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LA SUPUESTA ESPIRITUALIDAD DEL COMÚN DE LA GENTE

NO DEJA DE REGIRSE POR COMPORTAMIENTOS TRIBALES,


INSTINTIVOS Y ATÁVICOS, QUE LOS INDUCEN A PLEGARSE
AUTOMÁTICAMENTE AL PODER, A LA FUERZA, Y NO A LA
VERDAD, A LA RAZÓN NI A LA VIRTUD POR SÍ MISMAS

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Que el común de la gente tiene una disposición servil y medrosa que le


induce a someterse a un líder o grupo de poder y a buscar así seguridad,
independientemente de que este tenga verdad, razón o virtud, es un
hecho. De este modo se explica que ahí donde el cristianismo es
poderoso, el común de la gente es cristiana; que ahí donde impera el
islam, el común de la gente es islámica; y que ahí donde lidera la
corrección política, el discurso del común de la gente es políticamente
correcto. Incluso en los subgrupos de una misma cultura, nación,
sociedad, es el miembro o grupo de ellos más imponente el que consigue
que los demás se plieguen a él más allá de tener o no razón, y tal
realidad se puede apreciar también en las tribus urbanas y hasta en los
colegios y centros de instrucción más prestigiosos.

La supuesta espiritualidad del común de la gente no deja de regirse por


estos mismos comportamientos tribales, instintivos y atávicos, animales,
que los inducen a plegarse automáticamente al poder, a la fuerza, y no a
la verdad, a la razón ni a la virtud por sí mismas, salvo que estas sean
respaldadas por las anteriores, siendo las primeras el verdadero móvil de
su reconocimiento y no el valor intrínseco que subyace en las siguientes,
puesto que de lo contrario no necesitarían de una fuerza externa a ellas
mismas que las confirme en lo que ya son por sí mismas.

Así, si un individuo con autoridad, carismático y con fuerte personalidad


de líder dice que es enviado de Dios, y en lugar de hablar verdad habla
falsedad, pero se eleva y hasta vuela por los aires, camina por las aguas,
lanza rayos por las manos, le disparan y no muere, resucita a los
muertos, será aprobado y se le rendirá la pleitesía de maestro espiritual –
si acaso no de Dios–. A la inversa, no se le dará crédito ni mucho menos
honores a una persona discreta que hable con verdad de espíritu y cuyo
mensaje proceda realmente de un nexo con lo Divino, sea claro, brillante,
bien formulado, pero que, sin embargo, tal persona no tenga carisma, ni
carácter, ni fuerza de mando y no obre ningún prodigio, ningún milagro,
que no manifieste ningún poder aparatoso, sea ordinario o extraordinario.

Tan falsa es la espiritualidad de la gente que atiende a la fuerza y no a la


verdad, a los poderes y no al conocimiento. El más poderoso triunfa, no
el más veraz. La mundanidad es la norma de la mayoría de gente
religiosa que reniega del mundo -desprecian el mundo porque su avaricia
se ve privada de él y por la cual, simultáneamente, aspiran al mundo en
nuevos términos espirituales-. Prefieren volar por las nubes y ser física o,
por lo menos, psicológicamente inmortales -tal es la sed mundana de
quienes reniegan del mundo- a comprender una verdad sencilla acerca
de Dios de la que no obtengan ningún reconocimiento, ni la aprobación
de nadie o acogida en algún grupo que los refuerce y les de seguridad, ni
la inmortalidad -esa inmortalidad frívola, eso que se suele entender por
ella-, que, en otras palabras, no les brinde ningún provecho a nivel
utilitario para servir a sus ambiciones post mortem o para palear sus
grandísimos miedos en esta vida y su miedo superlativo a la muerte.

La mayoría de gente, cuando se suscribe a una religión, en realidad no


busca conocer la verdad ni lo Divino, sino solo confort, seguridad, orden
y dirección vitales, sensación de empoderamiento, así como sentido de
pertenencia. Dios no es más que la excusa para saciar estas
necesidades atávicas y tribales que nada tienen que ver con la genuina
espiritualidad metafísica. Quien realmente busca lo Divino, debe romper
con el gregarismo y la superchería, desnudarse y contemplar
honestamente la realidad hasta alcanzar su médula, ¡lo Divino!

