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La filosofía —dejamos la ciencia por un momento para volver sobre ella en la siguiente
página— es una de las tantas nociones difíciles, si no imposibles, de definir. Podemos, en principio,
caracterizarla en relación con otros saberes, como, por ejemplo, la ciencia. La filosofía, a diferencia
de la ciencia, considera a los interrogantes mucho más valiosos que las respuestas. El simple hecho
de meditar es más importante que lo que podamos obtener con la meditación. De este modo, es
más productivo preguntarnos acerca de qué se ocupa la filosofía, más que buscar una definición
absoluta de la misma.
Nos preguntamos… ¿Por qué ocurre lo que ocurre? ¿Por qué hay cosas cuando podría no
haberlas?
Entonces, la epistemología será el estudio de la ciencia, una reflexión filosófica acerca del
conocimiento científico. Un estudio, si se quiere, “del conocimiento del conocimiento”, donde
preguntas tales como las condiciones, la posibilidad y la validez de los saberes toman valor gracias
a la reflexión epistemológica.
Debemos tener en cuenta las diferencias existentes entre el conocimiento científico y las otras
formas de conocimiento, como pueden ser los referidos al arte, a la vida cotidiana o a lo religioso.
Una de las principales características del conocimiento científico es que busca alcanzar la
verdad. Pretende producir enunciados que reflejen fielmente lo que ocurre en algún aspecto del
mundo. Esto no debe hacernos pensar que el conocimiento científico es “verdadero”, porque sus
verdades son relativas, no absolutas. Las verdades de la ciencia son temporales, cambian con el
paso del tiempo, estando siempre en relación con el contexto de su época, es decir con ese
conjunto de condiciones políticas, económicas, culturales que tienen una gran influencia sobre el
sujeto, sobre el científico. Cabe mencionar que este aspecto social, epocal de la ciencia será
descartado por los internalistas. Además, el conocimiento científico pretende “objetividad”. Hay
un sujeto que conoce, y un objeto que se conocido. Hay un acercamiento del sujeto al objeto,
dependiendo el uno del otro. La objetividad radica en conocer el mundo tal como es, y no como
nos gustaría que fuese; el sujeto, entonces, debe abstraerse y estudiar la cosa sin desbordar sobre
ella sus ideologías, ideas y pasiones. Una tercera característica del conocimiento científico es que
necesita “justificación”. Debe fundamentar las afirmaciones que realiza. ¿Por qué se dice lo que se
dice?
La ciencia es multidimensional, tiene una dimensión teórica, una dimensión histórica y una
dimensión social.
Una dimensión social porque mantiene un estrecho vínculo con el estado, la tecnología, y,
en definitiva, el poder, que gobierna al mundo y muchas veces a la misma ciencia.
Cabe destacar que los internalistas, como Comte y Popper, sólo aceptarán la dimensión
teórica de la ciencia. Esto, ante la mirada crítica de la epistemología, representa un
“reduccionismo”. La postura de hombres como Comte y Popper no es ni azarosa ni ingenua.
Afirmar que la ciencia es sólo teórica cumple la función de obturar todas las preguntas de índole
moral y ético que podrían hacerse sobre la ciencia y su relación con el poder político, que muchas
veces la financia. De este modo, decimos que la ciencia no es neutral —como afirma el primer
positivismo comteano—, sino que está regida por intereses tales como la eficacia, el rendimiento y
la ganancia. Hablaremos de la neutralidad la ciencia más adelante, cuando definamos
“neutralidad”, “cientificidad” y “demarcación”.
Otros tipos de conocimientos son el del arte, que no es para nada objetivo. Tenemos
también los conocimientos de la vida cotidiana, que buscan, no la verdad, sino la utilidad. Por otro
lado, están los conocimientos religiosos, que son dogmáticos y pretenden ser absolutos e
incuestionables. Estos saberes muchas veces son menospreciados por el carácter “cientificista” de
nuestra sociedad.
La psicología ha pretendido, desde finales del siglo XIX y queriendo superar el anatema comteano
de su no cientificidad, ser considerada una ciencia más. Aún hoy sigue sosteniendo tal fin.
Mencionaremos tres grupos de ciencias que propone el positivismo, con sus diferentes
objetos, procedimientos y características específicas. Luego, debatiremos en qué grupo podríamos
situar a la psicología.
