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Resumen
En este sentido, el presente documento realiza un estado del arte sobre las aproximaciones
teóricas que se han venido realizando sobre la violencia, el auge punitivo, el control y el
miedo, desde la década de los ochenta, haciendo énfasis en los estudios que han
involucrado la dimensión espacial en sus análisis. Por lo tanto, uno de los principales
objetivos de este balance consiste en buscar los vacíos, falencias y aportes de estos estudios
con el fin de generar nuevos intereses en el campo investigativo enmarcado en las
geografías criticas.
Abstract
Palabras claves
Introducción
En este sentido, el presente documento realiza un estado del arte sobre las aproximaciones
teóricas que se han venido realizando sobre la violencia, el auge punitivo, el control y el
miedo, desde la década de los ochenta, haciendo énfasis en los estudios que han
involucrado la dimensión espacial en sus análisis. Por lo tanto, uno de los principales
objetivos de este balance consiste en buscar los vacíos, falencias y aportes de estos estudios
con el fin de generar nuevos intereses en el campo investigativo enmarcado en las
geografías criticas.
En primera instancia, se elabora un esbozo sobre el abordaje teórico que ha envuelto a la
violencia, se enfatiza en su relevancia como estructurante espacial de la ciudad capitalista, a
su vez, se mencionan otras posturas que han influido en su teorización, como lo han sido las
desarrolladas por visiones culturalistas y criminológicas.
Por otra parte, se hará mención de algunos de los trabajos elaborados sobre el cambio de los
mecanismos del miedo y del control, los cuales fueron impulsados por el giro neoliberal.
Seguido a ello, se analizan algunos postulados teóricos sobre el giro punitivo en el
neoliberalismo, buscando principalmente dotarlo de espacialidad. Finalmente se hará un
acercamiento a las tensiones espaciales resultantes entre la cárcel y su entorno exterior.
Por ende, la estructura de este documento está organizada a partir de un marco general, en
donde la reproducción contradictoria y conflictiva del orden social, bajo la hegemonía de la
lógica del capital, actúa como un modelador de las lógicas espaciales de las ciudades,
acomodándose a sus diferencias y ejerciendo dominación. A partir de estas consideraciones
generales se desprenden los demás factores que actúan en la ciudad capitalista neoliberal,
como lo son, el control y el miedo, creando así una atmosfera para el auge de un
punitivismo espacial.
La violencia abordada desde esta óptica queda relegada a un origen casi genético, en donde
se responsabiliza y señala al individuo como causante de una atmosfera violenta, olvidando
por completo su papel en la praxis social en el cual, la “violencia se construye, se utiliza,
se resiste y se (re)significa” (Gónzales Luna, 2018). A pesar de la importancia que tiene
esta para el entendimiento de las problemáticas acontecidas en la ciudad capitalista, las
propuestas teóricas, metodológicas y políticas, han circulado independientemente de los
procesos reales que se configuran en la dialéctica ciudad-violencia, tal como lo menciona
Carrión:
Una muestra de esta falencia metodológica y que ha servido para justificar y camuflar la
verdad lógica del capital, han sido los trabajos desarrollados por el Banco Mundial sobre
violencia urbana, que desde una línea teórica desarrollista han incentivado la creación
académica de una serie de técnicas, para evaluar el problema de la violencia urbana en
distintas ciudades latinoamericanas.
En una de las producciones realizadas por el programa de Paz Urbana incentivado por el
Banco Mundial en conjunto con la Dirección Sectorial (SMU) para el Desarrollo Social y
Ecológicamente Sostenible, se busca abordar la violencia de los pobres por medio de la
creación de métodos participativos, en donde la comunidad directamente afectada por la
violencia es participe de la creación de nuevos campos metodológicos, que tienen como fin
alejarse de las investigaciones cuantitativas expresadas principalmente en encuestas y
estadísticas. El objetivo principal de aquella investigación busca explorar la percepción de
la violencia que tienen los menos favorecidos, con el fin de contribuir a la creación de
políticas que reduzcan los índices de violencia y mejoren las condiciones de vida de estas
comunidades, cabe resaltar que se toman dos países para la aplicación, Colombia y el
Salvador.
A visión de los autores de esta investigación “la violencia socava el crecimiento económico
y la productividad de los países a los niveles macro y micro, y mina los esfuerzos del
gobierno y de la sociedad civil por reducir la pobreza, la desigualdad y la exclusión social”
(Morser y Mcllwaine, 2000), por ello se cree conveniente ofrecer una serie de directrices
para la aplicación de las evaluaciones urbanas participativas.
En un primer momento los autores señalan las principales problemáticas que tiene el
desarrollo de este tipo de investigaciones, en donde la participación es el principal eje. Uno
de estos problemas reside en la “magnitud de la violencia en las comunidades urbanas de
menores recursos, con efectos fundamentales en la capacidad de la gente para acumular
activos y en la naturaleza de sus mecanismos para enfrentar los problemas” (Morser y
Mcllwaine, 2000), lo cual, causa en algunas ocasiones una pérdida de garantía en la
seguridad de los investigadores. Por otro lado, uno de los mayores limitantes encontrados,
está relacionado con la poca facilidad que tiene las comunidades para hablar de temas
como la violencia, ya sea por miedo a amenazas o por desconocimiento.
Luego de exponer las problemáticas para realizar este tipo de investigaciones participativas,
los autores mencionan las diferentes técnicas para la evaluación urbana participativa de la
violencia, en donde las más recurrentes son las discusiones de grupo, las observaciones
directas, las etnohistorias, los retratos y estudios de caso locales; estas técnicas buscan
principalmente obtener un resultado que sirva para la creación de estrategias y soluciones
con el fin de tratar y reducir la violencia. Estas estrategias deben ser configuradas por los
habitantes expuestos a las condiciones de pobreza y violencia, ya que pueden “identificar
las personas así como las instituciones que inspiran mayor y menor grado de confianza”
(Morser y Mcllwaine, 2000), y así generar una red común para protegerse del delito.
