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La textura del suelo es una propiedad de gran interés que se relaciona directamente con los
procesos de degradación y potencial de producción (White, 2005). La caracterización de un
suelo es esencial para determinar su apropiado manejo y realizar planificación agrícola. La
textura indica el contenido de partículas de arena, limo y arcilla en el suelo. Así mismo, influye
en otras propiedades como la densidad aparente, la porosidad y, por lo tanto, el movimiento y el
almacenamiento de fluidos (agua y aire) en el suelo (Lacasta et al., 2005).
Muchas propiedades del suelo dependen de su textura, la que está determinada por la
distribución y tamaño de las partículas, basándose en su diámetro, la superficie activa se amplia,
aumentando la capacidad de absorción de iones y la captación de agua. Por esta razón, un suelo
de partículas finas, al igual que un suelo arcilloso, retiene su humedad durante mucho tiempo,
formando conglomerados duros en presencia de una sequía. En cambio, un suelo arenoso,
caracterizado por poseer partículas grandes con escasa capacidad de absorción, permite el paso
rápido del agua hacia los horizontes inferiores, por lo que las plantas pueden experimentar
déficit hídrico. Por otro lado, suelos de partículas muy finas con alta capacidad de absorción
presenta poros muy pequeños, que dificultan el intercambio del aire, es decir, el ingreso de
oxígeno y la liberación de CO2. La textura del suelo está determinada por el porcentaje de las
tres fracciones de partículas (arena, limo y arcilla) que los componen. (Steubing, et al, 2001).