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Un mujeriego domesticado.
Una chica nerd satisfecha.
Y una decisión más por tomar que cambiará sus vidas.
Cuando Will se enamoró de Hanna,
su peculiar sentido del humor y feroz dedicación a su
carrera fueron parte de la atracción (sin mencionar
su actitud novata hacia el sexo y su deseo de que él
se lo enseñara todo). Pero cuando las ofertas de trabajo
empiezan a caer sobre ella —y vaya que lo hacen—
Hanna tiene problemas para decidir lo que quiere,
donde deben vivir y cuánto podría perjudicar a Will
con esa decisión. La magia entre las sábanas
es sólo una parte en una relación...
conseguir estar en la misma página
es algo completamente distinto.
Uno
Will
1
Beantown. Es el sobrenombre que se le ha dado a la ciudad de Boston, Massachusetts, Estados Unidos.
Caminé hacia allá, cerré fuerte mis ojos y abrí la puerta.
“Mantenlos cerrados”, advirtió.
Los apreté más fuerte, obedientemente.
Sus manos se movieron a mi cuello y se deslizaron hacia mi rostro, torpe y
nerviosamente antes de, finalmente arreglárselas para atar algo alrededor de mis
ojos. Y luego se quedó callada. No podía verla, no podía sentirla.
Estirando mis manos, encontré su cintura, la jalé hacia mi pecho desnudo.
“Dime lo que realmente está pasando”.
“No me gusta no estar contigo la noche antes de nuestra boda”, confesó
contra mi piel. “Te necesito”.
A ciegas, con mis manos recorrí los costados de su cuerpo, hasta sus hombros
y a lo largo de su cuello antes de acunar con ellas su rostro. Mis dedos se toparon
con la suave seda y seguí el camino de la tela hasta llegar a un nudo detrás de su
cabeza.
Hanna había atado un pañuelo alrededor de sus ojos también. Oh, es única.
Riendo, la besé en lo alto de su cabeza. “Entonces, quédate conmigo”.
Gimió. “Las tradiciones apestan, pero siento que si he de hacer caso a alguna
de ellas, lo haré solo si se trata de cómo evitar arruinar este matrimonio. No
podemos vernos hasta mañana”.
Tomé su rostro en mis manos, inclinándome para poder besarla. Mis labios
encontraron primero con la punta de su nariz, antes de viajar al sur hasta su
objetivo.
“No hay forma en que esto se pueda arruinar”, le digo justo contra su boca.
“Incluso si no nos casáramos mañana, tu eres el amor de mi vida. Estoy contigo
hasta que ambos muramos, al mismo tiempo, cuando yo tenga cien años y
noventa y tres”.
Con una risa más serena, me dio la espalda, guiándome a la cama y
jalándome cuidadosamente hacia ahí. Me empujó hasta que estuve acostado
sobre mi espalda y luego se montó sobre mis caderas.
“¿Tienes los ojos abiertos ahora?” Le pregunté, bromeando con ella.
“Levanté la venda por un segundo, pero están cerrados otra vez. Alguien
tenía que guiarnos de manera segura”.
“A ver… creo que la tradición dice que el novio no puede ver a la novia,
¿cierto? Tu puedes mirarme”, susurré.
Se detuvo. “¿En verdad?”.
“Si, Ciruela”.
Después de un pequeño titubeo, escuché como deshacía el nudo de la
mascada quitándosela y luego el sonido de sus tranquilas respiraciones.
“Allí estás”. Recorrió con su mano mi pecho y mi cuello y luego con solo una
uña trazó el contorno de mi boca. “Esposo. ¿No es una locura?”.
Mi piel estaba en llamas, hambrienta. “Hann―”.
Su boca estaba sobre la mía, callándome, labios húmedos y tan malditamente
llenos, sus manos haciendo su camino para bajar mis bóxers por mis caderas.
Lamió mi cuello, su cabello haciéndome cosquillas en la piel mientras ella bajaba a
mi pecho, pasando mi estómago…
“Es buena suerte dar sexo oral antes de la boda”, le confirmé cuando ella
envolvió su mano en mí, lamiendo cerca de la base y arrastrando su lengua hasta
la punta. “Así que vamos por buen camino”.
Su risa vibró contra mí mientras ella besaba y chupaba, lamiéndome hasta
dejarme duro como una maldita roca en su mano.
“Maldita sea”, susurré, arqueando las caderas de la cama. “Ciruela, esta
venda… tu lengua. Joder”.
Ella jugó conmigo solo lo suficiente para provocar que me moviera en el
colchón para luego sentirla su moverse y jalar su pequeño camisón sobre sus
caderas hasta sentarse a horcajadas sobre mí.
Puso su boca contra mi oído. “Nada de apretarme los pechos”.
“Lo que digas”, le contesté inmediatamente. “Solo no te detengas”.
“Tienes un don para amoratar pechos. Mi vestido enseña los pechos”.
“Ya mencionaste eso”.
“Si les haces un moretón, no habrá sexo oral por un año”.
Incluso a pesar que ella estaba probablemente ―eso creo―bromeando, solo
la idea hizo que mi corazón se detuviera un par de segundos
Le di un reverente, “Lo prometo”.
Me tomó, frotándome contra la perfecta y resbaladiza piel entre sus piernas.
A mis lados, apreté las sabanas con mis manos hasta convertirlos en puños.
“¿Hanna?”, le pregunté casi sin aliento.
Haciendo una pausa, preguntó, “¿Sí?”.
“¿Por lo menos puedo apretar tus caderas?”.
Podía sentirla quieta sobre mí y luego empezar a reír. “¿Qué tipo de vestido
en este mundo mostraría mis caderas?”
“Perdón, perdón”, dije riendo. “No estoy pensando. Bendita mierda, Ciruela,
solo vuelve a mi polla”.
Pero no lo hizo. Podía sentir el calor emanar de ella, tan cerca, lentamente
se acomodó sobre mis muslos, sus manos recorriendo mi abdomen.
“¿Estás bien?”, le pregunté, enderezándome debajo de ella hasta sentarme y
con mis manos palpando torpemente su rostro una vez más. “¿Estás
enloqueciendo otra vez por el vestido?”. Intenté pasar discretamente mis pulgares
debajo de sus ojos para asegurarme que ella no estuviera llorando, pero ella los
esquivó.
“No estoy llorando”.
Asentí, quedándome quieto, queriendo actuar con cautela.
“Sólo estoy nerviosa”, dijo.
Mi pecho se apretó. “Tú sabes que el casarnos no significa que algo entre
nosotros cambiará, ¿cierto? Seguimos siendo Hanna y Will. Seguimos siendo
nosotros”.
“Ya se siente diferente”, dijo, y deslizó las puntas de sus dedos sobre mis
labios cuando abrí mi boca para protestar, rápidamente añadiendo, “No lo digo en
mal plan. Me refiero a que se siente más profundo. Se siente más importante.
Antes, hubiera visto tu cuerpo y hubiera pensado ‘Wow, ¡puedo jugar con esto
toda la noche!’. Ahora, miro tu cuerpo y pienso, ‘Wow, puedo jugar con esto y Ay
Dios mío qué si alguna vez algo le pasa a él y―”.
“Hanna. Respira”, le digo gentilmente bajo sus dedos.
Suspira profunda pero tranquilamente, deslizando su mano hasta mi cuello
casi como si estuviera trazando una línea hasta mi corazón. “Tengo solamente
veinticinco”. Dijo después de una larga pausa. “Y sé que mi vida se arruinaría si te
pierdo”.
La idea de aquello apuñala profundamente mis entrañas. “Tú nunca me
perderás”.
No dice nada, solo dibuja pequeños círculos en mi pecho con la punta de su
dedo.
“Vamos Ciruela. Ya hemos estado cuidando el uno del otro. Esto sólo lo hace
oficial”.
Su dedo sube nuevamente, cruzando de un lado al otro mi labio inferior,
acariciándolo. Su toque como un estruendo agita mi sangre.
“¿Yo cuido de ti?”, preguntó ella.
“Lo haces. Y cuando no estás segura de cómo hacerlo, me preguntas”.
Después de unos pocos suspiros silenciosos, dijo, “¿Así cómo ahora?”.
Amo y odio la oscuridad de la venda. Quiero ver su rostro, pero solo con su
voz puedo imaginarlo: su labio siendo mordido suavemente entre sus dientes, su
mirada fija en donde sus dedos tocan mi piel con un cuidado desesperante. Así es
como empezamos. Ella preguntaba, yo guiaba.
“¿No estás segura de cómo cuidar de mi ahora?”
“Solo estoy ansiosa esta noche”, susurró ella. “Ayuda cuando me dices lo que
quieres que haga”.
Mi corazón parecía haber estado galopando para luego explotar. Ha pasado
un tiempo desde que hemos jugado esos roles.
“Vuelve a poner tus caderas encima de mí”, le instruí, mi voz fue un gruñido
áspero.
Sentí su cambio de posición y luego su calor, tan intenso, apenas presionada
en mi polla. Contuve un gruñido.
“Llévame hacia dentro. Despacio. Engáñame un poco”.
Su mano llegó, constante mientras ella se ubicaba sobre mí, acariciando,
bajando, poco a poco.
Dios, maldita mierda.
Casi me vengo. “Así, así”.
“Will…”.
Miles de veces hemos hecho el amor. Quizás más. Y me sorprendí a mí
mismo cuando para evitar venirme, comenzaba a contar hasta diez, como
distracción para no explotar tan pronto como ella me tomaba.
“Arriba y abajo”, dije. “No me tientes. Déjame sentir cada centímetro”.
Su respiración era un temblor de calor en mi cuello, su cabello haciendo
cosquillas en mis hombros, e hizo exactamente lo que le pedí. Ella podía haberme
metido fácilmente en una sola embestida. Estaba mojada como el océano.
Mis pensamientos giraban por la intensidad de esto, todo parecía golpearme
rápidamente: aquí estábamos, en la cúspide de esta salvaje y jodida aventura
―nunca había querido algo tanto en mi vida.
Y mientras Hanna se movía lentamente en mí y meneándose, sintiéndose
más confiada, dejándose llevar, perdiéndose a sí misma, caí en cuenta de la
realidad. ¿Cuántas personas encuentran a la persona que añoran tocar, estar
cerca, a la cual pertenecerle? ¿Cuántas personas se casan con su mejor amigo, con
la persona que más admiran en todo el mundo?
Me quité la venda, atrapando su mirada justo cuando llegó al clímax: su
mirada fija en mi rostro, labios separados en un gemido sin aliento. Satisfacción
bañando su expresión cuando nuestros ojos se encontraron ―ella necesitaba ver
esto, verme, ser vista por mi mirada fija en ella― y sabía que ella podía leer mis
pensamientos tan claramente como yo podía leer los de ella.
No confíes en la tradición de alguien más, pensé, sintiendo mi cuerpo llegar,
más cerca. Confía en mí. Confía en nosotros para encontrar nuestro propio camino.
La necesidad y el placer luchaban a lo largo de mi espina dorsal, caliente y
con urgencia. Mis dedos se clavaron en sus caderas, empujándola duramente
hacia adelante y atrás sobre mí hasta que pude sentirlo justo ahí, justo en el límite
cuando me susurró, “Me encanta verte terminar”, me empujó por la borda.
Me vine dentro de ella con un gemido áspero, mis ojos aferrándose
desesperadamente a los de ella.
“¿Ves?”, susurró de nuevo, su rostro húmedo con sudor cuando se presionó
contra mi cuello. “Necesitaba esto. Mañana es solo una formalidad. Ahora se
siente como si ya estuviéramos casados”.
“El mañana siempre ha sido una formalidad desde que me masturbaste en
una asquerosa fiesta estudiantil”.
Encima de mí ella se rió.
***
Hanna se había ido cuando me desperté y una nota escrita con garabatos
rápidos había sido dejada sobre mi almohada ― ¡Te veo a las dos!― me hizo reír a
carcajadas en la habitación vacía.
Mi prometida: una maldita romántica.
La mañana estaba saturada, el desayuno con los padrinos; saludar a los
invitados registrados en el hotel; mi madre y hermanas constantemente
haciéndome revisar los detalles de la asignación de asientos, dando instrucciones
y la lista de canciones a los músicos. Percibiendo mi necesidad de solo tomar una
maldita ducha y prepararme para mi boda, Jensen se abalanzó, llevándolos para
encontrar al Comandante General (la madre de Hanna, Helena), la cual estaba más
que feliz de estar delegando tareas todo el maldito día.
Una ducha caliente, una buena afeitada y tres tazas de café después, escuché
un golpe en la puerta de mi habitación de hotel. Una parte de mí se preguntaba si
podría ser Hanna, pero me di cuenta de que sólo podría ser posible si hubiera
escapado de su hermana Liv; de su madre; de George; y del dúo Chloe y Sara. Alias
“La Manada2”, como a Jensen le gustaba llamarlas, como si ellas fueran una
manada de leones. Si ella hubiera, de alguna manera, salido de todo eso, habría
cuerpos sin vida regados por todos lados, y verme antes de la boda, sería la menor
de nuestras preocupaciones.
“Soy yo”, escuché decir mi casi-cuñado.
Dejé entrar a Jensen en mi suite. Ya estaba vestido, usando un esmoquin
tradicional y luciendo condenadamente bien. Había estado con él todo el día de
ayer, pero de alguna manera en el frenesí del programa tan lleno de horarios de
ensayos, no había notado que él probablemente había perdido más de 10 kilos
desde la última vez que lo había visto.
“¿Has estado entrenando? Te ves bien, amigo”.
“Te estás casando con mi hermana”, dijo, pasando junto a mí. “Por favor no
coquetees conmigo hoy”.
Riendo, me giré hacia el espejo para atar mi corbata de moño.
“Casándote” repitió, dejando salir un silbido bajo.
“Lo sé”.
Ella iba a ser mi esposa. Podría presentarla de esa forma.
Ella es mi esposa.
