) educación psicosocial, 4) intervenciones
psicoterapéuticas y tratamientos, 5) intervenciones en
salud y trastornos mentales, 6) ocio y tiempo libro, y 7)
intervenciones con menores y sus familias.
En el cuadro 21.12 se recogen, a continuación, dichas
categorías de intervención, las actuaciones y programas
aplicados en el marco de cada categoría, así como una
hipótesis de Redondo et al. (2011) acerca de aquellos
factores de riesgo con los que dichas actuaciones podrían
guardar una relación más estrecha.
CUADRO 21.12. Actividades e intervenciones desarrolladas en el sistema
de Justicia juvenil español con los menores infractores
Factores de riesgo
frecuentes en delincuentes
Categorías de
juveniles, que podrían estar
las Actividades desarrolladas
relacionados con las
intervenciones
intervenciones que se
efectúan
Cursos de neolectores y de
Déficit en habilidad lectora
alfabetización
Bajo rendimiento académico
Cursos de formación reglada
1) Actividades Desvinculación/ fracaso
Talleres de alfabetización y
educativas y escolar
castellano para extranjeros
escolares Absentismo escolar
Talleres de escritura
Abandono de la escuela
Taller de fomento de la lectura
secundaria
Taller de nuevas tecnologías
Talleres prelaborales y cursos de
formación ocupacional: carpintería,
informática, albañilería, jardinería…
Programa de experiencias
profesionales para el empleo: visita
de empresas, entrevistas a Déficit en aspiraciones
2) Actividades profesionales, prácticas laborales
prelaborales y profesionales… Muchos cambios de puesto de
laborales Programa de orientación e inserción trabajo
laboral Desempleo frecuente
Talleres de técnicas de búsqueda de
empleo
Habilidades sociales específicas
para el empleo
Planes ocupacionales

Capacitación doméstica Hostilidad e irritabilidad


Programa “Ahórrate la cárcel” Impulsividad
Prevención violencia de género Propensión a mentir y
Relaciones interpersonales engañar
(habilidades sociales, comunicación, Acoso a otros
autocontrol, resolución de Bajas habilidades
problemas interpersonales, interpersonales
responsabilización del delito, Falta de empatía/ altruismo
3) Actividades violencia…) Locus de control externo
de educación Educación afectivo sexual Creencias y actitudes
psicosocial Prevención de violencia familiar favorables al comportamiento
Educación maternal antisocial (y de neutralización
Seguridad vial de culpa)
Prevención de drogodependencias Déficit de razonamiento
Prevención conductas violentas moral
Prevención conductas xenófobas Déficit en role-taking y role-
Cuidado de animales playing
Dilema moral y valores Bajos autoestima/
autoconcepto

Programa específico maltrato


familiar
Tratamiento sustancias tóxicas
Programa manejo de la agresividad
Programa manejo de la
hiperactividad
Programa control de impulsos y
habilidades sociales
Programa específico delitos de
agresión sexual
4) Programa específico delitos de
Intervenciones violencia familiar Mismos factores de riesgo
psicoterapéuticas Programa específico para menores anteriores (consolidados)
y tratamientos sometidos a medidas de larga
duración por delitos graves y de
alarma social
Programa de tratamiento basado en
el Sistema de Créditos
Positivos/Negativos
Programa de mediación y resolución
de conflictos
Programa de gestión del riesgo de
reincidencia

Educación para la salud: primeros


auxilios, hábitos higiénicos y
dietéticos, creencias sobre el
consumo de tabaco, alcohol y otras
drogas Problemas de atención
5) Actividades e Revisiones médicas Trastorno de estrés post-
intervenciones Tramitación de tarjetas sanitarias traumático
en salud y Tratamiento de patologías físicas del Esquizofrenia
trastornos menor Tendencias suicidas
mentales Tratamiento y prevención de Déficit de atención con
trastornos mentales: depresión, hiperactividad
ansiedad, enuresis, otros trastornos
mentales, drogodependencias, etc.
Trastornos sexuales
Taller prevención VIH
Programa de optimización del
tiempo de ocio
Tiempo libre organizado
Pocos amigos
(actividades culturales, deportivas,
Amigos delincuentes
sociabilidad, etc.) y tiempo libre no
6) Actividades Pertenencia a una banda
organizado (limitaciones en
de ocio y tiempo juvenil
horarios, amistades y lugares, etc.)
libre Tendencia al aburrimiento
Taller educación física y deportiva
Búsqueda de nuevas
Visitas a diferentes salas de ocio y
experiencias y sensaciones
fiestas
Relación con el grupo
Juegos y lectura
Promover la implicación de la
familia
Programa de apoyo familiar
Programa de atención a conductas Bajos ingresos familiares
violentas dentro del ámbito familiar Dependencia social
Sesiones diseñadas para la mejora Familias monoparentales
7) Actividades e de las relaciones paterno-materno- Familias numerosas e
intervenciones filiales incompetencia parental
con los menores Intervención con grupos de padres y Tensión
y sus familias madres Desacuerdo familiar
Programa de entrenamiento a padres Conflicto entre padres e hijos
y madres Maltrato del niño
Intervención sobre las relaciones Crianza inconsistente/
intrafamiliares (conflictividad, punitiva/ abandono/ rechazo
fugas, comunicación, etc.)
Expresión de las emociones y
sentimientos
(Fuente: Redondo, Martínez-Catena y Andrés, 2012)

21.4.3. Investigación empírica


La investigación de la delincuencia juvenil, y en
particular del funcionamiento y posible eficacia de la ley
de menores, ha suscitado un creciente interés en
Criminología.

A) Equidad de la Ley
Por ejemplo, Pérez Jiménez (2005) analizó el
funcionamiento del sistema de justicia juvenil a partir de
la teoría del etiquetado o labelling approach. Su punto de
partida, o hipótesis, fue la siguiente: “Considero que en el
procedimiento penal de menores la selección [la inclusión
de estos en el sistema], no solo se produce, sino que
refuerza el proceso estigmatizador iniciado en otras
instancias informales, siendo la situación de desventaja
social la que tiene un mayor efecto en la posibilidad de ser
etiquetado como delincuente […]” (p. 135). A
continuación Pérez Jiménez definió operativamente las
“medidas más restrictivas” como aquellas que, dentro de
la LORPM, suponen un internamiento del menor
(incluyendo también el internamiento abierto y el
terapéutico) o bien la permanencia de fin de semana en su
propio domicilio o en un centro. Para valorar la posible
situación “personal y sociofamiliar más desfavorecida” de
los menores, la autora se basó en los informes del equipo
técnico de los juzgados, que pudieran poner de manifiesto
dicha condición.
Su estudio empírico incluyó dos muestras
complementarias: una de 242 casos de menores, incoados
en tres juzgados de Andalucía en los años 1998, 1999 y
2000, conforme al procedimiento de la previa ley de
menores LO 4/92; y una segunda muestra integrada por
300 casos, juzgados también en Andalucía, pero de
conformidad a la vigente ley 5/2000. La hipótesis de
partida de la autora no pudo ser confirmada a partir de los
datos. Tanto en la primera muestra como en la segunda
abundaron tanto los jóvenes que provenían de situaciones
personales y sociales favorables como aquellos en
situaciones desfavorables. Y tales factores no parecieron
guardar relación con el tipo de medidas, más o menos
restrictivas, impuestas por los tribunales de menores.
B) Desjudicialización e interés del menor
Rechea y Fernández Molina (2006) evaluaron la
utilización que jueces y fiscales realizaban de las medidas
previstas por la ley vigente, y, en concreto, en qué grado
se empleaban con los menores actuaciones tendentes a
desjudicializar los casos, es decir, a evitar que el joven
pasase por las diferentes etapas y situaciones a que puede
verse sometido en el marco del sistema de justicia juvenil.
Con tal fin, distinguieron entre las acciones desarrolladas:
a) por el fiscal, el cual, de acuerdo con el artículo 18 de la
LORPM, puede suspender el proceso si el menor es
primario y el delito no es grave; y b) las llevadas a cabo
por el juez, quien, en virtud de la filosofía implícita en la
justicia de la restauración, puede ofertar a las partes el
cierre del procedimiento, con tal de que el delincuente
juvenil se avenga a reparar el daño causado a la víctima, o
bien participe en alguna actividad social acordada, o
llegue a conciliarse de algún otro modo con la víctima
mediante un proceso de mediación.
Según datos de 2002, es decir, prácticamente al inicio de
la aplicación de la nueva ley de menores, las autoras
hallaron que un porcentaje importante (del 43%) del
conjunto de las causas judiciales iniciadas con menores,
finalizaba realmente con una intervención
desjudicializadora, que generalmente se adoptaba a
iniciativa del propio fiscal.
En segundo término, Rechea y Fernández Molina
(2006) analizaron el tiempo que tardaban en finalizarse
los procedimientos judiciales. Para ello estudiaron el
funcionamiento de los juzgados de menores de Castilla-
La Mancha durante el año 2002. Encontraron que, por
término medio, desde que el delito se había cometido
hasta que el juzgado lo sobreseía, cuando así se
consideraba para el mejor interés del menor, pasaba un
periodo 20,2 meses, tiempo que se reducía a 4,6 meses si
se contaba desde el momento, no de la comisión del
delito, sino de incoación del expediente judicial. Para la
aplicación de mediación y reparación, los periodos
medios transcurridos fueron de 8,1 y 5,6 meses,
respectivamente. Y para aquellos casos en que los
expedientes habían terminado en una medida judicial, lo
que significaba que el procedimiento había llegado a su
conclusión, los valores fueron de 13,8 meses desde que el
delito se hubo cometido, y de 9,3 meses desde que se
abriera el expediente. De este modo se comprobó un
resultado lógico: cuanto más penetra un caso en el
procedimiento del sistema de justicia juvenil más tiempo
tarda en concluirse.
Una tercera línea de análisis de Rechea y Fernández
Molina (2006) se dirigió a evaluar la fase de la sentencia,
y en particular el grado en que las medidas impuestas
atendían al principio del “superior interés del menor”
(artículo 3.1. de la LORPM), considerando para ello las
necesidades educativas, sociales, etc., del joven
(valoradas por el equipo técnico), por encima de otros
factores como la edad, el tipo de delito y su gravedad, y si
el joven era reincidente o primario. A este respecto, las
autoras consideraban la duración de las medidas
impuestas por la reforma de la LO 7/2000 como
“demasiado largas si el propósito de la ley era actuar en el
mejor interés del menor, [ya que] si la rehabilitación no ha
tenido éxito con una medida de dos años, la probabilidad
de éxito de una medida con una duración superior es
mínima, no importan las circunstancias personales o
familiares que concurran en el joven”. De ahí que fueran
muy críticas con la reforma, antes analizada, que aumentó
la duración de las medidas de internamiento en caso de
delitos muy graves (violaciones y homicidios), hasta los 8
años para los jóvenes en la franja de edad de 16-17 años
(4 años para los menores de 16 años), y para el supuesto
de delitos terroristas (10 años y 5 años, respectivamente).
Las autoras consideraban que no era una buena idea que
la ley atase de manos a los jueces, al imponer
obligatoriamente unas medidas de internamiento en el
caso de delitos graves, ya que, en su opinión, las
circunstancias personales y sociales deberían ser los
elementos decisivos a este respecto, y no meramente la
naturaleza del delito cometido.
C) Libertad vigilada
En un estudio específico sobre la aplicación de la
medida de libertad vigilada a infractores juveniles,
concretamente en una muestra de 60 menores de las
provincias de Zaragoza, Málaga y Toledo, Bernuz,
Fernández, y Pérez (2009a) constataron que la “libertad
vigilada” puede ser un buen instrumento de intervención
con menores infractores, permitiendo conjugar objetivos
de educación y de control. Toda la información necesaria
para esta evaluación se recogió mediante un cuestionario
diseñado al efecto, que permitió obtener datos relativos a:
1) variables del menor [edad, residencia, delito cometido,
e información psicosocial sobre la familia del menor; la
información familiar permitió clasificar a los menores, a
este respecto, en cuatro categorías: a) sin problemática
familiar, b) con problemática familiar leve, c) con
problemática moderada, y d) con problemática grave]; 2)
tramitación del expediente (posible medida cautelar,
conformidad o no con la medida, posible existencia de
condiciones de suspensión, etcétera); 3) desarrollo de la
ejecución de la medida (fechas de los diversos trámites,
programa individualizado de ejecución de medida,
etcétera); 4) resultados (asistencia a las entrevistas y
actividades, grado de cumplimiento de los objetivos
establecidos, valoración realizada por los técnicos,
etcétera). Para la obtención de esta información, además
de los propios expedientes, también se entrevistó a los
educadores que habían tenido a su cargo la ejecución de
las medidas.
La muestra estaba integrada en un 80% por varones, y
mayoritariamente por jóvenes de nacionalidad española,
con un 16,7% de menores inmigrantes. Una proporción
elevada de menores (40%) pertenecía a familias con
problemáticas, entre moderadas y graves, en lo referido a
la educación de los hijos así como a circunstancias de
drogadicción o comportamiento delictivo de los padres.
Un alto porcentaje (64,7%) presentaba problemas de
conducta, tales como amenazas o agresiones a
compañeros, y también violencia verbal y física con su
familia. En un 63,3%, los jóvenes infractores evaluados
tenían como amigos a otros chicos y chicas
“problemáticos”, consumidores de drogas y con
frecuentes conductas agresivas y delictivas. Muchos de
ellos (hasta un 33,3%) presentaban trastornos en su
desarrollo cognitivo, emocional y comportamental. En
relación con el historial delictivo y judicial de los
menores, un 56,6% tenía antecedentes en la Fiscalía o los
Juzgados de menores, habiendo cumplido
aproximadamente la mitad de ellos medidas previas de
libertad vigilada y, en algunos casos, de internamiento.
En sus análisis, estas autoras consideran que la
dimensión “control” de conducta del menor se haría
explícita en las interacciones del educador y el menor a
partir de sus entrevistas periódicas, de las llamadas del
educador a los diversos servicios a que acude el menor
(escuela, talleres, posibles trabajos, programas de
deshabituación a drogas, intervenciones familiares,
etcétera) y, también, mediante los informes de
seguimiento del menor. Por su parte la dimensión
“educación” se concretaría durante la ejecución de la
medida a través de los contenidos específicos en los que
el educador y otros profesionales trabajan con el menor.
Por ejemplo, en el área del conflicto judicial (que ha
dado lugar a la medida judicial impuesta) el educador
suele tratar con el menor, durante las entrevistas, la
cuestión de su propia responsabilización por el hecho o
hechos delictivos cometidos, así como también sobre las
emociones y reacciones de cada menor ante la medida que
le ha sido impuesta, y sobre los controles que el propio
educador tiene sobre él. En el área de desarrollo
individual y de salud se trabaja con él mediante talleres
diversos, programas de deshabituación a drogas, etcétera.
En el área familiar y social se hace lo propio en relación a
contenidos relativos a los familiares y otras personas
significativas del contexto próximo del sujeto. Por último,
en el área formativo-laboral, los educadores y monitores
de formación suelen motivar al menor en relación con la
continuación de su propia participación, le acompañan en
la selección de la formación que más le atrae y puede
convenirle, le entrenan en la búsqueda de empleo,
etcétera.
Así, la medida de libertad vigilada, bien realizada,
puede cumplir, en opinión de Bernuz et al. (2009a) un
extraordinario papel mixto, en que se combinen de modo
equilibrado la educación y el control del comportamiento
de los jóvenes infractores.
Los principales resultados de la ejecución de la presente
medida de libertad vigilada fueron los siguientes:
• Las intervenciones más frecuentemente propuestas en
el marco de los Programas Individualizados de
Ejecución de Medida fueron las siguientes: 1)
promoción, búsqueda y mantenimiento del empleo (en
un 68,3% de los casos evaluados), 2) talleres de
habilidades sociales, drogas o sexualidad (61,7%), 3)
control de tóxicos y prevención (48,3%), 4)
actividades formativas y de refuerzo de los estudios
(41,7%), 5) comportamiento adecuado en casa
(36,7%), 6) entrevista y tratamiento familiar (36,7%),
7) evitar compañías antisociales (28,3%), 8)
actividades de tiempo libre (23,3%), 9) tratamiento
psicológico o médico (20%), 10) no cometer delitos
(18,3%), 11) reflexión sobre el delito (16,7%), 12)
apoyo educativo o de comportamiento (15%), 13)
comportamiento adecuado en el colegio, trabajo,
talleres, etcétera (13,3%), y 14) comportamiento
adecuado con educadores, acudir a citas, etcétera
(10%).
• En los expedientes evaluados no se constató una clara
correspondencia entre las necesidades educativas
detectadas y las concretas intervenciones llevadas a
cabo. A veces se propusieron intervenciones
orientadas a objetivos que no habían sido
identificados, al menos de manera explícita, como
necesidades del menor y, viceversa, se habían
detectado necesidades educativas a las que después no
se asignó una intervención específica.
• A la hora de llevar a cabo las intervenciones, los
educadores utilizaron tanto las propias actuaciones y
posibilidades como, también, recursos ajenos,
especialmente de los ámbitos de la salud, la formación
y el trabajo. Los educadores entrevistados
consideraron que existía una gran carencia de medios
de salud mental y apoyo psicológico para jóvenes,
terapias y control de drogodependientes, y apoyo
multidisciplinar a familias problemáticas.
• La mayoría de los menores (el 83%) acudió
regularmente a las entrevistas con los educadores y al
resto de las actividades que les habían sido asignadas
(el 78%), incluido el plan de trabajo del Programa
Individualizado (el 63,5%).
• En general se observó una correlación positiva (y
estadísticamente significativa) entre la asistencia del
menor a las entrevistas y actividades establecidas y su
cumplimiento del plan de trabajo e implicación en el
proceso educativo de la libertad vigilada. Como
medidas de eficacia, se valoraron los logros en las
siguientes áreas de actuación: familiar,
formativo/laboral, grupo de amigos, aspectos
personales (psicológicos y relativos a posibles
adicciones) y responsabilización. Los mejores
resultados se obtuvieron en las áreas de
responsabilización y formativo/laboral, resultados
moderados en el área familiar, y resultados bajos en
las áreas personal y del contacto con amigos
problemáticos. La consecución plena de los objetivos
se logró entre el 46,7% y el 63% de los casos. Pese a
ello, se constató la existencia de un pequeño grupo de
menores con los que, incluso asistiendo a las
actividades previstas, no se lograron los resultados
deseados.
Bernuz et al. (2009b), en consonancia con los datos de
su evaluación, valoraron positivamente las intervenciones
realizadas en el marco de la libertad vigilada, aunque
sugirieron la necesidad de idear nuevas estrategias de
control, de educación y de reinserción para la ejecución
de esta medida.
D) Opinión pública: ¿Educación o castigo de
los menores infractores?
En relación con los menores infractores, es frecuente
que se aduzca que la opinión pública lo único que valora
y requiere es un castigo firme y ejemplarizante,
argumento que ha sido el punto de partida de las diversas
reformas llevadas a cabo para endurecer la ley de
menores. Si embargo, los ciudadanos no suelen mostrar a
este respecto una opinión tan unívoca, sino que
acostumbran a manifestar tanto una demanda de defensa
social y castigo de los delincuentes juveniles como, al
mismo tiempo, la necesidad de su rehabilitación y
reinserción social.
Por ejemplo, en un estudio de opinión del Observatorio
de la Actividad de la Justicia (2012), preguntados acerca
de diferentes opciones de castigo de los delincuentes
jóvenes, los ciudadanos encuestados puntuaban con notas
elevadas y parecidas (entre 6,5 y 8,2 puntos sobre 10) las
siguientes alternativas de actuación con los menores (p.
92):
– La única forma de evitar que los jóvenes delincuentes
vuelvan a cometer delitos es castigarles debidamente
(6,9).
– Enviar a los jóvenes delincuentes a prisión no tiene
mucho sentido porque esto solo incrementa la
delincuencia ya que las prisiones son escuelas de
delincuencia (6,3).
– Como la mayoría de jóvenes delincuentes cometen
delitos una y otra vez, la única manera de proteger a
la sociedad es enviarlos a prisión cuando son jóvenes
y mantenerlos allí (5,1).
– Deberían establecerse penas más duras para la
mayoría de los delitos que cometen los jóvenes (7).
– Una forma de prevenir la delincuencia juvenil es
reforzar la disciplina, e incluso si es preciso la mano
dura, en la familia y en la escuela (6,8).
– Debería proporcionarse más ayuda y apoyo a la
familia de los delincuentes juveniles (6,5).
– Una forma de prevenir la delincuencia juvenil es
dedicar más recursos a los centros escolares y a sus
actividades extraescolares (8,2).

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Sería necesario confeccionar estadísticas de delincuencia juvenil en España que
integrasen las cifras correspondientes a los diferentes cuerpos policiales
(nacionales y autonómicos), y también la actuación en el conjunto del estado de
los juzgados y administraciones autonómicas en materia de menores infractores
(casos atendidos, medidas impuestas, intervenciones aplicadas, etc.).
2. Tal y como revelan los estudios sobre reincidencia y —en menor medida— los
estudios de autoinforme, solo un pequeño número de menores mantienen una
actividad delictiva sostenida. El sistema de justicia juvenil debería orientarse,
principalmente, a tratar de interrumpir la carrera delictiva de estos menores
infractores crónicos.
3. La alarma social existente en España acerca de la delincuencia juvenil, provocó
que la Ley 5/2000 naciera ya con una inmediata reforma que aumentó la dureza de
las medidas aplicables a los menores, dureza que se ha consolidado en reformas
posteriores. A pesar de todo, las estadísticas muestran que la gran mayoría de los
delincuentes juveniles recibe una medida extrajudicial o una medida comunitaria o
de amonestación.
4. Probablemente, uno de los retos más importantes que tiene la justicia de menores
reside en la calidad de las intervenciones que se realizan con los menores, por
encima de la cuestión de la seguridad y la dureza de las medidas impuestas.
Urgiría avanzar en dirección a construir una metodología moderna de evaluación,
predicción y elaboración de programas, de acuerdo con los principios de la
evidencia científica. Un sistema de gestión del riesgo y de tratamiento adaptado a
las necesidades de los jóvenes haría mucho más por disminuir la reincidencia que
el puro aumento de las sanciones.
5. Diversos resultados de investigación apoyan que la mayor eficacia para la
disminución de la reincidencia de los menores puede lograrse a partir de una
combinación equilibrada de medidas comunitarias y la aplicación en ellas de
intervenciones orientadas a solventar las necesidades educativas, psicológicas y
sociales de los menores. Han mostrado ser útiles para ello las terapias cognitivo-
conductual y multisistémica, posibles tratamientos farmacológicos, justicia
restaurativa, tutorización y supervisión de los casos, programas de educación, y
formación profesional. Lo mismo sería aplicable a las intervenciones y
seguimientos que deberían realizarse tras la liberación de los jóvenes de
instituciones cerradas.
6. Para fomentar el desistimiento delictivo, deberían ofrecerse también programas de
empleo y de mejora de la interacción social, así como otras intervenciones
destinadas a reducir las transiciones vitales desordenadas y problemáticas, tales
como abandonar la escuela secundaria sin graduarse, o como la paternidad
adolescente.
7. Otros programas útiles pueden ser aquellos especialmente dirigidos a barrios de
alta criminalidad, que se orienten a reducir las oportunidades delictivas, tales
como “patrullas policiales de lugares de concentración de delitos” y prevención
situacional del delito, evitación de la adscripción de los jóvenes a bandas
juveniles, y reducción del tráfico de drogas.
8. A la luz de los efectos positivos que a largo plazo tienen los programas de visitas
domiciliarias para mejorar el cuidado sanitario y la educación temprana de los
bebés en contextos familiares de riesgo, los programas de capacitación de los
padres para la crianza infantil, y, en general, las intervenciones familiares, se
deberían aplicar de forma más amplia y efectuarse seguimientos para evaluar sus
efectos sobre la futura delincuencia juvenil.

9. Por lo que respecta a la actuación del sistema de justicia juvenil, en España se ha


hecho una labor importante para adaptarla a las necesidades que plantea hoy la
delincuencia de menores. Como resultado de ello, en las diferentes comunidades
autónomas españolas se llevan a cabo múltiples intervenciones, de diversa índole,
con los menores y sus familiares. Aun así, deberían efectuarse mayores esfuerzos
para definir y estructurar mejor dichas actuaciones y programas, en conexión con
las necesidades específicas de los diversas categorías y grupos de menores
infractores, así como para evaluar empíricamente su eficacia.
10. También debería prestarse especial atención a la cuestión, a veces impopular en
tiempos de frecuente invocación de políticas de “tolerancia cero”, de la
reaceptación adecuada de los delincuentes juveniles en la vida comunitaria
(familiar, laboral, de ocio, etcétera). La condena y estigmatización de los
infractores juveniles en el marco de las instituciones de justicia puede tener graves
efectos perniciosos para su vida presente y sus posibilidades sociales futuras. En
un paralelismo inverso al etiquetado que acompaña a muchos procesos de control
penal, la reinserción social de los jóvenes infractores probablemente requeriría un
proceso final de “des-etiquetamiento”, que formalizase su vuelta a la comunidad
social y reinstaurase su consideración pública como no-delincuentes.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué se puede concluir de los datos de autoinforme sobre la extensión de la
delincuencia juvenil en España? ¿Y en relación a las estadísticas oficiales?
2. ¿Cuáles son las categorías delictivas en que participan en mayor grado los
menores?
3. ¿Qué indica la investigación existente acerca de la reincidencia delictiva de los
jóvenes? ¿Existe relación entre la reincidencia juvenil y la reincidencia adulta?
¿Hay continuidad entre ambas? ¿Qué características tienen los menores
reincidentes?
4. ¿Cuál es la consideración existente en los países europeos acerca de las edades de
responsabilidad penal juvenil y adulta? ¿Y sobre la duración de las medidas
aplicables a los menores? Se sugiere, como ejercicio para los alumnos, la
búsqueda de dichas edades en otros países y regiones del mundo.
5. ¿Qué son las intervenciones tempranas en materia de delincuencia? ¿Cuáles son
sus finalidades? Buscar programas específicos de intervención temprana.
6. ¿Qué novedades introdujo la Ley de Menores de 2000? ¿Qué medidas establece
para los menores?
7. ¿Cuáles son las principales intervenciones aplicadas con los menores infractores en
España? ¿Y en otro países? ¿Y en tu comunidad autónoma en particular?
8. ¿Cuáles han sido algunas de las líneas de investigación empírica de la justicia de
menores en España? Buscar nuevos artículos y estudios a este respecto.

1 Las leyes que regulaban el comportamiento antisocial de los menores


delincuentes fueron objeto de un amplio debate en España, en las décadas
que siguieron a la transición política, en diferentes sectores de las ciencias
sociales y, por supuesto, en los ámbitos de la Criminología y el derecho.
En particular, el problema radicaba en que la legislación de menores
precedente se remontaba a la Ley de Tribunales Tutelares de Menores del
año 1948, cuya reforma parcial se llevó a cabo en 1992, dando lugar a la
Ley Reguladora de la Competencia y el Procedimiento de los Juzgados de
Menores (ley 4/92). A pesar de la reforma introducida por esta última,
varios autores la calificaron de “parche” y poco profunda en sus
contenidos (véase Muñoz, 1992), de ahí que la ley actual 5/2000 fuera
saludada como un avance importante —si bien en medio de una abierta
polémica por mor de la falta de recursos que acompañaron su nacimiento
y su supuesta blandura— como la “ley de justicia juvenil de la
democracia”. Antes de estudiar en profundidad la ley actual, es importante
hacer un poco de historia.
A pesar de las críticas que en su momento recibiera la reforma introducida
por la Ley 4/92, hubo acuerdo amplio en que las modificaciones que
introdujo la ley 4/92 eran necesarias. Especialmente, dos eran los artículos
de la ley de 1948 que suscitaban la indignación de los juristas: el artículo
9 y el 15 (Beristain, 1985; Prieto, 1985; Movilla, 1983). El primero
establecía que los tribunales de menores habían de entender, además de
las acciones y omisiones que el código penal califica de delito o falta, de
“los casos de menores de dieciséis años prostituidos, licenciosos, vagos y
vagabundos siempre que, a juicio del Tribunal respectivo, requieran el
ejercicio de la facultad reformadora”. Por supuesto, este artículo
vulneraba el principio de legalidad, según el cual nada puede castigarse si
previamente no ha sido tipificado.
Por su parte el artículo 15 resultaba claramente incómodo con la legalidad
vigente de aquellos años y, de hecho, la promulgación de la Ley de
Menores de 1992,nació técnicamente como consecuencia de que el
Tribunal Constitucional declaró inconstitucional dicho artículo. El
problema radicaba en que en él se regulaba el proceso de actuación del
Tribunal en el que, a diferencia de lo que acontece en el caso de los
adultos, no intervenía un abogado defensor, ni tenían que realizarse
prácticas probatorias para dilucidar la culpabilidad del menor. En
definitiva, faltaban las garantías procesales propias del procesamiento de
los mayores de edad penal. Decía Prieto (1985, pp. 7-8) al respecto, que
“…se diseña un procedimiento claramente inquisitivo, donde el juez
dispone de absoluta libertad para utilizar los medios que estime más
oportunos (…) En puridad, el juez de menores es también defensa y
acusación, y el proceso un monólogo donde no cabe la contradicción”.
22. JUSTICIA CRIMINAL Y
SISTEMA PENITENCIARIO
22.1. SISTEMA DE JUSTICIA CRIMINAL Y CONTROL DEL
DELITO 975
22.2. LAS ALTERNATIVAS 981
22.3. EL SISTEMA PENITENCIARIO 986
22.3.1. Evolución de las cifras penitenciarias 989
A) Prisiones y punitividad en Europa 997
B) Extranjeros en prisión 1000
22.3.2. Efectos negativos del encarcelamiento: prisionización 1001
22.4. REINCIDENCIA 1008
22.5. COSTES SOCIALES Y ECONÓMICOS DE LOS DELITOS Y
SU CONTROL 1011
22.6. FINALIDADES DE LAS PENAS E IDEAL DE
REHABILITACIÓN 1016
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 1022
CUESTIONES DE ESTUDIO 1022

Una vez analizada en el capítulo precedente la justicia


de menores, en éste nos ocuparemos de la justicia
criminal adulta. En concreto, se prestará atención a la
estructura y funcionamiento del sistema de justicia
criminal, las penas y sus alternativas, el sistema
penitenciario (evolución del encarcelamiento, e
inconvenientes y posibles efectos negativos), la
reincidencia en el delito, los costes sociales y económicos
que comporta la delincuencia, y los debates actuales sobre
las finalidades de la justicia criminal, incluyendo el ideal
de rehabilitación de los delincuentes.

22.1. SISTEMA DE JUSTICIA CRIMINAL Y


CONTROL DEL DELITO
Los principales mecanismos formales que utiliza el
estado para el control de la delincuencia son la policía, los
tribunales de justicia y las prisiones. Los diversos estados
cuentan con un importante número de funcionarios
policiales, judiciales y penitenciarios, y destinan ingentes
presupuestos públicos a las finalidades de control del
delito. A partir de todos estos mecanismos, las sociedades
confían lograr distintas mejoras en relación con la
seguridad: reducción del volumen de sujetos implicados
en actividades delictivas y de la gravedad de estas
acciones, mejor atención y ayuda a las víctimas de los
delitos, mayor agilidad y eficacia de los órganos
encargados de la justicia y, tal vez, menor coste
económico de todos estos recursos y servicios.
En el cuadro 22.1 se recoge, de forma esquemática, el
funcionamiento del sistema de justicia criminal. Las
infracciones del código penal dan lugar a la intervención
del sistema policial (al que se ha hecho referencia en un
capítulo precedente), del sistema judicial, y, en los casos
más extremos, en que los individuos son condenados a
penas privativas de libertad, del sistema penitenciario.
CUADRO 22.1. Sistema de justicia criminal

Fuente: adaptación a partir de Redondo et al. (1997), El cost de la justícia


penal: privació de llibertat i alternatives. Barcelona: Generalitat de Catalunya,
p. 63.

En España, la Administración de justicia se halla


integrada por cuatro órdenes jurisdiccionales: el civil, el
penal, el contencioso-administrativo y el social. El orden
jurisdiccional penal es, con diferencia, el que presenta una
mayor magnitud. Del conjunto de 9.355.526 asuntos
ingresados en 2010 en el conjunto de los tribunales de
justicia, 6.639.356 correspondieron a cuestiones penales.
La dotación de jueces era en 2011 de 4.696 plazas,
integradas en 3.265 órganos jurisdiccionales, además de
un número muy superior de otros funcionarios de la
Administración de Justicia (Consejo General del Poder
Judicial, 2011).
En el capítulo 4 se presentaron datos acerca del número
de sentencias penales que se dictan anualmente en
España, que en 2011 fueron globalmente 221.590. Por lo
que se refiere a los delitos y penas más graves, 33.438
personas fueron condenadas por delitos contra la
propiedad, 21.458 por delitos de lesiones, 1.479 por
delitos sexuales y 557 por delitos de homicidio. Al
constatar estas cifras de condenados, una pregunta
necesaria es en qué medida estas condenas penales
podrían influir en la probabilidad de reincidencia posterior
de los sujetos sentenciados (prevención especial) y, más
ampliamente, de los ciudadanos en su conjunto
(prevención general).
Una consideración relevante de la Criminología clásica,
razonada ya por el propio Beccaria a finales del siglo
XVIII, es que para que un castigo sea eficaz debería ser
administrado de forma inmediata, tras haberse cometido
un delito. Y así se constata, en efecto, de acuerdo con la
investigación sobre aprendizaje humano: para que las
consecuencias de un comportamiento (gratificantes o
aversivas) puedan influir sobre la probabilidad futura del
mismo (aumentándolo o reduciéndolo), debe seguir, de
forma inmediata, a la realización del comportamiento. Sin
embargo, contrariamente a lo anterior, una de las
características más destacables y conocidas del
funcionamiento de la justicia penal es su parsimonia y
lentitud, de modo que generalmente suele transcurrir
bastante tiempo entre que un delito se produce y que el
delincuente es detenido, procesado y condenado (en el
mejor de los casos, en que ello sucede). Aunque la
duración de los procesos penales se ha reducido
considerablemente en los últimos años, puede estimarse
que todavía el tiempo que transcurre entre la comisión de
un delito grave y la aplicación de un castigo formal, como
es la condena a prisión, puede superar en muchos casos
uno o dos años.
Desde la perspectiva del delincuente, ¿qué influencia
puede tener sobre su conducta el hecho de pensar que si
su caso llegase a los tribunales, uno o dos años después,
podría ser condenado a prisión? De acuerdo con la
investigación criminológica disponible, parece que
muchos delincuentes (y, especialmente, muchos
encarcelados), que generalmente piensan en el “aquí y
ahora”, ni siquiera van a considerar esa posibilidad, o bien
podrían considerarla como un riesgo incierto, que con un
poco de suerte podrán evitar. Se sabe que,
psicológicamente, lo más eficaz para controlar el delito,
no es tanto la imposición a los delincuentes de severas
condenas como la inmediatez en la aplicación de las
consecuencias punitivas establecidas. De otro modo,
cuando el delincuente es sentenciado con una gran
demora temporal, puede incluso tener dificultades reales,
si ha cometido diversos delitos a lo largo de ese periodo,
para recordar qué hecho concreto motiva la pena que
ahora se le impone.
Quizás, en el caso de personas socialmente integradas,
que tienen un buen trabajo, una vivienda u otras
propiedades, una familia prosocial, amigos a los que se
hallan vinculados, etc. (es decir, todos esos elementos que
la criminología identifica como factores de control
informal), la posibilidad de ir a prisión, incluso varios
años después, y el riesgo de perder relaciones y bienes
como los mencionados, puedan ser decisivos para
disuadirles de cometer un delito. En cambio, para
personas que viven esencialmente al día, y no cuentan con
algunos de los frenos aludidos (trabajo, familia,
propiedades, amigos prosociales, etc.), como es el caso de
muchos de los delincuentes que son condenados, es
menos probable que el riesgo de males futuros inciertos
(como la posibilidad de ir a prisión) influya decisivamente
en su conducta presente.
De este modo, existe una grave contradicción entre el
funcionamiento complejo y lento del proceso penal y
nuestros conocimientos criminológicos sobre la
psicología humana. Aunque conocemos que la conducta
humana es influida prioritariamente por sus consecuencias
inmediatas, la persecución y el castigo legal de los delitos
funciona de modo que no es capaz de dar un respuesta
inmediata a la delincuencia. Lo anterior no es debido,
precisamente, a la inexistencia de legislación o a su falta
de detalle: las leyes penales y procesales son amplias,
complejas y diversas, y en ellas se recogen múltiples
normas, muy pormenorizadas, y que, pese a todo, dan
lugar a confusión y se muestran, en algunos casos,
incoherentes entre sí. Todo ello dificulta su aplicación
concreta. Contrariamente, existen pocas indicaciones
legales sobre el funcionamiento de la policía. En paralelo,
las elevadas exigencias formales en cuanto a la obtención
de pruebas influyen negativamente sobre el desarrollo del
proceso y retrasan considerablemente sus diversas fases,
en comparación con lo que sucede en otros países
europeos.
Uno de los factores que más contribuye a enlentecer el
proceso penal en España es la necesidad de comunicación
escrita de la mayor parte de los trámites procesales que
tienen lugar entre las diferentes instancias y partes que
intervienen. Muchos países cuentan con sistemas
procesales de mayor oralidad, de modo que el juez
convoca el juicio oral y la mayoría de las pruebas y
argumentaciones de las partes se efectúan en su presencia.
Además, la fiscalía prepara su actuación en estrecha
colaboración con la policía. Esta mayor inmediatez suele
acortar la duración del proceso, facilitando la presencia de
los testigos y la calidad de la información que éstos
pueden ofrecer. La demora de los juicios en España hace
que, pasado un tiempo prolongado, resulte más difícil
localizar a algunos testigos relevantes, o que éstos tengan
mayor dificultad para recordar con precisión lo sucedido.
Otro problema grave es el escaso contacto existente
entre los diversos órganos que intervienen en la
persecución de los delitos. De hecho, la policía, encargada
de recoger y presentar las pruebas ante los tribunales —
pruebas que constituyen los elementos esenciales del
proceso y del juicio oral— suele ser escasamente dirigida
por el juez de instrucción, quien, de este modo, influye
poco en la investigación criminal. La falta de información
y coordinación entre jueces, fiscales y policía puede
provocar en muchos casos una investigación de los delitos
incompleta o defectuosa, de modo que un número elevado
de procesados podría ser absuelto por carencias formales
en la obtención de las pruebas. La tasa de absoluciones en
España, sobre los casos juzgados, es, en comparación con
otros países europeos, elevada, de en torno al 20/30%. La
explicación más inmediata de ello no es probable que sea
que en otros países se condene a más inocentes, sino más
verosímilmente que en España deba absolverse a más
culpables por carencias en la formalización legal de las
pruebas.
Todos estos problemas suelen tener también reflejo en
la opinión negativa que los ciudadanos manifiestan en
España sobre el funcionamiento de la administración de
justicia. Según han puesto de relieve los estudios de
Toharia y sus colaboradores durante las últimas décadas
(por ejemplo, Toharia, 1975, 2003; Toharia y García de la
Cruz, 2005), los españoles no tienen una imagen de la
justicia como algo armónico y equilibrado, sino que más
bien ponderan su actuación como contradictoria y
extremada. Resulta favorable que, en general, se atribuya
elevada credibilidad y competencia a los jueces, a quienes
se considera honestos, imparciales, independientes y
preparados, valorándose positivamente el trato que ellos y
el resto del personal de los juzgados dispensan a los
ciudadanos. Sin embargo, se valora muy negativamente la
poca accesibilidad de la justicia y su lentitud y mal
funcionamiento, valoración que incluso habría tendido a
empeorar con el paso del tiempo (en 2005, el 44% de
encuestados opinaba que la justicia funcionaba “muy mal
o mal”, frente a un 28% en 1987). Ante ello, la inmensa
mayoría de los ciudadanos (el 75% de los encuestados en
2005) afirmaba que, ante un conflicto con otra persona,
preferiría “llegar a un acuerdo… aun a costa de perder
algo de lo que en justicia podría corresponder[le] pero
evitando así la intervención de terceros o el recurso a los
tribunales” (Toharia y García de la Cruz, 2005, p. 16).
Según el Barómetro de opinión pública en España
correspondiente a febrero de 2011 (CIS, 2011), los
tribunales de justicia obtenían una nota de 4.64 (sobre
10), que era sustancialmente más baja que la obtenida por
la Guardia Civil (6.32) y la Policía (6.15), aunque
superior a la lograda por El Parlamento (3.96) y el
Gobierno (3.36). En una encuesta de opinión del
Observatorio de la Actividad de la Justicia (2012), ante la
pregunta “¿Cómo diría usted que funciona en la
actualidad en España la Administración de Justicia?”, la
proporción de entrevistados que valoraron que la
Administración de Justicia funcionaba “mal o muy mal”
llegó a su máximo histórico, con un 65%, superando en
un 27% a las valoraciones del año 1987, y en un 19% a
las correspondientes al año 2010.
En síntesis, la imagen que se obtiene de este análisis
crítico es la de que la justicia penal muestra graves
problemas de lentitud, descoordinación, y falta de
eficacia. A pesar de ello, también es cierto que durante los
últimos años se ha ido adquiriendo una mayor conciencia
sobre estos problemas, y que se comienzan a dar pasos
para su paulatina mejora y solución.
En el terreno de la mera opinión, los autores de esta
obra valoran que, con la finalidad de mejorar el
funcionamiento de la justicia criminal, se requeriría
atender a aspectos como los siguientes:
• Modernización del funcionamiento de las oficinas
judiciales, adaptándolas a los parámetros de gestión de
cualesquiera organizaciones laborales, cuyos
elementos imprescindibles son la planificación, el
establecimiento de objetivos específicos, el diseño de
estrategias racionales para su logro, y la evaluación
periódica de sus resultados.
• El gran movimiento de papel que actualmente se
produce en los procedimientos criminales no es
garantía de su mayor veracidad y justicia. Se
requeriría una renovación profunda del sistema
procesal español, con eliminación de múltiples
trámites, plazos, diligencias, escritos, comunicaciones,
oficios, notificaciones y otras burocracias propias de
siglos pasados, dando prioridad a la oralidad e
inmediatez en el procedimiento.
• Probablemente, la mejora más importante podría ser,
en efecto, la generalización de los juicios orales y
rápidos, en los que las pruebas y los testigos fueran
directamente presentados ante juez, sin necesidad de
pasar por muchas de las diligencias que ahora les
preceden, y que poco aportan a menudo al
esclarecimiento de los hechos. Por ejemplo,
actualmente las declaraciones realizadas por los
testigos ante la policía necesitan una ratificación
“judicial”, pese a que, en la práctica, dicha declaración
acabe efectuándose con frecuencia, no en presencia
del propio juez (como idealmente pretende el
procedimiento), sino ante un funcionario auxiliar del
juzgado.
• Renovación del sistema de adscripción profesional de
fiscales y jueces —y del resto del personal judicial—
que avance en mayor grado, adentrado ya el siglo
XXI, hacia un sistema de provisión de vacantes sobre
una base preferente de méritos de formación y
especialización en campos concretos (delincuencia
juvenil, violencia de género, crimen organizado, etc.),
por encima del tradicional criterio de la antigüedad.
• Establecimiento de un sistema de información y
recuento de la delincuencia y la justicia basado en
técnicas estadísticas estándares, que permita a los
propios operadores de la justicia, a los poderes
públicos, a los científicos sociales y a los ciudadanos
interesados, conocer, con veracidad y rigor, la
magnitud y evolución de estas realidades sociales.
• Todas estas reformas y mejoras no podrán hacerse, a
nuestro juicio, exclusivamente desde dentro del propio
sistema judicial, como prioritariamente se pretende en
la actualidad. El saber de leyes y las buenas
voluntades no habilitan, en absoluto, para una gestión
eficiente del problema criminal y de las
organizaciones profesiones que se ocupan de su
represión y control. Además, los fuertes intereses
corporativos que son inherentes al ámbito de la
justicia, y que están sobrerrepresentados en todos los
órganos de decisión actuales, pueden constituir, más
que una ayuda, una rémora importante para la reforma
del sistema de justicia criminal. Ni la organización,
gestión y control del sistema educativo pueden
corresponder prioritariamente a los profesores, ni la de
la sanidad a los profesionales sanitarios, ni la del
ejército a los militares, ni, tampoco, la de la justicia
debería atribuirse esencialmente a los jueces, fiscales,
abogados y funcionarios que trabajan en ella. Es decir,
la “imagen experta” (en leyes) no es la única que debe
ser tomada en cuenta, ya que, en definitiva, “los
tribunales existen para servir a quienes los utilizan y
no al revés” (Leggatt, citado en Toharia y García de la
Cruz, 2005).

22.2. LAS ALTERNATIVAS


Durante las últimas décadas se ha producido, según se
comentará a continuación, un gran crecimiento del
número de encarcelados en todo el mundo. Este
crecimiento ha tenido lugar muy por encima, y en buena
medida al margen, de la propia evolución de las cifras de
delincuencia, que, en muchos casos, en lugar de aumentar,
se han reducido. Este ha sido el caso de Estados Unidos,
en donde Taylor (1992) y otros investigadores informaron
que durante la década de los ochenta se habían producido
dos fenómenos contradictorios: por un lado, una
disminución de un 10% en las tasas de la delincuencia;
por otro, paralelamente, un aumento superior al 100% en
la población carcelaria, con la consiguiente multiplicación
de los onerosos presupuestos asignados a la justicia
criminal. Esa misma tendencia al alza continuó en años
posteriores.
Esther Giménez-Salinas, prestigiosa jurista y criminóloga, ex-rectora de la
Universidad Ramón Llull, y Nils Christie, destacado criminólogo noruego, en
un congreso en Barcelona en 1987. La doctora Giménez-Salinas ha sido una
de las grandes impulsoras de la Criminología en España. Christie es uno de
los decididos defensores del abolicionismo, y su pluma provocadora le ha
llevado a influir poderosamente entre los criminólogos críticos de Europa y
Estados Unidos.

En Europa, y particularmente en España, la situación no


ha sido muy distinta. En casi todos los países de nuestro
entorno se ha observado este mismo fenómeno
paradójico: estabilización o disminución de las cifras
globales de delincuencia y, sin embargo, crecimiento
acelerado del volumen de encarcelados.
Sin embargo, no todos los sujetos que son ingresados en
prisión han cometido delitos igualmente graves, o de tal
alarma pública, que la única solución posible sea su
encarcelamiento. Consecuentemente, muchos de ellos tal
vez podrían ser condenados, sin especial peligro social, a
penas más comunitarias, reservando las penas de cárcel
para los delincuentes más violentos y de mayor riesgo.
Una perspectiva complementaria al análisis de las cifras
de encarcelados, se refiere al estudio de la relación entre
coste y efectividad de las penas de prisión. En España, los
presupuestos destinados a las prisiones, a lo que se hará
referencia más extensa en un epígrafe posterior, han
aumentado considerablemente a lo largo de las últimas
décadas. Bien es verdad que este crecimiento
presupuestario no solo ha obedecido al incremento de la
población encarcelada en sí, sino también a las diversas
mejoras, tanto estructurales como funcionales,
introducidas en el sistema penitenciario. Pero sí que, en
buena medida, el mayor gasto en prisiones guarda
relación directa con la hiperpoblación carcelaria a la que
se ha llegado.
Todas estas reflexiones plantean abiertamente la
pregunta de si es realmente necesaria una utilización tan
generalizada y masiva de las medidas penales de
encarcelamiento. O si, por el contrario, no debería optarse
por un mayor empleo de sanciones alternativas diversas,
que redujeran la población penitenciaria, abarataran los
costes del sistema de justicia criminal y, tal vez, tuvieran
mayor efectividad disuasoria y rehabilitadora que la
prisión.
Las legislaciones de casi todos los países europeos de
nuestro entorno prevén en sus legislaciones diversos tipos
de medidas alternativas, que, en algunos casos, están
siendo aplicadas de modo amplio. Una dificultad
conceptual y práctica, implícita en los actuales sistemas
de medidas alternativas y sustitutivos penales, es su
permanente referencia a la pena de prisión, de la que
constituyen una especie de alter ego. De este modo,
privación de libertad y alternativas son intercambiados
con frecuencia, tanto en una dirección como en la
contraria. Es decir, a menudo el individuo es condenado a
una pena de cárcel, que después es sustituida por una
medida alternativa, que, si es incumplida, puede
nuevamente tornarse en prisión. Sin embargo, tal y como
argumentaban Cid y Larrauri (1997), las alternativas
deberían ser consideradas opciones penales en sí mismas,
y no, como ahora sucede, meros ajustes o
transformaciones proporcionales de la pena de prisión.
Según ello, deberían desarrollarse “principios [penales]
que guíen la aplicación de alternativas en función de su
severidad, sin que sea necesario configurarlas en
comparación a la cárcel” (Cid y Larrauri, 1997: 21).
Desgraciadamente, el Código penal de 1995 defraudó
ampliamente a este respecto. A pesar de introducir
algunas sanciones alternativas a la privación de libertad,
concretadas, en particular, en la suspensión y la
sustitución de la prisión, estas alternativas fueron muy
inferiores a las que ya existían, en la década de los
noventa, en otras legislaciones penales europeas, como las
de Alemania, Francia, Holanda, Italia, Reino Unido,
Suecia, Suiza y Portugal. Las previsiones del Código
penal de 1995 se limitaban a posibilitar, por un lado, la
suspensión de penas privativas de libertad de hasta dos
años de duración para delincuentes primarios, o de hasta
tres años en caso de toxicómanos, y, por otro lado, a
permitir la sustitución de penas de prisión de hasta dos
años, por arrestos de fin de semana o por multa (Cid,
2008). La única previsión de una pena claramente
alternativa a la prisión, era la posibilidad de sustituir los
arrestos de fin de semana por trabajos en beneficio de la
comunidad (Torres Rosell, 2006a). En todo caso, la ley
prohibía expresamente el reemplazo directo de la pena de
prisión por la prestación de trabajos comunitarios, lo que
coartó las posibilidades de aplicación de esta última pena
y, en consecuencia, también, la aplicación por los
Tribunales de penas de cumplimiento en la comunidad.
En el cuadro 22.2 puede verse la distribución porcentual
de las penas aplicadas en diversos países europeos, según
datos de 1999, incluyendo multas, penas alternativas (más
suspensión de pena), y penas privativas de libertad.
CUADRO 22.2. Distribución de las penas aplicadas en diversos Países
Europeos (sobre datos de 1999): multas, penas alternativas (más
suspensiones de pena), y penas de privación de libertad
(Fuente: Redondo et al., 2006)

Como puede verse en el cuadro anterior, mientras que


en Alemania, Inglaterra/Gales, Portugal, Suecia, Suiza,
Francia y Países Bajos, sobresalía en 1999, en el total de
las sanciones impuestas, el empleo de las multas y las
penas alternativas (más la suspensión), en Italia y, en
mucho mayor grado en España, predominaba el uso de la
privación de libertad.
Posteriormente, las reformas legales acaecidas en
España en 2003 contribuyeron a ofrecer una mayor
disponibilidad de penas alternativas. Una novedad
destacable fue la supresión de los arrestos de fin de
semana, lo que tuvo una doble consecuencia (Torres
Rosell, 2006b). Una más punitiva, al otorgarse un mayor
peso a la pena de prisión, que pudo desde entonces ser
ejecutada como pena corta a partir de los tres meses (y no
de seis meses, como establecía originariamente el Código
penal de 1995). La segunda consecuencia, más favorable,
se concretó en el impulso dado a la pena de trabajos en
beneficio de la comunidad: se estableció como pena
principal para algunos delitos (hurto de uso de vehículos,
conducción bajo los efectos del consumo de alcohol o
drogas, y determinados supuestos menores de la violencia
de género —Larrauri, 2010), y, también, como pena
sustitutiva de penas de prisión de hasta un año y,
excepcionalmente, de hasta dos años. Lo anterior ha dado
lugar a una amplia utilización de la pena de trabajos en
beneficio de la comunidad en todos estos supuestos.
En el cuadro 22.3 se presenta la evolución seguida en
España, durante el periodo 2000-2011, por las Medida
Alternativas y, específicamente por las penas de Trabajos
en Beneficio de la Comunidad, que representaron en 2011
más del 85% del total de las Medidas Alternativas
aplicadas. La mayoría de las sentencias de Trabajos en
Beneficio de la Comunidad corresponden a delitos de
Seguridad Vial (un 68%, en 2011), y en una parte más
pequeña a delitos de Violencia de Género (19%), y a otros
delitos (13%).
CUADRO 22.3. Evolución en España de las cifras globales de Medidas
Alternativas (incluidas también Suspensiones y Sustituciones de pena y de
medidas de seguridad), y, específicamente, de Trabajos en Beneficio de la
Comunidad (TBC), en fase de ejecución de sentencia (2000-2011)
(Fuente: elaboración propia a partir del Informe General 2011 de la Secretaría
General de Instituciones Penitenciarias, Ministerio del Interior, y del
Departamento de Justicia de Cataluña)

Como puede verse en la figura, a partir de 2005 se inició


un aumento geométrico de la imposición de penas
alternativas, que alcanzó su mayor volumen en 2010 (con
243.283 medidas). La reforma del Código penal de 2010
supuso, como puede constatarse, una disminución notable
en el número de sentencias de este tipo, especialmente en
relación con infracciones contra la seguridad vial.

