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El origen del machismo (según Harris)

Harris propone que el origen de la guerra en las


sociedades primitvas no se encuentra en una
supuesta naturaleza agresiva del hombre sino en
las presiones poblacionales y ecológicas. Del
mismo modo, también propone que el origen
del machismo, o supremacía masculina, no
tiene su origen en la naturaleza del hombre (su
fuerza física) sino en la necesidad de mantener
la institucionalidad bélica (el culto a la fuerza y
a la violencia) para favorecer el infanticidio
femenino y con ello frenar las tasas de natalidad
o reducir la población efectivamente. El punto
central de la teoría de Harris es la libertad
sexual de la mujer en relación al control de la natalidad. Frenar la natalidad siempre ha sido
vital para las poblaciones, inconscientemente, desde épocas remotas. El agotamiento de los
recursos naturales y sobretodo proteínicos, la hambruna, era el resultado no solo de una
sequía prolongada sino también de una natalidad desenfrenada. Frenar la natalidad se hacía
inconscientemente mediante el infanticidio femenino (su justificación era que la mujer no
sirve para la guerra), pero también a través del machismo, que oculta a la mujer de otros
hombres, la castiga con la muerte en caso de adulterio (lo que no pasaba cuando el hombre
era el adúltero), o la reúne en un harem junto a otras mujeres, ocultas de las miradas de
otros hombres, todo con el fin de disminuir la disponibilidad sexual de las mujeres.

La supremacía masculina, o machismo, se observa abrumadoramente en las estadísticas


etnográficas recopiladas mundialmente por los antropólogos, a pesar de las feministas y los
románticos del matriarcado: ¾ partes de los aldeanos y de las tribus tenían linajes
patrilineales, y sólo 1/10 seguían un linaje matrilineal. La poligamia es 100 veces más
común que la poliandria. La transferencia de bienes a la familia de la novia, “el precio de la
novia”, está universalmente difundida, mientras que el “precio del novio” prácticamente no
existe salvo en lo denominado como dote, en el cual más que un novio, se “compra”
prestigio, o se transfieren bienes para costear una novia onerosa; en el primer caso es muy
común que la novia quede obligada a servir, lo que no ocurre nunca en el segundo caso. Es
frecuente en los casos de matrilocalidad que la mujer se desembarace con facilidad del
esposo, pero en la patrilocalidad la mujer queda obligada para con el esposo.

En las aldeas patrilineales los caciques y líderes religiosos son casi siempre y en su
mayoría, hombres. En muchos lugares se amenaza a mujeres y niños con matracas, o con
máscaras, cuya fabricación y guarda se esconde escrupulosamente.  La menstruación es
considerada una impureza por innumerables pueblos, pero el semen es considerado
estimulante y vivificante. La división del trabajo es así mismo casi siempre injusta para con
las mujeres: deben recoger diariamente agua y leña, recolectar, moler, machacar semillas,
cocinar todos los días, cuidar de los niños.
Todas estas asimetrías parecen explicarse por la guerra y el monopolio masculino sobre las
armas. “La guerra exigía la organización de comunidades en torno a un núcleo residente de
padres, hermanos y sus hijos. Tal proceder condujo al control de los recursos por los grupos
de intereses paternos-fraternos y al intercambio de hermanas e hijas entre estos grupos
(patrilinealidad, patrilocalidad y precio de la novia), a la asignación de mujeres como
recompensa a la agresividad masculina y de ahí a la poligamia. La asignación de las tareas
pesadas a las mujeres y su subordinación y devaluación rituales surge automáticamente de
la necesidad de recompensar a los hombres a costa de las mujeres y de ofrecer
justificaciones sobrenaturales de todo el contexto de supremacía masculina”.

Pero esta relación entre belicismo y forzada supremacía masculina parece quedar anulada
cuando se observan pueblos matrilineales, matrilocales, sin precio por las novias, y sin
instituciones culturales o religiosas para intimidar a las mujeres, que sin embargo se
muestran muy agresivos para la guerra, belicosos y crueles; este es el caso de los iroqueses.
El autor resuelve esta contradicción explicando que hay distintos tipos de guerras, y que
este tipo de pueblos practica una guerra externa, expansionista, con travesías más o menos
largas, alejadas de sus aldeas; este sistema necesita entonces de matrilinealidad y
matrilocalidad, puesto que las mujeres en mayoría en cada aldea gobiernan y se organizan
necesariamente; ocurre lo contrario en las guerras internas, como en las de los yanomamos,
que pelean con tribus vecinas y a veces emparentadas, donde los hombres nunca se alejan
demasiado, ni en el tiempo ni en el espacio. Es allí donde la supremacía masculina se
impone. Lo que queda claro es que el belicismo no está directamente relacionado con una
cultura de tipo machista, sino que más bien ésta está relacionada con el tipo de guerra
practicado; a su vez, el tipo de guerra practicado depende de las condiciones ecológicas
(topográficas, poblacionales, etc).

El otro hecho que se deriva de la matrilocalidad es que los hombres, al estar disgregados en
las familias y pueblos por línea materna, más o menos separados de sus tíos, hermanos,
padres, fomenta la unión entre ellos, haciendo entonces que no practiquen la guerra contra
sus vecinos (casi siempre parientes) sino más allá. La guerra externa parece haber sido
siempre más organizada y contando con ejércitos más numerosos; por eso Divale afirma
que los pueblos patrilocales atacados por contigentes matrilocales, se veían obligados a
formar la misma organización que sus semejantes. Pero por otra parte la matrililocalidad
también favorece el comercio y las expediciones. Se trata de asegurarse de que en la aldea
se mantendrá la unión; en el caso de la patrilocalidad tendrían que entregar la organización
a sus esposas, que no están relacionadas por la sangre; es por eso que prefieren entregárselo
a sus hermanas. En la matrilocalidad el único nexo de unión, de seguridad y de herencia
que puede encontrar un hombre es en un tío materno (avunculocalidad, de avunculus, tío en
latín). De todos modos, a pesar de la matrilinealidad y la matrilocalidad, no se puede hablar
de matriarcado, algo muy poco común; “el matriarcado permanecerá excluido mientras los
hombres sigan monopolizando las técnicas y la tecnología de la violencia física”.

La guerra externa no es exclusividad de las aldeas matrilocales. Muchos pueblos nómades y


fuertemente patrilocales y patrilineales, con una marcada supremacía masculina,
practicaban la guerra externa. Pero esto se explica porque llevaban la aldea junto a ellos,
como pastores que eran, y los hombres mantenían entonces su constante presencia en la
aldea.
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