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MITOS Y LEYENDAS DE LA AMAZONIA

EL VIEJO QUE ROBABA A LOS NIÑOS

En los alrededores de los poblados de los piros existe un viejecito achacoso, de cabello blanco,
y de barba también canosa y recta que semeja espinas prendidas en la cara. Se llama
Katamashapto, que quiere decir “barba recta”. Se sienta en cuclillas abrazando las rodillas con
ambas manos, y cubre totalmente sus piernas y los pies con la cushma. En esa posición espera
el paso de algún niño.

Cuando un niño se acerca el viejo mueve la cabeza a un lado y otro, le hace muecas con la
boca, y le hipnotiza. El niño, inocentemente, caminará hacia el viejo y se sentará en su regazo.

El niño será presa del anciano. Este le golpea en la nuca y le mata. Si tiene hambre le devora en
unos instantes; mas si está saciado lo llevará a su guarida dentro de la tierra.

La misma suerte han de correr sus padres o hermanos que quieran buscar al desaparecido.
Todos serán hipnotizados y muertos para ser carnaza del viejo Katamashapto.

Los piros temen a este anciano, y en especial los niños.

EL TUNCHI (leyenda)

Según los piros existe en la selva o en el fondo de los ríos unos espíritus, los “tunchis”, del río o
del monte como los llaman los piros.

Estos espíritus unas veces se dejan ver bajo la forma de hermosas mujeres cubiertas de pelo
todo el cuerpo o de sirenas, otras veces semejando hombres altos y fuertes o feos y
repugnantes; o simplemente se dejan sentir mediante ruidos, cantos o gemidos. Lo más
común es que estén representados por un pájaro que pía tristemente.

Los bosques tenebrosos y solitarios, los malos pasos de los ríos, las casas deshabitadas, los
panteones son los lugares preferidos de estos espíritus. Salen todos los días y noches por los
caminos transitables, hablando solos, llorando o gritando o simulando gentes conocidas de los
viajeros. Su oficio es asustar. También se les atribuye ser causa de enfermedades, muertes y
secuestros.

Muchos de estos espíritus son llamados “mama” o madre. Habitan en los remolinas de los ríos,
en los árboles, en las corrientes y en otras muchas manifestaciones de la tierra y de la vida y se
llaman “mama” porque son el origen de esa cosa, la fuente de su actividad y sus celosos
guardianes. Así el remolino, el río, el árbol tienen una “madre” que les da la vida, que llora,
canta y ríe, y venga las injurias que el hombre osado se atreve a inferirle.

LA BRUJA

Entre la familia pira de los Kosupati había una mujer bruja, viuda, y con cuatro hijas. Ella
alimentaba y vestía a sus hijas con toda solicitud sin que les faltara nunca nada. Y las cuidaba
con tanto celo, que nadie podía acercarse a enamorar a sus hijas, sin peligro de la maldición de
la bruja.
Todos los días por la mañana, cuando salía la aurora, iba de pesca. Antes sacaba sus pardos
ojos y los envolvía en algodón, poniendo en reemplazo los pequeños y brillantes ojos de un
pescado saltón. Se metía en ele río y ala instante se le venía venir con sartas de pescado,
charapas, etc. Para sus hijas.

Otra de las facultades de esta bruja era hacer crecer los ríos. Hacía masato, y los ríos crecían; lo
tomaba y los ríos bajaban de caudal.

Estas cosas molestaban ala duende, padre de los pescados, quien veía desaparecer las
charapas, pescados y lagartos de sus dominios por arte de la bruja. Además no conocían una
regla fija para apercibirse contra las crecientes, pues estaba supeditado al capricho de la vieja
bruja que hacía crecer los ríos cuando fabricaba masato.

Pero un día, el duende padre de los pescados, quiso ponerle coto y la persiguió hasta su casa.
Sigilosamente la observó en todas sus acciones y movimientos. Vio que tenía cuatro hermosas
jóvenes encerradas en la casa y con la prohibición de salir. El duende se enamoró de las cuatro
y quiso raptarlas. Pero los ojos que la vieja dejaba sobre la cama le miraban fijamente y
comunicaba a su dueña que algún ser extraño estaba en la casa.

Desde entonces vigilaba a sus hijas sentándose entre ellas.

Pensándolo bien, se le ocurrió ala tunchi una idea luminosa: Cuando en la mañana la bruja
salió de pesca robó los ojos que había dejado entre algodones y los quemó.

