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ARel NIEGAS
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LAS MEMORIAS
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CODAZZ~ /793-
q 1859
EDICIONES DE LA BIBLIOTECA
Es mela de Lett'as:
Yolanda Capriles y Armando Track.
Es mela de Historia:
Consuelo Valladares.
Escuela de Geografía:
Clemente Espinoza y Manuel Gallipoli.
Esmela de Educación:
Gricela Bermúdez, Mireya Cárdenas, Juan Cabrera, Gladys Contreras,
Glye García, Aglae Giménez, Liria Gómez Puntonet, Luis Gutiérrez
Prado, Gisela Lanz, Noemí Liendo, Bernardo Montero, Ilia Pérez Mén-
dez y Modesto Sánchez.
Escttela de Periodismo:
Angela Bracho y María Esther Lozano.
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l. Julio de 1825.
2. Son los siete mapas que rcproJutimos en esta edición.
3. US padres fueron Domenico Codazzi y Costanza BanoJotti .
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davia se extiende por una vasta llanura recubierta de tupidos matorrales,
donde de vez en cuando encuéntranse manadas de soberbios caballos y
muchas ovejas. Las casas, en aquellas an1plias soledades, no se distinguen
sino por el humo que de ellas sale, ya que están casi enterradas en el suelo,
cubiertas de tierra también en su parte superior sobre la cual crece la hierba,
y no presentan indicio alguno de vivienda. Se construyen así por el gran
calor que impera en verano, por el gran frío del invierno y, además, para
no exponerse a las vejaciones de los turcos que pasan por estas comarcas.
En las cercanías de Bucarest muchas de ellas están habitadas por gitanos,
y he visto a uno de éstos tomar a su hijo y golpearle la cabeza contra una
piedra porque no dejaba de llorar. Las mujeres y los hombres van casi
desnudos, mientras los niños, de ambos sexos, lo están completamente. Su
tez es bronceada, y la mayoría vive errante, en carpas que llevan consigo
de un lugar a otro, según les convenga, para poder robar y asesinar. El
terreno, en varios puntos, es algo ondulado, mientras en otros presenta pan-
tanos que en invierno lo hacen poco transitable, a menos que existan otras
vías de comunicación. Al cruzar el río Jalomita, se llega a Facsani, ciudad
fronteriza entre Moldavia y Valaquia, célebre por el Congreso de 1772
entre turcos y rusos, y que pertenece por mitad a los principados.
Sus casas están totalmente constnúdas de madera, con vigas que sos-
tienen el techo cubierto de tablitas; en ellas residen sargentos austríacos, ru-
sos y prusianos, para la rápida expedición de los despachos. Moldavia es
igual a Valaquia por sus llanuras, aldeas y haciendas. Con una embarcación
se cruza el raudo, pero navegable, río Serret y se llega a un terreno un poco
más elevado y cubierto de matorrales. Durante este trayecto de diez días,
menos que a Facsani, siempre hemos vivaqueado y hecho guardia de noche,
según la costumbre. Al llegar a Jassy, capital de Moldavia, la encontramos
igual a Bucarest, y es fácil confundirlas tanto por las fábricas, como por las
calles, mercados, iglesias, usos, costumbres; podría decirse que son dos ciu-
dades hermanas. Aquí también residen los cónsules y lill Príncipe, nombrado
como el de Bucarest. Nos habían recomendado al cónsul austríaco, el cual
nos recibió muy cortésmente y nos introdujo, como es costumbre, en varias
tertulias. Es de notar que los moldavos acostumbran, al entrar en un círculo
de boyardos donde haya también mujeres, dirigirse a la dueña de casa, des-
pués a las otras damas, y besarlas en los hombros, mientras ellas los besan
en la frente. También aquí el libertinaje no tiene límites y las mujeres nada
tienen que envidiar a las griegas y a las valacas. Permanecimos en esta ciu-
dad varios días; luego partimos en un coche con un médico hebreo y una
dama vienesa, casada en Jassy con un ex oficial francés . Nuestro coche
tenía cuatro caballos y, como es costumbre, era guiado por hebreos, los cua-
les son óptimos cocheros y aman ir casi al galope. Atravesamos la ciudad
de Botosani, la aldea de Pelipultz y finalmente, pasado el Pruth, cumplimos
en una pequeña aldea la cuarentena que, puesto que llegábamos de Bucarest
(no manifestamos ser provenientes de Constantinopla, pues en aquella ciudad
el cónsul nos había provisto de un nuevo pasaporte) fue solamente de diez
días, que pasamos jugando, comiendo y durmiendo. Volvimos a salir y
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NOTA: na visa griega testifica el paso por Valaquia_ y otra del cónsul Fleisack,
en fecha 7 de agosto de 1816, el paso por Bucarest; para trasladarnos a
]assy nos entregaron un nuevo pasaporte. Nosotros conservamos el ,·jejo.
en el cual consta ,isa consular de Jassy, y otra de Czernowitz. Fue visado
además en Lemberg. Tomaschow en la frontera rusa, en Z'lmosc, Lublin y
Varsovia. En esta ciudad se agrega un pase con el visto bueno para
Danzig, donde obtuvimos la visa y un nuevo pasaporte para Rotterdam,
Holanda. En Amsterdam nos otorgaron vis:! para Baltimore, en América.
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Na\egalión de Amsterdam a los Estados Unidos; descripción del clima, usos y coso
tumbres de aquella región. Viaje a varias poblaciones, y partida para México, a fin
de prestar nuestros servicios a aquella república
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1. Long Island no está situada frente a Boston. Quizás Codazzi quiso decir
Cape Codo
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En el sur hay también muchos negros, parte de los cuales aún VIve en la
esclavitud. Los indios de América se han retirado hacia el interior del
inmenso país que, poco a poco, han cedido a los Estados Unidos, bajo
convenios o pagos.
Estos indígenas son fieros, fuertes, buenos cazadores, y valientes gue-
rreros; poco se ven en la ciudad y solamente alguna vez en los grandes
mercados o ferias, a los cuales acuden para cambiar sus pieles de castor,
armiño y otros animales, por armas, tabaco y licores fuertes, a los cuales
son excesivamente aficionados.
