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Segundo año del Profesorado de Artes Visuales en la escuela Provincial de Artes

Visuales “Profesor Juan Mantovani”.


Antropología.
Profesora: Ana Clara Deluca.
Alumna: Valentina Kieffer.

-FUENTES DE REFLEXIÓN ETNOLÓGICAS-

Me costó mucho poder encontrar alguna situación, algo que ha pasado por mí y pueda
ser considerado como una fuente de reflexión etnológica. Esto dio lugar a la entrega
del trabajo en tiempo incorrecto. Primero creo que había entendido la consigna
incorrectamente y luego creía que encontraba un tema, pero comenzaba y no sabía
por dónde continuar encarándolo. Pero bueno, creo que la he encontrado.
Mi nombre es Valentina Kieffer, nací en la Ciudad de Santa Fe, pero por cuestiones de
la vida a los 2 años nos mudamos con mi familia a San Jerónimo Norte, un lindo y
tranquilo pueblo que se encuentra a 45 kilómetros de esta ciudad.
Año 2017, mi inscripción en la Escuela Provincial de Artes Visuales “Profesor Juan
Mantovani” y la correspondiente mudanza a la ciudad de Santa Fe, con motivo de mis
estudios en dicha institución.
Recuerdo que en el mes de febrero del 2017 mudamos con mis padres los respectivos
muebles que hacían falta para poder vivir en el nuevo departamento, era un día de
mucho calor. Las ansias por venir a vivir sola a un lugar prácticamente desconocido
para mí, ya que solo venía de vez en cuando a pasear, comenzaban a aumentar a
medida que llegaba la primera semana de clases, donde se dictarían los propedéuticos.
Rápidamente me adapté a la ciudad y a la vida sin mis padres. En ese entonces vivía
con dos chicas que prácticamente no conocía.
Vivir sola requería realizar todas las tareas de la casa, cosa que antes las realizaba mi
mamá, y que yo nunca valoraba y hasta ni me daba cuenta del trabajo y tiempo que
requería, pero una vez estando acá, mi cabeza cambió. Comencé a valorar todo esto,
todo lo que mi madre hacía, su gran trabajo de ama de casa. Le transmití este
pensamiento, esta postura que había construido a mis dos hermanos y a mi padre,
pero hasta el día de hoy yo creo que siguen sin adoptarla, sin valorar y ayudar ni
siquiera un poco en todas estas tareas domésticas, siendo un completo error seguir
creyendo que este tipo de actividades deben estar a cargo de las mujeres de la casa.
Prácticamente tuve que hacerme cargo de todo, las otras chicas creo que no se daban
cuenta que había que limpiar, sacar la basura, cerrar las puertas y ventanas antes de
dormir, o de que había que ir a comprar papel higiénico, porque no se reponía solo.

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Pero ese es otro tema que no me interesa mucho profundizar en esta reflexión
personal.
Me independicé, en cierta medida, ya que mis padres hasta el día de hoy, y hasta que
termine la carrera, se hacen cargo de la parte económica que demanda estar y vivir
acá. Siempre fui una persona bastante independiente, y esto fue lo que, creo, más me
ayudó a adaptarme tan bien a esta vida. Lo que no sabía lo preguntaba, investigaba o
inventaba. Me gusta encontrar soluciones por mí misma.
Cabe destacar que muchas veces echaba de menos estar sentada en la mesa con mi
familia como todos los días, compartiendo un almuerzo o una cena. Tomar unos mates
con mi mamá a la tarde y salir a pasear con mi perro.
Comencé a valorar todo, mucho más de lo que ya hacía. Al vivir el día a día acá en la
ciudad de Santa Fe, moverme todo el tiempo por librerías, fotocopiadoras,
supermercados y verdulerías, ver la cantidad de dinero que demanda todo. Me di
cuenta de cosas que antes no veía. La plata mueve todo, si no la tenes, chau... no tenes
nada.
Ver tantos niños en la calle, que todo el tiempo te piden una moneda, y el mismo caso
con adultos, y no poder ayudar a todos, o saber que algunos solo es un engaño el
cuento que te dicen, es feo. Esto fue lo que un poco me tiraba para abajo, me
entristecía y frustraba. Ver como día a día se iba el dinero. Cada cosa que necesitaba
era plata, plata y plata. Hasta ayudar a estas personas que se encontraban en
situaciones vulnerables.
Quise devolverles a mis padres algo a cambio de todo este esfuerzo económico,
psíquico y físico que ellos hacen día a día para que yo pueda estar acá. Me puse a full
con la carrera. Primer año del profesorado: terminé promocionando diez materias de
doce. No sé qué tan bueno fue para mi salud. Me había enloquecido tanto por cumplir
con todas las cosas que me demandaba cada materia, que terminé estresada. Por la
noche no podía dormirme. Una vez que lo lograba me despertaba a cada rato.
Justo el día de hoy, miércoles 5 de septiembre, estuve compartiendo una charla con
una compañera de escultura. Me contó que ella además de estar haciendo la
tecnicatura, es mamá, tiene una familia que atender (esas fueron sus palabras), y da
clases en una primaria, ya que es profesora de inglés. Me relató una situación muy
similar a la mía que había vivido el año pasado, estrés. Le conté un poco sobre mi
experiencia personal, me escuchó y concluyó con una frase que me hizo reflexionar…
¿Vale la pena enfermarse?
Yo creo que no… Y eso comencé a pensarlo cuando se acercaron los primeros parciales
de este año, y con ellos depresión y desgano. Por lo tanto, este año decidí tomar una
postura diferente: ir más despacio. No quería vivir lo mismo que el año pasado. Ser
estudiante de Artes Visuales demanda muchísimo tiempo. Los talleres… disfruto tanto
de ellos, pero es verdad que hay que dedicarles mucho tiempo también en casa, no
alcanza solo con las horas de clases. A esto se le suman las demás materias, las