Cuando la bruja regresó trayendo las sartas de pescados para sus hijas quiso cambiar los ojos
de saltón por los de mujer. Sacó aquéllos, los depositó en algodón y comenzó a tantear con las
manos buscando los propios. Pero mientras tanto el duende ya le había robado los ojos de
saltón.

La bruja no encontró sus ojos ni los del saltón y se quedó ciega. Ya no podría pescar más y el
duende de los pescados, estaría feliz porque no podrían robarle los peces de sus dominios ni
transformarle los ríos con crecidas intempestivas. Además el duende se llevó consigo a las
cuatro hijas de la bruja, sin que su madre le viera.

MAYLE EL COJO

En cierta ocasión un gallinazo se convirtió en piro. Vestía cushma negra con pintas blancas, y
sobre su cabeza llevaba un sombrero rojo. Un día, buscando comida, llegó a un caserío de
piros. Nadie conocía a aquel hombre. Todos se extrañaban de sus vestiduras y del modo de
andar, y dudaban de si era o no su paisano aunque hablaba el mismo idioma. Unos a otros se
preguntaban de dónde había venido y qué quería, pero nadie sabía dar razón.

El gallinazo se enamoró de una muchacha pira de aquel caserío, con la cual se casó a los pocos
días. La pira tenía padre y madre, ya entrados en edad, y una hermana menor soltera. La
familia de la mujer quería que hiciera la casa y chacra a lado de ellos y vivieran juntos. Pero el
gallinazo se opuso. Alegaba el gallinazo que no estaba acostumbrado a vivir en sociedad. Esto
desagradó bastante a los suegros, quienes pensaron en deshacer el matrimonio, pero al fin
condescendieron con el capricho del yerno y los dejaron que fueran a vivir a donde ellos
quisieran. Y se fueron lejos, río adentro, varias vueltas apartados del bullicio del caserío.
En su casa el piro recibía visitas de los gallinazos, y él mismo se convertía en gallinazo para
conversar con sus paisanos. Su ocupación era comer para vivir y vivir para comer. Pero siempre
repartía la comida con su señora, la cual no necesitaba ni encender la cocina para preparar los
manjares, pues su esposo se los entregaba cocinados o asados, listos para ser comidos. La
señora se ocupaba en hilar y tejer cushmas y pampanillas que el gallinazo regalaba o sus
paisanos o se las cambiaba por carnaza o suciedades con las cueles él preparaba las comidas
para su señora.

Un día los suegros y cuñada del gallinazo fueron a visitarle a su casa. El gallinazo y su mujer se
alegraron muchísimo. Quisieron convidarles con una opípara comida a base de pescado fino
fresco. El gallinazo salió con sus flechas a pescar a una quebradita del monte unos pescaditos
finos que se llaman “Hopimtale”.

Después que el gallinazo había salido se le ocurrió a su cuñada ir también a presenciar la pesca.
Le siguió de lejos por su misma trocha. Hubo un momento en que el gallinazo se detuvo y ella
se paró también observando detrás de un árbol lo que hacía. Con mucha extrañeza, y con
mayor indignación, ve que su cuñado está juntando suciedades, las envuelve en hojas y las
amarra con bejucos. Después prendió fuego a unos palos y puso los envoltorios a asar.

La mujer regresó corriendo a dar parte a sus padres y hermana de lo que acababa de
presenciar. Estos se indignaron. Pensaron irse todos a la casa paterna y abandonar ala
gallinazo. Pero creyeron que mejor sería darle una paliza antes de abandonarle por las malas
intensiones que tenía para con ellos.

Al poco tiempo llegó el gallinazo, silbando, como de costumbre. Trae diez patarashcas o
envoltorios de pescado, ya asados y listos para comerlos. Los entregó a su esposa. Esta los
recibió y los tiró a un lado mostrando desprecio, y le increpó diciéndole: “¿Por qué traes
siempre patarashca mal olientes y nunca traes pescado fresco? Hemos visto lo que hiciste.
¿Con esas suciedades nos convidas?”.

Cada cual con un palo, apalearon al gallinazo. Principalmente le pegaron en las patas para que
no se escapara. El piro gallinazo lloró, gritó, pidió perdón, sin ser atendido. Al fin no pudo
aguantar los palos y se convirtió en gallinazo, y voló a reunirse con sus paisanos para no
regresar más.

El gallinazo ahora está cojo y camina brincando, por los palos que recibió cuando era piro.

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