Está en la página 1de 15

INDEPENDENCIA, ESTULTICIA, MANICOMIOS: CLAUSTROS

QUE DEFORMAN EL DERECHO CIVIL EN LA CONSTRUCCIÓN


DEL ESTADO COLOMBIANO

TRABAJO FINAL
JUAN CAMILO CORTÉS GARCÍA
PROFESORA: LUCÍA DUQUE

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA SEDE BOGOTÁ


HISTORIA DE COLOMBIA II
4 DEDICIEMBRE, 2015
INTRODUCCIÓN:

El siglo de las luces ha visto el nacimiento del ojo clínico. Desde Kant y la aufklärungi,
pretende enmarcarse el concertante jurídico y médico de la locura, en el contexto
lánguido del tribunal que la retracta, que jamás había tenido formas definidas
estrictamente por imperativos categóricos. La filosofía estaba encaminada en una gran
transformación que el iluminismo proclamaba por el derecho de los seres humanos, y de
este modo, el mundo tendría que ser funcional para los teólogos, y con esta cuartada los
más imbéciles se hicieron llamar “los sabios” ilustrados. Las surgentes instituciones
cargadas con un elemento religioso imperante aventajaron sobre las ciudades
segmentadas por su precaria condición, y se fusionaron en los estados nacientes. Los
proyectos nacionales enraizados en el fervor de la utopía de la revolución, necesitaban
héroes, salvadores, financiadores y al menos un dios que protegiera la soberanía del
pueblo liberado, estos mamarrachos que antes fueron títeres del rey se hicieron llamar
soldados valerosos, manipularon discursivamente los sectores sociales mayormente
desfavorecidos por el régimen colonial monárquico.

Toda la antigua sabiduría astronómica y medicinal había sido saqueada, y los mestizos y
demás pobladores ya no tenían prácticas culturales de resistencia coherentes para
responder históricamente a semejante evento, satanizados y reformados porque la
naturaleza como la locura de su antigua salud aborigen, no fueron bien vistas por el vigía
superior, el ebrio héroe independentista, centinela que se ha reservado el derecho a la
ciencia como su único bien privado del público. América se desangraba, en la construcción
de los proyectos de estados nacionales republicanos: la ciencia de la manipulación
sistemática de las multitudes, hacer del Hombre mercancía potencialmente explotable al
servicio de la nación, desplazando política y económicamente el papel de la monarquía,
matando, devaluando al indígena para constituir conceptual y formalmente el nuevo
ídoloii. Purificándose la labor de la iglesia en los oficios del estado.
A propósito, Max Hering en su introducción de Cuerpos Anómalos, afirma que “en la
historiografía clásica del siglo xix, el cuerpo humano no representó realmente un objeto
de estudio, sino que más bien se entendía como una categoría implícita y de carácter a-
histórico”iii; el cuerpo humano para ser estudiado por esos seres de aromas mortuorios
como sus máquinas, no podía ser un cuerpo vivo, porque evidentemente un cuerpo vivo
no permite que se le cometan aberraciones de esa magnitud. Para Foucault las técnicas de
poder discursivo sobre el cuerpo se originaron efectivamente en el siglo xvii, y dichas
técnicas hasta la llegada de la década de 1960 permanecieron casi intachables y ocultas
para la sociedad controlada por un régimen absolutista que empezaba a carecer de
sentido, por ello las dictaduras posteriores a esta fecha han sido fácilmente
desestructuradas en la práctica-teórica social. Caso contrario fue la revolución de
independencia norteamericana que se fundamentó en otras ideologías al principio y no
será foco de estudio en esta oportunidad.

