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FILOSOFÍA DEL LENGUAJE1

Francisco Soler Peña2

1. Fundamentos

1.1. Introducción (2 y 4 de agosto)

1.1.1. Filosofía del lenguaje y filosofía

El giro lingüístico es una actitud que ha impregnado el quehacer filosófico a partir del siglo
XX y que fundamentó la filosofía del lenguaje posterior. Este giro puede caracterizarse como
“la creciente tendencia a tratar los problemas filosóficos a partir del examen de la forma en
que éstos están encarnados en el lenguaje natural” (Acero, Bustos, Quesada, 1996, p. 15).
Así, la filosofía, desde cada una de las ramas que la integran, como la hermenéutica, la
fenomenología, el marxismo, etc., pretende establecer y solucionar los problemas propios
desde el análisis del lenguaje, tal como éste se presenta dentro de un grupo de hablantes. En
este orden de ideas, el lenguaje es estudiado como medio de acceso a la formulación y a la
respuesta de preguntas sobre aspectos ajenos al lenguaje mismo. Por ejemplo, podría
preguntarse sobre las relaciones de poder y para ello indagar sobre la forma que esas
relaciones se manifiestan en el lenguaje, pero con la firme intención de reconocer cómo se
crea el poder, con independencia de la investigación sobre la naturaleza del lenguaje. Nótese
que el objeto de estudio en ese tipo de investigación es el poder y para ello indaga el lenguaje
natural para establecer cómo aquél se manifiesta en éste, pero, el lenguaje como objeto de
estudio, permanece inexplorado.

Para mayor claridad de la diferente entre el uso del lenguaje como medio investigativo y
como objeto de estudio, repasemos el siguiente ejemplo. Tradicionalmente una persona que
se dedica a la filosofía podría preguntar: “¿Qué es el conocimiento?” o “¿Qué es la realidad?”
y, a partir de esta estas preguntas, avanzar su investigación para responder que “el
conocimiento es tal y tal cosa” o que “la realidad es esto y aquello”. Desde el surgimiento
del giro lingüístico las dos preguntas anteriores girarían hacia “¿Qué queremos decir cuando
decimos que conocemos que…?” o “¿Qué significa cuando decimos que un objeto es real?”.
Nótese que el objeto de estudio sigue inalterado: el conocimiento y la realidad, pero el
enfoque metodológico es diferente. Ese cambio de enfoque no deslegitima la formulación de
verdaderos problemas filosóficos, sino que contribuye a una precisión rigurosa de esos
problemas.

Con lo anterior no queremos significar que la filosofía del lenguaje y la filosofía tal como se
hace a partir del giro lingüístico sean una y la misma cosa; la filosofía del lenguaje es una
rama más de la filosofía en general. Como se dijo, el giro lingüístico es un cambio de

1
Notas de clase para el espacio académica de Filosofía del Lenguaje de la facultad de Filosofía y Humanidades
de la Universidad De la Salle, semestre 2017-II.
2
Docente de los espacios académicos de Filosofía del Lenguaje y Lógica II de la facultad de Filosofía y
Humanidades de la Universidad De la Salle.
perspectiva sobre los mismos problemas tradicionales de la filosofía; la filosofía del lenguaje,
por su parte, es una rama adicional de la filosofía cuyo objeto de estudio es el lenguaje. Las
preguntas en la filosofía del lenguaje, entonces, tienen que ver con la naturaleza del lenguaje,
sus condiciones de posibilidad, entre otras, que permiten ubicar qué queremos decir que algo
es un lenguaje o que algo hace parte del lenguaje, etc.

En procura de la identificación del lenguaje desde la filosofía, la disciplina que primero se


acercó a esta indagación fue la lógica. Esta estrecha relación surge de la pregunta sobre la
validez de los conocimientos. Veamos este surgimiento. La filosofía, desde sus orígenes, se
ha preguntado por las condiciones necesarias y suficientes de la validez de los razonamientos;
es decir, qué condiciones debe satisfacer un razonamiento para que la verdad de sus premisas
se trasmita a la conclusión. En principio, un razonamiento es un proceso “mental”, “íntimo”,
“subjetivo”, esto es, un proceso que no puede ser observado directamente sino por aquel que
razona. Uno de los mecanismos para convertir en objeto de estudio ese razonamiento, de
manera que pudiera ponerse ante la evidencia de la comunidad, es el lenguaje. Al respecto,
nótese que la forma de comunicación científica es el discurso hablado o escrito; y de hecho
esta exposición que hago es la manifestación objetivizada de mis procesos racionales. Así, el
lenguaje se yergue como el canal por el cual podemos poner en común los razonamientos, de
manera que éstos, por medio de aquél, puedan ser estudiados. La lógica, entonces, se ase del
lenguaje como medio de acceso a la naturaleza del razonamiento válido. Determina la forma
que deben compartir el razonamiento y el lenguaje, para luego predicar que ciertas
condiciones deben manifestarse en el lenguaje y que cuando tales condiciones se manifiesten,
el razonamiento encarnado en el discurso estudiado es válido. Por esto, no es extraño que la
lógica, en primer lugar, haya sido la que se encargó del lenguaje para estudiarlo desde un
punto de vista filosófico.

