Está en la página 1de 165

Intelectuales, Estado y Nación en Colombia

De la guerra de los Mil Días a la constitución de 1991

Miguel Ángel Urrego Ardila

DOI: 10.4000/books.sdh.262
Editor: Siglo del Hombre Editores, Universidad Central - DIUC
Año de edición: 2002
Publicación en OpenEdition Books: 12 abril 2017
Colección: Investigaciones
ISBN electrónico: 9782821879751

http://books.openedition.org

Edición impresa
ISBN: 9789586650489
Número de páginas: 244

Referencia electrónica
URREGO ARDILA, Miguel Ángel. Intelectuales, Estado y Nación en Colombia: De la guerra de los Mil Días a
la constitución de 1991. Nueva edición [en línea]. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2002 (generado el
06 mai 2019). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/sdh/262>. ISBN: 9782821879751.
DOI: 10.4000/books.sdh.262.

Este documento fue generado automáticamente el 6 mayo 2019. Está derivado de una digitalización
por un reconocimiento óptico de caracteres.

© Siglo del Hombre Editores, 2002


Condiciones de uso:
http://www.openedition.org/6540
1

En Colombia, la relación de los intelectuales con el Estado no ha tenido, por lo menos hasta
mediados de los años ochenta del siglo XX, ni la amplitud, ni la diversidad, ni el sentido que
adoptó la legitimación del orden político en América Latina.
La característica esencial de los intelectuales colombianos hasta la década del sesenta fue su
subordinación a los partidos tradicionales. Su relación con la cultura, con la política y con el
Estado respondió a las necesidades de los proyectos políticos, liberal o conservador, y se inscribió
en las posibilidades que estos partidos ofrecían. A comienzos de los años sesenta se inició la
ruptura de los mismos con los partidos tradicionales y con las funciones que estos les asignaron,
lo que permitió la constitución de un campo cultural plenamente autónomo. Desde este
momento, y durante dos décadas, los intelectuales vivieron su edad dorada. A partir de los
ochenta se forjó una lenta, y casi imperceptible, nueva relación con el Estado y, por supuesto, con
la sociedad. El resultado, muy palpable a mediados de la década, no fue otro que el de la
reincorporación de los intelectuales a la tutela del bipartidismo y el Estado. El péndulo giró
nuevamente a la derecha...

MIGUEL ÁNGEL URREGO ARDILA


Historiador, doctor en Historia de la Universidad de Puerto Rico y El Colegio de México.
En el año 2000 obtuvo la beca de investigación posdoctoral Daniel Cosio Villegas otorgada
por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México. Actualmente es coordinador de la
Línea de investigación en Identidades Culturales del Departamento de Investigaciones de
la Universidad Central (DIUC). Es autor del libro Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá,
1880-1930 (1997) y tiene en preparación la obra titulada Crisis del Estado nacional en Colombia.
Una perspectiva comparativa con América Latina, investigación cofinanciada por Colciencias.
2

ÍNDICE

Introducción
LOS LÍMITES DE LA DEFINICIÓN
INTELECTUALES Y ESTADO: LAS ETAPAS HISTÓRICAS EN COLOMBIA
LOS INTELECTUALES PARTIDARIOS
RUPTURA Y CREACIÓN DE UN CAMPO CULTURAL
REINTEGRACIÓN AL BIPARTIDISMO Y AL ESTADO

Primera parte. Los intelectuales orgánicos del bipartidismo

Primera parte. Los intelectuales orgánicos del bipartidismo

I. Los intelectuales bajo la hegemonía conservadora


EL RÉGIMEN PRODUCTOR DE VERDAD
El IMAGINARIO DE LA NACIÓN BAJO LA HEGEMONÍA CONSERVADORA
LA PROVINCIA Y LO INTERNACIONAL
LOS INTELECTUALES BAJO LA HEGEMONÍA CONSERVADORA
La tradición de la pobreza

II. Los intelectuales bajo la república liberal


EL IMAGINARIO DE LA NACIÓN
PROVINCIANOS Y UNIVERSALES
LOS INTELECTUALES BAJO LA REPÚBLICA LIBERAL

III. Los intelectuales bajo la violencia


LA CONFRONTACIÓN LIBERAL CONSERVADORA COMO RETO INTELECTUAL
UNIVERSALIDAD Y PROVINCIA
LOS MEDIOS Y LOS INTELECTUALES
INTELECTUALES Y ESTADO

Segunda parte. Los intelectuales contra el Estado

IV. La creación de un campo intelectual, 1962-1982


LAS DINÁMICAS DE MODERNIZACIÓN Y SECULARIZACIÓN DE LA SOCIEDAD
LA RUPTURA DE LOS INTELECTUALES CON EL ESTADO
LOS MEDIOS Y EL MERCADO SIMBÓLICO
LA NACIÓN, LA GUERRA Y LOS INTELECTUALES
LA UNIVERSALIDAD EN ÉPOCAS DE GUERRA FRÍA

Tercera parte. La reintegración de los intelectuales

V. La coptación de los intelectuales disidentes, 1982-1991


LAS DINÁMICAS DE LAS TRANSFORMACIONES DE LOS INTELECTUALES
LA NARRATIVA DE LA CONSTITUCIÓN DE 1991
LOS INTELECTUALES Y LA GUERRA
3

Comentario final

Bibliografía
4

Introducción

1 Este texto se propone exponer una síntesis histórica de la relación de los intelectuales con
el Estado en el siglo XX colombiano. Aunque para el desarrollo de la investigación se
tomaron como base los escritos de destacados intelectuales y especialmente las revistas
culturales del país, queremos advertir al lector que no es un ensayo de crítica literaria ni
un análisis sobre las revistas culturales. Tampoco pretendemos trabajar sobre uno o
varios intelectuales, por destacados que ellos hayan sido, y en este sentido no nos
interesan los nombres propios: es un simple accidente el que se citen algunos casos. El
objeto de nuestro trabajo es un poco más modesto y apunta a analizar las dinámicas y las
contradicciones de la relación de los intelectuales con el Estado, y la evolución de los tipos
de intelectuales y sus funciones a lo largo del siglo XX.

LOS LÍMITES DE LA DEFINICIÓN


2 El concepto de intelectual tiene una amplia gama de posibilidades: desde los estudios
históricos de Le Goff hasta las definiciones clásicas de Gramsci. Para Le Goff, el intelectual,
como tipo sociológico, presupone la división del trabajo urbano y de las instituciones
universitarias; su nacimiento se produciría en el siglo XII. Argumenta que el término
designa a quienes tienen por oficio “pensar y enseñar su pensamiento”.1 Otros
historiadores no comparten este punto de vista y sitúan el origen del intelectual en el
apogeo de la ilustración.2
3 A pesar de la importancia de estas dos opiniones, la discusión académica en Francia
considera que el punto que marca definitivamente la presencia de los intelectuales es el
denominado Affaire Dreyfus (1874-1894). 3 Como se sabe, la acusación de espionaje y
traición contra el militar francés de origen judío generó una fúerte respuesta por parte de
los más destacados intelectuales, quienes se pusieron de parte del acusado —entre ellos
Zola—. Los distintos medios de comunicación y el conjunto de los pensadores de aquel
momento tomaron partido en una polémica que duró varios años. Lo más significativo fue
que quienes creaban y difundían el saber, por tomar los parámetros de Le Goff,
reflexionaron acerca de su relación con el poder, el Estado y las instituciones, así como
sobre su responsabilidad con el tiempo que les había tocado vivir.
5

4 Adicionalmente, hay que considerar, como lo sugieren Christopher Charles y otros


científicos sociales en Francia, la especificidad histórica del intelectual. No todas las
épocas han tenido el mismo tipo dominante de intelectual y pretender lo contrario es un
error.4 En Colombia, pasamos de los abogados, los gramáticos y los poetas de comienzos
de siglo, a los profesores de la República liberal; luego a los científicos sociales —filósofos,
politólogos e historiadores— de los setenta, y, finalmente, a los economistas de la era de la
globalización neoliberal. De allí que sea indispensable señalar qué tipo de intelectual
corresponde a cada etapa histórica.5
5 Para este grupo de académicos, especialmente sociólogos, el intelectual pertenece, como
grupo social diferenciado, a las sociedades modernas, y se caracteriza por su permanente
reflexión y su participación en los sucesos políticos. A partir de entonces ha sido
frecuente el posicionamiento y la constitución del intelectual como la conciencia de su
época.
6 En Italia, desde una particular lectura del marxismo, Gramsci partió de la pregunta de si
existe un sector de intelectuales independiente de los grupos sociales, o si, por el
contrario, todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales
especializados. Gramsci, al retomar los principios básicos del marxismo, la constitución
de la sociedad en clases, por ejemplo, llegó a la conclusión de que “todo grupo social que
surge sobre la base original de una función esencial en el miando de la producción
económica, establece junto a él, orgánicamente, uno o más tipos de intelectuales que le
dan homogeneidad no sólo en el campo económico, sino también en el social y en el
político”.6 Su concepto estratégico será, pues, el de intelectual orgánico.
7 En años recientes, Bobbio ha pensado el origen y el concepto del intelectual a partir de la
relación entre cultura y política, así como de las formas en que se manifiesta el poder. Lo
particular del intelectual es que puede ejercer su función y poder a través de la
producción de símbolos y signos. En el presente siglo, el intelectual estaría mediado por
su función en la organización del consenso y el disenso.7
8 En resumen, los estudios sobre el intelectual han derivado de la especificidad de su oficio
a la función social y política de su saber y a las relaciones con el poder (el Estado, las
instituciones). Coinciden los autores en considerar que existen tipos históricos de
intelectuales, es decir, que cada época privilegia una especialidad del trabajo no manual, y
ella es la que concentra las tensiones sociales. Por ello, la caracterización del intelectual
predominante en una época histórica determinada permitiría explicar las tensas
relaciones entre cultura y política.
9 De otra parte, las polémicas acerca de la relación entre los intelectuales y la política se
han dado en coyunturas históricas particularmente importantes, y no sólo manifiestan las
posiciones más contradictorias en torno al carácter y la función de los intelectuales, sino
que expresan la presencia de distintos proyectos políticos —de nación, por ejemplo— y,
por supuesto, de diversas producciones simbólicas, que reclaman, entre otras cosas, el
establecimiento de un nuevo consenso o pacto social. Una de las expresiones de estas
polémicas ha sido la consideración de los intelectuales como un grupo especial, que
podría llegar a conformar una clase social.
10 En general, trabajamos con la hipótesis de Gramsci, según la cual cada sector social y
político crea intelectuales orgánicos que le dan contenido a sus permanentes necesidades
de reproducción. Adicionalmente, partimos del principio de que el Estado moderno, como
en varias ocasiones lo ha señalado Marco Palacios retomando el análisis de Weber,
6

transforma las políticas en acción por medio de los intelectuales. 8 De manera que la
función esencial del intelectual, resultado de la división del trabajo de dominación, es la
de legítimo legitimador.9 El conocimiento de los intelectuales tiene urna crucial
relevancia eh el mantenimiento y perfeccionamiento del orden social.10 En eso consiste su
estrecha relación con el poder, con la política.
11 En este trabajo acentuaremos la historicidad del intelectual en un doble sentido.
Entendemos, en primer lugar, que en cada periodo hay un tipo dominante, el cual
depende de las relaciones entre el capital cultural y económico y el grado particular de
desarrollo de las clases y los proyectos políticos. Entendemos, igualmente, que pueden
coexistir diversos tipos de intelectual en un mismo periodo. De este modo, observaremos
cómo el modelo de intelectual conservador de comienzos del siglo XX, dominante en las
primeras décadas, aún sobrevive a finales de los años cincuenta.
12 Esto no quiere decir que no sea importante ni necesario definir, de manera general, al
intelectual. Hasta ahora le hemos dado este nombre a aquel individuo cuya función social
es producir o difundir ideas. Este punto de partida es, en apariencia, amplio. Sin embargo,
si consideramos que al comenzar el siglo las tasas de analfabetismo alcanzaban un
porcentaje aproximado del 70% y quienes podían publicar eran muy pocos, observamos
que dicha definición tiene un alcance bastante limitado. Por otra parte, consideramos
indispensable incluir a algunos artistas —en algunas épocas específicas, a pintores—, y no
limitarnos a los escritores ni a lo que hoy podríamos llamar científicos sociales.
13 La relación que el intelectual establece con la política, con el Estado y la nación —con el
poder— no es única. Existen múltiples posibilidades que pueden presentarse en un mismo
momento. Por ello, tampoco puede esperarse que una época histórica en particular tenga
un solo tipo de relación.
14 El lugar del intelectual en el espacio social está determinado por su ubicación en la
distribución de los diferentes tipos de capital, ya sean éstos económicos o culturales. 11 Ello
lo define. Por lo tanto, las formas históricas que adquieran las relaciones con el poder son
a la vez su principio de posibilidad.
15 Cada etapa histórica define las normas específicas de la reproducción del capital, de las
relaciones de poder, de los límites de la legítima legitimación y del tipo de especialistas
que requiere el Estado para su funcionamiento. Los intelectuales, en principio,
constituyen este tipo de especialistas que requiere el Estado. Su especificidad es el
dominio de la persuasión, y, cuando es necesario, justifican la coerción. 12
16 No obstante, hay que precisar dos hechos fundamentales. El primero, que el campo
cultural se constituye en oposición al económico y que la presencia de los intelectuales
como tal está definida por la búsqueda de su autonomía. En segundo lugar, que no existe
hegemonía absoluta ni dominación sin resistencia. Por ello, los intelectuales no son un
grupo monolítico y sus funciones y relaciones con el poder, sean éstas de subordinación o
de resistencia, fluyen. De ahí que las relaciones con el Estado sean múltiples y cambiantes.
17 Cuando hablamos de las relaciones de los intelectuales con el Estado, lo menos importante
es constatar la participación individual en la burocracia. No nos interesa juzgar, de
manera individual, la obra de los intelectuales que se desempeñan como ministros,
diplomáticos o funcionarios, sino señalar las dinámicas generales, establecer cuál es el
tipo de relación dominante en una época determinada. Tampoco nos interesa sugerir una
dicotomía entre los buenos intelectuales —los que se encuentran al margen del Estado—, y
los malos intelectuales —los funcionarios de Estado—, aunque evidentemente existen
7

casos especiales de servilismo ante los cuales es imposible callar, entre otras cosas porque
para algunos su única posibilidad de empleo es el Estado.
18 Consideramos la relación de los intelectuales con el Estado de una manera plural.
Hacemos referencia, por ejemplo, a la traducción de las necesidades de Estado en
políticas, al establecimiento y constitución de instituciones, a la elaboración de estudios
que tienen por objeto institucionalizar la cultura nacional, a la creación de símbolos de la
nación, a la redacción de discursos y análisis (históricos, sociológicos y económicos), a la
difusión de determinadas ideologías y, en fin, a aquello que reproduce el orden social y
político, y para lo cual no se necesita ser funcionario.
19 Las dinámicas propias de la cultura y sus relaciones con la política y la economía
establecen una jerarquía entre los intelectuales. Jerarquía que está determinada, en
primer lugar, por las relaciones entre los intelectuales y el poder político y económico.
Dada la estrecha relación que en América Latina ha existido entre algunas familias y la
formación de las naciones, así como la concentración en unos pocos apellidos del poder
político y económico, es evidente que dichas familias también concentran el capital
cultural y que el ejercicio de sus diferentes manifestaciones constituye una reproducción
de las formas de distribución del poder y la cultura.13 Es lo que sucedió en Colombia en el
periodo de transición al siglo XX: los intelectuales dominantes eran los gramáticos y
poetas. En un país como Colombia, el estudio de la lengua significaba la conservación de
los privilegios de la elite.14
20 La manera como se construye el orden social y político durante la Regeneración impone la
función mediadora de la Iglesia en el campo cultural. La mediación se vive como creación
y dirección de instituciones, control sobre el contenido de la enseñanza y la moralidad de
los profesores, elaboración de manuales escolares, monopolización de la función de
legitimación, establecimiento de diversas formas de censura, y fuente de cohesión de la
sociedad. En suma, la Iglesia define los límites de un régimen productor de verdad, en el
cual deben actuar los intelectuales. De allí que la modernización de los intelectuales se
viva como una forma de herejía.
21 El Estado, lo que en un momento se denominaron los aparatos de Estado, el control de los
medios por parte de un conglomerado económico, la Iglesia, etcétera, definen en cada co
yuntura lo que debe ser considerado el intelectual modelo y las funciones que éste debe
cumplir. El ejemplo más representativo del intelectual a comienzos de siglo fue, sin lugar
a dudas, Guillermo Valencia: conservador y católico, especialista en las formas
consagradas, dechado de virtudes, etcétera, y por ello, legítimo candidato a regir los
destinos del país. Su predomio se extendió hasta la época de La Violencia.
22 En décadas más recientes, las multinacionales del libro establecen, a través del listado de
ventas o de lo que ellos consideran digno que las personas lean, lo que merece ser
consagrado. No es extraño hoy que las editoriales se dediquen a “construir” libros y
autores, y desde un criterio estrictamente comercial llenen las estanterías de las librerías
con los “poemas” de las actrices.
23 Al interior de los grupos de intelectuales también se genera un proceso de consagración;
es el poder selectivo de lo que hoy es la “comunidad científica” o, para ser más claros, el
poder del círculo. De manera recurrente aparecen una serie de temas, elevados a la
categoría de fundamentales, que “deben” acaparar la atención de los investigadores.
Alrededor de la institucionalización de las modas académicas pueden girar los
presupuestos, los premios y los reconocimientos. Hoy, por ejemplo, la tendencia en la
8

historia es privilegiar los análisis de discurso y las referencias a lo “pos” y rechazar los
trabajos que retoman el marxismo. Para algunos, no es más que el hecho evidente de la
superación del intelectual moderno, que legislaba, por el intelectual posmoderno, que
interpreta. Para nosotros, es una expresión de la manera como funcionan las academias y
de una época de dominio conservador en el pensamiento.
24 También habría que hacer referencia a la crítica y a los concursos que institucionalizan a
los nuevos pensadores, al modelo de intelectual. El éxito de Cien años de soledady el premio
Nobel de literatura instituyeron el “realismo mágico” como arquetipo de la escritura. En
el terreno de la historia, por ejemplo, hemos pasado de la historia regional, la que algunos
denominaron de socavón, a la historia de las mentalidades, y de ésta a la Nueva Historia
Cultural, todo dentro de un sospechoso afán por superar los temas “setenteros”.
25 Finalmente, hay que tener en cuenta los vínculos entre las diferentes especializaciones
académicas, las relaciones que se producen entre las opciones estéticas y el pensamiento
como discurso. Es evidente que la modernidad está vinculada a la ilustración y al libro;
por ello quien escribe filosofía, literatura e historia, puede aparecer como el verdadero
intelectual. No obstante, hay que tener en cuenta que otras opciones, otras
especializaciones, pueden acaparar en un momento dado el sentido de la ruptura, la
interpretación de los cambios y la modernidad misma.
26 No siempre los escritores son los que interpretan las contradicciones de la sociedad, sus
taras, sus miedos y sus utopías. Pueden ser los arquitectos, los científicos o los artistas.
Los pintores, por ejemplo, pueden ser quienes mejor interpreten o anticipen una
coyuntura. En pintura, Picasso sintetiza el horror de la guerra en el Guernica. Lo mismo
podemos decir del cuadro de Obregón sobre la violencia, de Cien años de soledad, etcétera.
Ellos se anticiparon a los estudios sobre la violencia, fueron más contundentes que
cualquier manifiesto político o más expresivos que muchas de las posturas de los
intelectuales respecto a La Violencia, que, dicho sea de paso, brillan por su ausencia.
27 En cuarto lugar, hay que considerar la especificidad histórica de nuestra relación entre
cultura y política. En el caso colombiano, la formación del campo cultural está
determinada por una particular marginalidad con respecto al mundo capitalista. No sólo
la inserción en el mercado mundial y el acceso de capitales fue pobre a comienzos del
siglo XX, también, en el terreno de las ideas existieron limitaciones en la recepción de las
corrientes más avanzadas del pensamiento universal. De allí que sea necesario establecer
cómo circulan en cada época las ideas generadas en Europa y Estados Unidos.
28 En relación con este tema hay que hacer una declaración de principio: no existen
ideologías foráneas. La Iglesia y el partido conservador se empecinaron en señalar que el
liberalismo, además de ser un pecado, era una escuela de pensamiento extraña a nuestra
realidad. Este juicio ha sido repetido, incluso hoy día, para oponerse a la circulación del
marxismo y a otras corrientes críticas. Evidentemente se hace con cierto pudor, para no
repetir en su totalidad el argumento del conservatismo, y se hacen malabares
argumentales para finalmente decir que el problema de los intelectuales disidentes es que
han estado sometidos al pensamiento internacional y que poco han hecho por la
búsqueda de la historia nacional. Un argumento hermano es que el dogmatismo ha
cegado a los intelectuales. ¿Es posible que tales evaluaciones puedan reconocer los
aportes al pensamiento moderno de la producción de los “dogmáticos” y “sectarios”
intelectuales de izquierda? La respuesta para el pensamiento conservador es no, lo cual
nos parece un balance, y empleamos el concepto que usualmente aparece en dicho
9

análisis, “sectario”, pues impide ver adecuadamente cómo se desarrolla la ciencia, la


filosofía y la cultura.
29 Sobre el tema de la muerte del intelectual, habría que señalar las diferencias de contexto
y el sentido ideológico y político de tal afirmación. Es conocida la afirmación
neoconservadora de algunos intelectuales contemporáneos, generalmente del primer
mundo, que al unísono proclaman la desaparición del intelectual. La crisis del intelectual
se expresa en la “superación” de los grandes temas —la nación y el Estado—, en la muerte
de los denominados metarrelatos y en la derrota histórica de la clase obrera. También
entraron en crisis las funciones que se le asignaban al intelectual. ¿Para qué un
intelectual, si el mundo avanza vertiginosamente hacia la desaparición de las identidades
nacionales y hacia las identidades posnacionales, posmodernas? ¿Para qué un intelectual
si la realidad es un efecto del lenguaje? ¿Para qué un intelectual si ya no existe la
objetividad y la verdad?
30 Esta hipótesis desconoce, precisamente, lo que comentábamos sobre la historicidad del
tipo de intelectual. No existe el intelectual. La hipótesis de los posmodernos es ahistórica,
en la medida en que desconoce este principio fundamental. No obstante, es posible
aceptar la crisis de un tipo específico de intelectual. Por otra parte, se olvida que la
globalización neoliberal se ha encarnado en el economista y que éste representa el nuevo
tipo ideal de intelectual.15
31 En segundo lugar, la manera como se ha formulado la hipótesis y el sentido de sus
argumentos es abiertamente reaccionaria, y utilizamos el concepto con total conciencia
de su contenido político “anacrónico”. La hipótesis de la desaparición de las
interpretaciones totales parte de la supuesta fragmentación de los saberes y de su
extrema especialización. No obstante, “olvida” que el capitalismo, por el contrario, ha
generado, él sí, un gran metarrelato sobre el destino de la humanidad: la eternidad del
capitalismo.
32 En tercer lugar, el argumento del fin del intelectual se inscribe en la lógica académica de
los grandes centros del poder. La mayor parte de los movimientos contestatarios del
tercer mundo generalmente se presentan como una expresión de los fundamentalistas,
los terroristas y los sectores arcaicos o en vías de extinción. El nacionalismo, por ejemplo,
a los ojos de la intelectualidad del capital, es la expresión de posturas fundamentalistas y
terroristas, de minorías insignificantes que no se adecúan a la globalización neoliberal,
por demás triunfante a nivel planetario.16
33 En cuarto lugar, olvidan los apologistas de la muerte del intelectual los procesos políticos
contemporáneos que se dan en América Latina, en otras regiones periféricas del planeta y
en países capitalistas avanzados. Contrario a quienes han demandado la muerte del
intelectual, éste se erige nuevamente en la conciencia crítica de su época. 17 La presión de
los paramilitares sobre los académicos y las universidades, en el caso colombiano, radica
precisamente en el deseo de eliminar todo tipo de pensamiento crítico. De hecho, es
necesario señalar que frente a la confrontación interna, lo que se impone al intelectual es
una postura “moderna” y, concretamente, la función de permitir el mantenimiento y la
consolidación de los frágiles referentes simbólicos de la nación.18
34 La muerte del intelectual en Colombia debe encontrase en la política educativa del
gobierno de Andrés Pastrana. En aplicación de las imposiciones del FMI y a través de los
más serviles funcionarios neoliberales —el ministro de hacienda y el jefe de Planeación
Nacional—, se ha buscado la eliminación de todos los estímulos a los profesores de
10

primaria, secundaria y universidad para que realicen investigaciones, se cualifiquen y


asciendan en el escalafón. Lo que se ha implementado en diferentes decretos, como el
2912, es el más artero golpe contra la producción científica y la universidad pública.
35 En el fondo, tras la cuestión de la muerte de los intelectuales subyace una reflexión sobre
las relaciones entre la cultura y la política, sobre la participación de los intelectuales en la
política. En España, durante el siglo XIX, sucesos como la invasión napoleónica, el
restablecimiento de la monarquía, la pérdida de las colonias, las guerras carlistas o la
guerra hispanoamericana, exigieron de parte de los escritores y artistas explicaciones,
tomas de partido e, incluso, la formulación de alternativas para superar las respectivas
crisis. El desarrollo de la clase obrera, el rápido crecimiento de los movimientos
anarquistas, socialistas y comunistas, así como el fortalecimiento de las derechas,
hicieron que los términos del debate fuesen cada vez más radicales. La experiencia de la
Segunda República y especialmente el estallido de la guerra civil, llevaron a los
intelectuales, nacionales y extranjeros —como Orwell—, a tomar las armas.
36 Estados Unidos también vivió, a su manera, la participación de los intelectuales en
política. Las posiciones más radicales se dieron entre los escritores y escritoras
inmigrantes, muchos de ellos con experiencias anarquistas, que estimularon la militancia
política, la investigación de nuevas temáticas y, especialmente, la irrupción de las
minorías en la “cultura”, particularmente de negros, mujeres, inmigrantes,
homosexuales, socialistas y comunistas.19
37 La participación de los intelectuales en política se acentuó a raíz de las recomendaciones
de la Internacional Comunista sobre lo que debería ser el arte comprometido y el realismo
socialista, orientaciones seguidas en algún momento, por ejem plo, por los muralistas
mexicanos o los escritores que trabajaban la denominada literatura proletaria y, de
manera más general, el modelo del realismo socialista.20
38 El estallido de la Segunda Guerra Mundial, debido a la urgencia de constituir los bandos,
impuso la radicalización de las posiciones. La polarización sufrida con la guerra y la
militancia de los grandes intelectuales, darían pie al establecimiento de conceptos que
hacían referencia al compromiso con el tiempo que les tocó vivir, un buen ejemplo es el
de “engagé”, de vital importancia para Jean Paul Sartre.
39 El nexo entre cultura y política sería evidente en la manera como se asumió la guerra de
Vietnam, los procesos de liberación en África, Asia y América Latina, los movimientos
estudiantiles del 68, etcétera. Quizás el hecho que mostró la vitalidad de los intelectuales
fue la constitución del Tribunal Russel.
40 En nuestro medio, la reflexión no ha tenido una larga tradición y, paradójicamente, han
sido los escritores de la denominada provincia, o marginales, especialmente hasta la
década de los cincuenta, los que más se preocuparon por dicha relación.
41 Por supuesto, un intelectual tiene derecho a reclamar su desconocimiento de las
relaciones entre poder y cultura; tiene derecho a marginarse en nombre de posturas
nihilistas más o menos ligadas con escuelas filosóficas o simplemente vitales, debido al
asco que se puede sentir ante todo lo que sea política, o también por defender causas
supremas, como la pureza del arte o la libertad individual. Eso nos parece admisible. Lo
que sí es inaceptable es que reclamen la universalidad de esta posición, que se instituya
en la actitud que deben tener los intelectuales o que reclamen para sí lo que niegan a
otros: que ésa sea la opción correcta; y finalmente, que institucionalicen, como si eso no
fuera una opción dentro de las relaciones de poder, ese punto de partida y lo conviertan
11

en un instrumento que regule el flujo de los intelectuales por las instituciones, los
premios y la financiación.
42 Es cuestionable que esta perspectiva de la muerte de los intelectuales no entienda que
precisamente lo que se está agenciando mediante la globalización neoliberal es la
desaparición del intelectual, y que esto simplemente hace eco de las determinaciones del
capital, como sucede en Colombia con la reforma educativa del actual gobierno. Por
supuesto, se trata de la arremetida del capital contra los últimos trabajadores autónomos.
Como en el periodo colonial, se pretende exterminar a los portadores de la tradición de la
comunidad, en este caso a los intelectuales y sus grandes metarrelatos: el humanismo, la
nación. ¡Qué coincidencia! El modelo neoliberal y la globalización se encuentran con el fin
de los intelectuales humanistas, pero también con el fin de todas aquellas instancias que
representan a la nación, como el Congreso —en una aparente lucha contra la corrupción
—, o las universidades —en nombre de la racionalización de los recursos y el gasto—.
43 Obviamente, no estamos reclamando la presencia del viejo tipo de intelectual. Somos
conscientes de que el momento es otro, de que hay que pensar en un tipo de intelectual
distinto, acorde con esta política, y repensar los interrogantes básicos de Bobbio: ¿Qué
pudo haber cambiado? ¿Qué se mantiene del viejo tipo de intelectual?21 Diríamos,
anticipando una respuesta, que se mantiene la vieja perspectiva humanista, crítica y
universal.

INTELECTUALES Y ESTADO: LAS ETAPAS HISTÓRICAS


EN COLOMBIA
44 La formación del Estado moderno en América Latina y los proyectos de reforma y
modernización del siglo XX, han contado con la participación de un importante número
de intelectuales que tuvieron un papel protagónico en las diversas coyunturas. Esta
participación fue requerida por las fuerzas políticas en ascenso, pues la legitimidad de las
transformaciones descansaba en la constitución de nuevos mitos fundacionales alrededor
de los cuales la nación se pudiera reconstituir.
45 En México, la presencia de los intelectuales en las labores del Estado fue estimulada desde
finales del siglo XIX, a raíz del auge del positivismo y la consolidación del grupo
denominado Los Científicos.
46 Con el estallido de la Revolución y el ascenso de Madero al poder, se dio un giro en el
perfil y la función de los intelectuales mexicanos.22 Los nuevos pensadores que se
vincularon a la política ya no provenían exclusivamente del derecho, sino también de
otras disciplinas académicas, entre las que se encuentran las ciencias, la medicina, la
ingeniería, etcétera.
47 Por otra parte, como efecto de la consolidación de la Revolución, el intelectual fue
llamado por el Estado para configurar el nuevo rostro de México. Con la creación de la
Secretaría de Educación Pública en 1923, bajo la dirección de José Vasconcelos, los
intelectuales asumieron la orientación de las principales instituciones y, asimismo, se
vieron como los artífices del cambio. El lenguaje se hizo más radical y muchos de ellos
abogaron por las nuevas corrientes del pensamiento, entre ellas el marxismo.
48 El surgimiento de un nuevo tipo de intelectuales y de las funciones asignadas por la
Revolución, cobraron vida en el muralismo mexicano. Artistas como Siqueiros, Rivera y
12

Orozco encarnaron los nuevos tiempos, y por ello su arte se concibió como producto de la
Revolución; las posturas políticas y estéticas iban de la mano a tal punto que los artistas
decidieron militar en el partido comunista.23
49 Este giro también puede percibirse en terrenos como la educación, el cine, la literatura,
en los que sus cultores interiorizaron las demandas del Estado y respondieron desde sus
respectivas áreas con obras que aseguraban la consolidación de la Revolución.
50 Los cambios estimulados por el Estado dieron origen a un debate político-estético entre
los intelectuales en tomo a su rela ción con la política. Por ello se pueden encontrar
sectores que optaron por la militancia, como aquellos vinculados a la Liga de Artistas y
Escritores Revolucionarios (LEAR), y otros que se inclinaron por posturas neutras,
especialmente los miembros del grupo Los Contemporáneos. Con la consolidación del
sistema de partido único, el PRI, se incorporó a gran número de intelectuales, incluidos
los muralistas comunistas, a la burocracia estatal, con lo cual la polémica se canceló
temporalmente.24
51 En Brasil, la situación, guardadas las proporciones, se asemeja a la de México. La caída de
la monarquía supuso la reconstitución del escenario político y la creación simbólica de la
nación. El Estado impulsó decididamente esta labor, y dio apoyo a las actividades de los
escritores que buscaban la esencia brasileña en los relatos de costumbres regionales o en
los cuestionamientos acerca de la identidad nacional.25
52 Con el ascenso al poder de Getulio Vargas dicho proceso se consolidó, y los intelectuales
fueron arrastrados por la dinámica de las reformas y las consignas populistas. Muchos de
ellos participaron en la fundación de revistas, en las actividades de los ministerios y en la
movilización de la clase obrera.26
53 Al igual que en Brasil y México, en Puerto Rico aparecieron obras en las cuales la temática
central era la pregunta por el carácter de la identidad nacional. Antonio Pedreira, en su
obra Insularismo, dio su particular explicación y consolidó la imagen de un sector social
que se siente profundamente cuestionado por la nueva realidad colonial, la dominación
estadounidense, en un país donde lo predominante es la herencia hispánica. Esta obra se
constituye en una referencia obligada de quienes estudian la existencia de una identidad
puertorriqueña.
54 En Colombia, la relación de los intelectuales con el Estado no ha tenido, por lo menos
hasta mediados de los años ochenta del siglo XX, la amplitud, la diversidad ni el sentido
que adoptó la legitimación del orden político en los casos citados. El dominio conservador
en las primeras décadas del siglo XX, el peso de la Iglesia en la definición del orden social
y político y el conflicto interpartidario determinan los diversos tipos de relación entre los
intelectuales y el Estado. A nuestro juicio, existen tres grandes etapas en dicha relación: la
de subordinación a los partidos tradicionales; la de ruptura y creación de un campo
cultural (1961-1982); y la de reintegración al Estado a partir de los años ochenta.

LOS INTELECTUALES PARTIDARIOS


55 La característica esencial de los intelectuales hasta comienzos de los años sesenta fue su
subordinación a los partidos tradicionales. Su relación con la cultura, con la política y con
el Estado responde a las necesidades de los proyectos políticos, liberales o conservadores,
y se inscribe en las posibilidades que estos partidos ofrecían. Como cada proyecto es
diferente, hemos creído conveniente subdividir esta primera etapa en tres subperiodos,
13

con el objeto de resaltar la especificidad de la relación, el tipo y la función de los


intelectuales.27 Cada subperiodo será analizado en un capítulo específico.
56 La Hegemonía Conservadora consolidó un proceso de exclusión política que se extendió al
terreno cultural, por lo cual los saberes alternos fueron duramente reprimidos. En esta
época se establecen la censura de prensa, la persecución a los pensadores radicales —
postura llevada al extremo por el fanatismo conservador, al considerar al liberalismo
como un pecado—, la supremacía de la moral católica sobre el saber científico, la
consideración del arte como urna escuela de virtudes, y la censura a la producción
artística en nombre de la defensa de principios morales y religiosos.
57 En este periodo fue evidente la presencia de algunos intelectuales en el Estado, en la
definición del proyecto político, pero con la particularidad de ser incorporados no desde
su especificidad sino desde su pertenencia al partido conservador o al clero. Por ello los
intelectuales —Miguel Antonio Caro, Rafael María Carrasquilla, Mario Valenzuela,
etcétera— fueron personas que construyeron el proyecto político desde concepciones
morales y actuaron más como practicantes religiosos que como pensadores modernos.
58 Los artistas más reconocidos (Guillermo Valencia y los miembros de la Gruta Simbólica)
concibieron su producción artística desde los presupuestos establecidos por la Hegemonía
Conservadora y, por lo tanto, su labor se puede considerar como una expresión de la
visión provinciana y reaccionaria dominante.28
59 Por su parte, los satanizados liberales asumieron, desde la oposición, la tarea de crear
nuevos espacios académicos para difundir sus concepciones. A finales del siglo pasado se
erigió la Universidad Republicana y, décadas más tarde, la Universidad Libre, con la clara
intención de establecer espacios propios, sin injerencia estatal, para la formación de
cuadros políticos o, al menos, para la supervivencia de los ya existentes.
60 Una ruptura importante comenzó a gestarse desde mediados de los años veinte con el
surgimiento de intelectuales disidentes. Inicialmente, estos aparecen al interior de los
partidos tradicionales, pero con planteamientos que para el momento significaban la
adopción de posiciones radicales o giros dramáticos con respecto a las posturas de los
partidos. Este cambio se percibe en los jóvenes de políticos. Igualmente, se produce el
cuestionamiento de la nueva generación —Rafael Uribe Uribe, Alfonso López Pumarejo y
Jorge Eliécer Gaitán, en el liberalismo, y Laureano Gómez, en el conservatismo— a la
manera como funcionan los partidos y se busca una modernización de la política.
61 A partir de los años treinta, la confrontación entre los partidos acentuó la dinámica
descrita. Los intelectuales, especialmente los profesores, fueron lanzados al campo de
batalla por aparecer como militantes de alguno de los partidos, con lo cual su
especificidad no fue tenida en cuenta. Es decir, los intelectuales fueron inmersos en La
Violencia porque se les considera miembros del bando contrario y, sólo tangencialmente,
como productores o difusores de un saber.
62 A diferencia de México y Brasil, el Estado colombiano, en las primeras décadas del
presente siglo, no impulsó una movilización de los intelectuales y tampoco se preocupó
por legitimarse a partir de la renovación de mitos fundacionales, razones de Estado,
producción simbólica, etcétera, terrenos en los cuales los intelectuales tenían mucho que
aportar. Lo que hizo el proyecto conservador fue asumir dos modelos que acentuaban
nociones arcaicas sobre el sentido de la nación y el orden político y social; en concreto,
fortaleció el hispanismo y consagró al “cachaco” bogotano como arquetipo nacional.
14

63 Con el ascenso al poder del partido liberal, a comienzos de los años treinta, la dinámica
imperante bajo la Hegemonía Conservadora fue alterada, pero sin que implicase una
ruptura de la subordinación de los intelectuales a los partidos. Existieron actitudes
contestatarias, debido a la consolidación de los núcleos socialistas y comunistas, e incluso
anarquistas. Estos sectores estimularon la irrupción de una generación de escritores y
artistas que tenían una concepción militante de su arte. Entre ellos se puede mencionar, a
manera de ejemplo, a Luis Vidales, poeta comunista. Sin embargo, sólo hasta finales de los
sesenta se puede hablar de una verdadera ruptura.
64 El impacto de la consolidación del capitalismo y la circulación de nuevas corrientes
estéticas y políticas, estimularon igualmente el surgimiento de nuevas ideologías y
opciones en los artistas: pintores, escultores y escritores iniciaron el enfrentamiento a las
normas existentes.
65 Los hechos más significativos generados en el contexto del ascenso de los liberales al
poder fueron: en primer lugar, la irrupción de una nueva generación de artistas que
rompieron con las temáticas y con las opciones estéticas imperantes: León de Greiff,
Porfirio Barba Jacob, Piedra y Cielo, en la poesía; Fernando González, César Uribe
Piedrahita, Eduardo Caballero Calderón y José Antonio Osorio Lizarazo, en la novela y el
ensayo.
66 En segundo lugar, los jóvenes intelectuales ejercieron una reflexión sobre los problemas
nacionales, destacándose los ensayos de Luis López de Mesa —De cómo se ha formado la
nación colombiana— y Germán Arciniegas —Biografía del Caribe—. Asimismo, se
incorporaron temas históricos y sociales en las tramas de las novelas, tal como aconteció
con Uribe Piedrahita —Toá— y Osorio Lizarazo —La cosecha y El hombre bajo tierra—.
67 En tercer lugar, aparecieron escritos de intelectuales que tenían un claro objetivo
político, entre ellos, Lajuventud colombiana (1933) y La cultura conservadora y la cultura del
liberalismo (1936) de Jorge Zalamea, e Ideas de izquierda. Liberalismo partido revolucionario
(1939) de Osorio Lizarazo.
68 En cuarto lugar, reconocidos intelectuales fueron incorporados a la burocracia estatal
para impulsar actividades culturales. Jorge Zalamea, por ejemplo, se desempeñó como
secretario general del ministro de educación y director de la comisión de cultura aldeana,
asumió la defensa de la reforma educativa de López Pumarejo ante la Cámara, y fue,
además, secretario general de la presidencia entre 1937 y 1938. Esta vinculación fue
utilizada por el conservatismo para argumentar que el presidente no hacía sus discursos.
69 En quinto lugar, se formaron grupos de intelectuales, algunos alrededor de revistas, que
dinamizaron las discusiones políticas y culturales —entre los cuales hay que destacar a
Los Nuevos (los hermanos Lleras Camargo) y Los Leopardos (Augusto Ramírez Moreno y
Silvio Villegas)—; lo que ocasionó polémicas literario-políticas, como la impulsada por
Zalamea en defensa de la educación y contra la injerencia religiosa en asuntos educativos.
70 En la primera mitad del presente siglo la especificidad del intelectual debe afirmarse no
sólo contra la violencia partidista y la Iglesia, que definía lo moralmente aceptable en el
arte, sino contra el Estado. Sin embargo, dada la relación de los intelectuales con el
bipartidismo, la ruptura sólo fue posible a partir de la década del sesenta.
71 El resultado de estas tendencias se manifestó en el mantenimiento de los presupuestos
producidos durante la Hegemonía Conservadora en el contexto de un incremento de la
violencia partidista, es decir, el partido se constituye en el mediador de la relación entre
los intelectuales y el Estado.
15

72 Existieron casos aislados de intelectuales que aparecen —desde su especificidad— al


margen de los partidos, pero ligados con la generación de argumentos de legitimación de
las reformas o de los proyectos políticos. Sin embargo, ésta no fue una tendencia
dominante ni el resultado de una estrategia política.
73 El estallido de La Violencia significó una experiencia traumática para los intelectuales. En
su conjunto, tardarían varias décadas en representar su particular visión de esta etapa
histórica. Sin embargo, la sociedad requirió que los diversos científicos sociales
elaboraran una explicación de lo sucedido. El trabajo, La Violencia en Colombia, anticipa la
actitud de una nueva generación de intelectuales que intentan abordar la realidad
nacional desde posiciones críticas, inspiradas especialmente en el marxismo. 29

RUPTURA Y CREACIÓN DE UN CAMPO CULTURAL


74 A comienzos de los años sesenta se inició una ruptura de los intelectuales con los partidos
tradicionales y con las funciones que éstos les asignaron, y la constitución de un campo
cultural plenamente autónomo. A partir de este momento y durante dos décadas, los
intelectuales viven su edad de oro.
75 El tipo de intelectual dominante en esta época es tanto el científico social como el escritor
comprometido. Lo específico de esta generación de intelectuales es que se definen contra
el Estado y por una utopía social. Esta perspectiva los llevó a militar en las diversas
organizaciones políticas y militares de izquierda formadas durante los años sesenta en
Colombia.
76 En segundo lugar, estos intelectuales establecen una “función”: elaborar una explicación
alterna de la historia de Colombia —especialmente de temas ligados al proceso de
consolidación del capitalismo— y definir los fundamentos de la revolución social. En las
décadas del sesenta y el setenta aumentan considerablemente los estudios históricos y
políticos y aparecen obras que hoy son clásicas.30 El saber está vinculado a la creación de
un nuevo poder o, al menos, al cambio de la correlación de las relaciones de poder. Este
auge se manifestó igualmente en un aumento del número de editoriales y en la
circulación de revistas y periódicos, la mayor parte de ellos ligados a las diversas
organizaciones de izquierda.
77 El punto máximo de esta ruptura fue el movimiento estudiantil de 1971. Allí se
produjeron los reclamos de rana generación de intelectuales críticos, y también apareció
un grupo de jóvenes dirigentes que rápidamente se destacaron por su producción
intelectual y su protagonismo en la política.
78 Junto a esta renovación de las ideas, se consolidaron las vanguardias artísticas que
permitieron la presencia de diversas propuestas estéticas. Los principales grupos de
teatro se conforman (TLB, TPB, TECAL), aparecen los nadaístas, una nueva generación de
escritores comprometidos se afianza, etcétera. No obstante, esto no quiere decir que la
derecha no mantuviera su producción intelectual, que no polemizara abiertamente con la
intelectualidad de izquierda o que desapareciera de la escena universitaria. Por el
contrario, se fortalecieron en las instituciones privadas, y al comenzar los ochenta
tuvieron una segunda oportunidad.
79 Esta tendencia que venimos explicando padece un periodo de reflujo, especialmente al
finalizar los años setenta, que corre paralelo al incremento de las actividades de los
grupos insurgentes. El debate universitario, principal fuente de formación de la
16

intelectualidad crítica, desaparece debido al impacto de las acciones armadas y no, como
se ha insinuado, por falta de interlocutores de la derecha o como resultado del
dogmatismo. La violencia que vive el país polariza a los bandos y la producción decrece
significativamente. Esto se puede percibir en la clausura de editoriales, revistas y
periódicos.

REINTEGRACIÓN AL BIPARTIDISMO Y AL ESTADO


80 Desde comienzos de los ochenta se produce, de forma paulatina y casi imperceptible, una
nueva relación del intelectual con el Estado y, por supuesto, con la sociedad. El resultado,
muy palpable a mediados de la década, no es obro que la reincorporación de los
intelectuales a la tutela del bipartidismo y el Estado. El péndulo gira nuevamente a la
derecha.
81 Esta transformación de los intelectuales se debe a la confluencia de varios fenómenos. En
primer lugar, el gobierno de Belisario Betancur estimuló dos rupturas importantes: un
cambio en el tratamiento del conflicto interno, al señalar la existencia de causas objetivas
de la violencia, y el llamado a los intelectuales para legitimar sus propuestas de paz.
82 El establecimiento de diálogos de paz y la reincorporación de grupos insurgentes (el M-19,
el EPL) generó una dinámica hasta el momento desconocida en el país: los intelectuales, a
los cuales se les reconoció su especificidad, fueron llamados por el Estado para constituir
las diferentes comisiones asesoras. Lo significativo fue no sólo la invitación a quienes
hasta ese momento eran los más connotados dirigentes de la izquierda, o a quienes se
habían destacado en sus filas, sino la aceptación de la existencia de especialistas en un
saber que podía orientar adecuadamente el proceso de paz. Igualmente, se produjo un
proceso, esta vez más amplio, de solicitud de estudios explicativos sobre los fenómenos de
violencia. El Estado, directamente o a través de sus instituciones, Colciencias por ejemplo,
fomentó los estudios generales y regionales de la violencia. Como resultado de estas
actividades aparecen los “violentólogos” y la idea de que tales estudios pueden contribuir
al esclarecimiento de la violencia.
83 Los intelectuales formados por la izquierda son llamados por el Estado para desempeñar
distintos cargos. Esto expresa una realidad, y es que el Estado es el principal “empleador”,
pues su expansión requiere el enganche de los funcionarios que genera la universidad
pública. Inicialmente, fueron ministerios, instituciones como la Universidad Nacional de
Colombia y el ICFES,31 luego las oficinas de derechos humanos y las distintas consejerías,
y, recientemente, los cargos diplomáticos. Esta tendencia se consolida por la incursión de
los académicos en la política —reivindicando su especificidad y privilegiando lo
“cultural”—. La elección de Mockus a la alcaldía de Bogotá —quien gobierna con un
gabinete de personas reconocidas, más que por su vinculación a los partidos políticos, por
sus títulos académicos— y la de Gustavo Álvarez Gardeazabal a la gobernación del Valle,
son dos buenos ejemplos.
84 El proceso fue fortalecido con la creación del Ministerio de la Cultura. Esto supone la
existencia de una política cultural, la orientación por parte del Estado de concepciones
sobre lo cultural y, por supuesto, la dirección de este Ministerio —por lo menos hasta que
Pastrana asumió la conducción del Estado—, por destacados intelectuales, que, dicho sea
de paso, asumen sus cargos en medio de una fuerte polémica.
17

85 En tercer lugar, se produce un cambio en el contexto internacional, que conlleva una


crisis en la intelectualidad ligada emocional o políticamente a la URSS, Europa Oriental o
Cuba. La desintegración de la URSS, la derrota de los sandinistas y la caída del muro de
Berlín, suponen el fin de la Guerra Fría y la muerte de las ideologías, arrastró a un buen
número de académicos, quienes renunciaron abiertamente a su pasado marxista.
86 En cuarto lugar, los métodos delincuenciales de lucha que emplea la guerrilla colombiana
(el secuestro, el “boleteo”, los atentados contra la población civil y el vínculo con el
narcotráfico) llevaron a una ruptura de los vínculos generacionales y políticos de los
intelectuales con el movimiento armado. Para los intelectuales formados en el marxismo
y en otras escuelas de pensamiento crítico resulta imposible legitimar tales métodos de
lucha. Así que cuando se acrecienta el conflicto armado, aumentan las voces en la
academia que rechazan este tipo de acciones.32
87 En quinto lugar, hay un proceso de fortalecimiento de las corrientes neoconservadoras en
la política y en el pensamiento, que dan como resultado la formulación de lo que
genéricamente se denomina el posmodernismo.
88 Por último, las reformas neoliberales requieren la presencia de un nuevo tipo de
funcionario, caracterizado por una alta cualificación y eficiencia, de un proyecto de
legitimación y del economista como el tipo intelectual dominante. La clase política no
contaba con un número suficiente de profesionales que liderara la implementación del
modelo económico, por lo cual debió incorporar a los antiguos disidentes que, además, le
garantizaban una administración sin altos niveles de corrupción, tal como lo han
demostrado las experiencias de Antonio Navarro Wolf en la alcaldía de Pasto o el
neoliberalismo de Antanas Mockus.
89 Asistimos, pues, a una transformación profunda de las relaciones entre el intelectual y el
Estado y entre éste y la sociedad civil. Por lo mismo, hay cambios en el tipo de intelectual
predominante y en las funciones asignadas a éste. Vivimos, a finales de siglo, lo que
México y Brasil vivieron en los años veinte y treinta.
90 A pesar de la importancia de la compleja relación entre intelectuales y Estado en
Colombia y de que la mediación en el proceso de paz y la modernización son algunas de
sus recientes responsabilidades, la bibliografía sobre los intelectuales es reducida. Los
pocos datos existentes aparecen en estudios generales, en listados, revistas y grupos de
artistas, en las pequeñas referencias que se hacen en los capítulos de algunos textos sobre
la historia de la educación o en los trabajos sobre algún artista en particular.
91 El tema es importante, porque en los últimos años el Estado ha creado instituciones
(consejerías, un ministerio) y ha nombrado a reconocidos intelectuales en altos cargos,
especialmente a raíz de los diálogos de paz y las políticas de derechos humanos, e, incluso,
ha demandado la producción de diagnósticos a especialistas, por lo cual la producción de
los intelectuales ha transcendido. No obstante, no hay claridad sobre las características de
este giro ni sobre su impacto en el imaginario de la nación. Por otra parte, existen fuertes
presiones sobre quienes tienen posiciones críticas, y por ello tales personas han padecido
los efectos de la guerra sucia.
92 Creímos pertinente realizar el análisis del papel de los intelectuales partiendo de una
perspectiva comparativa con el proceso latinoamericano, especialmente con el caso
mexicano. Por ello, a lo largo del texto citaremos trabajos que analizan a los intelectuales
en las diversas etapas históricas del siglo XX.
18

93 Queremos expresar nuestro agradecimiento a Humberto Cubides, subdirector del DIUC,


quien leyó las diferentes versiones del trabajo, a Mario Aguilera, María Teresa Calderón,
Gonzalo Sánchez y María Emma Wills (miembros del equipo de trabajo Guerra Nación y
Democracia), quienes comentaron un borrador de la introducción y el primer capítulo y a
quienes debo la respuesta a muchas de sus preguntas y objeciones. Por último, a Yenny
Carrillo, asistente de investigación, por su permanente colaboración en la recopilación de
material, a mi familia (Nicolás, Lucía y Carolina), por la paciencia y a Johana Parra por el
apoyo durante la corrección final.

NOTAS
1. Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, Madrid, Gedisa, 1986, p. 21.
2. Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa,
México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 148.
3. “L'entrée dans l'usage commun, sinon courant, du terme inteüectuel sous sa forme substantivée peut
étre située exactement dans l'espace —la culture française— et dans le temps —l'affaire Dreyfus”. (Pascal
Ory y Jean-François Sirinelli, Les Intellectuels en France. De l'Affaire Dreyfus á nos Jours, París, Armand
Colín, 1992, p. 5.)
4. Sobre la genealogía histórica y social del intelectual, véase Christophe Charles, Naissance des
“Intellectuels” 1880-1900, París, Les Editions de Minuit, 1990, capítulo 1.
5. Coincidimos parcialmente con la caracterización que hace Gonzalo Sánchez de los diferentes
tipo de intelectuales —gramáticos, maestros, críticos e intelectuales— en una democracia. Sin
embargo, nos diferenciamos en el concepto de intelectual, en la caracterización del mismo a
partir de la segunda mitad del siglo XX y en el análisis de sus transformaciones en las últimas
décadas. Véase Gonzalo Sánchez, “Intelectuales... poder... y... cultura nacional”, en Análisis Político,
No. 34, Bogotá, mayo-agosto de 1998, pp. 115 y ss.
6. Antonio Gramsci, La formación de los intelectuales, México, Editorial Grijalbo, 1967, p. 21.
7. Véase un análisis de la evolución del concepto de intelectual en Bobbio, en Laura Baca
Olamendi, Bobbio: los intelectuales y el poder, México, Océano, 1998; y una síntesis de los argumentos
de Bobbio en el artículo de Baca Olamendi “La concepción del intelectual en Bobbio”, en Análisis
Político, No. 24, Bogotá, mayo-agosto de 1995, pp. 24 y ss.
8. Véanse los artículos de Marco Palacios: “Modernidad, modernizaciones y ciencias sociales” y
“Saber es poder: el caso de los economistas colombianos”, en Parábola del liberalismo, Bogotá,
Grupo Editorial Norma, 1999, pp. 23 y ss., y el libro De populistas, mandarines y violencias. Luchas por
el poder, Bogotá, Editorial Planeta Colombiana, pp. 99 y ss.
9. Pierre Bourdieu, La Noblesse d'État. Grandes Écoles et Sprit de Corps, París, Les Editions De Minuit,
1989, p. 376.
10. Zygmunt Bauman, Legislators and Interpreters. On Modernity, Post-Modernity and Intellectuals,
Nueva York, Cornell University Press, 1987, p. 5.
11. A lo largo del trabajo volveremos sobre las caracterizaciones que hace Pierre Bourdieu de esta
noción y de las relaciones entre las diferentes formas de capital, así como sobre las lógicas de
funcionamiento del campo intelectual. Véanse La Noblesse d'État, op. cit.; Las reglas del arte,
Barcelona, Anagrama, 1999 y Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona, Anagrama,
1999.
19

12. Recordemos que en la definición del modelo de configuración del poder existen dos
componentes: dominación y subordinación, los que a su vez están conformados por la coerción y
la persuasión y la colaboración y la resistencia. Véase Ranajit Guha, Dominance Without Hegemony.
History and Power in Colonial India, Cambridge, Harvard University Press, 1997, p. 20.
13. Véase Diana Balmorí, Stuart F. Voss y Miles Wortman, Las alianzas de familia y la formación del
país en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1990.
14. Malcom Deas, El poder y la gramática, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993.
15. Marco Palacios, “Saber es poder: el caso de los economistas colombianos”, op. cit.
16. Sobre las diversas formas en que se catalogan los movimientos nacionalistas, véase Partha
Chatterjee, The Nation and its Fragments. Colonial and Postcolonial Histories, Princeton, Princeton
University Press, 1993, capítulo 1.
17. En países como Francia y Estados Unidos hay una reacción fuerte por parte de algunos
intelectuales de prestigio para defender su derecho a asumir una respuesta al capital, al imperio
y al imperialismo, lo cual traduce la defensa de la función típica del intelectual moderno:
conciencia crítica de su época. Los mejores ejemplos serían los de Bourdieu, Chomsky, Negri,
etcétera.
18. Véase una aproximación posmoderna a la crisis de los intelectuales y a su desaparición como
efecto de la democracia, la tecnología, el mercado y la utopía socialista, en Roger Bartra, “Cuatro
formas de experimentar la muerte del intelectual”, en Laura Baca Olamendi e Isidro H. Cisneros,
Los intelectuales y los dilemas políticos en el siglo XX, t. 2, México, Flacso y Triana Editores, s.f., pp.
481 y ss.
19. James F. Murphy, The Proletarian Moment The Controversy over Leftism in Literature, Chicago,
University of Illinois Press, 1991.
20. En los años treinta se creó en México la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR),
sobre el particular véase Lourdes Quintanilla, Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR),
México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-Centro de Estudios Latinoamericanos, Avances
de Investigación No. 43, 1980.
21. Véase un análisis de la evolución de los trabajos de Bobbio sobre los intelectuales, en Laura
Baca Olamendi, “Norbeto Bobbio: repulsión y atracción entre política y cultura”, en Laura Baca
Olamendi e Isidro H. Cisneros, op. cit., t. 2, pp. 309 y ss.
22. Lempérièr explica lo sucedido en los siguientes términos: “Les intellectuels mexicains au XXème
siécle se distinguent par leur participation au processus de reconstruction de 1a nation quifait suite à la
Révolution. Idéologues, hommes de savoir et écrivains, hommes politiques et conseilleurs des gouvernants,
ils ont contribué à l'élaboration d'une vision dominante et dynamique de la nation et de son devenir”.
(Annick Lempériér, Intellectueles, Etats et Société au Mexique. Les Clercs de la Nation (1910-1968), París,
Editiones L'Harmattan, 1992, p. 19.)
23. En este periodo se institucionalizan, como expresiones de la mexicanidad y la Revolución, las
representaciones del charro, el indio y el guerrillero.
24. Un movimiento crítico se formó a mediados de los años sesenta y en él se cuestionó
profundamente al Estado priista y al tipo de intelectuales que actuaban en nombre de la
Revolución. Una de las manifestaciones más importantes de este movimiento fue la protesta
estudiantil, la cual fue reprimida salvajemente en la Plaza de Tlatelolco.
25. Sobre el caso del Brasil, véase Daniel Pecaut, Entre le Peuple et la Nation. Les Intellectuels et la
Politique, París, Editiones de la Maison des Sciences de l'Homme, 1989.
26. El quiebre de este modelo se produjo a raíz del ascenso de los militares al poder.
27. Femando Charry Lara, en un artículo publicado en Mito en 1959, llamó la atención sobre la
inexistencia de intelectuales no interferidos por los intereses de los grupos partidistas. Véase
“Ostracismo e insensibilidad”, en Mito, No. 25, Bogotá, junio-julio de 1959, pp. 44-45, y
recientemente reproducido en Aleph, No. 115, Manizales, octubre-diciembre del 2000, pp. 21 y ss.
20

28. Rafael Gutiérrez Girardot, “La literatura colombiana en el siglo XX”, en Manual de Historia de
Colombia, t. III, Bogotá, Procultura-Colcultura, 1980.
29. Antes de la aparición de La Violencia, varios intelectuales habían hecho aportes
historiográficos importantes, incluso desde el marxismo, entre ellos se destacan Antonio García,
Rodríguez, Luis Eduardo Nieto Arteta, etcétera.
30. Considérese, por ejemplo, el trabajo de Mario Arrubla, Estudios sobre él subdesarrollo colombiano,
Bogotá, Ediciones Tigre de Papel, 1971.
31. Hay que recordar que existieron casos aislados como el de Luis Carlos Pérez, considerado el
primer rector marxista de la Universidad Nacional de Colombia, pero la afiliación al marxismo no
era cierta y la presencia de intelectuales críticos en la rectoría no constituía una tendencia.
32. Véase una síntesis del sentir de gran parte de la intelectualidad en el contundente artículo de
Gonzalo Sánchez, “El repliegue histórico de las FARC”, en El Tiempo, Bogotá, febrero 8 de 2002.
21

Primera parte. Los intelectuales


orgánicos del bipartidismo
22

Primera parte. Los intelectuales


orgánicos del bipartidismo

1 Partimos de la hipótesis de que la intelectualidad de la primera mitad del siglo XX giró en


torno a las necesidades, posibilidades y contradicciones de los partidos políticos, el
conservador y el liberal, y más exactamente a los proyectos de la Hegemonía
Conservadora y la República Liberal. Distinguimos la particularidad de los intelectuales en
estas tres grandes etapas históricas —Hegemonía Conservadora, República Liberal y
Violencia— para resaltar la especificidad de cada momento, aunque en el fondo la
relación de los intelectuales con los partidos y el Estado es básicamente la misma y puede
entenderse desde la noción de intelectual orgánico del bipartidismo.
2 La función y el tipo del intelectual se explica a partir de la manera como se estructuró el
campo de poder, es decir, la relación de fuerza entre las formas de poder, entre las
diferentes especies de capital.* Por ello, cada una de las tres etapas históricas puede tener
un tipo distinto de intelectual, aunque su carácter orgánico se mantenga.

NOTAS FINALES
*. Véase la definición de campo de poder en Pierre Bourdieu, La noblesse d'État. Grandes Écoles et
Sprit de Corps, París, Les Editions De Minuit, 1989, pp. 375 y ss.
23

I. Los intelectuales bajo la


hegemonía conservadora

1 A comienzos del siglo XX, la coyuntura que representó la guerra de los Mil Días había
desestructurado parcialmente la correlación de fuerzas entre los partidos, sin que esto
hubiese significado un cambio en los fundamentos del orden político dominante. La
guerra tampoco había implicado una modificación en las condiciones de producción y
reproducción del capital cultural (el analfabetismo, el control de la Iglesia de los centros
de enseñanza), aunque evidentemente los procesos de industrialización y urbanización
demandaban una clase de intelectuales cuyo poder descansara en la posesión de un
diploma y cuyo saber se fundase en la experimentación científica y no en el favoritismo
debido a la supuesta fidelidad a una moralidad, a la reproducción de una clientela o a la
persecución de morales alternativas.
2 Bajo la Hegemonía Conservadora, al intelectual le correspondió actuar bajo los
presupuestos de concepción de la verdad que emanaron del proyecto de la Regeneración,
a partir del cual debía elaborar argumentos para la legitimación del orden conservador.
Sus instrumentos de trabajo fueron la moral y las formas clásicas y su principal tarea
definir los límites de lo que debería ser el Estado nacional y lo que debería ser
instrumento de control moral tanto a nivel micro como macro.
3 El tipo de intelectual predominante en esta etapa histórica fue la tríada conformada por el
gramático, el poeta y el abogado, quienes, eso sí, debían ser católicos y conservadores. No
obstante, el campo cultural no es monolítico, y por ello vemos que en ninguna época ha
tenido el intelectual una sola función ni tampoco ha habido un solo tipo de intelectual,
aunque evidentemente hay formas que predominan. De modo que en este período
también vemos surgir y actuar a in telectuales liberales y socialistas que crean sus propios
espacios, universidades y revistas, poseen objetivos distintos y trabajan con otros
referentes teóricos.
4 Asimismo, existen intelectuales de otra formación académica, ingenieros y médicos, que
poseen formas alternas, modernas, de ver el mundo y el orden social y político y, por lo
mismo, asumen que sus funciones son bien distintas. Este tipo de intelectuales fue
importante en la aclimatación de nuevas tecnologías y teorías y en la administración de
los procesos de industrialización y urbanización. No obstante, repetimos, fue marginal en
24

un doble sentido: con respecto al proyecto de Estado nacional y por tratarse de una
minoría.
5 A pesar (e incluso podríamos decir en contra) de estas excepciones, el principio “legítimo
de legitimación” constituido durante la Regeneración se mantuvo. De allí que nuestro
intelectual dominante fuese el abogado o el gramático, católico y conservador. Este tipo
de intelectual actuó bajo un régimen productor de verdad y tenía la tarea de legitimar el
proyecto de Estado nacional conservador, se proyectó en una relación específica con el
entorno nacional e internacional y se presentó como permanentemente actualizado, pero,
paradójicamente, su reflexión era pobre debido a que no enfrentó críticamente las
limitantes sociales, políticas y académicas.
6 Aunque el presente trabajo comienza formalmente con el fin de la guerra de los Mil Días,
consideramos indispensable referirnos a un periodo más amplio de la dominación
conservadora, es decir, 1880-1930. La necesidad de incluir las dos últimas décadas del
siglo XIX obedece a dos razones. En primer lugar, los presupuesto conservadores sobre la
cultura se elaboraron a partir de 1880, con el proyecto político de la Regeneración. En
segundo lugar, durante la Hegemonía Conservadora las condiciones bajo las cuales
actuaron los intelectuales en Colombia no variaron, sino que, por el contrario, se
prologaron, parcialmente, hasta mediados del siglo XX.
7 El país, sin embargo, vivió durante ese medio siglo unas dinámicas de transformación
muy profundas. El proceso de urbanización e industrialización se acentuó. La
modernización de la vida urbana generó no sólo el obvio crecimiento del perímetro de las
ciudades sino fundamentalmente una ruptura en los ritmos urbanos, es decir, en la
manera como las gentes asumieron su cotidianidad y vivieron la ciudad. El surgimiento de
los barrios obreros y de la elite, la aparición y evolución de los servicios públicos,
etcétera, fueron algunos de los cambios que modificaron la manera como la gente
percibía su entorno y que alteraron las perspectivas a partir de las cuales los hombres y
mujeres asumían la vida y, por lo mismo, las prácticas de constitución de las identidades
locales y nacionales.
8 El proceso de industrialización transformó notablemente el mundo del trabajo. La
existencia de la fábrica cambió las ciudades y la economía nacional y, por supuesto,
generó el nacimiento de la clase obrera. Con ello surgieron nuevas formas de vivir la
cotidianidad y asumir la política, la cultura y la pertenencia a la nación.
9 Estas transformaciones, en general, expresaban la circulación de las formas burguesas de
entender y ordenar la vida cotidiana. Lo que se percibe a comienzos de siglo es ese
contraste entre el mundo preburgués, nuestro Antiguo Régimen, y la modernidad
burguesa. Por supuesto, los procesos de modernización no significaron la desaparición de
las formas precedentes. La industrialización no trastocó el régimen semifeudal del campo,
ni fundó de inmediato la clase obrera. Por el contrario, lo que observamos es que en
términos políticos y culturales hay una serie de combates, oposiciones y
complementaciones entre lo burgués y lo precapitalista. No existe en nuestro medio una
oposición absoluta. Por el contrario, lo que acontece es la confluencia de múltiples
dinámicas.1
10 Hay que considerar, sin embargo, que a las alteraciones profundas que vivió el país, los
distintos procesos de modernización (urbanización e industrialización), el fortalecimiento
de una elite cafetera y la formación de una naciente burguesía no tuvieron
correspondencia con el surgimiento de movimientos vanguardistas, de movimientos de
25

intelectuales que leyeran los distintos cambios. De manera que se producen


contradicciones entre un país que se modifica y una forma de concebir la cultura que se
caracteriza por su impermeabilidad a las transformaciones mundiales y a las dinámicas
nacionales. Describir las especificidades del campo intelectual implica entender el juego
de continuidades y rupturas tanto de las condiciones bajo las cuales los intelectuales
trabajaron como de la visión que tuvieron de sí mismos.
11 El país constató la realidad continental y mundial a raíz del impacto que produjo el
zarpazo imperialista de la toma de Panamá y de la manera como se presentaron las
inversiones de capital de Estados Unidos tanto en el sector petrolero como en el
bananero. Un grupo de intelectuales se perciben haciendo parte de un país que se
transforma, que sufre la agresión imperialista y que constata el surgimiento de nuevos
sectores sociales y políticos.2 En adelante, el tema del imperialismo será fundamental para
los pensadores colombianos y latinoamericanos, especialmente para los que se sitúan en
la izquierda.3 Claro, todo esto se da durante la Hegemonía Conservadora, con un fuerte
predominio de la Iglesia católica y la supremacía, en el terreno cultural, de intelectuales
que defienden la política conservadora y clerical y las formas estéticas más tradicionales.
12 Queremos en este capítulo referirnos, en primer lugar, a las condiciones de producción y
reproducción de los intelectuales, es decir, a la manera como el proyecto conservador
contempló un régimen productor de verdad desde el cual se concibió la cultura y, por lo
tanto, el intelectual. En segundo lugar, explicaremos el tipo de representaciones que,
como parte de la realización del “principio legítimo de legitimación”, efectuaron los
intelectuales. Concretamente, veremos el sentido de la configuración de un paradigma
nacional —el “cachaco” bogotano—, desde el cual se concibe la cultura y la nación.
13 Posteriormente, estudiaremos las particularidades de la relación entre lo local y lo
continental. Analizaremos la manera como se concibe un espacio fundamental para el
trabajo de los intelectuales: la prensa, y, concretamente, haremos referencia a la prensa
católica; igualmente, comentaremos la relación de los intelectuales colombianos con los
extranjeros, especialmente los mexicanos —debido a que la Revolución mexicana fue el
principal reto intelectual en América Latina—. Finalmente, nos detendremos en la
explicación de algunas singularidades de los intelectuales en las primeras décadas del
siglo XX.

