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Octava Sesión 17
Octava Sesión 17
Análisis a dos
propuestas de Harun Farocki.
Reflexión a partir de la lectura La Disposición de las cosas: Desmontar el Orden, de Georges
Didi-Huberman.
Intentar hacer una arqueología de la cultura –después de Warburg y Benjamin, después de Freud y
otros más, sin duda– es una experiencia paradójica, en tensión entre temporalidades contradictorias,
en una incertidumbre también entre el vértigo del demasiado y el de la nada, simétrico. Si, por
ejemplo, queremos construir la historia del retrato en el Renacimiento europeo, o si, quisiéramos
construir la(s) historia(s) del 11 de Septiembre de 1973, en seguida sufrimos el demasiado de las
imágenes que proliferan en las paredes de todos los museos del mundo, y por otra parte, sufriríamos
la nada, el sesgo político, la desaparición de aquellas imágenes que pudiesen dar algún testimonio.
Por lo tanto, nos encontramos enfrentados a un inmenso y rizomatico archivo de imágenes
heterogéneas difícil de dominar, de organizar y de entender, precisamente porque su laberinto está
hecho de intervalos, de lagunas, de silencios e incluso de trémulos en vías a la desaparición. Intentar
hacer una arqueología implica siempre arriesgarse a poner, los unos junto a los otros, fragmentos de
cosas que han sobrevivido; cosas necesariamente heterogéneas, y por sobre todo, anacrónicas –es
decir, pertenecientes a diferentes esferas–, puesto que vienen de lugares separados y de tiempo
desunidos. Ese riesgo tiene por nombre Imaginación y Montaje. En este sentido, y aquí pido mis
disculpas por esta gran vuelta para tratar la noción de Montaje, su gran complejidad, residiría
precisamente en el hacer aparecer de un destello magistral de dísimiles interpretaciones culturales e
históricas, una fulguración retrospectiva y prospectiva, de un adelante en porvenir. El Montaje,
vendría precisamente a poner en resplandor aquellas lagunas propias del archivo, en ella residiría la
condición de posibilidad de hacer ver, de restaurar o incluso completar aquellos entre paréntesis que
la Historia en su construcción de (h)istorias ha perdido ya sea por olvido o por censura, o porque
simplemente nunca tuvo la posibilidad de aparecer. En definitiva, el montaje, vendría hacer aquella
fuerza o punto de implosión de las suspensiones de un tiempo acaecido. El montaje será
precisamente una de las respuestas fundamentales a ese problema de construcción de la historicidad.
Porque él, no está orientado, hace visibles las supervivencias, los anacronismos, los encuentros de
temporalidades contradictorias que afectan a cada objeto, cada acontecimiento, cada persona, cada
gesto. La historia, no es sino todas las complejidades del tiempo, todos los estratos de la
arqueología, todos los puntos del destino. Como bien señala Didi-Huberman, el montaje nos
muestra que las cosas quizás no sean lo que son y que depende de nosotros verlas de otra manera,
según, no cabe duda, de la disposición que ese montar presente.
En este sentido, las posibilidad de presentar, de comunicar, de expresar un sentido o sentidos, no
sería factible sino que disponiendo las cosas mismas –ya que para Didi-Huberman, la disposición
así sin más, sin intencionalidad, residiría en estructuras verosímiles a las de un cuadro o incluso a
las de un simple catálogo–, más específicamente, la disposición cargaría consigo la posibilidad de
exponer sus diferencias, choques mutuos, confrontaciones y conflictos. El arte del montaje,
cohabitaría en la capacidad de mostrar pero desmembrando, mostrando las aberturas, grietas,
trémulos y vibraciones que agitan a cada sujeto frente a todos los demás. Montar: mostrar, poner en
evidencia no por una continuidad entre una imagen y otra, todo lo contrario, exponer, hacer visible
desde la dislocación y reestructuración de un todo. Señala Didi-Huberman:
El montaje será un método de conocimiento y un procedimiento formal nacido de
la guerra, que toma acta del desorden del mundo. Firmaría nuestra percepción del
mundo desde los primeros conflictos del siglo XX: se habría convertido en el
método moderno por excelencia. Y se presenta como tal en la época, precisamente
en que Bertolt Brecht, entre otros escritores, otros poetas, otros artistas y otros
pensadores, toman posición en el debate estético y político del periodo entre
guerras.
Ahora bien, todo esto, claro está, no quiere decir que tan solo bastaría con recorrer un álbum de
fotografías “de época” para tener la posibilidad de hacer cognoscible e inteligible la historia que ellas
documentan. Las nociones de memoria que ellas conservan, el montaje y su dialéctica, aparecen ahí
para indicarnos que las imágenes no son inmediatas ni fáciles de entender. Ellas hacen surgir y
adjuntan formas heterogéneas que ignoran todo orden de grandeza, incluso toda jerarquía. Su
emplazamiento proyecta un plano de proximidad, una develación temporal que no remite a un
presente, como a menudo se cree en formas, quizás, espontáneas. Y es justamente que las imágenes
no están en presente que son capaces de hacer visibles las relaciones de tiempo más complejas que
incumben a una memoria de una (h)historia. La imagen misma, por sí sola, es ella ya, una conjunción
de relaciones temporales, de donde el presente es sólo su deriva, bien como común múltiple, bien
como el divisor más pequeño. Las relaciones temporales nunca se ven en la percepción ordinaria
pero sí en su montaje, mientras sea ésta creadora. El montaje vuelve sensibles, visibles, las relaciones
de tiempo irreductibles al presente.
