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7.

COMBINACIONES DE CÓNYUGES

En el capítulo anterior describí siete perfiles de conducta. Ahora expondré


varias de las principales combinaciones topológicas de cónyuges y las
razones por las cuales algunas de ellas tienen más probabilidades que
otras de satisfacer las complejas cláusulas de los contratos matrimoniales.
Como hay veintiocho combinaciones posibles, trataré de centrarme en
principios fácilmente aplicables a situaciones clínicas determinadas.
Los perfiles de conducta van cambiando a medida que los cónyuges
siguen interactuando y recibiendo el influjo de las fuerzas ajenas a su
relación; el sistema no es estático y siempre encierra un potencial de
cambio. La manera en que se interrelacionan dos esposos depende de
diversos factores: sus
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Por supuesto, el modo en que se emplea el sexo puede ser malo: cuando se lo utiliza para
dañar u ofender es tan maligno como cualquier otra manifestación de la inhumanidad del
hombre hacia sus semejantes.

contratos individuales; sus mecanismos de defensa y el efecto que estos


causan en el compañero; la motivación de sus disputas maritales, la
energía con que las desarrollan y las metas que persiguen con ellas; el
grado y calidad del amor, consideración y afecto mutuos; su deseo de
mantener la relación y hacerla funcionar; su salud física; las influencias
externas (incluyendo las familias de origen), y muchísimas otras variables.
Naturalmente, nuestros conocimientos actuales no nos permiten
pronosticar con exactitud la conducta interaccional de la pareja, ni
explicar todo cuanto observamos en ella.
Para que haya una relación satisfactoria y duradera, es preciso que los
esposos se acepten a sí mismos y al compañero tal como son; una relación
basada en la esperanza o promesa de que uno u otro cónyuge cambiará no
puede durar mucho tiempo. En la mayoría de las relaciones buenas tiende
a observarse una compatibilidad —no es necesario que haya similitud—
de propósitos y modalidades, o bien una complementariedad sin
ambivalencias, además de una relativa falta de hostilidad.
Las doce áreas correspondientes a los parámetros biológicos e
intrapsíquicos de los contratos matrimoniales indican los determinantes

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importantes de la calidad del matrimonio. En cuanto a los mecanismos de
defensa de cada esposo, recién comenzamos a percibir más claramente su
importancia y, por ende, a estar mejor capacitados para emplearlos en la
terapia. Hace mucho tiempo que descubrimos y describimos los
mecanismos de defensa individuales, pero no veíamos con claridad hasta
qué punto las defensas del yo y el ello de cada cónyuge determinan la
calidad de sus interacciones, o sea, la esencia misma de su relación. Las
diversas interacciones generan defensas que, a su vez, las modifican; por
otra parte, las características del compañero, y de la relación en sí, pueden
provocar en el individuo defensas que permanecían en desuso desde
muchos años atrás o que no había utilizado nunca.
La conducta dentro del sistema conyugal es compleja y de múltiples
procedencias. Cada individuo trae consigo la historia genética y ambiental
que ha modelado su personalidad, y sigue cambiando a medida que
continúa su relación marital. Sus reacciones dentro del sistema diádico
están determinadas por factores remotos que datan de períodos anteriores
de su vida y también por factores presentes, inmediatos. A esto deben
sumarse los determinantes externos y aun los hijos, ya que estos se
convierten en determinantes adicio- nales capaces de afectar
profundamente el funcionamiento del sistema marital.
En los niveles de interacción que nos interesan no hay, al parecer, ninguna
tendencia conductal determinada por el sexo; las características de
cualquier perfil pueden observarse tanto en el hombre como en la mujer.
El factor cultural puede determinar el modo o estilo en que se expresan
dichas características, pero no su presencia en sí. Por ejemplo, hombres y
mujeres por igual pueden desear el poder, pero tal vez diferirá la forma en
que cada uno procura satisfacer ese impulso básico. Es importante
comprender que el ser humano es ante todo una persona y sólo en segundo
término hombre o mujer. En las combinaciones que expondré a con-
tinuación, cada perfil puede corresponder indistintamente al marido o a la
esposa.
Los siete perfiles de conducta describen el comportamiento básico de cada
individuo dentro de la relación particular de pareja. No definen la manera
en que él cree comportarse, ni sus ideas manifiestas, ni la imagen de sí
mismo que dice tener, sino que lo definen como es en realidad al