Este tipo de estudios en donde la violencia es vista como un agente externo a la realidad
social son abundantes, al igual que los estudios realizados desde la geografía de la
percepción, en donde la violencia en la ciudad es abordada a partir de las topo-fobias e
imaginarios de los sujetos. No obstante estos acercamientos han “enriquecido ampliamente
la reflexión de espacio y violencia, pero han generado una fuerte tendencia a privilegiar
sólo una de las dimensiones de la violencia: la directa” (Gónzales Luna, 2018), en otras
palabras se anteponen los análisis de la sensación y el riesgo en la ciudad, mas no se
intenta dar luz “sobre cómo el proceso de valorización del espacio y su reproducción en
función de la acumulación generan, a la vez que se sostienen, las diferencias sociales,
económicas y culturales” (Gónzales Luna, 2018).
La autora hace énfasis en la apreciación generalizada que se tiene sobre los espacios
cerrados, en donde estos, en su mayoría de veces albergan a la violencia y al miedo, tal es
el caso de los callejones oscuros, no obstante la autora recalca “que las espacialidades de la
violencia/miedo están totalmente relacionadas con el sujeto y su punto de vista” (Lindón,
2008) . Otra de las formas en donde la violencia/miedo adopta espacialidad es la
relacionada con los habitantes de un lugar, a los cuales según su imagen o lugar de
procedencia se les deposita un grado de desconfianza, frente a ello, la autora menciona que
este modo de especialización de estos dos fenómenos es el más recurrente dentro de las
ciudades “ ya que la heterogeneidad que les es propia siempre hace posible que un lugar,
sea asociado con la violencia/miedo, por la sola razón de ser representado como el territorio
del otro diferente” (Lindón, 2008). A pesar de que la autora rechaza estas apologías de
estigmatización a lo “otro”, no sitúa la problemática dentro de una posición de clase,
dejando a un lado el papel de la desigualdad social y su influencia en las maneras de
concebir el espacio urbano.
Otro de los pilares de su análisis está relacionado con la experiencia del sujeto, la autora
enmarca a la violencia/miedo como una esencia constitutiva de la vida cotidiana en la
ciudad, debido a que los habitantes diariamente sienten miedo y son víctimas de alguna
manifestación violenta. Por otro lado, la violencia/miedo según la autora puede
espacializarse materialmente, por ejemplo una determinada estructura física puede incidir
en la representación simbólica que tiene un sujeto sobre el miedo o la violencia, caso tal
como un edificio abandonado, un hospital o una cárcel. Luego de exponer las formas de la
espacialidad que tiene la violencia/miedo, la autora procede a realizar una serie de
reflexiones sobre el debilitamiento de la vida urbana como expresión de lo heterogéneo,
debido al deterioramiento de los espacios públicos.
Puede que lo anterior sea común en las grandes ciudades, pero el deterioramiento de los
espacios públicos y de los lazos comunes no está dado por la creciente percepción de
inseguridad que tienen los sujetos sobre el espacio abierto, es más una derivación del
proceso de diferenciación espacial que acentúa y legítima las desigualdades sociales.
La violencia estructural no solo está compuesta de un carácter material, para llevarse a cabo
debe generar una serie de discursos que sustenten su accionar, es por ello que la dimensión
simbólica de la violencia no debe relegarse a un segundo orden, sino por el contrario
comprenderla como un eje constitutivo de la violencia estructural.
Retomando los planteamientos elaborados por Slavoj Zizek sobre la violencia simbólica, el
autor busca posicionarla como un componente constitutivo de la organización espacial, la
cual “no siempre se presenta como violenta, es decir, como un uso de fuerza con cierta
intencionalidad, y justamente a veces trata de presentarse como algo normal, natural y
aceptado” (Gónzales Luna, 2018, pág. 81), de lo cual deriva una forma de organización
regulada, en donde los discursos hegemónicos y de clase se convierten en moldeadores de
las representaciones sociales de los sujetos.
La violencia simbólica no puede ser entendida sin su relación con la violencia estructural,
al ser abordada de tal forma, pierde su intencionalidad material, exponiéndose a una mirada
individualizada concretizada en lo abstracto. Se debe concebir como una generadora de
visiones de mundo “donde el orden social y político, derivado de las relaciones sociales de
producción dominantes, sea concebido como normal adecuado, justificando la
explotación” (Gónzales Luna, 2018, pág. 95), es en este sentido en donde el discurso tiene
su accionar, tal como lo menciona Foucault:
En palabras de Gonzales Luna, 2018, esta producción del discurso puede verse
materialmente consolidada en los espacios que existen para cada clase social, y esa propia
organización espacial naturaliza y enseña a los sujetos a comportarse socialmente según el
espacio donde se desenvuelven. A pesar de que de “la vida social quede subordinada a las
necesidades de valorización y acumulación y a su correspondiente orden de significación o
representación social” (Gónzales Luna, 2018), debe tenerse en cuenta las formas de
resistencia de las comunidades, y de cómo sus representaciones simbólicas también son
creadoras de unos discursos y ordenes que contribuyen a mantener un tejidos socio espacial
compuesto de lazos y necesidades comunes.
Por otro lado, la violencia estructural no solo está compuesta por un elementó simbólico,
también cuenta con un núcleo subjetivo o directo, el cual es el más conocido y visible
dentro de las relaciones espaciales. Para el autor, la violencia subjetiva o directa ha sido la
más abordada por la geografía, generando toda una producción académica asociada al
entendimiento de la inseguridad urbana, que en la mayoría de casos se aleja de la realidad
material, sustentando sus estudios en la percepción que tienen los sujetos sobre
determinado espacio.