Tenemos, por un lado, las “ciencias formales”. Se ocupan de los ideales, las figuras más
semejantes a lo perfecto. Abarcan elementos que pertenecen a las ideas, al pensamiento, que
existen sólo porque alguien los piensa. La característica principal, el procedimiento de esta ciencia
es la lógica matemática. Su procedimiento fundamental: la deducción —a partir de enunciados
generales se obtienen elementos singulares—. Forman parte de estas ciencias elementos como las
matemáticas o la lógica.
Por otro lado, tenemos las “ciencias naturales”. Se ocupan de los objetos materiales, que
tienen sustancia, que son “cosas”. El procedimiento de las ciencias naturales es la observación y la
experimentación. Los objetos, al ser “materiales”, pueden ser sometidos a experimentación. Hay
una tendencia, algo prejuiciosa, a asociar a la ciencia sólo con este modelo. Las disciplinas
abarcadas por esta forma de ciencia son la biología, la física y la química.
También están las “ciencias sociales”. Esta es la ciencia más compleja. Tiene una gran
diversidad de nombres: ciencias humanas, del espíritu, del hombre. Los objetos de conocimiento
son, al mismo tiempo que objetos, sujetos. Un objeto que piensa, sufre, ama, y tiene vida. Se
ocupa, entonces, de lo humano, pero de un modo diferente al natural. Tiene en cuenta lo humano
que “no es natural”, que no forma parte de la naturaleza. Estudia, así, lo que hacemos y somos; los
productos humanos, como la cultura, la educación, la economía, la política, la salud, el arte, la
comunicación, las modas, las ciencias mismas. Ejemplos de las ciencias sociales son la sociología, la
economía, la historia, etcétera. Lo social es eso que no es natural, que puede cambiar. El dinero, la
educación, son cosas que creó el hombre y que pueden modificarse; las ciencias sociales se
ocupan de esas cosas, de las creaciones del hombre, ya sean objetos materiales o formas de vida.
Esto plantea una problemática… la de la “no-unicidad” del campo psi. Hay muchas
psicologías, por lo tanto, se hace dificultosa la tarea de ubicar a la psicología en un campo en
particular. Pero intentémoslo, planteando cuatro posibilidades.
Por otro lado, y en oposición a todo lo dicho anteriormente, para algunos pensadores, la
psicología, lejos de su ideal de alcanzar la cientificidad, debería volver a ubicarse junto a la
filosofía, de la cual nació. Debe retornar a esa meditación sobre el alma, sobre la psykhé, la
subjetividad. La psicología debe desligarse de su devenir adaptacioncita, de su devenir
tecnocrático, y reelaborar una reflexión sobre el alma-psykhé. No esa alma mística, dogmática y
reveladora de la religión, sino un alma más orientada al campo de la filosofía, en la que el
preguntarse por el alma es preguntarse por la humanidad del ser humano, por su subjetividad, por
su vida psíquica, por sus formas de ser, tanto en el pasado como en el presente, por su relación
con los otros y consigo mismo.
Hubo muchos intentos por constituir una “unidad” en la psicología, todos con el mismo fin:
acercarse a la cientificidad, que requería esta unidad para poder recibir a la psicología en su
campo.
Lagache, de algún modo, fue el que más cerca estuvo de cumplir el objetivo. Planteó una
división que incluía a todas las psicologías. Así, desde la concepción de Lagache, las psicologías o
están dentro del humanismo o están dentro del naturalismo.
Para el “naturalismo” el hecho psíquico es natural, universal. Desde este punto de vista, el
hecho psíquico es biológico, ocurre en el cerebro —entendiendo por hecho psíquico a la vida
anímica, o cosas como el pensar, el recordar, o la memoria—. La angustia, por ejemplo, se
originaría “por un proceso del cerebro”. Así, los complejos procesos del pensamiento humano se
“reducen” a un análisis neurológico. Muchos criticarán esta postura. “Un déficit de serotoninas no
puede explicar la angustia.” Quienes están en contra del naturalismo afirman que esta corriente
subestima los complejos procesos psíquicos. “Los hombres no son amebas, sino todo lo contrario:
son simbólicos, difíciles de analizar.” El naturalismo, por considerar al hecho psíquico un mero acto
físico, deja a la psicología a merced de la neurociencia, de la industria de los fármacos. La tradición
naturalista comienza con Aristóteles, y sigue con Wundt, Fechner, Titchener y Ribot para culminar
en Watson. El naturalismo trata una psicología analítica, mecanicista, que tiene por objeto la
conducta.
