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MERCADOS, EXTERNALIDADES Y PODER

Oscar J. Zegada Claure

1. INTRODUCCION.

Las concepciones predominantes en Economía, basadas en la teoría neoclásica, suelen


afirmar que individuos racionales, egoístas y maximizadores de utilidad o de beneficios,
empeñados en la búsqueda de nada más que su propio provecho, al intercambiar en
mercados libres hacen posible el beneficio colectivo a través de un mecanismo no
pensado, no diseñado y que no se puede ver -una mano invisible- de cuyo accionar
emerge un orden social en el que todos se benefician. El resultado final sería
conveniente para los individuos y la colectividad de una forma que ninguno pudo haber
imaginado, pero que es deseable por todos.

Puesto que son los mercados libres los que permiten la acción de este mecanismo,
siempre se ha hecho hincapié en la necesidad de permitir, facilitar y preservar su libre
funcionamiento, buscándose eliminar todo factor que pudiera entorpecer o deformar los
intercambios mercantiles.

A veces, sin embargo, ocurre que el funcionamiento de los mercados no da los


resultados esperados y deseados poniéndose en riesgo el orden económico y social. La
teoría económica al estudiar estas situaciones suele referirlas como "fallas del mercado"
y entre ellas las externalidades, consideradas como una de sus más persistentes, han
venido siendo desde hace mucho objeto de tratamiento por los economistas.

El presente trabajo presenta la problemática de las externalidades en el contexto


neoclásico y, al explorar brevemente las principales posiciones existentes, reclama la
necesidad de introducir la temática de las relaciones sociales como relaciones de poder,
en el estudio de la creación y manejo de los efectos externos en la economía.

2. MERCADO, EFICIENCIA Y BIENESTAR

El teorema de la mano invisible de Adam Smith ha sido trabajado por la economía


neoclásica en el marco de la denominada Economía del Bienestar -a la cual muchos
suelen llamar el "corazón de la economía neoclásica"- que se dedica a estudiar cómo,
cuándo y bajo qué condiciones la mano invisible conduce al máximo del beneficio de la
colectividad.

Dado que la Economía del Bienestar tiene que ver con beneficios individuales
trastocándose en beneficios colectivos maximizados, ella constituye un resbaladizo
terreno en el cual elementos positivos y normativos se deslizan de un lado para otro
tendiendo a entremezclarse. Por esta razón, mientras algunos la entienden como un
2

asunto estrictamente positivo, en el que los juicios de valor deben ser cuidadosamente
expurgados, otros la ven más bien como un ejercicio específicamente normativo que se
relaciona con una determinada noción de lo que puede ser considerado deseable para
una colectividad. Inclusive están quienes afirman en que la Economía del Bienestar
constituye una suerte de híbrido de economía positiva y economía normativa.

Dos elementos claves constituyen el fundamento de la Economía del Bienestar: 1) la


definición del bienestar social como una función de la utilidad obtenida por el consumo de
un conjunto de bienes y servicios y 2) la norma de óptimo de Pareto.

La noción de bienestar referida a la utilidad que los agentes obtienen del consumo está
basada en la idea de que los individuos -con sus preferencias exógenamente
constituídas- incorporan a sus funciones de utilidad o preferencia todo aquello que hace
máxima su satisfacción y actúan en consecuencia.

Las visiones iniciales acerca del bienestar postulaban la posibilidad de medir y comparar
la utilidad obtenida por los individuos a fin de establecer las condiciones del bienestar
material de la sociedad. Entendido el bienestar social como la sumatoria de utilidades
individuales, cardinales, cognoscibles y comparables, se sostenía que si todos los
individuos tienen similares capacidades de disfrutar de los bienes, y se acepta que la
utilidad que cualquier bien brinda se reduce a medida que su consumo se incrementa,
transferir bienes de quienes han saciado sus necesidades primordiales -o están
próximos a ello-, hacia quienes están aún lejos de hacerlo, habría de conducir a un
aumento de la utilidad para el conjunto de la sociedad:
"Cualquier factor que incremente en términos absolutos la porción del ingreso real
que corresponde a los pobres, siempre y cuando ello no provoque una reducción
del ingreso nacional, ha de conducir, en general, a una mejora del bienestar
económico". (Pigou, citado por David, 1992: 37).

Así versiones tempranas de la Economía del Bienestar estuvieron asentadas en criterios


de carácter normativo que luego, al ser criticados a la luz de la emergencia de
concepciones que proclamaban la necesidad de hacer de la Economía una ciencia
positiva, fueron abandonados dando lugar a la denominada Moderna Teoría del
Bienestar.

