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PRESIDENCIA DE SARMIENTO

Domingo Faustino Sarmiento fue propuesto como candidato a la presidencia de la Nación por
un grupo de políticos del país, a iniciativa del coronel Lucio V. Mansilla.8 Mientras se
encontraba en los Estados Unidos, fue electo para el cargo en las elecciones nacionales de
agosto de 1868, y asumió el cargo el 12 de octubre de 1868.

La presidencia de Sarmiento fue la segunda de las presidencias históricas de Argentina. Estas


presidencias históricas o fundacionales del estado argentino moderno tuvieron tres claros
objetivos o metas: “nación, constitución y libertad”. La nación entendida como la unión
definitiva de las provincias argentinas como entidad superior a las partes que la componen. La
Constitución como las bases de los derechos de las personas y del poder. La libertad concebida
como principio del liberalismo que dio paso a la “civilización” y relegó a la “barbarie”.

- LEY DE COMPROMISO

La República Argentina había intentado sin éxito sumarse al movimiento codificador que
tomaba impulso en algunas de las potencias mundiales. La codificación conllevaría grandes
ventajas a una legislación que se caracterizaba por su dispersión, y por consiguiente, de difícil
aplicación. Este sistema dotaría principalmente de unidad y coherencia a la legislación civil, y
de esta forma facilitaría su conocimiento y aplicación.

También existían razones de nacionalismo jurídico que influyeron en su impulso, ya que se


consideraba necesario reafirmar la independencia política, conseguida hace décadas, mediante
la independencia legislativa. La legislación más influyente en el Derecho argentino era hasta
ese momento la legislación española sancionada hace siglos, ya que el Derecho patrio era de
escasa influencia en el Derecho privado.

Por último, la sanción de un código supondría un instrumento muy eficaz para consolidar la
unión nacional, que había sido conseguida con mucho esfuerzo pocos años atrás. La
unificación podría haberse visto dañada si las provincias hubiesen mantenido en vigencia sus
propias leyes, o hubiesen sancionado nuevas para subsanar los errores de la legislación
española, de manera independiente, en lugar de hacerlo mancomunadamente.

El 6 de junio de 1863 fue sancionada la Ley n.º 36, iniciativa del diputado correntino José María
Cabral, que facultaba al Poder Ejecutivo a nombrar comisiones encargadas de redactar los
proyectos de los Códigos Civil, Penal, de Minería y de las ordenanzas del Ejército.5 Si bien esta
ley facultaba la creación de comisiones pluripersonales, el presidente Bartolomé Mitre decidió
encargarle la tarea a una sola persona, Dalmacio Vélez Sarsfield, mediante un decreto fechado
el 20 de octubre de 1864.

Vélez Sarsfield redactó el proyecto del Código Civil sin colaboradores, sino con la ayuda de
algunos amanuenses que pasaban en limpio sus borradores. Estos amanuenses fueron
Victorino de la Plaza, quien luego sería Presidente de la Nación, Eduardo Díaz de Vivar y la hija
de Vélez Sarsfield, Aurelia.12 Para realizar esta tarea, el codificador se recluyó en una quinta
de su propiedad ubicada a pocos kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, donde redactó los
borradores que sus ayudantes pasaron en limpio. Este ejemplar en limpio fue entregado al
Gobierno para su impresión y luego destruido. Los borradores se encuentran actualmente en
la Universidad Nacional de Córdoba.

Victorino de la Plaza, futuro Presidente de la Nación, fue uno de los ayudantes de Vélez
Sarsfield.

A medida que Vélez Sarsfield completaba su obra la enviaba al Poder Ejecutivo. De esta forma
se dispuso su impresión y su distribución entre los legisladores, magistrados, abogados «y
personas competentes, a fin de que estudiándose desde ahora váyase formando a su respecto
la opinión para cuando llegue la oportunidad de ser sancionado».14 De esta forma, en 1865
terminó y entregó el libro I, las dos primeras secciones del libro II en 1866, la tercera sección
de ese libro a principios de 1867, el libro III en 1868 y el libro IV en 1869.15 De esta forma
completó la tarea luego de cuatro años y dos meses de trabajo.