En la obra de Aristóteles y de los estoicos, la lógica se ocupaba especialmente de los


enunciados categóricos, aunque analizados de muy diferente manera y con diferentes
intereses. Tal como la concebía Aristóteles, la lógica daba una explicación de la
estructura de estos enunciados que nos permitía establecer una diferencia nítida entre
los argumentos válidos y los no válidos. El razonamiento apodíctico y, en definitiva, el
conocimiento estaba asistido por la lógica, a la que utilizaba como un instrumentos
esencial, Organon (…) Esta progresiva conciencia de la capacidad de la lógica para
cubrir diversos ámbitos del discurso ha promovido en los últimos tiempos, por un lado,
el desarrollo de nuevas ramas de la lógica, por ejemplo, nuevos cálculos modales, y,
por otro, ha permitido concebir la esperanza de que sea la propia lógica, como teoría
científica asentada, quien aporte el núcleo esencial de una teoría semántica exacta,
posibilitando de este modo la comprensión de un aspecto fundamental del lenguaje
humano (Acero, Bustos, Quesada, 1996, p. 17).

Por otra parte, la epistemología, como rama de la filosofía, también ha bebido de los avances
en la filosofía del lenguaje para desarrollar sus teorías desde puntos de vista firmes. Es claro
que la epistemología indaga sobre el conocimiento, sobre la creencia y sobre el saber. Esta
rama de la filosofía creyó que al acercarse a esta indagación mediante el estudio de
expresiones tales como “P sabe x”, “P cree x” o “P conoce x” le daría mayores réditos
teóricos. Importantes adelantos en esta perspectiva han llevado a formular una epistemología
naturalizada mediante la cual se explican los vocablos “saber”, “creer” y “conocer” desde el
punto de vista de las neurociencias entendiendo esas actividades como estados físicos y
químicos de nuestro estado mental. Más allá de los aciertos o desaciertos que esta forma de
indagación pueda ofrecer, lo cierto es que la filosofía del lenguaje permite desarrollar nuevas
perspectivas en la discusión teórica que, en últimas, de eso se trata esto de la filosofía.

En esta línea de pensamiento, la epistemología, también se ha preguntado sobre la posibilidad


del conocimiento sin recurrir a la experiencia. Esta pregunta de manera seminal se encuentra
en la Crítica de la Razón Pura de Kant cuando éste clasifica los juicios entre analíticos y
sintéticos. Grosso modo, los juicios analíticos son aquellos cuya verdad no depende de los
hechos en el mundo, sino de las condiciones del significado de los enunciados; los sintéticos,
por su parte, deben recurrir al mundo exterior para que pueda determinarse su valor de
verdad. Aunque de manera errada se ha creído que la matemática y la metafísica son ciencias
analíticas comoquiera que sus juicios son de esa naturaleza, lo cierto es que la determinación
de lo que es un juicio analítico es una cuestión teórica y, por ello, no puede hablarse de
ciencias sintéticas o analíticas en general, sino que es preciso señalar cuál es el criterio de
analiticidad que se acepta. La filosofía del lenguaje ha entrado con aportes significativos en
esta área haciendo que, por ejemplo, la matemática transite desde una perspectiva según la
cual su conocimiento es completamente analítico (tipo Wittgenstein en el Tractatus) hasta
una ciencia con una dimensión empírica sobresaliente que permite, por ejemplo, la creación
de la luz, los viajes interplanetarios, las megaconstrucciones, etc.

