Está en la página 1de 6

Día 88

Doce días sin hablar con Mariana o pensar en Mariana. Bien. Más o menos.

Día 87

Cuando salí con Romina pero solo a tomar un café porque tiene novio y lo quiere,
charlamos como amigos, como antes. La verdad es que me gustó volver a hablar con ella.
Me acordé de todas las cosas en común que teníamos: la misma música, los mismos
odios, la poca paciencia para esperar lo bueno. Algo me volvió al cuerpo. Sentir la voz de
alguien que te agrada cerca, poder disfrutar de su compañía. Extrañaba eso, no sentirme
solo. No estar solo por un rato.

Ella me contó que conoció a su novio en el terciario de secretaria que hace. Él trabajaba
ahí como adjunto y se gustaron desde que se vieron la primera vez. Me contó que se
están por mudar juntos a un departamento de dos ambientes en Lomas de Zamora y
aunque ambos estudien y trabajen en Capital dijo que no le molesta viajar. Salen juntos a
la mañana y el que llega primero le hace la cena al otro. No sé si desearle felicidad o que
se despierte de ese sueño tonto que se apaga rápido.

Nos despedimos con un abrazo, la acompañé hasta Constitución para que se tome el tren
a Lomas.

-“Llamáme cuando te aburras”.

-“No creo, este me gusta mucho en serio”.

-“¿Más que yo?”

-“Es distinto pero sí, un poco más de lo que vos me gustaste. Igual yo tampoco te gustaba
tanto”.

Me dio un beso en la mejilla y se fue para el andén. Yo me fui a tomar un par de cervezas
en el bar de la estación. Cuatro porrones y un taxi de vuelta. Fui a trabajar ese día con
resaca.
Día 86

Me gusta llevar un anotador más chico. Lo compré en la librería que está a la vuelta del
colegio privado, Marisa me dijo que venden cosas muy buenas. No sé, yo no le veo la
gracia ni la belleza a los lápices o a los cuadernos, plasticola o etiquetas para las
carpetas. Lo uso para registrar los diálogos que tengo durante el día. Así no me los olvido
y puedo transcribirlos exactos. Es difícil porque las personas hablan todas distintas y
desarman ideas y no terminan de cerrar un tema que ya pasan a otro. Por eso llevo este
anotador y dejo el cuaderno grande en mi casa. Es más discreto y así nadie me pregunta
qué hago o escribo.

Es de noche y estoy cansado fui a comer con mis viejos y recién llegué. Me agotan, el
cariño es una responsabilidad que te remata de a poco.

Les llevé una torta de ricota de postre que compré en la panadería que queda a la vuelta
de la casa de mis padres. La empleada me conoció pero yo no sabía ni quién era. Me
molesta que me conozcan y yo no logre acordarme de sus caras o por qué formaron parte
de mi vida en algún momento.

Mi vieja se quejó por la torta porque según ella la comida sobra en la casa y ellos no son
pobres. Mi viejo está jubilado de su profesión de plomero-gasista matriculado. Siempre
hizo los pagos del monotributo y ahora disfruta los pocos beneficios de haber trabajado
casi cuarenta años. Mi mamá es ama de casa y siempre lo fue. Su sueño fue tener una
familia. Qué aburrido, simple y tan ella. Todo en su ser se conduce con sencillez y me
enoja que nunca quisiera más o aspirara a llegar a algo en la vida. Por eso nos peleamos
porque yo soy un tipo revuelto y ella una línea plana.

Yo no voy a morirme de profesor de educación física, voy a hacer algo más.

El ritual del domingo terminó como siempre: yo sentado frente al sofá mirando a Racing
perder. Mi papá me hizo de su equipo y me marcó para siempre porque me condenó a ser
un perdedor esperanzado. Me hizo cómplice de su delirio y que las cosas buenas pasan o
que si uno se esfuerza consigue lo que quiere. Racing pierde desde que nací y sospecho
que lo va a seguir haciendo. Yo quiero ganar. Pero mi viejo es capaz de morirse si le digo
que me quiero desafiliar. No comparto su pasión y eso nos separa un poco más. No lo
entiendo y me cuesta.
Al final mi vieja no cocinó los canelones con seso. Hubo ravioles con albóndigas, estaban
muy ricas.