2
“The Pride” (en el original), puede traducirse como “el orgullo”, pero también como “el grupo”, utilizamos
“manada” que se ajusta mejor a la descripción que hacen posteriormente las autoras.
No pude dejar de darle vueltas a la palabra en mi cabeza. Esposa. Se sentía
bien. Se sentía sustancial. Me hacía querer subirme sobre ella y decírsela una y
otra vez al su oído, tatuándola en sus pensamientos.
Eres mi esposa, Ciruela.
Jensen me sacó de ese tren de pensamientos cuando puso su mano sobre mi
hombro. “Casado Will”.
Lo miré, repitiendo con una curiosa sonrisa, “Lo sé Jensen”.
“Con mi hermana pequeña”. Sus ojos se estrecharon mientras me señalaba
con un dedo ligeramente hacia mí. “Eso es raro, ¿cierto?”.
Habíamos tenido esta conversación una vez: en una cena, después que
Jensen nos había interrumpido ―yo debajo del mostrador, Hanna acostada
encima de él con la falda de su viejo vestido que usó en su graduación por encima
de su cintura mientras yo le daba sexo oral. Afortunadamente no vió mucho
pero… ciertamente, vió lo suficiente para deducir lo que estaba pasando. Al más
puro estilo de Hanna, se quedó con el vestido puesto, se puso un par de zapatillas
de deporte y nos hizo llevarla por comida vietnamita para suavizar la rareza del
momento. Jensen había estado sorpresivamente atónito hasta la mitad de nuestra
comida cuando bajó sus palillos con un pequeño redoble en su plato y anunció:
“Santa mierda, vas a ser mi hermano”.
Hanna y yo sabíamos que nos casaríamos eventualmente, pero no estábamos
listos. En ese tiempo, nos habíamos reído. Sin duda estamos listos ahora.
Jensen caminó a una de las sillas de cuero cerca de la ventana y se sentó.
“¿Alguna vez imaginaste este día? El día de tu boda, ¿qué te estarías alistando
aquí conmigo, mientras ella se estaría alistando con La Manada al final del
pasillo?”.
Me encogí de hombros. “Supuse que encontraría a la mujer para mí, o tal vez
no. No creo haberle dado mucha importancia”. Levanté mi mentón revisando mi
trabajo en el reflejo. “Ahora parece imposible que en un universo paralelo no
terminara con Hanna. ¿Qué si ella nunca me hubiera llamado? ¿Qué si yo nunca
hubiese aparecido para correr esa mañana?”. Volteándome para enfrentarlo,
parpadeé. “Dios, eso sería horrible”.
Él podría haberme molestado por esta rara visión sentimental, pero no lo
hizo. “Puedo asegurarte que esto no era exactamente lo que tenía en mente
cuando le sugerí que te llamara para salir”. Dijo, pasando un dedo sobre una ceja.
“Pero aquí estamos. La próxima vez que la veas, ella va a estar caminando por el
pasillo”.
Miré por encima de él, después de haberme preguntado de forma
intermitente en los últimos días como se sentiría él en este evento. Hanna y yo
estaríamos casándonos en el mismo jardín privado donde Jensen se había casado
con su novia de la universidad. Y donde la hermana mayor de Hanna, Liv, se había
casado con su esposo Rob. Desafortunadamente, el matrimonio de Jensen con su
novia de nueve años había durado solo cuatro meses.
Jensen irrumpió en mis pensamientos antes de que pudiera pensar algo que
decir. “¿Estás imaginando cómo va a caminar por el pasillo?”, preguntó.
“Por supuesto. Me estoy preguntando si ella caminará directamente por el
pasillo o se detendrá a medio camino para abrazar a alguien que no ha visto en
años. Hanna siempre me sorprende”.
“O si ella deja de caminar y salta sobre ti”. Se ríe quedamente. “Y nunca
dejará de ser raro de que la llames Hanna”.
“No puedo imaginarme llamándola Ziggy”. Admití y luego temblé. “Se siente
pervertido”.
“Porque lo es”, dijo. “Tú tenías diecisiete cuando ella tenía diez. Cuando mi
hermana pequeña tenía diez, tú dormías con la madre de uno de tus compañeros
de banda”.
Lo miré con un gesto de disgusto. “¿Estás tratando de hacerme sentir
asqueroso?”.
“Si”. Se rió, levantándose para palmear mi hombro otra vez, justo cuando
Bennett y Max aporreaban la puerta de mi habitación de hotel.
Dos
Hanna
***
3
Rowes Wharf. Zona Urbana muy exclusiva de la bahía de Boston, Massachusetts, Estados Unidos.
Sonrió. "Dijiste que te sorprendiera".
"¿Cómo en el mundo...?" Empecé, pero sólo negué con la cabeza, golpeada
por una ola de nostalgia tan grande que me quedé sin palabras. De niña había
estado en el puerto del Boston Harbor Hotel y siempre había querido volver, pero
no tenía idea de cómo él podía siquiera saber esto. "¿Mi madre te dijo acerca de
este lugar?".
"Bueno, ella me ayudó a organizar las cosas un poco, pero no, ella no me lo
dijo. Tú lo hiciste", dijo, colocando su mano en mi espalda baja y guiándonos a
ambos hacia las puertas del vestíbulo.
"Te digo un aproximado de trescientas cosas al azar al día. No tengo idea de
cómo te las arreglas para retener incluso una fracción de ellas".
Nuestras maletas habían sido entregadas en la mañana, así que en cuanto
tenemos las llaves de la habitación, nos dirigimos directamente hacia los
ascensores.
Presionando el botón para subir, Will se agacha para besarme en la mejilla.
"Cuanto tenías ocho años tu padre te trajo aquí para tomar el té de la tarde y tu
madre te hizo usar vestido y unas mallas horribles, que conTnuamente ―si mis
Hannismos no se equivocan― ‘se introducían en tus partes privadas’. Podría estar
citándote textualmente, claro está".
Me reí del recuerdo. "Odiaba ese vestido. Era de Liv y la cremallera era toda
dentada y se enganchaba en mi cabello". Asintió lentamente para hacerme saber
que recordaba perfectamente todo eso... y mi interior se calentó. "Había pétalos
de rosa sobre los manteles".
"Color rosa", agregó, frotando círculos lentos en mi espalda con la palma de
su mano.
Asentí con la cabeza, con los ojos fijos en él antes de caer en su preciosa
boca. Quería besar esa boca, saborearlo, extenderme a través de una cama
gigante, mientras él me saboreaba a mí. Hicimos el amor apenas anoche y aun así
se sentía como si hubiera sido hace mucho.
"Siento que muy apenas puede hablar contigo hoy", susurré. "¿Qué tan raro
es eso? Era nuestra boda, estuvimos uno al lado del otro toda la noche y sin
embargo, se siente como que pasamos la mayor parte del día hablando con otras
personas".
"Me sentí de la misma manera", dijo, y el ruido sordo de su voz vibraba por
mi espina dorsal. "Entre los invitados y las fotos, tu familia, mi familia y todos los
chicos robándote para bailes... Me quedé mirándote toda la noche".
Lo halé hacia abajo para otro beso y sentí gemir en contra de mi boca.
"¿Estarías interesado en un tiempo a solas ahora?", pregunté. "Me gustaría
demostrarte cuánto me gusta tu sorpresa".
"Estoy indeciso entre el deseo de verte usando este vestido un poco más y las
ganas de arrancártelo". Las puertas del ascensor se abrieron y nos hicimos hacia
atrás, desplazándonos a la parte posterior para dar cabida a algunos otros,
quienes nos sonrieron y murmuraron sus felicitaciones.
Cada vez que recordaba que Will era mi marido ahora, pequeños fuegos
pirotécnicos estallaban dentro de mi pecho.
Presioné mi cara en su hombro, respirándolo mientras el ascensor empezó a
subir. Olía increíble; el aroma de las orquídeas que habían llenado toda la
recepción se quedó impregnada en él. Me sentí mareada por un momento.
Habían desaparecido los nervios, la emoción, y ahora, el mismísimo jodido deseo
corría por mis venas.
Hice una comprobación rápida para asegurarme de que nadie estaba
prestando atención, y luego me empujé hacia arriba en mis dedos de los pies para
poder susurrar en su oído.
"Sé que debemos volver a casa temprano mañana", dije, ya temiendo el
sonido de la alarma a las ocho de la mañana para llevarnos al aeropuerto a
tiempo. "Así que tenemos que hacer el mejor uso de nuestro tiempo y recursos.
Cama, piso, sofá... Quiero que me tomes en todas partes". Hice una pausa,
añadiendo aún más tranquilamente, "quiero sentirte por todas partes".
Will se enderezó con una rápida aspiración de aire y miró alrededor de
nosotros. "Santo Cristo, Hanna".
"¿Qué? Estoy susurrando”.
Will contuvo una carcajada. "¿Alguna vez te has escuchado susurrando? Es
como un susurro, pero dicho de manera cómica con el objetivo de ser lo
suficientemente alto como para ser escuchado por toda la gente en la parte de
atrás”.
Negué con la cabeza. "De ninguna manera". Señalando a mi pecho añado,
"Soy súper sutil".
La risa continua de Will fue interrumpida cuando las puertas se abrieron en el
segundo piso y todo el mundo se movió para dejar salir a una pareja mayor.
Odiaba admitirlo, pero la mirada que todo el mundo me daba por encima de sus
hombros era una reacción, Will tenía razón... habían oído todo.
A medida que empezamos a movernos de nuevo, Will se inclinó y presionó su
boca en mi oreja. "Pero honestamente, me gusta cómo suena de todo eso".
"Tengo una lista y quiero asegurarme de que lleguemos a todo".
"Tienes una lista".
Lo miré, parpadeando. "¿Tú no?".
"Hanna", dijo entre risas. "Eres asombrosa".
Un repique indicó que habíamos llegado a nuestro piso y las puertas se
abrieron. Apenas había dado un paso adelante cuando llegó a mí, precipitándome
en sus brazos y riendo mientras mi chillido sorprendido sonó a lo largo y ancho del
pasillo vacío.
"¿Me estás cargando?".
"Te estoy cargando".
Enrollé mis brazos alrededor de su cuello. "Pensé que no eras un fan de las
tradiciones". Podía oír sus pasos contra la alfombra afelpada, pero no era capaz de
alejar mis ojos de su rostro. Estaba fascinada con su boca, sus pestañas y la forma
en que mis dedos se deslizaron tan fácilmente a través de la parte posterior de su
cabello.
"Algunas tradiciones deben basarse en la investigación", dijo, sonriendo hacia
mí. "Todo el que ha hecho esto antes que yo sin duda descubrió cuan heroico se
siente".
Lo miré. "No soy pequeña, y hay alrededor de veinte kilos de perlas en este
vestido. Mírate: ni por un segundo te has quedado sin aliento. Estoy
impresionada".
Encogiéndose de hombros aun conmigo en sus brazos, añadió en voz más
baja, "Aparte, tus tetas se ven increíbles juntas y apretadas así. Es un ganar-
ganar".
Solté una carcajada de sorpresa. "La verdad sale a relucir".
Se detuvo frente a una habitación, arreglándoselas para deslizar la tarjeta-
llave en la cerradura y girar la manija, dejando que la puerta se abra frente a
nosotros.
"Bien, Sra. Sumner-Bergstrom, aquí estamos". Hizo una pausa, presionando
un beso suave en mi boca para marcar el momento, y luego cruzamos el umbral.
Me golpeó de nuevo la realidad: Estamos casados. Will era mi marido —mi
marido.
Durante los últimos tres meses, sin importar lo ocupadas que fueran nuestras
vidas —en el trabajo, en casa, con amigos—algunos asuntos relacionados con la
boda se las arreglaban para hacer su camino dentro de cada conversación. Me
alegré de haber seguido el consejo de todos, recordándome a mí misma que era
tan sólo un día, y gran parte de él se iría en un borrón. No recuerdo mucho de las
flores o la distribución de asientos en la recepción, o incluso lo que comimos. Pero
sí recuerdo la cara de Will cuando lo vi por primera vez al final de ese pasillo,
esperando por mí. Recuerdo lo feliz que se veía cuando me vió caminar hacia él,
cómo cada pedacito de pudor y vergüenza que sentía por mi vestido o mis tetas o
por estar frente a todas estas personas simplemente se escapó cuando vi sus ojos
recorrer la longitud de mi cuerpo. Habría corrido por el pasillo desnuda si él me lo
hubiera pedido. Su voz tembló cuando dijo sus votos, y nunca olvidaré las lágrimas
en sus ojos cuando dijo acepto.
"Estoy lista para tener sexo ahora", le dije, negándome a esperar un minuto
más.
Will sonrió y negó con la cabeza, avanzando los pasos finales que nos
llevarían dentro del dormitorio principal de la suite. "La vida nunca será aburrida
teniéndote cerca de mí Ciruela".
Estoy segura de que nuestra habitación era preciosa —alfombra afelpada,
ventanas amplias y bonitos muebles, al igual que el resto del hotel— pero nunca vi
nada de eso, incapaz de retirar mis labios del lado de su cuello mientras él me
ponía sobre a la cama, con mi vestido arrugándose entre nosotros.
Will se acercó y encendió la lámpara de cristal al lado de la cama, y allí
estaba, cerniéndose encima de mí.
"Te amo", le dije.
"Yo también te amo".
Estaba tan lista para esta noche de bodas... pero él no se movía. Esperé,
parpadeando hacia un lado antes de mirar hacia él de nuevo. "¿Todo bien?".
"Todo es jodidamente perfecto".
Otro instante pasó. Capturé su suave sonrisa, la forma en que sus ojos se
movieron sobre cada parte de mi cara antes de centrarse en mi boca. "Entonces...
¿qué estás haciendo?".
"Mirándote. Viendo a mi esposa".
“Eso realmente no nos está llevando a tener sexo”.
Se rió y negó con la cabeza. "Estamos casados, Hanna", dijo, y sonaba como
si él también todavía estuviera maravillado por eso...
