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GmezCastanedoo4 GneroHomo Historia16
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Alberto Gómez-Castanedo
Universidad de Cantabria
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All content following this page was uploaded by Alberto Gómez-Castanedo on 17 May 2014.
Los seres humanos estamos incluidos, en el reino animal, dentro del orden de los
primates. Éstos son un grupo con una larga historia en la Tierra (unos 70 millones de
años). El orden de los primates comprende varios subórdenes y nosotros pertenecemos
al de los antropoides. Dentro de éste nos incluimos, junto a los grandes simios
(chimpancés y gorilas) en la superfamilia Hominoidea (que aparece en el Mioceno,
periodo que va desde hace 25 a 5 m.a.). Por último, dentro de la superfamilia de los
hominoideos nos englobamos en la familia Hominidae. Es decir somos homínidos. Un
grupo que en el tránsito evolutivo de los primates se escindió (según la biología
molecular entre hace 7 y 5 m.a.; los recientes hallazgos paleoantropológicos parecen
acercarse más a los 7 que a los 5 m.a.) de la rama que condujo a gorilas y chimpancés y
evolucionó por separado, dando lugar a nuestros antepasados más lejanos y que
desembocó en las formas humanas actuales. Los trabajos de las últimas décadas han
permitido desenterrar del suelo africano (lugar de origen de los homínidos) hasta siete
géneros diferentes si se confirman como ciertos los últimos hallazgos: Sahelanthropus
(hallado en Chad, centro de África, con fechas de entre 7 y 6 m.a.), Orrorin (Kenia, con
fechas de 6 m.a.), Ardipithecus (Etiopía, con fechas de entre 5·8 y 4·4 m.a.),
Australopithecus (en diferentes lugares del sur, centro y este de África y con fechas que
en conjunto abarcan una horquilla de entre 4·2 m.a y 2 m.a.), Kenyanthropus (Kenia,
3·5 m.a.), Paranthropus (en el sur y este de África, entre 2·5 y algo más de 1 m.a.) y
Homo (desde hace aprox. 2·5 m.a. hasta hoy día, Homo sapiens ha sido el único que ha
colonizado todo el mundo). Los homínidos se distinguían del resto de primates porque
podían caminar erguidos y con una locomoción bípeda. Seguramente el comportamiento
de los primeros especimenes no difería mucho del de los chimpancés, es más se ha
llegado a designar a los primeros homínidos como los "simios bípedos" porque las
diferencias eran muy pequeñas; además éstos surgen en entornos forestales similares a
los frecuentados por los chimpancés y la dieta de ambos era muy similar.
Paulatinamente, algunos de ellos experimentaron cambios en la dentición y se adaptaron
al consumo de tubérculos y raíces abundantes en los medios abiertos de sabana, que
exigen dientes grandes y recubiertos de esmalte grueso, y otros (los del género Homo)
desarrollaron grandes cerebros que repercutieron ventajosamente en su evolución (lo
más importante fue poder adquirir y transmitir la cultura humana). Además, les permitió
colonizar los más recónditos lugares del planeta. En principio, llegamos a compartirlo
con algún miembro de nuestro género (como los neandertales), pero actualmente solo
estamos nosotros en la Tierra. Nuestro género (el Homo) ha sido muy variado y
comprende varias especies (todas extinguidas salvo la nuestra, la sapiens). Sin embargo,
determinar cuál fue la especie que marca el comienzo de nuestro género sigue siendo
objeto de debate en muchos círculos paleoantropológicos, biológicos y arqueológicos.
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habría ido modelando el aparato fonador, alcanzando con el Homo sapiens (desde hace
200/150.000 años) su anatomía actual.
No obstante, investigaciones novedosas en relación con este aspecto se están
desarrollando y prometen aportar nuevos e interesantes datos, además de plasmar la
necesidad de desarrollar trabajos interdisciplinares en los que colaboren lingüistas,
biólogos, psicólogos y antropólogos como manifiestan los profesores M. Hauser, N.