El carácter de los americanos de Estados Unidos es una mezcla de
las varias naciones que les han dado origen, y se nota en ellos la vivacidad
de los franceses junto a la seriedad de los ingleses, la hospitalidad irlan·
desa y la asiduidad en el trabajo propia del pacífico alemán. Podría pen-
sarse además que la mezcla de los muchos aventureros llevados por dife-
rentes causas a estos lugares, la gran libertad de que cada uno disfruta, la
diversidad de trabajo y las muchas religiones y sectas que aquí se profesan,
podrían haber depravado las costumbres y llevado al exceso la libertad;
pero sucede 10 contrario, y las sabias leyes dictadas por un pueblo verda-
deramente soberano, hacen que se mantengan muy estrictamente el orden
moral, la pública decencia y la honestidad. Para nosotros los europeos es
algo verdaderamente nuevo el ver la prosperidad de un gobierno que no
profesa ninguna religión, aunque las permite y tolera todas, que manda
el día domingo a sus soldados una vez a un templo, una vez a otro, y
así sucesivamente hasta que los hayan recorrido todos: y ciertamente no
son pocos, como se comprende viendo los de esta ciudad. Aquí se aman
y respetan como miembros de una sola familia católicos romanos, protes-
tantes holandeses, metodistas blancos y negros, alemanes protestantes, lu-
teranos, evangelistas, judíos, hermanos Moravos, puritanos asociados, pu-
ritanos reformistas, anabaptistas, anglicanos, cristianos Dunkers, cuáqueros,
universalistas, unitarios, episcopales, congregacionistas, multiplicantes y ma-
sones, los cuales públicamente entierran a ~us hermanos con todos los dis-
tintivos que suelen llevar en logia, esparciendo flores sobre las tumbas y
recitando oraciones fúnebres.
Esta masa de pueblo es controlada por leyes civiles, y no por la re-
ligión, como en nuestro país, ya que ésta se profesa aquí según el gusto
de cada uno, y muchos la escogen sólo para decir que tienen una. La mayor
parte no profesa ninguna fe, y es notable cómo en una sola familia con-
viven miembros de diversas sectas, que jamás llegan a discutir en materia
de religión; la civilización es común a todos estos sectarios y no sectarios.
Por otra parte, no es raro descubrir en ellos ciertos rasgos audaces y ciertas
actitudes de hombres libres que demuestran no someterse a la etiqueta ni
a los cánones de la conveniencia, y que prefieren recordar que somos todos
iguales, y que los titulos de nobleza, inexistentes aquí, no elevan a nadie
sobre los otros. Ricos y pobres, todos tratan de dar una educación a sus
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Ferrari: Señor: he guerreado contra España por más de cinco años, pOI
tanto he conocido y experimentado el carácter feroz de aquella
nación. Ni siquiera si me encontrase frente a frente con el diablo
flaquearía, especialmente estando al servicio de una nación que
se esfuerza por conquistar los sagrados derechos de la indepen-
dencia".
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gruesa. Estaban cortadas en forma de cojín, se llenaban con paja y se
unían con un hilo que se extrae de los áloes macerados, abundantísimos
en aquellos bosques. Una cuerda hecha con el mismo hilo, atada debajo
del vientre, desempeñaba el oficio de correa, y se ajustaba mediante un
pedacito de madera cubierta por la mencionada corteza. La grupera estaba
también formada por aquel relleno, igualmente recubierto. Los estribos se
componían de un pedazo de madera de un palmo de largo, a cuyas ex-
tremidades se ajustaban dos trozos de cuerda que se unían en un solo cabo
amarrado a la silla.
En un día nos preparamos y nos pusimos en canlino por llanuras
tan inmensas que era necesario servirse de la brújula para controlar, de
tanto en tanto, si los indios nos guiaban bien. La comida consistía en reses
apresadas por los indios en aquellas mismas llanuras. Descuartizadas, se
asaban sobre llamas de rastrojos, y en los caños de los fusiles se tostaba
y se ahumaba aquella carne que nuestros dientes hambrientos no desdeñaban
morder, todavía sanguinolenta y sin sal. El cielo era nuestro techo, y los
caballos, amarrados a varias estacas de madera que llevábamos con noso-
tros, se alimentaban y reposaban a nuestro lado. Después de tres días de
marcha continua, encontramos un terreno más variado, lleno de bosque-
cillos y zarzas; al cuarto estábamos a punto de cruzar el río Hondo, cuando
varios indios nos trajeron la infausta noticia de la muerte de Mina, de
la dispersión del ejército y también de la fuga de todos los generales ante
las tropas victoriosas de México que, espada en mano, los perseguían
por doquiera. Acampamos al borde del río sin pasarlo, en espera de ul-
teriores noticias de los fugitivos, que hasta allí nos llegaban. Supimos
entonces que Mina, fortalecido por muchos millares de soldados y de indios
que se acogían en tropel a sus banderas, había podido invadir varias pro-
vincias, y había creído conveniente reunir a los hombres notables de éstas,
para que propusiesen una forma propia de gobierno sobre el modelo del
de los Estados Unidos y redactasen una Constitución adecuada a su país
y a sus intereses; con ello podría mejor demostrar a las provincias del
interior de México, hacia las cuales marchaba, el vivo deseo que tenía de
romper las cadenas que las oprimían y, al libertarlas, de dejarlas dueñas
de escoger la forma de gobierno que más les gustase, no aceptando para
sí sino ser el ejecutor de las órdenes que por el Soberano Congreso le
fuesen transmitidas. Reunidos entonces en una pequeña aldea, comenzaron
sus deliberaciones lejos del fragor del combate, que se libraba a orilJas
de un río, a algunos días de camino.
Realizaban sus sesiones en la iglesia de esta aldea; pero entre los
miembros del Congreso estaban unos españoles, aún apegados a su antiguo
gobierno, que veían de mal grado surgir de las cenizas de un reino esta
nueva república; por esto, secretamente reunidos, tramaron el fin de Mina.
Los miembros nativos de América veían en este hombre a un libertador
y, de buena fe, se ocuparon del bien de su país. Entretanto, los otros
preparaban la ruina del comandante, dando cuenta al Virrey y a las tropas
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Lallemand, en el que había más de tres mil oficiales de distintos grados
y armas, de todas las naciones europeas. Se puede decir que eran ellos
unos tigres hambrientos, a los cuales se les señalaba como presa México.
y ciertamente, habrían tenido éxito en la empresa si el rey José Bonaparte
hubiese secundado a aquel general en su proyecto, cuya finalidad era ha-
cerle rey de México. Pero se dice que Bonaparte temía que de aquella
corona se apoderase más bien el mismo Lallemand, y que por consiguiente
disminuyó el envío de los convoyes necesarios. Debido a esto, el general,
muy a su pesar, fue obligado a engañar y abandonar a sus hermanos de
armas, con el pretexto de ir a los Estados Unidos para procurarse los
medios para la expedición. Luego, igualmente debieron desistir los otros
dos que lo habían reemplazado en el mando, de tal manera que aquellos
infelices, carentes de medios para subsistir, se vieron obligados a abandonar
el lugar que creían el principio de su fortuna militar, y que se había
vuelto, en cambio, un receptáculo de la miseria y de la desesperación. Al-
gunos de estos desgraciados pasaron a Luisiana a ejercer una profesión
o a enseñar su idioma o cualquier ciencia que poseyesen: otros remontaron
el río Misisipí y se quedaron con los indios que vivían en sus orillas,
ocultando entre ellos su miseria y contentándose con vivir olvidados pot
el mundo entero. Otros se esparcieron por los Estados Unidos, algunos
vinieron a las Antillas a unírsenos, y los demás se acogieron bajo los
estandartes de Bolívar, en Margarita y en el Orinoco.