No obstante, cabe tener en cuenta que las relaciones temporales de aquellos fragmentos se
mantienen tal y como son, y tal como representan ellas al mundo, en una gran diversidad y sin un
tipo de vinculación entre ellas, es ahí donde reside su máximo juego: en el desmembramiento de un
tiempo padecido. Y es precisamente el juego que se les pide en los cursos impartidos por Eduardo y
por Felipe, o mejor dicho, sería la exigencia que yo haría en esos cursos, el saber trabajar con un
documento, multiplicando procedimientos de confrontación y de comparación, la de creación de un
todo con partes heterogéneas, de partes extra–partes, en síntesis, la de proponer un cuerpo sin
órganos, sin estructura, en definitiva, la de proponer un cuerpo deleuziano: la exposición no
vinculante de un cuerpo–colador, un cuerpo–fragmentado, un cuerpo–dislocado –cuando me refiero
a un cuerpo sin órganos, no quiere decir, la creación de un cuerpo desprovisto de órganos o sin
sustancia, sino que me refiero específicamente a la creación de un cuerpo indeterminado en vías a la
diferenciación.
En referencia a esta posibilidad de construir cuerpos sin órganos dado por los posibles
emplazamientos y desplazamientos que logra el montaje, fundamental se hace aquí, volver a traer
presente la cita que utiliza Didi-Huberman, sobre las articulaciones del fotomontaje, el desorden
organizado en sus superficies, en síntesis, la dialéctica de las formas por ellas presentadas:
Esta dialéctica implicaría la introducción de una diferencia en un discurso dado por la utilización de
las imágenes. Y su construcción transcendental, fundamental como condición de posibilidad
vendría a dar respuesta a la pregunta que marca el inicio de la sesión del día de hoy ¿qué ocurre con
la imagen cuando entra en contacto con el real? ¿ofrece ella acaso, una unívoca verdad de esa
realidad? Lo que fabrica el montaje, consistiría precisamente en la producción de heterogeneidades
para dis-poner la verdad en un orden que no es precisamente el orden de las razones, la secuencia
lógica que nos permite o posibilita la respuesta a la pregunta de un por qué, sino que su disposición
sería la posición de las correspondencias, de las afinidades electivas en un sentido benjaminiano, de
los desgarros, o incluso de las atracciones, pensando en Eisenstein. La exposición de un hecho, un
acontecimiento desorganizando y no explicado, como bien señala Didi-Huberman, residiría en la
exposición fugaz de elementos singulares. El montaje ofrece todos su lugar a las contradicciones no
resueltas, a las velocidades de aparición y a las discontinuidades, no dispone las cosas más que para
poner en contraste su intrínseca vocación de desorden y en este sentido el juego que plantea el
montaje consistiría precisamente en la de restituir a pesar de todo algo del mundo real. La
construcción de imágenes mediante la dislocación de su orden y el desmembramiento
representacional, implicaría la invención de nuevas estrategias en los mecanismo de ver y hacer
visible. Practicar una grieta, una fisura, inventar, afirmar una forma, hender la representación y abrir
ahí una brecha, un espacio para nuevas posibilidades o legibilidades, implica desde ya, Tomar
Posición.
Quisiera, en este sentido, dar paso legible a la comprensión del montaje en tanto que la producción
de quiebres, de dislocaciones, la de colar y fragmentar y poner así, una imagen que toque lo real.
Uno de los grandes referentes que analizamos en la primera sesión de este curso, fue Harun Farocki,
específicamente el film Fuego Inextinguible, donde pone como imagen sustitutiva del Napalm una
quemadura de cigarrillo: Sobre la mano izquierda de Farocki que reposa sobre la mesa, su mano
derecha sale de campo y vuelve a entrar con un cigarrillo encendido que aplasta calmadamente
sobre su brazo izquierdo, al igual distancia de su codo y su puño (entre uno y otro plano pasan 3,5
segundos). La voz en off del narrador señala: Un cigarrillo arde a 400 grados, el napalm arde a
3.000 grados. En este film, Farocki nos presenta una suerte de aporía para el pensamiento; más
concretamente una aporía para el pensamiento de la imagen. Ahora bien, para la comprensión de
montaje en Harun Farocki, especial atención debemos poner al Film Imágenes del Mundo Epitafios
de Guerra, donde el trabajo del montaje aparece como una operación doble –no sintética– de
hendidura y de lazo, de separación y de continuidad. La voz en off dice: “El 4 de abril de 1944, el
cielo estaba despejado. Antes, los chaparrones habían abatido al polvo. Aviones americanos habían
despegado de Foggia (Italia) y se dirigían hacia sus objetivos en Silesia –fábricas de carburante y
caucho sintético (buna). Un piloto que sobrevolaba las obras de las usinas IG-Farben sacó su
cámara y fotografió el campo de concentración de Auschwitz. La primera imagen de Auschwitz,
tomada a 7.000 metros de altura. Estas imágenes de abril de 1944 en Silesia llegaron para su
evaluación a Medmanham, Inglaterra. Los que analizaron las fotografías identificaron una central
eléctrica, una fábrica de carburos, una fábrica de buna en construcción y otra de hidrogenación de
carburos. No tenían la orden de buscar el campo de Auschwitz y, por lo tanto, no lo encontraron”.
Ellos buscaban fábricas de producción y las encontraron fácilmente. Pero fueron incapaces de ver la
fábrica de destrucción, mucho más grande, que se encontraba justo al lado, en el campo de sus
imágenes aéreas. La realidad estaba sin embargo ahí, bajo sus ojos, registrada por un dispositivo
técnico que les mostraba claramente aquello que ellos no querían mirar. Primer hendidura que el
montaje de Farocki –imágenes y palabras juntas– vuelve visible a nuestros propios ojos. La imagen
dialéctica se vuelve paradoja de visibilidad y de aparición.