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ÁFRICA, HOMÍNIDOS Y EL ORÍGEN DEL LINAJE HUMANO

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Alberto Gómez-Castanedo
Universidad de Cantabria
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ÁFRICA, HOMÍ IDOS Y EL ORÍGE DEL LI AJE HUMA O

Alberto Gómez Castanedo


(Grupo Arqueológico ATTICA y Dpto. de Ciencias Históricas
Universidad de Cantabria)
E-Mail: agathocules@hotmail.com

ÁFRICA, PRIMATES Y LA FAMILIA HOMÍ IDA

Los seres humanos estamos incluidos, en el reino animal, dentro del orden de los
primates. Éstos son un grupo con una larga historia en la Tierra (unos 70 millones de
años). El orden de los primates comprende varios subórdenes y nosotros pertenecemos
al de los antropoides. Dentro de éste nos incluimos, junto a los grandes simios
(chimpancés y gorilas) en la superfamilia Hominoidea (que aparece en el Mioceno,
periodo que va desde hace 25 a 5 m.a.). Por último, dentro de la superfamilia de los
hominoideos nos englobamos en la familia Hominidae. Es decir somos homínidos. Un
grupo que en el tránsito evolutivo de los primates se escindió (según la biología
molecular entre hace 7 y 5 m.a.; los recientes hallazgos paleoantropológicos parecen
acercarse más a los 7 que a los 5 m.a.) de la rama que condujo a gorilas y chimpancés y
evolucionó por separado, dando lugar a nuestros antepasados más lejanos y que
desembocó en las formas humanas actuales. Los trabajos de las últimas décadas han
permitido desenterrar del suelo africano (lugar de origen de los homínidos) hasta siete
géneros diferentes si se confirman como ciertos los últimos hallazgos: Sahelanthropus
(hallado en Chad, centro de África, con fechas de entre 7 y 6 m.a.), Orrorin (Kenia, con
fechas de 6 m.a.), Ardipithecus (Etiopía, con fechas de entre 5·8 y 4·4 m.a.),
Australopithecus (en diferentes lugares del sur, centro y este de África y con fechas que
en conjunto abarcan una horquilla de entre 4·2 m.a y 2 m.a.), Kenyanthropus (Kenia,
3·5 m.a.), Paranthropus (en el sur y este de África, entre 2·5 y algo más de 1 m.a.) y
Homo (desde hace aprox. 2·5 m.a. hasta hoy día, Homo sapiens ha sido el único que ha
colonizado todo el mundo). Los homínidos se distinguían del resto de primates porque
podían caminar erguidos y con una locomoción bípeda. Seguramente el comportamiento
de los primeros especimenes no difería mucho del de los chimpancés, es más se ha
llegado a designar a los primeros homínidos como los "simios bípedos" porque las
diferencias eran muy pequeñas; además éstos surgen en entornos forestales similares a
los frecuentados por los chimpancés y la dieta de ambos era muy similar.
Paulatinamente, algunos de ellos experimentaron cambios en la dentición y se adaptaron
al consumo de tubérculos y raíces abundantes en los medios abiertos de sabana, que
exigen dientes grandes y recubiertos de esmalte grueso, y otros (los del género Homo)
desarrollaron grandes cerebros que repercutieron ventajosamente en su evolución (lo
más importante fue poder adquirir y transmitir la cultura humana). Además, les permitió
colonizar los más recónditos lugares del planeta. En principio, llegamos a compartirlo
con algún miembro de nuestro género (como los neandertales), pero actualmente solo
estamos nosotros en la Tierra. Nuestro género (el Homo) ha sido muy variado y
comprende varias especies (todas extinguidas salvo la nuestra, la sapiens). Sin embargo,
determinar cuál fue la especie que marca el comienzo de nuestro género sigue siendo
objeto de debate en muchos círculos paleoantropológicos, biológicos y arqueológicos.
2

