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En la Palabra encontramos también la historia de cómo Pablo liberó a una muchacha

del espíritu de adivinación que moraba en ella (Hechos 16:16-18), gracias a lo cuál
sabemos que las personas que adivinan están poseídas por algún demonio que habita en
su interior. También leemos cómo un coetáneo de Cristo, llamado Simón el Mago trató
de sobornar a los apóstoles Pedro y Juan a cambio de poder transmitir el poder del
Espíritu Santo, ante lo cuál los apóstoles reaccionaron escandalizados (Hechos 8:9-24).
Las Escrituras también relatan que muchos de los que habían practicado la magia, se
arrepintieron de sus pecados y quemaron sus libros mágicos públicamente (Hechos
19:18-20). Siempre, y en todos los casos, la magia es retratada -sin excepción- como
algo malo.

“Pero sigo sin entender ¿por qué Dios se opone tan ferozmente a la adivinación? ¿Qué
tiene de malo que uno consulte a la pitonisa?” -puedes preguntarte-. El Señor se opone
básicamente por tres razones. La primera es que Él desea que toda nuestra fe y
confianza descansen solamente en Él, y en nadie más (Jeremías 17:5-8). La segunda es
que los adivinos no son de fiar porque mienten (Jeremías 29:8-9). Y la tercera, el
Espíritu Santo entrega el poder de profecía (1 Corintios 12:10) pero el de adivinación
proviene del diablo (Hechos 16:16-18). Dios aborrece la magia, la hechicería, la
brujería, el espiritismo, la adivinación, la astrología, el horóscopo, el tarot, la
quiromancia, el esoterismo, el ocultismo y otras prácticas similares porque nos apartan
de la luz del Señor y nos acercan a las tinieblas de Satán.

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