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SOTERIOLOGÍA

Wenceslao Calvo (01-10-2011)

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Evangélica Pueblo Nuevo

SOTERIOLOGÍA

Soteriología es el nombre que recibe esa rama de la teología cristiana que trata de la obra del Salvador; es la
doctrina de la salvación, que ha sido efectuada por la segunda persona de la Trinidad.

Definición
Relación con la mediación
Relación con la obra profética de Cristo
Relación con la expiación
Relación con la justificación
Relación con el oficio real de Cristo
Resumen
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Pedro en el mar, por Phillip Otto Runge
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Pedro en el mar, por Phillip Otto Runge


Definición.
Se ha de distinguir cuidadosamente de la cristología, que trata solamente de la persona del Redentor: Su
encarnación, su divinidad y humanidad y la combinación de ambas en su única y perfecta personalidad. Pero
hay que tener siempre en mente que cualquier concepción adecuada de su obra soteriológica debe estar
basada en ideas correctas, establecidas anteriormente, sobre Cristo tal como es en sí mismo, el Salvador
cualificado y señalado de los hombres. La soteriología no incluye la obra concurrente del Hijo de Dios en
otras esferas, tales como la creación, providencia o administración moral. Ni tampoco incluye aquellos
aspectos de la salvación que suponen, por un lado, el propósito electivo y el amor del Padre, o, por otro, el
ministerio interior del Espíritu en la aplicación de la gracia salvadora. Aunque el Hijo está vinculado con el
Padre en el plan original de la redención y en la elección de aquellos en quienes ese plan va ser eficaz, su
obra específica yace más bien en la ejecución de ese plan y en la salvaguarda auténtica de la redención a los
que creen. A la vez, de nuevo, el Hijo está vinculado, al Espíritu Santo en la convicción de los pecadores y
en llevarlos, por la regeneración y la santificación, al pleno disfrute de la salvación preparada. Su obra
primaria es más bien la provisión misma en la que, como fundamento divino, esta obra subsecuente de
restauración espiritual debe basarse. El Padre crea, preserva, gobierna, planea y elige; el Espíritu ilumina,
educa, santifica y completa el proceso salvador en el alma; el Hijo, como mediador, presenta, revela,
instruye, expía por el pecado, satisface la ley y pone el fundamento de justicia, por el que, bajo una
economía de gracia, todo el que cree en él, concurriendo el Padre y el Espíritu, se salva.

Relación con la mediación.


La idea más general de esta obra específica del Hijo de Dios está expresada en el término mediación. Su
misión peculiar es intervenir, en el carácter de la gracia y con el propósito de la reconciliación forense y
espiritual, entre el hombre como pecador y Dios, a quien el hombre ha ofendido. Como mediador, el Hijo de
Dios, que es también el Hijo del Hombre, estaba cualificado, tanto por la investidura inherente como por la
designación oficial, y en esa obra de mediación ha logrado verdaderamente remover la separación,
restaurando la armonía perdida entre Dios y el pecador y procurando para el hombre una expiación
completa, bienaventurada y eterna con Dios. Esta obra genérica de mediación es generalmente descrita por
los teólogos calvinistas bajo las tres formas especificas indicadas en los términos profeta, sacerdote y rey. Se
ha cuestionado si esta distribución es en todos los aspectos deseables, si, por la división de una obra en esas
tres partes u oficios, nuestro sentido de la idea esencial de su obra no queda impedido y si la idea subyacente
de mediación no queda debilitada por tal multiplicidad de opciones y relaciones particulares (J. J. van
Oosterzee, Christian Dogmatics, cviii, Nueva York, 1874). ¿Es esta idea central adecuadamente expresada
en esas tres formas? ¿Contienen ni más ni menos que la idea subyacente? y donde la división se hace ¿son
esos tres oficios siempre mantenidos en su lugar proporcionado y seriamente investidos con su dignidad
propia en el valor de la única obra de mediación? Cualquier respuesta que se pueda dar a esas preguntas
sobre bases exegéticas o especulativas, no es razón adecuada para rechazar una presentación analítica que ha
obtenido una expresión tan definida en los credos evangélicos (Catecismo de Heidelberg, respuesta 31;
Confesión de Westminster, capítulo ocho) y ha sido tan extensamente adoptada como guía reguladora en la
teología moderna.

Relación con la obra profética de Cristo.


