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elordenmundial.com/la-otan-ante-los-desafios-de-la-posguerra-fria
Desde que se produjera la caída de la Unión Soviética entre marzo de 1990 y diciembre de
1991, y con ella el desmantelamiento del Pacto de Varsovia, múltiples han sido las voces que
han augurado el fin de la Organización del Atlántico Norte como institución de defensa
colectiva. Puesto que la transformación de la URSS había supuesto el fin de la raison d’être
de la Organización del Atlántico Norte, era obvio prever su transformación o incluso
completa desaparición. Sin embargo, contrario a los pronósticos, la OTAN se ha mantenido
vigente incluso después de que su justificación originaria se hubiera evaporado.
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Por una parte, la Alianza ha tratado de adaptarse a las nuevas condiciones del contexto
internacional del siglo XXI, enfocando su actividad hacia venideras amenazas como el
terrorismo transnacional, los estados fallidos o la amenaza nuclear, e incluso embarcándose
en operaciones fuera del teatro euroatlántico, ampliando así su área de actuación hacia el
Europa Oriental, el Mediterráneo y Oriente Medio (out of area operations).
Por consiguiente, podemos decir que en lo que respecta a la seguridad colectiva, la OTAN
ha evolucionado favorablemente, pasando de conformar una alianza meramente defensiva
a una entidad de gestión de seguridad (‘security-management institution’), cuyo propósito es
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tanto la defensa colectiva como la resolución de una variada gama de problemas de
seguridad de bajo nivel.
En el ámbito político, los funcionarios de la OTAN han buscado nuevas misiones a las que
hacer frente con el objetivo de conservar la relevancia de la organización, las cuales se
extienden desde peacekeeping operations, hasta la lucha contra la proliferación de armas
de destrucción masiva. Por otro lado, en el ámbito militar, la adaptación interna de la
organización ha conllevado la creación de una estructura de comando más ágil y flexible
capaz de desplegar fuerzas militares rápidamente y en escenarios más lejanos.
A la par de este hecho, paradójicamente una de las motivaciones principales que indujeron
a la incorporación de países de la antigua órbita soviética en el seno de la organización
(Hungría, Polonia y República Checa en 1999; Eslovenia, Bulgaria, Eslovaquia, Estonia,
Letonia, Lituania, y Rumania en 2004; y Croacia y Albania en 2009), fue el miedo al
expansionismo ruso y a una posible futura represalia contra la integridad territorial de
éstos. La OTAN, por consiguiente, como mecanismo de defensa colectiva para neutralizar a
Rusia, tenía un alto valor para estos países. Además, países como Polonia y los estados
bálticos en las distintas cumbres de la OTAN han señalado la importancia del artículo V de la
carta fundacional, demandando, por ejemplo, un aumento en el número de tropas para la
defensa territorial en lugar de reforzar las capacidades expedicionarias de la OTAN.
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El caso de Crimea pone en relieve esta cuestión, ya que si bien Ucrania, no es miembro
formal de la alianza, aunque si mantenía un programa de cooperación militar y de reformas,
la “Carta para una Asociación Distintiva con Ucrania” que data de 1997 y no se descartaba su
futura incorporación; la crisis en este país ha puesto otra vez de manifiesto la importancia
de los artículos V y X de la Carta fundacional de la OTAN.
También, países como Suecia y Finlandia, que no forman parte de la OTAN, debido a la
guerra civil en el este de Ucrania, ha comenzado cuestionarse su tradicional estatus de
neutralidad, iniciando sendos debates internos sobre la pertinencia de adherirse o no la
organización, lo que muestra el temor de los países limítrofes al gigante ruso.
El fin de la Guerra Fría puso de manifiesto las dificultades que atravesaba la organización
para crear cohesión interna. Sin embargo, podemos señalar dos hechos claves que apuntan
a que la OTAN sigue siendo una organización de intereses colectivos, a pesar del
desacuerdo en determinados aspectos. En primer lugar, tanto los estados europeos como
Estados Unidos están de acuerdo en que los mayores desafíos a los que harán frente ambas
regiones en el futuro se encuentran fuera de las fronteras europeas; y en segundo lugar y
consecuencia de lo anterior, la OTAN es el instrumento más capacitado que poseen los
países euro-atlánticos para combatir nuevas amenazas como el terrorismo.
Por tanto, como resultado de estos dos factores, Europa y EE.UU. han tratado de buscar una
relación más equilibrada y sostenible, ya que ambas regiones están de acuerdo en estos
dos puntos básicos (a excepción en ocasiones de estados como Francia, cuyas relaciones
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con la OTAN han sido históricamente vacilantes y siempre ha apostado por reforzar una
política de seguridad y defensa en Europa autónoma).
El segundo hecho extraordinario se refiere a las maniobras en Kosovo años más tarde, que
implicaron una intervención de la Alianza sin previa autorización de la ONU y dirigida contra
un Estado soberano con motivo de la negativa de éste a dar a un problema interno una
solución que resultara aceptable por la comunidad internacional.
Los conceptos estratégicos de 1991 y 1999 no contemplaban en ninguno de los casos este
tipo de medidas coercitivas contra terceros estados en situaciones de crisis, función propia
del Consejo de Seguridad, por lo que la OTAN llegó a usurpar el ámbito de competencias de
la ONU, ya que una acción militar más allá de la legítima defensa sólo puede ser autorizada
por el Consejo de Seguridad.
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Igualmente, como los hechos han demostrado, la intervención no sólo se hallaba al margen
de la legalidad internacional, sino que además fue una solución bastante discutible a largo
plazo, ya que aún a día de hoy existe un importante tabú en lo que respecta al estatus de
Kosovo (que se presenta como una especie de ‘protectorado internacional’ por tiempo
indefinido), y una frágil paz laboriosamente alcanzada y vigilada por fuerzas internacionales
en Bosnia y Herzegovina.
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reducción de las estructuras militares de la Alianza para su adaptación a la nueva realidad y
como punto relevante se instauró la NATO Response Force (Fuerzas de Respuesta de la
OTAN), vehículo fundamental para la transformación militar de la Alianza.
Con el transcurso de los años, la alianza ha visto necesario proporcionar un nuevo concepto
estratégico, sin embargo, este no llegaba a materializarse. De hecho, ante la imposibilidad
política de confeccionar un nuevo Concepto, en la Cumbre de Riga de 2006 se elaboraron
unas orientaciones genéricas (Comprehensive Political Guidelines) para agilizar el
planeamiento estratégico de la organización y de la estructura de fuerzas, pero que
tampoco resolvió las contradicciones aliadas.
Así, en Lisboa 2010 finalmente trataron de apaciguarse las diferencias entre europeístas y
atlantistas, intentando buscar puntos de conciliación en temas tales como el alcance global
o regional de la organización, la desigual contribución militar y presupuestaria (dado el
desfase entre las aportaciones de Washington y Bruselas), las diferentes culturas
estratégicas sobre el uso de la fuerza, o la búsqueda de una relación más equilibrada entre
la OTAN y la UE y su política propia de defensa.
En definitiva, podemos decir que la OTAN tras el fin de la Guerra Fría se ha visto envuelta en
un proceso de transformación sin precedentes. Las características que la diferencian de
otros organismos internacionales, hicieron que sus miembros vieran en ella una institución
que dotaba a la región euro-atlántica de ventajas comparativas con respecto a otras
organizaciones regionales. Aunque sus misiones han cambiado y sus efectivos militares se
han reducido, sigue teniendo un valor trascendental para sus miembros, los cuales
buscaron evitar una re-nacionalización de sus políticas de defensa tras la Guerra Fría.
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