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en el posconcilio
Realidades y
MANUEL DIEGO SÁNCHEZ
Aquí no sirve la frase hecha que define una situación sin pers-
pectiva: Estamos en un callejón sin salida, porque además del
cansancio, la indiferencia, la desilusión y el desencanto, existen
síntomas de recuperación que se perfilan en una reposada y tran··
quila adquisición de ciertas metas a las que no podemos renun-
ciar, como en la valentía por retrotraer la mirada y casi querer
volver a vivir de nuevo -ahora sin tantos entusiasmos ni pri-
sas- cada uno de los pasos de la pretendida renovación en la
vida litúrgica de la comunidad cristiana. ¿Es que habrá que vol-
ver para atrás y recorrer de nuevo el camino andado? No es ésa
la mejor solución, aunque si se entiende como necesidad de poner
a prueba todos los resortes de este momento excepcional vivido
en la catolicidad de la iglesia, la proposición es más acertada; eso
sí, tomando en serio la experiencia litúrgica de insatisfacción que
llevamos encima, como sabiendo actuar el alcance y centros de
interés de esta reforma que ahora descubrimos como más pro-
funda y empeñativa de lo que habíamos barruntado en los años
transcurridos. Así, la aparente contradicción se despeja.
l. POLOS DE ATRACCIÓN
ción del Espíritu para que nos ayude a hacer liturgia "verdadera"
al Padre en comunión con Cristo. Nuestra fuerza, nuestro culto
espiritual reside en ser hijos en el Hijo, algo más profundo que
el natural sentimiento de dependencia divina.
2. Conversión constante a la liturgia de la comunidad ecle-
sial. Buena falta hace, cuando 10 mandado, lo establecido, lo que
ofrecen los libros litúrgicos pensamos que no es 10 mejor, que no
responde a nuestra situación. En el fondo late una cuestión muy
seria: no es problema de cambiar, inventar o ejecutar escrupu-
losamente; sí problema de eclesiología, de creer en la Iglesia
y, por tanto, de aceptar y recibir con humildad 10 que t!lla ha
preparado para orar.
Es una conversión que afecta también a las raíces de nuestra
fe, porque se nos exige sintonizar con la comunidad que celebra.
Es la iglesia, cuerpo de Cristo, la que se realiza orando, que hace
visible su concordia y unidad en una idéntica plegaria. Y que
conste que no hago aquí apología de la unidad-uniformidad de
la iglesia universal, pero sí que llamo la atención sobre posibles
preferencias hacia motivos ocasionales, gustos, etc., que pueden
acabar en sentimentalismos, acentuaciones moralizante s que des-
truyen la misma liturgia. Así estaríamos a merced de las ideas
políticas o teológicas del que preside u organiza la liturgia.
Se nos va a exigir hacer concreta nuestra fe y confianza en
la comunidad, dejar sitio en nuestro corazón a esa expresión que
aúna y recoge la respuesta que como reunión de creyentes en
Jesús damos al Padre bajo impulsos del Espíritu. Lo cual va a
suponer que descubramos la liturgia eclesial como momento
privilegiado:
1. de encuentro con el Señor Resucitado que siempre in-
tercede ante el Padre,
2. donde alcanza el más alto grado de realización y signifi-
cación la comunidad cristiana,
3. que vive y actualiza la salvación en favor de todos los
hombres.
Este triple sentido debe poner en marcha esa constante pre-
ocupación para asegurar un nivel de significación y comunica-
ción a través de la palabra y del rito, aspecto nada despreciable
ya que está en juego la dimensión mistérica y antropológica de la
liturgia, único modo válido para producirse el diálogo salvífico.
18 -MANUEL' DIEGO SÁNCFfEZ
CONCLUSIÓN