"Por ejemplo, me preguntaba qué estás haciendo aun en ese smoking".
Envolví la corbata alrededor de mi puño y tiré de él, acercándolo. "A menos que
quiera demostrarme que eres muy, muy ágil para desvestirte. Aparte, te veo y
tienes este anillo en el dedo, al igual que…”
"Quiero ser dulce contigo", dijo, con la palma de su mano curveada por
encima de mi hombro y deslizándola hacia abajo entre mis pechos. Su toque tenía
esa nueva y peculiar presión en su tacto que puede sentir incluso a través de las
ligeras capas de tela. A pesar de la suavidad de su voz, retumbaban ecos de
posesión, de lujuria. “Siento que debería ser dulce esta noche”.
La lámpara delicada dibujaba sombras sobre su rostro y jalé de su corbata
nuevamente, deteniéndome cuando su boca estuvo justo sobre la mía. "Siempre
eres dulce conmigo, Will. Me haces sentir amada, respetada y apreciada,
diariamente. Me encanta ese lado de ti”.
Su sonrisa se ensanchó, y pude oír el borde de la risa en su voz cuando habló
en la oscuridad.
"Puedo presentir un gran pero a punto de llegar Ciruela".
"Pero… tenemos ocho horas antes de que tengamos que levantarnos".
Sus cejas se levantaron con diversión. "Ocho horas enteras".
"Eso es correcto. Por lo que puedes ser dulce la segunda vez".
Era todo lo que él necesitaba oír. Ver a Will perder su moderación era como
ver explotar un fusible. Se lanzó hacia delante y cualquier espacio que nos
separaba se había ido así como así. El calor de su cuerpo irradió a lo largo del mío
y gemí, empujando su chaqueta.
"Ropa", murmuré entre besos, entre el sabor de su lengua y el fuerte
mordisco de sus dientes. "fuera". Halé su camisa, los dedos luchando a tientas con
los botones y su corbata, en busca de piel.
Will asintió, ayudándome a liberarlo de su camisa antes de hacerme sentar lo
suficiente para abrir la cremallera de mi vestido y tirar de él hacia abajo. Quería
decirle que tuviera cuidado, recordarle cuántas horas de compras con mi madre
soporté para conseguir este vestido, que la tela era delicada y fácilmente se
podría romper. Pero nunca me había importado menos la ropa en mi vida. De
repente me sentí frenética, al igual que cuando la escuela y el trabajo se volvieron
agobiantes e imaginaba que mis músculos podrían salirse de mi piel si no salía y
corría, sólo tenía que moverme.
Tomó un poco de maniobras de ambas partes, pero con un último tirón Will
logró tirar de la tela sobre mis caderas y por mis piernas. Me cerní sobre mis
rodillas, los labios en busca de piel y las manos hambrientas tratando de
arrastrarlo de nuevo a mí. "Te amo tanto", dije entre besos. "Hoy fue tan perfecto,
esto... esta noche... todo ello. Tú".
Podía sentir su sonrisa contra mi boca, nuestro torpe beso con dientes,
palabras susurradas y la enorme felicidad de que estuviéramos finalmente aquí,
juntos.
"No tienes ni idea de cuánto tiempo he esperado por esto", me dijo, con una
mano en cada lado de mi cara mientras me sujetaba.
"¿Desde la noche que viniste a mi apartamento?", le pregunté, pero él ya
estaba negando con la cabeza.
"Antes. ¿Tal vez desde ese día en la pista? Con la camiseta de tu hermano
holgada y…"
"¿Y mi terrible sujetador?", le dije, riéndome contra su mandíbula. "Nunca va
a dejar de ser gracioso que tuvieras a Chloe llevándome de compras. Debiste
haber estado mortificado".
"Tenías que seguir cargando con tus tetas y me sentí tan triste por ellas.
Quería ofrecerme para sostenerlas por ti —ofrecer mi apoyo— disculparme por lo
mala que habías sido con ellas", dijo, deslizando el pulgar sobre mi pezón.
"Dios, yo hubiera perdido la razón", dije, mi risa se convirtió en un suave
gemido mientras aumentaba la presión. Hubo un beso, luego un segundo, uno en
cada esquina de mi boca antes de que inclinara mi cabeza, con su pulgar
presionando en la parte inferior de mi mandíbula.
Él se movió más abajo y le oí maldecir cuando se dio cuenta de lo que llevaba
puesto, su dedo subiendo a tocar el delicado encaje que apenas cubría mis
pechos.
"Chloe", le dije, sin necesidad de dar más explicaciones.
Tragó saliva y se estiró para secarse la frente con el dorso de su brazo, luego
tomó una larga y pesada respiración, sin dejar de mirar donde mis pechos estaban
muy apenas retenidos por la delicada tela. "Recuérdame esto cuando su
cumpleaños se acerque", dijo.
"Estoy básicamente derramándome fuera de él", le dije.
"Justamente a lo que me refiero", dijo, invitándome suavemente a
recostarme y presionándome contra la cama. Mis piernas se abrieron y se
trasladó a las rodillas, las caderas, entre mis muslos abiertos y su silueta se
enmarcó por la luz que se colaba por los grandes ventanales. Miré arriba hacia él,
atrapada al caer en cuenta cuán más grande era él que yo, la forma en que sus
amplios hombros y espalda ancha fueron suficientes para tapar las luces de la
ciudad detrás de él.
Extendí la mano, sintiendo la forma del bulto en sus pantalones, y lo apreté,
con algo de presión, de la forma que a él le gustaba.
Con un gruñido, bajó la cabeza, inclinándose para lamer en el hueco de mi
garganta. El techo se tornó borroso y cerré los ojos, perdida en la sensación de su
boca y de sus dientes, el roce de su mentón, la presión donde sus dedos se movían
para hacerse su propio espacio dentro de mi cuerpo.
Di un gemido ahogado, arqueando la columna vertebral contra la cama y
arrastrando mis uñas por su hombro y a través de su espalda, con fuerza, pero no
demasiado. No estaba segura si él ya estaba listo. En ocasiones a Will le gustaba
que doliera, lo pedía. Era esa cosa que lo llevaba hasta el límite, cuando está tan
cerca de venirse que no puede ni respirar, pensar o incluso pedir lo que quiere. Yo
simplemente sé que quiere más.
Debe haber visto la duda en mis ojos porque tragó y tomó una respiración
temblorosa. "Haz que duela", dijo.
Retorcí mis dedos en su pelo, desesperada, profundamente y lo
suficientemente duro para que disparara sus caderas hacia adelante por la
sorpresa.
Volteé a Will sobre su espalda y levanté mi pierna para montarme sobre sus
caderas. En la suave luz vi la sorpresa en su rostro y la forma en que arrastró sus
dientes sobre su labio inferior cuando alcancé y desabroché mi sujetador.
Aire frío se coló sobre mis pechos y mis pezones, endureciéndolos. Will se
liberó de sus pantalones y maniobró mis bragas hacia abajo y fuera de mi cuerpo.
Su piel estaba caliente por debajo de mí, sus muslos firmes y cubiertos de pelo
suave. Su pene duro descansaba contra su estómago.
Empujé arriba sobre mis rodillas y lo coloqué donde quería, alisándolo en mi
contra, burlándome de él.
"¿Quieres esto?", Le pregunté.
Él asintió con la cabeza sobre la almohada, con los pulgares presionando mis
caderas, los dedos agarrando mi culo. Fue bajando…
…despacio,
…despacio,
…hasta que estuvo completamente dentro.
Will no pudo evitar gemir, empujándose hacia arriba mientras me movía por
encima de él. Sus manos se extendieron para ahuecar mis pechos y levantarlos,
apretándolos juntos antes de que él se sentara y tomara un pezón en su boca.
"Will".
Él gimió contra mi piel, succionando más duro antes de soltarlo, su lengua
dibujando círculos alrededor de la punta. Estaba tan profundo dentro de mí, y
todo en lo que podía pensar o sentir o escuchar era él. Su estómago estaba
resbaladizo con sudor por donde se movía contra mí, sus muslos firmes contra mi
culo. Sus dedos que me sujetaban para levantarme y moverme se deslizaron
mientras él me sostenía con más fuerza, tratando de movernos más rápido.
Con un gemido, él nos dio la vuelta, me tiró sobre mi espalda, su cabeza
agachada y el cabello cayendo sobre su frente. Observó donde se movía dentro de
mí, dentro y fuera. Más fuerte. Más rápido.
Una eternidad, pero nunca el tiempo suficiente.
"Joder Ciruela", dijo, besándome hasta que fue demasiado y mi boca estaba
prácticamente en carne viva. Con una mano levantó mi pierna y la empujó contra
mi pecho.
"Jesús joder", dijo, moviendo sus caderas más rápido ahora, cada embestida
empujando algo dentro de mí que me hizo ver las estrellas.
Extendí mis brazos hacia arriba, mis dedos aferrándose a la cabecera de la
cama, necesitando algo de que agarrarme. Cada golpe seco de sus caderas me
empujaba más arriba en el colchón y más profundo dentro de ese lugar en mi
cabeza, justo donde la estática rugía y la creciente tensión dentro de mi vientre
bajo —la fricción y el calor entre mis piernas— se volvieron imposibles de ignorar.
"Will", respiré, jadeando contra su boca abierta. Me iba a venir y necesitaba
correrme con él, sentirlo venirse dentro de mí y luego una y otra vez, en mis
pechos y mi estómago, mis labios.
Will alcanzó el borde del colchón y empujó mi pierna más cerca de mi pecho
y eso fue todo. El calor estalló entre mis piernas y rebotó a través de cada parte de
mí. Mis dedos se cerraron, y me vine con tanta fuerza que no podía gritar o
incluso decir su nombre. Se balanceó en mí una última vez, tan profundo que sacó
el aire de mis pulmones y pude sentirlo, los músculos tensos mientras se venía
dentro de mí.
Will cayó de nuevo a la cama y me llevó con él, acunándome en su costado.
"Santa mierda".
Parpadeé hacia el techo, esperando a que mi respiración volviera a la
normalidad. Mis huesos eran de caucho; aire enfriando mi piel febril. Miré a Will
antes de alcanzar el reloj en el lado de la cama. Seis horas y veintidós minutos
para irnos. No está mal.
Sentándome, llene dos vasos con el agua fría de una botella que se
encontraba en la mesita de noche, vacié el mío de un solo trago y me subí al
regazo de Will
Sus ojos se movieron hacia mi cuerpo desnudo antes de tomar el otro vaso
que sostenía en mi mano. Lo vi beber, maravillándome de su garganta al tragar, su
pecho desnudo, su cabello desordenado. ¿Este cuerpo? Era mío. Una vez que
terminó, tomé el vaso vacío y lo empujé hacia abajo a las almohadas.
"Pues bien", dije, levantando una ceja, "acerca de esa lista…".
Tres
Will
4
Nerd (en singular), es un anglicismo de connotación peyorativa, que traducido al español podría ser “ratón de biblioteca”,
“traga” o “come libros”. Hace referencia a una persona inteligente, que se dedica al estudio de ciencias duras como
matemáticas o física, con reducidas habilidades sociales, y que suele ser objeto de burlas.
tiempo libre para hacer cosas fuera del laboratorio, algo que nunca había
escuchado en ninguna de las otras llamadas. Ella preguntó por ti, por tu trabajo y
por cómo estás tomando este proceso de entrevistas".
"¿Lo hizo?"
Hanna asintió, bebiendo de su taza de té antes de estirarse para dejarla en la
mesita del café. Se acurrucó de nuevo en mis brazos. "Le dije que eras increíble. Le
dije que eres el hombre más competente que conozco".
Me alejé, mirándola. Una sonrisa tiró de mi boca. "¿Lo dijiste justamente de
esa manera?"
Hanna sacudió la cabeza, confundida. "¿Cómo que de esa manera?"
"Es como si por ejemplo existiesen varias categorías de competitividad, y un
hombre competente ocupa la categoría más baja”.
Ella se rió, levantando sus manos. "No, no, yo—".
Me incliné, haciéndole cosquillas en la cintura, y ella volvió a caer en el
sofá. "Por ejemplo, yo no soy un mal conductor… si le preguntas a un perro”.
Riendo más fuerte, ella luchó contra las cosquillas de mis dedos juguetones.
"Básicamente, le dijiste a la jefa de biotecnología en Caltech que tu marido es
una ardilla de esquí acuático".
Ella me sonrió, y yo desaceleré mi asalto, inclinándome a la vez para besarla,
para deslizar mis labios encima de los suyos, sentir su boca cerrada abriéndose
contra la mía.
Moví mi mano hacia arriba de su cintura, deteniendo los dos primeros dedos
justo por encima de la clavícula, sintiendo su pulso allí.
"Te quiero", murmuró perezosamente, con los ojos cerrados.
"Yo te amo también".
La vi a relajarse en nuestro sofá, escuchando los sonidos de autos y gente
afuera. La brisa de principios de otoño se coló por la ventana, refrescando
mientras se acercaba la noche.
"Es tan bueno este tipo de tranquilidad", dijo Hanna.
"Siempre es bueno". Sonreí, tarareando distraídamente una canción que
sabía que le gustaba últimamente, escuchando el ritmo de su respiración.
La yema de su dedo trazó la ciruela tatuada en mi brazo, y se deslizó más
abajo, a la H negra en mi cadera, su favorito.
"¿Qué quieres hacer esta noche?", preguntó.
Me encogí de hombros, pasando los dedos a través de la maraña de su pelo
suave. "Esto. Estar casado. Tal vez poner una película. Pedir algo para cenar. Ir a la
cama y coger por un tiempo".
"¿Puedo cambiar el orden de las cosas un poco?", preguntó, deslizando los
dedos justo debajo de la cintura de mis bóxers.
Pero como si el universo hubiera oído nuestros planes y se riera en voz alta
de esta mierda, el golpeteo de pisadas sonó afuera en el pasillo antes que una
sinfonía de puños se reuniera en nuestra puerta.
