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El cine argentino de la edad de oro argentino fundo un subgénero policial propio, que merece

equipararse al noir norteamericano o al thriller coreano actual. En donde los protagonistas


son personas comunes y muchas veces, a pesar del nombre, ni siquiera figuran policías,
como en “Los tallos amargos” o son laterales, como en “La bestia debe morir”
Los personajes solían ser menos asesinos o ladrones profesionales que simples ciudadanos
que por necesidad o pulsión interna eran empujados al crimen, con resultados casi
siempre funestos.
“El vampiro negro” se enmarca claramente dentro de este género, pero aparte, tiene otras
peculiaridades. Una es ser un remake, no confesada, al menos desde los títulos (se afirma
basada en el caso policial original), de M, el vampiro. Ot

ra es la increíble fotografía en blanco y negro, expresionista, pero que no por eso adscribe la
película al expresionismo y su artifico. Y otra es el retrato del mismo vampiro, una criatura,
incapaz de ninguna defensa, patética pero no por eso menos peligrosa o despreciable, a
cargo de Nathan Pinzon.
Decir que El Vampiro Negro no tiene nada que envidiarle al cine norteamericano de la
época no solo es una simplificación,

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