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Introducción

La encíclica tiene como fin denunciar toda amenaza a la dignidad y a la vida del
hombre, pues esta situación afecta a la Iglesia en su misión de anunciar el Evangelio de
la vida, a todos. Hoy este anuncio es particularmente urgente por la multiplicación y
agudización de las amenazas a la vida de las personas, sobre todo las más débiles. Ya la
Gaudium et Spes en su numeral 272 denunció con fuerza un largo elenco de delitos y
atentados contra la vida y la dignidad humana. Por desgracia, el alarmante panorama
que en la década de los 60 presentaba el Concilio Vaticano II, en vez de disminuir, se va
más bien agrandando, todo esto es a la vez un síntoma preocupante y una causa
importante de un gran deterioro moral. Muchos graves problemas reciben así soluciones
falsas e ilusorias. Se eliminan injustamente muchas vidas humanas y en muchas
conciencias se oscurece cada vez más la distinción entre el bien y el mal.
La encíclica se sirve de varias citas bíblicas en las que se hace referencia explícita al
valor de la vida, comenzando por el reclamo de Yahvé hacía Caín en el libro del
Génesis en el Antiguo testamento hasta la promesa de que ya no habrá más muerte en el
libro del Apocalipsis en el Nuevo Testamento. Está dividido en una introducción, 4
capítulos y una conclusión.
Ensayo de la Carta Encíclica” Evangelium Vitae"
El mensaje central del evangelio de la vida es el mensaje de Jesús, este es acogido con
mucho amor por toda la iglesia, abordando muy particularmente temas como lo son: El
aborto y la eutanasia. Presentando el núcleo central de su misión redentora, Jesús dice:
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
El hombre esta llamado a una plenitud de vida que va muchos allá de la vida terrenal, ya
que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Toda persona creyente o no
creyente debe comprender la verdadera importancia de la vida, el reconocimiento de
este derecho se ve reflejado en la convivencia humana y la misma comunidad política.
Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho,
por ellos los hombres vivientes constituyen el camino primero y fundamental de la
iglesia.

Capítulo 1
«No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo
lo creó para que subsistiera... Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le
hizo imagen de su misma naturaleza; más por envidia del diablo entró la muerte en el
mundo, y la experimentan los que le pertenecen»(Sb 1, 13-14; 2, 23-24).
Este evangelio al inicio nos relata la creación del hombre a imagen de Dios para un
destino de vida plena y perfecta, nos explica que la muerte entra por enviada del diablo
y por la desobediencia de nuestros primeros padres al comer del futo del árbol del
conocimiento del bien y el mal. Y entra de un modo violento, a través de la muerte de
Abel causada por su hermano Caín: « Cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra
su hermano Abel y lo mató » (Gn 4, 8). El hermano mata a su hermano. Como en el
primer fratricidio, en cada homicidio se viola el parentesco « espiritual » que agrupa a
los hombres en una única gran familia donde todos participan del mismo bien
fundamental: la idéntica dignidad personal.
La pregunta del Señor « ¿Qué has hecho? », que Caín no puede esquivar, se dirige
también a la sociedad actual para que tome conciencia de la amplitud y gravedad de los
atentados contra la vida, que siguen marcando la historia de la humanidad; para que
busque las múltiples causas que los generan y alimentan; reflexione con extrema
seriedad sobre las consecuencias que derivan de estos mismos atentados para la vida de
las personas y de los pueblos. Dios no puede dejar impune el delito: desde el suelo sobre
el que fue derramada, la sangre del asesinado clama justicia a Dios (cf. Gn 37, 26; Is 26,
21; Ez 24, 7-8). De este texto la Iglesia ha sacado la denominación de «pecados que
claman venganza ante la presencia de Dios» y entre ellos ha incluido, en primer lugar, el
homicidio voluntario. Dios no quiso castigar al homicida con el homicidio, ya que
quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte.Nuevas amenazas contra la vida
que han surgido en la actualidad entre ellas se encuentran: Aborto y mentalidad
anticonceptiva, técnicas de reproducción artificial: reducen la vida humana a simple
‘material biológico también debemos de considerar que todas las vidas son sagradas y
deben ser protegidas. Diagnósticos prenatales: ocasión para proponer a practicar el
aborto eugenésico. Infanticidio: cuando se niegan los cuidados elementales y hasta la
alimentación a recién nacidos con graves deficiencias. Eutanasia: para enfermos
incurables o terminales, decidiendo anticipar la muerte. La humanidad de hoy nos
ofrece un espectáculo verdaderamente alarmante, si consideramos no sólo los diversos
ámbitos en los que se producen los atentados contra la vida, sino también su singular
proporción numérica, junto con el múltiple y poderoso apoyo que reciben de una vasta
opinión pública, de un frecuente reconocimiento legal y de la implicación de una parte
del personal sanitario.