Día 85

Necesito hablar de ella. Mi hermana Anita se murió cuando yo tenía seis años y ella once.
Era mi amiga más que un pariente muy cercano, me hacía sentir bien. Era mi compinche,
me salvaba, aconsejaba aunque uno sabe que a los seis años los problemas no son
nada o no tienen importancia. Anita nació bien y mi mamá no tuvo complicaciones
durante el parto. Una tarde estábamos jugando a las escondidas y a ella le tocaba contar.
Yo quería ganarle porque estaba cansado de que ella me venciera siempre. Era muy
buena rompiendo los escondites ajenos. Ese día yo sabía que no me iba a encontrar
porque me usé el lugar prohibido: el ropero con llave de mamá. No soy una persona
curiosa y la verdad ahora que lo pienso nunca se me ocurrió pensar qué era lo que tanto
nos prohibían nuestros padres cuando nos dijeron que no tocáramos el ropero de mamá.
Era un mueble alto, de roble o alguna madera pesada y oscura, tenía dos hojas que se
abrían hacia afuera y de un lado tenía un barral que se podía usar para colgar y del otro
muchos cajones uno arriba del otro. Mi mamá guardaba la llave en un lugar secreto que
en realidad resultó uno muy simple. El cajón de su mesa de luz. Yo vi que la guardó ahí
cuando estaba debajo de su cama porque me había escondido de Anita. No le dije nada a
nadie y me sentí especial porque tenía un secreto. La tarde de las escondidas, de cuando
Anita pasó dos horas enteras buscándome hasta que se puso a llorar muy fuerte mientras
gritaba mi nombre. Yo la oí escondido en el ropero de mi mamá, debajo de los sacos de
invierno y las cajas de zapatos. Ese día perdí dos cosas: las ganas de esconderme de mi
hermana y la oportunidad de conocer algún secreto de mis padres.

Anita se enfermó un día de enero, el calor nos estaba arrugando como si nos secara
primero antes de terminar de cocinarnos. Yo jugaba con ella al Veo, Veo sentado en el
piso de la galería del patio trasero. Anita estaba contándome sobre los escarabajos azules
que encontró en el jardín de mamá cuando de golpe, paró de hablar y vi cómo los ojos se
le ponían casi en blanco y se le fueron para atrás. Se desmayó y llamé a mis papás a los
gritos.
La internaron dos semanas y después le dijeron que tenía como una enfermedad nerviosa
que no se podía curar. Anita de a poco se fue gastando como cinta para el pelo que se
usa hasta que rompe y se deshilacha.

Al principio con mis papás no le dábamos importancia y tratábamos todos de llevar una
vida normal pero después los ataques de Anita se fueron haciendo cada vez más
frecuentes, con más rapidez y fuerza. Primero temblaba hasta caerse de la cama o la silla
o donde estuviera y luego se retorcía como una lombriz recién sacada de la tierra. Se
quedaba así un par de minutos y después no hablaba, estaba como ida, ausente, extraña,
atroz.

Mis padres no quisieron internarla en un ningún lado y se encapricharon con su cuidado.


Toda la vida familiar giraba al compás de lo que mi hermana necesitara. Se intentaron
muchos tratamientos pero la mejora máxima que logramos fue que dejara de temblar
tanto. Solo se quedaba como autista y miraba la ventana de su cuarto por horas sin hablar
con nadie ni siquiera conmigo. Yo la observaba también silencio y nos quedamos así,
cada uno en su mundo, a cinco pasos de distancia uno del otro.

Anita se murió en diciembre antes de Navidad al año siguiente.

Día 84

Hace mucho que no uso el auto. La última vez fue cuando salí a tomar un café con
Romina. Hoy el conté a Marisa sobre ella y me dijo que está que haya cerrado mi historia
con la otra. Yo no sé si se cerró o me cerraron la puerta en la cara.

