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Comenzaré describiendo el objeto que mis dedos presionan, ahogándolo. Parece un “algo”,
una “cosa” tranquila, paciente y tranquila. Empero, la misma cosa coquetea, se mueve y
flirtea con la hoja blanca, moviéndose al compás de un ritmo desgarrador que sólo ella
conoce. Como si el conocimiento de la melodía pudiese crear el contorno del cuerpo de mi
objeto, siempre siguiendo, infinitamente, la línea recta del tiempo. Él no se pierde y sólo las
vibraciones rozan la piel inflexible del objeto desconocido.
Mi nuevo objeto es una herramienta, una prolongación de mis dedos silenciados por el
cuerpo. En él se encuentra la boca que no calla, lenguas y sonidos minimales y confusos
que buscan ser escuchados, gritados. Si hablamos de su cuerpo, puedo decir que mi objeto
posee un brazo plegable. Un brazo sintiente que al presionarlo deja escapar el aire que
confirma la palabra. Pero la voz es palabra azul, el aire azul que traza y destroza la línea
del papel inerte. Y nuevamente la serpiente azul que se esconde en su brazo juega con los
sonidos inaudibles, enroscándose en el cutis cuadriculado de esta hoja pulcra. Dos orificios
conforman el contorno derecho de la espalda de mi objeto. Uno lo utiliza para esconder su
lengua fría del peligro, el otro para conquistar las tierras vírgenes de los signos arcanos.
Bajo su brazo, se extienden horizontales las líneas del registro, del hombre. Tiene en su
cuerpo blanquecino el vestigio de la propiedad.
En el país de los “ball pen” (nombre de mi compañero), existen muchos como él. Creo que
una vez conocí a su amante, a la otra. De color lila venoso, el sexo y el cuerpo blanco le
habían aniquilado el alma, y de un día para otro se le extinguió la vida. Ball pertenece en su
tierra a la realeza por eso es de sangre azul. Los otros, los pobres, los “Balls” mendigos
viven en el corazón del boque, se alimentaron, según cuenta la leyenda, tanto de carbón,
que su cuerpo mutó y ahora es negro grafito. Son perecederos y frágiles. Dios los desterró
del paraíso. Existen en este país algunos que tienen no la sangre negra o azul, sino más
bien, roja, roja pasión, rojo fuego. Estas son llamadas “lapiceras” son como prostitutas o
gigolós o algo por el estilo.
Lo triste de todo esto, es que sé que algún día morirá mi compañero, y cuando eso suceda lo
enterraré en el vaso cementerio que oculto en el anaquel de mis libros.