La Moderna Teoría del Bienestar, que se proclama a sí misma como distanciada de


todo tipo de valoraciones normativas y se concentra en la "lógica de la elección", está
basada en concepciones ordinales de la utilidad individual que se considera imposible de
cuantificar y comparar interpersonalmente; por tanto todo intento de hacerlo no lograría
sino introducir en el análisis juicios de valor que habrían de quitar rigor científico a la
economía. A pesar de que las utilidades que los individuos obtienen son inobservables e
incomparables, sus preferencias, asumidas como dadas y expresadas en sus elecciones,
permiten inferir que ellos actúan "como si" fueran maximizadores de utilidad. El conjunto
de las preferencias que los individuos exhiben en sus funciones de utilidad personal,
3

hace posible la constitución de una función de bienestar social que depende de los
niveles de satisfacción alcanzados por cada individuo.

En este marco, la cuestión ha sido establecer cuando se alcanza el máximo de bienestar


colectivo. La norma de óptimo de Pareto ha provisto el criterio requerido para ello: el
bienestar colectivo se maximiza cuando el bienestar de un individuo no puede ser
mejorado sin empeorar la situación de al menos una otra persona. La determinación del
óptimo pasa por un generalizado proceso de toma de decisiones por parte de los
diversos agentes económicos que maximizan racionalmente sujetos a restricciones.

Entonces, la situación de los consumidores -racionales maximizadores de utilidad- es


óptima, es decir el intercambio es eficiente, cuando no es posible mejorar la situación de
una persona sin empeorar la de otras (las tasas marginales de sustitución entre bienes
son las mismas para los consumidores y se igualan a la relación entre los precios de
tales bienes). Por su parte la situación de los productores -racionales maximizadores de
beneficios- es óptima, es decir, la producción de bienes y servicios es eficiente, cuando
no es posible reasignar los factores de modo tal que se pueda aumentar la producción de
un bien sin reducir la producción de otros bienes; en tal caso, las tasas marginales de
transformación para los distintos bienes son las mismas y se igualan a la relación de sus
precios.

Finalmente, la economía accede al óptimo de producción e intercambio cuando, por un


lado, los factores de la producción están siendo utilizados eficientemente y, por otro lado,
los bienes producidos se asignan adecuadamente a los distintos consumidores; es decir
que las tasas marginales de transformación y sustitución de los bienes producidos y
consumidos son iguales.1 En estas circunstancias el máximo de bienestar social ha sido
logrado y el conjunto del sistema económico funciona eficientemente (el óptimo del
óptimo ha sido logrado, el "optimum optimorum").

En términos generales, la economía neoclásica asume que el sistema de mercados es lo


bastante eficiente como para optimizar la asignación y el uso de los recursos.
Consecuentemente, una ordenada estructura de mercados hace posible que individuos
tratando de maximizar sus utilidades hagan posible el logro del máximo de beneficio
social. Así,
"... si existe un sistema de precios común que cuando utilizado en toda actividad
de maximización, sea de beneficios o utilidades, induce o permite la toma de
decisiones adecuadas para este fin, su utilización debe garantizar la eficiente
asignación de los recursos para la satisfacción de los consumidores". (Koopmans,
1957: 49).

1 Esto es que la tasa por la cual un bien X es sustituido por un bien Y en la producción es igual a la tasa por la cual el bien X es
sustituido por el bien Y en el consumo.
4

Esta situación ha sido formalizada con la formulación del Teorema Fundamental de la


Economía del Bienestar en los siguientes términos:
"... bajo ciertas condiciones (particularmente la ausencia de externalidades, esto
es la ausencia de interdependencias externas al mercado) todo equilibrio
perfectamente competitivo es Pareto óptimo y bajo algunas otras condiciones
(principalmente la ausencia de economías de escala), cada óptimo de Pareto es
una situación de equilibrio en el mercado competitivo, dado un conjunto de precios
y una cierta distribución inicial de propiedad." (Sen, 1987: 34).

La correspondencia entre la solución del mercado competitivo y el óptimo de Pareto, sin


embargo, puede fácilmente no verificarse debido a múltiples factores que alteran los
requerimientos de la libre competencia y que dan lugar a las genéricamente
denominadas fallas del mercado. Como ya se tiene señalado, uno de aquellos factores
ha recibido particular atención en los últimos años y es objeto de interés en el presente
trabajo: las externalidades.