22.3. EL SISTEMA PENITENCIARIO


A lo largo de la historia se ha empleado la reclusión de
las personas como instrumento para preservar a los
poderosos, a los gobiernos y a la sociedad de aquéllos que
los amenazaban o atacaban, incluyendo en ello también
los delitos. En muchas ocasiones, y particularmente siglos
atrás, la finalidad de esta reclusión fue asegurar a los
presos en espera de atroces finales, como el tormento y la
muerte.
La portada del célebre libro de John Howard, sobre el estado de las prisiones.

Más recientemente, el encarcelamiento de los


delincuentes se convirtió en una finalidad en sí mismo
(Cerezo, 2007). Los reos de los delitos comenzaron a ser
condenados a permanecer en prisión, recluidos y privados
de libertad, durante prolongados períodos de tiempo. De
este modo se los segregaba de la sociedad, se impedía que
cometieran nuevos delitos, y se propiciaba que expiaran
su culpa. Pronto, el uso de la privación de libertad como
principal medida penal se expandió y generalizó en todo
el mundo. Las cárceles del siglo XVIII fueron ingentes
depósitos humanos, en que se acumulaban, tal y como
pusieron de relieve diversos reformadores, como el
pensador y filántropo británico John Howard (1726-
1790), sospechosos y delincuentes convictos, pero
también muchas personas desvalidas, como vagabundos,
pobres, prostitutas, y enfermos mentales.
Desde entonces hasta ahora, la pena de privación de
libertad ha proliferado universalmente como principal
medida punitiva para reprimir la delincuencia, y las
prisiones de la inmensa mayoría de los países se
encuentran repletas de delincuentes, convictos o en espera
de juicio.
Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros
días las prisiones han evolucionado poco a poco,
haciéndose paulatinamente más humanas y respetuosas
con los derechos de los internados, las inquietudes de los
profesionales que trabajan con ello y las expectativas de la
sociedad (Mapelli, 2007; Zamble y Porporino, 1988).
Aunque la pena de privación de libertad ha mantenido una
orientación esencialmente retributiva, en muchos estados
la retribución penal intenta hacerse compatible con el
ideal de reeducación y rehabilitación de los delincuentes
encarcelados.
Así es, por ejemplo, en España, donde la Constitución
de 1978 estableció que las penas privativas de libertad
habrían de orientarse hacia la reeducación y la reinserción
social de los condenados. Este precepto constitucional fue
desarrollado por la Ley Penitenciaria de 1979, que asignó
a las instituciones penitenciarias españolas la doble
finalidad de la reeducación y reinserción social de los
condenados y la custodia de todos los encarcelados
(Serrano Gómez y Serrano Maíllo, 2012). Estas
finalidades rehabilitadoras también están presenten en
diversas legislaciones latinoamericanas como, por
ejemplo, Chile y México (Zaragoza y Barba, 2008), entre
otros países.
En 2011, en el conjunto del sistema penitenciario
español había ingresados 70.488 encarcelados. De ellos
aproximadamente un 17% era presos preventivos, que
estaban a la espera de juicio, mientras que la mayoría
(83%) cumplían una pena de privación de libertad. La
proporción de mujeres era de un 7,6%. Los penados
encarcelados son, en su mayoría, autores de delitos contra
la propiedad, a los que siguen en frecuencia los delitos
contra la salud pública o por tráfico de drogas, los delitos
contra las personas (sobre todo, las lesiones y otros delitos
relacionados con la violencia de género), los delitos
contra la libertad sexual, y los delitos contra la seguridad
vial.
De acuerdo con la legislación penitenciaria española
existen cuatro grados de tratamiento, o modalidades de
cumplimiento de las penas privativas de libertad (Benítez,
2007; Secretaría General de Instituciones Penitenciarias,
2011): el primer grado, de severo control regimental, se
aplica a delincuentes peligrosos que observan un
comportamiento violento en prisión (en él están en torno
al 1,8% de los penados); el segundo grado, asociado a un
régimen de vida ordinario dentro de las prisiones, se
asigna inicialmente a la mayoría de quienes cumplen una
pena privativa de libertad (en segundo grado se hallan
más del 78% de los penados); se ubica en tercer grado de
tratamiento, o régimen abierto, a aquellos encarcelados
que se encuentran en las últimas etapas del cumplimiento
de sus condenas y se consideran más preparados para
reemprender una vida social apropiada fuera de la prisión
(alrededor de un 20% de los penados). El último grado del
sistema progresivo lo constituye la libertad condicional,
que, para internos procedentes de régimen abierto, puede
suponer la excarcelación anticipada y condicionada al
buen uso por el sujeto de esta libertad a prueba (Cid y
Tébar, 2010). En 2011 hubo en la administración
penitenciaria dependiente del Ministerio del Interior un
total de 8.778 nuevos penados en libertad condicional, lo
que supuso un 16% de total de la población penada ese
mismo año. En 2006, la tasa de liberados condicionales en
Cataluña era del 9,9% de los penados (CEJFE, 2009). Cid
y Tébar (2010) estimaron, sobre datos del subsistema
penitenciario catalán, que, a lo largo del periodo 1996-
2008, finalizaron su condena en libertad condicional un
promedio del 22,8% de los penados.

Los planos de la prisión de Newgate, histórico centro de reclusión de la


ciudad de Londres, levantado en 1777 sobre los cimientos de una antigua
prisión medieval, y demolido en 1904.
22.3.1. Evolución de las cifras penitenciarias
En el cuadro 22.4 se presenta la evolución de la
población penitenciaria en España a lo largo del periodo
1990-2011.
CUADRO 22.4. Evolución en España de la población penitenciaria (1990-
2011)

(Fuente: elaboración propia a partir e datos de la Secretaria General de


Instituciones Penitenciarias y del Departamento de Justicia de Cataluña)

Puede observarse el aumento casi constante de la


población penitenciara a lo largo de las décadas recientes
(véase también en Benítez, 2007). Dicho aumento ha sido
parcialmente paralelo al incremento de la población
española, aunque ha ido más allá de dicho incremento
poblacional, tal y como ponen de relieve las tasas de
encarcelados en función de la población. España tenía en
2001 una tasa de 127 recluidos por 100.000 habitantes, lo
que ya nos situaba entonces en la franja superior de las
ratios de presos del conjunto de los países europeos
occidentales. En 2012, con 148 encarcelados por cada
100.000 habitantes, hemos llegado a ocupar el primer
lugar de Europa occidental en cuanto a presos por
habitantes (no es éste con toda probabilidad el ranking
más honorífico al que se pueda aspirar). La buena noticia
es que, desde 2010 en adelante, la población penitenciaria
ha bajado un poco, como resultado de la reforma del
Código penal de 2010, que rebajó la penalidad para
algunos delitos, y también de una relativa disminución de
la población nacional.
Del mismo modo que las tasas y tipos de criminalidad
pueden ser distintos según sociedades, también los
diferentes países estructuran el control de su criminalidad
de modos diversos. Unos utilizan la privación de libertad
con mayor frecuencia e intensidad (es decir, con penas de
mayor gravedad y duración), mientras que otros
diversifican más sus medidas penales, y prevén la
aplicación de más medidas alternativas a la privación de
libertad (véase cuadro 22.2).
A pesar de estas diferencias, la privación de libertad
continúa siendo una de las medidas penales más
extendidas y aplicadas universalmente para la represión y
el control de la delincuencia. Debido a ello, las tasas de
encarcelamiento pueden ser un indicador pertinente del
grado en que cada país concreto controla su delincuencia
a partir del mecanismo penal más riguroso (la prisión) y,
también, del grado en que carece de otros mecanismos
jurídicos y sociales alternativos.
Garland (2001) se refirió al fenómeno del
“encarcelamiento masivo” (mass imprisonment) como
aquel que reúne dos características distintivas: una, es que
la cifra de encarcelados es muy superior a las tasas
penitenciarias que un país había tenido en años anteriores;
el segundo, sería contar con una tasa de encarcelados
sustancialmente más elevada que otros países y
sociedades análogos. Según ello, España encajaría de
pleno en la definición de “encarcelamiento masivo”, ya
que, por un lado, tiene una ratio de presos muy superior a
las cifras que ha tenido históricamente, y, por otro, dicha
tasa también se halla muy por encima de las de los países
europeos de su entorno.
Sala de control de una moderna prisión canadiense

Díez Ripollés (2006) calificó, triplemente, el uso


desproporcionado de la prisión como anticuado, ya que
representaría una ausencia de esfuerzos para hallar y
explorar alternativas, injusto, al suponer prolongadísimas
estancias en prisión, lo que además conduciría a un gran
hacinamiento carcelario, e ineficaz, ya que, mediante el
puro uso del encarcelamiento, se desaprovecharían los
múltiples medios de intervención social de los que
dispone el Estado.
Según el Grupo de Estudios de Política Criminal, que
aglutina a diversos juristas y jueces españoles que
defienden una política criminal más liberal y progresista
que la existente, tres serían las razones fundamentales que
podrían haber explicado el aumento considerable de la
población penitenciaria española entre 1996 y 2008, a las
que Cid (2008) añadió una cuarta razón, y para todas las
cuales encontró apoyo empírico: 1) el incremento de las
penas en el Código Penal de 1995, 2) la escasa utilización
de las penas alternativas previstas en el mismo, 3) la
aplicación restrictiva de los mecanismos de reinserción
penitenciaria (particularmente, la libertad condicional), y
4) el endurecimiento en 2003 y 2004 de las penas en
materia de violencia doméstica. A partir del Código penal
de 1995 se produjo una reducción del número de entradas
en prisión, pero un aumento sustancial en el tiempo de
encarcelamiento efectivo de los sujetos, tal y como es
ilustrado en la comparación efectuada por Cid (2008) de
las penas asignadas por uno y otro código penal (el
precedente y el vigente de 1995) a una serie de delitos de
alta prevalencia (véase cuadro 22.5).
CUADRO 22.5. Comparación de las penas para una serie de delitos
seleccionados, entre los códigos penales de 1973 y de 1995
Código penal
Delitos Código penal de 1973
de 1995
Pena Pena mínima efectiva (con la máxima Pena mínima y
mínima redención posible) efectiva
Hurto 1 mes 15 días 6 meses
Robo con fuerza 6 meses 3 meses 1 año
Robo en casa 50
25 meses 24 meses
habitada meses
Robo 6 meses 3 meses 24 meses
Robo armado 50 25 meses 42 meses
meses
Tráfico de drogas 28
14 meses 36 meses
(duras) meses
Lesiones 1 mes 15 días 6 meses
Violación 12 años 6 años 6 años
Homicidio 12 años 6 años 10 años

(Fuente: elaboración propia a partir de Cid, 2008)

Como puede verse fácilmente en el cuadro anterior, a


resultas de los cambios producidos en la penalidad por los
delitos recogidos en la tabla (que constituyen el grueso de
los delitos principales por los que están privados de
libertad la mayor parte de los encarcelados), la
permanencia en prisión de los condenados se habría casi
duplicado (Cid, 2008).
Aguilar, García España y Becerra (2012) analizaron la
realidad y las políticas penitenciarias de los últimos años,
a partir tanto de datos penitenciarios específicos como de
un estudio de opinión mediante entrevistas telefónicas con
expertos y profesionales penitenciarios. Se recogen a
continuación los resultados más significativos de esta
investigación:
• España se sitúa, por lo que se refiere a sus cifras de
encarcelados, por encima de la media de los países
europeos de nuestro entorno, mostrando también
mayores tasas de población penitenciaria femenina y
de presos extranjeros extracomunitarios.
• El aumento de la población carcelaria se debe
esencialmente al mayor tiempo promedio de estancia
en prisión (solo superada en Europa por Portugal y
Rumanía), no a que ingresen más personas.
• Los encarcelados en España son, en un 65%, autores
de delitos contra el patrimonio o contra la salud
pública (tráfico de drogas).
• Las prisiones españolas presentan uno de los índices
de ocupación, o tasa de internos por plaza, que es de
141%, más elevados de Europa.
• Durante los últimos años se ha producido un desarrollo
novedoso de programas e iniciativas orientadas a la
convivencia dentro de las prisiones y a la reinserción,
tales como la creación de los llamados “módulos de
respeto” (una especie de comunidades terapéuticas en
que los posibles conflictos se resuelven mediante el
diálogo y la negociación comunitarios),
mantenimiento de un número elevado de permisos de
salida, aumento de los terceros grados, empleo
creciente de medios telemáticos, programas de
tratamiento diversos, creación de Centros de Inserción
Social (CIS), aumento de las concesiones de libertad
condicional, etc.
• En general, la conflictividad y la violencia en las
prisiones han continuado siendo muy bajas, e incluso
se han reducido.
• Los expertos entrevistados manifestaron las siguientes
opiniones principales:
o Mayoritariamente consideraron que las elevadas
cifras de encarcelamiento existentes en España eran
debidas a la mayor dureza del Código penal vigente,
a las prácticas judiciales que comportan un uso
exagerado de la prisión preventiva, y a los mayores
obstáculos actualmente existentes para posibles
acortamientos de la pena (al haber desaparecido la
figura de la redención de penas por el trabajo).
o La menor violencia y conflictividad carcelarias del
presente (en comparación con décadas anteriores) se
podrían explicar a partir del perfil diferente de los
presos actuales (con menores niveles de
marginalidad y drogadicción), una arquitectura
penitenciara más segura, los mayores niveles de
bienestar existentes en la vida en prisión, y la “falta
de estructuras de oportunidad diferencial” para la
violencia, tanto dentro de las prisiones como fuera
de ellas, al no existir en la calle un clima de opinión
pública favorable a expresiones conflictuales por
parte de los presos.
o Desde la última legislatura de gobierno socialista
(período 2008-2011), se habría producido un cierto
giro hacia la potenciación de medidas de
rehabilitación y reinserción, por encima de la
filosofía de mayor dureza y seguridad precedentes,
que podría obedecer a razones diversas, ya sean
humanitarias, de descongestión de las prisiones, de
proyección de una mejor imagen en Europa a este
respecto, o de mayor control del gasto penitenciario.
o Por último, los expertos consideraron que algunas de
las prioridades del sistema penitenciario español, de
cara el futuro, deberían ser un análisis más científico
de la realidad y gestión penitenciaria, la anteposición
de los derechos de las personas internadas sobre
otras consideraciones del régimen y del tratamiento
en las prisiones, la descongestión carcelaria, y, más
ampliamente, la reforma del Código penal en
dirección a acortar las actuales penas de prisión y a
desarrollar en mayor grado las penas alternativas.
A pesar de todos los anteriores razonamientos, tal y
como ha puesto de relieve González Sánchez (2011), la
mayor punitividad del Código penal de 1995 sería una
explicación incompleta del crecimiento de la población
carcelaria en España. La cifra penitenciaria viene
aumentando desde la transición democrática (después de
1975), y, en realidad, experimentó su mayor crecimiento
entre 1984 y 1994 (antes de la vigencia del nuevo
código), por lo que los factores explicativos de esta mayor
tendencia al encarcelamiento han de más amplios y
estructurales que la mera reforma penal de 1995.
González Sánchez (2011) encuentra, en línea con las tesis
de Garland (2005), que la tendencia a un mayor
encarcelamiento trasciende el caso español, siendo
bastante más general y amplia, como prueba el hecho de
que muchos países occidentales han experimentado esta
misma inclinación expansiva de las cifras carcelarias
durante las últimas décadas, a partir de una “presión
mediática desmedida” que habría contribuido al “declive
del ideal de rehabilitación y el aumento de apoyos para la
pena entendida como retribución” (p. 4:11).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Muchos presos para tan pocos delitos (El País, 5 de agosto de 2009)
España tiene la tasa de encarcelamiento más alta de Europa y una de las más bajas
de criminalidad – Crecen las voces que abogan por suavizar el Código Penal y
favorecer la redención de las penas.
El extendido tópico de que en España los presos entran por una puerta y salen por
otra ni es cierto ni se sustenta en ninguna cifra oficial. Es el país de la UE con la tasa
de encarcelamiento más alta y, por el contrario, de los que tienen menor índice de
criminalidad: 20 puntos por debajo de la media.
Varias razones explican esta paradoja: la dureza de las penas para los delitos
habituales —robo y tráfico de drogas—; el continuo endurecimiento del Código Penal
y la incorporación de nuevos delitos; la imposibilidad de redimir condena y la
cicatería del Estado para conceder la libertad condicional.
“Las prisiones españolas están llenas de pobres, enfermos y drogadictos. Suman
más del 70%. La cárcel se está convirtiendo en el único recurso asistencial y esa no es
su función”. Mercedes Gallizo, secretaria general de Instituciones Penitenciarias lleva
años recordando la función resocializadora que debería tener la cárcel, pero admite
que ese principio constitucional está cada día más lejano.
El Código Penal de 1995 originó un aumento de la población penitenciaria que
llena a un ritmo acelerado las nuevas cárceles. Hace tres años había 63.800 presos.
Ahora son 76.485. La tasa de encarcelamiento se sitúa en España en 166 reclusos por
100.000 habitantes, por delante de Gran Bretaña (153) —que siempre había
encabezado la lista— Portugal (104), Francia (96) e Italia (92). Sin embargo, la tasa
de criminalidad (infracciones penales por cada mil habitantes), es una de las más
bajas de los Quince. La relación del año 2008 la encabeza Suecia (120,4), seguida de
Reino Unido (101,6). En España es de 47,6, por delante solo de Grecia (41,2),
Portugal (37,2) e Irlanda (25,2).
“Hace ya muchos años que se constata que la tasa de encarcelamiento no guarda
relación con la criminalidad, sino con la política penal. Lo que ocurre en España no es
que los jueces metan a más gente en la cárcel, sino que pasan mucho tiempo”, dice
José Luis Díez Ripollés, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Málaga y
director del Instituto Andaluz de Criminología.
El delito principal que han cometido más del 40% de los penados (22.416 reclusos)
fue contra el patrimonio y el orden socioeconómico, según los define el Código
Penal. En lenguaje más inteligible: robos, tirones y atracos.

“Depende de cómo sea el tirón se puede castigar hasta con cinco años. ¿Debe ir a
la cárcel esa persona si ha delinquido por primera vez?”, se pregunta Eduardo
Navarro, magistrado de la Sección Sexta de la Audiencia de Barcelona, con 20 años
de experiencia, 17 de ellos en juzgados de instrucción. “La sociedad no entiende que
no sea así. Los incidentes que he tenido como juez han sido por no enviar a alguien a
la cárcel”, afirma.
Díez Ripollés ratifica que algunas penas son desproporcionadas. “No es razonable
que un delito urbanístico se castigue con un máximo de dos años de cárcel, lo mismo
que un hurto agravado, porque al final siempre acaban en la cárcel los mismos”. Es el
inicio de una tela de araña en la que queda atrapado el preso y que él ayuda a tejer en
muchas ocasiones, pues los índices de reincidencia se sitúan entre el 40% y el 70%.
El perfil del recluso español apenas ha variado con los años. Es un hombre, de 30 a
40 años y condenado por robo o tráfico de drogas. Las reclusas suponen el 8% del
total de la población. La mayoría están condenadas por tráfico de drogas (48,4%).
El llamado Código Penal de la democracia de 1995 que impulsó el ex ministro de
Justicia Juan Alberto Belloch eliminó la redención de pena por trabajo o estudio y
estableció el cumplimiento íntegro. Eso significa que la mayoría de las condenas se
pagan “a pulso”, en lenguaje carcelario, y que se aplica en muy pocas ocasiones la
secuencia lógica en la vida penitenciaria: prisión preventiva, segundo grado,
permisos, tercer grado, libertad condicional y libertad definitiva.
Siete de cada diez penados están en segundo grado, y así pasan la mayor parte de
su estancia entre rejas, sin lograr permisos. Solo el 15,1% cumple condena en
régimen abierto, y los que logran la libertad condicional suponen el 11%. “Es
totalmente innecesario estar tanto tiempo en la cárcel. El cumplimiento íntegro no es
bueno desde ningún punto de vista porque aumenta la reincidencia”, sostiene José
Cid, profesor de Derecho Penal de la Universidad de Barcelona, que ha analizado el
fenómeno en el libro El incremento de la población reclusa en España entre 1996 y
2006.
El abogado madrileño José Luis Galán lleva en la profesión más de 35 años y sigue
en el turno de oficio. Tiene claro que la situación se hace cada más vez insostenible y
que urge un cambio legislativo en sentido contrario al incremento punitivo de los
últimos años. “Lo que no se puede hacer es buscar el aplauso fácil. No siempre se
legisla para sacar votos, porque, si no, no habría impuestos. Hay que cambiar las
normas que se aplican para que la cárcel sea el último recurso, no el primero y
único”, asegura. A renglón seguido reprocha al PSOE la aplicación de una política
punitiva que, de manera sustancial, coincide con la del PP. “La izquierda se ha
abonado a la chita callando a esa política represora. Cuando no se ha puesto al frente
de la procesión, ha ido detrás con el capirote y gran mansedumbre”.

Galán también cuestiona que algunas conductas estén tipificadas como delito.
“Diga lo que diga el Tribunal Constitucional, es disparatado que las amenazas del
marido a la esposa sean delito. Y con la última reforma sobre seguridad del tráfico se
han pasado”. Ahora hay en España 3.721 presos penados cuyo delito principal es de
violencia doméstica, desde un asesinato —una minoría—, a lesiones o amenazas.
También hay 816 reclusos por delitos al frente del volante.
“La delincuencia patrimonial de escasa importancia no es razonable que se
castigue con penas que comportan la entrada en prisión”, dice Díez Ripollés. Con tres
matices: que sean delitos graves, que los cometan reincidentes o altos sectores de la
sociedad. “A esos solo se los puede intimidar con la cárcel”, afirma el jurista. Y es
que los delincuentes de cuello blanco que acaban entre rejas son una excepción. Casi
nadie discute el efecto ejemplarizante que eso causa en la sociedad, aunque tarden en
entrar porque pagan mejores abogados y agotan todos los recursos, muchas veces con
el beneplácito de los tribunales.
“El Código Penal es duro con el débil y débil con el duro”, asegura Díez Ripollés.
“Los tribunales tienden a ser más comprensivos con determinados delitos porque la
ley es interpretable”, opina la abogada barcelonesa Lidia Lajara, con 16 años de
experiencia como penalista. “Hay muchos tipos de jueces y sería injusto no reconocer
que muchos creen en la rehabilitación y apuestan por ella”, dice José Cid. Lo que
ocurre es que las administraciones no les ofrecen la posibilidad de imponer medidas
alternativas. “Hay que decir que los jueces de Cataluña somos unos afortunados y que
sí podemos imponer penas al margen de la cárcel de las que en otras comunidades no
han oído ni hablar”, dice el juez Navarro.
“Otra política criminal es posible”, afirma el catedrático Díez Ripollés, y las penas
alternativas para delitos menores son un ejemplo. Ayudarían a descongestionar las
prisiones y reducirían el gasto público. Una medida así cuesta 3,05 euros diarios, y el
coste de un preso es de 78,29 euros al día, según un estudio de la Generalitat catalana,
la única comunidad con competencias en prisiones.
“No se puede dejar de castigar al delincuente, pero sin tanta dureza y aplicando las
políticas que ya han dado resultados en otros países”, dice Díez Ripollés. Como en
Finlandia, recuerda, que a principio de los ochenta tenía una de las tasas de
encarcelamiento más altas de Europa y ahora está a la cola.
A) Prisiones y punitividad en Europa
Las tasas diferenciales de encarcelamiento existentes en
Europa, entre los países mediterráneos, centroeuropeos,
nórdicos y del Este europeo, probablemente estarían
reflejando, más que grandes diferencias en sus respectivas
magnitudes delictivas, modos distintos de encarar el
problema criminal (Cruells y Maestres, 2009; Giménez-
Salinas, 1998). Según las cifras europeas de encarcelados
en 2013, en los países nórdicos había una tasa promedio
de 63 encarcelados por cada 100.000 habitantes, en los
países centroeuropeos de en torno a 98 encarcelados, en
los países mediterráneos de aproximadamente 133,
mientras que en los estados del Este de Europa las tasas
rondarían un media de 260 recluidos (véase detalle sobre
diferentes países europeos en cuadro 22.6). Estas
diferencias tan grandes en las ratios de delincuencia,
¿indicarían realmente tanta disparidad en las cifras de
criminalidad de unos países y de otros? Muy
probablemente la respuesta sería que no. Que la diferencia
estribaría más bien, según se viene argumentando en este
epígrafe, en los modos y mecanismos distintos, que tienen
los diferentes estados, de canalizar y de controlar el
fenómeno delictivo (Ruidíaz García, 1996), unos con un
menor recurso al encarcelamiento y otros con una mayor
utilización de la pena de prisión.
CUADRO 22.6. Tasas de población penitenciaria en Europa (2013)
La tasa de cada país refleja el número de encarcelados por cada cien mil
habitantes. Los países se han dividido en cuatro grandes bloques de carácter
territorial y sociocultural (Países Nórdicos, Centroeuropeos, Mediterráneos, y
Países del Este), para los que a su vez se ha obtenido una tasa promedio de
encarcelados (t).
(Fuente: elaboración propia a partir de la información publicada por el
International Centre for Prison Studies, University of Essex:
www.prisonstudies.org)

Aebi y Kuhn (2000) confirmaron que, en efecto, no


existe una vinculación directa entre las tasas de
criminalidad nacionales y sus respectivas cifras de
encarcelamiento. Para ello analizaron, en relación con
diversos países europeos, la relación entre cada “tasa de
encarcelamiento” y su correspondiente “tasa de
delincuencia”, “número de condenas de prisión
impuestas” y “duración de las mismas”. Sus resultados
mostraron que, o bien no existía correlación entre la tasa
de encarcelamiento y la tasa de delincuencia, o bien,
cuando tal correlación se daba, era negativa (r = -.27;
aunque no significativa); es decir, paradójicamente,
cuanto más baja era la tasa de delincuencia, mayor era la
proporción de encarcelados. En cambio, sí que
presentaban una alta correlación con las tasas de
encarcelamiento los factores “frecuencia de sentencias de
prisión” (r =.63) y “duración de las condenas impuestas”
(r =.94).
En el cuadro 22.7 puede verse un análisis, para cinco
países europeos, de la duración media de las penas de
prisión (incluidas todas las penas aplicadas, que pueden
oscilar, lógicamente, desde unos pocos meses a decenas
de años), según datos del trienio 2002-2004. Fácilmente
se constata que la duración promedio en España
prácticamente dobla a la media de Francia, triplica a la de
los Países Bajos y Portugal, y es diez veces superior a la
duración promedio de la prisión Suiza.
CUADRO 22.7. Duración promedio de las penas de prisión en distintos
países europeos (sobre datos del trienio 2002-2004)

(Fuente: Redondo et al., 2006)

B) Extranjeros en prisión
Otra prueba fidedigna de la desvinculación entre tasas
de delincuencia y de encarcelamiento es aportada por las
ratios de encarcelados extranjeros en distintos países
europeos (véase cuadro 22.8), que suelen ser en general
más altas que las proporciones de ciudadanos extranjeros
residentes en los respectivos países (CEJFE, 2011; García
España, 2007). Dentro de ello, existen países europeos
(Suiza, Italia, España, Noruega, Suecia, Alemania, y
Países Bajos) cuyas tasas de encarcelados extranjeros son
muy elevadas, superando con creces el 20% del conjunto
de su población penitenciaria, mientras que otros países
(Inglaterra/Gales, Irlanda, Finlandia, Francia y Portugal)
tienen porcentajes de extranjeros en prisión más
moderados, de entre el 12,6% y el 18,8%.
¿Significan estas elevadas tasas de extranjeros en
prisión que éstos delinquen en mayor medida que los
ciudadanos autóctonos? La respuesta más probable es que
no, que los extranjeros no parecen contribuir de forma
incrementada a la delincuencia de los diversos países
(Arbach et al., 2013; Capdevila y Ferrer, 2012; García
España, 1999, 2007; Neiderhofer, 1997). La explicación
más probable de lo anterior es que los inmigrantes
concitarían en mayor grado circunstancias adversas, tales
como su frecuente situación de ilegales, una mayor
atención policial sobre ellos, una mayor proporción de
varones jóvenes entre las poblaciones de emigrantes
(como es bien sabido, los varones jóvenes delinquen con
mayor frecuencia que las mujeres), mayores dificultades
para subsistir, etc., circunstancias todas que podrían
incrementar la probabilidad de que más inmigrantes que
autóctonos pudieran acabar siendo detenidos y
encarcelados (Martínez, Stowell, y Lee, 2010; Sampson,
2008).
CUADRO 22.8. Porcentaje de extranjeros encarcelados en distintos países
europeos (2013). Junto a cada país se incluye, entre paréntesis, su
población penitenciaria global.

(Fuente: elaboración propia a partir de la información publicada por el


International Centre for Prison Studies, University of Essex:
www.prisonstudies.org)

22.3.2. Efectos negativos del encarcelamiento:


prisionización
Ya en 1959, Florence Nightingale (citada en Liebling y
Maruna, 2005) argumentaba que el primer principio de un
hospital debería ser el de no hacer más daño, lo que
también ha sido reiteradamente afirmado para las
prisiones. En el marco de la investigación carcelaria,
cuenta ya con una amplia tradición el estudio de los
perjuicios psicológicos que la prisión produciría en los
internados.
La experiencia del encarcelamiento puede influir
negativamente sobre las pautas de comportamiento de los
presos. Los delincuentes que han pasado mucho tiempo
en prisión se enfrentan al mundo exterior, al salir en
libertad, con una perspectiva y modos de interacción que
corresponden al funcionamiento existente en el interior de
las prisiones, lo que hace que dichas pautas puedan
resultar muy poco realistas y adecuadas para las
exigencias de la vida social. Actividades normales de la
vida diaria, como puedan ser subir a un transporte público
(lo que puede implicar una gran proximidad física a otras
personas, o que te miren fijamente), u observar que
alguien se aproxima en un baño público con el simple
objetivo de lavarse las manos, etc., pueden ser
interpretadas por expresos como acciones precursoras de
una posible agresión. Es decir, la vida prolongada en
prisión puede dar lugar a una socialización disfuncional y
errónea, y “en tal sentido el sistema que se ha diseñado
para ocuparse de los delincuentes se hallaría entre los más
iatrogénicos de la historia, al favorecer todas aquellas
cualidades que en teoría se propone eliminar” (Miller,
citado en Liebling y Maruna, 2005, p. 1).
Al igual que sucede en estas contradictorias instrucciones de emergencia que
se dan en algunos trenes acerca del uso del martillo rompecristales, las
paradojas también están servidas por lo que se refiere a las supuestas
finalidades disuasorias y preventivas del sistema penal/penitenciario y, sin
embargo, sus frecuentes efectos perjudiciales y intragénicos en el
favorecimiento de la reincidencia delictiva.

Dos experimentos bien conocidos acerca del influjo que


tienen los contextos opresivos sobre el comportamiento y
las actitudes de los seres humanos se realizaron en
psicología social a principios de los años setenta. Uno de
ellos, en torno al seguimiento de instrucciones dadas por
personas con autoridad, fue el realizado en 1974 en la
Universidad de Yale (Estados Unidos) por Milgram,
quien se interesaba por las motivaciones que podían haber
tenido los miles de alemanes que ayudaron a la
destrucción sistemática de judíos y otras personas durante
el nazismo. Milgram (citado en Liebling y Maruna, 2005)
presentó su experimento a los participantes como un
estudio sobre los efectos del castigo en el aprendizaje,
aunque en realidad estaba estudiando los posibles
procesos de obediencia ciega para administrar castigos a
personas que supuestamente lo merecían. Persuadió a
participantes voluntarios para que administraran choques
eléctricos crecientes a un estudiante que teóricamente
estaba dando respuestas incorrectas a un test de
aprendizaje. El experimentador daba instrucciones para
que aplicaran las descargas eléctricas y les animaba a
continuar. Aunque algunos sujetos rechazaron
administrarlas y mostraron ansiedad al respecto, el 65%
de ellos aplicaron descargas eléctricas que ellos creían
superiores a 450 voltios, hipotéticamente poniendo en
peligro la vida del estudiante que las recibía. Milgram
concluyó que una serie de individuos llevan a cabo sus
tareas de una manera obediente, dominada o
administrativa, más que regida de forma moral, lo que
denota la capacidad de las personas para, si se dan ciertas
condiciones, dejar de lado su humanidad.
Otro experimento clásico (también citado en Liebling y
Maruna, 2005) es el desarrollado en 1973 en la
Universidad de Stanford (Estados Unidos) por Zimbardo,
en el cual se simuló una prisión durante varias semanas.
Contrató a diversos estudiantes de psicología para
participar en dicho experimento, pidiéndoles que
asumieran roles o bien de guardianes o bien de
prisioneros. Los guardianes se implicaron en su rol con tal
vehemencia que pronto comenzaron a infligir severos
castigos y privaciones a los prisioneros. Éstos se vieron
sometidos a tal estrés que hubo que suspender el
experimento antes de lo previsto. Las conclusiones de
Zimbardo fueron que, al igual que sucede en otras
situaciones de poder, las prisiones pueden transformar los
puntos de vista de quienes habitan en ellas, ya sean presos
o guardianes, y pueden producir efectos perniciosos
importantes sobre los encarcelados.
Diversos escritos académicos sobre las prisiones y las
narrativas personales sobre los efectos del
encarcelamiento han sido reflejados mediante metáforas
relativas al tiempo (Jamieson y Grounds, 2005): así
diversos libros al respecto, se han titulado “Tiempo
muerto” (Rives, 1989, Dead Time), “Haciendo tiempo”
(Matthews, 1999, Doing Time), “Perdiendo el tiempo”
(Evans, Santiago y Haney, 2000, Undoing Time), o
“Fuera del Tiempo” (McKeown, 2001, Out of Time). La
idea central es que la experiencia de los encarcelados
durante su encarcelamiento puede ser relatada mediante
metáforas del tiempo: los presos pasan el tiempo, matan el
tiempo, o están en un tiempo muerto.
Sykes (citado por Liebling y Maruna, 2005) señaló ya
en 1958 los cinco perjuicios más importantes que puede
producir el encarcelamiento sobre los sujetos
encarcelados. Son los siguientes:
1. La pérdida de la libertad (per se): es decir, el
encarcelamiento aparta a un ciudadano de su familia y de
sus amigos, le hace perder la condición de ciudadano en
muchos sentidos y suscita, en definitiva, rechazo por parte
de la sociedad.
2. Privación de bienes y servicios, tales como todas
aquellas posesiones materiales de uso corriente, o de
tiempos y actividades de ocio, etc.
3. Frustración de los deseos sexuales: más allá de la
existencia, en algunos sistemas penitenciarios (como es el
caso de algunos países europeos y latinoamericanos), de
comunicaciones íntimas (vis-a-vis, en España), la
privación de libertad implica en general una situación de
privación sexual involuntaria (Carcedo, López y Orgaz,
2006).
4. Privación de autonomía: es decir, la regulación de la
vida carcelaria no deja mucho margen para las elecciones
personales en relación con actividades, trabajo o rutinas
personales.
5. Privación de seguridad: además, los encarcelados se
ven forzados a vivir con personas desconocidas, que son
delincuentes, y que en algunos casos pueden producirles
miedo e inseguridad.
En relación con los efectos psicológicos de la prisión,
Clemmer (1940) fue el primero que se refirió al efecto
prisionización. A partir de investigaciones
mayoritariamente realizadas en prisiones norteamericanas,
la prisionización fue concebida en términos de la
asimilación por los encarcelados de hábitos, usos,
costumbres y cultura de la prisión, así como de una
disminución general del repertorio de conducta de los
mismos, como resultado de su estancia prolongada en un
centro penitenciario (Clemmer, 1940; Pinatel, 1979;
Goffman, 1987; García García, 1987). Estos efectos
tendrían lugar tanto durante el período del
encarcelamiento de los sujetos como en su posterior vida
en libertad (Cullen, Jonson, y Nagin, 2011; García y
Sancha, 1985).
Algunos investigadores, entre ellos el propio Clemmer
(1940), adujeron la existencia de una relación lineal y
ascendente entre la duración del internamiento carcelario
y el proceso de prisionización. Otros autores han
concluido una relación en forma de U invertida, de modo
que el mayor grado de prisionización se alcanzaría hacia
la mitad del tiempo de encarcelamiento (Reidl, 1979).
Entre los efectos más destacables de la prisionización se
encontrarían los siguientes1:
– Un aumento del grado de dependencia de los sujetos
encarcelados, debido al amplio control conductual a
que se ven sometidos dentro de las prisiones.
– Una devaluación de la propia imagen y una
disminución de la autoestima, concebidas como la
valoración que el individuo realiza y mantiene
respecto de sí mismo (Coopersmith, 1959). En
términos generales, se ha sugerido que el “sistema
social informal” de la prisión influiría negativamente
sobre la autoestima y la autopercepción de los sujetos
(Smith y Hogan, 1973).
– Un incremento de los niveles de dogmatismo y
autoritarismo de los presos, que se traduciría en su
mayor adhesión a valores carcelarios (Baron, 1968).
– Por último, algunos autores señalan que en el proceso
de prisionización también se produciría un aumento en
el nivel de ansiedad de los encarcelados (Sykes, 1958).
Pese a la creencia extendida que asocia el constructo
prisionización a deterioros psicológicos de los
encarcelados, muchos estudios de alta calidad
metodológica no han logrado demostrar que el
encarcelamiento prolongado produzca un deterioro
sustancial de la personalidad y otras variables
psicológicas del individuo, tal y como habían previsto
Clemmer o Sykes. Sin embargo, se ha puesto de relieve la
gran dificultad existente para identificar y evaluar la
diversidad de respuestas y efectos posibles que puedan
tener lugar como resultado de la prisionización. Muchos
estudios se han centrado en aquello que les sucede a los
sujetos durante su encarcelamiento, pero muy pocos han
analizado efectos a más largo plazo.
El efecto prisionización no pudo ser confirmado
tampoco, en la mayoría de sus extremos, en una
investigación realizada en España (Pérez y Redondo,
1991). En una muestra de 108 sujetos de la prisión de
Ocaña II, no se evidenció una relación significativa entre
variables de personalidad como la “autoestima”, el
“autoritarismo” y el “nivel de ajuste personal” (cuyo
deterioro ha sido el medidor habitual del constructo
prisionización), y el tiempo que los sujetos habían
permanecido ingresados en prisión. Tampoco se mostró
relación alguna entre el tiempo de encarcelamiento y la
reincidencia posterior de los sujetos en un seguimiento de
entre tres a cinco años. Una interpretación que sugerimos
para estos resultados es que el constructo prisionización y
los perjuicios a él asociados han sido detectados en
prisiones —la mayoría norteamericanas— caracterizadas
por una gran rigidez de funcionamiento, mientras que en
prisiones con un régimen más blando —como son en
general las prisiones españolas y lo era en particular la de
Ocaña II, en el tiempo en que se efectuó la investigación
española referida— no se producirían tan perniciosos
efectos psicológicos y delictivos.
La cuestión relevante aquí quizá pase por matizar la
posibilidad de que no todas las prisiones sean,
intrínsecamente y por igual, perjudiciales para sus
moradores; más bien, podría argüirse que ciertos estilos y
sistemas de organización carcelaria rígidos, y
estimularmente precarios, producirían a los presos graves
perjuicios, que se han descrito como prisionización2.
Zamble y Porporino (1988) fueron más lejos en la
relativización de los efectos perniciosos del
encarcelamiento y consideraron que los estilos de
adaptación y las capacidades de los delincuentes serían
bastante impermeables al influjo de la prisión. Las
condiciones del encarcelamiento actuarían más bien como
estímulos que podrían instigar o favorecer que, cuando se
presentan las oportunidades apropiadas, se detonen las
propensiones persistentes de los individuos.
Murray (2005) puso de relieve los efectos que el
encarcelamiento podría tener, no solo sobre los propios
presos, sino, indirectamente, sobre sus parejas
(aislamiento social, dificultades económicas, mayores
problemas para el cuidado de los hijos, traumas
psicológicos, etc.) y también sobre sus hijos. Matthews
(1983) se refirió a los hijos de los presos como ‘las
víctimas olvidadas del delito’. Se ha constatado que el
proceso de encarcelamiento paterno es, para los hijos, un
marcador de riesgo incrementado de trastornos mentales y
problemas de conducta, aunque no está claro si se trata de
un mero correlato asociado, o es realmente un factor
causal para el desajuste. En todo caso, un modo probable
de prevención de los efectos adversos del
encarcelamiento, tanto para el encarcelado como para su
familia, es el mantenimiento entre ellos de un contacto
regular y positivo.
Liebling y Maruna (2005) sugirieron algunas
direcciones futuras para el estudio del los efectos del
encarcelamiento, tales como las siguientes:
1. Estudio del deterioro de la salud física y mental como
resultado del encarcelamiento a largo plazo. Aunque
muchos internados reciben en las prisiones tratamientos
médicos y atenciones sanitarias que probablemente no
recibirían en libertad, los riesgos de la cárcel para la salud
(p.e., Hepatitis B y C, Sida, etc.) son altos, debido a las
rutinas y condiciones del confinamiento (p.e., proximidad
física de enfermos, prácticas sexuales de riesgo, o
consumo de drogas por vía parenteral). También son
elevados los riesgos de daños psicológicos (Irwin y
Owen, 2005), tales como pérdida de la propia iniciativa y
privacidad, incitación a prácticas homosexuales,
frustraciones diversas, posible explotación económica al
trabajar por salarios mínimos, separación de sus hijos,
encarcelamiento de mujeres embarazadas durante el
proceso de gestación, etc. (Cuarema y Nicolás, 2013).
2. Evaluación del estrés postraumático que pueden
experimentar algunos sujetos como resultado del
cumplimiento de condenas prolongadas y de las
condiciones estrictas de dicho cumplimiento. El estrés
postraumático puede acabar plasmándose (Grounds,
2004) en un endurecimiento de su personalidad, un
aumento de su rigidez cognitiva, una menor empatía, etc.,
todo lo que se vincula de pleno con el proceso de
“prisionización”.
3. Estudio de los efectos del encarcelamiento sobre las
familias de los presos, especialmente esposas e hijos,
como víctimas secundarias de la prisión.
4. Análisis de los efectos de la prisión sobre la
reincidencia, ya que los datos hasta ahora existentes
(Cullen et al., 2011; Nagin, Cullen, y Jonson, 2009;
Gendreau, Goggin y Cullen, 1999; Luque, Ferrer y
Capdevila, 2005; Redondo et al., 1994; Sánchez Meca,
Marín y Redondo, 1996) sugieren incrementos ligeros de
las tasas de reincidencia, especialmente a medida que la
prisión es más dura.
5. Estudio del influjo de la prisión sobre el propio
personal penitenciario y sus familias.
El profesor Hans Toch (2005), un clásico del estudio del
clima social de las prisiones, señaló que para paliar el
impacto destructivo que las actuales prisiones podrían
tener sobre los encarcelados, es muy necesario que las
actividades penitenciarias transciendan los objetivos de
custodia, que el personal conozca individualmente a los
sujetos internados, que se desarrollen actividades de
grupo en que participen encarcelados y personal, que se
implique a ciudadanos externos en el trabajo dentro de las
prisiones, que se motive a los encarcelados a participar en
la elección de trabajos en la prisión, que se utilicen las
sanciones disciplinarias con moderación y se evite el uso
de castigos colectivos, y que la institución penitenciaria
asuma, en definitiva, que hay individuos ‘malos’ que
pueden llegar a ser gente ‘buena’, y a tener una vida
socialmente útil y respetuosa con las leyes, si cuentan con
la ayuda necesaria para ello.
Investigadores y profesores del Instituto Vasco de Criminología /
Kriminologiaren Euskal Institutua. De izquierda a derecha: Miguel Alonso,
Ana I. Pérez Machío, Paco Etxeberria, José Luis de la Cuesta (Director),
Laura Pego, Ignacio Muñagorri, Miren Odriozola, Isabel Germán, Izaskun
Orbegozo, Luz Muñoz, Isabel Trespaderne (Secretaria académica), y Gema
Varona.