Chomsky y W. T. Fitch de la Universidad de Harvard y el Instituto de Tecnología de
Massachussets en Estados Unidos. Recientemente se localizó la versión humana de un
gen supuestamente implicado en el lenguaje, el FOXP 2. Este gen podría datarse en no
más de 200.000 años, fecha que vendría a coincidir con la aparición de Homo sapiens.
Este gen, plantea Svante Pääbo del Instituto Max Planck de Leipzig (Alemania), podría
estar implicado en los movimientos de la boca y faciales esenciales para el habla,
habiendo sido seleccionado en el transito evolutivo para perfeccionar la capacidad de
comunicarse una vez que el lenguaje ya se había desarrollado (Balter, 2002).
Por lo tanto, y de ser así, el habla sería un rasgo propiamente humano, la base
del mismo estaría en los primeros miembros de nuestro género, incluso antes, pero
parece ser que también los australopitecos tendrían algún tipo de lenguaje, rudimentario
eso sí, pero al fin y al cabo un sistema de comunicación que se habría visto favorecido
por la existencia de elementos neurológicos, básicos para un sistema de comunicación
con relativa complejidad y en este sentido, el gestual lo es.
Ya hemos mencionado como la idea de que el desarrollo cerebral habría sido el
principal rasgo que identificaría a los miembros de nuestro género estuvo en boga
durante gran parte del pasado siglo. El fraude del hombre de Piltdown (1912)
constituye la prueba más clara. El hombre de Piltdown fue una manipulación en la que
se unió una calota craneal moderna con una mandíbula de primate antropoide. A
principios del siglo XX, coincidiendo con su “descubrimiento”, las ideas giraban en
torno a la consideración de que la humanidad había surgido en algún punto de Asia o
Europa. En este sentido, el médico Eugene Dubois, espoleado por las ideas de Ernst
Haeckel, buscó en Extremo Oriente los restos del "eslabón perdido", descubriendo en
Trinil (Java) el llamado Pithecanthropus erectus. Por el contrario, Darwin, y el acérrimo
defensor de sus ideas, Huxley, se habían mostrado a favor de buscar en África, donde
según ellos se hallaban las forma de primates antropoides más próximas a los humanos.
El fraude de Piltdown fue concebido para apoyar ese pensamiento inicial en el que
también se abogaba por considerar que los antepasados humanos habrían tenido un
desarrollo cerebral notable, manteniendo rasgos simiescos en el resto de la anatomía.
Además, como apunta el eminente Stephen Jay Gould (1994), el hombre de Piltdown
vino a reforzar algunas ideas raciales que estaban asentadas en el pensamiento de
algunos europeos del momento; en 1927 se había designado la especie asiática
Sinanthropus pekinensis (el hombre de Pekín, actualmente Homo erectus) y su
capacidad craneal aún no se encontraba dentro de los valores modernos. De este modo,
y parafraseando a Gould (1994: 102): "si Piltdown, como primer inglés, era el
progenitor de las razas blancas, mientras que los demás colores de piel debían rastrear
sus antecesores hasta Homo erectus, entonces los blancos habían traspasado el umbral
de la humanidad total mucho antes que los demás pueblos". Sin embargo, también hubo
ciertas discrepancias en relación con el volumen que debía presentar el cerebro
propiamente humano. Arthur Smith Woodward hablaba de capacidades entre 900 y
2000 c.c. Otros autores como Franz Weindenreich lo cifraban en 700 c.c., Arthur Keith
en 750 y Henri Vallois en 800. Esta adquisición se habría logrado de forma rápida. La
realidad posterior, amparada en el hallazgo de restos fósiles, refutó esa asunción. El
problema fundamental en relación con esta cuestión es valorar la propia capacidad
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Hemos repasado alguno de los aspectos más importantes y utilizados por los
científicos que podrían permitirnos delimitar el origen del género humano. Homo
habilis se torna como una especie sugerente para marcar ese comienzo, pero a la vez los
datos que tenemos obligan a mantener cautela, tomando incluso cierto sentido aquellas
propuestas que abogan por redefinir el género de los habilis, incluyéndolos dentro de
los australopitecos. Es muy posible que tengamos que esperar algo de tiempo, hasta la
aparición de los Homo ergaster/erectus, para hablar del despegue de la humanidad
propiamente dicha. Esta especie experimenta un desarrollo cerebral notable,
alcanzándose cifras en torno a los 900 c.c. y con un índice de encefalización algo mayor
que el de homínidos previos. Se tiende a asociar (por coincidir en el tiempo con la