3. LAS EXTERNALIDADES Y SUS SOLUCIONES

En el tipo de economía que las concepciones neoclásicas estudian, la utilidad de los


consumidores y las ganancias de los productores dependen de factores que se
encuentran bajo su control y que, por eso, están incorporados a sus funciones de utilidad
o de producción; lo que cada cual obtiene depende estrictamente de lo que hace. En
este marco la única posible de influencia de un individuo sobre otro está mediada por el
mercado a través del sistema de precios y se realiza de un modo indirecto mediante la
incorporación de esas influencias -vía precios- en las funciones de utilidad o producción.
Sin embargo -como ocurre en la vida cotidiana- pueden presentarse impactos directos
de la acción de algunos individuos sobre las actividades maximizadoras de otros, "...
interdependencias que se mantienen fuera del circuito del intercambio, incompensadas
transferencias de valores positivos y negativos ..." (Wohar, 1988: 3), que han recibido la
denominación de externalidades.

Las externalidades son situaciones en las cuales las acciones de un agente económico
afectan positiva o negativamente la utilidad o el beneficio de otro(s) agente(s)
económico(s) fuera de la relación de mercado:
"Las externalidades se presentan cuando la función de utilidad de un consumidor
es afectada por el consumo de otra persona, o la función de producción de una
empresa es afectada por la producción de otra o, y esto es más importante, la
utilidad de un individuo es afectada por un proceso de producción con el cual este
individuo no tiene relación directa." (Hunt, 1983: 244).

Por tanto las externalidades se refieren a situaciones en las cuales interacciones


directas, que son externas al sistema de precios, no pueden ser manejadas en términos
de valuaciones de mercado; las funciones de producción y utilidad dejan de ser
5

independientes ocasionando divergencias entre los resultados de los cálculos de costo-


beneficio privado y social2.

La necesidad de llevar la economía a la deseable situación de equilibrio y óptimo de


Pareto exige la incorporación de las externalidades a las funciones de utilidad y
producción, de manera que los efectos en el bienestar social que resultan de la
producción y el consumo tengan presencia en el sistema de precios. (vease Mishan,
1971).

El enfoque tradicional de solución a las externalidades plantea la intervención estatal


para corregir las ineficiencias emergentes de las fallas del mercado. Según este enfoque
la utilización del poder público en acciones tales como prohibiciones, regulaciones,
tributos y subsidios, habrá de eliminar las externalidades restituyendo para el mercado la
gestión de las interrelaciones entre los agentes económicos (vease Brown y Jackson,
1988; Haveman, 1972; Boadway, 1979):
"Cuando en el mundo real se presentan efectos externos significativos, la acción
colectiva, generalmente emprendida por el Estado, se hace indispensable para
asegurar un funcionamiento eficiente... (Las actividades estatales) están
destinadas a eliminar ineficiencias provocadas por los efectos externos... (..)
Sobre el sector público recae la responsabilidad de ajustar los niveles de
producto no óptimos generados por fallas de funcionamiento del mercado libre."
(Haveman, 1972: 51).

Dada por descontada la existencia de una instancia estatal neutral, racional y


suprasocial que dispone de adecuada información y capacidad de supervisión suficiente
para hacer cumplir sus decisiones, la acción pública apareció durante mucho tiempo
como la única opción para eliminar las externalidades, reestableciendo las condiciones
para la mejor asignación de los recursos y la correspondiente distribución de la riqueza
creada.

Empero, dentro las propias corrientes neoclásicas han surgido voces críticas de
cuestionamiento a la verdadera capacidad estatal de corregir las fallas del mercado. El
cuestionamiento de la concepción de las "fallas del mercado" y la necesidad de su
corrección estatal, ha venido siendo atacada por economistas como Ronald Coase,
James Buchanan, Harold Demsetz 3 y algunos otros que han trabajado en la dirección de
explicar las externalidades no como fallas del mercado en sí, sino más bién como
resultado de limitaciones impuestas por el Estado a los flujos de intercambio, y como una

2 La existencia de externalidades significa que los costos sociales de hacer o producir algo son
mayores que los correspondientes costos privados -a consecuencia de lo cual se produce algo en
exceso en relación al "óptimo" (externalidades negativas)- o que los beneficios sociales son
mayores que los privados (externalidades positivas), haciendo que el generador de la externalidad
no considere en la toma de sus decisiones los beneficios que con su actividad brinda a otros
agentes económicos (véase Bator, 1958).

3 Véase Coase, 1960; Buchanan, 1973; Demsetz, 1964, Alchian y Demsetz, 1972.
6

expresión de la ausencia de claras y operativas definiciones de los derechos de


propiedad, habiéndose tratado de mostrar, además, que las soluciones estatales podrían
no ser tales debido a que el Estado estaría sujeto a los mismos determinantes que el
mercado y, en la medida de ello, no libre de "fallas".4

La crítica a las concepciones orientadas en la dirección de soluciones centralizadas a las


externalidades ha utilizado varios argumentos, entre los que destacan los siguientes: el
problema que tiene el Estado de acceder a información respecto a inclinaciones y
preferencias de los agentes económicos cuando éstas no son observables en el mercado
-tal el caso de las externalidades-, las dificultades para un correcto procesamiento de la
información por el Estado y las consiguientes limitaciones para el diseño y aplicación de
acciones para eliminar las externalidades y, finalmente, la difícil neutralidad de la
instancia estatal en una sociedad en la que grupos de interés se interrelacionan,
negocian y presionan para recibir ventajas del Estado.

