Así, sin más. Sin saludo previo, sin un gesto de emoción,
sin preámbulos y dejando de lado el tiempo que vivimos sin vernos me escupió en la cara “¿no pensas escribir mas?”
Mudo, atónito, completo todo mi ser de adjetivación
acumulativa y por lo tanto al borde de la reiteración absurda. Opte por el silencio y la quietud.
Solo pude volver un segundo al pasado y descubrí, lejos,
perdido detrás de una cortina de tela de araña, los ojos de quien solía ver como los pensamientos se transformaban en caracteres, palabras que seguían el ritmo de unas manos que habían acostumbrado al oído con el estruendo de teclas.
Si nunca busque explicación por “hacer” no voy a buscarla
ahora que “no hago”.
Siguiendo el camino de la nada, finalmente llegó el tiempo.
Pensé, luego de secarme la cara y acomodar el gesto. Mejor
dicho, nunca pensé no volver a escribir, sucedió así y el simple hecho de sentarme frente al teclado para esperar la lucidez hicieron de mi un reflejo, una sombra que, entre penumbras, trata de imitar aquella figura que acomodaba (como hoy, ahora mismo) su cuerpo tratando de engañar a la eternidad.
Tratando de imitar gestos del pasado resolví rescatarme de
mi propio olvido.
Ahí estaba, sentado frente al monitor, como lo hace todas
las noches. Vamos, junta un poco de arcilla fresca y moldea a tu gusto. El mismo gesto, la misma pausa. El paso del tiempo es cómplice del olvido. Tal vez frunza el ceño, tal vez una idea no logro acomodarse. El olvido es la mejor respuesta del mediocre. Enciende un cigarrillo, acomoda su cuerpo. Tengo tiempo, puedo esperar. Escribe el encabezado. El tiempo cura las heridas… se toma un par de segundos. …no las borra, cuenta las cicatrices. Entonces vuelve a escribir. Vamos, ¡sangra para mí!