Está en la página 1de 3

Cuánto agradezco que me interrumpas

Hace unos días, no sentía ganas de levantarme de la cama. No quería hacer


ejercicios. No quería hacer la cama. No quería afeitarme. Nada. Recordé unas
palabras de mi esposa: Ay mi amor, estás deprimido. Sus palabras me
retumbaban en la cabeza. Si era cierto o no, no lo sabía, lo único de lo que
estaba seguro era que no sentía ánimos de nada. En mi mente, había
pensamientos de palabras y consejos que les daba a otras personas. Ahora me
las decía a mí mismo, pero nada ocurría. Me sentía desanimado, sin energía.
Las noticias, las obligaciones, responsabilidades, los asuntos pendientes, en
fin, había muchas razones alrededor, si quería achacárselo a algo en particular.

De repente, recibí un mensaje en el teléfono móvil. Era uno de los gerentes de


la empresa que quería consultarme acerca de un tema que estábamos
trabajando. Recuerdo que pensé, No ¿Por qué ahora? Precisamente, cuando
me siento tan mal. Lo peor, es que necesitaba la consulta telefónicamente. Ni
siquiera por correo electrónico, al cual podía contestar posteriormente. No,
tenía que ser en ese momento y por teléfono. No tuve otra opción, sino
responder la llamada. No recuerdo de qué se trataba, ni cuánto tiempo duró la
llamada, pero finalmente terminó. Estaba regresando a mi desgano cuando, a
los pocos minutos, recibí otro mensaje. Era otro de los gerentes que necesitaba
ponerme al tanto de una situación. Solo me decía a mí mismo: No puede ser.
No, otra vez. De cualquier manera, respondí la llamada y lo atendí, lo mejor
que pude. Al cortar la llamada, me lancé a un sillón, pensando en donde había
quedado con mis pensamientos y sentimientos. Es posible que no lo crean,
pero recibí otro mensaje, era un tercer gerente que necesitaba contactarme. Por
momentos me pregunté: ¿Será que los gerentes llegaron a un acuerdo para
contactarme esta mañana? Esa consulta fue un poco más larga, hasta tuve que
analizar unos archivos que me fueron mostrados por un sistema de video
llamada. Obviamente, por precaución desactivé la cámara, pensé que podría
impresionar negativamente a mi interlocutor con mi aspecto físico, estaba un
poco desaliñado en ese momento. Finalmente, terminó la llamada telefónica.

Cuando finalizó este periplo, no deseado, ni buscado, ya habría transcurrido,


quizás, hora y media. En ese momento, como por arte de magia, me sentía
anímicamente bien. Me sentía descansado, enfocado. De hecho, sentía energía
para afrontar cualquier tarea. Entonces, me pregunté: ¿Qué pasó? ¿Cómo pude
pasar de un estado anímico a otro en tan poco tiempo? Las explicaciones
emocionales las desconozco. Lo único que puedo mencionar es lo que sentí y
lo que me sucedió.

Días posteriores a ese hecho, me dispuse a buscar una explicación de lo


sucedido. Por supuesto que existe, pero lo que deseo compartir son tres de mis
conclusiones: 1) Por muy decaído que te sientas, si alguien te pide ayuda,
hazlo. Ayudar a otro, podría significar ayudarte también a ti mismo; 2) Hay
momentos en los cuales tus pensamientos te roban energía, relaciónate con un
semejante, puede ser un momento muy oportuno para sacarte de ese momento
desagradable y amenazante; 3) Cuando te sientas bien, recuerda que hay
personas que pueden estar pasando por un mal momento. Ayuda a quienes
puedas. En la vida existen altibajos. Unas veces todo está muy bien, hay otras
que no lo están tanto.

Hoy en día, cuando mucho se habla de discriminación, lo injusto y cruel que


puede llegar a ser y el profundo daño que puede causar, vale la pena pensar en
la cantidad de personas que está sufriendo. Muchas en silencio.
Individualmente, quizás, no podemos cambiar al mundo, pero sí podemos
influir positivamente en nuestro entorno más cercano ¿Cuántas personas habrá
a nuestro alrededor que no piden ayuda, pero la necesitan? Y no solo me
refiero a familiares y amigos, sino a otros. Aquellos que están a nuestro
alrededor y que, a veces, no les prestamos atención. Ayudar a quien queremos
o por quienes sentimos afecto u obligación es lo normal. Lo distinto, y en lo
que también podemos ser útiles, es prestando apoyo a quienes no conocemos
bien o no les tenemos confianza, pero por su condición lo necesitan. No
importa de quién se trate, hay que ayudar sin distingos de edad, sexo, raza o
credo. Todos somos seres humanos y nos necesitamos unos a otros. A veces,
con solo estar cerca o escuchar, podemos ser de mucha ayuda. Juntos podemos
construir un mundo mejor. Menos desigual. En cada ser humano, hay una
fuente de energía y esperanza que, tal vez y aunque no lo parezca, solo le falte
muy poco de nuestra ayuda para que pueda salir de la oscuridad, del dolor y la
tristeza. Demos una mano.

Sigamos adelante y hacia arriba

Tremenda la reflexión de este Gerente, son los pensamientos que nos roban las energía, pero
estar alineados con personas semejantes que piensan igual tú. Es en ese momento oportuno
cuando sacas de tu mente lo que te desagrada y amenaza. Mensaje enviado a ADOLFO
ESPAÑA

También podría gustarte