La religión es la decadencia de la metafísica.

.......

Respecto al escrito cuyo título es “De como la búsqueda de poder


mundano y el miedo se disfrazan de espiritualidad”, cabe clarificar –si se
lee con detenimiento el escrito considero que debería quedar claro por sí
mismo– que se trata de una crítica justa y ponderada a la falsa
espiritualidad que se pretende verdadera y cuyos móviles son, en
realidad, mundanos; no es en modo alguno una crítica a la genuina
espiritualidad, ni a la religión bien comprendida; tampoco es una crítica a
la institucionalidad religiosa –el texto no aborda esa temática– ni a vías
tradicionales de acceso a lo Divino -con lo cuál en principio estoy de
acuerdo-. El escrito debe entenderse por lo que es, no por lo que no es,
antes de ser evaluado correctamente.

Si se desea defender lo espiritual y a la par lo religioso que lo enmarca y


vehicula, es preciso exponer a la vista la superchería y la superstición
que asfixian lo auténticamente religioso. ¿No fue lo que hizo Jesús con
los fariseos? ¿No fue lo que hicieron, de hecho, todos aquellos que en
diversas tradiciones religiosas estaban genuinamente comprometidos
con lo Divino? El mismo San Juan de la Cruz tiene una crítica similar a la
del texto en torno a depositar la fe en lo mágico y milagroso –que puede
ser falible y responder a meras apariencias, manejándose en el nivel de
lo fenoménico y no en el de la realidad metafísica– en lugar de hacerlo
directa y sencillamente en lo Divino. En “El peregrino ruso”, relato
tradicional de un anónimo de la ortodoxia rusa, el mentor espiritual del
peregrino le desvela –pues un velo de falsa religiosidad era lo que
llevaba puesto en lugar de los ojos– cómo lo que él creía una fe certera
no era sino un conjunto de artimañas de su propia mente para encubrir
sus pasiones y miedos mundanos, y es entonces, sólo entonces -cuando
el peregrino se percata de esto, descorre el velo de su religiosidad tibia y
cómoda, y lo reconoce-, cuando el mentor lo conduce por la vía certera
hacia Dios. 

Yo soy cabalmente contraria a la secularización –sólo rescato algunas


cosas de ella, como los Derechos Humanos (y también animales y
ecológicos) fundamentales, pero no la perspectiva desacralizada desde
la que se los aborda–. Estoy de acuerdo con lo que has escrito y no veo
cómo ello podría oponerse a un ensayo que no crítica en modo alguno el
aspecto religioso, sino, al contrario, la seudoespiritualidad-religión. Al
estar de acuerdo contigo, no veo cómo “puntos de vista confrontados” -
¿Cuáles? Pues me pasan desapercibidos- podrían distanciarnos en
nuestra cosmovisión; y de haberlos -imaginemos que tenemos puntos
enfrentados significativos-, tampoco sería razón de una toma de distancia
en perspectivas, sino más bien una oportunidad de mayor proximidad en
las mismas a través del diálogo intersapiencial.

¿Por qué? Porque para profundizar en el ámbito del Espíritu es necesario


mirar de frente y no volver el rostro hacia un lado; es preciso dudar,
poner en cuestión, contrastar los conocimientos, inquirir y preguntarse; y
en lugar de permanecer acríticamente donde se está guarnecido pero no
se avanza, sondear más y más profundo. Esa era una de las
metodologías propias de los Diálogos platónicos: contraponer puntos de
vista hasta ir puliéndolos unos con otros hacia la Perfección; cuestionar
las creencias, incluso morales y religiosas (un ejemplo: en
el Eutifrón o Sobre la piedad Sócrates cuestiona las premisas religiosas
del sacerdote cuyo nombre titula al diálogo, con el cual se cruza cuando
este se dirige al templo a realizar obras piadosas), no para conducir al
relativismo y al nihilismo, sino para, dialécticamente, penetrar más
profundo en eso mismo en lo que se indaga. Poner en cuestión algo
puede suponer para algunos la ruptura con ese algo; para otros, la
oportunidad de sondear aún más hondo en ese algo, de sumergirse en
su aspecto más nuclear y conocerlo más a fondo, más verdaderamente.
Por lo mismo, por cuestionar los falsos formalismos mentales y religiosos,
e indagar más internamente para hallar la perla que realmente
encerraban, Sócrates fue acusado de impiedad (asebeia) y condenado a
muerte por ello. 