La gran mayoría de las tendencias dentro del campo de la psicología hacen su aparición en
el marco de las condiciones económicas, políticas y sociales de la cultura norteamericana del siglo
XX, que ya había procesado, de algún modo, los anatemas de la cientificidad de la psicología de
pensadores como Comte. Surgió —en virtud de que se permitiera de una vez y para siempre la
entrada de la psicología al campo de las ciencias— una preocupación por transformar la
indagación sobre el alma o cuestiones “metafísicas” en una empresa que fuera provechosa en
términos de resultados frente a las exigencias de una sociedad pragmática y cientificista. Esto
genera que la psicología se comience a preocupar, no por las indagaciones acerca del alma, sino
por la conducta, los comportamientos o los desempeños de los individuos humanos; la psicología
se transformó, así, en una empresa que, revestida bajo el poder de la cientificidad, actúa en el
sentido de la regulación y el control de los hombres.
Tenemos, de este modo, cinco corrientes que expresan diferentes elementos teóricos,
técnicos y prácticos de la psicología. Las primeras cuatro se relacionan —de forma más o menos
intensa— con el tratado de la conducta.
Pronto surgió la preocupación por el “enigma de la mente” y con ella las indagaciones
acerca de los procesos del pensamiento. Las psicologías cognitivas suponen una manera
“científicamente respetable” de acercarse a los procesos implicados en el desarrollo del
pensamiento y en la manipulación mental de la información. Este es un empeño contemporáneo
de conocer la naturaleza del conocimiento, sus fuentes, su evolución y difusión. La “cognición”
debe entenderse como un sistema, ya se humano o artificial, que adquiere, acumula y procesa
información; este proceso tiene lugar en la mente, que es capaz de tener sensaciones, memoria,
pensamiento y conocimiento.
Otra influyente tendencia dentro del campo de las ideas psicológicas es la psicología
humanista. Una ciencia de los problemas humanos diferente al psicoanálisis. Sostiene la “bondad”
natural de los seres humanos, bondad que se ve alterada por la cultura, las tradiciones y el
autoritarismo. En cuanto a las patologías mentales, el humanismo las ve como una
desorganización de la personalidad. El humanismo estudia a las personas. Se preocupa por resaltar
sus aspectos psíquicos positivos. Se centra en el “yo”, en fortalecerlo.
La “neutralidad” es un problema ético y político que se refiere al uso que se le da a los resultados
de la investigación científica. ¿Es la ciencia buena o mala? ¿O no es ni una cosa ni la otra? Hay
personas que afirman que la ciencia es neutral. “Es como un martillo”, no es ni bueno ni malo,
depende de quien lo use. La ciencia, según estas personas, no es ni buena ni mala, y se acabó.
Otros piensan, y esta es la posición mejor sostenida, que la ciencia no es neutral puesto que los
resultados de la investigación científica están orientados por intereses económicos y políticos
fácilmente identificables. Industria bélica, industria de fármacos, industria automotriz, son los
principales fines a los que apunta la ciencia por intereses políticos y económicos.
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La “demarcación” es ese “separar la paja del trigo”, separar lo que es científico de lo que
no lo es. Un proceso de demarcación “permite” diferenciar a la ciencia de lo que no es ciencia.
El problema radica en que, a veces, es difícil distinguir qué es ciencia y qué no lo es.
La filosofía positivista de la ciencia nace en la primera mitad del siglo XIX, de la mano de un filósofo
francés llamado Augusto Comte. Se fue constituyendo a lo largo de la primera mitad del siglo XX
como la forma epistemológica dominante.
Comte realiza la siguiente afirmación: “nuestro entendimiento está obligado a progresar con pasos
lentos”. A partir de la lectura del texto ¿cuáles considera que son las razones para enunciar tal
afirmación?
Cuando Comte hace esta afirmación, se refiere al hecho de que no hubiera sido posible un salto
brusco, sin transición, de la filosofía teológica a la filosofía positiva. Es que la primera corresponde
a la etapa primitiva de pensamiento humano, y la segunda a un estado más madura de la razón. La
teología y la física son tan incompatibles, tan radicalmente opuestas, que la inteligencia humana a
tenido que valerse de concepciones intermedias que preparasen la transición; y esto remite al
estado metafísico, un paso de esa explicación sobrenatural de los fenómenos hacia un estudio
más “naturalista” que preparase al ser humano a alcanzar la cientificidad del conocimiento.