EL RÉGIMEN PRODUCTOR DE VERDAD


14 La Regeneración constituyó en la historia de Colombia el periodo en el cual el proyecto
político del conservatismo y la Iglesia se impuso definitivamente. Este proyecto se
fundamentó en una concepción del orden social y político en el que la Iglesia se
constituye en el factor fundamental de cohesión de la sociedad y el liberalismo se concibe
como una escuela de pensamiento ajena a la nación, a la que le era inherente la
disolución. Se fundamentó, igualmente, en la moralización de las conductas públicas y
privadas de los ciudadanos a través de diversos mecanismos de control social, como
requisito para garantizar la existencia de la nación, y en el establecimiento de un régimen
de producción de verdad, es decir, en la articulación de instituciones, intelectuales y
saberes para la producción de una única forma de explicación del universo físico y social.
15 La necesidad de producción de una verdad se explica por dos razones. En primer lugar, la
coyuntura de final de siglo fue apreciada por las fuerzas en conflicto (el clero-
26

conservatismo y el liberalismo) como un periodo histórico de choque frontal en el que se


definiría en qué manos quedaría el control del Estado y cuál sería el futuro del
catolicismo.
16 De los análisis que los Papas Pío IX y León XIII hicieron sobre la coyuntura de finales de
siglo, el conservatismo colombiano extractó los fundamentos para su noción de orden. Las
concepciones de Roma estuvieron marcadas por el paso de un postura defensiva, a través
de la publicación del Syllabus, a una más activa y comprometida con la reforma de las
sociedades. Esta última actitud se desarrolló en nuestro periodo a raíz de la publi cación
de la encíclica de León XII, Rerum Novarum (1891), y el posterior desarrollo de la llamada
doctrina social.4
17 La encíclica fue complementada por documentos en los cuales el Papa dio a los católicos
nuevos argumentos para definir las acciones a seguir en los respectivos países. En 1892 se
publicó Au Milieu des Sollicitudes, en el cual se invitó a participar a los católicos franceses
en las reformas políticas y sociales. Cinco años más tarde salió a la luz el Officiorum ac
Munerum, en el que se abogó por la buena prensa y la utilización de las publicaciones
católicas como instrumentos de moralización y de ampliación de los espacios de acción de
la Iglesia. Por último, Graves de Communi (1901) consideró a la democracia como uno de los
aspectos centrales para la acción del catolicismo social.
18 Dado el dominio conservador, lo que encontramos a finales del siglo XIX es la articulación
de la interpretación de la coyuntura por parte de la Iglesia con las disposiciones
gubernamentales y las acciones de diverso tipo de instituciones (sociedades católicas,
comunidades religiosas, colegios, etcétera).
19 Esta disposición de fuerzas, la articulación de las mismas en un solo sentido y la necesaria
complementación de sus actividades, se encarnaron en la presencia de un conjunto de
intelectuales que definieron las acciones que deberían realizar para la consolidación del
proyecto conservador.
20 La construcción de ton régimen productor de verdad articuló los mecanismos de
sometimiento de la población —un conjunto de estrategias diseñadas para la
normatización y control de la vida pública y privada de los colombianos— con principios
que tenían su origen en pensadores de reconocida filiación católica o que eran elaborados
por intelectuales conservadores para responder a las particularidades del caso
colombiano, y a partir de los cuales se explicaba el universo social y físico. El objetivo era
la extirpación de lógicas foráneas —burguesas y socialistas—, que circulaban en el país. De
varias formas se expresó la legitimación de esta idea: a través de la difusión o elaboración
de manuales filosóficos y escolares con una fuerte orientación moral; otorgándole a la
Iglesia la facultad de controlar el contenido de los textos escolares, el tipo de materias y la
moralidad del maestro; a través de la represión de la circulación de ideas, obras y
actitudes consideradas inmorales; vinculando el criterio moral a la norma jurídica, el
orden legal y la reglamentación de las instituciones (sociedades católicas, colegios,
etcétera); y, finalmente, estableciendo que en el arte la moral debía ser el principio de
creación y la base para la determinación de la calidad de una obra de arte.
21 En términos culturales, el proyecto definió que los aspectos que había que resaltar y
proteger eran la herencia española (el idioma, la religión, la raza), la moral como guía de
la creación artística, la concepción de que la Iglesia era una institución tutelar de la
cultura y la necesidad de luchar contra las corrientes materialistas, la inmoralidad y el
error.
27

22 Cuando hablamos de un régimen de producción de verdad estamos haciendo referencia,


en primer lugar, a la existencia de un conjunto de presupuestos, representaciones,
instituciones y saberes que confluyen para el establecimiento de un tipo de creación
cultural que se considera la más adecuada para la nación, y, en segundo lugar, a la
existencia de un intelectual arquetípico: el gramático católico y conservador. En este caso
estaríamos diciendo que lo que se logró diseñar a partir de los años ochenta del siglo XIX
en Colombia, fueron un conjunto de condiciones a partir de las cuales se concibió lo
estético y cuya funcionalidad se extendió por lo menos hasta mediados del siglo XX. Por
supuesto, es desde allí que se construye una imagen y xana autoimagen de los
intelectuales colombianos y que se entienden sus posibilidades en el arte y su función en
la sociedad.
23 El régimen de producción de verdad significó, igualmente, el establecimiento de irnos
principios, determinados por la Iglesia católica, para el diseño de mecanismos que
restringieran la circulación de ideas incorrectas e inmorales y fortalecieran el hispanismo
como principio guía para la reflexión sobre la identidad nacional y el valor supremo que
definía el tipo de los intelectuales y su función. Estos mecanismos fueron: la ley de prensa
que estableció la censura, la inspección eclesiástica de los periódicos liberales, los
reglamentos de los colegios, el Index, el control sobre los textos escolares, etcétera.
24 La Iglesia católica estimuló estos mecanismos porque a fines del siglo XIX enfrentaba dos
grandes retos: las diversas expresiones del materialismo y el socialismo, y la acción de las
denominaciones evangélicas.5 El materialismo se concebía como un conjunto variado de
expresiones que se unificaban en torno al abandono de la moral católica. Este término
abarcaba el sensualismo, el utilitarismo, el liberalismo y el socialismo.
25 La Iglesia respondió adecuándose a los nuevos tiempos, tal como lo demuestra Benichou
al explicar que la idea de concebir el progreso como la voluntad de Dios fue parte del
discurso del neocatolicismo, pero igualmente endureció los argumentos relacionados con
la defensa de la moral católica desde una perspectiva neotomista.6 Esta interpretación
tomó cuerpo con el rechazo a los pensadores utilitaristas, sensualistas y materialistas, y a
todo tipo de corrientes filosóficas que hicieran una apología de lo que genéricamente se
podría denominar la irreligiosidad. Ésta fue la corriente ideológica dominante en
Colombia.7
26 En el campo literario y artístico, el rechazo se expresó en la persecución a los más
importantes miembros de algunas escuelas literarias, especialmente los románticos y los
vanguardistas, que no solamente trastocaban las formas establecidas de usar el lenguaje
sino que abordaban temas que a la luz de algunos amigos de la censura resultaban
inaceptables y de ninguna manera adecuados para un buen católico. En 1910, el sacerdote
Pablo Ladrón de Guevara publicó una obra en la cual recogía los principales argumentos
de la Iglesia sobre la inmoralidad en la literatura y elaboró un catálogo de libros buenos y
malos para que sirviera de guía al clero y a los católicos.8 El sacerdote retomaba la
tradición de la Iglesia de perseguir a los libros malos, y resaltaba la determinación del
Concilio de la América Latina que consideraba a las novelas como los más peligrosos de
todos los libros malos. Explicaba Ladrón de Guevara sobre las novelas que:
En ellas se da vida y personifica á todo. Los errores más absurdos se colocan en tales
cabezas, revisten tales circunstancias, que á los lectores temerarios les vienen á
parecer las más grandes verdades. De las pasiones y vicios no hay que hablar: los
más repugnantes se pintan en personas tan amables, tan heroicas, que la mayor parte
28

los van tomando poco á poco por virtudes, va pensando, queriendo y amando como
aquellos héroes tan amables y encantadores. 9
27 Además de precisar las implicaciones que para los católicos podría tener la lectura de los
libros prohibidos señalados en el índice (la excomunión, el pecado mortal, etcétera),
Ladrón de Guevara estableció un listado de términos para calificar a los autores, entre los
cuales se encontraban: herético, irreligioso, impío, blasfemo, clerófobo, anticlerical, malo,
de malas ideas, dañoso, peligroso, inmoral, obsceno, deshonesto, lascivo, lujurioso, libre,
etcétera.10
28 A partir de este instrumental, el sacerdote inició la clasificación de los diferentes autores
cuyas obras podían circular en Colombia. Sobre Vargas Vila el sacerdote jesuíta sostuvo:
Sentimos verdaderamente que sea de esta cristiana República este señor, de quien
nos vemos precisados a decir que es un impío furibundo, desbocado blasfemo,
desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófobo, hipócrita
pertinazmente empeñado en que le compren por recto, sincero y amante de la
verdad; egoísta con pretensiones de filántropo y, finalmente, pedante, estrafalario
hasta la locura, alardeando de poliglota con impertinentes citas de lenguas
extranjeras; inventor de palabras estrambóticas y, en algunas de sus obras, de una
puntuación y ortografía en parte propia de perezosos e ignorantes; aunque, en
honor a la verdad, él no la usa porque no sepa bien esa parte de la gramática, sino
por hacerse singular.11
29 Este criterio, recordemos, se expresó en un contexto en el cual actuaban la ley de prensa,
la censura de lecturas inmorales, la presión de las sociedades católicas, el Index, las altas
tasas de analfabetismo y la educación con marcado acento católico.
30 El hispanismo de la Regeneración se esbozó como oposición a la visión afrancesada del
liberalismo radical y como defensa de una trama de origen colonial en la que se
encontraban los fundamentos de la nación: la religión, el idioma, la raza, etcétera. 12 Por
ello, el conservatismo abogó por un respaldo estatal a las instituciones y prácticas que
condujesen a la defensa de este valor supremo de la nación.
31 El siglo XIX se había caracterizado, en términos ideológicos, por un fuerte acercamiento,
que se explica por el proceso de independencia, a la reflexión intelectual que se originaba
en Inglaterra y Francia, países con los cuales se identificaban los sectores más radicales.
Una evaluación rápida de la producción de los intelectuales decimonónicos de ambos
partidos y una consideración del modelo de reformas educativas, nos muestran la
evidente referencia a los procesos europeos.
32 No obstante, el ascenso conservador al poder, a comienzos de la década del ochenta del
siglo XIX, se tradujo en un paradójico proceso de cierre y apertura al pensamiento
europeo. Paradójico en la medida en que, por un lado, hubo un evidente rechazo a la
producción intelectual liberal, socialista y radical.13 Por otro, un apego de las fracciones
retrógradas del clero y el conservatismo a la del sector recalcitrante de la Iglesia,
especialmente de la española. Encontramos un cierre de fronteras con respecto a las
ideologías más radicales o a los autores considerados inmorales. Asimismo, una apertura
y urna unificación de los lenguajes, temáticas y prácticas alrededor del catolicismo, razón
por la cual las referencias pudieron ser similares a las generadas en países como España y
México.
33 Un hecho que unificó los contextos culturales, desde la perspectiva de la existencia de una
temática común en varios países, fue el hispanismo y, por ende, la pregunta por la esencia
nacional, por la identidad cultural. El hispanismo había sido, casi siempre, un elemento
29

constitutivo de las corrientes conservadoras y clericales hispanoamericanas, sin que con


ello olvidemos la existencia de diversos matices. En Argentina, por ejemplo, se generó un
movimiento hispanista que culminó con la revaloración de la herencia española, el
discurso sobre la raza —lo cual se explica como reacción ante la inmigración masiva—, y
el rescate del criollismo y de la presencia del Martín Fierro en la cultura “nacional”. 14
34 En Puerto Rico, el hispanismo se articuló a las corrientes nacionalistas que luchaban
contra la presencia estadounidense. La guerra de 1898 y la invasión a Puerto Rico se
tradujeron en un proceso de americanización de la isla y de sustitución de las elites
políticas y económicas. Las elites en decadencia y los sectores que buscaban la
independencia coincidieron en la apología de la herencia española. Este tipo de
hispanismo es comprensible en la medida en que el idioma, la religión y las costumbres
eran objeto de cuestionamiento debido a la imposición del inglés, la acción de las
denominaciones evangélicas y una transformación de las dinámicas cotidianas, tales
como el matrimonio, la administración de los cementerios, la fiesta popular, etcétera. 15
35 En Colombia, por el contrario, el hispanismo fue el instrumento de rechazo a lo nuevo, lo
liberal o lo radical, y una propuesta que estaba vinculada a formas de control social, a tal
punto que las corrientes que podríamos denominar vanguardistas lo rechazaron
repetidamente a lo largo de la primera mitad del siglo XX.
36 Evidentemente, la “influencia” española está fuera de duda en el terreno de las ideas y del
pensamiento colombiano. La presencia de los pensadores españoles fue muy marcada en
figuras como Miguel Antonio Caro y en los escritores e intelectuales del periodo. 16 Es
usual encontrar referencias a Balmes y Menéndez y Pelayo en los escritos de finales del
siglo XIX, y en los de comienzos del siglo XX a Ortega y Gasset y Unamuno. 17 Para algunos,
no solamente existe una paternidad en el terreno de la filosofía sino en la literatura
misma, razón por la cual la literatura colombiana aparece como una prolongación de la
española.18
37 En este contexto, la definición del intelectual se realiza, en primer lugar, desde la
articulación de las posibilidades de la cultura letrada. Es decir, desde las condiciones del
sistema educativo en términos de cobertura, oferta profesional y orientación pedagógica
dominante, así como desde las altas tasas de analfabetismo. En segundo lugar, desde las
condiciones mismas en las cuales se efectuaba la producción y circulación del resultado
del trabajo de los intelectuales. En tercer lugar, por las relaciones de aceptación o rechazo
entre los nuevos y los viejos intelectuales. Finalmente, desde las imposiciones de un
régimen político conservador y retardatario. No resulta extraño que el paradigma del
intelectual en este periodo fuese el pensador conservador y católico, dominador de la
gramática y cultor de las formas tradicionales de la versificación.
38 Este hecho definió al intelectual, pues tuvo que actuar en un contexto en el cual la
autonomía del campo literario era casi inexistente y la determinación de la política era
muy grande, así que la manera como se concibe el compromiso de los intelectuales en el
caso colombiano difiere de las situaciones dadas en otros países. Su relación con la
política no se efectuaba desde la especificidad de su opción vital, del especialista en su
saber, sino desde la pertenencia a lo que ha dado en denominarse las “culturas políticas”;
es decir, se era militante y desde allí, como resultado del ocio que generaba la comodidad
del dinero o el ejercicio de una profesión liberal, intelectual. La constitución de la
autonomía del intelectual implicó, a largo plazo, una doble negación: la de los límites
impuestos a la cultura por el orden conservador y la del control del bipartidismo.
30

39 Otras prácticas que definieron el entorno de los intelectuales fueron los mecanismos de
consagración y de establecimiento de jerarquías, entre los cuales se encontraban las
celebraciones, los concursos y los premios. Durante la Hegemonía Conservadora eran
permanentes las actividades que giraban en torno a la exaltación del nexo histórico con
España. Uno de los acontecimientos más importantes fue la conmemoración del IV
centenario de la llegada de los españoles a América, momento en el cual se inauguró el
teatro Colón, así como diversos monumentos, y se realizaron una gran variedad de actos
políticos y culturales. En 1916, para sólo mencionar otro ejemplo, España se disponía a
celebrar el centenario de la muerte de Cervantes. Se consideró que América debía unirse a
este acontecimiento y se puso de relieve el hecho de que tenía un pasado original en
aquella raza y una filiación histórica, aspectos que se encamaban adecuadamente en la
figura de Cervantes. El descubrimiento y la conquista de América, afirmaba José Enrique
Rodó, son la obra magna del renacimiento español y el verbo de este renacimiento es la
obra de Cervantes, así que en un sentido crítico El Quijote tiene por complemento la
conquista de América.19
40 La reflexión histórica fue un medio privilegiado por las opciones políticas y los
intelectuales que difundían su visión del mundo y la cultura. No en vano la Academia
Colombiana de Historia se fundó bajo la Hegemonía Conservadora. Como era de esperarse,
el pasado colonial fue un tema privilegiado. Los discursos en los cuales la obra de la
conquista aparecía como una labor titánica, posible sólo por el aliento de la Providencia,
emergieron nuevamente. De manera que los actos de celebración se caracterizaron,
generalmente, por ser activi(ades apologéticas que resaltaban la importancia de la
tradición, el idioma y, por supuesto, la religión, todo dentro de una evidente felicidad por
hacer parte de una raza de origen español.20
41 El nexo histórico con España fue un tema que polarizó a la intelectualidad decimonónica.
Como se recordará, los partidos políticos estimularon la reflexión historiográfica. Ésta
construyó dos imágenes muy fuertes y opuestas sobre el pasado colonial, que básicamente
sirvieron para diferenciar programáticamente al partido liberal del conservador. Por ello,
Gerardo Molina entendió que el partido liberal era el partido de la anticolonia.21
42 Lo particular, entonces, fue que el resurgir del hispanismo coincidió con una coyuntura
mundial y regional de consolidación de las burguesías. ¿Cómo entender este fenómeno?
Se podría argumentar que el continente estaba siendo conmovido por el positivismo, que
enfatizaba la idea del orden y el progreso, y, por supuesto, ¡qué mejor referente sobre el
orden que el pasado colonial! No obstante, nos parece que esta idea, aplicada al caso
colombiano, no considera adecuadamente la naturaleza del proyecto de la Regeneración
ni la Hegemonía Conservadora. Los ideólogos de la Regeneración no estuvieron
vinculados plenamente a la imagen de progreso de los positivistas. Los sectores más
conservadores privilegiaban el progreso espiritual sobre el material y muy pocos se
identificaron con las corrientes neocatólicas que aceptaban el progreso como expresión
de la voluntad de Dios. El positivismo en nuestro periodo tampoco se expresó en la
incorporación de los “científicos” al Estado, la apología de la ciencia experimental, la
lucha contra la escolástica o el rechazo a la presencia de la Iglesia en la educación; cosa
que sí se presentó, por ejemplo, en México.22
43 La moral fue un valor central dentro del proyecto conservador. Se pensaba que la moral
católica era la fuente de la cual emanaba la producción artística e intelectual, y, en últi
mas, lo que justificaba el arte; era además la esencia que permitía la vigencia de la nación.
Miguel Antonio Caro argumentó, por ejemplo, que finalmente todo lo ideal “es directa o
31

indirectamente religioso”.23 Un alejamiento de la Iglesia, de la fe y de la moral,


significaban la disolución de la nación, la crisis social y la entrega del arte a las bajas
pasiones. Para impedir la disolución de la nación por medio de la corrupción de las
costumbres y la cultura, se establecieron una serie de mecanismos que limitaban la
circulación de pensadores inmorales, liberales o materialistas, y se elevó a la categoría de
incuestionable a un tipo específico de intelectual: el conservador católico.
44 Paralelamente, se comenzó a mirar con cierta desconfianza a los intelectuales jóvenes que
se acercaban a los estereotipos europeos del creador, es decir, a la vida bohemia y a los
excesos; actitudes, que como lo ha explicado Bourdieu, eran inherentes a la configuración
del campo literario.24 Pensadores como Vargas Vila, sin entrar a polemizar sobre su valor
literario, fueron muy significativos en el choque entre los diferentes tipos de intelectuales
que pugnaban por un espacio a comienzos del siglo XX en Colombia. Lo mismo podemos
decir con respecto a personajes como José Asunción Silva, y su vida y muerte, o respecto
al uso de sustancias sicotrópicas, el consumo de alcohol, y los contactos con el bajo
mundo y las prostitutas.25
45 El terreno educativo sufrió el mayor impacto en la confrontación entre liberales y
conservadores, debido a las implicaciones del control sobre la educación otorgado a la
Iglesia católica por la Constitución de 1886 y el concordato. El rechazo y la persecución a
profesores liberales, la inexistencia de libertades en las instituciones conservadoras o
católicas y la lucha por el derecho de circulación de nuevos saberes conformaron una
situación que determinó las posibilidades de desarrollo de las ciencias modernas y la
formación de los estudiantes: la educación se convirtió en un campo de batalla, y por ello
el liberalismo tuvo que crear sus propios espacios educativos.26 La constitución de la
Universidad Republicana, posteriormente de la Universidad Externado de Colombia, y,
décadas más tarde, de la Universidad Libre, son buenos ejemplos. 27
46 En resumen, los intelectuales desarrollaron sus actividades en unas condiciones muy
difíciles, debido a las limitaciones impuestas por parte de la Iglesia y el conservatismo y a
la existencia de una prisión, la del lenguaje y las formas establecidas, que negaba la
libertad de creación. Los intelectuales de comienzos de siglo se mantuvieron ligados con
el proyecto de la Hegemonía Conservadora y las propuestas de ruptura fueron
fragmentarias, es decir, se dieron al interior de los propios partidos y con escasas
posibilidades de generar nuevas propuestas estéticas. Por supuesto, la ruptura real se
produjo en los intelectuales socialistas, quienes no solamente afirmaron su disidencia
política sino que buscaron nuevos temas y formas alternas del uso del lenguaje.

El IMAGINARIO DE LA NACIÓN BAJO LA HEGEMONÍA


CONSERVADORA
47 En el periodo que estamos analizando se presentaron en América Latina gobiernos,
revoluciones y movimientos políticos que consolidaron los procesos de constitución de
los Estados nacionales y de invención de mitos fundacionales e institucionalización de
tradiciones políticas y culturales, o renovación de las mismas, y a partir de las cuales se
entendió la denominada cultura nacional.28 En Colombia, dicho proceso tuvo tres
características: la centralidad de la Iglesia en la concepción del orden social y político;
una recreación paternalista, clasista y racista de lo popular; y la consolidación del
32

“cachaco” como arquetipo nacional. Nos detendremos en los dos últimos aspectos, toda
vez que ya hablamos del primero.
48 Un tema que concentró la atención de los intelectuales de comienzos de siglo y que
expresó la preocupación por refundar la nación, fue la pregunta sobre la identidad
nacional. En el México de comienzos del siglo XX se conoció una fuerte tendencia a
plantearse la pregunta por el origen, la pregunta por la esencia de lo mexicano. 29 Se
destacan tres pensadores que intentaron abordar esta pregunta en sus obras: Antonio
Caso, José Vasconcelos y Samuel Ramos.30 Esta reflexión fue trastocada por el impacto de
la Revolución y permitió, gracias al diseño de un proyecto político y educativo por parte
de Vasconcelos y al apoyo estatal, la emergencia del muralismo, la educación socialista y
un nuevo tipo de nacionalismo. Esta preocupación por la identidad nacional y el
nacionalismo, que supone igualmente una negación de la pregunta original, ha tenido
continuadores como Octavio Paz y Roger Bartra, entre otros.31
49 El auge de la pregunta sobre el origen y la esencia se entiende, en el caso mexicano, no
sólo por la grandeza del pasado prehispánico —por su permanente recreación— sino
porque el siglo XIX estuvo caracterizado por la guerra contra Estados Unidos y por la
invasión francesa. Adicionalmente, existía una fuerte tradición criolla, muy ligada con las
representaciones religiosas, que facilitó la emergencia del discurso nacionalista al
comenzar el siglo XIX.32 Asimismo, lo religioso, con excepción de la guerra de los
Cristeros, facilitó la identificación de los mexicanos al generar un símbolo plenamente
aceptado por la población: el culto a la Virgen de Guadalupe.
50 En Puerto Rico también se polemizó acerca de la idea del origen y de la identidad. Antonio
Pedreira, por ejemplo, asumió la pregunta en su texto Insularismo, 33 en un sentido similar
al de Manuel Zeno Gandía en su conocido artículo “¿Qué somos? ¿Cómo somos?”. 34 Estos
trabajos fueron acompañados por respuestas de diversos intelectuales y por polémicas
que se extienden hasta el día de hoy.35
51 En Colombia, la pregunta sobre el origen no generó el tipo de reflexiones filosóficas o
literarias que se presentaron en países como México o Puerto Rico. Esta particularidad de
nuestra historia cultural es resultado del largo periodo de dominación conservadora y de
la manera como a finales de los años veinte, y especialmente en los treinta, se
comenzaron a “resolver” las contradicciones entre el bipartidismo colombiano: por el uso
de la violencia. Violen cia que a diferencia del caso mexicano, no generó un bando
vencedor ni se constituyó en urna catarsis que permitiera crear las condiciones para una
reconstitución simbólica de la nación.
52 La toma de Panamá tampoco generó ninguna reacción gubernamental que se pueda
resaltar —no se movilizó a la población contra el golpe imperialista, por ejemplo—, y el
discurso clerical conservador se fundó en la exclusión: el liberalismo es un pecado, toda
inmoralidad debe ser perseguida, etcétera.
53 Esta ausencia de una reflexión continua sobre el origen, sobre la identidad nacional, es
expresión de la fragilidad del intelectual para generar mitos de integración. Es una
muestra de la debilidad de los intelectuales como grupo, pues aunque es un hecho
evidente que nuestros intelectuales eran “orgánicos”, militantes del partido liberal o del
partido conservador, y trabajaban en las tareas que les asignaba la militancia, no
respondieron a las exigencias que demandaba la coyuntura regional, y sólo parcialmente
cumplieron —teniendo en cuenta las posibilidades de los intelectuales de la primera
mitad de siglo— con su función. Por un lado, esta situación se debió a que el factor
33

religioso fue suficiente para entender la existencia de la nación. En segundo lugar, porque
en este periodo bastó resaltar el nexo cultural con España y cultivar las formas
consagradas para realizar la esencia nacional y el encuentro y fortalecimiento de las
raices. Dicho de otra manera, no existe una autonomía relativa de los intelectuales ni del
campo cultural.
54 En Colombia, lo predominante a comienzos del siglo XX fue la preocupación por la
herencia hispánica, por el fortalecimiento de la tradición y por el mantenimiento del
imaginario de Bogotá como una ciudad culta. Aunque no todos se volcaron sobre este
ideario —entre ellos, José Asunción Silva, José María Vargas Vila, Porfirio Barba Jacob,
etcétera—, es evidente que tras la preocupación por cultivar las formas establecidas, el
mantenimiento de la pureza del lenguaje y la búsqueda de inspiración y orientación en los
pensadores españoles, tipo Menéndez y Pelayo, estaba la concepción de que lo que nos
definía era la pertenencia a la raza española.
55 Paradójicamente, esta situación permite entender las debilidades de quienes fueron
intelectuales disidentes. Sus limitaciones se deben entender como resultado del hecho de
que tuvieron que asumir la ruptura con lo establecido desde una tradición intelectual
pobre, en una coyuntura en la que lo nuevo siempre fue recibido con desconfianza y en la
que no existieron espacios al interior de los partidos que estimularan la crítica.
Finalmente, la irrupción de La Violencia los lanzó a otros terrenos, a otras
preocupaciones.
56 De manera que la pregunta por la colombianidad está aún por plantearse. Por supuesto,
no se trata de encontrar la esencia del ser nacional. No se pretende que la identidad se
pueda hallar. De lo que se trata es de entender que los pueblos se construyen, o les
construyen, imágenes que les ayudan a superar las coyunturas de desgarre que genera el
conflicto interno y que estas imágenes aparecen como mitos de combate o de finalidad. 36
La Revolución Mexicana, como catarsis, tuvo su expresión en el muralismo y en el
nacionalismo que se generó a partir de la confrontación. En nuestro caso, ni la guerra de
los Mil Días, ni La Violencia, ni mucho menos el conflicto actual, han podido construir
nuevos proyectos de nación.
57 Sin embargo, partir del supuesto de que carecemos de un arquetipo nacional es
inadecuado. En la configuración del Estado nacional los países requirieron consolidar la
imagen del tipo nacional, de un personaje representativo, de un arquetipo. Es necesario
señalar que todo arquetipo nacional es una forma regional que se hace dominante, es
decir, en el proceso de creación de una tradición se tiende a promover el predominio de
una lectura de lo nacional desde la imposición de una visión que privilegia a una región. 37
58 En el proyecto de la Regeneración, la nación se concibe exclusivamente para el centro,
para el altiplano cundiboyacense, que era católico y conservador. Por ello, de la
Constitución de 1886 emergió un centralismo político y en el terreno cultural se recurrió
a la recreación de un mito en decadencia y carente de toda posibilidad de integración de
la nación: el de Bogotá como la Atenas suramericana, el cual se fundaba en otra ficción: el
“cachaco” bogotano como arquetipo nacional.
59 La resurrección del “cachaco” no sólo fue una forma de responder al impacto de la
modernización de Bogotá,38 sino de asumir lo que en otros países se buscaba: la
encarnación en un tipo regional de la esencia nacional, claro que en el caso nuestro esto
se hizo desde la perspectiva más retardataria y reductora de lo nacional. De manera que, a
diferencia de otros países, no se elaboró una reflexión filosófica o política ni se recreó
34

simbólicamente la nación, simplemente se recurrió a una imagen que expresaba los


valores de una elite y que no tenía nada que ver con la cultura ni con la realidad de
nuestro país. Por ello en el periodo que estudiamos se renueva la imagen del “cachaco”
bogotano como tipo ideal nacional y, paralelamente, se elabora una representación de lo
popular desde una perspectiva racista y clasista.39

La representación de lo popular, de la esencia nacional

60 La esencia nacional se construyó en América Latina desde diferentes lugares e


instituciones. El proyecto de Estado Nuovo en Brasil, por ejemplo, se legitimó en la
recreación y exaltación de las costumbres regionales. Gracias al impulso dado por el
Estado emergió con mucha fuerza una literatura que pretendía ser la expresión del alma
local y nacional.40 Lo particular, en este caso, no era la exaltación de las idiosincrasias
locales, lo que evidentemente se estaba presentando en diversos países, sino que éste era
un proyecto definido desde el Estado.41
61 La literatura también dio su cuota y generó imágenes caricaturescas de lo popular. En el
costumbrismo, “las diferencias adquirían un significado jerárquico, hacían posible urnas
formas relacionales determinadas, en las que subalternos y elites ocupaban su lugar
correspondiente”.42 Es posible encontrar a comienzos del siglo XX autores que elaboran
sobre diferentes personajes sociales —las criadas, por ejemplo—, una taxonomía donde
evidentemente emergen todos los prejuicios raciales y sociales.
62 En América Latina había surgido en el siglo XIX el género del costumbrismo como una
opción estética que intentaba describir, tal cual, la realidad de los pueblos. Esta
descripción de lo real hacía eco de las corrientes europeas, y tuvo en el costumbrismo y el
romanticismo dos capítulos esenciales. El costumbrismo estaba ligado de una manera u
otra con la configuración del Estado nacional:
Le interesaba discutir la constitución de las nacionalidades, conservar sus herencias
españolas y retratarse como entidades establecidas. En el fondo, cuando cada
escritor describía o contaba las peripecias de un “tipo” determinado, estaba
buscando las coordenadas de algo que luego se llamaría la identidad cultural
nacional.43
63 El romanticismo, que se extiende hasta las primeras décadas del siglo XX en Colombia,
había privilegiado la vinculación a lo popular. En general, este movimiento hizo una
apología de la subjetividad de los individuos, de la exaltación del sentimiento como la vía
para la realización del ser humano, de la fidelidad al devenir y la dinámica de los procesos
históricos, de la sensibilidad frente al tema de la naturaleza, y finalmente, del
reconocimiento de la idea de progreso.44
64 Desde estas dos perspectivas, que no fueron las únicas, los intelectuales colombianos
dieron una mirada a lo popular, cuya función fue institucionalizar, o consagrar, las
representaciones de la elite sobre lo popular. Uno de los instrumentos que guió la
formación de imágenes y representaciones fue el paternalismo, muy propio de la cultura
política latinoamericana y especialmente de las relaciones entre el sector dominante y el
dominado. La minoría de edad del pueblo se vive no sólo en la política y la moral sino en
el terreno cultural. Por “naturaleza”, el pueblo es ajeno a los grandes temas, al reino del
espíritu. Lo paradójico es que este sentimiento paternal posee un complemento, la otra
cara de la moneda, y es el desprecio por las bajas pasiones que alimentan al pueblo, que
anidan en él y que explican, por supuesto, la inmoralidad, la violencia y la anarquía. 45
35

65 Los periodistas también aportaron su cuota en la construcción de las representaciones de


lo popular.46 Quizás un buen ejemplo fue la manera como el periódico Colombia Cristiana
describió en 1893 a los artesanos de la ciudad, con lo cual estimuló uno de los motines más
fuertes de la Bogotá del siglo XIX. Ésta es la cara de lo popular como lo feo, lo sucio y lo
vulgar.47
66 Otra de las vías de conformación de estas imágenes de lo popular, que durante la
Hegemonía Conservadora intentaron mantener las formas de dominio, fue la nostalgia
por los tiempos idos. La nostalgia de los cronistas de comienzos del siglo XX fue una de
esas formas: “Así, con la nostalgia se pretende manejar la sociedad moderna con un
criterio paternal, pues esta es la vía para la conservación del alma de la ciudad. El
‘bogotano’ aparece aquí como el modelo de esta conservación.”48
67 El paternalismo en la relación entre dominantes y dominados se evidencia en las crónicas,
en la literatura y en los manifiestos políticos. La visión de la inmoralidad del pueblo
aparece en los escritos de la Iglesia, los partidos, los periodistas y en la producción de los
intelectuales. Para la Iglesia era evidente que el pueblo debía ser moralizado, pues las
sociedades entraban en crisis cuando se apartaban de las normas morales. El partido
conservador y la Iglesia insistieron a lo largo del siglo XIX en que los liberales radicales
empleaban las bajas pasiones del pueblo para el logro de sus fines, igual cosa hacían los
diversos enemigos de la religión. Esta idea se mantuvo a lo largo del siglo XX y emergió
especialmente durante las décadas conflictivas de los treinta y los cuarenta cuando la
violencia liberal conservadora se incrementó.49
68 Para la mayor parte de los intelectuales el pueblo era ignorante y ajeno al diálogo con las
musas, al conocimiento de los grandes problemas del país, etcétera, y por ello se hacía
necesario el control de la Iglesia. En una entrevista que en 1916 concedió Luis López de
Mesa a la revista Semana, sostuvo lo siguiente acerca de la influencia religiosa en la vida
cotidiana:
[...] a mí me complace el gamonalismo clerical en el estado en que está nuestro
pueblo. Cuando visito nuestras aldeas nunca falto a la plática dominical ni dejo de
conversar con el párroco y he visto que el señor cura manda absolutamente, que en
él están aunadas todas las potestades, eclesiásticas, civil, familiar, etc. Pero ello es
que esa ovejas de su cuidado son de tan rudimentaria mentalidad, tan débil es su
defensa contra las seducciones o imposiciones de una dirección inmoral, que están
bien, muy bien, créame usted, bajo el gamonalismo clerical que así y todo
imposibilita otros gamonalismos. Al fin se salva mejor la moralidad, se defiende un
poco la flaqueza y sólo se pierde el libre pensamiento de quienes aún no piensan. 50
69 Este argumento ya había sido esbozado por López de Mesa en el discurso del 1 mayo de
1910 en el parque de la Independencia. En esa oportunidad, al tratar el tema de la
educación del hijo del obrero, sostuvo que éste no debía aspirar a otra cosa distinta que a
seguir el oficio del padre o, como gran realización, al aprendizaje de un oficio que le
permitiera ganarse dignamente la vida. López fue enfático al afirmar que era un error que
el hijo del obrero aspirara a una profesión liberal.51
70 Estas representaciones de lo popular mantienen las contradicciones de los procesos de
modernización en Colombia y América Latina. Si la modernización implicaba la ruptura
de los lazos personales, las representaciones de lo popular mantenían, por el contrario, el
control, el cual, aun hoy en día, se extiende en muchas regiones del país al terreno
político y al de las relaciones laborales y personales. La ausencia de movimientos
populistas que llegaran al poder acentuó el carácter borbónico de nuestros periodos de
36

reformas políticas (la Revolución de Medio Siglo, el Olimpo Radical, la Revolución en


Marcha).52

De cómo Bogotá es civilizada por ser fría y de cómo todos los


calentarlos (provincianos) son ignorantes

71 Existe una trama en la configuración de la identidad nacional, que arranca desde las
mismas crónicas y que se consolida y mantiene a lo largo de la época colonial y la vida
republicana: la tierra caliente impide el desarrollo de la civilización en Colombia.
72 Para los primeros cronistas, Cieza de León por ejemplo, existía una relación estrecha
entre el clima y la posibilidad de desarrollo de la civilización. En las tierras frías siempre
se encontraba civilización, mientras que en las tierras cálidas sólo behetrías. 53 Esta
imagen fue recogida y reproducida a lo largo de los siglos XIX y XX por diversos analistas
y viajeros. No es extraño, entonces, que nuestros intelectuales, los directores de revistas,
por ejemplo, repitieran el mismo discurso. Raimundo Rivas, director de la revista Santafé y
Bogotá, sostenía en 1909 que las condiciones de las tierras tropicales eran propicias para el
desarrollo animal o vegetal, pero no para el humano. Por eso consideró que el esfuerzo de
los españoles para conquistar estas tierras había sido titánico. Para redondear su
argumento, afirmó que las diferencias que existían entre las civilizaciones de Argentina,
Chile y México y el resto de los países del continente se producían porque estos últimos
estaban en zonas más templadas.54
73 La resistencia de las zonas tropicales al desarrollo de la civilización demostraba la
inferioridad del país para luchar con la misma dinámica que lo hacían otros pueblos
mejor dotados. Pero esto no implicaba, según Rivas, que debiéramos someternos, sino que
teníamos que prepararnos para enfrentar a posibles conquistadores y no sucumbir como
los indios de hacía cuatro siglos. Con lo cual este autor también resucitó otro viejo
prejuicio de carácter racista: la debilidad cultural, social y política de las comunidades
prehispánicas.
74 Esta idea de la debilidad de la nación debida al clima cálido estaba hermanada con el
argumento que explicaba la existencia de razas superiores y razas inferiores, pues era
evidente que quienes ocupaban las tierras cálidas eran indios o negros. Emilio Ruiz
Barreto, en un artículo titulado “Estudiémonos”, pretendió demostrar la existencia de
una relación entre la raza de un país y su progreso humano. Partió de considerar que la
república era la mejor forma de gobierno para los países. No obstante, decía, ella sólo se
puede dar allí donde la mayoría de los ciudadanos tienen irnos componentes étnicos
determinados que los llevan a ser inteligentes, patriotas, honrados, etcétera. 55
75 Este discurso nos permite precisar una de las maneras con las que se pretendía analizar y
entender el país: la relación entre raza y región. Emilio Ruiz Barreto dijo, por ejemplo,
que para entender las relaciones entre la raza y el desarrollo de una nación era necesario
comparar las desigualdades de raza y desarrollo mental dentro del mismo país. En las
regiones donde la esclavitud y la servidumbre indígena fueron más rigurosas, afirmaba, el
blanco era más reacio al reconocimiento de ciertos derechos. Por ello, en Antioquia y
Santander, donde la raza era más homogénea, había más respeto por el individuo.
Alertaba igualmente sobre la indigenización del blanco, cosa que se expresaba en el
retroceso de sus fuerzas morales y materiales.56
37

76 En 1928, Laureano Gómez repitió este argumento en una conferencia que dio en el Teatro
Municipal, en la que señaló que Colombia tenía pocas posibilidades de llegar a ser una
nación civilizada. Sostuvo que la mezcla de razas y las condiciones climáticas y
geográficas del país así lo determinaban.57
77 La reflexión, por supuesto, no era nueva, pues ya José María Samper había hecho
afirmaciones similares en el siglo XIX, pero la particularidad era precisamente que estos
argumentos se estaban exponiendo en las primeras décadas del siglo XX. El racismo de
estas aseveraciones coincidía con la forma como las nuevas nociones burguesas sobre lo
limpio y lo sucio se articulaban a una mentalidad conservadora. De allí que esta
circulación de prejuicios racistas deba asociarse con las campañas para el mejoramiento
de la raza y los manuales de urbanidad.
78 Es en este contexto que se debe entender el nexo entre el proyecto político de la
Regeneración y una tradición intelectual, y las relaciones entre el Estado y los
intelectuales. El resultado no podía ser otro que la supremacía de un tipo regional andino,
el “cachaco” bogotano, sobre el conjunto de tipos regionales. El bogotano se impone como
el paradigma para el conjunto de la nación. Sus virtudes son exaltadas permanentemente,
especialmente su dominio del lenguaje, su cultura, refinamiento y virtudes morales. A
diferencia de los intelectuales de otros países, que recrearon nuevos mitos fundacionales
de la nación, que buscaron la esencia de las naciones, que rescataron el pasado indígena y
lo articularon a mitos de finalidad, nuestros intelectuales defendieron dos circunstancias
que precisamente iban en contra de cualquier proyecto de integración: la tradición
hispánica y el “cachaco” como arquetipo nacional.

LA PROVINCIA Y LO INTERNACIONAL
79 Existe una polémica en la historia de la literatura latinoamericana y en la apreciación que
los mismos intelectuales han tenido de sus compañeros de oficio en torno al grado de
marginalidad o novedad de la producción continental. Para algunos, América Latina ha
hecho aportes fundamentales a la cultura, como el modernismo, y no es cierto que sea un
consumidor permanente de las expresiones culturales de Europa.58
80 No obstante, el provincialismo es muy evidente y la circulación de textos es escasa,
incluso en décadas recientes. José Donoso, en su visión personal del boom
latinoamericano, hace referencia al aislamiento de los escritores latinoamericanos de los
años sesenta del siglo XX y a las dificultades para saber qué producían y qué leían en los
países vecinos.59 Esta hipótesis es parcialmente cierta, pues algunos de los escritores que
vivieron durante la Hegemonía Conservadora tuvieron cierta familiaridad con la
producción de otros países, ciertamente con los más reconocidos.60 Este nexo con el
pensamiento universal no se limitó a la elite ilustrada de las grandes ciudades, sino que
hay evidencia de que en pueblos pequeños existían personas con bibliotecas
relativamente actualizadas para la época y con libros que importaban de los países
europeos; por lo mismo, es obvio que había intelectuales que podían leer en varios
idiomas.61
81 Por supuesto, no en todos los periodos históricos se puede afirmar lo mismo. Hay
coyunturas en que es evidente cierta marginalidad, especialmente en la producción que
se genera en los mismos países latinoamericanos, por ejemplo bajo las dictaduras o
coyunturas de conflicto interno. Por otra parte, hay que considerar que las “distancias se
38

reducen” con los nuevos sistemas de comunicación y es muy posible que si una revista
tardaba un mes en llegar a Bogotá en 1918, este tiempo fuese mucho menor en los años
treinta.
82 El segundo aspecto de la relación de lo local con lo internacional es la recepción cálida
que les dieron en varios países a los intelectuales colombianos. José Asunción Silva tuvo
una serie de reconocimientos, entre los cuales se encuentran la publicación de poemas en
idiomas distintos al español y el ser consagrado en la historia de la literatura
latinoamericana por su influencia en intelectuales de otros países.62 En su visita a Bogotá,
el poeta español Villaespesa afirmó que en 1897 se había conocido la poesía de Silva en
Madrid y que ella había orientado el trabajo de personas como Juan Ramón Jiménez. 63 Por
supuesto que Silva no fue el único que disfrutó de la aceptación de su obra, lo mismo les
sucedió, guardadas las proporciones, a José María Vargas Vila, Baldomero Sanín Cano,
Porfirio Barba Jacob, Germán Arciniegas, etcétera.
83 Una situación particular es la relación de los intelectuales católicos con los debates
internacionales. Muchos de ellos, que incluso se desempeñaron como ministros de
educación, se vincularon activamente a sociedades católicas que tenían un marcado
sentido “ultramontano”, es decir, representaban la versión más conservadora del clero y
abogaban abiertamente por la censura y la represión de las malas ideas.

Los intelectuales unidos por la fe y en el combate contra las malas


ideas y la inmoralidad

84 Una dimensión de lo internacional que debemos tener en cuenta es la existencia de


instituciones que permiten la circulación de un mismo tipo de discurso en varios países
del continente. Nos referimos concretamente al caso de la Iglesia católica, sus periódicos
y sus organizaciones.
85 A pesar de las diferencias de los procesos nacionales, es posible aceptar la existencia de
una matriz religiosa, es decir, del diseño de una serie de propuestas similares para
América Latina, con las que se evaluó la manera como circulaban los postulados
ideológicos, especialmente disidentes, de otros países.64
86 De las recomendaciones dadas por Roma para enfrentar las exigencias del cambio de
siglo, resaltamos tres ideas básicas: la necesidad de que la Iglesia participara activamente
en la reforma de las sociedades; el fomento a las organizaciones católicas de diverso
carácter para que, por un lado, la población católica pudiese enfrentar la acción de los
radicales liberales, los partidos obreros y el socialismo, y por otro, para impulsar la
moralización de la población; finalmente, el desarrollo de una prensa católica y la
persecución a las publicaciones y pensadores inmorales.
87 El Apostolado de la Oración y su revista El Mensajero del Corazón de Jesús, se inscriben
plenamente en la orientación que la Iglesia romana recomendaba a los católicos de países
como México y Colombia. Esta sociedad estableció que su publicación estaba encaminada
a preservar las prácticas del catolicismo, moralizar a la población y recrearla sanamente.
88 El Apostolado fue, por sus actividades y organización, el modelo de sociedad católica que
el clero y el conservatismo impulsaron a finales del siglo XIX en Colombia y México. 65 La
labor del Apostolado encajó perfectamente en el proyecto del catolicismo de finales del
siglo XIX, particularmente en lo concerniente a la organización de los laicos, la
moralización de la población y la difusión de conceptos sobre el orden social.
39

Específicamente, el Apostolado fue importante, en primer lugar, por haber aglutinado en


su interior, como miembros del consejo superior, a notables intelectuales y
personalidades del mundo social y político, de proyección local y nacional. 66 En segundo
lugar, por colaborar desde la prensa (El Mensajero, Colombia Católica, Colombia Cristiana) en
la campaña contra el liberalismo, en la difusión de los principios conservadores, en la
exaltación de los aspectos fundamentales de la noción católica de orden social y político, y
en la difusión de modelos de control moral, especialmente los vigentes en España, cuyas
prácticas se aspiraba a implementar en México y Colombia, apología con marcado acento
hispanófilo.67
89 Una prensa católica activa, numerosa y con influencia en la sociedad era una necesidad
ineludible, a juicio de la alta jerarquía eclesiástica, para enfrentar la acción liberal y las
convulsiones políticas y económicas del fin de siglo. En el Mensajero del Sagrado Corazón de
Jesús, que circuló en Perú y Bolivia, se consignó la preocupación sobre la acción liberal en
casi los mismo términos en que se hizo en México y Colombia. Dicen los miembros del
Apostolado sobre la propaganda católica:
Vemos que cada día los secuaces del mal toman nuevos bríos para también ellos
hacer propaganda de sus doctrinas anticatólicas por el periódico, el folleto, la
novela y por cuantos medios pueden, no escasean las imposturas y los insultos
contra la Religión y sus ministros. Opongámonos á esta torrente y que nuestra
propaganda sea aún mayor: estamos poseídos de la verdad y para confesarlo no
debemos tener obstáculo alguno.68
90 Sobre esta última idea se insistió bastante en los países latinoamericanos. En México, los
católicos sociales habían determinado que los medios para ejercer influencia en la
sociedad, y de paso hacer oposición a Porfirio Díaz, debían ser las sociedades y la prensa.
Esta postura ante el régimen y el liberalismo fue reforzada por dos recomendaciones. La
primera originada en el documento Officiorum ac Munerum (1897), en el cual se abogó por
la defensa de la buena prensa y la utilización de ésta para la moralización y la recreación
de la población. La segunda se originó en la recomendación del Concilio Plenario
Latinoamericano reunido en Roma en 1899.
91 Esta serie de sugerencias cobraron vida en una prensa católica muy vital, en el papel
desempeñado por los directores de los periódicos en el movimiento católico de finales de
siglo, en el tipo de polémicas impulsadas y en la importancia que adquirió el tema en los
congresos católicos de comienzos de siglo XX.69
92 Asimismo, el Apostolado fue fundamental en su contribución a la determinación de los
textos moralmente buenos que podían leer los creyentes. El resultado fue el
establecimiento de bibliotecas católicas, la publicación de un índice de autores malditos y
la instauración de comités de censura. Esta idea de moralización se enlazó con las
nociones sobre una estética católica, en las que lo determinante era el predominio del
contenido (la espiritualidad, las virtudes, el cristianismo, etcétera) sobre la forma. 70
Finalmente, hay que mencionar que el Apostolado se preocupó por la organización de los
sectores populares en diversas regiones del país.
93 Fue dé tal importancia la labor del Apostolado que no se vaciló en reglamentar su
funcionamiento para toda la arquidiócesis de Bogotá. En efecto, en 1874 el arzobispo
Arbeláez determinó:
Todos los venerables Párrocos de nuestra arquidiócesis procurarán establecer en
sus parroquias la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús y la del Apostolado de
la Oración, tal como se halla establecida en esta capital, a fin de que el mayor
número de los fieles la amen y le honren.71
40

94 Por los datos que tenemos, el Apostolado en México había llegado en 1891 a la no
despreciable cifra de 471 sociedades.72
95 La revista igualmente promovió nociones de orden estético como una muestra de su
estrategia para combatir, como lo hacían en España y Colombia, las obras inmorales. 73
96 Por último, hay que señalar que el Apostolado, a través de la revista, tomó partido en las
polémicas político-filosóficas de finales del siglo pasado y comienzos del presente. La
participación en los debates se hizo a través de la publicación de artículos de miembros de
la sociedad, de jesuítas, o por medio de la “reproducción” de artículos de periódicos
católicos del exterior. Algunos de los temas tratados fueron los siguientes: la libertad de
enseñanza,74 el culto neopositivista,75 y las clases obreras.76
97 Creemos, al menos es nuestra hipótesis, que el Apostolado constituyó el refugio de los
sectores más reaccionarios del clero y de los laicos, postura que se fortaleció a raíz de la
guerra civil española y el ascenso del fascismo, pues en no pocas ocasiones el Apostolado
hizo eco de la consignas anticomunistas y pro fascistas del clero español, como la de
apoyar a Mussolini.

Los visitantes y los vínculos con el exterior

98 Una particularidad de los intelectuales colombianos fue su compleja manera de


articularse a las tendencias universales. Ya hemos mencionado que muchos tenían un
conocimiento relativamente actualizado de algunos debates estéticos, políticos y
filosóficos y que es posible encontrar referencias a escritores importantes o a pensadores
que en ese momento podrían denominarse de moda; igualmente existió correspondencia
con intelectuales de otras naciones. Adicionalmente, algunos escritores viajaron por
diversos países y recibieron la visita de sus colegas. A pesar de ello, la incorporación de
las propuestas de lo que genéricamente podríamos denominar “lo exterior”, fue muy
fragmentaria.
99 Podemos tomar como ejemplo la relación de los intelectuales colombianos con los
mexicanos a partir de la presencia del poeta Carlos Pellicer en Bogotá. 77 Pellicer llegó a
Bogotá el 25 de diciembre de 1918 y a finales de febrero de 1920 abandonó el país. Durante
su estancia conoció a varios jóvenes intelectuales con los cuales entabló amistad —entre
ellos, Germán Arciniegas, Germán Pardo García y Juan Lozano y Lozano—; además,
suponemos, de entrar en contacto con quienes se catalogaban como tales en aquellos años
y quienes se educaban en el Colegio Mayor del Rosario, pues el poeta continuó sus
estudios de preparatoria muy a pesar suyo, debido a que consideraba anticuado el colegio
y de muy bajo nivel académico.78
100 En el momento de la llegada de Pellicer, el continente vivía un auge del movimiento
estudiantil universitario y de la circulación de propuestas que colocaban a los jóvenes
como los voceros de los cambios políticos, sociales y culturales. No fue extraño que
Pellicer se involucrara activamente en la creación de una federación de estudiantes de
Colombia. A los pocos meses de estar en Bogotá realizó varias intervenciones,
reproducidas en las revistas culturales y en los periódicos de circulación “nacional”. En la
Voz de la Juventud, publicación dirigida por Germán Arciniegas, se difundió el discurso que
dio en la instalación de la agremiación estudiantil.79
101 En octubre de 1919, la Revista Azul informó a sus lectores de la presencia del poeta
mexicano Carlos Pellicer en los siguientes términos:
41

Enviado por la “Federación de estudiantes de México” en fraternal embajada ante


los Colombianos, hace: medio año que Pellicer reside entre nosotros. Y en ese
tiempo, su labor ha sido intensa, ardua, espléndida.
[...] La residencia de Carlos Pellicer en el “Edificio Liévano” ha constituido en un
cenáculo joyante de nuestra intelectualidad novísima. Allí se dan cita los jóvenes
más cultos, y presididos por el exquisito diletante, se dan al artístico palique. Aquí
se discute a Ruelas, en aquel rincón se comenta el último libro de Barbusse, más allá
un poeta recita sus versos, mientras en otro grupo se excomulga por cursi a Carolus
Durán.80
102 Estando en Bogotá, sus actividades fueron reseñadas por la prensa local, y sus
intervenciones en diferentes actividades públicas, como la instalación de la asamblea de
estudiantes o el acto conmemorativo del 89avo aniversario de la muerte del libertador,
fueron igualmente publicitadas.81
103 Como se sabe, el poeta mexicano fue un intelectual de amplio reconocimiento en su país y
en el continente, la pregunta que hay que plantearse es: ¿qué quedó de la visita de
Pellicer? ¿Acaso los intelectuales se familiarizaron con la Revolución Mexicana?
¿Estuvieron en capacidad de mantener el vínculo con los intelectuales mexicanos? 82 Hasta
donde sabemos, esta visita pasó desapercibida para muchos, pues no podemos decir que
existió una influencia de la Revolución en los términos en que se dio años más tarde con
la Guerra Civil Española.83 Tampoco se percibe claramente la recepción por parte de los
académicos de los debates mexicanos impulsados por grupos de intelectuales, como el del
Ateneo de la Juventud, para sólo mencionar un caso. Por supuesto, hubo una cierta
familiaridad con algunos términos empleados en la época, pero no tenían el respaldo de la
reflexión filosófica y política que sí se generó en países como Perú o México. Esto resulta
evidente cuando consideramos algunas de las actividades de Arciniegas, quizás uno de los
intelectuales más vinculados a México, en torno al análisis de la situación de la
universidad.
104 En un manifiesto a la juventud hispanoamericana, publicado en febrero de 1921 en
Universidad, revista dirigida por Arciniegas, podemos encontrar conceptos como los de
“Indoamérica”, “Hispanoamérica” y “raza”.84 Recordemos que estos conceptos
acaparaban la atención de los intelectuales del continente; hemos visto cómo el de “raza”
estaba ligado en algunos casos con una versión reaccionaria del hispanismo y cómo en
otras opciones hacía parte de los mecanismos de reconstitución simbólica del pasado y
era una manera de enfrentar la agresión estadounidense.
105 Este manifiesto estuvo precedido por una serie de congresos internacionales de
estudiantes, tres en el momento en el que se publica Universidad, en los cuales se
discutieron temas como el de la autonomía universitaria. Los puntos más llamativos de la
propuesta para el “desarrollo de la cruzada definitiva de la Raza”, como se catalogó el
manifiesto, eran entre otros:
a. Extender las ideas paniberistas en todas las clases sociales.
b. Estimular la producción bibliográfica de propaganda hispanoamericanista.
c. Hacer lo posible para que se dicten leyes en virtud de las cuales se establezca que los
hispanoamericanos gozan, en los países de la raza, del carácter de nacionales.
d. Trabajar sin desmayo para que se realicen los puntos del programa de integración
económica, política y cultural hispanoamericana, acordados en la conferencia de Buenos
Aires.85
42

106 Años más tarde, en 1928, en el marco del Congreso estudiantil de Ibagué se sintetizaron
las aspiraciones de los estudiantes en los siguientes puntos: libertad de cátedra,
programas anuales y renovación de los mismos, exámenes orales y escritos ajustados a los
programas, realización de seminarios de investigación, representación estudiantil en el
consejo directivo y, quizás lo más importante, autonomía de la universidad y elección de
sus órganos de gobierno por los componentes de la misma.86
107 No obstante, esta reflexión y los conceptos empleados carecen de la profundidad
alcanzada en otros pensadores del continente y no poseen una continuidad entre los
intelectuales colombianos. Por otra parte, tampoco se percibe que la visión de los
problemas que se tuvieron en los años veinte en materia universitaria, o el conjunto de
reformas impulsadas por Vasconcelos, se reflejen en medidas concretas en Colombia.
Aunque Vasconcelos publicó en 1926 la Raza cósmica, y en los años veinte adelantó algunas
de sus reformas —como la creación de la Secretaria de Educación Pública (SEP)—, y a
pesar de que la propuesta de reforma universitaria de Arciniegas en los años treinta hizo
aportes a las nociones que venimos comentando, el acierto individual no oculta una
debilidad del conjunto de los intelectuales.87
108 Por otra parte, este llamado a la juventud, que muchos vinculan a la actividad de
Arciniegas, el señalar que en ella se concentraban todas las esperanzas de renovación —
especialmente en las revistas fundadas por él en los años veinte, en su texto El estudiante
de la mesa redonda y en su proyecto de reforma universitaria—, ya lo habían hecho otros en
diversas circunstancias y mucho tiempo atrás. Carlos Arturo Torres, por ejemplo, en un
discurso en el cual se sumó a la conmemoración de la Independencia, señaló que las
iniciativas de la juventud podrían determinar una transfiguración intelectual y dar un
nuevo rumbo al pensamiento colectivo en Colombia, y saludó la realización del Congreso
de estudiantes de las tres repúblicas “colombianas”.88 De manera que lo que hizo
Arciniegas fue retomar, parcialmente, una tradición de pensamiento ya existente.
109 En resumen, la vinculación con lo internacional fue contradictoria. Se puede constatar la
familiaridad con ciertos debates, son evidentes los vínculos con intelectuales de otros
países, pero la recepción de estos debates fue fragmentaria y no existió un esfuerzo
notable por producir una reflexión sobre los mismos desde los procesos nacionales.

LOS INTELECTUALES BAJO LA HEGEMONÍA


CONSERVADORA
110 La relación de los intelectuales con el Estado no puede reducirse al simple cumplimiento
de tareas burocráticas. El Astado de los empleos ocupados por el intelectual ni agota la
relación ni necesariamente habla de ella; es sólo uno de sus aspectos, aunque quizás el
más notorio. Por supuesto que en la conformación de la intelectualidad la presencia del
Estado, a través de las becas, la concesión de premios y subsidios, el establecimiento de
una prioridad sobre la investigación, la creación de cargos y el nombramiento en ellos,
son hechos trascendentales. Sin embargo, sería erróneo limitarnos a estos aspectos al
analizar la relación entre el Estado y los intelectuales. Su presencia en la nómina no
implica necesariamente que un intelectual esté al servicio del Estado. Hemos creído
necesario, en primer lugar, partir de la relación más general entre poder e
intelectualidad; en segundo lugar, proponer que para entender esta relación se deben
considerar las funciones que el Estado asigna a los intelectuales, que a nuestro juicio son
43

cuatro: guardianes de la tradición, difusores de un modelo estatal nacional, legitimadores


del orden institucional y buenos burócratas.
111 Esta manera de abordar la relación es indispensable, pues cuando se compara el vínculo
entre intelectuales y Estado en Colombia con la situación de otros países —México o Brasil
—, se puede llegar a una conclusión errónea y pensar que en nuestro país no ha existido
una relación significativa, que lo que se ha dado en la mayor parte del siglo XX es una
autonomía relativa, con respecto a la institucionalidad, de los intelectuales; cosa que
evidentemente no creemos.
112 Al considerar el caso mexicano, por ejemplo, observamos que los intelectuales de este
periodo contaron con grupos muy definidos, que asumieron no sólo posturas estéticas con
un fuerte sustento filosófico y político sino que establecieron, tanto en manifiestos como
en la práctica, una actitud hacia al Estado. Igualmente, podemos observar que algunos
grupos de intelectuales dieron forma a un proyecto colectivo, que después llevaron a la
práctica parcialmente cuando ocuparon cargos en el Estado.89 Quizás el caso más conocido
es el de José Vasconcelos: hay que recordar que él hizo parte de un grupo, el Ateneo de la
Juventud, en el cual participaron destacados pensadores que al hacerse funcionarios
implementaron su proyecto.90
113 En Colombia, muchos de los intelectuales que las instituciones o la tradición han
destacado se desempeñaron como funcionarios del Estado, pero pocos intentaron
reconstituir lo establecido o realizar un programa en el cual estuviese presente una
lectura de lo nacional y un proyecto político.91 Por supuesto, encontramos textos en los
cuales algunos pensadores evaluaron y presentaron obras de gobierno y asumieron la
defensa de un gobernante. Baldomero Sanín Cano, por ejemplo, escribió un balance del
periodo presidencial del general Rafael Reyes, de quien fue funcionario.92
114 Los intentos de algunos sectores de intelectuales de romper los límites impuestos por los
regeneracionistas y centenaristas no pudieron consolidarse plenamente, y tampoco
pudieron dar a luz un proyecto estético y político. La propuesta de ruptura de los años
veinte, que promovió el grupo autodenominado Los Arquilókidas, no duró mucho;
tampoco se materializó en una agenda que implicara la reconstitución simbólica de la
nación o la constitución de una vanguardia.93 Los intelectuales disidentes no rompieron el
cordón umbilical que los ligaba con los partidos tradicionales. Luis Tejada o José Mar, por
ejemplo, aunque aparecen como intelectuales que se vincularon a las corrientes
socialistas, no pudieron desprenderse definitivamente de la visión liberal radical, como
tampoco lo hicieron las organizaciones que afirmaron ser socialistas o comunistas.
115 Algunos especialistas en ciencias naturales vivieron una situación particular. Las
inmensas necesidades que tenía el país a finales del siglo XIX llevaron a los gobernantes
de la Regeneración a estimular la actividad de algunos científicos, especialmente médicos,
a quienes incluso vincularon como funcionarios del Estado o les dieron apoyo para
realizar sus proyectos. Pero esto fue la excepción.94
116 Lo que hay que resaltar es que los intelectuales aparecen en la visión conservadora y
clerical de la cultura de finales del siglo XIX como los guardianes de la tradición, los
especialistas en preservar intactos los fundamentos de la nacionalidad, el hispanismo, y
como los conocedores de la verdadera esencia del mundo físico y social. Lo particular es
que estas funciones sólo se conciben como posibles si se parte del principio de que la
moral es la que debe guiar el pensamiento.
44

117 En este punto de partida coinciden pensadores e instituciones. Así, por ejemplo, en la
celebración del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Bogotá, el Concejo le
encargó a Nicolás Bayona Posada la elaboración de una selección de crónicas de la ciudad,
trabajo que finalmente se transformó en El alma de Bogotá. Lo particular de esta obra es
que una institución señala las funciones del cronista:
Donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado, pobre o rica, grande o
pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original ni una idea dominadora.
Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultur a intelectual. Un pueblo
viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer
en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil. 95
118 Monseñor Carrasquilla nos habla bien del sentido de guardar la tradición como fuente
constructora de patria:
La patria presente es cosa demasiado concreta y tangible para despertar los ideales
sublimes y llevar a los hombres al heroísmo y al sacrificio voluntarios [...]
Guardadas con amor las glorias de antaño, nos haremos respetar aún de las
naciones más avanzadas que la nuestra, y todo colombiano de verdad sabrá verter
su sangre cuando el deber y la patria se lo exijan.96
119 Estas funciones sólo serían alteradas a partir de los años sesenta, cuando los intelectuales
se propusieron cambiar el orden social existente.