Pero, sin lugar a dudas, una de las discusiones más interesantes en las que está involucrada
la filosofía del lenguaje es sobre lo que hay, esto es, la ontología. Uno de los reenfoques que
ha facilitado la filosofía del lenguaje en el estudio ontológico es el giro desde la pregunta
“¿Qué hay?” hacia la pregunta: “¿Qué hacemos que exista cuando hablamos?”. Este cambio
de enfoque es de capital importancia porque en el fondo se está planteando un cierto tipo de
relativismo según el cual no importa qué haya en el mundo, incluso, no importa si existe el
mundo, sino cómo eso que existe puede llegar a existir a partir del uso del lenguaje. Este
enfoque, que ya Kant lo formuló, indica que un ser humano no puede conocer lo que hay
fuera de sí mismo, o de saberlo, no sabría que lo sabe; lo que puede saber es la forma en que
esas cosas exteriores lo afectan y la manera en que afectan a aquellos de su misma especie
(si éstos existenten). Un ejemplo antonomástico sobre lo que estamos diciendo lo ofrece la
teoría física de la dinámica. Según esta teoría, las fuerzas existen y la relación entre éstas
determina cómo funciona el universo. Desde que Newton desarrollara de manera consistente
la teoría dinámica tuvieron que pasar casi 200 años para que la misma fuera replanteada.
Durante ese lapso, se aceptó, como “dogma de fe”, la existencia de fuerzas – de hecho aún
se aceptan – sobre la base que esas fuerzas constituyen el compromiso ontológico para la
consistencia y la coherencia de la teoría.

En síntesis, la filosofía ha tenido su desarrollo independiente desde que a Tales de Mileto se


le ocurrió preguntar sobre la naturaleza de las cosas. La filosofía del lenguaje, aunque es una
disciplina relativamente nueva, ha hecho aportes significativos al desarrollo de la filosofía en
general, unas veces ofreciendo nuevos enfoques, otras formulando nuevas preguntas o
presentando respuestas diferentes. La injerencia de la filosofía del lenguaje a lo largo y ancho
de toda la filosofía no es un fenómeno aislado sino que hace parte de la esencia misma de
esta área del conocimiento que, sobre todo los filósofos del siglo XXI, deben conocer,
estudiar y profundizar pues el análisis del lenguaje es una tarea que está a medio camino.

1.1.2. Filosofía del lenguaje e historia de la filosofía


La historia de la filosofía del lenguaje en comparación con la historia de la filosofía en
general, es relativamente nueva. Podemos hablar de una filosofía del lenguaje en sentido
estricto desde los estudios lógico-semánticos de Gottlob Frege a finales del siglo XIX. Es
decir, la filosofía del lenguaje como disciplina diferenciada tendrá algo más de 200 años.
Esta corta historia contrasta con indagaciones ontológicas, metafísicas o éticas que surgen
perfectamente diferenciadas en los escritos de Platón y de Sócrates hace más de 2500 años.
Si entendiéramos a la filosofía en general como una persona que está en el fulgor de su vida,
la filosofía del lenguaje aún no habría terminado de dar sus primeros pasos. Sin embargo, la
reflexión sobre el lenguaje ha estado presente a lo largo de la toda la historia de la filosofía
y Platón, en plena constitución definitiva de la filosofía como disciplina autónoma, reflexionó
profundamente sobre aquél.

Si aceptamos la división de la historia de la filosofía en las tradicionales etapas – antigua,


medieval, moderna y contemporánea – podemos decir que la reflexión sobre el lenguaje ha
estado presente en cada una de ellas, en mayor o menor medida, pero siempre allí, ofreciendo
soluciones y formulando problemas que, incluso, tienen a los filósofos actuales reflexionando
sobre esos problemas. Sin embargo, es necesario precisar que la reflexión sobre el lenguaje,
por lo menos hasta Gottlob Frege, se hacía con intenciones diferentes al estudio del lenguaje
mismo. Para Platón, por ejemplo, la indagación sobre el lenguaje surge de una preocupación
ontológica: “las relaciones del lenguaje con la realidad” (Acero, Bustos y Quesada, 1996,
p. 20). Para Aristóteles, la preocupación surgió por cuestiones lógicas: el tema de la verdad.
En la época medieval, San Agustín estaba interesado por descubrir las condiciones de la
comunicación con Dios, de manera que llegó a indagar sobre el aprendizaje lingüístico.
Guillermo de Ockham se preguntaba sobre la naturaleza del signo, quizá tratando de entender
su fe desde un punto de vista filosófico, esto es racional; indagación ésta que lo llevó a
desarrollar la teoría sobre la forma de significar del lenguaje. Ya en la época moderna,
Hobbes y Locke indagarán, quizá como antecedentes directos de la filosofía del lenguaje,
sobre la naturaleza del nombrar pero, insistimos, con intenciones ajenas de la filosofía del
lenguaje. En el caso de Locke, por ejemplo, su inquietud gira en torno a la posibilidad del
conocimiento intersubjetivo.