Pues mientras existen quienes buscan real y activamente lo Divino, y


están comprometidos con la verdad y dispuestos a renunciar a sus
prendas -pocas o muchas, o todas- y mudar -con desapego y honestidad
intelectual- de visión si es necesario -aun cuando hayan cultivado un
huerto entero y construido un palacio en la visión que dejan tras de sí con
las manos vacías-, otros sólo buscan un refugio seguro y mundano
revestido de galas espirituales, y en cuanto alguien escarba un poco en
ese refugio para ver qué piedras no están firmes y en su lugar y cuáles
sí, ellos se sienten amenazados creyendo que su refugio será demolido.
Atacan entonces al filósofo consagrado a Sophia en nombre de la
“religión”, pero realmente no tienen sed de Dios, sólo desean comodidad,
sentar la cabeza y pacer seguros en este mundo, evitando navegar
continuamente en el océano de lo desconocido e inaprehensible. Lo
Divino, sin embargo, ha de buscarse con el alma desnuda y abierta
(receptiva), con franqueza y sin segundas intenciones. La Vía espiritual
no es para tibios, por fanáticos que se muestren al aferrarse a las formas
religiosas –pues sólo a ellas se aferran: se aferran al dedo para no ver la
luna y en cuanto se les sugiere que suelten el dedo un instante para
mirar la luna que este señala le acusan a uno de impiedad–. Ellos son
idólatras, han hecho del dedo su ídolo, perdiendo de vista a la luna que
aquel señala, a lo realmente Divino. El dedo que revelaba la Verdad se
ha convertido para ellos en la Verdad misma y por eso se ha cerrado
sobre sí mismo deviniendo en un velo difícil de franquear -difícil porque
quien no desea franquearlo realmente no lo hará-. Los símbolos velan y
revelan al mismo tiempo: son velos para fariseos y tibios, para los que
buscan tierra segura, para las almas sedentarias, y revelaciones para los
que sólo buscan la Faz de Dios que se trasluce en ellos. ¡No hagamos de
los puentes dioses! ¡No rindamos culto a los emisarios! ¡No tomemos a
un autor o líder espiritual por Dios! ¡Eso es shirk! 

Muchos desean hacer de la religión una ideología y mantenerse siempre


en una postura media segura. De jóvenes indagaban sinceramente en la
verdad hasta que se cansan, y una vez mayores se aferran a un conjunto
de creencias fijas en todos los ámbitos de la vida y permanecen en él sin
mudar de opinión ni un ápice ante distintas evidencias (dice el refrán
popular: “perro viejo no aprende trucos nuevos”). Y, sin embargo,
quienes realmente conectan con lo sagrado son siempre jóvenes,
siempre niños, mantienen el frescor y la candidez iniciales. ¡La religión no
es un asiento enjoyado y vigilado por guardianes sobre el cual dormir! La
religión es vivencia fluida y efectiva de lo Divino (a propósito, Mircea
Eliade la describe acertadamente en Lo sagrado y lo profano).

¿Cómo es posible la espiritualidad sin religión? Si religión es re-ligare,


“volver a ligar” con el principio originario, y por ende también se aplica al
budismo, que religa a su practicante con la Budeidad inherente a sí
mismo, con la verdadera naturaleza incondicionada, más allá de toda
concepción –por la cual no se entra ni se sale– de todo. 

El Zen no tolera los términos medios, aquellos en los que en


resumidas cuentas uno se sentiría cómodo, en honor a la verdad.
“Vomita a los tibios”. El zen es todo o nada y, si ya no es todo, no es
nada. Por eso, para sacudir el embotamiento, los hábitos, la rutina,
para volver a poner en la “Vía”, ha tenido necesidad constantemente
-y más que nunca hoy en día- de “marginales” y de iconoclastas,
practicantes de una compasión ruda y rugosa, de provocadores que
precisamente crean incomodidad. Sólo estos “revolucionarios” un
poco “anarquistas”, que sin embargo eran artistas, poetas o
inventores, devolvieron al zen el impulso que había perdido y le
confirieron un frescor y un sabor siempre renovados, capaces de
sorprender al paladar hastiado que todavía no los había probado
nunca.