22.4. REINCIDENCIA
En diferentes países europeos y americanos existe una
larga tradición en el análisis de la reincidencia en el delito
(véase, por ejemplo, Tournier y Barre, 1990; Tournier,
Mary y Portas, 1997). Diversos estudios en países
europeos obtienen tasas promedio de reincidencia, para
periodos de seguimiento de entre 3 y 5 años, de en torno
al 40-45%. Estudios efectuados en Estados Unidos
refieren tasas de reincidencia algo más elevadas, que se
sitúan, para periodos de seguimiento de 3 años, en el
51,8% (Langan y Levin, 2002). En España el análisis
científico de la reincidencia fue un aspecto criminológico
descuidado durante décadas, aunque parcialmente
enmendado en los últimos años (Serrano Gómez y
Serramo Maíllo, 2012). La primera investigación española
sobre la reincidencia en el delito se efectuó en 1992 con
una muestra de 485 sujetos, que habían sido excarcelados
desde las prisiones de Cataluña en 1987, después de haber
cumplido una condena de privación de libertad superior a
tres meses (Redondo, Funes y Luque, 1993; véase
también en capítulo 10). La reincidencia global de esta
muestra, para un seguimiento promedio de tres años y
medio, fue de 37,9%.
En esta investigación se constató una estrecha relación
entre la edad de los sujetos y su mayor o menor
reincidencia. En síntesis, reincidieron más en el delito los
individuos más jóvenes, y reincidieron menos los menos
jóvenes. Según se vio, muchas carreras delictivas suelen
comenzar muy tempranamente, a la edad de 10, 12 ó 14
años. Se afianzan y adquieren su momento más álgido
entre los 16 y los 20 años. A estas edades, los sujetos
pueden experimentar períodos de encarcelamiento de
varios años. Cuando salen de nuevo a la calle, tras
cumplir estas primeras condenas de privación de libertad,
muchos de ellos son aún individuos jóvenes, con gran
vitalidad para reincidir en el delito.
En segundo lugar, puede concluirse también que todas
aquellas medidas penales y penitenciarias que aligeran la
condena de un sujeto (como, por ejemplo, la reducción
del período de encarcelamiento, su pase a régimen
abierto, o su liberación condicional) parecen operar en un
sentido “reinsertador”, facilitando que el individuo no
vuelva a delinquir. En el estudio de Redondo et al. (1993),
de los sujetos que accedieron a la libertad condicional,
solo reincidieron un 20,4%. Por el contrario, el mayor
endurecimiento del cumplimiento de las condenas (su
cumplimiento íntegro, la ubicación de los sujetos durante
largos períodos en régimen cerrado, y la denegación del
régimen abierto y de la libertad condicional) fue un
predictor de posterior reincidencia. De aquellos
encarcelados que no accedieron a la libertad condicional,
reincidieron el 53,1% y, lo que resulta aún más negativo,
de quienes terminaron sus condenas en situación de
régimen cerrado, reincidieron un 78%.
A los diez años del primer estudio de reincidencia, se
efectuó en Cataluña una segunda investigación, en este
caso a partir de la población de sujetos excarcelados en
1997 de los centros penitenciarios catalanes (Luque,
Ferrer y Capdevila, 2004, 2005). La muestra estuvo
integrada en esta ocasión por 1.555 personas de las que se
efectuó un seguimiento de un mínimo de 4,5 años y un
máximo de 5,5 años. La tasa global de reincidencia fue
del 37,4%, muy semejante a la tasa del 37,9% obtenida en
el estudio realizado diez años antes, aunque para un
periodo de seguimiento algo menor (de en torno a 3,5
años). Los hombres reincidieron en mayor proporción
(38,2%) que las mujeres (28,5%). Por tipologías
delictivas, reincidieron más los delincuentes que habían
cumplido penas por delitos contra la propiedad (36,6%),
seguidos de los que las habían cumplido por delitos
sexuales (22,2%), los condenados por delitos contra las
personas (17,6%) y, en última instancia, los que habían
cometido delitos contra la salud pública, generalmente de
tráfico de drogas (16,6%). Los sujetos excarcelados tras
haber cumplido la última parte de su condena en libertad
condicional, reincidieron en una tasa muy inferior
(15,6%) que los que excarcelados sin haber accedido a la
liberación condicional (44,3%). Mediante un análisis de
regresión logística se pudo determinar que las variables
que predecían la reincidencia de manera significativa eran
las siguientes: la variable sexo (ser varón), el peor
comportamiento en prisión, el cumplimiento íntegro de la
pena (sin libertad condicional), la menor edad del primer
ingreso en prisión, el mayor número de ingresos previos,
y el haber pasado más tiempo en prisión. Más
recientemente, un nuevo estudio de reincidencia en
Cataluña analizó una muestra de 1.403 sujetos
excarcelados en 2002 y evaluados durante un periodo de
seguimiento de cuatro años (Capdevila y Ferrer, 2009).
En este caso la reincidencia promedio fue del 40,3%, con
una mayor proporción de reincidentes, como en los
estudios anteriores, entre los delincuentes contra la
propiedad (50%), y entre aquellos que no habían accedido
a la libertad condicional (51,3%).
En 2001 se publicó un estudio de reincidencia sobre una
muestra de 330 sujetos que habían pasado por la Central
Penitenciaria de Observación (organismo dependiente de
la Dirección General de Instituciones Penitenciarias), y
que habían sido excarcelados entre 1993 y 1996 (Serrano
Sáiz, Romero y Noguera, 2001). Se analizó un periodo de
seguimiento de tres años, tras la excarcelación de cada
sujeto. La reincidencia global acumulada fue del 46,7%,
reincidiendo el 30,6% durante el primer año, el 12,7% en
el segundo año y el 3,4% en el tercero. Por tipologías
delictivas, la mayor tasa de reincidencia correspondió a
los delincuentes contra la propiedad (58,8%), después a
los delincuentes sexuales (31,6%), a los condenados por
delitos contra las personas (26,7%), y a los sentenciados
por delitos contra la salud pública —muchos de ellos
correspondientes a tráfico de drogas— (24,4%). Se ha de
tener en cuenta que en este estudio probablemente se
analizó una muestra de sujetos que presentaban de inicio
mayor riesgo de reincidencia que los de las muestras
catalanas, debido al hecho de que haber sido trasladados a
la Central Penitenciaria de Observación evidenciaría
alguna problemática especial relativa a su clasificación
penitenciaria (lo que puede incluir problemas de
comportamiento en prisión y otros factores de riesgo
asociados a una mayor probabilidad de reincidencia).
Estas circunstancias pueden haber condicionado que en
esta evaluación se obtuviera una tasa de reincidencia 10
puntos superior a los estudios catalanes anteriormente
mencionados.
22.5. COSTES SOCIALES Y ECONÓMICOS
DE LOS DELITOS Y SU CONTROL
La delincuencia en sí y, posteriormente, la represión y el
control de la misma, comportan grandes costes personales
y sociales, entre los que deben computarse también las
pérdidas materiales que se derivan de los delitos y las
inversiones económicas requeridas para la mejora de la
seguridad (Cohen, Piquero y Jennings, 2010; Welsh y
Farrington, 2011).
Los costes personales conciernen, sobre todo, a los
daños y el sufrimiento experimentados por las víctimas de
los delitos, tanto directas o primarias, las personas que
padecen un robo o una agresión, como aquellas víctimas
indirectas o secundarias, como familiares, amigos, y, a la
postre, el conjunto de la comunidad social que es
perjudicada de múltiples maneras por la delincuencia
(Piquero, Jennings, y Farrington, 2011). Cuantos más
hurtos y robos, mayor temor a salir a la calle; cuantas más
agresiones sexuales, más oprimidas y con menor libertad
se sienten las mujeres; cuantos más problemas de
corrupción, más medidas de control y mayor rigidez y
lentitud en la gestión pública, etc. Muchos de los
perjuicios e inconvenientes de la delincuencia están
creados, además de por los delitos en sí, por un miedo
exagerado al delito y por las medidas de control excesivas
con las que se reacciona frente a posibles delitos futuros.
Es decir, a los perjuicios directamente ocasionados por la
delincuencia hay que añadirle también los inconvenientes
derivados de las precauciones tomadas contra ella, que, en
muchos casos, reducen la calidad de vida del conjunto de
los ciudadanos.
El coste económico inmediato de la delincuencia es el
valor de los bienes robados. A esta cifra hay que sumar
los gastos de prevención estática de la delincuencia, como
las inversiones en cerraduras, alarmas y verjas, y en
personal dedicado a reprimirla: guardias y vigilantes,
policías, jueces y funcionarios penitenciarios.
Piquero et al. (2011), a partir del datos del Estudio
Cambridge sobre Desarrollo de la Delincuencia,
estimaron que un varón delincuente crónico comportaría
un costo anual de 18 libras (unos 21 euros) por ciudadano
británico, o, en términos globales, un costo total de 742
libras (unos 865 euros) por contribuyente.
En España, en un estudio realizado hace años (Serrano
Gómez, 1986) se estimaba, en base a datos de las
compañías de seguros y de la inversión en prevención por
parte de particulares, que a mediados de los años ochenta
en España se gastaban anualmente en seguridad unos 50
euros por individuo. Añadiendo el costo de los servicios
estatales correspondientes a prevención y lucha contra la
criminalidad, la suma se elevaba a unos 80 euros por
persona y año. Treinta años después, los gastos directos
del delito por persona y año ya son superiores a los 350
euros anuales por habitante. Durante las últimas décadas,
España ha realizado una fuerte inversión en la
construcción de cárceles, y el número de reclusos se ha
multiplicado por cuatro. Además, la seguridad privada es
uno de los sectores de la economía que más crece, y el
número de vigilantes y personal de seguridad privada se
ha cuadriplicado. El delito, como comentaba Serrano
Gómez (1986: 250) “crea empleo”.
Recapacite el lector sobre la secuencia de gasto público
que comporta la persecución de los delitos y de los
delincuentes (especialmente, de los más graves), su
procesamiento y enjuiciamiento, y, finalmente, la
aplicación de las penas impuestas. Anualmente se
destinan grandes presupuestos a las dotaciones de los
cuerpos de policía que se encargan de la indagación de los
delitos y la detención de los culpables, a la maquinaria de
la Administración de justicia y, cómo no, a la ejecución
de las medidas que son dictadas por los tribunales, entre
las cuales las más costosas son, sin duda, las penas de
prisión. A mero título de ejemplo, en España se gastan no
menos de mil cien millones de euros en la sola gestión de
las instituciones penitenciarias. Paralelamente, la
construcción de un nuevo centro penitenciario, que
disponga de unas 1.000 plazas, tiene un coste no inferior a
ochenta millones de Euros.
En los países anglosajones, particularmente en Estados
Unidos y Reino Unido, se realizan a menudo estudios
económicos de la justicia penal, en términos de análisis
coste-beneficio, es decir, contrastando la eficiencia de
aquello que se gasta en relación con los resultados que se
obtienen (Welsh y Farrington, 2011).
Contrariamente a ello, en España no suelen realizarse
estudios de índole económica acerca del encarcelamiento
y la justicia, lo que no deja de ser particularmente
sorprendente en etapas de grave crisis y dificultades
económicas. Una excepción a esta carencia general de
estudios económicos la constituyó una investigación de
Redondo, García, Blanco, Anguera y Losada (1997),
quienes analizaron los costes del sistema penitenciario
catalán en sus distintos apartados de gasto: los gastos
necesarios para su gestión (instalaciones y
administración), los presupuestos invertidos en seguridad
de las prisiones, aquéllos dirigidos a promover la salud de
los encarcelados y, por último, los gastos efectuados para
facilitar la educación y reinserción social. De todas estas
partidas económicas, las destinadas en conjunto a
instalaciones y administración y a vigilancia eran, a todas
luces, las más gravosas. De los 88 millones de euros
gastados en el sistema penitenciario catalán en 1994, 59,3
millones de euros, lo que suponía el 67,68% del
presupuesto, correspondieron a administración y
seguridad. Se invirtió un total de 16,7 millones de euros,
el 19,14% del presupuesto en calidad de vida, y 11,5
millones de euros, un 13,16% del global, en rehabilitación
y reinserción (al que correspondía un 16% del conjunto
del personal penitenciario, incluyendo criminólogos,
psicólogos, sociólogos, pedagogos, maestros, educadores,
trabajadores sociales y monitores diversos).
De todos los análisis económicos efectuados por
Redondo et al. (1997), destacó el elevado coste por
interno que comportaba el encarcelamiento: en 1994 las
prisiones catalanas gastaron anualmente trece mil euros
por cada preso, lo que equivalía a unos 36 euros por día
(para el año 2012, esos gastos se estimaban en unos
30.000 euros anuales, equivalentes a unos 82 euros
diarios). Ello sin contar la exorbitante cifra que
comportaba la creación de cada nueva plaza penitenciaria,
que en 1994 no era inferior a 48.000 euros. Ello
significaba que, al precio de la estancia en prisión, había
que añadir unos 28 euros diarios por interno, en concepto
de amortización de los gastos de construcción de la plaza
penitenciaria ocupada. En 2006 la construcción de cada
nueva plaza podría estimarse en no menos de 90.000
euros. Y en 2011 solo la Administración penitenciaria
dependiente del Ministerio del Interior gastó en la gestión
de las prisiones un presupuesto global superior a mil
doscientos millones de euros (Secretaría General de
Instituciones Penitenciarias, 2011).
En el apartado de las relaciones entre costes económicos
del encarcelamiento y beneficios logrados, Redondo et al.
(1997) concluyeron que, en general, se obtenían mejores
resultados en indicadores de beneficio, como una mayor
proporción de sujeto en programas de educación y
rehabilitación, una tasa más elevada de permisos y salidas
programadas concedidos, y una superior proporción de
internos en régimen, en los centros más pequeños (que,
sin embargo, resultaban ser los más costosos por interno,
desde un punto de vista económico). Por el contrario, los
centros más grandes, aunque comportan cierto ahorro
económico, mostraban mayores dificultades para
acometer los objetivos de reeducación y reinserción social
previstos por la ley.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Las prisiones de EEUU rebajan las penas para ahorrar costes (El
Economista.es, 14/07/2009)
Las cárceles estadounidenses y la justicia no se libran del azote de la crisis. Las
cuentas de buena parte de los gobiernos estatales se encuentran bajo mínimos y las
bancarrotas atormentan importantes áreas como California. Sin dinero ni siquiera para
costear los salarios de empleados públicos, mantener las prisiones y a sus inquilinos
se ha convertido en un verdadero suplicio.
Algunos departamentos correccionales, como el del estado de Washington, han
puesto en práctica algunas técnicas originales para ahorrar algunos dólares como por
ejemplo lavar la ropa de los encarcelados con agua fría, reciclar y hacer compost con
las sobras de la cocina o, incluso, recolectar agua de lluvia, algo que permite ahorrar
hasta 4,6 dólares por prisionero.
Sin embargo, estas medidas no están siendo suficientes para frenar los ingentes
costes de manutención de prisiones y, por eso, se han tenido que comenzar a aplicar
métodos alternativos de sentencia para no seguir aumentando el número de reclusos
en el país. Según explicaba el Washington Post, tribunales dedicados a juzgar a
traficantes de drogas, conductores ebrios y otras fechorías, están optando por imponer
condenas de arresto domiciliario o libertad condicional para evitar enviar nuevas
personas a la cárcel.
A día de hoy, mantener a una persona en centro penitenciario estadounidense viene
a costar alrededor de 79 dólares diarios mientras que una libertad vigilada o
monitorizada solo cuesta 3.50 dólares, por lo que el ahorro es más que evidente.
Ocho prisiones ya han cerrado sus puertas
Según Adema Gelb, director del Proyecto de Seguridad, del Pew Center, “la
economía está obligando a muchos estados a tomar decisiones sobre la marcha”.
“Hemos observado que se están tomando nuevos caminos para garantizar la seguridad
pública a un coste mucho más barato”, añadió.
En estados como Michigan, el tomar decisiones de este estilo no ha evitado que se
hayan tenido que cerrar un total de ocho prisiones, ya que con un déficit de 1.400
millones de dólares, las autoridades estatales no podían permitirse el lujo de poder
mantener abiertas dichas cárceles. Otros casos, como el de Texas, ponen los pelos de
punta. Dicho estado cuenta con más de 155.000 encarcelados y el mayor número de
condenados a muerte del país, dado el conservadurismo que caracteriza a su sistema
judicial.
Los expertos proyectan que para 2012, el estado necesitará otras 17.000 camas
para cobijar a los nuevos reclusos algo que supondría tener que construir hasta ocho
prisiones por un valor total de casi 1.000 millones de dólares.

De momento, parece que se están llevando a cabo progresos mínimos para reducir
costes, algo que podría poner en peligro el funcionamiento del sistema de prisiones y
las decisiones judiciales a lo largo y ancho del país.
Algunos ciudadanos temen que la falta de fondos y la toma de decisiones
alternativas acabe por relajar la justicia y no condenar como se debe a los criminales.
Otros creen que precisamente esta situación demuestra lo contrario, que los jueces
más conservadores encarcelan demasiado pronto a los culpables.
El Reino Unido cerrará seis prisiones inglesas por su alto coste (Agencia EFE,
10/01/13)
Londres, 10 ene (EFE).- Seis prisiones inglesas serán cerradas y otras tres
quedarán parcialmente clausuradas por su alto coste de mantenimiento, lo que
permitirá un ahorro de 63 millones de libras (77 millones de euros) anuales, informó
hoy el Gobierno. Según un comunicado emitido hoy por el Ministerio de Justicia, las
cárceles afectadas, algunas de ellas viejas y construidas en tiempos victorianos, están
en Essex, Canterbury, Gloucester, Portsmouth, Somerset y Shrewsbury, con
capacidad para albergar a 2.600 presos. En cuanto a los centros penitenciarios que
serán parcialmente clausurados son los de las localidades británicas de Chelmsford,
Hull y el de la Isla de Wight. Al tiempo que comunicó esos cierres, Justicia anunció
sus planes de construcción de una nueva “súper cárcel” con capacidad para 2.000
presos, que será la mayor prisión de todo el Reino Unido, un 25% más grande que las
instalaciones que existen en la actualidad. Con relación a ese proyecto, el ministerio
reveló que se llevarán a cabo planes de viabilidad acerca de la ubicación del nuevo
centro penitenciario en Londres, el noroeste de Inglaterra y el norte de Gales.
“Nuestra estrategia es asegurarnos de que contamos con lugares suficientes para hacer
frente a la demanda de los tribunales a la vez que garantizamos lo mejor para el
contribuyente”, explicó el ministro británico de Justicia, Chris Grayling. En la nota,
este titular también señaló que hay que “rebajar el coste del sistema de prisiones, gran
parte del cual es viejo y caro”. “No obstante, no quiero que los tribunales se
encuentren en una posición en la que no puedan enviar a un delincuente a la cárcel
porque no hay lugares disponibles”, agregó.
Los recortes llegan a las cárceles
El Govern admite serias dificultades para pagar la factura penitenciaria y
aplica recortes en la cárcel | Con la supresión de la merienda, se ahorra medio
millón de euros al año sin afectar a la dieta del preso (La Vanguardia.com,
7/07/12)
En las cárceles de Catalunya ya no hay merienda gratis. El Govern ha suprimido
la pieza extra de fruta, el yogur o el zumo, repartidos con el menú del almuerzo y que
muchos reclusos guardaban para la hora de la merienda. La retirada de ese
complemento en la alimentación penitenciaria se incluye dentro de las medidas de
ahorro que Justícia ha empezado a aplicar en los gastos de toda la infraestructura
relacionada con la comida.

La supresión de la merienda va a suponer un ahorro de medio millón de euros al


año y con toda la reestructuración (se ha doblado el precio que los funcionarios
pagaban por los menús dentro de la cárcel y se han reducido los horarios de cafetería)
se prevé ahorrar dos millones de euros por ejercicio. La supresión de la merienda
parece haber levantado más polémica en el Parlament, donde todos los grupos —
excepto CiU— pidieron el jueves que vuelva a repartirse ese tentempié (…).
Justícia insiste en que la alimentación de los reclusos (en las cárceles catalanas se
sirven hasta media docena de menús diferentes) “sigue siendo de calidad” sin esa
merienda —que nunca se ha repartido en el resto de las prisiones de España— y
revela que el Govern tiene serias dificultades para pagar la factura penitenciaria. Solo
de hipotecas por las cinco nuevas prisiones impulsadas por el anterior Govern se
pagan, cada año, cincuenta millones de euros, tal como indica Ramon Parés, director
de Serveis Penitenciaris. Se calcula que cada preso (…) cuesta entre 70 y 80 euros
diarios. Todo lo que se pueda ahorrar, sin que afecte a las políticas de rehabilitación o
a calidad de vida de los presos, “supone un respiro a la hora de hacer frente a esta
factura”, afirma Parés. Aunque hay pequeños lujos que, en aras de mantener la paz
entre rejas, no se han suprimido. Los reclusos ya no meriendan gratis, pero siguen
viendo la televisión de pago en sus celdas (…).

22.6. FINALIDADES DE LAS PENAS E


IDEAL DE REHABILITACIÓN
“[Al corregir a vuestros semejantes…] buena parte de los humanos,
parecéis imitar a esos malos maestros que, mejor que enseñarles,
prefieren azotar a sus discípulos. Decrétanse contra el que roba graves
y horrendos suplicios, cuando sería mucho mejor proporcionar a cada
cual medios de vida y que nadie se viese en la cruel necesidad,
primero, de robar, y luego, en consecuencia, de perecer.”
Tomas Moro, 1516. Utopía.

En relación con la prevención del delito y las finalidades


de las penas, los ciudadanos suelen mostrar opiniones
ambivalentes, en las que se consideran tanto la necesidad
de medidas sociales de apoyo a los jóvenes y a quienes
han cometido un primer delito, como la conveniencia de
una mayor dureza con los delincuentes reincidentes. En el
estudio de opinión pública del Observatorio de la
Actividad de la Justicia (2012), al que ya se ha hecho
referencia, se halló que los ciudadanos opinaban de forma
bastante unánime que si hubiera más trabajo y más
control y vigilancia policial habría menos delincuencia;
por otra parte un 66% de encuestados consideraban que
debería invertirse un mayor presupuesto para lograr la
rehabilitación de los delincuentes de modo que puedan
convertirse en ciudadanos más respetuosos de la ley. No
obstante, si fracasan la prevención, la disuasión y la
rehabilitación, tres de cuatro españoles apuntan por un
trato más duro a lo delincuentes, que implique penas más
severas, e incluso la cadena perpetua en delitos muy
graves.
Entre las finalidades atribuidas, desde diferentes
perspectivas, a las penas que se imponen por los delitos,
se encuentran las siguientes: 1) el castigo de los
delincuentes, con el objetivo de disuadirlos de futuros
actos delictivos, en razón de un mayor temor a nuevos
castigos penales; 2) su inocuización criminal, impidiendo,
particularmente a partir de su encarcelamiento, que
puedan cometer nuevos delitos, y protegiendo así a la
sociedad; y 3) su tratamiento y reinserción, a partir de
intervenciones técnicas de carácter educativo, laboral,
psicológico, etc. Según Redondo (2004), cuando los
operadores de la justicia y los ciudadanos en general
reflexionan y se posicionan acerca de las anteriores
finalidades del sistema penal, suelen producirse debates
cruzados en tres dimensiones implícitas diferentes,
estrechamente conectadas con las tres finalidades a que se
acaba de hacer referencia. La cuestión de si la pena debe
tener una finalidad primordialmente punitiva y disuasoria,
se vincula estrechamente a una dimensión simbólica, o de
significado, del sistema penal. Por su parte, la función de
inocuización se entrelaza con las valoraciones acerca de la
vertiente protectora o de defensa social del sistema penal,
y en consecuencia, del grado de severidad o
permeabilidad que éste debería tener. Por último, la
perspectiva sobre la finalidad rehabilitadora de la pena
guarda estrecha relación con una dimensión técnica, que
pondera la efectividad de las distintas técnicas de
tratamiento y rehabilitación de los delincuentes. Veamos
estas dimensiones valorativas con más detalle.
La dimensión simbólica de las penas hace referencia al
significado preferente que se confiere al castigo penal. En
ella, el debate suele decantarse, o bien por el realce del
castigo (generalmente, la prisión) como prioridad para los
infractores de la ley penal, o bien por medidas de mayor
contenido social, en que las propias víctimas (programas
de relación con las víctimas, por ejemplo, mediación o
reparación), o la sociedad en su conjunto (servicios o
trabajos en beneficio de la comunidad), puedan jugar un
papel educativo-social sobre los delincuentes. El debate
posee aquí un carácter esencialmente moral y político
(Sherman, 2002), y tiene que ver con la consideración de
si los ciudadanos que quiebran la ley deben ser
meramente castigados y encerrados en las cárceles, o si,
por el contrario, debe avanzarse hacia medidas sociales
menos punitivas, que puedan lograr, sin embargo, efectos
disuasorios semejantes. La investigación ha explorado, de
modo parcial y provisional, la capacidad disuasoria que
tiene el sistema penal (y, en concreto, la prisión) tanto
sobre los propios delincuentes convictos (la denominada
prevención especial) como sobre los ciudadanos que no
han delinquido (prevención general) (véase capítulo 10).
Respecto de la eventual capacidad del sistema punitivo
para disuadir a los delincuentes habituales de cometer
nuevos delitos (es decir, para reducir su reincidencia), los
datos de la investigación refutan más que avalan dicha
capacidad disuasoria (Barberet, 1997; Zimring y
Hawkins, 1973). En relación con la capacidad disuasoria
del sistema jurídico-penal sobre los ciudadanos no
delincuentes —es decir, con respecto a su capacidad de
prevención general—, los resultados de la investigación
confirmarían parcialmente que la amenaza penal podría
contribuir a disuadir de cometer delitos, a aquellas
personas que habitualmente no los cometen.
La segunda dimensión valorativa del sistema penal,
vinculada en parte a la anterior, posee un carácter
prioritariamente utilitario: haría referencia a la vertiente
protectora o inocuizadora atribuida a las penas de prisión,
en la medida en que segregan a los delincuentes e impiden
que cometan nuevos delitos, al menos durante el tiempo
que dura su cumplimiento. De acuerdo con ello, esta
dimensión bascularía entre dos posibles extremos: uno, el
logro del mayor grado posible de seguridad y control en el
cumplimiento de las condenas, y el otro, la asunción de
algunos riesgos en la seguridad, en favor de objetivos
positivos aunque inciertos como la rehabilitación. En lo
concerniente al sistema penitenciario español, lo anterior
tendría ello tiene que ver fundamentalmente con los
regímenes y contextos de cumplimiento de penas
privativas de libertad: en régimen cerrado, ordinario o
abierto, y la concesión o no a los encarcelados de
permisos y de la libertad condicional anticipada. El
extremo más estricto de esta dimensión de defensa social
vendría a considerar que la mejor opción es la máxima
protección y, en consecuencia, que los delincuentes,
especialmente los más violentos y peligrosos, deberían
cumplir sus penas en regímenes cerrados y de máximo
control, que impidan a toda costa su evasión. Opciones
más blandas y liberales asumirían, en cambio, otras
posibles medidas y situaciones de riesgo moderado, como
los permisos de salida, los regímenes abiertos, el arresto
de los sujetos en su propio domicilio, o la utilización de
controles mecánicos como las pulseras electrónicas
(sistema que ya se utiliza en España con algunos
penados).
Según Redondo (2004), el posicionamiento personal y
social en las dos primeras dimensiones de las penas
(simbólico-punitiva y protector-inocuizadora), a las que
acabamos de referirnos, podría guardar relación con dos
factores principales: 1) el nivel de violencia y
delincuencia —real o simbólicamente construida— que
hay en una sociedad, y 2) su grado de desarrollo social y
democrático. En principio, cabría esperar que a mayor
violencia y menor desarrollo social, más duras sean las
medidas penales empleadas en una sociedad, y más
estricto sea su cumplimiento (es decir, más duros sean el
sistema penal y el sistema de ejecución de penas); y
viceversa, que a menor violencia/delincuencia (real o
construida) y mayor grado de desarrollo social, más
suaves y comunitarias serán las medidas penales
establecidas y aplicadas (mayor suavidad del sistema
penal/penitenciario).
La tercera dimensión sugerida por Redondo (2004), en
relación con las finalidades del sistema criminal, tiene un
cariz científico, y se refiere a la efectividad de las
intervenciones y técnicas de rehabilitación aplicadas con
los delincuentes. Más concretamente, al grado en que las
distintas técnicas y programas de tratamiento utilizados
logran reducir la reincidencia futura de los sujetos
tratados. Esta dimensión técnica, relativa a las
intervenciones y programas de tratamiento utilizados,
hace referencia a qué es lo que se ofrece a los
delincuentes mientras cumplen una condena penal, a qué
se les aporta en términos de educación, formación laboral,
habilidades sociales, apoyo social, etc., de cara a que
puedan mejorar sus competencias personales y
posibilidades sociales para una vida social integrada.
Durante las últimas décadas se han aplicado —sobre
todo en prisiones, aunque también a veces en la
comunidad— múltiples programas de tratamiento con
diversas tipologías de delincuentes, entre ellos
delincuentes juveniles, delincuentes violentos y contra la
propiedad, y agresores sexuales. Nos referiremos
detenidamente al tratamiento de los delincuentes y su
posible eficacia en el capítulo siguiente. Baste por ahora
decir que los tratamientos con delincuentes logran
reducciones promedio de la reincidencia de entre el 5% y
el 30% (sobre tasas medias de reincidencia del 50%)
(Redondo y Frerich, 2013). Así, la efectividad de las
medidas penales, por lo que concierne a la disminución de
la reincidencia delictiva, tiene que ver prioritariamente
con los contenidos educativos y rehabilitadores ofrecidos
a los delincuentes y condenados, no tanto con las
dimensiones simbólicas socialmente atribuidas al castigo,
o con la dureza de ejecución de las medidas penales. Sin
contenidos educativos y rehabilitadores, es una gran
quimera esperar que las penas de prisión (o cualesquiera
otras medidas penales), tengan per se virtualidades
preventivas y reinsertadoras. Y, contrariamente a ello, si
se trabaja con los delincuentes de manera sistemática e
intensiva, mediante programas que han mostrado
efectividad, pueden obtenerse buenos resultados
preventivos en diferentes contextos penales. Es evidente
que cuanto más abiertos y comunitarios sean los contextos
en que tales programas se lleven a cabo mayores serán las
oportunidades para que los sujetos puedan poner en
práctica, en la realidad social, las nuevas habilidades
aprendidas. Pero si tales habilidades no les han sido
enseñadas previamente (lo que también puede hacerse en
las prisiones) difícilmente podrán ejercerlas en la vida
social.
La tesis central de la argumentación de Redondo (2004)
es que en los modernos estados democráticos y
desarrollados (e, idealmente, en todos los países) el
planteamiento más comprensivo, racional y avanzado para
el control y prevención de la delincuencia debería
congeniar equilibradamente todas las finalidades y
valoraciones a que se ha aludido. La defensa de la
seguridad pública y el tratamiento de los delincuentes no
son objetivos contradictorios, sino que pueden ser
complementarios y de resultado sinérgico o
multiplicativo. El sistema penal de un país desarrollado
habría de servir para disuadir del delito y proteger a la
sociedad de los delincuentes más violentos y peligrosos
pero, a la vez, debería ofrecer y aplicar el mayor número
posible de intervenciones y programas de tratamiento y
reinserción, específicamente dirigidos a procurar la
rehabilitación social de los delincuentes y a reducir sus
tasas de reincidencia en el delito.
Con frecuencia se afirma que las prisiones tienen una
contradicción ontológica: no puede prepararse a los
delincuentes para la vida en libertad desde la privación de
libertad. Esta aseveración expresa, sin duda, cierta verdad,
ya que las prisiones ni fueron concebidas originariamente
como lugar de rehabilitación y reinserción social, no son
el contexto idóneo para llevar a cabo tales procesos, que
en realidad tienen que producirse fuera de las prisiones,
en la comunidad social. Sin embargo, ello no impide que
la estancia en prisión pueda constituir una ocasión
propicia para ofrecer y enseñar a los encarcelados
múltiples habilidades y competencias que podrían serles
útiles en la vida social (educación y cultura, nuevos
valores, formación laboral, autocontrol, habilidades
sociales, etc.), y para ayudarles a recomponer unos
vínculos familiares y sociales más favorables para su
futuro. En suma, nada impide que la privación de libertad
pueda ser transformada, como se afirmó, en lúcida
expresión, en un “tiempo útil” (Arnanz, 1988), por
oposición a un tiempo inútil o perdido.
Diversas razones justifican, a nuestro juicio, la
conveniencia de mantener el “ideal de rehabilitación” en
el sistema criminal y en las prisiones. Una importante, de
cariz histórico pero también de vigencia actual, es que el
ideal de la rehabilitación ha propiciado una progresiva
humanización de las penas de prisión y las instituciones
penitenciarias, en lo relativo al trato que se da a los
encarcelados, las condiciones de higiene de las prisiones,
la salubridad de los edificios, y el aumento de los
servicios y del personal destinados a tareas educativas,
rehabilitadoras y sociales. El ideal de la rehabilitación ha
favorecido, durante décadas, también la investigación
criminológica: solo una perspectiva que cree en la
capacidad humana para cambiar y mejorar, se interesa por
indagar los factores que se vinculan a la delincuencia.
Muchos de los conocimientos criminológicos presentados
en esta obra ilustran esta perspectiva posibilista y
esperanzada. Finalmente, una tercera razón importante
por la que es necesario, en nuestra opinión, que el ideal de
la rehabilitación forme parte de los objetivos de la justicia
criminal y del sistema penitenciario es la evitación o la
reducción de las futuras acciones delictivas. Según se
detallará en el capítulo siguiente, muchos de los
programas de rehabilitación ejercen un efecto muy
favorable sobre los encarcelados que los siguen y sobre su
futuro comportamiento.
Trabajar con delincuentes en tesitura de rehabilitación
es hacerlo con la ilusión y la esperanza de que, con la
necesaria ayuda, ellos pueden cambiar su futuro.
Grupo de Investigación en criminología aplicada a la penología (UAB).
De izquierda a derecha: Helena Mulero; José Cid; Beatriz Tébar; María
Contreras; Ariadna Andreu; Anna Meléndez; Joel Martí; Aina Ibáñez y
Eugenia Albani.
Líneas de investigación: Desisitimiento y reinserción; Prisiones: tercer grado
y libertad condicional; Métodos de investigación en criminología; Justicia
restauradora; Penas alternativas a la prisión; Teorías ecológicas y prevención
comunitaria; Teorías criminológicas.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Es un principio criminológico bien establecido que las consecuencias punitivas de
un comportamiento, como lo son las penas, para que resultaran disuasorias y
efectivas, deberían seguir inmediatamente a los delitos. Debido a ello, es difícil
que el sistema penal pueda ser eficaz en la prevención de los delitos mediante las
penas.
2. La Administración de justicia podría modernizarse y hacerse más eficiente a partir
de mejorar el funcionamiento de las oficinas judiciales, y de reformas procesales
profundas que permitieran una mayor generalización de los procedimientos y
juicios orales rápidos. Desde una perspectiva criminológica, sería particularmente
necesaria y urgente la modernización de las estadísticas judiciales y fiscales, de
modo que permitan un conocimiento más veraz de las tasas delictivas.
3. Las penas alternativas, como los Trabajos en Beneficio de la Comunidad, pueden
constituir una buena base para el trabajo preventivo con los infractores y
delincuentes, a partir de aplicar durante su cumplimiento medidas educativas y de
tratamiento apropiadas. Además, las medidas alternativas pueden tener otras
muchas ventajas, como una menor estigmatización de los condenados, una mayor
facilitación de su inserción social y, también, un menor coste económico.
4. Las cifras de delincuencia de un país y sus tasas de encarcelamiento no siempre
son paralelas. Más bien, suele existir una gran desconexión entre estos dos
fenómenos, que en teoría deberían estar estrechamente interrelacionados. Una
prueba de esta incoherencia es la gran diversidad de tasas penitenciaras existentes
en distintos países y regiones de Europa, a pesar de que no haya tan claras
diferencias en sus cifras delictivas.
5. Las elevadas tasas de extranjeros en prisión no tienen por qué significar que los
extranjeros residentes en un país cometan más delitos que los ciudadanos
autóctonos. Muchos de estos encarcelamientos pueden ser debidos a infracciones
cometidas por los extranjeros en el marco de verse afectados por múltiples
carencias y problemas, de índole social y económica, que guardan estrecha
relación con su situación de inmigrantes o “extranjeros”.
6. Contra lo que a menudo se dice, el Código penal de 1995 comportó un gran
endurecimiento de las penas privativas de libertad, lo que ha hecho que, en
promedio, los encarcelados permanezcan en prisión mucho más tiempo,
promoviéndose con ello un incremento constante del número de encarcelados.
7. El encarcelamiento puede comportar un proceso de “prisionización” en los sujetos
internados, y producir en ellos múltiples efectos negativos, entre los que se
incluyen el aumento de su dependencia o pérdida de autonomía, la disminución de
su autoestima, la adquisición de valores carcelarios y delictivos, una ansiedad
elevada, y un mayor riesgo de futura reincidencia.
8. En España, al igual que en otros países europeos, las cifras promedio de
reincidencia no son superiores al 50%. No puede afirmarse, como a menudo se
hace sin tomar en consideración las investigaciones existentes a este respecto, que
todos o la mayoría de los delincuentes reincidan en el delito, ya que esto no
corresponde a la realidad. La mayoría de los delincuentes acaban desistiendo, de
una manera natural, de la comisión de delitos.
9. Aunque ni las prisiones tienen como finalidad originaria la rehabilitación de los
delincuentes, ni tampoco son los lugares idóneos para acometer dicho objetivo, el
tiempo de estancia en prisión puede ser empleado de una manera “útil” para
mejorar la educación y las habilidades de vida de los encarcelados. Las prisiones
se han beneficiado a lo largo de la historia del “ideal de la rehabilitación”, que ha
contribuido a su humanización y mejora.
10. En las sociedades democráticas y avanzadas los sistemas jurídico-penal y
penitenciario deberían hacer compatibles, para el logro de una mayor eficacia, la
defensa de la seguridad pública y el tratamiento y rehabilitación de los
delincuentes.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. Buscar datos de la ciudad, provincia o comunidad autónoma de residencia acerca
de los procedimientos instruidos en los tribunales de justicia. ¿Cuántos de ellos
corresponden a asuntos penales? ¿Se parecen dichas cifras a las proporciones
globales existente en el conjunto de España? Comparar las cifras obtenidas acerca
de los delitos con las correspondientes a la policía.

2. Entrevistar a personas a quienes se conozca que estén inmersas en procesos


judiciales (ya sean civiles, penales, contenciosos o laborales) y analizar los
tiempos de duración de los distintos trámites implicados en los mismos y las
razones por los que éstos pueden demorarse.
3. Diseñar, en grupos de alumnos que trabajen independientemente, posibles
cuestionarios para evaluar la opinión pública acerca del funcionamiento y eficacia
de la Administración de justicia. Poner los cuestionarios elaborados en común y
confeccionar uno conjunto, tomando ideas y propuestas de los diversos grupos.
Los diversos cuestionarios creados podrían aplicarse a muestras seleccionadas,
analizando sus resultados.
4. Buscar información sobre el funcionamiento de la justicia en España y en otros
países y resumir dicha información, comparándola y presentándola en clase, para
el desarrollo de un debate y propuesta sobre posibles mejoras al respecto.
5. Analizar ejemplos de casos actuales de cumplimiento de medidas alternativas y
describir qué actividades o programas (educativos, de trabajo, de tratamiento, etc.)
se desarrollan en concreto durante el cumplimiento de dichas medidas.
6. Buscar información actualizada sobre coste-efectividad de diferentes medidas
penales (prisión y alternativas), y analizar sus respectivos beneficios y costes
(sociales y económicos).
7. ¿Cuántos presos hay en tu ciudad, provincia o comunidad autónoma? ¿Cuáles son
sus principales características sociodemográficas y delictivas? ¿Sería posible
obtener el permiso necesario para realizar una visita de estudio a la prisión de tu
ciudad? ¿Cuáles son sus condiciones materiales y de población penitenciaria?
8. Buscar y analizar información histórica sobre las tasas de encarcelados en España y
en otros países del mundo. Debatir las razones y factores que pueden haber
condicionado los aumentos o reducciones de las cifras de encarcelamiento en
distintos periodos.
9. Averiguar la proporción de extranjeros que hay en la prisión de tu ciudad o
provincia. Analizar los motivos jurídicos de su encarcelamiento. ¿Cuáles son los
delitos que más frecuentemente han cometido? ¿Están todos presos por algún
delito, o pueden existir otras razones para estar en prisión?
10. Si fuera posible, un buen ejercicio práctico acerca de los efectos de la prisión en
los encarcelados, podría ser entrevistar a una más personas que hayan cumplido
penas de prisión, describiendo y debatiendo luego sus vivencias y relatos.
11. ¿Cuáles son las tasas de reincidencia en el delito? ¿Son iguales para las diversas
tipologías de delincuentes?
12. Diseñar un pequeño cuestionario con preguntas acerca de cuáles serían las
medidas más adecuadas para luchar contra la delincuencia y aplicarlo a algunas
personas. Analizar las respuestas obtenidas.

1 Los factores integrantes del constructo prisionización fueron identificados


en investigaciones realizadas en su mayor parte en prisiones
norteamericanas. Las cárceles norteamericanas se caracterizan por
elementos de gran rigidez como, por ejemplo, el uso de uniformes y de
numeración en el vestuario, aislamientos prolongados, estricta disciplina,
etc. (Hood y Sparks, 1970; García y Sancha, 1985). Por otra parte, se ha
aducido que, desde una perspectiva metodológica, muchos de los estudios
que sirvieron de base a las conclusiones sobre prisionización tienen
algunas carencias importantes. Un número considerable de estudios no
obtuvo mediciones del nivel que los sujetos tenían en las variables de
prisionización con anterioridad a su entrada en prisión. Se limitaron a
efectuar una sola evaluación transversal de los sujetos, que, en el mejor de
los casos, compararon con poblaciones no carcelarias. En otras ocasiones,
las investigaciones no tomaron en consideración variables moderadoras
como la tipología y gravedad de los delitos cometidos por los sujetos, la
duración de sus condenas, sus carreras delictivas previas o los contextos
exteriores de los que provenían (Clemmer, 1940).
Paralelamente, los estudios que ponen en relación la estancia en prisión de los
sujetos con su conducta posterior se han circunscrito al análisis de la
variable reincidencia. En las investigaciones pioneras de los años cuarenta
y cincuenta se sugería una relación directamente proporcional entre
prisionización y tendencia a la reincidencia. Más recientemente, se ha
puesto en duda esta relación simple. Una de las perspectivas al respecto
sugiere que el proceso de criminalización solo guardaría una relación
accidental con la estancia en prisión. Por ello, la ulterior reincidencia de
los sujetos vendría más bien asociada con características personales y
conductuales de los mismos, o con las del ambiente a que éstos retornan
(Pinatel, 1979; Bondeson, 1989).
2 Así fue constatado por González Navarro (1991) en una investigación en la
que analizó una muestra representativa de internos en régimen abierto.
Con la finalidad de estudiar las diferencias existentes entre el
cumplimiento de las condenas en situación de “internamiento ordinario” y
en “medio abierto”, se efectuaron múltiples entrevistas a los propios
sujetos analizados, a técnicos y directivos penitenciarios, y a profesionales
vinculados a diferentes recursos sociales. La conclusión fundamental de
esta investigación fue que el cumplimiento de condenas en contacto
directo con el medio social —esto es, en forma menos rígida, tal y como
sucede en el régimen abierto— atenúa los efectos negativos de los
procesos de prisionización.
El Rey Juan Carlos rodeado de jueces durante el acto oficial de apertura del
año judicial
23. TRATAMIENTOS
TERAPÉUTICOS CON
DELINCUENTES
23.1. ANTECEDENTES Y ACTUALIDAD DEL TRATAMIENTO
DE LOS DELINCUENTES 1025
23.1.1. Perspectiva internacional 1027
23.1.2. Desarrollo en Europa 1029
A) Reino Unido 1029
B) Países nórdicos 1030
C) Centroeuropa y Europa mediterránea 1030
D) Países europeos de habla alemana 1031
E) Holanda y Bélgica 1032
23.2. MODELO DE REHABILITACIÓN RIESGO-
NECESIDADES-RESPONSIVIDAD Y OBJETIVOS DEL
TRATAMIENTO 1032
23.3. TIPOLOGÍAS DELICTIVAS Y PROGRAMAS DE
TRATAMIENTO 1036
23.4. ENTRENAMIENTO EN NUEVAS HABILIDADES 1037
23.5. DESARROLLO Y CAMBIO COGNITIVO 1040
23.6. TERAPIAS DE CONTROL EMOCIONAL 1045
23.7. INTERVENCIONES PARA MANTENER LOS LOGROS
DEL TRATAMIENTO 1046
23.8. UN EJEMPLO PRÁCTICO: EL TRATAMIENTO DE LOS
AGRESORES SEXUALES 1047
23.8.1. Tratamiento cognitivo-conductual 1047
23.8.2. Ingredientes terapéuticos y habilidades de los terapeutas 1048
A) Autoestima 1049
B) Educación sexual 1049
C) Mejora de las habilidades afectivas y sexuales 1050
D) Erradicación de distorsiones cognitivas 1051
E) Autocontrol emocional 1051
F) Empatía con las víctimas 1052
G) Prevenir las recaídas 1054
23.8.3. Tratamientos aplicados en España 1056
23.9. EFICACIA GENERAL DE LOS TRATAMIENTOS 1058
23.9.1. Efectividad global: Revisiones y meta-análisis 1058
23.9.2. Carrera delictiva y eficacia del tratamiento 1062
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 1065
CUESTIONES DE ESTUDIO 1066

23.1. ANTECEDENTES Y ACTUALIDAD


DEL TRATAMIENTO DE LOS
DELINCUENTES
El tratamiento de los delincuentes, tanto juveniles como
adultos, constituye una de las estrategias más sólidas de
que se dispone en la actualidad para la reducción del
futuro riesgo delictivo de los delincuentes tratados. Los
tratamientos actuales se fundamentan en las explicaciones
y otros conocimientos sobre la delincuencia a que se ha
aludido con anterioridad, tales como la teoría del
aprendizaje social y los análisis de carreras criminales.
El tratamiento con infractores intenta promover cambios
en sus conductas, cogniciones y emociones, las cuales les
han llevado reiteradamente a cometer delitos. Pretende
ofrecer a los delincuentes tratados nuevas habilidades de
vida, nuevos modos de encarar su mundo y unas
estructuras de interacción emocional que sean más
equilibradas, prescindan de la agresión y resulten más
solidarias y compasivas con las necesidades y el
sufrimiento de otras personas (McGuire, 2001c).
Las prisiones son el contexto principal en el que se han
desarrollado muchos de los programas con delincuentes
que se aplican internacionalmente, y así ha sido también
en España. Pese a ello, no se considera aquí que las
prisiones sean el marco ideal para tratar a los
delincuentes, sino que, contrariamente a ello, es firme
creencia de los autores de esta obra que se debería
encarcelar a menos personas y durante menos tiempo; y
que las sociedades modernas deberían trascender el
empleo masivo y rutinario de la prisión y evolucionar,
poco a poco, hacia sistemas más civilizados y
comunitarios de control de la delincuencia (Redondo,
2009). Ello permitiría que muchos de los delincuentes
menos violentos y peligrosos fueran tratados y
controlados mediante servicios comunitarios adecuados,
reservándose las penas de prisión para los criminales más
violentos y persistentes.
Existen normas penitenciarias internacionales
(particularmente, de Naciones Unidas y del Consejo de
Europa) que prescriben cuáles son los grandes objetivos y
servicios que deben utilizar los estados para la ayuda
social y el tratamiento de los delincuentes y encarcelados.
Dichas normas prevén la educación, la atención a la salud
mental, la orientación de la prisión como servicio público,
la formación y especialización del personal penitenciario,
la investigación y evaluación de los programas aplicados,
y los objetivos del régimen y el tratamiento de los
condenados a privación de libertad.
Sin embargo, el tratamiento de los delincuentes no es
per se una solución o remedio al problema delictivo.
Como se ha puesto de relieve sobradamente a lo largo de
este texto, la criminalidad es siempre un problema
complejo, influido y condicionado por múltiples factores.
De ahí que la mejor prevención también deberá ser
siempre multifactorial, a partir de combinar distintas
intervenciones, desarrolladas en diferentes contextos, y en
relación con los diversos actores implicados en el delito
(agresores, víctimas, comunidad social y ambiente físico).
Nos ocuparemos de la prevención de la delincuencia en el
siguiente y último capítulo de este libro.

