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1.

Estado del arte

2. planteamiento del problema

Camila Andrea Molano

Estado del arte

Violencia, espacio y control: Una aproximación a los planteamientos

sobre la expansión punitiva en el Estado neoliberal.

Resumen

El abordaje de la violencia como un elemento constitutivo de la espacialidad, constituye un


aporte teórico significativo para la comprensión de las transformaciones del capitalismo
contemporáneo. Bajo esta perspectiva, la identificación y posterior problematización del
espacio contemporáneo y su relación con la violencia estructural.

En este sentido, el presente documento realiza un estado del arte sobre las aproximaciones
teóricas que se han venido realizando sobre la violencia, el auge punitivo, el control y el
miedo, desde la década de los ochenta, haciendo énfasis en los estudios que han
involucrado la dimensión espacial en sus análisis. Por lo tanto, uno de los principales
objetivos de este balance consiste en buscar los vacíos, falencias y aportes de estos estudios
con el fin de generar nuevos intereses en el campo investigativo enmarcado en las
geografías criticas.

Abstract

L’approche de la violence en tant qu’élément constitutif de la spatialité constitue une


contribution théorique significative à la compréhension des transformations du capitalisme
contemporain. Dans cette perspective, l’identification et la problématisation ultérieure de
l’espace contemporain et ses relations avec la violence structurelle. En ce sens, le présent
document présente un état de l'art sur les approches théoriques qui ont été appliquées à la
violence, à la hauteur punitive, au contrôle et à la peur, à partir des années 80, en mettant
l'accent sur les études qui ont impliqué la dimension spatiale dans leurs analyses. Par
conséquent, l'un des principaux objectifs de cet équilibre est de trouver les lacunes, les
lacunes et les contributions de ces études afin de générer de nouveaux intérêts dans le
domaine de la recherche dans des zones géographiques critiques.

Palabras claves

Espacio, violencia, control, ciudad, marginalidad, cárcel.

Introducción

Las transformaciones que ha impulsado el neoliberalismo en materia espacial han sido


múltiples y diversas según el nivel escalar en donde se posicionan. Esta situación ha
generado el auge de nuevos estudios, en donde las ciencias sociales tienen un papel
fundamental en el abordaje teórico y metodológico de estas nuevas problemáticas.

Dentro de las rupturas epistemológicas que ha generado la implementación de políticas


neoliberales, se encuentra el abordaje de la violencia en el espacio y algunas de sus
derivaciones como el control, el miedo y el auge penal, por lo cual varias disciplinas y
ciencias, entre ellas la sociología, criminología y geografía, han generado una serie de
teorías y estudios con el fin de comprender y explicar la incidencia del neoliberalismo en la
transformación de los mecanismos y discursos de la violencia en la ciudad.

En este sentido, el presente documento realiza un estado del arte sobre las aproximaciones
teóricas que se han venido realizando sobre la violencia, el auge punitivo, el control y el
miedo, desde la década de los ochenta, haciendo énfasis en los estudios que han
involucrado la dimensión espacial en sus análisis. Por lo tanto, uno de los principales
objetivos de este balance consiste en buscar los vacíos, falencias y aportes de estos estudios
con el fin de generar nuevos intereses en el campo investigativo enmarcado en las
geografías criticas.
En primera instancia, se elabora un esbozo sobre el abordaje teórico que ha envuelto a la
violencia, se enfatiza en su relevancia como estructurante espacial de la ciudad capitalista, a
su vez, se mencionan otras posturas que han influido en su teorización, como lo han sido las
desarrolladas por visiones culturalistas y criminológicas.

Por otra parte, se hará mención de algunos de los trabajos elaborados sobre el cambio de los
mecanismos del miedo y del control, los cuales fueron impulsados por el giro neoliberal.
Seguido a ello, se analizan algunos postulados teóricos sobre el giro punitivo en el
neoliberalismo, buscando principalmente dotarlo de espacialidad. Finalmente se hará un
acercamiento a las tensiones espaciales resultantes entre la cárcel y su entorno exterior.

La intención es partir de aspectos generales y estructurales de la violencia en el espacio,


con el fin de posicionarlo “como una condición objetiva de la vida social y no como una
entidad ontológica independiente que luego se relaciona con los sujetos” (Gónzales Luna,
2018).

Por ende, la estructura de este documento está organizada a partir de un marco general, en
donde la reproducción contradictoria y conflictiva del orden social, bajo la hegemonía de la
lógica del capital, actúa como un modelador de las lógicas espaciales de las ciudades,
acomodándose a sus diferencias y ejerciendo dominación. A partir de estas consideraciones
generales se desprenden los demás factores que actúan en la ciudad capitalista neoliberal,
como lo son, el control y el miedo, creando así una atmosfera para el auge de un
punitivismo espacial.

Finalmente, por medio de algunos documentos y leyes se particulariza la relación existente


entre el auge penal en Colombia y el neoliberalismo, a su vez, se busca crear una conexión
entre la posición física de una cárcel y las condiciones de segregación a la que se enfrentan
algunas partes de la población de la ciudad, priorizando el papel que juega la marginalidad
en la formación de los barrios aledaños a una institución carcelaria.

La violencia como una condición estructural en el espacio.


La producción académica sobre la violencia ha sido amplia y diversa, varias disciplinas y
ciencias, en especial las humanas y sus derivaciones, han abordado la incidencia de está en
el campo político-social, histórico y psicológico. Sin embargo, la intención de este apartado
se centra en algunas elaboraciones que se han hecho sobre la violencia en el espacio, no
porque las teorizaciones de otras ópticas carezcan de importancia, sino por la incidencia en
el tema de interés.

Dentro del rastreo documental realizado no se encuentra un número significante de


investigaciones sobre la violencia como un requisito interno en la formación del espacio de
la ciudad capitalista, en cambio se detectan estudios que encajan a la violencia como un
factor externo en la reproducción del modo económico imperante, exponiéndola como
consecuencia y causante de fenómenos tales como el crimen y las riñas urbanas.

Tal es el caso, de la aproximación al concepto de violencia realizado por (Esplugues, 2007),


en donde ofrece varias definiciones de violencia, estructurándola en primera medida desde
su modalidad (pasiva o activa), seguido a ello explica la función de los agentes
involucrados en la violencia (víctima y agresor), finalmente describe los escenarios o
lugares en donde ocurre frecuentemente los actos violentos.

En lo que concierne al modo de abordar a la violencia, el autor la específica como una


conducta que se visibiliza en el daño causado ya sea a un sujeto o a una comunidad, lo cual
la aleja de su verdadera función, ya que más que un resultado es “un proceso productor de
las relaciones sociales, es una mediación fundamental en el orden histórico de la vida
social” (Gónzales Luna, 2018, pág. 77).

En lo que respecta a las distintas clasificaciones de la violencia, el autor hace énfasis en su


carácter activo, el cual se ejemplifica en la agresión física, sin embargo tiende a confundirla
con la agresividad, e involucra a los factores socioculturales como los principales
responsables en la generación de una violencia intencional, ignorando que “la violencia no
es una patología social que viene de ciertos atributos (factores de riesgo o causas) , sino es
una relación social específica del conflicto, que es plural, que tiene historia y que es
histórica” (Carrión, 2008).
Esta visón de violencia como conducta activa, también es utilizada por el autor para
explicar la violencia urbana. La violencia en la ciudad es reducida a la violencia callejera,
posicionando a una serie de actores como responsables de este suceso. Para el autor se
presentan dos tipos de violencia callera, la primera relacionada con el delito organizado, el
cual se caracteriza principalmente por ser “una estructura prácticamente empresarial […]
compuesta por grupos que figuran en lugar principalísimo las mafias, que se dedicaron en
un tiempo al chantaje, la corrupción y el blanqueo de capitales” (Esplugues, 2007). Por otro
lado, los delincuentes comunes son para el autor otros agentes activos en la violencia
callejera, estos delincuentes en su mayoría jóvenes organizados en grupos, representan un
riesgo eminente para la seguridad de una determinada comunidad, con el fin de ejemplificar
el accionar de estos grupos, el autor hace mención de dos organizaciones que carecen de
carácter empresarial, con una supuesta fuerte presencia en España a mediados de los
ochenta

El primero es el constituido por grupos de los «Skin» o «cabezas rapadas».


No sólo tienen como escenario las calles. Para dar rienda suelta a su
violencia suelen encontrar un lugar privilegiado en los campos de deportes.
El segundo sector es el formado por grupos cuyos miembros son
principalmente inmigrantes o hijos de inmigrantes. Se trata de
organizaciones que, en apariencia, pueden ser una respuesta ante el
desprecio o la discriminación de la sociedad de acogida. Lo bien cierto es
que estos grupos, en los que el joven inmigrante de primera o segunda
generación quizá encuentre un acomodo reconfortante, suelen adoptar una
estructura sectaria muy jerarquizada, con vestimenta y jerga distintivas, y
con comportamientos fascistoides. (Esplugues, 2007)

La violencia abordada desde esta óptica queda relegada a un origen casi genético, en donde
se responsabiliza y señala al individuo como causante de una atmosfera violenta, olvidando
por completo su papel en la praxis social en el cual, la “violencia se construye, se utiliza,
se resiste y se (re)significa” (Gónzales Luna, 2018). A pesar de la importancia que tiene
esta para el entendimiento de las problemáticas acontecidas en la ciudad capitalista, las
propuestas teóricas, metodológicas y políticas, han circulado independientemente de los
procesos reales que se configuran en la dialéctica ciudad-violencia, tal como lo menciona
Carrión:

El tema de la relación ciudad- violencia es —probablemente— uno de los


menos estudiados y conocidos, porque, en primer lugar, hay un problema
metodológico que nace de una definición de violencia entendida a partir de
ciertos atributos y no de relaciones sociales, lo que impide conocer con
profundidad la violencia y establecer los puentes correspondientes con la
ciudad. A pesar de ese desconocimiento, incluso desdeñado, se ejecutan
políticas y acciones explícitas. (Carrión, 2008)

Una muestra de esta falencia metodológica y que ha servido para justificar y camuflar la
verdad lógica del capital, han sido los trabajos desarrollados por el Banco Mundial sobre
violencia urbana, que desde una línea teórica desarrollista han incentivado la creación
académica de una serie de técnicas, para evaluar el problema de la violencia urbana en
distintas ciudades latinoamericanas.