En síntesis, es oportuno traer a cuento la reflexión que Acero, Bustos y Quesada (1996)
presentan sobre la indagación sobre el lenguaje a lo largo de la historia de la filosofía:

Todos los filósofos han tenido conciencia de la importancia del lenguaje. Unos lo han apreciado, han
trabajado en íntima conexión con él, tratando de comprender los misteriosos mecanismos que llevan a
la comunicación y al conocimiento. Otros han creído ver en él un obstáculo, un intermediario inevitable,
pero molesto, entre el pensamiento y la realidad. Han tratado de superar sus presuntos límites, llegando
a veces a violentarlo. Lo cierto es que el lenguaje es la primordial herramienta del ser humano, a través
de la cual expresa éste su conocimiento y sus experiencias: en la medida en que al filósofo le conciernen
este conocimiento y estas experiencias ha de dedicarle la atención que se merece y reclama (p. 23).

1.1.3. Dos actitudes básicas

Puede afirmarse que el objeto de la filosofía del lenguaje no está determinado en su totalidad;
sin embargo, esto no es óbice para aproximarnos a una delimitación de éste. Dentro de esta
rama de la filosofía se han asumido dos actitudes con dominios de investigación diferentes,
cuyo análisis nos permitirá establecer una visión de aquello de lo cual se encarga la filosofía
del lenguaje. Tradicionalmente, estos dominios pueden catalogarse como la semántica y la
pragmática del lenguaje. El primero se encarga de la relación entre el lenguaje y el mundo,
mientras que el segundo, de la relación entre el lenguaje y los actos humanos.

La diferencia de las dos actitudes podemos entreverla a partir de los dichos de Acero, Bustos
y Quesada (1996) que sostienen que, en relación con la actitud denominada de la semántica
del lenguaje puede decirse que “la tarea de la filosofía se concibió entonces no como la
formulación de grandes teorías sobre la realidad como todo, sino como el análisis de los
mecanismos que en el lenguaje nos conducen por caminos desvariados, corrigiendo y
enmendando éste mediante medios artificiales o naturales” (p. 24), mientras que dentro de
la pragmática del lenguaje “también (…) concebían la filosofía como una actividad
terapéutica, pero que en todo caso se parecía más al psicoanálisis que a las operaciones
quirúrgicas de Russell y compañía. Esta actividad filosófico-terapéutica nos libra, en
palabras del propio Wittgenstein, <del embrujamiento de nuestra inteligencia por el
lenguaje>, pues los problemas filosóficos surgen de la confusión a que éste nos conduce” (p.
25). En otras palabras, la diferencia de actitud que asumen semánticos y pragmáticos del
lenguaje reside en la tarea que le atribuyen a la filosofía. Podría decirse que dentro de la
semántica, el interés es perfeccionar el lenguaje, de manera que permita una mejor
aproximación al estudio del mundo; en cambio, dentro de la pragmática existe una visión
eliminacionista de la filosofía, en el sentido que el trabajo del filósofo se reduce a hacer
desvanecer lo que consideramos son problemas filosóficos.

En relación con que la actitud semántica del lenguaje fuera asumida, principalmente, por
filósofos provenientes de las ciencias naturales y la matemática, con gran deseo de lograr una
investigación y una exposición de los resultados dentro de esas áreas del saber que fuera
satisfactoria, no es de extrañar que hayan pensado que la actividad quirúrgica del lenguaje es
un tránsito necesario en el desarrollo de las ciencias y que concluyeran, como lo hicieron,
que esa actividad correspondía a la filosofía, en razón que del mundo daban cuenta las
ciencias. Frege, Russell, Wittgenstein, Carnap y Quine son faros indiscutibles de esta actitud.
Sus aportes han redundado en una formulación del lenguaje a partir de modelos formales
devenidos de la lógica y la teoría de conjuntos que, si bien desdibujan el lenguaje natural,
han permitido importantes avances en la filosofía del lenguaje, la lógica, la matemática y la
epistemología.

Por su parte, la actitud pragmática, encargada del estudio del lenguaje en su relación con la
praxis humana ha tenido uno de sus más importantes exponentes en el filósofo inglés Austin.
Este pensador se dio cuenta que nuestro lenguaje hace parte esencial de la actividad humana.
El lenguaje como acto humano lleva a la creación otros actos, como cambio en las creencias,
en los sentimientos y en las actitudes. El discurso político, como manifestación de una
conducta humana, eventualmente conlleva cambio de actitudes de los votantes, de los grupos
de presión, etc. Dentro de esta actitud, podemos concluir, el análisis de la corrección del
lenguaje pasa a un segundo plano y el estudio de aquél para dar cuenta de cómo se convierte
en un objeto más del mundo mediante el cual podemos construir nuevos objetos adquiere un
relieve especial. Es decir, el lenguaje está bien como está; necesitamos revisar cómo
funciona, para que, desde allí, podamos adelantar investigaciones éticas, estéticas o políticas
desde la filosofía.