EL ORIGE DEL GÉ ERO HUMA O

Tradicionalmente se ha estado sosteniendo que la especie Homo habilis (desde


su publicación a mediados de la década de 1960) ha sido el comienzo del género
humano. En aquel momento, H. habilis era algo muy novedoso. A grandes rasgos, este
homínido presentaba un cerebro mayor que el de sus ancestros y era bípedo, todo lo cual
le había permitido liberar las manos y poder, entre otras cosas, manufacturar
instrumental para la consecución de alimento.
Sin embargo, en las últimas fechas nuevas interpretaciones y renovados análisis
de las evidencias, junto a nuevos hallazgos, están haciendo que estas asunciones, dadas
por irrefutables hasta hace poco, se estén viendo sometidas a una fuerte crítica,
llegándose incluso a proponer que Homo habilis, más que un miembro del género Homo
(sobre todo por sus características físicas próximas a las de los pánidos), bien lo podría
ser del género Australopithecus (Wood y Collard, 1999).
El hecho de intentar definir qué es lo que caracteriza el comienzo del género
Homo en cierto modo encierra el deseo de describir qué es lo que caracteriza a la
humanidad actual. Así, ésta sería una proyección en el tiempo del comportamiento de
aquellos primitivos seres que, no obstante, ya eran humanos. Los propios Bernard Wood
y Mark Collard (con cierta arbitrariedad) en el artículo aludido (1999) entienden que
para incluir a un espécimen fósil dentro del saco de lo humano éste debe asemejarse
más a H. sapiens que a los Australopitecinos (física y neurológicamente menos
desarrollados).
Pero, ¿es realmente Homo habilis el origen de nuestro género o lo son
homínidos posteriores como por ejemplo el Homo ergaster/erectus1?. Si, como
habíamos comentado, el bipedismo es el rasgo distintivo más claro de la familia
homínida, dentro de ésta ¿cuál o cuáles son los del género Homo?.
Uno de los aspectos que más se ha usado para determinar el carácter humano de
un homínido ha sido la capacidad de fabricar utillaje. La adopción de la postura erguida
y el desplazamiento bípedo favoreció, junto a un cerebro mayor y con más capacidad
que el de homínidos anteriores, la liberación de la mano y la posibilidad, por tanto, de
realizar diversas actividades con cierta precisión. En este sentido, la posesión de la
llamada "pinza de precisión" (que gracias a la peculiar posición del pulgar permite
manejar cosas con precisión entre este dedo y el índice), facilitó esta aptitud. La especie
Homo habilis fue designada a mediados de los años 60 del siglo pasado por su
vinculación a herramientas de piedra y, por lo tanto, a la capacidad de fabricar utillaje
(el Olduvayense), de características arcaicas, pero con una finalidad y funcionalidad
que, tras estudios sobre el particular, se observó que permitían la consecución de
alimento obtenido por medio de la caza o el carroñeo y su posterior procesado. Homo
habilis entraba así en el umbral de lo humano pues la fabricación de herramientas
implicaba posesión de cultura. Sin embargo, los trabajos de la última década unidos al
hallazgo de un australopiteco, el Australopithecus garhi, empiezan a poner en
entredicho esas aseveraciones y abren la puerta a nuevas posibilidades. Además, los
estudios sobre la morfología de las manos de Australopithecus africanus (homínido que
vivió entre hace 3 y 2 millones de años) ponen de manifiesto que esta especie poseía
ciertas capacidades de manipulación que le habrían facultado para hacer herramientas.
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Recientemente se hallaron restos de Homo erectus en Bouri, Etiopía. La atribución a Homo erectus de estos restos
(calvaria y restos poscraneales –por debajo del cráneo-) rompe el molde que ha estado vinculando a esta especie
exclusivamente a Asia, quedando el Homo ergaster, como representante más antiguo de esta especie y de
localización africana (Asfaw et alii, 2002). Por ello, nos vamos a referir a esta especie como Homo ergaster/erectus
con el motivo de no confundir al lector.
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A. africanus, también, tiene unas características cerebrales (lateralización de los