Desarrolle los tres métodos de filosofar contenidos en el Curso. Reflexione sobre el riesgo que su
uso simultáneo implicaría sobre el campo del saber.
Los tres métodos corresponden a la denominada “ley general del desarrollo humano”, propuesta
por Comte, que echa una mirada retrospectiva a la marcha progresista del espíritu humano. Esta
ley afirma que cada una de nuestras principales especulaciones pasa por tres estados teóricos
diferentes: el estado teológico, el metafísico y el positivo.
¿En qué instancia de su formación se encuentra hoy el espíritu positivo? Ensaye una reflexión sobre
el lugar en el cual se ubica el autor para construir una “mirada” sobre el mismo.
El espíritu positivo, para Comte, aún se haya incompleto, o por lo menos lo estaba en la época en
que escribió su Curso.
Para dar cuenta de esto, primero intenta darle un origen a la revolución que nos llevó al
estado positivo. Propone que se ha ido cumpliendo en los trabajos de Aristóteles y en la escuela
de Alejandría, para culminar con los preceptos de Bacon, las teorías de Descartes y los
descubrimientos de Galileo.
Pero se pregunta… ¿abarca la filosofía positiva todos los órdenes de los fenómenos? Dice
que no, lo que lleva a la conclusión de que aún queda una gran operación científica por realizar. La
laguna que encuentra Comte es la que remite a los fenómenos sociales, los cuales aún no han
formado una categoría positiva que los distinga de los demás conceptos. Esa es para Cote la laguna
que hay que llenar para acabar de constituir la filosofía positiva, hasta ahora incompleta en su
espíritu. Se debe fundar la física social.
Para Comte, una física social logrará impedir que el humano acabe perdiéndose en los
trabajos de detalle, y la única forma de detener la amenaza es hacer del estudio de las
generalidades científicas una gran especialidad nueva; lograr que una clase inédita de
investigadores estudie a cada una de ellas, descubriendo cómo se relacionan, obteniendo el
menor número de principios posibles. Ese nuevo orden se hace indispensable para prevenir la
dispersión de las especulaciones humanas.
Otra característica del positivismo es la del “internalismo”. Los positivistas creen que los
aspectos más relevantes del conocimiento científico son los aspectos “internos”, es decir: los
aspectos teóricos. Los positivistas, entonces, sólo tienen en cuenta la teoría, no lo histórico o lo
social de una afirmación científica. Lo epocal, lo político, lo económico, todo lo “externo” en
relación a la teoría no cuenta. “El marco del cuadro no tiene valor, lo valioso es su pintura”. Los
que están en contra de esta postura dirán que el marco es fundamental para que se posibilite el
conocimiento; la época, el recorrido mismo del científico, posibilita o imposibilita lo que la ciencia
puede decir. Los factores internos deben diferenciarse de los factores externos, es decir los
procesos de producción o descubrimiento; aquí lo que importa es la racionalidad científica y el uso
del método.
Esta verdad nada tiene que ver con la de filósofos como Platón, que hablaban de mundos
suprasensibles diferentes al nuestro. Por lo contrario, para el positivismo, la verdad es la
representación objetiva y neutral de la cosa por medio de un sujeto que “percibe”, no que
trasciende.
Entonces, el positivismo supone una ciencia neutra, comprometida con su propia verdad,
en la que el hombre debe despojarse de toda subjetividad para obtener una mirada directa de las
cosas.
Popper es, probablemente, el positivista más influyente de todo el siglo XX. Sus ideas están
vinculadas, en un comienzo, a los filósofos del Círculo de Viena, pero el mismo Popper se encarga
de plantear algunas diferencias.
Popper cree que los enunciados observacionales, lejos de la condición plena de objetividad
del primer positivismo, son determinados por marcos teóricos previos. Así, la observación puede
producirse sólo desde un conocimiento previo que la determina y posibilita, por lo tanto, nunca es
pura.