El criollo independentista nutrido y muy ilustrado, se ha reservado la tierra colombiana en


la implantación de un nuevo sentido de la existencia paradigmático, democrático para
aludir penosamente a una antigüedad borroneada. El imperativo categórico es
administrado por el estado que lo promulga, la principal institución totalizadora social. El
moralista Kant, desde la aufklärung, ha dado el golpe final, ha dotado a la modernidad de
aquellos aparatos formales de ejecución de máximas universales, como nueva y
reincidente victoria de los instintos decadentes, ¡ha provocado la locura a lo largo y ancho
del globo terráqueo!, y también lo que se llamó revolución francesa, aunque fue un
proceso errante, modeló para quienes pretendían cambiar discursivamente un paradigma,
interesadamente a favor, muy personal; ya que el cuerpo no es solamente un conjunto de
sistemas orgánicos que constituyen un ser vivo, sino que este portador de codificaciones,
adquiere sus significados a través de adscripciones y proyecciones en contextos
socioculturalesiv.
Terreno en el que es reconocida y manifiesta en proporcional correspondencia con los
imperativos kantianos, la teoría de lo normal: precisamente por medio de esta, establecía
cuál era el prototipo de hombre “normal” de acuerdo a la idea de modernidad, enlazada
con la de civilización moderna. Los aspectos en los que puntualizaba estaban relacionados
con la tipología física, médica, psíquica y moralv.

“Estos preceptos convergieron en el advenimiento de la institucionalidad normalizadora


moderna, que instauró dispositivos disciplinarios y de control para la administración de la
vida de los individuos y de las poblaciones: la familia, los talleres, la escuela, el hospital, el
cuartel y el manicomio”vi.

“La construcción del saber médico-teológico sobre los ´cuerpos anómalos´ en España y su
incidencia en la Colonia en los siglos xvi y xvii, reconfigura dichos saberes a partir de los
legados de la antigüedad y de la edad media, para adaptarlos a las necesidades del
dogmatismo cristiano y su sistema de adiestramiento y control” vii. Los derechos humanos
referentes a las discapacidades de una conducta normal, perpetúan la destrucción del
poder del verdadero idealismo, en ese estéril ideal putrefacto nihilista, que había brotado
antaño del ascetismo filosófico de protestantes alemanes, y que anidaba en el catolicismo
que hervía en Europa durante el siglo xx; Esta locura, contracorriente, reformatoria,
protestante, toma todas las formas moldeadas, ¡por imperativo categórico!; Immanuel
Kant, en parte es responsable de la aparición repentina del manicomio que se ha
instaurado hoy en la ciudad, y por esto la ciudad misma se ha convertido en un manicomio
furioso; estandarizando la enfermedad, y el tipo de ser humano enfermo, lisiado, pobre,
dentro de la categoría ideal socialista, dentro de esas falsas dinámicas de causa y efecto
producto de la filosofía de Kant. Por defecto, las clínicas y los hospitales, instrumentos
teológicos de la modernidad, son relegados para prestarle servicio a muertos y
moribundos, que acuden allí envenenados por ese estado pérfido de aquestas ciudades en
descomposición.
Es principalmente reflejo de este paradigma, generalmente, que ninguna persona sea
capaz de sentir la autonomía de escoger libremente a sus maestros, o médicos que se
hacen por antonomasia inalcanzables, y volubles; la escuela catedrática es
suficientemente enfática en esto, ya que según la filosofía asistencialista del estado la
educación debe ser un derecho público obligatorio, impuesto así como la salud, y tanto
como la religión estatista. Es decir, la locura se moldea a finales del siglo xix en el
imaginario social que promulga el estado social de derecho revigorizado por intermedio
de la educación, en la reconstrucción absolutista de la nación durante el periodo de
regeneración en el que la represión estatal creció, pues finalmente la elaboración de los
cuerpos en el discurso, la esterilización del Hombre académico en el siglo veinte, permitirá
con el debido servicio, el control de los Hombres para fines extraoficiales, y muy
protocolarios, vagos. Las instituciones al servicio de la patria falsa han envenenado la
sociedad colombiana. Se ha instaurado en las clínicas un cementerio, rondado por milicia,
y por policía.
LOS MANICOMIOS PARA LOS POBRES Y LOS ANORMALES, NO PARA LOS LOCOS:

¡La psiquiatría es ahora posible!, la actividad clínica ejemplifica un proceder predilecto en


virtud del pensamiento antropológico, del demente, decaído, del condenado socialmente
al manicomio por padecer los males; vivificar los fantasmales instaurados comúnmente
para controlar a la población con la “enfermedad del alma”, una esquizofrenia, para “la
perdutta gente”viii. Todo médico desearía ser un antropólogo, pero todo antropólogo niega
al médico, porque el artista homínido también es un alquimista muerto y científico, irreal,
animal, holograma expulsado del paraíso, y expulsado del surrealismo. Son estos artistas
quienes han ejercido una resistencia, tratando de curar al Hombre de la medicina
moderna. Por esta razón Van Gogh cuando decían que se encontraba loco, manifestaba en
el fondo simplemente encontrarse embrujadoix. De similar manera en las investigaciones
del profesor Carlos Pinzón en la clínica de Teguas, encontró que casi todos los registros de
la clínica indicaban que allí albergaban locos cuando en realidad estos supuestos, decían
estar embrujados, de acuerdo a sus prácticas culturales de resistencia. Actualmente en
estas atractivas zonas latinoamericanas citadinas, están los que experimentan “el
resultado de una generación que no conoce una gran guerra” x, pero viven en las entrañas
de las más recientes guerras mundiales de estados, de instituciones que diluyen al
Hombre. Se matan entre los occidentales y los orientales por anómalas diferencias cuando
son tan semejantes en el fondo de su pasado. Vivimos en una constante crisis
humanitaria, esto quiere decir: espiritual; y prácticamente en cualquier momento, de
estas condiciones sociales querrá brotar una semilla de esperanza.

Precavido se comporta el espíritu al borde de lo desconocido. En silencio opera el


momento sagaz, reaccionando a la razón y aborreciéndola, parado frente al espejo y
reflejado viaja por la inmensidad del espacio-espejismo, alimentándose y entregando lo
que es bello de su interior. Es como esa flor que adormece los sentidos, que recubre la
goma cerebral con una especie de masa lípido-soluble, y le cuida como a un primogénito.
Ese aroma de flor, venenoso en ciertos casos como la mujer, eleva a los sentidos, y se
aferra al alma como la mejor de las amantes. Corrompe la razón, y la locura siniestra, llega
desde muy lejos para abrir las puertas de la percepción, como desnudándose. Las
pasiones grandiosas, los vicios de pasión, y el contacto picoso y soberbio en el paladar y
en la piel, el gusto y la ansiedad del instante, que ora otros tiempos se censuraban y
restringían, susurran al silencio para que en la cueva extraterrenal se le aproximen a un
tacto infra-modesto. Justo cuando los ojos son los que están hablando… es el teléfono
quien camina tejiendo con redes de ciempiés. El sentido apoteósico del espíritu escéptico
es conformar una mirada condicionada con anticipo, al armazón pletórico de lo que es
examinado. Para Foucault las precondiciones ideales, promotoras de una ciencia clínica
durante el siglo xviii, exigían hacer de la mirada un arte, una pureza excepcional para el
lenguaje que la articula con fidelidad a lo que ha examinado; un “ojo que habla, sería el
servidor de las cosas del maestro de la verdad” xi –(en una instancia ulterior de la
constitución de la ciencia médica, en la técnica de percepción semiológica de los síntomas,
no actuaría únicamente la vista, sino el quantum)-; En otras palabras, la mirada espirituosa
es una lectura realizada con serenidad, no es aficionada, es semejante a la labor
prodigiosa del filólogo, descarnando una lectura seria de los objetos que examina, aunque
en apariencia no tuviesen letras ni signos. De todas maneras, en el siglo diecinueve no
había madurado la ciencia, el lodo carcelario hacía difícil realmente que obras magníficas
con amor se llevaran a cabo, la resistencia de los artistas sufría un aislamiento que legó la
maldición sobre la boheme francesa, el simbolismo, y sin embargo, posteriormente, a
pesar de Nietzsche, del anticristo, y del gran dragón, todo el pasado se opuso al Hombre
como un enemigo; un sombrío pasado, que expurga del génesis del pecado original,
aglutinando las masas en claustros indecentes, asilos, instituciones, y cavernarias paredes,
introduciéndoselo con misiles y fustas malévolas, en la porosidad de las heridas abiertas.