En este contexto se ha propuesto que negociaciones libres entre agentes económicos


involucrados con las externalidades y basadas en sus comportamientos racionales
maximizadores, en ausencia de costos de transacción, deberían conducir a la
internalización de las externalidades haciéndolas objeto de transacciones económicas
comunes.

Una externalidad sería así eliminada cuando es internalizada a través de una


negociación privada y los pagos del caso. Para que esto suceda debe ser posible un
proceso de negociación eficiente cuyas condiciones son: 1) libertad de elegir, contratar e
intercambiar, 2) una clara y explícita asignación y reconocimiento de derechos de
propiedad y 3) ausencia o irrelevancia de todo obstáculo al intercambio que dificulte las
transacciones; por ejemplo, costos de transacción nulos o despreciables.

Así, las externalidades podrían ser eliminadas en el marco de definidos derechos de


propiedad y mercados perfectamente competitivos para ellos, que permitan acuerdos
entre las partes involucradas fruto de negociaciones libres y descentralizadas. En estas
condiciones la dirección y magnitud de los pagos acordados en la negociación conducen
al óptimo de Pareto, y resulta irrelevante quién es responsable de la creación de una
externalidad y quién paga a quién para su eliminación. Y puesto que los individuos
negocian en condiciones de libertad e igualdad, el resultado obtenido habrá de expresar
las decisiones maximizadoras de los agentes económicos en el contexto de mercados de
competencia perfecta5, no interesando cuando ni en qué circunstancias una externalidad
aparece ni quién, por qué y cómo está involucrado en su creación.

4 La Teoría de la Opción Pública ofrece una teoría de las "fallas del gobierno" que, aseveran sus
teóricos, sería comparable a la teoría de las "fallas del mercado" (Véase Buchanan, 1984).

5La formulación de un tratamiento descentralizado y mercantilizado de las externalidades está


inspirada en los trabajos de Ronal Coase y se conoce como el "teorema de Coase", conteniendo los
criterios básicos para una solución no estatal a los problemas de los efectos externos. Véase
Coase, 1960; Wohar, 1988; Cooter, 1987; Randall, 1983.
7

En síntesis, procedimientos centralizados y descentralizados son las alternativas


reconocidas por la economía neoclásica para la eliminación de externalidades. Los
procedimientos centralizados consisten en una intervención estatal asumida como eficaz
y eficiente para resolver los problemas de obtención y procesamiento de información, así
como para la formulación e implementación de las soluciones más adecuadas. Los
procedimientos descentralizados, por su parte, se apoyan en intercambios de mercado
de las condiciones que dan lugar a las externalidades, y si bien también requieren de una
acción estatal, ella se limita tan sólo al establecimiento y sanción de derechos de
propiedad y a garantizar mercados libres con costos de transacción nulos o
despreciables.

4. EXTERNALIDADES, ESTADO, MERCADOS Y PODER

El estudio de las externalidades que la economía neoclásica realiza está basado en dos
ideas fundamentales: primero, las externalidades son particularidades del
funcionamiento de las economías de mercado, más bien una excepción que la norma;
segundo, las externalidades son resultados involuntarios y accidentales de alguna
actividad que al realizarse no pretendía crearlas. Excepcionalidad y no intencionalidad de
las externalidades es lo que ha permitido mantener el razonamiento económico en un tan
irreal como carente de fricciones mundo de individuos maximizadores, que se relacionan
con objetos a través de impersonales e indisputados actos de intercambio en el mercado.

El concebir a las externalidades como situaciones poco comunes que pueden afectar a
las relaciones económicas cuando se presentan, pero que no están lo suficientemente
generalizadas como para poner en riesgo el adecuado funcionamiento de los mercados,
hace posible que la economía neoclásica pueda estudiarlas y plantear soluciones a los
problemas que crean sin alterar las bases de su construcción teórica, ya que si se
reconociera que las externalidades aparecen por todo lado y reiteradamente, éstas
deberían pasar a ser consideradas como un rasgo característico de las interrelaciones
económicas y no tan sólo como una de las llamadas fallas del mercado, que si bien
afecta su funcionamiento no lo caracteriza.