Terminado el proyecto, el presidente Domingo Faustino Sarmiento envió el 25 de agosto de


1869 una nota al Congreso propiciando la ley que pusiera en vigencia el proyecto del Código
Civil. En el mensaje Sarmiento recomendaba que se le diera vigencia en forma inmediata,
«confiando su reforma a la acción sucesiva de las leyes, que serán dictadas a medida que la
experiencia determine su necesidad».14

La Cámara de Diputados aprobó el proyecto el 22 de septiembre de 1869, luego de que fueran


rechazadas diferentes propuestas de aplazamiento y objeciones al tratamiento a libro cerrado.
La Cámara determinó como fecha de vigencia el 1 de enero de 1871. El proyecto pasó a la
Cámara de Senadores, donde fue sancionada el 29 de septiembre y luego promulgada por
Sarmiento el 29 de septiembre de ese año como Ley n.º 340.16

El proyecto fue sancionado a libro cerrado, algo que según Llambías no es discutible:

Los cuerpos parlamentarios, por su composición y funcionamiento, carecen de idoneidad para


emprender el estudio y debate analítico de una obra científica de tan delicado carácter
sistemático como es un Código. Lo verosímil es esperar que semejante debate resulte
inorgánico e interminable y que en caso de prosperar las enmiendas que se auspicien quede
arruinada la coherencia del sistema general, por no haberse comprendido que la principal de
las ventajas de las codificaciones reside en esa metodización de la ley, que permite luego
obtener de ella el máximo rendimiento.

Principios

La redacción del Código Civil se estructuró en una serie de principios fundamentales, que se
basaban en las ideas en boga en la época de su redacción:

Principio de la autonomía de la voluntad: las convenciones hechas en los contratos deben


respetarse como la ley misma, en tanto el ejercicio de un derecho no puede dar nunca lugar a
un hecho ilícito. Sin embargo, la jurisprudencia estableció restricciones a este principio
basándose en lo determinado por el artículo 953, con la llamada «cláusula moral»: «El objeto
de los actos jurídicos deben ser [...] hechos que no sean [...] contrarios a las buenas
costumbres»
Responsabilidad fundada en culpa: la responsabilidad civil fue fundada en la idea de culpa. El
artículo 1067 establece que no existe acto ilícito punible si no hubiere daño causado u otro
acto exterior que lo pueda causar, y sin que a sus agentes se les pueda imputar dolo, culpa o
negligencia.

Propiedad absoluta: el derecho de propiedad permite usar, gozar y hasta destruir la cosa, pero
estableció ciertas limitaciones al dominio y la jurisprudencia estableció restricciones en función
del citado artículo 953. La justificación del derecho a destruir la cosa la establece en la nota del
artículo 2513: «[...] Pero es preciso reconocer que siendo la propiedad absoluta, confiere el
derecho de destruir la cosa. Toda restricción preventiva tendría más peligros que ventajas. Si el
gobierno se constituye juez del abuso, ha dicho un filósofo, no tardaría en constituirse juez del
uso, y toda verdadera idea de propiedad y libertad sería perdida».

Familia fundada en el matrimonio indisoluble: el Derecho de familia se basaba en el


matrimonio indisoluble, y la filiación era clasificada según el origen matrimonial o
extramatrimonial. Los hijos extramatrimoniales eran clasificados además en naturales,
adulterinos, incestuosos y sacrílegos. Este régimen no obligaba a los católicos a celebrar
matrimonio civil, hasta que en 1888, se sancionó la reforma impuesta por la Ley n.º 2393.

- COLEGIOS NORMALES

El año 1845 es fundamental en la vida de Sarmiento. Acaba de publicar en folletín, y luego en


libro, el Facundo y parte hacia Europa, comisionado por el Ministro Manuel Montt, para
estudiar los principales sistemas educativos, en vista a su futura aplicación en Chile. Tenía, a la
sazón, treinta y cuatro años, pero dejaba tras sí una amplia y valiosa obra periodística y
educativa, iniciada en 1841, desde "El Mercurio" de Valparaíso, y continuada en la dirección de
la primera Escuela Normal de Preceptores. En la reforma de la enseñanza de los métodos de
lectura y en la fundación del periodismo pedagógico. En tiempo en que no había maestros ni
libros, dicta cátedra sobre varias materias en la Escuela de Preceptores y elabora su "Método
práctico para enseñar a leer", sobre la base del procedimiento silábico.

Sarmiento no encuentra en Europa el sistema que él consideraba necesario para la redención


del pueblo, por medio de la educación popular, base de consolidación de la república
democrática, a partir del sufragio. El sostenía que el poder, la riqueza y la fuerza de una nación
dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen y
la educación pública no debe tener otro fin que aumentar estas fuerzas de producción y de
dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que la posee.

En Europa no había educación popular, por la sencilla razón de que los países gobernados por
sistemas monárquicos habían instituído sistemas educativos basados en las diferencias de
clases.