Popper utiliza el método de “falsación”. Cuando surge un problema, a este se le ofrece una
solución tentativa, hipotética; la falsación operará sobre estas hipótesis intentando demostrar que
son falsas. Aquellas teorías que no resistan a la falsación serán eliminadas. Las que pasen las
pruebas serán aceptadas “provisoriamente”. Provisoriamente porque Popper no considera posible
establecer que una teoría es verdadera, no hay posibilidad de “verificación”. A lo sumo puede
decirse que es verosímil, por haber pasado la falsación; de este modo, el piensa que las teorías son
una verdad provisional, que pueden dirigir el camino de la razón científica, más no ser una
herramienta para alcanzar la verdad, a la cual no se pude llegar. “En este sentido es posible hablar
de una epistemología evolucionista, que afirma que el aumento del conocimiento se produce por
la eliminación de los errores, de una manera semejante a como los organismos se adaptan al
medio ambiente”. Así, afirma que la teoría no es verdadera, no es verificable; por lo contrario, sólo
puede aspirar a ser verosímil, siempre en cuando supera la prueba de la falsación.
Cientificistamente hablando, Popper es algo más “modesto” que Comte.
Entonces, las teorías, para Popper, no son más que un conjunto de hipótesis, de saberes
provisionales que deben ponerse a prueba. “La irrefutabilidad no es una virtud de una teoría, sino
un vicio”. Las teorías que logren sobrevivir al proceso de falsación o refutación serán consideradas
verosímiles y aceptadas por la ciencia, que las usará, al menos, hasta que dichas teorías sucumban
ante el siempre victorioso poder de la refutabilidad.
Además, también le da privilegio, igual que el primer positivismo, a los “factores internos”.
Los factores internos representan la lógica de la ciencia y del método empleado; se oponen a los
factores externos, es decir las condiciones políticas, económicas o culturales que para otros
determinan la producción del conocimiento científico. Lo único que importa es lo que dice la
teoría, no el marco social que podría rodearla.
Las teorías que no pasen el método deductivo de Popper serán consideradas pseudo-
científicas. Algunos pensadores interpretan que las razones por las cuales a veces algunas teorías
no son aceptadas no tienen que ver con la “calidad” de las teorías en sí —factor interno—, sino
con el hecho de que estas teorías pueden estar perturbando algún orden de poder que la ciencia
considera valioso y que prefiere mantener en equilibrio —factor externo—. Si esto es cierto, es
entendible que propuestas como las de Marx sean desdeñadas por la ciencia sin reparo alguno.
Ante esta nueva forma de pensar la ciencia, emerge una nueva epistemología que
caracterizaremos a continuación.
Ahora, se planteará que es dificultoso, sino imposible, distinguir criterios sólidos que
permitan delimitar qué es ciencia y qué no lo es.
Los paradigmas son estructuras constituidas por teorías, concepciones del mundo, valores,
todos elementos que constituyen la visión compartida que tenemos de mundo. Cuando el
paradigma cambia, lo que cambia es la concepción del mundo que los científicos poseen. La
historia de la ciencia entonces es una sucesión discontinua de paradigmas, de revoluciones que
resultan inconmensurables; no es un acercamiento continuo a la verdad.
De esta forma, habiendo visto estas características, vemos que en la nueva epistemología
de Kuhn los elementos teóricos se subordinan a los prácticos, la verdad a la utilidad, la historia
interna a los factores externos.
Ahora, la ciencia deja de ser neutral, y se corre el velo que nos muestra su intrínseca
relación con el poder tecnocrático.
A pesar del éxito de Kuhn, la imagen de la ciencia que hoy en día prevalece sigue en estrecha
relación con lo racional.
Se ha supuesto, quizá por lo cientificista que es nuestra sociedad, que las comunidades
científicas están definidas por los principios de la razón, basada en el método científico y la lógica
de la justificación y la valoración objetiva. Suele resaltar la “nobleza” de la investigación científica,
que busca la verdad “desinteresadamente”. Esa es la imagen que la comunidad científica tiene de
sí misma, y la que refleja a la sociedad.
Quizá los ataques más violentos a este modelo racional de la ciencia provengan de
Feyerabend, que afirma que no existe racionalidad científica.
Dice, también, que no hay una sola regla que no sea infringida en alguna ocasión. Sostiene,
de hecho, que siempre existen circunstancias en la que es aconsejable no sólo ignorar dicha regla,
sino adoptar su opuesta.