La tradición de la pobreza97
120 Algunos de los hechos que más han empobrecido la reflexión de los intelectuales son la
fragilidad de la tradición académica y la superficialidad de la crítica, así como la idea de
que el pensamiento es una actividad que se realiza como uno de los tantos pasatiempos de
la gente adinerada. En el fondo, lo que subyace tras esto es una concepción muy reducida
de la “cultura”.
121 La fragilidad de la tradición se refiere a la supremacía del erudito sobre el pensador y del
elogio sobre la crítica, entendiendo esta última como un conocimiento que se opone al
conocimiento.98 No es un secreto que los intelectuales colombianos estaban enterados, en
algunas coyunturas, de los debates de su generación y que sabían de la existencia de los
autores nuevos o consagrados de diversos países. Asimismo, había escritores que gozaban
de reconocimiento internacional, como Baldomero Sanín Cano o Germán Arciniegas. No
obstante, es dificil encontrar que un grupo de intelectuales se haya constituido alrededor
de la adopción de una escuela de pensamiento. Por supuesto que en Colombia se conocía a
comienzos del siglo XX a Nietszche, e incluso un zapatero o un artesano podían tener el
Zaratustra, pero la reflexión sobre su pensamiento es otra cosa. 99 Lo mismo se podría decir
de Marx. Es innegable que para 1919 ya se había formado un partido socialista, que Luis
Tejada hacía parte del Grupo Comunista de Bogotá y que el partido comunista actuaba
desde 1930, pero una interpretación marxista es una cosa distinta.100
122 La revisión de algunas revistas culturales nos muestra que evidentemente hay circulación
de ideas y de autores, pero su apropiación es muy discutible. Lo mismo podemos decir de
la crítica. Ésta se concibe solamente como un mecanismo que permite la constitución y
consolidación de un grupo de elegidos y como la vía más expedita al elogio.
123 Para el análisis de los temas predominantes en la producción de los intelectuales, es
posible agrupar la crítica por géneros y por la recurrencia a ciertos temas. No
pretendemos hacer crítica literaria, ni una reseña de las novelas o los poemas más
45

importantes del periodo, simplemente queremos destacar las líneas de reflexión de


algunas revistas culturales durante la Hegemonía Conservadora.
124 Ya habíamos señalado, al comenzar el capítulo, que una de las características de la noción
conservadora y clerical del arte es que éste debía estar al servicio de la moral. No creemos
necesario dar nuevas opiniones sobre este punto, pero sí constatar la manera en que esta
matriz decimonónica se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. No resulta extraño que
sean los mismos temas y argumentos los que se abordan en los poemas o las novelas de
este periodo.
125 En las primeras décadas del siglo XX la poesía y la historia dominaban en los artículos de
las revistas que se autodefinían como culturales o literarias. Si tomamos como ejemplo la
revista Alpha, podemos encontrar que de los 440 artículos considerados, desde la edición
número uno —que apareció en 1906— a la número 58 —que se publicó en 1910—, 125
fueron, en realidad, poemas; de los 103 artículos de la Revista Contemporánea (entre enero
y septiembre de 1905), 32 fueron, efectivamente, poemas. Las temáticas centrales: el
amor, la mujer y la muerte. Del total de artículos de la revista Alpha, 36 correspondieron
al tema del amor y 127 a la mujer. Esto no tendría nada de particular si dejamos de
considerar que, en lo fundamental, estaban encaminados a dejar una moraleja, eran
creados desde una reflexión moral.
126 Lo que nos quieren decir estos datos es que durante la Hegemonía Conservadora existía
un modelo establecido de lo que era un intelectual: el poeta. Igualmente, se establecían
unos límites muy precisos para las posibilidades de un poema.101
127 Una de las características de los intelectuales colombianos, que también se repite en otros
países de la región, es la tendencia a constituirse en un cuerpo profesional, lo cual tiene
que ver con la elaboración de la ideología de los artistas y con la profesionalización del
intelectual, especialmente del escritor. No obstante, dada la particularidad cultural del
país, este proceso abarcará la mayor parte del siglo XX.
128 Podemos observar en las polémicas adelantadas por personajes como Luis Tejada,
Baldomero Sanín Cano y otros, un llamado a quienes disfrutan del privilegio de escribir y
pensar para que asuman sus responsabilidades en la sociedad. Sin embargo, este aparente
compromiso no pasa de ser una mera formalidad.
129 Asimismo, se consolidó una pequeña posibilidad de vivir de la escritura, aunque,
naturalmente, para aquellos que se pudieron vincular a los periódicos, tal como aconteció
con Luis Tejada. Esto es importante en la medida en que, en principio, podría ser una
condición para vivir del oficio de pensar y escribir.

Los intelectuales disidentes

130 La presencia de los intelectuales disidentes, en el caso colombiano, está ligada con lo que
Pierre Bourdieu ha denominado la constitución del campo intelectual; es decir, a la
construcción de la autonomía de la cultura con respecto a la política o de la autonomía de
los intelectuales. Esto se vive esencialmente como una doble diferenciación: con respecto
a la lógica del capital o a lo burgués, pero también como rechazo a lo popular. La
especificidad de los intelectuales se explica como la ca pacidad para cuestionar el Estado y
la política desde su condición de portadores de un saber.102
131 En Colombia, el surgimiento de la autonomía del campo cultural requirió de los
intelectuales el rechazo tanto al orden conservador clerical como al orden burgués en
46

proceso de constitución. Lo primero era una condición para el desarrollo de la libertad


necesaria del creador. Lo segundo hacía parte de una tendencia mundial, que ya se había
consolidado en Francia con los casos de Flaubert, Baudelaire y, por supuesto, Zola. Por
ello, quienes hacen la ruptura y propician la autonomía del campo cultural tienen una
tarea compleja. Éste fue un proceso lento, que sólo alcanzó su plena madurez en los años
sesenta del siglo XX.
132 Había dos caminos para ello. El camino de la creación, lo cual suponía enfrentar el modelo
establecido por la Regeneración, y al cual ya hicimos referencia, o el camino de la
disidencia política.
133 La disidencia estética pasaba, a su vez, por el rechazo a la moralidad católica y burguesa a
través de la vida bohemia, el desprecio a la jerarquía de los valores burgueses y la
adopción de ron estilo de vida que negara la doble moral, y, especialmente, pasaba por el
enfrentamiento, desde la vanguardia, a los modelos institucionalizados de lo bello, del
arte y de lo adecuado. A finales de siglo, dos escritores llaman la atención de los lectores
y, por supuesto, de las autoridades eclesiásticas y civiles: José Asunción Silva y José María
Vargas Vila.
134 Silva encarnó la imagen del intelectual que vive al margen de la moralidad establecida. En
primer lugar, no continuó el oficio de su padre, comerciante de artículos de lujo, sino que
se entregó, durante dos años, a la lectura y al ocio en París, disfrutando una vida de
grandes lujos. Cuando incursionó en el comercio fracasó rotundamente y culminó con una
enorme cantidad de ejecuciones judiciales en su contra. En segundo lugar, mantuvo con
su hermana una estrecha relación que dio lugar a todo tipo de especulaciones.
Finalmente, se suicidó en 1896. Su poesía chocaba con la modorra y la sensiblería de
quienes escribían “perfectos versos endecasílabos, con la rimas convencionales y los
acentos obligados”.
135 Vargas Vila empleó de manera abierta el panfleto para enfrentar la Hegemonía
Conservadora. Sus textos circularon de manera casi clandestina debido a la prohibición de
la Iglesia y al rechazo de algunos gobiernos del continente, aunque es innegable que fuera
del país encontró algún respaldo que lo llevó a desempeñar cargos diplomáticos.
136 El proceso de urbanización e industrialización del país, así como el crecimiento de la
cobertura educativa, el auge de los movimientos socialistas y comunistas a nivel
continental y la reconfiguración de los partidos gracias a la presencia de jóvenes
dirigentes que exigían un replanteamiento de las organizaciones, sumado a los esbozos de
autonomía por parte de ciertos intelectuales, posibilitaron la irrupción de un nuevo país
en los años veinte.
137 La materialización de esta dinámica se manifestó en la conformación de las primeras
organizaciones socialistas y los primeros núcleos comunistas. Los jóvenes que aparecían
como radicales se vincularon con relativa prontitud a estas nuevas ideas, aunque
evidentemente eran pocos los recursos ideológicos y materiales con los que contaban en
aquel entonces. Las noticias llegaban con cierto retraso y los textos no eran los más
adecuados. Adicionalmente, algunas ideas críticas se formulaban al interior de los
partidos. Rafael Uribe Uribe hablaba de un socialismo de Estado que, no obstante,
significaba más una intervención del Estado en la economía y en la
sociedad.Posteriormente, Jorge Eliécer Gaitán escribió su famosa tesis sobre el socialismo
en Colombia. De manera que en los primeros momentos la nueva carnada de políticos se
sintió cercana a esa generalidad llamada socialismo.
47

138 Algunos periodistas, como Luis Tejada y José Mar, también se acercaron al socialismo. El
primero de una manera más clara, mientras que el segundo se ocultaba tras un impreciso
liberalismo de izquierda.
139 Sería sólo con la presencia de Luis Vidales que efectivamente se produciría ese doble
movimiento de rechazo al orden social y político dominante y, a la vez, una ruptura de
orden estético. Esta dualidad es la que hace de Vidales uno de los artífices de la
constitución del campo cultural, porque quizás por primera vez se conjugaban de una
manera clara estas dos perspectivas. Suenan timbres encarna esta circunstancia. No
obstante, fue un caso aislado. La autonomía sólo se lograría en la década del sesenta.
140 El bipartidismo debió ser enfrentado por lo que genéricamente podemos denominar la
izquierda. En efecto, los artífices del socialismo y de la creación del partido comunista
tuvieron que hacer una reflexión sobre el sentido de la historia nacional y el carácter de
la revolución. Como en el realismo socialista, estos políticos intelectuales contribuyeron a
sacar del anonimato a los “sin historia”: el pueblo. Por ello, los primeros escritos
intentaron cumplir con este cometido. El caso más interesante, sin lugar a dudas, es el de
Ignacio Torres Giraldo y su serie de textos Los inconformes. Este trabajo expresa la vitalidad
de un intento por reflexionar en torno a las particularidades de la historia nacional
adoptando nueva metodologías, en este caso el marxismo.
141 No obstante, a pesar de la existencia de un partido comunista, el marxismo no despegó
del todo. Básicamente, lo que hacían nuestros hombres y mujeres de izquierda era leer los
textos clásicos del marxismo, cuando lo hacían, y responder de una manera muy empírica
a las exigencias del momento. El resto estaba dado por la experiencia de los partidos
hermanos de Europa y, fundamentalmente, por la herencia de los sectores críticos de los
partidos tradicionales. Por ello, las obras que intentaban analizar la sociedad colombiana
aplicando los presupuestos teóricos del marxismo sólo se escribieron un par de décadas
más.

NOTAS
1. Bauman llama la atención sobre la imposibilidad de emplear los conceptos de modernidad y
posmodernidad como equivalientes de oposiciones similares —industrial y posindustrial, por
ejemplo—, ni como etapas que sustituyen a otras. Véase Zygmunt Bauman, Legislators and
Interpreters. On Modernity, Pos-Modernity and Intellectuals, Nueva York, Cornell University Press,
1987, pp. 2 y ss.
2. María Tila Uribe, Los años escondidos. Sueños y rebeldías en la década del veinte, Bogotá, Cestra-
Cerec, 1994.
3. De manera temprana, José María Vargas Vila alertó a los colombianos sobre los peligros de la
presencia estadounidense en su texto Ante los bárbaros los Estados Unidos y la guerra, el yanqui; he ahí
el enemigo, Bogotá, Asociados, 1968.
4. Véase el texto completo de la encíclica en Asociación Católica de la Juventud Mexicana-Círculo
de Estudios, Encíclica Rerum Novarum. Con divisiones, notas marginales y breves comentarios, Tlalpam,
Imprenta del Asilo Patricio Sanz, 1924.
48

5. El protestantismo, en el caso colombiano, no fue un problema que generara tantas


preocupaciones como las que se pudieron tener en países como Puerto Rico. Por ello, el tema del
liberalismo fue, sin lugar a dudas, más importante; especialmente porque para esta época, dada la
existencia de varios gobiernos liberales en la región, se habló de una conspiración internacional.
No obstante, la Iglesia siguió algunas recomendaciones hechas por Roma o por el Concilio
Plenario Latinoamericano, que se efectuó a comienzos del siglo XX, y endureció las posiciones
contra los evangélicos, especialmente en aspectos ligados con el matrimonio, la formación
religiosa de los niños y la difusión de la Biblia o su interpretación a través de folletos o libros.
6. Véase el capitulo sobre el neocatolicismo en Paul Benichou, El tiempo de los profetas, México,
Fondo de Cultura Económica, 1990, capítulo 2-5.
7. Las posiciones de Miguel Antonio Caro o Rafael María Carrasquilla son representativas de esta
tendencia.
8. Pablo Ladrón de Guevara, Novelistas malos y buenos juzgados en orden de naciones, Bogotá,
Imprenta Eléctrica, 1910. (Reeditada por Editorial Planeta, 1998).
9. Ibíd., p. 26. (Se cita la edición de Editorial Planeta, 1998.)
10. Ibíd., pp. 30 y ss.
11. Ibíd., p. 139.
12. Paradójicamente, en México los intelectuales que lucharon contra el porfiriato se opusieron a
los “científicos” por considerarlos afrancesados. Véase Annick Lempériére, Intellectuels, Etat et
Société au Mexique. Les Cleros de la Nailon, París, Editiones L'Harmattan, 1992.
13. Véase por ejemplo el Syllabus.
14. Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, “La Argentina del centenario: campo intelectual, vida
literaria y temas ideológicos”, en Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Ensayos argentinos. De
Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 164 y ss.
15. Estos temas los estudiamos en la tesis doctoral de nuestra autoría: Familia y sociedad bajo el
cambio de soberanía, San Juan de Puerto Rico, 1898-1930. Espacios cotidianos de confrontación a la
dominación estadounidense, México, El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, México,
2002.
16. Sobre la influencia española en el pensamiento colombiano del siglo XIX, véase la obra clásica
de Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Editorial Temis, 1964.
17. Sobre el caso concreto de Unamuno, véase el artículo de Publio González Rodas, “Unamuno y
Colombia”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Salamanca, No. 577-578, julio-agpsto de 1998, pp. 263
y ss. Aunque hay que anotar que el autor resalta, muy ingenuamente, la idea de una supuesta
importancia intelectual de Colombia en América Latina, que no es más que la resurrección del
mito de la Atenas suramericana, error repetido por Raymond L. Williams en Postmodernidades
latinoamericanas. La novela postmoderna en Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, Bogotá,
Fundación Universidad Central, 1998. La influencia de Ortega y Gasset en Germán Arciniegas es
muy conocida.
18. Esta hipótesis es explicada por Andrés Holguín, “Literatura y pensamiento 1886-1930”, en
Nueva Historia de Colombia, vol. 1, VI, Bogotá, Editorial Planeta, 1989, pp. 9 y ss.
19. El Literario, No. 4, Bogotá, mayo 25 de 1916, pp. 57-60.
20. La mayor parte de las revistas culturales publicadas tenían, casi sin excepción, una sección de
historia, y una constante de esta sección era la historia colonial.
21. Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, t. I, Bogotá, Tercer Mundo Editores, s.f.,
capítulo 2, y Jaime Jaramillo Uribe, op. cit., capítulos 3 y 5.
22. Sobre el positivismo en México, véase Abelardo Villegas, Positivismo y porfirismo. Textos de
Gabino Barreda y otros, México, SEP, 1972 y El pensamiento mexicano en el siglo XX, México, Fondo de
Cultura Económica, 1993, capítulos 1 y 2.
23. Miguel Antonio Caro, “Religión y poesía”, en Obras completas, vol. VIII, Bogotá, Imprenta
Nacional, 1945, p. 307.
49

24. Pierre Bourdieu, Las reglas del arte, Barcelona, Anagrama, 1995.
25. Las referencias a estas prácticas son muy conocidas. Sólo queremos recordar la existencia de
un poema, La balada de la loca alegría, en el cual Porfirio Barba Jacob nos dice: “Mi vaso lleno —el
vino de Anáhuac/mi esfuerzo vano —estéril mi pasión—/ soy un perdido —soy un marihuano—/ a
beber —a danzar al son de mi canción...” Porfirio Barba Jacob, Poesía completa, México, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, 1998, p. 167. Sobre el caso de Luis Tejada, la morfina, la
suciedad y las tertulias en los cementerios, véase Gilberto Loaiza Cano, Luis Tejada y la lucha por
una nueva cultura, Bogotá, Colcultura, 1995, pp. 112-115.
26. Para las contradicciones en la consolidación de los nuevos saberes y la ingeniería en la
Colombia del siglo XIX, véase el estudio de Frank Safford, The Ideal of the Practical. Colombia's
Struggle to Form a Technical Elite, Austin, University of Texas Press, 1976.
27. Véase una síntesis de la evolución de la educación, en Jaime Jaramillo Uribe, “El proceso de la
educación, del virreinato a la época contemporánea”, en Manual de historia de Colombia, t. III,
Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1980, pp. 249 y ss; y una aproximación más crítica en
Renán Silva, “La educación en Colombia 1880-1930”, en Nueva Historia de Colombia, tomo IV,
Bogotá, Editorial Planeta, 1989. Sobre los primeros años de la Universidad Republicana, véase Julio
H. Palacios, Historia de mi vida, Bogotá, Editorial Incunables, 1984, pp. 14 y ss.
28. Tomamos la idea de invención de la tradición de Eric Hobsbawm y Terence Ranger (Ed.), The
Invention of Tradition, Londres, Cambridge University, 1983.
29. Hay que resaltar que la génesis del movimiento independentista en México estuvo
relacionado con la pregunta sobre el origen de la nación.
30. Antonio Caso, Discursos a la nación mexicana, México, Porrúa, 1922; Samuel Ramos, El perfil del
hombre y de la cultura en México, México, Imprenta Mundial, 1934 e Historia de la filosofía de México,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1943.
31. Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura, Económica, 1994. La visión de
Paz es rechazada por Manuel Acevedes quien, desde una perspectiva junguiana, critica sus
argumentos por considerar que brindan una imagen negativa del mexicano. Véase El mexicano
alquimia y mito de una raza, seguido de otros ensayos junguianos, México, J. Mortiz, 1991. Roger Bartra,
Oficio mexicano, México, Grijalbo, 1993 y La jaula de la melancolía, México, Grijalbo, 1987.
32. Sobre el nexo entre lo religioso y el nacionalismo en México, véase Solange Alberro, El águila y
la cruz. Orígenes religiosos de la conciencia criolla, México, siglos XVI-XVII, México, Fondo de Cultura
Económica, 1999; y David Brading, Orígenes del nacionalismo mexicano, México, Era, 1988 y Mito y
profecía en la historia de México, México, Vuelta, 1988.
33. Antonio Pedreira, Insularismo, ensayos de interpretación puertorriqueña, San Juan, Biblioteca de
Autores Puertorriqueños-Imprenta Venezuela, 1942.
34. En Indice, San Juan, 13 de julio de 1929, pp. 58-59.
35. Juan Gelpí, Literatura y paternalismo en Puerto Rico, San Juan, Universidad de Puerto Rico, 1994;
Juan Flores, Insularismo e ideología burguesa Nueva lectura de A. S. Pedreira, Río Piedras, Huracán,
1979.
36. Véase la presentación teórica de la función del mito de finalidad en la constitución del Estado
nacional en Jean Claude Dubois, “Qu'est-ce qu'une nation”, en L'Imaiganire de la Nation (1792-1992).
Aries du Colloque Europeen de Bordeaux, 1989, Bordeaux, Presses Universitaires de Bourdeaux, 1991.
Una reflexión desde esta hipótesis para el caso colombiano la hicimos en el artículo “Mitos
fundacionales, reforma política y nación en Colombia”, en Nómadas, Revista del Departamento de
Investigaciones de la Universidad Central, No. 8, Bogotá, marzo de 1998, pp. 11-18.
37. Ricardo Pérez Montfort nos recuerda que el charro mexicano y la china poblana, arquetipos
nacionales mexicanos, son sólo formas regionales que no agotan lo nacional. Estampas del
nacionalismo popular mexicano. Ensayos sobre cultura popular y nacionalismo, México, Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1994.
50

38. La relación entre la modernización de la ciudad y la consolidación de la representación es


explicada por Amada Carolina Pérez en su tesis La invención del “cachaco” bogotano: crónica urbana,
modernización y ciudad en Bogotá durante el cuarto centenario de fundación, 1938, Tesis, Departamento
de Historia, Universidad Javeriana, Bogotá, 2000, p. 5.
39. La hipótesis de que el “cachaco” bogotano se constituye en arquetipo nacional la expusimos
en el libro Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá, 1880-1930, Bogotá, Ariel-Universidad Central,
1997.
40. Sobre el caso del Brasil, véase Daniel Pecaut, Entre le Peuple et la Nation. Les Intellectuels et la
Politique, París, Editiones de la Maison des Sciences de l'Homme, 1989.
41. Sergio Miceli, Intelectuais e Classe Dirigente no Brasil (1920-1945), Sao Paulo, DIFEL, 1979.
42. Amada Carolina Pérez, op. cit., pp. 81 y 98.
43. Isaías Peña, Manual de la literatura latinoamericana, Bogotá, Educar, 1990, p. 93, citado por
Amada Carolina Pérez, p. 72
44. Marta Pena de Matsushita, El romanticismo político hispanoamericano, Buenos Aires, Academia
Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Editorial Docencia, 1985, capítulo II.
45. Bourdieu señala que el artista tiene una representación ambivalente del gran público, pues
rechaza tanto a la burguesía como al pueblo. Pierre Bourdieu, La reglas del arte, op. cit., p. 94.
46. Bourdieu resalta el periodismo como un oficio de la república burguesa. Ibíd., pp. 88 y 89.
Recordemos que en nuestro medio Baldomero Sanín Cano consideraba que el periódico era vital,
más que los libros, en la difusión del pensamiento universal y en la creación de imágenes en el
pueblo. Véase Le Rôle Intellectuel de la Presse, París, International Institute of Intellectual Co-
operation, 1938.
47. Sobre la evolución de la representación de lo popular, véase Geneviéve Bolleme, El pueblo por
escrito, México, CNCA, 1990.
48. Amada Carolina Pérez, op. cit., p. 91.
49. Véanse las referencias a la pasión, nuevamente, en el discurso político en Darío Acevedo, La
mentalidad de las élites sobre la violencia en Colombia, 1936-1949, Bogotá, Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales y El Ancora Editores, 1995.
50. “Impresiones íntimas”, en Luis López de Mesa, Obras selectas, Bogotá, Cámara de
Representantes-Editorial Bedout, 1981, p. 5.
51. “Educación del hijo del obrero”, en ibíd., pp. 27 y ss.
52. Es nuestra hipótesis básica del trabajo Modernidad y cultura política, Bogotá, Universidad
Central, 1998, sin publicar.
53. Carmen Bernand y Serge Gruzinski, De l'idolatrie. Une Archéologie des Sciences Religieuses, París,
Seúl, 1988, pp. 29 y 30.
54. Raimundo Rivas, “Violaciones del derecho de propiedad por el Estado”, en La Revista, No. 1,
Bogotá, julio 5 de 1909, pp. 18-28.
55. “Estudiémonos”, en La Revista, No. 2, Bogotá, agosto 1 de 1909, pp. 47-58. Hay que resaltar que
esta publicación fue dirigida por Tomás Rueda Vargas y Eduardo Santos.
56. “Estudiémonos. Desigualdades”, en La Revista, No. 3, Bogotá, agosto 20 de 1909, pp. 70-79.
57. Laureano Gómez, Interrogantes sobre el progreso de Colombia: conferencias dictadas en el Teatro
Municipal de Bogotá, Bogotá, Editorial Revista Colombiana, 1929.
58. Perry Anderson explica cómo el concepto de posmodernidad, contrario a lo que se piensa, se
originó en América Latina a comienzos del siglo XX, y sólo hasta mediados de siglo empezó a
circular, marginalmente, en Estados Unidos y Europa, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona,
Anagrama, 2000.
59. José Donoso, Historia personal del “boom”, Santiago de Chile, Alfaguara, 1998.
60. De Miguel Antonio Caro se dice que nunca salió de la sabana de Bogotá, pero no se puede
argumentar que fuese un pensador ajeno a los debates de su época.
51

61. Véase a manera de ejemplo la referencia a los textos que le llegaban de Europa a la familia de
Luis Tejada, Gilberto Loaiza Cano, op. cit., pp. 30-32.
62. Sobre la traducción de poemas de Silva al inglés y su publicación en Inglaterra, véase el
articulo “Plumadas”, en La Revista, No. 3, Bogotá, agosto 20 de 1909, pp. 85-89.
63. “Algunas palabras”, en Santafé y Bogotá, No. 3, Bogotá, marzo de 1923, pp. 165 y ss.
64. Asumimos plenamente el uso de la noción de ideología. Contrario a quienes ingenuamente
consideran que llegamos al fin de la ideología o que este concepto está superado, retomamos los
aportes de Geertz sobre el concepto, así como las polémicas sobre la tradición y renovación del
marxismo. Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1992.
65. Las sociedades católicas de finales de siglo, a diferencia de las que les antecedieron, se
caracterizaron por tener una visión más amplia de sus posibilidades políticas, poseer
reglamentos internos que aseguraban el control de la Iglesia, establecer una normatización más
rígida de la moralidad, intervenir decididamente en contra de lo que consideraban inmoral o
erróneo y tener una perspectiva nacional al crear organismos centralizados para todo el país.
66. Fueron presidentes del Apostolado colombiano José Caicedo Rojas, Vicente Restrepo e Ignacio
Gutiérrez. Los dos primeros fueron ministros. Véase el articulo “El Dr. D. José Caicedo Rojas”, en El
Mensajero del Sagrado Corazón, Bogotá, 1894, p. 128.
67. En el artículo: “Asociación Central de Padres de Familia Contra la Inmoralidad”, se presentó
un resumen apologético de los trabajos realizados en España durante el primer trimestre de 1893;
en Colombia Cristiana, No. 25, Bogotá, 12 de julio de 1893, p. 187. Un ejemplo para el caso
mexicano, en El Mensajero del Corazón de Jesús, México, octubre de 1891, pp. 334-338. Es necesario
resaltar el hecho de que los primeros reglamentos y estatutos del Apostolado y de las celadoras y
celadores de la Asociación provenían de España.
68. “Propaganda católica”, en Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús, No. 62, Boletín mensual de la
Guardia de Honor al Sagrado Corazón, dedicado a los socios de Perú y Bolivia, Arequipa,
Tipografía de Propaganda Católica, año VI, febrero de 1887, p. 19.
69. Sobre la prensa católica de finales de siglo, véase Manuel Ceballos, op. cit, p. 272; Alicia
Villaneda “Periodismo confesional: prensa católica y prensa protestante, 1870-1900”, en Alvaro
Matute, Evelia Trejo, y Brian Connaughton, (coordinadores), Estado, Iglesia y sociedad en México.
Siglo XIX, México, Miguel Angel Porrúa-UNAM, 1995, pp. 325-366.
70. Manuel Ceballos, op. cit., p. 197, y Reglamento de los celadores y celadoras del Corazón de Jesús y del
apostolado y de los consejos de unos y otras, México, Tipografía la Europea, 1900, p. 17.
71. Pastoral y decretos sobre la consagración de la arquidiócesis de Santafé de Bogotá al Sagrado Corazón
de Jesús, 16 de mayo de 1874, s.p.i.
72. En Michoacán existían 174 sociedades, en Ciudad de México 195 y en Guadalajara 102. El
Mensajero del Corazón de Jesús, México, agosto de 1891, pp. 120-128.
73. Ibíd, México, p. 244. El Reglamento del Apostolado recomendaba combatir el lujo.
74. El Mensajero del Corazón de Jesús, México, febrero de 1900, p. 81.
75. El Mensajero del Corazón de Jesús, México, enero-marzo de 1907, pp. 13-16, 82-86 y 139-142.
76. El Mensajero del Corazón de Jesús, México, abril de 1907, pp. 193-202.
77. Hay que resaltar que en el momento en que Pellicer se encuentra en Bogotá, el poeta José
Juan Tablada cumplía actividades diplomáticas en la delegación mexicana en Bogotá.
78. Sobre la relación de Pellicer con Bogotá, su medio intelectual y la cultura local, véase la
correspondencia con su familia y amigos recopilada en el texto de Carlos Pellicer, Correo familiar,
1918-1920, México, La Serpiente Emplumada-Factoría Ediciones, 1998. La revista Universidad en su
primer número llamó la atención sobre el bajo nivel educativo. Según los datos de admisión a la
facultad de medicina, de los 48 estudiantes que se presentaron a exámenes silo veintitrés los
aprobaron. En general, afirmaba la revista, de los 150 bachilleres o más que se podían matricular
sólo veinte lo habían hecho.
79. Véase el discurso en La Voz de la Juventud, Bogotá, 29 de marzo de 1919, pp. 1 y 2.
52

80. Juan Lozano y Lozano, “Carlos Pellicer y Cámara”, en Revista Azul, Bogotá, No. 5, octubre 26 de
1919, pp. 84 y 85. La reuniones son tan frecuentes que el poeta se refiere a su cuarto, en carta a
Gorostiza, como la verdadera “Legación de México”.
81. Véase, entre otros, “El homenaje al libertador”, en El Espectador, Bogotá, 18 de diciembre de
1919 y “Banquete”, en El Espectador, Bogotá, 28 de febrero de 1920.
82. Sabemos que existió comunicación entre Pellicer, Reyes y Arciniegas, y que el poeta Germán
Pardo García fue reconocido en México; además, la biblioteca de Pellicer contiene un buen
número de los textos que publicaban los colombianos. Sobre la correspondencia de Arciniegas,
véase Algo de la experiencia americana. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas,
México, El Colegio de México, 1998.
83. En pintura, la influencia de los muralistas fue muy importante, especialmente en el grupo
Bachue. No obstante, sobre la valoración de la calidad de esta generación existe una polémica
importante en la historia del arte colombiano. Véase una visión crítica en Martha Traba, Historia
abierta del arte colombiano, Cali, Secretaria de Educación Departamental del Valle del Cauca, 1974.
84. “A la juventud hispanoamericana”, en Universidad, No. l, año 1, Bogotá, febrero de 1921, pp. 3
y 4.
85. “A la juventud hispanoamericana”, en Universidad, No.l, año 1, Bogotá, febrero de 1921, p. 5.
86. Aparecen firmando los documentos Carlos Lleras Restrepo, Diego Luis Córdoba y José
Francisco Socarrás, Universidad, No. 116, Bogotá, enero de 1929.
87. La obra de José Vasconcelos fue muy importante en su época y hoy es uno de los textos
clásicos del pensamiento latinoamericano: La raza cómica, misión de la raza iberoamericana, México,
Aguilar, 1976.
88. “La poesía y la historia”, en Carlos Arturo Torres, Discursos, Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana-Ministerio de Educación Nacional-Editorial Centro, Bogotá, 1946, pp. 32 y ss.
89. Abelardo Villegas resalta en la constitución del Ateneo de la Juventud una fuerte referencia a
Kant, El pensamiento mexicano en el siglo XX, op. cit.
90. Ibíd.; Innes John Schwald, Revolution and Renaissance in Mexico. El Ateneo de la Juventud, Austin,
University of Texas, 1970, y José Rojas Garcidueñas, El Ateneo de la Juventud y la Revolución, México,
Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1979.
91. En el anexo final presentamos una tabla en la cual se resalta el tipo de vinculación de algunos
intelectuales con el Estado.
92. Baldomero Sanín Cano, La administración Reyes (1904-1909), Lausana, Imprenta de Jorge Bridel,
1909.
93. Sobre el grupo, véase Gilberto Loaiza Cano, op. cit., capítulo 7, pp. 133 y ss.
94. Véase el caso especial de los médicos en Diana Obregón, “El sentimiento de la nación en la
literatura médica y naturalista de finales del siglo XIX en Colombia”, en Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura, Nos. 16-17, Bogotá, 1988-1989, pp. 141 y ss.
95. Nicolás Bayona, El alma de Bogotá, Bogotá, Imprenta Municipal, 1938, portadilla.
96. Rafael María Carrasquilla, op. cit., p. 472. Citado por Amada Carolina Pérez, p. 65.
97. Tomamos prestado el título y la hipótesis central del libro de Juan Gustavo Cobo Borda, La
tradición de la pobreza, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980. Sin embargo, hay que enfatizar que
Cobo Borda es incapaz de hacer un balance crítico de los intelectuales colombianos y sus textos
son una apología desmedida donde no hay lugar a la duda o la crítica. Véase a manera de ejemplo
su texto “Germán Arciniegas (1900)”, en Juan Gustavo Cobo Borda, Silva, Arciniegas, Mutis y García
Márquez, Bogotá, Biblioteca Familiar-Presidencia de la República-Imprenta Nacional, 1997, pp. 129
y ss.
98. Es muy iluminador el cuento de Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”, en el que el autor
argentino se pregunta si alguien que tiene la capacidad de recordar absolutamente todo puede
pensar. Jorge Luis Borges, Obras completas, tomo I, Barcelona, Emecé Editores, 1996, pp. 485 y ss.
53

99. En 1918 ya se hacía referencia en la revista Voces a la influencia de Nietzsche en los


intelectuales antioqueños.
100. En torno a Luis Tejada, véase Gilberto Loaiza Cano, op. cit., capítulo 9, pp. 167 y ss. Sobre las
actividades de los primeros socialistas y comunistas, véase María Tila Uribe, op. cit.
101. Véase un balance crítico de las limitaciones de este tipo de intelectuales y de su producción
en Rafael Gutiérrez Girardot, “La literatura colombiana en el siglo XX”, en Manual de Historia de
Colombia, t. III, Bogotá, ProculturaColcultura, 1984.
102. Pierre Bourdieu, Las reglas del arte, op. cit.
54

II. Los intelectuales bajo la república


liberal

1 La República Liberal aparece como el fin de la Hegemonía Conservadora. No obstante, ni


en política ni en materia cultural existe tal correspondencia. No hay una ruptura total del
modelo cultural conservador con el ascenso de Enrique Olaya Herrera al poder, tampoco
con la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo. Es evidente que hay una serie de
cambios, especialmente durante la primera administración López, que alteraron la
manera como los intelectuales asumían el país: se modificaron las condiciones de la
producción cultural y material y la redistribución de las fuerzas políticas, pero se
mantuvieron bajo la tutela bipartidista; así, el nivel de crítica al orden social era
fragmentario y muchos intelectuales siguieron repitiendo los presupuestos culturales de
la Regeneración.
2 Indudablemente, hubo cambios que correspondieron a dinámicas de modernización que
tuvieron un impacto más profundo en la transformación de los intelectuales. El país, por
ejemplo, había consolidado sus procesos de urbanización e industrialización, la clase
obrera crecía y avanzaba en su organización política y gremial y los adelantos técnicos en
las telecomunicaciones permitían una reducción del tamaño del planeta, es decir, mayor
cercanía a los sucesos internacionales.
3 Asimismo, los acontecimientos internacionales fueron asumidos como propios. La Guerra
Civil española, el ascenso del fascismo y la segunda guerra mundial exigieron altas cuotas
de compromiso por parte de los intelectuales, especialmente porque en Europa los más
destacados escritores asumían partido. Por ello, fue inevitable que se presentaran
rupturas en la actitud de los intelectuales con respecto a la política; el hispanismo, por
ejemplo, cambió de sentido.
4 Recordemos que América Latina ya había vivido un periodo de hispanismo en las
primeras décadas del siglo XX. Su origen era diverso, pues surgió o bien en las posiciones
más conservadoras y retardatarias en los respectivos países —el partido conservador y la
Iglesia en nuestro caso—, o en menor grado, en sectores de vanguardia que intentaron
oponer la existencia de una tradición, el vinculo histórico con España, a la presencia de
una nueva potencia invasora: Estados Unidos.
55

5 En los años treinta, las circunstancias cambiaron para el hispanismo. El ascenso del
fascismo en Europa sirvió de base para el retorno de Franco a España y el inicio de la
Guerra Civil. La resistencia española congregó no solamente a los demócratas del mundo,
sino a los intelectuales de diversos países que además de expresar su solidaridad con la
causa de los republicanos llegaron incluso a tomar las armas pitra detener la barbarie de
la falange. Tales hechos estimularon la formación de dos corrientes políticas culturales en
América Latina: una que se identificó con la causa de la república y otra con la de la
falange.
6 En el terreno político, los movimientos comunistas y los sectores “democráticos” del
liberalismo se inclinaron por los republicanos. La Internacional Comunista, hay que
recordarlo, ordenó a los partidos miembros iniciar, ante el avance del fascismo, la política
de los Frentes Populares y el respaldo a los gobiernos que de una u otra manera cabían
dentro del concepto de “avanzados”. En Colombia, como en México, los comunistas
apoyaron a los gobiernos que en ese momento iniciaban una serie de reformas populistas
y nacionalistas.1 Lázaro Cárdenas y López Pumarejo lograron el respaldo de estas organi
zaciones, aunque la alianza que se dio en Colombia fue muy frágil y la experiencia no
logró sobrevivir por mucho tiempo.2
7 Por último, habría que señalar que existió una fuerza que limitó y debilitó las dinámicas
que conducían a un mayor protagonismo social de los intelectuales: La Violencia. En
efecto, la radicalización de los enfrentamientos entre liberales y conservadores demandó
la atención de las fuerzas sociales y adormeció a los intelectuales. Ello explica, en parte, la
marginalidad, en relación con otros países de la región, con la cual se asumieron los
conflictos internacionales. El apoyo dado por el presidente Lázaro Cárdenas a los
republicanos españoles, por ejemplo, no tuvo punto de comparación con la actitud
asumida por los gobiernos liberales, especialmente durante la primera administración
López Pumarejo. Por supuesto que existía una enorme distancia entre los dos países,
¿pero acaso no estábamos en la Revolución en Marcha? ¿Acaso los liberales no habían
expuesto sus simpatías por el proceso mexicano y los republicanos españoles?
8 El fenómeno del exilio español transformó a los intelectuales y marcó profundamente la
cultura de algunas naciones, especialmente en México y en algunos países del Caribe,
debido a la acogida de los republicanos españoles por parte de gobiernos y a la migración
forzada de importantes escritores, artistas, editores, etcétera; por ello España aparece
como un punto de referencia obligada en la vida cultural. En el caso mexicano, el impacto
fue muy grande y se manifestó en el arte, la literatura y la investigación científica en
diferentes ramas del saber.3 En Colombia, el arribo de extranjeros fue muchísimo menor,
pero igualmente dejó una importante huella en la cultura.
9 Otro elemento que explica el sentido de los cambios bajo la República Liberal fue el
dominio del escenario político por parte de una nueva generación que en los años veinte
había enfrentado a sus partidos de origen. López Pumarejo y Gaitán en el liberalismo, y
Laureano Gómez en el conservatismo. Asimismo, actuaron en esta coyuntura algunos
políticos que se proclamaban socialistas o de izquierda liberal y que incluso participaron
en su momento en las organizaciones socialistas, entre ellos José Mar, Gerardo Molina,
Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán, etcétera. Es decir, hubo intentos de lectura de la
realidad nacional desde un tipo particular de socialismo, como en Gaitán, o desde la
articulación del destino de la patria a la suerte de los falangistas españoles, como en
Gómez; tendencias que expresan la nueva realidad política y, por supuesto, la situación de
los intelectuales.
56

10 Asimismo, se produjeron cambios políticos en el ámbito continental que expresaban el


ascenso del populismo y del nacionalismo —en México, Lázaro Cárdenas; en Perú, Víctor
Raúl Haya de la Torre; en Brasil, Getulio Vargas; en Puerto Rico, Pedro Albizu Campos,
etcétera—, tales movimientos exigieron de los intelectuales proyectos políticos, creación
de referentes simbólicos y un mayor compromiso político con los partidos y el Estado.
11 Se produjo, igualmente, la emergencia de movimientos de masas, de movimientos
populares, como el zapatismo; la conformación del APRA y de los partidos comunistas y
de movimientos sindicales, tras los cuales surgieron y se consolidaron nuevas propuestas
estéticas y políticas.4
12 Finalmente, un proceso estrictamente local alteró la presencia de los intelectuales y la
relación de estos con el Estado: el inicio de La Violencia. Como se sabe, La Violencia no
comenzó en Colombia con el asesinato de Gaitán; por el contrario, ésta se venía gestando
desde la década anterior en ciudades y campos. Los periódicos denunciaban
permanentemente las masacres cometidas por liberales o conservadores. Es decir, la
confrontación era un proceso que ya germinaba, ¿pero podían los intelectuales
anticiparlo?
13 Uno de los actores que se resistió al cambio fue la Iglesia, que, como lo vimos en el
anterior capítulo, fue la base para la construcción de un régimen productor de verdad.
Durante los años treinta, la Iglesia mantuvo un férreo rechazo al liberalismo, al que siguió
considerando un pecado, y se opuso a las manifestaciones estéticas de quienes innovaban
en el arte y el pensamiento y a las reformas impulsadas en 1936.
14 En este periodo, los intelectuales viven la relación con el Estado mediados por su
inclinación hacia el partido liberal y el apoyo al proyecto político de la Revolución en
Marcha. La ruptura, entonces, es parcial con respecto a lo acontecido con la Hegemonía
Conservadora. Las diferencias hay que buscarlas en torno al tipo de intelectual
predominante, los métodos que se utilizaron y los recursos con los cuales el intelectual
pudo contar. El intelectual que predominaba era, tal como lo señala Gonzalo Sánchez, el
maestro.5
15 Un hecho evidente es que la oposición de la Iglesia dio mayores posibilidades al
intelectual liberal, pues se le facilitó adoptar propuestas críticas de reforma a la
educación y contar con medios que tenían el apoyo del Estado, como la Revista de Indias.
16 Una característica del periodo fue la irrupción del pueblo en el escenario político. No se
trata de una novedad, pero sí de una circunstancia que modifica el universo de las
representaciones sobre la nación y la nacionalidad.
17 En este capítulo estudiaremos las alteraciones en la representación de lo popular, los
cambios en la manera en que se establece el vínculo entre lo local y lo universal y, por
último, las especificidades de los intelectuales bajo la República Liberal.

EL IMAGINARIO DE LA NACIÓN
18 En varios países del continente los gobiernos recurrieron a la movilización de los
intelectuales, buscando la reconstitución simbólica de la nación. En México, por ejemplo,
fueron llamados para hacer parte de la institucionalización de la revolución. La relación,
por supuesto, fue compleja, pues algunos se plegaron a las necesidades del Estado y otros
prefirieron mantener una independencia relativa.6
57

19 En Brasil, el ascenso de Getulio Vargas significó la puesta en marcha de un proceso de


reconstitución simbólica de la nación, que se materializó en la definición de nuevas
temáticas, la fundación de instituciones y una injerencia del Estado, con el argumento de
que se trataba de una de sus tareas fundamentales, en la orientación de la cultura
nacional.7
20 En Colombia, la tendencia fue un poco distinta debido a la creciente ola de
enfrentamientos violentos entre los militantes del partido liberal y el conservador, y a
que el primero, especialmente sus facciones lopistas y gaitanistas, habían recurrido a la
estrategia de la movilización popular para adelantar su reforma política o para acceder al
poder. Lo particular de este periodo no fue la labor de reconfiguración simbólica de la
nación, que era lo que se esperaba de una “república liberal”, sino la movilización del
pueblo para el combate en torno a un tímido proyecto de reforma. La contradicción es,
pues, palpable: movilizar al pueblo dentro de la perspectiva del miedo a su fuerza y a su
autonomía. El pueblo será un sujeto central, a partir de finales de los años veinte, en la
imaginación de la nación.8
21 Existe en este periodo un proceso de constitución de la clase media, de crecimiento de los
sectores urbanos letrados, que tiene una enorme incidencia en la reconfiguración de los
intelectuales. En efecto, las nuevas carreras profesionales, el acceso de la mujer a los
niveles superiores de la educación, la mayor presencia de los hoy denominados medios
masivos de comunicación, la consolidación de los grandes rotativos y algunas revistas en
breves años y la reducción de la tasa de analfabetismo, marcaron un cambio drástico en el
“consumo” y la producción de la cultura.
22 La década de los treinta se caracterizó por una invocación a la movilización popular y por
una reapropiación por parte del partido liberal del universo político y social. El
gaitanismo, la fundación del partido comunista y el estímulo a la organización sindical
por parte del lopismo, son sólo algunos de los hechos que manifiestan el auge de la
movilización popular. Lo especial es que ésta se dio con un nuevo lenguaje y con nuevos
referentes simbólicos: no se trató del simple llamado al pueblo. En el lopismo se expresó
en la organización del movimiento sindical y como un medio para garantizar la defensa
de la Revolución en Marcha.
23 La historiografía liberal concede una enorme importancia a la movilización popular
durante la Revolución en Marcha. Argumenta que éste fue uno de los aspectos más
revolucionarios del gobierno de López Pumarejo. Se dice, por ejemplo, que por primera
vez el pueblo irrumpió multitudinariamente en el escenario político colombiano. 9
Adicionalmente, se sostiene que el proyecto de López Pumarejo fue antioligárquico, pues
el presidente insistió en varias ocasiones en tal propósito.10 Los instrumentos diseñados
para incorporar al pueblo en la política fueron las manifestaciones populares, la reforma
de la ley electoral y la organización del movimiento sindical.
24 Sobre las manifestaciones de masas Alvaro Tirado Mejía señalará: “E1 régimen liberal
(1930-1946) conoció las más grandes movilizaciones de masas de la historia de Colombia”.
11
Nos parece que Tirado Mejía se equivoca, en primer lugar, al no diferenciar las
facciones liberales. Una cosa fue la movilización asumida por el gaitanismo y otra las
acciones del lopismo o del santismo. En segundo lugar, es necesario recordar que existió
una diferencia muy grande en la actitud de los presidentes liberales López y Santos con
respecto al movimiento sindical; pues mientras el primero se apoyó en él, Santos lo
enfrentó duramente.
58

25 En tercer lugar, Tirado Mejía introduce un mito político liberal: los conservadores no
movilizaron a la población. Esto, por supuesto, carece de sentido, pues este partido no fue
ajeno a la organización de la población. De hecho, ellos fueron quienes primero
intentaron organizar a los trabajadores a la luz del Rerum Novarum, y, posteriormente,
crearon su propia central sindical, la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC). Este
mismo mito deriva, por asociación, a la idea de que los gobiernos anteriores estuvieron en
contra del pueblo, lo cual es tan cierto como que los liberales también gobernaron en su
contra. En el fondo, lo que se establece es una falsa polaridad: conservadores
reaccionarios versus liberales revolucionarios.
26 Finalmente, hay que considerar que la movilización popular no es suficiente en sí misma
para explicar el carácter revolucionario de un acontecimiento. Por la misma época, varios
movimientos populistas —Pedro Albizu Campos en Puerto Rico y Gaitán en Colombia—
lograron obtener el respaldo de importantes masas urbanas pobres empleando consignas
nacionalistas y estableciendo formas organizativas novedosas, que algunos historiadores
catalogan como fascistas por sus simpatías con la disciplina, los desfiles y los uniformes.
De igual manera, los estudiosos del populismo han señalado que este tipo de movimientos
no necesariamente significan una reivindicación de los intereses populares.
27 En los años treinta, en los discursos de aceptación de su candidatura, Alfonso López
Pumarejo expresó las líneas esenciales de la idea de los dirigentes reformistas en torno a
la democracia colombiana. Anotaba en 1933 que el principal problema de la democracia se
originaba en una falla fundamental en las relaciones entre las clases dirigentes y las
masas populares: la constitución de oligarquías y gobiernos de castas. 12 De manera
enfática, López Pumarejo, fundando un nuevo discurso de legitimación y retomando los
sucesos recientes de exclusión conservadora, cuestionó la actitud de las clases dirigentes
que se creían superiores a lo que en realidad demostraban, y elaboró una imagen idílica
del pueblo: “pueblo dócil y firme, leal y altivo, al que se le ha prohibido hasta ahora el
ejercicio de una varonil y nobilísima inclinación de su ánimo: la política”. 13
28 En el otro lado del liberalismo, Jorge Eliécer Gaitán14 señaló en 1933, en el manifiesto del
unitarismo:
Quizá en un país como el nuestro, cuya mayoría de habitantes da un índice bajo
cero en el termómetro de la conciencia y de la cultura, no sólo no hay sino que tal
vez no pueda haber gobierno del pueblo. Puede haber un gobierno “para” el pueblo,
que es distinto.
29 El discurso liberal institucionalizó la idea de un pueblo al que una oligarquía, la cual
supuestamente el partido no expresaba, marginaba de las grandes decisiones. 15 El
liberalismo aparece externo al sistema político, en la oposición, y su examen se hace
desde su negación. La efectividad de este discurso es evidente, pues otros sectores han
empleado sus argumentos (la izquierda armada, los intelectuales) y es reiterativa su
utilización por parte del ejecutivo, especialmente en las administraciones liberales.
30 El decirle al pueblo que hace parte de los excluidos es seguido por un llamado a la
movilización. López Pumarejo argumentó que el pueblo no podía seguir siendo
marginado, ni tampoco un simple observador de lo que hacía el gobierno. Hay que crear,
decía, un gobierno de opinión que vaya más allá de la simple consulta. 16
31 El liberalismo de comienzos de siglo, especialmente el de Gaitán y López Pumarejo, tiene
el mérito de construir un sólido discurso del excluido político, que con el paso del tiempo
ha identificado a la casi totalidad de los sectores del bipartidismo o, incluso, a
agrupaciones de la oposición. Todos coinciden en afirmar que nuestro sistema político es
59

excluyente. Lo paradójico es que desde allí se justifican las candidaturas a elecciones


presidenciales o la insurrección política.17
32 Además de reconocer la exclusión y hacer un llamado a la movilización de los sectores
populares, el discurso liberal reformador propuso la necesidad de someter la acción
política a la existencia de una ideología o un propósito, es decir, a un programa. López
Pumarejo sostuvo: “En Colombia donde todos solían hablar de política sin preocuparse en
realidad por las ideas políticas, comienza a dibujarse tona conciencia vigilante de los
problemas que afectan su proceso histórico y su destino de nación”.18 La idea de fundar la
acción política en un programa es considerada la evidencia de la modernización de los
partidos y ha sido retomada en diversos momentos.19
33 El hecho más destacado del discurso político, debido a la necesidad de reestructurar el
régimen electoral, fue el paso dado por Alfonso López Pumarejo al sustituir el concepto de
pueblo por el de ciudadanía.20 Esta postura no implicó el inicio de cambios sustanciales en
el orden político. Ni la reiterada denuncia lopista de la inexistencia de libertades y
derechos para el pueblo ni las reformas que impulsó, fueron seguidas por cambios
significativos en las prácticas de los partidos.
34 Por su parte, Laureano Gómez identificó el destino de la nación con el del partido
conservador. Gómez sostuvo hacia 1939 que los intereses de su partido no pugnaban con
los del país. El conservatismo es “la mejor manera de servirle a la totalidad de la nadón”. 21
Correspondía al Estado procurar a los dudadanos la satisfacdón de sus necesidades para
que desarrollen su personalidad, propendan a la defensa contra el mal y la violencia y
garanticen una pronta e ilustrada justicia.22
35 En la argumentadón de Laureano se destaca la estrecha vinculadón entre una noción
restrictiva de ciudadanía, tal como fue diseñada durante la Regeneradón, y la
supervivencia de la nadón debido a la acdón de un partido, el conservador. El sentido del
nexo es claro: legitimar las restricdones del sistema político.
36 En esta formulación no se reconoce la existencia del disidente, liberal o comunista, así el
mismo Laureano hubiese dicho en 1935, en el marco de la retaliación liberal:
[...] necesitamos libertad para exponer nuestras ideas. Exigimos que ningún
colombiano, sea comunista o socialista, libe ral o conservador, pueda ser molestado
en su persona o familia, ni detenido, ni su domicilio registrado sino con arreglo a la
ley.23
37 La discusión programática sobre las libertades políticas fue puesta en segundo lugar de
importancia debido a la gravedad de los sucesos: plantear polémicas intelectuales era
incitar a la violencia. Los intelectuales leyeron los cambios políticos desde una
articulación de las tendencias continentales (el indigenismo, la novela social) con su
propia perspectiva (la subjetividad, el conflicto interpartidario y la manera de leer la
tradición), y es por ello que vemos que en la novela y el ensayo, en general en la
literatura, emergió una tendencia a resaltar a los olvidados y a destacar las miserias del
orden político y social colombiano. Es por ello que tanto coinciden los trabajos de Germán
Arciniegas, El estudiante de la mesa redonda (1932) y Los comuneros (1938), con el de César
Uribe Piedrahita, Toá (1933).24
60

PROVINCIANOS Y UNIVERSALES
38 El crecimiento de los sectores medios, el fortalecimiento de los procesos de urbanización
y la ampliación de la cobertura educativa permitieron que en diferentes ciudades del país
los intelectuales pudieran buscar sus propios medios de expresión. Desde comienzos del
siglo XX las ciudades puerto habían permitido la circulación de noticias sobre la
Revolución Rusa o sobre las diferentes conmociones sociales del continente, y por ello
muchas de las nuevas ideas entraban al país precisamente por lo que en el interior se
consideraba la provincia. Durante los años treinta el país vivió un periodo de explosión de
publicaciones culturales en las diferentes ciudades, hecho que se explica por la
consolidación de la urbanización y la industrialización, la migración interna, el
crecimiento de la cobertura educativa y el dinamismo de los medios de comunicación.
39 Uno de los rasgos característicos de este fortalecimiento de los intelectuales en la
provincia fue que asumieron su existencia como un cuestionamiento al poder y la
hegemonía cultural de Bogotá. La idea de la capital del país como xana Atenas
suramericana fue rechazada con una producción que competía con la generada en el
centro del país. La revista Costa, que se proclamó como una publicación del litoral
Atlántico para las tres principales ciudades de la región, alertaba a sus lectores con el
siguiente anuncio: “Intelectual costeño: Bogotá no cree en ti. El intelectual del interior te
niega. Haz obra. Ayúdanos a crear urna cultura porteña”.25
40 Otra variante del argumento de las revistas de provincia fue el rescate de una supuesta
tradición cultural perdida, a partir de lo cual reivindicaron su existencia. La revista
Humanidad, editada en Popayán a partir de 1937 con apoyo de la gobernación y de la
Universidad del Cauca, partió del siguiente supuesto:
Aspiramos a reconquistar para Popayán el título de “ciudad culta” y universitaria.
Es necesario que más allá del límite municipal se sepa que aquí todavía alienta el
espíritu de la raza. Que nuestra historia pretérita no ha periclitado en el presente y
continúa su curso hacia el porvenir.26
41 Desde este punto de partida, la labor de la revista no podía ser otra que la de afirmarse en
la tradición de los grandes hombres de la región o de la historia nacional —en el primer
número se publicaron, entre otros, artículos de Tomás Cipriano de Mosquera, Rafael
Núñez y Carlos A. Mosquera— y local, y, por supuesto, con una visión muy conservadora
de lo que era la función de la publicación: “Sacudamos el polvo glorioso de los archivos;
encordemos los arcaicos y sonoros laúdes y vamos en peregrinación apostólica por los
campos del pensamiento, caballero en flaco rocín que conocemos”. 27 El mérito de esta
revista fue que propuso una estructura temática que se mantuvo con pocas variaciones y
que hoy día es muy frecuente: secciones de historia, literatura y ciencias, temas
concernientes a la Universidad del Cauca y actualidades.
42 La Revista Santandereana, editada en Pamplona a partir de 1934, partió del mismo supuesto
que Humanidad. En efecto, en su primer editorial se lee:
Correspondiendo a un imperativo categórico de nuestra cara tierra, hemos laborado
como el minero, para presentar al mundo literario un vocero de la cultura
santandereana que, nos coloque, como ayer, en puesto de honor en el Capitolio del
espíritu[...]
Los intelectuales que nos acompañan, y los que más tarde colaborarán con nosotros
por amor al terruño y al arte, serán las columnas del edificio que hoy comenzamos
y que mañana presentaremos como una oblación a la Patria. 28
61

43 A pesar de que esta revista expone una visión muy limitada de la cultura, pues sus
primeros números se dedican a exaltar las figuras locales, las fiestas religiosas, los
paisajes, los poetas del terruño, etcétera, llama la atención la publicación de un artículo
de Manuel Ugarte titulado “El imperialismo”, lo cual evidentemente fue una excepción a
nivel nacional, que nos permite constatar la circulación de ciertas ideas y conceptos. 29
44 El vínculo de los intelectuales de la provincia con la institucionalidad fue en ocasiones
más fuerte que el que se evidenciaba en el interior, entre otras razones porque el
analfabetismo era mayor en las regiones y eso hacía que los hombres de letras fuesen
burócratas o estuvieran ligados con la burocracia por lazos de parentesco o militancia
política. Podemos constatar que en los primeros números de las revistas que circularon
en algunas regiones se hacía una referencia explícita a las autoridades locales —sus
méritos— o a determinadas instituciones —sus bondades—.30
45 De igual manera, existieron revistas que surgieron de las entrañas de las instituciones del
Estado. La Revista Cultural, por ejemplo, fue un órgano de difusión de la dirección de
educación pública del departamento del Tolima. La revista se dirigía fundamentalmente a
los maestros. Se publicaban artículos de interés general, especialmente vinculados a
discusiones de carácter pedagógico y artículos literarios e históricos, y de interés local,
como la legislación referente a la educación. La revista también tuvo una sección dirigida
a los niños que, suponemos, sirvió de apoyo a los maestros de educación básica. La mayor
parte de los artículos provenían de la pluma de figuras consagradas, como Marco Fidel
Suárez, Luis López de Mesa, José Eustasio Riveray Rafael Maya, así como de pensadores
del departamento.
46 Ciertos artículos de interés general abordaban temas que para la época eran novedosos
pero que por su enfoque resultaban muy tradicionales y moralistas y expresaban la
permanencia del modelo conservador. En 1935 se publicó un artículo sobre la vida sexual
y los problemas de educación, en el que se aconsejaba:
1. Cultivar el hábito del pudor desde tierna edad en el alma del niño.
2. Precaver la vida imaginativa del niño de la infección de lo sucio y lo obsceno.
3. Desarrollar y robustecer el apetito de la actividad.
4. Emplear contra los apetitos el sentimiento del honor.31

47 Algunas revistas consideraron a la mujer como tema de reflexión e incluyeron artículos


elaborados por mujeres. Lo particular en este caso fue que se hizo una ruptura, en algunos
casos significativa, con la manera como ellas habían aparecido en las revistas culturales
que comentamos en el capítulo anterior, en las que eran descritas por hombres y
presentadas como virginales y puras. En este periodo se vio a la mujer de una manera más
integral. En una entrevista a una dama costeña, ésta dijo lo siguiente sobre las tareas de la
mujer: “El hogar porque es la felicidad y el trabajo porque es el cumplimiento de la ley
divina”.32
48 Sin embargo, lo más significativo fue la existencia de revistas feministas, que aunque no
eran nuevas en la historia del periodismo ni del feminismo en Colombia, sí fueron
importantes debido a la coyuntura nacional e internacional. En enero de 1935 apareció la
revista Hogar y Patria que se definía a sí misma como una “revista del pensamiento y
vinculación femenina en los países iberoamericanos”. La publicación fue dirigida por
Georgina Fletcher, quien en ese momento era la representante colombiana en la Liga
Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas y la organizadora del IV Congreso
62