aparición de este taxón, en torno a 1·8/1·6 m.a.; y a pesar de lo espinoso de una
vinculación tan estricta) a Homo ergaster/erectus con el origen de la tecnología
conocida como Achelense, que representa un avance importante (respecto al
Olduvayense previo, más tosco y menos elaborado técnicamente) tanto estético como
conceptual y que implica un refinamiento técnico de la talla lítica, además de una
comprensión muy profunda de cómo funcionan las rocas cuando son golpeadas. Homo
ergaster/erectus es un homínido más grande, sobre todo se produce un incremento de
estatura que pudo haber llegado a 1´85 metros, y su dimorfismo sexual (diferencia de
tamaño entre machos y hembras) era menos marcado lo que indirectamente sugiere que
el índice de enfrentamientos entre machos por el acceso a las hembras fue menor y hubo
más colaboración con los diferentes miembros del grupo. Además, como consecuencia
del crecimiento cerebral citado, en Homo ergaster/erectus el periodo de desarrollo
biológico parece prolongarse incorporándose etapas (como la niñez) que van a redundar
de forma muy positiva en la formación del propio individuo, que será fundamental para
su futura supervivencia.
En las últimas décadas se ha llegado a averiguar que el ritmo de desarrollo
biológico de los australopitecos, parántropos, y es probable que incluso de Homo
habilis, fuera similar al de los simios antropoides (como el chimpancé). En este sentido
han sido muy importantes los estudios de la dentición y su empleo a modo de "reloj
biológico". El estudio de las marcas en la formación del esmalte permite conocer el
tiempo de formación de los dientes y, por añadidura, como está relacionado, conocer los
patrones de desarrollo en las especies homínidas extintas, lo cual se puede extrapolar y
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comparar con el de los seres humanos actuales y permite hacer inferencias sobre los
diferentes ritmos de desarrollo en los homínidos. El desarrollo biológico de los seres
humanos actuales (Homo sapiens) se caracteriza por su longevidad y complejidad. En
ese proceso se pasa por cuatro etapas: infancia, niñez, periodo juvenil y adolescencia.
La primera de ellas es relativamente corta (2,5 años) en comparación con la de, por
ejemplo, los chimpancés (5 años). La niñez se extiende hasta los 7/8 años y desde aquí a
los 10 en las niñas y los 12 en los niños se desarrolla la etapa juvenil. Posteriormente se
entra en la adolescencia que finaliza en torno a los 18/20 años. Cuando nosotros
entramos en la adolescencia los chimpancés han llegado ya a la madurez sexual. Todas
estas etapas fueron paulatinamente incorporadas a los patrones de desarrollo de los
homínidos y en ellas el individuo, desde su nacimiento, se forma tanto física como
neurológicamente (Bermúdez de Castro, 2002). En este sentido, Homo ergaster/erectus,
podría haber sido el comienzo de esta importante secuencia, pues con esta especie la
niñez parece ya una etapa consolidada en su programa de desarrollo. La niñez es una
etapa de suma importancia porque supone disponer de muchos beneficios, aunque los
más destacables son la disminución de la infancia lo que implica un acortamiento del
intervalo entre nacimientos (porque no hay que prolongar la lactancia tanto como hacen
los chimpancés, en torno a 5 años, y sabemos que la lactancia materna es un
anticonceptivo); además, la niñez permite un crecimiento rápido del cerebro mientras se
asimila multitud de información clave (transmitida por sus padres y por la convivencia
con el resto de los miembros del grupo) para la integración del individuo en la sociedad
(Domínguez-Rodrigo, 1994). Ello también beneficiará al resto del grupo en cuanto que
un aprendizaje del sistema de códigos y reglas que rigen el funcionamiento del colectivo
será una inversión rentable, que permitirá al individuo sobrevivir en el medio y aportar
recursos e información en momentos posteriores de su vida al resto del grupo. Es
probable que Homo habilis, merced a su crecimiento cerebral, pudiera haber presentado
en su desarrollo ciertos atisbos de una niñez Sin embargo, es difícil asegurarlo en cuanto
se sabe, a partir de los estudios de la dentición de los fósiles, que el periodo de
desarrollo de Homo habilis era similar que el de los australopitecos y el de éstos se sabe
que era igual que el de los chimpancés
Sería interesante, a continuación, ver que papel juega el crecimiento cerebral en
todos estos cambios. Se puede comprobar cómo el tamaño del cerebro está muy
relacionado con la prolongación y la duración de las diferentes etapas de la vida.