Al estudiar la soteriología en este triple aspecto, aparece primero la función profética del Salvador, en la que
está incluida esa revelación total de la verdad salvadora que él, como Logos divino, vino a traer a los
hombres. Todos los maestros religiosos, y especialmente todos los inspirados, que fueron anteriores a él
como reveladores de la doctrina o el deber sagrado, fueron sólo mensajeros que prepararon el camino ante él
y todo lo que siguió después tuvo como misión simplemente elucidar lo que él enseñó. Cristo es el Logos
perfecto, en virtud tanto de su relación eterna dentro de la Trinidad como en su designación específica como
Verbo de Dios para el hombre. En él residen todas las cualificaciones para el cumplimiento completo de esta
obra profética y de él vino en la forma más elevada y con el poder más absoluto, toda la verdad que el
hombre necesita saber para su salvación. Esta función profética se puede subdividir en enseñanza directa e
indirecta; directa mediante la enunciación formal de las verdades salvadoras e indirecta mediante el poder
sobreañadido de su ejemplo y personalidad. Cristo, como maestro y profeta, se convierte en un modelo
permanente también. En sí mismo, igual que en su mensaje, es luz y la luz es la vida de los hombres. Se
puede preguntar si, a consecuencia de la fuerte inclinación del protestantismo evangélico a exaltar la obra
sacerdotal de nuestro Señor como foco central, esta misión profética no ha sido relativamente ignorada y,
más específicamente, si la idea bíblica de él como la verdadera norma y ejemplo de nuestra humanidad no ha
sido demasiado sometida a los usos de aquellos que rechazan totalmente su carácter y misión sacerdotal.

Relación con la expiación.


Esta intervención vicaria y ofrenda de sí mismo en favor de los pecadores y por el pecado es una parte
esencial de la obra mediadora del Salvador y se revela tan claramente en la Escritura que no puede ser
cuestionada por nadie que reciba su testimonio como concluyente. Las exigencias de ese gobierno moral de
la expiación contra el cual el pecador se ha rebelado, los requisitos de la justicia como eterno principio en
Dios y las necesidades del alma misma para recuperar su salud espiritual, demandan lo que la Biblia en
formas múltiples afirma del sacrificio de sí mismo, hasta la muerte, por parte del Redentor. Sin ese
sacrificio, la mediación sería inadmisible e ineficaz. Cualesquiera que puedan ser las ideas de los creyentes
en cuanto a la naturaleza, extensión y alcance de esta obra sacrificial de Cristo, todos concuerdan respecto al
hecho de que es incuestionable y vital. Que el Señor sufrió y que lo hizo por causa del pecado y para salvar a
los hombres del mismo y que por su sufrimiento y muerte los hombres son salvados de la condenación y del
poder del mal y que esta salvación es inmediata y auténtica y será completa al final, son los grandes hechos
de gracia que yacen en el fundamento del sistema básico que constituye el cimiento de toda esperanza
evangélica.

Relación con la justificación.


La justificación es el acto divino de perdonar al pecado y aceptar a los pecadores como si fueran justos,
sobre la base genérica de todo lo que Cristo ha hecho en el munus triplex de la mediación y específicamente
sobre la base de lo que él ha sufrido y hecho en nuestro favor, como nuestro gran sumo sacerdote y
sacrificio. Aceptar al pecador como si fuera justo, adoptarlo en la familia de Dios y hacerlo heredero de las
bendiciones y privilegios espirituales, sin exigir de él arrepentimiento y regreso a la lealtad, como
condiciones, y sin provisión para su liberación de las penas legales en que ha incurrido por su pecado, sería
una transacción indigna. La única garantía adecuada para tal aceptación y adopción se debe hallar, no en
cualquier dignidad inherente a la naturaleza del hombre o a cualquier mérito en su vida, ni siquiera en su
arrepentimiento y fe contemplados como concomitantes o consecuencias, sino en la obra mediadora y
especialmente en el sacrificio de Cristo.

Relación con el oficio real de Cristo.


El oficio real del Salvador es un elemento necesario en su amplia obra de mediación. Él es rey porque ha
sido profeta y sacerdote; es también rey por derecho inherente, divino. Su reino comienza en el corazón de
los que creen y es esencialmente espiritual; es una autoridad ejercida en amor y cuyo propósito es salvador.
Su iglesia, compuesta de aquellos que se han sometido a él personalmente, es su dominio de gracia; y sobre
ese dominio él es cabeza suprema, en todas partes y siempre. Este reino fue fundado por él antes de su
venida terrenal y se ha extendido por muchas tierras y a lo largo de los siglos por su gracia y poder;
continuará creciendo, por la agencia de las fuerzas que se han incorporado, hasta que llene la tierra en su
regreso. Más allá de este dominio se puede discernir su exaltación a la diestra del Padre, para ser abogado y
defensor de su pueblo. Esta abogacía e intercesión continuará hasta que todos los que son suyos hayan sido
traídos junto a él en lo que es literalmente el reino de los cielos.

Resumen.
Tras esta panorámica de las funciones específicas de Cristo y regresando a la idea matriz de mediación, se
puede comprender la plena doctrina de la salvación efectuada por él en favor del hombre. Hay una
soteriología subjetiva, que incluye específicamente la obra efectuada dentro del alma por el Salvador
mediante su Espíritu y que se expresa en los términos de regeneración y santificación. Pero la soteriología
objetiva, que es la aquí considerada, está resumida en la frase triple de Aquino: Christus legislator, sacerdos,
rex. Para la mente protestante esto se expresa esencialmente en el término justificación, que, igual que el de
regeneración y santificación, muestra aquello en lo que la salvación divina consiste.

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