23.1.1. Perspectiva internacional


Si se echa la vista atrás en la historia de la Criminología
europea, puede constatarse que ya los primeros
positivistas, Cesare Lombroso y Enrico Ferri, sugirieron
el empleo de sistemas de rehabilitación, llegando el
propio Lombroso a afirmar que ciertos delincuentes
podrían ser rehabilitados en condiciones adecuadas, tales
como “un ambiente saludable, entrenamiento apropiado,
hábitos laborales, y la inculcación en ellos de
sentimientos humanos y morales (…)”, a la vez que
evitándoles en la mayor medida posible las tentaciones
para el delito (Brandt y Zlotnick, 1988).
Desde una perspectiva conceptual y teórica del
tratamiento, durante las primeras décadas del siglo XX la
terapias psicológicas tuvieron, tanto en Europa como en
EEUU, bajo la influencia de Freud y sus discípulos, una
orientación fundamentalmente psicoanalítica (Kroner y
Takahashi, 2012). El psicoanálisis considera que los
comportamientos patológicos (la conducta delictiva, entre
ellos) son en realidad síntomas externos y manifiestos de
disfunciones y conflictos psicológicos más profundos e
inconscientes (que tendrían lugar en el “yo”, o
personalidad individual, como resultado de la lucha
constante entre el “supero-yo”, o los controles y normas
impuestos, y el “ello”, o los instintos); de ahí que su
estrategia terapéutica fundamental se orientara a hacer
aflorar, y hacer conscientes dichos conflictos internos, lo
que sería requisito imprescindible para solucionar los
problemas de comportamiento.
A partir de los años cincuenta emergieron,
particularmente en Estados Unidos, las terapias
conductuales (Dollard y Miller, 1950), que, sobre la base
de los nuevos conocimientos adquiridos acerca del
aprendizaje y re-aprendizaje de la conducta (aprendizaje
por asociación de estímulos, estimulación y control
ambiental del comportamiento, reforzamiento y
mantenimiento de la conducta, etc.), prescribían la
modificación directa y sistemática del comportamiento
manifiesto. Este planteamiento psicológico considera,
contrariamente al psicoanálisis, que los conflictos y el
malestar interno de los individuos no serían sino meros
subproductos emocionales, etc., del mal ajuste conductual
del sujeto a su medio social, de ahí que mejorando tal
ajuste, podrían mejorar también las disfunciones
afectivas.
A partir de las décadas de los setenta y los ochenta, las
terapias conductuales evolucionaron hacia abordajes más
integrales de los problemas de comportamiento, y se
desplegaron en los denominados tratamientos cognitivo-
conductuales. En éstos, además de favorecer el cambio de
la conducta disfuncional en sí, también se atiende a la
resolución de otros déficits relacionados, tales como los
errores y déficits cognitivos, y los problemas emocionales
(la ira descontrolada, por ejemplo), a la vez que se entrena
más ampliamente al sujeto en habilidades de conducta e
interacción social.
En el plano internacional, el inicio y paulatino
desarrollo de los tratamientos con delincuentes se produjo
después de la Segunda Guerra Mundial y, con mayor
vigor, a partir de finales de los años setenta. Así sucedió
también en España, poco a poco, a partir de la aprobación
de la nueva ley penitenciaria de 1979.
En EEUU, país pionero en el desarrollo moderno del
tratamiento de los delincuentes, se llevaron a cabo
múltiples aplicaciones de programas de tratamiento con
infractores, tanto juveniles como adultos, durante las
décadas de los años cincuenta y sesenta. Sin embargo, en
la década de los setenta se produjo en ese país un fuerte
cuestionamiento del tratamiento de los delincuentes y un
movimiento abiertamente contrario a la rehabilitación
(Cullen y Gendreau, 2006; Palmer, 1992), de modo que la
“prisión se vino a considerar útil en sí misma, con el
único objetivo de infligir dolor” (Haney y Zimbardo,
1998: 712).
Este movimiento anti-rehabilitación halló uno de sus
argumentos fuertes, aunque no el único, en la conclusión
pesimista a la que había llegado Martinson a mediados de
los setenta, acerca de que los tratamientos con los
delincuentes “no funcionaban” (Koehler, Lösel, Akoensi,
y Humphreys, 2012).
Sin embargo, desde principios de los años ochenta,
diversos autores cuestionaron esta conclusión negativa,
que consideraban precipitada y excesiva (Latessa, 2004),
y pusieron de relieve que diferentes programas con
distintas categorías de delincuentes habían producido en
ellos mejoras y cambios relevantes, que se habían
concretado en una disminución de las tasas de
reincidencia de los grupos tratados (Andrews y Bonta,
2010; Hollin y Palmer, 2006; Ross y Fabiano, 1995). En
años posteriores, y hasta la actualidad, se han aplicado, en
diversos contextos y países, múltiples programas con
infractores juveniles y adultos de diferentes tipologías
(violentos, contra la propiedad, sexuales, adictos a drogas,
maltratadores familiares, etc.) (MacKenzie, 2012;
Redondo, 2008a). En la actualidad muchos tratamientos
con delincuentes se orientan a mejorar sus habilidades
sociales, cambiar sus actitudes, pensamiento y
comportamiento en relación con el contexto social en el
que viven, y a hacer más funcionales y controladas sus
expresiones emocionales (Ho y Ross, 2012; Redondo y
Frerich, 2013).
Durante las últimas décadas del siglo XX, y hasta la
actualidad, Canadá ha sido el país con mayor desarrollo
en materia de programas de tratamiento y rehabilitación
de sus delincuentes, tanto en las prisiones como en la
comunidad, pudiendo por ello servir como ejemplo para
otros muchos países. Su oferta de intervenciones y
tratamiento es muy amplia y variada e incluye programas
nacionales de prevención de la violencia familiar, el
Programa Razonamiento y Rehabilitación (R&R), al que
se hará referencia más adelante, un programa de manejo
de las emociones y la ira, uno de entrenamiento en
actividades de tiempo libre, de habilidades de crianza de
los hijos, de integración comunitaria, de delincuentes
sexuales, de prevención del abuso de sustancias tóxicas,
de prevención de la violencia, de prevención del
aislamiento en regímenes penitenciarios cerrados, y un
conjunto específico de programas para mujeres
delincuentes (Brown, 2005).
Durante las últimas décadas, el ideal de la rehabilitación
de los delincuentes ha continuado siendo un objetivo
preventivo y técnico de amplia aceptación. Aun así, en
años recientes se ha producido también la emergencia
paralela de acercamientos punitivos radicales, que pueden
aglutinarse en torno a las tan invocadas políticas de
“tolerancia cero” (Díez Ripollés, 2007; Garland, 2005;
Larrauri, 2007b; Redondo, 2009). Estas políticas han
conducido al endurecimiento de las leyes penales en
distintos países americanos (con Estados Unidos a la
cabeza) y europeos, reformas punitivistas para las que se
han tomado frecuentemente como buques insignia, y
chivos expiatorios, a los delincuentes juveniles violentos,
los delincuentes sexuales, y, en España de modo
particularmente intenso, a los maltratadores familiares
(Larrauri, 2007a).
23.1.2. Desarrollo en Europa
A continuación se resumen, a partir de Redondo (2008a)
y Redondo y Frerich (2013), los desarrollos más
importantes, operados en los países europeos
occidentales, en materia de tratamiento de delincuentes.
A) Reino Unido
El Reino Unido cuenta probablemente con la mayor
oferta de programas de tratamiento de delincuentes en
Europa, muchos de ellos en el contexto de las prisiones,
los cuales suelen ser acreditados por un comité
internacional de expertos (McGuire, 2006). Tales
programas se dirigen a grupos específicos de infractores,
tales como individuos con problemas para el control de la
ira, delincuentes juveniles o adultos, agresores sexuales,
etc. El objetivo central de estos programas es el
entrenamiento de los participantes para el desarrollo de
mejores habilidades cognitivas y sociales (puede verse
con mayor detalle en www.justice.gov.uk/). También se
dispone de intervenciones específicas para la preparación
de la excarcelación de los sujetos (entrenamiento en
habilidades para la vida doméstica, para el empleo, para el
propio cuidado y salud, para la prevención del consumo
de alcohol y drogas, etc.), con la finalidad de facilitar su
reintegración social.
Por otro lado, en paralelo al servicio penitenciario, el
sistema de probation también ofrece, para aquellos
sujetos que cumplen medidas alternativas, programas
semejantes a los anteriores (Brown, 2005).
B) Países nórdicos
Los países nórdicos tienen, según vimos, las tasas de
encarcelamiento más bajas del conjunto de países
europeos, a pesar de tener unas cifras de delincuencia
equiparables, no más bajas, a las existentes en otros
estados como Reino Unido, Francia, Alemania o España,
que, sin embargo, tienen tasas de encarcelamiento
sustancialmente más altas. Lo anterior significa que
muchos infractores condenados cumplen sanciones, no en
prisión, sino en la propia comunidad. De ahí que muchas
de las intervenciones con delincuentes tengan lugar en el
marco de los propios servicios comunitarios, y, en
muchos casos, se ofrezcan desde los propios servicios
públicos generales (educación, salud mental, etc.).
En Suecia, el sistema penitenciario también dispone de
programas estandarizados de tratamiento en las prisiones,
incluyendo terapia cognitiva para la mejora de las
habilidades de afrontamiento de problemas, y tratamientos
de la adicción al alcohol y otras drogas
(http://www.government.se). Existe una oferta de
tratamiento semejante en Noruega. En este país, la mayor
parte de los tratamientos psiquiátricos y psicológicos se
administran por especialistas designados por los
tribunales. La participación en un tratamiento requiere el
consentimiento libre del sujeto, sin que en ningún caso
pueda ser impuesto (http://www.krus.no/en/). Por último,
en Finlandia existe también una amplia oferta para los
delincuentes, como base de su reinserción, de actividades
relacionadas con el trabajo, la educación, el control del
consumo de drogas, etc.
(www.vankeinhoito.fi/14994.htm).

C) Centroeuropa y Europa mediterránea


Contrariamente a los países nórdicos, los países
centroeuropeos y mediterráneos, y en particular España,
tienen elevadas tasas penitenciarias (aunque no son pocas
tampoco las medidas penales alternativas a que se ha
llegado durante los últimos años; sin que quede muy
claro, ciertamente, a qué cosa son alternativa, habida
cuenta que el aumento geométrico de las medidas
alternativas no se ha traducido en una reducción paralela
de las cifras penitenciarias).
Como resultado de lo anterior, en España la mayoría de
los programas de tratamiento con delincuentes se aplican
en los centros de menores y, de modo mucho más amplio,
en las prisiones. España cuenta a este respecto con una
dilatada tradición y un razonable desarrollo de programas
de tratamiento penitenciario, en los que trabajan múltiples
técnicos cualificados. Además la legislación penitenciaria
española es claramente favorable a la aplicación de todo
tipo de intervenciones y tratamientos rehabilitadores con
los encarcelados. Todo ello se ha plasmado en una oferta
amplia, tanto en la administración penitenciaria estatal
como catalana, de tratamientos específicos para
delincuentes jóvenes, violentos, sexuales, maltratadores,
adictos a drogas, infractores con trastornos mentales u
otras incapacidades, prevención de suicidios, y diversas
intervenciones educativas y sociales para encarcelados
extranjeros.
El sistema penitenciario francés ofrece en su legislación
la posibilidad de tratamiento rehabilitador para
delincuentes jóvenes. Además, se insiste en la necesidad
de que, siempre que sea posible, las sanciones legales
para los jóvenes deben reemplazarse por medidas
comunitarias. Asimismo, se intenta favorecer el acceso de
los delincuentes jóvenes a educación, la formación
profesional y el trabajo (http://monusco.unmissions.org/).
También en Italia y Portugal existen algunas referencias
normativas a la intervención con jóvenes.
Sin embargo, no hay mucha información relativa a la
existencia fehaciente de programas de tratamiento
sistematizados con adultos (en consonancia con los
estándares en otros países europeos, según lo aquí
referido) ni en Francia, ni en Italia, ni en Portugal. La
misma carencia parece deducirse también de la escasez de
contribuciones científicas y empíricas que aparecen en la
bibliografía internacional en esta materia (particularmente
de los meta-análisis internacionales), al respecto de la
aplicación de tratamientos en estos países europeos, más
allá de las aportaciones que puedan efectuarse en relación
con las controversias y debates jurídicos e ideológicos.

D) Países europeos de habla alemana


En Alemania se prevé que en los servicios
penitenciarios se efectúe una detallada evaluación
psicodiagnóstica con antelación a decidir si cada sujeto en
particular requiere psicoterapia (tratamiento más clínico e
individualizado) o medidas socio-terapéuticas. En las que
se denominan prisiones socio-terapéuticas existen centros
específicos para jóvenes y se ofertan a los internos
diversas actividades educativas, entrenamiento laboral, y
terapias grupales. A los agresores sexuales se les ofrece
una terapia social integrada, que incluye control mental,
habilidades de autocontrol, autoafirmación, desarrollo de
firmes interacciones emocionales, intervención en
prevención de recaídas, y fortalecimiento de factores
protectores naturales (http://www.bmj.de/).
Por otro lado, Suiza (http://www.ejpd.admin.ch) y
Austria (http://strafvollzug.justiz.gv.at/) cuenta con
ofertas terapéuticas para internos con trastornos mentales,
particularmente adicción a drogas.

E) Holanda y Bélgica
Holanda cuenta con el denominado sistema TBS
(‘terbeschikkingstelling’, o detención discrecional por
parte del gobierno), que permite prolongar la detención o
encarcelamiento de aquellos individuos considerados
peligrosos y con algún trastorno mental que disminuye su
capacidad de autocontrol y de responsabilidad criminal.
Un sistema similar existe también en Bélgica,
ofreciéndose tratamiento especial a los delincuentes con
enfermedades mentales.
En unión a lo anterior, en Holanda se ofrece evaluación
y tratamiento psicológico para los encarcelados comunes
(que no presentan trastornos mentales). Tales tratamientos
consisten en psicoeducación, motivación para la
participación activa en el propio tratamiento,
psicofarmacoterapia, atención y consejo psicológico en
casos de crisis (https://www.nifpnet.nl/). También en
Bélgica se ofertan a los infractores condenados
tratamientos psicológicos o psiquiátricos individuales,
actividades para la promoción del bienestar dentro la
prisión, e intervenciones para preparar la futura liberación
de los presos (http://justitie.belgium.be).

23.2. MODELO DE REHABILITACIÓN


RIESGO-NECESIDADES-
RESPONSIVIDAD Y OBJETIVOS DEL
TRATAMIENTO
El modelo conceptual más reconocido y aceptado sobre
el tratamiento de los delincuentes es el Modelo de Riesgo-
Necesidades-Responsividad, de Andrews y Bonta, que se
fundamenta en la teoría del aprendizaje social (de
Bandura y Walters —1983—, en su versión psicológica, y
de Burgess y Akers —1966—, en un formato
criminológico). El modelo establece tres principios
básicos del tratamiento de los delincuentes (Andrews y
Bonta, 2010; Cooke y Philip, 2001; Cullen y Gendreau,
2006; Howell, 2003; Ogloff y Davis, 2004):
1. El principio de riesgo, que tiene dos proposiciones
centrales: 1) para administrar a los delincuentes una
intervención apropiada a sus características personales, es
necesario evaluar previamente y predecir el nivel de
riesgo de reincidencia de cada individuo; y 2) los
individuos con alto nivel de riesgo deben recibir
intervenciones más intensivas. Asimismo, se establece
una diferenciación importante entre factores de riesgo
estáticos, relativos a características profundas del sujeto o
a su pasado, que no son modificables, y factores de riesgo
dinámicos, o “necesidades criminogénicas” (tales como
cogniciones o actitudes delictivas), que se consideran
directamente conectados al comportamiento infractor, y
que resultan modificables (Israel y Hong, 2006; Polaschek
y Reynolds, 2001).
2. El principio de necesidad, que significa que, aunque
en apariencia son muy diversos los factores que pueden
constituir objetivos hipotéticos del tratamiento (mejoras
educativas, laborales, de variables psicológicas como la
asertividad, la autoestima, etc.), para reducir la
reincidencia de los delincuentes, el tratamiento debe
enfocarse a sus “necesidades criminogénicas” (Polaschek
y Reynolds, 2001). Éstas se refieren a aquellos factores
dinámicos de riesgo que, para cada delincuente en
particular (y para muchos delincuentes, en general),
guardan relación empírica directa con la conducta
delictiva. La investigación ha evidenciado que son
necesidades criminogénicas factores tales como tener
actitudes antisociales, tener amigos/compañeros
delincuentes, abusar de sustancias tóxicas, mostrar déficit
en la capacidad de resolución de problemas y presentar
alta hostilidad (Ogloff, 2002). Andrews y Bonta (2010) se
refirieron a los que denominan los “cuatro grandes”
factores de riesgo: 1) las cogniciones antisociales, 2) las
redes y vínculos pro-delictivos, 3) la historia individual de
comportamiento antisocial, y 4) los rasgos y factores de
personalidad antisocial.
3. Por último, el principio de responsividad1 se refiere a
aquellas condiciones y circunstancias que pueden
dificultar que los sujetos respondan o reaccionen
adecuadamente al tratamiento. Pueden ser internas (como
un bajo nivel intelectual o la falta de motivación) o
externas (las características del terapeuta, la baja calidad
de la relación terapéutica, o el contenido inadecuado del
programa de tratamiento). La derivación aplicada del
principio de responsividad es que, en función de las
dificultades concretas que pueda presentar cada sujeto, el
tratamiento debe aplicársele de aquella manera en que
pueda resultarle más beneficioso.
En el cuadro 23.1 se representa gráficamente el modelo
de Andrews y Bonta, añadiendo entre los factores
estáticos y dinámicos definidos por estos autores, un
tercer grupo de factores, que Redondo (2008a) denominó
“factores parcialmente modificables” (o factores estático-
dinámicos). La base científica para ello sería que algunas
características humanas (por ejemplo, algunos rasgos de
personalidad tales como la impulsividad, la empatía y
otros) ni son completamente estáticas e inmodificables, ni
son plenamente dinámicas y plenamente cambiables. A
pesar de su origen personal y tendente a la estabilidad,
dichos factores permiten, sin embargo, ciertos cambios o
reformas parciales. Es decir, una persona impulsiva
probablemente propenda a reaccionar impulsivamente
toda su vida, pero, a la vez, puede aprender, con esfuerzo
y entrenamiento (por ejemplo, mediante un tratamiento), a
anticipar y controlar mejor e inhibir sus arrebatos de
comportamiento.
CUADRO 23.1. Tratamiento y reducción del riesgo de reincidencia:
posibilidades y límites: Factores estáticos, dinámicos y parcialmente
modificables

Los pasos habituales que se recomienda seguir para el


diseño y la aplicación de programas de tratamiento con
delincuentes son los siguientes:
a) En primer término, deben evaluarse las necesidades y
carencias de los sujetos, especialmente las
relacionadas con su actividad delictiva.
b) En función de las necesidades identificadas, deben
especificarse los objetivos del programa de
tratamiento.
c) Hay que tomar en consideración un modelo teórico
plausible del comportamiento delictivo y de su
tratamiento.
d) Elegir, si ya existe, un programa acorde con las
necesidades de tratamiento identificadas o, en su
defecto, diseñar una intervención ex profeso.
e) Debe aplicarse el programa de manera completa, tal
como se ha previsto hacerlo.
f) Ha de evaluarse su eficacia, lo que habitualmente
implica medir diversas variables psicológicas y de
conducta, desde el principio de todo este proceso.
Aquel proceso de desarrollo y mejora personal que
podría tener lugar en un sujeto, como resultado de su
participación en un tratamiento, es denominado cambio
terapéutico. Dicho proceso puede implicar cambios en sus
modos de pensar y en sus actitudes, en sus reacciones
emocionales y sentimientos hacia otras personas, o en sus
comportamientos y hábitos. Como efecto ideal de los
cambios operados durante el proceso terapéutico se espera
que el sujeto tratado acabe resolviendo, o mejorando
sustancialmente, los problemas que le llevaron al
tratamiento en cuestión.
Por otro lado, la motivación para el tratamiento haría
referencia al grado en que un sujeto que ha tenido una
previa trayectoria delictiva desea participar en un
tratamiento y variar su comportamiento y su modo de
vida, abandonando la delincuencia (Brezina y Topalli,
2012; Cherry, 2005; Miller y Rollnick, 2002). Muchos
delincuentes que participan en tratamientos no contarán,
al menos inicialmente, con una motivación genuina de
cambio de conducta. Sin embargo, la experiencia indica
que, poco a poco, la propia práctica puede ir favoreciendo
la aparición de una motivación más auténtica para
cambiar. Así, la motivación puede ser conceptuada, no
como una precondición para el tratamiento, sino como un
objetivo inicial del mismo (Gillis y Grant, 1999).
Según McNeil (2003), los principales factores que
interaccionarían para fortalecer o dificultar la motivación
para el desistimiento del delito serían los siguientes:
1. La mayor edad y nivel de maduración de los sujetos.
Los tratamientos pueden influir sobre la madurez de los
individuos, posibilitando el desarrollo en ellos de nuevas
habilidades y rutinas más prudentes y prosociales.
2. Las transiciones vitales y los vínculos sociales. Las
transiciones vitales son momentos relevantes, de cambio
de etapa personal o de vivencias emocionales intensas
(como puedan ser, por ejemplo, encontrar un buen
trabajo, casarse —o divorciarse—, ser padre, perder a un
ser querido, o el hecho de haber sido víctima de un grave
delito (Howell, 2003). Constituyen periodos
especialmente favorables para realizar transformaciones
vitales significativas y, en consecuencia, pueden ser
aprovechados para promover y reforzar la motivación del
sujeto para replantearse aspectos importantes de su vida
anterior. Los tratamientos también pueden y deben
favorecer diversos vínculos prosociales, de contacto
educativo, familiar, laboral, etc.
3. Las narrativas subjetivas, las actitudes y la
motivación. Diversas investigaciones cualitativas han
puesto de relieve que la probabilidad de desistencia del
delito se asocia a un aumento del interés y preocupación
por otras personas (pareja, hijos, compañeros y amigos) y
a la consideración del futuro.

23.3. TIPOLOGÍAS DELICTIVAS Y


PROGRAMAS DE TRATAMIENTO
Los tratamientos con delincuentes se han dirigido
especialmente a las siguientes categorías delictivas:
1. Delincuentes juveniles. Según se vio en el capítulo
21, uno los mejores modos de prevención del delito son
los programas familiares. Actualmente, uno de los
tratamientos juveniles más contrastados empíricamente es
la denominada terapia multisistémica (MST), de
Henggeler y sus colaboradores (Edwards et al., 2001).
Otro programa multifacético altamente eficaz con
jóvenes delincuentes es el Entrenamiento para
Reemplazar la Agresión (programa ART) que tiene tres
ingredientes principales (Goldstein y Glick, 2001): a)
entrenamiento en 50 habilidades consideradas de la mayor
relevancia para la interacción social, b) entrenamiento en
control de ira (identificar disparadores y precursores, usar
estrategias reductoras y de reorientación del pensamiento,
autoevaluación y autorrefuerzo), y c) desarrollo moral (a
partir del trabajo grupal sobre dilemas morales).
2. Agresores sexuales. Constituyen, debido a la
complejidad y persistencia del comportamiento sexual
antisocial, uno de los retos más importantes a que se
enfrenta el tratamiento psicológico de los delincuentes.
Los ingredientes terapéuticos más comunes en estos
programas son el trabajo sobre distorsiones cognitivas,
desarrollo de la empatía con las víctimas, mejora de la
capacidad de relación personal, disminución de actitudes
y preferencias sexuales hacia la agresión o hacia los
niños, y prevención de recaídas (Marshall y Redondo,
2002). El tratamiento de los agresores sexuales se
describirá con más detalle en un epígrafe posterior.
3. Maltratadores. En la actualidad se considera que la
violencia de pareja es un fenómeno complejo en el que
intervienen diversos factores de riesgo que incluyen tanto
características personales como culturales y de
interacción. Los programas de tratamiento
internacionalmente aplicados aglutinan técnicas
terapéuticas como las siguientes (Dobash y Dobash, 2001;
Echeburúa y Redondo, 2010): autorregistro de emociones
de ira, desensibilización sistemática y relajación,
modelado de comportamientos no violentos,
reforzamiento de respuestas no violentas, entrenamiento
en comunicación, reestructuración cognitiva de creencias
sexistas y justificadoras de la violencia, y prevención de
recaídas. En España existen programas de tratamiento
para maltratadores tanto en prisiones como en la
comunidad. El programa que se aplica en prisiones,
diseñado en origen por Echeburúa y su equipo, incluye los
siguientes ingredientes (Echeburúa, Fernández-Montalvo
y Amor, 2006): aceptación de la propia responsabilidad,
empatía y expresión de emociones, creencias erróneas,
control de emociones, desarrollo de habilidades y
prevención de recaídas. Más recientemente, en la
comunidad autónoma gallega se ha puesto en marcha el
denominado “Programa Galicia de reeducación
psicosocial de maltratadores de género”, que se aplica,
bajo supervisión judicial, en la comunidad. Dicho
programa, que se desarrolla en 52 sesiones a lo largo de
un año, incorpora técnicas de autocontrol de la activación
emocional y de la ira, reestructuración cognitiva,
resolución de problemas, modelado y entrenamiento en
habilidades de comunicación (Arce y Fariña, 2007).
Las técnicas y programas de tratamiento con
delincuentes pueden estructurarse en cuatro categorías
(Redondo, 2008a), que serán descritas con detalle en los
epígrafes siguientes: a) enseñanza de nuevas habilidades y
hábitos, c) desarrollo y reestructuración del pensamiento,
c) regulación emocional y control de la ira, y d)
mantenimiento de los logros terapéuticos y prevención de
recaídas.

23.4. ENTRENAMIENTO EN NUEVAS


HABILIDADES
Es notorio que muchos delincuentes requieren aprender
nuevas habilidades y hábitos de comunicación no
violenta, de responsabilidad familiar y laboral, de
motivación de logro personal, etc. En psicología existe
una amplia tecnología, en buena medida derivada del
condicionamiento operante, para la enseñanza de nuevos
comportamientos y para el mantenimiento de las
competencias sociales que ya puedan existir en el
repertorio de conducta de un individuo (Cruzado y
Labrador, 2004; Redondo, 2008a). Entre las técnicas que
sirven para el desarrollo de conductas, destaca el
reforzamiento positivo, consistente en aplicar
consecuencias gratificantes para el individuo, que
incrementan la frecuencia del comportamiento al que
siguen (Cherry, 2005). Los refuerzos positivos pueden ser
tanto materiales como sociales, o también el propio
autorreforzamiento. Los refuerzos más útiles con
delincuentes suelen ser cosas ‘naturales’, apropiadamente
aplicadas, tales como elogiar, agradecer, comentar algo,
ofrecer tiempo libre, emitir informes positivos, dar mayor
responsabilidad u oportunidades, reconocer el esfuerzo,
etc. El reforzamiento negativo, tan útil y beneficioso
como el positivo, consiste, no en castigar a un sujeto,
como a menudo se malinterpreta, sino en premiar su
conducta apropiada mediante la retirada contingente de
consecuencias aversivas o restricciones que podía estar
experimentando.
Un modo útil y prudente de enseñar nuevos
comportamientos sociales es a través del moldeamiento de
conducta, que consiste en ‘trocear’ un comportamiento
complejo en pequeños pasos y reforzar al individuo por
sus aproximaciones sucesivas, paso a paso, a la conducta
final que se le pide.
Las mejores técnicas para reducir comportamientos
inapropiados son la extinción de conducta, consistente en
retirar de manera sistemática todas aquellas consecuencias
gratificantes que contribuyen a mantener un
comportamiento problemático, y la enseñanza a los
sujetos de nuevos comportamientos alternativos que les
permitan obtener las gratificaciones que antes lograban
mediante su conducta inapropiada.
Los comportamientos que se quieren favorecer pueden
ser animados mediante estímulos antecedentes que, como
instrucciones o sugerencias, los hagan más probables. Por
supuesto, después se requiere que dichos
comportamientos sean reforzados a partir de
consecuencias positivas para los sujetos.
En instituciones, como prisiones y centros de
delincuentes juveniles, se han aplicados los denominados
programas ambientales de contingencias, que organizan
el conjunto de una institución cerrada a partir de
principios de reforzamiento de conducta.
Otra de las grandes estrategias de desarrollo de
comportamientos prosociales es el modelado de dichos
comportamientos por parte de otros sujetos, lo que facilita
la imitación y adquisición de la conducta en los
‘aprendices’ (Bandura y Walters, 1983; Méndez, Olivares
y Ortigosa, 2005). El modelado se ha utilizado con éxito
en numerosos programas de tratamiento de delincuentes.
Uno de los programas más famosos y aplicados es el
Modelo de Familia Educadora, en el que un grupo de
unos ocho jóvenes delincuentes reside y es educado en
una casa a cargo de un matrimonio de profesionales
especialmente entrenados para el uso de técnicas
conductuales (Fixsen, Blase, Thimbers y Wolf, 2001).
El modelado de conducta es también la base de la
técnica de entrenamiento en habilidades sociales, que es
una de las estrategias más empleadas con los
delincuentes. Suele aplicarse a partir de los siguientes
pasos (Caballo, 1998; Garrido, 1993; Gil y García Sáiz,
2004; Redondo, 2008a):
1. Instrucciones: se informa a los individuos sobre la
habilidad específica que se les va a enseñar (iniciar una
conversación, pedir una cita, o proponer una relación,
etc.) y acerca de los pasos necesarios para llevar a cabo
dicha habilidad.
2. Modelado: un ‘modelo’ (el terapeuta u otra persona
del grupo) muestra a los ‘aprendices’ (los participantes en
el tratamiento) los aspectos más relevantes de la habilidad
que se entrena.
3. Ensayo de conducta: el sujeto reproduce la conducta
mostrada, yendo desde habilidades muy sencillas y
fácilmente imitables (por ejemplo, saludar a otra persona,
iniciar una conversación) a otras más elaboradas (por
ejemplo, pedir una relación amorosa, manifestar
asertivamente una queja…), de modo que se favorezca un
creciente aprendizaje a la vez que la generalización o
traslación de lo aprendido a las rutinas de la vida diaria.
4. Reforzamiento positivo y retroalimentación
(generalmente mediante el realce y la alabanza por parte
del terapeuta) de los logros de los sujetos en su imitación
y mejora de cada habilidad enseñada, sugiriéndoles la
manera de resolver las dificultades y fallos que puedan
presentarse.
5. Práctica de las habilidades en situaciones reales,
llevando a cabo auto-registros de las situaciones
experimentadas y de las propias conductas, anotaciones
que luego serán comentadas en el contexto de la terapia.
Un aspecto muy importante del trabajo con infractores
juveniles y delincuentes adultos es que el entrenamiento
en habilidades sociales no debería limitarse a enseñarles
la mera mecánica de las conductas sino también las
competencias cognitivas, actitudinales y valorativas que
deben acompañar a cada comportamiento (Marshall,
Bryce, Hudson et al., 1996). Aquí serán aspectos de la
máxima relevancia los siguientes: mejorar la capacidad
individual para reflexionar acerca de la necesidad que
todas las personas tienen de querer y ser queridas, y de
expresar a otros y de recibir de otros la manifestación de
sus sentimientos de afecto; desarrollar nuevas habilidades
de expresión de emociones y afectos personales; y
mejorar la competencia para la manifestación de afectos y
deseos a otras personas.
A partir de esta técnica se han concebido y aplicados
distintos programas tales como el “programa de
habilidades de tiempo libre” y el “programa de
entrenamiento en habilidades de crianza de los hijos”,
ambos de los Servicios Correccionales Canadienses.

23.5. DESARROLLO Y CAMBIO


COGNITIVO
Como ocurrió con la terapia psicológica en general, en
lo relativo al tratamiento de los delincuentes también se
redescubrió en la década de los ochenta la relevancia de
intervenir sobre la cognición (Brandes y Cheung, 2009;
Garrido, Morales y Sánchez-Meca, 2006; Lipsey y
Landerberger, 2006; Prentky y Schwartz, 2006; Tong y
Farrington, 2006). El trabajo científico decisivo para ello
fue el desarrollado por Ross y sus colegas en Canadá,
quienes revisaron numerosos programas de tratamiento
que habían sido aplicados en años anteriores.
Concluyeron que los programas más efectivos habían sido
aquéllos que, pese a sus diferencias, había incluido
componentes dirigidos a cambiar los modos de
pensamiento de los delincuentes. Como resultado de este
análisis, concibieron un programa multifacético
denominado Reasoning and Rehabilitation (R&R), que
adaptaba e incorporaba distintas técnicas de autores
previos, que habían mostrado ser altamente eficaces (Ross
y Fabiano, 1985).
Este tratamiento fue aplicado con carácter general en el
sistema penitenciario canadiense a partir de 1990, así
como también en otros países como EEUU, Reino Unido,
Suecia, Noruega, Alemania, Austria, Nueva Zelanda, y
también España (Brown, 2005; McGuire, 2005; Garrido,
2005a, 2005b; Robinson y Porporino, 2001).
En esencia este programa se dirige a trabajar sobre
habilidades de pensamiento de los sujetos. Les enseña a
ser más reflexivos, en lugar de reactivos, frente a los
estímulos ambientales, más anticipativos y planificadores
de sus respuestas a los problemas, y con un pensamiento y
un razonamiento más abiertos. Para enseñar estas
habilidades se utilizan técnicas de modelado y de
reforzamiento. Los terapeutas deben ser entrenados para
ser capaces de enseñar mediante diálogo ‘socrático’; es
decir, no para presentar a los sujetos las respuestas
correctas ante una situación problemática, sino para
elicitar, mediante preguntas y sugerencias diversas, la
búsqueda de buenas soluciones personales ante diferentes
problemas. En su diseño original, el programa R&R
contemplaba la aplicación de 36 sesiones de 2 horas.
Una de las primeras evaluaciones de este programa fue
realizada por Ross et al. (1988) en el denominado
“Experimento Pickering”, en el que se comparaban tres
grupos de sujetos en probation (supervisión en la
comunidad), seleccionados al azar, que habían recibido
respectivamente el programa Razonamiento y
Rehabilitación, un programa de “habilidades de vida”, y
la medida de probation habitual (sin ninguna intervención
terapéutica especial). Claramente, el programa
Razonamiento y Rehabilitación obtuvo mejores resultados
que las intervenciones de los otros dos grupos, de manera
que del grupo R&R solo reincidieron el 18,1% de los
sujetos, mientras que del grupo de “habilidades de vida”
reincidió un 47,5% y del grupo de probation ordinaria un
69,5%.
Se han realizado numerosas actualizaciones y
adaptaciones del programa Razonamiento y
Rehabilitación para diversas necesidades y categorías de
delincuentes, especialmente en el Reino Unido (McGuire,
2006; Hollin y Palmer, 2006). El denominado
Pensamiento Correcto en Probation (Straight Thinking
on Probation, STOP) es una adaptación de los Servicios
de Probation de Gales para personas que cumplen
medidas comunitarias. El programa Potenciación de
Habilidades de Pensamiento (Enhanced Thinking Skills,
ETS) y el programa Piensa Primero (Think First) son
versiones utilizadas en Inglaterra y Gales tanto en
prisiones como en medidas comunitarias.
Existe una versión española de este programa que se
aplica con delincuentes juveniles, denominada
“Programa de Pensamiento Prosocial”, diseñada por
Garrido y sus colaboradores (Garrido, 2005a, 2005b). El
tratamiento se dirige al entrenamiento directo en
habilidades, actitudes y valores coherentes con una
interacción social más apropiada y eficaz. Asimismo, el
entrenamiento cognitivo facilitará que los jóvenes tengan
mayores destrezas para evitar las conductas agresivas y
delictivas. Los componentes o módulos del programa son
los siguientes:
1. Autocontrol. Entrena a los sujetos en la habilidad de
‘pararse a pensar’ antes de actuar, valorando las
diferentes alternativas de comportamiento.
2. Meta-cognición. Les prepara para pensar de manera
auto-crítica, bajo el presupuesto de que la reflexión les
ayudará a controlar mejor las posibles instigaciones
ambientales hacia el delito.
3. Habilidades sociales. Les entrena en distintas rutinas
y comportamientos útiles para la vida prosocial.
4. Habilidades de resolución de problemas
interpersonales. Se enseña a analizar los problemas
interpersonales, a comprender y considerar los valores,
conductas y sentimientos de los demás, y a reconocer
la manera en que el propio comportamiento afecta a
los otros y por qué éstos responden como lo hacen.
5. Pensamiento creativo o lateral. Se enseña a pensar en
alternativas de respuesta.
6. Razonamiento crítico. Se educa para pensar de
manera más lógica, objetiva y racional, sin deformar
los hechos o externalizar la culpa de lo que sucede.
7. Toma de perspectiva social. Se enseña a considerar
los puntos de vista, sentimientos y pensamientos de
otras personas (a lo cual haría referencia el concepto
de empatía).
8. Mejora de valores. Se intenta cambiar la visión
egocéntrica del mundo que presentan muchos
delincuentes y reemplazarla por una perspectiva en
que tomen en consideración las necesidades de los
demás.
9. Manejo emocional. Se les entrena en control de la
cólera, la depresión, el miedo y la ansiedad.
El programa se estructura en 12 sesiones terapéuticas,
en las que los contenidos anteriores se trabajan de forma
transversal, combinando en cada sesión ejercicios
correspondientes a distintos ingredientes terapéuticos.
Se han efectuado numerosos estudios evaluativos sobre
este programa en diferentes países, tanto con delincuentes
juveniles como adultos. La inmensa mayoría de estas
evaluaciones ha ofrecido resultados satisfactorios tanto en
la mejora de variables psicológicas tales como la empatía
de los sujetos, su asertividad, la disminución de sus
distorsiones cognitivas, la reducción de su impulsividad,
etc., como en medidas específicas de conducta de
agresión y reincidencia delictiva (Robinson y Porporino,
2001).
Tong y Farrington (2006) revisaron la efectividad del
programa Razonamiento y Rehabilitación para reducir la
reincidencia delictiva, a partir de 16 estudios evaluativos
en que se efectuaban 26 comparaciones independientes
entre grupos tratados y controles. Toda esta información
fue integrada en una meta-análisis, cuyo resultado
principal evidenció una reducción significativa de la
reincidencia de 14 puntos en los grupos tratados. Resulta
notable el hecho de que dicha eficacia apareciera de modo
sistemático y consistente, tanto en aplicaciones realizadas
en la comunidad como en instituciones, y tanto para
delincuentes de alto riesgo como de bajo riesgo.
En España se han efectuado también varias evaluaciones
del programa Razonamiento y Rehabilitación en su
versión adaptada como Programa del Pensamiento
prosocial. Martín Rodríguez y Hernández Ruiz (2001)
evaluaron tres programas de inserción social para
delincuentes multireincidentes, que se sucedieron, entre
septiembre de 1987 y diciembre de 1999, en prisiones de
las dos provincias canarias de Tenerife y Las Palmas.
Estos programas consistían en intervenciones educativas
amplias y multifacéticas, en las que se incorporaban los
siguientes ingredientes: educación reglada, formación
ocupacional, entrenamiento en habilidades socio-
cognitivas (programa Razonamiento y Rehabilitación) e
intervención social. Concretamente, se evaluó, mediante
instrumentos psicométricos, la mejora de las destrezas
socio-cognitivas y de comportamiento de los sujetos
dentro de la prisión. Así mismo, se examinó el impacto de
los distintos componentes del programa sobre su nivel de
integración social, una vez que regresaron a la
comunidad. Los principales resultados de esta evaluación
mostraron que el programa socio-cognitivo por sí solo no
produjo cambios sustanciales en las anteriores medidas.
Sin embargo, la combinación del entrenamiento socio-
cognitivo con la intervención social generó resultados
significativos en la reducción de la reincidencia delictiva,
y en el incremento de la integración familiar, laboral y
social de los sujetos tratados.
Una de las aplicaciones y evaluaciones recientes del
Programa de Pensamiento Prosocial en jóvenes se
efectuó por el Equipo de Medio Abierto de Lleida,
dependiente de la Dirección General de Justicia Juvenil de
Cataluña, y por los propios autores del programa (Alba,
Burgués, López et al., 2007). La muestra fue pequeña, de
5 sujetos (de entre 15 y 18 años), seleccionados al azar de
entre los que cumplían alguna medida en medio abierto en
la ciudad de Lleida. Para la evaluación, se emplearon el
Inventario de gestión e intervención para jóvenes (IGI-J),
que evalúa factores de riesgo y protección para el delito
(al que se ha hecho referencia con anterioridad), y un
Cuestionario de indicadores externos de cambio
terapéutico, construido a los efectos de esta evaluación.
Los principales resultados, de carácter cualitativo dado
lo reducido del grupo, fueron los siguientes:
• La intervención tuvo una influencia positiva para que
algunos jóvenes dejaran de relacionarse con amigos
conflictivos (lo que constituye, como es bien
conocido, uno de los principales factores de riesgo
para el inicio y mantenimiento de las carreras
delictivas juveniles).
• Se ayudó a algunos menores a mejorar su capacidad de
reconocimiento de problemas, de petición de ayuda
para solucionarlos, de expresión de sentimientos y de
estructuración de metas de futuro más realistas.
• Se observó una mejora sustancial de las relaciones
familiares padres-hijos, como resultado de un cierto
aprendizaje de manejo y autocontrol de emociones.
El Programa del Pensamiento Prosocial (PPS) ha
obtenido también buenos resultados en el desarrollo de la
competencia social de jóvenes escolares de secundaria. En
concreto, en una aplicación del mismo a 275 estudiantes
de secundaria en situación de riesgo (debido a tratarse de
jóvenes expulsados de la escuela por diversos problemas
de disciplina). en las Comunidades Autónomas de
Asturias, Valencia y Andalucía. El programa logró
mejorar variables como la “toma de perspectiva social”,
las habilidades de “afrontamiento” de los problemas de
comunicación e interacción, la expresión de “pensamiento
alternativo”, la “búsqueda de ayuda” por parte de los
sujetos, y también produjo una mejora en su “aceptación
de las normas” (López Latorre, Garrido, Rodríguez, y
Paíno, 2002).
Antequera, Cano, y Camps (2008) evaluaron la
aplicación del denominado Programa de Intervención
para la Mejora del Autocontrol y la Asertividad en
Jóvenes con Medidas Judiciales en Medio Abierto. Este
programa, derivado del Programa de Pensamiento
Prosocial, tiene como objetivos mejorar las actitudes y
habilidades sociales, y reducir los déficits cognitivos que
presentan muchos jóvenes infractores, todo lo cual puede
asociarse a su mayor probabilidad de reincidencia. Se
compone de los siguientes módulos de intervención: 1)
reestructuración cognitiva; 2) habilidades sociales y
asertividad; 3) valores y empatía; 4) resolución de
problemas interpersonales; y 5) prevención de recaídas.
La muestra evaluada estuvo compuesta por 9 varones de
entre 17 y 20 años que realizaron en 2002/2004 este
programa de tratamiento durante el cumplimiento de una
medida de medio abierto (libertad vigilada o tareas
socioeducativas) por la comisión de un delito violento. Se
hallaron diferencias significativas entre las medidas pre y
post-tratamiento; de manera que tras la finalización del
programa los jóvenes obtuvieron mejores puntuaciones en
el conocimiento de los constructos entrenados en la
intervención (Z= -2.041, p=0,041). Asimismo mejoraron
su conocimiento de los factores de riesgo asociados a la
conducta violenta (Z= -2.060, p=0,039). Por último, se
constató que ninguno de los jóvenes de la muestra había
reincidido a lo largo de un período de seguimiento de 16-
17 meses.
El anterior programa fue objeto de una nueva
evaluación a partir de una muestra de 37 jóvenes de entre
15 y 20 años que participaron en él en 2008 (Redondo,
Cano, Álvarez, et al., 2008; Redondo, Martínez-Catena y
Andrés, 2012). Para ello se utilizó un diseño de
evaluación de comparación de grupos con medidas pre y
post tratamiento. El grupo tratamiento, integrado por 21
sujetos, recibió el programa tras valorarse su necesidad de
intervención psicológica. Los 16 sujetos del grupo
control, que no recibieron tratamiento, fueron
seleccionados en función de que contaban con
características personales, familiares y delictivas similares
a los del grupo de tratamiento. Se empleó para esta
evaluación metodología tanto cualitativa como
cuantitativa, realizando entrevistas semi-estructuras a
todos los jóvenes y aplicándoles los siguientes
instrumentos de evaluación.
Como variables criterio se evaluaron, en ambos grupos,
y en los periodos pre y post, las variables psicológicas
empatía, impulsividad, agresividad, distorsiones
cognitivas, autoestima y habilidades sociales; además, en
el grupo de tratamiento se ponderó el nivel de
conocimientos sobre los contenidos del programa
adquiridos por los menores, y su satisfacción con el
desarrollo del programa.
Los principales resultados obtenidos fueron los
siguientes:
• Se produjo un efecto positivo del tratamiento (y
estadísticamente significativo) sobre las variables
habilidades sociales, agresividad y autoestima. Es
decir, los jóvenes mejoraron sus habilidades sociales y
su autoestima, y disminuyeron su agresividad hacia los
otros.
• El tratamiento también produjo un incremento
estadísticamente significativo en la adquisición de
conocimientos relacionados con los contenidos del
programa.
• Los jóvenes se mostraron satisfechos con el programa
realizado.
• Sin embargo, no se detectó una influencia del
tratamiento estadísticamente significativa sobre las
variables empatía, distorsiones cognitivas e
impulsividad.

23.6. TERAPIAS DE CONTROL


EMOCIONAL
Está bien documentado que la ira, y otras emociones
negativas conectadas a ella, pueden jugar un papel
destacado para el comportamiento violento y delictivo
(Andrews y Bonta, 2010; Title, 2006; McGuire, 2006).
Así lo ha puesto de relieve tanto la investigación empírica
como se ha aducido desde el plano más teórico. La teoría
general de la tensión, de Agnew, establece que el
comportamiento de agresión y delictivo puede ser una de
las opciones de elección para eliminar las fuentes de
tensión que afectan gravemente al individuo (como la
imposibilidad de lograr sus objetivos, ser privado de
gratificaciones. o ser sometido a situaciones aversivas)
(Agnew, 2006). Por su lado, la teoría de la personalidad
de Eysenck propone que los individuos con alta
extraversión tendrían una baja sensibilidad al castigo y
mayores dificultades para condicionar una adecuada
‘conciencia moral’ e inhibir la ira y la agresión (Eysenck
y Gudjonson, 1989).
Las técnicas de regulación emocional parten del
supuesto de que muchos delincuentes tienen dificultades
para el manejo de situaciones conflictivas de la vida
diaria, lo que puede llevarles al descontrol emocional, y a
la agresión tanto verbal como física a otras personas. En
ello suele implicarse una secuencia que incluye
generalmente tres elementos: carencia de habilidades de
manejo de la situación, interpretación inadecuada de las
interacciones sociales (por ej., atribuyendo mala intención
a otras personas) y exasperación emotiva. En
consecuencia, el tratamiento se orienta a entrenar a los
sujetos en todas las anteriores parcelas.
Así como sucede que algunos individuos tienen
dificultades para condicionar el miedo, otros pueden
condicionar un temor excesivo e irracional ante
situaciones de interacción social, lo que podría afectar
gravemente a sus relaciones y rutinas de la vida diaria.
Las técnicas de regulación emocional de la ansiedad
fueron el primer desarrollo psicológico para reducir la
ansiedad fóbica ante situaciones temidas (aquí, de modo
destacado, ante situaciones sociales). La desensibilización
sistemática es un procedimiento terapéutico en el que una
jerarquía de estímulos temidos se aparea paulatinamente
(generalmente en la imaginación) con relajación profunda
del sujeto (Wolpe, 1978). Como quiera que la relajación y
la ansiedad son dos respuestas fisiológicamente
incompatibles, se espera que la ansiedad acabe siendo
inhibida. Más recientemente se ha desarrollado la técnica
de exposición, consistente en “exponer” al sujeto a las
situaciones que teme, de modo que pueda experimentar lo
injustificado de sus temores y, así, erradicarlos
(Echeburúa y de Corral, 2004).
La técnica de “inoculación de estrés” interpreta la ira
como el resultado de la interacción entre una excesiva
activación fisiológica experimentada por el sujeto y una
interpretación distorsionada de dicha activación como
amenazante (Meichembaum, 1987; Novaco, Ramm y
Black, 2001). El tratamiento de la ira, de Novaco y sus
colaboradores, se basa en la inoculación de estrés e
incluye los siguientes componentes esenciales:
autorregistro de ira y construcción de una jerarquía de
situaciones en que la ira se precipita, reestructuración
cognitiva, relajación, entrenamiento en afrontamiento y
comunicación en la terapia, y práctica en la vida diaria.

23.7. INTERVENCIONES PARA


MANTENER LOS LOGROS DEL
TRATAMIENTO
Según se ha visto, el tratamiento puede cambiar
aspectos personales relevantes de los delincuentes con el
objetivo de reducir su riesgo delictivo futuro. Sin
embargo, la experiencia indica que dichos cambios no
siempre son definitivos y que a menudo se producen
retornos ‘imprevistos’ a la actividad delictiva, o recaídas
en el delito. Es más probable que ello suceda cuando el
sujeto entra en contacto con sus ambientes habituales, y se
expone de nuevo a los factores de riesgo situacionales que
pueden estar en el seno de su propia familia o junto a sus
amigos. Así, uno de los grandes objetivos actuales del
tratamiento con delincuentes es promover la
generalización de los logros terapéuticos, obtenidos en la
terapia, a los contextos habituales del sujeto, y facilitar el
mantenimiento de dichas mejoras a lo largo del tiempo
(Lösel, 2001; Redondo, 2008a).
Con los anteriores propósitos se han concebido y
aplicado dos grandes tipos de técnicas. Las técnicas de
“generalización y mantenimiento”, más tradicionales,
tienen como objetivo la transferencia proactiva de las
nuevas competencias adquiridas por los delincuentes
durante el programa de tratamiento. Para ello emplean
estrategias como las siguientes (Milan y Mitchell, 1998):
programas de refuerzo intermitentes (en lugar de
continuos), entrenamiento amplio de habilidades por
diversas personas y en múltiples lugares, inclusión en el
entrenamiento de personas cercanas al sujeto (que luego
estarán en sus ambientes naturales), uso de consecuencias
y gratificaciones habituales en los contextos del individuo
(más que artificiales), y control estimular y autocontrol.
Una técnica más reciente y específica es la de
“prevención de recaídas”, que comenzó siendo diseñada
para el campo de las adicciones y después se trasladó al
del tratamiento de los delincuentes (Laws, 2001; Marlatt y
Gordon, 1985). Su estructura general consiste en entrenar
al sujeto en: a) detección de situaciones de riesgo de
recaída en el delito, b) prevención de decisiones
aparentemente irrelevantes, que pese a parecer inocuas le
podrán en mayor riesgo, y c) adopción de respuestas de
afrontamiento adaptativas. A continuación se
ejemplificará con más detalle esta técnica en su aplicación
al campo de la agresión sexual.

23.8. UN EJEMPLO PRÁCTICO: EL


TRATAMIENTO DE LOS AGRESORES
SEXUALES
23.8.1. Tratamiento cognitivo-conductual
El modelo de tratamiento aplicado por Marshall y su
equipo en Canadá ha sido el fundamento originario de la
mayoría de los programas con infractores sexuales
aplicados en el mundo (Brown, 2005; Budrionis y
Jongsma, 2003; Echeburúa y Guerricaechevarría, 2000;
Marshall y Fernández, 1997; Marshall, 2001; Ward,
Hudson y Keeman, 2001).
Los Servicios de Prisiones británicos han diseñado y
aplicado distintos programas con delincuentes sexuales,
parecidos al modelo estándar desarrollado en Canadá
(Hollin y Palmer, 2006). El Programa de tratamiento de
delincuentes sexuales (Sex Offender Treatment
Programme, SOTP) tiene como elemento central la
confrontación de las justificaciones y excusas empleadas
por los infractores. El SOTP Adapted Programme es una
versión para sujetos con disminución intelectual. Existe
una versión extensiva de este programa (Extended SOTP)
para sujetos de alto riesgo que ya han realizado el
programa estándar (SOTP). También se ha creado una
modalidad para infractores de bajo riesgo, y últimamente
una versión de continuación del tratamiento (Betterlives
Booster SOTP Programme) para delincuentes de alto
riesgo. También existen versiones de los anteriores
programas, con intensidades posibles de entre 50 y 260
horas de intervención, para el tratamiento en la
comunidad de los infractores sexuales.
Estos tratamientos típicamente funcionan en un formato
grupal, en el que uno o dos terapeutas trabajan con un
grupo de 8 a 10 sujetos. Se comienza evaluando las
necesidades de intervención de los individuos y su riesgo
de reincidencia futura; y, en función de si sus necesidades
y riesgo son altos, moderados o bajos, son incluidos en
una de las tres posibles modalidades de programas. Los
sujetos con necesidades y riesgo elevados reciben un
tratamiento más amplio e intenso que los restantes grupos
(Marshall, Eccles y Barbaree, 1993; O’Reilly y Carr,
2006). Los terapeutas intentan crear un estilo de trabajo
que haga compatible el rechazo de las distorsiones
cognitivas y justificaciones de los sujetos con ofrecerles,
paralelamente, el apoyo que necesitan para cambiar y
rehacer su vida (Marshall, 1996). Este acercamiento
equilibrado, entre la confrontación de sus conductas y
justificaciones pasadas y el apoyo para mejorar en
relación con el futuro, ha mostrado una buena efectividad
con los agresores sexuales (Beech y Fordham, 1997).
Waite et al. (2005) aplicaron un mismo programa de
tratamiento con dos niveles de intensidad distintos y
evaluaron la reincidencia durante un periodo de
seguimiento de diez años, hallando que la mayor
intensidad se asociaba a una menor reincidencia. Por otro
lado, en relación con la intensidad de un tratamiento, se
recomienda evolucionar desde niveles más intensos de
intervención, seguimiento y control de los sujetos, para ir
evolucionando progresivamente hacia etapas de
intervención y controles más espaciados y diluidos.

23.8.2. Ingredientes terapéuticos y habilidades de


los terapeutas
Los tratamientos con delincuentes sexuales han incluido
los siguientes ingredientes de intervención principales
(Hunter y Figueredo, 1999; Redondo, 2008a; Redondo et
al., 2012).