La excepcionalidad de las externalidades tiene implicaciones de gran importancia para la


Economía; la más importante es que reduce la dimensión social de las relaciones
económicas al mundo individual de agentes interrelacionados tan sólo a través de
incidentales y breves transacciones de mercado. Esta reducción enturbia el
entendimiento del carácter eminentemente social de las relaciones económicas, no sólo
de los intercambios de mercado, sino también de los mismos procesos de producción y
consumo que, aunque se realicen en la más estricta privacidad, son sociales6. Por eso
6 En las economías de intercambio se produce utilizando recursos socialmente originados y con
destino social; además los mismos procesos laborales suelen involucrar a más de un individuo.
Mediante el consumo aún el más ermitaño de los consumidores establece algún tipo de relación social
8

las relaciones económicas, aún en las esferas privadas de la producción y el consumo,


generan casi permanentemente externalidades que se encuentran diseminadas en todo
el entramado económico y social.

Pero además las externalidades suelen ser tratadas como no intencionales. En la


economía neoclásica es un lugar común la afirmación de que las externalidades
aparecen sin que los agentes económicos hayan pretendido crearlas con el ánimo de
beneficiarse o de perjudicar o favorecer a otro. Esta afirmación resulta del supuesto
básico de egoísmo -interés nada más que por uno mismo- que descarta benevolencia o
malevolencia en lo que uno hace cuando se relaciona con los demás, y refuerza la idea
de que lo que uno obtiene en las relaciones económicas depende nada más que de lo
que hace para el logro del propio provecho. Por esta vía se va dejando fuera de
consideración factores tales como la capacidad o la voluntad que unos pueden tener
para crear situaciones que afecten de alguna manera la posición de los demás en las
relaciones económicas, y las ventajas y desventajas para unos y otros que pueden surgir
de ello. El sostener que las externalidades nunca surgen como creación intencional de
los agentes económicos, permite mantener la Economía dentro los límites de situaciones
en las que los individuos consiguen lo que obtienen nada más que como consecuencia
de sus actos racionales maximizadores, y sin que las decisiones que otros tomen o las
interacciones sociales afecten los resultados conseguidos.

Esto es comprensible ya que el reconocimiento de la intencionalidad de las


externalidades llevaría a plantear la economía como relaciones entre personas, donde
las decisiones de unas afectan a las otras en grados definidos en función a ciertas
capacidades que -si son desiguales como casi siempre ocurre- configuran un mundo
muy distinto del que la economía neoclásica estudia. Ese mundo distinto se presentaría
ante nosotros como un conjunto de individuos viviendo en sociedad, interactuando
cotidiana y permanentemente y, posiblemente, desarrollando acciones con la pretensión
de ubicarse mejor en las relaciones en que participan. En este contexto, si la creación de
externalidades puede dar algún beneficio -como se mostrará más adelante al ocuparnos
de algunos aspectos de las soluciones que la economía convencional plantea para ellas-
podría ser no sólo perfectamente racional desde el punto de vista económico crear
externalidades de manera intencionada, sino que también podría ser posible que esto
ocurra fácilmente en sociedades en las que la distribución de los recursos es
desigualitaria y, por tanto, en las que las posibilidades de crear efectos externos están en
buena medida definidas por el grado de control que algunos agentes tienen sobre los
recursos y los mecanismos de gestión económica y no económica.

Con estos elementos resulta de interés reflexionar nuevamente sobre las soluciones que
las concepciones neoclásicas proponen a los problemas planteados por las
externalidades.

con quien produjo el bien que consume y con el tipo de organización económica que lo produjo y
distribuyó.
9

Las soluciones centralizadas, las del Estado, son en general aplicables cuando las
externalidades no son generalizadas. Prohibiciones, regulaciones, tributos, subsidios
pueden ser una posibilidad de enfrentar las externalidades cuando no están
diseminadas; pero si las externalidades son generalizadas sólo podrían ser atacadas con
una "infinidad" de impuestos, subsidios, regulaciones, etc., obviamente imposibles de ser
no sólo definidos, sino también manejados por la instancia estatal. Lo peor de todo es
que la misma creación de regulaciones, impuestos y subsidios para resolver específicas
externalidades, al favorecer a algunos miembros de la sociedad, podría llevar a otras
personas a buscar ventajas similares incentivando a su vez la creación de nuevas
externalidades, proceso que podría continuar indefinidamente alejando a la sociedad de
su óptimo paretiano.

Las soluciones centralizadas tienen además otro problema. La posibilidad de recibir


transferencias de recursos del Estado para compensar efectos negativos de las
externalidades, o para incentivar actividades que crean externalidades positivas, llevaría
a los ciudadanos a invertir recursos con la finalidad de obtener ventajas particulares, por
lo cual no podría descartarse que los agentes económicos intenten mostrar una
sobrevaloración de los efectos positivos o negativos de las externalidades, a fin de recibir
una mayor compensación o incentivo estatal o sobornar a la burocracia con la misma
finalidad. Todas estas prácticas llevan a "contaminar" el accionar estatal y, ciertamente, a
distraer recursos, tiempo y potencialidades de los agentes que descubren la racionalidad
económica de buscar cierto tipo de "ventajas" brindadas por el Estado7.

