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GUSTAVO DESSAL

Causas y consentimientos. Crónica de un fracaso

Date: 28 abril, 2018Author: zadigespana2 Comentarios 


 
 
Gustavo Dessal*
 
Confío en que Jacques-Alain Miller aceptará de buen grado que me permita tomar en
préstamo estos dos significantes que dieron título a su curso de 1987-88. Y como
psicoanalista no puedo desconocer que las pasiones del ser son malas consejeras a la hora
de escribir estas líneas. No obstante, lo hago con perfecta conciencia de que, antes que
nada, soy un ciudadano más, un ciudadano como tantos, testigo de esta semana que
pasará a la historia de las infamias nacionales y que culmina con la sentencia judicial del
caso conocido como “La manada”. Que ese ciudadano sea además un psicoanalista, es
una mera contingencia, aunque sea desde ella que me permito tomar la palabra, sin
desconocer la parte que me toca en el descontento al que habré de referirme.
Ayer, España fue gravemente herida. Todavía es pronto -o no- para saber si la injuria es
mortal. Debo corregirme: son las dos Españas las que tal vez entren en agonía. Las dos
Españas que representan el fracaso de un proyecto de nación. Nada más mentiroso que la
España Una, la que no ha existido nunca, la que no existirá jamás. Pese a ello, durante
algunos años creímos que esa palabra hoy vacía conocida por el nombre de democracia
sería capaz de reunir a ambas en un proyecto común. Ya sabemos cómo ha acabado esa
ilusión.
La furia que hoy recorre la geografía española y asoma en las gargantas de cientos de
miles de mujeres y hombres (sí, también de hombres) sea tal vez la única salida que nos
queda. Los griegos estimaban el valor de la catarsis y aunque Freud no tardó en reconocer
los límites de su efectividad, jamás descartó su importancia. Una importancia que es
doble: sirve también para que el magistrado Ricardo González no confunda ese clamor
con los jadeos de un orgasmo.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué ha pasado para que los españoles hayamos salido a la calle a
manifestarnos sin convertir la protesta en un domingo festivo? Las Españas son siempre
una fiesta, pero la fiesta está llegando a su fin. Nuestro propio mensaje nos ha retornado
en forma invertida. Seré incluso más implacable que los magistrados: ha habido
consentimiento. Consentimiento colectivo al dejarnos violar por los canallas -como Lacan
nombraba a la derecha- y los idiotas -como calificaba a la izquierda. Hemos consentido a
que los canallas y los idiotas expoliasen las Españas. Hemos consentido a que los canallas y
los idiotas nos arrebatasen la lucha de clases. Hemos consentido a que los canallas y los
idiotas se apropiasen de las instituciones, del dinero público, de la educación, de la
sanidad, de los sindicatos, de las pensiones. Hemos consentido a la obscenidad de los
políticos, a la impunidad del Trono y el Altar. Apenas nos quedaba la confianza en la
diosa Iustitia, pero ella también ha sufrido una violación, y no sabemos si podrá reponerse
de ese trauma. La manada salvaje es apenas un síntoma de la enorme majada en la que
nos hemos convertido, haciendo sonar cencerros en lugar de librarnos de los canallas y los
idiotas.
Conocemos la cita de Lacan (Aún, pag. 111): “Todavía hoy, al testigo se le pide que diga la
verdad, solo la verdad, y es más, toda, si puede, pero por desgracia, ¿cómo va a poder? Le
exigen toda la verdad sobre lo que sabe. Pero en realidad, lo que se busca, y más que en
cualquier otro en el testimonio jurídico, es con qué poder juzgar lo tocante a su goce. La
meta es que el goce se confiese y precisamente porque puede ser inconfesable”.
Sirvámonos de ella.
Para construir el caso y elaborar la sentencia, los magistrados han debido visionar ¿diez?
¿cincuenta? ¿cien? veces las grabaciones realizadas por uno de los miembros de la jauría.
Buscaban, sin lugar a duda, una sola cosa: poder juzgar lo tocante al goce. Ninguno de
ellos, ni siquiera el más perverso, ha dudado de los hechos. Lo que les movía era
escudriñar en los signos del goce, y cómo no habríamos de reconocer en ese punto -
¡malabarismos del lenguaje!- que la diferencia entre abuso y violación es sin duda un
asunto de goce. Del goce de los jueces, sin lugar a duda. El carácter perverso de la
sentencia es suficientemente probatorio de que los jueces han gozado. ¿Con qué poder
juzgar lo tocante al goce de la víctima? La respuesta no habrá de generalizarse a todas las
sentencias, pero en esta causa es indiscutible: el goce de los jueces ha hablado. Es con los
aparatos del goce con lo que han fundamentado la sentencia y expresado el veredicto. Esa
es, finalmente, la verdad que está en juego, la verdad que ha estallado en la calle y que
nos ha estallado en la cara. Siempre hemos sabido de la perversión de las Españas,
amparada por Trono y Altar y consentida por la majada. ¡Pero era tan divertida! La Santa
Inquisición como atracción turística de Semana Santa. El desfile de los Legionarios
enamorados de la Muerte. La incorregible cleptomanía de los canallas y la sonriente
vanidad de los idiotas.
El goce de los jueces navarros ya no parece tan divertido. Pero tengamos compasión de
ellos. Son el espejo invertido de nuestro propio goce, un real que en la majada ya no
sabemos tratar: se nos ha escapado de las manos y todos los cuerpos están
comprometidos, los del Estado y los de la ciudadanía.
La perversión polimorfa del macho -mal que les pese a los que creen en la educación- es
un hecho de estructura. Ella no conduce necesariamente a lo peor, cuando la castración
hace su trabajo civilizatorio. Sabemos que no siempre se consigue y que en la actualidad la
castración está tan desafilada (y desacreditada) que cada vez hay más hombres que
prefieren el bisturí del cirujano al corte que el significante impone al sujeto.
Ayer hemos tenido la prueba fehaciente de que también el juez -y más allá de su género-
puede legislar a partir de su goce perverso. Desde luego, no es una absoluta novedad,
porque en la historia sobran muestras de ello. Pero en esta ocasión ese goce ha resonado
con el goce de la majada que se ha dejado violar, que ha consentido a la causa. Por eso
nos indignan tanto las observaciones personales del magistrado Ricardo González: no solo
porque son un insulto a la dignidad de una chica. También porque nos ha interpretado a
todos. A la vista de este gran fracaso colectivo en el que nos encontramos, resulta difícil
eludir la verdad de que no hemos opuesto suficiente resistencia.

*Psicoanalista de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog

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