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Mi respiración acelerada a duras penas me permitía escuchar el sonido de los animales o las ramas

crujiendo debajo de mis veloces pies que corrían sin rumbo alguno. En el instante que llegué, mi
cerebro sufrió una desconexión con el lugar del que venía, por eso simplemente corría, ya no
existía raciocinio solo la esperanza de que mis pies supieran milagrosamente el camino a casa.

A lo lejos vi una silueta sentada sobre una piedra, me acerqué lentamente evitando cualquier
movimiento brusco para no espantarla. Le pregunté su nombre y que hacía allí, ella se limitó a
contestar que estaba perdida y qué se tomó un breve receso para elaborar un plan y no dejar que
el miedo y la desesperación subieran hasta su cabeza. No le hice más preguntas, al contrario la
motive a recoger ramas para construir un mapa sobre la tierra con base en los lugares que hemos
recorrido por separado antes de encontrarnos. Ya habíamos diseñado un plan y estábamos listos
para la pequeña excursión, cuando de repente escuchamos aullidos no muy lejos de donde
estábamos, ahora corríamos para salvar nuestras vidas. Logramos encontrar una cueva y
refugiarnos en ella, sin embargo, el lobo no se fue, pero, tampoco entró, se quedó afuera junto a
su manada esperando a que sus presas salieran y poder devorarlas.
Nos quedamos un largo tiempo dentro de la cueva, conversamos, logramos conocernos,
inventamos juegos, improvisamos una casa, nunca mi ingenio había estado tan despierto como en
ese momento de encierro total. De vez en cuando arriesgaba mi vida para ir a recoger alimentos,
matábamos lo animales pequeños que lograban entrar y los cocinábamos para mantenernos vivos;
con el miedo siempre latente dentro de mí de no poder volver a salvo si me encontraban los lobos
y me devoraban.
Al principio no sabía que me tenía más desesperado, si el temor de morir o de estar encerrado. No
obstante, ambos sentimientos se fueron disipando con el tiempo, logramos acostumbrarnos,
aprender nuevas cosas, llevábamos nuestro propio registro del tiempo y los días.
Seis meses después logramos salir, ya no había rastro de los lobos, ni de ningún depredador
acechándonos, así que emprendimos nuestro viaje vuelta a casa. Salí renovado del encierro, ahora
sé más cosas, soy más fuerte, emocional y físicamente, aprendí a sobrevivir, aquello nos dio
herramientas para poder trazar el objetivo y cumplirlo. Aunque, no volvería a aquel lugar,
agradezco haber estado allí y haberme transformado en la persona que hoy soy.

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