Educación pública

Sarmiento critica el sistema de los Estados que no destinan parte de la renta a educación
popular, gratuita e igualitaria y sostiene: “La Educación no es una caridad sino una obligación
para el Estado, un derecho y un deber a la vez para los ciudadanos”.
En Inglaterra conoció la obra del apóstol de la educación norteamericana Horacio Mann,
titulada “Viaje educacional”. Lo había precedido en un viaje por Europa con los mismos fines.
En carta a la Sra. de Mann, del 8 de julio de 1865, le dice: “El nombre de Mr. Mann, fue para
mí, durante todos mis trabajos y esfuerzos por la educación, lo que la obra de San Aguistín
para los predicadores”.

Por fin había encontrado el rumbo y partió hacia los Estados Unidos, meca de la educación
popular, según su pensamiento. Tuvo la fortuna de encontrar en el barco a un senador de
Massachuset, que conocía a Mann y que le entregó una carta de presentación. Con ella,
iniciará Sarmiento su amistad con Mann y su esposa, que tantos beneficios depararía a la
educación en la República Argentina, la instalación de las escuelas normales y el aparte
esencial de las maestras norteamericanas que acudieron a nuestra tierra a servir altos
designios bajo su noble influencia. Sarmiento desembarcó en Nueva York en agosto de 1847.
¡Y fue como el descubrimiento de un nuevo mundo!.

La educación en Estados Unidos, desde la Revolución, había mantenido su antigua


característica. Los hijos de familias pudientes se educaban en escuelas privadas. No había
educación pública que respondiera a las exigencias de la democracia de las corrientes
inmigratorias que acudían a los Estados Unidos impulsadas por el deseo de progreso y libertad.
Esta situación fue modificada por la visión de Horacio Mann. El sostenía que la educación en
una democracia debía ser pública y comprender a todas las clases de la población. Aceptaba la
enseñanza privada pero preconizaba que la escuela pública debía ser excelente para asegurar
la concurrencia de niños de distinto nivel social, con exclusión de todo privilegio.

Educación popular

La victoria de Caseros lo restituyó a la Patria. Y la de Pavón hizo posible su gobierno en San


Juan. Allí comenzó su obra. El levantamiento de las montoneras del Chacho, su muerte y el
enfrentamiento político con Rawson, Ministro del Interior de Mitre, lo llevaron un escenario
de gran proyección, del cual retornaría ungido Presidente de la Nación. Fue nombrado
Embajador de los Estados Unidos. Llegó a Nueva York el 15 de mayo de 1965. Retornaba allí,
casi veinte años después… Y de inmediato pudo apreciar la transformación extraordinaria que
había ocurrido en ese lapso, resultado de la aplicación de la escuela común.

Cartas

Con motivo de la inauguración de la estatuto en memoria de Horacio Mann, el 8 de julio de


1965 escribe una carta de singular importancia a su esposa. Ella, cinco días después, le
responde afectuosamente. Nace así una profunda amistad, de frutos imperecederos.
Sarmiento la visita en su cada de Concord y ella le presenta a la más importantes figuras de la
vida cultural y científica americanas.

Mary Mann encontró en Sarmiento el continuador de la obra educacional de su esposo. Y se


convirtió en su “ángel” tutelar.

En su “informe al Ministro de Instrucción Pública Dr. Eduardo Costa”, publicado


posteriormente en libro con el título: “Las escuelas, bases de la prosperidad y de la república
en los Estados Unidos”, Sarmiento sostiene que las escuelas normales deben estar en las
provincias, donde han de servir los maestros. Y más aún: destaca la importancia de la mujer en
la tarea de la educación común, por su mayor aptitud.

El Congreso de la Nación sancionó el 1º de octubre de 1969, la Ley Nº 345, que autorizaba al


Poder Ejecutivo a establecer dos escuelas normales para formar maestros de instrucción
primaria. El Poder Ejecutivo dictó el 13 de junio de 1870 el Decreto de instalación de la Escuela
Normal de Paraná, que fue la Escuela Madre de las demás escuelas normales y la primera
creada con base científica, según los más avanzados modelos de la época. En lo sustancial, el
decreto ordenaba la creación de las escuelas normales con el designio de formar maestros
competentes para las escuelas comunes. Cada escuela se organizaba con un Curso Normal,
para que los aspirantes adquirieran los conocimientos apropiados a las necesidades de la
educación común, y también, el arte de enseñar y la aptitud necesaria para ejercer el
magisterio. Además, tenía un curso Modelo de Aplicación, es decir una escuela ‘primaria, para
niños de ambos sexos, donde realizaban la práctica de la enseñanza los alumnos del Curso
Normal, que duraba cuatro años. Terminado el ciclo, los egresados se comprometían a
dedicarse –durante seis años- a la enseñanza pública, en las escuelas comunes. El decreto
establecía el programa de estudios