Hanna sobresaltada, se incorporó de golpe. "¿Qué demonios?", preguntó,
volviéndose hacia mí.
"¡Bergstrom-Sumnerses!". Max gritó desde el pasillo. "¡Abre la puerta!".
"Creo que ellos optaron con Sumner-Bergstrom," oí a George corregirlo.
Mi estómago cayó.
Antes de la boda, no habíamos tenido tiempo para fiestas: Hanna estaba de
viaje, yo estaba trabajando, la vida era demasiado ocupada para cumplir con las
obligadas bromas de las despedidas de solteros. Y para ser franco, ninguno de los
dos las deseaba de cualquier forma; no necesitábamos la clásica despedida de
nuestros días de soltería, de hecho muchos de nuestros amigos dramatizaron y
vociferaron su decepción. La semana pasada, habíamos vuelto a caer en la rutina y
planeábamos un fin de semana tranquilo en casa después del de la boda. Hanna
quería que estuviéramos juntos en nuestro apartamento antes de que comenzara
otra ráfaga de viajes de trabajo.
Nuestros amigos sabían esto.
Sabían que estaríamos en casa.
Mierda.
Nos habían prometido una fiesta luego que pasara la boda.
"Creo que sé de lo que se trata esto". Me puse de pie, caminando a la puerta
principal y no me importó en absoluto el hecho que estaba usando nada más que
mis bóxers. ¿Ellos querían venir aquí sin avisar? Esto es lo que conseguirían.
La puerta se abrió para revelar a Chloe y Bennett, Max y Sara, y George,
todos sosteniendo un montón de alcohol.
“¡Sorpresa!", gritaron todos al unísono.
Todos menos George, quien estaba mirando fijamente mis bóxers. "Es como
si hubieras sabido que iba a venir".
"Wow. Hola, chicos". Dije sin ninguna emoción.
"No tienes más remedio que dejarnos emborracharlo y lo haremos de
manera colectiva como acostumbramos", dijo Chloe, levantando los brazos llenos
de prendas de encaje. "Algunas de estas son para Hanna, pero la mayoría las eligió
George para ti".
"Pues ni modo, qué demonios, pasen", dije, haciéndome a un lado.
Max y Bennett se quedaron en el pasillo, luciendo culpables. Alcé las cejas,
mirándolos con expectativa. “¿Ustedes van a entrar o…?".
Vacilaron, dándose una mirada el uno al otro.
"Las esposas pensaron…”, Max comenzó, observando mi atuendo
minimalista.
“¡Vamos!, está bien, no pasa nada", dije, con una falsa sonrisa gigante en mi
rostro. "Mi nueva esposa y yo estábamos a punto de disfrutar de un poco de sexo
de recién casados, pero quien iba a decirlo… esto es mucho mejor".
"Mira", dijo Bennett, "lo cierto es que probablemente debería haber llamado
primero, pero Chloe…".
"¿Llamar primero?". Me reí, palmeando sus hombros bruscamente y
jalándolos hacia el interior. Estos cabrones iban a quedar tan borrachos que no
serían capaces de caminar regreso a sus casas. "¡No hay necesidad de llamar! Son
bienvenidos a venir mi casa y pasar el rato conmigo y mi nueva esposa aunque
nosotros estemos vistiendo solo ropa interior en cualquier maldito momento".
Max se escurrió, riendo en voz baja. "Bueno, mierda".
"Los primeros tragos que sean para estos caballeros", dije, poniendo un
brazo alrededor de cada uno de sus hombros. "A ellos les gusta empezar de
inmediato, ¡que comience la fiesta!".
Chloe siguió a George a la cocina, mientras que Sara fue a la sala de estar,
abrazó a una Hanna todavía en shock y puso un poco de música. Una canción de
rock animado se filtró a través del departamento, y las dos regresaron al lugar
donde estábamos reunidos el resto de nosotros.
Hanna pasó los brazos alrededor de mi cintura, mirándome a los ojos. "¿Qué
acaba de pasar?", me preguntó a través de una carcajada.
En su expresión podía notar la pregunta: ¿En verdad vamos a hacer esto?
Y para ser honestos, juntos tuvimos un montón de sábados por la noche en
verdad tranquilos. Las miradas de emoción en las caras de nuestros amigos eran
difíciles de resistir.
Me incliné, besándola una vez. "Me temo que esta noche se nos va escapar
de las manos rápidamente", dije contra sus labios.
Ella rió. "Creo que tienes razón".
Dirigiéndose a nosotros con una bandeja de tragos de tequila, Chloe entregó
uno a cada uno para mí, Hanna, y George, y a Bennett y Max dos para cada uno.
"Buena mujer", le dije a Chloe.
Felizmente Sara desenrosca la tapa de su botella de agua y Chloe comienza a
marcarnos el paso. "A ver todo mundo, vengan aquí, levanten sus malditos vasos".
Los vasos comenzaron a chocar unos contra otros. "Por los recién casados: Will y
Hanna Sumner-Bergstrom. Prepárese para una vida entera siendo unos jodidos
hijos de puta”.
El tequila calentó el camino desde mis labios hasta mis entrañas, y miré a
Hanna, alcanzado a ver el primer escalofrío que le provocó el tequila entrando en
su organismo, seguido por una mueca de disgusto.
"Oh, Dios, es horrible", ella gimió.
"Entonces lo que necesitas es tomar uno más", dijo George, corriendo a la
cocina y regresando un par de minutos más tarde con otra ronda.
"Esto es una locura", les dije. “Llegaron aquí hace cinco minutos y estamos de
pie en el pasillo tomando shots de tequila como si fuéramos un grupo de idiotas
de la fraternidad".
Bennett estuvo de acuerdo con un movimiento de cabeza, pero de todos
modos se tomó su tercer trago.
"Nos arruinaste nuestro plan de tortura que teníamos planeado para tu
despedida", dijo Max, levantando su copa. "Bennett tuvo la suya en Las
Vegas. Todos ustedes me acorralaron en ese antro de Meatpacking District".
"Una buena descripción, si la memoria no falla", agregó Bennett. "Creo que
esa noche más que unos cuantos clientes tuvieron sexo en el baño".
"Además, ¿cuándo fue la última vez que nos emborrachamos todos juntos?".
Preguntó Chloe.
El grupo se quedó en silencio.
"¿Creo que nunca?" Hanna brindó, jalando hacia atrás el siguiente trago para
luego hacer muecas y por poco vomitarse. "Creo que no me gusta el tequila".
La miré —mejillas enrojecidas, los labios mojados por la bebida— y caminé
hacia la cocina, agarré una lima y el salero.
"Ten", le dije, jalándola más cerca de mí.
"Oh, sí", George canturreó desde algún lugar detrás de nosotros. "En unos
minutos estaremos en la tierra de los body shots5".
"Lame mi cuello", le dije, y ella obviamente ya estaba borracha, porque lo
hizo delante de nuestros amigos sin dudarlo. "Pon un poco de sal allí".
Sentí la cascada de sal por mi pecho desnudo.
"Está bien", dijo Hanna. "¿Y luego?".
"Lame la sal, tómate el trago y chupa esta lima de mi boca".
5
Body Shots. Juego donde se colocan shots de tequila, vodka o whiskey en el cuerpo de una persona, se le unta en
la piel el limón y se le echa sal. El objetivo es que otra persona tenga que lamer la sal de la piel y agacharse para
tomar el shot sin meter las manos.
"¿Podemos por favor tomar nota aquí que Will se encuentra todavía
vistiendo únicamente sus calzoncillos?". Gritó Sara desde el otro lado de la
habitación, donde volvió a subir el volumen del estéreo. "¿Nadie más está un poco
incómodo?".
"Mi cuenta de Snapchat6 estará teniendo un excepcional puto día", murmuró
George, acomodando su celular para tomar una foto, justo antes de que le diera
un manotazo y le arrebatara el teléfono de sus manos.
La boca de Hanna llegó a lo largo de mi cuello entre fuertes silbidos y
aplausos, y luego se tomó el trago y se inclinó hacia delante, chupando el gajo de
lima de entre mis labios.
Bueno, a la mierda.
Ella se alejó hacia atrás y la vi chupar el gajo, sonriéndome con sus ojos.
"¿Mejor?", pregunté.
Escupiendo la lima, ella negó con la cabeza. "Nop, sigue siendo asqueroso".
Ella me dio un beso y sentí el sabor a tequila y lima. Podía saborear sus labios
durante todo el día y todavía perseguirla por más.
Pero ella me puso una mano en el pecho, empujando ligeramente. "Ve a
ponerte unos pantalones. Estas… un poco feliz". Asintiendo a mis bóxers, ella me
sonrió y me di cuenta que estaba exhibiéndome medio parcialmente duro aquí de
pie en medio de mi apartamento, rodeado de mis amigos.
6
Snapchat es una aplicación para el envío de archivos, los cuales "desaparecen" del dispositivo del destinatario entre uno y diez
segundos después de haberlos visto. Desarrollada por Arthur Celeste, Bobby Murphy y Reggie Brown, estudiantes de la
Universidad de Stanford, en EEUU, en el año 2010. La aplicación permite tomar fotografías, grabar vídeos, añadir textos y
dibujos y enviarlos a una lista de contactos limitada. Estos vídeos y fotografías se conocen como "Snaps" y los usuarios pueden
controlar el tiempo durante el que estos serán visibles (de 1 a 10 segundos de duración), tras lo cual desaparecerán de la
pantalla del destinatario y serán borrados del servidor de Snapchat.
Bennett se rió, dándose la vuelta.
"Jódanse chicos," dije, golpeando su hombro antes de caminar hacia el
dormitorio.
***
En casi nada de tiempo todos excepto Sara estaban cayéndose de borrachos.
Incluso Hanna, a quien solo había visto ponerse alegre algunas veces, ahora sólo
dejaba de reír cuando superaba el ataque de hipo combinado con una sacudida
corporal. La mesa de café estaba cubierta de pajitas, naipes, vasos de chupitos y
botellas de cerveza. Una bolsa de nachos estaba a pocos centímetros cerca de un
cuenco vacío, y a nadie parecía importarle que espacio entre las dos mesas
estuviera manchado con gotas de salsa.
“Hanna ¿Qué hay de nuevo con la búsqueda de trabajo?”, Bennett preguntó,
con cierto gesto de desagrado del Bennett borracho.
Hanna levanto tres dedos. “Tengo dos entrevistas más”.
“¿Donde?”, Sara preguntó, empujando un vaso de agua cerca de ella.
Mi adorablemente ebria esposa trabajó en concentrarse en sus dedos,
contando, “Berkeley. Caltech”.
Chloe frunció el ceño. “Si te mudas a la Costa Oeste, haré un arma con esto”,
le dijo, sujetando de ebriamente una pequeña pajilla antes de seguir buscando en
la desordenada mesa. “Y estos cacahuates y este vaso, y te disparare en el pene,
Will”.
Di un respingó ante la imagen. “Wow— “, empecé a decir.
“En el pene, Will”.
“Está bien, wow. Eso fue… gráfico. Yo no soy el que tiene las entrevistas de
trabajo”.
“Pero tienes una opinión en esto”, Max me recordó.
“No importa”. Yo agite una mano ebria, sintiendo como el pánico se
apoderaba de mí. “Hanna básicamente vivirá en el laboratorio de todas maneras”.
“¡Hey!”. Volteó su cabeza para encararme. “Eso no es justo”.
“Sin embargo, es verdad”. Apoye un codo en la mesa, descansando mi mejilla
en el puño. Era como si hubiera tenido cubriendo con una sábana encima del
montón de preocupaciones que crecían en mi mente, y el alcohol la hubiese
levantado y arrojado a un lado. “Quiero que tengas un honorable y simple trabajo
como profesora, con el cual podré verte. Pero no estás interesada en ello”.
Se enderezó hacia atrás, irguiendo su cabeza y estrechando los ojos. “Yo no
quiero un honorable y simple trabajo como profesora. Quiero dirigir un
laboratorio, además”.
“Lo sé”. Me encogí de hombros. “Lo entiendo. Es justo la decisión que estas
tomando”.
La pequeña parte de mi cerebro que no estaba ebria levantó una bandera de
advertencia. Una pequeña voz en el fondo de mi cabeza me dijo que estaba siendo
un cabrón.
Pero no me importaba. Era verdad ¿No? La idea de que Hanna tomara una
posición en la facultad en una gran institución de investigación me asustaba. Era
una de las razones por las cuales no había tomado ese tipo de trabajo: la presión
de publicar en revistas de alto rango es mortal. No deja tiempo para otra cosa.
Hasta que ella fuera titular —lo que es cosa de años— su vida entera tendría
que ser su laboratorio.
Además, ella tenía entrevistas por todos los malditos lugares y todavía no me
había dado alguna pista de a donde quería ir. Nosotros podríamos estar
desarraigando nuestro hogar entero en cosa de unos meses para mudarnos a
través del país, y yo no tenía idea de adonde.
Nos casamos hace una semana y yo ya me estaba preparando para pasar a
estar en segundo lugar justo debajo de su carrera.
“Vamos a seguir jugando Verdad o Reto”, sugirió George, distrayéndonos
ruidosamente de una pelea que se avecinaba.
“Era tu turno”, Bennett le dijo a Hanna.
“Bien”, dijo Hanna, mirándome, “pero no hemos terminado de discutir esto”.
“¿Creen que podrían esperar a que nos vayamos?”, preguntó Bennett.
“Cristo, perdón por preguntar”.
“Dice el hombre que después de discutir le gusta tener sexo con su esposa en
público cada maldito día”, dijo Max.
Hanna agitó sus manos en frente de ella, atrayendo nuestra atención de
vuelta al juego.
“Verdad o Reto, Sr. Summer-Bergstrom”.
Me incliné hacia delante, sonriendo. “Ohhh, reto”.
Hanna no pudo contener su risa encantada. “Te reto a que beses a George”.
Todos nos dimos vuelta a ver a George, quien se había puesto tan blanco
como una hoja.
“¿Qué?”, dijo él. “Esperen ¿Qué es lo que ella acaba de decir?”.