Por su parte, las concepciones que plantean soluciones descentralizadas a las


externalidades, al considerar como un dato dado el contexto en el cual los derechos de
propiedad se asignan, pierden la perspectiva del escenario en el que este proceso
ocurre, restringiendo su análisis a nada más que un balance de costo-beneficio sobre los
efectos de las externalidades en quienes las crean y los afectados. Sin embargo, puesto
que los derechos de propiedad son condición para acceder a los beneficios de disfrutar
del control de una externalidad o favorecerse de ella, la cuestión de su determinación se
torna crucial, haciéndose necesario prestar atención a cómo ciertos derechos de
propiedad han sido asignados en el pasado y cómo se asignan en el presente. En todos
los casos la asignación de derechos de propiedad termina convirtiéndose en el resultado
concreto de las formas de relación social existentes, y que responden a la configuración
estructural de la economía, a los procesos económicos, sociales y políticos que se viven,
y a las relaciones de fuerza y capacidad de influencia y presión social existentes. De esta
forma, las corrientes que abogan por un tratamiento descentralizado a las externalidades
han ayudado, inintencionadamente, a abrir la discusión sobre las externalidades en
referencia a las relaciones sociales y al poder, ya que la asignación de los derechos de
propiedad es en sí misma factor determinante de la dirección que ha de tomar la solución
de las externalidades en cualquier economía.

7 Dentro la económica neoclásica existen desarrollos teóricos en torno a las denominadas "fallas
del Estado". Entre ellos destacan la Teoría de la Opción Pública y las teorías de "rent-seeking".
Véase al respecto: Buchanan y Tollison, 1984; Krueger, 1974.
10

Por eso no debe extrañar que nos encontremos con que el tema de cómo el Estado
resuelve las externalidades (neoclásicos convencionales) o cómo se establecen los
derechos de propiedad para su libre transacción en los mercados (neoclásicos
mercadistas) es a fin de cuentas, aunque no se lo trate así, un asunto de poder. Para
llegar a esta conclusión basta, aún dentro la propia lógica neoclásica, levantar el endeble
supuesto de que tanto los derechos de propiedad como el Estado son datos dados
tomados como variables exógenas en el modelo. Al endogenizar al Estado cobra vital
importancia la "voluntad de hacer" convertida en "capacidad de hacer" de individuos y
grupos; esto es las prácticas políticas de poder en el Estado. Al endogenizar la
determinación de los derechos de propiedad se hace fundamental establecer quienes y
cómo han accedido a ellos, ya que toda definición de derechos de propiedad implica que
alguien los adquiere mientras alguien los pierde, siendo que puesto que los derechos de
propiedad no emergen de por sí, alguna forma de poder ha sido ejercida en su definición.
Por eso los procesos históricos de creación de derechos de propiedad -que son
observables en todas las sociedades- siempre han estado constituyendo y reformulando
relaciones de poder y casi siempre han estado basados en la violencia8.

Además, como no se cuenta con criterios apriori acerca de cual estructura de derechos
de propiedad es "mejor", más eficiente y socialmente deseable, los derechos de
propiedad son, al fin de cuentas, resultado de un proceso histórico que manifiesta la
capacidad de imposición de ciertos intereses, sin que se tenga referente alguno sobre
cuan preferibles son unos con respecto a otros derechos de propiedad.

Ahora bien, en estas circunstancias los criterios de eficiencia económica podrían


tranquilamente invertirse, dando lugar a lo que podríamos llamar una "Economía del
Malestar". Quien detenta los derechos de propiedad en torno a la creación de una
externalidad (digamos la contaminación ambiental), podría beneficiarse privadamente al
crear externalidades negativas en otros, resultando perfectamente racional ocasionar
tantos costos como fuera posible a los demás que, para evitar ser afectados, tendrían
que realizar pagos para librarse de las externalidades negativas que les afectan. Así el
creador de externalidades, buscando su interés, podrá generar situaciones en las
cuales el perjuicio colectivo sea alcanzado, dando lugar a lo que -en contraposición a la
smithiana "mano invisible- Hunt ha denominado el "pie invisible":

"Del supuesto ortodoxo de maximización se deduce que cada individuo estará


interesado en crear el máximo de costos sociales que puede imponer a los
demás....Yo he denominado a este proceso el 'pie invisible' del mercado libre
capitalista. El 'pie invisible' asegura que en una economía capitalista de mercado
libre, cada persona buscando su propio provecho automáticamente, y de manera
8 La emergencia de los derechos privados sobre la tierra en Inglaterra es uno de los procesos más
claros y documentados. Dramático ha sido el mismo proceso en los Estados Unidos, país en el cual
cientos de miles de nativos americanos murieron, mientras en América del Sur las conocidas
instituciones de los repartimientos y las encomiendas fueron los mecanismos que reordenaron los
derechos sobre tierras y vidas humanas, constituyendo específicas formas de derechos de propiedad
que todavía hoy marcan características económicas, sociales, políticas y culturales.
11

eficiente, ha de contribuir a la maximización de la miseria colectiva". (Hunt, 1984:


245).