La estructuración del programa refleja una clara orientación innovadora y práctica inédita en el
país, en la formación de docentes. Fue concebido sobre la base de la experiencia americana,
con sus gabinetes de Física, Química, Ciencias Naturales y Biológicas; y aplicado por personal
idóneo con los más adelantados medios de su época, traídos de Europa y de los Estados
Unidos.

Pionero

El primer Director y organizador fue el pedagogo norteamericano Jorge Stearns, contratado en


los Estados Unidos.

Llegó al país en 1870 en compañía de su esposa, la educadora Julia Adelaida Hope, e inauguró
la Escuela, en Paraná, el 16 de agosto de 1870. Luego sería contratado William Stearns
-hermano de Jorge- para la fundación de la Escuela Normal de Tucumán, inaugurada el 25 de
mayo de 1975. Vinieron con él tres maestras; Abigail Nancy Ward, de Chicago; Ana Ackley, de
Nueya York; y Susana Wade, de Illinois, quienes organizaron la Escuela primaria de Paraná.
Posteriormente fue contratado Jorge Lane Roberty, que se desempeñó como Vice-director de
la Escuela. En octubre de 1874 llegó el tercer Stearns, Jhon William, graduado en Chicago,
quien se ocupó de dirigir la Escuela de Paraná mientras Jorge organizaba la de Tucumán. El
plan era empujado, contra viento y marea, por Sarmiento y su Ministro de Instrucción Pública
Avellaneda, a pesar de las dificultades y del levantamiento de López Jordán. La idea era llevar
escuelas normales a las capitales de provincias. Ya en 1869 se había dispuesto la creación de
Colegios Nacionales en Corrientes, San Luis, Jujuy y Santiago del Estero, en los cuales
funcionaba una Sección Normal Anexa, para la formación de maestros. Al suceder Avellaneda a
Sarmiento en la Presidencia de la Nación, remitió al Congreso el Proyecto de Ley que
autorizaba al Poder Ejecutivo a fundar catorce escuelas normales en las capitales de
provincias.
Esta política educacional de Sarmiento y Avellaneda fue continuada por el Presidente Roca y su
Ministro de Instrucción Pública Eduardo Wilde.

Con posterioridad fueron creadas escuelas en San Nicolás, Mercedes, Dolores, Azul, San Juan,
Rosario, La Plata.

Sarmiento había dicho: “Se necesitan maestras para formar maestras” y con la ayuda de sus
amigos americanos inició la corriente de educadoras que vino al país. La importancia y
trascendencia de la fundación educativa y cultural que las maestras norteamericanas
cumplieron, son invalorables. Sin ellas no hubiera sido posible el ideal de la educación común y
el cumplimiento de la Ley 1420.

El pueblo norteamericano también ha honrado a Sarmiento al igual que todos los pueblos que
lo consideraron maestro de América.

- LOS COLEGIOS MILITARES

En 1869, aún no acallados los ecos de la Guerra del Paraguay, siendo Presidente de la Nación
Domingo Faustino Sarmiento, surgió la inquietud de organizar un instituto de formación de
oficiales para el Ejército. La idea no era nueva, pues varios ensayos se habían hecho en ese
sentido desde los días de mayo de 1810, sin embargo todos ellos tuvieron corta existencia.

Unos años antes, en 1860, en un mensaje que Derqui leyera ante el Congreso de Paraná como
Presidente de la Confederación, hizo una serie de consideraciones sobre la necesidad de crear
una escuela militar, si bien lamentó los inconvenientes e imposibilidad de organizarla en ese
momento.

El 9 de agosto de 1869 cuando aún no había cumplido el primer año de su mandato


constitucional, Sarmiento envió un mensaje a la Cámara de Diputados adjuntando un proyecto
para la creación de una escuela castrense que proveyera de oficiales altamente capacitados
para mandar al Ejército.

Así el Congreso se abocó al estudio del mismo y tras algunos debates fue aprobada la Ley por
ambas cámaras con el número 357 que autorizó al Poder Ejecutivo para la formación de una
escuela militar.