“Ven aquí”, gruñí, actuando mi parte para complacer al público.
George sacudió su cabeza con incredulidad, cantando, “Oh Dios mío, Oh Dios
mío…”.
Agarrando un puñado de su pelo áspero, me incliné, inclinando su cabeza
para acercarla más a la mía. Sus ojos se agrandaron.
Yo mordisqué su labio inferior con mis dientes. “Respira, George”.
“¿Vas a destruirme?”. El preguntó, su voz bajita y ronca.
“Seguro como la mierda que voy a tratar”, le dije, y luego me incline hacia
delante, cubriendo su boca con la mía, y —a la mierda, estaba borracho—
deslizando mi lengua como una pequeña diversión adicional.
Contra mí, George parecía derretirse, su boca todavía abierta cuando me
alejé.
Todos aclamaron ruidosamente.
“¿Estás bien?”, le pregunté.
“Ahora voy a estar bien por siempre”, dijo aturdido.
Me incline hacia atrás, viendo a Hanna, que se veía como si quisiera
jodidamente comerme. Me moví cerca de ella, besándola una vez. “¿Eso estuvo
bien?”.
Asintió con la cabeza, intentando parecer indiferente. “Nada mal”.
Su cuello estaba ruborizado, respiraciones cortas y agitadas. Mi pequeña
pervertida esposa.
“¿Estas mojada ahora mismo?”, le pregunté bajito.
Ella negó de vuelta, su boca encrespándose en una creciente lenta sonrisa.
“¿Todavía estas enfadada conmigo?”, pregunté.
Sus ojos enfriándose mientras recordaba. “No quiero hablar de eso ahorita.
Estoy demasiado ebria”.
Yo no había estado tan preocupado por todo el asunto hasta que me dijo eso.
Las discusiones de Hanna y yo eran rounds que duraban máximo 30 segundos.
Uno de nosotros dice algo y el otro no está de acuerdo y al final simplemente
decidíamos si valía o no la pena discutirlo.
Y es que Hanna odiaba el conflicto más que cualquier cosa.
Nosotros no gritábamos.
Nosotros no pedíamos hablar de algo más tarde.
Nosotros simplemente no peleábamos, pero parte de mi realmente quería
hacerlo.
Mi estómago se sentía agrio y nauseabundo.
***
Lo que siguió fue puras horas de libertinaje, o al menos se sintió así. Chloe y
Sara habían planeado toda clase de entretenimiento adolecente, incluyendo un
bullicioso juego de mierda (Max ganó), un juego de dardos de velcro muy
impreciso (no hubo un claro ganador allí), y unas partidas de Yo Nunca He7 que
nos tuvo a todos preocupados de que Chloe o Bennett derramaran sangre en
nuestra nueva alfombra persa.
Para las 3 a.m., todos estaban debidamente mirando al techo, hechos bola
tumbados en la alfombra, la mitad de nuestras extremidades debajo de la mesa
de café. “Deberíamos irnos”, dijo Bennett arrastrando las palabras, levantándose
con obvio esfuerzo. “Solo tenemos treinta horas antes tener que establecer una
presencia ejecutiva verosímil”.
“Voy a tener resaca”. Chloe gimió. “¿A quién le puedo pagar para que vuelva
en el tiempo y deshaga tres de esos chupitos de tequila? Tal vez cuatro”.
Sara, quien había estado durmiendo en nuestra cama, salió, estirándose.
“Acabo de llamar a un par de taxis. Vamos, borrachines”.
7
Never Have I Ever (en el original), un típico juego de bebedores, que consiste en que cada jugador en la ronda
agrega una palabra a la frase, aquel que no consigue agregar una palabra debe beber un trago.
En la puerta, Hanna los detuvo, abrazando a todos de uno por uno. “Gracias
por esto. Fue muy divertido el poder actuar como estúpido con ustedes por unas
pocas horas”.
“Todos estamos contentos por ti”, Max dijo, despidiéndose desde la puerta.
“Pues tu que nunca tienes tiempo de pasar el rato en casa con los amigos”,
Chloe añadió. “Estoy feliz de que te hayas tomado la noche para desacelerar un
poco”.
Con una palmadita en la cabeza de Hanna, ella se dio vuelta, liderando al
resto de ellos fuera de nuestra casa.
Hanna de giró hacia mí, reclinándose sobre mi hombro. “¿En serio trabajo de
esa forma? ¿Todo el tiempo?”.
Me encogí de hombros, besando la parte posterior de su cabeza. “Algo así”,
dije, mi frustración hacia ella de hace rato se había desvanecido.
Era una de las cosas que admiraba sobre Hanna: Ella estaba tomando el toro
por los cuernos en el mundo académico. Pero también era la cosa que más ponía
en juego mi visión de nuestro futuro. Tanto como odiaba admitirlo, amaba la idea
de Hanna en casa conmigo en la noche, Hanna algún día embarazada con nuestro
hijo, Hanna siempre ahí cuando yo saliera del trabajo.
Ella nunca estuvo destinada a ser una esposa primero, y yo lo sabía
―siempre lo he sabido y mierda… nunca esperé querer eso en una mujer— pero
la parte no evolucionada de mi quería más de su tiempo y su atención antes de
siquiera haberla perdido.
“Pensé que había arreglado eso el año pasado”, dijo ella. “Jensen se llevó
todo mi papeleo. Yo pensé que había salido del laboratorio, conseguido a un
hombre, y un poco de acción”.
Nos giré, dirigiéndonos a los dos al baño para cepillarnos los dientes. “Los
viejos hábitos no mueren fácilmente”.
Ella sacudió su cabeza mientras metía su cepillo de dientes en su boca,
apretando los ojos cerrados. “No quiero hablar de ello esta noche”.
Sus palabras fueron amortiguadas y ella se cepillaba bruscamente. Aun así
ella agregó: “Me hiciste enojar cuando dijiste que yo debería conseguir un trabajo
de profesora”.
Agachándome para escupir, pregunte, “¿Qué hay de malo en un trabajo de
enseñanza? Seguro que sería un horario más regular, lo que sería mejor para
nosotros”.
Ella me miró, su boca espumosa, los ojos muy abiertos y vidriosos y luego
escupió después de mí, enjuagando su boca. “¿Me vas a hacer sentir culpable
sobre esto?”.
“No”, le dije, pero tenía que ser honesto. “Pero supongo que tengo
sentimientos encontrados sobre ello después de todo. Yo siento que no tengo
idea de cuál es el plan. Sí, puedo trabajar donde sea, pero sería lindo tener una
región especifica en mente”.
Ella se secó la boca con una toalla y se quedó allí, ojos cerrados mientras
tomaba un fuerte suspiro. “Está bien No vamos a hacer esto ahora mismo. Mi
cerebro está todo blah blah borracho”.
Con un asentimiento decisivo, me miró de vuelta. “Dejando esto de lado”.
Di un paso más cerca, agachándome para besarla. “Dejando esto de lado”.
Cuando mi lengua toco la suya, ella se echó hacia atrás, riendo. “Oh Dios mío,
acabo de recordar que te hice besar a George”.
“Lo hiciste”.
“Le gusto”.
Eso me hiso reír. “¿Tú crees?”.
“¿Y a ti?”.
“Bueno, no fue terrible. Pero tampoco eras tú”.
La seguí a la habitación hasta meternos entre las sabanas. “¿Piensas que está
enamorado de ti?”.
Sacudí mi cabeza. “No. Lo que realmente pienso es que él quiere acostarse
conmigo y que yo me lo coja”.
Hanna se rió y trepó encima de mí, besando mi pecho desnudo. “Apuesto a
que le encantaría hacer esto”. Ella se movió más lento, bajando mis bóxers y
sacándolos, arrojándolos al piso de nuestra habitación. Su boca se topó con la
cabeza de mi polla, saboreándome con su lengua. “Amo la manera en que te
sientes en mi lengua”. Ella me mamó, ebria y atrevida. “Cuan mojado te pones,
como si tu cuerpo estuviera rogando por venirse”.
Sentí que mi corazón salía despegado en una tormenta, gruñendo dije,
“Hanna”.
“Dios, Will. Te pones tan duro”. Ella me sacudió, golpeándome contra su
lengua. “Estas tan recto y liso. George perdería la cabeza”.
“Yo quiero solo tu boca”.
Ella me miró a través de unos dulcemente tortuosos ojos. “Pero me gusta
tenerte cuando otra gente te desea. Me hace sentir poderosa”.
“Y así es como sé que estás segura de mi amor. No habrías dicho eso hace un
año y medio”.
Ella se rio contra mí, una bocanada de aire caliente. “Estas usando mi anillo.
Te tatuaste mi nombre. Te coquetean todo el tiempo y te conviertes en un
desastre. Te he envenenado para otras mujeres”.
Mis caderas subieron fuera de la cama, necesitadas. “No me hables de otras
personas ahora mismo. Me gusta esta cosa de que juegues salvaje conmigo.
Quiero a la pequeña sucia, traviesa Ciruela chupando mi verga”.
Ella arrastró sus dientes por abajo de mi eje. “¿Si?”.
“Si”.
“¿Te gusta cuando hablo sobre cuánto me gusta lamerte aquí? Todo duro y
liso al mismo tiempo”. Ella me mamó profundo, soltándome para decirme:
“Quiero mamarte hasta secarte”.
“Mierda”. La Hanna ebria tenía una sucia boca.
“¿Y aquí abajo?”. Ella lamio mis pelotas. “Amas ser tocado aquí. Pienso que
eres bastante malo, William. Yo pienso que te gusta la idea de mi boca por todos
lados no solo porque se siente bien sino porque se ve tan travieso”.
Cuando gemí en respuesta, ella cerró sus ojos, moviéndose de vuelta para
tomarme en su boca, profundo, arriba y abajo, moviendo sus labios encima de mí.
Ella había aprendido, conocía mi cuerpo tan bien que era como respirar, el estar
con ella así.
La conversación que necesitábamos tener estaba en segundo plano,
esperando.
Pero era fácil el poner esa preocupación aparte cuando ella está allí, cálida y
mojada deslizándose sobre mí, pequeños gruñidos vibraban junto a mi polla. Le
dije lo que le haría cuando ella terminara allí, como la destrozaría con mi boca y
mis dientes, como la tomaría esta noche y como la dejaría extasiada de placer.
La desesperación arañaba como una bestia debajo de mi piel.
Me asustaba, un poco, el no sentir que me acostumbraba a esto, pero en
cambio me sentía más desesperado por ella cada día. La tenía. Vivía con ella. Me
case con ella. Pero mis sentimientos por Hanna eran ajenos a mí en su intensidad,
y el gran desconocimiento de nuestro futuro me dejó una sensación de
inestabilidad.
Cerrando mis ojos, agarré su pelo, sintiendo la presencia de su sólida figura
sobre mí, necesitando algo más profundo y más grande que cualquier cosa que
ella me pudiera dar esta noche.
Cuatro
Hanna
Aún medio dormida, hice un gesto de dolor ante la luz. Era de mañana ―muy
apenas― lo suficientemente tarde como para que un toque de cielo brillante
comenzara a filtrarse sobre el borde de las sombras, pero demasiado, demasiado
temprano como para levantarse.
Tiré la frazada sobre mi cabeza, enterré mi cara en la almohada, y cerré los
ojos con fuerza. Afuera las calles estaban relativamente tranquilas y Will dormía
en silencio junto a mí, pero yo prácticamente podía oír mi dolor de cabeza.
Dándome por vencida, me día la vuelta, con mis dedos buscando a través de
las sábanas a Will y piel cálida y…
Ouch. Esto podría ser un error. Conté hasta diez, respirando por la nariz
mientras esperaba que la habitación dejara de girar. Mi estómago definitivamente
no estaba de acuerdo con cambio de postura.
Gemí, cerrando los ojos con fuerza mientras me las arreglaba para sentarme.
Mi boca se sentía como el algodón y estaba probablemente a dos segundos de
sacar todo lo que había bebido anoche, pero eso… bueno… vertical era sin dudas
la mejor opción.
Will murmuró algo y se puso de costado, y yo lo miré sobre mi hombro. Él
estaba respirando suavemente, con la almohada apretada entre sus brazos,
durmiendo silenciosamente de nuevo. Su anillo de bodas resaltaba contra el
bronceado de su piel y yo estiré la mano, rozando un dedo sobre el metal frío. Una
semana ―él había estado usando el anillo por una semana, y estaba bastante
segura de que yo podría lidiar con un millón de semanas más como esta.
Saliendo de la cama, me arrastré hacia el baño.
Usé el inodoro, me lavé las manos y me cepillé los dientes ―gracias a Dios―
y bebí al menos un galón de agua directamente del grifo. No quería volver a ver el
tequila jamás.
Sintiéndome un poco mejor, regresé a la habitación y miré alrededor,
siguiendo con mis ojos el rastro de ropa tirada que se dirigía desde la puerta hasta
la cama. La noche anterior había sido una locura… creo. Recuerdo el alcohol
―mucho alcohol― nuestros amigos, algún vago recuerdo de William besando a
George y… ¿yo excitándome por ello? ―sin dudas necesito obtener la exclusiva de
la sobria Sara ― y la sugerencia de Will de que tomara un trabajo como profesora.
Y así, mi cabeza se aclaró. Sentí como me comenzaba a picar la piel a medida
que iba recordando sus comentarios acerca de cómo pasaría mi vida en el
laboratorio, como si él estuviese tan seguro de que eso es lo que pasaría. ¿Por qué
era aceptable que él trabajara largas horas y diera todo por su carrera? Will
siempre había sido comprensivo y estado orgulloso de todo lo que yo había
logrado… ¿De dónde había venido esta queja? Nos casamos, sí, pero nunca firmé
para ser Susie Homemaker 8 o cambiar quien era. Me había sacrificado toda la
vida por mi carrera, y estaba malditamente orgullosa del equilibrio que había
conseguido encontrar desde que lo había conocido, me había enamorado y me
había casado con él. ¿Tenía él tan poca fe en mi capacidad para manejar ambas
cosas?
