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El Lápiz

Comenzaré describiendo el objeto que mis dedos presionan, ahogándolo. Parece un “algo”,
una “cosa” tranquila, paciente y tranquila. Empero, la misma cosa coquetea, se mueve y
flirtea con la hoja blanca, moviéndose al compás de un ritmo desgarrador que sólo ella
conoce. Como si el conocimiento de la melodía pudiese crear el contorno del cuerpo de mi
objeto, siempre siguiendo, infinitamente, la línea recta del tiempo. Él no se pierde y sólo las
vibraciones rozan la piel inflexible del objeto desconocido.

Mi nuevo objeto es una herramienta, una prolongación de mis dedos silenciados por el
cuerpo. En él se encuentra la boca que no calla, lenguas y sonidos minimales y confusos
que buscan ser escuchados, gritados. Si hablamos de su cuerpo, puedo decir que mi objeto
posee un brazo plegable. Un brazo sintiente que al presionarlo deja escapar el aire que
confirma la palabra. Pero la voz es palabra azul, el aire azul que traza y destroza la línea
del papel inerte. Y nuevamente la serpiente azul que se esconde en su brazo juega con los
sonidos inaudibles, enroscándose en el cutis cuadriculado de esta hoja pulcra. Dos orificios
conforman el contorno derecho de la espalda de mi objeto. Uno lo utiliza para esconder su
lengua fría del peligro, el otro para conquistar las tierras vírgenes de los signos arcanos.
Bajo su brazo, se extienden horizontales las líneas del registro, del hombre. Tiene en su
cuerpo blanquecino el vestigio de la propiedad.

Algo aparece y desaparece fantasmal. Algo como un signo se asoma, se esconde y se


confunde con mi piel. Caracteres inconclusos forman el símbolo tatuado en el brazo de mi
objeto. Y el cuerpo, el cuerpo es como de cristal, de esos eternos y brillantes. Coral
traslúcido. Su vientre está inflamado. Su abdomen se comprime al tocar mis dedos. El
mismo abdomen, abierto a la verdad del mundo, refleja la única vena azul que mantiene la
vida y el trazo en la tierra blanca. ¿Qué podría decir acerca de su textura? El cristal es
escurridizo. Gotas de sudor cristalino humedecen la piel perlada y endurecida de mi objeto.
Cada vez que deseo traspasar su carne polimerizada, se extiende ante mi mano un universo
oscuro e impenetrable. Su cuerpo y el mío son sustancias distintas, fuertes infranqueables
donde ocurren secretos. Nuestro encuentro es una unión sangrienta. Mi conciencia busca
extirpar de sí las imágenes que se forma del mundo, la conciencia anémica se vacía, se
desangra. Y su sangre. Sangre azul de vena azul se agota con cada surco que forma en la
tierra ajena la imagen de mi conciencia desangrada. Silenciosamente derramada, mi
compañero suicida busca su extinción en post de la voz desconocida. Mi compañero es un
mártir. Mártir de fuego. Amigo de noches veraniegas y amantes en noches frías. En mis
sueños y delirios de grandeza el amante piensa en mí tatuándome el silencio y el vientre
inerte. En mis sueños mi compañero desea rozarme el alma con su boca punteada y
puntiaguda. Y el escarlata de mi carne, se trasforma en azul de lengua helada. Ahora
observándolo, los signos se hacen legibles y percibo, como cráneo de judío, las huellas de
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la marca, la huella de fabricación. El dios de mi amigo le obsequia su identidad mediante
signos y marcas codificados. Le estoy agradecida. Las formas irreales de mi mente y los
objetos concretos del mundo, exploran el nuevo continente gracias a la muerte de mi amigo.
Un día de claridad ideal en mí es un día menos de vida de él.

En el país de los “ball pen” (nombre de mi compañero), existen muchos como él. Creo que
una vez conocí a su amante, a la otra. De color lila venoso, el sexo y el cuerpo blanco le
habían aniquilado el alma, y de un día para otro se le extinguió la vida. Ball pertenece en su
tierra a la realeza por eso es de sangre azul. Los otros, los pobres, los “Balls” mendigos
viven en el corazón del boque, se alimentaron, según cuenta la leyenda, tanto de carbón,
que su cuerpo mutó y ahora es negro grafito. Son perecederos y frágiles. Dios los desterró
del paraíso. Existen en este país algunos que tienen no la sangre negra o azul, sino más
bien, roja, roja pasión, rojo fuego. Estas son llamadas “lapiceras” son como prostitutas o
gigolós o algo por el estilo.

En estos instantes últimos, la espontaneidad de su baile sobre las líneas de escritura me


inspira el deseo yerto de una noche sin descanso, de un trazo firme sobre el papel virgen y
de una tetera vieja hirviendo vapor. Ahora, en este momento veo como el vital líquido azul
comienza a descender de su cuerpo mientras se riega sangrante el cauce que ha dejado su
boca muerta. Observo, como cada vez que, por algunos segundos, me detengo a pensar en
mis ideas; se desespera y mis dedos carceleros presionan con más fuerza que antes la
cabeza de mi amigo para que su boca se esconda y no me hable. Y yo no pueda titubear al
escribir sobre la hoja en blanco.

Lo triste de todo esto, es que sé que algún día morirá mi compañero, y cuando eso suceda lo
enterraré en el vaso cementerio que oculto en el anaquel de mis libros.

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