El Hombre no era objeto de estudio público, la condición psicoanalítica que se ha


desarrollado recientemente no existía a disposición de la población en el proceso de
nacimiento y reforzamiento del estado, eso era algo que técnicamente se oponía al
estado, no era conveniente para la clase política ¿qué solución se podría implementar
para contrarrestar esas amenazas? Al menos sabemos que hoy nos queda una gran
esperanza en la sangre que hemos puesto en cada letra de nuestras memorias, no
obstante las pérdidas y las derrotas.

Los asilos para enfermos mentales aparecen en Colombia en la segunda mitad del siglo xix
(1870), acto motivado por la Junta General de Beneficencia de Cundinamarca xii. Es
importante rastrear los significados de locura en la construcción de un estado-nación,
pues fue entonces el Hombre (pensante) que vivía enfermo, quien pretendiendo depositar
su confianza en un estado que todo lo ha hecho imposible, conserva el estado de
enfermedad y naturaliza la desgracia, la decadencia, y la maleabilidad. La locura fue
asociada a la clase social y a la higiene, (se habla de higiene desde el siglo xix); La pobreza
desencadenaba locura. Pero antes de la existencia de manicomios, ¿cómo se practicaba el
control de los “enfermos mentales”? El imaginario típico producto del lodo mental
judeocristiano era suficiente para segregar a “los pobres, a los miserables, y a los
enfermos”, y las asociaciones entre locura y pobreza comenzaron a puyar en ese
imaginario tan triste y horripilante. “Por ejemplo, en el caso de Antioquia, según Jurado
en el censo de 1851 fueron clasificados como ´desocupados, indigentes e inhábiles´ los
siguientes individuos: limosneros, mendigos, valetudinarios, enfermos ancianos y
pordioseros, entre otras categorías como ciego, demente, idiota, loco, retirado y tullido,
sin que sea clara la diferenciación entre muchas de ellas y los criterios que se tuvieron en
cuenta para hacer tal clasificación”xiii.

A tal efecto la salud pública se alborotaba en Colombia, en petulantes enmarcaciones


dignas de sus frenocomios, “se propagaron actitudes de prevención del contagio por
exposición nociva a grupos de miserables y locos, que ‘ofenden la moral pública y sus
penalidades y humillaciones mortifican a la sociedad’” xiv. Un estado-nación que procuraba
el orden implantando el desorden y el caos, que proclamaba una sociedad libre pero no
era capaz de separarse de la iglesia, era típico de dirigencias toscamente formuladas por la
moralina de su constituyente. Sin lograr tampoco concebir la iglesia separada del estado,
porque ejemplificamos que en todas las escuelas públicas moralmente se ha enseñado la
historia de la biblia como si esta no hubiese sufrido ninguna alteración hasta nuestros
tiempos, como si no existiera el Corán, como si las tablillas sumerias fueran de papel, la
educación de comienzos del siglo veinte en Colombia era muy peculiar, exigente,
represiva y violenta. El siglo xix en América es crucial porque hay países nacientes que
están buscando los métodos para crecer libremente, para reedificar un concepto científico
del Hombre que pueda crear una nueva ciencia antropológica, que se construya a través
del Hombre, o que pueda sanar la vida de los pueblos con el arte. No obstante la antítesis
de esa naturaleza se encarnaba en teólogos y sacerdotes que insistían en falsificar el
pasado del pueblo, y dentro de las causas asociadas a la locura se podrían entrever: el
alcoholismo (chichismo), la miseria, o seguir siendo una “familia prehistórica” como los
indígenas supersticiosos. Pero si es en el pasado en donde podemos hallar el paisaje de
una bella libertad reflejo del amor de los pueblos, y una sabiduría histórica humanista
genuina, ¿qué clase de sujetos ostentan en controlar la educación para desnaturalizar a
los seres humanos de su pasado? Seguramente son esos mismos sujetos los que por
conveniencia necesitan controlar sujetos dóciles, amansados, y por ello aquél que sea
capaz de oponerse sentirá el peso del dolor de las generaciones sobre su conciencia: todos
quieren ser iguales y quien “disiente del sentir general se recluye voluntariamente en el
manicomio”.xv