hemisferios y gran irrigación sanguínea) que se aproximan a las humanas. El tema
cerebral es importante en cuanto un cerebro con cierto desarrollo se asocia a una mejor
conceptualización de la realidad; además, el gran crecimiento cerebral de los homínidos
(género Homo) y la aparición de las primeras industrias líticas (asociado todo al
procesado y consumo cotidiano de grasas y proteínas animales) parece coincidir en el
tiempo (2·6/2·3 m.a.). En relación con el tema de la pinza de precisión, Homo habilis
pudo haberla desarrollado, pero también algunos australopitecos robustos sudafricanos
(Bermúdez de Castro, 2002); es más, Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, miembros
del equipo de investigación de los yacimientos de la sierra de Atapuerca consideran que
incluso desde Australopithecus afarensis (homínido de entre 4 y 3 m.a.) la mano podría
haberse modificado para obtener ventajas manipulativas (Arsuaga y Martínez, 1998). Si
a ello le unimos el hallazgo en Bouri (Etiopía) del Australopithecus garhi (con fechas
de 2·5 millones de años), con restos de mamíferos con marcas de corte en el mismo
nivel estratigráfico del hallazgo además de instrumental lítico cerca de la zona (Asfaw
et alii, 1999), se puede proponer que la fabricación de utillaje lítico quizás no fue
patrimonio exclusivo de los miembros del género Homo, pudiéndose haber visto
implicados también los australopitecos. Hay que decir también que los restos de útiles y
fauna asociados a A. garhi son, no obstante, debatidos desde un punto de vista
arqueológico por la discutible proximidad del material a los restos de este homínido.

La posesión de lenguaje articulado es una característica propiamente humana.


No se conoce ninguna otra especie del reino animal que posea un sistema de
comunicación de la complejidad del nuestro. La importancia de poder expresarse como
nosotros lo hacemos está fuera de toda duda. Washburn y Moore (1986, pág. 226)
hablan de los "costos de la ignorancia" y apuntan las limitaciones de los primates a la
hora de comunicarse. Estos autores hablan de la imposibilidad de contrastar opiniones,
transmitir sensaciones e ideas, reflexionar conjuntamente y buscar soluciones a
problemas o de mejorar sus conductas. Además, el lenguaje favorece la cohesión social
del grupo con todo lo que ello implica (Makinistian, 2000; Dunbar, 2001). Los
elementos con los que se ha trabajado tradicionalmente para determinar posesión de
lenguaje en los homínidos se han centrado en dos ámbitos. Estos son, físicos y
neurológicos. En relación con los primeros, los investigadores han trabajado con las
bases craneales para determinar la posición de la laringe y el aparato fonador, también
ayuda la preservación del hueso hioides que está situado en la laringe y en el que se
insertan músculos de la lengua e interviene en los movimientos de la laringe (aunque
este es muy escaso en el registro fósil por su pequeño tamaño y fragilidad). Se ha
establecido una relación entre la forma de la base del cráneo y la posición de la laringe
humana. La base del cráneo es una zona donde se insertan varios músculos y ligamentos
que se relacionan con la laringe, faringe y hueso hioides (Rivera Arrizabalaga, 1998).
Cuanto más arqueada sea la base del cráneo más baja está la laringe y viceversa. La
posición de nuestra laringe es baja y nuestra base craneal arqueada. Los simios
antropoides básicamente tienen bases craneales poco arqueadas y laringes elevadas; los
australopitecos podrían haber tenido una laringe alta en una posición similar a la de los
chimpancés y parece ser que con Homo habilis el aparato fonador y su ubicación era
similar al nuestro.
En relación con los elementos neurológicos, el reconocimiento en el cerebro de
las llamadas áreas de Broca y Wernicke ha supuesto un elemento interesante que ayuda
a inferir un sistema de comunicación con un relativo grado de complejidad. El área de
Broca, situada en el lóbulo frontal, permite coordinar los movimientos para expresarse
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oralmente o también por medio de la escritura. Por su parte, el área de Wernicke,