En este sentido, “la atención se centra en la acción violenta como si en sí mismo su propia
realización fuera su finalidad, es decir, sus fines quedan limitados o reducidos al daño que
pueden causar omitiendo su intencionalidad en la corporalidad social” (Gónzales Luna,
2018, pág. 99). A si pues, la violencia subjetiva o directa es la más representativa dentro de
la vida cotidiana y ha servido para justificar la creación de programas de seguridad pública,
en donde su fin último es atacar y señalar a la población menos favorecida de la sociedad,
acusándola de ser la principal causante de violencia en la ciudad.
Es importante señalar que la violencia ha estructurado a la ciudad durante todas las fases
que ha tenido el capitalismo, pero en su fase neoliberal a adoptado nuevas formas
caracterizadas principalmente “por imposición de la valorización del espacio, la búsqueda
de rentas culturales espacializadas y la generación de dispositivos espaciales de control
sobre las condiciones de reproducción de la vida material y simbólica de las comunidades
subordinadas” (Gónzales Luna, 2018, pág. 157), en donde el principal objetivo es ampliar
aún más los espacios para reinvertir en capital y disminuir los espacios de cohesión del
tejido social, finalmente cabe destacar que para el autor “la ciudad no es un escenario de la
violencia, sino que contienen a la violencia estructural como un proceso que la moldea, que
le da formas-funciones y estructura” (Gónzales Luna, 2018, pág. 200).
Para comprender el accionar del control, se toma en primera instancia el trabajo realizado
por David Garland, en donde se analizan los cambios espaciales y sociales impulsados por
el neoliberalismo, relacionando la sofisticación de instrumentos como el control para
impulsar una diferenciación y estratificación espacial más elevada.
Estas ansiedades con respecto al delito, junto con las inseguridades más
rudimentarias generadas por el veloz cambio social y la recesión económica,
le allanaron el camino a las políticas reaccionarias de finales de la década de
1970. Estas políticas, a su vez, ayudaron a transformar estos miedos difusos
de la clase media en una serie de actitudes y visiones más focalizadas,
identificando a los culpables, definiendo el problema, estableciendo chivos
expiatorios. (Garland, 2001, pág. 255)
Así pues, tal como lo menciona el autor, el miedo comenzó a instrumentalizarse para
justificar la creación de una serie de políticas en contra de los pobres; pero su uso no quedo
subyugado solo a legislar en pugna de los “peligrosos”, también se comenzó a configurar
un mercado en torno a la seguridad privada, expresada principalmente en el “desarrollo de
espacios cerrados y segregados; en las técnicas de gestión que hacen de la seguridad una
parte integral del funcionamiento de una organización; en el desarrollo del análisis de
costo-beneficio en materia de control del delito” , (Garland, 2001, pág. 266) entre otras.
Por otro lado, este cambio del accionar del delito tiene como resultado el alejamiento de la
justicia penal estatal en el campo del control, para Garland este campo se ha extendido más
allá del Estado, en donde son las agencias de la sociedad civil las que dirigen las prácticas
del control del delito, quitando responsabilidad a la justicia penal e involucrando a toda una
serie de actores sociales y económicos. Esta transformación en el modo de ejercer el
control, está caracterizada por brindar una oportuna respuesta al supuesto público víctima
del delito y a toda una serie de clientes que buscan en este nuevo mercado una oportunidad
para acrecentar sus activos. A pesar de que el Estado presente un alejamiento del campo del
control, es fundamental para “lograr organizar, aumentar y dirigir las capacidades de
control social de los ciudadanos, las comunidades y las empresas, extiende
simultáneamente el alcance de la actividad de gobernar y transforma su modo de ejercer
violencia” (Garland, 2001).
Estos cambios mencionados y el aumento del delito e inseguridad comenzaron a ser tema
de intereses para varios académicos especializados en el campo de la violencia urbana, así
como también el análisis del miedo y su percepción. La mayor parte de estudios populares a
finales de los setenta sobre el miedo y el delito “fueron parte de un amplio desarrollo de la
criminología desde epistemologías de corte positivistas, donde se privilegio la generación
de estadísticas sobre pobreza, enfermedades, alcoholismo, y desempleo, como elementos
que originaban y se vinculaban con diferentes actos delictivos” (Gónzales Luna, 2018).
Esta metodología influencio a varios académicos de los ochenta, tal es el caso de Oscar
Newman, un arquitecto que desarrollo una serie de principios para el espacio definible, los
cuales siguen siendo utilizados hoy en día. Sus principios se basan principalmente en
“reconoce la necesidad de apoyar inicialmente los comportamientos deseados dentro de los
diferentes tipos de espacios urbanos, incidiendo en ellos por medio del diseño, del uso de
los entornos microambientales y sólo después aplicar las estrategias para reducir los
comportamientos no deseados” (Sanz, 2008). Para estos académicos el aumento y la
disminución del delito están ligados con la imagen y forma de una estructura física
posicionada en un determinado espacio, lo cual confiere a los barrios pobres un cierto tipo
de determinismo delictivo. Estos enfoques geo-preventivos son utilizados en la actualidad
con el fin de “contribuir a la reducción del crimen y al aumento de la seguridad” (Sanz,
2008), pero su principal función es controlar y etiquetar a los habitantes de barrios
periféricos, puesto que no logra su supuesto fin que es reducir los índices del delito e
inseguridad.