Internacional Femenino, que se reunió en Bogotá en 1930 como homenaje a la memoria


de Simón Bolívar.
49 La revista estaba organizada por secciones más o menos estables en las cuales, como en
otro casos, se encontraba la página histórica, la infantil, la literaria, la social y la
información pertinente al movimiento internacional femenino.33 Un hecho a resaltar de la
revista y de la Liga fue la fuerte presencia mexicana. En efecto, en las páginas de la
publicación y en las acciones de la Liga se puede encontrar la participación de Elena
Arizmendi —socióloga, escritora y periodista, fundadora y presidenta general de la Liga—,
y de José Vasconcelos — socio de honor de la misma—, razón por la cual es de suponer que
el proyecto del intelectual mexicano pudo circular con mayor facilidad en varios países
del continente y, por supuesto, en Colombia. Adicionalmente, hay que señalar que la
revista tenía colaboradores en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Armenia, Manizales,
Popayán, Tunja e Ibagué, y contaba con el apoyo de Eduardo Posada y Julio Rodríguez
Piñeres.
50 Debido a la ampliación de las posibilidades profesionales, algunos intelectuales intentaron
construir un espacio de análisis sociológico de su respectiva región, muchos de los cuales
estaban a medio camino entre una reflexión académica y una oferta turística. 34 Se
publicaron artículos sobre temas políticos y culturales con tal grado de confusión, que su
lectura genera pánico al pensar en las ideas que pudieron formarse los “consumidores” de
tal publicación. Aureliano Gómez Olaciregui, distinguiendo comunismo de socialismo,
sostuvo:
Mientras que el comunismo consiste en una falta de comunicación de las funciones
económicas, el socialismo propende a incorporar más o menos estrechamente a la
comunidad, y esta tendencia es la que con más claridad y exactitud lo define. Para
el comunismo deberían aquellas funciones situarse lejos de los órganos esenciales
de la cosa pública y para el socialismo deberían convertirse en el centro de
gravedad. Para el primero, el papel del Estado es específico y esencialmente moral y
sólo puede desempeñarlo bien si se le sustrae a las influencias económicas: para el
segundo el Estado debe servir de lazo de unión entre las diversas relaciones
comerciales de las que vendrían a ser como el sensorium commune. 35
51 No todos los intelectuales de provincia llegaron a tales extremos. Por el contrario,
existieron otros que elaboraron reflexiones de mayor rigor, aunque siempre desde la
visión elitista que oponía las clases ilustradas al pueblo ignorante, e intentaron proponer
hipótesis relativamente novedosas para la época. Alfonso Zawadzky, director de la revista
Bibliotecas y Libros, sostuvo sobre los problemas de la lectura en 1937:
Podrá alguno llegar a decir o calificar de paradojal la afirmación que hacemos: ¡la
escuela es enemiga del libro...!
Paradoja o lo que se quiera, es una dolorosa verdad. Los peligros de ciertos métodos
que fueron llevados a la exageración, han creado otros peligros, que hacen terrible
agresión a la cultura espiritual de las ciudades. De la escuela no nacen lectores, sino
espíritus atrofiados por el indiferentismo hacia las páginas milagrosas de los libros,
tesoreros y depositarios de la sabiduría del hombre y de la felicidad de los pueblos.
¡El analfabetismo no está en los campesinos sino en las ciudades! 36
52 Una revista que estuvo muy pendiente de los debates de su época fue Atalaya. Publicada
en Manizales desde 1935, esta revista tuvo tres características importantes. En primer
lugar, tenía como base la presencia de un grupo de intelectuales que se agruparon en una
organización que tenía el mismo nombre de la revista. Ésta es una situación que
difícilmente se repite en la actividad cultural de los intelectuales. En segundo lugar, la
dirección de la revista fue rotativa y cada miembro del grupo dirigió un número, lo cual
63

es un caso especial que hasta donde conocemos no se ha repetido. Lo usual ha sido que las
publicaciones estén amarradas a la suerte de sus directores, a sus variaciones de ánimo o
a su muerte, como ocurrió con Pan y Mito. Finalmente, se destacan varios nombres de
intelectuales por sus posiciones de izquierda: Luis Vidales y José Jaramillo Giraldo, entre
otros.
53 Por lo dicho, esta publicación, como pocas, abrió sus páginas a temas y análisis polémicos.
Sobre la Revolución Mexicana diría Manuel Lombana:
La Revolución Mejicana ha sido en este siglo el único movimiento americano
surgido de autóctonas causas económicas, y por ello no presenta una estructura
fácilmente sujetable por la inteligencia crítica de quienes pretenden hacerla la
interpretación de los fenómenos sociales del continente a través de engañosos
mirajes europeos.37
54 Igualmente, en otro artículo se alabó la labor de Luis Alberto Acuña y se exaltó su
búsqueda de expresiones estéticas en un “nacionalismo recio”.
55 En las revistas de provincia se dio una reflexión sobre la función de los intelectuales, que
paradójicamente no encontramos en otras publicaciones del interior. Haciendo eco de la
propuesta del académico español Gregorio Marañón, Bibliotecas y Libros abogó por una
participación de los intelectuales en política, entendiendo “política” en el sentido de
ciudadanía y de defensa de un concepto vivo de democracia, y arremetió contra el
indiferentismo político de los artistas e intelectuales que se refugiaban en su actividad. 38
56 De igual manera, se asumió, con ciertas limitaciones, el debate sobre el arte
comprometido o la poesía revolucionaria. La revista Llama de Cali publicó un artículo en
el cual se analizaron el sentido y las posibilidades de la poesía de clases. Inicialmente se
alabó la propuesta de una poesía revolucionaria dedicada al pueblo. No obstante, se
enfatizó que ésta no podía perder su propia sensibilidad lírica ni su estructuración
artística nada más por el hecho de combatir el fascismo. Para Alvaro Valencia, autor del
artículo, las poesías negra e indígena eran la clave de la poesía revolucionaria en países
como Colombia. Haciendo eco de los debates indigenistas de la década anterior sostuvo:
Allí —en la poesía indigenista— tendríamos la mejor expresión de la raza, lo mejor
de nuestra inquietud y de la sangre. Una poesía indígena cultivada con motivos
indígenas, con paisajes indígenas, con expresión indígena, con vida indígena: hé ahí
el arte autóctono de nuestra civilización indoamericana, hé ahí la síntesis de
nuestro pasado y la clave de nuestro porvenir.39
57 Paradójicamente, Valencia fue codirector de una revista con un marcado acento
tradicional, hablamos de Humanidad de Popayán, lo cual nos habla de la deformación de
los términos de la polémica internacional.
58 Con una posición más radical, Atalaya fustigó a los intelectuales del momento por su
alejamiento de las masas y de los problemas del país.40 Igualmente, se enfrentó a los
intelectuales consagrados:
Sanín Cano, la figura central de la intelectualidad colombiana, en estos instantes de
agitación y de tanteo, ha resultado ser un estorbo hasta para la propia
consolidación del programa de Gobierno [...]
Luis López de Meza sociólogo y pensador de fama, maestro de varias generaciones
de emotivos, vive injertando teorías a nuestra miseria, desviando esa natural
penetración sicológica del pueblo, obstruyendo el camino por donde las clases
explotadas avanzan sin necesidad de lazarillos [...]
Antonio Gómez Restrepo, escritor de fuste castizo y versificador amable, se ha
refugiado en su biblioteca, donde busca emociones, olvidando que en la meseta
64

bogotana, donde él vive, a media hora de camino, el indio va arando la tierra, sin
método, sin orden y sin esperanza.41
59 La reflexión de los académicos de provincia también consideró la crítica a los aportes de
los intelectuales de las regiones, tal como se acostumbra en cualquier parte del mundo,
pues es sabido que la comunidad intelectual institucionaliza parámetros para establecer
quiénes están cumpliendo o no con los preceptos de la creación. Sobre los intelectuales de
Barranquilla se pudo decir en 1937:
Exceptuando las viejas generaciones anti-centenaristas y las matriculadas dentro de
esa misma generación que ya han dado lo que tenían que dar a las letras y a las
artes de esta región colombiana, podría decirse que son muy escasos los valores
oriundos de esta ciudad que hayan descollado de manera positiva dentro de las
nuevas generaciones.42
60 No existió, como decíamos al comienzo del capítulo, una ruptura tan profunda con
respecto a los criterios empleados durante la Hegemonía Conservadora para asumir la
crítica. Hablando del intelectual costeño, Benigno Acosta Polo afirmó: “joven estudioso,
que no obstante su intransigencia mental, se ha hecho más de una vez por los caminos
muy difíciles del ensayismo.”43
61 Prevalecieron, en muchos casos, los juicios elitistas sobre la cultura. Por un lado, se
identificó lo culto con los intelectuales de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Sobre
ellos se afirmó:
Eran hombres cultos en el sentido auténtico del vocablo, creadores de una
verdadera cultura nacional por las influencia de sus ideas poderosas y fecundas,
expresadas en estilo de los más variados matices que no han tenido par en las
generaciones presentes.44
62 En segundo lugar, la cultura se concebía como externa al pueblo.
Nuestras masas ignorantes y entorpecidas se hunden en el caos de las doctrinas
antisociales y anticristianas porque la ideología positivista las embriaga; porque les
falta el factor inhibitorio de las fuerzas biológicas, que es la cultura y, entonces,
vienen las reacciones violentas e impetuosas que sientan en todas partes la
desolación y la angustia.45
63 Igualmente, se seguía reproduciendo la imagen anquilosada respecto a la grandeza de las
letras nacionales a través de la publicación de los viejos poetas consagrados.El crítico
ecuatoriano Alejandro Andrade, comentando el libro sobre los poetas líricos, sintetiza la
visión existente sobre la literatura:
Rasgos distintivos del lirismo colombiano son la corrección en la forma, la
decadencia del verso, el señorío de la rima, el afán por la armonía verbal, el cuidado
prolijo de que el ritmo interior consuene con la materialización métrica. 46
64 Las revistas culturales de las regiones tuvieron los mismos problemas que las publicadas
en Bogotá, y por ello la gran mayoría sucumbieron ante los embates de las dificultades
para la financiación, la circulación y la aparición regular.47 No obstante, es evidente que
en los proyectos editoriales de provincia existió un mayor número de anunciantes y la
publicidad fue relativamente grande. Esto obligó a que los artículos fuesen en ocasiones
menos académicos y más de interés del gran público.48
65 Existieron casos en los cuales junto a las revistas funcionaba una editorial. Así ocurrió con
América Española, que publicaba tanto la revista como diversos libros, especialmente los de
su director Gabriel Porras Tronconis, y, adicionalmente, brindaba a los lectores la
posibilidad de adquirir obras nacionales, aun si estaban agotadas.
65

66 Las revistas de la provincia, como las del interior, contaban con intelectuales que en
algunos casos gozaban de reconocimiento internacional o tenían contactos con
intelectuales de otros países. Alfonso Mejía Robledo, director de Panorama, estudió
literatura y filosofía en París; su novela Rosas de Francia fue premiada en un concurso de
autores americanos y traducida al francés; fue director de la sección española de la revista
L'Argus Artistique et Literaire de París y colaborador de Nuestra América de Buenos Aires, de
Unión Iberoamericana de Madrid y de La Prensa de Nueva York.
67 Igualmente, las revistas de provincia tuvieron importantes nexos con intelectuales de
diversas partes del mundo y en sus páginas escribieron frecuentemente reconocidos
académicos. América Española de Cartagena, aunque con un marcado acento hispanista, fue
una revista que contó con una amplia colaboración de autores y una gran difusión en el
extranjero. En el primer número publicaron articulistas de Caracas, Mompós, Buenos
Aires, San José de Costa Rica, París, Tegucigalpa, Bogotá, Cali y Cartagena.
68 Finalmente, habría que señalar que las revistas de provincia nos sugieren una serie de
enriquecedores contactos con lo exterior, a través de la recepción de otras revistas
similares y la invitación a los lectores a suscribirse. En la revista cartagenera América
Hispánica se anunciaban en 1935 las siguientes publicaciones: Revista de las Espartas —de
España—, La Nueva Democracia, Revista Hispánica Moderna y América Futura, editadas en
español en Estados Unidos, y la Revista Chilena de Historia Natural

Hispanismo

69 En Colombia y otros países del continente se renovó ideológicamente el hispanismo en la


década del treinta. Lejos de las retrógradas visiones conservadores sobre la “madre
patria”, los liberales y las corrientes socialistas y comunistas plantearon un hispanismo
que respaldara a los republicanos españoles que luchaban contra el ejército de Franco. 49
La identidad fue con la democracia y contra el fascismo.
70 En este contexto, la propuesta del Frente Popular transformó radicalmente la perspectiva
de quienes estaban de urna u otra manera comprometidos con la URSS y la Internacional.
Naturalmente, una cosa fue lo que aconteció en países como México, donde el partido
comunista contaba en sus filas con intelectuales de prestigio internacional, como los
muralistas; y otra cosa muy distinta lo que ocurrió en Colombia, donde el partido
comunista aún aparecía como un apéndice del partido liberal. Difiere también el valor
geopolítico de los países. Evidentemente, Colombia tenía una presencia débil en el
comercio internacional, su participación en el suministro de materias primas no era
importante y su perfil en política internacional era bajo.
71 Las revistas de las diferentes regiones también se alinearon, unas de forma más radical
que otras, en torno a las facciones en conflicto en la Guerra Civil. En 1937, por ejemplo, la
revista Llama de la ciudad de Cali, en su primer número, publicó un artículo sobre Rafael
Alberti y un poema antifascista titulado Aviones sobre España, y tomó parte en la polémica
sobre la poesía de clases.50 Adicionalmente, esta revista abrió sus páginas al poeta Luis
Vidales, con quien las publicaciones culturales de la época habían establecido una
evidente distancia.51
66

LOS INTELECTUALES BAJO LA REPÚBLICA LIBERAL


72 Los grupos intelectuales en Colombia habían estado constituidos, desde el siglo XIX, por
miembros de las denominadas profesiones liberales, fundamentalmente por los abogados
y, especialmente, por aquellos que dominaban el lenguaje, es decir, los gramáticos; lo cual
se evidenció en la supremacía de los estudios sobre la lengua.52 Otra característica
importante es que la poesía predominó sobre otros estilos literarios, razón por la cual los
miembros de los grupos literarios e intelectuales existentes se identificaban como poetas,
pero compartiendo con los gramáticos la preocupación por la protección de la pureza del
lenguaje y de la versificación según las normas más tradicionales.
73 A partir de los años treinta, el escenario intelectual se alteró por la irrupción de los
profesores universitarios y de la novela social. Es una época marcada por una ampliación
de las perspectivas de los intelectuales y el crecimiento de las profesiones, y la iniciativa
política es asumida por las corrientes reformistas del partido liberal, lo cual se expresa en
una tendencia a la participación en política a partir de la invocación explícita a su
especificidad, al carácter de intelectuales que dominan un saber.
74 Una particularidad de nuestro universo literario ha sido la llegada tardía de algunas
escuelas literarias. El romanticismo, por ejemplo, sólo circuló a partir de mediados del
siglo XIX y su influjo se hizo sentir hasta la década del veinte del siglo pasado. Lo mismo
puede decirse de otras corrientes que se conocieron en diversos países, pero que
escasamente tuvieron seguidores o difusores en el nuestro.53 El mismo fenómeno ocurrió
en el ámbito de las ciencias sociales debido a la limitada publicación de textos.
75 De manera que el universo cultural, en cuanto a la difusión y adopción de vanguardias,
fue muy restringido, y ello hace que nuestros intelectuales, con escasas excepciones,
fuesen tradicionales; es decir, que trabajasen con las formas clásicas consagradas por la
academia, pero en decadencia en la mayor parte de los países y con escasas posibilidades
de innovación o ruptura.
76 Las relaciones de fuerza que definían el campo cultural colombiano a comienzos de siglo
establecieron que la manera como se percibían a sí mismos los intelectuales y la manera
como eran percibidos por el Estado, al menos hasta el gobierno de López Pumarejo,
estuviesen determinadas por la tradición. La idea dominante fue aquella que asociaba al
intelectual con el cultivador de las bellas formas ya consagradas, y rara vez como el sujeto
al que por su posición en la sociedad se le facilitaba participar activamente en la
elaboración de reformas, en la producción de símbolos ligados con la nación y en la
formulación de reflexiones globales sobre la sociedad. Desde el Estado no se percibe
claramente el uso de sus posibilidades, aun a pesar de que algunos de los más importantes
poetas o escritores desempeñaron algunas funciones diplomáticas y diversos cargos
burocráticos. Generalmente, a los intelectuales se les concibe como algo anexo a la
política, lo cual es doblemente erróneo por cuanto ellos sí cumplen funciones de Estado y,
por otra parte, durante la Hegemonía Conservadora lo hicieron eficientemente.
77 Con la administración de López Pumarejo se dio un importante giro, toda vez que se
vincularon al gobierno destacados intelectuales que desde diferentes espacios, el
Congreso o la burocracia, asumieron un respaldo decidido al proyecto de la Revolución en
Marcha. Como una manifestación del dominio de un saber, es decir, entendiendo su
especificidad —el ser intelectuales—, se colocaron al servicio de un proyecto político. El
67

escritor Jorge Zalamea, por ejemplo, que se desempeñaba como vicecónsul en Londres,
regresó al país en 1936 para incorporarse al Ministerio de Educación Nacional como
secretario general y por dieciocho meses asumió la conducción del mismo. Entre 1937 y
1938 se convirtió en el secretario general de la presidencia. Desde estas posiciones
defendió la reforma educativa en la Cámara de representantes.
78 Por su desempeño en estos cargos, el conservatismo, desde las páginas del periódico El
Siglo, sostuvo que detrás de las intervenciones del presidente, especialmente de sus
pronunciamientos públicos, estaba la pluma de Zalamea. Al margen de si el hecho es
cierto o no, lo que nos interesa resaltar es la presencia de este intelectual en el gobierno y
las explicaciones que sobre este hecho hicieron los sectores políticos y académicos. 54
79 Junto a Zalamea, otros hombres de letras, como Alberto Lleras Camargo —futuro
presidente de Colombia—, Gerardo Molina y Germán Arciniegas, hicieron parte de la
burocracia. Entre ellos se destaca Arciniegas por su proyección continental, por su labor
en el Ministerio de Educación, en la elaboración de la reforma educativa y en la
conducción de la Revista de las Indias. Hay que resaltar que en 1932 Arciniegas presentó un
proyecto a la Cámara de representantes para la reforma de la universidad colombiana. 55
En dicho documento el intelectual liberal señaló que los fracasos de Colombia debían
leerse como los fracasos de la universidad, y esto sucedía porque esta última ignoraba su
destino. Para remediar esta situación, Arciniegas proponía que la universidad se dedicara
a estudiar los problemas inmediatos que afligían a la nación, y por ello aceptaba que su
proyecto era antiuniversal y nacionalista. El proyecto se enfrentó a la ira de la Iglesia y de
los congresistas, y, muy especialmente, a las inconsecuencias del liberalismo: por ello no
progresó.
80 Desde la perspectiva de dos décadas de polémica en América Latina sobre la reforma
universitaria y teniendo en cuenta los contactos de Arciniegas con México y que se
trataba de un gobierno con amplia mayoría liberal, el texto de la propuesta resultó un
tímido intento por transformar la universidad colombiana, aunque lo mismo puede
decirse de la Revolución en Marcha.
81 El campo cultural estuvo gravitando alrededor de tres revistas político-literarias: Revista
de las Indias, Pan y Revista Colombiana. Estas publicaciones muestran el ambiente cultural,
las polémicas y, especialmente, el tipo de producción de los intelectuales a lo largo de los
años treinta y cuarenta.
82 Pan se publicó durante el gobierno de López Pumarejo, su primer número apareció en
1935 y el último en 1939. La revista, como casi todas las de su género, se limitó a temas
tradicionales como el amor, la muerte y el desengaño, buscando siempre moralizar sobre
los mismos. Por ello, con raras excepciones, la revista no abordó temas polémicos, limitó
la circulación de las vanguardias al no difundir las nuevas corrientes de pensamiento y
evitó asumir posiciones críticas ante la sociedad, las instituciones o los intelectuales
consagrados.56
83 A medida que pasaron los números, la revista dio un giro hacia la publicación de
variedades con un marcado énfasis en la publicidad. En efecto, cada vez con mayor
frecuencia se imprimían artículos que aparecían bajo la forma de noticias sobre las
actividades de algunas empresas y que, finalmente, eran una abierta apología de las
mismas.57 Igualmente, se publicaron trabajos de personas que eran miembros de
reconocidas familias de empresarios, que hacían publicidad a sus empresas en la misma
68

revista.58 Para los críticos, Pan había cedido a la publicidad y a intereses distintos a los
literarios.
84 La revista, asimismo, desdibujó su pretensión de servir a los diferentes escritores. Luego
de los primeros números se dedicó a publicar poemas y cuentos en los que era evidente el
tono moralizante y la versificación, y privilegió como temáticas el amor, la muerte de la
amada, el castigo divino y el desengaño. No es de extrañar que el director de la revista,
Enrique Uribe White, publicara un artículo en el que refería la tragedia de su gatita
Nicolasa, que fue muerta por un perro mientras contemplaba el mundo desde el jardín de
su casa.59 El reconocido escritor José Antonio Osorio Lizarazo también siguió el ejemplo al
publicar un artículo en el que daba cuenta de un diálogo entre diferentes mercancías:
zapatos, corbatas, etcétera.60
85 Por supuesto que esta tendencia podía interpretarse como un enfrentamiento a las
formas clásicas y a los temas considerados serios o dignos en poesía. No obstante, si se
tiene en cuenta que ya eso se había hecho en los años veinte (recuérdense los escritos de
Tejada sobre la moda), y que ya existían vanguardias en diferentes lugares del mundo que
habían dado pasos más significativos, los ejemplos citados no pueden ser interpretados
más que como la banalización del oficio de escribir, y por ello no tuvieron la capacidad de
generar ruptura alguna.
86 Finalmente, Pan abandonó sus pretensiones de servir de vehículo de expresión a las
diferentes corrientes políticas, cayó lentamente en un abandono de sus compromisos
iniciales y se alejó de las discusiones políticas y literarias; hecho que por otra parte
concuerda con la trayectoria del director de la publicación. En efecto, en sus primeros
números Uribe White tradujo escritos de comunistas y publicó en varias ocasiones
trabajos críticos del poeta de esta misma corriente Luis Vidales y de Gilberto Vieira,
durante varias décadas secretario general del partido comunista.61 Lo mismo sucedió con
escritos que hacían referencia explícita a la coyuntura política, especialmente aquellos en
los cuales se apoyaba la reforma constitucional de López Pumarejo. Sin embargo, estos
trabajos lentamente cedieron su lugar a la descripción de viajes y a la publicidad de las
grandes empresas.62
87 Estos giros en la publicación y su posterior cierre en 1939 obedecen, a nuestro juicio, a dos
circunstancias. En primer lugar, la revista estuvo ligada estrechamente con el gobierno de
López Pumarejo, o mejor, a la expectativa general ante este proyecto político. Surgió en
un momento de auge de la Revolución en Marcha, de acercamiento entre el partido
comunista y López, y en plena discusión de la reforma constitucional. Sin embargo, a
medida que López culminaba su periodo presidencial se debilitaba el carácter de la
publicación, se restringía el espacio otorgado a las minorías políticas y se acentuaba el
sesgo publicitario y tradicional.
88 Por otra parte, el director de la publicación, Uribe White, fue un intelectual de bajo perfil.
No se destacó como poeta o escritor ni como hombre público. Indudablemente fue un
personaje que contribuyó a la difusión de las artes y las letras y Pan fue una experiencia
significativa para muchos escritores, pero el proyecto no contó con una persona que
pudiera hacer grandes innovaciones ni asumir posiciones vanguardistas. De hecho, su
sello personal, el favorecer a sus allegados, el cerrar el espacio a los radicales o
vanguardistas y el preferir la publicidad a la polémica literaria, fue una de las claves que
explican el cierre de la publicación y la dedicación del director de Pan al cultivo de la papa
en medio de una coyuntura de fuerte polémica política y una que otra de tipo literario.
69

89 En este periodo también encontramos la Revista Colombiana, publicada por Laureano


Gómez, uno de los jefes más importantes del conservatismo. La publicación nació en el
mes de abril de 1933, y a diferencia de Pan mantuvo una permanente y completa
información sobre los sucesos nacionales e internacionales. De hecho, el primer artículo
del primer número correspondió a un análisis de Gómez sobre el ascenso de Hitler a la
cancillería y el futuro del movimiento fascista.63
90 Los partidos colombianos, como muchos del continente, se dividieron ante la Guerra Civil
española. Los liberales apoyaron a los republicanos, mientras que los conservadores se
fueron con Franco. Por ello las revistas asumieron las posturas defendidas por los
partidos a los que pertenecían. La Revista Colombiana se inclinó, como su director, por la
Falange.64
91 Una segunda característica de esta revista fue que, a diferencia de las anteriores, tenía
muy claros sus propósitos estéticos, políticos y culturales. En la exposición de los motivos
que justificaban el origen de la publicación, se afirmó que el principal era exaltar la
nacionalidad; concretamente se afirmó:
Cultivar la tradición en lo que tiene de vivificante y fecunda es, en nuestro sentir,
una de las formas más eficaces de defender la nacionalidad, porque el pasado
representa una fuente inexhausta de admonición salvadora y forma
indefectiblemente la base de toda iniciativa de progreso. 65
92 El sentido político fue defendido a través de la publicación de artículos en los que
destacados dirigentes del conservatismo, como Aquilino Villegas, respondían a la
pregunta: ¿por qué soy conservador?66 Asimismo, se creó una sección denominada “La
quincena política”, en la que Abel Carbonell sintetizaba los principales sucesos políticos y
hacía oposición a los gobiernos liberales.
93 A pesar de la radicalidad de los directores y de los principales escritores, algunos
articulistas, y creemos que de paso la revista, fueron bastante receptivos con respecto a
las propuestas de sectores liberales. La reforma educativa, uno de los temas que más
rechazó la Iglesia y el conservatismo, fue evaluada en ella, reconociendo la pertinencia de
algunos de los aspectos de la propuesta presentada por Germán Arciniegas e incluso
haciendo recomendaciones al gobierno para fortalecer presupuestalmente la reforma:
Nada más oportuno y acertado, nada que fuese recibido con mayor entusiasmo y
reconocimiento por la nación que una medida del Gobierno tendiente a destinar los
fondos de reserva de la defensa nacional a lo que debe ser su destinación lógica, es
decir a la Educación Nacional.67
94 Quizás una de las posiciones más contradictorias de esta revista fue su crítica a la
Constitución de 1886, la obra cumbre del conservatismo y de la Iglesia católica. En efecto,
tres de los grandes ideólogos del conservatismo —Silvio Villegas, Luis Rueda Concha y
Augusto Ramírez Moreno— reconocieron respecto a la Carta Magna de la Regeneración:
La Constitución de 1886 fue aplicada durante mucho tiempo con un criterio
patriarcal y fue instrumento de dominación de un partido político [...] Pero el
presente gobierno, ejercido por un ciudadano eminente que se asimiló los métodos
administrativos de los Estados Unidos, ha hecho de nuestro estatuto orgánico una
eficaz herramienta de tiranía plutocrática, subordinando el capitalismo nacional y
el de afuera a los intereses sociales de la nación.68
95 Alrededor de la publicación de la Revista de las Indias es necesario hacer algunas
consideraciones. Por cuanto fue una de las primeras revistas oficiales, pertenecía al
Ministerio de Educación Nacional, que intentó aglutinar a los más importantes
70

intelectuales del país, construir una posición del liberalismo respecto a la cultura y la
educación y obtener un reconocimiento internacional.
96 La revista despertó la animadversión del conservatismo y de la Iglesia. Esta última
condenó en varias ocasiones la publicación por considerarla inmoral. Ante la presión, y
debido a la realización de un encuentro de escritores en Bogotá, el gobierno de López
Pumarejo cedió la publicación a los académicos y encomendó la dirección a Germán
Arciniegas. A partir de 1938 la revista se convirtió en el órgano de expresión del grupo y
se propuso servir de medio de difusión de los trabajos de los intelectuales de
Iberoamérica.
97 Nos encontramos, entonces, con un periodo de la historia en la cual se presentan
simultáneamente cambios y continuidades. Los primeros se dieron con la consolidación
del maestro como el tipo intelectual predominante, la incorporación de prestigiosos
pensadores a la nómina oficial, la defensa desde la academia del proyecto de la Revolución
en Marcha, la renovación de la noción de pueblo en el imaginario político y artístico, y
una producción (revistas, ensayos, novelas) que reflejaba esta situación.
98 La continuidad de las nociones dominantes durante la Regeneración se entiende, en
primer lugar, como la permanencia del poeta, cultor de las formas tradicionales, como un
arquetipo del artista. Si bien Guillermo Valencia había sido cuestionado por el
surgimiento de una nueva poesía, otra generación se propuso mantener el lugar
privilegiado de este tipo de intelectuales. De allí la importancia de los poetas hasta la
década del cincuenta.
99 En segundo lugar, los prejuicios sobre el arte se mantuvieron y desde la educación o desde
diferentes publicaciones se mantuvo el rechazo a los pensadores modernos o a los
procesos de modernización de algunas facultades (que significaban la superación del
tomismo). No sorprenderá que aun en los años cincuenta exista una censura o que se
invoque la autoridad del Index.

NOTAS
1. Barry Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, México, Era, 1996, y Manuel Márquez
Fuentes y Octavio Rodríguez Araujo, El partido comunista mexicano en el periodo de la Internacional
Comunista, 1919-1943, México, El Caballito, 1973. Para el caso colombiano, véase Medófilo Medina,
Historia del partido comunista de Colombia, Bogotá, CEIS, 1980.
2. El argumento del peligro fascista perduró en los comunistas colombianos, a pesar del fracaso
de la experiencia del Frente Popular, hecho explicable por el lopismo de esta organización.
Gilberto Vieira, en un discurso en el Congreso en 1943, señalaba los peligros de las acciones de la
quinta columna y el respaldo que había que brindarle al presidente López Pumarejo. Véase
Antonio Cruz (comp.), Grandes oradores colombianos, Bogotá, Biblioteca Familiar de la Presidencia
de la República-Imprenta Nacional, 1997, pp. 356 y ss.
3. A manera de ejemplo, véase Rose Corral Jorda, Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en
México, México, Fondo Eulalio Ferrer, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios-El Colegio de
México, 1995; Alberto Enríquez Perea (comp.), Exilio español y ciencia mexicana génesis del Instituto
71

de Química y del Laboratorio de Estudios Médicos y Biológicos de la Universidad Nacional Autónoma de


México 1939-1945, México, El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.
4. El mejor ejemplo es el del muralismo mexicano.
5. Véase Gonzalo Sánchez, “Intelectuales... poder... y cultura nacional”, en Análisis Político, No. 34,
Bogotá, mayo-agosto de 1998, pp. 115 y ss.
6. En México, los muralistas, por ejemplo, crearon su propia organización, la LEAR, se vincularon
al partido comunista y colaboraron con el Estado.
7. Daniel Pecaut, Entre le Peuple et la Nation. Les Intettectuels et la Politique, París, Editiones de la
Maison des Sciences de l'Homme, 1989, y Sérgio Miceli, Intelectuais e Classe Dirigente no Brasil
(1920-1945), Sao Paulo, DIFEL, 1979.
8. Recuérdese que esta década culmina con las manifestaciones contra “la rosca” que
administraba la ciudad de Bogotá.
9. Alvaro Tirado Mejía, Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, Bogotá,
Instituto Colombiano de Cultura, 1981, p. 9.
10. Alfonso López Pumarejo, Obras selectas, Bogotá, Colección Pensadores Políticos Colombianos-
Cámara de Representantes, 1979, p.191.
11. Alvaro Tirado Mejía, op. cit., p. 9.
12. Alfonso López Pumarejo, Obras selectas, t. I, op. cit., p. 77.
13. Ibíd.
14. Jorge Eliécer Gaitán, Escritos políticos, Bogotá, El Àncora Editores, 1985, p. 62.
15. Alvaro Tirado Mejía es uno de los historiadores que más insiste en esta hipótesis, véase su
apologética obra sobre López en op. cit., p. 9.
16. Alfonso López Pumarejo, Obras selectas, op. cit., p. 79.
17. Por ello, es posible que se presenten coincidencias en personajes tan aparentemente opuestos
como Alfonso López Pumarejo, Alfonso López Michelsen, César Gaviria, la dirigencia del M-19 y
destacados intelectuales.
18. Alfonso López Pumarejo, op. cit., p. 262.
19. Alfonso López Michelsen, Luis Carlos Galán y Ernesto Samper en el liberalismo, y Alvaro
Gómez Hurtado en el conservatismo. Es de anotar que personajes como Galán y Gómez Hurtado,
antes Gaitán, coinciden en construir opciones al margen de los partidos tradicionales por creer
que al interior de ellos no se entiende la política en términos modernos. No obstante, la dinámica
del bipartidismo finalmente los absorbió.
20. Alfonso López Pumarejo, op. cit. Especialmente su discurso de posesión, pp. 111 y ss.
21. Laureano Gómez, Obras completas, t. IV, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1989, vol. 3, p. 28.
22. Laureano Gómez, Interrogantes sobre el progreso de Colombia. Conferencias dictadas en el teatro
municipal de Bogotá, Bogotá, Editorial Revista Colombiana, 1929, p. 493.
23. Laureano Gómez, Comentarios a un régimen, Bogotá, Editorial Centro, 1935, p. 509.
24. Germán Arciniegas, El estudiante de la mesa redonda, Madrid, Juan Puello, 1932 y Los comuneros,
Bogotá, Editorial ABC, 1938; César Uribe Piedrahita, Toá, Narraciones de caucherías, Manizales,
Colombia A. Zapata, 1933.
25. Costa, No. 1, Cartagena, mayo de 1937. Revista dirigida por Jorge Artel.
26. Humanidad, Popayán, noviembre 14 de 1937, p. 1.
27. Ibíd.
28. “Nuestros propósitos”, en Revista Santandereana, No. 1, Pamplona, julio 4 de 1934, p. 3.
29. Revista Santandereana, No. 4, Pamplona, agosto 15 de 1934.
30. “Cómo labora el gobierno municipal”, en Costa, No. 1, Cartagena, mayo de 1937.
31. Revista Cultural, No. 13-15, t. II, Ibagué, septiembre-noviembre de 1935, pp. 33 y ss.
32. “Con la mujer”, en Costa, No. 1, Cartagena, mayo de 1937.
33. Hogar y Patria, No. 1, año I, Bogotá, enero 17 de 1935.
34. “Análisis de nuestra vida porteña”, en Costa, No. 1, Cartagena, mayo de 1937.
72

35. “Sobre ideas sociales”, en Costa, No. 2, Cartagena, junio de 1937. Las negrillas son del original.
36. “La lectura”, en Bibliotecas y Libros, No. 2, año I, Cali, mayo 1 de 1937, p. 1.
37. Atalaya, Μanizales, No. 8-12, diciembre 20 de 1936.
38. “Intelectuales y políticos. La inutilización intelectual por la política”, en Bibliotecas y Libros,
No. 3, año I, Cali, junio 1 de 1937, pp. 4-6.
39. “Aspectos de nuestra poesía de clases”, Llama, No. 1, Cali, septiembre 18 de 1937, pp. 10 y ss.
De una manera superficial, el tema de la novela social fue abordado en la revista del
conservatorio del Tolima, Arte, No. 7-8, año I, Ibagué, pp. 230 y ss.
40. “La bohemia y la cultura popular”, en Atalaya, No. 8-12, Manizales, diciembre 20 de 1936.
41. “Los escritoresy la reacción”, en Atalaya, No. 31, Manizales, noviembre 13 de 1937.
42. “Panorama espiritual de Barranquilla”, en Costa, No. 2, Cartagena, junio de 1937.
43. Ibíd.
44. “Decadencia de nuestra cultura”, Panorama, No. 56, Pereira, diciembre 31 de 1938, p. 31.
45. Ibíd.
46. “Líricos de Colombia”, en Panorama, No. 56, Pereira, diciembre 31 de 1938, p. 83.
47. Sobre el destino trágico de las revistas culturales en Cali, véase el articulo “Vida, pasión y
muerte de la revista en Cali”, en Llama No. 1, Cali, septiembre 18 de 1937, pp. 27-28.
48. Véase a manera de ejemplo la publicidad y la variedad de artículos de la revista Panorama No.
12, año II, Pereira, febrero 13 de 1937.
49. En la carta de protesta contra la determinación del gobierno español de exigir visa a los
colombianos, se recurre nuevamente a la idea de la madre patria y la madrastra; lo cual es, desde
todo punto de vista, lamentable.
50. Llamo, No. 1, Cali, septiembre 18 de 1937.
51. Llama, No. 4, Cali, noviembre 13 de 1937, publicó unos poemas de Luis Vidales y un articulo
sobre su presencia en las letras nacionales.
52. Véase un listado de los estudios sobre la lengua en Gonzalo Sánchez, op. cit.
53. En México, las vanguardias literarias no sólo estimularon el nacimiento de formas poéticas
sino que animaron permanentemente los debates sobre la función social de la literatura y el
compromiso político del escritor. Véase Luis Mario Schneider, El estridentismo o una literatura de la
estrategia, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1997; Guillermo Sheridan, Los
contemporáneos ayer, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
54. Eduardo Zuleta Angel, en su apologética visión del lopismo, considera que la afirmación del
conservatismo es totalmente falsa. Véase El presidente López, Medellín, Editorial Albón, 1966, p. 84
y Àlvaro Tirado Mejía, op. cit., p. 5.
55. Germán Arciniegas, La universidad colombiana. Proyecto de ley y exposición de motivos presentados
a la Cámara de Representantes por Germán Arciniegas, Bogotá, Imprenta Nacional, 1932.
56. Para algunos artistas y fotógrafos Pan fue un espacio de crecimiento.
57. Las empresas a las cuales se les dio mayor publicidad bajo la forma de un artículo fueron: el
Banco Agrícola Hipotecario, la Compañía Colombiana de Seguros de Vida y Max Factor; véase, por
ejemplo, “Belleza e inteligencia”, en Pan, No. 17, Bogotá, noviembre de 1937, p. 164.
58. La revista publicó varios artículos de Erwin Kraus, miembro de la familia propietaria de una
prestigiosa joyería, en los cuales éste contaba anécdotas de viajes por distintos lugares del país.
Véase “Una exclusión al territorio Vásquez”, en Pan, No. 17, Bogotá, noviembre de 1937, pp.
105-110.
59. “Elegía a Nicolasa”, en Pan, No. 17, Bogotá, noviembre de 1937, pp. 111-112.
60. El articulo de Osorio Lizarazo, publicado en el número 17, tuvo una serie de críticas; entre
ellas la de un lector de la ciudad de Santa Marta que rechazo la ingenuidad de Osorio Lizarazo al
escribir sobre objetos tan insignificantes como las prendas de vestir. Véase “El correo de Pan”, en
Pan, No. 20, Bogotá, marzo de 1938, p. 123. Osorio Lizarazo se hizo famoso en los años cincuenta
73

por publicar una elogiosa semblanza de Rafael Leonidas Trujillo, La isla iluminada, pagada por el
propio dictador.
61. A manera de ejemplo, véase el artículo de Gilberto Vieira sobre Gonzalo Ariza, a quien
considera un pintor del arte popular revolucionario, en Pan, No. 7, Bogotá, febrero-abril de 1936,
pp. 115-116. En el mismo número se publicó un artículo de Luis Vidales, pp. 126-130.
62. Sobre la reforma constitucional, véase “Cómo sigue la política en el parlamento”, en Pan, No.
6, Bogotá, enero de 1936, pp. 37-38.
63. Laureano Gómez, “Hitler y la enseñanza de Fichte”, en Revista Colombiana, No. 1, Bogotá, abril
de 1933, pp. 5 y ss.
64. Véase a manera de ejemplo, Roque Pupo Villa, “Gil Robles”, en Revista Colombiana, No. 3,
Bogotá, mayo de 1933, pp. 85-87.
65. “Revista colombiana”, en Revista Colombiana, No. 1, Bogotá, abril de 1933, p. 1.
66. Aquilino Villegas, “¿Por qué soy conservador?”, en Revista Colombiana, No. 1, Bogotá, abril de
1933, pp. 12-13.
67. Rafael Bernal Jiménez, “La reforma universitaria”, en Revista Colombiana, No. 5, Bogotá, junio
de 1933, pp. 137 y ss.
68. Silvio Villegas, “La crisis constitucional del Estado colombiano”, en Revista Colombiana, No. 9,
Bogotá, agosto de 1933, pp. 257 y ss.
74

III. Los intelectuales bajo la


violencia

1 Los periodos de violencia política y social representan en la historia de los países un


cambio dramático de las relaciones entre el campo cultural y el político y una coyuntura
en la cual las condiciones de creación y reflexión se alteran notablemente. Aunque es
evidente que la historia universal no ha conocido grandes periodos de paz y la mayor
parte de los intelectuales han tenido que ejercer su trabajo bajo difíciles condiciones
sociales y personales, no es menos cierto que durante la confrontación interna o externa
de las naciones se agudizan las tensiones de las sociedades y se modifican las expectativas
de los hombres y las mujeres sobre su futuro.1
2 La crudeza de la guerra o la violencia hace de la cultura un espacio en el cual quedan
concentradas las posibilidades de supervivencia de las sociedades y un medio a través del
cual se expresan los mitos básicos de las mismas. Por esta circunstancia se exige de los
trabajadores de la cultura, de los intelectuales, una toma de partido, que la mayoría de
ocasiones se convierte en militancia política en uno de los bandos en conflicto. Pocas
veces se acepta el encierro de los intelectuales en el cultivo de la pureza de la forma o de
la reflexión. Militancia, por supuesto, no quiere decir necesariamente el ingreso en el
campo de batalla o en un partido, pero sí la defensa de los principios que están
involucrados en la confrontación o un rechazo a todo lo que signifique negar la condición
humana.2
3 Las razones de Estado o la justificación del uso de la espada, para utilizar una expresión
de nuestros políticos decimonónicos, rara vez se han dado sin la presencia de
intelectuales que invoquen las causas supremas. Por bárbara que nos parezca una política,
siempre ha habido un conjunto de filósofos, estetas, poetas o sacerdotes dispuesto a
avalar todo tipo de excesos.3
4 Los años treinta registran en Colombia el inicio de las confrontaciones —¿o deberíamos
decir su continuidad?— entre liberales y conservadores en el ámbito urbano y rural. El
conflicto se desarrolló buscando un cambio en la correlación de fuerzas entre los partidos
políticos a través del establecimiento de una nueva geografía de la adscripción, esto es,
una reconfiguración de las zonas de hegemonía del liberalismo y del conservatismo. Para
ello se recurrió a un conjunto variado de métodos de exterminio que rayan en lo
75

demencial y que difícilmente pueden ser explicados por un científico social, pues las
acciones sanguinarias desbordan los límites de lo que podría ser un acto punitivo. ¿Cómo
entender tales grados de degradación de la confrontación interpartidaria? ¿Cómo explicar
su utilidad en una supuesta construcción del Estado nacional? ¿Cómo asumir la presencia
de sectores de la Iglesia en la legitimación de tales acciones? ¿Cómo explicar su
continuidad a lo largo de la historia?4
5 Lo más dramático es que los diversos métodos de castigar el cuerpo de las víctimas dieron
legitimidad a la retaliación sangrienta en la lucha política en Colombia. Durante La
Violencia, el bipartidismo llevó igualmente a la cultura política el principio de la
culpabilidad por sospecha y el castigo a los civiles, especialmente a los familiares de
aquellos que aparecían como directamente involucrados en el conflicto.
6 La manera como evolucionó La Violencia estableció la legitimidad de la acción punitiva
contra el opositor político y la “privatización” de la aplicación de la justicia, su imposición
al margen de las instituciones del Estado, que no era otra cosa que el derecho al cobro de
cuentas personales. El choque entre campesinos liberales ν conservadores, alentado por
las directrices de los partidos, no sólo incluyó el castigo ejemplarizante del adversario,
sino que incorporó en nuestra cultura política una vía personal y política para la
“resolución” de conflictos.
7 Durante los años cuarenta y cincuenta, el escenario político interno sufrió los embates de
la política exterior estadounidense, radicalizada por el auge de la Guerra Fría y la Guerra
de Corea. El anticomunismo fue una de las estrategias más evidentes, y dado que tanto la
política externa como la interna en Colombia eran definidas por el influjo de la “estrella
polar”, tal orientación fue seguida por el bipartidismo colombiano. Las distintas
expresiones de la lucha popular y social fueron asumidas como un eslabón en la cadena de
combates contra las fuerzas del comunismo internacional y sus representantes en
Colombia. La participación en la Guerra de Corea, el bombardeo contra las denominadas
“repúblicas independientes”, la prohibición del partido comunista, la censura contra las
obras de arte, la literatura, los textos científicos, etcétera, son algunos de los capítulos de
la articulación de la historia nacional a la historia de la defensa de la democracia
occidental, comandada por Estados Unidos.
8 A medida que se agudizaba el conflicto interno, el país entraba de lleno en la política de la
guerra fría y, en consecuencia, en la prevención del conflicto social como parte del
cumplimiento de su compromiso contra la expansión comunista.
9 El triunfo de la Revolución Cubana alteró sustancialmente el escenario político
continental y nacional, aunque, evidentemente, el impacto sólo se sentiría a mediados de
la década siguiente con la conformación de las organizaciones insurgentes de tipo
foquista —desde la errónea apreciación de condiciones prerrevolucionarias en el
continente— y la definición de lina política antiestadounidense. La Revolución Cubana
introducía varios elementos nuevos en la relación entre la cultura y la política: la
urgencia de la revolución, el nacionalismo revolucionario y el compromiso de los
intelectuales con las transformaciones sociales y políticas.
10 En Colombia, observamos una rápida alternación en las formas de gobernar, pero sin la
transformación del sistema político. Se pasó del gobierno legitimado por la mayoría
electoral de Mariano Ospina Pérez a la elección de Laureano Gómez en el marco de la
abstención liberal; de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla y el protagonismo del ejército
76

a una junta militar de transición y, finalmente, al Frente Nacional. Todo esto en el corto
lapso de diez años.
11 El suceso más importante, desde la perspectiva de nuestra temática, fue La Violencia.
Generada por el bipartidismo de las grandes ciudades en los años treinta, se trasladó a las
regiones y luego a los campos del país en los cuarenta y cincuenta. El conflicto interno,
cuya cifra exacta de muertos no sabemos, hundió al país en una dantesca ola de masacres
que lentamente erosionó los débiles fundamentos de las comunidades locales y, con ello,
ensangrentó la cultura política, modificó la adscripción partidaria y eclipsó las fuerzas
vitales —entendidas aquí como simbólicas— de la población.
12 El reinado de la muerte impuso a quienes trabajaban en la producción simbólica la difícil
tarea de constatar y expresar la debacle de aquellos elementos que habían permitido
mantener las comunidades —los partidos y las regiones— con vínculos básicos de unidad,
así como de mostrar cómo se legaban a la posteridad las técnicas con las que se asumían
prácticas de castigo e imposición de representaciones políticas a partir de la
martirización del cuerpo de los campesinos, métodos que volvieron a emplearse y a
adquirir un enorme significado en los años noventa a raíz del surgimiento del
paramilitarismo.
13 Esta dinámica de la violencia, la crisis del bipartidismo, la circulación de nuevas
corrientes de pensamiento, de nuevos autores y enfoques, el crecimiento de la población
urbana, la reducción de las tasas de analfabetismo y, muy especialmente, un cambio en las
relaciones entre el capital cultural y el económico llevaron a una transformación del tipo
de intelectual predominante. A partir de la muerte de Gaitán, los pintores y los escritores
asumen la iniciativa y representan La Violencia: son ellos los intelectuales dominantes.
14 En estos primeros años el artista es la conciencia de la época. Luego, los escritores
comenzaron a redactar los primeros materiales de una literatura que se denominaría de
La Violencia.
15 La coyuntura también exigió a los científicos sociales una toma de partido ante los
sucesos que el país padecía y una explicación de los mismos. Esta reflexión, no obstante,
se realizó por etapas. Primero, algunos ensayos y artículos, luego los informes en los años
sesenta y, finalmente, esto ya en décadas recientes, estudios más completos y académicos.
16 Un capítulo especial en este periodo fue la presencia de Rojas Pinilla. Lo particular fue que
esta dictadura militar se diferenciaba dentro del contexto latinoamericano por ser un
instrumento del bipartidismo para dar salida a la crisis interna que habían provocado las
mismas colectividades con su guerra no declarada. Es decir, fue una salida concertada.
17 No obstante, a los pocos años del ascenso de Rojas Pinilla el mismo bipartidismo dio pie a
una de las movilizaciones populares más importantes del siglo; lo cual demuestra que la
presencia del pueblo en las calles no necesariamente se realiza en oposición a los sectores
dominantes. La lucha contra el usurpador fue impulsada por los intelectuales, quienes
crearon una serie de textos y cuadros antidictadura de singular importancia en la historia
del arte en Colombia.5
18 En este capítulo nos centraremos en la relación de los intelectuales con La Violencia,
como periodo histórico, y en el Estado que ejerce la violencia. Partimos de la apreciación
general de La Violencia, tal como la ha realizado la historiografía. Es necesario reiterar
que el estallido del conflicto interno inauguró una relación particular de la política con el
campo cultural, y la apreciación de los intelectuales sobre La Violencia desborda los
límites impuestos por los historiadores para definir el periodo histórico. Por ello, nos
77

permitiremos ser un poco flexibles con los límites inferiores y superiores de esta etapa, es
decir, analizaremos la postura de los intelectuales tomando algunos ejemplos de los años
cuarenta y otros de los años sesenta.
19 En el periodo que estudiamos, el conflicto interno generó una situación límite en la cual la
política, sin mediaciones ideológicas y debido a la contundencia de la masacre, impulsaba
las opciones estéticas y la toma de partido. Por otra parte, ante la crudeza de los
asesinatos cotidianos, lo “cultural” se percibió, en cierto sentido, como algo que estaba de
más. Sin embargo, para decirlo en términos “modernos”, los intelectuales fueron testigos
de un resquebrajamiento de las normas que constituían el campo cultural. El asesinato de
Gaitán, la abstención liberal, el incremento de las masacres y, muy especialmente, el
ascenso de Laureano Gómez amenazaban con un retorno pleno a las lógicas de concepción
de la actividad cultural de finales del siglo XIX. A Laureano lo guiaba en ese momento el
principio de la exclusión a los liberales, los comunistas y las razas inferiores;
paralelamente, se definió como católico.
20 La actitud del presidente favoreció el fortalecimiento de las facciones más retrogradas, en
el partido conservador y la Iglesia, y el auge de las lógicas decimonónicas de apreciación
de una coyuntura en conflicto. No en vano emergieron las explicaciones del 9 de abril,
llevadas a los textos escolares, como el resultado de una conspiración comunista. 6
21 Este enrarecimiento del ambiente se dio en el momento en el que los maestros liberales
llevaban más de diez años enseñando, cuando los demócratas habían respaldado a los
republicanos españoles y el mundo culminaba exitosamente el sometimiento del
fascismo. De manera que las condiciones ya no eran las mismas, aun a pesar del inicio de
la Guerra Fria: el país estaba más abierto a recibir escuelas de pensamiento “foráneas”.
Ello originó un cambio en la manera como algunos intelectuales asumieron la relación
con la política, mediada en los años cincuenta por una lectura estética, desde la pintura y
la literatura; con lo cual hacían realidad, a su manera, su percepción de las funciones
sociales del arte.7
22 En adelante, sería La Violencia la que se erigiría en interlocutor, la que atrozmente
interrogaría a los intelectuales sobre la pertinencia de su oficio y les exigiría una toma de
partido. Por ello, algunos de los interrogantes básicos fueron: ¿cómo explicar el conflicto
interpartidario? ¿Cómo explicar los grados de barbarie contra los miembros del otro
partido? ¿Cuál era el papel de los intelectuales en la confrontación?
23 La toma de partido no se limitó, por supuesto, a la determinación de una militancia,
liberal o conservadora, sino que significó, especialmente, un rechazo a la manera como se
venía presentando la confrontación. Esto se expresó en el desciframiento y la denuncia de
la estrategia de los partidos para que el conflicto se diera entre los sectores populares,
mientras que las diferencias de la elite se resolvían a través de un pacto entre caballeros,
el acuerdo del Frente Nacional.
24 En este capítulo comentaremos las evidencias incuestionables de la sensibilidad de los
intelectuales respecto a la situación que vivía el país. Asimismo, observaremos una mayor
apertura a lo exterior, que permitirá una etapa de transición a la construcción de un
campo intelectual autónomo a partir de los años sesenta.
78

LA CONFRONTACIÓN LIBERAL CONSERVADORA


COMO RETO INTELECTUAL
25 A finales de los años treinta los intelectuales fueron testigos del incremento de la
violencia interpartidaria. Para nadie era un secreto que liberales y conservadores
iniciaban una ofensiva en el campo por el control de las distintas veredas. Incluso en
algunas ciudades los enfrentamientos eran frecuentes.
26 Dicho conflicto, como sucede hoy día, se padecía como una serie interminable de
“pequeñas” masacres que no sólo afectaban a los involucrados, a las víctimas y a los
victimarios (de manera distinta), sino a la nación en su conjunto, en la medida en que
adormecía a la población en torno a la gravedad de los acontecimientos y fragmentaba los
escasos vínculos que unían a los colombianos —que habían sido elaborados en las décadas
anteriores—; concretamente erosionaba las prácticas simbólicas que fundaban las
identidades locales y regionales de aquellos hombres y mujeres que debían abandonar sus
tierras de labranza, veredas y pueblos.
27 Algunos intelectuales, aunque de manera esporádica y sin mayor rigor o constancia,
llamaron la atención, en revistas de carácter nacional y local, sobre el impacto de las
acciones que tenían lugar en el campo.
28 Estas manifestaciones contra la violencia, incluso de parte de políticos como Gaitán,
fueron opacadas por la manera como el bipartidismo, en su conjunto, adelantó la
confrontación y por la dinámica misma de los acontecimientos, que incorporó el cobro de
cuentas personales y la delincuencia al conflicto.
29 La Violencia, al no generar un bando vencedor, no pudo formular, desde el Estado o las
instituciones, una producción simbólica sobre la nación, alternativa a la establecida por la
Regeneración. Por el contrario, lo que se produjo fue: una redistribución de la propiedad
agrícola, una reforma agraria basada en la sangre, que fortaleció el poder de los
terratenientes y permitió la conformación de una nueva clase de propietarios; asimismo,
la creación del Frente Nacional, y una nueva ofensiva de los sectores conservadores por
retomar el control de la educación y la cultura. Todo lo contrario sucedió con la
Revolución Mexicana o la Revolución Cubana. Allí, luego del triunfo, el bando vencedor
construyó un nuevo país e incorporó la elaboración y recreación de mitos fundacionales.
30 En Colombia, no todos los intelectuales estuvieron en capacidad de responder
adecuadamente al reto intelectual y político que impuso La Violencia. Por una parte,
estaban altamente comprometidos con sus propias colectividades y no tenían una
conciencia muy precisa ni de los procesos históricos ni de los políticos. Por otra,
concebían su actividad como un cultivo de las bellas artes.
31 Sin embargo, existió un grupo de intelectuales que pudieron establecer reflexiones que
trascendieron. Como en muchas otras ocasiones, le correspondió a la pintura anticipar un
balance sobre el horror del conflicto; con el tiempo, los científicos sociales y los escritores
realizaron su propia aproximación. Por ello, aunque formalmente se considera que los
intelectuales son quienes escriben, quienes se pronuncian en torno a una situación dada a
través de un texto, hay que tener en cuenta que no siempre este tipo de intelectuales está
en condiciones o en capacidad, por limitaciones políticas o de formación, de
pronunciarse. Es necesario reflexionar sobre el impacto simbólico de la pintura, la que a
pesar de tener un público más reducido, una elite, puede llegar a amplios sectores. En la
79

Guerra Civil Española fueron muchos los intelectuales comprometidos, algunos de los
cuales empuñaron las armas, pero no cabe la menor duda de que un cuadro como Guernica
ha tenido un reconocimiento relativamente mayor que muchos de los manifiestos y
poemas.
32 Hay que considerar que los pintores en Colombia pudieron anticipar el balance sobre este
periodo histórico. La razón de este hecho descansa en que la mayoría de ellos habían
viajado, habían recibido el influjo de nuevas escuelas de pintura —como el muralismo—,
estaban en contacto con las vanguardias y las posiciones más críticas, etcétera. La obra
más reconocida es, sin lugar a dudas, La Violencia de Obregón, cuadro premiado en 1962.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que los pintores, a las pocas semanas del asesinato
de Gaitán, habían dejado consignadas en los lienzos su preocupaciones sobre la violencia.
Débora Arango, por ejemplo, elaboró en los años cuarenta una serie de cuadros en los
cuales expresó sus impresiones sobre la coyuntura política.8 En 1940 pintó una acuarela
titulada Gaitán, en la cual aparecía el caudillo liberal rodeado de multitudes y banderas.
Ocho años más tarde, no pudo sustraerse al impacto del asesinato del líder liberal y
registró la toma de una iglesia. Estas acuarelas fueron acompañadas por otras tituladas El
tren de la muerte y El vagón, en las que aparecen cadáveres amontonados.
33 En los años cincuenta, Débora Arango continuó con su trabajo de registrar los sucesos
nacionales, aunque con un marcado acento satírico. Los personajes públicos, como
Laureano Gómez, adquirieron en sus lienzos la forma de animales, batracios, que
desfilaban precedidos por una calavera. Asimismo, pintó la manifestación estudiantil de
mayo de 1957 y la Junta Militar, recurriendo al empleo de animales grotescos.
34 La intelectualidad de los partidos tradicionales osciló entre el ejercicio del derecho a la
insurrección, proclamado desde el siglo XIX por diferentes voceros del bipartidismo, y el
llamado al entendimiento de los partidos para derrotar a quienes persistían en la
violencia. Gilberto Alzate Avendaño sostuvo con respecto a la candidatura de Ospina
Pérez:
Si un gobierno se hace ilegítimo en su ejercicio y expulsa a la oposición de los
cuadros legales, ésta debe actuar insurreccionalmente, con la violencia o
clandestinidad. Hasta en el vetusto código de Las Partidas se establece la licitud de
la rebelión cuando el poder se torna torticero.9
35 No obstante, cuando la violencia que habían desatado los propios partidos amenazaba con
sobrepasarlos, debido al surgimiento de experiencias populares de autonomía política y
militar, Alzate Avendaño se pronunció, como muchos otros, por el entendimiento de los
partidos y reclamó una acción de fuerza del Estado contra quienes se habían salido de los
límites impuestos por los propios partidos:
Es un deber de las clases dirigentes renunciar a explotar la industria política del
odio. El país no se puede seguir desangrando, sacrificando más víctimas a unos
carnívoros ídolos del foro y empleando el hirsuto vocabulario de la tribu. Para
erradicar la violencia del terrorismo físico o moral, el aparato del miedo, no bastan
las declaraciones platónicas que la reprueban. Es necesario perseguirla en sus
últimos asilos, liquidar con rigor los instintos antisociales y no permitir que un
hampa rebotada quiera dignificarse con pretextos políticos para consumar atroces
fechorías y crímenes abominables.10
36 Por supuesto, no se trata del patriotismo de las clases dominantes y sus intelectuales, sino
de la expresión del miedo al pueblo, de miedo a la autonomía que podían representar las
guerrillas y las repúblicas independientes.
80

UNIVERSALIDAD Y PROVINCIA
37 El escenario mundial cambió a raíz del fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la
Guerra Fría. Los hechos fundamentales para Colombia fueron el ascenso conservador
desde mediados de la década del cuarenta, la presencia de Laureano Gómez y la dictadura
de Rojas Pinilla. Esta situación traducía el fortalecimiento de la visión más conservadora,
no sólo sobre la política sino sobre la cultura. No obstante, el país no era el mismo de
comienzos de siglo, donde las academias regulaban impunemente el hecho artístico y la
vida intelectual de las universidades. Por ello, paralelo al auge conservador se dio el
dinamismo de nuevas opciones estéticas, que, paradójicamente, se caracterizaban por ser,
al mismo tiempo, más universales y locales. De igual manera, existió un fortalecimiento
de los vínculos con la cultura universal, especialmente porque se tendió a superar la
asimilación de lo externo sólo en el campo literario y se buscó, de una manera más
amplia, lo más avanzado del pensamiento universal.
38 Encontraremos en los años cuarenta y especialmente en los cincuenta, la presencia de
revistas que tenían propuestas totalmente distintas y que se caracterizaban por un mayor
rigor, la superación de la poesía como la temática central de una publicación cultural y
una actitud más crítica respecto al pensamiento universal. Igualmente, fueron
importantes las revistas de los años cincuenta, porque evidenciaron que los intelectuales,
a pesar de la crisis política generada por La Violencia y la dictadura, estuvieron en
capacidad de crear nuevos medios de difusión del pensamiento y responder críticamente
al modelo cultural emanado de la Regeneración.
39 Por otra parte, existió una “competencia” entre las revistas que aparecían ligadas con los
partidos políticos tradicionales y las revistas que buscaban la autonomía en relación con
lo político y una posición más crítica con respecto a lo social. El resultado fue una mayor
posibilidad para los lectores y, en ocasiones, una polémica entre escritores. Podemos
encontrar, a mediados de los cincuenta, la revista Prometeo, apoyada por un sector del
conservatismo.11 Igualmente, en el mismo año de 1955, aparece Mito, con su propuesta de
palabras en situación y con urna colaboración de los intelectuales más independientes. 12
40 La revista Prometeo, dirigida por Belisario Betancur y Diego Tovar, retomó los temas y las
aproximaciones más tradicionales para entender el arte y el mundo de entonces. Los
artículos enfatizaban la perspectiva conservadora y clerical. De hecho, recalcaban que los
trabajos publicados serían aquellos regidos por las directrices católicas, apostólicas y
romanas. Desde el primer número de la revista aparecieron artículos que o bien asumían
directamente la visión católica de la sociedad o la concepción católica del arte y la
cultura. Diego Tovar, por ejemplo, escribió un ensayo sobre la obra del pensador Paul
Claudel. A continuación apareció un artículo de este escritor sobre las maravillas de la
Biblia y un poema donde resaltaba la bondad de la Virgen María y de su acción salvadora
sobre Francia.13 Adicionalmente, en el mismo número de la revista se publicó un poema
de Hernando Rivera titulado Jesucristo.
41 La defensa del catolicismo llevó a algunos articulistas a alertar a los creyentes respecto a
la presencia de los protestantes y a respaldar toda la historia del catolicismo, incluso sus
periodos más oscuros, como la inquisición, afirmando que la versión española había sido
más justa con los acusados de brujería que la protestante.14 Asimismo, respaldaban la
aceptación integral de la doctrina cristiana, pues argumentaban que la obediencia ciega
era un signo infalible del catolicismo.15
81

42 Esta visión tradicional retomó, en tercer lugar, un tema muy valorado por el pensamiento
conservador: España. En efecto, a través de Prometeo las posiciones más conservadoras
sobre la herencia española y sobre la raza, que comentamos en el primer capítulo,
emergen casi con los mismos términos de comienzos del siglo XX. Alvaro Gómez Hurtado,
seguramente adoptando la posición de su padre Laureano Gómez, al analizar el
denominado mito de la cultura mestiza despreció las características y posibilidades de las
culturas prehispánicas.16 Por su parte, Libardo Arriaga Copete escribió agradeciendo a
Cristóbal Colón por el descubrimiento y sostuvo que era lo mejor que nos había podido
ocurrir hasta ese momento, pues en caso contrario se hubiesen perdido millones de
cristianos.17
43 En segundo lugar, se resaltó la presencia de los pensadores conservadores colombianos.
Aparecieron artículos apologéticos sobre personajes como Marco Fidel Suárez. 18 De José
Eusebio Caro se destacan sus acciones contra el sensualismo, el voltereanismo, el
protestantismo y el liberalismo indiferentista;19 sobre Simón Bolívar se elaboró una visión
en la cual el Libertador aparecía estrechamente ligado con los valores conservadores; 20 y
no podía faltar un artículo sobre Miguel Antonio Caro.21 Igualmente, se asumió un rechazo
total al destierro a que fue sometido el jefe conservador Laureano Gómez.22
44 No obstante, el conservatismo de los directores de Prometeo no fue obstáculo para
rechazar la dictadura de Rojas Pinina ni para oponerse a algunos actos de sectarismo
político, especialmente al desestimar el argumento —una supuesta militancia comunista—
con el cual fue perseguido Gerardo Molina.
45 La revista Tierra Firme fue creada para la difusión de las ciencias humanas. Dirigida por
Francisco Posada Díaz y fundada en 1958, aparece como una de las primeras publicaciones
concebidas con el rigor necesario para estar a la altura de las revistas internacionales del
momento. Dada la escasa difusión de algunas corrientes de pensamiento, Tierra Firme fue
una propuesta avanzada, pues difícilmente, para ese entonces, en el mismo ejemplar de
una revista podían coincidir artículos de Heidegger, Lacan, Levi-Strauss, Hyppolite,
Sartre, etcétera. La publicación asumió como función la difusión de lo más novedoso y
sólido del pensamiento contemporáneo.
46 Dos bloques temáticos resaltan en esta revista: el psicoanálisis y la filosofía. El primer
número de la revista, por ejemplo, contiene tres artículos en los que se hace referencia a
la obra de Freud, y otros dos en los que se toma como centro de reflexión a la filosofía. 23
47 Una segunda característica es que la casi totalidad de los artículos corresponden a textos
escritos por los pensadores más importantes del momento. Se publicaron trabajos de
Maurice Merleau-Ponty, Jean Hippolite y Martín Heidegger. El número de colaboradores
colombianos, bastante reducido, se limitó a los aportes de Gutiérrez Girardot y, en menor
medida, de Jorge Child, Eduardo Cote Lamus y José Olmedo.24
48 En el mismo año en que se publicó Tierra Firme salió a luz la revista Contemporánea.
Publicación apoyada por la gobernación de Cundinamarca, pero con un alto grado de
autonomía y un evidente rechazo a la estructura de la revista institucional; postura que se
hizo patente en el primer editorial, en el cual se anunció que no se publicarían ni fotos de
funcionarios ni informes oficiales.25
49 En segundo lugar, Contemporánea poseía una propuesta de estructura interna que a
nuestro juicio superaba a las demás publicaciones de la década. En efecto, Contemporánea
poseía las siguientes secciones: “La naturaleza”, “El espíritu y el hombre”, “La sociedad”,
“Las letras y las artes”, “Presencia del pasado”, “Problemas colombianos” y “Notas”; en
82

esta última registraba actividades relacionadas con el cine, las exposiciones y las
publicaciones. Es decir, se trataba de una propuesta totalizante, que brindaba la
posibilidad de conocer los debates más importantes en las diferentes disciplinas. Por ello
superaba la estrecha visión que se tenía sobre las revistas cultdurales, que
tradicionalmente se limitaban a publicar poemas, cuentos y unas cuantas reseñas, o, en el
mejor de los casos, a la reproducción de artículos de ciencias sociales.
50 En tercer lugar, Contemporánea se concibió como una publicación que luchaba por la
“autenticidad nacional”. Fabio Lozano Simonelli señaló en su primer editorial los
propósitos de la publicación:
[La] búsqueda de la autenticidad nacional debe ser la norma de la vida social
colombiana, si reconocemos que nuestros triunfos históricos y culturales han
carecido de la base en el espíritu común de los colombianos que permiten calificarlo
de triunfo común a Colombia. El hombre nuestro no se siente parte de una sociedad,
de una cultura, de una historia. Por eso la política ha sido para él, siempre,
espectáculo, y la democracia escenario para que brinden ese espectáculo de los
actores avezados.26
51 No obstante, esta búsqueda de autenticidad no fue concebida desde el rechazo a un
supuesto pensamiento foráneo y a un arte extranjero, como estúpidamente se sostiene
hoy día en las altas esferas del Estado.27 Por el contrario, la publicación aparece con la
clara intención de mirar lo nacional desde la perspectiva del reconocimiento de los
aportes del pensamiento universal. De otra manera no se entendería el hecho de que en el
primer número se tradujera un capítulo del libro The Art of Loving de Erich Fromm,
publicado en Londres el año inmediatamente anterior.
52 Lo que se percibe en esta década es una ruptura con la manera como se establecía
contacto con lo universal. En décadas anteriores el vínculo existía, pero aparecía más
como un privilegio de unos pocos, relacionado con el mito del hombre culto. En los años
cincuenta las revistas buscan claramente la difusión del pensamiento universal, su
popularización, pero con la perspectiva de una aplicación de esos nuevos métodos y
saberes a la reflexión de la situación nacional. El primer paso fue la difusión de dicho
pensamiento a través de la traducción y luego su publicación en editoriales nacionales. 28
Tal dinámica cobró toda su plenitud en los años sesenta, cuando se produjo una verdadera
ruptura intelectual con el tutelaje del bipartidismo.
53 La traducción de obras y pensadores ha sido parte de la cadena de formación —o al menos
de intentos de formación— de escuelas de pensamiento: unos pocos tienen acceso a la
obra de un intelectual europeo o estadounidense, la adoptan como su guía, luego la
difunden a través de artículos y traducciones y, finalmente, aparecen grupos de
académicos que continúan las ideas del maestro. Fueron muy importantes las actividades
de las revistas en los años cuarenta y cincuenta, especialmente cuando la pobreza de
nuestro medio era tal que algunos se atrevían a rechazar a los pensadores de mayor
renombre, seguramente sin conocer su obra, con frases sonoras y duros adjetivos. El
poeta Rafael Maya, uno de los intelectuales más prestigiosos, sostuvo a propósito de la
relación entre las vanguardias estéticas y Freud:
Yo sé que diariamente inventan teorías estéticas, psicológicas, sociales, etc. para
justificar la obra poética deshilvanada e inconexa. Freud anda por medio, con sus
tesis sobre el valor mental del disparate, sobre los actos fallidos, sobre la
interpretación de los sueños. Pero estas entidades patológicas, trasladadas a la
concepción estética, han dado como consecuencia todo este arte de locura y
monstruosidad que tanto abunda ahora, y a través del cual expresa el alma
contemporánea su espantoso vacío, su vulgaridad irremediable, su neurosis fatal. 29
83