(Los maestros zen, Jacques Brosse)

A menudo me ocurre que personas enfrascadas en un punto de vista no


me comprenden –porque, por ejemplo, tengo ensayos críticos y hasta
satíricos hacia el cristianismo y asimismo otros que lo defienden, algo
contradictorio desde un punto de vista doctrinario, pero que es muy
coherente mirado desde el punto de vista de una búsqueda espiritual
sincera y no de una adherencia ideológica– y me catalogan de
“anticristiana” unos y de “cristiana ultraconservadora y sedevacantista”
otros –por ciertos puntos de vista afines y por mi predilección por el
cristianismo medieval–. Tampoco comprenden que en la búsqueda uno
pueda mudar de posición, o matizar lo que antes no matizaba, o hacer
hincapié en elementos en los que antes no hacía hincapié, y viceversa,
dejar de darle importancia a otros aspectos que antes eran cruciales.
Afirmo esto porque he sido ampliamente difamada en las redes por lo
mismo, por poner en cuestión la “infalibilidad” de algún autor (diremos
Guénon). Me gusta esta cita de Plauto: "Los que divulgan la calumnia y
los que la escuchan, si valiera mi opinión, deberían ser colgados; los
divulgadores, por la lengua, y los oyentes, por las orejas".

A propósito de los prejuicios de la gente ante lo que no comprende o


elude sus esquemas reflexioné hace unos días, pues me percaté de que
a mí también me ocurría lo mismo. Estaba caminando por unos jardines y
a lo lejos vi unos árboles con frutas de color naranja relativamente
redondeadas. Parecían naranjas, pero no eran iguales, difiriendo en la
textura y la forma. Pero al verlas exclamé: “¡naranjas!”. Y una amiga me
respondió: “no, son caquis”. Y volví a mirar y efectivamente lo eran, y
desde el principio había visto que lo eran, pero como en mi país de
origen no existe esa fruta y en mis esquemas mentales a lo que más se
aproximaba era a una naranja, mi mente automáticamente forzó la
realidad y la acomodó a mis esquemas mentales preexistentes. Yo no
miraba la fruta tal cual era, no miraba con la mente limpia, vacía y
despejada, sino que distorsionaba la realidad hasta ajustarla a mis
esquemas de visión precedentes. Todo esto se dio de forma automática.
El zen trata de desactivar ese tipo de tendencias reactivas de nuestra
mente para volver a mirar el mundo como lo haría un recién nacido.

Cuando una realidad es distinta y nueva, tendemos a acomodarla a lo


que conocemos, aunque eso implique distorsionarla. Puesto que me
salgo de los diversos esquemas, la gente me acomoda a lo más próximo
que tiene a mano y a menudo yerra en este procedimiento,
distorsionando mi pensamiento y mi persona. También existen otros que
no superan el quedar sin argumentos en un debate, cuando se tienen por
grandes conocedores y están muy aferrados a su imagen –hubo quien no
me perdonó que simplemente lo rebatiera con buen ánimo y siguiendo
los protocolos de educación propios de un debate alturado en una
disquisición pública sobre Platón–.
Respecto a la frase “la religión es la decadencia de la metafísica”, así lo
considero: incluso la mejor de las religiones, una religión armoniosa en
su totalidad y sin mácula, que conduce eficientemente a lo Divino,
supone ya un grado de descenso en el plano de la manifestación del que
la metafísica pura está libre. Luego, la religión misma sigue diversos
procesos de decadencia, desde su origen más puro y directo hasta
vaciarse del espíritu que vehiculaba y tornarse un cuerpo sin alma o en
una cáscara vacía, cuyo interior ha sido usurpado por burócratas y
muchas veces por el engaño, deviniendo en un vehículo realmente
antiespiritual que puede incluso liderar una cruzada contra lo Divino.
Imagino a un conductor que se dirigía al Everest en un hermoso vehículo,
se detuvo a descansar y bajó un momento de él, y un ladrón entró en su
lugar, y yendo de bajada en dirección opuesta al Everest intentó
atropellarlo. La religión sería el vehículo, el trayecto el ascenso espiritual,
el Everest la meta Divina, y el ladrón la corrupción que se inserta en una
estructura para ir en sentido inverso al designio original y aniquilar a
quienes debiera ayudar y transportar, es decir, al inicial conductor al que
termina por atropellar.

