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Los verdaderos desheredados eran los esclavos, que acaso no llegaban a los
cuatrocientos mil, como dice Demetrio, pero que sin duda rebasaban los cien mil
son casi todos prisioneros de guerra, los esclavos en Atenas tenían más derechos
que los de Roma, pues si en Atenas un amo mataba a su esclavo este era
considerado homicidio, Atenas practicó una esclavitud más humana pero había
una conciencia ante este hecho, Sócrates no dijo nada, Platón manifestó que era
reprochable que los griegos tuviesen como esclavos a griegos ya que a él le tocó
debido a que lo confundieron, Aristóteles dijo que la esclavitud no era sólo una
necesidad impuesta por un régimen capitalista que aún no había pasado la
revolución industrial. «Serán las máquinas —dijo—, no las leyes, las que liberarán
a los esclavos haciéndoles inútiles.»
Aquella lucha de clases fue siempre atemperada por el miedo que aglutinaba a los
treinta o cuarenta mil ciudadanos: la de verse desbordados hasta cierto punto por
los dos o trescientos mil metecos, libertos y esclavos, sobre cuya masa su exigua
minoría había, claro está, de seguir flotando. No obstante, fueron aquellos
marxistas atenienses, con muchos blasones y lemas en las tarjetas de visita,
quienes inventaron la bandera bajo la cual, de entonces en adelante, habían de
militar todos los comunistas de todos los tiempos; la roja. Ésta, pues, no tiene un
origen proletario, como hoy se cree, sino aristocrático.
Lo que más se habían preguntado e inquietado los griegos era el problema del
origen de las cosas. Protágoras indagó con qué medios el hombre podía darse
cuenta de la realidad y hasta qué punto podía conocerla, llegó a la conclusión de
que debía limitarse a lo poco que podía percibir con los sentidos. Pero
precisamente por esto debía renunciar al descubrimiento, mientras que Heráclito,
de las llamadas «verdades eternas», admitiendo implícitamente que podía no valer
para otro, ni tampoco para él mismo en un momento y circunstancia diferentes,
igualmente otros pensadores sofistas se enfrentaron ante estos ideales diferentes.
La única educación que había cuidado en sí era la militar y deportiva, cuando fue a
la guerra del Peloponeso la cuál era una península de Grecia fue un buen soldado,
en la batalla de Potidea (se enfrentaron atenienses y un ejército de corintios,
potideatas, y otros aliados de la liga del Peloponeso) salvó la vida de Alcibíades
(estadista, orador y estratego ateniense) mas no lo dijo para no comprometer la
medalla al valor que había sido concedida a su joven amigo, con Esparta fue el
último de los Atenienses que cedió terreno.
Por lo general la gente le apreciaba, cuando se paraba frente algún mercado decía
cuántas cosas hoy en día la humanidad necesita, andaba sin zapatos ya que era
una de las tantas cosas que no necesitaba. Sócrates de naturaleza sedentaria y
su cultura se debe a fruto de meditaciones y conversaciones con los intelectuales
de su tiempo, él conoció a Zenón el cuya dialéctica se apoyó un poco, Anaxágoras
tuvo contactos indirectos con él a través de Arquelao de Mileto, que fue discípulo
de Anaxágoras y maestro de Sócrates.
Los motivos pasionales se sobrepusieron a todo criterio de justicia ya que los tres
ciudadanos que había presentado la querella, en otras palabras la acción penal;
Anito, Meletos y Licón, el primero llevado por el rencor ya que cuando lo
desterraron por sus ideas su hijo se había negado para quedarse con Sócrates, se
había dado a la buena vida y murió medio alcoholizado.
A Sócrates se le reprochaba por sus discípulos ya que había de todo, dos de ellos,
Alcibíades y a Critias que eran odiados en aquel momento pero se habían alejado
pronto del maestro. Las razones por las que muchos le detestaban las había
indicado claramente la comedia de Aristófanes, que no constituyó en absoluto,
como dice Platón, un texto de acusación contra el encausado, pero que
documenta los motivos por los cuales había sido mal visto. Sócrates era, por
naturaleza, un aristócrata, no en el sentido trivial y vulgar de pertenecer a una
clase y participar de sus prejuicios, sino en el sentido intelectual, que es el único
que cuenta. Era pobre, iba vestido como un andrajoso y nadie podía reprocharle la
menor deslealtad respecto al Estado democrático.
Como filósofo exigía que aquellas leyes estuviesen a tono con la justicia y había
impelido (incitado) a sus discípulos a fiscalizar que así ocurriese. Para él, el
ciudadano ejemplar era el que obedecía cuando recibía una orden de la autoridad,
pero que antes de recibirla y después de haberla cumplido, discutía si la orden era
buena y si la autoridad la había formulado bien.