Durante el proceso de evolución de los homínidos desde su separación de los pánidos, el
cuerpo de estos primates se vio sometido a importantes cambios. El más destacable fue
la adopción de la postura erguida y la capacidad de desplazarse bípedamente. Este
rasgo, según los datos actuales, surgió en un entorno forestal, pero permitió a los
homínidos progresar por los medios abiertos del este de África, generados desde finales
del Mioceno. Una de las partes físicas que mayores cambios experimenta fue la pelvis.
En el proceso de remodelación y adecuamiento a la postura erguida de esta parte del
cuerpo el canal del parto se redujo, dificultando cada vez más la salida al exterior de los
recién nacidos debido al tamaño cerebral de éstos. Por ello, la adopción de la postura
erguida y de la locomoción bípeda se constituyó como un importante rasgo adaptativo,
pero también generó problemas como, por ejemplo, a la hora del parto y sobre todo en
las hembras del género Homo.
En relación con el cerebro, los chimpancés (género Pan) nacen con capacidades
craneales próximas a unos 200 c.c., que prácticamente duplican al llegar a la edad
adulta. Los bebes chimpancés cuando llegan al mundo lo hacen con un mayor
desarrollo neuromotriz que los bebes humanos (es decir, nacen menos desvalidos). Si
los australopitecos tenían el mismo ritmo de desarrollo que los chimpancés ello
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implicaría que sus crías también vendrían al mundo tan desarrolladas neurológicamente
como las de los chimpancés. Ello supone que etapas como la niñez no existirían en sus
patrones de maduración lo que conllevaría periodos de lactancia más prolongados y
menos protección social que la que necesitamos los humanos. Ahora bien, como hemos
visto, desde hace casi 2·5 m.a. el cerebro de los homínidos comenzó a crecer más. Si el
patrón de maduración hubiera sido igual que el de los homínidos anteriores (es decir
siguiendo el ritmo de los chimpancés) para doblar a los 600 c.c. de Homo habilis las
crías deberían haber nacido con capacidades craneales cercanas a los 300 c.c algo que
no podía soportar el canal pélvico por las imposiciones de la locomoción bípeda. Ello se
agravó más cuando se sobrepasaron volúmenes encefálicos superiores a 850/900 c.c,
valores que presenta el Homo ergaster/erectus. La solución evolutiva se plasmó en una
mayor prolongación del desarrollo incorporando etapas (como la niñez) que permitieran
al cerebro nacer no tan desarrollado, pero sí completar posteriormente su formación con
las consiguientes implicaciones para los individuos homínidos (protección, periodo de
aprendizaje extra...). El grado de indefensión (altricialidad) al nacer como el nuestro, a
partir del estudio de la Pelvis de la Sima de los Huesos (Atapuerca, Burgos), se
observaría ya en los individuos de Homo heidelbergensis (antepasados del hombre de
neandertal y que vivieron en Europa hace unos 400.000 años) (Bermúdez de Castro,
2002).
