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En cierta ocasión Sigmund Freud le dijo a su discípulo Erik Eriksson que la capacidad de
amar y de trabajar constituyen los indicadores que jalonan el logro de la plena madurez.
Pero, de ser cierta esta afirmación, el bajo porcentaje de matrimonios y el alto número de
divorcios del mundo actual convertiría a la madurez en una etapa de la vida en peligro de
extinción que requeriría, hoy más que nunca, del concurso de la inteligencia emocional.
Podría aducirse que este incremento se debe, en buena medida, no tanto al declive de la
inteligencia emocional como la constante erosión de las presiones sociales que
antiguamente mantenían cohesionada a la pareja (El estigma que suponía el divorcio o la
dependencia económica de muchas mujeres con respecto a sus maridos, aun estando
sometida a las condiciones más calamitosas). Pero el hecho es que, al desaparecer las
presiones sociales que mantenía la unión del matrimonio, ésta sólo puede asentarse sobre
la base de una relación emocional estable entre los cónyuges.
El fracaso matrimonial.
Ingrid: (en tono burlesco) “has recogido mi ropa limpia”. Recógela tú. ¿Crees que soy tu
criada?
Fred: eso difícilmente podría ser. Si fueras mi criada, al menos sabrías limpiar la ropa.
Si este diálogo cáustico e hiriente hubiera sido extraído de una obra de teatro podría
resultar hasta cómico, pero le echo es que tuvo lugar entre un matrimonio que acabó
divorciando sé a los pocos años. El intercambio tuvo lugar en un laboratorio dirigido por
John Gottman, Psicólogo de la Universidad de Washington, quien posiblemente haya
llevado a cabo el análisis más exhaustivo sobre el aglutinante emocional que mantiene
unida a la pareja y sobre los sentimientos corrosivos que contribuyen a destruir. Según
Gottman, las críticas destructivas son una incipiente señal de alarma que indica que el
matrimonio se haya pedido.
Pamela y Tom, por ejemplo, quedaron en una hora concreta frente a la estafeta de
correos para ir al cine, seguidamente, Pamela se dirigió con su hija a una zapatería
mientras su marido iba a echar un vistazo a la librería. Pero a la hora convenida Tom
todavía no había aparecido. “¿dónde se habrá metido? La película empieza dentro de 10
minutos. Si alguien sabe cómo estropear algo, ese es tu padre”. Cuando Tom pareció 10
minutos después, contento por haberse encontrado con un viejo amigo y excusándose por
el retraso, Pamela le espetó sarcásticamente: “muy bien; ya tendremos ocasión de discutir
tu sorprendente habilidad para echar al traste todos los planes. Eres un egoísta y un
desconsiderado”.
Pero este tipo de quejas es algo más que una simple protesta, es un verdadero atentado
contra la personalidad del otro, una crítica dirigida al individuo y no a sus actos. Ante el
intento de disculpa de Tom, Pamela le estigmatizó con los calificativos de egoísta y
desconsiderado. La diferencia existente entre una queja y una crítica personal es evidente.
En la queja, uno señala específicamente aquellos que le molesta del otro miembro de la
pareja y critica sus acciones expresándole cómo se siente. Lo que ocurre en el caso de la
crítica personal, en cambio, es que un miembro de la pareja se sirve de una demanda
concreta para arremeter contra el otro.