En una de las producciones realizadas por el programa de Paz Urbana incentivado por el
Banco Mundial en conjunto con la Dirección Sectorial (SMU) para el Desarrollo Social y
Ecológicamente Sostenible, se busca abordar la violencia de los pobres por medio de la
creación de métodos participativos, en donde la comunidad directamente afectada por la
violencia es participe de la creación de nuevos campos metodológicos, que tienen como fin
alejarse de las investigaciones cuantitativas expresadas principalmente en encuestas y
estadísticas. El objetivo principal de aquella investigación busca explorar la percepción de
la violencia que tienen los menos favorecidos, con el fin de contribuir a la creación de
políticas que reduzcan los índices de violencia y mejoren las condiciones de vida de estas
comunidades, cabe resaltar que se toman dos países para la aplicación, Colombia y el
Salvador.

A visión de los autores de esta investigación “la violencia socava el crecimiento económico
y la productividad de los países a los niveles macro y micro, y mina los esfuerzos del
gobierno y de la sociedad civil por reducir la pobreza, la desigualdad y la exclusión social”
(Morser y Mcllwaine, 2000), por ello se cree conveniente ofrecer una serie de directrices
para la aplicación de las evaluaciones urbanas participativas.

En un primer momento los autores señalan las principales problemáticas que tiene el
desarrollo de este tipo de investigaciones, en donde la participación es el principal eje. Uno
de estos problemas reside en la “magnitud de la violencia en las comunidades urbanas de
menores recursos, con efectos fundamentales en la capacidad de la gente para acumular
activos y en la naturaleza de sus mecanismos para enfrentar los problemas” (Morser y
Mcllwaine, 2000), lo cual, causa en algunas ocasiones una pérdida de garantía en la
seguridad de los investigadores. Por otro lado, uno de los mayores limitantes encontrados,
está relacionado con la poca facilidad que tiene las comunidades para hablar de temas
como la violencia, ya sea por miedo a amenazas o por desconocimiento.

Luego de exponer las problemáticas para realizar este tipo de investigaciones participativas,
los autores mencionan las diferentes técnicas para la evaluación urbana participativa de la
violencia, en donde las más recurrentes son las discusiones de grupo, las observaciones
directas, las etnohistorias, los retratos y estudios de caso locales; estas técnicas buscan
principalmente obtener un resultado que sirva para la creación de estrategias y soluciones
con el fin de tratar y reducir la violencia. Estas estrategias deben ser configuradas por los
habitantes expuestos a las condiciones de pobreza y violencia, ya que pueden “identificar
las personas así como las instituciones que inspiran mayor y menor grado de confianza”
(Morser y Mcllwaine, 2000), y así generar una red común para protegerse del delito.

Finalmente, los autores resaltan la importancia de la generación de matrices generales con


el fin de identificar los deseos, tensiones y percepciones que tiene los habitantes de un
barrio específico, lo cual servirá para fortalecer sus lazos comunes y crear una defensa
someramente efectiva de los delincuentes. Se podría objetar que si bien este tipo de
estudios son necesarios, cuentan con una gran carga institucional que valida y justifica la
violencia ejercida por parte del Estado. Sus análisis establecen una relación entre las
condiciones socioeconómicas con cierto tipo de actos violentos, rechazando que la
“violencia como mediación siempre apunta hacia los cuerpos individuales, pero como
finalidad se dirige al tejido social, al conjunto de relaciones materiales y simbólicas que dan
sentido a nuestras capacidades de transformación” (Gónzales Luna, 2018, pág. 82).
Por otro lado, la generación mancomunada de estrategias para prevenir el crecimiento de la
violencia solo parte de “la necesidad de reducir las oportunidades a la violencia en las
víctimas (actividades rutinarias) y a los estímulos a los victimarios (elección racional), a
partir de los espacios o sitios proclives a la realización del crimen (diseño urbano)”
(Carrión, 2008), dejando de lado verdaderos factores generadores de violencia en la ciudad,
como lo son la marginalización, el despojo material por parte de entes privados, la
violación de derechos por parte de la fuerza pública y la falta al acceso a recursos
materiales necesarios para poder tener un bienestar.

Este tipo de estudios en donde la violencia es vista como un agente externo a la realidad
social son abundantes, al igual que los estudios realizados desde la geografía de la
percepción, en donde la violencia en la ciudad es abordada a partir de las topo-fobias e
imaginarios de los sujetos. No obstante estos acercamientos han “enriquecido ampliamente
la reflexión de espacio y violencia, pero han generado una fuerte tendencia a privilegiar
sólo una de las dimensiones de la violencia: la directa” (Gónzales Luna, 2018), en otras
palabras se anteponen los análisis de la sensación y el riesgo en la ciudad, mas no se
intenta dar luz “sobre cómo el proceso de valorización del espacio y su reproducción en
función de la acumulación generan, a la vez que se sostienen, las diferencias sociales,
económicas y culturales” (Gónzales Luna, 2018).

Continuando con la delineación de las distintas formas de abordar a la violencia, Alicia


Lindón, 2008, aborda la relación que tiene esta con el miedo, considerando a la violencia
como una conducta o comportamiento y al miedo como un sentimiento que se despierta
ante la violencia, “se podría decir que la violencia se ejerce o se experimenta, mientras que
el miedo se siente. Esta diferenciación es analítica, ya que en la vida social ambos
fenómenos suelen estar estrechamente articulados y se construyen recíprocamente”
(Lindón, 2008). Esta relación entre violencia y miedo marca a los espacios y así mismo la
interacción que los sujetos tienen con esté, para la autora esta pareja violencia- miedo tiene
varias dimensiones y se manifiesta de diferentes maneras según el espacio, ya sea abierto o
sea cerrado.

La autora hace énfasis en la apreciación generalizada que se tiene sobre los espacios
cerrados, en donde estos, en su mayoría de veces albergan a la violencia y al miedo, tal es
el caso de los callejones oscuros, no obstante la autora recalca “que las espacialidades de la
violencia/miedo están totalmente relacionadas con el sujeto y su punto de vista” (Lindón,
2008) . Otra de las formas en donde la violencia/miedo adopta espacialidad es la
relacionada con los habitantes de un lugar, a los cuales según su imagen o lugar de
procedencia se les deposita un grado de desconfianza, frente a ello, la autora menciona que
este modo de especialización de estos dos fenómenos es el más recurrente dentro de las
ciudades “ ya que la heterogeneidad que les es propia siempre hace posible que un lugar,
sea asociado con la violencia/miedo, por la sola razón de ser representado como el territorio
del otro diferente” (Lindón, 2008). A pesar de que la autora rechaza estas apologías de
estigmatización a lo “otro”, no sitúa la problemática dentro de una posición de clase,
dejando a un lado el papel de la desigualdad social y su influencia en las maneras de
concebir el espacio urbano.

Otro de los pilares de su análisis está relacionado con la experiencia del sujeto, la autora
enmarca a la violencia/miedo como una esencia constitutiva de la vida cotidiana en la
ciudad, debido a que los habitantes diariamente sienten miedo y son víctimas de alguna
manifestación violenta. Por otro lado, la violencia/miedo según la autora puede
espacializarse materialmente, por ejemplo una determinada estructura física puede incidir
en la representación simbólica que tiene un sujeto sobre el miedo o la violencia, caso tal
como un edificio abandonado, un hospital o una cárcel. Luego de exponer las formas de la
espacialidad que tiene la violencia/miedo, la autora procede a realizar una serie de
reflexiones sobre el debilitamiento de la vida urbana como expresión de lo heterogéneo,
debido al deterioramiento de los espacios públicos.

La vida urbana se va arrinconando en los espacios privados y semi-privados,


que tampoco están exentos de comportamientos violentos. Y la exposición
necesaria a los espacios públicos se hace de manera fugaz o de manera
protegía y encapsulada, o al menos de manera distante de los otros tanto
social como afectivamente, cuando no es posible evitarlo ni encapsularse.
(Lindón, 2008)

Puede que lo anterior sea común en las grandes ciudades, pero el deterioramiento de los
espacios públicos y de los lazos comunes no está dado por la creciente percepción de
inseguridad que tienen los sujetos sobre el espacio abierto, es más una derivación del
proceso de diferenciación espacial que acentúa y legítima las desigualdades sociales.

Debido a la ausencia de estudios sobre la violencia como un eje estructurante de la ciudad


capitalista, se toma el trabajo realizado por Gonzales Luna (2018), en donde se propone
superar la geografía del miedo que, en su versión más simplista, ha logrado solo la
cuantificación y tipificación de actos criminales.

