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a Mateo Vázquez), lo narrativo épico (Canciones de la Armada que fue contra Inglaterra),
o lo narrativo irónico, cuya mejor muestra es el poema que aquí comentamos.
Esta composición, una de las más famosas del Cervantes poeta, lleva por
título Al túmulo de Felipe II en Sevilla, y pertenece a lo que se ha dado en conocer
como sus “poemas sueltos”, es decir, los que quedaban fuera del Viaje del Parnaso o
sus novelas, y que no constituyen un poemario en sí (este es uno de los aspectos en
que se articula la discusión sobre su calidad poética que antes mencionábamos.) Se
fecha cercano a la muerte de Felipe II, cuando Cervantes residía en Sevilla, tras un
breve paso por prisión. Es un soneto (las particularidades del cual, algunas obvias
y a la vista, trataremos más adelante) narrativo, que con cierto aire irónico nos
ofrece en un diálogo la impresión que causa en un soldado de los tercios españoles
(¿Cervantes?) y un valentón la grandeza del catafalco erigido en honor del monarca
en la catedral de Sevilla. Si bien la temática es descriptivo-impresionista, trasluce
esa ironía ya reseñada que nos remite a la admiración y el odio que despertó Felipe
II y, por extensión, la España de la época, con sus éxitos y fracasos financieros y
militares. Para ello se sirve del tópico de la hipérbole andaluza, presente en cada
una de las frases del soldado, y que podría tomarse como un subtema. Asimismo,
el segundo personaje, que replica al soldado extasiado ante el túmulo del rey, en su
condición de valentón configura toda una temática aparte, que potencia el carácter
irónico de la composición. (El propio término, que designa a un rufián que se hace
el bravo, a quien se hace el valiente siendo cobarde, lleva implícita una mezcla de
lo sublime y lo ínfimo, de lo noble y lo apicarado, una conducta y apariencia
particulares que, por sí sólo, podría conferir aires de ironía a todo el poema.)
Ya hemos dicho que el poema tiene un carácter narrativo-irónico.
Añadiremos ahora que también posee cierto aire teatral. Lejos del lirismo que suele
caracterizar la composición de un soneto, Cervantes se sirve aquí de dos personajes
que interactúan en diálogo, limitándose su intervención personal a cuatro versos
(el duodécimo y del decimoquinto al decimoséptimo) que valen tanto como
acotaciones dramáticas, pues se limita a describir la situación y acción de los
personajes. Podría tomarse como un fragmento de alguna comedia, o de un
entremés; también como una escena costumbrista.
En base a esta particularidad, podemos estructurar el poema en cuatro
partes:
1ª.- De los versos primero a undécimo: intervención del soldado.
2ª.- Verso duodécimo: acotación; introducción del valentón.
3ª.- Versos decimotercero y decimocuarto: intervención del valentón.
4ª.- Versos decimoquinto a decimoséptimo: acotación; salida del valentón.
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hemos adelantado que esta composición es un soneto. Sin embargo, una primera
aproximación al texto no nos revela tal cosa. Un soneto tiene catorce versos, y esta
composición diecisiete; en un soneto, todos los versos son endecasílabos, pero en
esta composición, el verso duodécimo es eneasílabo, y el decimotercero es
tetradecasílabo; por último, aunque los once primeros versos parecen conducir a
un soneto con un patrón de rima ABBA ABBA CDE CDE, el verso duodécimo
(nuevamente) altera la secuencia, pues no rima con ningún otro.
Así, formalmente, y a primera vista, no puede tratarse de un soneto. Pero
sólo a primera vista. La cuestión de la cantidad queda subsanada al considerar los
tres últimos versos como un estrambote, en que el primer verso, heptasílabo, rima
con el último del segundo terceto, y los otros dos, endecasílabos, riman entre sí.
Las alteraciones de los versos duodécimo y decimotercero parecen más delicadas:
ambos yerran en metro, y el duodécimo en rima. Pero si trasladamos las dos
primeras palabras del verso decimotercero al final del verso anterior todo nos
cuadra:
Esto oyó un valentón, y dijo: “Es cierto (11C)
lo que dice voacé, seor soldado, (11D)
De esta manera el soneto queda perfectamente configurado.
Cervantes prefirió respetar la forma teatral, separando tipográficamente
acotación de diálogo, antes que la estrófica.
Hemos mencionado la ironía presente en el soneto. Pero para dar a entender
lo contrario de lo que se dice (que es la ironía), hace falta una interpretación, un
tono, unos gestos. Así, este soneto también podría interpretarse como lo que se
presenta: una apunte del natural, una escena cotidiana sin ningún tipo de
intención. “Ironía’” es definido por Covarrubias como figura retórica que
empleamos “cuando diciendo una cosa, en el sonido o tonecillo que la decimos y
en los meneos, se esconde ver que sentimos al revés de lo que pronunciamos por la
boca”. Pensemos en los años en que Cervantes residía en Sevilla y en este soneto
colocado sobre el túmulo erigido a Felipe II en la catedral, en esos mismos años. En
la crónica de Francisco de Ariño, testigo presencial, se informa de que, según
parece, el 29 de diciembre: “ese día estando yo en la Santa Iglesia entró un poeta
fanfarrón y dijo una octava sobre la grandeza del túmulo”. Según las noticias del
testimonio de Ariño, con toda probabilidad, Cervantes contempló el catafalco, leyó
y prendió sus poemas en él. También nos informa sobre la peculiaridad de aquella
lectura: el testigo habla de “una octava sobre la grandeza del túmulo” (confusión
seguramente provocada por el estrambote), palabra e impresión contenidas en el
soneto; y se confunde entre el personaje del valentón y el propio poeta que lo lee,
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