Nuevamente molesta, entré al vestidor, saqué ropa y traté de ponérmela tan
silenciosamente como me fue posible. Encontré mis zapatos debajo de la cama.
8
El término "Susie Homemaker" se ha convertido en parte de la cultura americana, que se utiliza como referencia
burlona a cualquier mujer con los hábitos relacionados con las actividades domésticas estereotipadas
tradicionalmente realizadas por mujeres.
Mi teléfono, mis llaves y mi identificación literalmente estaban regados por todo
el departamento, esparcidos en medio de los rastros de corrupción de la noche
anterior. Los metí todos en el bolsillo con cremallera de mi chaqueta, volví a la
habitación, y apagué la alarma de su teléfono.
Iba a correr; Will podía quedarse en casa.
***
De la misma manera que antes de aquella primera vez que corrí con Will hace
más de un año ―si se puede decir que lo que hice aquel día fue correr― caminaba
de un lado a otro, esperando. Durante el año habíamos establecido nuestra ruta,
comenzando en diferentes puntos para atacar las colinas al comienzo de la carrera
algunos días, y al final en otros. En lugar de estar en la Puerta de los Ingenieros en
la Quinta y Nonagésima, caminaba de un lado a otro al borde del sendero cerca de
Columbus Circle.
Soy un marcapasos natural. Lo hacía en casa siempre que estaba estresada
por algo, y estaba casi segura de que había dejado marcado un camino que se
extendía desde la puerta principal del laboratorio hasta la pared opuesta. Cuando
era pequeña mi papá solía decir que me iba a conectar a la cortadora de césped y
así al menos de esta manera iba a tener el pasto cortado en vez de la alfombra de
la cocina pisoteada hasta el cansancio.
Sabiendo que era posible que él ya se encontrara despierto con Annabell, le
envié un mensaje a Max tan pronto como salí del apartamento. Afortunadamente,
él lo estaba, y no tenía ningún problema en iniciar nuestra carrera un poco más
temprano. Aunque “un poco” podría haber sido un eufemismo.
Afuera aún estaba prácticamente oscuro ―especialmente aquí, en el
parque― el cielo tenía un color ciruela ahumado, los bordes brillaban cada vez
más a medida que el sol se levantaba a través de los árboles.
Me encantaba este lugar a esta hora de la mañana, cuando el aire aún estaba
fresco y crudo, casi no había gente circulando, sin nada más que hacer que
bloquear mi cerebro y mover mi cuerpo. Will y yo habíamos recorrido estos
senderos casi todos los días desde aquella primera mañana, y se nos habían unido
Max y Annabell poco después del nacimiento de la niña. Él afirmaba que ella
dormía profundamente en los días que él la llevaba a correr, pero todos sabíamos
mejor. Max amaba esos momentos con su hija y Sara amaba el tiempo libre sin
bebé que tenía en las mañanas.
Hoy, oí las ruedas del coche antes de ver a Max dirigiéndose hacia mí.
“Buenos días Sra. Sumner-Bergstrom”, dijo deteniéndose frente a mí. Y a
pesar de mí molestia actual con Will, mi estómago dio un pequeño vuelco al oír mi
nombre de casada.
“Buenos días”. Mis mejillas se calentaron mientras movía las mantas y me
inclinaba para poder besar a la adorable bebé la cual estaba perfectamente
abrochada en el elaborado coche de correr. “Y buenos días para usted, señorita
Anna ¿Cómo está la chica más bonita de Nueva York? ¿Cómo está ella?”.
Annabell se rió, tratando de alcanzar los mechones sueltos de mi pelo y
tirando de ellos para traerme más cerca.
“Fresca como una lechuga”, dijo Max. “Por desgracia, no se puede decir lo
mismo para el resto de nosotros en la casa”.
Solté un suspiro dramático. “¿Despertaste a los adultos con resaca, dulce
bebé?”, le pregunté a ella, fingiendo engullir su pequeño pie.
Max se quejó. “Se levantó al alba y luego durmió todo el camino hasta aquí.
Ahora está feliz como una almeja”.
“Bueno ¿no lo estarías tú?”, dije enderezándome. Haciendo el intento de
darle algún sentido a mi cabello, alisé las mechas enredadas con mis dedos y
utilicé una liga que traía alrededor de mi muñeca para asegurarlos en la parte
superior de mi cabeza. “Ella tiene a alguien empujándola alrededor de Central
Park y atendiendo a todos sus caprichos. Todos deberíamos ser tan afortunados”.
“En eso estoy de acuerdo contigo. Aunque me imagino que William haría lo
mismo por ti si se lo pidieras amablemente”.
“¡Ja!”. Miré hacia el costado, hacia el aparentemente tramo interminable de
árboles.
“Hablando de… ¿dónde está tu Will el día de hoy?”, preguntó, siguiendo mi
mirada hacia el parque.
“Oh… él... aún duerme”, dije, haciendo gala de sacar el polvo de mis rodillas y
girando hacia el sendero. No me pasó por alto el tono de mi voz… Estoy segura de
que Max tampoco lo hizo. Will seguía dormido porque yo quería una oportunidad
de correr sin pelear contra el impulso de empujarlo hacia el lago. Definitivamente
no iba a decirle eso a Max.
“Aún duerme”, repitió Max, claramente satisfecho. No había que ser un
genio para saber que más tarde iba a estar felicitando a Will o dándole mierda
épica.
“¿Listo?”, pregunté, y Max asintió, lo suficientemente educado como para
ignorar mi rareza.
Partimos desde la estatua USS Maine 9 ―Max y Anna a mi lado―
dirigiéndonos por el camino que conducía a la curva principal. El recorrido iba
desde una pendiente en bajada hasta una subida constante hacia Cat Hill, y yo me
concentré en el golpeteo de mis pies sobre el suelo y el zumbido de las ruedas del
cochecito junto a mí, mientras me preparaba para Harlem Hill.
Harlem Hill siempre había sido un buen barómetro según el tipo de día que
estaba teniendo. En una mañana decente podía llegar hasta la cima y aún
arreglármelas para lanzar algunas maldiciones en el camino― solo lo suficiente
para hacer reír a Will. Si mi semana había sido particularmente difícil, avanzaba
emitiendo apenas alguna palabra, con el cerebro vacío a excepción de un único
pensamiento: Correr hasta desgastar el suelo.
Will me conocía lo suficientemente bien como para calibrar mis estados de
ánimo, y aparentemente también lo hacía Max.
“Hey, hey. Más lento, Bolt10”, dijo detrás de mí.
Había estado corriendo ―corriendo a toda máquina a lo largo del sendero―
y el pobre Max estaba luchando para permanecer a mi lado.
“Lo siento”, murmuré, disminuyendo la velocidad a la espera de que me
alcanzara. “En cierto modo me olvidé que estabas aquí. Y empujando un
cochecito. Dios, soy una idiota”.
Max me hizo un gesto con la mano y se puso a caminar junto a mí para
enfriarnos un poco. “Puede que no esté en tan buena forma como ya-sabes-quién,
9
Es el monumento en honor a los marineros que murieron en la explosión del buque estadounidense Maine en
1898, en la Habana, Cuba. Se encuentra sobre la Puerta de los Comerciantes, calle 59, en Columbus Circle, Central
Park, Nueva York.
10
Hacen referencia a Usain Bolt, atleta jamaiquino especialista en pruebas de velocidad. Ostenta once títulos
mundiales y seis olímpicos. Se le conoce como "Lightning Bolt" (rayo bolt).
pero, Jesús, Hanna, estabas corriendo como si tu culo estuviese en llamas. ¿Qué
sucede?”.
“Me perdí un poco en mi cabeza”, le dije, y fue solo cuando hubimos
desacelerado que me di cuenta la forma en la que me ardían los cuádriceps y lo
revuelto que tenía el estómago. “Ouch, siento que voy a vomitar”.
“Estás un poco hostil esta mañana ¿me equivoco?”, preguntó Max, riendo
ligeramente.
Gruñí. “Se podría decir eso”.
“¿Y eso sería por el tequila o por el esposo?”.
“Ambos”.
Emitió un sonido de simpatía desde la parte de atrás de su garganta.
Anna comenzó a quejarse y Max se agachó, ajustando sus mantitas. “Suena
como si hubiera una historia escondida por allí”.
“No estoy acostumbrada a estar molesta con Will. Nunca peleamos, así que
tal vez es por eso que estoy un poco… perturbada”.
“Eso es entendible”, dijo él, moviéndose a un lado y sonriéndole a otro
hombre que pasaba a nuestro lado. “Aunque, siendo honesto, lo que escuché
anoche no me sonó como a una pelea”.
“Nos llevamos tan bien y yo estoy absolutamente desacostumbrada a que él
esté molesto conmigo. Mi cerebro falla cuando hay una situación como esa”.
“Hanna, casarse es algo enorme. Encontrar un nuevo trabajo es algo enorme.
Mudarse es algo jodidamente enorme. Hacerlo todo a la vez puede volverte
completamente loco. Dense un respiro, ¿de acuerdo?”.
Asintiendo, pateé una roca cerca de mi zapato. “Lo sé. Simplemente es
extraño cuando no podemos manejar las cosas con facilidad”.
Max sacudió la cabeza. “Nunca pensé que iba a encontrar una pareja que
encajara de una manera tan jodidamente extraña como Bennett y Chloe… pero tú
y Will probablemente los hayan superado. Aunque es muy probable que ustedes
dos sean robots. De hecho lo estoy considerando seriamente, en verdad”.
“Muy gracioso”, dije, y lo golpeé en el hombro. “No puedo creer que Will
piense que debería tomar un trabajo que no conlleve ningún tipo de
investigación”, añadí. “¿No sabe que amo el laboratorio? ¿No sabe que el sueño
de toda mi vida ha sido dirigir un laboratorio?”.
“Bueno, él está completamente loco por ti y estar enamorado convierte
incluso al hombre más inteligente en un idiota. No dudo que ustedes tengan un
lenguaje científico que lo explique mejor”. Me miró y soltó una carcajada. “Lo
tienen, ¿no es así?”.
“Es decir, hay neuroquímica básica implicada en el enamoramiento ―o la
lujuria, da igual― y sin duda se ha demostrado que afecta a la función cerebral…”,
fue cuando caí en cuenta de lo que estaba haciendo y le sonreí con culpa.
“Ustedes dos son jodidamente perfectos el uno para el otro”.
No dije nada, y en su lugar me puse a contemplar el camino delante de
nosotros. Max estaba en lo cierto, Will y yo éramos perfectos juntos. Al menos se
sentía de esa manera, y nunca había sido más feliz en mi vida de lo que lo había
sido desde que estábamos juntos. Pero mi carrera también era importante para
mí, y si había alguien que lo entendiera, pensé que iba a ser él. El laboratorio era
importante para mí. Mi investigación era importante para mí. Pero también lo era
él.
¿Por qué no podía tener ambos?
“Y bien, ¿cómo vas con las entrevistas, de todos modos?”, preguntó Max,
enganchando mi atención nuevamente a la charla. Nos estábamos acercando a
Columbus Circle de nuevo y el número de personas en los senderos y en el parque
definitivamente se había incrementado.
“Bien”, le dije. “El miércoles voy a Berkeley”.
“Gran campus”.
“¿Has estado allí?”.
Él asintió. “Tengo un par de clientes que viven por allí. Es precioso, así que
trato de quedarme una noche o dos cuando puedo, últimamente no tanto”,
añadió sonriendo con cariño hacia el cochecito.
“Solo he estado un par de veces en viajes familiares. Puede ser agradable”,
dije.
“Entonces, ¿no es tu primera opción?”.
“Realmente no tengo una aún, para ser honesta”. El sonido de una sirena
irrumpió a través del aire a pocas cuadres de distancia, haciéndose más fuerte a
medida que se acercaba al parque hasta que desapareció en la distancia. Una vez
que se calmó, miré a Max y me encogí de hombros, añadiendo, “Creo que por el
momento primero que nada estoy solo enfocada en pasar por todo este proceso
de las entrevistas. Y tratando de imaginarme donde Will podría querer vivir”.
“Confía en mí, tu esposo piensa que fuiste tú quien creo las jodidas
constelaciones. Podrías decirle que elegiste una escuela en la Antártida y él
preguntaría si estas lista para comenzar a empacar”.
“Sí, supongo que sí”, le dije. “Quiero decir, yo sé que él me ama, por
supuesto, pero el resto… ¿elegir dónde viviremos? Es algo enorme”.
“Bueno, antes de que sucediera todo esto ―Will, la boda― ¿dónde te veías a
ti misma?”.
Solté una bocanada de aire, viendo una pequeña nube de condensación
formarse frente a mis labios. ¿Qué quería antes de Will? Había tenido un plan
―yo siempre tenía un plan― pero los días antes de Will eran un poco difícil de
recordar. Podía verlos, pero se sentían polvorientos, y de alguna manera
distorsionados, opacos.
“En realidad nunca he puesto mi mirada en una escuela en particular”, le dije.
“Siempre me ha gustado Harvard, ¿Caltech, tal vez?”.
“De regreso a casa”, dijo tarareando pensativo, frunciendo el ceño mientras
lo consideraba. “Harvard podría ser definitivamente interesante. Imagínate cuan a
menudo podré recordarle a Will sobre aquella vez que trató de tener sexo en la
casa de tus padres”.
Casi me ahogo ante la palabra ‘trató’.
Will hizo más que tratar en ese viaje, y yo básicamente abusé de él tan
pronto como entramos en mi antigua habitación.
Mi pulso se aceleró con el recuerdo de esa noche. Mirando hacia atrás, me di
cuenta de que Will había esencialmente profesado su amor por mí, y yo me había
senTdo tan sofocada ―o tan perdida en el increíble sexo en el suelo― como para
oírlo. Mi rostro se calentó y cambié rápidamente de tema.