En su fase inicial, el autor, enfatiza en la necesidad de pensar a la violencia no solo como


un requisito del modo de acumulación capitalista, sino de que esta necesita especializarse
para llevarse cabo, por lo tanto su planteamiento problema se enmarca a partir de la
“especificidad espacial de la violencia, de cómo ésta se elabora y define en la producción
espacial” (Gónzales Luna, 2018, pág. 15), no pretende abordar el fenómeno de la violencia
en general, sino, profundizar en el vínculo constitutivo de estas dos estructuras-
estructurantes.

A pesar de que en su elaboración teórica no se haga mención de una ciudad en específico,


sus planteamientos son generales y buscan comprender los aspectos estructurales de la
violencia en el espacio citadino, los cuales se complejizan en las ciudades latinoamericanas
debido al papel que estas juegan en la reproducción económica del capital.

A lo largo de su obra el autor se aleja de las posiciones planteadas por la geografía


humanística y culturalista, debido a que estas conciben al espacio como una condición
preexistente. Lo que se busca comprender “no es un espacio esencialista ni
fenomenológico, menos aún su percepción, sino en su relación dialéctica como producto-
productor social” (Gónzales Luna, 2018, pág. 44). A partir de esta posición también es
analizada la violencia, no se considera como un producto de un suceso coyuntural, ni
tampoco como una condición natural de la especie humana, por el contrario es aborda a
partir de su incidencia en la “concreción de un proyecto particular de subordinación
material y simbólico” (Gónzales Luna, 2018, pág. 17) .

Con el fin de realizar una aproximación conceptual de la violencia estructural en el espacio,


el autor parte delineando la importancia que tiene el mismo para analizar la mayor parte de
procesos que configuran la realidad social, en donde este no es homogéneo “sino presenta
formas, funciones y estructuras desiguales acordes a las necesidades de las condiciones
generales de la reproducción. Este aspecto marca un uso diferencial y discriminado del
propio espacio, generando una organización espacial jerarquizada, dividida y diferenciada”
(Gónzales Luna, 2018, pág. 44). Cabe resaltar que su posición frente a la importancia de la
base material de la espacialidad no lo aleja del terreno simbólico, por el contrario le da
bastante relevancia a los modos de significación que contribuyen a seguir reproduciendo un
orden social.

La ciudad capitalista neoliberal no solo sustenta su accionar en el despojo material por


medio de la privatización de los bienes comunes, también “requiere generar un orden
político-jurídico- social que norme y regule el acceso diferenciado a la producción de la
vida social” (Gónzales Luna, 2018, pág. 55), lo cual concretiza una estructura espacial
especifica en donde es indispensable la violencia. En consecuencia con lo anterior, la
violencia es inseparable de la producción espacial, ya que es el principal mecanismo
utilizado por el capitalismo para el desarrollo geográfico desigual, tal como lo menciona el
autor:

La violencia es un fenómeno central en la realidad social, tanto en su


constitución como en los modos en que la significamos y valoramos. Las
diversas esferas de la vida social están signadas por la misma, y representa
uno de los principales pilares en los que se sostiene el modo de producción
capitalista y por lo tanto, es uno de los procesos que estructuran el tejido
socio espacial. (Gónzales Luna, 2018, pág. 68)

Así pues la violencia no es un fenómeno externo a la realidad espacial, no es un ente que


aparece solo en actos como el asesinato o el robo, estos sucesos no deben ser considerados
como una causante de violencia, sino por el contrario representan una de las tantas
consecuencias de la violencia estructural. En concordancia con lo anterior, el autor
establece una serie de características para comprender la actuación de violencia estructural
en el espacio, definiéndola principalmente como “la utilización de medios coercitivos para
la subordinación de una clase por otra con la finalidad de obtener una ganancia material”.
(Gónzales Luna, 2018, pág. 85).
Por otra parte, se debe señalar la legitimación que brinda el Estado al uso de la violencia, el
cual camufla el ámbito estructural de la misma, enfatizando en la “necesidad de un pacto
social de subordinación, utilizando a la violencia subjetiva, y su control, como medio de
justificación y legitimación, reafirmando así, pero de manera encubierta, su condición de
clase” (Gónzales Luna, 2018, pág. 94). En otras palabras justifica el uso de la violencia por
medio de la implementación de instrumentos jurídicos e ideológicos, los cuales tienen
como supuesto objetivo mediar y reducir los actos violentos presentados en la vida
cotidiana; pero en realidad actúan como legitimadores de la desigualdad, ya que van
dirigidos a los más desfavorecidos dentro del sistema de reproducción capitalista.

A juicio de (Gónzales Luna, 2018), el Estado es un agente esencial para el ejercicio de la


violencia estructural, ya que actúa a favor de la lógica de acumulación que excluye y
“obliga a la población a adaptarse a la escasez de bienes y servicios, a la marginación,
carencia de vivienda, al desempleo, al hambre y a la inseguridad, y es aquí donde radica la
utilidad de la violencia estructural” (pág. 91), por lo cual vale la pena agregar que:

En el proceso de convertir la violencia en prerrogativa del estado se ha


seguido una doble dirección: se intenta expulsar la violencia de ámbitos
privados o semiprivados para supuestamente tener una vida cotidiana sin
ella, pero se fortalece otra violencia de la que se proclama dueño legítimo el
estado, porque se la ha definido explícitamente como necesaria y sólo
instrumental en tanto medio para el fin de la convivencia pacífica en
sociedad (Gallego, 2003).

La violencia estructural no solo está compuesta de un carácter material, para llevarse a cabo
debe generar una serie de discursos que sustenten su accionar, es por ello que la dimensión
simbólica de la violencia no debe relegarse a un segundo orden, sino por el contrario
comprenderla como un eje constitutivo de la violencia estructural.

Retomando los planteamientos elaborados por Slavoj Zizek sobre la violencia simbólica, el
autor busca posicionarla como un componente constitutivo de la organización espacial, la
cual “no siempre se presenta como violenta, es decir, como un uso de fuerza con cierta
intencionalidad, y justamente a veces trata de presentarse como algo normal, natural y
aceptado” (Gónzales Luna, 2018, pág. 81), de lo cual deriva una forma de organización
regulada, en donde los discursos hegemónicos y de clase se convierten en moldeadores de
las representaciones sociales de los sujetos.

La violencia simbólica no puede ser entendida sin su relación con la violencia estructural,
al ser abordada de tal forma, pierde su intencionalidad material, exponiéndose a una mirada
individualizada concretizada en lo abstracto. Se debe concebir como una generadora de
visiones de mundo “donde el orden social y político, derivado de las relaciones sociales de
producción dominantes, sea concebido como normal adecuado, justificando la
explotación” (Gónzales Luna, 2018, pág. 95), es en este sentido en donde el discurso tiene
su accionar, tal como lo menciona Foucault:

En toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada,


seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen
por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento
aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad[…]No todas las partes
del discurso son igualmente accesibles e inteligibles; algunas están
claramente protegidas (diferenciadas y diferenciantes) mientras que otras
aparecen casi abiertas a todos los vientos y se ponen sin restricción previa a
disposición de cualquier sujeto que hable. (Foucault, 1970)

En palabras de Gonzales Luna, 2018, esta producción del discurso puede verse
materialmente consolidada en los espacios que existen para cada clase social, y esa propia
organización espacial naturaliza y enseña a los sujetos a comportarse socialmente según el
espacio donde se desenvuelven. A pesar de que de “la vida social quede subordinada a las
necesidades de valorización y acumulación y a su correspondiente orden de significación o
representación social” (Gónzales Luna, 2018), debe tenerse en cuenta las formas de
resistencia de las comunidades, y de cómo sus representaciones simbólicas también son
creadoras de unos discursos y ordenes que contribuyen a mantener un tejidos socio espacial
compuesto de lazos y necesidades comunes.

Por otro lado, la violencia estructural no solo está compuesta por un elementó simbólico,
también cuenta con un núcleo subjetivo o directo, el cual es el más conocido y visible
dentro de las relaciones espaciales. Para el autor, la violencia subjetiva o directa ha sido la
más abordada por la geografía, generando toda una producción académica asociada al
entendimiento de la inseguridad urbana, que en la mayoría de casos se aleja de la realidad
material, sustentando sus estudios en la percepción que tienen los sujetos sobre
determinado espacio.

En este sentido, “la atención se centra en la acción violenta como si en sí mismo su propia
realización fuera su finalidad, es decir, sus fines quedan limitados o reducidos al daño que
pueden causar omitiendo su intencionalidad en la corporalidad social” (Gónzales Luna,
2018, pág. 99). A si pues, la violencia subjetiva o directa es la más representativa dentro de
la vida cotidiana y ha servido para justificar la creación de programas de seguridad pública,
en donde su fin último es atacar y señalar a la población menos favorecida de la sociedad,
acusándola de ser la principal causante de violencia en la ciudad.

Es importante señalar que la violencia ha estructurado a la ciudad durante todas las fases
que ha tenido el capitalismo, pero en su fase neoliberal a adoptado nuevas formas
caracterizadas principalmente “por imposición de la valorización del espacio, la búsqueda
de rentas culturales espacializadas y la generación de dispositivos espaciales de control
sobre las condiciones de reproducción de la vida material y simbólica de las comunidades
subordinadas” (Gónzales Luna, 2018, pág. 157), en donde el principal objetivo es ampliar
aún más los espacios para reinvertir en capital y disminuir los espacios de cohesión del
tejido social, finalmente cabe destacar que para el autor “la ciudad no es un escenario de la
violencia, sino que contienen a la violencia estructural como un proceso que la moldea, que
le da formas-funciones y estructura” (Gónzales Luna, 2018, pág. 200).