La seguridad es vista por Michel Marcus como un asunto que debe incluir a todos los
ciudadanos e instituciones encargadas de manejar los delitos, “y las técnicas de los
diferentes sectores deben ponerse en práctica ha o el control de los ciudadanos” (Marcus,
1997), en otras palabras la disminución y lucha contra el delito solo es posible si la
ciudadanía se vuelve un aparato de control. Para cumplir con este fin, el autor propone una
serie de condicionantes, la primera está relacionada con el trabajo conjunto entre los
sectores del sistema penal y los de prevención, en los cuales esta toda la ciudadanía. Para él
“cada uno de estos sectores existe sólo si existe el otro. Aún más, la eficacia de uno
depende de la del otro. Esta interacción tiene en cuenta el recorrido de los delincuentes y
particularmente su paso por el circuito policiaco y judicial” (Marcus, 1997). Finalmente, la
segunda condición reside en la creación de coaliciones locales las cuales actuaran a partir
de un plan de seguridad determinado.
Estas coaliciones tienen una composición variable y deben ser animadas por
un profesional que se encargue de mantener la coordinación entre las
diferentes coaliciones. Las herramientas de trabajo de la asociación son los
diagnósticos de las situaciones y su evaluación. Integrar la política de
seguridad en el seno de la política de desarrollo global de la ciudad. Esta
preocupación permite dar más pertinencia a las medidas tomadas en el
campo de la seguridad. (Marcus, 1997)
Este tipo de mecanismos ya se han aplicado en varias ciudades del mundo y son un común
denominador dentro de las políticas de seguridad incentivas por el neoliberalismo, el sujeto
se convierte en un instrumento para alcanzar un determinado fin, justificando la ineficiencia
del sistema penal e incidiendo en el aumento de la estigmatización. El delito se convierte
entonces, en un bien que es aprovechado por el Estado para impulsar una serie de políticas
que buscan el amento del control social
Con referencia al miedo, varios estudios geográficos lo sitúan como un elemento construido
socialmente y evidenciado en el espacio a partir de los sentimientos que esté puede evocar.
Pero hay que tener en cuenta que el miedo no es algo externo a la realidad social, es un
factor importante en la producción y reproducción social del espacio, ya que como se
mencionaba anteriormente, el miedo tiene un carácter instrumental el cual es aprovechado
por diferentes agentes con el fin de ejercer control.
A consideración de Fernando Carrión y Jorge Núñez, en miedo debe analizarse más allá de
su definición psicológica, y debe entenderse como un imaginario que es parte constitutiva
de la realidad, ya que “define estructuras de significación fijadas en procesos históricos y
culturales concretos en los cuales la gente da forma y sentido a su existencia.” (Carrión y
Núñez, 2006). La realidad económica y las complejas relaciones de poder configuran una
variedad innumerable de miedos que se ven representados en los imaginarios de los
habitantes de una determinada ciudad, en este sentido el miedo posee un vínculo dialectico
con la ciudad.
Con el fin de comprender las gramáticas de miedo, los autores posicionan su análisis en
cuatro ciudades latinoamericanas, entre las cuales se encuentran Quito y Bogotá por un lado
y Montevideo y Santiago por el otro. Se pretende analizar por medio de las cifras del
miedo y del urbanismo, como se han moldeado los imaginarios de los habitantes, ya que
estas dos construcciones interfieren en la interpretación que los sujetos hacen sobre la
inseguridad en la ciudad.
Tal como mencionan los autores “los imaginarios del miedo son el producto de una
dialéctica social que sintetiza en la realidad las percepciones de inseguridad con las
políticas urbanísticas orientadas a la organización del espacio de la ciudad” (Carrión y
Núñez, 2006), estos imaginaros varían en cada ciudad analizada, por ejemplo Santiago en
concebida como una ciudad peligrosa a pesar de que las tasas de inseguridad sean bajas, lo
cual explica “que la violencia objetiva no es por sí misma la única variable que construye el
imaginario del miedo” (Carrión y Núñez, 2006). Otro de los ejemplos es Bogotá, en donde
sus habitantes tienen como punto de referencia el llamado Bronx, como un lugar en donde
el miedo se materializa, no obstante la mayor parte de habitantes encuestados no conocen
el lugar, con lo que se deduce que parte de este imaginario ha sido implementado por los
medios de comunicación.
Para los autores los medios de comunicación asignan una variedad de representaciones de
miedo en los espacios, las cuales son naturalizadas por los habitantes, esto ha generado un
crecimiento de la estigmatización y una aprobación de los habitantes hacia las políticas que
buscan alejar y castigar a ciertos sectores de la ciudad. Otro de los factores que influencian
la producción de miedo, está relacionado con el urbanismo como herramienta de gobierno
en donde, “su puesta en práctica está articulada a las relaciones de poder; tanto en el
mantenimiento de la atomización de los ciudadanos como en su reagrupación dentro de
espacios controlados” (Carrión y Núñez, 2006). Una de sus aplicaciones consiste en los
procesos de regeneración urbana, en donde se justifica la creciente inseguridad en el lugar
para poder intervenir, generando así un traslado del problema.
Finalmente, los autores hacen mención de la importancia del miedo como carácter
psicológico, no obstante esa dimensión del miedo representa solo una mínima parte del
miedo en el espacio. La existencia social del miedo está asociada a unos campos de poder,
si se desliga de ellos perdería sus sentido material y espacial.
Por otro lado, Oscar Pyszczek aborda el miedo desde su ámbito simbólico-perceptivo del
espacio, para él “las sensaciones recibidas por los sentidos- cobran significado y
complejidad, para luego regular la interacción de los individuos con el espacio en el cual
residen” (Pyszczek, 2012). En esta regulación en miedo actúa como un formador de
representaciones sobre el espacio, lo que a su vez producirán una serie de imaginarios
urbanos en donde el estigma se vuelve importante.