Sócrates buscaba los conceptos generales y trataba de conseguirlos a través de
las inducciones. «Dos cosas —dice Aristóteles— se le deben reconocer; los
discursos inductivos y las definiciones.» Y su objeto era claro: preparar una clase
política instruida que gobernase según justicia, tras haber aprendido bien qué es
justicia. Llevaba en la cabeza una noocracia, o sea una especie de dictadura de la
aptitud que naturalmente excluía la ignorancia y la superstición.
Las colonias más importantes eran las de Sicilia, donde los griegos, atraídos por
las inmensas riquezas de la isla, habían empezado a desembarcar en el siglo VIII
antes a.c. Muy pronto se establecieron ciudades propiamente al modo griego. Y
entre estas ciudades destacaron Siracusa, fundada por los corintios, ellos
obligaron a los sículos a desplazase al interior, donde se dedicaron a la
ganadería, construyeron un puerto en torno del cual nació una metrópolis que al
comienzo del siglo v estaba cerda del medio millón de habitantes.
Dionisio fue el más despiadado e instruido, con ideas vagamente socialistas, Era
un curioso hombre infatuado de técnica y de poesía. Para echar a los cartagineses
de la isla, mandó contratar en todas las ciudades griegas a los especialistas en
mecánica, haciendo secuestrar a los que se rehusaron. El invento de la catapulta
le hizo creer que con aquella arma en la mano nadie podría resistirle. Por lo que
mandó un embajador a Cartago para intimarla a abandonar Sicilia. Siguieron casi
treinta años de guerras y de matanzas del todo inútiles, pues, al final, todo quedó
como antes: los griegos dueños de Sicilia oriental y los cartagineses de la
occidental. Dionisio se replegó entonces a un programa más modesto: unificar
bajo su mando a todos los griegos de la isla y de la península, lo consiguió con
violencia.
Dión le convenció para que llamara a Platón ya que era admirador de éste, Platón
podría realizar los planes políticos de aquél. Dionisio quedó, en efecto, muy
impresionado por el filósofo, que le puso a estudiar matemáticas y geometría
como introducción a la verdadera sapiencia. Filisto esperó a que el rey estuviera
un poco cansado de estudiar para murmurarle al oído que Platón no habiendo
podido
conquistar Siracusa con el ejército de Nicias, trataba de hacerlo ahora con las
figuras geométricas de Euclides y con la complicidad de Dión.
Un día uno de los escolares le invitó a ser su padrino de boda. A pesar de los
ochenta años cumplidos, el Maestro acudió, participó en la fiesta, bromeó con los
jóvenes hasta bien entrada la noche comiendo y tal vez empinando un poco el
codo. En determinado momento se sintió un poco fatigado y, mientras seguía la
comilona, se retiró a un rincón para descabezar un sueño. A la mañana siguiente
le encontraron sin vida. Había pasado del sueño momentáneo al eterno sin darse
cuenta. Todo Atenas se movilizó para acompañarle en masa al cementerio.
Así pues nace la figura de ARISTÓTELES de quien sabemos, en primer lugar que
había venido a Atenas de Estagira, pequeña colonia griega en el corazón de
Tracia. Pertenecía también a una buena familia burguesa; su padre había sido, en
Pella, el doctor de confianza de Amintas, padre de Filipo y abuelo de Alejandro. Y
por él había sido iniciado en los estudios de medicina y de anatomía. Pero, al
conocer a Platón, le ocurrió lo que a éste al conocer a Sócrates; su vocación
cambió de rumbo, sin que, empero, su temperamento lo siguiera. Siguió siendo
discípulo de Platón durante veinte años, siendo probable que los primeros los
hubiese pasado bajo la fascinación del Maestro, el cual tema lo que a él le faltaba:
la poesía.
Muerto Platón, Aristóteles emigró a la Corte de Hermias, un tiranuelo del Asia
Menor, con cuya hija
Logró huir a Lesbos, donde Pitea murió después de haberle dado una hija. El
viudo volvió a casarse más tarde, o al menos convivió, con Erpilis, célebre hetaira
de aquel tiempo. Pero el recuerdo de Pitia le atormentó siempre, y al morir pidió
ser sepultado a su lado: patético detalle que contrasta un poco con su leyenda de
hombre seco y frío, todo cerebro razonador, incapaz de pasiones y de
sentimientos.
En 343, Filipo, que probablemente le conocía como hijo del médico de su padre, le
llamó a Pella para confiarle la educación de Alejandro. Y si esto fue, para el
filósofo, un gran honor, fue también el comienzo de sus desdichas. Alejandro sintió
mucha veneración por su maestro. Durante las vacaciones le escribía cartas
devotas, casi apasionadas, jurándole que, una vez hubiese heredado el poder, lo
ejercería sólo en beneficio de la cultura. Desempeñó su cometido de tal modo que
Filipo, como premio, le hizo gobernador de Estagira, donde su obra fue tan
apreciada que a partir de entonces la fecha de su onomástica fue celebrada como
un aniversario festivo.
Terminada su misión, volvió a Atenas, donde fundó, en competencia con la
academia, el famoso liceo caracterizado por permitir el ingreso a la clase media.