Promulgada el 10 de octubre de ese mismo año esa Ley 357 se convirtió en la piedra
fundamental del Colegio Militar de la Nación.

De inmediato el gobierno designó una comisión militar especial a efectos de proponer el


reglamento y plan de estudios de la nueva escuela. Se recurrió para esta tarea a un selecto
grupo de oficiales, veteranos de muchas campañas y que habían acreditado destacadas
condiciones intelectuales; eran ellos el Brigadier General D. Emilio Mitre, el General D.
Indalecio Chenaut, el Coronel D. Mariano Moreno, el Coronel D. Juan F. Czetz y el Sargento
Mayor V. L. Peslouan.

Cerca de dos meses llevó a la comisión completar la tarea, que permitió al P.E. dictar un
decreto el 22 de junio de 1870, oficializando lo propuesto. Dicho documento, firmado por el
presidente Sarmiento y refrendado por el Ministro de Guerra General Martín de Gainza,
designó como cuartel del Colegio Militar al edificio que sirviera de residencia a Juan Manuel de
Rosas y al mismo tiempo nombra Director del Colegio Militar al Coronel de origen húngaro D.
Juan F. Czetz y a los primeros oficiales.

El edificio, que desde Caseros había sido destinado a distintos menesteres en forma
temporaria, era de estilo colonial y de grandes proporciones para la época. En sus aulas y
recintos se mantenían aún, muebles, estufas, alfombras, arañas y espejos que ornamentaron
el lugar en tiempos de su primitivo propietario. Algunos de ellos, como un conjunto de rojos
sillones de jacarandá, un escritorio de caoba, una cómoda y una caja de caudales, forman hoy
el mobiliario del museo que funciona en la casa histórica de Caseros, dentro del predio del
Colegio Militar en El Palomar.

El edificio se erguía al N.O. de la ciudad, distante de ella cerca de una legua, en los terrenos
limitados por el arroyo Maldonado y el Río de la Plata. Su construcción databa de 1838.

La primera tarea del flamante director, el Coronel Juan F. Czetz, fue la adaptación de las
instalaciones para la nueva función. Meses más tarde, el 19 de julio de 1870, ingresaba el
primer alumno del Colegio, Ramón L. Falcón.

Este edificio, que había sido construido para albergar a una familia y al personal de servicio,
llegó a cobijar en 1892 a 118 cadetes a los que había que agregar el cuadro de oficiales, el
claustro de profesores y el personal de tropa y servicio.

Por espacio de 22 años, el caserón de Palermo de San Benito sirvió como cuartel del Colegio
Militar y 17 promociones de oficiales egresaron de sus aulas, antes de ser abandonado en 1892
en búsqueda de mayor espacio.

Para entonces, el Colegio habría alcanzado un alto prestigio académico, formando a los
cadetes en un riguroso secundario que, por la época, se consideraba de excelencia y se
ubicaba entre las mejores academias militares del mundo

Sede en San Martín

La nueva sede se fijó en la localidad de San Martín, donde hoy se encuentra el Liceo Militar
General San Martín. Ese ámbito, al igual que el primero, no fue construido al efecto sino que se
aprovechó una edificación ya existente destinada anteriormente a un Colegio de Artes y
Oficios. El reacondicionamiento se efectuó con sendas partidas presupuestarias otorgadas a
ese efecto por el Congreso.

Más allá de la importancia de la nueva sede en San Martín, pronto las limitaciones de la
construcción evidenciaron la necesidad de buscar un espacio especialmente diseñado. Así
surgió el proyecto para construir la sede definitiva del Colegio que se hará realidad en el año
1937. Los viejos campos del Palomar de Caseros fueron los elegidos, considerados un espacio
ideal por su amplitud y cercanía a la Capital Federal.

Nuevas instalaciones en El Palomar


La piedra fundamental del nuevo edificio fue colocada por el General Pablo Ricchieri en 1904.
Sin embargo, recién en 1921 bajo la presidencia de Hipólito Irigoyen, comenzaron
efectivamente los trabajos de construcción.

Se adjudicaron las obras del pabellón «Dirección» a la empresa Bonnen Ibero, Parodi y Figini,
iniciándose los trabajos el 19 de julio, con asistencia del entonces Ministro de Guerra Dr. Julio
Moreno. Se descubrió en dicha oportunidad una placa adosada al «Palomar» histórico, que
más tarde fue colocada al pie del busto del General de División Domingo Faustino Sarmiento,
en inmediaciones del arco de entrada del Instituto.

