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LA CENA MISERABLE1

Hasta cuándo estaremos esperando lo que


no se nos debe… Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones


por haber padecido!…
Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado…

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde


de una mañana eterna, desayunados todos.
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.
De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará.

Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,


y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba…
Y menos sabe
ese oscuro hasta cuándo la cena durará!

(De Los heraldos negros)

1
Una versión previa apareció en el diario La Reforma, año V, núm. 1704. Trujillo, 25 de agosto de 1917, p. 3.
XVIII2

Oh las cuatro paredes de la celda.


Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha,


por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves,


si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!

Ah las paredes de la celda.


De ellas me duele entretanto, más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando,


con la diestra, que hace por ambas manos,
en alto, en busca de terciario brazo
que ha de pupilar, entre mi donde y mi cuando,
esta mayoría inválida de hombre.

(De Trilce)

LA VIDA, ESTA VIDA3

La vida, esta vida


me placía, su instrumento, esas palomas...
Me placía escucharlas gobernarse en lontananza,
advenir naturales, determinado el número,
y ejecutar, según sus aflicciones, sus dianas de animales.

2
Escrito en la cárcel. Liberado de ella, César lo recitó «casi llorando» a varios de sus amigos «bohemios», durante
una cena en que festejaban su liberación.
3
Georgette lo fecha en 1936. Los rasgos del original mecanoscrito nos hacen ubicarlo en este grupo de poemas.
Encogido,
oí desde mis hombros
su sosegada producción,
cave los albañales sesgar sus trece huesos,
dentro viejo tornillo lincharse el plomo.
Sus paujiles picos,
pareadas palomitas,
las póbridas, hojeándose los hígados,
sobrinas de la nube... Vida! Vida! Esta es la vida!

Zurear su tradición rojo les era,


rojo moral, palomas vigilantes,
talvez rojo de herrumbre,
si caían entonces azulmente.

Su elemental cadena,
sus viajes de individuales pájaros viajeros,
echaron humo denso,
pena física, pórtico influyente.

Palomas saltando, indelebles


palomas olorosas,
manferidas venían, advenían
por azarosas vías digestivas,
a contarme sus cosas fosforosas,
pájaros de contar,
pájaros transitivos y orejones...

No escucharé ya más desde mis hombros


huesudo, enfermo, en cama,
ejecutar sus dianas de animales... Me doy cuenta.

(De Poemas humanos)


MASA4

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tánto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:


«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,


Clamando: «¡Tánto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,


con un ruego común: «¡Quédate, hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra


le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…

10 Nov 1937

(De España, aparta de mí este cáliz)

4
En un Carnet de 1929, Vallejo anotó: «La piedad y la misericordia humana de los hombres. Si, a la hora de la
muerte de un hombre, se reuniese la piedad de todos los hombres para no dejarle morir, ese hombre no moriría».
El anhelo de derrotar a la Muerte mediante el amor solidario es el mensaje más importante de Vallejo, rastreable
en su poesía desde «Encaje de fiebre» (Los heraldos negros). Por eso, los vallejistas concuerdan en que la
aventura ideológica y estética de Vallejo culmina en «Masa», con el hombre comunitario, la nueva humanidad
redimida del egoísmo, el dolor y la muerte.

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