El control y el miedo en la ciudad neoliberal

El miedo como instrumento de control en las ciudades contemporáneas se ha convertido en


una de los pilares en los que se desenvuelve y especializa la violencia, varios académicos
han venido analizando la relación entre miedo y ciudad, en la mayoría de casos los
imaginarios del miedo y su conexión con el tema de la seguridad son los análisis que mas
sobresalen dentro de este campo, dejando así, un gran vacío en el entendimiento del papel
que ha tenido el miedo en las lógicas neoliberales. Por otro lado, el control ha sido un tema
abordado en gran medida por la criminología, obstaculizando su entendimiento como
instrumento clave para la dominación en el espacio.

Para comprender el accionar del control, se toma en primera instancia el trabajo realizado
por David Garland, en donde se analizan los cambios espaciales y sociales impulsados por
el neoliberalismo, relacionando la sofisticación de instrumentos como el control para
impulsar una diferenciación y estratificación espacial más elevada.

El autor se aleja de la explicación de los sentimientos subjetivos frente al delito, su objetivo


principal es delinear los “cambios que han ocurrido en las dos o tres últimas décadas, un
cambio que ha provocado que el delito sea un hecho social y cultural mucho más
importante” (Garland, 2001). Para el autor la caída de modelo keynesiano y el auge del
neoliberalismo modifico completamente el accionar del delito, expandiéndose no solo a las
clases media, sino también a las clases altas. Los habitantes de los barrios no considerados
peligrosos, comenzaron a experimentar una especie de miedo que en tiempos del
keynesianismo no experimentaban, temían por la seguridad de sus bienes materiales como
su casa o carro, esto produjo un aumento en la estigmatización de los más pobres que no
solo eran los que más sufrían el aumento del delito sino también los mas reprimidos y
violentados en el espacio.

Estas ansiedades con respecto al delito, junto con las inseguridades más
rudimentarias generadas por el veloz cambio social y la recesión económica,
le allanaron el camino a las políticas reaccionarias de finales de la década de
1970. Estas políticas, a su vez, ayudaron a transformar estos miedos difusos
de la clase media en una serie de actitudes y visiones más focalizadas,
identificando a los culpables, definiendo el problema, estableciendo chivos
expiatorios. (Garland, 2001, pág. 255)

Así pues, tal como lo menciona el autor, el miedo comenzó a instrumentalizarse para
justificar la creación de una serie de políticas en contra de los pobres; pero su uso no quedo
subyugado solo a legislar en pugna de los “peligrosos”, también se comenzó a configurar
un mercado en torno a la seguridad privada, expresada principalmente en el “desarrollo de
espacios cerrados y segregados; en las técnicas de gestión que hacen de la seguridad una
parte integral del funcionamiento de una organización; en el desarrollo del análisis de
costo-beneficio en materia de control del delito” , (Garland, 2001, pág. 266) entre otras.

Por otro lado, este cambio del accionar del delito tiene como resultado el alejamiento de la
justicia penal estatal en el campo del control, para Garland este campo se ha extendido más
allá del Estado, en donde son las agencias de la sociedad civil las que dirigen las prácticas
del control del delito, quitando responsabilidad a la justicia penal e involucrando a toda una
serie de actores sociales y económicos. Esta transformación en el modo de ejercer el
control, está caracterizada por brindar una oportuna respuesta al supuesto público víctima
del delito y a toda una serie de clientes que buscan en este nuevo mercado una oportunidad
para acrecentar sus activos. A pesar de que el Estado presente un alejamiento del campo del
control, es fundamental para “lograr organizar, aumentar y dirigir las capacidades de
control social de los ciudadanos, las comunidades y las empresas, extiende
simultáneamente el alcance de la actividad de gobernar y transforma su modo de ejercer
violencia” (Garland, 2001).

Estas transformaciones acontecidas en el modo de ejercer el control aumentaron la


desigualdad, los habitantes de barrios con pocos recursos no solo quedaron expuestos a un
alejamiento espacial representado en la dificultad de acceder a servicios prestados por el
centro urbano, sino que también comenzaron a ser señalados como los principales
causantes de la inseguridad en la ciudad ocasionando así el surgimiento del aislamiento
simbólico.

Estos cambios mencionados y el aumento del delito e inseguridad comenzaron a ser tema
de intereses para varios académicos especializados en el campo de la violencia urbana, así
como también el análisis del miedo y su percepción. La mayor parte de estudios populares a
finales de los setenta sobre el miedo y el delito “fueron parte de un amplio desarrollo de la
criminología desde epistemologías de corte positivistas, donde se privilegio la generación
de estadísticas sobre pobreza, enfermedades, alcoholismo, y desempleo, como elementos
que originaban y se vinculaban con diferentes actos delictivos” (Gónzales Luna, 2018).

Este carácter positivista para el análisis de problemáticas urbanas no solo envolvió a la


criminología y psicología, también se expreso en los estudios geográficos, en donde se
tomaba al miedo como un producto de la creciente inseguridad y para reducirlo se tenía que
poner en marcha una serie de técnicas geo-preventivas con el fin de asegúrale al sujeto una
mejor experiencia en el espacio urbano. Una de ellas fue la CPTED (prevención del crimen
a través del diseño ambiental)

Una metodología desarrollada por el criminólogo estadounidense Clarence


Ray Jeffery a mediados de los años setenta. Básicamente, dicha aportación
da por entendido que el ambiente físico y social urbano puede generar
oportunidades para que se cometan los delitos y con la propuesta, el autor es
consciente de que las oportunidades para la violencia urbana pueden
reducirse al modificar ciertos parámetros ambientales. (Sanz, 2008)

Esta metodología influencio a varios académicos de los ochenta, tal es el caso de Oscar
Newman, un arquitecto que desarrollo una serie de principios para el espacio definible, los
cuales siguen siendo utilizados hoy en día. Sus principios se basan principalmente en
“reconoce la necesidad de apoyar inicialmente los comportamientos deseados dentro de los
diferentes tipos de espacios urbanos, incidiendo en ellos por medio del diseño, del uso de
los entornos microambientales y sólo después aplicar las estrategias para reducir los
comportamientos no deseados” (Sanz, 2008). Para estos académicos el aumento y la
disminución del delito están ligados con la imagen y forma de una estructura física
posicionada en un determinado espacio, lo cual confiere a los barrios pobres un cierto tipo
de determinismo delictivo. Estos enfoques geo-preventivos son utilizados en la actualidad
con el fin de “contribuir a la reducción del crimen y al aumento de la seguridad” (Sanz,
2008), pero su principal función es controlar y etiquetar a los habitantes de barrios
periféricos, puesto que no logra su supuesto fin que es reducir los índices del delito e
inseguridad.

Estas producciones teóricas y metodológicas de corte positivista y conductista son


abundantes, al igual que las desarrolladas en torno a los postulados de la civilidad, en donde
el delito y la inseguridad son vistos como acciones que responder a la falta de civismo y
para ello es necesario el control, buscando regular y disminuir este tipo de comportamientos
que ponen en riegos a los ciudadanos.
Con el fin de establecer una serie de argumentos que contraríen la idea de que el delito y
muchos de los problemas urbanos son causados por falta de civilidad, Michel Marcus
propone una serie de medidas democráticas las cuales buscan incidir en la reducción del
delito. No obstante, el autor hace énfasis en la necesidad de regular las acciones de los
sujetos por medio del control, que para él, tendría que estar manejado por todos los
miembros de la sociedad y no solo por el aparato policial.

Para el autor, encerrar los actos micro-delincuenciales dentro de la falta de civilidad es un


absurdo, ya que muchos ciudadanos cometen este tipo de actos por necesidad, tal es el caso
de evadir el pago del transporté público, por el contrario este tipo de acciones obedecen a la
falta de concebir a la seguridad como un bien público. Para el autor es “necesario que todos
los actores de la vida social que tengan un impacto potencial en la criminalidad de una
ciudad acepten compartir sus experiencias y sus acciones, y coordinar mejor estas últimas.”
(Marcus, 1997). Debe entenderse entonces que la seguridad también es una cuestión
ciudadana, aunque de una manera u otra esté controlada por entes privados.

La seguridad es vista por Michel Marcus como un asunto que debe incluir a todos los
ciudadanos e instituciones encargadas de manejar los delitos, “y las técnicas de los
diferentes sectores deben ponerse en práctica ha o el control de los ciudadanos” (Marcus,
1997), en otras palabras la disminución y lucha contra el delito solo es posible si la
ciudadanía se vuelve un aparato de control. Para cumplir con este fin, el autor propone una
serie de condicionantes, la primera está relacionada con el trabajo conjunto entre los
sectores del sistema penal y los de prevención, en los cuales esta toda la ciudadanía. Para él
“cada uno de estos sectores existe sólo si existe el otro. Aún más, la eficacia de uno
depende de la del otro. Esta interacción tiene en cuenta el recorrido de los delincuentes y
particularmente su paso por el circuito policiaco y judicial” (Marcus, 1997). Finalmente, la
segunda condición reside en la creación de coaliciones locales las cuales actuaran a partir
de un plan de seguridad determinado.