El Ministro de Guerra que seguía de cerca los trabajos, ordenó suspenderlos en 1922 con el
objeto de ampliar la capacidad del edificio para 1500 cadetes. Se encontraba ya construida
para ese entonces parte de la Plaza de Armas, pavimentada con adoquinado de granito de
Tandil, circundando con trazo elíptico al Palomar de Caseros.

Como consecuencia de la ampliación resultante del Plan de Obras, fue necesario abarcar la
totalidad del terreno circundante, que incluía la antigua Escuela de Caballería.

A mediados de 1923 el Poder Ejecutivo aprobó el nuevo Plan de Obras, con una inversión
superior a $ 13.500.000 moneda nacional que contemplaba prácticamente el actual Colegio
Militar de El Palomar.

Hasta el año 1929 se asignó una partida de $ 500.000 Moneda nacional anuales para la
continuación de la obra, en cumplimiento del nuevo contrato celebrado con la «Compañía
Nacional de Pavimentación y Construcciones».

En 1930, la crisis económica, obligó a paralizar las obras por total falta de recursos. Llegando
así al año 1935, en el cual se reinician por parte del Presidente Justo, ex director del Colegio,
quien destinó los fondos necesarios para terminar en dos años de intensa actividad la obra.

El actual edificio, menos el pabellón C de dormitorios, las tribunas laterales del Campo de
Deportes, el Casino de Oficiales y la primera Capilla, fueron inaugurados finalmente el 23 de
diciembre de 1937 en ocasión del egreso anual de oficiales.

Con los años esas instalaciones se fueron ampliando, hoy los cadetes cuentan con numerosos
espacios para su uso, se destacan una biblioteca informatizada en permanente expansión de
más de 16.000 volúmenes, aulas interactivas, aulas tácticas, laboratorios de idiomas, física,
química, polígono de tiro, capilla, salas de conferencias, cine, casino y un importante campo de
deportes con gimnasio cubierto, salón de complementos, esgrima y pileta olímpica
climatizada.

Además el Colegio Militar tiene el privilegio de contar con un patrimonio histórico único, ya
que alberga dos sitios declarados Monumentos Históricos Nacionales: el Palomar y la Casa de
Caseros, testigos mudos de importantes hechos del pasado como la Batalla de Caseros,
antesala de la Constitución Nacional o las conversaciones preliminares del Pacto de San José
de Flores, que consolidó la unión definitiva del país.
- TERMINACION DE LA GUERRA CON EL PARAGUAY

La Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay había estallado durante la presidencia de


Argentina de Bartolomé Mitre, que había comandado las fuerzas aliadas contra ese país hasta
poco antes de bajar de la presidencia. Apenas había asumido Sarmiento la presidencia cuando
se produjo el avance final de las tropas de Brasil hacia Asunción del Paraguay, que fue
saqueada por los brasileños.19 Pese a la ocupación de la capital, López organizó un nuevo
ejército a cierta distancia.20 En respuesta, se formó bajo protección argentina y brasileña un
gobierno provisional en Asunción.

Un ejército formado y dirigido principalmente por brasileños –en el que los argentinos
tuvieron inicialmente alguna participación– se lanzó en persecución de López, en la llamada
Campaña de las Cordilleras; tras dos sangrientas victorias sobre los paraguayos,22 López logró
escabullirse hacia el límite norte del país, adonde fueron a buscarlo dos divisiones brasileñas,
que lograron derrotarlo y darle muerte en el Combate de Cerro Corá, el 1 de marzo de 1870. La
guerra había terminado.

El Paraguay quedó devastado: dependiendo de las fuentes, se estima que murió durante la
contienda entre el 50 y el 90% de la población total,24 y perdió todos los territorios en disputa
con sus vecinos, con excepción del Chaco Boreal.

La guerra significó también un enorme costo para la Argentina: en primer lugar, en vidas
humanas, ya que murieron en la contienda más de 18 000 hombres,26 a los que se podrían
sumar las víctimas del cólera, que fueron muchos miles; 15 000 solamente en la provincia de
Buenos Aires.27 Pero también tuvo un enorme costo económico, ya que a raíz del conflicto la
Argentina debió endeudarse hasta llegar a deber 9 000 000 de libras esterlinas.

Durante el último año de la guerra se fundó el Colegio Militar de la Nación, cuyo primer
director fue el húngaro Juan F. Czetz.29 La posibilidad de conflictos con Brasil a partir de las
discusiones posteriores a la guerra impulsaron a Sarmiento a modernizar la escuadra de
guerra: creó la Escuela Naval e incorporó varios buques, logrando formar la primera escuadra
argentina capaz de operar a un nivel comparable con las flotas de guerra del Brasil y Chile.