En el estatal hay un nuevo chico en el grupo de los varones grandes, las edades iban
desde los quince hasta los diecinueve, si había algún repetidor. Los otros profesores me
dejaron a cargo de los peores, según ellos. La verdad es que solo son un poco matones
pero como yo todavía tenía saldo a favor después de haber separado a aquellos dos, el
cornudo y el amante, no se me complicó mucho que me hagan caso.

El pibe nuevo era blando. Ernesto se llamaba. Me di cuenta enseguida, encima era hijo de
la bibliotecaria. Los otros se lo iban a comer como si fuera salame picado grueso en
rodajitas. Por suerte era alto, casi un metro ochenta de pecas y piel blanca. Su altura lo
salvó de que lo fajen pronto, además caminaba raro como arrastrando los pies y su voz
era grave como rasposa. Tenía el aire de los soldados que vuelven de la guerra después
de varios años afuera en los campos y se adaptan con dificultad a la vida diaria. Su mamá
estaba contenta con su nuevo trabajo y después me enteré que era separada. La mujer
tenía unos treinta cinco o treinta seis años, o por lo menos eso parecía. La verdad no
sabía mucho de ellos porque no veía qué tema nos podía unir a mí y a una bibliotecaria
con su hijo tierno y proclive a recibir golpes.

Al principio los otros se aguantaron antes de empezar a pegarle. Lo fueron midiendo,


preparando el terreno. Primero le pusieron apodos como “Papelito”, por lo blanco,
después siguieron con algunos más fuertes y terminaron con “yo me cojo a tu mamá
parado arriba de tres libros”. Delante de mí se portaban bien pero sabía que en la clase y
durante los recreos lo mataban.

Ernesto cobraba a diario y yo no podía hacer nada.

Le conté a Marisa sobre esto mientras tomábamos mate en el descanso de ella, yo estaba
libre porque los pibes del colegio se habían ido de excursión al Planetario. Entonces
tuvimos tiempo de charlar más. Me enteré que ella era licenciada en ciencias de la
educación y que estaba de secretaria solo de manera provisoria hasta que le saliera algo
mejor, además le gustaba hacer investigaciones. Su campo favorito era el
comportamiento de los chicos a lo largo de los primeros años de escuela. Yo había
llevado una docena y media de facturas y la verdad pensé que había comprado mucho
porque las chicas en general se cuidan y se hacen las que no comer pero Marisa se
comió casi una docena de facturas casi sin respirar. Me impresionó y ella estaba como si
nada. Me dio un poco de envidia porque yo me cuido mucho con las comidas para no
engordar y tener un buen estado físico y ella era muy flaca comiendo como un luchador
de sumo con hambruna. Tiene lindas piernas, se las pude mirar cuando se levantó a
buscar una carpeta y como llevaba pollera me entretuve un poco observándola.

Me rompió un poco el corazón cuando me dijo que no tomaba Coca, ella era más bien
una persona de Sprite. “La Sprite está hecha para personas sin alma” le dije serio.

Se rio fuerte y me gustó escuchar su risa.

Hoy no soñé con Mariana.


Día 83

Hoy salí a correr más temprano, hice una hora de más. Me siento oxigenado, con la
cabeza limpia. El ejercicio es todo lo que tengo. Es mi vicio sano, lo que mantiene, lo que
me pertenece. Estoy rendido.

Marisa faltó al colegio, le pregunté a la secretaria cara de anís quemado si sabía algo y
claro que no me dijo nada. Qué vieja inútil, ojalá la deje su novio horrible y se quede sola
de nuevo.

Día 82

Marisa faltó otra vez. No quiero preocuparme pero ella no es de ausentarse. Me di cuenta
que no tenía su número de teléfono. Qué bobo soy, nunca se me ocurrió pedírselo porque
sabía que ella estaba ahí en la oficina y que la podía ver todos los días.

También podría gustarte