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Espejos. Siempre he pensado que a lo largo de la vida nos encontramos con espejos.

Espejos que nos


enseñan sobre lo que llevamos dentro, que nos hacen ir a lo más profundo, a los mundos interiores que
nos habitan.

Es curioso, ninguno se repite y aún así, cada uno representa una parte. Un fragmento de todo lo que
siempre ha existido en nosotros y que quizás hemos olvidado. Los espejos son recordatorios.

La primera vez que lo vi, a este espejo, me refiero; estaba recostado sobre las rocas de una montaña que
visitaba con regularidad. Me percaté de él, ya que reflejaba la luz del sol que caía directamente sobre su
cristal. Lo recogí y me lo traje a casa.

No era el típico espejo, es más, nunca había visto uno igual. Era de madera con pequeños detalles en
cuero y bronce. Muy pequeño, también. Pero lo más curioso es que en el mango, en la parte derecha,
tenía escrita una frase ”A Vida e Brava”. Como que si algo quisiera decir con eso.

Al intentar ver mi reflejo en él, solo pude percibirme luchando contra un sinfín de emociones a las cuáles
temía. Otras, desconocidas; que como peces, transitaban por las profundidades oscuras de mis océanos
viscerales. En ese momento comprendí que la imagen de los mundos interiores y exteriores no son
siempre lugares placenteros, pero sí necesarios para la vida.

Desde entonces, procuro cultivar no solo la mejor tierra de mi interior sino también la peor, pues si solo
cultivo la mejor, obtendré a cambio el peor escenario de lo que soy. Es algo así como el artista que
decide quedarse creando solo desde dentro de su cómodo estudio. Seré honesta, para mi eso es una
trampa que nos lleva a la sobreproducción y repetición de nosotros mismos. Es un hábito que conduce a
la contaminación de nuestros procesos de reconocimiento personal.

Hay que ser lo suficientemente valiente para ver el reflejo propio sin escabullirse. Y aún más, para
reconocer lo que vemos en el cristal. Al fin y al cabo, nadie es perfecto. Nadie es demasiado bueno.
Afortunadamente, los espejos no conocen sobre lo que es bueno o lo que es malo, solo tienen la
capacidad de mostrarnos aquello de lo que estamos hechos, de todas las fuerzas contenidas en nosotros:
el amor, el odio, la vida, la muerte, la felicidad, la tristeza, la cordura, la locura, la risa, el llanto. Es como
tener una conversación no verbal, donde nadie puede esconderse detrás de las palabras.

Como ese espejo, encontré unos cuantos más a lo largo del camino de los próximos años pasados. Cada
uno, con un mensaje distinto. Con un nuevo recordatorio. Es más, aún sigo encontrando alguno que
otro.

Y es que los espejos, aunque muchas veces tienen fecha de caducidad, nunca dejas de encontrártelos. Es
como que si fuesen parte del propósito de la vida. Eso si, es difícil olvidarlos. Aún sin volver a verlos,
quedan marcados como sellos en lo intrínseco de nuestro ser. Los espejos también son aprendizajes.

Quizás nos navegamos a falta de perspectiva, curiosos e intrigados de esto que somos. Nos olemos, nos
miramos y lo que descubrimos no es alguien más, inevitablemente topamos con lo que somos. Y lo mejor
será preguntar ¿Que parte de mi eres?

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