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Enemigos íntimos

En cierta ocasión Sigmund Freud le dijo a su discípulo Erik Eriksson que la capacidad de
amar y de trabajar constituyen los indicadores que jalonan el logro de la plena madurez.
Pero, de ser cierta esta afirmación, el bajo porcentaje de matrimonios y el alto número de
divorcios del mundo actual convertiría a la madurez en una etapa de la vida en peligro de
extinción que requeriría, hoy más que nunca, del concurso de la inteligencia emocional.

Si tenemos en cuenta los datos estadísticos relativos al número de divorcios,


comprobaremos que la media anual se mantiene más o menos estable pero si, en cambio,
calculamos la probabilidad de que una pareja recién casada acabe divorciándose, nos
veremos obligados a reconocer que, en este sentido, se ha producido una peligrosa
escalada. Así pues, si bien la proporción total de divorcios entre los recién casados
permanece estable, el índice de riesgo de separación, no obstante, ha aumentado
considerablemente.

Podría aducirse que este incremento se debe, en buena medida, no tanto al declive de la
inteligencia emocional como la constante erosión de las presiones sociales que
antiguamente mantenían cohesionada a la pareja (El estigma que suponía el divorcio o la
dependencia económica de muchas mujeres con respecto a sus maridos, aun estando
sometida a las condiciones más calamitosas). Pero el hecho es que, al desaparecer las
presiones sociales que mantenía la unión del matrimonio, ésta sólo puede asentarse sobre
la base de una relación emocional estable entre los cónyuges.

Los antecedentes infantiles de dos concepciones diferentes del matrimonio.

No hace mucho, estaba a punto de entrar en un restaurante cuando, de repente, un


joven, en cuyo rostro se dibujaba una rígida mueca de disgusto como salió del local con
paso airado. Tras él Iba desesperadamente una mujer -También joven- Pisándole los
talones y golpeándole en la espalda al tiempo que le gritaba “maldito” “vuelve aquí y se
amable conmigo” esta conmovedora queja, paradójicamente contradictoria, dirigida aún
espalda y retirada, ejemplifica un modelo muy extendido de relación conductual en
peligro, según el cual la mujer demanda atención mientras el hombre se bate en retirada.
Los terapeutas matrimoniales han descubierto que, en el mismo momento en que los
miembros de la pareja se ponen de acuerdo para acudir a la consulta, ya están atrapados
en una pauta de respuesta de compromiso o evitación, en la que el marido se queja de las
irracionales exigencias y ataques de su mujer mientras que ella se lamenta de la
indiferencia manifiesta de él ante sus necesidades.
Este desenlace refleja, de hecho, la existencia de dos realidades emocionales distintas -la
de la mujer y la del hombre- en una misma relación de pareja. Y, si bien el origen de esas
diferencias emocionales responde parcialmente a razones biológicas, también tiene que
ver con la infancia y con los distintos mundos emocionales en que crecen las niñas y los
niños. Existe una amplia investigación al respecto que pone de manifiesto que estas
diferencias no sólo se ven reforzadas por los distintos juegos elegidos por las niñas y los
niños sino también por el temor de unas y otros a que se bromea a su costa por tener un
novio o una novia. Un estudio sobre los compañeros elegidos por los niños demostró que
como a los tres años de edad, estos tienen el mismo número de amigos que de amigas un
porcentaje que va disminuyendo hasta que como a los cinco años, sólo se tiene el 20% de
amigos del otro sexo contrario y que casi llegar a anularse a la edad de siete años. a partir
de ese momento como los mundos de los niños y de las niñas Discurren de manera
paralela hasta volver a concluir a llegar a la edad de las primeras citas de la adolescencia.

Esta disparidad en educación emocional termina desarrollando actitudes muy diferentes,


puesto que las chicas se aficionan a la lectura de los indicadores emocionales, tanto
verbales como no verbales, y a la expresión y comunicación de sus sentimientos. Los
chicos, en cambio, se especializan en minimizar las emociones relacionadas con la
vulnerabilidad, la culpa, el miedo y el dolor, una conclusión corroborada por abundante
documentación científica.

El fracaso matrimonial.

Fred: ¿has recogido mi ropa limpia?

Ingrid: (en tono burlesco) “has recogido mi ropa limpia”. Recógela tú. ¿Crees que soy tu
criada?

Fred: eso difícilmente podría ser. Si fueras mi criada, al menos sabrías limpiar la ropa.

Si este diálogo cáustico e hiriente hubiera sido extraído de una obra de teatro podría
resultar hasta cómico, pero le echo es que tuvo lugar entre un matrimonio que acabó
divorciando sé a los pocos años. El intercambio tuvo lugar en un laboratorio dirigido por
John Gottman, Psicólogo de la Universidad de Washington, quien posiblemente haya
llevado a cabo el análisis más exhaustivo sobre el aglutinante emocional que mantiene
unida a la pareja y sobre los sentimientos corrosivos que contribuyen a destruir. Según
Gottman, las críticas destructivas son una incipiente señal de alarma que indica que el
matrimonio se haya pedido.

Pamela y Tom, por ejemplo, quedaron en una hora concreta frente a la estafeta de
correos para ir al cine, seguidamente, Pamela se dirigió con su hija a una zapatería
mientras su marido iba a echar un vistazo a la librería. Pero a la hora convenida Tom
todavía no había aparecido. “¿dónde se habrá metido? La película empieza dentro de 10
minutos. Si alguien sabe cómo estropear algo, ese es tu padre”. Cuando Tom pareció 10
minutos después, contento por haberse encontrado con un viejo amigo y excusándose por
el retraso, Pamela le espetó sarcásticamente: “muy bien; ya tendremos ocasión de discutir
tu sorprendente habilidad para echar al traste todos los planes. Eres un egoísta y un
desconsiderado”.

Pero este tipo de quejas es algo más que una simple protesta, es un verdadero atentado
contra la personalidad del otro, una crítica dirigida al individuo y no a sus actos. Ante el
intento de disculpa de Tom, Pamela le estigmatizó con los calificativos de egoísta y
desconsiderado. La diferencia existente entre una queja y una crítica personal es evidente.
En la queja, uno señala específicamente aquellos que le molesta del otro miembro de la
pareja y critica sus acciones expresándole cómo se siente. Lo que ocurre en el caso de la
crítica personal, en cambio, es que un miembro de la pareja se sirve de una demanda
concreta para arremeter contra el otro.

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