situada en el lóbulo parietal, es la responsable de que se asimilen y decodifiquen las
informaciones recibidas, por ejemplo cuando leemos o nos hablan. Debido a la
imposibilidad de que el cerebro fosilice, los científicos se ven obligados a trabajar con
las improntas del encéfalo en la parte interna del cráneo (neurocráneo) o con moldes
realizados a partir de éstos. Se ha trabajado con moldes y con neurocráneos de casi
todas las especies de homínidos. En recientes trabajos, algunos autores como Phillip V.
Tobias (1997) han apuntado que la base neurológica del habla (especialmente el área de
Broca) aparecía ya de forma más o menos clara en individuos de A. africanus (entre 3-2
m.a.), mientras que en los miembros de la especie Homo habilis (homínido que aparece
en el registro fósil desde hace unos 2·5 m.a.), el área de Broca y de Wernicke estaban
bien desarrolladas. Para Tobias, desde H. habilis existiría lenguaje hablado, siendo el
paso previo un sistema de comunicación más rudimentario (gestual, por signos, etc.).
Ahora bien, como proponen Richard Leakey y Roger Lewin (1999) la presencia
del área de Broca no implica que ya en esos momentos (en torno a 2·5 m.a.) existiera
una capacidad lingüística como la que nosotros poseemos actualmente. Es más, parece
observarse que algunos componentes neurológicos, fundamentales para el lenguaje
(como el área de Broca), estaban presentes con cierto desarrollo en algunos
australopitecos y bien desarrollados desde los primeros miembros de nuestro género.
Sin embargo, como apuntan J.L. Arsuaga e I. Martínez (1998) no hay un acuerdo entre
los estudiosos para determinar si esas zonas estaban presentes para el lenguaje o para
otras actividades. Una de las posibilidades es que dichas áreas se desarrollaran para
determinados trabajos (fabricación y manejo de herramientas, etc.) y en el curso de la
evolución fueron reaprovechadas para el lenguaje. En este sentido, el área de Broca es
más grande en el hemisferio izquierdo que en el derecho. Esta asimetría se ha
relacionado con la capacidad de hablar. Como apunta Sean Carroll (2003) de la
Universidad de Wisconsin, estudios de imágenes obtenidas por medio de resonancias
magnéticas en chimpancés, bonobos y gorilas muestran una asimetría similar, lo que
indicaría que la base neurológica del predominio del hemisferio izquierdo estaba antes
de la emergencia de los homínidos.
Una alternativa, según los propios Arsuaga y Martínez en sus últimos trabajos
publicados (1998, 2001, por ejemplo), pasaría por clarificar la anatomía del aparato
fonador homínido. Entienden que es más interesante centrarse, por ejemplo, en alguno
de los músculos de la faringe como el músculo constrictor superior (que tiene
importancia para dar paso a los alimentos cuando se tragan y controla los movimientos
de la faringe al emitir los sonidos). Por otro lado, se han valorado los dos segmentos del
aparato fonador: el vertical (la faringe) y el horizontal (conducto bucal hasta la
garganta). Las interpretaciones más recientes en este sentido como la de Arsuaga y
Martínez (2001), siguiendo los trabajos de otros autores (Jeffrey Laitman y Philip
Lieberman, por ejemplo), pusieron de manifiesto que cuanto más pronunciada hacia
delante estuviera la cara de un primate más desigual sería la longitud de estos dos
segmentos, imposibilitando la pronunciación de sonidos cruciales en el habla humana
como la [a], la [i] y la [u]. En Homo sapiens, gracias al acortamiento de la cara, los dos
segmentos son de la misma longitud permitiéndonos emitir esos sonidos. Esto parece
ser una conquista moderna porque homínidos como los Homo heidelbergensis y los
neandertales (que vivieron en Eurasia entre hace 400.000 y 35.000 años) tenían una cara
alargada lo que implicaría un segmento horizontal alargado que les habría dificultado
tener un lenguaje como el nuestro. A partir de estos datos, los investigadores de
Atapuerca (2001) propusieron una consecución progresiva del habla moderna. Primero
se habría dado la base neurológica (áreas de Broca y Wernicke) y posteriormente se
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habría ido modelando el aparato fonador, alcanzando con el Homo sapiens (desde hace