No es deber juzgar este tipo de posturas, pero hay que tener en cuenta que estas miradas no
contribuyen al entendimiento de la verdadera función del miedo en la ciudad capitalista, no
se ignora que “existen diversos factores que pueden ser generadores de miedo, y este puede
reelaborarse de diversas maneras en cada sujeto, sin embargo, el foco de atención que
interesa destacar radica en el cómo y para que se produce el miedo, lo cual incluye su uso y
manipulación política, tanto para lograr ciertos objetivos de control como para esconder o
naturalizar desigualdades creadas artificialmente”. (Gónzales Luna, 2018)
Finalmente hay que tener en cuenta que “el miedo no sólo es un eje de ordenación espacial,
sino que también representa un factor de generación diferencial de valor, por eso las zonas
pauperizadas abarcan o incluyen más miedos sociales”(Gónzales Luna, 2018), en otras
palabras el miedo es un instrumento legitimador de los dispositivos de control, dominación
y despojo.
Al hablar de auge penal, se está haciendo referencia a las nuevas ingenieras del control
social, que fueron creadas con el fin de sostener toda una serie de acciones y discursos
neoliberales. La caída del modelo keynesiano produjo una fuerte reducción del sector
social, lo que propicio un aumento significativo de la inseguridad y el delito; con la entrada
del neoliberalismo los mecanismos para regular el delito se transformaron, debido a una
mayor inversión en las fuerzas represivas. Este endurecimiento penal agudizo las lógicas
del despojo espacial, contribuyendo al surgimiento de una marginalidad avanza, la cual es
analizada por Loic Wacquant.
Con el fin de delinear las principales características de este auge penal neoliberal, se toma
es primera instancia los análisis elaborados por Máximo Sozzo, en donde se exponen
claramente los ejes fundamentales de esta nueva racionalidad punitiva.
El auge penal neoliberal creo toda una cultura del control social al igual que las políticas
que están encargadas de gestionarlo, ya sea través de agentes estatales o no estatales. La
nueva política criminal se basa esencialmente en dos finalidades, la represión del delito y la
prevención del delito. “Reprimir el delito es la intervención realizada después de la
realización del mismo y se materializa en el castigo al sujeto que lo produjo, la prevención
del delito por otro lado es la intervención que se hace para que el delito no se produzca”
(Sozzo, 2008, pág. 68). Esta cuestión criminal opera bajo una serie de recursos y tácticas,
entre los recursos se encuentran los penales y los extrapenales. Los recursos penales son los
referidos a la imposición de una pena o castigo, en cambio los extrapenales van dirigidos al
control del crimen, estos último son los que más se transformaron en el neoliberalismo.
Para el autor las tácticas que sustentan la política criminal están basadas sobre una
emergencia de crear seguridad. La primera de ellas es la llamada tatica situacional-
ambiental, en donde el sujeto es principal responsable de sus elecciones, por ello debe
actuar acorde a su libre elección y generar una responsabilidad individual con el fin de no
ser un productor de delito.
En este sentido, la táctica situacional y ambiental se presenta
fundamentalmente como respuesta pragmática a determinadas crisis de
seguridad en determinados contextos sociales, que asume un realismo
criminológico muy difundido en los años ochenta, que se traduce en
expectativas moderadas con respecto al control del crimen – en la lucha
contra el delito- y en una forma de pensar la política criminal esencialmente
pirobalística- los factores situacionales y ambientales a diferencia de los
factores sociales, son más fácilmente manipulables – todo esto bañado con
un tibio optimismo. (Sozzo, 2008, pág. 77)
Este modelo racional justifica la marginalidad, ya que como señala el autor, son los
individuos los responsables de su propio destino incluyendo su victimización. Estos
elementos son esenciales para entender la racionalidad política neoliberal, ya que la
prevención se realiza colectivamente pero la represión es individualizada. Otra de las
tácticas, es la llamada “talón que Aquiles”, su principal característica es que previene el
delito trasladándolo a otros lugares de la ciudad, con lo que se logra un supuesto equilibrio
en la tasa delictiva. “Sin embargo, es que en estos veinte años de gobiernos neoliberales la
tasa de delitos ha crecido de forma dramática, mientras, de la misma manera, ha aumentado
impresionantemente la desigualdad social” (Sozzo, 2008, pág. 55). Por otro lado, el autor
hace mención de una de las tácticas más populares, tolerancia cero, la cual fue desarrollada
por la policía de Nueva York a parir de 1994. Consiste en un modelo de policiamiento
dirigido a los grupos marginados, ya que su accionar tiene como referencia ciertas
posiciones geográficas, lo cual contribuye al aumento de la fragmentación social en el
espacio.
Ya para finales de los noventa, surge una táctica llamada prevención integrada, la cual
mezcla las anteriores, se consolida un refuerzo del aparato policial junto con un cambio en
las normas y cultura en la institución policiaca. A pesar de que estas tácticas se hubiesen
gestado en el seno Estadunidense “la historia de la política criminal en América Latina es
una sucesión continua de procesos de adopción/ adaptación de artefactos culturales
generados en otras geografías” (Sozzo, 2008). No es coincidencia que la mayor parte de
estrategias para “sofisticar” el aparto policial en muchos de los países de América latina
esten temporalmente relacionada con las tácticas desarrolladas en Estado Unidos, una
muestra de ello es la creación del ESMAD en 1999, en donde su supuesto fin es
“restablecer el ejerció de los derechos y libertades públicas en las ciudades de Colombia,
materializado en la defensa contra delincuentes y terroristas, en el acompañamiento de
desalojos de espacios públicos o privados” (Policia Nacional De Colombia, 2019). De esta
manera no es posible alejar la incidencia que han tenido estas tácticas en territorios
latinoamericanos, ya que van de la mano con la imposición y el accionar de las políticas
neoliberales.