Tras estas líneas podríamos concluir que Homo ergaster/erectus podría ser un
buen candidato para hablar del comienzo del género Homo. La prolongación de su
desarrollo (cambio somático) supone el germen de lo que conocemos como cultura
humana (cambio extrasomático) y esto si que es un rasgo exclusivo y característico de
los humanos. No podemos, por otro lado, desechar de forma radical a Homo habilis
pues con esta especie comienza un notable crecimiento del cerebro en los homínidos
que pudo haber supuesto un despegue hacia la prolongación de las fases de maduración.
Homo habilis además es muy probable, a la luz de estudios recientes, que fuera el
artífice de la formación de los yacimientos arqueológicos de época plio-pleistocena. En
ellos se producen acumulaciones de restos (óseos y líticos), generándose importantes
conjuntos materiales que ponen de relieve la importancia que el consumo de la carne
tuvo para los primeros miembros de nuestro género. Estos yacimientos, muestran como
la carne, conseguida por medio de la caza o el carroñeo, había sido aportada a estos
sitios referenciales de forma reiterada. En este sentido, la colaboración y cooperación en
la consecución de los recursos y el reparto de los mismos (con las implicaciones
sociales que ello conlleva), podría haber sido una constante en el comportamiento de los
H. habilis (Domínguez-Rodrigo, 1997). Por otro lado, siempre se ha mantenido que
Homo erectus fue el primer homínido que salió fuera de África. Recientes hallazgos de
restos, muy próximos a H. habilis, en Dmanisi (República de Georgia) y con
capacidades craneales de 600 c.c. ponen en tela de juicio esta asunción. El abandono del
continente de origen debió exigir una dinámica social estrecha y coordinada en la que
los grupos de homínidos habrían establecido entre sí unas relaciones intergrupales con
cierto grado de complejidad que habrían repercutido de forma muy favorable en el
avance hacia un terreno desconocido y hasta cierto punto hostil, bastante diferente del
cálido y conocido punto de origen africano.
CO CLUSIO
de primates del momento su rasgo más significativo era el tipo de locomoción (bípeda).
Vinculada inicialmente a los medios forestales les permitió independizarse
paulatinamente de ellos, facilitándoles su adaptación a los cada vez más abiertos
espacios esteafricanos. Si bien en los inicios, somáticamente, los homínidos supusieron
una novedad importante en el mundo primate, extrasomáticamente, respecto a los
primates contemporáneos más próximos (chimpancés, gorilas..), las diferencias eran
nimias. La situación se mantuvo durante millones de años hasta que en un momento
dado (hace aprox. 2·5 m.a.) el cerebro de algunos homínidos (género Homo) comenzó a
crecer, alcanzando grados de desarrollo no conocidos hasta el momento y con ello a
ampliarse sus posibilidades cognitivas. Esta vez sí que los cambios somáticos incidieron
en los posteriores cambios extrasomáticos, pues las estrategias evolutivas para
solucionar problemas (como las dificultades en el parto) implicaron una reorganización
biológica que tuvo incidencia posterior en la forma de comportarse de los homínidos. El
aspecto más significativo es el arranque de la cultura humana, que encontró su mejor
apoyo en la forma de interrelacionarse de los homínidos. En este sentido, la
prolongación del desarrollo biológico jugó un papel importante facilitando así el éxito
evolutivo de nuestro género, el Homo. Los datos apuntan a que los inicios del patrón de
desarrollo biológico humano estarían en Homo ergaster/erectus en el que podría
inferirse (a partir de su crecimiento cerebral) la presencia de niñez. Sin embargo, Homo
habilis (primero de nuestro género) arroja ciertas incertidumbres en este sentido que
prometen la continuidad del debate en relación sobre quien debe poseer la etiqueta de
primer humano.
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