Por último ¿será posible que aún haciendo abstracción de todo lo anterior los
intercambios en mercados de derechos de propiedad resuelvan los problemas de las
externalidades?

Esta pregunta nos conduce de nuevo, aunque por otra vía, al asunto del poder. Para
que los intercambios en mercados de derechos de propiedad resuelvan los problemas de
las externalidades sería necesario que los intercambios mercantiles ocurran nada más
que a partir de la voluntad transaccional de las partes, lo cual implica que los
intercambios se realicen no sólo sin costos de transacción, sino también sin problemas ni
conflictos de interés.

El supuesto de los costos de transacción nulos ha sido discutido en diversos trabajos,


principalmente por su alejamiento de la realidad.9 La endeblez de asumir costos de
transacción nulos se acentúa en el caso de las transacciones de derechos de propiedad
acerca de factores creadores de externalidades, en la medida en que es esperable que
las transacciones se realicen no precisamente entre dos individuos, sino al menos entre
un individuo que detenta los derechos de propiedad y un grupo de personas; por
ejemplo, un fabricante que contamina el aire y los vecinos de la zona afectada por la
contaminación. El grupo de vecinos para poder comparecer en la transacción tiene que
haber resuelto previamente los problemas de acción colectiva de su organización, de la
determinación de los mecanismos de expresión de sus preferencias individuales en el
grupo y cómo este expresa los intereses de sus miembros. En este caso los costos de
transacción no son ciertamente despreciables.

Pero además, en mercados con rasgos tan complejos como serían los mercados de
derechos de propiedad sobre los factores que dan lugar a externalidades, es esperable
que las transacciones no se completen fácilmente ya que existen aspectos difíciles de
establecer en el acuerdo de intercambio: ¿cómo especificar claramente en un contrato lo
que se está intercambiando?, ¿cómo garantizar que las partes cumplan plenamente lo
acordado?, ¿cómo monitorear este cumplimiento?. Cuando se presentan situaciones
como estas, las partes en transacción suelen dotarse de mecanismos que les permitan
asegurarse el cumplimiento de los acuerdos; para ello la única posibilidad abierta es el
ejercicio de cierta forma de poder que garantice que el intercambio se efectivice tal como
se había acordado.

Cuando nos encontramos con transacciones como estas, que tienen algún problema en
hacerse plenamente efectivas, nos hallamos ante lo que se llaman intercambios
disputados, cuya característica fundamental es que para realizarse requieren del ejercicio
de alguna forma de poder10. En general se sabe que en estos intercambios el poder lo

9 Véase, por ejemplo, Hannel and Albert, 1990; Williamson, 1989; Schmid, 1987.
10 Vease Bowles and Gintis, 1989.
12

ejercita quien tiene la posibilidad de hacer amenazas creíbles y de imponer sanciones


para inducir a un comportamiento deseable en la otra parte. En el caso de las
externalidades, la posibilidad de ejercer poder corresponde a quien detenta los derechos
de propiedad en la medida en que tiene control material sobre el factor que está siendo
transado, pudiendo por ello afectar efectivamente el comportamiento de la otra parte en
la relación de intercambio. Por tanto, aún cuando los intercambios fueran perfectamente
competitivos, sin coerción, con plena información y aún sin costos de transacción,
emerge una relación de poder que resulta de las propias características de lo que está
siendo intercambiado.

5. PALABRAS FINALES

El análisis y las recomendaciones neoclásicas sobre las externalidades -en dos de sus
variedades esbozadas en este trabajo- están desarrollados con base en una manera de
concebir la Economía que orienta su estudio en torno a los fundamentos, posibilidades y
limitaciones del mecanismo que Adam Smith bautizó como la mano invisible hace
doscientos años. El tratamiento de la vida económica resultante se enmarca en un
apacible y ordenado mundo de intercambios mercantiles que, al hacer posible que la
búsqueda interesada del provecho individual lleve inintencionadamente al beneficio
colectivo, garantiza resultados óptimos en la producción, la distribución y el bienestar
social.