A) Autoestima
La autoestima se refiere a la valoración que tiene un
sujeto acerca de sí mismo y de su propio comportamiento,
al grado en que un individuo se halla satisfecho de quién
es y de cómo es. Una autoestima de razonable a elevada
se asocia a personas emprendedoras y que se proponen
nuevas metas en su vida, mientras que una autoestima
baja se vincula a desánimo e inhibición conductual, a un
cierto abandono de uno mismo. El nivel de autoestima
que una persona posee guarda también relación con el
éxito que ha tenido en sus iniciativas y en los proyectos
que ha emprendido, en cómo le ha ido su vida.
Se ha constatado reiteradamente que los delincuentes de
diversas tipologías —y particularmente los abusadores y
agresores sexuales— presentan una autoestima más baja
que los sujetos no delincuentes (Marshall, Champagne,
Sturgeon y Bryce, 1997). La comisión de un delito sexual,
y su correspondiente procesamiento y condena, se asocian
por lo común a una devaluación importante de la propia
imagen y a una bajada de la autoestima. Existe riesgo de
que ello se traduzca en un notable desánimo respecto del
futuro y de las propias capacidades y posibilidades para
manejarlo. Esta es la razón por la que muchos
tratamientos de agresores sexuales comienzan por este
módulo de trabajo sobre autoestima como una condición
necesaria para motivar a los sujetos a trabajar activamente
para mejorar y cambiar positivamente su futuro (Redondo
et al., 2012).

B) Educación sexual
En el capítulo 15 se argumentó la necesidad, para la
prevención de las infracciones sexuales, de una apropiada
socialización sexual. De modo paralelo, en el marco del
tratamiento de los agresores sexuales, resulta
imprescindible ofrecer a los sujetos la información y
educación sexual adecuadas en términos biológicos,
psicológicos y sociales. Así como, también, enseñarles a
expresar sus propias emociones y sentimientos afectivos y
sexuales, así como a reflexionar acerca de los diversos
significados y expectativas que tales expresiones pueden
comportar para uno y otro sexo, y para distintas personas.
Por lo que se refiere a sus experiencias delictivas
pasadas, para comenzar se requerirá también ayudarles a
hacerse conscientes de que pueden haber utilizado el sexo
como “estrategia de afrontamiento” de sus problemas
emocionales y de relación, pero que en realidad tal
estrategia es ineficaz para la resolución efectiva de dichos
problemas. A la vez, se les deben enseñar estrategias de
afrontamiento más apropiadas, variadas y eficaces para
enfrentarse a sus dificultades personales y emocionales (la
estrategia más empleada en esta dirección, para múltiples
problemas de comportamiento. ha sido la técnica de
resolución de problemas —D’Zurilla, 1993; D’Zurilla y
Goldfried, 1971).
Por último, la educación sexual también habrá de
ocuparse de aspectos tan importantes como los siguientes:
mejorar la capacidad de reflexión de los sujetos para
interpretar significativamente la sexualidad como una
forma de comunicación, placer, satisfacción y felicidad,
pero al mismo tiempo como una relación especial entre
dos personas, que se aceptan y respetan recíprocamente;
mejorar la conciencia y disposición de los individuos para
el cambio terapéutico en el marco del tratamiento; y
educarles sobre la relación psicológica entre emociones,
pensamientos y conductas, que resulta de la mayor
relevancia tanto para comprender la precipitación de la
agresión sexual como para poder controlarla.

C) Mejora de las habilidades afectivas y


sexuales
El Entrenamiento en Habilidades Sociales (EHS) es,
según se vio, una de las técnicas más conocidas y
aceptadas para el tratamiento de delincuentes (Redondo,
2008a; Ross y Fabiano, 1985). El presupuesto central es
que un comportamiento social competente requiere tres
componentes relacionados (Hollin y Palmer, 2001;
Méndez, Olivares y Ros, 2005): percepción social,
habilidad para reconocer, entender e interpretar
convenientemente las señales sociales, tales como la
expresión facial de emociones, las indicaciones y
respuestas de otras personas, etc.; la cognición social, o
habilidad para generar mentalmente alternativas de
respuesta viables para responder a las interacciones y
demandas sociales; y actuación social, o capacidad para
llevar a cabo conductas apropiadas en la comunicación y
la interacción sociales, tales como escuchar a otros,
mantener un buen contacto visual con los interlocutores,
modular el tono de voz de acuerdo con los contenidos y
las situaciones comunicativas, responder a las críticas, ser
asertivo en la comunicación, etc.
Es notorio que muchos infractores presentan graves
déficits en todas estas competencias interpersonales, lo
que les acarrea muchos conflictos legales (Blackburn,
1994; Glick, 2003). El entrenamiento en habilidades
sociales se ha empleado con delincuentes juveniles y
adultos para enseñar muy diversas competencias (Ross y
Fabiano, 1985; Garrido, 1993): desarrollar sus habilidades
conversacionales, favorecer su “introversión” y reflexión,
aumentar su autoestima, sus habilidades de comunicación,
su capacidad para expresar asertividad, para el
afrontamiento de situaciones de riesgo, y sus habilidades
de interacción con figuras de autoridad.

D) Erradicación de distorsiones cognitivas


Son múltiples y diversas las distorsiones cognitivas y
justificaciones que pueden amparar las conductas de
abuso y de agresión sexual, de ahí la importancia que
tiene su inclusión como objetivos terapéuticos, en los
tratamientos.
Para modificar el modo de pensar de los infractores se
han empleado distintas técnicas psicológicas. La más
utilizada ha sido la reestructuración cognitiva, que parte
de la consideración de que muchos trastornos
psicológicos y de conducta son el resultado de
automatizaciones sesgadas o irrealistas en el
procesamiento de la información; algunos pensamientos
automáticos pueden acabar convirtiéndose en firmes
‘distorsiones cognitivas’ o patrones erróneos de
interpretación de las interacciones sociales
(percibiéndolas como amenazantes, provocadoras, etc.)
(Beck, 2000; Carrasco, 2004; Méndez, Olivares y
Moreno, 2005), algo muy frecuente en los delincuentes.
Mediante la técnica de reestructuración cognitiva puede
ayudarse a los sujetos a ‘caer en la cuenta’ de que sus
distorsiones cognitivas guardan una estrecha relación con
sus conductas infractoras; y a partir de ello se estaría
facilitando que puedan reorganizar más racionalmente su
pensamiento y su conducta.
También se ha empleado, para incidir en el pensamiento
de los infractores, el denominado “programa de solución
cognitiva de problemas interpersonales”; en él se entrena
a los sujetos para que sean capaces de reconocer y definir
los problemas interpersonales, identificar los sentimientos
vinculados a ellos, y aprender a generar soluciones
innovadoras (diferentes de las que han venido utilizando
habitualmente), soluciones que deben tomar en cuenta las
diversas consecuencias que se asocian a las distintas
opciones de conducta (Redondo, 2008a).

E) Autocontrol emocional
Muchos de los comportamientos de abuso o agresión
sexual pueden precipitarse como resultado de emociones
extremas (tensión, ira, deseo de venganza…) debidas a la
dificultad de los sujetos para el manejo apropiado de
situaciones conflictivas (Agnew, 2006; Andrews y Bonta,
2006; Kingston, Firestone y Yates, 2012; Tittle, 2006). En
todos estos supuestos están implicadas tanto la carencia
de habilidades como las interpretaciones inadecuadas de
las interacciones sociales (por ejemplo, atribuyendo mala
intención a la otra persona) y, finalmente, una
exasperación emotiva que puede implicar el
enfurecimiento y una posible agresión.
Para paliar estas dificultades, las técnicas para regular
las emociones de los individuos y enseñarles cómo
controlar sus posibles explosiones iracundas, han
consistido en entrenar a los sujetos en una o más de las
facetas del comportamiento implicadas en la agresión
(Novaco y Renwick, 1998; Novaco, Ramm y Black,
2001). Es decir, en dotarles de mejores habilidades
fácticas para enfrentarse eficazmente a las situaciones de
conflicto, enseñarles a arbitrar nuevas y más benignas
interpretaciones del comportamiento de otras personas, y
entrenarles para controlar sus estados de tensión y
ansiedad.
Así mismo, serán objetivos y aspectos relevantes del
entrenamiento en habilidades sociales los siguientes:
comprender la conexión existente entre ira/enfado crónico
y las conductas agresivas (y sus posibles agresiones
sexuales); desarrollar estrategias para controlar la ira;
adquirir habilidades para expresar el enfado de forma
adecuada, y para ser asertivos (es decir, para manifestar
abiertamente sus quejas y deseos a otras personas pero de
forma no agresiva); aprender a detectar los precursores
situacionales y fisiológicos que anteceden a sus respuestas
coléricas; debatir acerca de las similitudes y diferencias
que puede haber entre aguantarse, negociar o agredir en
situaciones específicas de conflicto; aprender a relajarse
mediante “entrenamiento en relajación”.

F) Empatía con las víctimas


La empatía es aquella capacidad de las personas para
‘sentir con’ otra persona (Echeburúa et al., 2002), siendo
solidario con su posible sufrimiento, y para acomodar la
propia conducta en coherencia con esos sentimientos
positivos. Muchos delitos se cometen en ausencia o por
insuficiencia de emociones tales como la compasión con
el sufrimiento ajeno, la solidaridad y el altruismo.
Según lo que se conoce a este respecto, muchos
abusadores y agresores sexuales no carecerían de empatía
hacia otras personas en general, sino que más bien
estarían faltos de ella por lo que concierne a sus propias
víctimas (Fernández, Marshall, Lightbody y O’Sullivan,
1999). Ello parece deberse a su incapacidad para
reconocer el daño que han causado (Covell y Scalora,
2002). Por esto un objetivo del tratamiento es
sensibilizarlos sobre el dolor que las víctimas
experimentan como resultado de la agresión. En un
estudio de Martínez, Redondo, Pérez y García-Forero
(2008) se exploraron las relaciones entre empatía y
agresión sexual, así como los posibles efectos
beneficiosos que puede tener el tratamiento psicológico
sobre la mejora de la empatía. Los violadores que
recibieron tratamiento mejoraron su empatía por encima
de los grupos de delincuentes no-sexuales y de violadores
no-tratados.
También constituyen objetivos importantes del
entrenamiento empático los siguientes: conocer los
efectos generales negativos que producen en las personas
el uso de la fuerza y la agresión; identificar las
consecuencias del empleo de la fuerza y la violencia sobre
otras personas, y específicamente sobre niñas y niños, y
mujeres; educar a los sujetos en relación con los
perjuicios indirectos que asimismo producen las
agresiones sexuales sobre las víctimas secundarias
(padres, hermanos, pareja de la víctima, etc.); reflexionar
sobre las emociones, pensamientos y comportamientos
negativos, y a veces patológicos, que experimentan las
víctimas en relación con las agresiones que han sufrido
(miedo generalizado, depresión, trastornos afectivos y
sexuales…); recordar y describir vivencias personales de
victimización, que los propios agresores sexuales puedan
haber sufrido a lo largo de su vida, haciendo especial
énfasis en los sentimientos y consecuencias asociados a
tales experiencias, y sugiriendo posibles analogías con las
vivencias negativas de víctimas de agresión sexual.
(Véase un ejemplo en el cuadro siguiente sobre la
realidad criminológica.)
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
A continuación, se presentan algunos de los ejercicios que se emplean para
desarrollar la empatía hacia la víctima, en el Programa de control de la agresión
sexual, que se aplica actualmente a los delincuentes sexuales en España.
DESCRIBIR A TU VÍCTIMA: Describe a tu víctima poniendo especial atención a
aquellas cualidades positivas de ella que utilizaste y manipulaste para conseguir el
contacto sexual. Para poder realizar esta tarea contesta a las siguientes preguntas:
¿Cómo es la persona a la que agrediste? ¿Qué cualidades positivas tiene? ¿De qué
cualidades positivas de ella te aprovechaste para conseguir el contacto sexual?
DESCRIBIR LOS HECHOS: Describe, con mucho detalle, lo que hiciste,
poniendo especial atención en tus conductas y aclarando los errores de pensamiento y
las mentiras que utilizaste. Debes describir, también, cómo utilizaste esas buenas
cualidades de tu víctima para conseguir el contacto sexual. Para realizar esta tarea
contesta a las siguientes preguntas: ¿Qué hiciste? (descripción detallada) ¿Qué hiciste
para aprovecharte de esas buenas cualidades de tu víctima? ¿Qué pensamientos
erróneos tenías? ¿Qué mentiras utilizaste en ese momento? ¿Qué mentiras has
mantenido hasta ahora?

SOY TOTALMENTE RESPONSABLE: Recuerda que esto es un informe de


responsabilidad en el que debes reconocer que todo lo ocurrido fue culpa tuya y que
la víctima hizo lo correcto denunciando los hechos. Para realizar esta tarea debes
contestar a las siguientes preguntas: ¿De qué cosas eres responsable? ¿Qué derechos
de tu víctima, como persona, violaste? ¿Quién actuó correctamente? ¿Pensaste en sus
sentimientos? ¿Pensaste en sus súplicas, lloros, negativas, etc.?
DESCRIBIR TODOS LOS DAÑOS FÍSICOS Y PSICOLÓGICOS: Describe los
daños físicos y psicológicos, prestando especial atención a todas las formas o maneras
en las que le hiciste daño a tu víctima principal (y a tus víctimas secundarias); incluye
también los posibles daños y consecuencias futuras que podría padecer. Para realizar
esta tarea contesta a las siguientes cuestiones: ¿Qué daños físicos le has causado?
¿Qué daños psicológicos le has causado? ¿Qué cosas no se volverá a atrever a hacer?
¿Por qué lugares no querrá volver a pasar? ¿Qué problemas podrá tener en un futuro?
RESPONDER A LAS PREGUNTAS DE LA VÍCTIMA: Hay muchas cuestiones
que tu víctima querría saber, y que quizá tú nunca te las has planteado, o mejor dicho,
nunca has sabido responder. A continuación tienes una lista de preguntas que muchas
víctimas de violación se hacen. Sé sincero al contestar. Posiblemente, si tu víctima
tuviese la oportunidad. te haría estas mismas preguntas: ¿Por qué me hiciste esas
cosas a mí? ¿Volverías a hacérmelo otra vez? ¿Por qué yo? ¿Qué hice? ¿Por qué no
me hacías caso, ni me escuchabas, ni atendías mis súplicas? ¿Por qué no aceptas un
NO por respuesta? ¿Por qué no sabes que las relaciones sexuales deben de ser
consentidas por ambas partes? ¿Por qué debo creer que no volverás a hacerlo nunca
más? ¿Cómo podré estar segura de que no reincidirás? ¿Cuánta gente sabe hoy en día
lo que hiciste? ¿Cómo crees que me siento? ¿Por qué nunca podré olvidarlo?
Fuente: Cuaderno de prácticas (Ministerio del Interior, 2006b)

G) Prevenir las recaídas


En el caso de algunos infractores y agresores sexuales la
repetición delictiva podría funcionar de manera semejante
a las recaídas en las conductas adictivas, de forma que en
ciertas circunstancias acabaría precipitándose como si
resultara inevitable (McMurran, 2002). En la actualidad se
valora que la anticipación y prevención de las
reincidencias debe constituir un objetivo proactivo del
propio tratamiento, por encima de limitarse a esperar que
la prevención acontezca de un modo natural, algo que no
siempre sucede (Milan y Mitchell, 1998; Redondo,
2008a).
Las técnicas de prevención de recaídas enseñan a los
agresores sexuales, paso a paso, cuáles son los principales
factores personales y sociales que pueden ponerles en
riesgo de volver a cometer un delito y qué controles
pueden utilizar para contrarrestarlos, del modo siguiente
(Laws, 1989, 2001; Pithers, 1990):
1. El individuo debe adquirir conciencia de que, antes o
después, aparecerán situaciones de riesgo asociadas a su
conducta infractora (consumo de drogas, momentos y
situaciones de cercanía con niños, amistades facilitadoras
de comportamientos de agresión sexual, etc.).
2. El sujeto es prevenido acerca de que, ante estas
situaciones, es frecuente que se tomen decisiones
aparentemente irrelevantes. Se entiende por tales ciertos
cursos de acción que, aunque a primera vista podrían
parecer inocuos a efectos de un delito sexual (quedar con
ciertos amigos, dar un paseo por un parque, comprar
pornografía adulta, consumir alcohol…), sin embargo en
realidad le estarían acercando a posibles situaciones de
riesgo. Contrariamente a lo anterior, el sujeto debe
aprender a tomar otras opciones de conducta, más
normalizadas y adaptativas, que no le aproximen a la
recaída o reincidencia en el delito.
3. No obstante, incluso si ha tomado ya una decisión
aparentemente irrelevante, que le pone en mayor riesgo,
ello no significa que todo esté perdido y que
necesariamente deba verse abocado a reincidir; aún puede
emitir respuestas adaptativas de afrontamiento, que le
alejen de la situación y de la probabilidad de recaída.
4. Por último, el sujeto debe aprender que, según qué
opción de las dos anteriores tome, experimentará un
sentimiento o bien de ruptura de la abstinencia o bien de
mantenimiento de la abstinencia; el primero podría
desanimarle y contribuir a aumentar su riesgo de recaída
mientras que el segundo fortalecería su abstinencia
delictiva.
La prevención de recaídas también debe dirigirse a los
siguientes aspectos: promover, de manera anticipada y
proactiva, la generalización y el mantenimiento de las
mejoras y logros obtenidos durante el tratamiento;
enseñar a los sujetos a identificar en sí mismos (estados
afectivos, consumo de alcohol o drogas…), y en el
ambiente social (ocio desestructurado, encuentro con
posibles víctimas, riñas o disputas con otros…), posibles
factores facilitadores o precipitantes de conductas
antisociales; entrenarles para ser capaces de analizar su
propia conducta y los problemas que pueden aparecer en
diversas situaciones personales y sociales, así como para
tomar en consideración diferentes alternativas de acción
que pueden llevar a distintos resultados (unos prosociales
y otros delictivos); entrenarles en estrategias de
afrontamiento más efectivas para prevenir las conductas
infractoras y delictivas.
Desde el ámbito del tratamiento de la agresión sexual se
ha incorporado a la prevención de recaídas el concepto de
‘cadena cognitivo-conductual’, en que diversos eventos (o
eslabones) conductuales y cognitivos son interpretados
por el individuo (de modo distorsionado) como un
ascenso irremediable hacia la recaída en el delito.
CUADRO 23.2. Ejemplo de cadena de recaída típica en el caso de los
agresores sexuales
23.8.3. Tratamientos aplicados en España
Hasta ahora la mayoría de los programas realizados en
este campo en España se han llevado a cabo en las
prisiones, con delincuentes adultos. Tanto la legislación
penitenciaria española como las normas internacionales
en esta materia, prevén que las administraciones
penitenciarias apliquen programas con delincuentes
violentos y sexuales, y tomen las medidas de control
necesarias para facilitar su reintegración social y evitar su
reincidencia.
En las prisiones españolas se inició la aplicación de
programas de tratamiento con agresores sexuales en 1996
(Garrido y Beneyto, 1996, 1997). Posteriormente, el
formato del programa original fue revisado y adaptado
por un equipo de técnicos de Instituciones Penitenciarias
y publicado oficialmente por el Ministerio del Interior
(2006a, 2006b). Este tratamiento se dirige tanto a
violadores como a abusadores de menores, y tiene como
objetivos principales los siguientes (Garrido y Beneyto,
1996): 1) mejorar sus posibilidades de reinserción y de no
reincidencia; 2) favorecer un análisis más realista de sus
actividades delictivas, que reduzca sus distorsiones y
justificaciones delictivas; y 3) mejorar sus capacidades de
comunicación y relación interpersonal.
Este programa con adultos se aplica, en modalidad
grupal, en una o dos sesiones terapéuticas semanales, de
dos horas de duración. La intervención se completa
actualmente entre uno y dos años. Se contempla adaptar
una versión intensiva que reduzca este periodo a un año,
toda vez que la evidencia clínica general muestra que los
resultados finales no mejoran linealmente a mayor
duración del programa.
El esquema del Programa de control de la agresión
sexual actualmente aplicado con agresores sexuales
adultos es, en consonancia con todo lo que se viene
comentando, el siguiente (Ministerio del Interior, 2006a):
1) Entrenamiento en relajación, para enseñar a los sujetos
a controlar sus estados de tensión; 2) análisis de la historia
personal, en que cada sujeto efectúa un repaso crítico de
su propia vida; 3) distorsiones cognitivas, en donde se
confronta al individuo con sus errores de pensamiento e
interpretación acerca de su conducta delictiva, uso de la
violencia, conducta sexual, los roles sociales de las
mujeres, etc.; 4) conciencia emocional, cuyo objetivo es
que los sujetos mejoren su conocimiento y capacidad de
apreciar emociones en sí mismos y en otras personas; 5)
comportamientos violentos, en que se analiza la cuestión
de las conductas de agresión y daño a las víctimas; 5)
mecanismos de defensa, que atiende al trabajo sobre las
justificaciones del delito; 6) empatía con la víctima, en
que se desarrolla la capacidad del sujeto para ser
consciente y solidario con el sufrimiento de otras personas
y particularmente de sus víctimas; 7) prevención de la
recaída, módulo que prepara al sujeto, de modo parecido a
como se hace en los tratamientos de adicciones, para que
sepa anticipar situaciones de riesgo de repetición del
delito y poner en marcha respuestas de afrontamiento de
dicho riesgo; 8) estilo de vida positivo, que enseña a los
sujetos a programar su vida cotidiana (horarios, rutinas
diarias, objetivos, etc.); 9) educación sexual sobre el
funcionamiento de la sexualidad humana, especialmente
por lo que se refiere a su interpretación como una
actividad de comunicación y respeto recíproco de los
deseos de las personas; y 10) modificación del impulso
sexual, módulo opcional de técnicas psicológicas
(sensibilización encubierta o recondicionamiento
masturbatorio) para la reducción del impulso sexual ante
estímulos inapropiados que impliquen el uso de la
violencia o interacciones sexuales con menores.
Para la evaluación a gran escala de este programa se
efectúa una comparación de los resultados obtenidos en
diversas medidas psicológicas antes y después del
tratamiento. Para ello, Redondo, Martínez y Pérez (2005)
adaptaron diversas escalas psicológicas específicas que
permiten la evaluación de variables como ‘capacidad de
intimidad’, ‘asertividad’, ‘ansiedad ante estímulos
sexuales’, ‘distorsiones cognitivas’ sobre violación o
sobre abuso de menores, y ‘empatía’ ante víctimas de
violación o de abuso sexual. En una reciente evaluación
de este programa en sendas muestras de 117 violadores y
71 abusadores de menores, a partir de un encargo de la
Dirección General de Instituciones Penitenciarias, se ha
obtenido que el tratamiento aplicado con los agresores
sexuales produce mejoras terapéuticas significativas en
factores tales como autoestima social, asertividad,
disposición al cambio de conducta, distorsiones
cognitivas, impulsividad, agresividad y empatía. Todas
estas mejoras guardan relación con la motivación delictiva
y, en definitiva, con un menor riesgo de reincidencia
sexual (Redondo y Luque, 2011).
En una evaluación específica de la reincidencia sexual a
partir de una muestra de 49 delincuentes adultos tratados
en las prisiones de Cataluña, tras un periodo de
seguimiento de cuatro años, reincidió en delitos sexuales
el 4,1% de los agresores sexuales tratados, frente al 18,2%
de reincidencia por parte del grupo de control, no tratado
(Redondo et al., 2005). Es decir el tratamiento logró bajar
la tasa de reincidencia en 14 puntos. Este resultado de
eficacia es muy relevante, si se atiende al tamaño del
efecto promedio de los tratamientos de los agresores
sexuales, que internacionalmente se sitúa en reducciones
promedio de entre 5 y 8 puntos (sobre tasas base de
reincidencia de entre el 15% y el 20%) (Gillis y Gass,
2010; Lösel y Schmucker, 2005; Prentky y Schwartz,
2006).

23.9. EFICACIA GENERAL DE LOS


TRATAMIENTOS
23.9.1. Efectividad global: Revisiones y meta-
análisis
Para conocer la eficacia de los tratamientos de los
delincuentes de una manera global, desde mediados de los
años ochenta hasta ahora se han realizado múltiples
revisiones y meta-análisis al respecto, muchos de ellos,
especialmente los primeros, sobre programas aplicados en
Estados Unidos y Canadá. Más recientemente, también se
han efectuado diversas revisiones acerca de programas
con delincuentes implementados en Europa. A
continuación se presenta, a partir de Redondo y Frerich
(2012), una síntesis de diversas revisiones que
mayoritariamente incluyen programas de tratamiento
aplicados en países europeos, aunque algunas también
incorporan tratamientos realizados en países no europeos,
especialmente en Estados Unidos (cuadro 23.3).
La Campbell Collaboration es una institución académica internacional, a la
que también pertenecen los autores de esta obra, dirigida a la evaluación y
diseminación de resultados en relación con aquellos programas de prevención
y tratamiento del delito que han resultado más efectivos. En la foto, de
izquierda a derecha, algunos de los miembros de su comité directivo: Martin
Killias (U. de Zurich, Suiza), Brandon Welsh (Northeastem University,
USA), Peter van der Laan (NSCR, Netherlands), Hiroshi Tustomi (University
of Shiznoka, Japon), Peter Neyrond (Cambidge University), Jacque
Mallender (Matrix Knowledge, UK), Chirs Holligan (University of the West
of Scotland), Charlotte Gill (George Mason University, USA), Jerry Lee
(Jerry Lee Foundation, USA), Friedrich Lösel (University of Erlangen-
Nuremberg, Germany), y David Farrington (Cambridge University, UK).
CUADRO 23.3. Síntesis de revisiones sobre programas de rehabilitación en
países europeos (1987-2012)
Principales
Autores y tipo de Tamaño del efecto o efectividad
estrategias de
revisión promedio
tratamiento aplicadas
DIFERENTES TIPOLOGÍAS DE DELINCUENTES
Efectos moderados, entre r=. 000 y
r= .309, lo que indica que mientras
Lösel, F., Köferl, P., y
que algunas intervenciones socio-
Weber, F. (1987) Prisiones socio-
terapéuticas no obtuvieron ningún
Meta-análisis: 16 terapéuticas
efecto (r=.000), otras lograron
programas
efectos medio-altos (de hasta el
30,9%).
Redondo, S., Garrido,
V., y Sánchez-Meca, J. Efectos entre moderados y altos,
(1997) desde r=.119 a r= .419 (12%-42%),
Meta-análisis: 57 Diversas técnicas de obteniéndose la mayor reducción de
programas (4.284 tratamiento la reincidencia en centros juveniles y
delincuentes tratados/ prisiones
3.444 controles)

Redondo, S., Sánchez-


Técnicas conductuales
Meca, J., y Garrido, V. Tamaño del efecto promedio: r= .12
y cognitivo-
(1999) conductuales (las más (12% de reducción de la reincidencia
Meta-análisis: 32 efectivas) en los grupos tratados)
programas
Grietens, H., y Programas Tamaños del efecto promedio
Hellinckx, W. (2003) conductuales y positivos, con d entre 0.09 y 0.31;
Revisión de 5 meta- cognitivo-conductuales reducción promedio de la
análisis previos (los más efectivos) reincidencia = 9%
Lösel, F., y
Schmucker, M. (2005)
Meta-análisis: 69
Programas cognitivo- 37% menor reincidencia en
estudios (con 80
conductuales (los más delincuentes tratados que en no
comparaciones
efectivos) tratados
independientes):
23.181 delincuentes
tratados y no tratados
Tong, L.S.J., y
Farrington, D.P.
Reducción significativa de la
(2006) Programa
reincidencia del 14% en los grupos
Meta-análisis: 16 “Razonamiento y
tratados en comparación con los
estudios (26 rehabilitación” (R&R)
controles
comparaciones
independientes)
La tasa de reincidencia fue
Killias, M., y Villetaz, significativamente mayor tras el
Sanciones privativas de
P. (2008) cumplimiento de sanciones
libertad vs. no-
Revisión sistemática: privativas de libertad que de
privativas de libertad
23 estudios sanciones y medidas en la
comunidad
DELINCUENTES JUVENILES
Redondo, S., Sánchez-
Meca, J., y Garrido, V. Distintos programas de Tamaño del efecto promedio: r= .21
(2002) tratamiento (con (21% de reducción de la reincidencia
Meta-análisis: 23 adolescentes varones) general en los grupos tratados)
programas
Sánchez-Meca y
Redondo, S. (no
Distintos programas de Promedio: r= .18 (18% de reducción
publicado)
tratamiento de la reincidencia)
Meta-análisis: 17
programas
Lösel, F., y Beelmann,
Mayor efectividad en relación con las
A. (2003)
mediciones de variables sociales y
Meta-análisis: 84 Entrenamiento en
cognitivas /menores efectos en
estudios (135 habilidades sociales
conducta antisocial; mejores efectos
comparaciones de (prevención de la
con programas orientados a la
efectividad): 16.723 conducta antisocial
intervención sobre riesgos
infractores juveniles juvenil)
específicos que a programas de cariz
tratados y no tratados
generalista
(edades: 4-18 años)
Garrido, V., Morales,
L.A., y Sánchez-Meca,
J. (2006)
Meta-análisis: 30
estudios
Terapias cognitivo-
experimentales o r= .07 (7% de reducción de la
conductuales (las más
cuasi-experimentales: reincidencia)
efectivas)
2.831 delincuentes
juveniles violentos y
crónicos tratados y
3.002 no tratados (12-
21 años)
OR= 1.37 (eficacia de los
tratamientos considerados
Koehler, J.A., Lösel, generalmente como efectivos,
F., Akoensi, T.D., y habitualmente cognitivo-
Intervenciones
Humphreys, D.K. conductuales)
conductuales y
(2012) OR=1.90 (eficacia de aquellos
cognitivo-conductuales
Meta-análisis: 25 tratamientos coherentes con los
(las más efectivas)
estudios: 7.940 principios riesgo-necesidad-
delincuentes responsividad, que llevaron a una
reducción del 16% del riesgo de
reincidencia)
DELINCUENTES CON TRASTORNOS MENTALES
Entrenamiento en
habilidades de
Duncan, E.A.S., Nicol, resolución de d= .93 (entrenamiento en habilidades
M.N., Ager, A. y problemas; en manejo y de resolución de problemas); d= .78
Dalgeish, L. (2006) autocontrol de la ira y (intervención sobre el
Revisión sistemática: la agresión; prevención comportamiento autolesivo)
20 estudios de conductas Efectos entre morados a altos
autolesivas; otras
estrategias
DELINCUENTES ADICTOS A DROGAS
Tratamiento de
Holloway, K.R., metadona;
Bennett, T.H., comunidades
OR= 1.41 (el tratamiento de drogas
Farrington, D.P. terapéuticas;
fue efectivo en la reducción de la
(2006) supervisión post-
reincidencia)
Meta-análiosis: 28 liberación; tribunales
evaluaciones especializados en
materia de drogas
DELINCUENTES SEXUALES
Castración quirúrgica;
Schmucker, M., y OR= 1.70 (reincidencia sexual);
medicación
Lösel, F. (2008) OR= 1.90 (reincidencia violenta);
antiandrogénica,
Revisión sistemática: OR= 1.67 (reincidencia global)
tratamiento cognitivo-
80 estudios: 23.181 Efectos positivos en la reducción de
conductual (el más
delincuentes sexuales la reincidencia
efectivo)
(Fuente: Redondo y Frerich, 2013)

En conjunto, los meta-análisis recogidos en la tabla han


evaluado y comparado entre sí más de quinientos
programas de tratamiento o intervenciones con diferentes
categorías de delincuentes, la mayoría de ellas
desarrolladas en países europeos (aunque aquí se han
priorizado las revisiones europeas, existen muchas más
relativas a programas aplicados en EEUU, Canadá y otros
países anglosajones). La conclusión global que puede
extraerse de estas revisiones es que los tratamientos de la
delincuencia tienen un efecto parcial pero significativo en
la reducción de las tasas de reincidencia y en la mejora de
otras variables de riesgo delictivo (Hollin y Plamer, 2006;
Koehler et al., 2012; McGuire, 2004; Redondo 2008a).
Puede estimarse que globalmente los tratamientos
aplicados con los delincuentes logran en promedio una
reducción de la reincidencia delictiva de alrededor de 12
puntos, en un rango muy variable de efectos que oscila
desde una efectividad nula a disminuciones de la
reincidencia de hasta 42 puntos (sobre tasas base de
reincidencia que pueden oscilar, según categorías de
delincuentes y estudios, entre 20%-75%) (Cooke y Philip,
2001; Cullen y Gendreau, 2006; Koehler et al., 2012;
Lösel, 1996, 1998; McGuire, 2004; Redondo, Sánchez-
Meca y Garrido, 1999).
La mayoría de los programas evaluados en los meta-
análisis precedentes integraron tratamientos con
delincuentes de diferentes categorías delictivas, así como
con delincuentes juveniles. Tres meta-análisis revisaron,
respectivamente, intervenciones con infractores que
padecían trastornos mentales, delincuentes con problemas
de adicción a drogas, y agresores sexuales. En todos los
casos, los grupos de tratamiento obtuvieron mejores
resultados en promedio que los grupos de control.
En relación con las técnicas de tratamiento aplicadas, las
intervenciones conductuales y cognitivo-conductuales
(incluyendo el programa R&R, entrenamiento en
habilidades sociales, habilidades de resolución de
problemas, etc.) resultaron las más efectivas con todos los
grupos y categorías de delincuentes. Además, un meta-
análisis (Killias y Villetaz, 2008) comparó la eficacia de
las sanciones privativas de libertad frente a las no
privativas de libertad o comunitarias, obteniendo que
éstas resultaban más efectivas para la reducción de las
tasas de reincidencia.

23.9.2. Carrera delictiva y eficacia del


tratamiento
Los resultados del tratamiento que se acaban de
comentar hacen referencia a grupos o muestras globales
de delincuentes, por lo que las tasas de efectividad
obtenidas son promedios que sintetizan los efectos del
tratamiento sobre los individuos concretos. Sin embargo,
el tratamiento se dirige realmente a producir cambios y
mejoras en sujetos particulares, que sean susceptibles de
interrumpir o acortar sus respectivas carreras delictivas.
Según se ha visto en capítulos anteriores, la carrera
delictiva de un delincuente típico usualmente comienza en
la adolescencia, adquiere su intensidad máxima entre los
18 y los 22 años, y en una minoría de casos persiste
durante algunos años más. ¿Cómo puede contribuir el
tratamiento de los delincuentes a reducir las carreras
delictivas de los individuos ya iniciados en el delito?
Según se sabe, el tratamiento, mediante el que se enseñan
a los delincuentes nuevas habilidades de comportamiento,
así como también inhibiciones de conducta, puede
contribuir a disminuir la intensidad y duración de las
carreras delictivas individuales (Israel y Hong, 2006). A
partir de este decremento individual del riesgo, puede
esperarse que las tasas grupales de reincidencia también
disminuyan, aunque no es esperable que, por la sola
influencia de los tratamientos, se produzca una
erradicación completa de la reincidencia delictiva.
En síntesis, el tratamiento puede reducir la reincidencia
esperada en proporciones de alrededor de 1/3 (y,
dependiendo de la calidad de las intervenciones, de entre
1/5 y 1/2). Probablemente, esas son las posibilidades y
límites del impacto del tratamiento. Así quiere ilustrarse
mediante el ejemplo de la figura siguiente, relativa al
efecto del tratamiento con los delincuentes sexuales. Del
conjunto de quienes cometieron un delito sexual, una gran
mayoría (el 80% de los sujetos) no es esperable que
reincida, atendidos los datos internacionales en esta
materia. Del porcentaje del 20% de delincuentes sexuales
que sí que es probable que vuelvan a delinquir, a partir de
la aplicación de tratamientos puede lograrse que entre el
5% y el 10% no lo hagan, mientras que, en función de lo
anterior, restaría una reincidencia residual de entre el 10%
y el 15% (cuadro 23.4). Es decir, un resultado de eficacia
socialmente significativa, en una materia tan delicada y
compleja como la agresión sexual, pero ciertamente de
magnitud moderada y relativa.
CUADRO 23.4. Ejemplo: disminución de la reincidencia de los delincuentes
sexuales como resultado del tratamiento
Para concluir, a continuación se resumen los elementos
principales que caracterizan a los programas que resultan
más efectos con los delincuentes (Andrews y Bonta,
2010; Cullen y Gendreau, 2006; Lipsey y Landerberger,
2006; Hollin y Palmer, 2006; Koehler et al., 2012; Lösel,
1996; McGuire, 2004; Redondo, 2008):
• Los programas efectivos se fundamentan en una base
teórica sólida, que dé cuenta tanto de la explicación
del comportamiento antisocial como de los factores
relevantes que pueden facilitar su prevención. En tal
sentido, constituye el fundamento más sólido para los
programas de tratamiento, la teoría del aprendizaje
social, en sus dimensiones de modelado del
comportamiento, reforzamiento de conducta, trabajo
con los sujetos en la propia comunidad social, y
evitación de las estrategias punitivas.
• Son más efectivos con los delincuentes los programas
estructurados y directivos.
• Aquéllos que entrenan a los sujetos en habilidades y
hábitos prosociales.
• Que promueven la reestructuración de su
pensamiento, de sus actitudes y de sus valores.
• Son más eficaces los programas más potentes, en
términos de un mayor tiempo de aplicación, una
mayor intensidad y una mayor integridad en la
administración de todos y cada uno de los ingredientes
que los componen.
• Es una garantía de eficacia que los programas sean
multifacéticos, esto es que incorporen distintas
técnicas e ingredientes, dirigidos a diversos factores de
riesgo dinámicos, tanto individuales como familiares y
sociales.
• Es un buen criterio también para mejorar la eficacia de
los programas, el que se evalúen los niveles de riesgo
de los sujetos y, en función de tales valoraciones, se
diseñé la intensidad de los tratamientos. Un mayor
riesgo debe implicar programas más intensivos.
• Mejora la eficacia contar con terapeutas con
adecuadas habilidades personales y técnicas, que
hayan sido entrenados de modo específico en la
aplicación del programa.
• Es muy conveniente, para maximizar la eficacia de los
tratamientos y asegurar la evaluación comparativa,
que pueda disponerse de manuales estandarizados de
cada programa, que guíen adecuadamente el trabajo
terapéutico.
• La continuidad de los programas y su aplicación con la
máxima integridad requieren que los directivos de las
instituciones en que se desarrollen dichos programas
(en medidas comunitarias, en centros juveniles y en
prisiones) se muestren comprometidos con los
tratamientos de los delincuentes. Es decir, los
programas de tratamiento no viven y se sustentan
meramente sobre meros pronunciamientos retóricos en
torno a la rehabilitación y reinserción social de los
delincuentes, sino sobre apuestas firmes y decididas al
respecto, lo que incluye la dotación suficiente (y lo
más generosa posible) de recursos personales y
materiales para su desarrollo.
• Por último, los programas efectivos deben incorporar
estrategias específicas de generalización a la
comunidad, tales como pueden ser los módulos de
prevención de recaídas.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Los tratamientos con delincuentes constituyen una estrategia sólida para la
reducción del riesgo delictivo y la futura reincidencia, pero por sí solos no son la
solución de la delincuencia, cuya prevención y control requieren medidas mucho
más amplias y diversificadas.
2. El desarrollo moderno de los tratamientos con delincuentes aconteció,
principalmente en Norteamérica y en Europa, a partir de la Segunda Guerra
Mundial, y de forma decidida a partir de la década de los ochenta del pasado siglo.
3. El modelo de rehabilitación de delincuentes más avalado científicamente es el
denominado modelo de riesgo-necesidades-responsividad. El principio de riesgo
establece que la intensidad del tratamiento debe estar guiada por el nivel de riesgo
del individuo. El principio de necesidad afirma que el tratamiento debe orientarse
a contrarrestar aquellos factores de riesgo dinámicos que específicamente se
vinculan a una mayor probabilidad delictiva (cogniciones antisociales, vínculos
pro-predictivos, rasgos de personalidad antisocial, adicciones…). El principio de
responsividad sugiere que un programa de rehabilitación debe ofrecerse, para que
resulte más efectivo, tomando en consideración los posibles condicionantes y
dificultades de cada sujeto participante en el mismo.
4. Uno de los objetivos importantes del tratamiento de los delincuentes es la
enseñanza y el entrenamiento de nuevas habilidades y hábitos, con la finalidad de
que adquieran comportamientos alternativos, pacíficos y prosociales, para la
resolución de sus necesidades y propósitos materiales y sociales. Para ello se
cuenta con técnicas de reforzamiento y extinción de la conducta, modelado y
entrenamiento en habilidades sociales.
5. Las estrategias de tratamiento más utilizadas y efectivas con delincuentes son las
denominadas técnicas cognitivo-conductuales, que se dirigen a desarrollar y
mejorar su pensamiento y sus competencias de interacción social. Se trata de
intervenciones complejas que suelen combinar módulos de autocontrol,
habilidades sociales, resolución cognitiva de problemas interpersonales,
pensamiento creativo o de generación de alternativas de conducta, razonamiento
crítico, toma de perspectiva social, y otros ingredientes terapéuticos.
6. En el tratamiento de la conducta violenta e infractora también es relevante
intervenir sobre los posibles problemas emocionales que presentan los sujetos, en
el sentido de capacitarles para un mayor dominio y regulación de sus propias
emociones de ira, que suelen anteceder a no pocos delitos.

7. Por último, en los tratamientos actuales se considera también imprescindible


preparar a los sujetos para prevenir la posible recaída o reincidencia delictiva,
aprendiendo a anticipar las situaciones de mayor riesgo delictivo, y adoptando a
tiempo las decisiones y conductas más convenientes para rebajar la probabilidad
de reincidir.
8. La aplicación de tratamientos produce reducciones promedio de las tasas de
reincidencia delictiva de alrededor de 12 puntos (para tasas promedio de
reincidencia base del 50%), en un rango muy variable de efectos que oscila entre
la efectividad nula y decrementos delictivos de hasta 42 puntos de la reincidencia
base.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿En qué momento se iniciaron históricamente los tratamientos con delincuentes?
¿Cuándo se produjo su desarrollo moderno? ¿En qué países se aplican actualmente
tratamientos con delincuentes y en cuáles no? ¿Qué razones podrían explicar que
se implementen o no tratamientos en un país concreto?
2. ¿En qué consiste el modelo de rehabilitación riesgo-necesidades-responsividad?
¿Qué relación existe entre dicho modelo y los factores de riesgo para el delito
denominados estáticos y dinámicos?
3. ¿Cuáles son los objetivos preferentes de los tratamientos con delincuentes? ¿Han
de ser distintos los objetivos del tratamiento en función de las diversas categorías
y tipologías delictivas? Razona la respuesta.
4. ¿Por qué es importante entrenar a los delincuentes en nuevas habilidades de vida?
¿Cuáles son las principales técnicas que se han empleado para ello?
5. Efectuar una simulación en clase de la técnica de entrenamiento en habilidades
sociales, a partir de propuestas de los alumnos sobre conductas que sería
conveniente desarrollar en el marco de un tratamiento con delincuentes juveniles.
6. ¿Qué aspectos de la cognición han sido objeto de atención en los tratamientos de
los delincuentes? Realizar una simulación sobre reestructuración cognitiva de
alguna distorsión cognitiva que pueda ser frecuente en maltratadores, ladrones de
casas, o delincuentes de cuello blanco.
7. ¿Cómo pueden relacionarse las dificultades y problemas emocionales con la
conducta delictiva? ¿Cómo intentan los tratamientos regular las emociones?
8. ¿En qué consiste la técnica de prevención de recaídas? Sugerir ejemplos de
posibles secuencias de recaída, o reincidencia delictiva, en delincuentes juveniles,
ladrones de casas, traficantes de drogas, defraudadores, maltratadores, etc.
9. ¿Es España un país desarrollado o infra-desarrollado por lo que se refiere a la
aplicación de tratamientos con delincuentes? ¿Cuáles son las razones para
considerar una cosa o la otra?
10. ¿Qué eficacia contrastada presentan los tratamientos aplicados con delincuentes?
¿Es mayor la efectividad con los delincuentes jóvenes o con los adultos? Razonar
la respuesta dada.

1 En inglés, “responsivity”. También podemos emplear como sinónimo


“individualización”.
24. PREVENCIÓN DE LA
DELINCUENCIA
24.1. EL PARADIGMA DE LA RESISTENCIA (RESILIENCIA)
1070
24.1.1. El paradigma de la resistencia 1070
A) Cómo surgió el paradigma de la resistencia 1070
B) Presupuesto primero: el estrés siempre causa problemas
1071
C) Presupuesto segundo: los efectos del estrés o de los factores
de riesgo no son unívocos 1071
D) Presupuesto tercero: hay niños invulnerables 1072
E) Presupuesto cuarto: la resistencia es un resultado del
emparejamiento factores de estrés/factores de protección 1073
F) Presupuesto quinto: el concepto de “resistencia” exige un
nuevo modelo de prestación de servicios de prevención 1074
24.1.2. La Prevención primaria o el modelo de salud pública 1075
24.1.3. Los programas de intervención temprana 1077
24.1.4. Los programas de intervención temprana ahorran dinero 1079
24.2. LA PREVENCIÓN MEDIO-AMBIENTAL 1080
24.2.1. Evaluación empírica de las medidas de prevención 1083
24.3. MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y VIOLENCIA
1087
24.3.2. Los efectos de los mass media en la violencia y la agresividad
1089
A) Los estudios empíricos 1089
B) Las explicaciones teóricas 1092
24.3.3. Los efectos moderadores sobre la violencia imitada en los
medios 1092
A) Efectos del sujeto que observa 1092
B) Características del contenido violento que se observa 1093
C) El ambiente social 1093
D) El uso y contenidos de los medios 1094
24.3.4. Implicaciones e investigación más reciente 1094
24.4. LA EFICACIA COLECTIVA: FAMILIAS Y BARRIOS
INTEGRADORES 1096
24.5. ¿EFICACIA COLECTIVA O “VENTANAS ROTAS”? 1099
24.6. LA CRIMINOLOGÍA POSITIVA 1100
24.7. DELINCUENCIA, VIOLENCIA Y SOCIEDAD EN EL
SIGLO XXI 1103
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 1108
CUESTIONES DE ESTUDIO 1108

La prevención es la palabra que está en boca de todos;


siempre se recurre a ella para definir el mejor y más
definitivo de los recursos al que siempre deberíamos
aspirar. Y lo cierto es que —hay que decirlo— ello es,
indefectiblemente, siempre verdad. Pero también es cierto
que las buenas intenciones no bastan, y que no todos los
programas preventivos son eficaces. Por ejemplo, los
primeros programas de prevención para evitar el consumo
de marihuana entre escolares en los EEUU, en los que se
les informaba de los daños que podía causar esta droga,
tuvieron el efecto contrario a lo deseado: a los jóvenes
que recibieron la información se les despertó el interés por
fumar marihuana. Hay en la bibliografía otros ejemplos de
programas preventivos que, a pesar de que parecían estar
guiados por el sentido común, y que un “hombre medio”
sin duda hallaría razonables, constituyeron sin embargo
sonados fracasos1.
Los programas preventivos pueden ir dirigidos a:
– El delincuente (programas psicoeducativos,
intervención familiar)
– La víctima potencial (medidas de auto-protección)
– La comunidad (cambios en el barrio/ciudad/sociedad)
– El medio ambiente físico (arquitectura, sistemas de
protección)
Cada una de estas áreas a su vez se divide en tres clases
de prevención:
– Primaria
– Secundaria
– Terciaria
Estos conceptos han sido tomados de la medicina, donde
la prevención primaria se dirige a evitar que aparezca el
problema de que se trate, y para ello se fortalecen los
recursos del individuo o de su medio social. Por ejemplo,
en Criminología dar apoyo económico y orientación a
mujeres que van a ser madres solteras con problemas
económicos es un ejemplo de prevención de este tipo, ya
que se sabe que en estas circunstancias aumenta la
probabilidad de que los hijos inicien carreras delictivas.
Ahora bien, si buscamos que los chicos de doce o trece
años que ya tienen, en su repertorio de conductas,
precursores de la delincuencia, como peleas frecuentes o
absentismo escolar, se lleven mejor con sus compañeros y
asistan regularmente a clase, entonces estamos aplicando
un programa de prevención secundaria. Finalmente, la
prevención terciaria es sinónimo de “tratamiento”, y se
realiza cuando el sujeto ya ha desarrollado una carrera
delictiva. Los tratamientos en las cárceles o centros de
reeducación juvenil entran en esta categoría. Así llegamos
a la siguiente clasificación de programas preventivos:
CUADRO 24.1. Tipos de prevención
Prevención primaria Prevención secundaria Prevención terciaria
Establecer
Estrategias para evitar
Orientado condiciones que Disminuir daños y
que los problemas se
hacia: reducen evitar repeticiones
consoliden
oportunidades
Prevención general
Política social y
sanitaria Prevención individual
Político social de
Política laboral, y Trabajo social
Delincuente reinserción,
urbanística Terapia para
rehabilitación
Protección de drogadictos
menores
Adopción de menores
Comportamiento en el
Estrategias para evitar encuentro con el Terapia de crisis
Víctima
riesgos delincuente Restitución
Autodefensa
Colaboración
ciudadana para
Control informal Ayuda en situación de
Comunidad esclarecer los delitos
Vigilancia vecinal crisis
Apoyo a vecinos que
han sufrido un delito
“Espacio defendible”
Reparación
Arquitectura Sistemas de protección:
Medio Evitar deterioro en
Dinero electrónico Cerraduras
Ambiente edificios o zonas
Coches antirrobo de Alarmas, etc.
públicas
serie
Este cuadro presenta ejemplos de prevención primaria,
secundaria y terciaria, dirigidas hacia distintos grupos de
personas. Se puede intervenir con el presunto delincuente,
dar consejos a la presunta víctima, cambiar factores en la
comunidad, o modificar el medio ambiente físico. Para un
conocimiento más completo de todas estas estrategias hay
que consultar monografías y revistas especializadas en la
prevención de la delincuencia2. En este capítulo
presentamos las tendencias más importantes de la actual
criminología preventiva.