200/150.000 años) su anatomía actual.
No obstante, investigaciones novedosas en relación con este aspecto se están
desarrollando y prometen aportar nuevos e interesantes datos, además de plasmar la
necesidad de desarrollar trabajos interdisciplinares en los que colaboren lingüistas,
biólogos, psicólogos y antropólogos como manifiestan los profesores M. Hauser, N.
Chomsky y W. T. Fitch de la Universidad de Harvard y el Instituto de Tecnología de
Massachussets en Estados Unidos. Recientemente se localizó la versión humana de un
gen supuestamente implicado en el lenguaje, el FOXP 2. Este gen podría datarse en no
más de 200.000 años, fecha que vendría a coincidir con la aparición de Homo sapiens.
Este gen, plantea Svante Pääbo del Instituto Max Planck de Leipzig (Alemania), podría
estar implicado en los movimientos de la boca y faciales esenciales para el habla,
habiendo sido seleccionado en el transito evolutivo para perfeccionar la capacidad de
comunicarse una vez que el lenguaje ya se había desarrollado (Balter, 2002).
Por lo tanto, y de ser así, el habla sería un rasgo propiamente humano, la base
del mismo estaría en los primeros miembros de nuestro género, incluso antes, pero
parece ser que también los australopitecos tendrían algún tipo de lenguaje, rudimentario
eso sí, pero al fin y al cabo un sistema de comunicación que se habría visto favorecido
por la existencia de elementos neurológicos, básicos para un sistema de comunicación
con relativa complejidad y en este sentido, el gestual lo es.
Ya hemos mencionado como la idea de que el desarrollo cerebral habría sido el
principal rasgo que identificaría a los miembros de nuestro género estuvo en boga
durante gran parte del pasado siglo. El fraude del hombre de Piltdown (1912)
constituye la prueba más clara. El hombre de Piltdown fue una manipulación en la que
se unió una calota craneal moderna con una mandíbula de primate antropoide. A
principios del siglo XX, coincidiendo con su “descubrimiento”, las ideas giraban en
torno a la consideración de que la humanidad había surgido en algún punto de Asia o
Europa. En este sentido, el médico Eugene Dubois, espoleado por las ideas de Ernst
Haeckel, buscó en Extremo Oriente los restos del "eslabón perdido", descubriendo en
Trinil (Java) el llamado Pithecanthropus erectus. Por el contrario, Darwin, y el acérrimo
defensor de sus ideas, Huxley, se habían mostrado a favor de buscar en África, donde
según ellos se hallaban las forma de primates antropoides más próximas a los humanos.
El fraude de Piltdown fue concebido para apoyar ese pensamiento inicial en el que
también se abogaba por considerar que los antepasados humanos habrían tenido un
desarrollo cerebral notable, manteniendo rasgos simiescos en el resto de la anatomía.
Además, como apunta el eminente Stephen Jay Gould (1994), el hombre de Piltdown
vino a reforzar algunas ideas raciales que estaban asentadas en el pensamiento de
algunos europeos del momento; en 1927 se había designado la especie asiática
Sinanthropus pekinensis (el hombre de Pekín, actualmente Homo erectus) y su
capacidad craneal aún no se encontraba dentro de los valores modernos. De este modo,
y parafraseando a Gould (1994: 102): "si Piltdown, como primer inglés, era el
progenitor de las razas blancas, mientras que los demás colores de piel debían rastrear
sus antecesores hasta Homo erectus, entonces los blancos habían traspasado el umbral
de la humanidad total mucho antes que los demás pueblos". Sin embargo, también hubo
ciertas discrepancias en relación con el volumen que debía presentar el cerebro
propiamente humano. Arthur Smith Woodward hablaba de capacidades entre 900 y
2000 c.c. Otros autores como Franz Weindenreich lo cifraban en 700 c.c., Arthur Keith
en 750 y Henri Vallois en 800. Esta adquisición se habría logrado de forma rápida. La
realidad posterior, amparada en el hallazgo de restos fósiles, refutó esa asunción. El
problema fundamental en relación con esta cuestión es valorar la propia capacidad
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cerebral. Como propone el profesor Alberto Makinistian (Universidad de Rosario,


