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¡Como las montañas irrumpían en la esclarecida luz solar, que anhelaba iluminar las maravillas
ocultas en los alrededores! Mas lo poco perceptible transmitía el terror que anidaba en mi
interior. El bebe sollozaba continuamente, sin tomarse un momento para inhalar lo que había
gritado y el perro en cólera amenazaba con incrustarme sus colmillos, viéndome como un
desconocido sin razón aparente. ¡Eleonor! ¡Eleonor!, mis llamados fueron respondidos por un
perpetuo eco, siendo ausente su melodiosa voz que se supone respondiese: -Ahí voy, querido-.