24.1. EL PARADIGMA DE LA
RESISTENCIA (RESILIENCIA)
En las últimas décadas, los esfuerzos para el desarrollo
de la adolescencia han sido de dos tipos: programas para
prevenir los problemas de conducta (p.ej., Johnson, Pentz,
Weber, et al., 1990) y programas diseñados para
promocionar conductas competentes (Garrido y López,
1995). Esta separación en el ámbito aplicado ha alcanzado
el terreno académico, de tal manera que en ambos se ha
producido un interesante cambio de paradigma donde la
discusión se ha centrado en la relación existente entre los
factores de riesgo y los factores protectores, y en su efecto
combinado en el desarrollo del joven (Hawkins, 1992;
Perry y Jessor, 1985). Uno de los puntos centrales en esta
nueva perspectiva es el concepto de “resistencia”
(resiliency) (Dugan y Coles, 1989; Hawkins y Catalano,
1992), a partir del cual se considera que los chicos, las
familias, las comunidades y las escuelas tienen tanto
características de riesgo como de protección. El resultado
final en un individuo es el producto de las interrelaciones
específicas de éste con sus diferentes ambientes.

24.1.1. El paradigma de la resistencia


Martin Bloom (1996a, 1996b) se ocupó de analizar las
principales características del paradigma de la resistencia.
Siguiendo en lo fundamental sus obras, vamos a presentar
una descripción de la aparición de dicho paradigma y de
sus principales elementos.
En primer lugar detengámonos en el mismo concepto de
“resistencia” (resiliency). Se refiere al hecho de que en
ocasiones surgen niños saludables o ‘normales’ del seno
de ambientes insanos (Garmezy, 1971). Esta realidad —
que haya niños que crezcan de modo competente en
ambientes psicosociales deficitarios— ha sido constatada
por investigadores independientes en lugares tan diversos
como Hawai, Inglaterra y Estados Unidos. Y, por
supuesto, es una realidad fácilmente constatable en los
barrios marginales de las grandes ciudades, en donde, a
pesar de los múltiples factores de riesgo existentes, la
mayoría de jóvenes no acaban siendo delincuentes.
A) Cómo surgió el paradigma de la resistencia
El fenómeno de la resistencia encierra una paradoja, y
parece ir en contra del sentido común; sin embargo,
parece que determinadas personas son capaces de lograr
un gran potencial de adaptación a situaciones adversas,
mientras que otras desarrollan una vida desajustada en su
edad adulta. A continuación Bloom (1996a) nos presenta
diversos presupuestos que los científicos han ido
elaborando para intentar comprender este fenómeno.

B) Presupuesto primero: el estrés siempre


causa problemas
Durante los años 50 y 60 se mantenía la idea de que
altos niveles de factores de estrés (o de riesgo) siempre
causaban problemas. Esta creencia se incrustaba en
cualquiera de los dos paradigmas psicológicos que
dominaban esos años. En efecto, tanto en el psicoanálisis
como en el conductismo la conducta del ser humano se
concebía como una realidad modelada bien por el
ambiente interno del individuo (el primero), bien por el
ambiente externo que le rodeaba (el segundo).
Lo anterior nos lleva al presupuesto primero en la
reconstrucción histórica del concepto de resistencia, que
operaba en los comienzos de la década de los 60: unos
niveles elevados de estrés biopsicosocial en individuos
vulnerables producirán de modo natural altos niveles de
disfunción.
Tanto para el psicoanálisis como para el conductismo,
este individuo vulnerable se obviaba, ya que se pensaba
que no podía hacer gran cosa frente a los factores de
estrés del ambiente o del inconsciente. Ello dio lugar a
que florecieran los servicios de atención para las personas
aquejadas de esas circunstancias (tanto en el ámbito
privado como público). Había un gran acuerdo alrededor
de este primer presupuesto, toda vez que una gran
cantidad de investigación lo corroboraba. Sin embargo,
surgió una anomalía en el sentido científico kuhniano:
cuando se pensaba que se disponía de un conocimiento
seguro, surgieron investigaciones que revelaban que
determinadas niños que vivían en ambientes estresantes
eran capaces de crecer como adultos sanos. Esto llevó al
presupuesto 2º.

C) Presupuesto segundo: los efectos del estrés o


de los factores de riesgo no son unívocos
En efecto, poco a poco se iba abriendo camino el
presupuesto segundo: altos niveles de estrés en sujetos
vulnerables, producirán unas veces una conducta social
funcional, y otras veces una conducta social disfuncional.
Ahora bien, para que este presupuesto fuera capaz de
generar conocimiento científico, era necesario desarrollar
la investigación. Ello no era fácil, a causa de los
diferentes tipos de personas (pacientes) implicados, y de
los numerosos factores de riesgo a analizar, unos de tipo
biológico (como complicaciones perinatales), otros de
naturaleza familiar (padres alcohólicos, maltratadores,
divorciados, etc.), o finalmente de espectro más amplio,
como crecer en condiciones de pobreza o de guerra. La
característica definitoria de esos primeros estudios era que
un cierto número de niños expuestos a condiciones
inadecuadas de desarrollo salían adelante de modo
competente, si bien esta proporción variaba según los
diferentes estudios. Por ejemplo, en la investigación de
Werner (1989a, 1989b) con una muestra de Hawai, uno
de cada tres niños vulnerables se había convertido en un
adulto bien ajustado. Anthony (1977), dictaminó que un
30% de niños de San Luis que estaban en riesgo de
generar una psicosis (como sus padres) habían crecido
con un buen desarrollo psicosocial. También en esa
ciudad norteamericana, Robins (1966) halló que el 60%
de los niños de los suburbios llevaban una vida integrada
cuando llegaron a la edad adulta.
¿Cómo explicar este fenómeno? La respuesta que dieron
los científicos de la época fue reconsiderar su perspectiva
sobre el estrés o riesgo y sobre el concepto de
vulnerabilidad. Por otra parte, surgieron dos importantes
cambios que impulsaron profundamente la investigación.
En primer lugar, la emergencia de la teoría cognitiva, lo
que suponía enfatizar el hecho de que “aquello que sucede
en la cabeza de la gente” (los pensamientos) influye
sobremanera en el comportamiento, junto con las fuerzas
internas o las influencias del ambiente. Y en segundo
lugar, el movimiento de la salud mental comunitaria
destapó en los años 60 los esfuerzos orientados a
promover cambios estructurales para encontrar soluciones
colectivas a problemas que difícilmente podían hallar
remedio en una atención individual. La conclusión parecía
obvia; había que intensificar los programas de prevención
para actuar antes que los problemas se instalaran en la
vida de las personas en riesgo de desajuste, de la índole
que éste fuera.

D) Presupuesto tercero: hay niños


invulnerables
La respuesta provocada por esos cambios se plasmó, de
acuerdo a Bloom (1996a), en este tercer presupuesto:
unos altos niveles de estrés, operando en individuos
invulnerables, no interferirán con el desarrollo de la
conducta social ajustada.
Se puso toda la atención en el sujeto que padecía la
situación estresante. Se acuñó así el concepto de
“individuo invulnerable”, o “invencible”, con la esperanza
de que ello implicara una condición absoluta. Pero esa
idea no funcionó, porque pronto se hizo evidente que los
datos empíricos no apoyaban esta idea de invulnerabilidad
“todo o nada”. En una palabra, los sujetos mostraban
diversos grados de competencia; ciertos rasgos que eran
característicos de un grupo determinado de niños
competentes, no aparecían en otros; o bien se era
competente en unas situaciones, pero no en otras. Es
entonces cuando entró en escena otro concepto para
sustituir al de invulnerabilidad: el de resistencia.

E) Presupuesto cuarto: la resistencia es un


resultado del emparejamiento factores de
estrés/factores de protección
Ahora, en la nueva consideración de este individuo, se
busca la presencia de factores protectores, es decir,
variables asociadas con el logro subsecuente de resultados
positivos (Werner, 1990). Estaba claro, a partir de este
nuevo concepto, que era necesario identificar cuáles eran
esos factores protectores, tanto en el individuo, como en
los grupos primarios y secundarios. Se llega así al
presupuesto cuarto: puede desarrollarse como un adulto
competente cuando el peso de los factores protectores es
superior al de los factores de estrés/riesgo.
No es sorprendente que se distingan tres niveles de
factores protectores (individuo, familia y sociedad), ya
que se corresponden con las categorías de los factores de
estrés o de riesgo. Ahora bien, ¿cuál es el mecanismo por
el que actúan esos factores de protección?
Algunos autores aseguran que los factores de protección
actúan filtrando el impacto de los factores de estrés; por
ejemplo, si un niño tiene una afición, ello podría servirle
como válvula de escape ante los problemas en su casa.
Pero esto es una idea circular, ya que una correlación no
implica causalidad (es decir, no hubiéramos identificado
las aficiones a menos que se relacionaran con la
protección). Es necesario comprender lo que significa
“filtrar” en el caso de los niños resistentes: ¿implica una
protección completa, o bien una exposición gradual que
construye una especie de inmunidad psicológica?
El presupuesto cuarto nos sitúa prácticamente en la
situación en la que hoy estamos, en donde la investigación
conceptual y empírica está en pleno desarrollo. En los
últimos años se ha empleado el concepto de “factor de
protección” con una cierta ambigüedad. Algunos autores
han sugerido que un factor de protección es meramente el
polo opuesto de un factor de riesgo. Por ejemplo, si una
deficiente supervisión parental es un factor de riesgo,
entonces la supervisión adecuada sería un factor de
protección. Pero en este caso parece que estemos
empleando dos términos (riesgo/protección) para una
misma variable (supervisión a cargo de los padres).
También se ha sugerido que un factor de protección
interacciona con un factor de riesgo para minimizar o
filtrar sus efectos, de tal modo que el impacto de un factor
de protección es analizado en la presencia de ese factor de
riesgo (por ejemplo, una buena inteligencia y vivir en un
barrio donde abundan los compañeros de edad
delincuentes). Para remediar esa situación, Loeber et al.
(2008) propusieron que una variable que predijera una
baja probabilidad de implicarse en actividades delictivas
se denominara un “factor de promoción” o “de mejora”
(promotive factor), mientras que se reservara el término
de factor de protección para referirse a las variables que
predijeran una baja probabilidad de cometer delitos en
aquellas personas que estuvieran expuestas a diversos
factores de riesgo.
Finalmente, Lösel y Farrington (2012) se afirman en
esta terminología: existen factores de protección que son
“directos” o de “promoción” del bienestar: estos son los
que predicen una baja probabilidad de meterse en
problemas sin tomar en cuenta otros factores; es decir, se
tiene en cuenta el efecto de esa variable sobre el sujeto.
Por otra parte existen factores de protección que
“amortiguan” o “filtran”3 el efecto negativo de los
factores de riesgo que están presentes en la vida del
sujeto; por consiguiente tales factores de protección
interaccionan con los factores de riesgo y por ello
“moderan”, atenúan, o —en el mejor de los casos—
anulan su impacto. En la actualidad se investiga la
presencia de estos factores de protección en el desarrollo
vital de los jóvenes, principalmente a través de estudios
longitudinales (Lösel y Farrington, 2012).

F) Presupuesto quinto: el concepto de


“resistencia” exige un nuevo modelo de
prestación de servicios de prevención
Bloom (1996a, 1996b) piensa que la escasez de recursos
y la explosión demográfica exigen un nuevo paradigma de
prestación de servicios de prevención. Y que éste se halla
en la prevención primaria. Ésta, puede definirse como “las
acciones planeadas que buscan prevenir un problema
predecible, proteger un estado de salud o de
funcionamiento adaptado ya existente, y promover algún
objetivo de salud deseable”. De este modo, la prevención
primaria implica esos tres elementos —prevención,
protección y promoción— dentro de una perspectiva
sistémica, donde cada elemento afecta y es afectado por
los otros (1996a, pp. 95-96). Vamos a ver esto con más
detalle a continuación.

24.1.2. La Prevención primaria o el modelo de


salud pública
Una asunción importante que está en la base del trabajo
en prevención primaria es el reconocer que ya no es
posible confiar únicamente a los sistemas de justicia, de
bienestar social y de salud mental la responsabilidad de
combatir la violencia en nuestras sociedades. En efecto, la
prevención primaria, nacida en el ámbito de la medicina
dentro del modelo de salud pública, puede constituir una
aportación muy significativa al respecto. Este modelo
“considera que la conducta violenta sigue un patrón
similar a los observados en otros fenómenos epidémicos
de salud pública. De ello se sigue que podemos identificar
y controlar su incidencia, así como detectar a los grupos
de más alto riesgo. Si esta perspectiva es correcta, resulta
factible identificar métodos para la predicción y
prevención de la violencia” (Weiss, 1996, p. 201).
El modelo de la salud pública se caracteriza por emplear
una perspectiva multiprofesional y una gran diversidad de
métodos para conseguir sus objetivos. Para ello analiza la
confluencia de los diferentes factores que interaccionan en
el escenario social, con objeto de determinar objetivos
modificables y emplear, finalmente, diversas estrategias
educativas, ambientales o de cualquier otra índole
(Lapidus y Braddock, 1996).
Lo anterior señala la necesidad de contar con
profesionales bien cualificados en una amplia variedad de
disciplinas, en relación a la prevención de la violencia,
como la medicina, la educación, la arquitectura, la política
social, el derecho, la psicología, la sociología, la
economía y las ciencias de la información (Centers for
Disease Control, 1993). Además, implica a multitud de
grupos y organizaciones, desde grupos de voluntarios
hasta los “media”. Esta complejidad señala uno de los
puntos débiles más notables que tiene la puesta en
práctica de esta política preventiva: es siempre difícil que
las profesiones más directamente vinculadas con la
violencia —justicia, trabajo social, educación, salud
mental, etc.— trabajen en colaboración, compartiendo
conocimientos y experiencias. Establecer un objetivo
común (reducir la violencia en cualquiera de sus
manifestaciones) a través de un programa coordinado de
trabajo permitiría aunar esfuerzos, sin renunciar a que
cada colectivo ayudara desde su propia especialidad.
El conocimiento del Injury Control as a science (“el
control de las lesiones como una ciencia”), y de sus logros
en el campo de los accidentes de tráfico, nos ayudará a
comprender mejor la necesidad de cambiar la perspectiva
estrecha de la prevención por una perspectiva más amplia,
multidisciplinar. Con los accidentes de tráfico se produjo
un cambio cualitativo en la prevención cuando se pasó de
emplear un modelo de culpabilidad del conductor a otro
de una matriz de tres componentes: vehículo, conductor,
ambiente y sus interacciones. Ello permitió comprender
que existían otros factores en juego además del sujeto que
va al volante, y permitió salvar muchas vidas desde
entonces.
Una estrategia similar podría aplicarse a la violencia
interpersonal. Por ejemplo, mucha gente cree que la
violencia no es un fenómeno predecible, y que solo puede
ser combatida con las armas del sistema de justicia. Sin
embargo, hoy es notorio que el típico episodio violento
ocurre entre personas conocidas que discuten bajo los
efectos del alcohol y de las drogas, o bien entre esposos
que llegan a la agresión en un contexto de odio
acumulado y penuria social. “En realidad la violencia está
marcada por la intencionalidad, por el intercambio de
roles entre las víctimas y los perpetradores, y por una
compleja red de factores de riesgo social —incluyendo la
pobreza, el racismo y el desempleo— que puede
contribuir a la conducta violenta” (Lapidus y Braddock,
1996: 187).
Weiss (1996) pone como ejemplo de acción enmarcada
dentro del modelo de la salud pública la Coalición para la
prevención de la violencia de Los Ángeles, creada en el
departamento de Salud Pública en 1991, y que consta de
400 personas que son expertas en diferentes áreas de la
prevención de la violencia, tales como el derecho, el
sistema de justicia, la medicina, el sistema escolar,
organizaciones comunitarias, los negocios o la medicina.
Sus metas son tres: reducir la disponibilidad de las armas
de fuego, cambiar las normas comunitarias para que la
violencia no resulte aceptable, y crear y promover
alternativas a la violencia. Para lograr tales fines emplea
acciones muy variadas y con una perspectiva amplia de
tiempo, incluyendo el control de licencias de armas y el
estudio de medidas de restricción de puntos de venta, la
influencia sobre los “media” en el condado de Los
Ángeles, y la enseñanza de habilidades de resolución de
conflictos en escuelas, en el sistema de justicia y en
empresas públicas y privadas.
Un leit motiv constante en la prevención primaria es el
de desarrollar, enriquecer, fomentar. Una de las
cualidades del sistema de prevención de Bloom (1996a,
1996b) visto anteriormente, es que destacaba que
“muchos de los correlatos de la resistencia no implican
factores protectores del riesgo, sino promoción y
potenciación, conductas de curiosidad y optimismo”
(1996a: 98). De este modo, “podemos cambiar nuestra
óptica y buscar entre los niños en riesgo de los barrios
bajos sus potencialidades y recursos, ya que es probable
que éstos sean, en su balance con los factores de riesgo,
las experiencias significativas capaces de construir la
situación que denominamos resistencia” (1996a:98).
Entonces, parece claro que una contribución importante
de la prevención primaria consiste en la necesidad de
intervenir reduciendo factores de riesgo y desarrollando
los recursos y factores protectores del individuo y de los
sistemas en los que vive. Es decir, hemos de ampliar
nuestros programas para considerar los factores
preventivos, los protectores y los factores de promoción o
de desarrollo de potencialidades. Así por ejemplo, si
enseñamos habilidades sociales a niños pequeños,
estamos previniendo las posibles dificultades con que
pueden encontrarse los niños impulsivos o muy tímidos.
Pero si actuamos sobre las escuelas de un barrio para que
no decaiga la motivación de los profesores y de los
alumnos, entonces nos movemos en el plano de la
protección de un estado que necesita ayuda para
permanecer funcionando de modo adecuado o saludable.
Finalmente, si introducimos adultos que supongan una
fuente de apoyo a niños con problemas, modelando
actitudes positivas, estaremos haciendo tareas de
promoción de objetivos deseables (Bloom, 1996a).
Es este balance global positivo el que produce el
fenómeno que designamos como “niño resistente”. Visto
desde el interior del sujeto, éste hace una valoración
personal de los factores que él posee y de los que cuenta
en el ambiente, y decide que “vale la pena seguir
adelante”, que los puntos positivos superan a los
negativos. Cómo se realiza esa valoración personal no se
conoce del todo, pero bien podría tratarse de la
“personalidad optimista” de la que habla Seligman
(1991), que es aquélla que interpreta los estímulos de
forma constructiva incluso en medio del caos familiar o
social.

24.1.3. Los programas de intervención temprana


Dentro de la concepción del modelo preventivo primario
de la salud pública destacan con luz propia los programas
de prevención primaria temprana dirigidos a los niños.
Sus metas explícitas se orientan a la mejora del ambiente
de aprendizaje y de las competencias emocionales y
sociales de los niños, en la confianza de que tales
intervenciones les alejarán de un futuro marcado por el
delito y el fracaso social. David Farrington ha sido uno de
los más decididos impulsores de esta política preventiva,
poniendo de relieve tanto su eficacia en la disminución
del delito como en su capacidad de ahorrar dinero a los
contribuyentes (Farrington y Welsh, 2007; Welsh y
Farrinton, 2011). Los más relevantes se llevan a cabo en
la familia y la escuela, suelen durar un tiempo prolongado
(al menos dos años en la mayoría de los casos de la
intervención familiar) y normalmente implican tanto a los
profesores como a los padres, en cualquiera de esas dos
modalidades (familia y escuela) (Sherman et al., 2002).
Más en detalle, podemos caracterizar del siguiente
modo el conjunto de ingredientes de éxito de estos
programas de prevención (Farrington y Welsh, 2007):
a) Se fundamentan en una base teórica sólida, derivada
de la psicología del aprendizaje social.
b) Utilizan estrategias de enriquecimiento cognitivo y de
autocontrol.
c) Las intervenciones están altamente estructuradas.
d) Se dirigen a reducir los factores de riesgo presentes y
a fortalecer los factores de protección, esto es,
aquellos recursos positivos que posee el niño y su
ambiente.
e) Los programas eficaces de prevención actúan tanto en
el niño como en sus padres. El primero suele recibir
enseñanza en habilidades sociales y de
enriquecimiento cognitivo, mientras que los segundos
trabajan para mejorar las habilidades de comunicación
y de crianza de los hijos. También se presta ayuda
social en casos necesarios.
f) Los programas más ambiciosos incluyen también
otros escenarios de la vida del niño como objetivos de
intervención: es el caso de aquellos que buscan influir
en la escuela mediante colaboraciones con los
profesores, en el grupo de pares y en otras
instituciones de la comunidad.
g) Los programas eficaces también incluyen atención a
madres solteras durante el embarazo y en los primeros
años de la vida del niño. Sin embargo, no se ha
demostrado que exista una relación estrecha entre la
edad de los niños y los efectos preventivos obtenidos,
lo que significa que nunca es demasiado tarde para
que la intervención merezca la pena.
Estos programas de prevención temprana se
fundamentan, por una parte, en toda la investigación que
ya poseemos acerca del origen y desarrollo de la
delincuencia (véase capítulo 11); por otra parte, en
diferentes revisiones sistemáticas y meta-análisis que han
demostrado de forma sólida la efectividad de sus
resultados (Manning et al., 2010; Piquero, Jennings y
Farrington, 2009).
Dos programas servirán pata ilustrar su funcionamiento.
El primero es el ya célebre “Perry Preschool Project”
(Schweinhart et al., 2005), desarrollado en Ypsilanti, en el
estado de Michigan, donde 123 niños fueron asignados o
bien a un grupo experimental o bien a uno de control. Los
niños del programa experimental recibieron educación
preescolar durante dos años, cuando tenían entre tres y
cuatro años; en las clases los niños eran estimulados
intelectualmente para que desarrollaran habilidades de
pensamiento y de razonamiento. Además, se les ofrecía
también visitas semanales a sus hogares, para reforzar el
aprendizaje en el aula. El último seguimiento a ambos
grupos se produjo cuando cumplieron los 40 años de
edad. Comparados con los niños del grupo control, los
niños que asistieron al programa experimental informaron
de menos detenciones por delitos violentos (36% por 58%
los niños del grupo control), por delitos de drogas (14%
por 34%), delitos contra la propiedad (36% por 58%) y
evidenciaron menor probabilidad de ser detenidos cinco o
más veces (36% por 55%). También se observaron en el
grupo experimental otras mejoras: un 77% obtuvo el título
de Graduado en Secundaria (por 60% el grupo control),
un 76% presentaba buenos registros de empleo (por el
62%) y también ganaban salarios más elevados que los
niños que no formaron parte del experimento.
El segundo programa que presentamos es el “Child-
Parent Center Program” en Chicago (Reynolds et al.,
2007) que, al igual que el proyecto Perry, provee a niños
con problemas sociales de 3 y 4 años de edad un ambiente
preescolar enriquecido, complementado por apoyo
familiar, hasta que los niños cumplen 9 años. Es uno de
los proyectos más antiguos de Estados Unidos ya que
comenzó en 1967, y actualmente está en vigor en 24
vecindarios empobrecidos de Chicago. Se evaluó
mediante una muestra de 1.500 niños, divididos entre el
grupo experimental y un grupo de comparación. A la edad
de los 24 años, el grupo experimental —en comparación
con el control— tenía significativamente menos
detenciones por delitos graves (17% por 21% el grupo
control), menor tasa de encarcelación (21% por 26%) y un
porcentaje mayor de obtención del grado de secundaria
(71% por 64%).

24.1.4. Los programas de intervención temprana


ahorran dinero
Los beneficios de los programas eficaces de
intervención temprana no incluyen solo la mejora en la
escuela y en la vida, previniendo el delito y otros
problemas sociales, sino que también ahorran dinero al
contribuyente (Welsh y Farrington, 2011). Por ejemplo,
de los análisis de costo-beneficio aplicados al proyecto de
Chicago, se estima que por cada dólar gastado en él la
sociedad ahorra siete dólares. Esta diferencia de seis
dólares sería el resultado del dinero ahorrado en
educación compensatoria, el sistema de justicia y la
atención a las víctimas del delito, mientras que otra parte
procede de la mejora de la calidad de vida del sujeto. Por
su parte, se estima que el proyecto Perry produce 17
dólares de beneficio por dólar gastado, un dinero que se
desprende por ahorros en educación, bienestar, sistema de
justicia e ingresos por impuestos.
Ahora bien, no es solo que estos programas ahorren
dinero a los estados, es que comparados con las políticas
de mano y dura de encarcelamiento, en todos los sentidos
la comparación también les favorece, si hablamos de las
inversiones que ambos modelos necesitan, y si tenemos
en cuenta el monto de delincuencia que ambos logran
prevenir (Welsh y Farrington, 2011). Estos autores
señalan que “solo cuando las cárceles se reservan para los
delincuentes más graves y violentos sus beneficios
empiezan a superar sus costos” (p. 1305). En un mundo
tan mercantilizado como este, este beneficio monetario de
los programas de prevención temprana no debe ser
relegado a un segundo término, puesto que no solo es que
reduzcan en mayor medida el dolor humano derivado del
crimen, sino que además liberan dinero para que se pueda
gastar en educación o servicios sociales. Mark Cohen y
Alex Piquero (2009) estimaron que una carrera delictiva
estándar —que incluya la juventud y la edad adulta,
generalmente hasta finales de los veinte o principios de
los 30 años, así como los gastos derivados del abuso de
drogas y otros problemas sociales asociados con el delito
— costaba a los norteamericanos entre 2.6 y 4.4 millones
(de 2007) de dólares. Es, desde luego, mucho dinero
como para despreciar la importancia del dinero “salvado”
por los programas de prevención.
Esta perspectiva preventiva, finalmente, no está tan
alejada de la mentalidad del público como muchas veces
se cree: si son preguntados de modo conveniente, tanto
los ciudadanos norteamericanos como los europeos, y
entre ellos los españoles, son favorables a las medidas
sociales y educativas para ser aplicadas en el caso de
niños y jóvenes que presentan problemas de integración
social (Farrington y Welsh, 2009; Varona, 2008)

24.2. LA PREVENCIÓN MEDIO-


AMBIENTAL
Este tipo de prevención asume, de acuerdo con las
teorías de la elección racional y de la oportunidad, que los
delincuentes piensan y actúan como todos los demás, lo
que implica “una visión menos demonizada y patológica
del delincuente” (Medina Ariza, 1997). La prevención
medioambiental pretende eliminar los objetivos más
fáciles, o hacer más reales las consecuencias negativas de
la delincuencia. Estas estrategias también pueden
denominarse con el rótulo de prevención situacional, por
concentrarse más en los factores y circunstancias
inmediatas, cercanas a la decisión de delinquir. Medina
(2011: 336) escribe:
Dado que la delincuencia, desde este punto de vista, no es un
síntoma de inadaptación social o un efecto de causas sociales, sino
simplemente el producto del egoísmo humano que aprovecha las
tentaciones del entorno, no tiene sentido, por tanto, incidir en esos
problemas sociales para prevenir la delincuencia. Este modelo […]
pretende simplemente hacer el delito menos atractivo para los
potenciales delincuentes. En opinión de estos autores, no solamente
esto es más efectivo, sino que además nos evita entrar en un debate
sobre qué tipo de sociedad es la que produce sujetos con menos
tendencias criminales y, por lo tanto, contribuye a mantener el campo
de la prevención del delito al margen del debate político. Si queremos
prevenir eficazmente el delito debemos reducir las oportunidades para
el mismo a través de la modificación del medio ambiente o las
situaciones.

Clarke (2004) ha propuesto que toda esa perspectiva se


agrupe bajo el epígrafe de “la ciencia del delito”, para
distinguirse de la Criminología y su énfasis en la
criminalidad o tendencia a buscar las causas del delito (en
oposición al interés en el delito como fenómeno y su
prevención) y su mayor apuesta por ocuparse del
delincuente y su rehabilitación, en lugar de considerar a
las víctimas y los costos que el delito tiene para la
sociedad como un todo (citado en Medina, 2011).
Clarke (1992:13) distingue entre tres estrategias básicas
como propias de la prevención situacional, resumidas en
el cuadro 24.2.
CUADRO 24.2. Estrategias para prevenir la delincuencia4
Incrementar el esfuerzo Incremente el riesgo Reducir la ganancia
• Endurecimiento de • Control de entrada y • Desplazamiento del
objetivos salida objetivo
• Control de acceso • Vigilancia formal • Identificación de la
• Desviación de • Vigilancia por propiedad
transgresores empleados • Reducción de la tentación
• Control de facilitadores • Vigilancia natural • Impedir el uso

Fuente: Clarke, 1992.

El primer grupo incluye medidas que incrementan el


esfuerzo necesario para cometer un delito. El
endurecimiento de objetivos incluye las barreras físicas
para proteger bienes. Cualquier protección, en forma de
puerta blindada, ventanas con rejas y cerradura con
barrotes, se puede forzar. Sin embargo, una cerradura que
tarda media hora en abrirse ofrece una protección
adecuada en la vida diaria, mientras que una que se abre
en un instante pone al propietario en situación de riesgo.
El control de acceso incluye, por ejemplo, porteros,
recepcionistas, y, en aplicaciones de la informática, la
contraseña. La desviación de transgresores consiste en
evitar la acumulación de personas conflictivas en el
mismo lugar a la misma hora. Es poco conveniente, por
ejemplo, que todos los bares en la misma zona cierren
simultáneamente. Establecer rutas de autobuses nocturnos
puede prevenir agresiones y vandalismo. Los facilitadores
son elementos que agravan la delincuencia, por ejemplo
armas de fuego. Otro ejemplo de un facilitador es el
sistema tradicional de telefonía, que no indicaba quién era
la persona que llamaba, algo que ha cambiado
sustancialmente con la nueva tecnología, especialmente
en los móviles. Ello es susceptible de prevenir ciertos
delitos o riesgos como, por ejemplo, el acoso sexual
telefónico.
La estrategia de incrementar el riesgo consiste en
elementos que aumentan la posibilidad de detección. Este
bloque de medidas consiste en el conocido control de
entradas y salidas, por ejemplo, en tiendas que colocan un
dispositivo en las mercancías que dispara una alarma si no
se pasa por la caja. La vigilancia formal incluye a la
policía y los guardias de seguridad, mientras que la
vigilancia por empleados depende de la motivación y la
formación de los dependientes en tiendas, los empleados
en bares, etc. La vigilancia natural es la disposición de los
demás ciudadanos a intervenir o avisar cuando observan
situaciones sospechosas. Esta vigilancia puede ser
inhibida o reforzada por detalles arquitectónicos, así que
las teorías sobre el espacio defendible (Newman, 1972)
entran en este apartado.
La estrategia de reducir la ganancia hace la delincuencia
menos rentable o menos atractiva. El desplazamiento de
objetivos consiste en, por, ejemplo, evitar que la caja
contenga dinero durante la noche, y sustituir transacciones
en metálico por tarjetas o dinero electrónico. La
identificación de la propiedad, con marcas, un chip
electrónico o el número de DNI grabado en objetos de
valor, complica la posibilidad de venta de objetos
robados. Reducir la tentación consiste en eliminar los
blancos más fáciles y visibles. No es ninguna excusa, ni
para el robo ni para la agresión sexual, que el objetivo sea
fácil. Sin embargo, se deben de tomar precauciones para
evitar una “tentación” excesiva. Sistemas para impedir el
uso son, por ejemplo, los que inmovilizan un coche
cuando ha sido robado5.
Ninguna de estas estrategias, dice Clarke, son nuevas.
Los remedios los conocen la policía, los porteros, y los
jardineros del Ayuntamiento. Se trata de sistematizar,
realizar y evaluar estas formas de inhibir la delincuencia.
Con mucha frecuencia, no se ponen en la práctica:
• Porque a los que conocen estas estrategias no les
corresponde tomar decisiones, sino cumplir órdenes.
• Por dispersión de la responsabilidad: nadie se siente
directamente responsable de la prevención del delito, y
unas instituciones echan la culpa a otras.
• Por la “visión hidráulica” de la delincuencia,
dominante en muchos círculos, que les hacen descartar
de antemano la eficacia de medidas medio-
ambientales o situacionales. Según esta perspectiva, si
se obstruye una vía de cometer delitos, éstos
simplemente van a aparecer en otro lugar, como en
una manguera agujereada. Vamos a discutir la eficacia
de estas medidas más detenidamente en el próximo
apartado.

24.2.1. Evaluación empírica de las medidas de


prevención
Según la perspectiva de la “teoría hidráulica”, mientras
no se cambien los factores subyacentes que conducen a la
carrera delictiva, cualquier medida que complique el
delito en un lugar tendrá el resultado, simplemente, de
que la delincuencia se desplazará a otro. Es decir, que si
se instala una cerradura mejor, eso aumentará el riesgo
para el vecino de al lado, mientras el número total de
delitos quedaría igual.
Como señala Repetto (1976), hay varios tipos de
desplazamiento:
• A otro tipo: Se cometen otros tipos de delitos
diferentes a los que se venían realizando antes.
• A otro objetivo: El desplazamiento se produce hacia
otro blanco próximo, parecido al inicial pero menos
protegido.
• A otros métodos: Se mejoran las técnicas delictivas
utilizadas, innovándolas.
• A otro lugar: Se da una reorientación hacia objetivos
situados en otras áreas.
• A otro tiempo: Se elige una nueva franja horaria para
la comisión del delito.
Barr y Pease (1990) añaden un importante matiz a las
teorías sobre el desplazamiento del delito: hay que
distinguir entre el desplazamiento benigno y maligno: “El
desplazamiento se denominará benigno tras la aplicación
preventiva de un programa cuando haya un resultado
positivo para el conjunto global que compone la
delincuencia. El desplazamiento maligno produce más
cambios negativos en la delincuencia y trata de cualquier
efecto que facilita su reubicación y empeora la situación
delictiva” (Soto, 2013:4).
Si, por ejemplo, las medidas de seguridad físicas en
bancos (caja de apertura retardada, doble puerta en la
entrada, cristal antibala en el mostrador) cristalizaran en la
toma de rehenes a punta de pistola, estaríamos ante un
desplazamiento maligno. Por otra parte, si los presuntos
atracadores realizan un “reciclaje profesional” y se
convierten en traficantes de drogas, estará abierta la
discusión en este caso de si el desplazamiento es maligno
o benigno. Finalmente, cuando el daño producido por el
delito desplazado es una actividad delictiva menor de la
que existía antes de la intervención, como cuando los
robos con violencia dejan paso a los robos sin ésta,
entonces estamos claramente ante un desplazamiento
benigno.
Ahora bien, existe otro concepto relacionado con el
desplazamiento, denominado efecto de difusión de
beneficios, definido como el efecto positivo general tras la
aplicación de medidas preventivas, que va más allá de la
reducción del delito o delitos que eran objeto de la
intervención preventiva. Por ejemplo, si la reducción de
robos no solo afecta a la zona donde se ha implementado
un programa de prevención, sino también a una zona
adyacente, estamos ante un fenómeno de difusión, o de
irradiación, de los beneficios del programa (Clarke y
Weisburd, 1994; Soto, 2013).
Un estudio sobre la delincuencia en la Costa del Sol
(Stangeland, Durán y Díez Ripollés, 1998) evaluó el
impacto de la campaña contra la delincuencia común en
Marbella. Se había reforzado la Policía Local, con un
estilo más ofensivo contra el pequeño narcotraficante, la
prostitución callejera y los robos, y, también, se había
remodelado el casco urbano de forma que señalaba
claramente al forastero: “Aquí hay vigilancia”. La
evaluación, basada en datos de encuesta, de la Fiscalía,
Policía Nacional y la Guardia Civil y charlas informales
con delincuentes comunes, indicó que se consiguió un
descenso en la delincuencia de un 37% entre 1990 y 1995.
Datos de los municipios limítrofes mostraron que no
había habido ningún desplazamiento masivo de
delincuencia hacia las zonas adyacentes. La delincuencia
en el resto de los municipios costeros también había
descendido, pero no tanto como en Marbella. La
tendencia favorable en Marbella duró hasta 1999. Los
programas de prevención, para mantener su eficacia,
tienen que ser renovados constantemente, adaptarse a
nuevas formas de delincuencia y a nuevos grupos de
delincuentes.
Con posterioridad, Soto (2013) analizó los datos de una
investigación realizada por Cerezo y Díez Ripollés
(2010), que pretendía determinar el grado de eficacia de
41 cámaras de videovigilancia instaladas en el centro
histórico de Málaga en abril de 2007. Estos autores
compararon los delitos existentes en esa parte de la ciudad
antes de la implantación de las cámaras con los delitos
cometidos hasta marzo de 2008. La investigación analizó
6.245 delitos, distribuyendo geográficamente las
infracciones en dos áreas: área de tratamiento (calles con
cámaras y calles cerca de las calles con cámaras) y área de
control (calles con características similares a las calles
cerca de las cámaras). Los resultados mostraron los
siguientes resultados:
CUADRO 24.3. Delitos por áreas antes y después de la intervención (Soto,
2013)
DESPUÉS DE
ANTES DE LA
LA
ZONAS INTERVENCIÓN TOTAL
INTERVENCIÓN
(AÑO 1)
(AÑO 2)
A.- Área de intervención (10 calles -19
982 963
con cámaras) (-1,9%)
B.- Área de desplazamiento (10 +110
755 852
calles cerca de cámaras) (+14.6%)
C.- Área de control (10 calles con
-11
características similares a las calles 751 740
(-1.4%)
cerca de cámaras)

Los datos mostraron que el efecto del desplazamiento


fue superior al efecto de difusión (áreas B y C), aunque en
el área objeto de la intervención se produjo una reducción
ligera de la delincuencia (1.9%)
Hesseling (1994) resumió 55 estudios sobre el
desplazamiento de la delincuencia. Unos se basaban en
entrevistas con delincuentes, otros en la comparación de
áreas adyacentes, unas con medidas de prevención, y otras
no.
De los 55 estudios revisados por Hesseling, 33
detectaron algún efecto del desplazamiento del delito. Sin
embargo, es destacable que el aumento de la delincuencia
en otras áreas normalmente era menos extenso y menos
nocivo que la delincuencia originariamente prevenida.
Otros 16 estudios no encontraron tendencias de
desplazamiento del delito, mientras 6 detectaron la
difusión de beneficios: en áreas cercanas, donde no se
realiza ningún intento directo de prevenir el delito,
también bajó la delincuencia.
En total, se puede concluir que las medidas preventivas
no resultan automáticamente en un desplazamiento hacia
otros blancos. El efecto global es un considerable
descenso en la delincuencia, mientras la magnitud del
delito desplazado con mucha frecuencia es menos nociva
que la magnitud prevenida.
Una gran parte de los estudios sobre la prevención
ambiental o situacional tratan de reducir una serie de
delitos menores: grafiti, hurtos en almacenes, mendicidad,
prostitución y vandalismo. Muchos críticos descartan
estas estrategias por no ocuparse de los delitos graves,
sino más bien pequeños delitos y comportamientos
vinculados al orden público. Sin embargo, en los últimos
años han aumentado nuestros conocimientos sobre la
relación entre estas infracciones menores y los delitos más
graves. Primero, está bien documentado que el miedo a la
delincuencia está motivado precisamente por pequeñas
señales de desorden. Este miedo, según la “teoría de las
ventanas rotas”, hace que los vecinos se aíslen en sus
casas y no intervengan en asuntos comunitarios. Segundo,
existe una relación entre los delitos menores y la
delincuencia más grave. Las muestras de desorden y
descuido señalan que nadie se preocupa ni vigila, y eso
atrae a los delincuentes (Skogan, 1990).
Más recientemente, Guerette y Bowers (2009, citado por
Medina, 2011) examinaron 10 estudios de prevención
situacional que permitían evaluar el desplazamiento. En el
26% de estos estudios se documentaba alguna forma de
desplazamiento, y en 13 se pudo analizar de modo
detallado este fenómeno. La conclusión fue que el delito
reducido por la prevención situacional era superior al
delito desplazado.
Demostrada la eficacia de la prevención situacional, los
críticos de esta perspectiva se han dedicado a poner
reparos éticos, en general expresando el miedo a construir
una sociedad “orwelliana”. El profesor Medina (2011)
realiza un análisis brillante de esas críticas, y subraya
cómo las medidas de prevención situacional resultan
mucho menos intrusivas para el ciudadano si se comparan
con la penas del sistema de justicia, aunque destaca que
esta corriente no debería dejar aparte las repercusiones
morales de tales medidas con la excusa de que son
“moralmente neutras”, por cuanto que toda acción que
influye en la sociedad, de manera explícita o implícita,
promueve un determinado sistema de relaciones humanas
y, por ello, de valores.

24.3. MEDIOS DE COMUNICACIÓN


SOCIAL Y VIOLENCIA
24.3.1. Los medios de comunicación como forma
de aprendizaje
Sutherland, en su modelo sobre la asociación diferencial
(aprendizaje de valores y técnicas delictivas), descartaba
que los medios de comunicación tuvieran mucho efecto
sobre el aprendizaje del comportamiento delictivo. El
aprendizaje más eficaz, según él, ocurría en círculos más
cercanos, en la familia o en las pandillas de amigos.
Sin embargo, los medios de comunicación en su época
eran la radio, el cine y los periódicos; el televisor y los
juegos de ordenador no existían, y las imágenes de la
época eran menos agresivas. Es posible que si Sutherland
conociera la explosión exponencial de los medios de
información de la actualidad, hubiera cambiado de idea.
Un cartel del siglo XIX en Francia ilustra la
pericia de los dibujantes para captar la
atención del público mediante el crimen

Los jóvenes en España de hoy día ven, como media,


cuatro horas de televisión diariamente. Un análisis de
contenido de una semana de programación en cinco
cadenas españolas mostró que los espectadores eran
expuestos al visionado de un amplio número de hechos
delictivos, muchos de ellos violentos:
427 homicidios o asesinatos 42 secuestros
654 peleas o luchas 686 disparos de armas de fuego
26 suicidios 67 robos y hurtos
31 escenas de utilización de drogas

Fuente: Boletín Criminológico Nº 21, 1996.

Un trabajo realizado por la Asociación Americana de


Psicología indicóque un niño estadounidense medio había
visto al terminar la enseñanza primaria un total de 8.000
asesinatos y 100.000 escenas violentas (Rico, 1992). Los
datos españoles que hemos comentado indican cifras algo
inferiores aunque cercanas. El estudio español además
mostró que los programas con más escenas violentas eran
las teleseries para niños; aunque la violencia más realista,
detallada y morbosa se emite en las películas de noche,
accesibles a una cantidad considerable de niños a través
del televisor en su cuarto. Mayor impacto progresivo en
niños y jóvenes están teniendo los juegos de ordenador,
entre los que no son escasos los de contenidos bélicos,
violentos o discriminatorios. Teniendo presente este
panorama, cabe preguntarse al menos cómo serán en su
vida adulta los niños adictos a estas temáticas, qué
lenguaje utilizarán, cuáles serán sus hábitos o
inclinaciones, y si existirá algún tipo de relacion
significativa entre las grandes dosis de violencia
simbólicamente vivida y su posible actuación violenta.
Una hipótesis sobre el efecto de las escenas violentas en
los espectadores es la de la catarsis: en vez de actuar
agresivamente para aliviar tensiones y frustraciones de la
vida diaria, uno se siente satisfecho al ver la violencia en
la televisión. La violencia televisiva tendría entonces,
según esta hipótesis, un efecto de reducción de la
actuación violenta. Además se ha comentado que en las
películas, contrariamente a lo que ocurre en la realidad, la
policía normalmente aclara los delitos, los buenos se
salvan y los malos reciben su merecido castigo. Así las
películas policíacas tendrían un efecto de refuerzo de
valores legales.
La hipótesis contraria es la de un efecto modelo: el
espectador aprende normas y técnicas de cómo se
cometen los delitos directamente de la pantalla. Se fija
menos en el castigo que pueda recibir el delincuente, y
más en su forma de actuar. Los niños modernos pasan
menos tiempo directamente con amigos y más horas
frente al televisor o el ordenador; estos han sustituido una
gran parte del ámbito social, y la pantalla proporciona los
modelos de cómo se comportan los adultos. Lo
importante no es, quizás, el aprendizaje de las técnicas,
sino el cambio gradual en la percepción de lo que es una
conducta normal, y la aceptación gradual de pautas de
comportamiento.
Una investigación realizada sobre la base de 2.500
estudios sobre los efectos de la violencia televisiva
presentaba más apoyo a la última hipótesis, sobre el
efecto de modelado, y descartaba la hipótesis de la
catarsis y del refuerzo de valores (National Institute of
Mental Health, 1982). Casi ninguno de estos estudios
encontró efectos positivos derivados de la exposición a la
violencia. Así también la investigación que vamos a
presentar a continuación ha descartado por completo el
supuesto efecto catártico de la contemplación de la
violencia en los medios.

24.3.2. Los efectos de los mass media en la


violencia y la agresividad
Anderson et al. (2003) llevaron a cabo una exhaustiva
revisión acerca del estado de la cuestión sobre la relación
existente entre agresividad observada en televisión y otros
medios masivos de información (videojuegos en
particular) y la posterior conducta agresiva o violenta
manifestada por el observador, si bien también prestaron
atención a otras mediciones de la agresividad como la
expresión emocional (generalmente en forma de ira) o la
cognitiva (creencias o actitudes que apoyan la violencia).
Los autores advierten de que “no hay un consenso
unánime que distinga de modo claro la ‘violencia’ de
otros tipos de agresión menos severos, pero tampoco esto
es necesario para entender los resultados existentes acerca
de la violencia en los medios. Nosotros empleamos el
término violencia para referirnos a los modos más severos
de agresión física, que pone a la víctima en un riesgo
grave de resultar herida” (p. 83).
Anderson y sus colegas no desean reclamar para los
efectos de la violencia en los medios todo el
protagonismo, sino que solo pretenden poner de relieve su
influencia como “uno de los muchos factores potenciales
que ayudan a modelar la conducta, incluyendo la
agresiva” (p. 83).
Los autores intentaron contestar, con su revisión, a estas
cinco cuestiones: (1) ¿Qué dice la investigación sobre los
efectos —a corto y a largo plazo— de la observación de
la violencia en los medios de comunicación?; (2) ¿de qué
modo influyen esos efectos en los que la observan?; (3)
¿cuáles son las características de la presentación de la
violencia en los medios que resultan más influyentes en
producir esos efectos, y quiénes son los observadores más
susceptibles de verse afectados?; (4) ¿cuál es la presencia
y la accesibilidad de la violencia en los medios en la
sociedad actual?, y (5) ¿qué implicaciones prácticas
pueden derivarse de la investigación anterior?
Presentamos brevemente los principales resultados a estas
preguntas.

A) Los estudios empíricos


Hay muchos estudios clásicos realizados en la segunda
mitad del siglo XX que demostraron que la observación
de violencia en una película o en una serie de televisión
tenía como resultado un aumento de la agresividad en los
espectadores. Se trata de estudios experimentales,
rigurosos, con muestras aleatorizadas, que también
destacaron la mayor capacidad de ser violentos de los
espectadores que se hallaban emocionalmente excitados
cuando veían el programa, así como de aquellos que
habían presenciado la unión de la violencia con la
actividad sexual. Los estudios recientes de revisión de
todas estas investigaciones han utilizado la técnica del
meta-análisis; así, Paik y Comstock (1994) encontraron
un tamaño del efecto de r =.38, tomando en consideración
217 estudios experimentales realizados entre 1957 y 1990.
Ello significa que en todos estos estudios los grupos
experimentales (que habían visualizado violencia)
realizaron en promedio un 38% más de comportamientos
violentos que los grupos controles (que no habían
visualizado violencia). Cuando solo consideraron aquellos
estudios que habían analizado la influencia de la violencia
en los medios sobre la agresión calificada de ‘violencia
física contra las personas’, el valor de 71 estudios
independientes todavía se mantuvo en un importante r de
.32 (o una violencia superior en un 32%). Finalmente, el
efecto fue sustancialmente más pequeño cuando lo que se
midió fue un acto violento grave contra la persona (r
=.13).
Los estudios transversales de los últimos cuarenta años
apuntan en la misma dirección, aunque ahora la
metodología cambia —al ser correlacional— y nos dicen
que cuanto más tiempo ve una persona la televisión (o los
programas de violencia que emite este medio u otros),
más agresividad mostrará en su conducta, en sus
emociones y en su pensamiento. El estudio meta-analítico
de Paik y Comstock (1994) halló un tamaño del efecto de
r =.19, y cuando correlacionaron la cantidad de violencia
observada con la agresión física hacia otra persona el
tamaño del efecto fue de r =.20.
Ahora bien, tal y como indican Anderson et al., estos
estudios transversales, por sí solos, no dilucidan si la
violencia en los medios causa agresión, si los jóvenes
agresivos son los que desean más ver esos contenidos
violentos, o si hay algún otro factor que predispone a los
jóvenes a ver más contenidos violentos en los medios y
por ello son más agresivos con los demás. Es la limitación
que tienen los estudios correlacionales. Por ello se
precisan también estudios longitudinales, donde se puede
investigar en el desarrollo de los jóvenes el efecto de ver
contenidos violentos desde una edad temprana. Un
estudio representativo de esta metodología de
investigación es el realizado por el grupo de Huesmann en
cinco países (Huesmann et al., 2003), en el cual muestras
representativas de chicos de clase media fueron
examinadas en tres ocasiones a medida que cumplían 6, 9
y 11 años de edad. La capacidad predictiva de la conducta
agresiva derivada de ver televisión violenta varió
sustancialmente en función del país y del sexo de los
niños; sin embargo, cuando 300 participantes de la
muestra de Estados Unidos fueron examinados de nuevo
15 años después, se pudo observar una correlación
significativa entre haber visto televisión violenta en la
infancia y una medida compuesta de agresión (física,
verbal e indirecta, un ejemplo de esta última sería
calumniar a alguien) en la edad de los 20 años, tanto para
los hombres (r =.21) como para las mujeres (r =.19). Estas
correlaciones mantuvieron su significación estadística
cuando la agresión medida era violencia física, con
conductas como atacar con un cuchillo o revólver o
golpear a alguien6.
¿Se mantienen estos resultados en el caso de nuevos
formatos de entretenimiento, como los videos musicales,
o de nuevos medios, como los video-juegos? Los estudios
son, lógicamente, más escasos, pero sus resultados son
resumidos de este modo por Anderson et al. (2003). Así,
en el caso de los videos musicales, concluyen que “los
estudios experimentales proporcionan evidencia
sustancial de que ver videos musicales violentos genera
actitudes y creencias que llevan a que los jóvenes acepten
la violencia, al menos a corto plazo” (p. 90); y en el caso
de los video-juegos violentos —donde existe una
importante investigación creciente, en particular con
diversos estudios experimentales y ya dos revisiones
meta-analíticas realizadas— señalan: “Estos estudios
ofrecen apoyo para relacionar el juego con videos
violentos y una mayor probabilidad de mostrar
agresividad. Los estudios experimentales demuestran que,
a corto plazo, los video-juegos violentos causan un
incremento en pensamientos, actitudes y conductas
agresivas; causan así mismo un aumento de la excitación
emocional y una disminución en la conducta prosocial [de
solidaridad y ayuda hacia los otros]. Por su parte, los
estudios transversales relacionan la exposición repetida a
los video-juegos violentos con la conducta agresiva y
violenta en el mundo real. Finalmente, los estudios
longitudinales señalan la existencia de efectos a largo
plazo en la agresión y la violencia como consecuencia de
participar en video-juegos violentos” (p. 93).