Pero el contraste no se limitaba ahí; afectaba también a la sustancia y los métodos
de enseñanza. Encaminado principalmente a la ciencia, dividió a sus alumnos en
varios grupos, encomendando así diferentes labores, pues unos tenían que
recoger y catalogar los órganos y las costumbres de los animales, otros los
caracteres y la clasificación de las plantas, otros más compilar una historia del
pensamiento científico. El hijo del médico había heredado de su padre y de sus
primeros estudios de Anatomía en Pella el gusto por la noción exacta sobre lo
particular concreto. Su pensamiento era producto, a diferencia del de su maestro,
de líricas ilustraciones y adivinaciones poéticas, sino por inducciones razonadas
sobre hechos experimentales. Su Organon, que quiere decir «instrumento», es un
documento de apiñamientos. Antes de formular una teoría. Aristóteles quiere que
se haya aclarado también el sentido de las palabras con las cuales se dispone a
enunciarla.
Nos explica que son las «definiciones», las «categorías», etc. Es, en suma, el
verdadero «profesor».
Es muy probable que no suscitase ni entre sus alumnos ni entre sus amigos —si
es que los tuvo— el afecto y la simpatía que inspiraba Platón. Era hombre
reservado, casi impenetrable, un trabajador metódico, sujeto al horario como un
burócrata. De sus jornadas, todas iguales, dedicaba la mañana a las lecciones
para los estudiantes regulares. Pero no las daba desde la cátedra, sino paseando
con ellos a lo largo de los peripatoi, o sea los pórticos que circundaban el colegio y
que precisamente dieron el nombre a la escuela peripatética, o sea «paseante».
Por la tarde abría también las puertas al público profano, a quien daba
conferencias sobre problemas más elementales. Pero el máximo empeño lo ponía
en el cuidado de la
biblioteca, del parque zoológico y del museo natural.
Para organizarlos, había tenido, naturalmente, ayuda financiera de Alejandro,
quien ordenó además a todos sus cazadores, pescadores y exploradores que
mandasen todo cuanto de interés científico encontraran.
En realidad, Aristóteles era más bien un científico que llegó a la Filosofía
inductivamente, especialmente por la biología. Fue el primero en intentar una
clasificación de las especies animales dividiéndolas en «vertebrados» e
«invertebrados», en esbozar la teoría de la generación, y en intuir los caracteres
hereditarios. Llegó a los problemas biológicos del alma pasando a través de los
anatómicos del cuerpo, y los afrontó con el mismo escrúpulo de exactitud y de
observación.
Solamente sobre una cosecha impresionante" de datos y de experiencias, a las
que dedicó su vida propia y la de una generación entera de estudiosos, construyó
su sistema filosófico, destinado a permanecer como un insuperable ejemplo de
«planificación». Escribía mal. Su prosa es fría, sin palpitación, sin la dramática
vivacidad de la de Platón. Se repite y se contradice. Este maestro del
razonamiento a menudo razona a despropósito. Especialmente cuando se
enfrenta con la
Historia cae en errores garrafales, porque, creyéndola fruto de la Lógica, no
recoge en ella los motivos pasionales, que son en cambio los que la determinan.
Pero aún con esto su obra permanece acaso como la más grande y rica
construcción de la mente humana.
No se sabe casi nada de su vida privada, tal vez porque fuera de la escuela no la
tuvo. Se conoce tan sólo una flaqueza suya: la de los anillos, de los que se
llenaba los dedos hasta ocultarlos todos. De política no se ocupó más que en un
plano teórico, propugnando una timocracia, es decir, una combinación de
aristocracia y de democracia, que garantice las competencias y reprima los
abusos de la libertad sin caer en la tiranía. Era, como se ve, mucho menos radical
que
Platón y, por tanto, se nos hace difícil atribuir a esas doctrinas la causa de su
desgracia.
El hecho es que Aristóteles no era popular en Atenas, un poco por su carácter
austero y huraño, pero sobre todo por sus vínculos con el amo macedonio.
Además de la rivalidad entre el liceo y la academia.
Ante todo esto, podemos decir pues, que a pesar de que Grecia vi el surgimiento
de grandes mentes, de una civilización verdaderamente increíble, no pudo aislarse
del hecho que sus hombre seguían siendo esto, hombres, y por tanto se vio
envuelta en un sinnúmero de sucesos que ocasionarían a día de hoy no solo la
vergüenza sino el repudio de un ciudadano “libre”. Puede verse además como la
cultura, la vida, la filosofía, están ligados inexorablemente a distintos fenómenos y
eventos que evitan que cada cosa sea tratada como un único elemento sino que
debe contemplarse desde la perspectiva de un ente acumulativo o superpuesto de
diversos elementos conectados entre sí.
Sin duda una muestra increíble de lo que somos como humanidad y quizá también
el principio del camino en muchos casos para poder corregir u orientar las cosas
de acuerdo a las necesidades no solo nuestras sino sociales.