1.1.4. La filosofía del lenguaje, hoy


Actualmente, el estudio de la filosofía del lenguaje puede caracterizarse en tres grandes áreas,
sin que esta clasificación sea absoluta y completa; sin embargo, ofrece una buena perspectiva
para clasificar las investigaciones que sobre esta disciplina se están adelantando. Estas tres
áreas son la metodología de la lingüística, la filosofía de la lingüística y la lingüística
filosófica.

La filosofía del lenguaje, desde su perspectiva de metodología de la lingüística, tiene que


vérselas con los supuestos empíricos con los que trabaja la lingüística. Cuando esta disciplina
pregunta por aquellos elementos que están presentes en todas las lenguas naturales, sobre lo
que realmente está indagando es por aquello que ha dado en conocerse como los universales
lingüísticos; asimismo, cuando investiga por las reglas gramaticales que rigen las lenguas
debe restringir esas reglas, comoquiera que debe delimitar aquello sobre lo cual va a
investigar, para no enfrentarse con teorías infinitas que por su vastedad no puedan ofrecer
explicaciones satisfactorias. Tanto las reglas gramaticales como los universales lingüísticos
constituyen los supuestos empíricos de la lingüística como disciplina del conocimiento. La
filosofía del lenguaje, desde esta perspectiva, pretenderá delimitar esos conceptos para
establecer qué tipo de conocimiento puede ofrecer la lingüística.

Como actividad fundamental de la lingüística, la filosofía del lenguaje pretende esclarecer


conceptos tales como significado, referencia y verdad. Estos conceptos son asumidos por la
lingüística como fundamentales, esto es, sin discusión referente a su naturaleza; la filosofía
del lenguaje, entonces, se yergue como la actividad encaminada a precisarlos para establecer
su esencia, sus límites y sus alcances. Preguntas como “¿qué es el significado?”, “¿cómo se
establece o determina la referencia de una expresión?”, ¿es la referencia de un nombre fija o
variable?” o “¿qué significa que un enunciado sea verdadero?” son preguntas que la
lingüística no se formula, sino que admite como claro qué es el significado, la determinación
de la referencia, o lo que sea la verdad. La filosofía del lenguaje, sin embargo, desde su
perspectiva fundamental de la lingüística, se ha explayado de manera independiente y se ha
desarrollado nuevas aplicaciones a campos diversos de la ciencia y la tecnología.

Finalmente, desde el punto de vista de la filosofía del lenguaje entendida como lingüística
filosófica, se ha desarrollado lo que anteriormente denominamos filosofía del lenguaje desde
el punto de vista pragmático.
1.2. Definiciones (9 de agosto)

En aras de establecer una terminología más o menos uniforme para el desarrollo de las
sesiones que siguen, estableceremos una serie de definiciones que, más que pretender ser un
glosario, permitirá, por una parte, aclarar ciertas expresiones que serán reiteradas a lo largo
de las charlas, y por otra, configurar un marco conceptual de los estudios que, sobre filosofía
del lenguaje, ocuparán nuestra atención a lo largo del semestre.

- Lenguaje objeto y metalenguaje.

Partimos de la base que el objeto de estudio de la filosofía del lenguaje es el lenguaje: su


naturaleza y su concepto; sin embargo, necesitamos hacer unas precisiones para clarificar lo
que verdaderamente queremos significar con lo que se pretende con la filosofía del lenguaje.
Aunque el objeto de estudio de esta área de la filosofía es el lenguaje, la investigación sobre
éste es posible por medio del lenguaje mismo: a través de él podemos expresar el conjunto
de reflexiones, razonamientos y juicios que hacemos en la investigación sobre nuestro objeto
de estudio. De esta manera, parecería que existe un círculo metodológico, en la medida que
utilizamos el lenguaje para estudiar al lenguaje mismo, es una reflexión sobre el lenguaje.
Los teóricos del lenguaje, entonces, han diferenciado conceptualmente el lenguaje visto
como objeto de estudio y el lenguaje visto como medio de expresión de los resultados de ese
estudio. Al primero lo han denominado lenguaje objeto y al segundo, metalenguaje. En otras
palabras, el lenguaje objeto es aquel lenguaje que estudiamos, mientras que el metalenguaje
es aquél desde el cual hacemos el estudio.