Una vez señalas las principales tácticas punitivas, es necesario comprender él como estas
estrategias han incidido el aumento de la marginalidad y desigualdad. Para ello se toman
algunos trabajos realizados por el sociólogo francés Loic wacquant, en donde explica el
surgimiento de la marginalidad avanzada y sus vínculos con el estallido penal.
Para el sociólogo, el fin del Estado de Bienestar significo la aparición de una ciudad más
polarizada, en donde la gestión punitiva en conjunto con políticas sociales disciplinarias
determinaron el aumento de la marginalidad. Las políticas en contra de los más pobres se
vieron representadas en el surgimiento del hipergueto, en la hiper- encarcelación, en la
estigmatización territorial, en la contención punitiva y en la marginalidad avanzada; todo lo
anterior en el marco de “la regulación penal de la pobreza en la era de la inseguridad social
difusa, y la construcción del Leviatán neoliberal” (Wacquant, 2013).
Este nuevo paisaje de la ciudad dio paso para el surgimiento de nuevas políticas sociales,
las cuales a concepción de Pierre Bourdieu eran muestra material y simbólica del
endurecimiento de la mano izquierda del Estado, en donde el aparato represivo juega su
mayor papel.
Mejor aún, la política penal y la política social no son más que los dos
flancos de la misma política para la pobreza en la ciudad, en el doble sentido
de la lucha de poderes y la acción pública. Por último, siempre y en todos
lados, el vector de la penalidad golpea preferentemente a las categorías
situadas en el punto más bajo del orden de clases y las gradaciones
honorables. Por lo tanto es muy importante relacionar la justicia penal con la
marginalidad en su doble dimensión, material y simbólica, así como también
a los demás programas estatales que pretenden regular a poblaciones y
territorios “problemáticos” (Wacquant, 2013)
Esta relación entre marginalidad y penalidad es muy bien explicada en su obra Parias
Urbanos: Marginalidad en la Ciudad a comienzos de milenio, por medio de cuatro
argumentos el autor busca desdeñar las modalidades con las que operan las nuevas formas
de desigualdad y marginalidad urbanas, sumado a ello esboza los principales sustentos de la
marginalidad avanzada, categoría conceptual importante para entender la fragmentación en
las ciudades capitalistas de hoy.
La segunda dinámica obedece a la mutación del trabajo asalariado, para (Wacquant, 2001)
“la nueva marginalidad urbana es el subproducto de una doble transformación de la esfera
del trabajo” (pág. 172) , una de ellas obedece a al despido masivo de trabajadores no
calificados y al endurecimiento de una competencia laboral extranjera, la otra está más
relacionada con la degradación de las condiciones de empleo. La tercera dinámica está
relacionada con la desarticulación del Estado de Bienestar, ya que significo la reducción de
muchos de los planes de seguridad social por un lado, y el crecimiento de los instrumentos
de vigilancia y control por el otro. La última lógica obedece a la dinámica espacial, en
donde la concentración y estigmatización juegan el mayor papel. Los más desfavorecidos
de la sociedad son obligados a concentrarse en ciertas aéreas periféricas de la ciudad que no
cuentan con los servicios necesarios, ocasionando el surgimiento de nuevas salidas
económicas en su mayoría ilegales.
La nueva marginalidad muestra una tendencia distinta a conglomerase y
acumularse en áreas “irreductibles” y a las que “ no se puede ir”, que son
claramente identificadas – no menos por sus propios residentes que por las
personas ajenas a ellas –como pozos urbanos infernales repletos de
depravación, inmoralidad y violencia donde sólo los parias de las sociedad
toleran vivir. (Wacquant, 2001, pág. 179)
Con el fin de enfrentar marginalidad avanzada, se despliega todo un esfuerzo del Estado
penal por “controlarla”. En el primer esfuerzo consiste en emparchar los programas de
ayuda social con algo de keynesianismo, lo cual es inútil, debido a las condiciones misma
de cómo se presenta la marginalidad. La otra solución propuesta es la regresiva y represiva,
que es en ultima la mas empleada, se trata pues de “criminalizar la pobreza a través de la
contención punitiva de los pobres en barrios cada vez más aislados y estigmatizados, por un
lado, y en cárceles y prisiones, por el otro” (Wacquant, Parias urbanos. Marginalidad en las
ciudad a comienzos del milenio , 2001). La última solución y que tiene tintes progresistas
es la de volver a un Estado de bienestar, esta última, representa para el autor una de las más
certeras.
En última instancia el autor señala la importancia del estudio de esta nueva marginalidad,
que con anterioridad ya la había señalado en su obra Los condenados de la ciudad. Los
interesados en este tema deben adentrarse a vivir la problemática, y por medio de la
comparación vivida y observación participante delinear las formas en que esta marginalidad
se expresa, ya que en todas las ciudades no se presenta de la misma manera. “Los
estudiosos en la marginalidad avanzada, tienen que establecer cada una de las
características de esta marginalidad de manera específica en los contextos urbanos en
función de la historia y política de cada ciudad estudiada.” (Wacquant, 2006)
La expansión penal acontecida desde finales de los ochenta aún sigue vigente, la represión
y marginalidad han venido aumentado en lo corrido de este siglo, configurando así una
ciudad cada vez más desigual. El aumento significativo de los discursos de seguridad abrió
el camino para la justificación de la ampliación y creación de centros penitenciarios que
buscan contener a un sin número de individuos, ya no con el fin de infringir una pena, sino
como una manera de disminuir los factores negativos de la miseria, esto debido a que cada
ciclo capitalista le corresponde una variación en las formas e instituciones de castigo.
