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La nueva economía y el remanente

Las zonas metropolitanas ricas de EE UU se han vuelto más ricas,


al revés que las rurales, que se quedan rezagadas
PAUL KRUGMAN
24 NOV 2018 - 22:09 CET

Hace poco más de un año, Amazon invitó a las ciudades y a los Estados a
que le presentasen ofertas para establecer en ellos su segunda sede
central. Esto provocó una absurda lucha por saber quién conseguiría el
dudoso privilegio de pagar grandes subvenciones a cambio de un
empeoramiento de la congestión de tráfico y de unos precios de la vivienda
más elevados. (Respuesta: Nueva York y el área metropolitana de
Washington DC).
Pero no todo el mundo tenía posibilidades de ganar. Amazon especificó que
solo establecería la nueva sede en un distrito electoral demócrata. De
acuerdo, no es literalmente lo que dijo Amazon. Solo limitaba la
competencia a “zonas metropolitanas con más de un millón de habitantes” y
a “emplazamientos urbanos o suburbanos con posibilidades de atraer y
retener a un importante talento técnico”. Pero en el próximo Congreso, la
gran mayoría de lugares que cumplen esos criterios estarán representados
por demócratas. A lo largo de la última generación, las regiones de EE UU
han experimentado una profunda divergencia económica. Las zonas
metropolitanas ricas se han vuelto más ricas todavía y atraen cada vez más
a los sectores que más rápido crecen del país. Por otra parte, las
localidades pequeñas y las zonas rurales se han quedado rezagadas y
forman una especie de remanente económico abandonado por la economía
del conocimiento.

Los criterios para establecer la sede central de Amazon ilustran a la


perfección las causas de esa divergencia. En la nueva economía, las
empresas quieren tener acceso a grandes grupos de trabajadores con una
formación elevada, que solo pueden encontrarse en zonas metropolitanas
grandes y ricas. Y las decisiones de grandes empresas como Amazon sobre
su ubicación atraen incluso a más trabajadores muy cualificados a esas
zonas. En otras palabras, se trata de un proceso acumulativo que se
consolida y que, de hecho, está dividiendo a EE UU en dos economías. Y
esta división económica se refleja en la división política.
La división es económica y política. Pero en las últimas elecciones
muchos votantes rechazaron el ‘trumpismo’
En 2016, naturalmente, las partes de EE UU que se están quedando
rezagadas votaron en gran medida a Donald Trump. Los medios
informativos respondieron con muchos perfiles de partidarios de Trump
rurales sentados en cafeterías. Pero ha resultado que esta táctica ya no
funciona. El trumpismo tiñó de rojo republicano las regiones
estadounidenses rezagadas, pero las reacciones contra el trumpismo han
teñido completamente de azul demócrata las regiones en crecimiento.

¿Por qué las regiones rezagadas se han desplazado hacia la derecha y las
regiones prósperas hacia la izquierda? No parece que haya sido por el
interés económico. Es cierto que Trump prometió restablecer los puestos de
trabajo tradicionales en los sectores de la fabricación y la minería del
carbón, pero esa promesa nunca fue creíble. Y el programa político
republicano ortodoxo de bajar impuestos y recortar los programas sociales,
que es básicamente el que sigue Trump en la práctica, en realidad perjudica
a las regiones atrasadas, que dependen mucho de cosas como los cupones
de alimentos y las ayudas a los discapacitados, mucho más de lo que
perjudica a las zonas prósperas.

Es más, en los datos electorales hay poco o nada que apoye la idea de que
la “preocupación económica” hizo que la gente votase a Trump. Como se
constataba en Identity Crisis [Crisis de identidad], un nuevo e importante libro
que analiza las elecciones de 2016, lo que distinguía a los votantes de
Trump no eran las dificultades económicas, sino las “actitudes relacionadas
con la raza y la etnicidad”. Sin embargo, estas actitudes no están separadas
del cambio económico. Aunque personalmente les vaya bien, muchos de los
votantes de las regiones rezagadas se sienten agraviados y tienen la
sensación de que las deslumbrantes élites de las ciudades superestrella les
están faltando al respeto, y esa sensación de agravio se convierte muy
fácilmente en antagonismo racial. Por el contrario, la transformación del
Partido Republicano en un partido nacionalista blanco separa a los votantes
– incluso a los votantes blancos – en esas zonas metropolitanas grandes y
prósperas. De modo que la división regional se convierte en un abismo
político.

¿Se puede salvar este abismo? Sinceramente, lo dudo. Podemos, y


debemos, hacer muchas cosas para mejorar las vidas de los
estadounidenses en las regiones atrasadas.
Podemos garantizar el acceso a la sanidad y podemos aumentar las rentas
con ayudas salariales y otras políticas (de hecho, las desgravaciones de la
renta, que ayudan a los trabajadores con salarios bajos, ya benefician
desproporcionadamente a los Estados con rentas bajas). Pero recuperar el
dinamismo en estas regiones es mucho más difícil, porque significa nadar
en contra de una poderosa corriente económica.

Y la sensación de que le están dejando atrás puede indignar a la gente


aunque sus necesidades materiales estén cubiertas. Esto es lo que vemos,
por ejemplo, en la antigua Alemania del Este: a pesar de la enorme ayuda
económica de la parte occidental y los generosos programas sociales, los
"ossis" (mote por el que se conocía a los ciudadanos de la Alemania del
Este) se sienten agraviados porque consideran que son ciudadanos de
segunda, y muchos de sus votos han ido a parar a partidos de extrema
derecha.

Por tanto, la amarga división que observamos en EE UU —la fealdad que


invade nuestra política— puede tener profundas causas económicas, y es
posible que no exista ninguna manera de eliminarla en la práctica. Pero la
fealdad no tiene que dominar. La mayoría de los votantes blancos rurales
siguen apoyando al trumpismo, pero no son mayoritarios, y en las
elecciones de mitad de mandato un número significativo de esos votantes
rechazó el programa nacionalista blanco.

Así pues, EE UU es un país dividido, y es probable que siga siéndolo


durante un tiempo. Pero la parte buena de nuestra naturaleza todavía puede
imponerse.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía © The New York Times, 2018.
Traducción de News Clips

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