54 Años más tarde, Jorge Gaitán Durán definió, en un claro sentido universal, el espectro de
las influencias de su generación:
Pertenezco a una generación marcada con más hondura por Marx, Freud y Sartre
que por Proust, Joyce o Faulkner; nos interesa y nos entusiasma la experiencia
literaria de Borges y Robbe-Grillet o la experiencia ontológica de Heidegger, pero
prestamos más atención a Machado, Lukács o Henri Lefebvre, nos conmueve la
aventura humana de Henry Miller o Jean Genet, pero es una película como Paths of
Glory, de Stanley Kubrick, donde nos reconocemos. Nuestro humanismo es quizás
una paradoja: sentimos en carne viva la fascinación del pensamiento del y el arte de
este tiempo que gritan con desesperanza la indigencia del hombre frente a una
Historia impla cable y a la vez creemos firmemente que podemos reformar el
mundo.30
55 Precisamente este rasgo, la universalidad, fue una de las características esenciales de la
revista Mito. Esta publicación fue fundada en 1955 por Jorge Gaitán Duran y Hernando
Valencia Goelkel y su último número fue publicado en junio de 1962. Para Mito escribieron
artículos los principales intelectuales que vivían en ese momento en Colombia. La revista
se propuso difundir lo más avanzado del pensamiento universal, atendiendo sólo a la
calidad de los artículos. Adicionalmente, la revista contó con un comité patrocinador
integrado por escritores de prestigio internacional, como Rafael Reyes, Octavio Paz,
Vicente Aleixandre y Luis Cardoza y Aragón. A pesar de ello, la orientación de la revista
generó el rechazo de los sectores más conservadores de la cultura y de algunos
intelectuales que la consideraban evasiva, burguesa, escandalosa y elitista.31
56 La revista fue creada bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, quien había dado un golpe
de Estado el 13 de junio de 1953 contra él conservador Laureano Gómez, y si se tiene en
cuenta que el país se encontraba además bajo el imperio de la violencia, la fundación de la
publicación constituyó un hecho especial. Se podría pensar que la revista tomó posición
contra la dictadura pero en principio no fue así; su preocupación era la difusión del
pensamiento universal, lo que, sin embargo, significaba un enfrentamiento contra la
supervivencia de la visión conservadora y clerical.
57 La importancia de la revista no se mide, entonces, por el hecho de haber asumido una
actitud ante el dictador, que de hecho sí asumió durante la coyuntura de la caída de Rojas,
sino por difundir el pensamiento contemporáneo, generar una polémica sobre el carácter
de una revista cultural y el papel de los intelectuales, y servir a la generación siguiente de
punto de referencia.32
58 Subsiste una pregunta cuando se val ora la experiencia de esta publicación: ¿estamos
hablando de una generación o del pequeño grupo de escritores que dirigieron la revista. 33
A nuestro juicio, se trata más de la experiencia de diversos escritores y pintores que
coinciden en el tiempo. Los intelectuales, por ejemplo, no se identificaron como un
colectivo, como años más tarde lo harían los nadaístas. Por otra parte, lo más importante
a nuestro juicio es que se comenzó a consolidar una circunstancia desconocida: el nuevo
tipo de intelectuales poseía título universitario. La época de los autodidactas, muy
significativa en las primeras décadas del siglo XX, desaparece totalmente en esta
coyuntura.
59 En segundo lugar, la experiencia de Mito cuestiona contundentemente la decimonónica
idea sobre la adopción de ideologías foráneas. No puede existir una reflexión sobre los
problemas nacionales ni un desarrollo de la literatura “nacional” sin la consideración de
los aportes de los escritores y pensadores universales. Sin embargo, aun para valorar la
84

experiencia de los años sesenta, como lo veremos más adelante, se recurre nuevamente a
este argumento.
60 No obstante, hay que hacer una acotación sobre el sentido de la universalidad. La utilidad
del contacto con las diferentes manifestaciones del espíritu humano debe ser medida por
su puesta al servicio del pueblo y debe estar encaminada a complejizar y enriquecer las
lecturas simbólicas que éste realiza. Si, por el contrario, la universalidad está al servicio
de la diferenciación social, como generalmente ha ocurrido y ocurre en nuestro país,
dicha universalidad se convierte en expresión de elitismo, en práctica de diferenciación y
establecimiento de límites y dominación de clase.
61 En el caso de Mito, la situación no puede definirse inicialmente en términos de blanco o
negro. Por el contrario, esta revista posee una clara tendencia a la difusión de un
pensamiento que en el momento era necesario para ampliar las referencias de quienes
tenían acceso a la publicación. Por otra parte, es claro que la revista sólo tenía una visión
muy general de la libertad de pensamiento; hecho que se demostraba, según sus críticos,
en la composición del comité de redacción, en la publicación de las cartas de quienes la
criticaban, etcétera. No obstante, hay que tomar en cuenta diversos puntos: si la
publicación tenía una posición ante los problemas nacionales, si el pensamiento que
difundía se hacía de manera que permitiera la formación de escuelas críticas, es decir, si
poseía unidad y coherencia o sólo se basaba en la novedad que establece la diferencia.
62 Un hecho que fija límites muy claros es que Mito fue en esencia una revista literaria,
aunque se publicaron artículos de filosofía y de “actualidad nacional”, y en ese campo,
como muchos lo han señalado, se trata de la “más audaz aventura cultural de su época en
Colombia”.34
63 Uno de los rasgos de Gaitán Durán y de Mito fue su vinculación con la obra de Sade. Este
hecho determinó que en el primer número de la revista se publicaran dos artículos, los
dos primeros, sobre el Marqués. De doce artículos publicados en la sección “Documentos y
Testimonios”, siete “corresponden a curiosidades de la conducta sexual”. Es de suponer
que en la época el escándalo fue grande. Bourdieu explica que una de las conductas típicas
del momento de constitución del campo cultural y de la definición de los valores de los
intelectuales es la transgresión. Por ello, aun en el caso de que Gaitán Durán no lo
quisiese, simplemente estaba siendo fiel a una “tradición” y creando su propio auditorio.
Este hecho fue destacado por Darío Ruíz Gómez, uno de los críticos de Mito, para quien la
actitud era simple exhibicionismo evasivo sin ninguna posibilidad de confrontación. 35
Para Alvaro Medina, el concepto que define la actitud de Gaitán Durán es el de
transgresión: “La transgresión, por lo tanto, se tradujo en acción, enfrentándose a una
sociedad colombiana pacata, oscurantista y beata, a la que se dedicó a escandalizar
poniendo en evidencia algunos de sus comportamientos sexuales”.36 Este autor concluía
señalando que la actitud del director de Mito era la de un burgués.
64 El momento de origen de la revista y la trayectoria de Gaitán Durán —la toma de la
Radiodifusora Nacional el 9 de abril de 1948 y su defensa de un liberalismo de izquierda—,
indicaban aparentemente un alto compromiso de la publicación. Este tema debe
considerarse teniendo en cuenta dos aspectos: el tipo de artículos publicados y las
actividades de los directores. Mito aparece bajo una circunstancia muy particular: el
quiebre constitucional generado por la dictadura de Rojas Pinilla y el desequilibrio
fundamental de los valores a causa de La Violencia.37 Los artículos publicados hacen
referencia fundamentalmente a temas de literatura y filosofía. La sección denominada
“Testimonios y Documentos” es considerada por los críticos como la expresión del alto
85

compromiso de los directores con el momento y con el país.38 Adicionalmente, son de


resaltar Las publicaciones de Gabriel García Márquez, incluido El otoño del patriarca, las
entrevista a Camilo Torres y el número dedicado a la Revolución Cubana.
65 Un capítulo adicional en la valoración del compromiso político son los escritos de Gaitán
Duran, especialmente su Diario, la Revolución invisible y El libertino y la revolución. De la
Revolución invisible se ha dicho que es uno de los “esfuerzos más serios, sino el más, por
comprender el destino histórico del país cuando apenas se iniciaba el Frente Nacional”. 39
Juicio desproporcionado en la medida en que la calidad del trabajo es escasa. Para ese
entonces ya se habían publicado investigaciones que aun hoy tienen vigencia; nos
referimos, por ejemplo, a los trabajos de Darío Mesa, Treinta años de historia de Colombia
1925-1955 (1957); Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia
(1942); y Luis Ospina Vásquez, Industria y protección de (1955). 40 Finalmente, Gaitán Durán
realiza una apología al capitalismo del Valle de Cauca., de manera que su texto no es lo
que dicen sus defensores.
66 Lo que no dicen los apologistas de Gaitán es que en la revista se hicieron juicios
valorativos sobre dirigentes políticos, como Carlos Lleras Restrepo y Alberto Lleras
Camargo, que compiten en melosería con los emitidos por los allegados más próximos a
los dirigentes liberales.41
67 Hay que considerar las temáticas trabajadas por Mito con más detalle. De la sección
“Testimonios y Documentos”, ya vimos que la mayoría de los artículos hacían referencia
al tema de la sexualidad, y sin querer insinuar que es una problemática que carece de
importancia, habría que evaluar su prioridad en el momento.
68 La segunda posibilidad para analizar el compromiso político de Mito fue la actitud
asumida por los directores ante las diferentes situaciones que les tocó vivir. En principio,
la dirección estaba conformada por allegados al bipartidismo y no por militantes de
izquierda. De hecho, las referencias al marxismo en la revista fueron siempre indirectas o
a través de la lectura existencialista, así que en principio no se podía esperar un
compromiso distinto al que tenían las corrientes más críticas del bipartidismo.
69 La oposición a la dictadura de Rojas Pinilla fue el acontecimiento político que más se
resalta en los análisis sobre la revista y sus directores, como prueba del compromiso de
los intelectuales.
70 El número trece de Mito difundió el apoyo que los intelectuales brindaban a quienes
luchaban por expulsar a Rojas Pinilla del poder. El fundador de la revista y el comité de
dirección firmaron un editorial exigiendo libertades totales y reformas institucionales, y
para los intelectuales una reforma ética:
No corresponde a los escritores la tarea directa de las reformas institucionales que
la república espera, a la vez que pueden y deben influir en la orientación de éstas,
su papel esencial reside en la realización de la reforma ética del país, cuya
estructura moral y cuyos estilos de conducta han sido implacablemente socavados. 42
71 Además del editorial, se publicó en el mismo número una “Declaración de intelectuales
colombianos durante el paro general”, en la cual se insistía en la necesidad de expresar el
anhelo de amplias libertades.
72 Hay que recordar que la presión contra el dictador había sido liderada por los partidos
políticos, los gremios económicos, los medios de comunicación y sectores de la Iglesia. De
manera que el rechazo a la dictadura por parte de los intelectuales hacía parte de la
86

acción del bipartidismo. Por otra parte, ni Mito ni sus intelectuales hicieron manifestación
alguna a raíz de la masacre que se cometió en la plaza de toros de Bogotá.
73 Posteriormente, el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) eclipsaría a los intelectuales
que actuaban a finales de los cincuenta, y más adelante algunos de ellos se vincularían a la
burocracia.
74 La presencia de revistas como Tierra Firme, Mito y Prometeo, entre otras, confirma una
tendencia a la cual ya había hecho referencia y que desmiente, nuevamente por si aún hay
dudas, la ficción de la “Atenas suramericana”. En efecto, a finales de los cuarenta y
comienzos de los cincuenta existía un fuerte movimiento cultural en las principales
ciudades del país. De hecho, en diferentes campos los artistas e intelectuales eran
predominantemente “provincianos” y sus trabajos no necesariamente se concentraban en
la “capital”. En pintura, por ejemplo, los más destacados artistas de los años cuarenta y
cincuenta no eran originarios de Bogotá: Débora Arango, Pedro Nel Gómez, Rodrigo
Arenas Betancourt y Fernando Botero eran de Antioquia; David Manzur de Neira (Caldas)
y Edgar Negret de Popayán. Tampoco sus primeras exposiciones se realizaron
necesariamente en las galerías de Bogotá.
75 Lo mismo puede decirse en las ciencias sociales y en la literatura: sólo una minoría de los
científicos sociales y los literatos eran originarios de la “Atenas suramericana”. Es
evidente que el hecho de ser Bogotá la capital de la república, lugar donde se
concentraban las principales autoridades de tipo eclesiástico, político, militar y
económico, daba a quienes vivían en la ciudad cierta ventajas comparativas con respecto
a los otros intelectuales que se originaban en la provincia.
76 Sin embargo, el hecho de que aún se reprodujese la idea tradicional sobre el dominio
bogotano en la cultura, debe entenderse como la expresión de las nociones dominantes de
una elite en decadencia, los estertores de una generación que desaparecía físicamente, y
también se explica porque Bogotá era el paso obligado para algunos provincianos que
necesitaban establecerse en la capital y consagrarse en los círculos de poder y académicos
de la ciudad.

LOS MEDIOS Y LOS INTELECTUALES


77 Los cambios en las condiciones internacionales y nacionales motivaron un giro
momentáneo de los medios en su tratamiento a los intelectuales críticos, como los
comunistas europeos. La alianza militar entre las potencias y la URSS ocasionó un olvido
provisional de las acusaciones contra el comunismo y la Unión Soviética. No obstante, a
mediados de los cuarenta la situación cambió y la polaridad se estableció plenamente.
Esta situación se agudizó en el caso colombiano a raíz de la muerte de Gaitán y la
posterior acusación conservadora de que se trataba de una conspiración comunista.
78 Igualmente, se crearon nuevas formas de institucionalización de la elite intelectual y de
conformación de las comunidades científicas y, en general, de los medios de consagración
intelectual. Los premios, que se habían instituido en décadas anteriores, se consolidaron
plenamente, tal como aconteció con el Salón de Artistas Colombianos, cuyos premios eran
otorgados por el Ministerio de Educación Nacional, y el establecimiento de la crítica, que
ya para esta época a la que venimos haciendo referencia publicaba un listado de los
“mejores libros colombianos”; listado que hoy día es regido por un criterio estrictamente
87

comercial y que ha sustituido la crítica por las ventas.43 La universidad también se


destacaba en la jerarquización de los intelectuales.
79 En 1958, la revista Contemporánea publicó un listado de libros de diferentes disciplinas y
estableció quiénes fueron los escritores más importantes ese año en cada campo del
saber. Se consideró que los trabajos más destacados fueron: en sociología, el texto La
revolución en América de Alvaro Gómez Hurtado; en crítica de arte, el Museo vacío de Marta
Traba, y en historia, Obando íntimo de Horacio Rodríguez Plata.44
80 Igualmente, cabe destacar el inicio de la televisión en Colombia. Aunque evidentemente al
comienzo no tuvo una relación estrecha con las culturas populares, con el paso del
tiempo, especialmente en los setenta, se constituiría en un elemento fundamental para la
configuración de lo popular.

INTELECTUALES Y ESTADO
81 La relación entre los intelectuales y el Estado en el periodo de La Violencia atravesó por
varias etapas. En un primer momento, la intelectualidad fue cautivada por la supremacía
liberal en el terreno político y defendió en diferentes escenarios el ideario liberal,
especialmente a partir de la Revolución en Marcha. En un segundo momento, los
intelectuales vivieron el reverdecimiento del conservatismo con el triunfo de Ospina
Pérez y, especialmente, con el ascenso de su sector más recalcitrante cuando Laureano
Gómez llegó al poder. Posteriormente, se estableció la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla,
que alimentó los ideales de libertad y, por oposición, fomentó un espíritu crítico respecto
al Estado. La movilización de los intelectuales el 10 de mayo y su rechazo al usurpador son
sólo un capítulo. Los sectores dominantes, desde instituciones educativas, periódicos y
gremios, lograron que los sectores populares salieran a la calle y se pronunciaran contra
la dictadura.
82 El 9 de abril de 1948 algunos intelectuales se destacaron por su participación en el motín
popular, especialmente a raíz de la toma de la Radiodifusora Nacional, que adelantaron
Jorge Zalamea y Jorge Gaitán Durán.
83 Los intelectuales del bipartidismo vivieron y padecieron la dictadura de una manera
fuerte. Inicialmente, fue valorada por algunos como una salida a la crisis a la que había
sido arrojado el país por los partidos tradicionales. Débora Arango celebró la caída de
Laureano Gómez a manos de Rojas Pinilla en una de sus pinturas. En 1954, Gonzalo Canal
Ramírez se expresó a favor del general Rojas Pinilla en los siguientes términos:
El trece de junio el espíritu de partido fue suplantado por el espíritu nacional,
colombiano y colombianista, gracias a su aparición en el gobierno del Pueblo y de
las Fuerzas Armadas, en un binomio glorioso, ya bien definido por nuestro propio
presidente, general Gustavo Rojas Pinilla.
Por fin ese día el pueblo, que en materias civiles es supremo representante de la
autoridad de Dios en la tierra, hizo valer su soberanía, a través de tina institución,
la única salvada en medio de la total crisis de todas las demás instituciones
colombianas, y que por eso mismo también la única salvadora: las Fuerza Armada. 45
84 A finales de los cincuenta, el rechazo a la dictadura fue total. La oposición a Rojas Pinilla
fue el acontecimiento político que permitió la presencia beligerante de los intelectuales
colombianos. La presión sobre el dictador fue liderada por los partidos políticos, los
gremios económicos, los medios de comunicación y sectores de la Iglesia. De manera que
el rechazo a la dictadura por parte de los intelectuales no fue un caso aislado sino, por el
88

contrario, parte de una actitud generalizada. En este sentido, evidenciaron el hecho de ser
intelectuales orgánicos del bipartidismo.
85 Los pensadores reivindicaron en aquel entonces cierta especificidad y varias veces
firmaron proclamas en nombre de los “intelectuales”, lo cual no había sido usual. La
dictadura, al instaurar un control sobre la prensa y dada su confrontación con el
bipartidismo, se ganó la enemistad de los escritores del partido liberal y del conservador
y, por ello, procedió contra los académicos: los directores de Prometeo, por ejemplo,
fueron encarcelados.
86 En los años cincuenta se presentó un conflicto en el cual participó activamente la Iglesia y
que expresa varios hechos interesantes acerca de su papel en la sociedad y acerca de
cómo algunos aspectos de los cuales dimos cuenta en el capítulo primero —la
determinación de lo que era la cultura durante la Hegemonía Conservadora, por ejemplo
—, se mantienen aún en estos años. En primer lugar, se constata la importancia de la
Iglesia en la regulación del campo político y cultural. En segundo lugar, la beligerancia de
las posiciones más conservadoras en una época en la cual se creerían ya superadas. En
tercer lugar, la gestación de la autonomía del campo intelectual, la cual se manifestó con
toda plenitud en la década siguiente.
87 Hablamos concretamente del veto que el cardenal emitió en 1956 contra el nombramiento
de Gerardo Molina como rector de la Universidad Libre. Se destacan varias circunstancias
en la opinión del cardenal. Inicialmente, el argumento. La Iglesia consideró a Molina un
pensador extremista que amenazaba con transformar la institución en “una Universidad
totalitaria y marxista”. Lo paradójico es que ni siquiera Molina se consideraba a sí mismo
marxista.46
88 Es importante también resaltar en este impase el hecho de que la alta jerarquía católica
asumiera que tenía el derecho a emitir vetos contra aquellos que consideraba enemigos
de la Iglesia. Es decir, la Iglesia seguía en pie de guerra contra el liberalismo radical y
especialmente contra el comunismo.
89 Otro aspecto de la actitud de la Iglesia es que significaba un serio cuestionamiento a las
libertades de pensamiento y expresión. En primer lugar, porque planteaba la legitimidad
de la persecución a los disidentes donde quiera que ellos estuvieran. En segundo lugar,
porque lesionaba la autonomía institucional, en este caso de la Universidad Libre, en el
nombramiento de sus autoridades y maestros, así como también, quedaba implícito, en la
elección de sus programas académicos.
90 La posición del cardenal alertó a los intelectuales, incluso a destacados miembros del
conservatismo, como los directores de Prometeo, que rechazaron el veto. De la respuesta
dada por esta publicación dos hechos resultan importantes. El primero, que consideraban
el suceso como expresión del ambiente intelectual en Colombia, pues señalaron que el
escándalo de la Universidad Libre era “la melancólica y palpable demostración del mar
muerto ideológico en que se ha sumido, quién sabe por qué maldición, el juego de nuestro
planteamientos políticos [...] Colombia es un país estéril para el pensamiento”. 47
91 El segundo hecho es la afirmación de que la acusación de Molina como partidario del
marxismo también hacía parte de la manera como tradicionalmente se venían explicando
los sucesos nacionales: la existencia de un enemigo externo, en este caso el comunismo.
Señalaban los directores de Prometeo·.
Las explicaciones de nuestros desastres son dadas con base en la intervención
comunista. Las desgracias nacionales, las fatalidades públicas, las imprevisiones, las
89

plagas, etc., etc., son atribuidas en América Latina al comunismo. La relación de


causalidad no aparece muy clara. Pero hay que creer en la palabra de los estadistas.
Todo hecho, sea inocuo o sea grave, se atribuye a la acción maléfica de esas
minorías fantasmagóricas cuya presencia real en la vida pública se ve contenida por
drásticas medidas legales que, no obstante su drasticidad, resultaban barreras de
papel contra el poderío, la astucia, la eficacia y la agilidad de los comunistas. 48
92 Este argumento expuesto por Belisario Betancur nos parece importante porque se hizo en
el contexto de la Guerra Fría y a pocos años de las persecuciones de McCarthy en Estados
Unidos. Adicionalmente, porque provenía de un destacado miembro del partido
conservador.49 Finalmente, porque el respaldo se expresó en nombre de valores
universales como la libertad de pensamiento, principio que es muy importante en la
constitución de la autonomía de los intelectuales. No obstante, es necesario aclarar que
para los directores de Prometeo no había nada más peligroso que “hacer mártires”, pues
los verdaderos comunistas podían crecer con el escándalo, y en lugar de debilitarlas, las
izquierdas se fortalecieran con la aureola con la cual Molina quedaría luego de verse
obligado a retirarse de la Universidad Libre.
93 Por último, el argumento de Prometeo es muy importante por cuanto se realiza en nombre
de la defensa de la autonomía de los intelectuales, condición para decidir qué corriente de
pensamiento siguen, hecho fundamental en la conformación del campo intelectual. Lo
particular en este caso es que el reclamo iba directamente contra la alta jerarquía
eclesiástica y, como se recodará, Prometeo se propuso la defensa del pensamiento católico.
94 Un segundo suceso que queremos mencionar es el relacionado con la polémica en torno a
la prohibición de la película Rojo y negro por la Junta de Censura Cinematográfica en febre
ro de 1958, cuando ya Rojas Pinilla había abandonado el poder y se iniciaba la era del
Frente Nacional. La negativa de conceder permiso para proyectar la película resulta
interesante desde varios ángulos. Primero, por la polémica que se desató en aquel año.
Jorge Gaitán Durán, fundador de Mito, había sido nombrado por la Asociación de
Escritores y Artistas de Colombia en el cargo de “Censor Nacional de Cine” y, por lo tanto,
hacía parte de la junta de censura. Al evaluar la película Rojo y negro consideró que era
adecuada para el público, especialmente por basarse en un clásico de la literatura
universal. No obstante, su posición fue minoritaria en la votación y la película se prohibió
al público colombiano. Gaitán Durán manifestó al ministro de educación su
inconformidad por la existencia de una junta de censura, cuando a su juicio lo que debería
existir era una junta de orientación. Adicionalmente, rechazó los argumentos con los
cuales la película había sido vetada.
95 Se destaca igualmente en este suceso el argumento expuesto por Ofelia de Wills, con el
cual se sustentó la prohibición: la película “contiene profundas inmoralidades”. 50 Pero
quizás quien mejor resumió el ambiente hostil fue el periódico El Siglo al apoyar la censura
con los siguientes argumentos: la película era financiada por los comunistas, Stendhal
estaba en el Index. Entre el arte y el Index, Gaitán Durán elegía el primero.
96 Lo extraordinario es que aún en 1958 se esgrimiera como argumento para impedir una
obra de arte la existencia del Index. Esto nos permite constatar la fuerte presencia de
hechos externos al mundo específicamente académico, en este caso a los propios de la
crítica literaria o cinematográfica, para evaluar la calidad del libro y la película; también
nos permite constatar, evidentemente, la supervivencia de las nociones de la
Regeneración sobre la cultura.
90

97 Igualmente, este suceso traduce las pugnas entre el campo político y el intelectual y las
limitaciones de este último. La Iglesia, los partidos y las instituciones del Estado luchaban
por mantener un estricto control moral, político e ideológico sobre los intelectuales con
el objeto de impedir que cualquier disidente permeara las mentes de los jóvenes o de los
lectores de libros. Por su parte, los intelectuales, como tales, no te nían todas las
condiciones para el ejercicio, con plenas garantías, de sus actividades y, de otro lado,
evidenciaban que estaban librando la batalla por una autonomía real.
98 Por último, hay que señalar que los intelectuales estuvieron, como en las décadas
anteriores, sometidos a la presión de las instituciones del Estado y que la dictadura
aparece como un periodo típico de represión política y de restricción de las libertades
individuales, entre ellas la de opinión; esto, en general, ha sido propio del régimen
político en Colombia.
99 La huelga estudiantil de mayo de 1957 fue enfrentada por Rojas Pinilla a través de la
intimidación de los rectores. En una reunión con la ministra de educación y varios
rectores de universidades, que fue un verdadero careo, se les colocó en la disyuntiva de
apoyar al dictador o hacer pública la disidencia. Al final, ambas posiciones se
manifestaron abiertamente. Contra las manifestaciones estudiantiles y en apoyo a Rojas
estuvieron el general Calderón Reyes, en representación de la Universidad Jorge Tadeo
Lozano, el rector encargado de la Universidad de San Luis y el rector de la Universidad
Nacional de Colombia, Ramón Atalaya, quien catalogó a los huelguistas como “una turba
irresponsable de fanáticos” ajenos a la institución. En respaldo de los estudiantes se
manifestaron, entre otros, Ricardo Hinestroza Daza, del Externado, y Jorge Eliécer Ruiz,
de la Universidad Distrital.51
100 Tanto la lucha contra el veto a Gerardo Molina como contra la prohibición de exhibir la
película Rojo y Negro representan el momento de inicio de la constitución de la
intelectualidad crítica en Colombia. Estos intelectuales se definen, asimismo, por varios
principios: se consideran intérpretes de la opinión pública, tienen la noción de que la
cultura está ligada a la acción y que la tarea de los intelectuales es la lucha por la libertad
humana, en particular la libertad absoluta de pensamiento.52
101 Nuestra hipótesis es reforzada por la coincidencia en el tiempo de las rupturas estéticas.
Para Marta Traba, por ejemplo, la modernidad en la pintura se inaugura con la obra de
Obregón.
102 En resumen, el periodo de La Violencia es de transición en el campo cultural. Representa
el inicio de la ruptura de los intelectuales con el bipartidismo a partir del rechazo que la
mayor parte de ellos expresa contra La Violencia. Este punto de partida les permitió
iniciar una búsqueda de nuevos modelos estéticos y nuevos proyectos políticos. La
ruptura, sin embargo, no era aún posible porque no existían todas las condiciones para
ello, faltaba la Revolución Cubana, la Ruptura ChinoSoviética, el MRL, la nueva izquierda,
etcétera.
103 Un segundo hecho por destacar en estas décadas fue la sustitución, momentánea, del
maestro por el pintor. Fueron estos artistas los que pudieron sintetizar el horror de la
violencia y dejar para la posteridad el espanto de una generación ante el conflicto
interno.
91

NOTAS
1. Sobre la quimera de las condiciones de paz para el desarrollo de la labor intelectual, véase
Fernando Cruz Kronfly, “El intelectual en la nueva Babel colombiana”, en Fernando Viviescas y
Fabio Giraldo (comps.), Colombia el despertar de la modernidad, Bogotá, Foro Nacional por Colombia,
1991, pp. 385 y ss.
2. Para sólo recordar dos ejemplos muy conocidos, mencionemos los vínculos de Heidegger con el
nazismo y el debate entre Camus y Sartre. En Colombia, dichas polémicas han tenido, desde sus
orígenes, defensores y detractores. Véase uno de los ejemplos de las discusiones en torno a la
relación de los intelectuales con el poder en Aleph, No. 115, Manizales, octubre-diciembre de 2000.
3. En Colombia son muchos los casos conocidos: Vargas Vila, Laureano Gómez y sacerdotes como
Ezequiel Moreno y Monseñor Builes estimularon en diferentes épocas el uso de las armas o
participaron directamente en la batalla. En México, la guerra de los cristeros es, por supuesto, el
mejor ejemplo de participación.
4. El relato que hace Germán Arciniegas del sadismo con el que fue asesinado su abuelo podría ser
la misma historia que contarían diversas generaciones de hombres y mujeres que han vivido
durante el último siglo y medio en Colombia. Véase Gustavo Cobo Borda, Silva, Arciniegas, Mutis y
García Márquez, Bogotá, Biblioteca Familiar Presidencia de la República-Imprenta Nacional, 1997.
5. La exposición Arte y Violencia sintetiza las reflexiones de los artistas sobre este periodo
histórico. Véase Arte y violencia en Colombia. Desde 1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá-
Grupo Editorial Norma, 1999.
6. Fabio López de la Roche, Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa?, Bogotá, CINEP, 1994,
p. 60.
7. Es evidente la influencia existencialista, lo cual se puede constatar en las revistas de la época.
8. Sobre las distintas etapas de la pintura de Débora Arango, véase Santiago Londoño Vélez,
Débora Arango. Vida de pintora, Bogotá, Ministerio de Cultura, 1997.
9. Gilberto Alzate Avendaño, “La candidatura de Ospina Pérez”, en Obras selectas, Bogotá, Banco
de la República, 1984, pp. 80-81.
10. Ibíd., pp. 149-150.
11. La revista fue dirigida por Belisario Betancur y Diego Tovar Concha.
12. La revista tuvo como directores a Jorge Gaitán Duran y Hernando Valencia Goelkel y, como un
hecho particular, su comité patrocinador estaba conformado por hombres de letras de talla
mundial, entre ellos los mexicanos Octavio Paz y Alfonso Reyes.
13. El artículo del codirector de la revista se llamó “Claudel o el catolicismo” y el comentario
apologético de Paul Claudel sobre las maravillas de la Biblia y sus beneficios, se encentran en “El
libro extraordinario”, en Prometeo, No. 1, Bogotá, marzo-junio de 1955.
14. Fabio Botero Gómez, “El protestantismo y la América española”, en Prometeo, No. 15, Bogotá,
junio de 1956.
15. “Nuestra meditación sobre la Iglesia”, en Prometeo, No. 17, Bogotá, septiembre de 1956.
16. Àlvaro Gómez Hurtado, “Ante el mito de una cultura mestiza”, en Prometeo, No. 3, Bogotá,
mayo de 1955. Adicionalmente, véase Fabio Botero Gómez, “Anotaciones sobre la realidad social
de la América española”, en Prometeo, No. 8, Bogotá, octubre de 1955.
17. Libardo Arriaga, “Importancia y circunstancia del descubrimiento de América”, en Prometeo,
No. 8, Bogotá, octubre de 1955.
92

18. Alvaro Sánchez, “Don Marco Fidel Suárez, el ejemplar cristiano”, en Prometeo, No. 3, Bogotá,
mayo de 1955. En la misma linea Jesús Emilio Jaramillo, “Marco Fidel Suárez, pensador cristiano”,
en Prometeo, No. 8, Bogotá, octubre de 1955.
19. Jaime Ospina Ortiz, “Las convicciones militantes de José Eusebio Caro”, en Prometeo, No. 5,
Bogotá, julio de 1955.
20. Àlvaro Gómez Hurtado, “El tradicionalismo frente al progreso”, en Prometeo, No. 6, Bogotá,
agosto de 1955.
21. Carlos Valderrama Andrade, “Miguel Antonio Caro y la religión”, en Prometeo, No. 21, Bogotá,
mayo de 1957 y “Miguel Antonio Caro y la política”, en Prometeo, No. 23, Bogotá, agosto-
septiembre de 1957.
22. Belisario Betancur, “El destierro de Laureano Gómez”, en Prometeo, No. 19, Bogotá, octubre-
noviembre de 1956.
23. Tierra Firme, No. 1, vol. 1, Bogotá, abril-junio de 1958.
24. Gutiérrez Girardot escribió sobre Schlegel y la hermenéutica en Tierra Firme, No. 1 y La
universidad y la reforma universitaria, No. 2-3, julioseptiembre de 1958; e hizo un comentario al
poema “La fiesta de la paz” de Hólderlin, en La universidad y la reforma universitaria, No. 4,
eneromarzo de 1959.
25. “Por la autenticidad nacional”, en Contemporánea, No.l, Bogotá, mayojunio de 1958, p. 7. En el
momento de ser publicado el primer número de la revista era gobernador Jorge E. Gutiérrez
Anzola y el secretario de educación era Pedro Nel Reina.
26. Véase “Editorial”, en Contemporánea, No. 1, Bogotá, mayo-junio de 1958.
27. La consideración de la ex ministra de cultura, Consuelo Araújo, sobre la existencia de un arte
y un pensamiento extranjeros es una completa necedad. Estábamos acostumbrados a dichas
afirmaciones en el contexto de la lucha de los conservadores contra los liberales en el siglo XIX o
de la propaganda anticomunista durante la Guerra Fría, pero en momentos en que hasta el más
ignorante tiene en su vocabulario básico el término globalización produce vergüenza ajena que
una política de Estado se base en tal barbaridad. Luego del infame asesinato de Araújo, el
Ministerio de Cultura siguió como cuota costeña que, sin esfuerzo alguno, ha llevado a limites
inigualables la ignorancia y el clientelismo.
28. Para sólo mencionar un ejemplo, podemos tomar el caso de Sartre. Su obra se comenzó a
difundir a partir de mediados de los años cuarenta en trabajos introductorios a su pensamiento, y
luego se efectuó la traducción de algunos fragmentos en revistas como Mito. A los pocos años ya
existían ediciones de algunos de sus textos, por ejemplo, Problemas de método, publicado
originalmente en 1958, fue traducido por J. O. Meló y Ediciones Estrategia lo publicó en 1963.
29. Rafael Maya, Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana, Bogotá, Librería Voluntad,
1944, p. 43.
30. Jorge Gaitán Durán, La revolución invisible, Bogotá, Ediciones Revista Tierra Firme, 1959.
31. Véase una síntesis de las principales críticas, en Oscar Torres Duque, “El grupo de Mito”, en
Gran Enciclopedia Temática de Colombia. Literatura, Bogotá, Círculo de Lectores, 1992, p. 252.
32. Moreno Durán, al hacer el balance de la revista, resalta su mirada como lector, véase R. H.
Moreno Durán, “Mito memoria y el legado de un sensibilidad 1955-1962”, en Boletín Cultural y
Bibliográfico, No. 18, vol. XXVI, Bogotá, 1989, pp. 19-30.
33. Oscar Torres Duque, op. cit., p. 249, parte de hacer esa pregunta, y en su trabajo trata de
explicar la necesidad de hablar de una generación; sin embargo, cita al codirector de la revista
para dejar la idea de que Mito fue obra únicamente de su director, Jorge Gaitán Durán.
34. Una crítica militante a Mito le reconoce este hecho, véase Alvaro Medina, “Mito, una revista de
la burguesía”, en Estudios Marxistas, No. 14, Bogotá, 1997, p. 67.
35. Darío Ruíz Gómez, en Mito, No. 21, Bogotá, noviembre de 1960; y Oscar Torres, op. cit., p. 252.
36. Alvaro Medina, op. cit., p. 68. Esta versión es opuesta a la recientemente expresada por Oscar
Torres, op. cit., p. 255, para quien el erotismo tenia una función social.
93

37. Armando Romero, Las palabras están en situación, Bogotá, Nueva Biblioteca Colombiana de
Cultura-Procultura, 1985, p. 122. Oscar Torres, op. cit., p. 249, coincide en resaltar el contexto de
La Violencia como un hecho que marcó la revista.
38. Entre quienes estudian la revista, Oscar Torres es el que más exalta la idea de un compromiso
político. Véase Oscar Torres, op. cit., p. 255.
39. Luis Antonio Restrepo, “Literatura y pensamiento 1958-1985”, en Nueva Historia de Colombia.
Literatura, pensamiento, artes y recreación, Bogotá, Editorial Planeta, 1998, p. 90.
40. Àlvaro Medina hace un comentario sobre los errores de Gaitán Durán en op. cit., pp. 76 y ss.
41. Véanse los artículos de Àlvaro García Herrera, “Debates. De la república a la dictadura de
Carlos Lleras Restrepo” y Pedro Gómez Valderrama, “Actuales. Alberto Lleras”, en Mito, No. 9,
Bogotá, agosto-septiembre de 1956, pp. 184 y ss. y No. 18, febrero-abril de 1958, p. 493.
42. “Exigencia fundamental: libertades totales”, en Mito, No. 13, año III, Bogotá, marzo-mayo de
1957.
43. Las editoriales en nuestro medio se resisten a publicar textos universitarios y prefieren los
best sellers, e incluso le apuestan a consagrar a figuras de la televisión que de la noche a la mañana
resultan escribiendo poemas.
44. “Los mejores libros colombianos de 1958”, en Contemporánea, No. 2, Bogotá, julio-diciembre de
1958, p. 266.
45. Gonzalo Canal Ramírez creó la revista Ya para apoyar al régimen, su primer número salió el
13 de julio de 1953. Una recopilación de esta publicación, dedicada “Al binomio: Pueblo-Fuerzas
Armadas”, fue impresa por Canal bajo el titulo El 13 de junio en 33 números de Ya, Bogotá, Antares,
1954, p. 7.
46. Véase la versión de Molina de los sucesos en “El conflicto de la Universidad Libre”, en Mito, No.
10, Bogotá, octubre-noviembre de 1956, pp. 270 y ss. Para Prometeo, Molina tampoco era marxista.
47. Prometeo, No. 17, Bogotá, agosto de 1956, p. 67.
48. Prometeo, No. 17, Bogotá, agosto de 1956, p. 72.
49. Betancur será consecuente con estas ideas, pues años más tarde, desde la presidencia, hablará
de las condiciones objetivas de la subversión en Colombia, resaltando que el origen de la
insurgencia no había que buscarlo en la acciones del comunismo internacional sino en las
desigualdades sociales. Sobre esto volveremos en el siguiente capítulo.
50. La inmoralidad consistía en la entrega de mademoiselle De la Mole y al adulterio de madame
De Renal.
51. Una síntesis de la reunión y de las acciones que tomaron los intelectuales contra la dictadura
se encuentra en Pedro Gómez Valderrama, “Crónica de mayo”, en Mito, No. 13, marzo-mayo de
1957, pp. 48 y ss.
52. Estas ideas fueron expresadas especialmente en los artículos, “Una exigencia fundamental:
libertades totales” y “Declaración de los intelectuales colombianos durante el paro general”,
también en la síntesis que Mito hizo de sus artículos, en los cuales se pronunciaba por la defensa
de la libertad humana, y en los diversos comunicados que los intelectuales emitieron contra la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Véase Mito, No. 13, Bogotá, marzo-mayo de 1957
y No. 17, diciembre de 1957-enero de 1958, pp. 382 y ss.
94

Segunda parte. Los intelectuales


contra el Estado
95

IV. La creación de un campo


intelectual, 1962-1982

1 Es sólo a comienzos de los años sesenta que los intelectuales rompen con la tutela
bipartidista y adquieren plena autonomía. Esta negación de la dependencia respecto a los
partidos tradicionales se expresará en la adopción de la utopía política. En este periodo
encontramos la conformación de un campo intelectual en los términos definidos por
Bourdieu. Es decir, la constitución de un comunidad intelectual y artística que se
autodefine como autónoma con respecto al campo económico, que se guía por las lógicas
internas de producción estética y científica, que manifiesta un rechazo doctrinario contra
el orden social y político burgués y que está dispuesta a cuestionar, en diferentes niveles,
lo establecido.
2 Hemos tomado como punto de partida el año de 1962, no porque consideremos que en el
campo cultural se puedan establecer periodizaciones tan rígidas, sino porque una mirada
a los sucesos que se produjeron ese año nos permite constatar el carácter fundacional de
una dinámica que se prolongará por dos décadas. En efecto, en junio de 1962 se publica en
Míto una selección de textos de los escritores pertenecientes al Nadaísmo, movimiento
que escandaliza con sus acciones y escritos; Alejandro Obregón gana el salón de artistas
con su obra La Violencia; se publica, luego de veinte años, la segunda edición de Economía y
cultura de Luis Eduardo Nieto Arteta; el MRL logra en las elecciones más de medio millón
de votos y el rector de la Universidad Libre, con apoyo del partido comunista, obtuvo
20.172 sufragios; comienza a circular Esquemas, revista dirigida por Germán Colmenares,
Jorge Orlando Melo y Rubén Sierra Mejía; se publica el primer número de Estrategia; y,
para no alargar la lista innecesariamente, se crea el Anuario de Historia de la Universidad
Nacional.
3 En historia, para tomar un ejemplo, surge la denominada Nueva Historia, que pugna por
una interpretación “científica”, más profesional, del pasado. Revisando de manera crítica
las interpretaciones existentes, acercándose a nuevos métodos, planteando
aproximaciones teóricas alternativas y “situando” su oficio, los historiadores generan una
explicación crítica de la historia de Colombia, en muchos casos ligada estrechamente con
la militancia política. La creación del Anuario de Historia fue el principio, luego vinieron los
primeros textos y manuales escolares que dieron lugar a una verdadera confrontación
política e ideológica en tomo al significado de algunos periodos de la historia nacional. 1
96

4 Obviamente, la ruptura de 1962 no se produjo de forma mágica. Se llega a esta situación


de alta producción intelectual y artística luego de una etapa de transición en la cual se
gestan las condiciones para el cambio. La ruptura fue posible debido a transformaciones
de la situación nacional e internacional, al surgimiento de nuevos actores y a cambios del
tipo y la función de los intelectuales. El contexto se modificó a raíz del fortalecimiento de
la vida urbana, el crecimiento de la oferta educativa, la profundización de los procesos de
modernización —la laicización, por ejemplo—, y una mayor cobertura de los medios de
comunicación. De igual manera, los sucesos nacionales e internacionales —la Revolución
Cubana, por ejemplo y la Ruptura Chino-Soviética—, estimularon notablemente la
transformación del campo intelectual en Colombia al incorporar una lectura simbólica y
política alternativa.
5 En este periodo, irrumpió una nueva izquierda que renovó los anquilosados discursos del
partido comunista, aparecieron referentes simbólicos de enorme fuerza, como el del
guerrillero, y los sectores populares fundaron sus principales organizaciones gremiales.
6 El mundo de los intelectuales se alteró sustancialmente. Encontramos que el científico
social es el nuevo arquetipo del intelectual, que existe una clara tendencia a la
construcción de medios autónomos —revistas, editoriales, periódicos—, para la difusión
del pensamiento, así como un rechazo del orden establecido y la adopción de la utopía, la
militancia, como razón de ser del intelectual.
7 El periodo se cerró al comenzar la administración de Belisario Betancur, con lo que se
inició la redefinición del tipo de nexo que existía entre la alta política y la cultura. Desde
el proyecto de paz de Belisario Betancur se produce el regreso a la relación dominante en
la primera mitad del siglo XX, es decir, a la instrumentalización de la intelectualidad, a su
incorporación plena al Estado desde el reconocimiento de su especificidad. El Estado,
particularmente a través de las dinámicas impuestas por su crecimiento institucional —
los ministerios, las instituciones—, por las consejerías y las comisiones de paz y, muy
especialmente, por la popularización de la temática de la paz, se convierte en un espacio
de gran atractivo para los intelectuales: no sólo se les abrían nuevas opciones laborales
sino que obtenían fuentes de financiación para sus actividades, así como el pronto
reconocimiento público, el acceso a los medios, la popularidad, etcétera; todo esto al
margen, en algunos casos, de la producción académica.
8 Esta dinámica coincide con el inició del dominio de los economistas neoliberales y el auge
de las corrientes posmodernas que llevan a una conservatización de los intelectuales.
9 En este capítulo estudiaremos las principales dinámicas de modernización de la sociedad
colombiana, la manera como se produjo la ruptura de los intelectuales con el Estado, las
características de los medios y del mercado simbólico, la relación entre la nación, la
guerra y los intelectuales, y la formas que adoptó la universalidad.

LAS DINÁMICAS DE MODERNIZACIÓN Y


SECULARIZACIÓN DE LA SOCIEDAD
10 El mundo de los intelectuales responde a los procesos de modernización ampliando su
número y complejizando sus funciones y sus opciones en la sociedad.
11 El país conoció la confluencia de diversos procesos de modernización que fueron
estimulados por la consolidación de la industrialización y la urbanización, el aumento de
97

la cobertura educativa —especialmente de la educación superior—, el crecimiento de los


sectores medios y, en el terreno político, la conformación de un campo bien definido de la
izquierda, que incluye al movimiento armado.
12 Estas dinámicas permitieron la profúndización de los procesos de secularización de la
sociedad, la circulación de nuevas corrientes de pensamiento, un aumento de la
importancia de los medios de comunicación en la vida cotidiana de las personas, la
irrupción de movimientos contestatarios, un mayor protagonismo de las mujeres, la
presencia de los sin historia con nuevas perspectivas políticas y culturales y, por
supuesto, la definición de la caracterización y las funciones del intelectual acorde con los
cambios nacionales e internacionales.
13 Tres procesos queremos resaltar: la urbanización, la ampliación de la cobertura educativa
y de los medios de comunicación y el auge de los movimientos populares.

Urbanización del país

14 Al comenzar los años cincuenta se produjo en el país un fuerte incremento del tamaño de
las ciudades que permitió, en la década siguiente, invertir la relación entre población
urbana y rural. El crecimiento intercensal representó para la población urbana una tasa
del 4,5% y para la rural del 1,54%, en los años comprendidos entre 1938 y 1951; para el
periodo 1951-64, las tasas fueron del 4,8 y del 1,2% respectivamente. En adelante, serían
las ciudades los lugares en los cuales se concentraría la población colombiana. Para 1964,
el 60,6% de la población urbana estaba concentrada en ciudades de más de 100.000
habitantes.
15 No obstante, la jerarquía de las ciudades y su crecimiento varió a lo largo del siglo XX. En
lo fundamental, observamos que la tendencia ha sido a la constitución de un proceso de
urbanización con varios centros —urbanización tardía la denominan algunos—, y al
establecimiento de tres ejes, en su orden: Bogotá, Medellín y Cali. Esto refleja la relación
directa entre la tasa de crecimiento y el tamaño de las localidades.2
16 El aumento del número de personas que conviven en una ciudad es el resultado del
crecimiento natural y de la migra ción. En nuestro caso, el primer indicador explica el
incremento de la población urbana en el periodo intercensal de 1938-51 en un 26%, y en el
periodo 1951-64 en un 35%.
17 Por su parte, la migración, que tiene una característica particular según las regiones,
representó el porcentaje más alto en el aumento de la población de las ciudades. Entre
1938 y 1951, éstas crecieron debido a la migración en un 68%. Para este último año, el
número de personas nacidas fuera de la ciudad correspondió al 60% en Bucaramanga, al
59,4% en Cali y al 56,8% en Tunja.3 Las causas de la migración eran el atractivo de las
fuentes de empleo, las mejores posibilidades de trabajo y, naturalmente, el éxodo
campesino generado por la violencia. Un hecho destacable es que en esta época quienes se
decidieron por la migración fueron las mujeres, lo cual explica el porcentaje mayor de
mujeres urbanas.
18 El efecto inmediato del crecimiento de la vida urbana ha sido, en primer lugar, el cambio
en los ritmos cotidianos de las personas, aun en los sectores más populares, que
mantienen lógicas rurales de distribución del espacio. La ciudad impone una manera de
vivir, en la que la cotidianidad está determinada por lo que se ha dado en llamar el utillaje
material, la concentración de los servicios, las oportunidades de empleo, el nivel de
98

ingreso y las formas variadas de sociabilidad. Las personas que llegan a la ciudad
provenientes del campo, aun a pesar de permanecer en sus nichos marginales, se ven
obligadas, por motivos laborales o por el estudio, a desplazarse a zonas donde pueden
estar bajo el influjo de símbolos, prácticas y representaciones que acentúan su
marginalidad, les permiten complejizar sus posibilidades de lectura simbólica o desatar
un rechazo sistemático a lo que perciben.
19 En segundo lugar, los inmigrantes encuentran una oferta cultural mayor que la existente
en sus lugares de origen. Esta exposición a una producción simbólica desconocida les
permite acceder a un consumo cultural y, eventualmente, a las propuestas de los
intelectuales.4 El resultado ha sido una reconfiguración de las culturas populares y
alteraciones en el capital simbólico de los nuevos habitantes urbanos. Es posible, por
ejemplo, que estas personas vivan de manera diferente los sucesos cotidianos.
20 En tercer lugar, el consumo cultural, el acceso a medios masivos de comunicación,
especialmente la televisión y los periódicos, han establecido unas reglas y una prácticas
para vivir la “distinción”.

Aumento de la cobertura educativa

21 En este periodo se lleva a cabo la ampliación de la cobertura educativa y el


fortalecimiento de los medios que permiten un contacto cotidiano con las diversas
formulaciones del pensamiento, desde las más insulsas hasta las más críticas y elaboradas.
Asimismo, se presenta una doble dinámica. Por un lado, el crecimiento de las
instituciones de educación superior. Por otro, una competencia entre las universidades
privadas y las oficiales.
22 En la década del sesenta encontramos un fuerte crecimiento de la cobertura educativa,
especialmente la de tipo universitario, que superó ampliamente la registrada por la
enseñanza primaria y la secundaria (véase cuadro).
23 La educación superior en Colombia ha tenido como característica un creciente dominio
del sector privado y, a la vez, una presencia muy marcada, tanto en el ámbito profesional,
como en el simbólico y el político, de la Universidad Nacional. En 1950, por ejemplo, el
28,2% de los matriculados en las universidades lo había hecho en instituciones de carácter
privado, pero ya en 1968 correspondían al 43,3%. El proceso de la Universidad Nacional
obviamente fue inversamente proporcional. Al comenzar los años cincuenta poseía el
45,3% de los matriculados, pero para 1968 tenía sólo el 24,3%. El incremento del número
de estudiantes también reflejará esta tendencia. Si se toma como índice base 1950 igual a
100, veremos que el total en 1968 era 505,7, pero en el caso de las universidades privadas
el índice era de 777,4 y en la Universidad Nacional de 217,3.
24 El fenómeno es interesante, pues la educación superior tiende a privatizarse a medida que
se consolida. Si tenemos en cuenta que muchas de las instituciones fueron creadas por
comunidades religiosas o por grupos con marcados intereses económicos o abiertas
inclinaciones ideológicas, observamos que el proceso de laicización, que se presentó en
las décadas de los sesenta y los setenta, agenciado por y desde la universidad, estuvo
caracterizado por una tendencia al fortalecimiento del sector privado. Lo más importante
es que el reclutamiento de los funcionarios del Estado no pasa necesariamente por la
Universidad Nacional. Para los años setenta ya las universidades privadas aportaban los
99

cuadros de dirección del Estado, hecho muy evidente en las décadas de los ochenta y de
los noventa con el predominio de los economistas neoliberales.

CUADRO 1. Crecimiento de alumnos matriculados según niveles educativos (índice base: 1960 =
100)

AÑOS PRIMARIA SECUNDARIA SUPERIOR U. ΝΑCIONΑL

1960 100,00 100,00 100,00 100,00

1961 106,00 109,15 117,56 111,30

1962 115,29 123,10 134,23 124,31

1963 124,02 141,81 148,92 131,86

1964 130,94 153,80 165,32 130,22

1965 134.53 170,77 190,88 148,43

1966 142,10 202,31 228,45 172,65

1967 153,02 223,47 260,71 201,85

1968 168,71 233,12 297,82 193,39

Fuente: DANE, Educación superior 1967-68-69, p. 7

25 Existe una clara tendencia en los años sesenta y los setenta, que llega hasta mediados de
los noventa, a la marca de clase en la selección de la universidad por parte de los padres y
de los estudiantes.5 El hecho es que los padres de mayor nivel educativo matriculan a sus
hijos en universidades privadas.
26 Por su parte, los estudiantes que se formaron en colegios privados buscan ingresar,
mayoritariamente, en instituciones universitarias privadas, es decir, existe la tendencia a
proteger sus privilegios.
27 La matrícula en la Universidad Nacional a lo largo de los años sesenta posee una
característica interesante: la decadencia del derecho y de las ciencias de la salud y el
fortalecimiento de las ingenierías y las ciencias humanas. Sólo nos interesa resaltar en
este punto la tendencia a la caída de las carreras tradicionales y a la apertura a otras áreas
de conocimiento, especialmente aquellas que podían aparecer como más científicas que el
derecho o más ideologizadas.
28 Si consideramos como base a 1961, el crecimiento de la matrícula en 1970 fue del 213,5, y
por facultades los índices fueron: artes 248,2; ciencias 156,0; ingeniería 269,6; agronomía
292,8; derecho 80,3; ciencias de la salud 145,5; y ciencias humanas 342,2. Sin lugar a dudas,
lo que expresa la Universidad Nacional no sólo es la apertura a nuevas facultades y
carreras sino una cierta sensibilidad hacia las humanidades, hecho que tendría un
significado especial a partir de los años setenta.6 Por supuesto que los más suspicaces
pueden aducir que la constante “histórica” ha sido una menor exigencia por parte de las
universidades en los programas de humanidades.7
100

CUADRO 2. Matriculados según nivel de instrucción de los padres

NIVEL DE INSTRUCCIÓN NACIONAL(1) JAVERIANA(2) ANDES(2)

Sin estudios o primaria 35,4 11,0 11,2

completa

Secundaria completa o

incompleta 45,8 51,0 44,7

Universitaria incompleta 6,1 6,0 9,8

Universitaria completa 12,7 32,0 32,7

Fuente: DANE, p. 16.


(1) 1967
(2) 1969

29 Esta tendencia auguraba un cambio importante en las concepciones de los sectores


medios de la población y de aquellos que usualmente se denominan provincianos, y que
para la época provenían en un porcentaje significativo de las ciudades con menos de
100.000 habitantes.

CUADRO 3. Porcentaje de matriculados por algunas facultades, universidad nacional 1961-1970

AÑO ARTES CIENCIAS INGENIERÍAS DERECHO SALUD HUMANAS

1961 7,8 15,4 18,7 8,1 21,9 11,3

1962 6,8 14,8 22,8 7,5 18,9 11,6

1963 8,7 13,4 23,4 5,9 17,0 13,3

1964 9,0 12,7 25,4 3,8 16,6 13,9

1965 9,8 12,2 24,7 3,7 16,4 15,7

1966 11,5 9,3 26,7 3,3 17,0 17,5

1967 10,9 9,3 26,3 3,0 15,3 18,2

1968 8,8 9,4 22,3 3,6 17,9 18,3

1969 8,7 10,2 22,6 3,3 16,4 1 7,3

1970 9,1 11,2 23,7 3,0 14,9 18,1

Fuente: DANE, Educación superior 1967-68-69, p. 9


101

30 Las universidades, no obstante, se concentraron en las capitales y, especialmente, en


Bogotá. En 1964, de las 31 instituciones existentes veintinueve estaban en capitales de
departamento y trece en la principal ciudad del país; lo cual evidentemente es una
muestra de la marginalidad de las regiones y de la concentración de las oportunidades en
Bogotá.
31 Igualmente, se percibió un crecimiento de la matrícula de mujeres en las universidades a
lo largo de los años sesenta. En 1960, el 16% de los estudiantes matriculados en
universidades oficiales eran mujeres, al igual que el 17,7% de los inscritos en instituciones
privadas. Seis años más tarde, los porcentajes eran del 21,6% y del 23% respectivamente. 8
32 Una institución que desempeña una función destacada en la cualificación de
profesionales, bajo el espejismo de la financiación estatal, es el ICETEX, que en esta época
ya se encontraba en pleno funcionamiento. Para 1968, luego de doce años de actividades,
el instituto había otorgado préstamos a 38.231 beneficiarios, de los cuales 16.686
estudiaron en el exterior y 21.545 en Colombia. La tendencia en estos años fue la
especialización en ciencias sociales e ingenierías, entre las dos superaron el 40% de los
beneficiados para realizar estudios en el exterior (véase cuadro 4). Los países preferidos
fueron Estados Unidos, en un 42,7%, España, 13,8% y Francia, 7,7%.

CUADRO 4. Estudios adelantados por estudiantes en el exterior, 1952-1968

ESPECIALIDADES CIFRAS ABSOLUTAS PORCENTAJES

Agricultura y afines 834 5,0

Bellas artes 667 4,0

Ciencias exactas y naturales 1785 10,7

Ciencias sociales 3437 20,6

Derecho 250 1,5

Ciencias de la educación 1418 8,5

Humanidades 1218 7,3

Ingeniería y afines 3353 20,1

Ciencias médicas 2203 13,2

Carreras técnicas 400 2,4

Otras 1121 6,7

Total 16.686 100,0

Fuente: ΜΕΝ, Guía profesional, 1969, p. 143

33 La universidad tiene la característica de ser una institución cuyo fundamento es la


difusión del pensamiento más avanzado; es el epicentro de la formación humanista, de la
102

investigación científica y es generadora de capital cultural. No obstante, existen


distancias evidentes entre las instituciones públicas, donde la libertad de cátedra permite
la difusión de las diferentes escuelas del pensamiento y las instituciones confesionales,
donde se expresan opciones claramente sectarias, como las del Opus Dei, y difícilmente
pueden circular iniciativas disidentes. La libertad de cátedra, la libertad de circulación de
corrientes filosóficas distintas, puede, sin embargo, constituirse en un problema para los
egresados de una institución catalogada como beligerante, pues limita sus posibilidades
en términos de oportunidades de trabajo.9
34 El señalamiento a instituciones como la Universidad Nacional, de ser fuente de formación
de conspiradores, aparece de vez en cuando en boca de representantes de los sectores
más recalcitrantes y reaccionarios, que desde la prensa o cargos de elección popular
emiten juicios temerarios sobre el carácter de las universidades públicas.10 Éste es un
mecanismo que intenta estigmatizar a estudiantes, profesores y egresados.
35 El posible educativo, la ampliación del número de estudiantes e instituciones, no puede
ser asumido mecánicamente como la democratización de la educación superior; debe, por
el contrario, ser analizado desde la perspectiva posible-imposible que explica Jean Paul
Sartre cuando señala que el hombre se define negativamente por el conjunto de posibles
que le son imposibles. La institución educativa, salvo algunos casos, se define a sí misma
como universal y democrática, es decir, no existe prohibición formal para que una
persona pueda inscribirse y estudiar en una universidad. Sin embargo, el posible define
unas reglas de juego que difícilmente permiten que alguien ajeno al entorno para el cual
fue diseñada la universidad pueda acceder a ella. Así pues, el estudiante que no pertenece
a una clase social en particular o que posee menor capital cultural, difícilmente puede
franquear los costos, las presiones simbólicas y culturales de una institución o del medio
social y las exigencias permanentes de materiales, libros, revistas, etcétera, necesarios
para responder satisfactoriamente al nivel “académico” mínimo demandado por la
institución.11
36 Para aquellos que logran transformar los posibles-imposibles, el camino es igualmente
complejo. No todos pueden afrontar la serie de retos que imponen los crecientes niveles
de especialización que exige la cualificación de la mano de obra. El título de pregrado,
suficiente en décadas anteriores, hoy tiene el valor que antes tenia el título de bachiller y
los niveles tienden a ampliarse notablemente: espetialización, maestría, doctorado y
posdoctorado. Asimismo, en algunas instituciones las limitaciones y requisitos se
fortalecen. El resultado es un analfabetismo ilustrado, acentuado por las instituciones de
garaje, y, por supuesto, al otro lado, en la acera de los especializados, se da un canibalismo
académico y profesional que se inicia desde el ingreso a la educación y se intensifica con
las prácticas y rituales que hace la institución para separar a los alumnos con distinto
capital cultural.12
37 Las universidades tienen la capacidad de consagrar a los intelectuales. Ya no solamente
son los críticos, la Iglesia, el periodismo o los partidos —como antaño— los que establecen
una jerarquía, ahora las instituciones de educación superior son las que a partir de
diversos mecanismos imponen normas de inclusión y exclusión. Dichas normas pueden
ser generadas desde las simpatías ideológicas, el amiguismo, el sectarismo, la moda
intelectual o, incluso, los mecanismos de selección más o menos neutrales, como podrían
ser los concursos de mérito.13
103

38 La vinculación a centros de investigación, la distribución del presupuesto, las comisiones


de estudio, etcétera, establecen normas claras de selección y exclusión. Adicionalmente,
habría que considerar la puesta en marcha de las editoriales universitarias y los proyectos
institucionales que benefician a algunos pocos o permiten, en otros casos, aportes
significativos.14 De manera que la consagración del intelectual se produce gracias a la
novedad, a la posibilidad de que su interpretación de los sucesos coincida con las
representaciones del público en general, al reconocimiento de la rigurosidad, al empleo
de las instituciones para el crecimiento del curriculum vitae y a la proximidad al principe.
39 En países como Colombia la financiación de actividades científicas se constituye en un
instrumento de control sobre la comunidad científica, que está ante la disyuntiva de
someterse a la norma de la institución y el Estado —por ejemplo, la medición de las
propuestas por su carácter instrumental—, someterse a las modas intelectuales o asumir
la marginalidad.15
40 La libertad de cátedra, al igual que la autonomía universitaria, son logros del movimiento
democrático en las universidades y son mecanismos que permiten ampliar las
posibilidades de respeto por la diversidad y de las reglas de consagración. La libertad de
cátedra se consigue sólo tras décadas de confrontación contra las concepciones
confesionales en la educación, contra los efectos prácticos de la firma del concordato y la
Constitución de 1886 y contra el control de las instituciones por parte del bipartidismo.
41 Desde el punto de vista regulador, otra institución que mantuvo sus funciones en la
normatización de los intelectuales fue el Ministerio de Educación Nacional a través de
instituciones como Colcultura. Las colecciones publicadas consagraron a un tipo
específico de intelectuales, establecieron qué era lo representativo de la producción
intelectual, etcétera.
42 En síntesis, para los años sesenta la universidad comienza a sustituir plenamente a las
diversas instancias e instituciones que habían regido, desde afuera, el campo cultural. A
partir de los años sesenta la intelectualidad se caracterizará por su estrecha vinculación a
la universidad.