Capítulo 2
Ante nuestra realidad de graves amenazas contra la vida en el mundo contemporáneo,
podríamos sentirnos como abrumados por una sensación de impotencia insuperable: ¡el
bien nunca podrá tener la fuerza suficiente para vencer el mal! Cada creyente está
llamado a profesar, con humildad y alegría ,la propia fe en Jesucristo, « Palabra de vida
» (1 Jn 1, 1). En realidad, el Evangelio de la vida no es una mera reflexión, aunque
original y profunda, sobre la vida humana; ni sólo un mandamiento destinado a
sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad; menos aún
una promesa ilusoria de un futuro mejor. El Evangelio de la vida es una realidad
concreta y personal.
La palabra y las acciones de Jesús y de su Iglesia no se dirigen sólo a quienes padecen
enfermedad, sufrimiento o diversas formas de marginación social, sino que conciernen
más profundamente al sentido mismo de la vida de cada hombre en sus dimensiones
morales y espirituales. Sólo quien reconoce que su propia vida está marcada por la
enfermedad del pecado, puede redescubrir, en el encuentro con Jesús Salvador, la
verdad y autenticidad de su existencia, según sus mismas palabras: « No necesitan
médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión
a justos, sino a pecadores » (Lc 5, 31-32). Defender y promover, respetar y amar la vida
es una tarea que Dios confía a cada hombre, llamándolo, como imagen palpitante suya,
a participar de la soberanía que Él tiene sobre el mundo
El, que no había «venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos » (Mc 10, 45), alcanza en la Cruz la plenitud del amor. «Nadie tiene mayor
amor, que el que da su vida por sus amigos » (Jn 15, 13). Y El murió por nosotros
siendo todavía nosotros pecadores (cf. Rm 5, 8). De este modo proclama que la vida
encuentra su centro, su sentido y su plenitud cuando se entrega. También nosotros
estamos llamados a servir a nuestro prójimo en nuestro día a día , realizando de este
modo en plenitud de verdad el sentido y el destino de nuestra existencia.

Capítulo 3
La vida se confía al hombre como un tesoro que no se debe malgastar, como un talento
a negociar. El hombre debe rendir cuentas de ella a su Señor (cf. Mt 25, 14-30; Lc 19,
12-27). El mandamiento de Dios no está nunca separado de su amor; es siempre un don
para el crecimiento y la alegría del hombre. Como tal, constituye un aspecto esencial y
un elemento irrenunciable del Evangelio, más aún, es presentado como «evangelio»,
esto es, buena y gozosa noticia. También el Evangelio de la vida es un gran don de Dios
y, al mismo tiempo, una tarea que compromete al hombre. Suscita asombro y gratitud
en la persona libre, y requiere ser aceptado, observado y estimado con gran
responsabilidad: al darle la vida, Dios exige al hombre que la ame, la respete y la
promueva. De este modo,el don se hace mandamiento, y el mandamiento mismo es un
don. En este horizonte se sitúa también el problema de la pena de muerte, respecto a la
cual hay, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, una tendencia progresiva a pedir
una aplicación muy limitada e, incluso, su total abolición.
El problema se enmarca en la óptica de una justicia penal que sea cada vez más
conforme con la dignidad del hombre y por tanto, en último término, con el designio de
Dios sobre el hombre y la sociedad. En efecto, la pena que la sociedad impone «tiene
como primer efecto el de compensar el desorden introducido por la falta». La autoridad
pública debe reparar la violación de los derechos personales y sociales mediante la
imposición al reo de una adecuada expiación del crimen, como condición para ser
readmitido al ejercicio de la propia libertad. De este modo la autoridad alcanza también
el objetivo de preservar el orden público y la seguridad de las personas, no sin ofrecer al
mismo reo un estímulo y una ayuda para corregirse y enmendarse.

Capitulo 4
A lo largo del tiempo, la Tradición de la Iglesia siempre ha enseñado unánimemente el
valor absoluto y permanente del mandamiento «no matarás». Es sabido que en los
primeros siglos el homicidio se consideraba entre los tres pecados más graves -junto con
la apostasía y el adulterio- y se exigía una penitencia pública particularmente dura y
larga antes que al homicida arrepentido se le concediese el perdón y la readmisión en la
comunión eclesial.
La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala
desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para
un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios
mismo, su autor y garante; y contradice las virtudes fundamentales de la justicia y de la
caridad. «Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o
embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede
pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni
puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente
imponerlo ni permitirlo».
Conclusión
El Papa concentra su atención, en particular, en un género de atentados, relativos a la
vida naciente y terminal, (aunque también menciona por ejemplo la pena de muerte) que
presentan caracteres nuevos respecto al pasado y suscitan problemas de gravedad
singular, por el hecho de que, en la conciencia colectiva, tienden a perder el carácter de
«delito» y a asumir paradójicamente el de «derecho», hasta el punto de pretenderse un
reconocimiento legal por parte del Estado y la sucesiva ejecución mediante la
intervención gratuita de los agentes.
Estamos en medio de un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la «cultura
de la vida» y la «cultura de la muerte». Todos nos vemos implicados y obligados a
participar, con la responsabilidad ineludible de elegir.

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