Argentina), es muy difícil saber cuáles son las capacidades que delimiten perfectamente
el paso al género Homo. Por ejemplo, el artículo aludido de Wood y Collard (1999)
habla de 600 c.c. La medias de Homo habilis rondan los 550 c.c. y para gran parte de la
comunidad científica este taxón es del género Homo. Australopithecus garhi y
Australopithecus africanus pudieron haber fabricado industria lítica, tienen cerebros
más pequeños y no están en nuestro género. Posiblemente el mayor tamaño del cerebro
sea el rasgo más distintivo de Homo. Ello le permitió disponer de mayores capacidades,
para progresar en nichos ecológicos diversos, como la fabricación de útiles y una
comunicación compleja, pero esto también es relativo pues hemos visto que algunos
útiles podrían haberlos fabricado homínidos menos desarrollados cerebralmente y el
lenguaje articulado parece ser una adquisición muy tardía. La dificultad es palpable, por
lo que es muy posible que haya que buscar otros indicadores del desarrollo cerebral que
aproximen a los homínidos estudiados al comportamiento meramente humano
(transmisión cultural o prolongación del desarrollo por ejemplo).

CRECIMIE TO CEREBRAL Y PROLO GACIÓ DEL DESARROLLO

Hemos repasado alguno de los aspectos más importantes y utilizados por los
científicos que podrían permitirnos delimitar el origen del género humano. Homo
habilis se torna como una especie sugerente para marcar ese comienzo, pero a la vez los
datos que tenemos obligan a mantener cautela, tomando incluso cierto sentido aquellas
propuestas que abogan por redefinir el género de los habilis, incluyéndolos dentro de
los australopitecos. Es muy posible que tengamos que esperar algo de tiempo, hasta la
aparición de los Homo ergaster/erectus, para hablar del despegue de la humanidad
propiamente dicha. Esta especie experimenta un desarrollo cerebral notable,
alcanzándose cifras en torno a los 900 c.c. y con un índice de encefalización algo mayor
que el de homínidos previos. Se tiende a asociar (por coincidir en el tiempo con la
aparición de este taxón, en torno a 1·8/1·6 m.a.; y a pesar de lo espinoso de una
vinculación tan estricta) a Homo ergaster/erectus con el origen de la tecnología
conocida como Achelense, que representa un avance importante (respecto al
Olduvayense previo, más tosco y menos elaborado técnicamente) tanto estético como
conceptual y que implica un refinamiento técnico de la talla lítica, además de una
comprensión muy profunda de cómo funcionan las rocas cuando son golpeadas. Homo
ergaster/erectus es un homínido más grande, sobre todo se produce un incremento de
estatura que pudo haber llegado a 1´85 metros, y su dimorfismo sexual (diferencia de
tamaño entre machos y hembras) era menos marcado lo que indirectamente sugiere que
el índice de enfrentamientos entre machos por el acceso a las hembras fue menor y hubo
más colaboración con los diferentes miembros del grupo. Además, como consecuencia
del crecimiento cerebral citado, en Homo ergaster/erectus el periodo de desarrollo
biológico parece prolongarse incorporándose etapas (como la niñez) que van a redundar
de forma muy positiva en la formación del propio individuo, que será fundamental para
su futura supervivencia.
En las últimas décadas se ha llegado a averiguar que el ritmo de desarrollo
biológico de los australopitecos, parántropos, y es probable que incluso de Homo
habilis, fuera similar al de los simios antropoides (como el chimpancé). En este sentido
han sido muy importantes los estudios de la dentición y su empleo a modo de "reloj
biológico". El estudio de las marcas en la formación del esmalte permite conocer el
tiempo de formación de los dientes y, por añadidura, como está relacionado, conocer los
patrones de desarrollo en las especies homínidas extintas, lo cual se puede extrapolar y
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comparar con el de los seres humanos actuales y permite hacer inferencias sobre los
diferentes ritmos de desarrollo en los homínidos. El desarrollo biológico de los seres
humanos actuales (Homo sapiens) se caracteriza por su longevidad y complejidad. En
ese proceso se pasa por cuatro etapas: infancia, niñez, periodo juvenil y adolescencia.
La primera de ellas es relativamente corta (2,5 años) en comparación con la de, por
ejemplo, los chimpancés (5 años). La niñez se extiende hasta los 7/8 años y desde aquí a
los 10 en las niñas y los 12 en los niños se desarrolla la etapa juvenil. Posteriormente se
entra en la adolescencia que finaliza en torno a los 18/20 años. Cuando nosotros
entramos en la adolescencia los chimpancés han llegado ya a la madurez sexual. Todas
estas etapas fueron paulatinamente incorporadas a los patrones de desarrollo de los
homínidos y en ellas el individuo, desde su nacimiento, se forma tanto física como
neurológicamente (Bermúdez de Castro, 2002). En este sentido, Homo ergaster/erectus,
podría haber sido el comienzo de esta importante secuencia, pues con esta especie la
niñez parece ya una etapa consolidada en su programa de desarrollo. La niñez es una
etapa de suma importancia porque supone disponer de muchos beneficios, aunque los
más destacables son la disminución de la infancia lo que implica un acortamiento del
intervalo entre nacimientos (porque no hay que prolongar la lactancia tanto como hacen
los chimpancés, en torno a 5 años, y sabemos que la lactancia materna es un
anticonceptivo); además, la niñez permite un crecimiento rápido del cerebro mientras se
asimila multitud de información clave (transmitida por sus padres y por la convivencia
con el resto de los miembros del grupo) para la integración del individuo en la sociedad
(Domínguez-Rodrigo, 1994). Ello también beneficiará al resto del grupo en cuanto que
un aprendizaje del sistema de códigos y reglas que rigen el funcionamiento del colectivo
