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En las aldeas patrilineales los caciques y líderes religiosos son casi siempre y en su
mayoría, hombres. En muchos lugares se amenaza a mujeres y niños con matracas, o con
máscaras, cuya fabricación y guarda se esconde escrupulosamente. La menstruación es
considerada una impureza por innumerables pueblos, pero el semen es considerado
estimulante y vivificante. La división del trabajo es así mismo casi siempre injusta para con
las mujeres: deben recoger diariamente agua y leña, recolectar, moler, machacar semillas,
cocinar todos los días, cuidar de los niños.
Todas estas asimetrías parecen explicarse por la guerra y el monopolio masculino sobre las
armas. “La guerra exigía la organización de comunidades en torno a un núcleo residente de
padres, hermanos y sus hijos. Tal proceder condujo al control de los recursos por los grupos
de intereses paternos-fraternos y al intercambio de hermanas e hijas entre estos grupos
(patrilinealidad, patrilocalidad y precio de la novia), a la asignación de mujeres como
recompensa a la agresividad masculina y de ahí a la poligamia. La asignación de las tareas
pesadas a las mujeres y su subordinación y devaluación rituales surge automáticamente de
la necesidad de recompensar a los hombres a costa de las mujeres y de ofrecer
justificaciones sobrenaturales de todo el contexto de supremacía masculina”.
Pero esta relación entre belicismo y forzada supremacía masculina parece quedar anulada
cuando se observan pueblos matrilineales, matrilocales, sin precio por las novias, y sin
instituciones culturales o religiosas para intimidar a las mujeres, que sin embargo se
muestran muy agresivos para la guerra, belicosos y crueles; este es el caso de los iroqueses.
El autor resuelve esta contradicción explicando que hay distintos tipos de guerras, y que
este tipo de pueblos practica una guerra externa, expansionista, con travesías más o menos
largas, alejadas de sus aldeas; este sistema necesita entonces de matrilinealidad y
matrilocalidad, puesto que las mujeres en mayoría en cada aldea gobiernan y se organizan
necesariamente; ocurre lo contrario en las guerras internas, como en las de los yanomamos,
que pelean con tribus vecinas y a veces emparentadas, donde los hombres nunca se alejan
demasiado, ni en el tiempo ni en el espacio. Es allí donde la supremacía masculina se
impone. Lo que queda claro es que el belicismo no está directamente relacionado con una
cultura de tipo machista, sino que más bien ésta está relacionada con el tipo de guerra
practicado; a su vez, el tipo de guerra practicado depende de las condiciones ecológicas
(topográficas, poblacionales, etc).
El otro hecho que se deriva de la matrilocalidad es que los hombres, al estar disgregados en
las familias y pueblos por línea materna, más o menos separados de sus tíos, hermanos,
padres, fomenta la unión entre ellos, haciendo entonces que no practiquen la guerra contra
sus vecinos (casi siempre parientes) sino más allá. La guerra externa parece haber sido
siempre más organizada y contando con ejércitos más numerosos; por eso Divale afirma
que los pueblos patrilocales atacados por contigentes matrilocales, se veían obligados a
formar la misma organización que sus semejantes. Pero por otra parte la matrililocalidad
también favorece el comercio y las expediciones. Se trata de asegurarse de que en la aldea
se mantendrá la unión; en el caso de la patrilocalidad tendrían que entregar la organización
a sus esposas, que no están relacionadas por la sangre; es por eso que prefieren entregárselo
a sus hermanas. En la matrilocalidad el único nexo de unión, de seguridad y de herencia
que puede encontrar un hombre es en un tío materno (avunculocalidad, de avunculus, tío en
latín). De todos modos, a pesar de la matrilinealidad y la matrilocalidad, no se puede hablar
de matriarcado, algo muy poco común; “el matriarcado permanecerá excluido mientras los
hombres sigan monopolizando las técnicas y la tecnología de la violencia física”.