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pedagógicas y más teóricas, correspondientes al profesorado. Cientos de textos, tener
que leerlos, reflexionar sobre ellos, escribir ensayos, y la pelea permanente de cumplir
con todo, dejar alguna materia y encontrar un espacio para mí, donde descansar y
darme un respiro. Pero como dije recién, este año decidí ir más despacio. Dejé
parciales de dos materias para recuperatorio, Antropología es una de ellas, ya que no
llegaba con el tiempo para prepararlas, y con el fin de no volver a pasar por una crisis,
por así llamarla de alguna manera, que viví el año pasado.
Por suerte mis padres me entendieron. Siempre me apoyaron en todo lo que me
propuse, en esta carrera que elegí para mi vida, y es verdaderamente satisfactorio esto
para mí. Que ellos estén orgullosos de lo que soy, pero sin dejar de ser yo para que
esto suceda, cosa que, obviamente, llevo su largo tiempo. No sé porque soy así,
porque no soy como “todas las chicas” recuerdo que un día dijo mi mamá. Porque no
voy a boliches y si a recitales por todo el país. Porque llevo rastas y me visto como una
“crota” o como un “varón”. Son cosas que quedaron en mi cabeza, de un tiempo lejano
donde existía una disputa entre lo que a mí me gustaba y lo que mis padres querían.
Pero por suerte tuvo un final feliz.
Voy a tomar una parte del texto de Otto Maduro dado en la cátedra, “Mapas para la
fiesta” cuando en el capítulo uno, él habla de esta necesidad afectuosa que tenemos
los seres humanos de ser aceptados y aprobados por parte de la gente más cercana e
importante para nosotros. Tiene un valor incalculable cuando elogian tus trabajos que
tanto esfuerzo y dedicación te demandaron. Sentimos una tremenda satisfacción al
saber que contamos con su apoyo y orgullo.
Creo que viene al tema hablar de todas las cosas que trae cada persona desde sus
orígenes, su experiencia personal y también la heredada. Lo que la familia fue
inscribiendo en el infante a lo largo de todo su proceso de formación de la psiquis.
Estas cosas que cada uno trae no pueden ser clasificadas ni como buenas ni como
malas. La familia le va transmitiendo al niño sus tradiciones, ideologías, las normas que
rigen es su hogar. En fin, lo que sus pares consideran como correcto e incorrecto,
normal y anormal.
Todas estas experiencias que vivimos hacen que veamos la realidad de una manera
distinta de quienes han vivido experiencias diferentes.
Al inscribirme en Mantovani, al igual que el resto de mis compañerxs, traíamos con
nosotros todo este legado que aprendimos en cada uno de nuestros hogares.
Y llegó el momento de decidir si seguíamos al pie de la letra el mismo o
comenzábamos a cuestionarlo, criticarlo, dudarlo, compararlo y ponerlo a prueba.
Para, de esta manera, comenzar a transformarlo y modificarlo con el fin de seguir
enriqueciendo nuestros conocimientos, ideologías y posturas.
Creo que en el momento en que pisé por primera vez “La Manto”, sentí que ese lugar
era para mí. Rápidamente comenzó a inscribirse en mí y por supuesto yo en ella. Es un
sitio muy liberal, donde las personas que se mueven allí lo hacen así. Enseguida

