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Con un estilo peculiar, el Bosco es uno de los pintores más admirados y también más
misteriosos. Nos acercamos a su particular obra.
Jheronimus van Aken, más conocido como el Bosco, es uno de los más singulares pintores de la
historia del arte. Nació en lo que hoy en día son los Países Bajos y fue creador de numerosas
obras caracterizadas por la inventiva de sus figuraciones y lo peculiar de sus asuntos tratados y
de su técnica. Vamos a saber un poco más de él.
El Bosco no fechó ninguno de sus cuadros y muy pocos llevan su firma. Lo poco que se conoce
de su familia o de su vida se lo debemos a los archivos municipales de su ciudad natal y a los
libros de cuentas de la cofradía de Nuestra Señora, de la que fue jurado.
Por todo ello, no se le puede atribuir con absoluta certeza ninguna obra. Las características de
su singular estilo solo se han podido confirmar teniendo en cuenta un reducido número de
obras que se mencionan en fuentes literarias. Es más, resulta complicado distinguir entre el
auténtico Bosco y los muchos imitadores o seguidores de su obra que tuvo.
Una de las características principales de la pintura del Bosco es la vena satírica que expone,
especialmente cuando trata la doctrina más tradicional de la Iglesia católica. Sus alusiones al
pecado, la transitoriedad de la vida o la locura del hombre son muy frecuentes.
«Muy admirado y maravilloso creador de imágenes extrañas y cómicas y de escenas
singularmente descabelladas.»
-Ludovico Guicciardini-
Para muchos, la verdadera innovación del Bosco fue la utilización de elementos burlescos y
divertidos, “poniendo en medio de aquellas burlas muchos primores y extrañezas”, como decía
fray José de Sigüenza.
Otra peculiaridad del Bosco es que utilizaba capas muy finas de pintura, dejando ver en
ocasiones el fondo del lienzo.
Esto, para algunos, era una forma de pintar que carecía de toda técnica, en comparación del
resto de artistas holandeses de la época. Para otros era una genialidad, que le permitía
trabajar más rápido, al secarse antes las capas de color, y con un coste mucho menos elevado.
En definitiva, la pintura del Bosco podría inscribirse en la tradición flamenca, pero, a su vez, se
separa de ella, tanto en imaginería como en la técnica, como acabamos de comentar.
Felipe II fue uno de los admiradores del Bosco y coleccionó muchas de sus obras. Por ello, es
España el lugar en el que se pueden admirar gran parte de ellas.
El Museo del Prado de Madrid acoge en sus paredes 35 de las obras más relevantes del pintor.
Destacan el tríptico de El jardín de las delicias, La lamentación sobre el cuerpo de Cristo o La
extracción de la piedra de la locura.
Es, sin duda, la obra maestra y más característica del Bosco. Además, ha sido considerada una
de las obras más atrayentes y misteriosas (como todo alrededor del pintor) de la historia del
arte.
Es una obra de dos metros de alto y casi cuatro de ancho, formada por una tabla central y dos
laterales. Un trabajo lleno de contenido simbólico, sobre el que existen diferentes y numerosas
interpretaciones. Obedece a una intención moralizante a la par que satírica, y al que
rápidamente le surgieron copistas e imitadores.
Se puede disfrutar de esta maravillosa obra, como comentábamos, en el Museo del Prado de
Madrid, en el que se encuentra desde el año 1939.
Aunque la mayor colección de obras del pintor se puede ver en España, hay algunas otras
repartidas por el mundo. El vendedor ambulante, por ejemplo, se expone en el Museo
Boijmans van Beuningen de Róterdam. En la Academia de Bellas Artes de Viena se puede
admirar El Juicio Final, o Cristo con la cruz a cuestas en el Museum voor Schone Kunsten de
Gante.