Alejándonos de la tierra, que dejábamos con tristeza, navegamos por
el golfo de México hacia la isla de Cuba, r entretanto nuestro general,
con algunas personas mexicanas de mérito y varios republicanos, organi-
zaba un plan para desembarcar con nuestra poca gente en la Florida,
enarbolar la bandera de México y llamar a aquellos pueblos a la libertad.
Con poco más de trescientos soldados y doscientos marineros tratábamos
de hacer resurgir la caída república, y de someter la Florida, donde las
plazas de San Agustín y Pensácola, capitales de la parte oriental y occi-
dental, estaban bien guarnecidas con excelentes fortificaciones y un buen
presidio. Como lugar de desembarco se escogió la isla Amelia,! porque
era apta para ser defendida por nuestras pequeñas fuerzas de los ataques
de los españoles, cercana a San Agustín, que debía ser nuestra segunda
conquista, y en contacto con los Estados Unidos, de los cuales estaba
separada por un brazo de mar, de apenas una legua, en el lugar donde
desemboca el río de Santa Marta, ciudad distante unas quince millas de
Amelia. Reunidos en consejo, los altos oficiales y los jefes de los mexica-
nos refugiados aprobaron el plan propuesto. Así, vueltas las proas hacia
la Florida, en pocos días la tuvimos a la vista y nos estábamos acercando
a la isla designada, cuando unos fuertes cañonazos que provenían de
aquélla nos indicaron que allí las tropas se batían violentamente. Forzá-
bamos las velas para penetrar en un canal que da acceso al fuerte, cuando
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neras para la infantería y, en la parte superior, unas rendijas para la
artillería ligera. Cortamos gran cantidad de árboles, no sólo para poder
descubrir desde lejos al enemigo, sino también para que lo obstaculizasen
en su marcha. Se trazó y se cavó un gran foso y un pretil que unía las
casas fuertes, rodeaba toda la villa y podía contener nuestras tropas, las
cuales, de esta forma, estaban en una ciudad atrincherada por el lado de
la tierra firme. Una sola vez se presentaron los adversarios, al principio
de nuestros trabajos, pero fueron tan bien recibidos, derrotados y per-
seguidos, que jamás tuvieron ganas de volver a molestarnos. Pocos habi-
tantes habían permanecido en la isla, de manera que todas las casas que-
daron a disposición de los soldados, los cuales aumentaban a diario por
la cantidad de hombres y oficiales que se nos unían; por consiguiente,
en poco tiempo, habríamos podido cómodamente ser los dueños de la
Florida.
Ya se estaban formando cuatro regimientos con la denominación de
La Unión, Ame1'Ícanos, Fl'cmceses y Cuerpo de Artillería. la escasez de
víveres y la abundancia de tropas y empleados hacía que el dinero se
gastase en muchísimas provisiones de boca y de guerra, debido a lo cual
no quedaban medios para pagar a los soldados, que con insistencia reque-
rían su sueldo. El general reunió un consejo para este caso de emergencia,
y el tesorero Pedro Guald (sic) propuso entregar billetes de banco, o sea,
papel moneda garantizado por el nuevo gobierno y su general en jefe.
Esta invención surtió el efecto deseado, pero no mucho tiempo después
estallaron nuevas rebeliones entre las tropas y esencialmente entre los
americanos, los cuales, muy superiores en fuerzas a los viejos secuaces
de Aury, veían con desagrado que este jefe dejase siempre en manos de
aquéllos el fuerte principal.
Un día, se amotinaron, y llevaron un cañón calibre 24 que protegía
una calle, hasta la plaza, apuntándolo contra la puerta del fuerte. Nosotros
no teníamos para oponerles sino dos piezas de a 6. En este trance, Aury
hizo tocar la alarma general y, presentándose en medio de la plaza, formó
a los suyos con el ala izquierda apoyada en el fuerte; luego, él solo con
su edecán se introdujo entre la muchedumbre de los americanos, se montó
osadamente sobre la pieza, con un pie cerró su boca y, señalándose el
pecho, indicó que si no estaban contentos debían disparar alli, pero no
arremeter contra sus hermanos de armas. Tanto sorprendió la valentía de
este hombre, tanto impresionaron sus palabras, que aquéllos prometieron
regresar a sus cuarteles, pidiendo sin embargo el honor de subir al fuerte
tanto americanos como franceses, y de que los dos comandantes tuviesen
alternativamente las llaves.
las circunstancias requerían que, por el momento, se accediese a sus
pretensiones, y para no dar lugar a sospechas, les fue concedido cuanto
pedían; pero no pasaron dos días, cuando una noche recibí yo la orden
de ir con mi edecán a clavar el cañón. Hacia la medianoche fuimos juntos
de ronda, y como el cuerpo de guardia distaba unos treinta pasos del
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bIes, nos dieron aún más valor, de modo que, animados por el número
y por la posición, pedimos y ordenamos que la plaza fuese desalojada de
inmediato, amenazando con ametrallados a todos. Ellos se alejaron con
gran presteza, y pudimos devolver el cañón a nuestro fuerte. Este último
suceso nos permitió conocer a sus cabecillas los cuales, mal dirigidos y
lentos, carecían de energías, coraje, unión, y ninguno era capaz de reparar
los errores que en la ejecución se habían cometido. Su intención era la
de adueñarse del fuerte y obligarnos a abandonado, para enarbolar ellos
la bandera de los Estados Unidos e invitar luego a sus tropas a ocupar la
isla; decían ser éste un anhelo del presidente de los Estados Unidos, el
cual temía que si nosotros conquistábamos la Florida, estaría perdida para
ellos. Inmediatamente se promulgó la ley marcial y se formó una comisión
permanente que, al instante, apresó a los jefes, quienes en número de doce
fueron relegados a una isla desierta de las Lucayas; otros veinticuatro fueron
expulsados de Amelia.
Habían terminado las deserciones, y todo marchaba en buen orden,
cuando un barco de guerra de Venezuela, comandado por un francés, trajo
la noticia de que Bolívar había abandonado a Venezuela, y entrando rá-
pidamente por el gran río Orinoco se había apoderado de la ciudad for-
tificada de Angostura, había reunido el Congreso de Venezuela, y se pre-
paraba para conquistar la provincia de Paria, marchar luego sobre Caracas
y libertar todo el país. Tal anuncio se publicó con una gran alegría y
fuegos. Nuestros trabajos se activaban, y fabricábamos gran cantidad de
barcos y lanchas cañoneras para ir a San Agustín; los españoles, por dos
veces derrotados, no se movían de sus plazas fuertes, de manera que
también el interior del país estaba a nuestra disposición. Pero un castigo
terrible nos segaba en número tan grande, que inclusive se prohibió ren-
dir los honores militares a los oficiales mismos. La fiebre amarilla hacía
increíbles estragos entre nosotros; a ella se añadía una especie de fiebre
que subía a la cabeza, produciendo delirio, y al cabo de tres días o se
moría o se quedaba tan débiles que era necesaria una larga convalecencia
para recobrarse. De los veinticinco oficiales italianos y franceses de nuestro
alojamiento, en cinco días murieron diez. Tampoco nosotros pudimos sal-
varnos del morbo terrible; el compañero Ferrari fue atacado por la fiebre
delirante, y yo pedí permiso al general para no ir al fuerte donde el debe!
militar me llamaba, y así cumplir con el de la amistad. La primera noche
cayó en delirio y salió al patio envuelto en una sábana, pareciéndole estar
de guardia; yo lo secundé y fingiéndome el jefe, lo conduje nuevamente
a la habitación. Al día siguiente el buen doctor Gulain o Pulain,2 al
que nunca debe olvidar Ferrari, le devolvió la vida. Hojas de Palma Christi
bañadas en vinagre sobre los riñones, otras mezcladas con sal y limón
atadas a la cabeza, además de frecuentes lavados intestinales e ininterrum-
pidamente una bebida refrescante, al cuarto día lo habían salvado, sin que
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los nuestros permanecerían en varios pontones que estaban en el puerto,
y que los oficiales residirían en sus respectivos alojamientos.