Estas coaliciones tienen una composición variable y deben ser animadas por
un profesional que se encargue de mantener la coordinación entre las
diferentes coaliciones. Las herramientas de trabajo de la asociación son los
diagnósticos de las situaciones y su evaluación. Integrar la política de
seguridad en el seno de la política de desarrollo global de la ciudad. Esta
preocupación permite dar más pertinencia a las medidas tomadas en el
campo de la seguridad. (Marcus, 1997)

Este tipo de mecanismos ya se han aplicado en varias ciudades del mundo y son un común
denominador dentro de las políticas de seguridad incentivas por el neoliberalismo, el sujeto
se convierte en un instrumento para alcanzar un determinado fin, justificando la ineficiencia
del sistema penal e incidiendo en el aumento de la estigmatización. El delito se convierte
entonces, en un bien que es aprovechado por el Estado para impulsar una serie de políticas
que buscan el amento del control social

Las políticas de seguridad han significado una cuña de desarticulación social


esquizofrénica, ya que discursivamente hablan de empoderar al individuo y
ampliar sus capacidades sociales, pero en términos concretos implican un
deterioro y debilitamiento de la seguridad como bien público, abriendo
campos a la privatización. (Gónzales Luna, 2018)

El involucramiento de los sujetos en temas de seguridad ciudadana también obedece al


auge de la moda política en el neoliberalismo: la biopolítica y la post política, que a
concepción de Zizek no es más que una jerga teórica, en donde la pospolítica “es una
política que afirma dejar atrás las viejas luchas ideológicas y además se centra en la
administración y gestión de expertos” […] por otro lado la biopolítica “designa como su
objetivo principal la regulación de la seguridad y el bienestar de las vidas humanas” (Zizek,
2009), este auge teórico ha contribuido a liberar una política del miedo, la cual está basada
“en la manipulación de una multitud u ochlos paranoide: es la atemorizada comunión de
personas atemorizadas”. (Zizek, 2009).

Con referencia al miedo, varios estudios geográficos lo sitúan como un elemento construido
socialmente y evidenciado en el espacio a partir de los sentimientos que esté puede evocar.
Pero hay que tener en cuenta que el miedo no es algo externo a la realidad social, es un
factor importante en la producción y reproducción social del espacio, ya que como se
mencionaba anteriormente, el miedo tiene un carácter instrumental el cual es aprovechado
por diferentes agentes con el fin de ejercer control.

Con el fin de comprender el ejercicio del miedo en el espacio, se emplea en un primer


momento el trabajo realizado por Fernando Carrión y Jorge Núñez en donde el objetivo
principal es “analizar la relación entre inseguridad y representaciones de violencia
elaboradas estadísticamente; así como la relación entre inseguridad y urbanismo” (Carrión
y Núñez, 2006). Por último, se toma el estudio realizado por Oscar Pyszczek, el cual como
fin realizar un acercamiento al campo de los espacios subjetivos del miedo y
“específicamente, a la estigmatización espacial, mediante el análisis de la dimensión
espacial de la percepción de inseguridad delictiva a nivel barrial en la ciudad de
Resistencia, capital de la provincia del Chaco en Argentina, tomada como sujeto de
estudio”. (Pyszczek, 2012).

A consideración de Fernando Carrión y Jorge Núñez, en miedo debe analizarse más allá de
su definición psicológica, y debe entenderse como un imaginario que es parte constitutiva
de la realidad, ya que “define estructuras de significación fijadas en procesos históricos y
culturales concretos en los cuales la gente da forma y sentido a su existencia.” (Carrión y
Núñez, 2006). La realidad económica y las complejas relaciones de poder configuran una
variedad innumerable de miedos que se ven representados en los imaginarios de los
habitantes de una determinada ciudad, en este sentido el miedo posee un vínculo dialectico
con la ciudad.

Con el fin de comprender las gramáticas de miedo, los autores posicionan su análisis en
cuatro ciudades latinoamericanas, entre las cuales se encuentran Quito y Bogotá por un lado
y Montevideo y Santiago por el otro. Se pretende analizar por medio de las cifras del
miedo y del urbanismo, como se han moldeado los imaginarios de los habitantes, ya que
estas dos construcciones interfieren en la interpretación que los sujetos hacen sobre la
inseguridad en la ciudad.

Tal como mencionan los autores “los imaginarios del miedo son el producto de una
dialéctica social que sintetiza en la realidad las percepciones de inseguridad con las
políticas urbanísticas orientadas a la organización del espacio de la ciudad” (Carrión y
Núñez, 2006), estos imaginaros varían en cada ciudad analizada, por ejemplo Santiago en
concebida como una ciudad peligrosa a pesar de que las tasas de inseguridad sean bajas, lo
cual explica “que la violencia objetiva no es por sí misma la única variable que construye el
imaginario del miedo” (Carrión y Núñez, 2006). Otro de los ejemplos es Bogotá, en donde
sus habitantes tienen como punto de referencia el llamado Bronx, como un lugar en donde
el miedo se materializa, no obstante la mayor parte de habitantes encuestados no conocen
el lugar, con lo que se deduce que parte de este imaginario ha sido implementado por los
medios de comunicación.

Todos estos elementos proyectan un imaginario de miedo a toda la ciudad


gracias al eco que produce, por un lado, la constante existente de su
ubicación en lugares céntricos de la ciudad y, por otro, a la existencia de
información procesada y a la presencia en los medios de comunicación con
sus políticas explícitas. (Carrión y Núñez, 2006)

Para los autores los medios de comunicación asignan una variedad de representaciones de
miedo en los espacios, las cuales son naturalizadas por los habitantes, esto ha generado un
crecimiento de la estigmatización y una aprobación de los habitantes hacia las políticas que
buscan alejar y castigar a ciertos sectores de la ciudad. Otro de los factores que influencian
la producción de miedo, está relacionado con el urbanismo como herramienta de gobierno
en donde, “su puesta en práctica está articulada a las relaciones de poder; tanto en el
mantenimiento de la atomización de los ciudadanos como en su reagrupación dentro de
espacios controlados” (Carrión y Núñez, 2006). Una de sus aplicaciones consiste en los
procesos de regeneración urbana, en donde se justifica la creciente inseguridad en el lugar
para poder intervenir, generando así un traslado del problema.

Finalmente, los autores hacen mención de la importancia del miedo como carácter
psicológico, no obstante esa dimensión del miedo representa solo una mínima parte del
miedo en el espacio. La existencia social del miedo está asociada a unos campos de poder,
si se desliga de ellos perdería sus sentido material y espacial.

Por otro lado, Oscar Pyszczek aborda el miedo desde su ámbito simbólico-perceptivo del
espacio, para él “las sensaciones recibidas por los sentidos- cobran significado y
complejidad, para luego regular la interacción de los individuos con el espacio en el cual
residen” (Pyszczek, 2012). En esta regulación en miedo actúa como un formador de
representaciones sobre el espacio, lo que a su vez producirán una serie de imaginarios
urbanos en donde el estigma se vuelve importante.

La simbolización del espacio como resultado de un proceso no deja de ser


sumamente complejo y, en muchos casos, contradictorio, e implica un largo
recorrido, en el que los aspectos más básicos y cotidianos -como son las
sensaciones recibidas por los sentidos- cobran significado y complejidad,
para luego regular la interacción de los individuos con el espacio en el cual
residen. (Pyszczek, 2012)

El miedo es entonces un generador de estigmas, e incide en el disfrute que tienen los


individuos en el espacio público, generando en ellos un sentimiento preventivo sobre lo
que no es conocido y creando a su vez imaginarios sobre los habitantes que residen en ese
lugar que se percibe como peligroso.

No es deber juzgar este tipo de posturas, pero hay que tener en cuenta que estas miradas no
contribuyen al entendimiento de la verdadera función del miedo en la ciudad capitalista, no
se ignora que “existen diversos factores que pueden ser generadores de miedo, y este puede
reelaborarse de diversas maneras en cada sujeto, sin embargo, el foco de atención que
interesa destacar radica en el cómo y para que se produce el miedo, lo cual incluye su uso y
manipulación política, tanto para lograr ciertos objetivos de control como para esconder o
naturalizar desigualdades creadas artificialmente”. (Gónzales Luna, 2018)

Finalmente hay que tener en cuenta que “el miedo no sólo es un eje de ordenación espacial,
sino que también representa un factor de generación diferencial de valor, por eso las zonas
pauperizadas abarcan o incluyen más miedos sociales”(Gónzales Luna, 2018), en otras
palabras el miedo es un instrumento legitimador de los dispositivos de control, dominación
y despojo.

El auge penal: la expansión de lo punitivo en el neoliberalismo


La expansión punitiva que se genera con la implementación del neoliberalismo es un eje
central para comprender la espacialidad de la violencia en la ciudad contemporánea. A
pesar de que este auge penal no se manifieste con la misma magnitud en todas las
ciudades, si representa un común denominador en el entendimiento del espacio citadino.

Al hablar de auge penal, se está haciendo referencia a las nuevas ingenieras del control
social, que fueron creadas con el fin de sostener toda una serie de acciones y discursos
neoliberales. La caída del modelo keynesiano produjo una fuerte reducción del sector
social, lo que propicio un aumento significativo de la inseguridad y el delito; con la entrada
del neoliberalismo los mecanismos para regular el delito se transformaron, debido a una
mayor inversión en las fuerzas represivas. Este endurecimiento penal agudizo las lógicas
del despojo espacial, contribuyendo al surgimiento de una marginalidad avanza, la cual es
analizada por Loic Wacquant.

Con el fin de delinear las principales características de este auge penal neoliberal, se toma
es primera instancia los análisis elaborados por Máximo Sozzo, en donde se exponen
claramente los ejes fundamentales de esta nueva racionalidad punitiva.