Para Feyerabend en la ciencia hay un solo principio que puede ser defendido: el hecho de
que “todo sirve”.
Algunas de las propiedades más importantes de una teoría se descubren por contraste, no
por análisis. Piense que no debe darse ningún punto de vista por excluido para siempre. Si
aceptamos el hecho de que no somos infalibles, es muy posible que descubramos que las teorías
que no son normalmente aceptadas sean verdaderas.
Así, haciendo “valer todo” es posible que lleguemos a conoces cosas que de otro modo no
hubiéramos podido conocer.
La influencia de las concepciones filosóficas en las teorías científicas, Koyré
Frank afirma que las razones a favor o en contra de la aceptación de algunas teorías no se reducen
al valor técnico de las mismas, es decir a su capacidad de darnos una explicación coherente de los
hechos que trata, sino que a veces, la aceptación de la teoría, depende de otros factores que están
por afuera de ella, que son externos.
Koyré criticará a Frank diciendo que él —Frank— comete un grave error al no hablar de la
influencia que ejerce el horizonte filosófico sobre la ciencia —vale aclarar que, a su vez, lo felicita
por aceptar el “factor externo”—.
Entonces, Koyré no pretende, en su texto, decir que la ciencia “no” y la filosofía “sí”; su
intención es demostrar que, si bien la ciencia ha influenciado a la filosofía, la filosofía también lo
ha hecho sobre la ciencia.
Otros van más lejos, y la niegan. Strong es uno de ellos. Él dice que la ciencia jamás estuvo
ligada realmente a la filosofía.
Koyré, a partir de los dichos de Burtt, dirá que puede considerarse a la filosofía un
andamio, pero no un andamio que “finalmente se quitará”, sino un andamio que resultará
fundamental si se quiere concebir una teoría científica; porque “las casas rara vez se construyen
sin andamios”, al igual que la ciencia rara vez se da sin filosofía.
Para Koyré, la historia nos enseña que el pensamiento científico nunca ha estado enteramente
separado de la filosofía. Por otro lado, la historia nos muestra que las grandes revoluciones
científicas se determinan por cambios de concepciones filosóficas. Además, se ve, en el desarrollo
histórico, que las teorías científicas no se generan in vacuo, sino que se encuentran en el interior
de un cuadro de ideas, de un marco teórico-filosófico que las determina.
Tenemos, por ejemplo, el caso de Giordano Bruno. En su postura de que Dios era
demasiado grande y esplendoroso para haber limitado a crear un simple espacio finito, concibió —
Bruno— la existencia de un universo infinito, creado a la imagen y semejanza de la grandeza de su
Dios. Esta filosofía, enfrentada a otras filosofías no mejores pero sí más poderosas, le costó a
Bruno perder la vida en la hoguera.
Koyré hace, además, una reflexión sobre la “historia”, propiamente dicha, de la ciencia.
Recalca que la mayoría de la gente ve a la historia del pensamiento científico como un
“cementerio de errores”. Las personas, insiste Koyré, suelen considerar a las teorías antiguas como
monstruos incomprensibles, ridículos y deformes. Sólo el historiador de la ciencia puede ver, en
las teorías del pasado, una primera y gloriosa juventud del pensamiento científico, juventud que
ha sido la base del impulso creador del pensamiento.
La revolución científica del siglo XVII implica, por un lado, la destrucción del cosmos y su
sustitución por un universo infinito. Se sustituye, de este modo, el mundo finito y jerárquicamente
ordenado de Aristóteles por un mundo infinito, ligado a sus elementos y sus leyes. Para Koyré, la
diferencia entre el mundo cerrado, finito, regular y previsible de Aristóteles y el universo infinito
de Copérnico y Galileo representa una verdadera mutación, que es hija de la revolución científica
que se fue gestando a lo largo de varios siglos hasta culminar en el XVII.
Según Koyré, lo que inspiró la obra de hombres como Einstein o Newton fue una
meditación filosófica, una visión particular sobre el universo y los fenómenos que lo conforman.
La imagen que la ciencia proyecta de sí misma, y que la mayor parte de la sociedad no duda en
aceptar, es la de la “racionalidad” por antonomasia. La comunidad científica se ve a sí misma como
el “paradigma de la racionalidad”; poseedores de un “método” que, en el “contexto de la
justificación”, los convertirá en los únicos capaces de producir conocimiento verdadero. La
comunidad científica es, valga la redundancia, “cientificista”. Los miembros de esta eminente
comunidad aplican —según esta mirada— el método “objetivamente”, de forma desinteresada,
con el único fin de acercarse a la verdad.