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interactuar con su compañero. Por supuesto, ninguno de estos perfiles se
da en forma pura; hay subtemas secundarios y terciarios que modifican la
relación, y que proporcionan gratificaciones y válvulas de escape cuando
las presiones negativas resultan demasiado fuertes.
Culpar de la interacción negativa a uno solo de los cónyuges sería caer en
un grave exceso de simplificación, pues ambos pueden ser responsables
—aunque no necesariamente culpables— de una interacción
insatisfactoria o destructiva. Muchas veces, la «víctima» aparentemente
inocente emite señales que estimulan reacciones adversas en su
compañero. Es en buena medida el caso planteado por Edward Albee en
¿Quién le teme a Virginia Woolf ?: George hace que Martha, su esposa,
hable del hijo imaginario de ambos advirtiéndole una y otra vez que no
mencione «al chico», con lo cual se asegura la reacción contraria y
permite que la tragedia siga su curso predestinado. Empero, ningún
cónyuge se limita a reaccionar ante el otro: ambos procuran satisfacer sus
propias necesidades ambivalentes de autoafirmación y defensa, y también
las del compañero; ambos se afectan y responden entre sí a nivel de su
exquisita sensibilidad inconciente. Culpar a uno u otro sería establecer un
marco de referencia totalmente incorrecto, sin apreciar la importancia del
siste- ma de esa pareja. Los dos esposos provocarán inevitablemente
interacciones positivas, negativas o de cualquier otro tipo; los dos deberán
desarrollar una actitud de «no culpabilidad», a medida que aprendan de
qué modo sus propias interacciones pueden depararles consecuencias
positivas y negativas.
En la interacción, cada cónyuge trata de satisfacer su contrato individual,
incluyendo las ambivalencias y los elementos disuasivos que él mismo se
impone. Cada cual espera obtener más del compañero que de ninguna otra
persona en el mundo, y está dispuesto a dar algo a cambio de lo deseado.
Por eso se entregan a juegos basados en la confianza, pruebas,
mortificación, amor, sospecha, coacción, amenazas, manipulación y mil
maneras más de intentar obtener lo deseado, o de impedir que el otro lo
obtenga. Así, los esposos tratan de provocarse el uno al otro reacciones
que satisfagan sus más caros deseos y, además, confirmen sus peores te-
mores y sospechas.

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Algunas relaciones cumplen los propósitos de ambos cónyuges y los del
sistema dentro de un marco de felicidad y placer, no obstante ciertas
fatigas y sufrimientos, pero otras no cumplen unos u otros fines, o los
cumplen a expensas de uno o ambos cónyuges. En estos casos hay dolor o
sensación de vacío, la alegría es escasa o nula, y no se comparte la vida
con un amigo, sino con un enemigo. En su obra Transactional Analysis in
Psychotherapy (1961), Eric Berne indicaba cómo puede cambiar
rápidamente el «estado yoico» de una persona durante una transacción
con otro individuo; Berne definía tres estados yoicos, muy conocidos:
parental, adulto e infantil. Los perfiles de conducta aquí definidos
comparten algunas de las características de estos estados yoicos, pero
también incluyen otras. Los dos conceptos no son excluyen tes: cada cual
describe una parte de la interacción diádica, basándose en marcos de
referencia diferentes.
Ciertas combinaciones de cónyuges son de por sí inestables y producen el
rápido deterioro de la relación (desembocando en el divorcio, la hostilidad
armada o el distanciamiento glacial), a menos que entren a actuar
mecanismos de defensa adecuados y compatibles. Así pues, los siguientes
tipos de matrimonios pueden mantenerse constantes, cambiar o acabar en
una separación... o en diversos grados de infelicidad. Por supuesto, los
cambios en los perfiles de conducta pueden ser el fruto de fuerzas
negativas o positivas. Años ha, tal vez habríamos dicho que algunos
perfiles de conducta predominan en el hombre y otros en la mujer, pero
hoy día es imposible afirmarlo.

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