B) Las explicaciones teóricas


Las teorías que se han empleado para explicar los
efectos de la violencia en los medios de comunicación
sobre la conducta de los niños y jóvenes suelen
encuadrarse bajo la categoría de modelos socio-
cognitivos, o de procesamiento de la información. Estos
modelos se centran en cómo la gente percibe, piensa,
aprende y actúa como resultado de sus interacciones con
el mundo social, un mundo que incluye la observación y
la participación en situaciones sociales reales, desde
luego, pero también las interacciones en la realidad virtual
de la ficción.
Dentro de esas teorías, es importante distinguir entre
efectos a corto plazo y efectos a largo plazo, porque si
bien algunos de estos procesos psicológicos contribuyen a
ambos resultados, se cree que la mayoría influencia en
particular a uno de ellos. Así, por una parte, los
investigadores creen que los efectos a corto plazo son
producidos en especial por los siguientes procesos
psicológicos y de aprendizaje: observación e imitación,
activación fisiológica y excitación, y el fenómeno de
priming o de activación de ideas merced a determinados
estímulos ambientales. Por otra, los efectos a largo plazo
se deben sobre todo al aprendizaje observacional, a la
automatización del proceso de guiones o esquemas
agresivos, y a la desensibilización o habituación
emocional a la visión de la violencia.

24.3.3. Los efectos moderadores sobre la


violencia imitada en los medios
No todos los niños son igualmente afectados por los
contenidos violentos que observan en los medios: algunos
estudios indican que niños diferentes son influidos de
modo diverso por la violencia que perciben. Igualmente,
no todos los contenidos violentos en los medios tienen el
mismo efecto. Por consiguiente, es importante examinar
las características de los individuos, del contenido del
programa violento y del ambiente social del sujeto que
puedan incrementar o disminuir —esto es, moderar— la
influencia de la violencia observada en los medios sobre
la conducta agresiva.

A) Efectos del sujeto que observa


En cuanto a las características del sujeto que observa la
violencia, parece que los efectos en relación con el sexo
son muy parecidos, en particular en los estudios más
recientes, quizás porque en la actualidad la agresión
realizada por una chica no está tan mal vista por la
sociedad como lo estaba con anterioridad, por lo que
ahora también estaría menos inhibida la violencia
femenina observada en los medios. Por lo que respecta a
la edad, parece que todavía no comprendemos bien la
forma en que la edad del sujeto influye en la agresividad
que aprende por observar contenidos violentos en los
medios, ya que los resultados hasta ahora encontrados son
poco concluyentes.
¿Qué sucede con la agresividad que poseen los sujetos
antes de ver los programas violentos? Ya disponemos de
diversas investigaciones que señalan que los niños que
tienen el rasgo de agresividad manifiestan un umbral más
bajo para verse afectados por los contenidos violentos que
observan; además, muestran una mayor preferencia por
ver ese tipo de programas. El concepto de “determinismo
recíproco” de Bandura (1977) ayuda a entender la
generalidad de los resultados hallados: diferentes tipos de
personas buscan distintos tipos de contenidos en
televisión, y también son afectados de modo diferente por
esos contenidos. Así, los niños con una fuerte
predisposición agresiva se verán más atraídos por los
contenidos violentos, quizás porque ello les ayuda a
justificar su visión del mundo y su propia conducta
agresiva, y además —como se ha indicado previamente—
pueden verse más influidos por esa violencia que tanto les
atrae. Ambos factores sirven para incrementar el efecto de
la violencia que observan en sus comportamientos
cotidianos.

B) Características del contenido violento que se


observa
No todos los contenidos violentos tienen el mismo
riesgo para los observadores. Diversos estudios señalan
que el modo en que se presenta la violencia puede alterar
su significado para la audiencia, así como moderar sus
reacciones cognitivas, emocionales y comportamentales.
Por ejemplo, en ocasiones se ha comprobado que los
efectos de la violencia en los medios pueden fortalecerse
si la violencia parece muy real (y no claramente una
ficción, como en los dibujos animados) y es realizada por
caracteres con los que el observador se puede identificar
(Huessman et al., 2003). También hay estudios que
señalan que el efecto de imitación de la violencia
observada se incrementa cuando dicha violencia es
considerada como una respuesta legítima y justificada, y
cuando los observadores no pueden ver los efectos
destructivos de la violencia en las personas que la sufren
(es decir, se hurta la posibilidad de que el espectador
empatice con el receptor de la violencia).

C) El ambiente social
¿Cuál es el efecto de aspectos como la cultura, el
vecindario o los padres? En el caso de la cultura, una
conclusión provisional podría ser esta: los ambientes
culturales que muestran un fuerte rechazo de la violencia
mitigan la imitación de la violencia observada a través de
los medios, lo que podría explicar el caso de Japón, un
país donde se ve mucha violencia en televisión, cine y
video-juegos, pero que se halla entre los países con menor
delincuencia del mundo.
Otra variable a considerar aquí es el nivel
socioeconómico del barrio: en promedio, los niños de
bajo nivel socioeconómico ven más televisión y más
violencia en ella que los de nivel más elevado, aunque no
parece que, a igualdad de televisión consumida, los
efectos difieran porque un niño pertenezca a un nivel u
otro.
La influencia de los padres sí que parece muy relevante:
aquellos padres que controlan el acceso de sus hijos a la
televisión que estos ven (tanto en duración como en el
tipo de programas), y que dedican un tiempo a discutir e
interpretar con sus hijos el significado de los programas
que han observado, tienden a minimizar la influencia
negativa de la violencia que observan sus hijos.

D) El uso y contenidos de los medios


Con frecuencia se repite en la prensa y otros medios de
comunicación que hay en nuestra sociedad un fenómeno
muy preocupante para el tema que nos ocupa aquí: el
tiempo desorbitado que los niños invierten en ver
televisión, algo que es —por desgracia— completamente
cierto. Con la excepción de ir a la escuela y dormir, no
hay ninguna otra cosa que les suponga tanto tiempo.
Según se documentó con anterioridad, los niños ven miles
de asesinatos y juegan con video-juegos muy violentos.
En un porcentaje abrumador, los ejemplos de violencia
son vistos bajo luz muy favorable, y sin que se observe
castigo o reproche alguno por ejercitarla.

24.3.4. Implicaciones e investigación más


reciente
Los autores de la revisión referida (Anderson,
Berkowitz, Donnerstein, et al., 2003) señalan que la
naturaleza interactiva de los nuevos medios (internet,
video-juegos) puede llevar a que esos efectos negativos,
discutidos en este apartado, aumenten con el tiempo. Y
extraen la siguiente implicación: “La exposición a la
violencia de los medios es solo uno de los factores de
riesgo de la agresión y la violencia. Puede ser, sin
embargo, uno de los más fáciles de modificar, con tal de
que los padres elijan otras formas de entretenimiento para
sus hijos, o que el propio niño decida invertir su tiempo
en otras cosas. No obstante, lo cierto es que los
contenidos violentos de los medios están entrando en
nuestros hogares, e invitan a la participación activa de
incluso niños pequeños, generalmente sin que sus padres
les supervisen” (p. 105).
Ahora bien, desde la aparición del importante trabajo de
Anderson y colaboradores han surgido nuevos estudios
que enfatizan esa conclusión de los autores en el sentido
de que “La exposición a la violencia de los medios es solo
uno de los factores de riesgo de la agresión y la
violencia”. Por ejemplo, para Hetsroni, quien revisó
también la literatura existente hasta 2011, “el efecto
directo sobre la conducta de la exposición rutinaria a los
programas violentos en televisión es muy pequeño para
los criterios de la ciencia social, llegando a explicar
únicamente hasta un tres por ciento de la varianza”
(Hetsroni, 2011:141), y tal efecto es todavía menor —
disminuyendo hasta el uno por ciento— cuando los actos
de violencia real que realiza el sujeto, tras ver la
televisión, se utilizan como pruebas de dicho efecto. En el
mismo sentido, Ferguson (2011), estudiando los efectos
de la violencia de los video-juegos y de la televisión en
una muestra de 302 jóvenes (con un 52% de chicas),
tampoco halló ningún efecto sobre los actos antisociales
graves que realizaron, una vez que se controló el efecto de
los síntomas depresivos y de los rasgos de la personalidad
antisocial que presentaban. Estos dos factores, por el
contrario, sí que eran capaces de predecir el
comportamiento violento.
La conclusión, entonces, que actualmente parece contar
con el mayor apoyo, es la siguiente (Hetsroni, 2011:146):
“Es posible establecer alguna relación entre ver televisión violenta y
desarrollar una cierta tendencia a ser violento (…) Sin embargo, la
atención dada a esta relación por la comunidad científica, los políticos
y la gente es del todo desproporcionada con respecto a esa influencia
(…). En comparación con la influencia notable que ejercen sobre la
violencia factores tales como la familia, los amigos, la escuela y el
sistema de bienestar, la televisión queda en un lugar muy secundario,
y parece claro que sirve como cabeza de turco”.

Quizás, entonces, es posible concluir que el venerable


Sutherland tenía razón… está claro que ver basura
televisiva no es bueno para nadie, y que ver miles de
muertes cruentas tampoco enaltece el espíritu. Pero otra
cosa diferente es considerar a los medios que promueven
esos programas responsables importantes del nivel de
violencia de una sociedad. De hecho, esa violencia a la
que se exponen los chicos no ha parado de aumentar en la
televisión y en los otros medios que han invadido el
mundo en los últimos diez años (internet, video-juegos),
pero la violencia no ha aumentado en absoluto en un
sentido genérico (los datos de España son bien
reveladores al respecto). Seguro que algunos programas
afectan muy negativamente a algunos chicos
particularmente vulnerables, pero esa es, definitivamente,
otra cuestión7. No obstante, es seguro que la
investigación acerca de los efectos de los medios sobre la
violencia continuará en el futuro. Por ahora, la conclusión
es esta: ver violencia de modo repetido y masivo facilita
tener actitudes violentas y, en un sentido modesto, ayuda
a provocar conductas violentas en ciertos sujetos.

24.4. LA EFICACIA COLECTIVA:


FAMILIAS Y BARRIOS
INTEGRADORES
Una de las ideas más importantes que ha aparecido en
los últimos años para la prevención comunitaria es la de
“eficacia colectiva”, desarrollada por Sampson et al.
(1997), a partir del descubrimiento de que los elementos
estáticos de un barrio o comunidad (edad, nivel
económico, etnia, etc.) no podían explicar de modo
conveniente la criminalidad que albergaba, porque faltaba
encontrar los procesos o mecanismos por los que los
vecindarios influían en la vida de los residentes, esto es,
los elementos dinámicos que caracterizan el
comportamiento del lugar evaluados mediante entrevistas
a las personas que vivían en los lugares estudiados.
Robert J. Sampson, a quien ya conocemos por su
extraordinario trabajo desarrollado en el estudio de las
etapas de vida y su relación con la delincuencia, realiza
así su segunda gran aportación a la Criminología. Para
ello se sirve del Proyecto sobre el desarrollo humano de
los vecindarios de Chicago (Project on Human
Development in Chicago Neighborhoods), un proyecto
compuesto de múltiples estudios que está investigando las
vidas de los niños, las familias y los barrios desde hace
quince años. El proyecto incluye un estudio longitudinal
de 6.000 niños, 9.000 residentes en cerca de 300
vecindarios y la observación social sistemática de 22.000
manzanas en la ciudad.
Sampson halló que la influencia del barrio sobre la
gente se producía a través de dos mecanismos
interrelacionados: el nivel de cohesión y apoyo mutuo que
se prestaba la gente, y el grado de control social informal
que se ejercía sobre la conducta desviada, de tal modo que
ambos elementos se potencian. Así, una comunidad es
alta en eficacia colectiva cuando los residentes comparten
valores y hay una confianza recíproca, lo que les lleva a
implicarse en actividades que buscan el bien común: los
residentes se preocupan por el bienestar de los demás, y
están motivados para trabajar unidos en la solución de
problemas comunes como la delincuencia y otros
problemas sociales. De manera destacada, lo anterior
incluye la voluntad de los adultos en general y de los
padres en particular para controlar y corregir la conducta
de los niños que no son suyos. Y en efecto, la
investigación más reciente señala que la eficacia colectiva
se asocia con menores tasas de delincuencia y de relación
de los chicos con jóvenes delincuentes en los barrios
donde aquella es elevada (Simons et al., 2005; Sampson
et al., 1997). El lector ha de darse cuenta de la
importancia de este hallazgo: Sampson demostró que la
delincuencia no variaba en función del nivel
socioeconómico del lugar, sino del nivel de cohesión
social y voluntad de cooperar en la solución de los
problemas que mostraban sus miembros, esto es, la
eficacia colectiva.
La importancia de este concepto ha de ponerse en
relación con el de “eficacia parental” (Wright y Cullen,
2001), el cual se corresponde con el estilo educativo de
los padres definido por Baumrind (1991) como
“autoritativo” [authoritative parenting], caracterizado por
proporcionar tanto control y estructura (esto es,
supervisión y establecimiento de normas) como apoyo
emocional y atención a sus necesidades. Al igual que
ocurre en el caso de la eficacia colectiva, estas dos
dimensiones de la educación de los padres también se
alimentan mutuamente: los padres imponen normas y
control a sus hijos como consecuencia del amor que les
profesan. Más de tres décadas de investigación apoyan
que este es el mejor modelo para el desarrollo óptimo de
los niños, y el que resulta más eficaz en la prevención de
la desviación y conducta antisocial de los hijos, evitando
también que se asocien con jóvenes delincuentes (Simons
et al., 2005). La razón de esto es que, mediante este doble
proceso de apoyo y control [supportive control] los padres
generan escenarios donde los chicos aprenden normas y
valores prosociales, lo que incluye las escuelas donde
estudian y los amigos con los que se juntan.
Pues bien, resulta evidente que tanto la eficacia
colectiva como la eficacia parental (“padres
autoritativos”, que no “autoritarios”) comparten unos
mismos principios de actuación: conductas de apoyo y
cuidado combinadas con conductas de control. Y dado
que, además, ambos conceptos se relacionan con una
mayor prevención de la delincuencia y una menor
asociación de los jóvenes del barrio con los delincuentes
juveniles, esperaríamos que aquellos vecindarios que
contaran tanto con una eficacia colectiva como parental
elevada sumaran sus esfuerzos en la prevención de la
delincuencia, obteniendo un efecto amplificador o
potenciado.
Esta hipótesis es la que justamente pusieron a prueba
Simons et al. (2005), en su investigación longitudinal
realizada en las ciudades norteamericanas de Georgia e
Iowa, que incluyó en torno a 800 niños afroamericanos
entrevistados con sus padres la vez primera cuando
contaban con 10 años de edad (en 1998) y la segunda vez
al llegar a los 12 años (en 2000):
Establecimos que las relaciones definidas por el binomio ‘apoyo-
control’ —ya sea entre padres e hijos, profesores y alumnos, maridos
y esposas, patrones y empleados, o vecinos y jóvenes del barrio—
tenderán a reducir la presencia de la conducta antisocial (p. 995).

Esto fue justamente lo que hallaron los investigadores:


la eficacia colectiva y la parental tuvieron un efecto
reductor de la delincuencia independiente, pero al mismo
tiempo se observó que la eficacia colectiva tenía un efecto
amplificador de la labor preventiva de la eficacia parental:
“nuestros resultados sugieren que se produjo un efecto de
amplificación, en el sentido de que la labor preventiva de
los padres resulta aumentada cuando se produce dentro de
un contexto definido por una alta eficacia colectiva” (p.
1020). ¿Cuál es el mecanismo por el que se produce este
efecto? La respuesta se halla en la labor de control social
informal que realizan los vecinos: estos supervisan y
corrigen a los chicos del barrio, aunque no sean los suyos
propios.
Las derivaciones de estos resultados para la política
criminal son del todo relevantes, en particular esta: el
control que ejerce el sistema de justicia (el control formal)
es más efectivo cuando se lleva a cabo en un barrio donde
existe un sentimiento de unión y colaboración entre los
miembros (apoyo), que facilita también el control social
informal. Vemos de este modo que los programas
comunitarios de la policía y estrategias como la
mediación van bien encaminadas, porque actúan —como
vimos en el capítulo correspondiente— para desarrollar la
solidaridad entre los vecinos y su implicación en la
prevención de los problemas y la delincuencia de donde
residen.

24.5. ¿EFICACIA COLECTIVA O


“VENTANAS ROTAS”?
Las estrategias preventivas conocidas como “tolerancia
cero” derivan de las ideas del influyente artículo escrito
por James Q. Wilson y G.L. Kelly titulado “Ventanas
rotas” (Wilson y Kelly, 1982), donde se expone cómo los
pequeños actos antisociales y el deterioro físico (peleas,
juego ilegal, abuso del alcohol y de las drogas en la calle,
grafiti, basura, prostitución, coches abandonados, casas
con “ventanas rotas”, mobiliario urbano estropeado, zonas
sin luz, etc.) son un reclamo para los delincuentes,
quienes acudirán a vivir o “trabajar” allí porque la gente
decente pierde la voluntad de hacer cosas en la
comunidad, desmoralizada, y los que puedan permitírselo
se marcharán: “Si las ‘ventanas rotas’ no se reparan, se
envía un mensaje a toda la comunidad de residentes en el
sentido de que los delitos también van a ser tolerados”
(Delisi, 2003: 666; ver capítulos 10 y 20).
La ciudad de Nueva York empezó a tener una
disminución espectacular del crimen en los años 90, un
fenómeno que se extiende a la actualidad. A pesar de que
es un tema controvertido si la causa fundamental fue la
política criminal impuesta por el alcalde Giuliani, que
retomaba los planteamientos de las “ventanas rotas”, lo
cierto es que las estrategias policiales basadas en la
“tolerancia cero” se hicieron muy populares en Estados
Unidos y en el mundo, y de hecho hoy en día esa
expresión se ha hecho de uso común, en el sentido de no
tolerar ni la desviación más pequeña con respecto a un
estado de cosas deseable8. No obstante, como decimos, la
investigación acerca de si la tolerancia cero es una
estrategia general eficaz preventiva del delito permanece
una cuestión sometida a discusión. Hay estudios que
avalan su eficacia, y otros que la niegan (Braga y Welhs,
2012). Ahora bien, una cuestión fundamental radica en si
esta política se contrapone a la que plantea Sampson con
su concepto de eficacia colectiva.
Lo cierto es que el propio Sampson no niega que la
tolerancia cero pueda dar sus frutos a la hora de prevenir
el delito: “Los intentos para mejorar el vecindario
evitando el desorden (…) son admirables y pueden
producir resultados muy positivos”, han escrito Sampson
y Raudenbush (2004: 337). Sin embargo, a su juicio, se
trata de una política limitada, por dos razones. La primera
es que la percepción del “desorden social” no depende
únicamente de los hechos físicos evidentes de deterioro
que puede haber en un barrio, sino que parcialmente es
una percepción socialmente construida, ya que en su
investigación demostró que en la visión de deterioro
resultaba un factor determinante la presencia de minorías
étnicas en el barrio. En otras palabras, si en un barrio
existían poblaciones numerosas de minorías étnicas
(afroamericanos, hispanos), le gente tendía a percibir el
barrio de modo más negativo, más
“desordenado”(singularmente para los de raza blanca),
porque —razonan los autores— tales minorías se han
asociado tradicionalmente a situaciones de delincuencia y
desorden social. La segunda razón es que la tolerancia
cero no hace nada por mejorar la eficacia colectiva del
lugar donde se aplica. Entonces, a su juicio, eliminar esos
signos de desorden puede que no sea suficiente si dejamos
sin promover la solidaridad social y la voluntad de
colaborar y controlar la comunidad, que es justamente lo
que Sampson señala como más exitoso en la prevención
del delito.

24.6. LA CRIMINOLOGÍA POSITIVA


En los últimos años la Criminología ha ido
desarrollando una serie de teorías y de datos de
investigación que nos orientan no solo acerca de las
causas del delito y su control, sino acerca de los procesos
que facilitan el abandono de la delincuencia y aquéllos
que sirven para prevenirla. En nuestro conocimiento, los
profesores Ronel y Elisha (2011) han sido los primeros en
publicar un trabajo con el título de “Criminología
positiva”, la cual se centra “en las características,
procesos e influencias positivos en la vida de una persona
en relación con la criminología” (p. 306). Lo cierto es que
una vez acuñado y popularizado el concepto de
“psicología positiva” (que busca la promoción del
bienestar en vez de centrarse en las patologías) era
cuestión de tiempo que se empleara el término de
“criminología positiva” para intentar relacionar
conceptualmente todo lo que sabemos en torno a “los
factores que pueden ayudar a las personas en situaciones
de alto riesgo [de cometer delitos] para que no se
impliquen en situaciones de desviación social o
delincuencia, así como para que cesen en esas conductas
en etapas posteriores de sus vidas [una vez que ya han
cometido delitos]” (p. 306).
Se entiende, de este modo, el concepto de “positivo”, ya
que en vez de orientarse hacia la explicación de por qué
aparece el crimen, se interesa por “todo lo positivo”, es
decir, todos aquellos procesos y fenómenos que ayudan a
potenciar las cualidades prosociales de las personas y de
las comunidades, con objeto de que el delito y la
desviación sean menos probables en su vida. Muchos de
los elementos que citan los autores han sido objeto de
análisis ya en este libro, entre los cuales destacamos los
siguientes.
1. Los factores de protección y la resiliencia. Hemos
visto anteriormente la importancia de estos conceptos en
la moderna perspectiva preventiva de la delincuencia, por
lo que no necesitamos extendernos aquí: se trata de
estudiar y fomentar los procesos y patrones que se
relacionan con el desarrollo prosocial y la prevención de
patologías y la delincuencia en contextos donde se hallan
claros factores de riesgo: “La investigación ha mostrado
que aunque la exposición a un factor patógeno suele tener
un efecto negativo, algunos individuos poseen estilos de
afrontamiento que hacen que ese factor se defina como un
desafío (…) Por ello, en ciertas circunstancias, un factor
de riesgo en interacción con un individuo dado puede ser
transformado en un factor que promociona el crecimiento
y el desarrollo hacia un estilo de vida saludable, en
oposición a implicarse en el delito” (pp. 307-308). Esos
factores de protección individuales, sociales y
comunitarios constituyen un objeto de estudio claro de la
criminología positiva.
2. El desistimiento del delito. Nos ocupamos de esta
cuestión en el capítulo sobre la delincuencia común:
estudiar por qué la gente abandona el delito en vez de por
qué se inicia en él es un cambio importante de
perspectiva, y aunque Hirschi (1969) y su teoría del
control ya planteó una respuesta, la investigación actual
busca penetrar en el proceso definido de por qué ocurre
esto. Las obras de Sampson y Laub (1993) y Maruna
(2001; 2002) son aquí notables. A ambos los comentamos
ya previamente, pero aquí queremos señalar más en
detalle el trabajo de este último. Maruna estudió las
historias de vida de 65 exconvictos ingleses, quienes
habían desistido del delito y logrado reconstruir una
existencia socialmente integrada. En su búsqueda de los
factores que explicaban ese progreso, el autor halló que
este se debía sobre todo a un cambio tanto en la
consciencia del sujeto acerca de su vida como en su
conducta. Muchos de los exdelincuentes y adictos
atribuyeron el cambio de sus personalidades a la ayuda
que recibieron de terceras personas, familiares sobre todo,
o bien de alguien que creyó en ellos. De este modo el
exdelincuente desarrolla una historia alternativa acerca de
quién es él en realidad y de su pasado, donde ahora
comparte unos valores convencionales que realmente
definen su personalidad; los delitos fueron el producto de
errores propios, de las circunstancias, de la mala suerte.
La historia del pasado (la narración que explica esos
hechos) ya no sirven para el presente.
3. La Criminología para la paz. Aquí se recoge toda la
moderna perspectiva en la que se destaca la importancia
de la justicia restauradora y la rehabilitación como
alternativa al modelo de castigo y de venganza basado en
penas privativas de libertad cada vez más duras: “La
Criminología para la paz busca reducir la violencia y el
crimen empleando medios que promueven la paz, tales
como la ayuda mutua, los servicios a la comunidad y la
justicia restauradora (…) [ y se propone] la reparación de
las relaciones sustituyendo el castigo, el ostracismo y la
estigmatización por valores humanísticos” (p. 312).
Precisamente se ha llamado a la justicia restauradora una
nueva era en el ámbito de la ejecución penal, dado que
busca “responder a las necesidades sociales, emocionales
y materiales de la víctima, al tiempo que se preocupa por
la reintegración de los delincuentes después de que estos
se han hecho responsables de sus delitos” (p. 313). La
mediación, compensación, restitución… todas estas
estrategias caben aquí, y aunque su uso generalizado es
una utopía en el mundo actual, permanece como un
horizonte prometedor para incorporarse como alternativa
en muchos casos donde las víctimas y delincuentes
puedan convenir en su utilización.
4. La vergüenza reintegradora. Recoge toda la línea de
trabajo desarrollada por John Braithwaite (1989), quien
halló que el factor más importante en la persona para
evitar el delito era el sentimiento de vergüenza. Ahora
bien, la vergüenza que él plantea consiste en condenar las
acciones, no al actor. Las sociedades facilitan la
reintegración de los delincuentes si reconocen que estos
no son únicamente sus delitos, sino personas que merecen
una segunda oportunidad. Ellos necesitan aceptarse como
seres humanos que han cometido errores, ya que sabemos
que todas las personas necesitan una visión del yo
mínimamente positiva para vivir una vida ajustada.
5. Los programas de prevención temprana. Toda la
investigación numerosa que avala la eficacia de proyectos
de intervención temprana en la vida de los niños (que
incluye a la familia y la escuela) es una clara
demostración de que crear capacidades sociales y
emocionales en ellos ayuda a prevenir el delito. Proyectos
como Head Start y Perry son claros ejemplos de éxitos
que, además, resultan mucho más económicos que enviar
a la gente a prisión muchos años después (Welsh y
Farrington, 2011). Todos esos programas desarrollan
factores de protección y fomentan los recursos que tienen
los chicos y sus ambientes: habilidades de relación
interpersonal en el aula, enseñanza enriquecida, atención
para las diferencias individuales, prácticas educativas en
el hogar, desarrollo del vínculo afectivo con las madres,
atención de necesidades urgentes por parte de los padres
(alcoholismo, drogas, subsistencia), son todo ello
objetivos de estos programas que dan claros dividendos a
la sociedad. Como núcleo esencial de la intervención está
la familia. Como escribiera el conocido investigador sobre
patología social infantil Garbarino (1995), la estabilidad
familiar es un factor de protección tanto para el individuo
y la sociedad, y por “estabilidad” ha de entenderse
realizar de modo adecuado la crianza de los hijos.
La Criminología Positiva, por consiguiente, pone el
énfasis en los siguientes puntos:
a) En el desarrollo de caminos o metodologías para
abandonar el delito o bien prevenirlo;
b) En potenciar los recursos del individuo y de su
ambiente,
c) En potenciar un sistema de justicia que busca integrar
los derechos de delincuentes y víctimas, y que en muchos
casos debe dejar paso a soluciones alternativas en el
marco de la salud pública y de acuerdos entre las partes.

24.7. DELINCUENCIA, VIOLENCIA Y


SOCIEDAD EN EL SIGLO XXI
Steven Pinker, un profesor de la Universidad de Harvard
que ya deslumbró con una obra anterior titulada “La tabla
rasa”, ha publicado recientemente un voluminoso ensayo
(The better angels of our nature, “Los mejores ángeles de
nuestra naturaleza”, 2011) en el que, con gran despliegue
de argumentos y datos que los avalan, demuestra que hoy
en día, a comienzos de este siglo, el mundo disfruta de la
época menos cruel y violenta de la historia. En su opinión,
“el declinar de la violencia es el desarrollo más
significativo y menos apreciado en la historia de la
especie humana” (Pinker, 2011:692). ¿Por qué? Porque
Pinker asume que los lectores permaneceremos escépticos
ante esta aseveración, tan imbuidos estamos de que, al
contrario, el mundo cada vez es más desalmado y lleno de
criminales de todo tipo, desde genocidas hasta asesinos en
serie y violadores sádicos.
Pero Pinker arma sus argumentos de modo muy sólido,
buceando en la historia, y tomando disciplinas de análisis
muy numerosas, desde la biología hasta la sociología, la
economía, la antropología y la teoría evolutiva, pasando
por supuesto por la criminología y la psicología. Veamos
su tesis en detalle. Ese declinar de la violencia se aplica a
la violencia familiar, las sociedades, la existente entre las
tribus e incluso entre los estados. La gente que vive en
esta época moderna tiene una menor probabilidad de
morir a manos de los demás, o de sufrir actos de violencia
y crueldad. ¿Cuáles han sido las causas de este proceso?
En primer lugar está lo que Pinker denomina “El
Proceso de Pacificación”, es decir, la aparición de los
Estados y el uso monopolístico de la fuerza para la
imposición de la justicia. Mientras que los estudios
arqueológicos estiman que aproximadamente un 15 por
ciento de los humanos prehistóricos murieron de muerte
violenta por sus congéneres debido a las guerras, la cifra
más elevada de homicidios en el periodo en que ya habían
surgido los Estados es del 3 por ciento (correspondiente al
siglo XVII y a la primera mitad del siglo XX, donde hubo
dos guerras mundiales).
En segundo lugar figura “El Proceso de Civilización”,
íntimamente unido al anterior. Para el desarrollo del
argumento del proceso de pacificación, Pinker había
utilizado muchas cifras de muertes vinculadas con las
guerras. Aquí el profesor de Harvard quiere destacar que
no solo disminuyeron los muertos por razones de guerra,
sino los homicidios en general. Así, en Europa la
probabilidad que tenemos de ser asesinados es de diez a
cincuenta veces menos que la que tenían los europeos que
vivían en el siglo XVI, algo que también se aplica a la
sociedad norteamericana. La razón está en la expansión de
la civilización, es decir, el desarrollo de la cultura que
tomó cuerpo con el progreso de los Estados y del
comercio. En pocas palabras, cuando la gente empezó a
sentirse segura bajo el amparo de leyes soberanas y se
entregó a conocer otras tierras y culturas para comerciar,
la cultura floreció y con ella el desarrollo de las
capacidades humanas para el entendimiento y el diálogo.
Durante la época de la Ilustración, en los siglos XVII y
(sobre todo) XVIII algo trascendental aconteció en
Europa: la gente comenzó a valorar de forma negativa
comportamientos y negocios violentos que antes se veían
de forma natural, tales como la esclavitud, la tortura, el
despotismo, el duelo y los métodos sádicos de tortura. Las
voces se levantaron incluso para proteger a los animales.
Pinker llama a este tercer proceso “La Revolución
Humanitaria”. La paz parece instalarse en Europa a partir
de 1815, y todo el siglo XIX observa un desarrollo
cultural extraordinario. Ese periodo finaliza bruscamente
en la primera mitad del siglo XX, con sus dos guerras
mundiales. Pinker nos recuerda, sin embargo, que los 55
millones de muertos que dejó la II Guerra Mundial no
están muy lejos de los 40 millones que los historiadores
atribuyen a las guerras ocasionadas por la despiadada
conquista llevada a cabo por los mongoles en el siglo
XIII. En esa comparación ha de tenerse en cuenta que el
mundo en aquella época solo tenía un séptimo de la
población que existía a mitad del siglo XX, lo que en
términos reales implica que la matanza de los mongoles
supuso un holocausto humano de mayor envergadura.
Desde 1945, hemos sido testigos de un nuevo
fenómeno, conocido como la “Larga Paz”, durante la cual
han declinado todo tipo de atrocidades, incluyendo
guerras civiles, genocidios, actos de represión sangrientos
e incluso el terrorismo. Pinker señala que de nuevo
seremos escépticos ante esta afirmación, pero tal y como
hizo anteriormente nos proporciona estadísticas rigurosas
que confirman aquella.
La tendencia final que discute Pinker es la “Revolución
de los Derechos”: todas aquellas iniciativas dirigidas a
proteger a las minorías contra la violencia, así como las
voces y leyes defendiendo a las mujeres, los niños y los
animales. Es claro que queda en estos ámbitos mucho por
conseguir, pero el autor pide que reflexionemos sobre los
grandes avances logrados en los últimos años en
comparación a hace solo treinta o cincuenta años, cuando
—recuerda Pinker— podía verse en la televisión, por
ejemplo, a un marido pegando palmetazos en el trasero a
su mujer ¡por no haberle comprado la marca correcta de
café!
¿A qué se han debido esos cambios tan notables y
beneficiosos en la historia? ¿Se deben a las mejoras y
progresos que se han producido en campos como el
gobierno, la salud, la educación, la prosperidad
económica o el comercio, o el aumento de estatus de las
mujeres que ha facilitado el refuerzo del sentimiento de
cuidado en la sociedad? Este punto es de crucial
importancia, ya que la evolución creó el diseño del
cerebro humano, y tal cerebro tiene la capacidad de
liberar el componente violento del hombre (los “demonios
internos”) o bien su contenido altruista (“los mejores
ángeles de nuestra naturaleza”, expresión que Pinker toma
de Abraham Lincoln). La respuesta primera y más
genérica es que son las circunstancias materiales, junto
con los inputs culturales, los que determinan si los
“demonios” o los “ángeles” tienen las de ganar. Pero hace
falta concretar más, y eso es lo que intenta en lo posible
Pinker.
En su opinión, todos los procesos comentados
anteriormente (el comercio, los gobiernos legítimos y
consolidados, el aumento del estatus de la mujer y su
influencia pacificadora, e incluso la imprenta con su
capacidad para diseminar las ideas de la revolución
humanitaria) ayudaron a explicar ese declinar en la
historia de la violencia, pero él destaca un elemento por
encima de cualquier otro: la Razón. En efecto, la Razón, a
medida que se cultiva, nos lleva en su progreso a ir
incluyendo a más y más seres vivos como merecedores de
nuestra consideración y respeto9. Parte del fundamento de
esta aseveración descansa en el conocido efecto Flynn: el
hecho notable, señalado por el filósofo James Flynn, de
que las puntuaciones obtenidas en los test de inteligencia
han ido aumentando con el tiempo desde que empezaron a
administrarse, algo que no puede atribuirse en su mayor
parte a la mejora habida en la educación, por cuanto que
los test de inteligencia miden la capacidad de
razonamiento, y están libres de influencias culturales
(como las enseñanzas escolares). La respuesta, entonces,
habría que situarla en el aumento de la capacidad de
razonamiento en la persona a lo largo del tiempo, algo
que se ve favorecido por el hecho de que nuestro mundo
cada vez más vive en un ambiente mucho más simbólico
y abstracto.
Pinker arguye que un razonamiento más expandido nos
permite separarnos de nuestras experiencias más
inmediatas y desarrollar así nuestras ideas en términos
más abstractos y universales. Esto, a su vez, nos lleva a
que nos comprometamos más en un sentido moral, lo que
produce una mayor aversión hacia el uso de la violencia.
Es este tipo de capacidad de razonamiento la que ha ido
progresando a lo largo de la historia, y en particular a
partir de la Ilustración y desde luego notablemente en el
siglo XX, en cuya época hemos sido testigos de una
especie de “efecto Flynn moral”, que nos aleja del
impulso a ser violentos y que justifica en particular todo
este periodo conocido como la Larga Paz y la Revolución
de los Derechos. La Razón —sigue aduciendo Pinker—
nos lleva a avances morales que, mientras no evitan del
todo la violencia, la restringe hacia fines que pretenden la
mejora del bienestar social. Es decir, la razón prefiere un
tipo determinado de moralidad: preferimos la vida a la
muerte, la felicidad al sufrimiento, y comprendemos que
vivimos en un mundo en el que los seres humanos
podemos marcar la diferencia en cuanto a cómo podemos
vivir. De ahí que queramos decir a los demás que no
deberían dañarnos y que al mismo tiempo nos
esforzaremos en no dañarles a ellos. Es cierto que la idea
de que deberíamos tratar a los otros como nosotros
quisiéramos que éstos nos trataran es muy antigua,
impresa en muchas civilizaciones. Pero Pinker cree que ha
sido el progreso de la razón el que ha permitido que tal
Regla Esencial se haya convertido en un mensaje cada vez
más influyente en la vida de las sociedades.
Ahora bien, pese a todo, es cierto que el futuro está por
hacerse, y que nadie puede decir si ese declinar de la
violencia se mantendrá y expandirá en los decenios o
siglos venideros. ¿Sucederá el llamado “choque de
civilizaciones” entre Occidente y los devotos del Islam,
como el asesino múltiple Anders Brievick sugirió para
justificar la matanza que perpetró en la isla de Utoya en
2011? ¿Habrá cambios en el medio ambiente tan drásticos
que influirán negativamente sobre el orden económico y
político del mundo, generando fenómenos de violencia y
crimen hasta ahora no previstos? ¿El terrorismo tendrá
una expansión insospechada que lleve a nuevos y cruentos
conflictos?
Nadie puede responder a estas preguntas. Pinker es
optimista, pero sabe que no existe garantía de que el
mundo continúe indefinidamente en este declinar de la
violencia. El reto más grande para la civilización humana
no es la tecnología, sino la organización de la sociedad.
Pinker demuestra que hemos avanzado de modo
sustancial a lo largo de la historia, pero obviamente no
podemos sentirnos satisfechos. La capacidad cívica de la
sociedad humana puede ser la clave de nuestra propia
supervivencia. Somos muchas personas en un planeta
pequeño, fuertemente contaminado y con recursos
naturales limitados. Una sociedad tradicional donde la
única autoridad social respetada es la familia, es poco
capaz de resolver problemas comunes. Una sociedad
donde nadie se fía de nadie, con un pobre capital social
es, por ejemplo, menos capaz de solventar los conflictos
entre la población y sus minorías, evitar la contaminación
del medio ambiente o luchar contra la corrupción. Es
también, como hemos visto en este capítulo, una sociedad
más insolidaria y violenta. El desarrollo de normas
consensuadas y respetadas de convivencia exige mucho
más que el rutinario proceso de dictar nuevos decretos y
leyes. Pinker habla de “expandir los círculos de la empatía
(moralidad) y de la razón” como grandes avenidas para
progresivamente tener sociedades menos violentas. Y esto
exige saber emplear bien nuestros recursos naturales y
sociales y buscar vías de organización donde no existan
desigualdades profundas ni sectores de la población en
situaciones de alienación intolerables.
Otra cuestión se refiere al debate entre seguridad y
libertad, puesto en el tapete de modo drástico por el
terrorismo islámico. ¿Cómo podemos conseguir el
cumplimiento básico de las normas de convivencia, sin
caer en un sistema opresivo y policial? La sombra del
terrorismo global es una amenaza, incubada en el siglo
pasado, pero que ha tomado forma en el presente con
efectos devastadores. La Criminología no puede
contentarse con dar ideas para solucionar los problemas
domésticos. Al mismo tiempo que queremos sentirnos
seguros, deseamos buscar un equilibrio en la política
criminal, la libertad individual y los intereses de la
comunidad. Equilibrar estos extremos es una cuestión
política, y el papel de los criminólogos no es defender sus
convicciones ideológicas personales, sino aportar
información fiable sobre las consecuencias de las diversas
estrategias de control y prevención de la delincuencia.
El investigador español Juan José Medina, profesor de criminología de la
Universidad de Manchester, experto en prevención del delito.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


Todo este capítulo pretende ser una reflexión final sobre cómo enriquecer nuestras
posibilidades de reducir el delito en el futuro. Aquí van sintetizadas estas ideas
últimas:
1. Desarrollando la prevención primaria en el marco de un modelo amplio e integrado
de salud pública. La prevención medio-ambiental no es excluyente de la anterior,
sino que las complementa. Parece sensato “dificultar el trabajo” a los delincuentes
potenciales.
2. Adoptando medidas protectoras frente a la violencia de los media, y desafiando a la
“cultura de la violencia”.
3. Considerando de modo prioritario la necesidad de ayudar a las comunidades y
barrios a elevar sus cotas de capital social y, de este modo, su implicación en la
mejora de la vida colectiva y la prevención del delito.
4. Buscando modelos políticos que fomenten la igualdad entre los grupos sociales, y
aplicando el sentido común y la eficiencia como criterios para la administración de
justicia. “La capacidad cívica de la sociedad humana puede ser la clave de nuestra
propia supervivencia”.
5. Fomentando las diferentes perspectivas que han sido capaces de reducir o prevenir
el delito de acuerdo con la investigación de la moderna “Criminología positiva”.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Cuáles son las características del modelo de salud pública? ¿Cómo se puede
aplicar a la lucha contra el delito?
2. ¿Qué factores de protección podrías señalar como más influyentes en su capacidad
de inhibir la delincuencia?
3. ¿Qué conclusión podrías extraer acerca de la relación entre los conceptos de
“eficacia colectiva” y “tolerancia cero”?
4. ¿Por qué resulta difícil estudiar el efecto de los “media” en la violencia de los
espectadores?
5. ¿Qué se puede concluir acerca de esos efectos en general?
6. ¿De qué modo podría estudiarse el ahorro económico que supone para la sociedad
el desarrollo de los programas de prevención temprana en detrimento del uso
expansivo de la cárcel?
7. ¿Qué tienen en común los diferentes desarrollos encuadrados en la Criminología
Positiva?
8. ¿Qué reflexiones te provoca la tesis de Pinker acerca del declinar de la violencia en
la historia?

1 Véase, a modo de ejemplo, la investigación de Petrosino et al. (2001). Estos


autores revisaron nueve estudios que evaluaron convenientemente el
efecto de programas de prevención secundaria conocidos como “el susto
imborrable” (scared straight). En estos programas, los chicos realizan
durante unas horas una visita guiada a una prisión, generalmente de las
“duras”, y asisten en grupo a sesiones de conversación con presos
colaboradores quienes, de modo realista y muchas veces a modo de shock
emocional, les explican lo que les espera si siguen haciendo el idiota en
sus vidas, y prosiguen con sus fechorías. Sabemos, apreciado lector, que
estará pensando ahora: “¡Buena idea! Así sabrán a dónde se van a meter”.
Pero la investigación concluye que, actualmente, los únicos efectos
demostrables son que estos programas aumentan la conducta delictiva de
los jóvenes expuestos a los mismos, en comparación a grupos que hicieron
de control. ¡El “sentido común” no siempre sirve para orientar a la
ciencia!
2 Por ejemplo, los volúmenes de la serie “Crime Prevention Studies”, o las
revistas “Studies on Crime and Crime Prevention”, “Security Journal” e
“International Journal of Risk, Security and Crime Prevention”.
3 En inglés el verbo es “to buffer”: buffering protective factors.
4 Esta idea está plenamente recogida desde hace varios años en la obra del
profesor Beristáin (1985). Posteriormente, abundó en la llamada a los
esfuerzos preventivos integrados: “En pocas palabras, la escuela, la
familia y la ciudad pueden y deben llevar a cabo programas globalizantes
para prevenir a los menores en riesgo, para sancionarlos con medidas no
penales sino recreadoras (‘juveniles’), para ilusionarles e integrarles en la
comunidad urbana más que privarles de libertad o castigarles” (“Menores
infractores-víctimas ante las Naciones Unidas y el Consejo de Europa”.
Eguzkilore, 1996, p. 191).
5 En 1997 Clarke y Homel añadieron cuatro técnicas más bajo la rúbrica de
“incrementar los sentimientos de vergüenza y culpabilidad del
delincuente” (citado en Medina, 2011): establecimiento de reglas (para
regular la conducta en diversos contextos; por ejemplo acerca del acoso
sexual en el trabajo); el fortalecimiento de la condena moral, tendente a
incrementar la vergüenza por cometer el delito; el control de
desinhibidores de la conducta delictiva, como el alcohol o la propaganda
racista; y los procedimientos que facilitan la conformidad, es decir, la
conducta moralmente aceptable, como programas de subsidios para los
taxis que recojan a conductores ebrios.
6 Otro estudio longitudinal posterior confirma esos resultados: Johnson et al.
(2002) comprobaron que la cantidad de televisión observada por su
muestra (evaluada a los 14 y a los 22 años) correlacionaba con la
violencia grave mostrada a los 16 y 22 años de edad (r =.17). Cuando,
igualmente, se observó que la violencia vista a la edad de 22 años era
capaz de predecir la violencia física a los 30 años (un valor de rango
medio, r =.35), se confirmó la idea de que los efectos de la observación de
la violencia en los medios sobre la conducta agresiva de los espectadores
puede extenderse hasta la edad adulta. Es importante señalar, para
terminar este punto, que esos resultados fueron hallados a pesar de que se
tuvo cuidado de controlar el efecto de ciertas variables que podrían
moderar los resultados, como nivel socioeconómico, cuidados recibidos
de los padres, inteligencia o tipo de escuela al que asistían los jóvenes. Es
cierto que los chicos más agresivos tienden a preferir unos contenidos más
violentos en televisión, pero parece que ver televisión violenta tiene un
efecto independiente en la agresividad exhibida posteriormente.
7 Al igual que la televisión puede enseñar conductas agresivas, también
puede modelar conductas prosociales, si bien el poco interés de los
productores de televisión hace difícil ese tipo de programación. El
ejemplo de “Barrio Sésamo” (Sesame Street, un programa infantil muy
popular en todo el mundo) es muy elocuente. Además de facilitar el
aprendizaje de conceptos necesarios para el desarrollo intelectual, esta
serie ha demostrado que puede enseñar inteligencia social o personal,
desarrollando habilidades como la empatía, el compartir, y valores
prosociales. Y sin duda resulta aquí necesario sugerir el empleo de los
medios de comunicación social para la enseñanza de habilidades de vida.
Estas son “esas habilidades que nos permiten tener éxito en los ambientes
en los que vivimos. Comprenden habilidades de conducta (p.ej.,
habilidades de comunicación efectiva con amigos y adultos) y cognitivas
(p.ej., habilidades para una buena toma de decisiones)” (Danish y
Donohue, 1996: 36). Estas habilidades son necesarias en la familia, en el
trabajo, en la escuela, en la comunidad. A medida que el joven crece va
necesitando ser competente en mayor número de ambientes. Danish y
Donohue (1996) mencionan como ejemplo el programa de los sábados por
la mañana en la televisión americana, para niños de 7 a 12 años, “Chicos
como tú y como yo”, dirigido a enseñar los conceptos de empatía, auto-
determinación, perseverancia y capacidad de mantener ideales personales.
Para los autores, este es un buen ejemplo de cómo hacer un “programa
prosocial” y que resulte entretenido. La investigación cualitativa muestra
que los jóvenes espectadores están muy interesados en averiguar los
modos en que chicos como ellos resuelven de manera creativa y prosocial
los desafíos de la vida diaria.
8 Sobre los problemas que puede causar esa perspectiva considerada de un
modo generalizado como panacea para resolver los problemas criminales
ver Redondo (2010).
9 Esa metáfora la toma Pinker de una idea expuesta por el activista y filósofo
Peter Singer en una obra suya de 1981.
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Índice analítico
A
abuso de sustancias: 19, 530, 537, 540, 649, 658, 660, 661, 663, 665, 667-
670, 672, 679, 684, 685, 688, 949, 1029
abuso sexual infantil: 28, 166, 697-700, 704-707, 715, 717, 726, 734, 1154
acción situacional: 292, 315-317, 320, 487
actividades rutinarias: 306, 307, 451, 466, 491, 493, 505, 584, 586, 588, 599,
796, 922
adaptación: 103, 115, 272, 322, 354, 395, 499, 567, 648, 703, 741, 869, 902,
976, 1006, 1041, 1070
Administración de justicia: 54, 976, 1012, 1022, 1023
afecto familiar: 15, 363, 365-367
agresión: 15, 20, 53, 62, 67, 88, 119, 120, 127, 133, 140, 154, 155, 159, 178,
181, 230, 257, 258, 264, 282, 285, 321, 323, 327, 353, 354, 357, 359, 360,
371, 373, 375, 387, 410, 446, 447, 472, 487, 495, 514, 515, 530, 545, 547,
549, 567, 640, 648, 676, 681, 682, 689, 691, 692, 697, 702, 708-720, 723-
725, 727-729, 732-734, 738, 739, 743, 745, 748, 750, 752, 753, 762, 763,
764, 776, 781, 786, 789, 833, 845, 861, 871-873, 881, 888, 895, 903, 965,
1002, 1011, 1026, 1036, 1042, 1045, 1047, 1050-1053, 1055-1057, 1061,
1063, 1076, 1082, 1089-1092, 1094, 1095, 1131, 1148, 1150, 1151, 1169
agresión sexual: 20, 67, 119, 120, 133, 154, 155, 514, 515, 567, 689, 691,
692, 697, 711, 712, 714-720, 723-725, 727, 728, 732-734, 743, 752, 872,
873, 881, 965, 1047, 1050, 1051, 1053, 1055-1057, 1063, 1082, 1131, 1148,
1150, 1169
alcohol y drogas: 603, 655, 667, 676, 688, 759, 1029
alternativas: 20, 23, 38, 70, 120, 157, 158, 178, 197, 242, 243, 287, 316, 382,
395, 430, 432, 448, 449, 475, 481, 505, 552, 617, 735, 743, 763, 972, 975,
981, 983-986, 991, 992, 994, 997, 1015, 1021-1023, 1030, 1041, 1050,
1055, 1065, 1076, 1103, 1117, 1119
altruismo: 457, 462, 527, 850, 965, 1052
amplificación de la desviación: 422, 424, 463
anomia: 89, 127, 238, 262, 270-275, 277, 278, 319, 320, 417, 435, 562, 563,
894-896
anomia institucional: 274, 320
anomia y tensión: 270
anormalidades cromosómicas: 335
apego: 14, 240, 241, 249, 267, 289, 290, 298-301, 305, 319, 320, 366, 413,
513, 532, 644, 765, 766, 768
apoyo social: 16, 248, 263, 285, 287, 297, 415, 435, 454-461, 463, 464, 564,
655, 663, 773, 778, 874, 875, 1019
aprendizaje: 13, 15, 25, 28, 109, 111, 112, 120, 127, 134, 143, 237, 238, 240,
242, 246, 248, 250, 258, 259, 262, 264, 280, 281, 288-290, 299, 302, 305,
306, 309, 318, 327, 363, 364, 371, 374, 387-389, 392-402, 405-409, 413,
414, 447, 469, 470, 502, 519, 526, 527, 543, 549, 552, 563, 684, 685, 723,
724, 738-740, 743, 765, 773, 774, 824, 944, 977, 1002, 1025, 1027, 1032,
1039, 1043, 1064, 1077, 1078, 1079, 1087, 1088, 1092, 1096
aprendizaje social: 15, 120, 143, 246, 259, 262, 280, 281, 289, 290, 299, 302,
305, 309, 363, 393, 400-402, 405-409, 447, 502, 543, 563, 739, 740, 743,
774, 1025, 1032, 1064, 1078
apropiación indebida: 50, 786, 824, 881
área de transición: 105, 106
armas: 45, 110, 159, 195, 279, 290, 436, 451, 504, 523, 527, 541, 542, 587,
593, 594, 600, 613, 615, 616, 621, 629, 630, 631, 639, 655, 656, 676, 708,
709, 812, 813, 815, 821, 827, 829, 830, 843, 845, 849, 926, 940, 942, 961,
1076, 1082, 1087
asesinato: 18, 36, 154, 349, 356, 359, 382, 495, 607, 616-618, 626, 627, 656,
713, 736, 744, 761, 762, 786, 789, 816, 818, 822, 823, 877, 884, 897, 911,
997
asesinos en serie: 42, 623, 625, 822, 1103
asesinos múltiples: 45, 609, 617, 619, 623, 655, 656
asociación diferencial: 11, 15, 77, 111, 112, 127, 128, 143, 259, 363, 392,
395, 396, 398-402, 414, 419, 447, 785, 787, 1087
asociacionismo: 110
atavismo: 94, 96, 109, 377
atracos: 69, 174, 282, 283, 449, 480, 509, 573, 593, 594, 796, 995
autocontrol: 14, 70, 148, 267, 290, 292, 306-314, 319, 320, 351, 352, 371,
373, 382, 389, 390, 391, 405, 410, 411, 456, 484, 519, 539, 557, 562, 563,
615, 642, 650, 652, 672, 686, 776-778, 793, 794, 824, 896, 949, 965, 1020,
1032, 1037, 1043, 1047, 1061, 1065, 1078, 1153, 1164
autoinformes: 142, 156, 159, 212, 213, 364

