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Eusebio Ruvalcaba, in memoriam

A Eusebio Ruvalcaba solamente lo conocí a través de sus libros. En los noventas, siendo yo

casi un niño, “Un hilito de sangre” se volvió mi libro de cabecera, con él descubrí lo que la

literatura permite sentir, calentaba la sangre, emocionaba, excitaba. Sus libros te hacen

sentir cómplice de sus historias, te hacen sentir camaradería con Eusebio.

Novelista, poeta, cuentista, dramaturgo, ensayista y profesor, aunque a lo que vino al

mundo, como le gustaba decir, fue “a escuchar música”. Eusebio fue un hombre que amaba

la libertad, un hombre que escapaba del destino aburrido y fatigoso de nuestro tiempo,

haciendo lo que amaba. Ahí estaba su esencia rebelde, contracultural, que no se amoldaba,

que no se detenía.

“Las cuarentonas”, una especie de guía práctica para crecer y amar, se volvió manifiesto

para una parte de mi generación. Ese libro por (mal) uso quedó deshojado, destrozado,

manchado de tanto leerlo. Eusebio desde entonces se volvió el culpable de los aspectos más

torcidos de mi educación sentimental-sexual.

La vasta obra literaria de Eusebio Ruvalcaba está ahí para gozarla, para deleitarnos, para

sensibilizarnos, para leerla en el desamor o en la cruda del alma, con la mujer amada que

nos humilla o con la amante menospreciada. Sus escritos sobre música clásica, su mayor

placer, son una guía para adentrarse en ese universo y no salir. Son ejemplo de belleza y

sensibilidad. La música empapa su obra, su vida y hoy su recuerdo.

Fue también profesor de la UACM plantel Cuautepec, me lo imagino amando la vida,

conviviendo con la juventud, sorprendiéndose y sorprendiendo a sus alumnos. Hablándole


feliz de literatura y música a una nueva generación de escritores, críticos y amantes de la

vida. Me gusta pensar que caminamos los mismos pasillos, que estuvimos en los mismos

salones, que tal vez nos cruzamos en la universidad. Me hubiera gustado estrecharle la

mano y decirle: ¡Eres un chingón Eusebio!

El tiempo no se detiene, el 7 de febrero del 2017 la muerte, sin permiso, se llevó a Eusebio

Ruvalcaba.

¡Música, literatura, sexo y mezcal en su honor!

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