será una inversión rentable, que permitirá al individuo sobrevivir en el medio y aportar
recursos e información en momentos posteriores de su vida al resto del grupo. Es
probable que Homo habilis, merced a su crecimiento cerebral, pudiera haber presentado
en su desarrollo ciertos atisbos de una niñez Sin embargo, es difícil asegurarlo en cuanto
se sabe, a partir de los estudios de la dentición de los fósiles, que el periodo de
desarrollo de Homo habilis era similar que el de los australopitecos y el de éstos se sabe
que era igual que el de los chimpancés
Sería interesante, a continuación, ver que papel juega el crecimiento cerebral en
todos estos cambios. Se puede comprobar cómo el tamaño del cerebro está muy
relacionado con la prolongación y la duración de las diferentes etapas de la vida.
Durante el proceso de evolución de los homínidos desde su separación de los pánidos, el
cuerpo de estos primates se vio sometido a importantes cambios. El más destacable fue
la adopción de la postura erguida y la capacidad de desplazarse bípedamente. Este
rasgo, según los datos actuales, surgió en un entorno forestal, pero permitió a los
homínidos progresar por los medios abiertos del este de África, generados desde finales
del Mioceno. Una de las partes físicas que mayores cambios experimenta fue la pelvis.
En el proceso de remodelación y adecuamiento a la postura erguida de esta parte del
cuerpo el canal del parto se redujo, dificultando cada vez más la salida al exterior de los
recién nacidos debido al tamaño cerebral de éstos. Por ello, la adopción de la postura
erguida y de la locomoción bípeda se constituyó como un importante rasgo adaptativo,
pero también generó problemas como, por ejemplo, a la hora del parto y sobre todo en
las hembras del género Homo.
En relación con el cerebro, los chimpancés (género Pan) nacen con capacidades
craneales próximas a unos 200 c.c., que prácticamente duplican al llegar a la edad
adulta. Los bebes chimpancés cuando llegan al mundo lo hacen con un mayor
desarrollo neuromotriz que los bebes humanos (es decir, nacen menos desvalidos). Si
los australopitecos tenían el mismo ritmo de desarrollo que los chimpancés ello
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implicaría que sus crías también vendrían al mundo tan desarrolladas neurológicamente
como las de los chimpancés. Ello supone que etapas como la niñez no existirían en sus
patrones de maduración lo que conllevaría periodos de lactancia más prolongados y
menos protección social que la que necesitamos los humanos. Ahora bien, como hemos
visto, desde hace casi 2·5 m.a. el cerebro de los homínidos comenzó a crecer más. Si el
patrón de maduración hubiera sido igual que el de los homínidos anteriores (es decir
siguiendo el ritmo de los chimpancés) para doblar a los 600 c.c. de Homo habilis las
crías deberían haber nacido con capacidades craneales cercanas a los 300 c.c algo que
no podía soportar el canal pélvico por las imposiciones de la locomoción bípeda. Ello se
agravó más cuando se sobrepasaron volúmenes encefálicos superiores a 850/900 c.c,
valores que presenta el Homo ergaster/erectus. La solución evolutiva se plasmó en una
mayor prolongación del desarrollo incorporando etapas (como la niñez) que permitieran
al cerebro nacer no tan desarrollado, pero sí completar posteriormente su formación con
las consiguientes implicaciones para los individuos homínidos (protección, periodo de
aprendizaje extra...). El grado de indefensión (altricialidad) al nacer como el nuestro, a
partir del estudio de la Pelvis de la Sima de los Huesos (Atapuerca, Burgos), se
observaría ya en los individuos de Homo heidelbergensis (antepasados del hombre de
neandertal y que vivieron en Europa hace unos 400.000 años) (Bermúdez de Castro,
2002).
Tras estas líneas podríamos concluir que Homo ergaster/erectus podría ser un
buen candidato para hablar del comienzo del género Homo. La prolongación de su
desarrollo (cambio somático) supone el germen de lo que conocemos como cultura
humana (cambio extrasomático) y esto si que es un rasgo exclusivo y característico de
los humanos. No podemos, por otro lado, desechar de forma radical a Homo habilis
pues con esta especie comienza un notable crecimiento del cerebro en los homínidos
que pudo haber supuesto un despegue hacia la prolongación de las fases de maduración.
Homo habilis además es muy probable, a la luz de estudios recientes, que fuera el
artífice de la formación de los yacimientos arqueológicos de época plio-pleistocena. En
ellos se producen acumulaciones de restos (óseos y líticos), generándose importantes
conjuntos materiales que ponen de relieve la importancia que el consumo de la carne
tuvo para los primeros miembros de nuestro género. Estos yacimientos, muestran como
la carne, conseguida por medio de la caza o el carroñeo, había sido aportada a estos
sitios referenciales de forma reiterada. En este sentido, la colaboración y cooperación en
la consecución de los recursos y el reparto de los mismos (con las implicaciones
sociales que ello conlleva), podría haber sido una constante en el comportamiento de los
H. habilis (Domínguez-Rodrigo, 1997). Por otro lado, siempre se ha mantenido que
Homo erectus fue el primer homínido que salió fuera de África. Recientes hallazgos de
restos, muy próximos a H. habilis, en Dmanisi (República de Georgia) y con
capacidades craneales de 600 c.c. ponen en tela de juicio esta asunción. El abandono del
continente de origen debió exigir una dinámica social estrecha y coordinada en la que
los grupos de homínidos habrían establecido entre sí unas relaciones intergrupales con
cierto grado de complejidad que habrían repercutido de forma muy favorable en el
avance hacia un terreno desconocido y hasta cierto punto hostil, bastante diferente del
cálido y conocido punto de origen africano.