Todo pueblo sano vive más allá del derecho, por ello en los manicomios habitan los
sujetos que están más allá del derecho, porque es aquí donde recluyen la clarividencia y
condenan la locura enjuiciándola en la criminalización de las prisiones, es aquí donde está
el pueblo recluido de su sabiduría. De esto se encarga el código penal, y también me
gustaría observar qué dice la gente cuando reacciona a estos códigos, encargados de
proteger la soberanía del estado. Viendo porqué el estado colombiano se ha conformado
en provecho de la moral y los derechos de los ciudadanos, para enriquecer pequeños
sectores a costa de esta ideología que proclamó la libertad falsamente. “El estado miente
en todas las lenguas del bien y del mal”xvi, y de estas dinámicas procrean una generación
de idiotas que creen fervientemente en el bipartidismo, ya que sin el bando opuesto no
pueden retroalimentar el discurso político, el mismo que dice proteger los derechos de los
individuos, y en realidad atenta contra la libertad de los individuos, y de diversos grupos
étnicos, como hurgando la herida mortal controladamente. Liberales y conservadores; los
primeros satanizados por el clero pero lastimados por su ambición de poder, los segundos
autoproclamándose hijos de dios: estos últimos son los que conservan la fe, la paz, el
culto, la justicia, la moral, la ley, la virtud, la patria, el orden, la civilización, y todo lo
buenoxvii.
PERIODO DE REGENERACIÓN (1886-1900):

Al mismo tiempo que se desarrollaba el periodo de regeneración, en Europa se desarrolló


un fenómeno conocido como la romanización, que reforzando los alcances del poder del
vaticano globalmente, provocó que la institución eclesiástica colombiana jugara un rol
protagónico en este periodo histórico. El régimen de cristiandad, por medio del concordato
de 1887, le dio el control de la educación pública al clero xviii, esto plasmado en el artículo
41 de la constitución de 1886, que dice: “la educación pública será organizada y dirigida en
concordia con la religión católica”xix. Justamente fundamentaban esta legislación porque
aseguraban que la educación católica era la verdadera, y propiciaba la formación de
individuos moralmente correctos, la iglesia católica posibilitaba el acceso al poder social
mediante el discurso que controla y regula las normas para los cuerpos atravesados por este
discurso. Por ello el periodo de regeneración casi que podría decirse que está directamente
asociado al comienzo de la historia de los manicomios en Colombia, la historia concreta del
control discursivo de los cuerpos bajo técnicas de dominación institucionalizada.