“¿Entonces realmente no sería un problema para Stella & Sumner el hecho
de que nos mudáramos?”.
Max me miró como si hubiese dicho algo absurdo. “Las cosas serían un poco
más complicadas, pero ustedes necesitan hacer lo que sea mejor para ustedes.
Haremos funcionar el resto”. Luego sonrió ampliamente. “Ventajas de ser los
jefes”.
***
Luego de dejar a Max y Annabel en el parque, yo aún no estaba lista para
volver a casa y enfrentarme a Will. De hecho, ni siquiera estaba segura de lo que
le diría. En su lugar, di la vuelta en la esquina y me dirigí en dirección a la estación
de la calle 59 y Columbus Circle, decidiendo tomar el metro hasta el laboratorio.
Sólo han habido dos cosas que se han sentido fáciles en mi vida: una era la
ciencia; la otra Will. Fuera de mi círculo normal, nunca había sido muy buena con
la gente. Tenía una tendencia a compartir demasiada información y mi filtro
verbal hacía cortocircuito el noventa y ocho por ciento del tiempo. Pero con Will
—de alguna manera— eso no importaba. Will encontraba adorable el hecho de
que yo nunca pareciera callarme y con él, yo nunca tenía que ser nadie más que
Hanna. Siempre había sido fácil.
Pero anoche... No estaba segura de donde había salido todo eso. Sabía que
Will no amaba mis horarios impredecibles, pero es parte del funcionamiento de
un laboratorio. Siempre pensé que como científico mismo, él lo entendía. Will
quería que yo tomara un puesto de profesor, pero eso es algo que se hacía cuando
tu carrera estaba desacelerando, no comenzando. Quería investigar y publicar
trabajos, contribuir a nuestro amplio conocimiento científico. Quería hacer una
diferencia. ¿No había estado todo el comienzo de nuestra relación basado en él
ayudándome a aprender a encontrar el equilibrio? Lo había hecho entonces, así
que ¿Por qué dudó de mí tan rápidamente?
Abrí la puerta y entré en el cuarto oscuro, el silencio fue inmediatamente
atravesado por el sonido de vidrio crujiendo bajo mis zapatos.
Estaba apenas lo suficientemente claro como para ver que un estante cerca
de la puerta se había derrumbado desde donde estaba enganchado a la pared, su
contenido se estaba derramando sobre el estante de abajo y por el piso.
“Por supuesto”, murmuré, lanzando mis llaves en el mostrador y
encendiendo la luz. Me arrepentí de inmediato. Vidrios y papeles estaban
esparcidos por el suelo, algunos fragmentos más pequeños dispersados hasta el
otro lado de la habitación. Y como era la única que estaba aquí tan temprano,
lucía como que el presidente del equipo de limpieza sería yo.
En un cuarto de suministros al final del pasillo había una escoba y un
recogedor, y un par de bolsas de basura para todo lo que tendría que ser recogido.
Tomó más tiempo del que esperaba, limpiar, reorganizar y apilar todo en otro
lugar, pero se sintió bien hacer algo sin sentido para así despejar mi cabeza.
Habiendo terminado los quehaceres, puse los suministros en el armario, me
senté en mi mesa y encendí mi ordenador. Había unos correos que tenía que
responder, algunos detalles del viaje de último minuto para finalizar, y un
conjunto de datos que necesitaba comprobar. Incluso había otra solicitud para
una entrevista, la cual archivé hasta que pudiera revisar mi horario y ver dónde la
podía acomodar. Todavía no le había comentado a Will y por sólo un segundo
dudé, recordando nuestra conversación de anoche.
Pero estaría bien. Las haría todas y podríamos hablar de ello cuando
tengamos ofertas reales por las cuales discutir, en lugar de estresarnos con un
montón de variables hipotéticas.
Con eso resuelto, fui a la campana para alimentar algunas células y revisar
algunos de los cultivos, apenas registrando que aún no había desayunado o
incluso tomado una taza de café. Cuando finalmente resurgí, fue por el sonido de
mi estómago gruñendo a través de la habitación vacía. Era pasada la hora de
comer, y cuando miré a mi alrededor por primera vez en lo que tuvieron que
haber sido horas, me di cuenta que aún me encontraba sola. Me tomó un
momento darme cuenta el por qué: era domingo.
Probablemente todo el mundo había pasado la mañana libre tomando el
desayuno tarde o viendo televisión sin sentido acurrucado con alguien en sus
pijamas —es decir, no aquí, con resaca, tratando de hacer números que
fácilmente podrían esperar hasta el lunes.
Maldita sea. Así que tal vez Will tenía un punto.
***
El apartamento estaba tranquilo cuando llegué a casa. Y —cabe señalar—
libre de cualquier residuo sobrante de la fiesta. Fruncí el ceño, sintiéndome como
una idiota por dejar el lío para limpiar e hice una nota mental para darle las
gracias más tarde.
Dejé que la puerta se cerrara suavemente detrás de mí y me asomé dentro
de la sala de estar. Todavía se parecía mucho a la que tenía antes de que Will se
trasladara, estanterías y libros por todas partes, las fotografías de la familia en
cada estante, y el viejo escritorio de mi padre en la esquina. Pero ahora los libros
de Will estaban mezclados con los míos: mi primer sofá verdaderamente de adulto
ubicado junto a sus sillas de cuero delante de la televisión que habíamos
comprado juntos, nuestra primera compra conjunta como pareja. Las fotografías
de mis familias todavía colgadas en la pared en el pasillo, pero este acomodo era
provisional solo hasta que pudiéramos tener listas y enmarcadas las fotos de
nuestra boda, entonces tendríamos que reagruparlas para que cupieran todas.
Eso… al menos hasta que empezáramos a empacar para donde quiera que
nos fuéramos a mudar y... en estos momentos muy apenas podía obligarme a mí
misma a pensar en ello. Había ignorado la creciente pila de cajas de cartón que
nos habían sido entregadas y parecían ocupar más y más de la habitación de
invitados todos los días, pero yo sabía que no podía evadir la situación por mucho
tiempo. Estaba llegando al final de mis entrevistas, lo que significaba que era casi
la horade tomar una decisión, pero—ash— la verdad es que sólo quería estar
perdida en Will durante unas horas. Para limpiar mi cerebro de todo menos de la
forma en la que él se sentía, olía y sonaba.
Tiraron de la cadena del baño al final del pasillo, seguido por el sonido del
agua, entonces la puerta se abre. Se escucharon pisadas a lo largo del suelo de
madera y entonces Will estaba allí, de pie con los ojos abiertos en la puerta.
“Estás en casa”, dijo, sin moverse de donde estaba.
Puse mis llaves sobre la mesa cerca de la puerta y me deslicé fuera de mis
zapatos. “Sí, lo siento”.
“Jesucristo, ciruela”, dijo, cruzando la habitación y envolviendo sus brazos
alrededor de mí. “¿Dónde diablos has estado?”.
Me sentí hundirme en su cuerpo, perdida en el familiar y reconfortante
aroma de su piel, y le devolví el abrazo. “Fui a correr”.
“En la mañana. Fuiste a correr en la mañana”, dijo, tirando hacia atrás lo
suficiente para mirarme a los ojos. “Hablé con Max hace horas”.
Puse mis manos sobre su pecho, sintiendo la forma sólida debajo de mis
dedos, el calor de su piel contrala tela. “Luego fui al laboratorio”, le dije.
“¿Por qué no llamaste? ¿O respondiste a mis llamadas y textos?”.
“Oh… creo que mi teléfono estaba en el bolsillo de la chaqueta,
probablemente en silencio. Sin embargo, yo te mande un mensaje diciéndote que
iba a estar fuera por un rato”. Mis ojos cayeron en su cuello, y tuve que resistir el
impulso de cerrar la distancia entre nosotros otra vez, enterrar mi cara allí.
Suspiró y vi la forma en que mis manos se movieron reflejan el subir y bajar
de su torso. “Hanna”, dijo, cansado.
“Lo siento, debería haber sido más considerada”.
Él asintió con la cabeza.
Me encontré con una mano sobre su estómago. “Todavía estaba molesta”.
Will se apartó y se sentó en el brazo del sofá, y esperé. “¿Por lo de anoche?”.
“Sí. No me gustó que hayas simplemente asumido que lo mejor podía ser el
que yo tomara un puesto como maestra en una escuela pequeña”.
“Ciruela, yo no asumí nada. ¿Qué eso es lo que yo prefiero? Tal vez. Lo creas
o no, resulta que lo que me sucede es que me gustas tú. Me gusta pasar tiempo
contigo”. Él negó con la cabeza, riendo un poco. “De hecho, hoy es un buen
ejemplo de lo que estoy hablando”.
“Admito que no debería haberte dejado durante todo el día, pero te lo dije,
necesitaba pensar”.
“Bueno, no quiero ser un idiota y señalar lo obvio”, dijo, “pero siempre vas al
laboratorio en domingo. No sólo cuando necesitas pensar. Y nos casamos hace
una semana”.
Ouch. Está bien, eso como que dolió. Doy un paso hacia atrás, desabrocho mi
chaqueta y la pongo sobre una silla. “Ir al laboratorio es mi trabajo”.
“Sé que es tu trabajo, y me encanta que lo tomes tan en serio y seas tan
jodidamente buena en él. Pero aparte de ello, estoy tratando de expresar que yo
quiero algo de tu tiempo también. Y me gustaría que tomaras eso en
consideración cuando te pongas a ver todo esto. Y cuando quieras hablar conmigo
al respecto”.
Mi cabeza cayó hacia atrás y miré el techo. “¿Vamos a discutir acerca de esto
otra vez?”.
Sentí su silencio de asombro antes que dijera: “Lo que hicimos anoche no fue
discutir. Podemos discutir sobre algo —incluso acaloradamente— sin que sea una
pelea. Dicho esto, ¿qué tiene de malo el discutir? Esto no quiere decir que
estamos en un mal lugar sólo porque somos dos personas con diferentes
opiniones sobre cómo lidiar con algo”.
“Si yo fuera un hombre, ¿estaríamos teniendo esta misma discusión? ¿Se le
pediría a un hombre que eligiera un puesto de enseñanza por encima de la
dirección de un gran laboratorio académico?”.
Sus ojos se abrieron con sorpresa. “¡Sí! No estás hablando en serio al decir
que esto tiene algo que ver con el hecho de que seas mujer, ¿cierto?”.
“No, es decir… por supuesto no. Sé que no lo harías. Sólo quiero… yo no
quiero que peleemos sobre algo hasta que sepamos exactamente por lo que
estamos discutiendo, o ¡por lo que sea! ¡Discutir!”, dije, poniéndome nerviosa. “Ni
siquiera conocemos todas las opciones, así que ¿cómo podemos tener una
discusión lógica al respecto? ¿Podemos esperar? ¿Por favor?”.
Will suspiró, levantando su mano para retirar el cabello de su frente. Me
volteó a ver con una mirada suave, paciente, y luego asintió, extendiendo sus
manos para mí. “Ven aquí”, dijo, y yo caminé los pocos pasos que me separaban
de él.
Esto era lo que necesitaba: la cercanía, la certeza que sentí cuando me
envolvió en sus brazos. Todo lo demás estaba en el aire, pero esto, esto era mi
constante.
“Te extrañé”, dijo, sosteniéndome contra él, acariciando mi cabello con la
palma de su mano. “No me gusta despertarme sin ti junto a mí, especialmente con
el dolor de cabeza que tuve esta mañana”. Se echó hacia atrás y puso una mano a
cada lado de mí cara, examinando. “Dios, debió haber sido una carrera difícil”.
“Max tuvo suerte que no le vomitara encima”, dije, volviendo la cabeza para
colocar un beso contra la palma de su mano, y luego hacia arriba, contra la parte
posterior de su anillo. “No quiero volver a beber de nuevo. Soy bastante mala para
ello”.
“Eres bastante mala para ello”, estuvo de acuerdo, observándome. “¿Pero
estás bien ahora?”.
“Absolutamente bien”, le dije. “Muy" —beso— “muy” —beso— “bien”. Él
jaló una ligera inhalación cuando presioné mis labios en su muñeca, castamente
en un inicio, luego más húmedo, chupando, abriendo la boca para sentir su pulso
contra mi lengua.
Su reacción llegó con una respiración aguda, y mis ojos se movieron hacia él.
“¿En serio?”, dijo, y arrastré mis dientes a lo largo de su piel, presionando
hacia abajo hasta que sus cejas se levantaron un poco con el dolor. “¿Aquí
mismo?”.
Asentí con la cabeza, dando un paso atrás y levantando la camisa hacia arriba
y sobre la cabeza. Sus ojos siguieron el movimiento y vi como sus rasgos se
relajaban, hasta la última parte de tensión dejando su rostro.
“Justo aquí”, dije.
Ambos sabemos lo que al otro le gusta. Algunas veces a Will le gusta ser un
poco rudo, ya mí me gusta ser guiada, que me diga donde me desea y lo que
quiere que yo haga.
Will jaló de su camisa por la parte posterior de su cuello hasta quitársela,
aventándola descuidadamente al sofá. “Entonces date la vuelta”, dijo, haciendo
un movimiento con su dedo.
Hice lo que me pidió, dando la vuelta hasta quedar viendo su silla de cuero
gastado justo detrás de mí. Amaba esa silla, al igual que Will. Amaba acurrucarme
en ella mientras trabajaba, mis piernas dobladas debajo de mí y mi y mi laptop
puesta sobre el descansabrazos. Me encantaba cuando Will se sentaba en ella y yo
en la otra silla junto a él, ambos en silencio, leyendo o viendo televisión, sin
necesidad de decir una sola palabra. Y especialmente amaba cuando me dejaba
subir a su regazo, haciéndome un campito dentro de la manta que él estuviera
usando, y ver una película. Ya pesar de tener sexo en casi cada pieza de mobiliario
que nos pertenecía, nunca lo habíamos hecho allí, en una de sus posesiones más
preciadas, la silla que había cargado con él, llevándola de hogar en hogar a través
de sus años adultos.