Cada día nuestras tropas disminuirían por las continuas deserciones,
puesto que temían alejarse demasiado de su país, y en menos de un mes,
con excepción de unos oficiales americanos, nos quedamos únicamente los
oficiales y soldados que habíamos salido de Galveston. y no todos, ya
que una parte había sido segada por el clima inconstante y malsano del
país.
Grande era nuestro desagrado al vernos obligados a ceder lo que
habíamos conquistado, y verificarse así el proverbio de la razón del más
fuerte . Comenzaba el año nuevo, habían terminado aquellos calores exce-
sivos, causa de tantas enfermedades, se sentía un poco de fresco cuando
soplaba el viento del norte, y se gozaba de una temperatura muy apacible ;
apenas embarcada la artillería, las municiones, los equipajes y todo lo que
nos podíamos llevar, partimos, saludados desde el fuerte. Bordeamos la
Georgia hasta Charles ton donde, de noche, encallamos en un banco de
arena, y por las repetidas sacudidas rompimos el timón; afortunadamente
el mar no estaba agitado, pues de otro modo habríamos perdido el mejor
barco que poseíamos. En esta ciudad de los Estados Unidos, que tiene
un buen puerto y excelentes fortificaciones para defenderlo, arreglamos
el timón roto e hicimos provisiones de licores, cuerdas, embutidos, harina,
legumbres y bizcochos. Después de varios días, zarpamos: nuestra gran
armada se componía de un barco, con veinte piezas de cañones calibre 18,
en el cual se encontraban el general, su Estado Mayor, cincuenta oficiales
y otros tantos suboficiales y soldados, varios emigrantes mexicanos y ve·
nezolanos y unos ochenta marineros; otros dos barcos de dieciséis piezas,
con treinta oficiales e igual número de suboficiales y soldados, y cuarenta
marineros; entre todos sumábamos alrededor de trescientos hombres.
Ocupaba yo entonces el cargo de capitán §Iaduado de artillería, y
mi compañero el de mayor graduado de infantería. Estas reliquias de la
aniquilada república mexicana navegaban, sin embargo, alegremente hacia
la isla de Cuba, donde desembarcamos a poca distancia del cabo San An-
tonio, y con una marcha de un día nos adentramos en una gran pradera,
en la cual hicimos provisión de muchas reses, gallinas, azúcar, bananas,
y lo embarcamos todo, menos las reses que descuartizamos en la misma
playa, salan10s y pusimos en unos barriles vacíos. Nos aprovisionamos
también de agua, y contentos por habernos abastecido bien, dirigimos
nuestro rumbo hacia las Lucuyas ; pasamos cerca de San Salvador, la pri-
mera isla descubierta por el célebre Colón, cuando buscaba el nuevo
mundo. Para nosotros fue la última que vimos en el largo viaje hacia
Buenos Aires, donde nos dirigimos esperando encontrar, al servicio de eSl
república, un lugar donde refugiarnos. En realidad, nos habrían resultado
más cercanas la isla de Margarita y Angostura del Orinoco, donde residía
el Congreso de la república de Venezuela, presidido por el doctor Zea,
y se encontraba el afortunado guerrero Bolívar, quien con el título de
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tados Unidos, y tenían por capitanes a hombres intrépidos que siempre
habían desempeñado ese oficio, en las guerras entre Francia y Gran Bre-
taña, y entre ésta y los Estados Unidos. Como jefe de esta pequeña pero
ordenada marina, que entonces por tal circunstancia pasó a propiedad del
Estado, AUiy operó de tal modo que jamás pudieron los españoles apo-
derarse de la gran bahía, ni obligar al fuerte de Boca Chica a rendirse.
Por la actividad de este joven guerrero no cayó el fuerte, aunque el ham-
bre asolaba de tal manera la ciudad, demasiado poblada, que después de
haber experimentado todos sus horrores, se decidió abandonarla al enemigo,
pues los habitantes se habían convertido en cadáveres ambulantes y las ca-
lles se cubrían cada día de muertos y moribundos de toda edad y sexo. El
comandante Aury asumió la responsabilidad de salvar a las personas más
comprometidas y a los jefes del ejército, con los soldados que los pocos y
pequeños barcos permitiesen transportar. En efecto, con el máximo secreto,
todas las familias de las autoridades de la república y las que estaban más
relacionadas con ellas, se embarcaron de noche en la oscuridad y en el
silencio. La pequeña flota se dirigió hacia el fuerte de Boca Chica, y des-
pués de haber embarcado al comandante y a los oficiales que lo defendían,
Aury, con su barco, abrió la marcha favorecido por un viento en popa y
por un espléndido mar; con todas las velas desplegadas, inesperadamente
St. lanzó en medio de la flota española, que, anclada pacíficamente, no es-
peraba una arremetida tal a la hora del mediodía, cuando el insoportable
calor del sol mayormente se hace sentir e invita a los fatigados miembros
de los marinos al reposo. En efecto, los españoles, medio adormecidos,
sorprendidos, desprevenidos para el combate, no sabían qué hacer, si levar
las anclas y seguirlos, o esperarlos, combatirlos y hundirlos. Pero Aury
no les dio tiempo, y disparando un nutrido fuego, seguido de cerca por
los otros barcos, pasó con poco daño entre los españoles. Sólo un barco
se hundía, cuando el intrépido y vigilante Aury, al ver el peligro, viró la
proa y, frente al enemigo, fue con su navío a socorrer la tripulación y
todos los pasajeros; así se efectuó la evacuación de Cartagena, con la pér-
dida de un solo barco, que se hundió sin que el enemigo pudiese gozar
siquiera capturándolo. La marina española se decidió por fin a perseguir
a los fugitivos, pero éstos, a bordo de sus ligeros navíos, surcaban las olas
con Wla celeridad tal, que apenas se divisaban sus estelas. Se refugiaron
todos en la isla de Santo Domingo, en la parte constituida en república ba-
jo la presidencia del mulato Petión, }' el puerto de Los Cayos les sirvió
de refugio.