- LA CUESTION LIMITES

Al finalizar la guerra, Brasil obtuvo todos los territorios que deseaba y Paraguay quedó
transformado en un estado satélite del Brasil, hasta el punto de que el ministro
plenipotenciario brasileño, José Maria da Silva Paranhos Júnior, era llamado casi oficialmente
en Brasil «virrey del Paraguay» (o Vice-Rei do Paraguai).201 La ocupación brasileña perduró
hasta 1876, cuatro años después del Tratado Cotegipe-Lóizaga, por el cual Brasil ocupaba
nuevos territorios y obtenía «reparaciones» y diversas concesiones económicas.

Ante las imposiciones brasileñas al Paraguay, el estado argentino expresó su protesta a través
del ministro de relaciones exteriores Mariano Varela, quien utilizó una frase que buscaba
limitar las pretensiones del Brasil mediante la mesura argentina:

El Gobierno argentino ha sostenido hace muy poco tiempo ―en discusiones con el
representante de su majestad el emperador del Brasil― que la victoria no da derecho a las
naciones aliadas para declarar por sí límites suyos los que el tratado señala [el denunciado
«Tratado secreto»].

Si la paz no fue todavía más costosa para el Paraguay en cuanto a territorio, fue porque los
aliados no impusieron la paz de forma conjunta, sino que por separado; esto dio la
oportunidad al país derrotado a discutir derechos sobre los territorios en litigio. A los
diplomáticos aliados les fue imposible imponer una paz conjunta, por los intereses
contrapuestos de sus gobiernos, debiendo ceder en varias de sus ambiciones para no terminar
en el cierre de las relaciones diplomáticas con sus aliados.

En 1870, ante lo que parecía una anexión de Paraguay al Brasil, la Argentina reclamó todo el
Chaco Boreal, desde el cruce del paralelo 22ºS con el río Pilcomayo hasta la Bahía Negra del río
Paraguay (casi en los 20ºS). Aunque, poco tiempo después, las pretensiones argentinas sobre
el Chaco Boreal se redujeron al territorio al sur del río Verde, territorio en la que se hallaba
Villa Occidental (La antigua Nueva Burdeos, la actual Villa Hayes) ocupada por un hermano de
Bartolomé Mitre, Emilio Mitre en 1869. También debió renunciar a ese territorio al serle
desfavorable el laudo arbitral solicitado al presidente de los Estados Unidos, Rutherford Hayes,
emitido el 12 de noviembre de 1878 (Laudo Hayes), por lo que la Argentina quedó fuera del
Chaco Boreal al entregar Villa Occidental el 14 de mayo de 1879.

En cambio, la Argentina confirmó su posesión sobre un territorio también hasta entonces


litigado, el ubicado entre los ríos Pilcomayo y Bermejo, o Chaco Central, territorio sobre el cual
tanto la Argentina como el Paraguay habían hecho reclamaciones, aunque ningún estado había
ejercido soberanía efectiva allí hasta después de 1870, excepto en lugares puntuales. Ese
territorio había estado en el control de los guaycurúes, etnias sin estado, como las de los
qoms, pilagáes, chulupíes y tapietés, casi todas ellas acérrimas enemigas de Paraguay. Recién
con las campañas del comandante argentino Luis Jorge Fontana, posteriores a la guerra de la
Triple Alianza, el territorio fue controlado por la Argentina; actualmente corresponde a la parte
oriental de la provincia de Formosa.

Por el este, según el «Tratado Argentino-Paraguayo» del 3 de febrero de 1876,205 206 la


República del Paraguay tendría que devolver a la Argentina la actual provincia de Misiones,
territorio cuya jurisdicción había sido litigada desde los años inmediatamente posteriores a la
Revolución de Mayo y la Independencia del Paraguay207 que, aprovechando la guerra civil en
Argentina, el Estado paraguayo regido por el doctor Francia se había anexado en 1834 el gran
departamento de Candelaria y en 1841, mediante el «Tratado Paraguayo-Correntino»
reconocía dicha ocupación, aunque aquélla terminara ocupando el de Concepción, o sea toda
la actual provincia de Misiones.208 En rigor, el control «efectivo» que Paraguay tuvo entre
1841 y 1865 sobre alguna parte de la Misiones mesopotámica se reducía a las adyacencias de
la Trinchera de San José (actual ciudad de Posadas) y la ruta que desde la misma llevaba hasta
el río Uruguay. La isla del Cerrito, en la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, permaneció
ocupada por Brasil hasta el 8 de septiembre de 1876, fecha en que fue entregada a la
República Argentina.