La distinción entre lenguaje objeto y metalenguaje plantea una consideración especial en el


caso que el lenguaje objeto coincida con el metalenguaje correspondiente; por ejemplo,
cuando estudiamos la lengua castellana mediante el uso del castellano. La consideración que
debemos desarrollar se concreta en la siguiente pregunta: ¿Puede un mismo lenguaje ser
lenguaje objeto y metalenguaje al mismo tiempo? Más allá de la respuesta que pueda darse
a la pregunta anterior, establezcamos que algunos filósofos del lenguaje han decidido utilizar
las expresiones lenguaje objeto y metalenguaje cuando los dos difieren; es decir cuando el
lenguaje objeto es diferente del metalenguaje. Por ejemplo, cuando el castellano es estudiado
desde la lenguaje inglesa. Para el caso en que el lenguaje objeto coincida con el metalenguaje,
podemos desistir de las expresiones lenguaje objeto y metalenguaje, y decir que utilizamos
el lenguaje de manera reflexiva.

- Uso y mención.

La distinción entre uso y mención está relacionada con la diferencia entre lenguaje objeto y
metalenguaje. Suponiendo que estamos haciendo un uso reflexivo del lenguaje podemos
decir que una expresión dentro de ese lenguaje puede usarse o mencionarse. Se usa cuando
el lenguaje es visto desde el punto de vista del lenguaje objeto, mientras que la mencionamos
cuando la expresión se usa desde el punto de vista del metalenguaje. Para mayor claridad
analicemos las dos siguientes expresiones:

(1) Bogotá es la capital de Colombia.


(2) “Bogotá” es una palabra de seis letras.
En (1) hacemos uso de la palabra Bogotá, mientras que en (2) mencionamos a la palabra
“Bogotá”. Nótese que en (1) estamos haciendo referencia a aquello que queremos significar
con el nombre Bogotá: aquella ciudad ubicada en el altiplano cundiboyacense, con una altitud
promedio de 2.600 metros sobre el nivel del mar, con aproximadamente ocho millones de
habitantes. Por el contrario, en (2), esa urbe cuyas descripciones indicamos anteriormente se
desvanece y nos quedamos con el conjunto de signos con los cuales, al ser utilizados en la
forma precisa, nos podemos referir a una comunidad urbana, y las afirmaciones que emitamos
se contraen a ese grupo de signos. En este sentido, en (1), insistimos, usamos el nombre
Bogotá, mientras que en (2) lo mencionamos.

Tradicionalmente para especificar si un término se está usando o mencionando se ha


acostumbrado a utilizar una ayuda sintáctica consistente en el entrecomillado. Cuando
estemos mencionando una expresión, la entrecomillamos (como en (2)), mientras que la
escribiremos sin ese resaltado cuando la usemos.

- Proferencias. Signos tipo y signos ejemplares.

Entenderemos por proferencia, siguiendo a Acero, Bustos y Quesada (1996), “cualquier acto
verbal consistente en la emisión (bien por medio de nuestro aparato fonador, bien por algún
medio mecánico) o en la inscripción de un signo o conjunto de signos” (p. 33). En esta
definición es necesario establecer el acto de la proferencia y el resultado de ésta. Podemos
entender la proferencia como un acto humano consistente en la emisión o la inscripción de
un conjunto de signos, tal como lo indica la definición anteriormente reseñada, pero,
adicionalmente, es importante resaltar el resultado de esa proferencia: el conjunto de signos
emitidos o inscritos. En este orden de ideas, podemos afirmar que este texto es una
proferencia, que su lectura es una proferencia adicional y que la trascripción de éste es una
tercera proferencia. En cada una de ellas resultan un conjunto de signos diferentes: en el
primer caso, los caracteres impresos en este pedazo de papel; en el segundo, un cúmulo de
alteraciones físicas del mundo; y en el tercero, los signos escritos en el tablero o en sus
libretas de apuntes.

La distinción entre proferencia, como actividad humana, y el resultado de la proferencia,


como conjunto de signos traídos a la realidad física del mundo, permite diferenciar entre
signos ejemplares y signos tipo. Los signos ejemplares están constituidos por el conjunto de
signos que resultan de una proferencia. Por ejemplo, cada uno de los caracteres impresos de
un programa computacional que estamos viendo en este momento. Ese conjunto de signos, o
expresiones, son ejemplares: ejemplos particulares de los símbolos utilizados. Es importante
recalcar que los signos ejemplares son únicos e irrepetibles. Aquí, en este texto, hay un
cúmulo de expresiones ejemplares; cada vez que yo lo lea, hay un conjunto diferente de
expresiones ejemplares y cada reimpresión del texto es un signo ejemplar diferente a las
anteriores, aunque el texto original sea el mismo.