Morillo, orgulloso por la conquista de la importante plaza de Carta-
gen a, avanzó hacia la Nueva Granada, en tres columnas, por los valles de
los ríos Magdalena, Cauca y Atrato, e invadió así las provincias de Mari-
quita, Antioquia y Darién, }' las de Vélez y Cundinanlarca; llegó a Santa
Fe de Bogotá con poca resistencia }' con una serie de éxitos debidos sola-
mente a la poca experiencia de los granadinos en hacer la guerra, a la tri-
ple invasión y al terror sembrado por la cantidad de tropas aguerridas que no
perdonaban la vida a quienes hubiesen empuñado las armas. Los jóvenes sol-
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de negros, los únicos cultivadores de aquellas provincias. Fue allí donde
lo proclamaron generalísimo del ejército y jefe absoluto de la expedición,
y donde todos se sometieron a sus órdenes, ya que le había sido conferido
un poder ilimitado.
y allí también fue donde se originó el incidente entre Bolívar y Aury,
pues aquél quería nombrar almirante de la república a un tal Brion, na-
tivo de la isla de Curazao, rico negociante y armador de varios barcos,
hombre que por otra parte, jamás había hecho la guerra y que, exclusiva-
mente a sus costas, prometía preparar a Bolívar una flota de ocho barcos,
armados y equipados. La clarividencia de Bolívar le hacía comprender que
este hombre se habría sometido a sus deseos y, por consiguiente, era capaz
de cumplir cabalmente su voluntad. Por otra parte, él no quería servirse
de las naves sino para el transporte de las tropas, víveres, armas y de los
despachos urgentes; no quería batirse en el mar con las flotas españolas,
ya que ello no cabía en su plan. El veía en Brion a un personaje opulento
que, una vez comprometido con su persona y con sus bienes, buscaría con
todos los medios a su alcance, y con sus relaciones, ayudar la causa de la
independencia y secundar en sus operaciones a Bolívar, para proteger cuan-
to arriesgaba. El comandante Aury, que vimos distinguirse en Cartagena al
salvar los restos de aquella República, era el único con alto grado en 13
marina, el único que conocía a fondo el oficio, por la formación recibida
en las fragatas francesas, y el único que había dado en la armada pruebas
de indomable coraje; en justicia, se le debía a él el comando de la marina,
pero no tenía a su favor los barcos ni el dinero, como Brion. Es verdad
que aquellos navíos salidos de Cartagena y comandados por expertos ca-
pitanes querían mucho a Aury y lo seguirían dondequiera, pero siempre
se trataba de varios pareceres, mientras que Brion era uno solo. Bolívar
habría podido, en esta emergencia, conciliar los espíritus, pero pensó que
los armadores y los capitanes lo habrían seguido a él y no a Aury, por lo
cual nombró a Brion almirante de la república de Venezuela, con la espe-
ranza de que el otro se conformaría. Pero Aury había recibido hacía poco
una invitación de las provincias mexicanas, recién sublevadas; por eso,
reuniendo sus capitanes de Cartagena, les propuso trasladarse allá con los
barcos, si Bolívar no tuviese para con ellos aquella consideración que bien
merecía la marina cartaginesa. Habló con Bolívar y le comunicó sus pro-
yectos, pero aquél se mantuyo firme, y quiso a Brion por jefe. Hizo todo
lo posible para separar de Aury a aquellos viejos capitanes, pero ellos le
profesaban demasiado afecto y no lo dejaron solo.
Disgustado, Aury partió para México, donde al llegar a la provincia
de Texas obtuvo el grado de general de Brigada, gobernador de aquella
provincia, y logró que el gobierno comprase los barcos que conducía; hizo
incluir con altos grados, a sus oficiales entre los primeros de la marina
mexicana. Se preocupó mucho por aquella república, pero sus esfuerzos
fueron vanos debido a la poca organización interna y a la falta de energía
de sus jefes. Nuestra llegada a Galveston ilustra el resto de la vida de
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stnaa se había entregado a toda suerte de insubordinaciones. Los numero-
sos negros y gente de color, unidos, habían tomado una preponderancia
tal que parecían querer proceder por su cuenta, y habían nombrado como
jefe y generalísimo del ejército al mulato Piar, que habia decidido la ba-
talla. Tan pronto como llegó, Bolívar reunió el Consejo de Guerra, que
condenó a muerte a este valiente como conspirador y cabecilla de un com-
plot contra la república. La sentencia fue emitida y ejecutada de un solo
golpe, de manera que las tropas no se dieron cuenta de ello sino después
de realizada.
Luego expulsó a algunos de los más comprometidos, pagó a las tro-
pas, armó a los que acudieron en defensa de la patria, y marchó contra
el enemigo.
No había en aquel tiempo administración, ni leyes, ni seguridad, ni
disciplina; todo era caos, toda era libertinaje, todo era muerte. Quien no
tomaba las armas, quien no se unía, quien no suministraba lo que poseía,
era enemigo de la patria, y como tal degollado al instante. Aquellos ho-
rribles días hacían estremecer a todos, pero eran necesarios para consoli-
dar la libertad, lo que no se podía lograr en ese momento, sino con el
hierro y el fuego. Severo era Bolívar, firme y expedito en el obrar. En esa
época el general Mac Gregor, a causa de algunos sinsabores con el gene-
ralísimo, se alejó del teatro de la guerra, fue a Escocia, luego a los Estados
Unidos y logró organizar una expedición a Amelia con la cual esperaba
conquistar la Florida y hacerse un nombre en México. Su infeliz desenlace
se explicó antes, al narrar nuestro arribo a Amelia.
Morillo, que veía los progresos de Bolívar y la situación terrible y
desventajosa en la cual se encontraban todas las provincias de Venezuela
por el decreto de libertad de los esclavos, se movió con un ejército para
cercarlo e inducirlo a rendirse. Difícil era el plan y este hombre, protegido
por la fortuna, nunca careció de quien le informase con exactitud de los
movimientos del enemigo, por lo cual tomaba disposiciones siempre ade-
cuadas para esquivarlo, fatigarlo y vencerlo con marchas y contramardlas,
privándolo lo más posible de los medios de subsistencia. Las campañas
que Bolívar emprendía mediante los generales Páez, Urdaneta, Bermúdez,
A nzoátegui , Santander, Valdés y Soublette en las provincias de Cumaná,
Barcelona, Panlplona, Mérida, Maracaibo y en los extensos llanos de Ca-
racas, resultaban fatales y terribles para los españoles, los ruales, aunque
maestros en tales guerras, como habían demostrado en los siete años de
campañas contra los franceses, poco podían valerse de su táctica contra
hombres que jamás pedían paga, ni raciones, ni vestuario, ni zapatos; que
no conocían qué cosa era un equipo, dormían sobre la desnuda tierra al
aire libre, penetraban en lo más tupido de los bosques, trepaban por las
más altas y escarpadas montañas. En los llanos todos montaban a caballo
y, con una velocidad increíble, iban de un lugar a otro, cambiaban de
cabalgadura cuando encontraban alguna manada, montando caballos en
estado salvaje, y lanzándolos sin miedo contra las líneas enemigas. Atra-
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lombia, y he aquí expuestas las razones por las males el general Aury no
quiso trasladarse a Margarita, o a Angostura, prefiriendo más bien el viaje
basta Río de la Plata, viaje que nos llevó a una peligrosa travesía, tan larga
que nos acostumbramos de tal manera al líquido elemento, que ya no te-
míamos a las frementes tormentas que nos azotaban . La escasez de agua y
de víveres se hizo sentir tan fuertemente que, de permanecer más tiempo
en el mar, gran parte de nosotros habría muerto de hambre. No encontra-
mos jamás ningún navío, tampoco vimos isla o continente alguno, y sólo
nos dimos menta de que estábamos en el gran Río de la Plata por las tur-
bias aguas casi dulces que, avanzando a una distancia de muchas leguas,
repelían las saladas aguas del mar.