CO CLUSIO

Los homínidos, familia dentro de los primates en la que nos incluimos,


emergieron en África en algún momento hace entre 7 y 5 m.a. (los recientes hallazgos
fósiles de confirmarse nos llevan más a los 7 que a los 5 m.a.). En relación con el resto
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de primates del momento su rasgo más significativo era el tipo de locomoción (bípeda).
Vinculada inicialmente a los medios forestales les permitió independizarse
paulatinamente de ellos, facilitándoles su adaptación a los cada vez más abiertos
espacios esteafricanos. Si bien en los inicios, somáticamente, los homínidos supusieron
una novedad importante en el mundo primate, extrasomáticamente, respecto a los
primates contemporáneos más próximos (chimpancés, gorilas..), las diferencias eran
nimias. La situación se mantuvo durante millones de años hasta que en un momento
dado (hace aprox. 2·5 m.a.) el cerebro de algunos homínidos (género Homo) comenzó a
crecer, alcanzando grados de desarrollo no conocidos hasta el momento y con ello a
ampliarse sus posibilidades cognitivas. Esta vez sí que los cambios somáticos incidieron
en los posteriores cambios extrasomáticos, pues las estrategias evolutivas para
solucionar problemas (como las dificultades en el parto) implicaron una reorganización
biológica que tuvo incidencia posterior en la forma de comportarse de los homínidos. El
aspecto más significativo es el arranque de la cultura humana, que encontró su mejor
apoyo en la forma de interrelacionarse de los homínidos. En este sentido, la
prolongación del desarrollo biológico jugó un papel importante facilitando así el éxito
evolutivo de nuestro género, el Homo. Los datos apuntan a que los inicios del patrón de
desarrollo biológico humano estarían en Homo ergaster/erectus en el que podría
inferirse (a partir de su crecimiento cerebral) la presencia de niñez. Sin embargo, Homo
habilis (primero de nuestro género) arroja ciertas incertidumbres en este sentido que
prometen la continuidad del debate en relación sobre quien debe poseer la etiqueta de
primer humano.

Agradecimientos. Agradezco a los profesores Jesús E. González Urquijo (Universidad


de Cantabria), Alberto Makinistian (Universidad de Rosario, Argentina) y Manuel
Domínguez-Rodrigo (Universidad Complutense de Madrid) los comentarios y
precisiones sobre los contenidos del texto. A Jesús de Castro (Centro Ambiental
Amanecer de Torrelavega, Cantabria) sus valoraciones estilísticas y gramaticales. A
Esther Díez Fernández sus comentarios en relación con la comprensión del trabajo.

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