El auge penal neoliberal creo toda una cultura del control social al igual que las políticas
que están encargadas de gestionarlo, ya sea través de agentes estatales o no estatales. La
nueva política criminal se basa esencialmente en dos finalidades, la represión del delito y la
prevención del delito. “Reprimir el delito es la intervención realizada después de la
realización del mismo y se materializa en el castigo al sujeto que lo produjo, la prevención
del delito por otro lado es la intervención que se hace para que el delito no se produzca”
(Sozzo, 2008, pág. 68). Esta cuestión criminal opera bajo una serie de recursos y tácticas,
entre los recursos se encuentran los penales y los extrapenales. Los recursos penales son los
referidos a la imposición de una pena o castigo, en cambio los extrapenales van dirigidos al
control del crimen, estos último son los que más se transformaron en el neoliberalismo.
Para el autor las tácticas que sustentan la política criminal están basadas sobre una
emergencia de crear seguridad. La primera de ellas es la llamada tatica situacional-
ambiental, en donde el sujeto es principal responsable de sus elecciones, por ello debe
actuar acorde a su libre elección y generar una responsabilidad individual con el fin de no
ser un productor de delito.
En este sentido, la táctica situacional y ambiental se presenta
fundamentalmente como respuesta pragmática a determinadas crisis de
seguridad en determinados contextos sociales, que asume un realismo
criminológico muy difundido en los años ochenta, que se traduce en
expectativas moderadas con respecto al control del crimen – en la lucha
contra el delito- y en una forma de pensar la política criminal esencialmente
pirobalística- los factores situacionales y ambientales a diferencia de los
factores sociales, son más fácilmente manipulables – todo esto bañado con
un tibio optimismo. (Sozzo, 2008, pág. 77)

Este modelo racional justifica la marginalidad, ya que como señala el autor, son los
individuos los responsables de su propio destino incluyendo su victimización. Estos
elementos son esenciales para entender la racionalidad política neoliberal, ya que la
prevención se realiza colectivamente pero la represión es individualizada. Otra de las
tácticas, es la llamada “talón que Aquiles”, su principal característica es que previene el
delito trasladándolo a otros lugares de la ciudad, con lo que se logra un supuesto equilibrio
en la tasa delictiva. “Sin embargo, es que en estos veinte años de gobiernos neoliberales la
tasa de delitos ha crecido de forma dramática, mientras, de la misma manera, ha aumentado
impresionantemente la desigualdad social” (Sozzo, 2008, pág. 55). Por otro lado, el autor
hace mención de una de las tácticas más populares, tolerancia cero, la cual fue desarrollada
por la policía de Nueva York a parir de 1994. Consiste en un modelo de policiamiento
dirigido a los grupos marginados, ya que su accionar tiene como referencia ciertas
posiciones geográficas, lo cual contribuye al aumento de la fragmentación social en el
espacio.

Ya para finales de los noventa, surge una táctica llamada prevención integrada, la cual
mezcla las anteriores, se consolida un refuerzo del aparato policial junto con un cambio en
las normas y cultura en la institución policiaca. A pesar de que estas tácticas se hubiesen
gestado en el seno Estadunidense “la historia de la política criminal en América Latina es
una sucesión continua de procesos de adopción/ adaptación de artefactos culturales
generados en otras geografías” (Sozzo, 2008). No es coincidencia que la mayor parte de
estrategias para “sofisticar” el aparto policial en muchos de los países de América latina
esten temporalmente relacionada con las tácticas desarrolladas en Estado Unidos, una
muestra de ello es la creación del ESMAD en 1999, en donde su supuesto fin es
“restablecer el ejerció de los derechos y libertades públicas en las ciudades de Colombia,
materializado en la defensa contra delincuentes y terroristas, en el acompañamiento de
desalojos de espacios públicos o privados” (Policia Nacional De Colombia, 2019). De esta
manera no es posible alejar la incidencia que han tenido estas tácticas en territorios
latinoamericanos, ya que van de la mano con la imposición y el accionar de las políticas
neoliberales.

Una vez señalas las principales tácticas punitivas, es necesario comprender él como estas
estrategias han incidido el aumento de la marginalidad y desigualdad. Para ello se toman
algunos trabajos realizados por el sociólogo francés Loic wacquant, en donde explica el
surgimiento de la marginalidad avanzada y sus vínculos con el estallido penal.

Para el sociólogo, el fin del Estado de Bienestar significo la aparición de una ciudad más
polarizada, en donde la gestión punitiva en conjunto con políticas sociales disciplinarias
determinaron el aumento de la marginalidad. Las políticas en contra de los más pobres se
vieron representadas en el surgimiento del hipergueto, en la hiper- encarcelación, en la
estigmatización territorial, en la contención punitiva y en la marginalidad avanzada; todo lo
anterior en el marco de “la regulación penal de la pobreza en la era de la inseguridad social
difusa, y la construcción del Leviatán neoliberal” (Wacquant, 2013).

Este nuevo paisaje de la ciudad dio paso para el surgimiento de nuevas políticas sociales,
las cuales a concepción de Pierre Bourdieu eran muestra material y simbólica del
endurecimiento de la mano izquierda del Estado, en donde el aparato represivo juega su
mayor papel.

Mejor aún, la política penal y la política social no son más que los dos
flancos de la misma política para la pobreza en la ciudad, en el doble sentido
de la lucha de poderes y la acción pública. Por último, siempre y en todos
lados, el vector de la penalidad golpea preferentemente a las categorías
situadas en el punto más bajo del orden de clases y las gradaciones
honorables. Por lo tanto es muy importante relacionar la justicia penal con la
marginalidad en su doble dimensión, material y simbólica, así como también
a los demás programas estatales que pretenden regular a poblaciones y
territorios “problemáticos” (Wacquant, 2013)

Esta relación entre marginalidad y penalidad es muy bien explicada en su obra Parias
Urbanos: Marginalidad en la Ciudad a comienzos de milenio, por medio de cuatro
argumentos el autor busca desdeñar las modalidades con las que operan las nuevas formas
de desigualdad y marginalidad urbanas, sumado a ello esboza los principales sustentos de la
marginalidad avanzada, categoría conceptual importante para entender la fragmentación en
las ciudades capitalistas de hoy.

Esquemáticamente, “el régimen de marginalidad emergente puede caracterizarse como el


producto de cuatro lógicas que, en conjunto, reconfiguran los rasgos de la pobreza urbana”.
(Wacquant, 2001). La primera de ellas está relacionada con la dinámica macrosocial, en
donde la marginalidad no es un resultado de la declinación económica vivida en los años
setenta, sino por el contrario es un producto de la desigualdad marcada por el avance de una
prosperidad económica global, traducida en una mejoría material de los mas privilegiados
del primer mundo y un empeoramiento en las condiciones de los más pobres.

La segunda dinámica obedece a la mutación del trabajo asalariado, para (Wacquant, 2001)
“la nueva marginalidad urbana es el subproducto de una doble transformación de la esfera
del trabajo” (pág. 172) , una de ellas obedece a al despido masivo de trabajadores no
calificados y al endurecimiento de una competencia laboral extranjera, la otra está más
relacionada con la degradación de las condiciones de empleo. La tercera dinámica está
relacionada con la desarticulación del Estado de Bienestar, ya que significo la reducción de
muchos de los planes de seguridad social por un lado, y el crecimiento de los instrumentos
de vigilancia y control por el otro. La última lógica obedece a la dinámica espacial, en
donde la concentración y estigmatización juegan el mayor papel. Los más desfavorecidos
de la sociedad son obligados a concentrarse en ciertas aéreas periféricas de la ciudad que no
cuentan con los servicios necesarios, ocasionando el surgimiento de nuevas salidas
económicas en su mayoría ilegales.
La nueva marginalidad muestra una tendencia distinta a conglomerase y
acumularse en áreas “irreductibles” y a las que “ no se puede ir”, que son
claramente identificadas – no menos por sus propios residentes que por las
personas ajenas a ellas –como pozos urbanos infernales repletos de
depravación, inmoralidad y violencia donde sólo los parias de las sociedad
toleran vivir. (Wacquant, 2001, pág. 179)

Con el fin de enfrentar marginalidad avanzada, se despliega todo un esfuerzo del Estado
penal por “controlarla”. En el primer esfuerzo consiste en emparchar los programas de
ayuda social con algo de keynesianismo, lo cual es inútil, debido a las condiciones misma
de cómo se presenta la marginalidad. La otra solución propuesta es la regresiva y represiva,
que es en ultima la mas empleada, se trata pues de “criminalizar la pobreza a través de la
contención punitiva de los pobres en barrios cada vez más aislados y estigmatizados, por un
lado, y en cárceles y prisiones, por el otro” (Wacquant, Parias urbanos. Marginalidad en las
ciudad a comienzos del milenio , 2001). La última solución y que tiene tintes progresistas
es la de volver a un Estado de bienestar, esta última, representa para el autor una de las más
certeras.

En última instancia el autor señala la importancia del estudio de esta nueva marginalidad,
que con anterioridad ya la había señalado en su obra Los condenados de la ciudad. Los
interesados en este tema deben adentrarse a vivir la problemática, y por medio de la
comparación vivida y observación participante delinear las formas en que esta marginalidad
se expresa, ya que en todas las ciudades no se presenta de la misma manera. “Los
estudiosos en la marginalidad avanzada, tienen que establecer cada una de las
características de esta marginalidad de manera específica en los contextos urbanos en
función de la historia y política de cada ciudad estudiada.” (Wacquant, 2006)

Cárcel y espacio: una relación para la comprensión de expansión punitiva en la


ciudad.

La expansión penal acontecida desde finales de los ochenta aún sigue vigente, la represión
y marginalidad han venido aumentado en lo corrido de este siglo, configurando así una
ciudad cada vez más desigual. El aumento significativo de los discursos de seguridad abrió
el camino para la justificación de la ampliación y creación de centros penitenciarios que
buscan contener a un sin número de individuos, ya no con el fin de infringir una pena, sino
como una manera de disminuir los factores negativos de la miseria, esto debido a que cada
ciclo capitalista le corresponde una variación en las formas e instituciones de castigo.