Por otra parte, con el concepto “expresiones tipo” estamos haciendo referencia a “entidades
abstractas a través de las cuales clasificamos y agrupamos ciertos ejemplares en virtud de
su parecido físico” (Acero, Bustos y Quesada, p. 36). Esta definición que, en principio,
podemos afirmar no es natural, pues no podemos postular la existencia empírica de algo como
una expresión tipo, es de gran aplicación por ejemplo en contextos de pragmática del
lenguaje. Diversas teorías se identifican a partir de la naturaleza que asignen a las expresiones
tipo. Pueden entenderse este tipo de expresiones como el conjunto de todas las expresiones
ejemplares; es decir, la expresión tipo “vaso” es el conjunto de todas las proferencias cuyo
resultado es el conjunto de signos que signifiquen lo que vaso significa.

- Morfemas, lexemas, palabras, vocablos y expresiones.

Morfema. Entenderemos por morfema la unidad significativa mínima de una lengua; estas
unidades, sin embargo, son entidades abstractas – análogas a las expresiones tipo – que se
manifiestan en los morfos cuya analogía puede establecer las expresiones ejemplares. Esta
definición conlleva algunas dificultades teóricas en relación con el concepto de significado
y con la precisión entre morfema y morfo. Veamos la primera de ellas.

Dentro de la lingüística se considera que la expresión “contábamos” tiene cuatro morfemas;


esto es, cuatro unidades básicas de significado. Pero, como veremos, la noción de significado
aquí utilizada difiere de otras nociones también de amplio uso. Veamos. Los cuatro morfemas
involucrados en el término “contábamos” son “cont”, “a”, “ba” y “mos”. El significado de
cada uno de esos morfemas puede explicarse de la siguiente manera. La actividad que
desarrollamos – contar – está significada con la expresión “cont”; el tipo de conjugación que
utilizamos en la expresión está significada con la expresión “a” que indica que aquélla es la
primera conjugación; el tiempo en el que se desarrolla la actividad de contar está significada
con la expresión “ba” que indica el tiempo pretérito; la persona que realiza la actividad de
contar, finalmente, está significada con la expresión “mos” que indica la primera persona del
plural. Como es claro, la noción de significación utilizada en este análisis del término
“contábamos” difiere de la noción que utilizamos, por ejemplo, para entender qué significa
contábamos.

En relación con la segunda dificultad, la relacionada con la distinción entre morfema y morfo,
podemos ejemplificarla de la siguiente manera. Tratándose de la expresión “contábamos”
dijimos que el prefijo “cont” indica la actividad que se realiza – la de contar – pero esta
indicación no es absoluta, comoquiera que la frase “cuent” deviene de la misma raíz de la
que proviene “cont” y, por esto, indica la misma actividad la cual es contar. Podemos decir
que mientras “cont” y “cuent” son morfos, que pertenecen al mismo morfema, el morfema
en cuanto tal es la entidad abstracta que denota la actividad propia de contar. Los morfos
“cont” y “cuent”, al ser miembros del mismo morfema, se predican mutuamente alomorfos,
predicamento que no puede aplicarse, por ejemplo a los prefijos “cont” y “barr”, uno
perteneciendo al morfema de contar y el otro, al de barrer.

Palabras. Las palabras son ciertas secuencias de morfos separadas entre sí por lindes. En
lenguaje escrito esos lindes son expresados mediante espacios, mientras que en el oral,
median silencios.

Vocablos. La clase de las formas flexivas de una palabra es lo que se denomina vocablo. Por
ejemplo, correr, corrí, corríamos, corra, corre, etc. son manifestaciones de un mismo vocablo:
correr. Este vocablo, sin embargo, no puede entenderse como la actividad espacio temporal
de correr, sino como una entidad abstracta integrada por todas las inflexiones gramaticales
de la palabra “correr”.
Lexemas. Los lexemas son lo que desde otra perspectiva teórica se denomina morfema léxico.
Para mayor claridad sobre esta noción, permítasenos indicar que los morfemas en general se
clasifican entre morfemas gramaticales y morfemas léxicos. Los morfemos léxicos están
integrados por las raíces de las expresiones: aquellas que tienen un sentido sobre el mundo:
correr, contar, Francisco, libro, etc. Por esto, los lexemas son, con base en nuestros ejemplos
anteriores, aquel morfema manifestado mediante los morfos “cuent”, “barr”. Los morfemas
gramaticales son aquellos que no son morfemas léxicos como el manifestado por medio de
los morfos “a”, “ba” y “mos” para el caso de la expresión “contábamos”.

