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cide Hamete Benengeli es un personaje ficticio, un supuesto


historiador musulmán creado por Miguel de Cervantes en su novela Don Quijote de la
Mancha.
Esta habilidosa pirueta literaria metaficcional parece buscar dar más credibilidad al texto,
haciendo creer que don Quijote fue un personaje real y que la historia podría tener
décadas de antigüedad. Sin embargo, por otro lado es obvio para el lector que tal cosa es
imposible, pues la presencia de Cide Hamete plantea múltiples incongruencias temporales.
Cide Hamete es morisco: aunque no se le aplica explícitamente este adjetivo, sí dice
Cervantes que es «arábigo y manchego», es decir, un musulmán español de lengua árabe,
y no un norteafricano o un otomano.
Quién fue Cide Hamete Benengeli, el supuesto autor arábigo de Don Quijote
de La Mancha? El hispanista egipcio Mahmud Ali Makki afirma que entre el
apellido real de una familia levantina y el del presunto escritor arábigo la
diferencia es mínima. Además, recuerda que, trocando el Benengeli en
Berengeli, Cervantes pone en boca de Sancho la jocosa relación entre el
apellido del sabio moro y las berenjenas, a las que, por cierto, eran aficionados
los moriscos: "Yo no descarto la posibilidad", continúa, "de que Cervantes, en
sus andanzas por Levante y por su vecina La Mancha, se hubiera topado con
un morisco, personaje real, llamado Berengeli, cuyo apellido le habría servido
como fuente de inspiración para, entre bromas y veras, atribuir la autoría de
su Quijote a un sabio morisco. Por otra parte, sabemos que en tiempo de
Cervantes las regiones de Levante y La Mancha -lo mismo que Toledo, donde
pretende haber encontrado los cartapacios con los originales de su novela-
estaban pobladas de moriscos". De hecho, aunque Ali Makki no se refiera a
ello, a los toledanos se les llama también berenjeneros.

(Alcalá de Henares, España, 1547 - Madrid, 1616) Escritor español,


autor de Don Quijote de la Mancha (1605 y 1615), obra cumbre de la
literatura universal. La inmensa fama de este libro inmortal, que parte
de la parodia del género caballeresco para trazar un maravilloso retrato
de los ideales y prosaísmos que cohabitan en el espíritu humano, ha
hecho olvidar la existencia siempre precaria y azarosa del autor, al que
ni siquiera sacó de la estrechez el fulgurante éxito del Quijote,
compuesto en los últimos años de su vida.

Aunque las ficciones de Borges recorren el conocimiento humano, en


ellas está casi ausente la condición humana de carne y hueso; su mundo
narrativo proviene de su biblioteca personal, de su lectura de los libros,
y a ese mundo libresco e intelectual lo equilibran los argumentos
bellamente construidos, simétricos y especulares, así como una prosa de
aparente desnudez, pero cargada de sentido y de enorme capacidad de
sugerencia.

Recurriendo a inversiones y tergiversaciones, Borges llevó la ficción al


rango de fantasía filosófica y degradó la metafísica y la teología a mera
ficción. Los temas y motivos de sus textos son recurrentes y obsesivos:
el tiempo (circular, ilusorio o inconcebible), los espejos, los libros
imaginarios, los laberintos o la búsqueda del nombre de los nombres. Lo
fantástico en sus ficciones siempre se vincula con una alegoría mental,
mediante una imaginación razonada muy cercana a lo metafísico.

Ficciones (1944), El Aleph (1949) y El Hacedor (1960) constituyen sus tres


colecciones de relatos de mayor proyección. A pesar de que su obra va
dirigida a un público comprometido con la aventura literaria, su fama es
universal y es definido como el maestro de la ficción contemporánea.
Sólo su ideario político pudo impedir que le fuera concedido el Nobel de
Literatura.

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