Los filósofos, o los hombres ajenos a la comunidad científica, serán considerados, desde
esta perspectiva, personas incapaces de engendrar verdaderos conocimientos. Algunos
cientificistas como Reichenbach afirman que si hombres como Platón hubieran contado con los
recursos que la ciencia ofrece habrían podido resolver los problemas que antes eran sometidos a
la mera especulación filosófica-metafísica.
Esta imagen de la ciencia ha sido objeto del ataque de diversos historiadores, sociólogos y filósofos
de la ciencia. Hombres como Feyerabend o Kuhn creen que la imagen cientificista está cargada de
supuestos relativos a la objetividad de la verdad — ¿Buscan la verdad? ¿Buscan la aproximación a
la verdad? ¿Cuál es su meta? —, el papel de la evidencia y la invariabilidad de los significados.
Creen que hay que liberar a la sociedad de la asfixiante sujeción de una ciencia ideológicamente
petrificada. Critican que la práctica científica no sólo no se corresponde con la imagen que su
comunidad proyecta, sino que tampoco puede hacerlo.
¿Qué análisis propone para comprender la concordancia entre la imagen racional y los hechos?
Para comprender hasta qué punto la imagen que la comunidad científica tiene de sí misma
corresponde a los hechos, Newton-Smith propone investigar el “fenómeno del cambio científico”.
Entonces, Newton-Smith propone dividir los modelos de explicación del cambio científico
en dos. Por un lado, “modelos racionales” de cambio científico, y por otro lado “modelos no
racionales” de cambio científico.
¿En qué se diferencian el modelo racional de concebir el cambio científico del modelo no
racional?
El modelo racional —con el que hombres como Popper, Lakatos o Laudan estarían de acuerdo—
está compuesto por dos ingredientes. Primero, considerar que el objetivo de los científicos es
producir teorías explicativas verdaderas, o útiles para la predicción de los fenómenos. Un segundo
lugar, el hecho de que —gracias a algún principio determinado— las teorías se puedan comparar
entre sí —vale aclarar que personas como Kuhn o Feyerabend dirán que las teorías son
inconmensurables, que no se pueden comparar—.
Thuillier opone una “ciencia efectiva” a una “ciencia ideal”. ¿En qué consiste esta oposición?
Thuillier trata de estudiar los casos que están destinados a “complicar” la imagen objetiva y
racional que la ciencia tiene de sí misma.
Se pregunta… ¿es verdad que una buena teoría es una teoría “confirmada por los hechos”,
y una mala aquella que es contradecida por ellos? Si se tiene en cuenta la versión vulgarizada del
método experimental, la respuesta es positiva. Si los expertos aceptan una teoría, es que está de
acuerdo con los hechos. Así lo quiere la ciencia.
Pero Thuillier hace una crítica. “Jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y
los hechos” —entendiendo por “hechos” al número de observaciones y resultados experimentales
—. Cuando una teoría alcanza cierto grado de generalización y complejidad es prácticamente
imposible tener la certeza de que todos los hechos pertinentes se hayan tenido en cuenta. Así, las
teorías mejor confirmadas siguen siendo precarias, frágiles.
Thuillier afirma que si sólo bastase consultar los hechos, la investigación perdería su
encanto, su lado excitante. Piensa que hombres como Galileo, Darwin o Einstein no se limitaron a
acumular datos ciegamente, sino que había algo del orden de la especulación dando vueltas. La
esfericidad de la tierra, por ejemplo, fue, al comienzo, una especulación, que se fue convirtiendo
en teoría hasta confirmarse y convertirse en un hecho.
Por eso, respondiendo a la pregunta de apartado, hay que resaltar la diferencia entre la
Ciencia Ideal, esa que quizá podamos poseer en el fin de los tiempos, y la Ciencia Efectiva, que
muy a menudo está muy lejos de la perfección.
Thuillier propone explicar —cuando da cuenta de la Ciencia Efectiva— hasta qué punto es
difícil hacer dialogar las teorías y los hechos.