Las cárceles constituyen otro foco de la miseria en la ciudad, no solo por su contexto
interior, sino por su estrecha relación con la gobernanza en contra de los pobres, sumado a
ello su presencia física se convierte en otro instrumento de control. Es urgente entonces
“volver a invertir en barrios enteros, se trata de impedir que las clases medias se inclinen
hacia soluciones extremas, aclaremos: al ‘volver a invertir’ en policías y cárceles y no en
empleos” (Wacquant, 2004). Esta inversión para el control es otro de los ejemplos de la
especialización de la violencia en la ciudad, la cárcel termina jugando un doble papel:
hacinar a muchos individuos es su mayoría pobres y ejercer un control territorial en los
barrios donde se encuentra ubicada, causando un aumento significativo de la
estigmatización hacia los habitantes cercanos a la institución.
En las cárceles de la miseria, trabajo realizado por Loic Wacquant se ejemplifica muy bien
esta relación entre cárcel y violencia. La miseria se convierte en un apuro, desembocando la
necesidad de un dictamen apresurado de prisión para los presuntos autores del crimen, y “el
Estado no responderá a la terrible miseria de los barrios desheredados mediante un
fortalecimiento de su compromiso social, sino con un endurecimiento de su intervención
penal. A la violencia de la exclusión económica, opondrá la violencia de la exclusión
carcelaria” (Wacquant, 2004). Este panorama agudiza las condiciones de desigualdad, ya
que el Estado abandona sus responsabilidades sociales, pero agiganta sus responsabilidades
penales, causando una explosión más aguda de la violencia en el espacio.
Pero aún hay cosas peores: los efectos pauperizantes de la penitenciaría no
se limitan exclusivamente a los detenidos y su perímetro de influencia se
extiende mucho más allá de sus muros, porque la prisión exporta su pobreza
al desestabilizar constantemente a las familias y los barríos sometidos a su
tropismo. De modo que el tratamiento carcelario de la miseria (re)produce
sin cesar las condiciones de su propia extensión: cuanto más se encierra a los
pobres, más certeza tienen éstos -si no hay por otra parte algún cambio de
circunstancias- de seguir siéndolo duraderamente y, en consecuencia, más se
ofrecen como blanco cómodo de la política de criminalización de la miseria.
(Wacquant, 2004).
Para ver más de cerca el papel que tiene la cárcel en la degradación de la ciudad, se toma el
ejemplo de la cárcel de Villa Devoto en la ciudad de Buenos Aires, que consolido una serie
dinámicas a su alrededor concretizadas en una paulatina degradación del barrio donde se
encuentra ubicada.
Este reclamo puede verse a las claras en la presión inmobiliaria por valorizar
los territorios adyacentes, pero también en forma más pasiva en los espacios
públicos generados por la burguesía en áreas también próximas que rivalizan
con las prácticas delictivas que eran habituales en el barrio. Esto concluye en
la decisión de trasladar nuevamente el espacio carcelario a un sector más
periférico de la ciudad en el barrio de Villa Devoto. (Ruíz, 2014)
A si pues, la cárcel es trasladada y recibe el mismo nombre que el barrio. Una vez ubicada
allí, se genera una aceleración en la urbanización de la zona, lo cual no duraría para
siempre. Con el paso de los años se fue generando un “proceso de degradación territorial
que terminara determinando un carácter barrial reconocible hasta hoy” (Ruíz, 2014). Esta
degradación da paso a la estigmatización y a un control más recurrente de las autoridades,
ya que en varias ocasiones se presentaron fugaz por parte de los presos, poniendo en riesgo
la “seguridad” del sector.
Pasando ya, al carácter simbólico de control que genera una cárcel, (Martín, 2016) hace
una análisis sobre la forma en que ciertas estructuras urbanas en espacial la cárcel, generan
un poder espacial expresado en el control. La gestión de los espacios públicos, en tiempos
del neoliberalismo han significado el arrinconamiento de los mismo, “cumpliendo un doble
objetivo, por un parte, devaluando lo comunitario y la acción participativa en libertad y por
la otra, obteniendo beneficios económicos a través de la especulación inmobiliaria”
(Martín, 2016).
Continuando con la delineación entre la relación cárcel-ciudad, (Forero, 2016), realiza una
investigación en el marco de los estudios urbanísticos, frente a la necesidad de consolidar
una cárcel más amena para la ciudad. Su objetivo general, se enmarca en la generación de
principios para la intervención y planificación de algunas cárceles de la ciudad de Bogotá,
“enfocado hacia la inversión, aprovechamiento y reutilización de infraestructura en suelos
urbanos”. (Forero, 2016).
Los principales problemas que el autor identifica están relacionados con el orden espacial
externo a las instituciones carcelarias. El primero de ellos obedece al equipamiento de la
cárcel, su estructura influye directamente con la percepción de seguridad que tiene el sector
aledaño sobre ella. La otra problemática, está relacionada con la aglomeración de personas
el día de visitas, debido al reducido espacio en las vías y en los corredores viales cercanos a
la cárcel, lo que puede ocasionar problemas de seguridad en el entorno.
Uno de los ejemplos expuestos y que presenta todas las problemáticas mencionadas es la
cárcel Picota, este establecimiento de primera generación característico por su estructura
modular no cumple con los supuestos requisitos para consolidar una armonía entre cárcel y
ciudad.
El autor analiza las problemáticas urbanísticas de la Picota a partir de los siguientes ejes:
Lo anterior entra en contradicción con la fase neoliberal que vive Colombia desde los
noventa, ya que hay una significativa reducción de los derechos humanos y un crecimiento
arduo de la regulación punitivista. Las políticas neoliberales han sido las formadoras de ese
supuesto “constitucionalismo social”, y la conformación histórica de su sistema penal
contemporáneo ha estado mediado también por esas políticas neoliberales.
