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Juan Ballesteros

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Espaldismo, o una ventana a la infinitud del mundo interno de las personas.

El rostro es definido no sólo como una parte fundamental en la construcción de la identidad


física y psicológica del individuo sino como el factor principal de transmisión y recepción
de empatía. Formado por cejas, barbilla, nariz, boca, ojos, mejilla, labios, piel y dientes nos
deja decodificar según un lenguaje no verbal y universal emociones y sentimientos,
permitiéndonos sentir y actuar en base a lo que percibimos.

Estos factores son explotados en la industria visual para la representación de conceptos


abstractos personificados en los caracteres faciales de los personajes. Un rostro permite
atisbar el perfil psicológico de una persona, crear asociaciones entre rasgos físicos y
caracteres universales o puede mostrarnos su sistema de valores o creencias mediante
respuestas instantáneas o meditadas ante un estímulo, pudiendo ser estos una situación,
contexto, otro personaje o el mismo sujeto. Esta confrontación del sujeto ante su realidad
queda encapsulada al alcance del espectador mediante su cara.

No obstante, se postula el “espaldismo” como una alternativa a esto. Son ejemplos de esto
los cuadros de Caspar David Friedrich, Vilhelm Hammershøi o Edward Hooper, o escenas
de películas de Michelangelo Antonioni, Andrei Tarkovsky o Akira Kurosawa, donde al
omitir intencionadamente el rostro del sujeto, la espalda concentrara el valor narrativo y
dramático de una escena, donde emociones como ira, alegría, melancolía o soledad se
perciben a través de las líneas de los hombros, la angulación del cuello o un mínimo gesto
en las manos. Del mismo modo, la situación u objetos dentro de la escena y alrededor del
sujeto ganarán relevancia y se convertirán en pistas que usará el espectador para
desentrañar el mundo interno del personaje.

Debido a la carencia de una emoción explicita reflejada en un rostro, la información


sensorial o intelectual recaerá en la mutabilidad de los elementos compositivos del cuadro
como las líneas de tensión, formas, disposición de los objetos, relación figura-fondo,
colores o texturas. Esto obliga al espectador a caer en un voyerismo contemplativo similar
al del personaje que ve, haciendo que detalle, analice y sienta cada aspecto externo de los
objetos del plano y le confiera un valor semiótico hondamente personal, anteriormente
inexistente en estos. De esta manera se construye un sistema de correspondencias entre
significados conferidos por el espectador a cada objeto en particular, así como estos, ya
como conjunto, entretejen un sentido global de la escena.

Ante pinturas como las de Edward Hopper Hammershøi o Friedrich, donde el rostro queda
oculto, el espectador se vuelve increíblemente vulnerable al verse sumergido en una escena
que lo embarga y absorbe. La pausa cimentada en el proceso contemplativo incentiva al
espectador a ser parte activa de la experiencia, transponiendo su manojo personal de
creencias, valores y sentimientos en estos personajes anónimos congelados en el tiempo. El
misterio inherente a la raza humana queda patente en la melancolía e intriga que inunda
estos momentos transitorios e impermanentes en la estructura autoconclusiva que posee una
pintura.

A diferencia de esto, una película, al estar compuesta por una serie de imágenes, permite al
espaldismo redimensionarse y ganar importantes propiedades narrativas y dramáticas. Este
espacio contemplativo contenido en la imagen ya no produce significados como unidad
independiente, sino que, debido al montaje, están relacionadas con los planos anteriores y
posteriores que conforman la totalidad de la escena o en una visión más global, las
secuencias que conforman la película. El movimiento y la capacidad de reproducir cambios
fácilmente visibles para el espectador dentro de un mismo plano afianza la concepción de
un tiempo, sea estático o dinámico, que permite establecer un ritmo con todos los aspectos
y matices que este pueda abarcar.

Del mismo modo, la posibilidad de acompañar la imagen con una banda de sonido, genera
que estos tiempos muertos consoliden la atmósfera que se intenta proyectar. Diálogos,
música, efectos sonoros o rellenos enriquecen el juego intelectual y sensorial con el
espectador, produciendo nuevos niveles en las metáforas, llegando a provocar procesos
cinestésicos, que transmitan de una manera más exacta el estado anímico que la escena se
proponga.
Para culminar planteamos y defendemos al espaldismo como herramienta para la
contemplación, siendo estos momentos para la reflexión, pequeños paréntesis de inacción
que permiten al espectador respirar, y examinar sin prisas lo que ha visto y lo que cree que
seguirá en la historia. Así como desentrañar el cumulo de información sentimental,
intelectual y sensorial que la película ha tocado en el público.

Sobre todo, considerando que los tiempos actuales, donde el consumo frenético de material
audiovisual ha hecho que estos productos sean cada vez más fáciles y livianos de digerir,
reduciendo la experiencia de autoconocimiento mediante la proyección de temores, credos
y sentimientos en un tercero a un mero juego de luces y sonidos, creemos firmemente que
estos tiempos muertos o suspendidos, en peligro de desaparecer por el ruido de la vorágine
narrativa actual, son cuando menos, necesarios.

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