El delito se convierte en un objeto de gestión, y es utilizado para justificar la construcción


de más centros de reclusión, ignorando la relación que el delito tiene con la desigualdad y
suponiendo que el aumento de esté deriva de la falta de instrumentos que lo controlen. El
aumento significativo de cárceles crea unas nuevas problemáticas en el espacio, no solo por
su lugar de ubicación, sino por todas las nuevas dinámicas que se desarrollan en los lugares
cercanos a ella.

Las cárceles constituyen otro foco de la miseria en la ciudad, no solo por su contexto
interior, sino por su estrecha relación con la gobernanza en contra de los pobres, sumado a
ello su presencia física se convierte en otro instrumento de control. Es urgente entonces
“volver a invertir en barrios enteros, se trata de impedir que las clases medias se inclinen
hacia soluciones extremas, aclaremos: al ‘volver a invertir’ en policías y cárceles y no en
empleos” (Wacquant, 2004). Esta inversión para el control es otro de los ejemplos de la
especialización de la violencia en la ciudad, la cárcel termina jugando un doble papel:
hacinar a muchos individuos es su mayoría pobres y ejercer un control territorial en los
barrios donde se encuentra ubicada, causando un aumento significativo de la
estigmatización hacia los habitantes cercanos a la institución.

En las cárceles de la miseria, trabajo realizado por Loic Wacquant se ejemplifica muy bien
esta relación entre cárcel y violencia. La miseria se convierte en un apuro, desembocando la
necesidad de un dictamen apresurado de prisión para los presuntos autores del crimen, y “el
Estado no responderá a la terrible miseria de los barrios desheredados mediante un
fortalecimiento de su compromiso social, sino con un endurecimiento de su intervención
penal. A la violencia de la exclusión económica, opondrá la violencia de la exclusión
carcelaria” (Wacquant, 2004). Este panorama agudiza las condiciones de desigualdad, ya
que el Estado abandona sus responsabilidades sociales, pero agiganta sus responsabilidades
penales, causando una explosión más aguda de la violencia en el espacio.
Pero aún hay cosas peores: los efectos pauperizantes de la penitenciaría no
se limitan exclusivamente a los detenidos y su perímetro de influencia se
extiende mucho más allá de sus muros, porque la prisión exporta su pobreza
al desestabilizar constantemente a las familias y los barríos sometidos a su
tropismo. De modo que el tratamiento carcelario de la miseria (re)produce
sin cesar las condiciones de su propia extensión: cuanto más se encierra a los
pobres, más certeza tienen éstos -si no hay por otra parte algún cambio de
circunstancias- de seguir siéndolo duraderamente y, en consecuencia, más se
ofrecen como blanco cómodo de la política de criminalización de la miseria.
(Wacquant, 2004).

La prisión aumenta la miseria y a su vez a la violencia, consolida condiciones prefectas


para la reproducción de la desigualdad, no solo por lo dicho anteriormente, sino por su
papel en la obtención de nuevas rentas urbanas.

Para ver más de cerca el papel que tiene la cárcel en la degradación de la ciudad, se toma el
ejemplo de la cárcel de Villa Devoto en la ciudad de Buenos Aires, que consolido una serie
dinámicas a su alrededor concretizadas en una paulatina degradación del barrio donde se
encuentra ubicada.

El crecimiento de la ciudad de Buenos Aires significo la transformación de las periferias en


centros, muchas de las cárceles en tiempos anteriores se ubicaban en las afueras de la
ciudad, caso similar al bogotano. Este proceso de urbanización acelerado ocasiono que la
cárcel quedara imbricada en el centro de la ciudad, lo que llevo a varios agentes a reclamar
este espacio.

Este reclamo puede verse a las claras en la presión inmobiliaria por valorizar
los territorios adyacentes, pero también en forma más pasiva en los espacios
públicos generados por la burguesía en áreas también próximas que rivalizan
con las prácticas delictivas que eran habituales en el barrio. Esto concluye en
la decisión de trasladar nuevamente el espacio carcelario a un sector más
periférico de la ciudad en el barrio de Villa Devoto. (Ruíz, 2014)
A si pues, la cárcel es trasladada y recibe el mismo nombre que el barrio. Una vez ubicada
allí, se genera una aceleración en la urbanización de la zona, lo cual no duraría para
siempre. Con el paso de los años se fue generando un “proceso de degradación territorial
que terminara determinando un carácter barrial reconocible hasta hoy” (Ruíz, 2014). Esta
degradación da paso a la estigmatización y a un control más recurrente de las autoridades,
ya que en varias ocasiones se presentaron fugaz por parte de los presos, poniendo en riesgo
la “seguridad” del sector.

Pasando ya, al carácter simbólico de control que genera una cárcel, (Martín, 2016) hace
una análisis sobre la forma en que ciertas estructuras urbanas en espacial la cárcel, generan
un poder espacial expresado en el control. La gestión de los espacios públicos, en tiempos
del neoliberalismo han significado el arrinconamiento de los mismo, “cumpliendo un doble
objetivo, por un parte, devaluando lo comunitario y la acción participativa en libertad y por
la otra, obteniendo beneficios económicos a través de la especulación inmobiliaria”
(Martín, 2016).

La ordenación del espacio, está inmersa en un sin número de relaciones de poder; la


ideología urbanística de hoy actúa con afinidad a estas relaciones, por ello la cárcel no solo
es una estructura material, representa una estructura de poder y autoridad. “Todos los
regímenes políticos han utilizado el urbanismo como forma de expresión de su ideología”
(Martín, 2016), la cárcel como estructura urbana no se salva de esta expresión de ideología,
por el contrario, es una de las representaciones más claras del imaginario urbano
hegemónico.

Continuando con la delineación entre la relación cárcel-ciudad, (Forero, 2016), realiza una
investigación en el marco de los estudios urbanísticos, frente a la necesidad de consolidar
una cárcel más amena para la ciudad. Su objetivo general, se enmarca en la generación de
principios para la intervención y planificación de algunas cárceles de la ciudad de Bogotá,
“enfocado hacia la inversión, aprovechamiento y reutilización de infraestructura en suelos
urbanos”. (Forero, 2016).

Los principales problemas que el autor identifica están relacionados con el orden espacial
externo a las instituciones carcelarias. El primero de ellos obedece al equipamiento de la
cárcel, su estructura influye directamente con la percepción de seguridad que tiene el sector
aledaño sobre ella. La otra problemática, está relacionada con la aglomeración de personas
el día de visitas, debido al reducido espacio en las vías y en los corredores viales cercanos a
la cárcel, lo que puede ocasionar problemas de seguridad en el entorno.

Uno de los ejemplos expuestos y que presenta todas las problemáticas mencionadas es la
cárcel Picota, este establecimiento de primera generación característico por su estructura
modular no cumple con los supuestos requisitos para consolidar una armonía entre cárcel y
ciudad.

El autor analiza las problemáticas urbanísticas de la Picota a partir de los siguientes ejes:

° Compatibilidad usos suelo: El uso del suelo no es totalmente compatible, al


frente de la cárcel cuenta con una estación militar lo cual es bueno desde la
función de seguridad, pero las demás caras del lote hay vivienda la cual no
se relaciona ni genera ejes comerciales para la demanda de la cárcel.
Relaciones: No existen relaciones con el entorno debido a que el cerramiento
no permite la interacción entre equipamiento y ciudad.
° Prevención de contaminación: El largo e imponente cerramiento genera
acumulación de basuras en sus caras perimetrales afecto incluso dentro de
las zonas de vivienda. Percepción de seguridad: La seguridad es un problema
en este sector debido a que no cuenta con iluminación y el espacio de
cerramiento es demasiado extenso obligando a la gente a tomar transporte
para transitar el lugar
° Vías: Solo cuenta con una vía principal las demás vías son de difícil
acceso. Distancias: La distancia es relativamente cercana desde la estación
de transporte masivo.
° Transporte: La estación de trasporte se encuentra cercana pero no cuenta
con sendero transitable hacia la cárcel. Plaza: la plaza es buena contando con
servicios básicos y espacio para organización de las filas de visita.
°Parqueadero: Cuenta con gran espacio para parqueo público. (Forero,
2016)
A pesar de que este tipo de estudios sean útiles para las cuestiones urbanas, no inciden
significativamente en el entendimiento de la relación socio-espaciales tejidas entre la cárcel
y su entorno, ya que obedecen a factores sociales en donde la dominación y la violencia son
esenciales.

Un acercamiento al caso Colombiano: Auge penal y cárcel

Finalmente y a manera de conclusión, se exponen algunas consideraciones sobre el avance


de lo punitivo en Colombia y su influencia en el crecimiento de la desigualdad.

En el análisis realizado por el centro de investigación en política criminal de la universidad


Externado de Colombia, se ponen en consideración algunas de las políticas públicas en
torno a la prisión, ligadas a los efectos de la economía neoliberal. Para los autores es
imposible entender la realidad penal en Colombia sin enlazar sus políticas penales con las
políticas neoliberales impuestas por EEUU.