El movimiento popular

43 El movimiento popular lo hemos reducido en el presente trabajo a la conformación de


organizaciones de izquierda y al movimiento estudiantil de 1971, por considerar que estos
dos hechos son los que expresan la transformación y la autonomía de los intelectuales.
44 Los cambios internacionales, especialmente la ruptura Chino-Soviética y la Revolución
Cubana, estimularon notablemente a aquellos sectores que propugnaban una renovación
de la izquierda, anquilosada en el partido comunista, y alimentaron la generación de un
nuevo imaginario político para los jóvenes y la intelectualidad. Inicialmente fue el MOEC,
luego apareció la ruptura planteada por el PC (ML) a los comunistas criollos,
posteriormente las organizaciones insurgentes y, finalmente, los trostkistas y los
maoístas.16 Para finales de los años sesenta el movimiento de constitución de
organizaciones políticas disidentes había concluido y en el futuro los nuevos grupos o
partidos de izquierda, legales o ilegales, tendrían que formarse sobre esta base.
45 Estas organizaciones políticas se concentraron en las universidades, los sindicatos y las
organizaciones campesinas. Su manera de concebir el mundo, la sociedad, los partidos y
el Estado en Colombia, y la elaboración de un proyecto de condición y posibilidad de
104

futuro se difundieron de diversas maneras en los sectores populares, dotándolos no sólo


de formas organizativas inéditas sino de un discurso, es decir, de nuevos conceptos y
lógicas interpretativas. Esta dinámica posibilitó la irrupción de una serie de dirigentes
populares que en no pocos casos pudieron formular sus propias aproximaciones a la
realidad nacional.17
46 Los partidos y las organizaciones de izquierda motivaron enormemente la ruptura con la
mentalidad tradicional, conservadora, clerical y rural, y posibilitaron la consolidación de
los estudios sociales y de las posiciones críticas sobre la sociedad. La idea de fundar su
estrategia en un análisis de la historia nacional y en el desciframiento del carácter de la
revolución dieron origen a una gran diversidad de estudios históricos, que se hicieron
populares a partir del movimiento estudiantil de 1971.18
47 La izquierda también fundó sus propios periódicos y revistas, hecho que se explica por la
concepción leninista de que el periódico es un organizador de masas. Las agrupaciones
populares y políticas, sin excepción, al margen de su presencia nacional o de su mayor o
menor magnitud, crearon medios de difusión de sus concepciones políticas y culturales.
Evidentemente, la importancia del medio, por su cobertura o por el nivel de las
discusiones planteadas, por la incorporación de destacados intelectuales y por su
capacidad de respuesta a los problemas de la actualidad, dependió del grado de madurez
del partido que lo orientaba. Por ello, no resulta extraño que las revistas más destacadas
pertenecieran a los partidos con mayor tradición o con un proyecto político más sólido.
48 Adicionalmente, la izquierda colombiana organizó frentes culturales, las secciones de los
partidos destinadas primordialmente a servir de aglutinantes de los hombres y las
mujeres que trabajaban la cultura, con la idea de buscar un nuevo tipo de producción
simbólica y un nuevo imaginario político. Desde tales frentes fomentaron la constitución
de compañías de teatro, grupos musicales, escuelas plásticas, etcétera, y por supuesto,
estimularon los artículos especializados en crítica literaria, estética y teatral. 19
49 La resignificación por parte de la izquierda de la noción de cultura, la explicación de su
dimensión política y de su esencia como parte constitutiva de lo humano —y no como
atributo de una sola clase—, redefinieron las normas de la distinción social, la valoración
de los lugares de la producción simbólica, e impusieron la perspectiva de una
democratización, desde abajo y por las vías de hecho, de la distribución del capital
simbólico.20
50 Estas dinámicas brevemente enunciadas servirán de base para la constitución de un
campo cultural, es decir, para una especie de revolución simbólica, un rechazo a la lógica
del mercado de los bienes, un mayor grado de autonomía en las acciones, una mayor
disposición de los trabajadores de la cultura y el replanteamiento de la función y del tipo
de intelectual.

LA RUPTURA DE LOS INTELECTUALES CON EL


ESTADO
51 La ruptura de los años sesenta trascendió los marcos estrechos de la bohemia y la vida
disipada, con las que los intelectuales habían desafiado el orden moral y social y las
posturas radicales al interior del bipartidismo. En adelante, la política, el compromiso
político con utopías de izquierda, fue la forma que adquirió la disidencia. De manera que
no sólo se trata de rechazar el orden moral y político sino de sustituirlo por otro.
105

52 El proceso de izquierdización fue complejo y cada vez más amplio. Por un lado, adoptó la
forma de un giro a la izquierda por parte de miembros del bipartidismo que plantearon la
conformación de movimientos políticos que se declararan contrarios al experimento del
Frente Nacional —el MRL fue el mejor ejemplo.
53 Por otro lado, se produjo la radicalización de intelectuales que expresaron simpatías por
las nuevas experiencias políticas de resistencia al imperialismo, particularmente el
alineamiento afectivo e ideológico con la Revolución China y la Cubana. Estos
intelectuales se habían caracterizado en décadas anteriores por pertenecer a los sectores
radicales del liberalismo. El caso más destacado fue quizás el de Jorge Zalamea. No
obstante, el proceso también arrastró a intelectuales del partido conservador, como
veremos más adelante.
54 Por supuesto, no todos los intelectuales del bipartidismo que mostraron su inclinación
por las nuevas experiencias políticas asumieron opciones radicales. Algunos,
especialmente aquellos intelectuales nacidos en los años cuarenta que se formaron con
académicos influenciados por el marxismo, como Antonio García, asumieron una posición
intermedia. Con lo cual pretendieron no “desactualizarse” y, a la vez, mantener una
actitud crítica con respecto a la experiencia socialista.
55 Finalmente, se encuentran aquellos jóvenes que a comienzos de los sesenta iniciaron su
vida universitaria, fueron testigos del surgimiento del movimiento insurgente en
Colombia, de los partidos de izquierda y del movimiento estudiantil de 1971. Éste es el
sector que más nos interesa, por cuanto dinamiza la constitución del campo cultural y
expresa mejor las nuevas concepciones sobre el intelectual y sus relaciones con el Estado.
56 La experiencia de ruptura con la burguesía es compleja, rica en matices y abarca un
conjunto amplio de pensadores y estetas. Inicialmente hay que señalar que uno de los
primeros elemen tos de ruptura fue ético-político. Ya no se trataba de involucrase en los
excesos de una vida disoluta, claramente identificada con los vicios de la burguesía, sino,
por el contrario, de asumir un compromiso pleno con el pueblo y con una causa política.
La ruptura se producía a nivel ideológico y en términos de una moral revolucionaria. Este
giro se hizo evidente en las nuevas conductas relacionadas con la sexualidad, la familia, la
fidelidad a la causa, etcétera.21
57 Una segunda característica de estos intelectuales fue el concebir que su especificidad
estaba al servicio de la utopía política, que su acción se definía, en lo fundamental, como
antiestatal. Así pues, la función del intelectual ya no se reducía a cultivar su propio huerto
sino a buscar la trascendencia y el lugar que le correspondía: era un intelectual orgánico
de la utopía, en el más estricto sentido gramsciano.
58 Una tercera característica de la constitución del campo intelectual en este periodo fue la
complejidad y riqueza de matices y opciones ideológicas y estéticas de dicha producción.
La lista resulta interesante: el Nadaísmo, García Márquez, la Nueva Historia, el
estructuralismo, la izquierda. No se trató solamente de una simple ruptura de un sector
de la intelectualidad, fue, por el contrario, un movimiento general que se expresó en las
artes y las ciencias sociales.
59 El Nadaísmo, por ejemplo, propuso una manera alterna de concebir lo bello en la
literatura y en el uso del lenguaje.22 Aunque ya se habían dado casos aislados de
vanguardistas y de contestatarios, como Porfirio Barba Jacob o Vargas Vila, que
desafiaban las Academias y a los personajes consagrados, lo particular en este caso fue
que la propuesta tomó la forma de movimiento, congregó a un grupo de poetas y
106

escritores que compartían una concepción común sobre el arte y la valoración de los
artistas consagrados.
60 Una cuarta característica es que los intelectuales se automarginan del Estado, del
desempeño de funciones burocráti cas, por considerarlo indigno y, más exactamente, una
concesión política. Los debates sobre el cogobierno y la administración de la universidad
pública, a partir del movimiento estudiantil de 1971, permiten apreciar la existencia de
un sector importante de la izquierda que rechazó toda partición en la dirección de las
instituciones. El principio era que primero había que cambiar el sistema.
61 El conflicto universitario de 1971 fue quizás uno de los acontecimientos que más
coadyuvó al afloramiento de las posiciones antiestatales y renovadoras de la
intelectualidad. En efecto, las luchas estudiantiles abarcaron un conjunto amplio de
temas, entre los cuales se incluyeron la autonomía, el gobierno universitario, la libertad
de cátedra, etcétera, que en su conjunto demandaban un proceso de laicización profundo
de las instituciones.23
62 La lucha de los estudiantes adoptó la forma de oposición al modelo clerical conservador,
en la medida en que se exigió una composición distinta de los consejos superiores
universitarios. Como se recordará, la Iglesia y los partidos, a través del gobierno nacional
y departamental y de algunos gremios, tenían participación en dicha instancia. Tal
situación planteaba una seria desventaja para los estamentos, y cuando se le reconoció a
los estudiantes el derecho a la representación se evidenció que no eran realmente
autónomos con respecto a los partidos y al gobierno, toda vez que los mecanismos de
selección eran restrictivos.24 Los análisis de la educación superior anticiparon las
reacciones del movimiento estudiantil. Rama puntualizó sobre el particular: “1
predominio de los miembros externos a la universidad en los consejos superiores plantea
problemas de política académica y problemas de idoneidad para el ejercicio de la
función”.25 En el estudio de Rama se destacan los nexos políticos existentes entre los
delegados de los profesores y los ministros de educación. Estos hechos explican por qué
una de las primeras exigencias de los estudiantes en 1971 fue la reforma de los consejos
superiores universitarios.
63 Un tema muy ligado con la autonomía universitaria fue el de la financiación. Aunque en
principio la exigencia se centró en la adecuada financiación estatal de la universidad,
también fue una preocupación para los estamentos universitarios la presencia de
capitales externos, especialmente de origen estadounidense.26 El argumento expuesto es
que quien financia orienta la investigación, define qué se investiga y cuáles son los
compromisos con la entidad externa. Por supuesto, éste también puede ser un factor que
condicione la selección de quién es el que investiga.27
64 Un aspecto que desde nuestro objeto de estudio resulta fundamental es el impacto del
movimiento estudiantil de 1971 en el campo cultural. Lo más significativo, a nuestro
juicio, fue que la movilización estudiantil obligó a todos aquellos que se encontraban de
una manera u otra vinculados a la universidad, y a la sociedad en general, a discutir los
problemas de la universidad, la cultura, el compromiso de los intelectuales y las funciones
del Estado.
65 En efecto, una mirada rápida de las revistas culturales que circulaban en el momento en el
que se radicalizó la protesta, muestra el impacto al que venimos haciendo referencia. Hay
que aclarar que los temas no aparecen en 1971, pero sí es evidente en esta época la
107

vitalidad del debate, la profundidad de los análisis y la presencia de diversas corrientes de


pensamiento.28
66 En el primer número de la revista Aleph de la Universidad Nacional de Manizales se
publicó en 1966 un artículo en el cual se hizo una defensa cerrada de la libertad de
cátedra.29 Los nú meros siguientes, a pesar de la orientación técnica de la publicación,
mantuvieron la preocupación por esta temática.30 No obstante, luego del estallido del
movimiento, la revista tuvo un giro hacia las ciencias sociales y publicó artículos más
politizados o comprometidos. En el número cuatro, publicado en septiembre de 1972, se
privilegiaron varios textos que daban cuenta del compromiso político adquirido: una
síntesis de historia política de Colombia de Ignacio Torres Giraldo, un compendio sobre el
desarrollo del movimiento estudiantil, una caracterización de las luchas universitarias y
un trabajo sobre la guerra en Vietnam.31
67 Un hecho destacado en estos artículos es que se cita a los pensadores más polémicos del
momento y los trabajos de reciente publicación en Colombia. En el artículo
“Características de la lucha estudiantil universitaria”, escrito por el estudiante Santiago
Velásquez, se cita a Althusser, lo cual evidencia la circulación de corrientes
estructuralistas. En el editorial del número cinco se hace referencia a los textos de Jesús
Antonio Bejerano, El capital monopolista y las inversiones privadas norteamericanas, y de
Àlvaro Camacho, Capital extranjero: subdesarrollo colombiano, publicados en 1972. 32
68 El movimiento del 71, y más exactamente las dinámicas del periodo que hemos
comentado, logró transformar la revista, cuyos artículos eran predominantemente de
ingeniería, en una publicación que, por ejemplo, celebró la victoria de Vietnam sobre
Estados Unidos.33 Como en otro momento del siglo XX, es posible encontrar que las
publicaciones de la provincia pueden adoptar un compromiso más evidente que las del
centro del país.
69 Otra revista vinculada a la Universidad Nacional, esta vez de la sede de Bogotá, fue la UN,
publicación de divulgación cultural de dicha universidad, que para 1970 contaba como
coordinador de la sección de publicaciones a Mario Arrubla. Lo cual seguramente
garantizó la selección de una serie de artículos que daban cuenta de importantes debates
académicos,34 así como la publicación de trabajos de profesores que hacían circular sus
investigaciones.35
70 En la divulgación de nuevos autores, que por lo general hacen las revistas universitarias,
es interesante constatar que tempranamente se presentaron trabajos de filósofos,
sociólogos y economistas que en la década pasada contaron con mucha popularidad en
Colombia. En efecto, en 1969 se publicó un artículo sobre Jacques Derrida, al año siguiente
el tumo les correspondió a Gianni Vattimo y Jurgen Habermas y en 1971 a Guilles Deleuze
y Pierre Bourdieu.36 Para este trabajo nos basta con constatar la presencia de estos
pensadores, pero es indispensable una historia de la lectura en Colombia. 37
71 Evidentemente, no existió durante estas décadas una “hegemonía” de la izquierda. Dadas
las características de nuestro campo cultural, el conflicto interno y el contexto
internacional de la Guerra Fría, las posiciones conservadoras, del tipo más reaccionario y
decimonónico, perduran incluso hasta comienzos del nuevo siglo. No es nada
sorprendente que en las distintas revistas se encuentren, como si fuera una gran novedad,
artículos hispanófilos y anticomunistas. En 1960, por ejemplo, Octavio Arizmendi Posada
asumía la defensa de la España franquista y de la función ordenadora de la sociedad que
tenía la Iglesia, casi en los mismo términos con los cuales se había pronunciado el
108

conservatismo de la Regeneración. Sobre las funciones del Estado en la educación, señaló


en una de las revistas más anticomunistas de este periodo:
En efecto, la enseñanza no es una misión específica —y menos exclusiva— del
Estado. La doctrina católica, fundada sobre la naturaleza del hombre y de la
sociedad, y confirmada por la experiencia histórica es clara: la educación
corresponde primordialmente a la familia y a la Iglesia. Misión del Estado es
protegerla, promoverla y procurar que llegue hasta aquella esfera donde la familia
y la Iglesia no alcanzan a llegar, como poseedora de los medios suficientes, que a su
vez vienen de la comunidad.38
72 Por ello, en los años setenta se encuentran revistas con otras inclinaciones ideológicas,
incluso con larga trayectoria, que dejaron expresar la “otra” lectura del movimiento
estudiantil del 71 y de las repercusiones culturales de la transformación de los
intelectuales. La revista Arco, que para esta época ya contaba con Otto Moralez Benítez en
su consejo de redacción, publicó en mayo de 1971 un artículo de Carlos Alberto Valencia
sobre la violencia estudiantil. En dicho texto este autor señaló como factores explicativos
de la violencia universitaria los siguientes: la crisis familiar, la publicidad innecesaria que
le otorgan los medios de comunicación y la crisis social de valores. Las soluciones al
conflicto no podían ser otras que la asesoría psicológica individual, la promoción de
desfiles universitarios pacíficos y la creación a nivel regional o nacional, incluso en cada
universidad, de un cuerpo de inteligencia, que “interprete los signos de los
acontecimientos y proponga soluciones”.39
73 Para 1970, el país ya conocía las experiencias de movilización de estudiantes de Francia y
México, razón por la cual se publicaron diversos estudios sobre el problema universitario.
ASCUN no se quedó atrás y en el mes de junio realizó un semi nario sobre conflictos
universitarios. Las conclusiones del evento reflejan una “amplitud de criterios”, a pesar
de la presencia en el evento de sectores muy tradicionales. La primera conclusión fue que:
“El conflicto universitario es fundamentalmente ideológico-político, pero no
necesariamente partidista. Es decir, la actitud de rebeldía y protesta del estudiante tiene
su génesis en las condiciones socieconómicas imperantes en la comunidad colombiana”. 40
A pesar de esta consideración, en el evento se concluyó que la reforma académica o el
cambio en la estructura legal de la administración de la universidad, es decir, del consejo
superior universitario, “no condiciona la naturaleza del conflicto”.41
74 Un hecho a resaltar es que el seminario alertó sobre la inconveniencia de tratar el
conflicto universitario como un problema de orden público, pues se corría el riesgo de
lanzar a los activistas universitarios a “formas violentas de lucha”.42
75 Obviamente, la intelectualidad, en bloque, no se marginó del Estado. El Ministerio de
Educación Nacional, por ejemplo, fue asumido por Pedro Gómez Valderrama. Allí
podemos constatar no sólo la labor desempeñada por este intelectual, sino las
concepciones que sobre cultura se imponían desde el Estado.
76 Lo primero que llama la atención es que la cultura es presentada con dos componentes: la
divulgación cultural y la sección de cultura popular y espectáculos. Lo predominante es la
visión elitista y aristócrata de la cultura. Es evidente que la gran cultura hay que
difundirla y el folclor hay que presentarlo como espectáculo. La labor del ministerio fue
valorada por el mayor o menor número de espectáculos populares, señala la memoria del
año 1963-1964:
Particularmente intensas fueron, en el año de esta reseña, las actividades de la
Sección de Cultura Popular y Espectáculos. Como es fácil advertirlo en las cifras, se
109

distinguió por el afán permanente de elevar el nivel cultural del pueblo colombiano,
que es, por otra parte, la aspiración suprema del Gobierno Nacional. 43
77 Lo culto aparece, igualmente, como un hecho demostrable y fácilmente cuantificable en
las “semanas culturales”. Asimismo, se percibe el ánimo de intervención en las diversas
manifestaciones de lo popular, incluidas las políticas y las gremiales, y la voluntad de
control de las mismas. En efecto, en las memorias se informa:
El Ministerio de Educación Nacional intervino activamente para solemnizar las
reuniones de las asambleas de las Centrales Sindicales del país y con motivo del 1 de
Mayo se llevó a cabo una gran concentración popular en la Plaza de Toros de
Bogotá, en honor de los obreros de la capital. La jefatura de la División de
Divulgación Cultural del Ministerio ha estado en permanente contacto con el
Ministerio del Trabajo paira colaborar en el planteamiento de nuevos actos
culturales que vayan a beneficiar directamente a los obreros del país. 44
78 El Estado también intervino en la jerarquización de los intelectuales, especialmente
estableciendo un listado de los elegidos, quienes a través de las publicaciones oficiales
hacían parte de lo que se consideraba digno de consagrarse en las letras nacionales. En el
informe del ministro Pecho Gómez Valderrama, ya citado, se encuentra igualmente la
resolución 1260 del 14 de mayo de 1963, que dispone la edición de los siguientes títulos:
Morada al sur de Aurelio Arturo, Estoraques de Eduardo Cote Lamus, Los adioses de Fernando
Charry Lara, Antología de la nueva poseía colombiana de Fernando Arbeláez de Eduardo
Castillo, El derecho económico de Darío Munera, El carnero de Rodríguez Freyle, Geografía del
arte en Colombia de Eugenio Barney Cabrera.45
79 Con los pintores se presentó un caso similar, pues el ΜΕΝ estableció la lista de aquellos
que por Colombia presentarían sus obras en orna exposición en Miami.46
80 En síntesis, la relación de los intelectuales con el Estado durante los años sesenta está
dada más desde la perspectiva de su toma que desde la participación en sus instituciones,
lo cual coincidió con el mantenimiento de los mecanismos de consagración que el Estado
empleaba.

LOS MEDIOS Y EL MERCADO SIMBÓLICO


81 Estas décadas son fundamentales en la historia de la cultura por la renovación simbólica
que se produjo al interior de los intelectuales, en su definición como grupo y en la manera
como interpretaban sus funciones. Un hecho importante fue la ruptura con la concepción
existente en torno a la relación entre la producción intelectual y artística y la búsqueda
de canales de expresión. En efecto, cambió la tensa relación entre las editoriales, que
establecían quién merecía ser publicado, y los escritores. Ello se manifestó en la
construcción de vías alternas de comunicación y de contacto con sectores de la población,
especialmente estudiantes y trabajadores, a los que en primera instancia se dirigió la
producción simbólica alternativa. Asimismo, las editoriales, algunas con claro instinto
comercial, entendieron que existía una demanda creciente de nuevas publicaciones y por
ello accedieron a editar o distribuir obras de los disidentes.
82 Con varias décadas de retraso con respecto a otros países, como México o Argentina, los
intelectuales asumieron la creación de editoriales y canales de difusión alternativos a la
producción y distribución que estaban altamente controladas por las instituciones del
Estado o por el capital privado.47 Los años sesenta constatan el florecimiento de estas
editoriales, revistas y periódicos. Por supuesto, la presencia de la izquierda en el
110

escenario político facilitó esta tarea. Igualmente, la demanda de los nuevos pensadores
para la época, especialmente los estructuralistas, exigió riesgos en la inversión y en la
distribución, que fueron asumidos por editoriales o librerías especializadas.
83 Esta situación dio lugar a un fervoroso incremento de la actividad editorial y al
surgimiento de diversos tipos de revistas. Las editoriales que se destacan en este periodo
son La Carreta, La Pulga, Tigre de Papel y Oveja Negra. En el campo de la izquierda
sobresalen varias revistas como Estudios Marxistas, Cuadernos Colombianos, Altemativa y
Teorema, respecto a las cuales es necesario hacer algunas anotaciones.
84 Es evidente que a partir de los años sesenta el país vive un proceso creciente de
consolidación de los medios de comunicación. La cobertura de los periódicos, la radio y la
televisión fue cada vez mayor y, adicionalmente, creció la proporción de la población
urbana alfabetizada que reclamaba estar al día en los sucesos nacionales e
internacionales.
85 La izquierda, igualmente, acercó los sectores populares, especialmente el movimiento
sindical, a los debates y a una búsqueda de canales de expresión. En efecto, los estudiantes
y profesores militantes, así como los especialistas, se vincularon a los sindicatos a través
de cursillos, de la presencia solidaria en las huelgas y, por supuesto, en la conformación
de las mismas organizaciones. En no pocos casos, los intelectuales colaboraron
activamente en la redacción de pequeños periódicos y comunicados. Cada organización
tuvo su propia revista o periódico y muy rara vez dieron a luz publicaciones en las cuales
las diferentes lecturas del marxismo fueran posibles. No obstante, esta tendencia no fue
permanente y poco a poco se dieron algunos ejemplos de tolerancia.
86 El partido comunista, por ser una organización de mayor trayectoria en Colombia y
poseer redes de apoyo internacional, pudo crear varias publicaciones. Documentos Políticos
apareció como una revista mensual del comité central del PC; allí no sólo se difundieron
trabajos de soviéticos sino artículos de diferentes intelectuales comunistas, como Roger
Garaudy y Manfred Kossok, y de intelectuales de izquierda como Diego Montaña Cuéllar,
Alvaro Delgado, Nicolás Buenaventura, Jaime Caicedo, entre otros.48 Por la naturaleza de
la revista, en ella aparecieron los diferentes documentos oficiales del PC, como las
resoluciones del comité central y los documentos emanados de los congresos del PC, entre
ellos, el tristemente célebre “La combinación de todas las formas de lucha” de Gilberto
Vieira.49
87 La crisis que vivió el PC en los años sesenta se expresó en la división interna, la creación
de nuevas organizaciones y la emergencia de nuevos proyectos políticos, como el MOEC y
el PC (ML). Los intelectuales también sufrieron el impacto de sucesos como la Revolución
Cubana y la Ruptura Chino-Soviética, y por ello hicieron una lectura más atenta de la
realidad nacional y una crítica a las posibilidades del PC; asimismo, adelantaron debates y
polémicas importantes. Como producto de esta crisis crearon en 1962 la revista Estrategia
y el grupo del mismo nombre, dirigidos por Mario Arrubla y Estanislao Zuleta, y que se
constituyó en medio de expresión del Partido de la Revolución Socialista, pero debido a su
“aventurerismo” se convirtieron en órgano de la Organización Marxista Colombiana y
congregaron a quienes años más tarde serían serios animadores de la Nueva Historia,
entre ellos, Jorge Orlando Melo, Jorge Villegas, Alvaro Tirado Mejíay Margarita González.
50
La importancia de la revista, que sólo publicó un par de números, radica en los
siguientes hechos: la formación de cuadros con un alto nivel académico, lo cual se podría
leer como una lucha contra el dogmatismo y el abandono de las posiciones aventureras
del PRS;51 la difusión de los trabajos de los directores de la publicación; un acercamiento a
111

la producción de Jean Paul Sartre, y la vinculación del marxismo al sicoanálisis y la


literatura.
88 Lo particular es que los integrantes del grupo fueron identificados por sus antiguos
camaradas como “teóricos” y recibieron una dura recriminación por su aventura
intelectual. En Documentos Políticos se afirmó:
Bien pronto, sin embargo, asomaron nuestros sospechas de que tampoco aquellos
teóricos darían adecuada respuesta a nuestras angustias, pues lo que se prometía
como una reivindicación del marxismo-leninismo no aparecía por lado alguno, y sí
abundaban las referencias al exietencialismo y al psiconálisis, y antes que de Marx,
Engels o Lenin, escuchábamos insistentes citas de Freud, Sartre, Merleau-Ponty y,
en fin, de toda esa legión de revisionistas de tan reconocible como mentira
espiritual de los nadaístas nacionales e internacionales. 52
89 El fragmento evidencia todas las limitaciones de los intelectuales y críticos ligados con el
PC: ignorancia, dogmatismo, sectarismo y, aunque pocos lo crean, una extraña
coincidencia con las posiciones más reaccionarias del conservatismo, que manifestaban su
preocupación por la publicación del ateo de Sartre y el inmoral de Freud.53
90 En los años setenta la intelectualidad del PC dio origen a una revista que hizo un
innegable aporte al debate y a la formación política: Estudios Marxistas. Dirigida por
Nicolás Buenventura, esta revista publicó los trabajos que emergían del CEIS y de los
intelectuales allegados al partido. Además de los estudios analíticos del movimiento
estudiantil y sindical, la crítica se enfocó contra sus enemigos principales: el maoísmo y el
trostkismo.54 La gran innovación fue la publicación de artículos que hacían referencia al
arte y al teatro.
91 De igual manera, surgieron revistas que desde un punto de vista más académico se
propusieron renovar el conocimiento y generar un debate del cual no se excluiría la
política. Cuadernos Colombianos, fundada en 1974, expresa esta tendencia y permite a un
grupo de intelectuales que aparecen en los años sesenta, elaborar una nueva explicación
del pasado y de la economía colombiana. Entre los editores se encontraban Mario Arrubla,
Jesús Antonio Bejarano, Alvaro Tirado Mejía y Jorge Orlando Melo.55
92 La década del sesenta representa la diversificación de los canales de expresión de los
intelectuales disidentes. Se entendió en aquel entonces que todas las vías eran adecuadas
para la difusión de la nueva cultura y por ello encontramos una diversidad de formas. La
creación de grupos de teatro, centros de investigación, revistas, expresiones estéticas,
etcétera, fueron típicas de este momento. Es la coyuntura en la cual se publica Cien años de
soledad, surgen grupos como el Teatro Libre de Bogotá, el Teatro Experimental de Cali, el
Teatro Popular de Bogotá, etcétera, y se crean grupos musicales como Yaki Kandru y el
Son del Pueblo.56

LA NACIÓN, LA GUERRA Y LOS INTELECTUALES


93 El periodo que analizamos es el de una aparente transición de la guerra a la paz; aunque
en el fondo es el paso a un nuevo tipo de guerra, pues de La Violencia pasamos al Frente
Nacional y de éste al actual conflicto. Una de las características del periodo es que los
intelectuales vinculados al bipartidismo, al analizar la crisis generada por La Violencia,
repiten una idea que se viene planteando desde finales del siglo XIX y que sirve para
justificar las salidas más radicales, pero que menos tienen que ver con los procesos reales:
estamos a las puertas de la disolución de la nación. Para los intelectuales de los partidos
112

tradicionales las causas de La Violencia eran las pasiones políticas y, en la perspectiva de


quienes ya se enrolaban en los términos de la Guerra Fría, el origen era, nuevamente, la
conspiración comunista. Por el contrario, los opositores al Frente Nacional entendían que
las evidencias de las desigualdades sociales justificaban la insurrección. Mario Laserna
escribió en 1961:
La característica más nítida de la actual crisis colombiana en su aspecto total, su
universalidad, su presencia en cada sector, en cada jerarquía, en cada manifestación
de la vida nacional. Esta omnipresencia del mal, su pestilente rastro en cada rincón
de la patria, en toda palabra y en todo gesto del ciudadano, es la causa de esa
perplejidad, de esa confusión, esa angustia y ese pesimismo que ensombrece
nuestra fe en el porvenir.57
94 A continuación, Laserna exponía que la crisis de la sociedad colombiana estaba ligada con
el hecho de que ya ni los principios ni las creencias servían para analizar la situación.
Como se recordará, en el siglo XIX las coyunturas de un conflicto se interpretaban como
resultado del abandono de las doctrinas católicas y de la disolución de la moral. Así pues,
el argumento no resultaba nuevo. Por el contrario, hace parte de nuestra cultura política.
58
Casi en los mismo términos de Laserna se expresaron Jaime Posada y Gonzalo Canal
Ramírez en las conferencias dictadas en 1955 sobre la crisis moral colombiana. Canal
Ramírez sostuvo en aquel momento:
Esta crisis no existe porque sí, ni por generación espontánea. Si esa crisis existe,
tiene explicaciones, motivaciones, causas ante las cuales el colombiano debe
investigar. Enumeraré solamente algunas: crisis de dirigentes, de adaptación sin
transición entre dos épocas, quiebra institucional, debilitamiento de estructuras
naturales que se interponen entre el individuo y el Estado y falta de unidad
nacional.59
95 Posteriormente, Laserna señaló que detrás de la crisis estaba la ausencia de ideología
política de los colombianos:
Un factor que contribuye a aumentar tanto el desorden reinante en el país como la
perplejidad e incompetencia de las clases dirigentes consiste en el hecho de que,
hablando en general, el pueblo colombiano carece de conciencia e ideología
política.60
96 Esta crítica coincide con la expuesta por dirigentes políticos del bipartidismo, como
Alfonso López Michelsen y Alvaro Gómez, a partir de la cual, y en distinto momento,
constituyeron el MRL y el Movimiento de Salvación Nacional.
97 Desde estas reflexiones Laserna entendió diferentes sucesos de la historia de Colombia:
El que no haya ideología explica tanto por qué sucesos como el 9 de abril o la
dictadura de Rojas han permanecido sin análisis, como el atractivo que el marxismo
despierta entre grupos intelectualmente inquietos. El país ha perdido la
oportunidad de conocerse a sí mismo a través de sus fracasos. 61
98 Por la misma época, y dada la formación de las diversas corrientes de la izquierda,
aparecieron textos en los cuales no sólo se justificaba la necesidad de una revolución en
Colombia, sino que se explicaba el contenido del concepto. La formulación, sin embargo,
fue esquiva, y no todos los sectores estuvieron en capacidad de elaborar una propuesta
coherente. Para unos, era posible concebir la revolución dentro de los marcos del
liberalismo y la institucionalidad, del MRL por ejemplo; para otros, pasaba por la creación
de un foco armado en el cual lo militar fuera lo predominante; y para unos pocos, la
insurrección sólo era posible si existían condiciones nacionales e internacionales
favorables.62
113

99 La reflexión sobre el carácter de la revolución tuvo una característica obvia: quienes


concibieron los grandes modelos fueron militantes de las organizaciones de izquierda. Es
decir, se trata de propuestas altamente comprometidas. Tres modelos de revolución se
pueden encontrar en esta etapa de la historia: el foquista, el de combinación de todas las
formas de lucha y el de Nueva Democracia.
100 La historia del primer modelo se inició con la articulación de la experiencia de la
Revolución Cubana con las transformaciones ocurridas en sectores de las autodefensas
campesinas. Unas de las organizaciones que expresó esta fórmula fue el Movimiento
Obrero Estudiantil Campesino 7 de enero (MOEC). En uno de sus primeros documentos,
esta organización manifestó, por un lado, su apoyo a Cuba, país al que consideraba “faro
de nuestra liberación”, y por ello cualquier ataque contra la isla sería interpretado como
“una agresión contra el pueblo colombiano”.63 Por otro lado, declaró la necesidad de la
insu rrección: “[...] el MOEC definió la insurrección armada, como el único camino del
pueblo colombiano hacia la toma del poder, como la única respuesta a la violencia
desatada contra el pueblo colombiano”.64
101 El documento no era muy preciso ni riguroso en cuanto al análisis de la sociedad o al tipo
de revolución que se buscaba. Se habló vagamente de un movimiento de liberación
nacional y de una “revolución nacional y democrática”. En ningún momento se hizo
referencia ni al socialismo ni al marxismo, lo cual evidentemente hace suponer la
presencia de gaitanistas, liberales y conservadores en la orientación del movimiento.
102 Esta debilidad del MOEC fue superada por los grupos que le siguieron a través de una
adopción esquemática y simplista del marxismo o de un simple llamado a las acciones
intrépidas. Esto último fue lo más frecuente, pues se pensaba que las desigualdades
sociales justificaban el levantamiento armado. Posteriormente, desde una lectura
trotskista o maoísta, se buscó una elaboración más completa del proyecto político.
103 Un hecho significativo en el campo del análisis de las posibilidades de la revolución fue el
aporte de cristianos influenciados por posiciones políticas radicales, particularmente por
una lectura foquista de la teología de la liberación, en nuestro caso encarnada en la
presencia y accionar del sacerdote Camilo Torres. La vinculación del sacerdote al
movimiento armado fue simbólicamente importante para la historia del foquismo en
América Latina, aunque, la verdad sea dicha, no tuvo la misma importancia en términos
políticos. Sin embargo, hay que reconocer que el padre Camilo fue consecuente con su
época: investigó, elaboró un proyecto político y cumplió con la lógica interna de su
opción.
104 Un lugar especial en la producción de los intelectuales, esta vez de aquellos vinculados
directamente al terreno de la política, lo ocupó el análisis de la guerra como opción. En el
marxismo, la violencia revolucionaria ha sido uno de los mitos más recurrentes en la
formulación del programa de las diversas corrientes políticas. En general, las
organizaciones marxistas han partido de la formulación de que la violencia era un
mecanismo inevitable en la confrontación entre el proletariado y la burguesía, al igual
que en toda revolución —incluidas las burguesas—. Estaban los ejemplos de Rusia, China y
Vietnam para respaldar esta hipótesis.
105 Sin embargo, el hecho más significativo de esta lectura fue el impacto de la Revolución
Cubana y la presencia del Che. En efecto, tras el ascenso al poder de Fidel Castro se
despertó en el continente el fervor de los jóvenes estudiantes que ingenuamente
asumieron que la opción foquista era la vía más adecuada para la transformación política
114

y social del continente. En Colombia, el caso más ilustrativo fue indudablemente el del
padre Camilo Torres.
106 El segundo modelo, el de la combinación de todas las formas de lucha, es una creación del
partido comunista. El modelo de alternar la lucha legal (parlamentaria, sindical) con la
lucha armada (a través de las FARC) fue esbozado por Gilberto Vieira y hecho ley a
medidos de 1964 en el contexto de las resoluciones del XXX pleno del Comité Central y el
IX Congreso de esa organización. Concretamente se afirmó en las memorias del Congreso:
“La vía revolucionaria en Colombia puede llegar a ser una combinación de todas las
formas de lucha”.65
107 A partir de entonces este principio orientó el accionar de los comunistas. No obstante,
alternar cretinismo parlamentario con insurrección llevó a esta organización a
incontables errores y contradicciones. Por una parte, la vida del partido se ha visto
afectada por la existencia de dos corrientes, cada una las cuales expresa los extremos
mencionados. A un lado están quienes pugnan por el apoyo a las acciones armadas; al otro
quienes se inclinan por un accionar dentro de los estrechos marcos de la legalidad.
108 Esta contradicción ha sido palpable en los diferentes procesos de paz en los cuales el
partido comunista ha participado. Generalmente, coloca todos sus aparatos en función de
las negociaciones, es decir, que la política de paz guia el accionar. No obstante, esa
directriz choca con el maniobrar de las FARC, pues el grupo insurgente ha aprovechado
los procesos de paz para crecer militarmente.
109 Por otra parte, el mantener la independencia del PC en los procesos de paz resulta muy
difícil, pues es evidente que sus pronunciamientos son eco del movimiento armado. De
hecho, en los momentos más complejos de las negociaciones de paz del gobierno
Betancur, como durante la rebelión del general Landazabal, se exigió que fuera el comité
central del PC el vocero de las FARC.66 De allí que en la masacre de los centenares de
militantes de la Unión Patriótica, realizada por la extrema derecha, tenga responsabilidad
la combinación de todas las formas de lucha, pues sobre el frente político, surgido de los
acuerdos de paz de las FARC con Betancur, recayó la retaliación por las acciones del grupo
insurgente.
110 Finalmente, esta política ha generado confrontaciones internas que se han expresado en
deserciones y en posiciones críticas con respecto al accionar de la guerrilla, tal como
aconteció con Bernardo Jaramillo y otros dirigentes de la UP.
111 Invariablemente, los intelectuales de los años sesenta compartieron el reto de la
insurrección. La excepción más notable de esta década fue la de Francisco Mosquera,
militante del MOEC y luego fundador del MOIR. Mosquera realizó el aporte más
significativo al marxismo colombiano al oponerse, en el momento en el que el resto de la
izquierda afirmaba lo contrario, al uso de las armas cuando no existían condiciones para
ello e igual se opuso al secuestro, la extorsión y el terrorismo. Examinemos un poco este
tercer modelo de concebir la lucha revolucionaria.
112 En primer lugar, Mosquera, a pesar de viajar a Cuba y conocer de cerca el proceso
insurgente, entiende la necedad del foquismo y, cuando todos sus compañeros esperaban
lo contrario, desecha la lucha armada.
113 En segundo lugar, a pesar de ser maoísta y de que la experiencia China se basó en una
guerra popular y en la trilogía frente-partido-ejército revolucionario, entendió que las
condiciones históricas eran distintas. Tampoco cayó en la lectura apresurada del
115

pensamiento de Mao Tse Tung y mucho menos descontextualizó su famosa frase de que el
poder nace del fusil. Mosquera argumento en 1983:
Desde la aparición del MOEC el 7 de enero de 1959, fundado por Antonio Larrota, y
hasta el sol de hoy, en Colombia ha brotado una reciente corriente
extremoizquierdista que se echa sobre sus hombros la empresa de crear las
condiciones subjetivas del estallido revolucionario mediante el montaje de núcleos
guerrilleros, encargados de encandecer la república entera con la sola irradiación
del valor, de la audacia, de la entrega y del generoso sacrificio de una reducida
carnada de predestinados. [...] Vamos para cinco lustros de tan catastróficos
ensayos que se suceden unos tras otros, con siglas y personajes diferentes, mas en
esencia con los conocidos esquemas y métodos de siempre, sin que los
protagonistas muestren la más remota propensión a escarmentar con los errores y
a desistir de las ideas y los procederes equivocados”.67
114 Durante los inicios del proceso de paz con Belisario Betancur, Mosquera habló
lucidamente no sólo de la incorrecta opción de la izquierda armada sino también de la de
sus métodos de lucha. Sus análisis sobre la guerra y la paz constituyen un documento
fundamental en la reflexión sobre la violencia contemporánea.
115 La centralidad de La Violencia fue asumida por la intelectualidad a medida que el
conflicto interno fue creciendo y complejizándose. La Comisión Investigadora de las
Causas de la Violencia fue creada en 1958 por la Junta Militar, con el ánimo de esclarecer
las razones del largo, doloroso y sangriento enfrentamiento entre liberales y
conservadores.68 Aunque en su composición figuran los estamentos más tradicionales de
la sociedad, fue significativo el establecimiento de una comisión que estudiara de cerca el
conflicto interno.
116 En el mismo año, el gobierno departamental del Tolima, a través de la Secretaría de
Agricultura, publicó un informe sobre la violencia en aquella sección del país, 69 que fue
complementado por un trabajo de Roberto Pineda publicado por la Universidad Nacional.
70

117 En los años siguientes, diversas publicaciones recogieron los aportes de intelectuales que
desde diversas disciplinas, como la sicología y la sociología, abordaron la explicación de la
violencia. Sería el trabajo La Violencia en Colombia el que condensaría no sólo el horror de
lo que había vivido el país sino la posición de algunos de los académicos más destacados. 71
En el prólogo a la obra, Orlando Fals Borda sintetizó el sentido de la investigación con
palabras que, de forma dramática, hoy tienen plena vigencia:
El presente estudio trata de ser objetivo. Pero también quiere ser una campanada
que al redoblar hiera la sensibilidad de los colombianos y los obligue a pensar dos
veces antes de volver a estimular el ciclo de la destrucción inútil y de la sevicia
rebosante que se inicia en 1949. La. historia enseña que es posible hacer
revoluciones radicales, mas sin crueldad; totales, mas sin el inútil sacrificio
humano. Si Colombia necesita de una honda transformación social, (seamos capaces
de hacerla como hombres y no como bestias!72
118 Los años comprendidos entre 1955 y 1965 conocen un auge de los estudios y de las obras
que tienen como tema central la violencia. Igualmente, se consolida lo que ha dado en
denominarse la literatura de la violencia, dentro de la que se encuentran algunas obras
con un claro sentido moralizante y con la obvia intención de dejar testimonio para las
futuras generaciones sobre la barbarie vivida por el país. Donaro Cartagena anota en el
prólogo a su obra: “Que sirva este ejemplo sufrido en CARNE propia para un futuro de paz
y comprensión, de armonía y de alegre bienestar entre todos los conciudadanos de
Colombia”.73
116

LA UNIVERSALIDAD EN ÉPOCAS DE GUERRA FRÍA


119 Para los años sesenta la cobertura educativa y la presencia de medios masivos de
comunicación habían trastocado la manera como la provincia se vinculaba a lo universal.
El hecho concreto es que ya el acceso a las grandes corrientes de pensamiento no
necesariamente pasaba por Bogotá. Sin em bargo, esto no quiere decir que se superaran
las limitaciones del campo cultural en la provincia.
120 De otra parte, las confrontaciones entre Estados Unidos y la Revolución Cubana
transformaron el escenario mundial y acentuaron la Guerra Fría. Muchas publicaciones,
hombres y partidos se instalaron en sus trincheras para poder participar en la
confrontación. Eso explica la circulación de revistas y libros con un evidente sello
anticomunista y el radicalismo de algunos intelectuales.74 La revista Arco, que fue
elaborada por y para los países bolivarianos —Colombia, Ecuador y Venezuela— destilaba
anticomunismo en sus páginas. Permanentemente se publicaban artículos en los cuales se
atacaba a Fidel Castro, a los países que en aquel entonces se denominaban socialistas y al
marxismo en general.75 Asimismo, en sus artículos se respaldaron los ataques contra las
concepciones estéticas que vulneraban lo que para los directores era la moral católica y se
mostraron partidarios de las censuras que en Italia se producían contra las películas de
Antonioni, Dassin y Bergman.76
121 Para esta revista, los sucesos más sangrientos del continente y las luchas de los
movimientos sociales y populares se debían a la intervención comunista. En un artículo
firmado por la redacción se afirmó:
Hay una triste y amplia experiencia de la intervención de las embajadas rusas en los
momentos claves para la política interna de nuestros países. Pero sin llegar al
extremo a que se llegó en el luctuosamente célebre 9 de abril de Bogotá, por
ejemplo, la propaganda comunista en Latinoamérica se viene haciendo de una
manera habitual desde la embajada rusa.77
122 El argumento de la intervención comunista hace parte de las nociones de “complot
universal” que han circulado en nuestro país bajo las formas de conspiraciones de sectas
masónicas, anarquistas o comunistas, y que han sido acompañadas por la idea de un
pasado glorioso al que habría que volver una vez se extermine a los disociadores. 78 Por
ello, desde las revistas culturales y los editoriales de los más importantes periódicos se
repite esta misma noción. Lo único que ha variado es el centro de la conspiración: Moscú,
La Habana, Pekín. Por supuesto, esto cambió con la desintegración de la URSS y las
declaraciones de Fidel Castro sobre los inconvenientes de la lucha armada en la actual
coyuntura histórica.79
123 Hay que resaltar, sin embargo, que varios intelectuales, especialmente católicos y
conservadores, asumieron una posición crítica con respecto a la propaganda occidental
sobre los países socialistas. Retomando algunas posiciones de pensadores católicos
europeos abiertos a considerar los avances y logros de países como la URSS y China,
expresaron opiniones más moderadas respecto a los mismos. Uno de los primeros textos
sobre la experiencia socialista fue del académico Agustín Nieto Caballero, quien en 1961
sostuvo:
Este pueblo ruso que tan distante de nosotros lo hallamos en lo físico como en los
espiritual, y que sin embargo, aun cuando nunca creímos que llegara el caso, nos
117

está dando lecciones de orden, de pulcritud, de honestidad de amor al estudio, de


tenacidad en los más duros empeños, de austera conducta.80
124 Años más tarde, en plena génesis del movimiento foquista, el intelectual conservador
Alberto Dangond Uribe afirmó a propósito de su experiencia en la URSS:
Pero ahora puedo pensar, con fundamentos difícilmente controvertibles, que la
aplicación del marxismo en esta Unión Soviética socialista ha producido, por lo
menos en las apariencias que he visto con los ojos inversos y de buena fe, una
práctica de la moral, de la vida social y del desarrollo de las persona humana que
resultan fácilmente identificables con nuestro mejores y más caros ideales
cristianos, católicos y occidentalistas.81
125 Finalmente, Gonzalo Canal Ramírez se sumó a este coro con una exaltación de los avances
de la URSS. A riesgo de sufrir una retaliación económica y política, este pensador
conservador y católico señaló:
Me parece útil informar a mis lectores del aspecto positivo, cuyo panorama es hoy
referente importante para los cristianos en la revisión histórica y filosófica que
ahora adelantamos después del Concilio, porque nos ofrece temas de reflexión.
No podemos nosotros los bautizados en el cristianismo, doctrina de amor que ha de
trabajar con la verdad y la justicia, desconocer, por odio, cuanto tiene de verdad y
de justicia el país soviético. Este desconocimiento jamás será cristiano, ni servirá
para nada distinto de atizar la guerra.82
126 El cambio de algunos pensadores conservadores y católicos se explica porque los
intelectuales que asumieron posiciones más radicales lo hicieron a partir de una decidida
militancia en el marxismo. Éste tenía en esta época un mayor número de opciones y se
debatía en profundas polémicas; se encontraban lecturas de Marx desde Gramsci, Sartre o
Trotsky. Adicionalmente, el movimiento comunista se escindía y aparecía la lectura
foquista de la insurreción para América Latina. Por otro lado, estaba la transformación de
la URSS en una potencia imperialista y la consiguiente invasión soviética a
Checoslovaquia y Hungría. Finalmente, habría que considerar que a pesar de la Guerra
Fría se daban logros indudables en el desarrollo soviético, especialmente si se tiene en
cuenta el alto costo en vidas humanas y recursos que significó su participación en la
Segunda Guerra Mundial.
127 Asimismo, el marxismo se había consolidado como una opción legítima de interpretación
de los procesos históricos y las sociedades. Las investigaciones más novedosas y la
constitución de carreras y facultades en las universidades reflejaban la solidez de esta
opción.
128 Adicionalmente, para los años sesenta ya circulaban en Colombia pensadores como
Sartre, que desde su posición “ultrabolchevique” estimulaba los debates contra la guerra
de Vietnam.
129 Se trataba de una puesta al día con los problemas universales desde la herencia de los
años cincuenta y una actitud crítica de los sesenta. De manera que no resulta extraño que
algunos humanistas conservadores y católicos aceptaran revisar sus posiciones y
examinar críticamente la experiencia socialista. Por otra parte, estaban abiertas las
heridas de La Violencia, que nos había llevado al éxodo de campesinos y a las masacres;
heridas que les decían que había necesidad de buscar otras salidas, distintas a las
intentadas en Colombia.
130 Este giro no fue exclusivo de los conservadores, pues los liberales alimentaron opciones
por fuera del bipartidismo e incluso sirvieron de puente para articular a los viejos
guerrilleros de La Violencia con los nuevos insurrectos formados en la experiencia
118

cubana: tal fue el origen del ELN. Algunos liberales, como Jorge Zalamea, se habían
pronunciado de manera más directa sobre las experiencias de China, Cuba y Vietnam, y
sus opiniones fueron incluso difundidas en varios países del mundo. 83
131 No todos los intelectuales de los años cuarenta y cincuenta estuvieron en capacidad de
modificar sus primigenias concepciones. Por el contrario, radicalizaron sus peticiones de
persecución a los agentes comunistas, especialmente a raíz de la puesta en marcha de la
doctrina de la seguridad nacional.
132 Este ciclo de aproximación a las experiencias revolucionarias, desde el punto de vista de
su definición, duró hasta mediados de los años setenta, cuando se produjo una crisis en la
opción de la izquierda que se expresó en su militarización, es decir, en la supremacía de lo
militar sobre lo político. Se inició en aquel entonces un auge de la izquierda armada que
lesionaría seriamente, sobre todo en los ochenta y noventa, las organizaciones sociales y
populares, y llevaría a los grupos insurgentes a pensar, muy ingenuamente, en la
inminencia de un triunfo a través del uso de las armas y el empleo de métodos
delincuenciales.
133 La trivialización de la política, de la reflexión sobre la sociedad, corresponde a la
articulación de los efectos de la desintegración de la URSS, una efímera era de fin de las
ideologías y la supremacía de lo militar en la izquierda. De hecho, pareciera que la
izquierda no necesita más análisis en torno a la sociedad colombiana y al carácter de la
revolución; todo ya había sido “imaginado” en otra época, en otros lugares.
134 Una circunstancia especial de la relación entre lo local, lo nacional y lo internacional es
que existe una dinámica que acentúa la distinción y las relaciones de los intelectuales con
el poder, la oposición entre el centro cultural y la provincia. En principio, la manera como
se concibe y funciona la cultura establece una distinción entre los intelectuales de las
diferentes clases. Pero dado el desarrollo desigual del centro y de la periferia, es necesario
considerar los procesos de diferenciación entre el consumo cultural de Bogotá y el de las
regiones. Es evidente, por ejemplo, que la elite de las ciudades intermedias busca que sus
hijos se eduquen en las universidades privadas de Bogotá. Pero ¿estarán las instituciones
universitarias que existen en la provincia en capacidad de disputar el sistema de
privilegios que genera ser egresado de la Universidad de los Andes o de la Javeriana?

NOTAS
1. El Anuario de Historia de la Universidad Nacional de Colombia fue fundado en 1962. En 1976,
bajo los auspicios del Instituto Colombiano de Cultura, se publicó el libro La Nueva Historia de
Colombia, compilación e introducción de Darío Jaramillo Agudelo, Bogotá, Biblioteca
BásicaColcultura, 1976.
2. Los estudios sobre el proceso de urbanización en Colombia se hicieron populares a partir de
mediados de los años sesenta. Véase a manera de ejemplo, Teresa Camacho de Pinto, Colombia: el
proceso de urbanización, y sus factores relacionados, Tunja, Ediciones La Rana y El Águila-Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1970.
3. Ibíd., pp. 36-37.
119

4. El electorado de los estratos populares de Bogotá respaldó a Antanas Mockus en la intención de


volver a la alcaldía de Bogotá.
5. Hoy dicha tendencia se ha alterado debido a la crisis económica del país, la cual ha impactado
sustancialmente la matrícula universitaria de las universidades privadas y ha estimulado un
redescubrimiento por parte de los sectores medios de la Universidad Nacional de Colombia.
6. Esta tendencia al fortalecimiento en la universidad pública de las carreras de humanidades y
de ciencias e ingenierías, tuvo, según los estudiosos del fenómeno PCP-Sendero Luminoso, un
imparto especial en el surgimiento de una actitud crítica en una generación de peruanos y en el
fortalecimiento del grupo insurgente, especialmente en la región de Huamanga.
7. Las estadísticas que sí tienen en cuenta los puntajes mínimos y los porcentajes de admitidos les
dan la razón. Los admitidos a primer semestre en medicina fueron el 4,6% de quienes
presentaron examen, a ingeniería el 8,8%, a filosofía y letras el 58,3% y a ciencias de la educación
el 60,1%. Habría que tener en cuenta, sin embargo, la relación entre aspirantes y admitidos, pues
como es conocido, ha existido una tendencia “histórica” a un mayor número de aspirantes por
cupo en medicina (1399 aspirantes y 64 admitidos), ingeniería (2261 aspirantes y 200 admitidos) y
ciencias de la educación (439 aspirantes y 264 admitidos). Véase DANE, Educación superior
1967-68-69, Bogotá, DANE, 1970, p. 18.
8. Véase un análisis de las características del estudiante universitario en los años sesenta, en
Germán W. Rama, El sistema universitario en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,
1970, pp. 55 y ss.
9. Marco Palacios, que tiene experiencia como director del ICFES y rector de la Universidad
Nacional de Colombia, reconoce este hecho en “Saber es poder: el caso de los economistas
colombianos”, De populistas, mandarines y violencias. Luchas por el poder, Bogotá, Editorial Planeta,
2001.
10. Estas acusaciones las balbuceó Enrique Gómez Hurtado a raíz de la muerte de un policía en los
predios de la Universidad Nacional de Colombia durante los actos de protesta contra la visita de
Bill Clinton a Colombia.
11. Estamos hablando de hechos como pedir un puntaje del Toefel para ingresar a la carrera de
derecho, la exigencia de colegios bilingües de ser exclusivos para los descendientes de un nativo,
los bonos de los colegios, etcétera.
12. La inclusión del tema de la educación y la participación de la escuela en la creación del capital
cultural la tomamos de Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona,
Anagrama, 1999, capítulo 2.
13. Bourdieu explica las maneras como la universidad consagra a los intelectuales en Homo
Academicus, París, Minuit, 1984.
14. Las universidades públicas nos brindan ejemplos para todos los gustos. Entre los casos
positivos se encuentra el respaldo institucional otorgado al primer informe sobre La Violencia en
Colombia. En México, los intelectuales han estado estrechamente ligados con la UNAM y desde
allí han diseñado los más importantes proyectos académicos. Véase Jorge Volpi, La imaginación y el
poder. Una historia intelectual de 1968, México, Era, 1998.
15. La idea es que todo proyecto sobre la paz, la violencia, etcétera, —exageramos un poco—
debería pasar por una visita al Caguán y se debería efectuar una aplicación inmediata de los
resultados.
16. Sobre el origen de la izquierda y sus diversas denominaciones, véase Leopoldo Múnera Ruíz,
Rupturas y continuidades. Poder y movimiento popular en Colombia 1968-1988, Bogotá, IEPRI-
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales-CEREC,
1998. También Fabio López de la Roche, Izquierdas y cultura política ¿Oposición altemativa?, Bogotá,
CINEP, 1994.
17. La mayor parte de los sindicatos agrarios, las organizaciones populares y los grupos
insurgentes poseen dirigentes históricos que a pesar de salir de familias humildes y carecer de
120

oportunidades para acceder a la educación formal, se destacaron por su capacidad de liderazgo y


su posibilidad de producir una reflexión sobre la realidad nacional.
18. Una intervención típica de un dirigente estudiantil de 1971 incluía una introducción analítica
sobre el carácter de la sociedad colombiana. Véase a manera de ejemplo Crisis universitaria
colombiana 1971. Itinerario y documentos, Medellín, Ediciones El Tigre de Papel, 1971.
19. En pintura, serían representativos el trabajo de Clemencia Lucena y el Taller 4 Rojo (Alfonso
Quijano, Nirma Zarate, Diego Arango, Carlos Granada, Umberto Giangrandi y Fabio Rodríguez).
20. Nos parece lamentable que estudiosos del movimiento popular que pertenecieron a partidos
marxistas o son miembros de la generación que adoptó de manera tan decidida la utopía,
resulten hoy negando el aporte de la izquierda a la modernización política y a la cultura y
repitan, en aras de la lucha contra el dogmatismo y la exaltación de nuevas metodologías, los
viejos argumentos sobre el marxismo como un pensamiento extranjero. Desde una perspectiva
distinta, Monsivais reconoce los aportes de la izquierda mexicana, a pesar de todos sus errores, a
la cultura política. Véase Carlos Monsivais, Aires de familia, Barcelona, Anagrama, 2000.
21. Quizás el mejor ejemplo y, por supuesto, el más dramático, fue la manera como los
movimientos insurgentes, especialmente el ELN, asumieron las prácticas de control sobre la vida
privada de sus militantes e instauraron una dura ley que castigaba las desviaciones políticas con
purgas y ejecuciones.
22. No nos interesa valorar el aporte real de los Nadaístas sino constatar la existencia de una
forma que rompe con las precedentes. Tampoco creemos que el movimiento, como ya lo han
dicho otros, fuese un peligro para el Frente Nacional.
23. Sobre el programa mínimo, véase Crisis universitaria colombiana 1971, op. cit., pp. 85-88.
24. Véase la estructura de los consejos de las universidades públicas y privadas en 1970 en
Germán Rama, op. cit., pp. 211 y ss.
25. Ibíd., p. 215.
26. El tema está nuevamente a la orden del día. En el reciente conflicto en la UNAM la defensa de
la gratuidad de la enseñanza fue una consigna de los estudiantes. Para los capitales privados es
necesario el desmonte de la gratuidad, la autofinanciación y el establecimiento de matrículas de
acuerdo a las posibilidades de cada estudiante. Para quienes defienden la universidad, tal política
es anticonstitucional y sólo favorece al capital privado. Véase un análisis crítico del argumento
del capital privado sobre la gratuidad en Javier Torres Pares, “Los bonos educativos y la crisis de
la universidad pública”, en Nómadas, No. 12, Bogotá, Departamento de Investigaciones
Universidad Central, 2000, pp. 235-245.
27. Esto se ha puesto de manifiesto en la investigación genética y biotecnológica. Véase una voz
de alerta en el caso de la UNAM de México, en el artículo de Tania Molina Ramírez “La vida en
venta”, publicado en el suplemento Masiosare de La Jornada, México, 12 de noviembre de 2000.
28. Contrario a lo que algunos piensan, la izquierda no fue hegemónica en las universidades. Las
ideologías de derecha también se expresaron en esta década.
29. “La libertad académica y la universidad pública”, en Aleph, No. 1, Manizales, octubre de 1966,
pp. 5 y ss. El artículo originalmente se publicó en marzo de 1961 y fue tomado de una revista de la
Unión de Universidades de América Latina.
30. Véase a manera de ejemplo, “Los grupos sindicales y estudiantiles y la politización de sus
cuadros”, en Aleph, No. 2, Manizales, septiembre de 1971, pp. 49-52.
31. Uno de los primeros intelectuales que abordó el tema de Vietnam fue Jorge Zalamea. Véase su
artículo de 1967, “Las aguas vivas de Vietnam”, en Literatura, política y arte, Bogotá, Instituto
Colombiano de Cultura, 1978.
32. Aleph, No. 4, Manizales, septiembre de 1972, pp. 95-100 y No. 5, junio de 1973. Es de anotar que
para 1968 ya se habían publicado trabajos de Althusser. véase por ejemplo el artículo “Sobre el
conocimiento del arte”, en Ideas y Valores, Revista del Departamento de Filosofía y Humanidades
de la Universidad Nacional de Colombia, No. 30-31, Bogotá, I trimestre de 1968.
121

33. Aleph, No. 11, Manizales, septiembre de 1975. Fueron comunes los artículos sobre las luchas
populares y las conclusiones de los encuentros de organizaciones como el CRIC.
34. En la UNAM de México también se instalaron reconocidos intelectuales que orientaron las
actividades culturales institucionales y permitieron, no sin oposiciones, incluso las de sus propios
colegas, una importante labor de difusión del pensamiento y de nuevos autores. Véase Jorge
Volpi, op. cit.
35. Publicaron, entre otros, en la coyuntura del movimiento estudiantil, Gonzalo Cataño, Mauro
Torres, Margarita González, Germán Rubiano, Pedro Amaya Pulido, Salomón Kalmanovitz, Jorge
Orlando Melo y Rubén Sierra.
36. Véase Ideas y Valores, No. 35-37, Bogotá, 1969, pp. 5-27, 57-78 y 81-86, y No. 38-39, Bogotá, 1971,
pp. 3-26 y 69-104.
37. Sobre el libro y la lectura están los trabajos clásicos de Roger Chartier, Sociedad y escritura en la
edad moderna. México, Instituto Mora, 1995 y El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en
Europa entre los siglos XIV y XVIII, Barcelona, Gedisa, 1994. Sobre el Seminario de la Historia de la
Educación en México de El Colegio de México, véase Historia de la lectura en México, México,
Ediciones del Ermitaño-El Colegio de México, 1988.
38. “La universidad en la España actual”, en Arco, No. 6, Bogotá, enero-febrero de 1960, p. 72. Esta
revista tuvo un giro en su orientación debido al ingreso de liberales, como Otto Morales Benítez,
al comité de redacción.
39. Carlos Alberto Valencia, “Consideraciones sobre la violencia estudiantil”, en Arco, No.
127-128, Bogotá, mayo-junio de 1971, pp. 354-357.
40. “Seminario sobre conflictos universitarios”, en Revista Educativa Cultural Colombiana, No. 14,
Bogotá, agosto de 1970, p. 43.
41. Ibíd.
42. Ibíd., p. 44.
43. Pedro Gómez Valderrama, Memorias del Ministerio de Educación Nacional, t. I, Bogotá, Imprenta
Nacional, 1964, p. 151.
44. Ibíd., p. 150.
45. Ibíd., p. 155.
46. Ibíd., p. 157.
47. En el caso mexicano, un factor que explica el surgimiento de editoriales alternativas fue la
presencia de los refugiados españoles. Sobre el papel de los exiliados en la transformación
cultural mexicana, véase José Antonio Matesanz, Las raíces del exilio. México ante la guerra civil
española, 1936-1939, México, El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México,
1999.
48. Sólo a manera de ejemplo podemos decir que en el primer número que circuló en 1964
aparecieron artículos de Roger Garaudy y Manfred Kossok. Véase Documentos Políticos, No. 36-37,
Bogotá, enero-febrero de 1964.
49. Documentos Políticos, No. 41-42, Bogotá, junio-julio de 1964, pp. 74 y ss.
50. También colaboraron con Estrategia Jaime Mejía Duque, Javier Vélez, Moisés Melo, Socorro
Castro y Humberto Molina. Véase Luis Antonio Restrepo, “Literatura y pensamiento. 1958-1985”,
en Nueva Historia de Colombia. Literatura, pensamiento artes y recreación, Bogotá, Editorial Planeta,
1998, p. 101.
51. Véase especialmente el artículo “La OMC y la unidad de la teoría y la práctica”, en Estrategia,
No. 3, Bogotá, enero de 1964, pp. 167 y ss.
52. Luis Mirnaya, “Dos tácticas y una estrategia”, en Documentos Políticos, No. 38-39, Bogotá,
marzo-abril de 1964, p. 43.
53. El PC rechazaría a lo largo de los años sesenta y setenta la circulación de las ideas de Sartre,
del mayo del 68 francés y de toda nueva lectura o autor que no hubiese aparecido previamente en
las revistas soviéticas o llevase el sello de Editorial Progreso. A manera de ejemplo, véanse los
122

ataques contra Sartre en Voz Proletaria, publicados en diciembre de 1963 y enero de 1964. No
obstante, ante el otorgamiento del premio Nobel al filosofo francés, el PC accedió a reconocer,
temporalmente, el “carácter revolucionario de Sartre”. Véase “Reseña”, en Documentos Políticos,
No. 45, Bogotá, octubre de 1964.
54. Véase el articulo “Maoísmo y trostkismo en Colombia”, en Estudios Marxistas, No. 13-14,
Bogotá, 1977, pp. 68-80 y 86-111.
55. Esta generación que animó el debate en los sesenta y la mayor parte de los setenta, inició en
los ochenta una transformación ideológica profunda.
56. El grupo Yaki Kandru se originó en la Universidad Nacional de Colombia y estuvo conformado
por Jorge López, Beatriz Wilches, Germán Pinilla y Carlos Chaves, constituyéndose en una de las
experiencias más serias en la música andina. Véase una entrevista con el grupo en Aleph, No. 3,
Manizales, marzo de 1972.
57. Mario Laserna, Estado fuerte o caudillo. (El dilema colombiano), Bogotá, Ediciones Mito, 1961, p.
21.
58. En las últimas décadas una de las expresiones empleadas ha sido la de “tocar fondo”.
Reiterativamente se habla de que el país tocó fondo, a pesar de que la situación nacional es
susceptible de empeorar.
59. Gonzalo Canal Ramírez, “Algunos efectos y causas de la crisis moral”, en Jaime Posada y
Gonzalo Canal Ramírez, La crisis moral colombiana, Bogotá, Antares, 1955, pp. 93 y 94.
60. Mario Laserna, Estado fuerte o caudillo. (El dilema colombiano), op. cit., p. 52.
61. Ibíd., p. 54.
62. El concepto de revolución motivó a diversos intelectuales a realizar no sólo análisis históricos
y políticos sobre la sociedad colombiana, sino a escribir novelas o a recopilar poemas
apologéticos de la experiencia guerrillera en Colombia y en otros países. Inocencio Infante Díaz,
Sangre rebelde. Poemas de guerrilla y libertad, Bogotá, Ediciones Excelsior, 1959.
63. MOEC, Mensaje del pueblo colombiano a los pueblos de América, México, Comité Mexicano de
Apoyo a la Revolución Colombiana, 1961, pp. 5 y 24.
64. Ibíd., p. 5.
65. Documentos Políticos, No. 41-42, Bogotá, junio-julio de 1964, pp. 74-84. El documento de Vieira
fue acompañado por otra serie de artículos sobre la lucha armada; entre ellos, los titulados
“Teorías de la violencia”, “La concepción materialista de la historia y la teoría de la violencia” y
“Programa agrario de guerrilleros de Marquetalia”.
66. Ésta fue una exigencia del general Landazabal durante el proceso de paz de Belisario
Betancur.
67. Francisco Mosquera, “Ni guerra, ni paz”, en Resistencia civil, Bogotá, Editor Tribuna Roja, 1995,
p. 166.
68. Hicieron parte de la Comisión: Absalón Fernández de Soto; Augusto Ramírez Moreno; los
generales Hernando Caicedo López, Hernando Mora Angueira, y los sacerdotes Fabio Martínez y
Germán Guzmán.
69. Departamento del Tolima-Secretaría de Agricultura, La violencia en el Tolima, Ibagué,
Secretaria de Agricultura, 1958.
70. Roberto Pineda, El impacto de la violencia en el Tolima: el caso de El Líbano, Bogotá, Monografías
Sociológicas, Universidad Nacional de Colombia-Departamento de Sociología, 1960.
71. Germán Guzmán, Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna, La Violencia en Colombia. Estudio de
un proceso social, Bogotá, Monografías Sociológicas, Universidad Nacional de Colombia-Facultad de
Sociología, 1962.
72. Ibíd., pp. 12-13.
73. Donaro Cartagena, Una semana de miedo. Relatos sobre la violencia, Bogotá, Editorial El
Libertador, 1964, p. 3. Las mayúsculas son del original.
123

74. En Francia, Jean Paul Sartre asumió una defensa cerrada de la URSS, pues consideraba que lo
contrario significaba colocarse del lado de Estados Unidos. Es lo que se conoce como la etapa
ultrabolchevique de Sartre.
75. Véanse a manera de ejemplo los artículos de Georges Delaspre, “Nuevo descubrimiento
comunista”, y el de Jorge Alor, “Insuficiencia de un caudillo”, en Arco, No. 8-9, Bogotá, mayo-
agosto de 1960, pp. 219 y ss., y 291 y ss.
76. Claudio Barbati, “La censura y el cine antiburgués”, en Arco, No. 13, Bogotá, abril de 1961, pp.
112 y ss.
77. “Crónica de América: posiciones del marxismo en Latinoamérica”, en Arco, No. 13, abril de
1961, p. 142.
78. Sobre la noción de complot universal y su función en la concepción y percepción en la
política, véase Fernán González, “Relaciones entre cultura y política. Aproximación a los modelos
culturales implícitos en la percepción de la política”, en Imágenes y reflexiones de la cultura en
Colombia —regiones, ciudades y violencia—. Memorias del Foro Nacional para, con, por, sobre, de cultura,
Bogotá, Colcultura, 1991, p. 35.
79. Como no podemos quedarnos sin enemigo, ah ora se nos impuso el complot del narcotráfico,
que justifica el diseño y puesta en marcha del Plan Colombia.
80. Agustín Nieto Caballero, Crónicas de viaje, Bogotá, Editorial Antares, 1961, p. 64.
81. Alberto Dangond Uribe, Mi diario en la Unión Soviética, Bogotá, Editorial Colombia Nueva, 1968,
p. 179.
82. Gonzalo Canal Ramírez, La Unión Soviética reto moral, Bogotá, Imprenta de Canal Ramírez, 1969,
pp. 11-12.
83. Véanse los artículos: “Reunión en Pekín, 1952”, “Antecedentes históricos de la revolución
cubana, 1961” y “La aguas vivas de Vietnam, 1967”, en Jorge Zalamea, Literatura, política y arte,
Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1978, pp. 415 y ss.
124

Tercera parte. La reintegración de los


intelectuales
125

V. La coptación de los intelectuales


disidentes, 1982-1991

1 Este último periodo se caracteriza, en general, por la transformación de las relaciones


entre los intelectuales y el Estado y, en particular, por un retorno a la dinámica anterior a
los años sesenta; lo cual significa un cambio del campo intelectual, un mayor control por
parte del Estado. Es en cierta medida la derrota histórica de una generación, situación que
se mantiene hasta hoy día. Esto se produjo debido a una confluencia de factores, entre los
cuales se destacan la política de paz de Belisario Betancur, el auge de las corrientes
neoconservadoras, el inicio de la era neoliberal, la crisis de la izquierda, la degradación
del conflicto y el auge del posmodernismo.
2 Igualmente, se presentó un cambio del tipo de intelectual dominante. Lo cual tiene que
ver con sucesivas fases de crisis del tipo de intelectual de los años sesenta, su sustitución,
muy breve, por el periodista y, finalmente, la supremacía del economista neoliberal.