Expresión. Denominamos por expresión a una palabra o una cadena de palabras.

- Oración, enunciado e idea.

Una oración es una expresión que satisface las reglas de la sintaxis. Un enunciado es una
clase particular de oraciones que se caracterizan por ser declarativas, esto es, que informan
algo sobre el mundo, que denotan un estado de cosas y, por ello, pueden ser objeto de
predicados como verdadero y falso. Sin embargo, nótese aquí el salto totalmente sin
fundamento que hemos dado desde perspectivas sintácticas a otras de orden semántico. En
efecto, indicamos que las oraciones son expresiones sintácticas, unas de las cuales son
enunciativas o declarativas, en cuanto dan cuenta de estados de cosas en el mundo, aspecto
este meramente semántico. Pues bien, en aras de fundamentar este salto, podemos afirmar
que los enunciados tienen un cierto carácter ideal que es aquello “significado” mediante la
oración enunciativa. Por ejemplo, “la nieve es blanca” es una oración pues satisface las reglas
sintácticas de la lengua castellana. Adicionalmente, en cuento informa algo del mundo, con
independencia de su corrección o incorrección, es una oración declarativa, esto es, un
enunciado. Pues bien, la “idea” que trasmite ese enunciado es lo que puede ponerse en
relación con el mundo, para determinar si el enunciado como tal es verdadero o falso. Esa
idea, en estas sesiones, las identificaremos con las proposiciones, y diremos que la verdad o
la falsedad se predican de esas proposiciones y no de los enunciados, comoquiera que éstos
son resultados de proferencias, esto es, conjuntos de signos que, por su propia naturaleza, no
son ni verdaderos ni falsos.

- Sintaxis, semántica y pragmática.

Tradicionalmente, la semiótica puede entenderse como un tipo de disciplina que se encarga


de los conjuntos de símbolos. La filosofía del lenguaje, podemos afirmar, es un tipo de
semiótica en la medida que se encarga del lenguaje natural y éste está integrado por un
conjunto de símbolos que los hablantes normalmente regulares de una comunidad utilizan
para su comunicación. Charles Morris cree que la semiótica se divide en tres grandes áreas:
la sintaxis, la semántica y la pragmática. La sintaxis se encarga del estudio de las reglas que
determinan cuándo una expresión está bien formada dentro del lenguaje objeto de estudio.
La semántica se encarga de la relación entre los signos y aquellos elementos que constituyen
su interpretación, independientemente de los contextos de proferencia. Por ejemplo, diríamos
que una pregunta del orden semántico es: ¿Qué significa que “pedro es hombre” sea
verdadero? La pragmática, finalmente, estudio aquellos contextos de proferencia.

- Lenguaje natural.
Conjunto de signos, conductas o reglas (lenguaje) que es utilizado regularmente por un
conjunto de personas más o menos homogéneas dentro de una comunidad lingüística con
fines comunicativos.

- Lenguaje.

La noción de lenguaje es de las más difíciles de definir, aun teniendo en cuenta la cantidad
de dificultades que involucran las definiciones que anteriormente tratamos de delimitar.
Desde un punto de vista, el lenguaje puede entenderse como una parte de la conducta humana,
mientras que, desde otro, como un conjunto de reglas que subyace a esa conducta. Nótese
que la dificultad principal reside en el desvanecimiento de los signos como elemento
característico del lenguaje. Las obras de arte, las letras, los sonidos, entre otros elementos, ya
no hacen parte del lenguaje considerado en cuento tal, sino que éste se reduce a una serie de
estados de cosas en el mundo – si se entiende como una parte de la conducta humana – o
como las reglas que determina dicha conducta que, en ciertas circunstancias, pueden ser las
reglas físicas – en cuento regulan la posibilidad de conducta de un ser humano – etc.

Resulta risible adelantar una cátedra de filosofía del lenguaje y partir de una definición del
lenguaje tan precaria como la anterior. De hecho, el objeto de las sesiones que nos ocuparán
durante las próximas, entre otras cosas, consiste en estructurar una noción de lenguaje
satisfactoria que permita explicar conceptos como significado, verdad o sentido. Por esto,
permítasenos presentar la definición de lenguaje que hemos esbozado anteriormente, con la
firme convicción que la misma es particular, reducida y, por sobre todo, preliminar; consiste
en, algo así, como un punto de partida para poder compartir un léxico común.

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