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comenzó a abrirme la cabeza con respecto a ideas y prejuicios que traía en mí.
Comencé a preguntarme cosas que nunca me había plantado, a interesarme por temas
sobre los cuales nunca me había informado. Fue una actividad en conjunto entre el
lugar, las personas que me influenciaron y mi cabeza, con todo este proceso que tuve
que llevar a cabo.
En los propedéuticos conocí a personas hermosas que han dejado mucho en mi,
ayudándome a quererme como soy, este amor propio que debemos tenernos hacia
nosotros mismos, recuperando la confianza en uno, mostrándome tal cual soy sin
ocultar una parte por el miedo al qué dirán.
Comencé a romper con los conceptos de lo “normal” y lo “anormal” que impone desde
siempre nuestra sociedad. Cada uno es como es, lleva la ropa, sus pelos, sus aros como
más cómodo se sienta y se identifique.
Fui descubriendo a lo largo de este primer año de cursada temas y movimientos que
antes no conocía o que nunca le había dado la importancia que se merecían. Esto me
fue abriendo puertas cada vez más grandes. Informarme para luego, solo así, poder
comenzar a cuestionar, dudar y por ultimo transformar mis conocimientos y
experiencias.
Unas de las cátedras que ayudó mucho en este proceso de deconstrucción, que hasta
el día de hoy sigo llevando a cabo, fue Problemática de la cultura Argentina y
Latinoamericana, donde dimos temas como feminismo, sexualidad y genitalidad, y
todos esos temas que adquirieron gran importancia en los últimos años. Recuerdo
como a mis compañeros varones les costó tanto esta materia, hasta cierto punto de
llegar a dejarla por no compartir la postura que la profesora tenía.
Claro ejemplo de lo que el sistema patriarcal imprimió sobre nosotros y continúa
haciendo. Yo creo que si los mismos padres no se replantean sobre el tipo de sociedad
en la que vivimos y comienzan a luchar contra este sistema en el que estamos
inscriptos, con todas las desigualdades que existen entre un género y otro, entre un
grupo social y otro, este problema de tener que deconstruirse va a seguir existiendo,
ya que al tener la tarea tan esencial en la vida del niño de transmitirle su herencia
cultural, esta herencia machista y nefasta va a seguir pasando de generación en
generación perdurando así en la cabeza de todos los niños. Y creo que no es necesario
aclarar que a no todo el mundo le interesa esta idea de replantarse el legado que se le
ha inscripto desde pequeños.
Desde su comodidad prefieren que todo siga así… tal cual como ahora.
Todos sabemos que no es fácil este proceso de dejar atrás para incluir lo nuevo…
requiere de un esfuerzo y predisposición enorme, muchas veces de parte de la
persona.
A continuación, citaré a Octavio Salazar, autor del libro “El hombre que no deberíamos
ser” y una de las frases más emblemáticas que dice: “Debemos deconstruir la
masculinidad hegemónica que llevamos dentro”.

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Entendiendo esto como que hay que eliminar, esa superioridad masculina que se cree
que existe, la cual estuvo impuesta desde siempre, y que la religión tanto ayudó a
remarcar.

Para ir concluyendo con este ensayo, quiero realizar como una síntesis con respecto a
los temas tratados en este escrito:
Mi mudanza a Santa Fe, fue para mí un proceso liberador e independizador, donde la
gente que empezó a rodearme comenzaron a inscribir en mí ciertas informaciones y
temas con los cuales antes en mi pueblo no me encontraba. Me topé con situaciones
desconocidas donde tuve que resolverlas prácticamente sola, ya no estaban los viejos
ahí para encargarse. Creo que crecí muchísimo en este año y medio que llevo en la
ciudad.
Mantovani me va formando día a día en esto que elegí, el hermoso oficio de ser
docente que con muchas ansias quiero ejercer, con todo lo que esto implica. Al pasar
por las diferentes materias, todos los profesores van influyendo sobre mi persona y
sobre esta formación que estoy llevando a cabo. Tanto positiva como negativamente
todo nos deja alguna marquita. Aprendí que hay que hacer y que no con los alumnos,
cual es el trato que hay que darles… y creo que desde que arrancamos primer grado de
la primaria vamos aprendiendo a como ser maestros. Nuestros recuerdos no engañan.
Siempre queríamos a una profemas y menos a la otra que nos gritaba y no nos dejaba
hablar.
Aprendí a poner un freno, a no sobreexigirme, porque luego el cuerpo y la mente
pasan factura.
La verdad no es la que nos cuentan en la escuela desde que somos pequeños. Esta
verdad está transformada para beneficio del gobierno y de la iglesia, otra de las tantas
cosas que nos imponen desde recién nacidos con el bautismo. Pero no quiero con esto
criticar a los padres, ya que como dije antes, ellos imprimen en el niño lo que
consideran como correcto en el momento… depende de nosotros el día de mañana
comenzar a cuestionar estas actitudes y creencias.
Depende de nosotros “deconstruirnos” para construirnos…

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