LAS DINÁMICAS DE LAS TRANSFORMACIONES DE


LOS INTELECTUALES
3 La transformación de los intelectuales es posible debido a la confluencia de cambios
políticos e ideológicos en el campo internacional, a alteraciones políticas en el país y a
giros en las relaciones entre poder y cultura en el mismo. Es en relación con esta
confluencia de dinámicas que entendemos el giro a la derecha de la intelectualidad
colombiana a partir de los años ochenta. Obviamente, esta afirmación no niega la
existencia de académicos disidentes o de críticos, ni tampoco la complejización del campo
cultural, es decir, la superación del bipolarismo de las décadas anteriores, pero sí nos
muestra una tendencia dominante.
4 En el ámbito internacional se desarrolló, a partir de los ochenta, un movimiento de
derechización en la política, la economía y la filosofía. Ésta fue la década del ascenso
conservador en Estados Unidos e Inglaterra, que se manifestó en el endurecimiento de la
política exterior estadounidense y la permanente amenaza del presidente Ronald Reagan
de intervenir militarmente en todo el planeta. De hecho, es durante su mandato que se
inicia el fortalecimiento de la denominada contra en Nicaragua, grupos armados
126

antisandinistas, y de las acciones terroristas en Centroamérica. Internamente, los


gobiernos de Reagan y de Margareth Thatcher coincidieron en la represión del
movimiento sindical —que fue duramente golpeado—, en la implementación de medidas
neoliberales y en la eliminación de las conquistas alcanzadas en décadas anteriores —el
bienestar social—, a favor del mundo del trabajo.
5 En economía es la época del crecimiento de la popularidad de la escuela de Chicago y de
Milton Friedeman, es decir, del inicio de reformas monetaristas y de la defensa de la
libertad del mercado. En países como Chile, en el caso latinoamericano, comenzó en los
ochenta una época de privatizaciones, reducción del tamaño del Estado y apertura
económica. Algunas cifras, especialmente del PIB y del comportamiento de la balanza
comercial, fueron utilizadas para resaltar unas supuestas bondades de la política
macroeconómica. Adicionalmente, se acuñaron conceptos que separaban a quienes
estaban con los viejos modelos de aquellos que interpretaban los cambios mundiales;
términos como los de competitividad, internacionalización, eficacia, racionalización del
gasto público, flexibilización laboral, etcétera, se escuchan en boca de los funcionarios
encargados de la planeación económica. De esta forma, el credo neoliberal se constituye
en la única verdad en la teoría económica.
6 En el terreno de las ideas, de la filosofía por ejemplo, se popularizó una corriente de
pensamiento que guardaba una estrecha relación con los cambios políticos y económicos:
el posmo dernismo. La conservatización de la filosofía y de la política, en general de las
ciencias sociales, se expresó en el supuesto fin de la historia, del humanismo, de los
metarrelatos (el marxismo), de los proyectos emancípatenos, de los grandes sujetos (la
clase obrera), de la búsqueda de la objetividad y la verdad y del intelectual como
conciencia crítica de su sociedad y su época histórica. Asimismo, se manifiesta la
conservatización en la supremacía de lo efímero —el hedonismo y el consumismo—, en la
tendencia a considerar el análisis y la escritura como simples ejercicios estéticos
individuales y en el inicio de una era de dominio absoluto del capital. 1
7 Adicionalmente, el hundimiento de la URSS, los procesos en Europa oriental, la caída de
los sandinistas y lo que algunos han denominado la derrota histórica de la clase obrera,
llevaron a muchos intelectuales a iniciar un tránsito a la moda de la posmodernidad y, por
supuesto, al abandono de todo aquello que estuviera ligado con el marxismo: un sistema
filosófico, el compromiso de transformar la realidad, los proyectos utópicos y el rechazo
de las funciones del intelectual y de las ideológicas. La época se interpreta como una
negación de los sesenta.
8 En América Latina el inicio de una crisis de los partidos tradicionales o históricos, a partir
de finales de los años ochenta, fue común tanto a los mismos partidos históricos como a la
izquierda.2 En el Perú, la tendencia se manifestó en la debacle electoral y política del
APRA y Acción Popular, en la emergencia de una gran variedad de movimientos cívicos y,
especialmente, en la irrupción de Cambio 90 de Alberto Fujimori.3
9 En México, la crisis del PRI se expresó inicialmente en la separación de connotados
dirigentes (Cuahutemoc Cárdenas), en xana fuerte confrontación al interior del partido
gobernante que culminó con el asesinato de algunos candidatos y, finalmente, en el
fortalecimiento de la oposición, especialmente a raíz de la creación del PRD, el
fortalecimiento del PAN y la irrupción del EZLN.4
10 La crisis de los partidos históricos se desató en una coyuntura en la cuallos sectores que
estaban a favor de la implementación del proyecto de globalización neoliberal pugnaban
127

por el control de los Estados y consideraban a las viejas elites políticas ineficientes y
corruptas. Esta situación coincidió con un giro en la política exterior estadounidense, que
llevó a promover en el continente juicios políticos contra los antiguos aliados, los partidos
políticos tradicionales, los miembros de la fuerzas armadas e, incluso, los dictadores como
Augusto Pinochet. Las agencias internacionales de financiamiento (el FMI o el Banco
Mundial) llamaron la atención a la nueva dirigencia política para que concentraran sus
esfuerzos en la lucha anticorrupción. La mayor parte de los dirigentes de los grandes
partidos, incluso jefes de Estado, se vieron inmersos en escándalos por corrupción: Collor
de Melo en Brasil y Carlos Andrés Pérez en Venezuela son buenos ejemplos.
11 Lo interesante del debilitamiento de los partidos y de la emergencia de la lucha
anticorrupción es que están estrechamente relacionados con el inicio de la aplicación del
modelo neoliberal y con una movilización de la población contra las viejas elites políticas.
12 En efecto, la globalización neoliberal requiere tres medidas en el orden político: la
reconfiguración de la clase política, la adecuación del orden legal a las necesidades del
capital internacional y el control o debilitamiento de aquellas estructuras que
representan la nación: los partidos, el Congreso, el ejército, etcétera. La búsqueda de la
reducción de la influencia de los partidos se explica porque la vieja clase política funciona
a partir de la corrupción, lo cual hace ineficiente y costoso al Estado y onerosa cualquier
iniciativa productiva. En segundo lugar, las viejas estructuras de los partidos y su
supervivencia se basan en el clientelismo, lo que exige un gran aparato de Estado y
acumular demasiados costos en las finanzas públicas.
13 La mayor parte de las campañas políticas en los últimos años, en casi todos los países de la
región, tienen como elemento común la lucha contra la corrupción. Las últimas
contiendas electorales que han dado el triunfo a sectores conservadores neoliberales —en
Colombia, Andrés Pastrana, y en México, Vicente Fox—, se basaron en la caracterización
del contrincante como la encarnación de la corrupción; lo cual evidentemente no significa
un gran aporte a la ciencia política.5
14 Han sido muy pocos los intelectuales que han asumido de manera crítica las campañas
anticorrupción. En lo fundamental, no alcanzan a percibir que se trata, como en el actual
gobierno, de una maniobra para derrotar a quienes, por principio o por inercia, se oponen
a la implementación de medidas neoliberales o a los que se oponen, desde el interior de
los partidos tradicionales, a los nuevos cambios. Por supuesto, no pretendemos descartar
las luchas anticorrupción, sólo queremos destacar un componente del que poco se habla y
que ha permitido la movilización de amplios sectores de la opinión —entre ellos, los
estudiantes universitarios y los medios—, en torno a campañas políticas que en lo
fundamental son de carácter neoliberal.6
15 En Colombia, la transformación de los intelectuales, además de las causas ya
mencionadas, se debió a la crisis de la izquierda, que se entiende como el fortalecimiento
del militarismo y, paradójicamente, del colaboracionismo; la incorporación de los
intelectuales al Estado a través de la política de paz que desarrolló Belisario Betancur; el
protagonismo de los medios de comunicación masivo y, posteriormente, el surgimiento
de un nuevo tipo de intelectual dominante: el economista neoliberal.
16 En los años setenta el debate político y el accionar de la izquierda conocieron un giro
hacia las concepciones guerreritas. Varios factores, continentales y locales, explican este
suceso. El triunfo militar de Fidel Castro y del sandinismo en Nicaragua y el
recrudecimiento del conflicto interno en Guatemala y El Salvador dieron impulso a las
128

posiciones militaristas de la izquierda latinoamericana. La posibilidad de una victoria de


la insurrección se constataba en la práctica. Adicionalmente, existió un conocimiento
directo de la experiencia en Centroamérica a través de la constitución de la brigada
Simón Bolívar y de diversos tipos de vinculaciones a las actividades de apoyo a Nicaragua
o Cuba, lo cual fortaleció el factor subjetivo del conflicto interno. Todo parecía indicar
que era factible repetir la experiencia centroamericana en otros países de la región.
17 La irrupción del M-19 en Colombia encarnó el último proyecto de izquierda armada que
suponía la sustitución de la política por la guerra, es decir, el predominio de la ingenua
matemática según la cual el acceso al poder dependía del mayor número de las acciones
militares.7 El M-19 retomó lo peor del voluntarismo foquista y actuó con urna permanente
improvisación en la definición de su proyecto político: nunca fue muy preciso sobre lo
que se proponía (el diálogo nacional), ni qué se construiría luego de un hipotético triunfo.
De hecho, en este grupo armado fue visible, más que en cualquier otro, la existencia de
diversas líneas políticas; aunque como han resaltado varios analistas, lo predominante fue
la opción socialdemócrata. Esta circunstancia determinó que los aportes a la explicación
de la realidad nacional fueran poco significativos y que por fuera de lo militar se
hundieran en un mar de incoherencias.8
18 El grupo insurgente culminó patéticamente su vida política: no sólo debido a acciones de
extrema irresponsabilidad e ingenuidad política, la toma del Palacio de Justicia y el juicio
a Belisario Betancur, sino al colaboracionismo más vergonzoso con el Estado a partir de la
Asamblea Constituyente.9
19 Las acciones del movimiento armado, consideras erróneas por los académicos, sumadas al
inicio de una serie de comportamientos delincuenciales por parte del movimiento
armado, como el empleo del secuestro, la alianza con el narcotráfico, los atentados contra
la población civil y la prepotencia de los jefes guerrilleros a la hora de negociar,
motivaron una justificada crítica de los intelectuales a la diversas organizaciones
insurgentes.
20 La indefinición política y los errores del movimiento guerrillero no niega algunos
efímeros logros militares y un fugaz respaldo popular. Hay que reconocer que en su loca
carrera logró afectar el escenario de la política, al modificar la correlación de fuerzas,
innovar en el accionar militar e influenciar un tradicional espacio intelectual: la
universidad.
21 El movimiento estudiantil universitario asistió a un proceso de retorno a la política,
predominante a mediados de la década del sesenta. En efecto, a partir de los años ochenta
la presencia de los grupos insurgentes y seudoanarquistas al interior del movimiento
estudiantil privilegió el activismo, las acciones de hecho y el abandono de los procesos de
organización gremial. Como en los sesenta, de lo que se trataba era de que las
universidades sirvieran de cantera a los movimientos armados. Esto abrió las puertas a la
aparición de grupos dudosamente radicales —activistas dispuestos al tropel inmediato,
cuyo accionar ha sido supremamente nocivo para el avance de los procesos de
organización, de defensa de la universidad y, en general, de la actividad política y
académica democrática, incluso revolucionaria— y a un paulatino involucramiento de la
universidad en el conflicto armado.10
22 No obstante, las condiciones eran distintas, pues el gobierno de Julio César Turbay Ayala,
por ejemplo, estuvo dispuesto a hacerle frente a la guerrilla en todos los terrenos, y el
conflicto en las universidades se “solucionó” con largos cierres —recordemos que la
129

Universidad Distrital de Bogotá estuvo cerrada durante dos años—.11 Asimismo, el avance
de la extrema derecha, sostenido por el rechazo al vandalismo, se hizo evidente en los
claustros universitarios.
23 De manera que lo que encontramos en la izquierda y en la universidad fue el
fortalecimiento de los más guerreristas, la desbandada de los gestores de la disidencia
política y académica ante los desmanes de la guerrilla y el debilitamiento de aquellos que
no estaban con el movimiento insurgente.
24 Para finales de los años noventa, la universidad, adormecida e incapacitada para
responder a la dinámica de los actores armados, se convirtió en un campo de batalla. Los
intelectuales quedaron a merced de las acciones punitivas y bajo la amenaza de perder su
espacio natural de trabajo, y vieron cómo se cerraban las posibilidades para la circulación
libre de las ideas.
25 Paradójicamente, en algunas instituciones la defensa de la universidad ha recaído en los
rectores, quienes en otros tiempos eran la expresión de los intereses más retardatarios y
ahora han dado muestras de su decisión de rechazar los ataques del neoliberalismo contra
la educación pública.12
26 La nueva dinámica que se da en la universidades coincide en el tiempo con un
empobrecimiento de la actividad editorial y, en general, de los espacios para la difusión
de las ideas. Esto se debe a hechos como la pauperización de la sociedad, el incremento de
las tasas de desempleo, el inicio de un ciclo de crisis en la industria editorial y la
supremacía de lo mercantil, a niveles vergonzosos, sobre el mundo de las ideas.
27 Las principales editoriales vinculadas a la izquierda se cerraron o limitaron sus ediciones
y nuevos títulos, se clausuraron algunas de las publicaciones que alentaban el debate
académico —entre ellas, Cuadernos Colombianos, Estudios Marxistas, Teorema y Alternativa—, y
los escritores quedaron a merced de editores que únicamente publican aquello que se
puede vender, aunque eso implique producir artificialmente un autor o un libro.
28 Paralelamente, se dio el abandono de las posiciones radicales por parte de la mayoría de
los intelectuales que habían acompañado la formación de la izquierda, especialmente los
provenientes del trostkismo, y su inserción en las altas esferas del Estado o en el
desempeño de cargos públicos de reconocida influencia —la junta directiva del Banco de
la República, la asesoría de paz, etcétera—. El partido comunista, igualmente, perdió
dirigentes de prestigio y el sector más democrático, con lo cual la línea dura se fortaleció.
13

29 Uno de los factores que más ha contribuido a la transformación de los intelectuales ha


sido la política de paz. Aunque la paz aparece como el gran tema nacional a partir de la
década de los ochenta, el camino para llegar a ella ha variado con los gobiernos y con las
políticas que cada uno de ellos ha impulsado. Quizás el hecho más significativo ha sido el
cambio del discurso de la burguesía colombiana respecto a la consideración del conflicto
interno como un suceso originado fuera de la nación —la hipótesis de la conspiración
externa—, y su aceptación como una circunstancia política nacional e incluso, en algunos,
como un fenómeno estructural.14
30 El ascenso de Belisario Betancur acarreó una ruptura en la concepción de la violencia y en
la manera de abordarla y proponer soluciones, especialmente con respecto a su inmediato
antecesor Julio César Turbay Ayala. En efecto, Turbay había diseñado como estrategia
para proponer su amnistía una cruenta represión y la aceptación de la derrota por parte
de los grupos insurgentes como el único medio de acceder a un estrecho mecanismo de
130

reinserción en la vida política legal. La amnistía de Turbay no significó otra cosa que la
profundización de la violencia, en la medida en que partió de un supuesto falso: la
inminente derrota de los grupos insurgentes. Sus contendores se encontraban en la
posición opuesta, pero con el mismo grado de beligerancia: la posibilidad de la victoria
militar.
31 Para sectores de la burguesía, las fuerzas armadas y la Iglesia la presencia guerrillera se
explicaba como una conspiración internacional sin respaldo popular. Los insurgentes
serían fácilmente aplastados si el Estado asumía tal objetivo —lo había demostrado el
cerco de Anorí y la captura de la cúpula del Μ19—, de manera que el problema de la paz se
concebía en términos de una limitada amnistía que, además, sólo se otorgaría a cambio de
la entrega de las armas y el abandono de toda tentativa de reincidencia en unas conductas
consideras simplemente delictivas. De hecho, se niega no sólo la rapacidad militar y
política de los grupos insurgentes, la conformación de un proyecto político, sino, lo que es
más grave, la existencia de lo que en años posteriores se denominaría las condiciones
estructurales de la subversión.
32 Belisario estableció una ruptura con dicha política de paz señalando que la violencia en
Colombia se debía a problemas estructurales; con lo cual explicó la existencia de los
grupos insurgentes dentro del escenario nacional, es decir, como parte de una realidad
social. Denunció que el problema no se solucionaría mediante el uso de la fuerza, pues
ésta sólo serviría para acrecentar el conflicto interno. Esta postura formalizó ron choque
entre las diferentes opdones existentes para dar soludón al problema de orden público.
De un lado, estaban los amigos del presidente que se inclinaban por una salida negociada,
y del otro, quienes pensaban que era sólo cuestión de dejarle el turno a concepciones más
varoniles y que con la autorización de unos cuantos tiros la violencia guerrillera quedaría
enterrada. Dualidad que a partir de entonces rondará el palado presidencial.
33 El ascenso de Belisario Betancur significó una paradójica situadón para la burguesía
colombiana: la conducdón del Estado la asumió un político cuya concepdón de la paz no
coinddía plenamente con su proyecto. De allí que la formulación belisarista generara
varios enfrentamientos con las fuerzas armadas, los gremios, el parlamento, etcétera, y a
la vez una rápida aceptadón por parte de la insurgencia y de casi todos los sectores de la
izquierda.15
34 El giro dado por Betancur al tema de la paz puso a la orden del día la necesidad de buscar
nuevas estrategias para resolver el conflicto. Pero, ¿de dónde surgirían las nuevas
políticas? ¿Estaban los burócratas y militares en capacidad de cambiar de perspectiva?
¿Los gremios económicos podían aceptar el cambio de la política de orden público?
Difícilmente. Los militares sólo veían en el movimiento insurgente una cuadrilla de
malhechores, unos bandidos, que fácilmente podrían ser aplastados si el gobierno se
decidiera, por fin, a hacer la guerra. Los burócratas estaban en el inicio de la transición
entre la vieja clase política clientelista y los nuevos tecnócratas, razón por la cual la
pugna giraba en torno al control de los mejores cargos y se iniciaba la perorata sobre la
lucha anticorrupción. Los gremios, por su parte, conspiraron contra Belisario, pues
demandaban mano dura. Así que el único sector con el cual el presidente podría darle
legitimidad a su proyecto eran aquellos jóvenes o viejos que, como él, suspiraban por los
versos y los libros, la música y las bellas formas: los intelectuales.
35 Adicionalmente, Betancur sabía que muchos de ellos habían dado origen a textos en los
cuales intentaban analizar los grandes acontecimientos que construían la nación, es decir,
131

tenían una opinión formada. Era el momento para una puesta en escena de las funciones
de los intelectuales como especialistas en la interpretación de los fenómenos sociales y
políticos, y como artífices de la definición de una nueva política sobre el orden público y
la paz.
36 El que el presidente recurriera a especialistas, muchos de ellos pertenecientes a lo que el
general Fernando Landazábal consideraba los agentes de la subversión cultural —de
hecho, algunos habían militado en organizaciones políticas de izquierda—, significó una
ruptura sustancial.16 Asimismo, las comisiones de paz se construyeron con la desatinada
intención de expresar a todos los sectores de la sociedad —hoy se habla de representantes
de la sociedad civil—, lo que no deja de ser igualmente patético.17
37 Con la política de paz, la administración Betancur logró dos rupturas significativas en la
relación entre el campo político y el cultural. La primera, fue la reconfiguración de los
posibles nexos entre la política, como construcción de proyecto, y la cultura, como fuente
de legitimación. Betancur se mostró como un presidente culto, es decir, como un hombre
público que por su formación humanista podía concebir la política alejada de todos los
vicios del clientelismo bipartidista; de hecho, se postuló al margen de los partidos
tradicionales. Al mismo tiempo, concebía la cultura desde una perspectiva más realista,
comprometida con las necesidades del Estado y la nación o, lo que es lo mismo, vinculada
a la legitimación de un proyecto político.18 Recordemos que Betancur desde muy
temprano aparecía como un típico intelectual de partido: con una formación de
humanista, director de su propia revista., opositor de la dictadura de Gustavo Rojas
Pinilla, vinculado con editoriales “liberales”, promotor de la cultura, disidente del
bipartidismo y, finalmente, a diferencia de Alvaro Gómez, una de las pocas cartas del
conservatismo posfrentenacionalista que no asustaba al electorado.
38 En este contexto, Betancur concibe a los intelectuales de una manera distinta a como lo
hacían en la década anterior y, por ello, los llama con la pretensión de que le otorguen
legitimidad a su proyecto y le indiquen cuál es el mejor camino para lograr la
reconcialiación.
39 Si la paz es una necesidad sentida por toda la sociedad, ¿cuál es el problema de que los
intelectuales participen en un proceso que interesa a la nación? A nuestro juicio, hay que
considerar tres hechos. En primer lugar, la participación se hizo a nombre de un sector
que estaba formado para hablar sobre esos temas. Eran y son personas cuya profesión es
interpretar la realidad nacional. No obstante, lo que hay que analizar es que su
participación los llevó a convertirse en consejeros del príncipe y a difundir la idea de la
inminencia de la paz. La ingenuidad de algunos los llevó a pensar que el cargo era
suficiente para garantizar el acceso a la paz por encima de los intereses de los gremios, la
vieja oligarquía y los militares, y que el movimiento armado, especialmente las FARC,
estarían dispuestas a una rápida reinserción.19
40 Existió ingenuidad al creer que el desempeñar ese tipo de cargos era suficiente para
lograr el consenso de los sectores dominantes. La bondad del argumento, la búsqueda de
la paz, no era suficiente para respaldar los procesos ni para olvidar la actitud crítica; es
por esto que la política de paz ha carecido de rumbo preciso. No ha existido una claridad
sobre lo que significa la paz, sobre sus medios y sus objetivos. Una historia de los procesos
de paz, hasta el actual de Andrés Pastrana, demuestra un alto grado de improvisación por
parte del presidente, los consejeros de paz o los altos comisionados; así como un
permanente conflicto entre las instancias de negociación: los militares, los gremios y el
132

bipartidismo. Por ello, encontramos desde los años ochenta un protagonismo alternado
con contramarchas, tal como aconteció durante el gobierno de Andrés Pastrana.20
41 El segundo problema es que los académicos no aparecen en las comisiones desde la
especificidad de su labor, sino como dos cosas que no son: representantes de la sociedad
civil o funcionarios del gobierno.21
42 En tercer lugar, no hay una posición crítica ni con respecto a los procesos ni a los actores,
es decir, no ha existido autonomía por parte de los intelectuales para analizar las distintas
políticas.22 Su contribución al tema de la paz ha sido como interlocutores. Antes que
considerarse analistas, evaluadores, verificadores, conciencia crítica, han permitido que
los coloquen entre los factores que suman una correlación de fuerzas a favor de un bando
o, a lo sumo, como testigos de excepción cuyas opiniones generalmente acaban siendo un
libro más sobre el proceso de paz.
43 La necesidad que tiene el Estado de nuevos funcionarios y de especialistas en los temas
que se identificaron como indispensables para una transformación de las estructuras
políticas, ha generado la creación de una nueva institucionalidad encaminada a llenar
este vacío. En efecto, el proceso de paz aportó una estructura institucional específica: las
consejerías. Pero, además, consagró un saber particular: la “violentología”, es decir, la
especialización en los estudios sobre la violencia. Las investigaciones han servido para
entender mejor el fenómeno de la violencia tanto regional como nacionalmente y de igual
forma han polarizado a los investigadores, especialmente porque los bandos en conflicto
en Colombia intentan impedir que efectivamente las investigaciones se realicen con plena
autonomía.
44 No obstante, a la producción de los violentólogos habría que hacerle varias preguntas,
evidentemente el intelectual ha servido de base para pintar palomitas, ¿pero ha sido lo
suficientemente claro en advertir que la paz no estaba a la vuelta de la esquina? ¿Ha
permitido la construcción de un referente simbólico alterno a la violencia? ¿Permite crear
nuevos espacios para el fortalecimiento de la sociedad civil?
45 Uno de los hechos significativos de la incorporación de la intelectualidad al Estado ha sido
su alistamiento desde el reconocimiento de su especificidad, es decir, desde la valoración
de su conocimiento del fenómeno de la violencia, de su posesión de una visión global de la
historia del país o de su sensibilidad ante los procesos por una cercanía generacional,
política o ideológica con los actores en conflicto. Por ello, el Estado o las consejerías, para
sólo mencionar unos ejemplos, se convierten en un lugar de gran atractivo para los
intelectuales, pues no sólo le abren nuevas opciones laborales sino fuentes de financiación
para sus actividades y un rápido ascenso al estrellato, al margen, en muchos casos, de la
producción académica.
46 El reconocimiento de la existencia de los grupos insurgentes como una realidad histórica
y política, y la articulación de la política de paz al deseo de los colombianos de superar la
violencia, permitieron a muchos, por la vía del interés nacional, asumir la realidad del
conflicto. En los últimos años, la generalización de los hechos sangrientos en todo el
territorio ha obligado a los colombianos a aceptar la existencia de la guerra y a manifestar
simpatías por las políticas de paz, aun cuando impliquen acentuar la confrontación. 23
47 Un hecho particular de los procesos de paz que se han dado desde la década de los
ochenta es que la búsqueda de soluciones ha estado acompañada por la discrepancia en
tor no al significado de la paz, por las divergencias en cuanto al método empleado para
133

alcanzarla y a las concepciones de sus dimensiones. Lo mismo acontece con la violencia,


pues se polemiza acerca de su origen y también acerca de las soluciones al conflicto.
48 El cuatrienio belisarista permitió una doble dinámica: la formulación de una política de
paz amplia y la recomposición del movimiento insurgente. Sobre lo primero, es suficiente
afirmar que Betancur logró una gran movilización del país en torno a la búsqueda de
acuerdos de paz. Lo segundo tiene dos procesos distintos, pero complementarios. Por un
lado, la aventura del M-19 significó la profundización de la crisis de su proyecto político.
La toma del Palacio de Justicia no pudo ser justificada ante la opinión pública y su
iniciativa en el plano militar se vio limitada en otras regiones del país, así que la única
salida fue la búsqueda de una reincorporación a la vida legal. Por otro, las FARC jugaron a
participar en un proceso de paz, pero con la perspectiva de aumentar su aparato militar:
mientras dialogaban se fortalecieron y se consolidaron como el grupo guerrillero más
importante del país.24 Para organizaciones como el M-19 la supervenvivencia quedó
limitada a la aceptación inmediata de cualquier propuesta de paz. Para las FARC y el ELN
la vía de la guerra se definió con mayor fuerza.
49 Paralelo a este proceso de negociación —modelos de paz, demanda de estudios sobre la
violencia y reinserción— han surgido en el mundo académico una serie de polémicas en
torno a la génesis del conflicto interno y a sus características. Sobre su origen, ya
anotamos la versión tradicional relacionada con la existencia de una conspiración. Los
estudios recientes han enriquecido las perspectivas teóricas y metodológicas, así como las
aproximaciones regionales, e incluso se ha avanzado en la taxonomía de las diferentes
formas de violencia. Al analizar la violencia contemporánea encontramos al menos dos
versiones elaboradas que descansan sobre reconocidas investigaciones: la de los sujetos y
la de las estructuras.
50 La primera aproximación resalta la determinación de hombres y mujeres de asumir la
opción militar como camino para realizar su proyecto político. En este caso, lo que se
valora es el factor subjetivo en el conflicto y, por lo tanto, las perspectivas de solución a la
violencia son muy específicas.
51 La segunda explicación exalta la existencia de condiciones estructurales que llevan a
ciclos de violencia. Es la manera como se ha construido la nación y las desigualdades
económicas y políticas, las que generan los problemas de orden público. De manera que la
superación de la guerra interna pasa por la solución de las desigualdades y limitaciones
de la democracia en Colombia.
52 El llamado que hace Betancur a los intelectuales especialistas en conflicto interno a
vincularse a la. búsqueda de la paz, constituyó una vía para la reconfiguración del campo
político y cultural. En efecto, la creación de las figuras de asesores y comisionados en el
marco del tratamiento del tema de la paz, junto a la tendencia inaugurada por el
gavirismo de reconstitución de la clase política en Colombia, acentuaron la sustitución de
importantes sectores de la tradicional clase política por tecnócratas e intelectuales. Con
muy pocas excepciones, quienes han estado vinculados a la asesoría de los procesos de
paz se han marginado de la política activa o de la burocracia.25
53 La toma del Palacio fue un acontecimiento que marcó el fin del experimento belisarista en
torno a la paz y una recomposición de la política nacional.26 En primer lugar, permitió la
reacción de los sectores más tradicionales que desde meses antes habían rechazado la
ingenuidad del primer mandatario y alertaban sobre la imposibilidad de confiar en la
guerrilla. En segundo lugar, las FARC crecieron a la sombra del proceso paz, con lo cual las
134

posibilidades de incremento el conflicto se ampliaron dramáticamente. En resumen, la


acción del M-19 le cedió la iniciativa a los más guerreristas.
54 Un elemento adicional que contribuyó a la cooptación de los intelectuales fue la
centralidad que adquirieron los medios de comunicación en una coyuntura en la que, a la
vez, se daban giros importantes en el periodismo colombiano: la incorporación de los
disidentes a los grandes rotativos, la supremacía de la televisión, especialmente el auge de
los programas de denuncia y de los noticieros con editorial, con un espacio para la crítica.
55 En primer lugar, el periodista, tanto de la televisión como de los periódicos, adquirió
cierta notoriedad en los años ochenta. Es la época en la que los comunicadores hacen
denuncias en revistas y en programas de opinión y aparecen como los portadores de la
verdad. Incluso quienes habían hecho oposición, en revistas de izquierda, se vincularon a
los grandes periódicos con columnas de opinión en las que generalmente destapaban los
grandes desfalcos que cometían políticos corruptos o comentaban los sucesos cotidianos
de la política.
56 El segundo hecho notorio fue la supremacía de un medio, la televisión, sobre otros, como
la prensa, lo cual refleja una tendencia global. Dicha supremacía se presenta con unas
limitaciones muy precisas: la inmediatez de la noticia, la apariencia de neutralidad por el
manejo de las imágenes y la búsqueda permanente del rating, hechos que llevaron a un
lento desplazamiento de los viejos formatos de la investigación.27
57 Estos dos procesos desencadenaron, igualmente, varias dinámicas. La primera, fue la
necesidad de algunos intelectuales de renunciar públicamente a su pasado izquierdista,
en ciertos casos como condición para desempeñar cargos o hacer parte de la nómina de
los grandes rotativos. La segunda, un involucramiento, personal y profesional, de los
periodistas con los voceros de la insurgencia, que culminó en una profusión de
entrevistas a los jefes guerrilleros y en la farandulización de los grupos alzados en armas.
28

58 Con la tercera, se inició la toma de los medios por parte de las reinas de silicona, el
desplazamiento de los periodistas por comunicadores con ángel y poco o ningún sentido
común, un lento pero inevitable tránsito a la banalización del periodismo, y, con ello, del
tratamiento de los problemas de la situación nacional. Como consecuencia de lo anterior,
se cancelaron los programas de opinión, se sustituyó a los periodistas críticos y sus
análisis de la noticia por jovencitas con muchos padrinos y ocurrencias y, como
pasatiempo de narcos, se buscaron reinas de belleza con cuerpos de pasarela; finalmente,
se transformó el noticiero en un magazine.
59 Lo particular de este proceso ha sido que en el periodista aparece encarnada una de las
funciones del intelectual moderno: la capacidad de poseer una visión global y crítica
sobre la sociedad. En apariencia, los comunicadores conocen información confidencial
sobre diversos operativos y chismes de la denominada clase política, y al mismo tiempo se
presentan ante la sociedad civil, por su lugar privilegiado en los medios, como los
depositarios de ese saber: estaban y están siendo testigos de excepción. No en vano los
periodistas efectúan los análisis de coyuntura, desplazando a los politólogos, y se
consolidan momentáneamente ante la opinión con la fuerza de sus entrevistas exclusivas.
Por ello, la década de los ochenta conoce un extraño proceso en el cual los comunicadores
aparecen como los autorizados para explicar los sucesos políticos.29
60 Un último aspecto que explica el cambio en las relaciones entre intelectuales y Estado es
la emergencia del neoliberalismo. La década de los ochenta conoció el auge de las
135

corrientes monetaristas que propugnaban por la implementación del recetario de la


escuela de Chicago y de su máximo inspirador Milton Friedeman. El neoliberalismo
requiere, entre otras cosas, la eliminación o reforma de las estructuras de tipo nacional —
el Congreso, los partidos, el ejército—, que frecuentemente se identifican con la
corrupción y la ineficiencia; la reducción del tamaño del Estado; la privatización, y la
supremacía del economista como tipo de intelectual dominante.30
61 Esta supremacía del economista se asocia con la sustitución de la vieja clase política por
una nueva tecnocracia y con una revaloración de las universidades, la investigación y la
producción cultural y científica. El resultado del recetario no es otro que la destrucción de
los hilos del tejido nacional, el debilitamiento de los diversos tipos de intelectuales y la
supremacía de conceptos como los de eficiencia, libertad de empresa, libertad de mercado
y lucha contra la corrupción. Lo paradójico es que en las últimas décadas han sido las
agencias estadounidenses y su embajada en Colombia las que denuncian a políticos,
partidos y militares por corrupción o violación de los derechos humanos, como ocurrió
durante la administración Samper.
62 La inexistencia de organismos de carácter nacional, o su debilitamiento, y de intelectuales
críticos permite, sin mayor oposición, la aplicación de reformas económicas y políticas. 31
Un Congreso, una justicia, unos partidos o un ejército sometidos o temerosos, unos
intelectuales sin espacio académico, fuentes de financiación ni medios para difundir sus
ideas, todo esto facilita la adecuación del Estado a las exigencias de la globalización y
entrega los mercados locales al gran capital. Por ello, el neoliberalismo requiere un nuevo
perfil del político y especialmente del funcionario estatal.32
63 Las vías para renovar la clase política son varias y están estrechamente ligadas con la
transformación de los intelectuales y con su nuevo tipo dominante. La primera fue la
incorporación de jóvenes talentos egresados de carreras que tenían una marcada
orientación neoliberal —la economía o la administración—, de profesiones tradicionales —
como el derecho— y de las abiertamente técnico-científicas —como la ingeniería—. Se
trataría de la renovación con una nueva generación, especialmente con miembros
pertenecientes o vinculados ideológicamente a las familias en el poder.
64 El proyecto económico neoliberal, sin embargo, demandó la supremacía del economista,
quien por su formación, la presencia de las matemáticas en el curriculum, aparece con el
aura del científico riguroso y, dada la coyuntura histórica de la supuesta muerte de las
ideologías y la desaparición de los intelectuales, se constituyen en fuente de
legitimización.33 Explica Marco Palacios que debido a su formación, los economistas se
vuelven “indispensables; para los políticos que dirigen el Estado, para los grupos de poder
económico, y en los procesos de formación de leyes en el Congreso. Eventualmente
pueden ser decisivos para moldear el segmento cartesiano de la opinión pública”.34
65 Por otra parte, la supremacía de este tipo de economista refuerza la tradicional
distribución del capital cultural y las relaciones existentes en Colombia entre el capital
culturaly el político. En efecto, en el artículo de Palacios sobre los economistas se destaca
el estrecho vínculo entre los egresados de la Universidad de los Andes, su desempeño de
funciones en las instituciones que orientan la política económica y su formación doctoral
fuera del país, especialmente en Estados Unidos. Concluye Palacios que: “De unos 29.000
economistas graduados en Colombia, han realizado estudios de doctorado unos 164, la
mayoría en Estados Unidos, y de éstos, 80 egresaron de la Universidad de los Andes”. 35
136

66 El resultado no puede ser otro que la formación de una elite intelectual que concentra los
mayores niveles de formación académica, los altos cargos laborales, las mejores
remuneraciones y orienta la política económica. Lo cual, evidentemente, demuestra la
plena vigencia de los análisis de Weber y Gramsci sobre el concepto y la función de los
intelectuales.
67 La pretensión neoliberal, con la racionalización de los recursos, la reducción del tamaño
del Estado, la privatización de la educación, etcétera, es lograr la reestructuración del
mundo del trabajo y, en el caso concreto del trabajo intelectual, buscar la reducción de los
grados de autonomía de la que gozan los académicos —como los profesores—, la
reorientación de la inversión en educación —específicamente la reducción del gasto desde
la perspectiva de la necesidad de ajuste fiscal—, la delimitación de lo que es pertinente
saber y, especialmente, el establecimiento de rígidas formas de evaluación de la
productividad de los investigadores.36
68 La segunda forma de incorporación de los intelectuales al Estado fue el reclutamiento de
directores y dirigentes de movimientos cívicos, ONGs y nuevos partidos. Esta dinámica
formó funcionarios que reemplazaron a quienes se oponían a las reformas o a quienes
constituían un estorbo político.37
69 La tercera vía de la renovación de la burocracia fue el reclutamiento de los jóvenes
talentos provenientes de la clase media, que se vinculaban al sector privado o público a
partir de su paso exitoso por las universidades y otras instituciones de formación
superior. Esta alternativa recupera para el Estado y la empresa privada aquellos talentos
que se han formado gracias a los esfuerzos de sus familias o como resultado de aptitudes
especiales.38
70 Finalmente, están aquellos intelectuales que aparecían en el pasado como críticos, sin ser
radicales, que poseen un capital cultural importante y una visión de conjunto de la socie
dad y se desempeñaban como profesores universitarios, directores o miembros de una
ONG.39
71 Otra tendencia que contribuyó a la renovación de la relación entre intelectuales y Estado
fue el auge del posmodernismo, que constituye la filosofía del neoliberalismo. Esta
corriente de pensamiento rechaza los proyectos emancipatorios, las nociones de verdad y
objetividad, los metarrelatos y, en muchos pensadores, la imposibilidad de abandonar el
paradigma liberal. De allí que se nieguen las corrientes de pensamiento que propugnan
por una utopía social y se afirme la aceptación de cualquier tipo de discurso. La
instauración de una aparente unanimidad de los intelectuales, que tiene como principio
un supuesto fin de la historia y las ideologías, establece un pragmatismo absoluto que
lleva a los intelectuales a intentar hacer parte de la burocracia o constituir su propia
fundación o ONG.40 También se incluyen aquellos que aun permaneciendo en la academia
se plegaron a estos cambios sin cuestionar ningún aspecto central de la expresión de la
globalización neoliberal y de su corriente filosófica: la posmodernidad.
72 Lo particular es que la coyuntura muestra un endurecimiento de la presión del Estado
sobre los intelectuales, un empobrecimiento de las condiciones en las cuales se realiza su
actividad cotidiana —desaparición de las posibilidades de financiación, publicación y
difusión del pensamiento— y una radicalización del conflicto militar. Paradójicamente, al
mismo tiempo se difunde el argumento del reconocimiento, por parte de las clases
dominantes y el Estado, a través de la Constitución de 1991, por ejemplo, de la pluralidad
y complejidad de la nación y de la necesidad de profundizar en la democracia.
137

73 Por supuesto, no se trata de condenar a la hoguera a todos aquellos intelectuales que han
sido funcionarios del Estado o que han ocupado cargos burocráticos en algunas
instituciones. Nos interesa resaltar la tendencia de la relación entre intelectuales y
Estado, entre campo cultural y campo político, y no buscamos, de ninguna manera, el
examen de casos individuales. Tampoco pretendemos erigir un muro que separe a los
puros de los impuros; entre otras cosas porque finalmente la intelectualidad, en países
como el nuestro, está generalmente cumpliendo funciones de Estado y no puede tener
otra oferta laboral.41
74 Es necesario señalar que la participación de los intelectuales en el proceso de legitimación
de proyectos, gobiernos y medidas políticas no está carente de contradicciones. Por el
contrario, se pueden generar roces y conflictos con el gobierno central, con los partidos
tradicionales, con funcionarios de alto nivel, etcétera.

LA NARRATIVA DE LA CONSTITUCIÓN DE 1991


75 La Constitución de 1991 se ha erigido en un nuevo mito político que unifica e integra a los
intelectuales reincorporados. La movilización de los académicos en torno a la elaboración
de una narrativa de la Constitución ha permitido recuperar a una serie de pensadores que
tras la crisis de la izquierda, el ascenso neoconservador y la supremacía de los
economistas neoliberales habían quedado sin referentes ideológicos fuertes. Dicho de otra
manera, la Constitución logra recuperar para el Estado a irnos intelectuales que
finalmente terminan legitimando la propuesta. Por esta razón, incluimos en este capítulo
un breve comentario a las dinámicas inauguradas en 1991.
76 El proyecto gavirista de acelerar la implementación del modelo neoliberal necesitó
adecuar con urgencia las estructuras legales e institucionales del país a los
requerimientos del capital internacional y la globalización neoliberal. Por ello hizo lo que
parecía imposible: citar a una asamblea constituyente para que redactara una nueva Carta
Magna.42
77 Hay que resaltar que la Constitución fue viable debido a la coincidencia de varios
procesos, entre los cuales habría que señalar los siguientes: la presión de diversos
sectores de la sociedad civil para crear un marco constitucional más acorde con las
modificaciones generadas desde la década de los sesenta;43 un protagonismo fugaz con el
cual se premiaba la reincorporación de movimientos insurgentes, especialmente el M-19,
y el abandono de cualquier pretensión de lucha armada; las exigencias de corrientes del
liberalismo, en particular las que se expresaron a través del diario El Espectador, la
presencia de sectores populares organizados que demandaban la revisión del pacto social;
la coincidencia de fracciones reformistas de los dos partidos en la búsqueda de un cambio
en el orden jurídico.44
78 La propuesta era audaz porque en un mismo proceso intentaba legitimar el modelo
económico y el proceso de paz con el M-19, evitar la radicalización de sectores populares
y renovar algunas instituciones que no estaban acordes con las exigencias de la época.
79 La composición de la asamblea constituyente reflejó la presencia de diversos sectores que
buscaban dejar sentir su voz y de alguna manera plasmar en el texto constitucional su
punto de vista sobre lo que era la nación y el Estado. En este sentido, la Constitución fue el
resultado de los procesos de negociación y sometimiento de las diferentes fuerzas
políticas. Eso no quiere decir, bajo ninguna circunstancia, que el gavirismo hubiese estado
138

sometido a los demás grupos.45 Por el contrario, este sector salió beneficiado con la nueva
Carta, pues, entre otras cosas, se consagró en ella la economía de mercado.
80 Aparentemente se lograron algunos avances evidentes si se hace una comparación con la
Carta de 1886. Generalmente se hace referencia, por ejemplo, a la consagración
constitucional del carácter multiétnico y pluricultural de la nación y a una supuesta
democratización de la sociedad. Sin embargo, tales hechos quedan eclipsados por las
limitaciones concretas de la democracia y por la aplicación del recetario neoliberal. Lo
particular es que quienes defienden la Constitución poseen un concepto sobre la
democracia que no se ajusta a los procesos recientes y que, en otros casos, es muy frágil.
Si partimos, por ejemplo, de considerar la noción de ciudadano en el sentido de sujeto
libre, portador de derechos y obligaciones y fuente de legitimidad del orden político a
partir de la concertación, con otros individuos libres, de las leyes y normas de
convivencia, constatamos que en Colombia existen serias limitaciones. Pero si incluimos
otros elementos en la definición, como lo hace Carvhalo, observaremos que lo que ha
sucedido es todo lo contrario a lo que sugieren los apologistas de la Constitución del 91.
En efecto, las condiciones materiales de existencia y la protección social se han debilitado
dramáticamente, al igual que la seguridad de los ciudadanos.46 Esta imposibilidad del
Estado para garantizar la protección de los ciudadanos es considerada por Marco Palacios
como una falla protuberante de la nueva Constitución.
81 Por lo dicho anteriormente, se equivocan también aquellos que sostienen que el problema
es una supuesta falta de “aplicación” de la Constitución. En un muy ligero escrito, carente
de toda sustentación, Ricardo Sánchez sintetiza esta corriente de pensamiento. 47
82 Un hecho especial de la coyuntura en la que se elaboró la Constitución fue que el
gavirismo logró la movilización de importantes sectores de la clase media y de la
intelectualidad. Éste fue un acontecimiento novedoso en aquel entonces pues difícilmente
un gobierno había obtenido éxito en obtener un respaldo importante a una propuesta
política.48
83 A partir de entonces comenzó a construirse una narrativa en torno a lo que para los
apologistas de la Carta es el cambio más importante del siglo XX. Lo cual, a nuestro juicio,
traduce la legitimación del proyecto político del gavirismo y, en consecuencia, del
neoliberalismo.
84 En esta visión hay varios errores. En primer lugar, pensar que una Constitución es la
forma de lograr los cambios que el país demanda. Varias experiencias han demostrado
que una nueva Carta Magna, aun si es elaborada por los sectores más disímiles, incluida la
guerrilla reinsertada, no es condición suficiente para obtener transformaciones
sustanciales de la política. En la época de la dictadura nacionalista militar en el Perú los
golpistas promovieron la redacción de una Constitución y para ello organizaron una
asamblea constituyente en la cual tuvieron participación destacados dirigentes populares
e intelectuales. No obstante, los beneficios fueron mínimos y el país quedó inmerso en un
conflicto de mayores proporciones.49
85 En segundo lugar, el reconocimiento de las minorías en el escenario político no puede
reducirse a la popularidad alcanzada por Lorenzo Muelas en aquel entonces, ni al
paternalismo de la mayoría mestiza. Por un lado, para 1991 el movimiento indígena ya
llevaba varias décadas de lucha y organización y sus éxitos se debían más a esta tradición
que al protagonismo en la asamblea. Además, el movimiento indígena no actuaba solo,
existía un proceso de constitución de movimientos cívicos y populares que gestaban la
139

inclusión de las minorías. Estos hechos han posibilitado el respaldo que importantes
sectores de la población han brindado al movimiento indígena en las últimas elecciones.
La popularidad de los candidatos de las etnias también debe interpretarse como parte de
la expresión de cierto nivel de disidencia política y como un voto de castigo con el que los
ciudadanos han decidido rechazar parcialmente a los partidos tradicionales. Tal actitud
ha permitido igualmente el acceso de humoristas y artistas a los cargos de representación
política y de otras expresiones de la mal denominada “antipolítica”.
86 En tercer lugar, se omite la caracterización del sector que impulsó la redacción de la
Constitución y la explicación de ésta en el contexto de un proyecto político y económico.
La mayor parte de los comentarios apologéticos sobre la Constitución del 91 olvidan
mencionar a Gaviria como el máximo exponente del proyecto neoliberal y que la Carta era
necesaria para la implementación de las medidas exigidas por lo que en la época se
denominó la aceleración de la apertura.
87 No se da una explicación de las relaciones existentes entre democracia y neoliberalismo.
Es decir, se despoja de cualquier contenido político a la política económica —y ya vimos la
función del economista en los últimos años, la falsedad de su pretendida cientificidad— y
se elaboran las explicaciones con un concepto ideal de democracia. Se dice que ésta se ha
fortalecido debido a una mayor posibilidad de nombrar autoridades locales, gracias a la
elección popular de alcaldes, por ejemplo, pero se saca de contexto el origen de ese
mecanismo, la presencia de capitales del narcotráfico, la manipulación del electorado, la
limitada renovación del Congreso luego de la revocatoria del mandato en 1991, y, lo que
es más significativo, la negación de importantes sectores de la población que están por
fuera de la ciudadanía.50 Finalmente, una participación tan masiva eligió como presidente
a Andrés Pastrana, uno de los más autoritarios mandatarios de Colombia, que sólo hasta
los últimos meses aceptó que la política de paz, su principal bandera, era un objetivo
nacional.51
88 Los apologistas de la Constitución olvidan que facciones de los partidos tradicionales
venían insistiendo desde los años setenta en la necesidad de una reforma política e
incluso en la elección popular de alcaldes. En efecto, una generación de políticos comenzó
a percibir problemas derivados de la inmovilidad del modelo político, por ello en algunas
facciones del bipartidismo la discusión derivó hacia el peso del centralismo y el marcado
acento burocrático del Estado. Tanto del lado liberal como del conservador se escucharon
voces contra el centralismo en Colombia. En 1967, Alvaro Gómez llamó la atención sobre
el origen colonial de nuestro Estado, sobre su improvisación, su paternalismo y su
omnipotencia.52 Estas característi cas del Estado explicaban, según él, la violencia política:
“La omnipotencia estatal es la enemiga de la convivencia. Si el poder es omnímodo los
hombres se hacen matar por conseguirlo”.53 Para el dirigente conservador era
fundamental que el Estado otorgara servicios públicos, pero que no entorpeciera la
iniciativa privada,54 pues de lo que se trataba era de evitar que el Estado fuese el principal
monopolio.55
89 Hay que recordar, igualmente, que la idea de eliminar el centralismo y darle poder a los
municipios fue la base de la reforma municipal de los ochenta, que dio paso a la elección
popular de alcaldes y a los distintos planes de constitución de las regiones
administrativas.
90 Esta reforma y la descentralización municipal tienen dos orígenes: uno político y otro
económico. El político puede ser reducido, a su vez, a dos necesidades: la de “modernizar”
el Estado y la de eliminar el creciente conflicto social en los municipios. La
140

“modernización” se hace indispensable cuando la irracionalidad del Estado le impide el


cumplimiento de sus deberes. Básicamente, esta irracionalidad se expresó en la
duplicación de las funciones de las entidades estatales y en la inexistencia de una
planeación que articulara la dimensión nacional, la departamental y la municipal.
91 La reducción del conflicto social traduce el interés de trasladar la presión que se ejerce
sobre el Estado, por parte de las comunidades rurales y urbanas en los diferentes
municipios, a las autoridades de nivel local. El objetivo era crear la conciencia de que el
funcionamiento de los servicios públicos depende de la gestión del alcalde. Para algunos,
esta dualidad era la manifestación de una reordenación de las relaciones entre sociedad
civil y Estado.
92 La elaboración más acabada del origen político de la descentralización administrativa se
encuentra en los escritos del ex ministro Jaime Castro56 y en el conjunto de reformas
conocidas como la revolución silenciosa de los ochenta.
93 El origen económico de la descentralización es explicado como el resultado de una
variación en la política de gasto público. Los economistas definen el gasto público como
un espejo de la sociedad, en el que se refleja la estructura y la lógica de la administración
pública, el desarrollo territorial, la orientación del Estado y su particular vinculación al
proceso de acumulación y desarrollo; por lo que un cambio fundamental de éste tiene que
estar acompañado por modificaciones en otros niveles, por ejemplo, en el de la
administración pública.
94 Desde mediados del siglo XX se han conocido dos modelos de gasto público: el
estructuralista o cepalino, que va desde 1960 hasta mediados de los setenta, y el
neoliberal, desde finales de los setenta hasta hoy en día. Estos modelos asignan al Estado
un particular grado de intervención y requieren rana intensidad específica de la
descentralización.
95 El modelo cepalino se caracterizó por un gasto público explícitamente ligado con
objetivos del modelo de acumulación, el énfasis en el apoyo a ciertas actividades y un
fortalecimiento del ejecutivo y la centralización. Fue el modelo cepalino el que se expresó
en la reforma de 1968, especialemente en aspectos como: el fortalecimiento de la eficacia
municipal, antes que la descentralización; la consolidación de la transferencia de parte o
la totalidad de impuestos a las ventas y a la cerveza; la no redefinición de los niveles de la
administración pública, y el establecimiento de una jerarquía evidentemente centralista.
96 El modelo neoliberal conceptuó que la intervención y el tamaño del Estado debían
reducirse notablemente, como garantía para una real liberación de las fuerzas
económicas. Esto implicó una redefinición de la asistencia del gobierno (de las
transferencias) a los departamentos y municipios; una reducción de los institutos del
Estado y una privatización de los servicios públicos. Los puntos de ajuste fueron: el
modelo presupuestal, el déficit fiscal y el manejo del endeudamiento externo. Por ello,
formalmente, la reforma ha tenido tres frentes de acción: el político (la elección popular
de alcaldes), el económico (el incremento de las transferencias) y el administrativo (la
descentralización y el nuevo régimen municipal y departamental).
97 La reforma de los años ochenta tuvo como antecedentes inmediatos la reforma de 1968 57 y
la Constituyente de López Michelsen. 58Fue precisamente el intento de reforma de López
el que inició formalmente el debate en torno a la descentralización administrativa. Por
ello, la reforma aparece en cierta medida como una “conclusión” natural de la
mencionada propuesta, y no es para menos, porque a partir de esa coyuntura se
141

multiplicaron los estudios, los modelos y los decretos. Durante la administración


TurbayAyala59 se hicieron avances fundamentales, 60 entre los cuales hay que mencionar:
el Decreto 2273 de 1978, por medio del cual se creó el Consejo Nacional para la
Descentralización Administrativa;61 el Decreto 2348 de 1980, que determinó la creación de
los Consejos Regionales para la Descentralización Administrativa;62 y el Decreto 234 de
1981, por medio del cual se formó un comité para el estudio de la reforma constitucional
del régimen político de las entidades territoriales.63
98 Fue en el contexto de la reforma de los años noventa que la descentralización encontró un
marco constitucional adecuado. Sin embargo, ya se escuchan hoy opiniones de
interesados en revisar la descentralización con el argumento de que los municipios se
endeudaron por encima de sus posibilidades y que el modelo no es tan funcional como lo
pretendían sus apologistas.
99 En resumen, se presentaron cambios sustanciales en el orden jurídico del país y se
hicieron innovaciones que han dado mayores posibilidades a los ciudadanos —la acción de
tutela, por ejemplo—; asimismo, en este proceso se dio la participación de diversos
sectores de la sociedad —reinsertados, cristianos, partidos políticos y minorías étnicas—.
No obstante, es necesario contextualizar la reforma y señalar que hace parte de un
proyecto político de los sectores neoliberales, y redimensionar así el sentido de la
Constitución del 91.

LOS INTELECTUALES Y LA GUERRA


100 El conflicto armado en Colombia ha agravado las difíciles condiciones bajo las cuales
trabajan los intelectuales, especialmente los disidentes. Marginados de sus espacios
naturales debido a los bruscos cambios internacionales de la última década, vilipendiados
por los epígonos de la moda posmoderna, afectados por los giros en los temas de
investigación, degradados por la lógica del mercado, confundidos por sus propias
contradicciones, señalados por sus compañeros de generación instalados en el Estado y,
finalmente, sometidos al fuego cruzado de paramilitares y guerrilla, quedan reducidos
simplemente a elaborar su constancia histórica contra el neoliberalismo, el
neoconservatismo y la intolerancia política, o se limitan a pasar el cuarto de hora
histórico de la mejor forma posible.
101 Obviamente, el conflicto interno es el problema más importante, pues de por medio está
la vida de los investigadores. Si observamos detalladamente la situación que se vive en las
principales universidades del país, se constatará la dificultad para la realización del
trabajo de pensar y divulgar ideas. Los “boleteos”, los asesinatos selectivos y las
intimidaciones de todo tipo son frecuentes.
102 Otro suceso específico que afecta a los intelectuales disidentes es la emergencia de la
extrema derecha en el país. Acostumbrada a estar tras bastidores, hoy aparece en toda su
plenitud y se expone en los diferentes escenarios, amparada por las armas del
paramilitarismo y por el comprensible agotamiento de la población ante las salidas
negociadas y las demenciales acciones de la insurgencia.
103 En síntesis, en los ochenta el Estado pasó de ser objetivo de una transformación social a
nicho de realización personal. Por ello, sostienen algunos, no se debe persistir en una
ideología cuestionada, sino asumir el principio de una época: el pragmatismo. Se trata,
entonces, de aceptar que el principio de realidad es superior al efecto de la utopía. El
142

transformismo de los intelectuales da para participar en gobiernos de corte neoliberal al


mismo tiempo que se persiste en una supuesta búsqueda de la humanización del modelo,
humanización que no implica cuestionarlo sino garantizar la presencia de un funcionario
con un pasado marcado por el humanismo.64
104 La gran ruptura de Belisario Betancur fue la reincorporación de los intelectuales a la
nómina oficial. Si en la década anterior existía una enorme desconfianza con respecto a
los profesionales, especialmente los egresados de la universidad pública, y estos
rechazaban ser funcionarios de gobierno, ahora se buscaba su presencia. En primer lugar,
porque se requería una legitimación de la propuesta de paz de Betancur. En segundo
lugar, por la recomposición de la clase dominante. Finalmente, porque existió una
transformación del tipo de intelectual, afianzando la presencia del científico social.
105 Betancur volvió a la ya conocida relación entre el Estado, la política y los intelectuales que
había imperado antes de los años sesenta, recurriendo, paradójicamente, a quienes
estaban en la orilla opuesta: la izquierda. Para ello, invocó con éxito el anhelo de paz de
los colombianos y puso a los intelectuales, como a todo el país, a pintar palomitas. Esta
estrategia coincidió con los procesos de crisis interna de las organizaciones políticas de
izquierda, especialmente trotskistas, cuyos dirigentes se obnubilaron con las migajas de
poder que caían del plato del Estado y saltaron a las primeras páginas. La proximidad al
príncipe, bien por estar en su círculo de allegados o por gozar de los beneficios de la
nómina oficial, cerró un ciclo en la historia de la izquierda colombiana y en la historia de
los intelectuales.
106 El fortalecimiento de la opción guerrerista en la izquierda generó dos procesos muy
importantes en el campo de los intelectuales disidentes. Por un lado, el movimiento
armado cerró toda opción a las posturas distintas a las militaristas, con lo cual condenó a
muerte al movimiento popular, desmovilizándolo y entregando sus principales dirigentes
a la guerra sucia sin mayor protección; y generó, por otro, el inicio de una ruptura, que
hoy día es muy profunda, entre los intelectuales y la insurgencia.65 El síndrome Tacueyó,
la demencia del ajusticiamiento de más de un centenar de guerrilleros por su propios
jefes bajo la acusación de ser infiltrados, los actos delincuenciales del movimiento armado
—secuestro, vinculación con el narcotráfico— y, finalmente, su paternidad en la
formación del paramilitarismo, llevaron a una lenta pero inexorable oposición de la casi
totalidad de los intelectuales a la guerrilla.66 Esta circunstancia también explica por qué
muchos de los intelectuales de los sesenta buscaron espacios en el marco de la democracia
formal y en algunas instituciones.
107 A partir de Belisario los distintos gobiernos entendieron que había necesidad de recurrir a
especialistas, a científicos sociales, para el diseño de las políticas de paz. Por eso en las
convocatorias de diversas instituciones que fomentan la investigación, como Colciencias,
el tema de la paz y la violencia han tenido un lugar privilegiado. De hecho, el gobierno de
Virgilio Barco encargó a un grupo de académicos, a un sector de los violentólogos, a
realizar un informe en el cual se analizara la naturaleza de la violencia contemporánea. 67
108 El resultado ha sido la articulación de las necesidades del Estado, circunstanciales o
reales, a inclinaciones personales. No obstante, tal jerarquización temática y cronológica
y la búsqueda de proyectos de intervención generan, a su vez, una limitación de las
posibilidades de investigación, en la medida en que la “pertinencia” de los temas se
restringe a áreas específicas. Paralelamente, la industria editorial y los medios se mueven
en el mismo sentido, de manera que la publicación de ciertos temas, de ciertos enfoques,
está vedada.
143

109 Esta reincorporación de los intelectuales al Estado a partir de la política de paz de


Betancur, así como el auge de los neoliberales y los neoconservadores, nos llevan a
culminar esta reflexión con unas preguntas abiertas: ¿qué tipo de intelectual se puede
construir en este momento? ¿Qué define el campo del intelectual crítico? ¿Qué
significaría pertenecer a la izquierda? ¿Cuáles serían los temas y las posturas que
caracterizarían a los nuevos intelectuales?

