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Hombre de celuloide

Un hermoso cadáver
Antes de que se pusiera de moda, la homosexualidad no era sólo era un tabú; era un tabú romántico. La
cosa, al menos así puede leerse cuando estudia uno la historia del cine antes de la Segunda Guerra Mundial
en Estados Unidos. Son los años en que, cuando el dorado Hollywood, según la expresión de Kenneth
Anger, “se pintó de púrpura.” La historia de los homosexuales más famosos de Hollywood es muy
conocida, James Dean y su afición al placer masoquista. Para entender cómo fue que Hollywoos de abrió a
la homosexualidad (o mejor, cómo los homosexuales abrieron Hollywood) Es necesario ir más allá y
comenzar en los años en que Edna St. Vincent Millay vivía en el Greenwich Village y escribía: mi vela se
quema por ambos lados, no durará toda la noche. Ay, amigos y enemigos, qué hermosa es su luz. Puede
que la poeta se refiriese a otras personas, pero el poema le queda bien a los homosexuales de aquellos locos
años de 1920 en que Hollywood apareció, no sólo en tanto ciudad hecha para el cine, sobre todo como
cadena de producción al estilo de las fábricas Ford. Por estos años los actores, esos artistas menospreciados
por tantos siglos se dieron cuenta de que la gente iba al cine para verlos a ellos. La gente los adoraba y
quería hacer de ellos, sus reyes. Fue así que ellos así comenzaron a vivir. En auténticos palacios de fiesta,
drogas y sexo en las que Rodolfo Valentino y el mexicano Ramon Novarro se tendían en una cama no para
discutir quien de ellos era el auténtico Latin Lover sino para disolver en un beso toda rivalidad. Por
aquellos años María Riva, la hija de Marlene Dietrich entraba en la habitación de su madre quien le abría la
puerta para enseñarle sus conquistas. Fue Dietrich quien fundó en Hollywood un club de mujeres a las que
llamó “las costureras.” Se congregaban en torno a ella para hablar y a veces para expresar sus deseos
sexuales. Por aquellas reuniones pasaron Edith Piaff, Dolores del Río y aún la esposa de uno de los
hombres más poderosos de aquellos años, la señora Wagner. En estas reuniones se conocieron, además
Greta Garbo y Marlene Dietrich. Pero Greta, según demuestra su correspondencia, estaba más enamorada
de su amiga de la secundaria Mimi Pollack. Aquellos tiempos románticos en que la guionista y actriz Salka
Viértel le presenta al directo Murnau a un hermoso chofer filipino que tratará de impresionarlo. Y Murnau
lo llevará a dar una vuelta en su Rolls Royce. Y algo sucederá, algo que está relacionado con el hecho de
que el director estuviese reclinado sobre la entrepierna del jovencísimo chofer. Lo único cierto fue que
hubo una colisión y el director murió. Los artistas andróginos de los Veinte se transformaron en los
metrosexuales de los Treinta, paradigmas de virilidad o feminidad. Surge Roy Fitzgerald un camionero que
cayó en manos de Henry Wilson agente de Hollywood que decidió transformarlo, enseñarle a ser viril y le
puso su nombre: Rock Hudson. Archibald Leach llegó a ser Cary Grant. Todos quieren ser Cary Grant,
decía el actor, incluso yo querría ser Cary Grant. Cary Grant vivía con con su amante Randolph Scott. Un
día hicieron un reportaje. Los “amigos” vivían juntos; se cuidaban delicadamente, ambos acudían al
gimnasio. Pero no todas las vidas de aquellos homosexuales resultan trágicas o tristes. Ahí está la historia
de William Haines quien tuvo que escoger entre Jimmy Shields, su amante, y su carrera en Hollywood. Y
escogió a Shields. A ellos Joan Crawford los definió como “la pareja más feliz y más estable de
Hollywood.” También está la historia de Sara García y su amante. Fueron plácidamente felices. Sarita
murió de vieja en un asilo y hoy todo mundo la recuerda como la abuelita del chocolate familiar.

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