Esta mediación se concretiza según los autores por cuatro aspectos. El primero, vinculado
con la construcción social de las respuestas estatales frente al alto grado de conflictividad
en el país. El segundo relacionado con , “las múltiples imposiciones político-criminales a
las que el país se ha visto sometido por la comunidad internacional, y por el gobierno de los
Estados Unidos de Norteamérica en particular, durante buena parte del siglo pasado”
(Bernal y Hurtado, 2007). El tercero coordinado por la internacionalización de la lucha
antidroga, y en última medida el surgimiento de la seguridad ciudadana la que contribuyo al
endurecimiento de las políticas penales.
Gran parte de estas mediaciones son bien descritas en los Planes Nacionales de Desarrollo,
de los años 2002 al 2010, lo que da muestra de la ardua marcha del neoliberalismo en
Colombia. En el Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006 se enfatiza en la necesidad de una
seguridad democrática, que esta expresada en el endurecimiento del aparato penal, y en el
fortalecimiento de la defensa del territorio nacional frente a posibles amenazas terroristas.
En lo que respecta a la primera expresión, el PND 2002-2006 expresa lo siguiente:
Esta nueva cultura penitenciaria, pretende instalarse en todos los campos de la vida social,
tal como se ejemplifica en uno de los párrafos del PND 2002-2006
En materia de seguridad urbana, El gobierno fortalecerá la función de
primera autoridad de policía que tienen los mandatarios locales por mandato
constitucional, de manera que se logren niveles estratégicos y sostenibles de
coordinación con la policía Nacional y demás entidades, tanto del orden
nacional como territorial, con competencias en la prevención, la disuasión, el
control de las violencia, el delito y la contravención. En cumplimiento de sus
deberes constitucionales el gobierno promoverá la participación y
cooperación ciudadanas con las autoridades, y en particular la solidaridad
que exige el estado social de derecho. Se requiere el apoyo de todos los
colombianos para la prevención del terrorismo. (Presidencia de la República,
2002)
A modo de conclusión, se puede decir que los trabajos realizados sobre violencia en la
ciudad son bastante reducidos, y aun mas, los relacionado con la conexión entre cárcel y
ciudad. Es por ello que desde las geografías críticas se debe problematizar la relación
existente entre espacio, violencia, cárcel y ciudad, con el fin de obtener una compresión
más estructurada del espacio urbano contemporáneo en espacial el latinoamericano.
Finalmente hay que tener en cuenta que “la violencia no se constituye independientemente
de la espacialidad que la precede y la que genera, sino que se constituye a partir de una
relación dialéctica con el espacio”. (Gónzales Luna, 2018)
Bibliografía
Lindón, A. (2008). Violencia, miedo. Espacialidades y ciudad. Casa del tiempo, 1-10.
Martín, M. (2016). Las cárceles urbanas: el control social a través de la arquitectura urbana
. Universidad Pablo de Olavide, 1-22.
Sozzo, M. (2008). Inseguridad urbana y tácticas para prevención del delito. En S. Máximo,
Inseguridad, prevención y policía (págs. 67-125). Quito: flacso.
Wacquant, L. (2001). Parias urbanos. Marginalidad en las ciudad a comienzos del milenio
. Buenos Aires: Manantial.
Zizek, S. (2009). Sobre la violencia: seis reflexiones marginales . Paidós, Buenos Aires, 3-
59.
Planteamiento del problema
La organización espacial requiere de un orden material, pero para que este se desarrolle
según los intereses hegemónicos se necesita también de un orden político-jurídico y
simbólico. Estos órdenes se expresan a través de las tres dimensiones de la violencia
planteadas por Pierre Bourdieu (estructural, simbólica y directa), las cuales se espacializan
en procesos concretos establecidos en las ciudades.
Uno de los procesos para analizar estos órdenes y espacializar estas dimensiones de la
violencia está relacionado con la explosión punitiva que se agudiza con la entrada del
neoliberalismo en 1991 a las ciudades latinoamericanas, impulsando reformas y discursos
en todos los ámbitos de la penalidad. Estas reformas y discursos se insertaron en el espacio,
impulsando así una mayor criminalización hacia la población periférica, acrecentando el
control y la marginalización. La entrada del neoliberalismo no solo configuro toda una
serie de mecanismos legales para violentar a las clases bajas, sino también acelero la
supuesta necesidad de crear y ampliar las instituciones carcelarias con el fin de contener el
aumento del delito.
Esta contención del delito tal como menciona (Wacquant, 2004), sirvió para legitimar la
inversión en aparato policial e instituciones carcelarias, las cuales en la mayoría de casos
son construidas en la periferia urbana, aumentando así la fragmentación social en la ciudad
y generando a su vez un crecimiento de la estigma y de la desigualdad.
Esta relación entre cárcel, ciudad y violencia ha sido poco analizada, los estudios en este
campo han sido reducidos a análisis del orden urbanístico por un lado, y de la percepción
por el otro, dejando de lado la importancia del sin número de relaciones socio-espaciales
que se pueden tejer entre la cárcel y los barrios aledaños a ella.
Con el fin de problematizar estas conexiones entre ciudad, violencia y cárcel, se toma como
eje de análisis los barrios el Portal y Danubio Azul, el primero ubicado en la localidad de
Rafael Uribe Uribe, y el segundo ubicado en la localidad de Usme. Estos dos barrios
comparten la particularidad de ser los vecinos más cercanos y relacionados con la cárcel
Picota, lo que los hace especiales, no solo por ser barrios cercanos a la cárcel, sino por estar
ubicados en la periferia de la ciudad y poseer altos índices de inseguridad. De esta manera
surge el siguiente interrogante, ¿cómo se han venido configurando espacialmente los
barrios El Portal y Danubio Azul desde los años noventa hasta hoy, a causa de su cercanía
con la cárcel Picota?, teniendo en cuenta lo que significa simbólica y materialmente vivir
en la periferia y cerca de una cárcel.