NOTA: Estas relaciones las he obtenido de buenas fuentes , que han presenciado
casi todos los acontecimientos.
Descripción de Buenos Aires, sus usos y costumbres, productos e índole de los ha-
bitantes. Acogida y destino de nuestras fuerzas. Partida en socorro de Bolívar, hacía
Margarita. Encuentro con la flota de Brion, y salvación de la marina colombiana
debida a Aury. Llegada a Santo Domingo, noticias sobre esta isla, usos, costumbres
y productos. Salida para Jamaica, donde residía el Ministro de Buenos Aires; des-
cripción de aquella isla y viaje hacia la Vieja Providencia
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dente el plátano por sus grandísimas hojas y por su fruto que, en estas
comarcas, suple ordinariamente al pan; una pequeña plantación dura más
de cien años y es suficiente para el consumo de una discreta familia, sin
necesidad de trabajarla más. Los campos están adornados, durante todo
el año, de flores, frutos maduros y verdes, y la vegetación tiene siempre
el mismo vigor. Se cultiva también el ananás, el fruto más saludable y
bueno de América, así como el árbol que produce el anón, que pueden
comer también los enfermos y tiene forma de un corazón de buey, de cás-
cara verde y pulpa blanca. La papaya, entre escasas hojas, tiene en la ex-
tremidad del tronco muchos frutos amarillentos, de sabor parecido a nues-
tros higos. El bello tamarindo, con cuya pulpa se hace una refrescante
bebida, compite con el mango, cuyos frutos se asemejan algo a nuestros
duraznos, pero tienen un sabor bastante diverso y son muy jugosos. Es
maravilloso el árbol del cacao, con su fruto a manera de sandía, que en-
cierra las almendras cIue sirven para la preparación del chocolate. Cultívase
el tabaco, el maíz, las papas, algunas de las cuales son dulcísimas. 6 Tam-
bién se usan como pan las raíces tostadas de mandioca, así como los tu-
bérculos del ñame, que se comen mucho. Los habitantes prefieren el plá-
tano y estas raíces al pan, aunque sea el más sabroso y blanco que se pueda
imaginar. Los árboles que producen el pimiento de varios colores, amarillo,
verde y rojo, son frecuentes y silvestres como los naranjos. Se cultiva es-
casamente una planta semejante a nuestro trébol, de flores rojo violáceo,
sin perfume, que s.irve para la extracción del añil. Asimismo prospera la
vainilla cuya planta, sarmentosa y sinuosa como la vid, está embellecida
por pequeños capullos rojos, sostenidos por hojas muy gruesas de un verde
pálido que adornan al fruto semejante al racimo del banano, pero más pe-
queño. Aquí nacen y se propagan por sí solos el melón, la sandía, los ajíes
verdes, amarillos y rojos, muy picantes. Es sorprendente el cultivo del arroz,
que se lleva a cabo en las altas montañas, donde crece por las densas nubes
que sobre aquellas cumbres dejan sus vapores, y por los grandes rocíos de la
noche. Hay por doquiera mud1as tunas silvestres, áloes y todas aquellas
especies de plantas con y sin espinas que en nuestros jardines sirven de
ornamento y se conservan en invierno, en los invernaderos. El clima, en
estas regiones, es siempre igual; el invierno se reconoce por bs continuas
lluvias y terribles huracanes que a veces azotan estas islas en los meses de
agosto, setiembre y octubre. Pero en estos intervalos no se siente el fria ;
solamente el aire es un poco más fresco por los vientos y las lluvias. Du-
rante el resto del año las brisas marinas hacen más soportable el calor que,
de otra forma, sería tan fuerte que la raza humana a duras penas podría
vivir aquí.
En las playas hay muchas tortugas que depositan sus huems, de sa-
broso gusto, en la arena ; las hay de tamaño desmesurado y algunas pesan
más de ochenta libras, sin la concha que es durísima. Se hallan igualmente
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Abunda el manzanillo cuyos frutos, parecidos a manzanas, invitan
con su fragancia a los incautos a comerlos, y morir luego, tal es la poten-
cia de su veneno. Son muchos los árboles, frutos, hojas y flores veneno-
sas, razón por la cual el europeo en estos países debe ser muy cauteloso.
En la isla hay muchas aves, y en sus costas también abundan unas mari-
nas semejantes a grandes palomos, completamente blancas y muy fáciles
de capturar cuando se posan sobre algún barco: por esto se las llama
bobas. 9 Se alimentan con peces y proliferan en los arrecifes y en las pe-
queñas islas desiertas, muy frecuentes aquí. Hay asimismo garzas, todas
blancas, con altísimas patas; siguen a su rey, completamente negro, que
marcha siemp re adelante. El pájaro llan1ado cardenal es admirable por su
roja cabeza, y el turpia! anaranjado, con plwnas negras r amarillas, canta
muy bien. Las verdes cotorras y los multicolores papagayos vuelan en tropel.
En esta isla habitan pocos blancos, rew1idos particularmente en la
parte que pertenecía a los franceses. Los negros, que por largo tiempo
habían estado sujetos a Toussaint Louverture y al emperador Dessalines,
se sublevaron en armas contra sus runos y después de masacres, incendios
y atroces episodios en las ciudades, aldeas y cabañas de los esclavos, se
convirtieron en dueños absolutos, r se repartieron las pertenencias de los
colonos franceses. La historia detalla muy bien en qué modo cruel y
bárbaro eran tratados, y su manera aún más inhlunana de vengarse de los
malos tratos recibidos y hacerse libres. Este pueblo presenta Wla mezcla
de colores y matices más o menos oscuros: su piel es bronceada, o color
del ébano, o cobre tendiente al gris, según las diferentes uniones entre
blancos y negros, que han generado a los mulatos, mestizos y cuarterones;
todos ellos se denominan gente de color. Estos y los negros monopolizan
hoy día el comercio, }' ahora son funcionarios, magistrados, dueños de fin-
cas, los que antes eran todos esclavos.