No me opongo a la búsqueda de un maestro genuino y a la instrucción


tradicional, ni a la religiosidad y su diversidad de vías, ni a la moral bien
comprendida (no como moralismo, sino como metodología de perfección
incierta en la vida práctica). Me gustaría que quede claro esto. Pero una
defensa necesita también una contraparte y hay que matizar. A veces
ese matiz puede venir no en un solo texto, sino en el contrapeso de dos
opuestos: uno de pura apología por un lado y otro de pura crítica por el
otro. Una visión muy idealista de algo puede hacernos perder la
perspectiva global y conducirnos a no ser cabalmente fieles a la realidad.
Los puntos abordados dan para un largo e interesantísimo diálogo.

Comprendo la religión en dos sentidos: uno esencial y otro accidental. En


el sentido esencial, no la critico; mi crítica se dirige a su sentido
accidental. El primero, lo comprendo como re-ligare o volver a ligar, re-
unir (lo que significa yoga originalmente) al ser con su principio (Divino).
El segundo, lo entiendo como la estructura de poder y creencias
vinculadas al primero (pero que a menudo nos distancian de él), sea
institucional o no. En el primer sentido, la religión se identifica con la
metafísica. Esta no es la especulación conceptual abstracta, sino la
experiencia directa de los principios subyacentes (que finalmente
desembocan en la Unidad que los articula), la experiencia ontológica de
lo Divino. Este sentido corresponde a episteme (conocimiento) y a la
facultad de visión espiritual (o visión sin imagen) que Platón
denomina nous. El segundo sentido no es metafísico, sino devocional y
corresponde a doxa (opinión), vinculándose más a la facultad de la
imaginación. Para acceder a episteme, debemos trascender doxa. Para
acceder a la genuina religión (retorno al principio, metafísica práctica)
debemos liberarnos de la religión en cuanto conjunto de creencias que
nos eximen de sondear en la realidad, puesto que la suplen: suplen la
visión por lo que imaginamos que es la visión, el conocimiento por la
creencia.

La cuestión: doxa, dianoia y nous, y cómo no se relacionan. La razón es


el límite intermedio que divide a la irracionalidad de la suprarracionalidad.
La mayoría de personas propenden más a la irracionalidad que a la
razón y su capacidad suprarracional está ausente. Es común en los
religiosos o en quienes poseen pretensiones espirituales, así como en la
gente trivial. Un menor número de personas tienen más fuerte la razón y
los elementos irracionales no consiguen absorberla y anularla, de modo
que puede decirse que son prioritariamente racionales. Sin embargo,
también tienen la capacidad suprarracional impedida. En este sector
cabe un amplio número de intelectuales y ateos que han desarrollado el
hemisferio izquierdo del cerebro circunscribiéndose a él, pero que no
tienen mayores luces. Un número todavía más reducido es el de quienes
teniendo una buena imaginación y una razón fuerte que no es absorbida
por esta, se proyectan más allá de la razón y se abren la percepción
suprarracional. Aquí encajan las personas genuinamente espirituales.

Platón distingue entre doxa (creencia), diánoia (razón discursiva)