Se sembraba la idea de que era urgente hacer una regeneración en el país, de lo contrario, el
futuro sería catastrófico. La obra “De Sobremesa” (1925) de José Asunción Silva, es un
reflejo satírico de la época, a pesar que hábilmente el escritor colombiano tenía vínculos
políticos con la hegemonía conservadora, fue un fuerte crítico de la regeneración siendo su
literatura camaleónica, muy bien camuflada, pero sagaz en sus “ataques”. No estaba ni a
favor de liberales ni conservados, ya que consideraba mejor un “liberalismo radical”
sustentado en la ciencia, por lo que me posibilitaría entender que José Asunción en realidad
estaba hablando en Colombia de un Libertarismo Escéptico. Ni el catolicismo, ni la
eugenesia eran bien vistos por el poeta. No porque se diga que José Asunción estaba
enamorado de su hermana, signifique que allí resida su locura. La asociación entre el
escritor y la locura va más allá, pues como ya se mencionó, era un fuerte opositor de la
regeneración, su locura se trataba de una condena social, moralista e inocua. Por supuesto
que una de las metas de los regeneradores era lograr un país moderno, civilizado, y por ello
debían tomar medidas arbitrarias, el aspecto económico tomaba un lugar privilegiado. Se
creía, entre otras cosas, que al elevar el potencial económico y fortalecer la industria y la
tecnología, los otros aspectos modernizadores se desarrollarían por sí solos. José Asunción
Silva retrata en su novela, por ejemplo, a través del protagonista que escribe un diario,
cómo el oro y las perlas, por ejemplo, podrían como medios explotables llegar a ser
satisfactoriamente rentables, y permitirían lograr los objetivos hegemónicos perseguidos en
la época por algunos sujetos. Esto nos lleva a pensar que la idea de explotar los recursos
naturales a través de la implementación de nuevas herramientas que se estaban gestando en
otras latitudes, hacía parte de las acciones o propuestas de aquellos que congeniaban con
los regeneradores y que estaban seguros que a través de las estrategias propuestas por este
gobierno, Colombia sería un país civilizado y moderno. Silva mediante la descripción y
actuar del personaje protagónico, bosqueja un ejemplo magnífico en el que el intelectual
que busca el bien de su patria a través del cultivo de las artes y las letras, entendido desde el
estereotipo del ser oscuro, desaliñado y extremadamente esquelético, es clasificado por la
ciencia médica como el degenerado que está loco. Sería entonces este el hombre perfecto
para recluir en un asilo, aquel que por representar un peligro, políticamente hablando, no
puede permanecer junto con el resto de la sociedad, pues podría contagiarla con sus ideas
envilecidas.

“¡Soy tuya, eres mío, soy la locura!”xx

La obra de Silva plasma de un modo crítico el discurso que defiende la modernidad, que
reconoce una degeneración en el país que necesita ser regenerada. De allí el surgimiento del
periodo en el cual se pretende, a través de diferentes medidas políticas, sociales y
culturales, construir una sociedad que se encamine a la civilización, una sociedad que no
admite a desviados natural ni socialmente. El problema es que esos sujetos que aprobaban
esa filosofía política nihilista, eran los que se encontraban verdaderamente desviados. En
consecuencia, una de las medidas que se tomaron durante el periodo de la regeneración, en
el afán por mantener el poder y control político fue la “ley de los caballos” de 1888, por
medio de la cual se limitaba la libertad de prensa.
CONCLUSIONES

Un aspecto importante para entender este periodo es que el gobierno y sus decisiones eran
de carácter centralista. Es decir, las provincias no eran tomadas en cuenta y el proyecto de
la modernización se dilucidaba sobre la capital colombiana. Así como los ideales de la
regeneración niegan a las provincias, también lo hacen con el pasado (prehispánico, por
ejemplo). Este último es asociado con el Hombre que es cercano a la naturaleza y lejano de
la civilización. Es el degenerado, desordenado, loco, que debe recluirse en un asilo para que
lo puedan curar, para que lo puedan regenerar al servicio de la esperada modernidad.

Es Fernández, el protagonista de la obra de Silva, un retrato vivo de lo que para la época era
un mestizo. Aquel que tomaba sus decisiones con toda la serenidad y el orden
correspondientes al estereotipo de los hijos de España, pero también quien a la vez, dentro
de sí mismo, escondía un amor y pasión irremediables, aquel que se dejaba guiar por sus
instintos, así como lo hacían los indígenas. Es entonces en este personaje donde descansa
toda la desgracia de la época, el peso de lo desagradable que según los regeneradores debía
suprimirse, encerrarse y corregirse. Pues la modernidad solo será posible en tanto aquellos
“degenerados”, locos, se normalicen y cumplan con un papel específico al servicio del
proyecto nacional.