Primero define a la Ciencia Ideal. Vista así, la ciencia sólo nos conduce a Verdades. Esa es
la ciencia ideal, que para el autor no existe y posiblemente no exista nunca. Una ciencia que busca
la Verdad y presenta a los hechos como la máxima prueba de estas verdades.
La Ciencia Efectiva, por otro lado, es aquella que tenemos y que está lejos de alcanzar
cualquier criterio de Verdad. La ciencia corre riesgo de equivocarse, nada garantiza que se esté en
un buen camino, porque a los hechos que avalan una teoría se les oponen otros que las niegan.
Los hechos, incluso, pueden ser engañosos. Los hechos no son certeza de nada: aquellos que
parecen favorecer ciertas teorías pueden hacernos caer en un error —como en una escena del
crimen—, por eso se puede interrogar a los hechos y nunca confiarse demasiado de lo que nos
dicen. El método científico, lamentablemente, no brinda un conjunto de “sí” o “no” clarísimos,
sino que sus mensajes son confusos y hasta contradictorios. Entonces se debe ser crítico, las
medidas obtenidas no son definitivas.
¿Por qué el autor hace referencia a los “mitos” de la ciencia? ¿Qué entiende por esto?
Se pregunta Thuillier: ¿existe un método gracias al cual se puedan elaborar teorías estrictamente
fieles a los hechos? ¿Los hechos son una prueba máxima de verdad?
Thuillier cree que no. El Método experimental es un mito, o por lo menos la imagen que la
sociedad tiene de él. El Método, si es que existe tal cosa, no garantiza el valor de los resultados
obtenidos, no es ni infalible ni certero. Como se vio anteriormente, los hechos son engañosos,
confusos, contradictorios; las teorías no pueden dar cuenta de todos los hechos necesarios para
demostrar su irrefutable validez.
Otro mito, además del mito del Método, es el mito de la objetividad. Las teorías no son
inmaculadas, los hombres que las formulan tienen sus creencias filosóficas, sus prejuicios, sus
pasiones y fantasmas. El científico no es un sabio de espíritu frío, neutro y objetivo; el científico
está atravesado por ideales, por vivencias que lo determinan. Así, la objetividad es un ideal, un
mito; el científico es subjetivo, tiene una afectividad y convicciones que hereda de su ambiente y
cultura. Los hombres de ciencia no es un ser ideal que radiografía la naturaleza en un estado tota
de neutralidad. El científico está atravesado por un marco teórico que determinará su posibilidad
de conocer o no las cosas. El investigador corre riesgos, se equivoca, está lleno de incertidumbres
y errores, al punto que, a veces, jamás logra dar con eso que buscaba.
La ciencia, además, no es una actividad sagrada y protegida por estrictos tabús; no es una
actividad que lleve a la Verdad y lo Absoluto. Considerarla como tal representaría un inmensísimo
error, es caer en una ingenuidad.
Concluimos, entonces, diciendo que no existe un camino real hacia la teoría perfecta. La
ciencia no progresa en línea recta, sino describiendo los más extraordinarios zigzags. El científico
no es un Genio que posee un Método infalible con el que puede alcanzar la Verdad.
¿En qué sentido entiende Thuillier que la verdadera cuestión de la ciencia es, en el fondo, ética y
política?
Thuillier se hace varias preguntas al respecto, entre ellas “¿por qué fue necesario esperar al final
del Renacimiento para que el célebre “Método” fuese concebido y utilizado? Dirá que todos los
cambios son producto de un conjunto de transformaciones socioculturales que afectan a los
modos de hacer, de vivir, a la forma de sentir y pensar. El papel de la sociedad juega, entonces, un
papel importante: el estilo, los valores y los proyectos de la sociedad determinan el conocimiento.
¿Cuál es la actitud que defiende Thuillier con respecto a la ciencia y qué papel cumple la historia de
las ciencias en su propuesta?
Thuillier no pretende rechazar la ciencia, ni el valor ni la utilidad de sus teorías. Lo que busca es
que se vean sus límites; que se sepa que los hombres de ciencia son precisamente hombres y no
espíritus puros; que se comprenda que el método experimental define un ideal pero no previene
automáticamente contra los errores. La ciencia, la ciencia moderna, dice, proyecta una luz especial
sobre el mundo —aunque no es el único saber que arroja esa “luz” —. La ciencia nos hace percibir
relaciones significativas, pero no absolutas. Esa es la tesis de Thuillier.