Por la falta de educación y por el yugo de la esclavitud, del cual
hace tan poco se han liberado, la ignorancia es entre ellos general; pero
descubrí en esta gente un discernimiento tal que los capacita para apren-
der rápidamente, a menos que el orgullo y la vanidad les hagan desdeñar
la enseñaJ1Za. Visten con lujo, son engreídos, dados a las mujeres, al
baile y al juego. Son despiertos, ágiles }' buenos soldados, pero tan fogosos
que a menudo necesitan de alguien que los frene. Generalmente el negro
y el hombre de color son muy listos y astutos ; se ayudan recíprocamente
en la necesidad, con una cordialidad notable. Las mujeres nacidas en
climas cálidos son de temperamento ardiente; las negras son muy pulcras,
de fisonomía y silueta interesantes, pero sin gracia, sin buenos modales,
sin dulzura, y la lubricidad constituye todo su encanto. Las mestizas son
indolentes, caprichosas, astut:J.s ; pero si alguien llega a interes:ules, se
parece más bien que es ta vez podría correspo nder al ,¡rak" de los antiguos
parecas, cu}'a madera era usada en la cons trucción de patucos, al cual se
refie re también Gil ij (, éase Lisa nd ro Ah-arado: GI"sa.io. pp. ?7 r 28 1-282) .
9. Es el páj aro bobo.
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(jno de los últimos retratos de Codazzi
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10. "Ranas: bajo de peñas de la mar del Norte que se compone de seis islotes,
y está entre la punta de Morante, de la isla de Jamaica, y la cabeza del
oeste de la de Santo Domingo, en 299 grados de longitud Oeste y 17
de latitud Norte". (Alcedo : Diccionario G eográfico).
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CAPITULO VIII
Toma de las islas situadas frente al Istmo. Descripción de Santa Catalina y Vieja
Providencia, clima y productos. Construcción de fortificaciones. Un huracán des-
truye los navíos anclados en la costa. Horribles consecuencias. Expedición de Mat
Gregor a Portobelo. Salida de PI'ovidencia y conquista de San Felipe y de Izábal 1
en el golfo Dulce. Botín recaudado, toma de un b,.ick de guerra y arribo a Bélice. 3
Salida hacia la isla de Cuba. Toma de varios barcos de guerra y llegada a Jamaica.
Mi destinación a Tierra Firme. Amenaza de Aury a Portobelo y regreso a Vieja
Providencia
Con poco esfuerzo nos adueñamos de todas las islas, porque a nuestra
llegada los pocos españoles que allí estaban emprendieron la fuga; sin
tener que disparar, ocupamos las islas Providencia y Santa Catalina, se-
paradas por un pequeño estrecho, que juntas forman un puerto grande
y bello, con posiciones adecuadas para la fortificación. Antiguamente los
españoles tenían en ellas un presidio y una prisión para todos aquellos
que el gobierno de Panamá consideraba delincuentes. Aquí el famoso jefe
filibustero Margan, más tarde gobernador de Jamaica, reunió a sus espías
y guías, para penetrar en Panamá. Desde aquí envió su vanguardia a la.
toma del fuerte de Chagres, mientras él se internaba por el río que lleva
el mismo nombre hasta Cruces, 3 para luego tomar y saquear a la antigua
ciudad de Panamá. En la lejanía se divisa un escollo en forma de cabeza,
que los habitantes dicen ser la de Margan.
Los fuertes que los españoles tenían allí estaban demolidos, y apenas
se reconocían los cimientos, recubiertos por plantas, espinas y tupidas
malezas. El terreno es montañoso, con pocos caminos O veredas que dan
vueltas por rocas dentadas inaccesibles, sin un solo árbol. Más abajo hay
1. En el texto italiano lIabell.;¡ por 1zábal.
2. En el texto italiano La Valiggia por Bélice.
3. Pequeña aldea a orilla del Chagrc:s, antiguamente rica y poblada por ser
punto de cruce del tráfico entre Panamá y Portobelo.
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<l. Con toda probabilidad Codazzi transcribe erróneamente la voz inglesa Coks·
PUT, que indica una especie de acacia.
5. Es probablemente una alusión a la yum dulce y a la ruca amarga.
6. En el texto italiano cara=%, corrupción de la "oz española corosol, o de
la francesa cOI·oHol. Es el anún.
7. Chil1ca, si es \'oz italiana, se leeria Kioca, y podría ser errata por K inea.
¿Es acaso la "paja de Guinea" (Pal1imm maxilllflm) conocida también 0\-
mo gamelote o camalole? Véase Pérez Arbe!áez: Plan/.u tÍtiles de Co.
lombia, p. 405.
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Llegada a San Bias. Noticias sobre aquellos indios. Partida para el golfo de Dari~n
y navegación por el río Ateato. Descripción del clima, productos, animales e insectos
que se encuentran en la región del Ateato. Llegada a la capital del Chocó. Informes
recibidos acerca de los republicanos y vi aje a Novi t:!. Otras noticias que me hacen
emprender el camino hacia el valle de Buenaventura. Com'ersación con Cochrane
en el océano Pacífico. Peligroso paso de Los Andes. llegada al valle del Cauea
y encuentro con los republicanos. Paso del Qu indío y via je hasta Santa Fe de Bogotá
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10. Con la voz /'Jjapur¡, cuyo origen no hemos logrado aclarar, nos parece que
Codazzi indica el puma o león americano (Pllma cOllcolor). También se
podría pensar, por similitud fonética, en el yaguarundis (género Herpai-
IlIrlls) cuya descripción, según la Hist oria 'atural Ediar (Mamíferos sud-
americanos, Cía. Argentina de Editores, Buenos Aires, 19-íO) , corresponde-
ría a las indicaciones de Codazzi: "Los animales de este género tienen el pelaje
de un color prácticamente uniforme, sin manchas ... Se encuentran dos dife-
rentes tipos de coloración : un color pardo y ceniciento . . . un color rojizo vivo
que varía del leonado fuerte al canela".
11. Más tarde, en su Resumen de la Geografía de F enezuela. Codazzi incluirá
al manat] en el orden de los cetáceos.
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Pato y Radado,'14 allí cultivan cambures, ñame, maíz y yuca, ya que el
terreno, más elevado, no abunda en minerales como los otros, y es más
apto para el cultivo.
Me presenté al gobernador español con mi pasaporte expedido por
el cónsul de Jamaica y con la lista de las mercancías que deseaba vender
en aquella ciudad; él me recibió muy bien, ya que yo había tenido la pre-
visión de enviarle una caja de vino de Burdeos, una de ginebra, un barril
de ron, cuatro jamones de Holanda, dos medios toneles de bizcochos
blanquísimos y uno de flor de harina, rogándole aceptar el pequeño pre-
sente. Me dio permiso para vender mis mercancías que consistían en pa-
ños, telas, pañuelos, medias, artículos de seda, hilo de coser, agujas, tijeras,
cuchillos, espejos y zapatos. No obstante, pude saber muy poco acerca de
lo que mi misión requería; descubrí tan sólo que Bolívar había ganado
una batalla en la provincia de Tunja y que, según lo que se decía, mar-
chaba o había llegado ya a Santa Fe de Bogotá.