La única manera de trabajar lógicamente con este mecanismo exige una comprensión de
las relaciones económicas como relaciones sino entre cosas, nada más que entre
personas y cosas. Por ello los intercambios de mercado son concebidos tan sólo como
indisputadas interacciones impersonales restringidas a lo estrictamente necesario para
que el intercambio tenga lugar, y cuya duración es tan larga como la propia transacción.

Compartiendo las mismas premisas, dos grandes líneas de la economía neoclásica se


han dirigido a explorar alternativas de solución al problema que se plantea cuando el
bienestar de las personas se ve afectado por acciones de otros que no están sujetas a
las usuales transacciones de mercado. Por un lado están quienes proponen una
intervención del Estado que, como fuerza racional, extraeconómica y cristalizadora del
bien común, estaría en condiciones de resolver los problemas ocasionados por las
externalidades. Por otro lado están quienes, sosteniéndose en su fé en las posibilidades
del mercado, le devuelven la resolución de sus propios problemas mediante una
creciente mercadización de todas las interacciones sociales, correspondiendo al Estado
nada más que el establecimiento y garantía de los derechos de propiedad sobre las
condiciones que dan lugar a las externalidades.

La forma de concebir lo económico que ambas posiciones comparten conduce, entre


otras cosas, a excluir la cuestión del poder. Esta omisión es, por decir lo menos,
desafortunada para el estudio de la economía ya que las relaciones económicas son
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relaciones de interdependencia entre personas que se afectan entre sí toda vez que
participan en los procesos de producción, distribución, apropiación, intercambio y
utilización de riqueza. Esta interdependencia depende de quién, cómo y por qué puede
obtener algo, y determina las oportunidades que cada quien dispone. Por eso el
carácter de la interdependencia entre las personas está directamente relacionado con
los mecanismos que definen el acceso a los derechos de propiedad y su utilización, es
decir con el poder.

En este marco, las interacciones humanas están definidas por quién y cómo accede a los
derechos de propiedad y la manera en que los utiliza; por ello la determinación y el uso
que se hace de esos derechos es un asunto de poder. Entendido así el poder es
esencialmente relacional, y se refiere a la habilidad o capacidad que alguien tiene -una
persona o un grupo- de afectar de determinada manera las decisiones o el bienestar de
otros (vease Bartlet, 1989). De hecho se podría decir que toda asignación de derechos
de propiedad brinda a alguien la posibilidad de llevar adelante lo que le interesa o le
conviene -es decir es un acto de poder- así como el uso de los derechos de propiedad
permite a alguien obtener lo que quiere, lo cual en contextos de escasez como los de la
economía suele implicar la exclusión de otros. Por ello entendemos que las relaciones
económicas son antes que nada interacciones humanas con un fuerte componente de
intereses en conflicto, y por ello interacciones de poder.

Tal es el caso de las externalidades y de las condiciones que permiten a las personas
tener la posibilidad de crearlas, verse afectadas, eludirlas o disfrutarlas. Las
externalidades constituyen pues relaciones de poder que traducen los derechos que
cada quien detenta y que le permiten afectar o verse libre de los efectos de las acciones
de otros; quien ostenta más derechos habrá de tener más oportunidades de afectar o de
no ser afectado, son estos derechos los que expresan el poder que se tiene y dibujan el
conjunto de oportunidad de cada quien. Por eso, también son relaciones de poder las
que definen las decisiones estatales con respecto al sentido y orientación de los efectos
externos y los mecanismos de su solución, y son relaciones de poder las que determinan
los derechos de propiedad sobre los cuales las partes involucradas con una externalidad
podrían negociar para internalizarla. Consiguientemente, mientras menos concentrado
esté el poder más homogénea será la distribución de derechos, posibilidades y
capacidades, y más balanceados socialmente los costos y beneficios de los
denominados efectos externos.

En este punto, la disciplina llamada Economía ya no puede ocuparse nada más que de la
asignación sabia de recursos escasos a distintos fines alternativos, ni solamente del
estudio de cómo los sistemas de precios asignan los recursos en estables, predecibles y
equitativos intercambios de mercado. En el corazón de las relaciones económicas nos
encontramos con personas socialmente constituidas estableciendo relaciones que, en
buena medida, son relaciones de poder que confieren ventaja aún cuando la economía
funcione bajo condiciones de equilibrio competitivo.
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La Economía se hace entonces "política", y un tratamiento integral, multifacético y


comprensivo de la economía se hace necesario para estudiar cuanto y cómo el mundo
de las relaciones económicas se ve afectado por relaciones de poder, por los conflictos,
por la constitución y la acción de colectivos sociales e instituciones que no solamente
existen, sino que también afectan, modificando en grado variable, tanto las preferencias
y los valores de los agentes económicos cuanto los mecanismos de control social de las
relaciones que estos establecen entre sí.

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