y nous (la región superior de la inteligencia que percibe directamente los
principios y el Principio de principios, y que es una con Él). Doxa (mera
creencia, superstición, fantasías inconexas) se orienta a la irracionalidad.
La diánoia se orienta a la razón como la comprendemos normalmente: es
la capacidad de hilvanar ordenada y lógicamente los conceptos o los
hechos de los que se parte; tiene una función estructuradora, da
coherencia, armoniza los elementos, explica la realidad formando
discursos a partir de principios o axiomas, de forma que es móvil,
deviene en el tiempo, discurre, realiza desarrollos hasta alcanzar una
conclusión, implica un proceso. El nous, en cambio, se asimila a lo
suprarracional, es la región superior de la inteligencia, la luz del espíritu,
que percibe instantáneamente los axiomas o principios previos al
pensamiento y del que este parte; es visión inmediata, es comprensión
sin ningún proceso mediador, sin desarrollo, pura, de forma que es
inmóvil, no deviene, es la Inteligencia eterna y en ella comprender y ser
se identifican, son uno solo: penetra en el núcleo mismo, es el núcleo y
su comprensión es su misma experiencia, su mismo ser. Cuando alcanza
la cumbre se remonta al Principio de principios, al Principio Supremo del
que dependen los principios segundos y terceros: lo Divino. El espíritu
o nous percibe lo Divino sin mediación porque él mismo es lo Divino en el
alma. Es conocimiento puro, Gnosis, Omnisciencia, Realidad sin Lindes,
Despertar, Sol, Experiencia Suprema, Ser, Más allá del Ser. 

La afirmación de que el Kali-Yuga es una era sin religión es parcialmente


verdad. A lo que agrego: la religión es la decadencia de la metafísica,
como la a-religión es la decadencia de la religión. En este sentido, me
identifico con la visión expuesta por Lao Tse en el Tao Te King:

Por eso, cuando se pierde el Tao, surge la doctrina de la virtud;


cuando se pierde la virtud, surge la doctrina de la justicia;
cuando se pierde la justicia, surge el ritual.
Ahora bien, el ritual no es más que la cáscara de la lealtad y la fe,
y es el comienzo del caos.
La presciencia sólo es la flor del Tao
y el origen de la insensatez.
Por eso el noble habita en lo sólido y no en lo diluido.
Habita en el fruto y no en la flor.

Y también en este pasaje: 

Cuando se abandonó el gran Tao,


surgieron las doctrinas del amor y la justicia.
Cuando aparecieron los conocimientos y el ingenio, 
les siguió una gran hipocresía.

Cuando los seis parentescos dejaron de vivir en paz, 


se ensalzó el amor paterno y la piedad filial.
Cuando un país cayó en el caos y el desgobierno, 
aparecieron los ministros leales.

La sabiduría de Shankara y de los defensores de la no-dualidad es


certera: afirman la verdad respecto de la realidad fundamental de la
multiplicidad aparente que converge en la Unidad real, absoluta, eterna e
innominada. Muchas y diversas pueden ser las especulaciones
intelectuales sobre la realidad fundamental, pero la experiencia directa, la
sumersión en ella, es la única que garantiza la certeza de lo que se
sostiene. Por eso no puedo suscribirme a las otras visiones que niegan la
no-dualidad, porque contravienen el conocimiento experiencial
trascendente que he tenido. Ramajuna es un teórico, un argumentador,
pero su visión racional no coincide con la experiencia-ser-visión interior
absoluta que conozco y que es en sí. Los argumentos son provisionales
y nada pueden contra el hecho. Mi intención ahora no es teorizar sobre si
la individualidad perdura o no, porque a ello no se llega con argumentos,
sino con la sumersión en el fondo último de todas las cosas (el alma no
se fusiona con Brahma, ni tampoco conserva su individualidad: no
conserva su individualidad porque esta es ilusoria y la ilusión se evapora
ante la Verdad; no se fusiona con Brahma porque ella misma es Brahma,
de forma tal que sólo se reconoce en lo que es sin tiempo). Sin embargo,
teorizar y argumentar también ayuda a abrir circuitos, a facilitar
comprensiones, aunque no es garante de por sí.