Es necesario tener en cuenta que la estructura axiológica y normativa de la


Constitución de 1991 instauró la forma Estado social de derecho, propia del
“constitucionalismo social” de la segunda postguerra mundial, cuya tarea
fundamental está orientada por el respeto y la garantía de los derechos
humanos y en particular de los derechos económicos, sociales y culturales,
contando con la bonanza financiera de los Estados de bienestar para lograr la
integración social de los ciudadanos a través del empleo. (Bernal y Hurtado,
2007)

Lo anterior entra en contradicción con la fase neoliberal que vive Colombia desde los
noventa, ya que hay una significativa reducción de los derechos humanos y un crecimiento
arduo de la regulación punitivista. Las políticas neoliberales han sido las formadoras de ese
supuesto “constitucionalismo social”, y la conformación histórica de su sistema penal
contemporáneo ha estado mediado también por esas políticas neoliberales.

Esta mediación se concretiza según los autores por cuatro aspectos. El primero, vinculado
con la construcción social de las respuestas estatales frente al alto grado de conflictividad
en el país. El segundo relacionado con , “las múltiples imposiciones político-criminales a
las que el país se ha visto sometido por la comunidad internacional, y por el gobierno de los
Estados Unidos de Norteamérica en particular, durante buena parte del siglo pasado”
(Bernal y Hurtado, 2007). El tercero coordinado por la internacionalización de la lucha
antidroga, y en última medida el surgimiento de la seguridad ciudadana la que contribuyo al
endurecimiento de las políticas penales.

Gran parte de estas mediaciones son bien descritas en los Planes Nacionales de Desarrollo,
de los años 2002 al 2010, lo que da muestra de la ardua marcha del neoliberalismo en
Colombia. En el Plan Nacional de Desarrollo 2002-2006 se enfatiza en la necesidad de una
seguridad democrática, que esta expresada en el endurecimiento del aparato penal, y en el
fortalecimiento de la defensa del territorio nacional frente a posibles amenazas terroristas.
En lo que respecta a la primera expresión, el PND 2002-2006 expresa lo siguiente:

En primer lugar, se organizara la oferta de cupos carcelarios para favorecer


la eficiencia en las operaciones y ampliara en concordancia con las políticas
de convivencia y seguridad democrática, haciendo uso de mecanismos de
construcción y administración de los centros que aseguren su viabilidad y
sostenibilidad. (Presidencia de la República, 2002)

Lo anterior es sustentado a partir de una serie de proyectos ejecutados en el 2008, en donde


el objetivo principal es ampliar la capacidad del sistema penitenciario, en otras palabras
construir más cárceles. Estos proyectos, denominados de tercera generación junto con “su
política para enfrentar el hacinamiento, afirma que la expansión del sistema se realiza con
base en la Infraestructura programada a partir estudios y diseños apoyados por el Bureau de
Prisiones de los Estados Unidos” (Ariza, 2011, pág. 67). En este panorama se levanta la
nueva cultura penitenciaria en Colombia, en donde la “prisión refleja y refuerza la
desigualdad de la sociedad colombiana y la marginalización de los grupos menos
favorecidos, en vez de contribuir a su integración, como reclama el ideal de la
resocialización” (Ariza, 2011, pág. 150).

Esta nueva cultura penitenciaria, pretende instalarse en todos los campos de la vida social,
tal como se ejemplifica en uno de los párrafos del PND 2002-2006
En materia de seguridad urbana, El gobierno fortalecerá la función de
primera autoridad de policía que tienen los mandatarios locales por mandato
constitucional, de manera que se logren niveles estratégicos y sostenibles de
coordinación con la policía Nacional y demás entidades, tanto del orden
nacional como territorial, con competencias en la prevención, la disuasión, el
control de las violencia, el delito y la contravención. En cumplimiento de sus
deberes constitucionales el gobierno promoverá la participación y
cooperación ciudadanas con las autoridades, y en particular la solidaridad
que exige el estado social de derecho. Se requiere el apoyo de todos los
colombianos para la prevención del terrorismo. (Presidencia de la República,
2002)

Estas consideraciones se clarifican de mejor manera en el PND 2006-2010, en donde se


exponen una serie de principios ligados a la política común de seguridad y defensa, la cual
está basada en cinco estrategias:

1. Consolidar el control territorial y restablecer la autoridad del estado en


todo el territorio nacional.
2. Generar, a través del uso legítimo de la fuerza y la política social, las
condiciones de seguridad y bienestar social que presionen a los grupos
armados ilegales a entrar a una verdadera negociación política o a
desmantelarse.
3. Romper, en todos los eslabones de la cadena, la libertad y habilidad de los
narcotraficantes para desarrollar su negocio y con ello avanzar hacia la
eliminación del narcotráfico en Colombia 4.
4. Formar una fuerza pública moderna, con los más altos estándares éticos y
morales, que cuente con la confianza y el apoyo de la población.
5. Desarrollar la Doctrina de la Acción Integral, a través del esfuerzo
combinado de la fuerza legítima, la política social y las acciones de las
demás instituciones del estado y la sociedad civil. (Presidencia de la
Repúbica, 2006)
Estos principios no son más que una copia de las estrategias desarrolladas en Estados
unidos y algunos países de Europa con el fin de contener el supuesto crecimiento del
delito, auspiciando todo una serie de estrategias para castigar y reprimir a las clases bajas.

A modo de conclusión, se puede decir que los trabajos realizados sobre violencia en la
ciudad son bastante reducidos, y aun mas, los relacionado con la conexión entre cárcel y
ciudad. Es por ello que desde las geografías críticas se debe problematizar la relación
existente entre espacio, violencia, cárcel y ciudad, con el fin de obtener una compresión
más estructurada del espacio urbano contemporáneo en espacial el latinoamericano.
Finalmente hay que tener en cuenta que “la violencia no se constituye independientemente
de la espacialidad que la precede y la que genera, sino que se constituye a partir de una
relación dialéctica con el espacio”. (Gónzales Luna, 2018)

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Planteamiento del problema

Abordar la problematización y comprensión de ciertas especificidades de las relaciones


sociales por medio del concepto espacio y violencia contribuye a la aproximación teórica
de la reproducción de la organización social, en el sentido de que tanto “espacio y violencia
son producto y a la vez son productores de diferencias sociales” (Gónzales Luna, 2018). La
violencia como concepto teórico ha sido abordada desde diferentes perspectivas analíticas y
disciplinares, “en su gran mayoría la sitúan como un común denominador en la sociedad y
es expresada a partir de acciones directas” (Gónzales Luna, 2018).

Las aproximaciones teóricas de la geografía sobre la violencia en el espacio han estado


marcadas por una fuerte división, es decir, se han ramificado sus estudios en varias
violencias (género, urbana fronteriza, etc.), lo cual imposibilita entender el cómo se
espacializa la violencia en la sociedad contradictoria y conflictiva que ha impulsado la
lógica del capital. Por ello es de suma importancia abordar a la violencia como dimensión
característica de la estructura y discurso capitalista, responsable de la fragmentación del
tejido socio-espacial en las ciudades, especialmente las latinoamericanas.

La organización espacial requiere de un orden material, pero para que este se desarrolle
según los intereses hegemónicos se necesita también de un orden político-jurídico y
simbólico. Estos órdenes se expresan a través de las tres dimensiones de la violencia
planteadas por Pierre Bourdieu (estructural, simbólica y directa), las cuales se espacializan
en procesos concretos establecidos en las ciudades.

Uno de los procesos para analizar estos órdenes y espacializar estas dimensiones de la
violencia está relacionado con la explosión punitiva que se agudiza con la entrada del
neoliberalismo en 1991 a las ciudades latinoamericanas, impulsando reformas y discursos
en todos los ámbitos de la penalidad. Estas reformas y discursos se insertaron en el espacio,
impulsando así una mayor criminalización hacia la población periférica, acrecentando el
control y la marginalización. La entrada del neoliberalismo no solo configuro toda una
serie de mecanismos legales para violentar a las clases bajas, sino también acelero la
supuesta necesidad de crear y ampliar las instituciones carcelarias con el fin de contener el
aumento del delito.

Esta contención del delito tal como menciona (Wacquant, 2004), sirvió para legitimar la
inversión en aparato policial e instituciones carcelarias, las cuales en la mayoría de casos
son construidas en la periferia urbana, aumentando así la fragmentación social en la ciudad
y generando a su vez un crecimiento de la estigma y de la desigualdad.

Esta relación entre cárcel, ciudad y violencia ha sido poco analizada, los estudios en este
campo han sido reducidos a análisis del orden urbanístico por un lado, y de la percepción
por el otro, dejando de lado la importancia del sin número de relaciones socio-espaciales
que se pueden tejer entre la cárcel y los barrios aledaños a ella.

En este orden de ideas se hace importante analizar el como la violencia se ha vendido


especializando en sus diferentes dimensiones en contextos propios de los barrios populares
de Bogotá, partiendo de las formas y discursos que la expansión penal a utilizado para
acrecentar la marginalidad, por un lado, y del significado material y simbólico de la
ubicación de un centro carcelario en barrios periféricos, por el otro.

Con el fin de problematizar estas conexiones entre ciudad, violencia y cárcel, se toma como
eje de análisis los barrios el Portal y Danubio Azul, el primero ubicado en la localidad de
Rafael Uribe Uribe, y el segundo ubicado en la localidad de Usme. Estos dos barrios
comparten la particularidad de ser los vecinos más cercanos y relacionados con la cárcel
Picota, lo que los hace especiales, no solo por ser barrios cercanos a la cárcel, sino por estar
ubicados en la periferia de la ciudad y poseer altos índices de inseguridad. De esta manera
surge el siguiente interrogante, ¿cómo se han venido configurando espacialmente los
barrios El Portal y Danubio Azul desde los años noventa hasta hoy, a causa de su cercanía
con la cárcel Picota?, teniendo en cuenta lo que significa simbólica y materialmente vivir
en la periferia y cerca de una cárcel.

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