NOTAS
1. Véase una crítica a la posmodernidad en Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad,
Barcelona, Anagrama, 2000; Alex Callinicos, Contra el postmodemismo. Una crítica marxista, Bogotá,
El Ancora Editores, 1993; y Terry Eagleton, Las ilusiones del posmodemismo, Buenos Aires, Paidós,
1997.
2. La crisis de los partidos políticos en América Latina es abordada en Silvia Dutrénit y Leonardo
Valdés (coords.), El fin de siglo y los partidos políticos en América Latina, México, Instituto Mora,
UAM-Iztapalapa, 1994.
3. Véase el proceso electoral que llevó a Fujimori a la presidencia desde la perspectiva de Mario
Vargas Llosa en El pez en él agua. Memorias, Bogotá, Circulo de Lectores, 1994.
4. Véase una reseña del proceso de conformación del PRD en Heberto Castillo, Heberto y el PRD,
(selección y prólogo por Luis Villoro], México, Proceso Fundación Heberto Castillo Martínez,
1999, y Marco Aurelio Sánchez, PRD la elite en crisis; problemas organizativos, indeterminación
ideológica y deficiencias programáticas, México, Plaza y Valdés, 1999.
5. El movimiento sindical en Colombia ha sido el que ha dimensionado adecuadamente las
consignas de la lucha anticorrupción.
6. En las pasadas elecciones en México se dio un debate en torno al denominado “voto útil”, es
decir, si era preferible votar por Vicente Fox, que en las encuestas tenía mayor aceptación del
electorado, o por Cuahutemoc Cárdenas, que expresaba una posición más clara pero tenía menos
posibilidades de triunfar. Quienes formularon la idea del voto útil-Jorge Castañeda, por ejemplo—
hablaron de que era la mejor manera de acabar con la corrupción del PRI, pero nunca vieron que
abrían las puertas a una gobierno ultraconservador y decididamente neoliberal.
7. Iván Marino Ospina, reconocido como uno de los guerreristas del M-19, señaló que ellos
estaban demostrando que Lenin se había equivocado al afirmar que si no existían condiciones era
un error el uso de las armas, pues el M-19 estaba haciendo la guerra aunque no existieran las
condiciones.
8. Véase un análisis de las propuestas del M-19 en Fabio López de la Roche, Izquierdas y cultura
política. ¿Oposición alternativa?, Bogotá, CINEP, 1994.
9. Recordemos que el M-19 apoyó la candidatura de Andrés Pastrana.
10. Es de anotar que en los años ochenta no se pudieron constituir organizaciones gremiales de
estudiantes universitarios. En México, el subcomandante Marcos se pronunció en el mes de
febrero de 2001 contra el Comité General de Huelga (CGH), que aparentemente representaba a los
sectores más radicales de la UNAM, por su errores y total desvinculación con los estudiantes
universitarios. Luego se supo que algunos de los más radicales estaban vinculados a la Secretaría
de Gobernación.
144

11. Véase una síntesis del gobierno de Turbay en Daniel Pecaut, Crónicas de dos décadas de política
colombiana 1968-1988, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1989.
12. Es el caso de la defensa de la educación pública y la financiación estatal que ha hecho desde la
rectoría Víctor Manuel Moncayo. El impacto del neoliberalismo en la educación es comentado
por Pascual Amezquita, Jorge Contreras y Miguel Angel Pardo en La comunidad educativa frente al
neoliberalismo, Bogotá, Ediciones Centro de Estudios por la Nueva Cultura, 1997. Sobre el reciente
y nefasto decreto 2912, véase el documento de Pedro Bejarano, Alfonso Conde y otros, Decreto 2912.
Documentos para él análisis, Bogotá, Vicerrectoría Universidad Nacional de Colombia, 2002.
13. Sobre el marginamiento de dirigentes históricos del PC, véase Nicolás Buenaventura, ¿Qué
pasó, camarada?, Bogotá, Editorial Apertura, 1992.
14. Del desprecio absoluto por parte de la burguesía llegamos a un momento en el cual los
grandes empresarios aceptan “meterse la mano al bolsillo” para financiar los procesos de
pacificación, y no dudamos de que algunos paguen incluso el impuesto fijado por las FARC. Igual
cosa ha sucedido con sectores de las Fuerzas Armadas, al menos asi lo han expresado algunos
generales en diversos reportajes.
15. La excepción fue el MOIR, que no aceptó participar en los diálogos de paz. Por una razón
distinta, el ELN se marginó de esta primera versión de acuerdos.
16. Un texto típicamente anticomunista en el cual la cultura se asocia con la subversión, es el de
Fernando Landazábal, Política y táctica de la guerra revolucionaria, Bogotá, Pax, 1966.
17. Hoy los actores en conflicto buscan a la sociedad civil, tradicionalmente marginada de los
procesos de paz, para que participe en los diálogos. Adicionalmente, los gremios se han dado
cuenta de que no pueden delegar en políticos o en especialistas las negociaciones. ¡Dios los libre
de concesiones al movimiento armado! Por ello los “cacaos” se ponen su botas de campaña y se
sientan a dialogar con los que en algún momento pudieron ser sus sepultureros.
18. Véase una síntesis de la administración Betancur en Daniel Pecaut, op. cit.
19. Marco Palacio deja la duda acerca de la verdadera voluntad de paz del movimiento
insurgente. La razón es que su proyecto político es la toma del poder.
20. El caso más patético, por supuesto, es el de Víctor G. Ricardo, cuyo protagonismo/mesianismo
estaba adornado de concesiones indebidas, declaraciones fuera de lugar e ingenuidad. Por ello la
permanente crítica de los analistas y de los grupos de poder.
21. En México, la situación es más dramática, pues los antiguos militantes, algunos de ellos de
grupos insurgentes, aparecieron como representantes oficiales, incluso vinculados a organismos
de seguridad.
22. Este hecho cambió radicalmente a raíz de las demenciales acciones de las FARC en los últimos
tres años.
23. El reconocimiento del conflicto puede evidenciarse en el amplio respaldo al hoy presidente de
extrema derecha Àlvaro Uribe.
24. Las estadísticas muestran que las FARC emplearon los ochenta para aumentar sus frentes; en
el periodo 1964-1980 tenían 10; en l981-1989 llegaron a 33; y en 1990-1995 quedaron con 18.
25. Véase el proceso de paz y el papel de las comisiones durante la administración Betancur en
Socorro Ramírez y Luis Alberto Restrepo M., Actores en conflicto por la paz: el proceso de paz durante
el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986), Bogotá, Siglo XXI, 1988.
26. La mayor parte de los textos sobre los sucesos del Palacio son crónicas de periodistas, véase
Ramón Jimeno y Olga Behar, Noches de humo: cómo se planeó y ejecutó la toma del Palacio de Justicia,
Bogotá, Editorial Planeta, 1988; Manuel Vicente Peña Gómez, Las dos tomas: Palacio de Justicia,
Bogotá, Ediciones Lerner, 1988; Humberto Vélez Ramírez y Adolfo L. Atehortúa Cruz, Militares,
guerrilleros y autoridad civil: el caso del Palacio de Justicia, Cali, Universidad del Valle-Facultad de
Humanidades, 1993; Luis Alfonso Plazas Vega, La batalla del Palacio de Justicia, Bogotá, Intermedio
Editores, 2000.
145

27. Nada más patético que el cubrimiento de la visita de Clinton a Cartagena o los encuentros
entre el presidente Pastrana y el jefe de las FARC, Manuel Marulanda.
28. Especialmente del “Comandante papito”, Carlos Pizarro. Véanse algunos de los textos de
periodistas sobre el conflicto armado, entre otros, Olga Behar, Las guerras de la paz, Bogotá,
Circulo de Lectores, 1985.
29. La sustitución del criterio por la opinión, la ocurrencia y el rating ha dejado al país a merced
de los entrevistadores entrevistados.
30. Véase La relación entre democracia y neoliberalismo en Consuelo Ahumada, El modelo
neoliberal y su impacto en la sociedad colombiana, Bogptá, El Áncora Editores, 1996.
31. El gobierno de Andrés Pastrana desarrolló su campaña electoral con la consigna de la
anticorrupción y posteriormente amenazó al Congreso con la revocatoria del mandato por el
mismo motivo. No obstante, su campaña electoral y sus más importantes funcionarios han sido
cuestionados por corrupción. :
32. La campaña electoral y el gabinete de Vicente Fox en México acentuaron esta imagen del
nuevo funcionario como alguien dotado de experiencia en la conducción de empresas. La mayoría
de los integrantes de su gabinete provienen del sector privado y aparecen ante los electores como
gerentes eficientes que manejarán adecuadamente los recursos.
33. La supremacía de los economistas a nivel social y dentro del campo intelectual no ha sido
exclusiva de esta época. Señala Feuer que luego de la primera posguerra y especialmente a raíz de
la crisis de 1929, el economista fue llamado en Estados Unidos Brain Trust y tuvo un importante
protagonismo debido a la creencia en la planificación económica y la intervención del Estado en
la economía. Véase Lewis S. Feuer, “GAT is an Intellectual?”, en Alexander Gella (Edited), The
Intelligentsia and the Intellectuals. Theory, Method and Case Study, Beverly Hills, SAGE Publications
Inc., 1976, p. 52. Samir Amin nos habla de las falacias matemáticas sobre las que descansa el
neoliberalismo en Los fantasmas del capitalismo, Bogotá, El Ancora Editores, 2000.
34. Marco Palacios, “Saber es poder: el caso de los economistas colombianos”, en Marco Palacios,
De populistas, mandarines y violencias. Luchas por el poder, Bogotá, Editorial Planeta, 2001, p. 99.
35. Véase ibíd., especialmente las tablas 5-6, 1,8 y el apéndice 9.
36. En México existe un esquema muy minucioso que le permite al CONACYT calificar y
determinar los grados de productividad de los investigadores y las instituciones; el patrón de
excelencia académica establece una jerarquía de las instituciones y de los profesores. Este modelo
se había intentado imponer en Colombia. Primero, fue el establecimiento de una reglamentación
para amarrar el salario de los profesores a su producción y en años más recientes la clasificación
que hace COLCIENCIAS de grupos y centros de investigación. No obstante, el decreto 2912 elimina
las posibilidades de un escalafón en la medida en que desestima la investigación en las
universidades.
37. Algunos de estos movimientos tienen una vida corta —el mejor ejemplo es el movimiento de
la séptima papeleta— y otros tienen una influencia regional. Sobre las terceras fuerzas, véase
Eduardo Pizarro, “Hacia un sistema multipartidario? Las terceras fuerzas en Colombia hoy”, en
Analisis Politico, No. 31, Bogotá, mayo-agosto de 1982; y Sylvia Arellano Price, Los terceros partdios
en Colombia y su fugaz existencia: una aproximación al problema, Bogotá, Universidad de los Andes,
tesis Facultad de Ciencias Políticas, 2000.
38. El mejor ejemplo sería el alcalde populista y neoliberal Antanas Mockus.
39. La experiencia continental y el apoyo de las grandes potencias y grupos de poder han
demostrado que las ONGs son instrumento de desestructuración de las organizaciones y luchas
populares.
40. La idea del fin de las ideologías ha servido para la circulación de toda clase de textos, entre
ellos el colérico libelo de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas
Llosa, Manual del perfecto idiota latinoamericano, México, Plaza y Janés, 1996.
146

41. Igual cosa aconteció con los “ministros obreros”. Lo que buscaron los sectores dominantes
con la participación de sindicalistas en el gobierno fue la división de la clase obrera y el
debilitamiento de la oposición, pues al mismo tiempo que se “reconoce” la importancia del
movimiento sindical se aplican medidas neoliberales.
42. Véase un análisis del gobierno de Gaviria en Consuelo Ahumada, op. cit.
43. Es lo que algunos han dado en denominar el desarrollo desigual y contradictorio entre la
sociedad civil y el Estado. Véase Ricardo Mosquera Mesa, “Los procesos culturales recientes en
Colombia”, en Imágenes y reflexiones de la cultura en Colombia —regiones, ciudades y violencia—.
Memorias del Foro Nacional para, con, por, sobre, de cultura, Bogotá, Colcultura, 1991, pp. 25 y ss.
44. Desde los años setenta se venía hablando de una reforma constitucional, especialmente por
parte de las fracciones orientadas por Alfonso López Michelsen y Alvaro Gómez Hurtado.
Adicionalmente, sectores del bipartidismo ya habían dado el visto bueno a la elección popular de
alcaldes y la descentralización administrativa.
45. Marco Palacios resalta las vacilaciones y concesiones del máximo dirigente del M-19, Antonio
Navarro, ante el gavirismo.
46. Véase para el Brasil el estudio de José Murilo de Carvalho, Desenvolvimiento de la ciudadanía en
Brasil, México, Fideicomiso de Historia-El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1995.
Éste parte de una visión más amplia de la ciudadanía. El autor considera como elementos
constitutivos de la noción los derechos políticos, sociales y civiles.
47. En un texto muy frágil (Críticas y alternativas las izquierdas en Colombia, Bogotá, Editorial La
Rosa Roja, 2001), Ricardo Sánchez sintetiza la idea de los apologistas de la Constitución de 1991.
48. Estamos haciendo referencia al movimiento de la “séptima papeleta”.
49. En la asamblea constituyente del Perú, que citaron los militares nacionalistas golpistas,
participaron dirigentes del movimiento campesino y voceros de diferentes sectores políticos.
50. Un reciente ejemplo de manipulación fue la difusión, días antes de las elecciones, de una
fotografía de Manuel Marulanda y el candidato Andrés Pastrana, que luego se denominó el voto
de las FARC.
51. Roger Bartra llama la atención de las contradicciones de las elecciones de 1994 en México,
que resultaron ser una de las más masivas de la historia reciente y en las que se eligió a uno de
los presidentes más autoritarios. Roger Bartra, “Las ironías de la victoria”, en Laura Baca
Olamendi e Isidro H. Cisneros (comp.), Los intelectuales y los dilemas políticos en el siglo XX, t. 1,
México, FLACSO-Triana Editores, s.f., pp. 27 y ss. Esta reflexión es útil para Colombia, pues Alvaro
Uribe es el próximo presidente.
52. Álvaro Gómez Hurtado, Política para un país en vías de desarrollo, Bogotá, Italgraf, 1973, pp.
112-119.
53. Ibíd., p. 116.
54. Gómez Hurtado utiliza para el primer caso la noción de Estado gendarme y para el segundo la
de Estado intervencionista. Ibíd., p. 119.
55. Ibíd., p. 131.
56. De Jaime Castro, véase: Hacia la democracia local. Un nuevo régimen departamental y municipal,
Bogotá, Breviarios Colombianos-Ediciones Banco de la República, 1981 y “Reforma Política
1982-1986”, en Economía Colombiana, No. 182, Bogotá, junio de 1986.
57. Sobre el particular, véase Presidencia de la República, La Reforma Administrativa de 1968,
Bogotá, Imprenta Nacional, 1970.
58. Hacemos énfasis en el proceso de las últimas décadas. Para una consideración más amplia en
términos del papel del municipio y de la dualidad centralismo-federalismo, véanse Guillermo León
Escobar, “Entre el centralismo y el federalismo”, en Alcaldes, concejales y ciudadanos. Manual para el
municipio colombiano, Fundación Simón Bolívar-Instituto de Estudios Políticos, Bogotá, 1984,
capítulo II, y Álvaro Tirado Mejía, Descentralización y centralismo en Colombia, Bogotá, Oveja Negra,
1983, anexo II, en el cual se hace una selección de textos sobre la descentralización desde 1886, y
147

anexo III, aquí aparecen las normas constitucionales sobre el tema desde la Constitución de
Cúcuta.
59. Sobre el tema de la concepción acerca de la descentralización y las bases legales para su
ejecución durante la administración Turbay, véase en Jorge Mario Eastman, Hacia la
descentralización real Memoria 1981-1982, Bogotá, Colección Legislación, Doctrina y Jurisprudencia-
Ministerio de Gobierno, 1982, capítulo 2, “Objetivos básicos de la descentralización” y capitulo 3,
“Bases para la descentralización”.
60. Para una visión más detallada de las realizaciones de este periodo tanto a nivel nacional y
departamental como por ministerios e instituciones, véase ibíd, capítulo 5, pp. 207-235 y capítulo
6, donde se presentan los principales proyectos de ley en curso por aquel entonces.
61. Ibíd., pp. 72-74. El articulo 1 estableció la composición de dicho Consejo así: el presidente de la
república, quien lo preside, el ministro de gobierno, los ministros de hacienda y agricultura, el
jefe del DNP, el jefe de DAINCO, el secretario jurídico de la presidencia.
62. Ibíd., p. 82.
63. Ibíd, p. 84.
64. Recordemos que Álvaro Tirado Mejía al aceptar el cargo de la recién creada Consejería para
los Derechos Humanos afirmó que si él fracasaba, fracasaba la democracia colombiana.
65. Bernardo Jaramillo Ossa, vocero de la UP, se pronunció en el foro de Ibagué contra el
secuestro, el “boleteo” y otras prácticas de financiación de los grupos insurgentes, véase
“Intervención de Bernardo Jaramillo Ossa en la sesión de instalación del Encuentro por la Paz en
Ibagué”, en Presidencia de la República, El camino de la paz. Historia de un proceso. Consejería para la
Reconciliación, Normalización y Rehabilitación, vol. II, Bogotá, Imprenta Nacional, 1989, pp. 141-146.
66. A nuestro juicio, el genocidio de Tacueyó marca el inicio de la ruptura de los intelectuales con
la insurgencia.
67. Gonzalo Sánchez y otros, Colombia violencia y democracia Comisión de estudios sobre la violencia,
Bogotá, IEPRI-Universidad Nacional de Colombia, 1995.
148

Comentario final

1 Queremos en esta sección esbozar una síntesis general de la relación entre intelectuales y
Estado, retomando lo señalado en la introducción del presente texto —la afirmación
según la cual la relación entre intelectuales y Estado no pude reducirse a la simple
verificación del ejercicio de un cargo burocrático— y las conclusiones de cada capítulo.
2 La vinculación de los intelectuales a la burocracia es sólo una posibilidad de la relación
entre intelectuales y Estado. En efecto, el Estado —entendido como un conjunto de
instituciones, un lugar de confrontación de las clases y la suma de capitales culturales,
políticos y económicos, así como el predominio de uno de estos—, establece unas formas
específicas de relación entre las necesidades de legitimación de los proyectos políticos y
las funciones que los intelectuales asumen en la sociedad. Estas formas, que son producto
de las relaciones entre la cultura — espacio de trabajo de los intelectuales—, la política y
la economía resultan ser variadas y complejas. Variadas, por cuanto la sociedad ha tenido
diferentes etapas y en cada momento han existido particularidades en los procesos de
legitimación. Complejas, pues no se reducen al simple cumplimiento de unas funciones
predeterminadas, sino que las posibilidades son muchas: ministro, congresista, maestro,
escritor, artista, etcétera.
3 La construcción del Estado nacional y la confrontación de los distintos proyectos políticos
suponen una rica actividad del Estado en el establecimiento y la promoción de
mecanismos de construcción de discursos de legitimación, la creación de simbologías, la
formación de personas capacitadas para diseñar, implementar y renovar los discursos, las
producciones simbólicas, etcétera, y el estímulo a estas mismas personas. Por otra parte,
lo social, el conocimiento de la sociedad, es una necesidad del Estado. Por eso la mayor
parte de los intelectuales están a su servicio, como maestros o funcionarios públicos, o
dependen de los recursos oficiales a través de concursos, becas, etcétera.
4 Existen diferentes instituciones que generan producción simbólica e implementan
discursos. Desempeñar fúnciones de Estado no se reduce exclusivamente a ocupar un
cargo ministerial. Es más significativo que los intelectuales elaboren representaciones
sobre la nación y el orden social y político, por ejemplo, que su registro en la nómina
oficial. Obviamente, es de mayor utilidad para el Estado cuando el burócrata genera un
discurso desde su cargo. Dicho de otra manera, se puede estar al margen de la nómina,
pero cumplir con las fúnciones asignadas por el Estado a los intelectuales.
149

5 Por otra parte, la manera como en América Latina se ha establecido la relación entre los
partidos y el Estado —el Estado puede ser considerado un patrimonio de los partidos, y
éstos desarrollan formas de adscripción sumamente fuertes: se han presentado guerras
civiles por su control—, determina que el vínculo entre partidos e intelectuales sea muy
estrecho. Solamente algunas vanguardias han rechazado abiertamente la presencia de los
intelectuales en los partidos o su participación en política. La mayor parte de ellos, y por
supuesto de los partidos, ven con naturalidad este nexo. El bipartidismo ha considerado
un hecho normal que los intelectuales afirmen su pertenencia al liberalismo o al
conservatismo, y a pesar de las fuertes oposiciones ideológicas —Jorge Eliécer Gaitán y
Laureano Gómez—, se reconoce la legitimidad del vínculo. No obstante, cuando la relación
es crítica respecto al orden social y político, esta participación en política se considera
como una perversión, como una ingenuidad de los intelectuales, que no saben de política,
o como un peligro —los intelectuales al servicio de ideologías extranjeras, del comunismo
—. Por ello, a lo largo de la historia de Colombia el nexo entre intelectuales, hombres de
partido y funcionarios de Estado de diverso tipo ha sido muy estrecha.
6 Evidentemente, algunos intelectuales, a título individual, así como ciertas vanguardias,
han rechazado en alguna época de su vida este nexo tan directo y de hecho alertan sobre
sus nefastas consecuencias (Bernardo Ramírez). Sin embargo, a pesar de esta abierta
negación de la relación, las posibilidades de vivir en un país como Colombia del oficio de
pensar son mínimas.
7 Las relaciones entre el Estado y los intelectuales han tenido tres grandes periodos. El
primero se caracterizó por una permanente presencia de los intelectuales en los partidos
tradicionales y una marcada función pública. Los intelectuales estuvieron plenamente
comprometidos con la supervivencia de sus partidos y con lo que creían era el destino de
la nación, por lo cual no consideraron que su especificidad —la intelectualidad— fuese un
impedimento para vincularse al Estado. De hecho, el intelectual modelo de comienzos de
siglo, el poeta Guillermo Valencia, aspiró a la presidencia en 1930. Una situación similar
se vivió en la década de los ochenta con Belisario Betancur, aunque este candidato sí llegó
a ocupar el cargo. Lo mismo podemos decir de la intelectualidad liberal: Germán
Arciniegas, Gerardo Molina, Alberto Lleras Camargo, para sólo mencionar unos pocos
casos.
8 Esta etapa comprendió la mayor parte del siglo XX, y sólo debido al impacto de La
Violencia y a cambios políticos de orden nacional e internacional se produjo un giro
sustancial en la relación de los intelectuales con el Estado. La característica básica de la
época fue la búsqueda de una abierta legitimación de los proyectos políticos. Los
intelectuales fueron orgánicos de una manera abierta, sin ocultarlo. Su función básica fue
la de delinear el proyecto, liberal o conservador, de Estado nacional. Laureano Gómez, por
ejemplo, diseñó una visión completa de la sociedad colombiana, asignando los lugares que
según él debían ocupar las minorías étnicas y políticas, la forma de Estado, las relaciones
entre el Estado y la Iglesia, etcétera.
9 En el lado opuesto, Germán Arciniegas, Luis López de Mesa o Jorge Zalamea formularon
propuestas concretas de reforma, apoyaron las innovaciones educativas y
constitucionales en el Congreso y prestaron su pluma a la causa liberal.
10 Evidentemente, existieron pensadores que, aunque tenían abiertas simpatías por uno de
los partidos, no se destacaron por hacer parte de la burocracia del Estado, aunque
escribieran a favor de un presidente o partido, pues sus diversas ocupaciones los
150

mantuvieron al margen de la lucha cotidiana entre los partidos tradicionales. Éste es el


caso de Baldomero Sanín Cano.
11 En este primer periodo no se consideró inadecuado desempeñar cargos oficiales. De
hecho, era muy difícil sobrevivir sin los recursos oficiales, las pocas posibilidades de
hacerlo se encontraban en los periódicos —hay que recordar que la prensa en Colombia es
de partido— o en la docencia en instituciones privadas —la mayor parte de éstas
pertenecían a las comunidades religiosas—. Algunos trascendieron la fronteras, como
Porfirio Barba Jacob, José María Vargas Vila, Baldomero Sanín Cano y Germán Arciniegas,
y se fueron a trabajar a países vecinos. No faltó quien, sin el más mínimo pudor, se
postrara ante las dictaduras para escribir vergonzosas apologías al sanguinario de turno,
como hizo José Antonio Osorio Lizaraso en su obra Isla iluminada, una lamentable
semblanza de la dictadura de Leonidas Trujillo en República Dominicana.
12 Las funciones asignadas a estos intelectuales estuvieron determinadas por las necesidades
del partido y la particular situación de las confrontaciones al interior del bipartidismo.
Nuevamente, la obra de Laureano Gómez nos sirve de ejemplo, pues la mayor parte de sus
escritos e intervenciones estuvieron determinados por la coyuntura política.
13 Esto no quiere decir, por supuesto, que los intelectuales, tanto a nivel general como
individual, no se dedicaran a cultivar su propio huerto. Hay que recordar que el siglo XX
se caracterizó por eso que se ha dado en denominar la “formación humanista” y por un
concepto sobre lo culto asociado a la acumulación de conocimiento, especialmente de lo
que tradicionalmente se identifica como los clásicos. El mayor o menor nivel de los
intelectuales estaba definido por el conocimiento de autores y por su facultad para
recordarlos y citarlos; es decir, era el erudito arquetipo.
14 La fuerte presencia del modelo conservador / clerical en el campo cultural y político a lo
largo del siglo pasado, mantuvo casi inamovibles las formas con las que se definía la
buena poesía o la buena literatura y con las que se valoraban las obras nuevas. De igual
forma, la permanente participación del clero en la conservación del orden social y
político hizo que la moral fuese el factor que determinaba qué posibilidades de difusión —
en el campo intelectual, artístico y literario— poseían una serie de ideas, máxime cuando
la Iglesia tenía un poder de inspección tan grande sobre la educación y orientaba la
censura de obras literarias y de teatro. Por ello, las formas de escribir y pensar, de hacer
poesía, por ejemplo, se caracterizaron por ser perennes e inmunes al impacto de las
vanguardias. Las grandes rupturas sólo aparecen en los cincuenta, si aceptamos el punto
de vista de Marta Traba respecto a la pintura, y en los sesenta, con el Nadaísmo y la
generación del boom, en el caso de la literatura.
15 En cuanto al tipo de intelectual de este periodo, se produjeron grandes cambios. Del
gramático, abogado y poeta de finales del siglo XIX —que tiene vigencia hasta finales de
los años veinte, y en eso coincide con la Hegemonía Conservadora—, se dio un
desplazamiento hacia los profesores universitarios liberales —en el sentido no
exclusivamente político del término—, es decir, aquellos que se afirman en la libertad de
cátedra, la libre circulación de las ideas y la innovación estética. Es la época de Antonio
García, Gerardo Molina y Germán Arciniegas.
16 Por supuesto, este proceso de transformación no implicó la desaparición de los tipos de
intelectuales anteriores, sino la convivencia en un ambiente en el que lo predominante
comenzó a ser el maestro liberal. Sin embargo, estos giros son agenciados al interior de
los partidos tradicionales y por el Estado de la República Liberal. Incluso aquellos que
151

tienen influencias del socialismo no renuncian a su vinculación al partido liberal, como


fue el caso de Gerardo Molina.
17 En la década del cincuenta actuaba una generación de intelectuales formados por aquellos
maestros que actuaron durante la República Liberal. De allí el acceso a los pensadores
europeos, el mantenimiento de consignas de tipo liberal —la libertad de cátedra
defendida por Arciniegas en los años veinte—, y la ostentación de una posición más crítica
y autónoma. Adicionalmente, estos jóvenes vivieron a finales de los cuarenta un periodo
de guerra y posguerra que se caracterizó por una momentánea y aparente “tolerancia”
con el marxismo y la URSS.
18 La mayor parte de los nuevos intelectuales, liberales o conservadores, estuvieron
dispuestos a realizar nuevas empresas y su divisa fue la democracia política y la libertad
de pensamiento. El mejor ejemplo de esto es el de la revista Mito y la generación del
mismo nombre. La forma que adquirió la disidencia en estos intelectuales fue el contacto
con lo más avanzado del pensamiento universal, así que lo usual fue la difusión de los
nuevos filósofos y artistas. Esta generación sirvió de base, a su vez, a otra que actuó en los
sesenta y que definitivamente realizó la ruptura con los partidos tradicionales y la Iglesia,
propuso la crisis de los paradigmas existentes y permitió la constitución del campo
intelectual.
19 Por supuesto, en los años veinte existían intelectuales disidentes, como Barba Jacob,
Vargas Vila y los socialistas, pero aparecían al margen de la tendencia dominante, como
una minoría política e ideológica, y, en muchos casos, no se apartaron del todo de los
presupuestos políticos del bipartidismo o de los estéticos de la moral católica. Escritores
como Luis Vargas Tejada se acercaron al socialismo, al igual que la mayor parte de los
denominados socialistas y comunistas de los años veinte, pero no rompieron su vínculo
con el partido liberal. Entre aquellos que pudieron generar xana mayor autonomía se
encuentran militantes de izquierda como Ignacio Torres Giraldo y Luis Vidales.
20 Desde los años sesenta hasta finales de los setenta se produjo una ruptura en la relación
entre los intelectuales y el Estado. El distanciamiento fue de orden cultural, político e
ideológico y, por supuesto, la ruptura se dio con todo aquello que definía las nociones de
orden, de lo aceptable, lo adecuado y lo moralmente pertinente, es decir, con la Iglesia, el
bipartidismo y el tipo de Estado nacional dominante. Ya no se aspira a servir de
funcionario sino a tomarse al Estado, en los casos más radicales, o a exhibir xana clara
autonomía ideológica y estética. De igual manera, se manifiesta una ruptura con aquellas
instituciones, funcionarios y teorías que servían al mantenimiento del stato quo. Por ello
creemos que es en este periodo que se constituye un campo intelectual: debido a la
autonomía del capital cultural.
21 Las funciones del intelectual se definen nuevamente por el modelo de intelectual
orgánico, pero esta vez aceptando que su oficio es la subversión del orden, estético y
político, existente. La adopción de las diversas formas que el marxismo adquirió en el
siglo XX fue la nota predominante, incluso en aquellos intelectuales que formularon xana
lectura “situada”, comprometida, de los evangelios. Hay un rechazo abierto a toda la
herencia cultural e ideológica del bipartidismo. Salvo algunos casos, como Jorge Zalamea
y Luis Eduardo Nieto Arteta, para mencionar unos pocos ejemplos, los intelectuales de las
décadas anteriores fueron sometidos a una dura crítica y sus obras condenadas. Muchos
de ellos, especialmente los que habían exhibido posiciones críticas en los cincuenta o
habían expresado su distancia con el bipartidismo de manera moderada, se vieron casi
152

obligados a examinar con atención la experiencia de lo que en ese momento aparecía


como el socialismo realmente existente y el marxismo.
22 El rechazo a las instituciones y los “aparatos del Estado” fue integro. Por un lado, los
intelectuales despreciaron los cargos buorocráticos. Por otro, y es lo más importante,
emplearon nuevos métodos para elaborar interpretaciones alternativas de la realidad
nacional. Estos trabajos se constituyeron en los más importantes estudios históricos,
sociológicos y políticos, e incluso fundamentaron los diversos proyectos políticos de la
izquierda.
23 La ruptura fue posible debido al impacto de La Violencia, que generó un gran
escepticismo en la intelectualidad con respecto a las posibilidades de futuro que ofrecía el
bipartidismo. La conmoción de la Ruptura Chino-Soviética y la Revolución Cubana
alimentaron el imaginario político de una generación de jóvenes que prontamente
adoptaron las nuevas opciones ideológicas y políticas y que pensaron que el triunfo por la
vía armada era inminente, y por ello, el estudio, por ejemplo, podía esperar.
24 Se inició una reflexión más detallada, diríamos hoy profesional, que permitió un
tratamiento, desde la “mayoría de edad”, de los problemas de las ciencias y de la
constitución de la nación. Fue la época de las editoriales disidentes y los estudios
históricos y políticos que mostraban al país “tal cual era”.
25 Finalmente, la evolución del conflicto agrario, junto con la transformación de algunos
sectores que dieron origen a las denominadas repúblicas independientes y las guerrillas
del Llano en grupos insurgentes revolucionarios, llevaron a varios sectores de la
población —estudiantes universitarios, intelectuales y guerrilleros liberales—, a rechazar
el orden político, social y cultural y a buscar otras vías de acción política.
26 La ruptura se dio, igualmente, en los diversos campos de la creación. En la pintura, la
historia, la literatura, etcétera, surgieron grupos de intelectuales que establecieron un
tratamiento estético particular, una aproximación teórica novedosa y una clara
vinculación con proyectos políticos radicales.
27 Los intelectuales actuaron de manera colectiva, como un grupo formado desde la
especificidad de su oficio y por abierta afinidad temática, teórica o política. El Nadaísmo,
en la literatura, o la Nueva Historia, en la historia, se caracterizaron por agrupar a
intelectuales que instauraron, a pesar de diferencias individuales, tinas formas de hacer
su oficio que se apartaban de lo establecido por las academias de la lengua y de la historia.
28 El tipo de intelectual también varió, pues se hizo más diverso. Atrás quedaron los tiempos
de los poetas que cultivaban los formas consagradas. En adelante, lo usual serían los
académicos con formación universitaria, muchos de ellos con estudios de posgrados en el
exterior y un historial de militancia política en la izquierda.
29 Sin embargo, los partidos tradicionales, a pesar de sus divisiones y su descrédito, no
estaban condenados totalmente al ostracismo. La renovación de la relación entre
intelectuales y Estado, y el control de las disidencias se dieron a raíz de diversos factores.
Internamente, dos procesos manaron el giro. Los sectores dominantes vieron cómo el
presidente Belisario Betancur, a partir de 1982, iniciaba un cambio en el discurso sobre la
paz y la violencia, formulando el argumento de las causas objetivas de la violencia en
Colombia que explicarían la existencia de la subversión, y estableciendo una serie de
contactos directos con los grupos insurgentes, a los que de paso les reconoció su
beligerancia. En este giro, el mandatario no llamó a los políticos tradicionales para que lo
asesoraran sino a miembros de la intelectualidad y a dirigentes de izquierda; es decir, se
153

decía, a los representantes de los diversos sectores sociales y políticos y a personas que
conocían la realidad nacional.
30 En segundo lugar, el desprestigio de la insurgencia a raíz de la degradación del conflicto
interno y, particularmente, de prácticas delincuenciales —secuestro, alianza con el
narcotráfico, etcétera—, sumado a la crisis de la izquierda legal generada por la
divisiones, el sectarismo, a los errores y colaboracionismos, llevaron a muchos dirigentes
e intelectuales de la izquierda no sólo a marginarse de sus organizaciones, dinámica
acentuada a raíz de la desintegración de la URSS, sino a buscar su acomodo dentro de los
partidos tradicionales y un lugar en las instituciones del Estado.
31 En tercer lugar, la agudización de la guerra degeneró en un proceso selectivo de
asesinatos de dirigentes sindicales y populares, y la universidad se convirtió en un espacio
de confrontación entre las fuerzas políticas en conflicto. Los académicos empezaron a
percibir que el objeto de su estudio los arrancaba de sus escritorios y los metía en el
traqueteo de los fusiles, y allí no tenían nada que decir ni sabían cómo defenderse.
32 En cuarto lugar, en los ochenta se inició una tendencia mundial hacia el posicionamiento
de las corrientes más conservadoras en la política y en la filosofía. En esta década se da la
coyuntura del ascenso al poder de políticos conservadores en Estados Unidos e Inglaterra.
Esta situación llevó al endurecimiento de las políticas y a la persecución de las minorías y
de la clase obrera, y a nivel internacional, de los procesos políticos que buscaban la
autonomía en el tercer mundo.
33 En Latinoamérica, estas posiciones tuvieron eco en gobiernos fuertes y en el
endurecimiento de la presencia estadounidense en el continente. Se desató una fuerte
persecución contra el sandinismo y contra aquellos que emergían como posibles alia dos
de Cuba. En Colombia, Julio César Turbay Ayala se caracterizó por la utilización de los
métodos más represivos para someter o hacer desaparecer a todo tipo de disidentes
políticos.
34 En el campo de la filosofía, a partir de los ochenta se padece una moda intelectual: la
posmodernidad. Moda que llevará a gran parte de la intelectualidad, en algunos casos con
pasado marxista, a renegar de cualquier tipo de posición crítica o comprometida
políticamente, así como del proyecto emancipatorio. El supuesto fin de los metarrelatos y
de los sistemas filosóficos, la supremacía de lo efímero y una era de dominio absoluto del
capital, sumado al hundimiento de la URSS y la derrota sandinista, llevaron a muchos
intelectuales a realizar un tránsito de los conceptos a las metáforas y, por supuesto, al
abandono de todo aquello que estuviera ligado con el marxismo: un sistema filosófico, el
compromiso de transformar la realidad, los proyectos utópicos y las funciones clásicas del
intelectual; pues éste ha muerto definitivamente, al igual que los grandes sujetos
históricos, como el proletariado.
35 Esta corriente llegó en un momento en el que la intelectualidad de izquierda venía
cediendo espacios y se encontraba en una encrucijada que llevó a muchos a optar por el
rechazo a las ideologías y la adopción de la jerga posmoderna. No pretendemos, por
supuesto, plantear la discusión en términos absolutos —lo que de hecho es rechazado por
los críticos de la posmodernidad, como Jameson o Perry Anderson—, sino destacar que la
principal lectura de los filósofos “pos” se hizo desde la adopción de irnos cuantos clichés.
En adelante, todo se hizo posible, pues la reflexión quedó reducida a un simple acto
estético que no pretendía fundar ni difundir verdades y, mucho menos, situarse como
conciencia de época.
154

36 Con Betancur se inauguró un proceso que ha implicado el reacomodo de la intelectualidad


en los partidos tradicionales y en el Estado. Esta situación llevó a hacer parte de la
nómina oficial a quienes estaban asesorando los diálogos con los grupos insurgentes y
nuevamente arrastró a la intelectualidad colombiana a quedar sometida a la influencia de
los partidos tradicionales y a las diversas instituciones del Estado. Esta dinámica alcanzó
su mayor éxito con la Constitución de 1991, que acabó con la intelectualidad disidente y le
permitió al modelo neoliberal obtener un núcleo de legitimadores con el cual no contaba.
37 Este proceso se mantiene hasta el día de hoy y se ha acelerado con el recrudecimiento de
la guerra sucia que adelantan los paramilitares, pues los intelectuales quedan expuestos,
en todo el sentido del término, a ser asesinados por la extrema derecha o a ser
condenados al ostracismo por las leyes del mercado de la investigación en una época de
global ización neoliberal.
38 Obviamente, los intelectuales no son un grupo monolítico, y existen algunos que han
planteado de nuevo la necesidad de que el intelectual regrese a sus funciones básicas: la
crítica, la independencia y el proyecto de utopía; máxime cuando el neoliberalismo
amenaza con destruir la nación.
39 La presencia del intelectual crítico se hace indispensable debido a la guerra que padece el
país. Es necesaria la refundación de la nación y su reconstitución simbólica, la defensa de
la dignidad humana y el rechazo a todo tipo de violencia que no funde relaciones más
humanas entre los hombres.
155

Bibliografía

PERIÓDICOS Y REVISTAS
Análisis Político, Bogota.
Arco, Bogotá.
Arte, Ibagué.
Atalaya, Manizales.
Bibliotecas y Libros, Cali.
Colombia Cristiana, Bogotá.
Contemporánea, Bogotá.
Costa, Cartagena.
El Espectador, Bogotá.
El Literario, Bogotá.
El Mensajero del Corazón de Jesús, México.
El Mensajero del Sagrado Corazón, Bogotá.
El Tiempo, Bogotá.
Hogar y Patria, Bogotá.
Humanidad, Popayán.
Índice, San Juan, Puerto Rico.
La Jornada, México.
La Revista, Bogotá.
La Voz de la Juventud, Bogotá.
Llama, Cali.
Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús, Arequipa.
Mito, Bogotá.
Nómadas, Bogotá.
Pan, Bogotá.
Prometeo, Bogotá.
Panorama, Pereira.
156

Revista Azul, Bogotá.


Revista Colombiana, Bogotá.
Revista Cultural, Ibagué.
Revista Santandereana, Pamplona.
Santafé y Bogotá, Bogotá.
Tierra Firme, Bogotá.
Universidad, Bogotá.

DOCUMENTOS
Asociación Católica de la Juventud Mexicana-Círculo de Estudios, Encíclica Rerum Novarum. Con
divisiones, notas marginales y breves comentarios, Tlalpam, Imprenta del Asilo Patricio Sanz, 1924.
Crisis universitaria colombiana 1971. Itinerario y documentos, Medellín, Ediciones El Tigre de Papel,
1971.
Estatutos de la sociedad de la Santa Orosia, Bogotá, Imprenta de La Luz, agosto de 1907, Parroquia de
Egipto, 1907.
Nos Vicente Arbeláez, por la gracia de Dios y la Santa Sede, Arzobispo de Bogotá, prelado asistente al solio
pontificio, etc. Al venerable clero secular y regular, y á los fieles de nuestra arquidiócesis, salud y beneficios
en el señor, s. p. i.
Pastoral de 8 de diciembre de 1873 del ilustrísimo señor Obispo de Pasto, Bogotá, Imprenta de El
Tradicionista, 1873.
Pastoral y decretos sobre la consagración de la arquidiócesis de Santafé de Bogotá al Sagrado Corazón de
Jesús, 16 de mayo de 1874, s.p.i.
Pastoral del ilustrísimo señor doctor Rafael Celedón Obispo de Santa Marta, Ocaña, Imprenta de José A.
Jácome Hermanos, 1892.
Reglamento de los celadores y celadoras del Corazón de Jesús y del Apostolado y de los consejos de unos y
otras, México, Tipografía La Europea, 1900.
Algo de la experiencia americana. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Germán Arciniegas, México, El
Colegio de México, 1998.

LIBROS
ACEVEDES, Manuel, El mexicano alquimia y mito de una raza, seguido de otros ensayos junguianos,
México, J. Mortiz, 1991.
ACEVEDO, Darío, La mentalidad de las elites sobre la violencia en Colombia, 1936-1949, Bogotá, IEPRI-E1
Áncora Editores, 1995.
AGLUHON, Maurice, Penitents et Francs-Maçons de l'Ancienne Provence, París, Artheme Fayard, 1984.
AHUMADA, Consuelo, El modelo neoliberal y su impacto en la sociedad colombiana, Bogotá, El Áncora
Editores, 1996.
ALBERRO, Solange, El águila y la cruz. Orígenes religiosos de la conciencia criolla, México, siglos XVI-XVII,
México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
ALTAMIRANO, Carlos y Beatriz SARLO, Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Buenos
Aires, Ariel, 1997.
ALZATE AVENDAÑO, Gilberto, Obras selectas, Bogotá, Banco de la República, 1984.
157

AMEZQUITA, Pascual, Jorge CONTRERAS y Miguel Ángel PARDO, La comunidad educativa frente al
neoliberalismo, Bogotá, Ediciones Centro de Estudios por la Nueva Cultura, 1997.
AMIN, Samir, Los fantasmas del capitalismo, Bogotá, El Áncora Editores, 2000.
ANDERSON, Perry, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, 2000.
APULEYO MENDOZA, Plinio, Carlos Alberto MONTANER, y Álvaro VARGAS LLOSA, Manual del
perfecto idiota latino-americano, México, Plaza y Janés 1996.
ARCINIEGAS, Germán, La universidad colombiana. Proyecto de ley y exposición de motivos presentados a
la Cámara de Representantes por Germán Arciniegas, Bogotá, Imprenta Nacional, 1932.
—, El estudiante de la mesa redonda, Madrid, Juan Puello, 1932.
—, Los comuneros, Bogotá, Editorial ABC, 1938.
ARELLANO PRICE, Sylvia. Los terceros partidos en Colombia y su fugaz existencia: una aproximación al
problema, Bogotá, Universidad de los Andes, tesis Facultad de Ciencias Políticas, 2000.
Arte y violencia en Colombia, desde 1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá-Grupo Editorial
Norma, 1999.
ARRUBLA, Mario, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano, Bogotá, Ediciones Tigre de Papel, 1971.
BACA OLAMENDI, Laura y Isidro H. CISNEROS (comp.), Los intelectuales y los dilemas políticos en el
siglo XX, 2 tomos, México, Flacso-Triana Editores, s.f.
BARBA JACOB, Porfirio, Poesía completa, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1998.
BARTRA, Roger, “Las ironías de la victoria”, en Laura BACA OLAMENDI, y Isidro H. CISNEROS,
(comp.), Los intelectuales y los dilemas políticos en el siglo XX, t. 1 y 2, México, FLACSO-Triana
Editores, s.f.
—, La jaula de la melancolía, México, Grijalbo, 1987.
—, Oficio mexicano, México, Grijalbo, 1993.
BAUMAN, Zygmunt, Legislators and Interpreters. On Modernity, Pos-Modernity and Intellectuals, Nueva
York, Cornell University Press, 1987.
BAYONA, Nicolás, El alma de Bogotá, Bogotá, Imprenta Municipal, 1938.
BEHAR, Olga, Las guerras de la paz, Bogotá, Círculo de Lectores, 1985.
—, Noches de humo: cómo se planeó y se ejecutó la toma del Palacio de Justicia, Bogotá, Planeta 1988.
BEJARANO, Pedro, Alfonso CONDE y otros, Decreto 2912. Documentos para el análisis, Bogotá,
Vicerrectoría Universidad Nacional de Colombia, 2002.
BENICHOU, Paul, El tiempo de los profetas, México, Fondo de Cultura Económica, 1990.
BERNAND, Carmen y Serge GRUZINSKI, De l'idolatrie. Une Archéologie des Sciences Religieuses, París,
Seuil 1988.
BOLLEME, Geneviéve, El pueblo por escrito, México, CNCA, Grijalbo, 1990.
BORGES, Jorge Luis, Obra completa, Barcelona, Emecé Editores, 1996.
BOURDIEU, Pierre, Homo Academicas, París, Les Editions De Minuit, 1984.
—, La Noblesse d'État. Grandes Écoles et Sprit de Corps, París, Les Editions De Minuit, 1989.
—, La reglas del arte, Barcelona, Anagrama, 1995.
—, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona, Anagrama, 1999.
BRADING, David, Orígenes del nacionalismo mexicano, México, Era, 1988.
—, Mito y profecía en la historia de México, México, Vuelta, 1988.
BUENAVENTURA, Nicolás, ¿Qué pasó, camarada?, Bogotá, Editorial Apertura, 1992.
CALLINICOS, Alex, Contra el postmodernismo. Una crítica marxista, Bogotá, El Ancora Editores, 1993.
158

CAMACHO de PINTO, Teresa, Colombia: el proceso de urbanización y sus factores relacionados, Tunja,
Ediciones La Rana y El Aguila-Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1970.
CANAL RAMÍREZ, Gonzalo, El 13 de junio en 33 números de Ya, Bogotá, Antares, 1954.
—, La Unión Soviética reto moral, Bogotá, Imprenta de Canal Ramírez, 1969
CARO, Miguel Antonio, “Religión y poesía”, en Obras completas, vol. VIII, Bogotá, 1945.
CARR, Barry, La izquierda mexicana a través del siglo XX, México, Era, 1996.
CARTAGENA, Donaro, Un semana de miedo. Relatos sobre la violencia, Bogotá, Editorial El Libertador,
1964.
CASO, Antonio, Discursos a la nación mexicana, México, Porrúa, 1922.
CASTILLO, Heberto, Heberto y el PRD [selección y prólogo por Luis Villoro], México, Proceso
Fundación Heberto Castillo Martínez, 1999.
CASTRO, Jaime, Hacia la democracia local. Un nuevo régimen departamental y municipal, Bogotá,
Breviarios Colombianos-Ediciones Banco de la República, 1981.
—, “Reforma Política 1982-1986”, en Economía Colombiana, Bogotá, No. 182, junio de 1986.
CEBALLOS, Manuel, El catolicismo social un tercero en discordia Rerum Novarum, la cuestión social y la
movilización de los católicos mexicanos 1891-1911, México, Fondo de Cultura Económica, 1991.
CHARTIER, Roger, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y
XVIII, Barcelona, Gedisa, 1994.
—, Sociedad y escritura en la edad moderna, México, Instituto Mora, 1995.
COBO BORDA, Gustavo, La tradición de la pobreza, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980.
—, Silva, Arciniegas, Mutis y García Márquez, Bogotá, Biblioteca Familiar-Presidencia de la República,
Imprenta Nacional, 1997.
CORRAL JORDA, Rose, Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México, México, Fondo Eulalio
Ferrer, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios-El Colegio de México, 1995.
CRUZ, Antonio (comp.), Grandes oradores colombianos, Bogotá, Biblioteca Familiar de la Presidencia
de la República-Imprenta Nacional, 1997.
DANE, Educación superior 1967-68-69, Bogotá, DANE, 1970.
DANGOND URIBE, Alberto, Mi diario en la Unión Soviética, Bogotá, Editorial Colombia Nueva, 1968.
DEPARTAMENTO DEL TOLIMA-SECRETARÍA DE AGRICULTURA, La violencia en el Tolima, Ibagué,
Secretaria de Agricultura, 1958.
DONOSO, José, Historia personal del “boom”, Santiago de Chile, Alfaguara, 1998.
DUBOIS, Jean Claude y otros, L'Imaiganire de la Nation (1792-1992). Actes du Colloque Européen de
Bordeaux 1989, Bordeaux, Presses Universitaires de Bourdeaux, 1991.
DUTRÉNIT, Silvia y Leonardo VALDÉS (coords.), El fin de siglo y los partidos políticos en América
Latina, México, Instituto Mora-UAM, Iztapalapa, 1994.
EAGLETON, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Buenos Aires, Paidós, 1997.
EASTMAN, Jorge Mario, Hacia la descentralización real. Memoria 1981-1982, Bogotá, Colección
Legislación, Doctrina y Jurisprudencia-Ministerio de Gobierno, 1982.
ENRÍQUEZ PEREA, Alberto (comp.), Exilio español y ciencia mexicana génesis del Instituto de Química y
del Laboratorio de Estudios Médicos y Biológicos de la Universidad Nacional Autónoma de México,
1939-1945, México, El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.
ESCALANTE, Fernando, Ciudadanos imaginados, México, El Colegio de México, 1993.
FLORES, Juan, Insularismo e ideología burguesa. Nueva lectura de A. S. Pedreira, Río Piedras, Huracán,
1979.
159

FUNDACIÓN SIMÓN BOLÍVAR-INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS, Alcaldes, concejales y


ciudadanos. Manual para el municipio colombiano, Bogotá, Fundación Simón Bolívar, 1984.
GAITÁN, Jorge Eliécer, Escritos políticos, Bogotá, El Áncora Editores, 1985.
GAITÁN DURÁN, Jorge, La revolución invisible, Bogotá, Ediciones Revista Tierra Firme, 1959.
GARCÍA CANCLINI, Néstor, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización,
México, Grijalbo, 1995.
GEERTZ, Clifford, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1992.
GELLA, Alexander (ed.), The Intelligentsia and the Intellectuals. Theory, Method and Case Study, Beverly
Hills, SAGE Publications Inc., 1976.
GELPÍ, Juan, Literatura y paternalismo en Puerto Rico, San Juan, Universidad de Puerto Rico, 1994.
GÓMEZ, Laureano, Interrogantes sobre el progreso de Colombia: conferencias dictadas en el Teatro
Municipal de Bogotá, Bogotá, Editorial Revista Colombiana, 1929.
—, Comentarios a un régimen, Bogotá, Editorial Centro, 1935, p. 509.
—, Obras completas, t. IV, vol. 3, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1989.
GÓMEZ HURTADO, Álvaro, Política para un país en vías de desarrollo, Bogotá, Italgraf, 1973.
GÓMEZ VALDERRAMA, Pedro, Memorias del Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, Imprenta
Nacional, 1964.
GONZÁLEZ RODAS, Publio, “Unamuno y Colombia”, en Cuadernos Hispanoamericanos, No. 577-578,
Salamanca, julio-agosto, 1998.
GUHA, Ranajit, Dominance Withaut Hegemony. History and Power in Colonial India, Cambridge,
Harvard University Press, 1997.
GUERRA, François X., Le Mexique. De L'Ancien Regime a la Revolution, París, Editions L'Harmattan-
Publications de la Sorbonne, 1985.
GUTIÉRREZ GIRARDOT, Rafael, “La literatura colombiana en el siglo XX”, en Manual de Historia de
Colombia, t. III, Bogotá, Procultura-Colcultura, 1984.
GUZMÁN, Germán, Orlando FALS BORDA y Eduardo UMAÑA LUNA, La violencia en Colombia.
Estudios de un proceso social, Bogotá, Monografías Sociológicas, Universidad Nacional de Colombia-
Facultad de Sociología, 1962.
HOBSBAWM, EricyTerence RANGER, (ed.), The Invention of Tradition, London, Cambridge
University, 1983.
HOLGUÍN, Andrés, “Literaturay pensamiento 1886-1930”, en Nueva Historia de Colombia, vol. VI,
Bogotá, Editorial Planeta, 1989.
INFANTE DÍAZ, Inocencio, Sangre rebelde. Poemas de guerrilla y libertad, Bogotá, Ediciones Excelsior,
1959.
Imágenes y reflexiones de la cultura en Colombia. Regiones, dudades y violenda.. Memorias del Foro
Nadonal para, con, por, sobre, de cultura, Bogotá, Colcultura, 1991.
JARAMILLO AGUDELO, Darío (comp.), La nueva historia de Colombia, Bogotá, Biblioteca Básica-
Colcultura, 1976.
JARAMILLO URIBE, Jaime, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Editorial Temis, 1964.
—, “El proceso de la educación, del virreinato a la época contemporánea”, en Manual de historia de
Colombia, t. III, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1980, pp. 249 y ss.
LADRÓN DE GUEVARA, Pablo, Novelistas malos y buenos juzgados en orden de naciones, Bogotá,
Imprenta Eléctrica, 1910 (reeditado por Editorial Planeta, 1998).
LANDAZÁBAL, Fernando, Política y táctica de la guerra revolucionaria, Bogotá, Pax, 1966.
160

LASERNA, Mario, Estado fuerte o caudillo. (El dilema colombiano), Bogotá, Ediciones Mito, 1961.
LEMPÉRIÉRE, Annick, Intellectuels, Etat et Société au Mexique. Les Cleros de la Nation, París, Editiones
L'Harmattan, 1992.
LEÓN ESCOBAR, Guillermo, “Entre el centralismo y el federalismo”, en Alcaldes, concejales y
ciudadanos. Manual para el municipio colombiano, Bogotá, Fundación Simón Bolívar, s.f.
LOAIZA CANO, Gilberto, Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura, Bogotá, Colcultura, 1995.
LONDOÑO VÉLEZ, Santiago, Débora Arango. Vida de pintora, Bogotá, Ministerio de Cultura, 1997.
LÓPEZ DE MESA, Luis, Obras selectas, Bogotá, Cámara de Representantes-Editorial Bedout, 1981.
LÓPEZ DE LA ROCHE, Fabio, Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa?, Bogotá, CINEP, 1994.
LÓPEZ PUMAREJO, Alfonso, Obras selectas, Bogotá, Colección Pensadores Políticos Colombianos-
Cámara de Representantes, 1979.
MÁRQUEZ FUENTES, Manuel y Octavio RODRÍGUEZ ARAÚJO, El partido comunista mexicano en el
período de la Internacional Comunista 1919-1943, México, El Caballito, 1973.
MATESANZ, José Antonio, México ante la guerra civil española 1936-1939, México, Centro de Estudios
Históricos-El Colegio de México, 1995.
—, Las raíces del exilio México ante la guerra civil española 1936-1939, México, El Colegio de México-
Universidad Nacional Autónoma de México, 1999.
MATUTE, Álvaro; Evelia TREJO, y Brian CONNAUGHTON, (coords.), Estado, Iglesia y sociedad en
México. Siglo XIX, México, Miguel Ángel Porrúa-UNAM, 1995.
MAYA, Rafael, Consideraciones críticas sobre la literatura colombiana, Bogotá, Librería Voluntad,
1944.
MEDINA, Alvaro, “Mito, una revista de la burguesía”, en Estudios Marxistas, No. 14, Bogotá, 1997.
MICELI, Sérgio, Intelectuais e Classe Dirigente no Brasil (1920-1945), Sao Paulo, DIFEL, 1979.
MINISTERIO DE EDUCACIÓN NACIONAL, Guía profesional para el bachillerato, Bogotá, Imprenta
Nacional, 1969.
MOEC, Mensaje del pueblo colombiano a ios pueblos de América, México, Comité Mexicano de Apoyo a
la Revolución Colombiana, 1961.
MOLINA, Gerardo, Las ideas liberales en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo Editores, s.f.
MOLINA RAMÍREZ, Tania, La Jornada, México, 12 de noviembre de 2000.
MORENO DURÁN, Rafael Humberto, “Mito memoria y el legado de un sensibilidad 1955-1962”, en
Boletín Cultural y Bibliográfico, No. 18, Bogotá, volumen XXVI, 1989.
MOSQUERA, Francisco, Resistencia civil, Bogotá, Editor Tribuna Roja, 1995.
MÚNERA RUIZ, Leopoldo, Rupturas y continuidades. Poder y movimiento popular en Colombia 1968-1988,
Bogotá, IEPRIUniversidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y
Sociales-CEREC, 1998.
MURPHY, James F., The Proletarian Moment. The Controversy over Leftism in Literature, Chicago,
University of Illinois Press, 1991.
MURILO DE CARVALHO, José, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, México, Fideicomiso de
Historia, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, 1995.
NIETO CABALLERO, Agustín, Crónicas de viaje, Bogotá, Editorial Antares, 1961.
OBREGÓN, Diana, “El sentimiento de la nación en la literatura médica y naturalista de finales del
siglo XIX en Colombia”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 16-17, Bogotá,
1988-1989, pp. 141 y ss.
PALACIOS, Julio H., Historia de mi vida, Bogotá, Editorial Incunables, 1984.
161

PALACIOS, Marco, De populistas, mandarines y violencias. Luchas por él poder, Bogotá, Editorial
Planeta, 2001.
PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
PECAUT, Daniel, Entre le Peuple et la Nation. Les Intellectuels et la Politique, París, Editiones de la
Maison des Sciences de l'Homme, 1989.
—, Crónicas de dos décadas de política colombiana 1968-1988, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1989.
PEDREIRA, Antonio, Insularismo, ensayos de interpretación puertorriqueña, San Juan, Biblioteca de
Autores Puertorriqueños-Imprenta Venezuela, 1942.
PELLICER, Carlos, Correo familiar 1918-1920, México, La Serpiente Emplumada-Factoría Ediciones,
1998.
PENA DE MATSUSHITA, Marta, El romanticismo político hispanoamericano, Buenos Aires, Academia
Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Editorial Docencia, 1985.
PEÑA, Isaías, Manual de la literatura latinoamericana, Bogotá, Educar, 1990.
PEÑA GÓMEZ, Manuel Vicente, Las dos tomas: Palacio de Justicia, Bogotá, Ediciones Lerner, 1988.
PÉREZ, Amada Carolina, La invención del “cachaco” bogotano: crónica urbana, modernización y ciudad
en Bogotá durante el cuarto centenario de fundación, 1938, Tesis, Departamento de Historia-Pontificia
Universidad Javeriana, Bogotá, 2000.
PÉREZ MONTFORT, Ricardo, Estampas del nacionalismo popular mexicano. Ensayos sobre cultura
popular y nacionalismo, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social, 1994.
PIZARRO, Eduardo, “Hacia un sistema multipartidario? Las terceras fuerzas en Colombia hoy”, en
Análisis Político, No. 31, Bogotá, mayo-agosto de 1982.
PLAZAS VEGA, Luis Alfonso, La batalla del Palacio de Justicia, Bogotá, Intermedio Editores, 2000.
POSADA, Jaime y Gonzalo CANAL RAMÍREZ, La crisis moral colombiana, Bogotá, Antares, 1955.
PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA, El camino de la paz. Historia de un proceso. Consejería para la
Reconciliación, Normalización y Rehabilitación, Bogotá, Imprenta Nacional, 1989.
QUINTANILLA, Lourdes, Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), México, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales-Centro de Estudios Latinoamericanos, Avances de Investigación, No.
43, 1980.
RAMA, Germán W, El sistema universitario en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,
1970.
RAMÍREZ, Socorro y Luis Alberto RESTREPO M., Actores en conflicto por la paz: el proceso de paz
durante el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986), Bogotá, Siglo XXI, 1988.
RESTREPO, Luis Antonio, “Literatura y pensamiento 1958-1985”, en Nueva Historia de Colombia.
Literatura, pensamiento, artes y recreación, Bogotá, Editorial Planeta, 1998.
RAMOS, Samuel, El perfil del hombre y de la cultura en México, México, Imprenta Mundial, 1934.
—, Historia de la filosofía de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1943.
ROJAS GARCIDUEÑAS, José, El Ateneo de la Juventud y la Revolución, México, Instituto de Estudios
Históricos de la Revolución Mexicana, 1979.
ROMERO, Armando, Las palabras están en situación, Bogotá, Nueva Biblioteca Colombiana de
Cultura-Procultura, 1985.
SAFFORD, Frank, The Ideal of the Practical. Colombia's Struggle to Form a Technical Elite, Austin,
University of Texas Press, 1976.
SÁNCHEZ, Gonzalo y otros, Colombia violencia y democracia, Comisión de estudios sobre la violencia,
Bogotá, IEPRI-Universidad Nacional de Colombia, 1995.
162

—, “Intelectuales... poder... y cultura nacional”, en Análisis Político, No. 34, Bogotá, mayo-agosto de
1998.
SÁNCHEZ, Marco Aurelio, PRD la élite en crisis; problemas organizativos, indeterminación ideológica y
deficiencias programáticas, México, Plaza y Valdés, 1999.
SÁNCHEZ, Ricardo, Críticas y alternativas las izquierdas en Colombia, Bogotá, Editorial La Rosa Roja,
2001.
SANÍN CANO, Baldomero, La administración Reyes (1904-1909), Lausana, Imprenta de Jorge Bridel,
1909.
—, Le Role Intellectuel de la Presse, París, International Institute of Intellectual Co-operation, 1938.
SARTRE, Jean Paul, Problemas de método, Bogotá, Ediciones Estrategia, 1963.
SCHNEIDER, Luis Mario, El estridentismo o una literatura de la estrategia, México, Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, 1997.
SCHWALD, Innes John, Revolution and Renaissance in Mexico. El Ateneo de la Juventud, Austin,
University of Texas, 1970.
SEMINARIO DE LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO DE EL COLEGIO DE MÉXICO, Historia de
la lectura en México, México, Ediciones del Ermitaño-El Colegio de México, 1988.
SHERIDAN, Guillermo, Los contemporáneos ayer, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
SILVA, Renán, “La educación en Colombia 1880-1930”, en Nueva Historia de Colombia, t. IV, Bogotá,
Editorial Planeta, 1989.
TIRADO MEJÍA, Álvaro, Aspectos políticos del primer gobierno de Alfonso López Pumajero 1934-1938,
Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1981.
—, Descentralización y centralismo en Colombia, Bogotá, Oveja Negra, 1983.
TORRES, Carlos Arturo, Discursos, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana-Ministerio de
Educación Nacional-Editorial Centro, 1946.
TORRES DUQUE, Oscar, “El grupo de Mito”, en Gran Enciclopedia Temática de Colombia Literatura,
Bogotá, Círculo de Lectores, 1992.
TORREIS PARÉS, Javier y otros, “Los bonos educativos y la crisis de la universidad pública”,
Nómadas, No. 12, Departamento de Investigaciones Universidad Central, Bogotá, 2000.
URIBE, María Tila, Los años escondidos. Sueños y rebeldías en la década del veinte, Bogotá, Cestra-
Cerec, 1994.
URIBE PIEDRAHITA, César, Toá. Narraciones de caucherías, Manizales, Colombia A. Zapata, 1933.
URREGO, Miguel Ángel, Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá 1880-1930, Bogotá, Ariel-
Universidad Central, 1997.
—, “Mitos fundacionales, reforma política y nación en Colombia”, en Nómadas. Revista del
Departamento de Investigaciones de la Universidad Central, No. 8, Bogotá, marzo de 1998.
—, Familia y sociedad en San Juan de Puerto Rico, 1898-1930. Espacios cotidianos de confrontación a la
dominación estadounidense, México, El Colegio de México-Tesis doctoral Centro de Estudios
Históricos, 2002.
VARGAS LLOSA, Mario, El pez en el agua. Memorias, Bogotá, Círculo de Lectores, 1994.
VARGAS VILA, José María, Ante los bárbaros los Estados Unidos y la guerra, el yanqui; he ahí el enemigo,
Bogotá, Asociados, 1968.
VASCONCELOS, José, La raza cómica, misión de la raza iberoamericana, México, Aguilar, 1976.
VÉLEZ RAMÍREZ, Humberto y Adolfo L. ATEHORTÚA CRUZ, mitares, guerrilleros y autoridad civil: el
caso del Palacio de Justicia, Cali, Universidad del Valle-Facultad de Humanidades, 1993.
163

VILLANEDA, Alicia, “Periodismo confesional: prensa católica y prensa protestante 1870-1900”, en


Álvaro MATUTE; Evelia TREJO, y Brian CONNAUGHTON, (coords.), Estado, Iglesia y sociedad en
México. Siglo XIX, México, Miguel Ángel Porrúa-UNAM, 1995.
VILLEGAS, Abelardo, Positivismo yporfirismo. Textos de Gabino Barreda y otros, México, SEP, 1972.
—, El pensamiento mexicano en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
VIVIESCAS, Fernando y GIRALDO, Fabio (comp.), Colombia el despertar de la modernidad, Bogotá,
Foro Nacional por Colombia, 1991.
VOLPI, Jorge, La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, México, Era, 1998
WILLIAMS, Raymond L., Postmodernidades latinoamericanas. La novela postmoderna en Colombia,
Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, Bogotá, Fundación Universidad Central, 1998.
ZALAMEA, Jorge, Literatura, política y arte, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1978.
ZULETA ÁNGEL, Eduardo, El presidente López, Medellín, Editorial Albón, 1966.

También podría gustarte