El Principio Divino, que subyace a todo lo existente y lo posibilita, en Sí


Mismo no experimenta pasiones humanas porque es inmutable, y
erróneamente las personas con una percepción infantil acerca de la
Divinidad se las atribuyen. Sin embargo, hay una forma, distinta a la que
la gente común entiende, en que este Principio inmutable sí es capaz de
experimentar pasiones humanas, y es sólo cuando se torna criatura,
cuando, desde lo no manifestado, desde el reino de lo sin forma, se
condensa en lo existente adquiriendo una forma. ¿A qué me refiero? El
Principio en Sí Mismo es inmóvil y está más allá de toda pasión, pero
asimismo se manifiesta en todos los seres y, al manifestarse en todos los
seres, al ser todos los seres, todo lo que cualquier ser siente, lo que tú
sientes, eso es lo que el Principio experimenta, pero no en su calidad de
Principio, sino en su calidad de criatura, de ente particular existente.
Siente a través de todos los seres únicamente en la calidad de estos,
siendo todos los seres en su esencia el Principio, único y siempre el
mismo. Si tú experimentas una pasión, la experimentas porque vives, y
vives porque eres en esencia el Principio: vives con la Vida del Principio,
experimentas desde Él tu condición de criatura pasional. Pero si te
adentras más en tu interior hasta rebasar el nivel individual, alcanzas el
centro imperturbable del Principio. En resumen: desde la
imperturbabilidad, el Principio experimenta la perturbabilidad; desde lo
invisible, lo visible; desde lo inaudible, lo audible; desde lo incorpóreo, lo
corpóreo; desde el no-pensamiento, el pensamiento; desde la eternidad,
el tiempo; desde la plenitud, la carencia; desde la vida, la muerte; desde
lo impersonal, la persona; todo ello a través de tu condición de criatura o
ente particular existente en el cual el Principio se hace patente
adquiriendo una forma que lo limita, que restringe el Infinito que Es en su
condición no manifestada. Sólo en su alteridad ilusoria el Principio
experimenta pasiones humanas. Ergo, no existe nada que la Divinidad no
experimente y, sin embargo, Ella permanece intacta e inmutable más allá
de toda pasión mutable, más allá de toda perturbación.

Este es el sentido esotérico de la naturaleza de Cristo, muy lejos de la


concepción literal y exotérica que considera al personaje histórico y
contingente de Jesús de Nazaret la manifestación exclusiva de Dios en el
reino de las criaturas. En realidad el principio crístico es universal, habita
en todos los seres y es el mismo que el principio búdico, el hombre
universal, etc., y sólo requiere de su actualización para realizarse. Es el
principio inmanente de la Divinidad, lo Absoluto o lo Infinito.

La Iglesia, en su necedad literalista e historicista, ha perseguido a todos


los “herejes” que han reconocido el genuino sentido; y el protestantismo,
aún más literalista e historicista, ha conducido a la caricatura cristiana,
fuera del catolicismo, a sus formas extremas de degradación, del mismo
modo en que lo ha hecho la Teología de la Liberación dentro del mismo.
Aludo, por supuesto, a un punto de vista exclusivamente metafísico.
Desde una perspectiva humana, las cosas adquieren otro cariz.

Continuando con lo anterior, distinta es la devoción que nace del


conocimiento, que la que nace de la superstición. Y distinta es la
devoción que nace del anhelo genuino, de la sed del espíritu, que la que
nace del terror a la existencia y a la muerte en pos de un escapismo. Con
el ritualismo y la religiosidad es muy fácil caer en la superstición. No creo
que su defensa se deba basar en lo que otros dicen sin más, no creo que
la estima de algo deba basarse en el argumento de la autoridad o ad
verecundiam siendo incapaz de tener su fundamento en su propia
dinámica interna o en lo real, y no en lo que otros dicen que debamos
creer por fe. Religiones hay muchas, creencias hay muchas,
supersticiones hay muchas, y unas se oponen a otras, y es el azar el que
se encarga de que unos abracen unas u otras, y peleen entre sí por ver
quién tiene razón. El sabio no se adhiere por azar, no se basa en la
creencia de lo que le tocó porque nació en la Europa cristiana medieval,
en la Grecia pagana o en la Arabia musulmana, sino que discierne con la
luz del sentido interior lo verdadero de lo falso. Distinto es el culto
supersticioso a los dioses por credulidad acrítica y pasional, sin
conocimiento de su naturaleza, al culto a los dioses por conocimiento y
alumbramiento interior, reconociendo en ellos arquetipos o principios de
la Divinidad, tal como los neoplatónicos. Yo misma me inclino ante
Atenea y no veo en ello superstición. Ya hablaremos de ese tema más
tendidamente en algún momento. 

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