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PRÁCTICA DE FORMATOS BÁSICOS

FUENTE Y PÁRRAFO
La historia del gerente de un banco al que le daba miedo ir a
trabajar
Aldo Arcomano debió soportar algunas consecuencias del estallido de 2001; "Era
muy fuerte ver la desesperación de la gente", recuerda:

Piedras. Basura recogida de la calle. Declarado el


corralito financiero, en diciembre del 2001, los
ahorristas salieron a los bancos en busca de su
dinero y ante un "no" como respuesta desataban
verdaderas batallas campales en las calles de la
City porteña. Las armas: lo que tenían a mano.
"Era muy fuerte ver la desesperación de la gente y saber que no había mucho para hacer, sólo
esperar", recuerda Aldo Arcomano, quien por entonces era gerente de una sucursal del Banco
Nación, donde había trabajado "desde siempre". "Entré en el 58, así que fui testigo de las distintas
variables económicas que se fueron produciendo. Puedo contarte historias desde la época de [José
Alfredo] Martínez de Hoz, de la devaluación en la época de [Raúl] Alfonsín, de las medidas de
[Carlos] Menem. Historias complejas. Pero la crisis de mayor magnitud, sin dudas, fue la de
2001", comenta, con el dramatismo de quien vivió horas de extrema tensión.

Reuní a mi equipo y les dije que eran


tiempos difíciles, que tenían que
poner el hombro

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Suspira con pesar. Todavía no sabe cómo hizo para reunir fuerzas cada
uno de esos días para sobreponerse a la situación y liderar un equipo de
25 personas frente a cientos de ahorristas que recurrían al banco a pedir
su dinero.

Aldo levanta la mirada como buscando la imagen del primer día de furia
tras el anuncio del corralito. Un aluvión de personas se amontonó en el
hall de la sucursal Balvanera, ubicada en el centro del barrio de Once, a
reclamar: "Queremos hablar con el gerente". No hacía falta que lo
llamen. El los escuchó porque estaba en una oficina contigua a la
ventanilla donde se recibía a los clientes de plazos fijos. No podía
esconderse, ni pensaba hacerlo. Se puso el saco del traje y salió de
inmediato.

"¿Qué está pasando aquí?", les preguntó. "No nos quieren atender", respondieron ellos. "Tengo a
toda mi gente trabajando full time. Por favor, tengan paciencia, se los atenderá a todos", indicó.
Tal vez fue su porte: Aldo mide 1.80, es robusto y de rostro afable. Debió haber inspirado confianza
y tranquilidad. O quizás fue el hecho de que "el gerente", esa figura tan buscada por todo exigente
cliente a la hora de reclamar algo, se haya hecho cargo tan velozmente de la situación, lo que calmó
los ánimos.
"Reuní a mi equipo y les dije que eran tiempos difíciles. Que tenían que poner el hombro y que yo
siempre estaría ahí para enfrentar las situaciones complejas", explica el gerente que, sin haber
estudiado ningún manual de liderazgo, supo aplicar su intuición para evitar el desborde anímico de
su equipo.

Levantarse todos los días, sin embargo, era angustiante para Aldo. "Daba miedo ir a trabajar.
Nunca se sabía qué podía pasar y en algunos bancos los ahorristas se ponían muy violentos",
cuenta, aunque aclara que en su sucursal nunca hubo desmanes.

Los camiones de caudales circulaban por toda la ciudad. No se sabía si llevaban dinero a los bancos
o lo sacaban de ahí, pero si se cruzaban con una manifestación de ahorristas estaban en
problemas. Algunos, incluso, estacionaban en una cuadra aledaña al banco al que se dirigían, a la
espera de una señal de "vía libre" para evitar el conflicto.

El dedo acusador se alzó de inmediato sobre ellos, los empleados bancarios. "Yo te pregunté y me
dijiste que deje el dinero en el plazo fijo, que no iba a pasar nada. Traidor", le recriminó un
hombre a su amigo de toda la vida, empleado de un conocido banco privado. Desde ese momento
nunca más se dirigieron la palabra. Historias como esas abundan y Aldo fue testigo de muchas.

Juro y perjuro que no sabíamos nada. Por lo menos en mi banco nadie supo

Tal vez algunos fueron advertidos pero no me consta, y no fue nuestro caso. Sin embargo, mucha
gente no me cree", se lamenta Aldo. Como prueba cuenta cómo aconsejó mal a su propio hijo: "Le

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habían pagado una indemnización y quería usarla para un viaje con su novia. La puso en un plazo
fijo y en octubre de 2001 me preguntó si eran ciertos los rumores, si debía sacar el dinero. Le
aseguré que no había ningún riesgo y, sin embargo, no me hizo caso. Lo bien que hizo". De haberlo
escuchado, el hijo de Aldo hubiera perdido 20 mil dólares y el viaje de sus sueños.

Cuando mira hacia atrás, los sentimientos de este hombre hoy jubilado se mezclan: "La angustia
de la gente era muy grande. Fueron meses muy difíciles, pero estoy orgulloso de cómo
enfrentamos la situación. Trabajábamos 12, 14 horas por día y los sábados para dar respuesta a
todos los clientes. Creo que hicimos bien nuestro trabajo. Fue una conjunción de voluntades y
esfuerzo".

Por: Silvina Ajmat

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