Di un paso hacia adelante. “¿Así?”, pregunté, inclinándome hacia la silla, con
las rodillas presionadas contra la parte acolchada y de espaldas a él.
“Justo así”. Sus manos calientes desabrocharon mi sujetador arrancándolo de
mi cuerpo. Los dedos de Will acariciaron mis costillas antes de pasar a la cintura
de mi pantalón deportivo, jugando con la pretina por un momento antes de
empujarla hacia abajo junto con mi ropa interior, por mis muslos, hasta detenerse
en mis rodillas.
El aire frío se coló sobre mi piel y me sentí desnuda para él, expuesta. Cerré
los ojos mientras las puntas sus dedos se deslizaban por mi columna, contando
cada vértebra, registrando cada escalofrío. Cuando llegó a mi cuello, deslizó su
mano en mi cabello, tomándolo de donde estaba agarrado arriba en un nudo
flojo, aferrándose fuertemente a él, usándolo como una palanca para empujarme
hacia delante, mi torso, mi estómago, mis pechos curvados encima del frio cuero.
“Bien”, murmuró, yo estaba consciente de él alejándose, del roce de la tela
mientras se desvestía detrás de mí. Quería darme la vuelta y ver, pero justo
cuando había reunido el valor para hacerlo, nuevamente se hundió el asiento y ahí
estaba él, con la calidez de su cuerpo sobre mi espalda. Sus labios llegaron hasta
mi hombro, mi mejilla. Lo sentí succionar la piel de mi cuello, sin duda dejando
una marca. “Te amo”.
Dejándome llevar por su beso y gimiendo por el contraste del cuero helado
contra mi estómago y pechos y el calor abrasante de su cuerpo contra mi espalda.
Will metió una mano entre nuestros cuerpos, tomándose a sí mismo,
arrastrando entre mis piernas la cabeza de su polla ―caliente y ligeramente
mojada en la punta― restregándola sobre mi clítoris. Hacia atrás y adelante, atrás
y delante.
“Quiero que abras tus piernas”, dijo, y lo hice, tal como lo indicó. “Un poco
más”.
Empujé mis rodillas tanto como se pudo, topando con los brazos de la silla.
Satisfecho, colocó un suave beso en mi nariz.
“¿Quieres esto?”, preguntó, deteniéndose justo donde más lo necesitaba,
deslizando dentro solo la cabeza para luego sacarla. “¿Quieres jugar, o
simplemente que te coja duro?”.
“Cógeme”, dije, moviendo las caderas para provocarlo, para conseguir que se
mueva. “Will”.
“Shhh”, dijo. “Te tengo”.
De cualquier forma él estaba solo bromeando conmigo, con mi humedad se
cubrió a él mismo antes de empujase hacia dentro.
Will tendía a dejarse llevar durante unos instantes cuando se metía dentro de
mí, maldecía o simplemente decía mi nombre, o solo susurraba incoherencias
contra mi piel, como si él estuviera tan excitado por el solo hecho de meterla que
incluso podría llegar a venirse en cualquier segundo. Hoy no era la excepción, y él
gimió contra mi pelo, su aliento que saliendo en ráfagas cortas y calientes
mientras se movía lentamente, pulgada a pulgada hasta que su pelvis estaba
pegada contra mi culo, su vientre plano presionado a la curva de mi espina dorsal.
“Es tan bueno”, dijo, pasando los dientes sobre mi hombro, sus caderas
moviéndose en círculos lentos, embistiéndome. “Tan jodidamente caliente
alrededor de mi”. Chupó mi piel y tomó mis pechos en sus dos manos,
apretándolos, pellizcando mis pezones antes de deslizar una mano entre mis
piernas.
Estaba mojada y resbaladiza, sus dedos migraron hacia abajo, justo donde yo
quería. “Ahí”.
“¿Así?”, preguntó Will, y yo asentí, gimiendo mientras sentía a mi cuerpo
apretándolo. Traté de empujar hacia atrás, traté de retenerlo dentro de mí antes
de que él se retirara de nuevo. Nos movimos juntos de esa manera, el sonido de
sexo filtrándose a través de la habitación, interrumpiéndose solo por el ruido
ocasional de las voces de gente en los departamentos de nuestro alrededor.
Aceleró, implacable, y busqué algo a que aferrarme, algo para de alguna
manera anclarme. Me estiré detrás de mí, agarrando su cadera con una mano y
envolviendo la otra en el respaldo de la silla, con mi mejilla contra el cuero helado.
Su piel estaba resbaladiza por el sudor y le clavé mis uñas, sabiendo que eso sólo
lo haría mejor para él.
Will maldijo, su respiración entrecortada y caliente contra mi espalda, y con
gritos rogué, sin importarme si los vecinos de arriba o los de los lados podían
escucharme. “Más fuerte. Más fuerte Will. Por favor.”
“Maldita sea Ciruela”. Él aceleró, frenético, y podía oír el fuerte golpeteo de
su piel contra la mía, el sonido de la silla mientras las patas traseras pasaban el
borde de la alfombra y raspaban el piso de madera.
“Oh Dios,” jadeé, “oh… Oh—”.
Cerré mis ojos, sintiendo una ola de calor moviéndose de en medio mis
piernas y sobre la superficie de mi piel antes de que todo explotara en una
absoluta sensación. Sus dientes se presionaron en mi cuello y sus manos
ahuecaron mis pechos, sus gruñidos salvajes me dijeron que él estaba a punto de
jodidamente venirse, solo unos segundos después él se tornó en algo brutal y
frenético, empujando tan adentro de mí que él estaba presionado a lo largo de
todo mi cuerpo, desde los muslos hasta los hombros.
***
Desnudos, recostados en el sofá, yo sobre mi espalda con la cabeza de Will
apoyada en mi estómago. “Siento haberme ido esta mañana”, dije, pasando los
dedos por su pelo. “Sé que dijiste que no había problema, pero quise decirlo
nuevamente”.
Miró hacia arriba, apoyando la barbilla cerca de mi hueso de la cadera. “Lo sé
Ciruela. Y para que conste, tienes permitido estar enojada y a necesitar algo de
espacio”.
“Apagué tu despertador. No estaba siendo muy agradable”.
Se rió, mientras se apoyaba en la orilla del sofá para enderezarse y ponerse
de pie, volviendo con mi mochila. “Estoy seguro que en los próximos cincuenta
años el uno al otro vamos a hacernos y decirnos algunas cosas no muy amables. Y
si son tan nefastas como para provocar que te den unas horas de sueño extras,
vamos a estar en muy buena forma”.
“¿Qué estás haciendo?”, pregunté, observándolo buscaren el bolsillo
delantero. Sacó un marcador antes de devolver la mochila en el suelo, y le quitó la
tapa. “¿Decorándome otra vez?”
Tarareaba mientras empezaba a dibujar.
Un árbol, cuyas raíces que inician en el borde de mi cadera y se moviéndolas
hacia abajo, extendiéndose. Él las rellenó, sus ojos entrecerrados por la
concentración mientras la fina punta del marcador se movía de ida y vuelta, justo
hasta los bordes del diseño.
Levanté la cabeza, viendo hacia abajo a mi cuerpo para conseguir una mirada de
cerca. “Es como la tuya”, dije, señalando al árbol en su bíceps, donde las raíces se
enroscaban alrededor de sus músculos.
“Un poco”.
“En verdad debemos conseguirte unos libros para colorear”, le dije,
sonriendo antes de volver a descansar mi cabeza hacia atrás contra mi brazo.
“Sin embargo, no sería lo mismo, ¿cierto?”.
De nuevo metí mis dedos entre su cabello, viendo la forma en que los colores
iban cambiando debido a la cada vez más escasa luz del día. Podía sentir al
marcador moverse, oler la tinta, y cuando miré de nuevo, pude ver que él estaba
dibujando cuidadosamente las hojas, una por una.
“Ahora, cuando te vayas el miércoles, seguiré estando ahí”, dijo.
“Tú siempre está aquí”, dije, tocando un lado de su cara, dándole unos
toquecitos suaves para que levantara su mirada hacia mí.
Con esta luz, sus ojos azules eran casi negros, tan abiertos y honestos que no
estaba segura si en la mañana siquiera iba a poder ser capaz de atravesar la
puerta y mucho menos, en tres días tener que subir sola a un avión y volar a
California.
Cinco
Will
Max y Jensen dieron palmadas a la mesa con sus manos, haciendo un redoble
de tambores.
"¿Cómo fue la luna de miel?", preguntó Sara, y todo el mundo se quejó.
"¡No me importa la luna de miel!", gritó Max jugando. "He oído suficiente
sobre su vida sexual en un día normal. Díganme a dónde se van a mudar".
"No puedo soportarlo", dijo Chloe, agarrando los lados de su silla. "Juro por
Dios que voy a perder mi cordura violentamente, si ustedes están siquiera
considerando mudarse a la costa oeste."
"Hemos decidido", dijo Hanna a todos en la mesa, "que mudarnos a…".
Ella me miró, y al unísono proclamamos, "¡Cambridge!".
Un coro de aplausos resonó, con todo el mundo nos felicitó a ambos,
felicitando a Hanna por su llegada a Harvard. Alzamos nuestras copas en un
brindis, tintineando ruidosamente por el vidrio.
"¿Boston?", dijo Chloe cuando devolvió su copa a la mesa. "Eso son como
doscientas millas".
"¿Estás feliz o molesta?", le pregunté. "Realmente no puedo distinguir la
diferencia".
"Yo… tampoco estoy segura de poder distinguirlo", admitió Chloe, con el
ceño fruncido. "Me estaba preparando para algo realmente drástico". Ella miró al
otro lado de la mesa a nosotros. "Boston se encuentra algo así como a una
distancia molesta. Es demasiado para poder conducir frecuentemente hasta allá,
pero se siente como una estupidez tomar un avión para allá. Además, es Boston".
"No para mí", les dije. "Voy a estar aquí tres días a la semana".
Sara me pasó a la bebé, buscando en su bolso algo un poco más silencioso
que la cuchara que estaba golpeando Anna contra la mesa. Le di vuelta para que
me enfrentara, frunciendo los labios para un beso.
Anna se inclinó hacia delante, agarrando mi boca en su puño regordete.
"¿Se quedaran allí durante las fiestas?", preguntó Sara. Ella volvió
sosteniendo una cosa de plástico que traqueteaba antes de notar el agarre mortal
que Anna tenía en mi cara, lo cual, sin extrañarme, Max estaba presenciando
felizmente. "¡Oh cielos Will, eso debe doler!".
Sara instó a su hija a cambiar mi boca por el juguete y Annabel lo utilizó
rápidamente como un martillo contra mi frente.
"¡Oye!", gritó Max finalmente, inclinándose hacia delante para alejar su
mano. "Ouch querida, sé suave. Eso le duele al tío Will".
"Al parecer, Anna no se muestra encantada por Boston", dijo Bennett
secamente.
"Está bien", le dije a Sara, inclinándome y besando la mejilla de Anna. "Ella
debe aprender estos movimientos. Ella está lista; nunca se sabe cuándo va a
entrar en una pelea en el callejón detrás de la guardería". Besé su pequeña nariz.
"Y volviendo al tema… eso dependerá de lo que la familia de Hanna quiera hacer
durante las fiestas", dije. Miré a Hanna, que se encogió de hombros.
"Chloe y yo seremos los anfitriones", interrumpió Bennett. "Papá y mamá se
dirigen a Nueva Zelanda este mes, así que todos lo pasaremos en nuestra casa. Y
no quiero que Sara tenga que hacer nada extenuante a solo un mes de haber dado
a luz".
Por un segundo, todos miramos con curiosidad a Bennett antes de decidir al
unísono no cuestionar su extraño y repentino sentimentalismo.
Observé el vientre redondo de Sara. "Te ves como utilería de película".
Ella gimió. "Lo sé. Solo sáquenmela de una vez".
"¿Cuándo es tu fecha de parto?", preguntó Hanna.
"Ayer", Sara se quejó, dulcemente. "Dicen que el segundo por lo general nace
antes. Mentiras".
"Tú sabes que es lo que usualmente ayuda para inducir el parto..." Chloe
cantó y Sara la fulminó con la mirada.
"Ya lo intentamos". Ella levantó la mano, marcando con los dedos: "Hemos
intentado con sexo, con la comida picante y caminar. Juro que el único recurso
que queda es el bisturí”. Max hizo una mueca a su lado debido al comentario y
Hanna se acercó a su lado, poniendo su brazo alrededor de los hombros de Sara.
Escuché como mi esposa expuso los detalles del paquete de prestaciones de
su contratación en la Universidad de Harvard, mientras se recargaba en el
respaldo de su silla, haciendo muecas a mi ahijada. El alivio me inundó como una
droga y no podía dejar de sentir un nudo en la garganta por los sentimientos
encontrados que tenía. Habíamos construido una vida aquí, y yo no quería perder
estos amigos. No quería estar tan lejos de las personas que amábamos.
Habíamos estado viendo en línea diferentes casas en la zona; habíamos
hablado de cómo nuestros horarios encajarían. Habíamos discutido nuestra
necesidad compartida de quedar cerca de nuestra familia: tanto de la familia de
sangre como de la elegida que se encontraba aquí con nosotros ahora. En
Cambridge, estaríamos lo suficientemente cerca de los Bergstrom por lo que sería
la oportunidad perfecta de Hanna para fastidiar a Jensen sobre sus citas, y lo
suficientemente cerca de estos idiotas para compartir los días festivos.
Miré a Hanna mientras charlaba alegremente, burbujeante como siempre.
Ella cogió una servilleta y dibujó el diseño de su laboratorio, antes de mirarme con
algo de culpa y tras dándole la vuelta a la servilleta y describió el plano de la casa
que más nos había gustado.
Massachusetts no tenía idea de lo que le esperaba, en cambio yo sí.
Esta hermosa jefa sentada del otro lado de la mesa estaba a punto de tomar
las riendas de todo el maldito estado.
FIN.