La locura, al menos para esta época, pero seguramente en muchos otros contextos, fue un
diagnóstico que permitió aislar a quienes en distintos niveles entorpecían, según la
hegemonía, el camino santo a civilidad moderna. Y sin lugar a dudas, la alianza entre
conservadores y la institución eclesiástica permitía que a través de distintos medios, como
la educación católica, se extendiera por toda la nación una serie de normas que dirigirían el
pensamiento y actuar de cada ciudadano. Todo esto con el objeto de evitar el
desaprovechamiento de cualquier cuerpo productivo que pudiera ayudar a aumentar el
potencial económico del país, a través de la explotación de cada rincón de las provincias.
Es claro también, que el proyecto nacional solo tenía en cuenta a estas provincias en tanto
territorios explotables con habitantes potencialmente trabajadores.
i
Ilustración, en alemán.
ii
Friedrich Nietzsche, Así hablaba Zaratustra (Bogotá: Panamericana, 2008) 53.
iii
Max Sebastián Hering, Cuerpos Anómalos (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009) 13.
iv
Hering 15.
v
J. Gutiérrez & J. Márquez, “Pobreza y Locura como enfermedades Sociales en la Mentalidad Civilizadora de la
Modernidad Colombiana, Antioquia y Cundinamarca 1900-1960”, Rev. Fac. Nac. Salud Pública (2015): 55-66.
vi
Gutiérrez & Márquez 56.
vii
Hering 101.
viii
Gutiérrez & Márquez.
ix
Antonin Artaud, Van Gogh el Suicidado por la Sociedad (Buenos Aires: Argonauta, 2007).
x
Chuck Palahniuk, El Club de la Pelea (Barcelona: El Aleph Editores, 1999).
xi
Michel Foucault, Historia de la Locura en la Época Clásica (México: Fondo de Cultura Económica, 1967) 63.
xii
María Ospina, “Con notable daño del buen servicio: sobre la locura femenina en la primera mitad del siglo XX en
Bogotá”, Antípoda (2006) 303-314.
xiii
Gutiérrez & Márquez 63.
xiv
Gutiérrez & Márquez 63.
xv
Nietzsche 20.
xvi
Nietzsche 53-54.
xvii
Juan Guerrero, “Regeneración, intransigencia y régimen de cristiandad”, Historia Crítica (1997): 1-10.
xviii
Guerrero.
xix
Guerrero 4.
xx
José Asunción Silva, De Sobremesa (Bogotá: Printer Colombiana, 1984) 263.

BIBLIOGRAFÍA

Friedrich Nietzsche, Así hablaba Zaratustra (Bogotá: Panamericana, 2008).

Max Sebastián Hering, Cuerpos Anómalos (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009).

J. Gutiérrez & J. Márquez, “Pobreza y Locura como enfermedades Sociales en la Mentalidad Civilizadora de la Modernidad
Colombiana, Antioquia y Cundinamarca 1900-1960”, Rev. Fac. Nac. Salud Pública (2015): 55-66.
Antonin Artaud, Van Gogh el Suicidado por la Sociedad (Buenos Aires: Argonauta, 2007).

Chuck Palahniuk, El Club de la Pelea (Barcelona: El Aleph Editores, 1999).

Michel Foucault, Historia de la Locura en la Época Clásica (México: Fondo de Cultura Económica, 1967).

María Ospina, “Con notable daño del buen servicio: sobre la locura femenina en la primera mitad del siglo XX en Bogotá”,
Antípoda (2006) 303-314.

Juan Guerrero, “Regeneración, intransigencia y régimen de cristiandad”, Historia Crítica (1997): 1-10.

José Asunción Silva, De Sobremesa (Bogotá: Printer Colombiana, 1984).


Carlos Pinzón & Rosa Suarez, Las mujeres lechuza: historia, cuerpo y brujería en Boyacá (Bogotá: Colcultura, 1992).

Pinzón, C. E., & Prieto, R. S. (1992). Las mujeres lechuza: historia, cuerpo y brujería en Boyacá.
Colcultura.

También podría gustarte