En cuanto a la República Oriental del Uruguay, el único beneficiario fue Venancio Flores con
sus allegados del Partido Colorado uruguayo. No obstante, durante el tiempo que duró la
guerra, la ciudad de Montevideo se vio muy beneficiada debido a que su puerto funcionó
como centro de aprovisionamiento de las fuerzas aliadas, especialmente de las del Brasil. Por
esos años, el comercio montevideano vivió un aumento inusitado, y también hubo una
explosión de la actividad financiera. El final de la guerra inició una profunda crisis económica
en el Uruguay.

 Argentina se aseguró como propios los territorios de las actuales provincias de Misiones,
Chaco y Formosa.

- MISION DE MITRE A RIO

Entre junio y noviembre de 1872 fue enviado por el presidente Sarmiento al Brasil, para
negociar el apoyo de ese país a las exigencias argentinas sobre límites con el Paraguay.118 Al
año siguiente representó a su país en una misión en Asunción del Paraguay, durante la cual
descubrió que el Brasil no apoyaba las reclamaciones argentinas, y apenas admitía que se fijara
el límite sobre el río Pilcomayo.

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Por el tratado de la Triple Alianza, se establecía que los aliados respetarían la integridad
territorial del Paraguay. Terminada la guerra, los ministros diplomáticos de los tres países se
reunieron en Buenos Aires. El ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, Mariano Varela
expresó: "La victoria no da a las naciones aliadas derecho para que declaren, entre sí, como
límites suyos los que el tratado determina. Esos límites deben ser discutidos con el gobierno
que exista en el Paraguay y su fijación será hecha en los tratados que se celebren, después de
exhibidos, por las partes contratantes, los títulos en que cada una apoya sus derechos".
El embajador del Brasil en Argentina, Barón de Cotepige, negoció separadamente con el
Paraguay tratados de límites, de paz, de comercio y navegación. Esto provocó el enojo de la
Argentina, que decidió enviar a Río una misión diplomática encabezada por Mitre. Al ser
recibido por el ministro brasileño, dijo el delegado: "Me es grato hacer los más sinceros votos
por la prosperidad y el engrandecimiento de la Gran Nación Brasileña, unida a la Argentina, sin
olvidar la República Oriental del Uruguay, y por la gloria y sacrificios comunes de dos décadas
memorables de lucha contra dos bárbaras tiranías que eran el oprobio de la humanidad y un
peligro para la paz y la libertad de estas naciones".

Lo cierto es que Brasil sí pensaba que la victoria daba derechos: saqueó Asunción, instaló un
gobierno adicto y se quedó con importantes porciones del territorio paraguayo.

El regreso de las tropas trajo a Buenos Aires, en 1871, una terrible epidemia de fiebre amarilla
contraída por los soldados en la guerra. La peste dejó un saldo de trece mil muertos e hizo
emigrar a las familias oligárquicas hacia el Norte de la ciudad, abandonando sus amplias
casonas de la zona Sur. Sus casas desocupadas fueron transformadas en conventillos.

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Al finalizar la guerra del Paraguay su ministro de relaciones exteriores, Mariano Varela,


gestionó los acuerdos de paz finales. Para ello se llevaron a cabo reuniones en Buenos Aires
durante 1869, allí Varela expuso que "la victoria no da derechos" a los vencedores.

Ante esta posición, en 1870 Brasil negoció separadamente con Paraguay y esto caldeo los
ánimos en Buenos Aires. La Argentina envió una nota al Brasil formulando reclamos por su
actitud. Ante la posibilidad de un enfrentamiento bélico con el Imperio, Sarmiento envió a
Bartolomé Mitre a Río de Janeiro en misión de paz y amistad en 1872. En esa oportunidad se
firmó un acuerdo que puso fin a las diferencias en noviembre del mismo año.

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Misión al Brasil: En 1872, al finalizar la guerra de la Triple Alianza, Mitre fue designado por
Sarmiento como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario ante la corte de Pedro II,
donde logró llegar a un acuerdo por el cual Brasil se comprometía a cumplir todas las
obligaciones contraídas y a retirar sus tropas de ocupación del territorio paraguayo y la
Argentina aceptaba negociar y firmar separadamente con el Paraguay sus convenios definitivos
de paz, comercio, navegación y límites.

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