B
bandas juveniles: 19, 277, 279, 607, 636, 924, 927, 973
barrio: 67, 68, 105, 164, 183, 190, 221, 249, 269, 279, 282, 283, 289, 290,
304, 305, 319, 360, 371, 422, 436, 437, 443, 482, 506, 508, 511, 513, 524,
525, 528, 541, 550, 558, 567, 569, 583, 585, 587, 634, 638, 743, 744, 781,
869, 914, 919, 920, 922, 925, 926, 932, 934, 944, 950, 1068, 1074, 1077,
1094, 1096, 1097, 1098, 1100
barrios integradores: 25, 1067, 1096
biotipologías: 14, 321, 327, 328
búsqueda de sensaciones: 15, 311, 334, 338, 363, 371, 387, 388, 391, 404,
949

C
cambio cognitivo: 24, 1025, 1040
carrera delictiva: 18, 49, 260, 342, 364, 413, 520, 521, 523, 530, 542, 553,
569, 570, 573, 596-598, 605, 634, 648, 673, 725, 728, 874, 896, 952, 973,
1062, 1068, 1080, 1083
castigo: 13, 23, 57, 80, 84, 85, 86, 89, 99, 126, 237, 240, 250, 251, 253, 264,
273, 307, 309, 338, 339, 346, 367, 382, 385, 389, 390, 393, 395, 414, 417,
424, 453, 454, 461, 463, 468, 480, 482-487, 527, 552, 654, 724, 768, 773,
774, 776, 779, 844, 855, 911, 935, 952, 956, 972, 977, 978, 1002, 1017,
1019, 1045, 1088, 1094, 1102, 1119, 1122, 1128, 1131, 1160
ciencia: 30, 34, 38, 41, 45-47, 50-53, 55, 66, 74, 75, 77, 92, 99, 113, 123,
125, 131, 135, 138, 173, 175, 181, 238, 239, 252, 253, 265, 271, 325, 410,
454, 459, 462, 479, 627, 736, 784, 803, 854, 863, 864, 908, 1068, 1075,
1081, 1095, 1118, 1125, 1151
cifras penitenciarias: 24, 975, 989, 1030
cifras policiales: 12, 179, 185, 186, 202, 206, 208, 209, 232, 369
cociente intelectual o C.I.: 377, 379, 381, 529
cognición interpersonal: 381
comunidad terapéutica: 993
condenas penales: 12, 179, 196, 977
condiciones económicas: 433, 434, 437, 442, 444, 490, 497, 633, 814, 817
condiciones sociales: 88, 111, 415, 436, 437, 492, 556
conflicto medios-fines: 271
conflicto social: 13, 115, 237, 251, 252, 259, 264, 427
consecuencias de la conducta: 311, 404
continuidad delictiva: 17, 315, 519, 525, 533, 536, 540, 542, 569
contrato social: 75, 78, 80, 1161
control emocional: 24, 381, 413, 950, 1025, 1045
control formal: 68-70, 262, 480, 599, 806, 864, 934, 1098
control informal: 17, 68-70, 302-306, 426, 455, 465, 485, 486, 510-512, 517,
628, 978
control paterno: 15, 49, 301, 363, 365-368, 570
control social: 11, 13, 14, 16, 34-36, 45, 47, 49, 56, 65, 68-70, 75, 89, 108,
114, 115, 126, 170, 237, 238, 246, 248, 253, 257, 262-264, 267-269, 274,
280, 281, 284, 287-292, 297, 300-306, 314, 319, 320, 407, 415, 416, 422,
425, 429-431, 433, 446, 448, 449, 452, 453, 463, 517, 527, 543, 598, 599,
690, 743, 824, 843, 844, 927, 930, 931, 934, 1097, 1098, 1120, 1149
correlatos psicofisiológicos: 360
corrupción: 21, 42, 45, 57, 58, 171, 186, 192, 214, 698, 754, 768, 783-786,
789, 792, 795, 800-803, 805-807, 810, 813, 814, 819, 821-825, 873, 882,
894, 897, 1011, 1107, 1152, 1156
crianza familiar: 15, 363, 364, 550, 559
crimen organizado: 21, 28, 37, 45, 615, 618, 637, 783, 808-818, 820-822,
824, 825, 895, 897, 981
criminalística: 12, 129, 172, 174, 178, 897, 908
criminología: 11, 25, 28, 45, 46, 51, 71, 77, 85, 87, 88, 91, 93, 99, 116-120,
122, 123, 127-130, 158, 246, 252, 253, 257, 260, 261, 264, 265, 270, 321,
324, 360, 401, 410, 427-429, 431-433, 449-455, 459, 462, 463, 488, 495,
497, 511, 520, 523, 542, 548, 608, 689, 690, 715, 737, 745, 843, 846, 864,
897, 978, 1021, 1069, 1100, 1101, 1103, 1107, 1109, 1112, 1113, 1122,
1126, 1131, 1133, 1143, 1149, 1162, 1163, 1171
criminología aplicada: 608, 897, 1021, 1112, 1133, 1149
criminología biosocial: 321, 360
criminología crítica: 117, 120, 252, 427, 428, 429, 431-433, 450, 452, 453,
463, 511, 1109
criminología del desarrollo: 28, 542
criminología positiva: 25, 1100, 1101
criminólogo: 34, 325, 427, 599, 863, 867, 878, 982
crisis económica: 69, 191, 192, 197, 209, 434, 440-442, 592, 610, 784, 788
cuestionario: 137, 139, 152, 157, 189, 221, 576, 609, 612, 746, 747, 866,
936, 969, 1023, 1163
curva de edad del delito: 260, 534, 535, 949

D
definiciones: 20, 60, 61, 75, 112, 113, 114, 127, 130, 143, 244, 250, 397,
398, 399, 402-404, 406, 407, 409, 412, 414, 422, 443, 617, 618, 671, 735,
768
delincuencia corporativa: 785, 787, 789
delincuencia económica: 21, 28, 120, 442, 783-786, 795, 807, 824
delincuencia juvenil: 17, 45, 62, 104, 106, 108, 118-120, 130, 133, 134, 156,
189, 212, 214, 239, 245, 287, 297, 310, 314, 324, 365, 397, 413, 533, 542,
576, 632, 635, 652, 682, 787, 935, 939, 940, 956, 967, 973, 974, 981, 1128,
1131, 1145, 1158, 1159, 1171
delincuencia ocupacional: 786, 789
delincuencia sexual: 20, 28, 66, 98, 218, 413, 689, 691, 692, 694, 697, 714,
719, 733, 734, 1148
delincuente: 18, 19, 35-39, 49, 62, 64, 84, 86, 90, 93-97, 101, 104, 111-114,
118, 156, 278, 286, 296, 307, 327, 334, 345, 348, 364, 382, 387, 390, 393,
394, 397, 400, 406, 409, 419, 421, 430, 449, 451, 467, 482, 492, 502, 503,
505-508, 517, 522, 523, 533, 573, 578, 594, 596, 597, 599, 600, 601, 602,
604-607, 618, 632, 633, 640, 641, 647, 651, 653, 658, 665, 675, 681, 687,
777, 785, 788-794, 799, 807, 824, 825, 829, 846, 847, 860, 864, 866, 867,
873, 881, 888, 890, 898, 903, 915, 922, 932, 957, 967, 968, 977, 978, 997,
1011, 1015, 1033, 1062, 1068, 1069, 1080, 1081, 1083, 1088, 1133, 1148,
1151, 1175
delincuente común: 18, 573, 596, 601, 647, 825, 847
delincuente contra la propiedad: 18, 573, 600, 601, 602, 604, 606
delincuente psicópata: 19, 607, 640
delincuentes juveniles: 73, 98, 105, 132, 150, 189, 279, 438, 460, 487, 499,
521, 570, 599, 609, 632, 651, 654, 676, 678, 740, 774, 775, 792, 888, 944,
950-952, 964, 972, 973, 974, 1019, 1029, 1038, 1041, 1042, 1050, 1061,
1062, 1066, 1098, 1159
delincuentes persistentes: 17, 260, 287, 519, 544, 545, 547, 570
delito: 11, 12, 14, 16-18, 21-23, 28, 29, 33, 35, 37-40, 45-47, 49, 50, 55, 56,
58-63, 65-75, 77, 79-81, 84-86, 88, 89, 91, 93, 94, 96-103, 109, 112-114,
116-120, 126, 127, 132, 143, 147, 153-156, 161-163, 167, 169, 174, 175,
179, 181-183, 185-191, 193, 195, 196, 198-201, 206, 211, 213, 214, 217,
218, 220, 225, 227, 228, 230, 232, 233, 235, 240, 244, 245, 248, 250-253,
255, 258-260, 263-265, 267, 270, 278-280, 284-286, 288, 291, 293, 295,
297-299, 301, 303, 306-312, 314-319, 324, 326, 328, 335, 338, 339, 344-
346, 349, 351, 353, 356, 360, 369, 370, 376, 385, 390, 395, 397-401, 408-
412, 415, 418, 421, 423, 428, 429, 431, 433-436, 438, 442, 443, 445, 449-
456, 458, 459, 464-467, 469-474, 476, 480-482, 484, 486-490, 492-497,
499-505, 507-523, 525, 530, 532-539, 541-543, 545-547, 549, 551, 553-
563, 566, 568-570, 573, 577, 580, 581, 585, 587, 590, 596-599, 601-606,
609, 613, 616, 629, 632, 633, 636, 644, 646, 648, 655, 660, 663-665, 670,
676, 679, 681, 684, 688, 690, 692, 701-703, 709, 713, 714, 717, 719, 721,
722, 725, 728-731, 733, 735, 744, 750, 755, 756, 760, 763, 777, 780, 781,
783, 785-793, 796, 801, 806, 807, 809, 811, 812, 819, 821, 823, 824, 829,
846, 847, 849, 856, 859-862, 864-866, 868-871, 873-875, 878, 880-887,
889, 892, 893, 895-899, 908, 910, 914-918, 920, 922-925, 929, 930, 932,
934, 936, 941, 944, 945, 946, 949, 952, 955, 957, 959, 961, 965, 968, 969,
971, 973, 975, 977, 978, 995-997, 1007-1009, 1011, 1012, 1016, 1020,
1022, 1023, 1026, 1027, 1035, 1036, 1041, 1043, 1044, 1046, 1047, 1049,
1054-1057, 1059, 1063, 1066, 1069, 1077, 1079-1084, 1086, 1099-1103,
1107, 1108, 1119, 1127, 1128, 1143, 1149, 1151, 1154, 1158, 1162-1164,
1168, 1170, 1172
delito/tendencias delictivas: 218, 307, 312, 334
derecho penal: 46, 47, 49, 50, 95, 97, 114, 123, 251, 431, 433, 452, 475, 511,
756, 783, 853, 863, 864, 878, 884, 888, 1143, 1151, 1152, 1156
derivación: 56, 421, 1033
desamparo aprendido: 20, 735, 743
desempleo: 88, 91, 108, 153, 181, 182, 202, 249, 269, 282, 283, 285, 290,
319, 436, 437, 438, 439, 441-444, 458, 463, 464, 492, 510, 527, 528, 562,
564, 592, 632, 738, 741, 764, 773, 776, 818, 1076
desigualdad: 16, 88, 127, 141, 293, 415, 435, 436, 437, 444, 463, 464, 509,
562
desistimiento delictivo: 20, 142, 517, 537, 538, 973
desorganización social: 11, 13, 77, 103, 105, 106, 108, 112, 127, 262, 267,
269, 397, 400, 412, 435, 436, 437, 527, 632
desviación primaria/secundaria: 418, 419, 463
desviación social: 62, 75, 270, 642, 1100, 1132
dieta: 360, 1015
diferencias individuales: 28, 258, 263, 264, 309, 310, 312, 363, 364, 385,
569, 793, 1102
dispersión muestral: 148
disuasión: 16, 81, 251, 318, 435, 465-467, 475, 477, 478, 481-484, 486, 487,
516, 517, 579, 585, 806, 924, 934, 1017
disuasión informal: 516

E
economía sumergida: 849
ecosistema delictivo: 518
edad penal: 23, 533, 935, 951, 958
educación infantil: 55, 727, 949
efecto de difusión de beneficios: 1084
eficacia colectiva: 25, 279, 314, 318, 411, 436, 930, 932, 1067, 1096-1100,
1108
eficacia de los tratamientos: 1058, 1061, 1064
elección racional: 16, 28, 255, 259, 260, 262-264, 307, 449, 452, 465, 466,
469, 470, 471, 472, 474, 485, 487, 505, 516, 517, 549, 602, 603, 788, 806,
922, 1080, 1164
empatía: 370, 371, 372, 379, 382, 410, 456, 459, 527, 532, 551, 563, 604,
642, 643, 644, 646, 647, 652, 653, 661, 671, 674, 675, 687, 710, 711, 720,
722, 729, 765, 777, 793, 890, 965, 1007, 1034, 1036, 1037, 1042, 1044,
1045, 1052, 1053, 1057, 1058, 1096, 1107
empuje social: 14, 321, 343
encarcelamiento: 24, 39, 120, 419, 443, 461, 468, 477, 485, 516, 546, 975,
983, 987, 991-995, 997-1001, 1003-1007, 1009, 1012, 1013, 1017, 1022,
1023, 1030, 1032, 1080, 1130
encuesta: 131, 138, 145, 151, 154, 157, 158, 163, 176, 187, 212, 214, 216,
217, 218, 219, 220, 221, 481, 575, 578, 582, 583, 591, 701, 745, 757, 865,
868, 870, 873, 980, 1085, 1110
encuestas de autoinforme: 212, 578
encuestas victimológicas: 182, 232, 233, 869
enfermedad mental: 386, 540, 640, 649, 657, 659, 660, 662, 667, 685, 688
enseñanza universitaria: 121
entrenamiento en habilidades sociales: 1039, 1050, 1052, 1062, 1065, 1066
entrevista: 12, 129, 131, 132, 157, 161-165, 176-178, 189, 215, 584, 586,
669, 704, 712, 746, 841, 874, 971
Ertzaintza: 184, 199, 207
Escuela clásica: 11, 77, 78, 79, 85, 127
Escuela de Chicago: 99, 269, 270, 291, 320, 416, 444, 488, 510
Escuela neoclásica: 452
especialización delictiva: 309, 597, 721, 725
estadísticas judiciales: 180, 193, 196, 232, 1022, 1167
estadísticas policiales: 150, 185, 199-201, 205, 233, 581, 611, 759, 866, 1109
estructura social: 224, 249, 272, 273, 285, 295, 303, 406, 407, 445, 446
estudios de familias de delincuentes: 329
estudios de gemelos: 329, 331, 332, 333, 392
estudios de hijos adoptivos: 329, 334
estudios genéticos: 321, 335
etiqueta: 303, 419, 645, 862
etiquetado: 63, 114, 135, 148, 238, 242, 259, 262, 264, 371, 415-424, 426,
428, 463, 485, 519, 549, 552, 569, 769, 967, 974

F
factores de protección: 25, 340, 341, 524, 531, 532, 566, 570, 874, 875, 876,
898, 1067, 1073, 1074, 1078, 1101, 1102, 1108
factores de riesgo: 14, 25, 45, 48-50, 72, 120, 260, 264, 311, 321, 337, 340,
341, 344, 370, 372, 376, 414, 436, 444, 520, 522-526, 528, 531, 532, 536,
537, 545, 548, 553, 554-556, 559, 563, 566, 567, 569, 570, 598, 599, 605,
632-634, 655, 662, 721, 732, 733, 738, 765, 781, 867, 873-875, 946, 947,
950, 964, 965, 1011, 1033, 1036, 1043, 1044, 1046, 1064, 1065-1067, 1070,
1071, 1074, 1076-1078, 1094, 1095, 1101, 1111, 1159
factores sociales: 11, 50, 54, 72, 77, 86, 87, 91, 93, 95, 209, 210, 232, 242,
262, 267, 314, 326, 331, 406, 423, 523, 547, 564, 664, 856, 869, 926
factor género: 447
familia: 20, 40, 41, 49, 114, 124, 151, 189, 218, 240, 241, 268, 269, 274, 275,
281, 283, 286, 290, 299, 302-305, 308, 330, 344, 345, 349, 360, 364, 365,
367, 370, 379, 394, 402, 407, 414, 445, 455, 460, 482, 492, 516, 524, 528,
529, 536, 537, 540, 544, 557, 558, 564, 591, 594, 615, 616, 619, 633, 637,
639, 655, 670, 671, 679, 698, 701, 710, 719, 733, 735-737, 739, 741-743,
748, 753, 756, 759, 769, 772-774, 777, 778, 781, 805, 833, 845, 860, 873,
876-878, 884, 904, 905, 948, 950, 961, 962, 966, 969, 970, 973, 978, 1003,
1007, 1046, 1073, 1077, 1078, 1081, 1087, 1095, 1096, 1102, 1107, 1162
finalidades de las penas: 1016
fraude telemático: 21, 783, 789, 794, 824
fuentes de tensión: 282, 283, 284, 286, 1045
funcionalismo: 63, 242

G
ganancias-pérdidas: 16, 465, 473
genética: 14, 103, 243, 321, 323, 329-331, 333, 335, 336, 340-343, 347, 357,
358, 392, 448, 526, 544, 670, 671, 738, 916
Guardia Civil: 90, 184, 192, 198, 199, 203-207, 211, 216, 573, 577, 595, 803,
815, 848, 903, 906, 908, 912, 913, 932, 933, 980, 1085

H
habilidades sociales: 710, 721, 965, 971, 1019, 1020, 1028, 1039, 1044,
1045, 1050, 1052, 1061, 1062, 1065, 1066, 1077, 1078, 1132, 1150
herbívoros y carnívoros: 802
herencia: 41, 102, 103, 127, 257, 329-332, 335, 342, 343, 345, 356, 360, 428,
654, 798
hipótesis: 12, 51, 87, 96, 98, 102, 105, 106, 129, 130, 135, 136, 138, 139,
141-143, 168, 177, 178, 197, 198, 210, 211, 237, 242, 248, 262, 270, 272,
275, 277, 333, 337, 344, 346, 352, 357, 358, 360, 374, 376, 378, 412, 434,
441, 447, 458, 477, 478, 504, 600, 601, 616, 639, 643, 660-662, 688, 721,
724, 760, 761, 762, 790, 796, 821, 822, 837, 875, 914, 916, 934, 964, 967,
1088, 1098
hogares benignos: 14, 321, 343
homicidio: 20, 47, 60, 147, 195, 198, 370, 424, 435, 436, 444, 457, 504, 517,
542, 607, 609, 614-616, 618-620, 622, 623, 629, 634, 655, 735, 736, 758-
761, 768, 822, 823, 836, 869, 876, 883, 884, 887, 903, 925, 944, 977, 1110,
1118, 1125
hormonas: 340, 352, 353, 374, 375
hurto: 18, 68, 147, 149, 150, 154, 201, 203, 217, 225, 288, 328, 367, 422,
504, 509, 515, 536, 543, 547, 549, 553, 573, 576-578, 596, 665, 786, 872,
881, 926, 943, 985, 996, 1145

I
idea pública atractiva: 426
Ilustración: 11, 77, 78, 79, 85, 127, 801, 1104, 1106
imitación: 11, 77, 88, 89, 109, 110, 112, 127, 128, 143, 148, 248, 258, 326,
367, 393, 395, 399, 404, 406, 407, 409, 414, 549, 563, 620, 1038, 1039,
1092, 1093, 1094
impulsividad: 15, 140, 141, 146-149, 175, 248, 258, 288, 290, 310, 311, 319,
324, 334, 339, 363, 368, 371, 372, 382, 387-391, 525, 532, 536, 539, 541,
549, 550, 551, 553, 557, 559, 560, 563, 570, 600, 642, 648, 667, 671, 672,
674, 686-690, 722, 766, 773, 778, 948, 949, 1034, 1042, 1044, 1045, 1058
incendiarios: 19, 657, 658, 681, 682-685, 688
incendios: 679, 680, 681, 683, 688, 907, 919
inferioridad biológica: 96
infractores adolescentes: 260, 570
infractores sexuales juveniles: 718, 730
ingredientes terapéuticos: 1036, 1042, 1065
inicio adolescente: 541
inicio delictivo: 318, 542
inicio tardío: 424, 542, 547, 952
instrumentos de investigación: 54, 74, 132
inteligencia: 15, 66, 96, 105, 242, 248, 258, 262, 263, 285, 287, 327, 339,
340, 352, 363, 364, 377, 378, 379, 380, 381, 388, 414, 445, 514, 526, 527,
536, 541, 557, 617, 641, 656, 674, 843, 846, 857, 874, 875, 1074, 1091,
1096, 1105, 1106, 1131
inteligencia emocional: 381, 514, 527
interacción: 14, 15, 35, 63, 65, 75, 112, 162, 244, 254, 259, 273, 277, 279,
321, 323, 327, 340, 342, 343, 347-349, 353, 358, 360, 363, 366, 367, 368,
373, 374, 379, 398, 409, 413, 423, 491, 494, 495, 509, 532, 539, 547, 551,
555, 559-561, 563-565, 569, 643, 659, 710, 717, 738, 743-745, 768, 773,
864, 873, 930, 973, 1001, 1026, 1028, 1036, 1037, 1041, 1044, 1046, 1050,
1051, 1065, 1101
interdisciplinariedad: 50, 244
interés del menor: 23, 935, 958, 959, 967-969
intervención educativa: 728, 1131
intervenciones con menores: 964
intervención temprana: 25, 460, 461, 654, 688, 949, 974, 1067, 1077, 1079,
1102
investigación: 11, 12, 16, 18, 20, 22, 25, 30, 34, 42, 46, 50-54, 66, 68, 72, 74,
75, 104, 106, 110, 119-121, 125, 129-138, 140, 142-144, 147, 149-152,
154-157, 163-166, 168, 169, 171-178, 199, 200, 214, 221, 232, 237, 241,
243, 245, 246, 248, 249, 251, 252, 254, 257, 258, 260, 261, 280, 282, 296,
300, 304, 310, 311, 313, 315, 322-326, 328, 329, 331, 335-337, 339, 340,
342-344, 346-350, 352, 358, 360, 363-366, 368, 375-378, 380, 381, 383,
385, 388, 391, 392, 396, 397, 407, 410-412, 415, 430, 431, 433, 435, 438,
439, 442-444, 448, 449, 452, 456, 458, 460, 461, 463, 464, 478, 479, 480,
482, 483, 485, 501, 514, 515, 517-519, 523, 532, 534, 553, 566, 573, 575,
576, 586, 588, 596-599, 604, 606, 608, 612, 617, 632, 634, 636, 643-646,
649-654, 659, 660, 662-672, 674, 679, 681, 685, 699, 701, 703, 705, 709,
714, 723, 724, 735, 737, 740, 744-751, 757-759, 764, 765, 770, 773, 775,
777, 780, 785, 788, 789, 793, 794, 795, 803, 808, 819, 823, 841, 846, 856,
861-863, 865, 868, 873, 874, 875, 892, 897, 901, 906, 907, 910, 913, 915-
918, 922, 924-926, 928, 934, 936, 946, 952, 956, 967, 973, 974, 977, 979,
993, 1001, 1006, 1009, 1012, 1017, 1018, 1020, 1021, 1026, 1033, 1045,
1067, 1068, 1071-1073, 1078, 1085, 1088, 1089-1091, 1094, 1096-1102,
1108, 1112, 1130, 1131, 1154, 1155, 1158, 1159, 1163, 1167
investigación empírica: 11, 50, 129, 133, 134, 143, 177, 178, 252, 391, 431,
463, 651, 759, 862, 974, 1045
investigación en la acción (action research): 926

J
justicia criminal: 23, 153, 406, 632, 731, 816, 864, 952, 975, 976, 980, 981,
982, 983, 1021
justicia de menores: 106, 120, 935, 956, 957, 973, 974, 975
justicia penal: 39, 47, 49, 78, 86, 101, 244, 414, 428, 432, 453, 467, 686, 730,
754, 819, 876, 885, 887, 889, 891, 977, 980, 1012, 1157, 1161, 1162, 1170-
1172

L
lesión: 137, 181, 203, 282, 340, 345, 347, 448, 607, 613, 629, 655, 708, 755,
756, 944
Ley de Ayuda y Asistencia a las Víctimas del Delito: 885
leyes de la imitación: 88, 109, 128
Ley Orgánica de Responsabilidad Penal del Menor: 23, 935, 956
ley penal: 48, 59, 62, 399, 953, 955, 1017
libertad vigilada: 430, 676, 731, 945-947, 953, 958, 960, 961, 969-972, 1014,
1044
libre albedrío: 93, 100, 101, 242, 244, 250, 251, 264, 449, 452
lucha de clases: 115

M
mafia (cosa-nostra): 810, 817
maltrato a la mujer: 20, 739, 742, 781, 863
maltrato a los ancianos: 778, 780
maltrato infantil: 551, 720, 744, 767, 769, 770, 773, 775, 776, 781, 895, 1150
malversación: 785, 786, 795, 801, 803, 807, 824
marxismo: 52, 242, 245
mecanismos de control: 47, 49, 75, 127, 254, 262, 264, 306, 416, 417, 422,
424, 463, 467
mediación: 23, 35, 394, 430, 452, 774, 863, 878, 885-891, 898, 901, 918,
927-931, 934, 945, 965, 968, 1017, 1098, 1102
mediación policial: 927, 928
medidas alternativas: 552, 983, 991, 997, 1022, 1023, 1030
medios de comunicación: 25, 29, 42, 47, 49, 50, 189, 190, 293, 398, 402,
469, 528, 573, 619, 655, 733, 735, 819, 829, 842, 867, 911, 920, 1087,
1089, 1092, 1094, 1096
menores infractores: 23, 73, 728, 729, 935, 945, 947, 951, 953, 954, 958,
962, 963, 964, 969, 972-974, 1150, 1159
meta-análisis: 24, 390, 410, 435, 536, 644, 661-663, 705, 718, 730, 946, 949,
1025, 1031, 1042, 1058, 1060-1062, 1078, 1090
método científico: 11, 12, 50, 54, 75, 92, 94, 127, 129, 131, 172, 423, 431
miedo al delito: 29, 71, 120, 126, 153, 186-189, 227, 228, 232, 453, 511-514,
690, 914, 1163, 1172
modelo de rehabilitación riesgo-necesidades-responsividad: 1066
modelo de salud pública: 25, 360, 1067, 1075, 1108
modelos policiales: 934
mordida: 802
Mossos d’Esquadra: 199, 206, 207
motivación delictiva: 18, 81, 442, 492, 519, 559, 561, 569, 570, 1058
motivación situacional: 502, 503, 504, 517, 518
motivos de la violación: 20, 689, 711, 1181
muestra: 12, 50, 97, 129, 138-140, 142, 145, 147-157, 168, 169, 171, 172,
177, 182, 183, 185, 189, 191, 212, 215, 219, 222, 227, 289, 290, 291, 304,
311, 332, 348, 349, 351, 371, 376, 379, 421, 422, 424, 435, 437, 458, 460,
476, 477, 484, 486, 487, 497, 504, 505, 507, 521, 535, 538, 547, 550, 553-
555, 567, 568, 570, 575, 576, 587, 588, 598, 599, 613, 632, 645, 649, 652,
656, 664-667, 670, 684, 699, 701, 703, 706, 708, 709, 714, 719, 720-722,
730, 739, 740, 745, 747, 750, 754, 757, 772, 775, 789, 794, 823, 843, 860,
866, 874, 875, 878, 914, 931, 936-938, 944, 945, 946, 952, 961, 967, 969,
980, 1006, 1009, 1010, 1039, 1043, 1044, 1057, 1058, 1072, 1079, 1090,
1091, 1095, 1096, 1148, 1159
muestreo: 12, 129, 150-152, 178
multi-victimación: 22, 859

N
neuroimagen: 337, 339, 349, 1157
neurología: 340
neuropsicología: 340
neurotransmisores: 15, 321, 340, 348, 352, 375
nicotina: 14, 321, 347, 348
O
observación: 50, 54, 92, 93, 104, 108, 115, 127, 130, 136, 142, 161, 162,
165-168, 170, 177, 178, 238, 239, 241, 250, 253, 279, 359, 392, 405, 416,
417, 518, 586, 665, 717, 729, 733, 1089, 1091, 1092, 1097, 1110
observación directa: 108, 136, 162, 166, 167, 416
observación documental: 165
observación experimental: 168
observación participante: 104, 142, 170
obstetricia: 14, 321, 340, 347
Oficina de asistencia a la víctima (AVD): 885
oportunidad diferencial: 320, 437, 787, 824, 994
oportunidad/es delictiva/s: 259, 260, 465, 517, 567, 568, 570, 717
orden social: 22, 273, 277, 400, 901, 1131

P
pandilla o banda: 170, 247, 268, 276-278, 287, 482, 541, 542, 714
paradigma científico: 251, 253
paradigma de la resistencia: 24, 25, 1067, 1070
paradigma del conflicto: 259
paradigmas criminológicos: 250, 251, 253, 264
parto: 14, 321, 347-349
patología social: 108, 268, 269, 1102
pena de muerte: 17, 81, 246, 247, 465, 483
penas privativas de libertad: 467, 976, 984, 987, 988, 1018, 1022, 1102
pensamiento crítico: 382
perfil del delincuente: 18, 573, 600, 606, 665
persistencia delictiva: 264, 552, 951
personalidad: 15, 54, 66, 70, 102, 105, 115, 117, 146, 242, 258, 262, 263,
293, 313, 325, 327, 328, 329, 333, 344, 350, 363, 364, 370, 371, 377, 383,
385, 387-389, 392, 393, 408, 418, 449, 526, 537, 545, 558, 600, 615, 617,
636, 640-646, 650, 653, 654, 658, 660, 661, 663-675, 679, 680, 682-688,
703, 711, 714, 738, 739, 762, 773, 775, 790, 793, 824, 834, 841-843, 1005-
1007, 1027, 1033, 1034, 1045, 1065, 1077, 1095, 1101, 1111, 1170
perspectivas feministas: 445-447, 463
población: 12, 37, 60, 66, 105, 106, 129, 137-140, 149-154, 156, 163, 164,
171, 177, 180, 182, 184, 185, 204, 207, 208, 212, 217, 221, 224, 227, 304,
332, 335, 353, 359, 365, 377, 430, 435, 438, 439, 441, 444, 449, 468, 504,
522, 535, 563, 564, 575, 590, 592, 597, 611, 629, 639, 652, 659, 670, 680,
685, 686, 692, 693, 695, 705, 745, 761, 770, 771, 776, 780, 781, 792, 802,
809, 833, 848, 849, 857, 866, 868, 882, 898, 903, 905, 914, 919, 926, 927,
933, 943, 944, 961, 982, 983, 988-990, 992-996, 998, 1000, 1001, 1009,
1023, 1104, 1107, 1119, 1139, 1171
población penitenciaria: 180, 184, 983, 989, 990, 992, 993, 995, 998, 1000,
1001, 1023
pobreza: 87, 90, 95, 97, 106, 108, 117, 127, 202, 269, 279, 286, 293, 314,
349, 370, 379, 429, 434-438, 442, 444, 464, 490, 492, 509, 519, 545, 558,
559, 562, 564, 628, 641, 760, 773, 775, 833, 1072, 1076
policía: 12, 22, 23, 42, 45, 49, 54, 59, 67, 69, 70, 75, 132, 137, 144, 150, 163,
164, 168, 171, 173, 174, 179, 180, 181, 184, 185, 189, 190, 191, 192, 193,
194, 195, 198, 199, 202, 203, 205, 206, 209, 214, 220, 221, 229, 233, 279,
304, 336, 369, 404, 446, 451, 462, 467, 480, 482, 492, 498, 499, 501, 508,
511, 512, 552, 566, 576, 592, 601, 609, 612, 616, 622, 625-627, 636, 637,
669, 736, 738, 740, 748, 749, 753, 757, 784, 796, 802, 810, 811, 813, 817,
818, 820-822, 827, 832, 843, 846, 849, 869, 872, 873, 885, 901-906, 908-
934, 936, 952, 975, 978, 979, 980, 1012, 1022, 1082, 1083, 1088, 1098,
1112, 1139, 1148, 1160, 1170
policía foral de Navarra: 199, 206, 207
policía judicial: 22, 612, 901, 902, 906, 910
policía local: 904, 927, 928, 929, 931
policía nacional: 130, 184, 192, 198, 199, 203, 205-207, 211, 612, 904, 906-
908, 910, 913, 931, 933, 1085
policía profesional: 22, 901, 911, 914
policía tradicional: 22, 901, 910, 912
positivismo: 11, 36, 77, 90, 92, 97, 98, 99, 100, 101, 127, 241
positivismo en España: 11, 77, 99
postmodernismo: 462, 463, 464
predicción: 20, 72, 75, 98, 120, 123, 126, 211, 335, 337, 376, 432, 477, 478,
483, 529, 530, 547, 555, 602, 608, 634, 649, 655, 689, 730, 731, 732, 741,
973, 1075, 1110
predictores de la delincuencia: 376
prevención: 17, 18, 20, 21, 25, 28, 30, 36, 37, 40, 45, 54, 55, 67, 69, 70, 72-
75, 83, 84, 86, 88, 98, 101, 123, 126, 127, 143, 168, 214, 241, 248, 252,
263, 264, 279, 314, 315, 319, 320, 324, 360, 361, 371, 372, 384, 399, 418,
429, 430, 448, 449, 451, 455, 456, 458, 460, 461, 463, 465, 467-469, 475,
479, 486, 504, 507-509, 515-519, 523, 563, 565, 566, 569, 579, 605, 608,
655, 670, 688, 690, 698, 701, 727, 728, 734, 735, 741, 758, 763, 766, 775,
780-783, 790, 795, 807, 845-847, 849-853, 856-858, 860, 864, 867, 875,
890, 895, 897-899, 903, 918, 922-927, 929, 930, 932, 966, 971, 973, 977,
1007, 1011, 1012, 1016-1018, 1020-1022, 1026, 1029, 1031, 1032, 1036,
1037, 1044, 1047, 1049, 1054-1057, 1059, 1061, 1064-1069, 1072, 1074-
1078, 1080, 1081, 1083-1086, 1096-1102, 1107, 1108, 1112, 1118, 1123,
1131, 1137, 1149, 1154, 1158, 1161, 1171
prevención de recaídas: 1032, 1036, 1037, 1044, 1047, 1054-1056, 1065,
1066
prevención especial: 86, 101, 467, 475, 479, 486, 517, 977, 1018
prevención general: 17, 73, 86, 465, 467, 468, 475, 479, 486, 517, 766, 977,
1018, 1112
prevención medio-ambiental: 25, 469, 1067, 1080, 1108
prevención primaria: 456, 566, 728, 1068, 1069, 1074-1077, 1108
prevención secundaria: 319, 566, 728, 1068
prevención terciaria: 728, 1068
principio de placer: 251, 260, 295, 400, 505
principio de utilidad: 86, 516
prisión: 24, 59, 66, 70, 82, 87, 131, 145, 149, 155, 184, 374, 419, 423, 424,
430, 433, 468, 475-479, 482, 484, 516, 533, 538, 576, 577, 586, 694, 714,
730, 732, 755, 763, 781, 790, 799, 803, 834, 882, 883, 890, 903, 957, 972,
975, 977, 978, 982-985, 987-989, 991-994, 996-1008, 1010-1013, 1015,
1017-1023, 1026, 1028, 1030, 1032, 1043, 1068, 1102, 1111, 1113, 1118,
1119, 1125, 1130, 1131, 1147, 1150, 1154, 1172
prisionización: 24, 975, 1001, 1004-1007, 1022
privación de estatus: 276
programas de tratamiento: 24, 264, 408, 461, 538, 654, 666, 687, 765, 781,
993, 1019, 1020, 1025, 1028, 1029, 1031, 1034, 1036-1038, 1040, 1056,
1059, 1060, 1061, 1064, 1065
programas familiares: 1036
psicobiología: 643
psicofisiología: 325, 340, 344
psicología del delincuente: 601, 606
psicología evolucionista: 15, 322, 355, 356, 360
psicópata: 19, 340, 389, 607, 623, 640, 641, 643, 644, 646-648, 650, 651,
654, 673, 679, 687
psicopatía: 18, 19, 322, 325, 330, 338-340, 386, 562, 607, 617, 626, 639,
640-646, 648-656, 658, 662-664, 673-679, 685-688, 834, 1146, 1157

R
rasgos físicos: 321
razonamiento abstracto: 382
razonamiento moral: 379, 383, 527, 646, 965
reacción social: 34, 47, 48, 49, 50, 58, 259, 423
realismo crítico: 16, 415, 448, 450, 463, 464
receptación: 18, 573, 589
recompensa: 171, 311, 389, 411, 472, 931
reforzamiento diferencial: 143, 401, 404
reforzamiento social: 405
reincidencia: 54, 72, 91, 98, 119, 126, 155, 156, 328, 372, 376, 408, 414,
420, 422, 424, 438, 461, 467, 475, 476, 477, 478, 479, 516, 536, 555, 608,
676, 718, 726, 730-734, 748, 765, 890, 924, 944-948, 950, 951, 965, 973-
975, 977, 996, 1002, 1005-1011, 1018-1020, 1022, 1023, 1028, 1033, 1034,
1042-1044, 1048, 1055-1058, 1060-1063, 1065, 1066, 1131, 1139, 1146,
1156, 1158, 1159, 1165, 1169, 1171
reincidencia de los jóvenes: 951
retribución: 39, 878, 987, 995
robo con fuerza: 18, 59, 168, 173, 543, 573, 576, 580, 588, 596, 811, 913
robo con violencia: 60, 80, 192, 217, 225, 442, 507, 543, 576, 592, 593, 596,
601, 604, 611, 655, 818
robo de conflictos: 22, 859
robo en casa: 18, 229, 573, 591, 869, 871, 898

S
seguridad ciudadana: 22, 71, 156, 190, 214, 218, 221, 432, 449, 609, 901,
902, 906, 910, 916, 919, 932, 1110, 1124, 1149
sistema endocrino: 374
sistema judicial: 22, 247, 823, 859, 876, 885, 928, 976, 981, 1014
sistema nervioso: 325, 337, 338, 339, 345-347, 348, 350, 360, 374, 375, 383,
386, 387
sistema penitenciario: 24, 82, 975, 976, 983, 986, 988, 994, 1013, 1018,
1021, 1030, 1031, 1040, 1158
socialización sexual: 715, 728, 733, 1049
sociobiología: 322, 354, 355, 360
somatotipos: 328
subculturas: 54, 242, 257, 275-279, 281, 293, 319, 320, 417, 426, 436, 527,
563, 788, 824
sustitutivos penales: 983

T
tamaño muestral: 154, 155, 156
tasa de encarcelados: 991
técnicas de neutralización: 132, 295, 296, 409, 790, 792, 794, 807
temperamento: 334, 346, 388, 547, 1170
tensión: 13, 246, 257, 262, 264, 267-270, 272, 274-278, 280-291, 307, 319,
320, 352, 354, 370, 375, 417, 549, 550, 562, 682, 738, 739, 851, 1045,
1051, 1052, 1057
teoría básica: 101, 102
teoría científica: 51, 238, 239, 240, 241, 264, 431-433
teoría de la asociación diferencial: 15, 111, 128, 258, 363, 392, 395, 396,
398, 401, 414, 447, 785, 787
teoría de la búsqueda de estimulación: 346
teoría de la contención: 292, 293
teoría de la neutralización y la deriva: 292
teoría de la personalidad delictiva: 15, 363, 383
teoría del apoyo social: 415, 454-456, 463, 464
teoría del aprendizaje social: 15, 120, 143, 246, 259, 262, 289, 302, 309, 363,
400-402, 406-408, 502, 739, 740, 743, 774, 1025, 1032, 1064
teoría de las actividades cotidianas: 246, 489-491, 500, 502, 518, 744, 871
teoría de las ventanas rotas: 172, 466, 510, 512, 518, 1086
teoría del autocontrol: 292, 310, 311, 312, 313, 1164
teoría de la vergüenza reintegradora: 424-426
teoría del control social informal según edades: 292, 320, 598
teoría del delito como elección: 259, 469, 472, 474
teoría del intercambio social: 742
teoría de los vínculos sociales: 240, 241, 246, 297, 302, 311, 313, 425
teoría del patrón delictivo: 466, 505, 507, 508, 517
teoría general de la tensión: 246, 262, 280-282, 284, 285, 287, 289-291, 320,
1045
teoría general de sistemas: 20, 735, 741
teoría integradora del potencial antisocial cognitivo: 260, 544
teorías criminológicas: 28, 72, 237, 238, 240-246, 248, 254, 255, 261-265,
292, 297, 309, 315, 320, 354, 412, 445, 449, 463, 544, 561, 563, 787
teorías de las etapas vitales: 263
teorías del control social: 280, 281, 290, 291, 425
teorías feministas: 415, 446
teorías multifactoriales: 262
terapia psicológica: 1040
terrorismo: 21, 37, 38, 42, 45, 133, 192, 483, 573, 616, 618, 750, 812, 824,
827-836, 838-840, 843-847, 849-851, 853-858, 861, 863, 882, 883, 887,
897, 954, 955, 1105, 1106, 1107
testosterona: 353, 374-376, 723, 1151
tipologías: 72, 126, 147, 195, 202, 206, 220, 249, 328, 515, 534, 570, 711,
722, 733, 734, 772, 780, 850, 858, 1010, 1019, 1023, 1028, 1049, 1066,
1111
tipologías de violadores: 711, 734
toxinas: 15, 321, 340, 352, 353
trabajos en beneficio de la comunidad: 184, 882, 984, 985, 1017, 1170
trastorno antisocial de la personalidad: 641, 644-646, 653, 663-669, 671, 673,
679, 680, 686
tratamiento: 24, 37, 38, 45, 73, 97, 98, 118-120, 142, 143, 162, 168, 170,
248, 264, 384, 408, 454, 461, 468, 488, 523, 538, 566, 585, 599, 607, 608,
654, 656, 664-666, 679, 686, 687, 690, 729, 730, 737, 750, 765-767, 773,
781, 832, 860, 879, 882, 884, 890, 949, 951, 959, 965, 971, 973, 988, 993,
994, 1017, 1019, 1020, 1022, 1023, 1025-1041, 1044-1050, 1052-1066,
1068, 1085, 1117, 1118, 1125, 1131, 1137, 1146, 1148, 1150, 1151, 1154,
1156, 1158, 1159, 1161
tratamiento cognitivo-conductual: 1061, 1117, 1148
tratamiento de los agresores sexuales: 24, 1025, 1036, 1047, 1049, 1158
triángulo de la delincuencia y del control: 493
triángulo del fraude: 791

U
utilidad esperada: 471, 516, 549, 550, 552

V
variación estacional de los delitos: 212
versatilidad delictiva: 20, 635, 689, 725
víctima: 22, 65-68, 162, 185-187, 194, 199, 205, 220, 232, 295, 296, 336,
356, 382, 430, 437, 462, 473, 487, 492, 493, 500, 502, 575, 588, 594, 601,
604, 608, 609, 612-616, 625, 626, 646, 660, 681, 682, 691, 698-700, 702,
703, 708, 709, 711-714, 719, 720, 722, 724, 729, 734, 736, 743-746, 752,
756, 757, 759, 760, 770, 786, 789, 792, 798, 799, 823, 829, 836, 859-864,
866-870, 873, 874, 876-890, 892, 893, 896, 898, 904, 908, 916, 934, 959,
960, 962, 968, 1035, 1053, 1054, 1057, 1068, 1069, 1089, 1102, 1111,
1116, 1133, 1134, 1137, 1151, 1156, 1160
víctimas de abuso sexual: 701, 711
víctimas de violación: 1054, 1058
victimización: 12, 16, 29, 67, 71, 120, 132, 145, 151, 155, 156, 166, 168,
179, 185-188, 190, 213-223, 225, 227, 228, 230, 232, 233, 282, 283, 319,
369-371, 415, 437, 445, 463, 492, 501, 502, 513, 514, 535, 557, 692, 695,
697, 699, 701, 711, 716, 744, 747, 860, 862, 864-868, 870-875, 879, 885-
887, 892, 893, 895-898, 1053, 1109, 1111, 1124, 1130, 1138, 1151, 1168
victimología: 22, 67, 68, 75, 120, 737, 780, 859, 861, 863, 864, 867, 892,
898, 910, 1113, 1125, 1137, 1139, 1153, 1168
vínculos sociales: 14, 240, 241, 246, 262, 267, 269, 289, 292, 297, 302, 311,
313, 425, 519, 530, 538, 563, 599, 1035
violación: 20, 47, 60, 62, 108, 201, 205, 218, 244, 283, 356, 398, 424, 462,
482, 504, 626, 646, 674, 689, 690, 695, 698, 701, 703, 708, 709, 711-714,
720, 722, 723, 733, 746, 747, 768, 779, 860, 881, 887, 1054, 1058, 1156
violencia comunitaria: 20, 735, 742, 743
violencia en las prisiones: 993
violencia familiar: 20, 735-737, 740-742, 744, 745, 750, 767, 773, 778, 781,
891, 965, 1029, 1103, 1132
violencia hacia la mujer: 20, 742, 763

Z
zonas de oportunidad: 584
Notas biográficas de los autores
SANTIAGO REDONDO ILLESCAS es Profesor titular de Criminología y
Psicología de la Universidad de Barcelona. También ha sido profesor
invitado en diversas universidades españolas y de otros países para impartir
cursos y conferencias sobre temáticas como la criminalidad en las sociedades
actuales, la delincuencia juvenil, el tratamiento y la rehabilitación de los
agresores y delincuentes, las explicaciones científicas del delito, las
agresiones sexuales y el maltrato de pareja. Ha sido consultor en materia de
política criminal en varios países de Latinoamérica, por invitación de
organismos internacionales como el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo, y el Banco Mundial. Es
autor de una teoría integradora sobre la delincuencia denominada Modelo del
Triple Riesgo Delictivo (TRD). Ha publicado numerosos artículos científicos,
capítulos de libros y libros. Sus libros más recientes son, además de su
coautoría de las tres previas ediciones de Principios de Criminología
(Valencia, 1999, 2001 y 2006), Manual para el tratamiento psicológico de
los delincuentes (Madrid, 2008), In-tolerancia cero: un mundo con menos
normas, controles y sanciones también sería posible (Barcelona, 2009), y
¿Por qué víctima es femenino y agresor masculino? La violencia de pareja y
las agresiones sexuales, en coatoría con el profesor Enrique Echeburúa
(Madrid, 2010).
VICENTE GARRIDO GENOVÉS es Profesor titular de la Universidad de
Valencia, donde imparte Criminología y Pedagogía. Ha escrito numerosos
libros de Criminología, Pedagogía aplicada a la delincuencia y Psicología
Forense, entre ellos (además de los realizados en colaboración con Santiago
Redondo) El psicópata (Valencia, 2000), Cara a cara con el psicópata
(Barcelona, 2004), Los hijos tiranos: El síndrome del emperador (Barcelona,
2006), ¿Qué es la Psicología Criminológica? (Madrid, 2006), Perfiles
Criminales (Barcelona, 2012) y El secreto de Bretón (Barcelona, 2013, con
Patricia López). Posee la Cruz de San Raimundo de Peñafort otorgada por el
Ministerio de Justicia. Actualmente combina la investigación con la literatura
de género negro, introduciendo elementos característicos de la Criminología
Forense; ha publicado dos novelas de gran éxito junto con Nieves Abarca:
Crímenes Exquisitos y Martyrium (Barcelona, 2012 y 2013)

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