Pero estas noticias eran apenas murmuradas por el gran temor que
tenían a las represalias de los españoles. Era también notorio que todas
las tropas de la provincia marchaban hacia los Andes, lo que me indujo
a pensar que el ejército de Bolívar intentaba acercarse a ellos; entonces,
con el pretexto de colocar mis mercancías, decidí avanzar aún más. Me
encontraba en esta ciudad desde hacía ocho días y había logrado vender
mucho y con una ganancia superior a mis esperanzas. Pedí, por lo tanto,
permiso para pasar a Novita, ciudad ubicada a orillas del Tan1aná, rica
por el polvo de oro que abunda en el río, en una posición más elevada
que Citará, y antigua capital del Chocó. Obtuve el salvoconducto, y em-
barcado el resto de mis mercancías remonté durante cuatro días, con dos
piraguas, el río Quibdó, en cuyas riberas encuéntrase, de tanto en tanto,
unas chozas donde descansar de noche. En la mañana del quinto, llega-
mos a la bodega de San Pablo, donde, con unos indios que cargaban mis
cofres en la espalda, emprendí a pie la marcha, cruzando en menos de
dos horas este istmo, apto para ser cortado a fin de comunicar el río
Quibdó con el de San Juan que desemboca en el océano Pacífico, y unir
así a través de estos dos ríos, los dos mares, el Atlántico}' el Pacífico. Con
un pequeño barco de vapor se podría pasar entonces de un océano a otro.
El istmo se compone de pequeñas colinas no muy altas; el camino
está formado por gruesos árboles unidos, puesto que, por las grandes llu-
vias, sería imposible transitar a causa del lodo. Al llegar a la bodega de
San Juan, ubicada en la orilla derecha del río del mismo nombre, tomé
otras piraguas, y con todas mis pertenencias, descendí por el río San Juan,
tan grande como el Atrato; luego, doblando a la izquierda, entré en el
famoso río Tamaná, que no es muy profundo, y lo remonté durante un
día y una noche hasta la bodega de Novita. Desde el istmo hasta esta
ciudad el terreno es muy elevado, y hay por doquiera montañas altísimas.
La misma Novita está situada sobre un monte, y detrás de ella elévase
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nací a los marineros de nuestra república por los uniformes, y bajé al ca-
marote del capitán; después de haber comprobado que no me engañaba,
le narré en parte mi misión, rogándole llevarme ante el almirante. Efec-
tivamente, enrumbada la proa hacia Panamá, en menos de un día encon-
tramos la flota que navegaba en nuestra dirección: la integraban una
fragata, cuatro corbetas y muchísimos bricks. El capitán me llevó a bordo,
y presenté al almirante mis credenciales, cosidas en un par de zapatos. Me
dispensó una buena acogida, pero afirmó no poder realizar ninguna ope-
ración, ni demorar para atacar a Panamá, ya que Aury tardaría demasiado
en actuar efl Portobelo, y en marchar de allí a aquella ciudad para reu-
nirse con él; debía trasladarse inmediatamente al Perú, donde había
dejado al genera) en jefe San Martín que con todo el ejército avan-
zaba hacia Lima. Puesto que no podía prever el resultado de aquella
campaña, no quería alejarse demasiado del teatro de la guerra. Me dijo
además que había ido hasta Panamá, demorándose en las cercanías de
Buenaventura, para tratar de obtener noticias sobre los progresos de Bo-
lívar, pero que sus búsquedas habíanse revelado hasta entonces infructuo-
sas. Yo le participé lo que se decía, y luego, en vista de que mi misión
no iba a tener efecto alguno, le pedí que me llevase a tierra para tratar
de alcanzar a Bolívar en Granada.
El almirante me informó que iba rumbo a Guayaquil, para intentar
sublevar aquella provincia, cercana a los campos de operaciones de San
Martín y de Bolívar, si se verificaba su entrada en Santa Fe de Bogotá.
Me acercaron a la tierra, y en las cercanías del cabo Corrientes me devol-
vieron la piragua con los indios, a quienes hice creer que los insurgentes
de los buques no me permitían ir a Buenaventura, debido a lo cual pen-
saba regresar a Novita, para ver si desde allí me era posible pasar a Cali.
Ellos me dijeron que había un camino más corto, descendiendo el río
San Agustín, y cruzando los Andes. Aproveché de buen grado este dato,
y entramos en el río San Juan, empleando un día para llegar a la vigía.
El terreno aquí es muy parecido al de la entrada del Atrato, y hay muo
chos insectos. Al oficial de la vigía le conté que habíamos sido detenidos
por buques insurgentes que no nos permitieron llegar a Buenaventura,
hacia donde se dirigían ellos desde Panamá, ciudad a la cual habían ca-
ñoneado inútilmente durante unos días. Le pedí también el favor de fir-
mar mi salvoconducto para San Agustín, de donde pensaba ir a Cali,
petición a la cual accedió, habiéndole regalado yo un corte de paño }'
unos pañuelos. Llegamos a San Agustín en menos de dos días, pues ha-
bía animado a mis indios con promesas de recompensa, que cumplí a mi
llegada. Este lugar está gobernado por un corregidor, tiene muchos indios
reunidos en aldeas, y parece más bien un campamento por sus numerosas
cabañas. A mi llegada le regalé en seguida al corregidor tela, muselina y
pañuelos, obteniendo inmediatamente el salvoconducto: es más, él mismo
consiguió los indios que debían servir para el transporte de mis mercan-
cías y el mío. Permanecí aquí un día, a fin de preparar mis baúles para el
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15. Se trata del general Manuel Valdés, nacido en Cumaná en 1785, que em-
pezó a luchar por la causa de la Indepenc;lencia en ¡¡n.o. Ea enero de 1819.
junto con el general Urdaneta, fue envlodo a Cundmamarca para hacerse
cargo de las tropas extranjeras; actuaba como jefe del ejército del Sur.
Participó en la toma de Popayán, en la batalla de Bomboná, en la campa·
ña de Pasto. En 1823 fue jefe de la división que obró sobre El Callao;
en 1826 comandante ele armas de Guayaquil; en 1830 tomó la ciudad de
Riohacha. En 1831 presidió el acta de oposición al general Montilla; fue
desterrado de Cartagena y ,"n"ió a su patria. Murió en Angostura en 1845.
16 . Debe tratarse de Pedro l\furgeitio, nacido en Popayán en 1780, que recibi:,
el grado de coronel en 1822 por el valor demostrado en la batalla de Bo·
yacá, y luego alcanzó el grado de general.
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Sin dar aviso al Congreso, que impaciente lo aguardaba en Angos-
tura, reúne un ejército en su mayoría compuesto por llaneros, hombres
acostumbrados a cuidar de sus rebaños, a perseguir fieras, y siempre dis-
puestos a nuevas luchas.
Les promete un buen botín en la toma de Santa Fe, y con ese
estímulo los hace instrumento de su victoria. Después de una penosa mar-
cha de dos meses, en medio de inmensas llanuras, atravesando ora anchos
ríos, ora peligrosos pantanos, llega con su ejército, o más bien miserable
banda, al pie de la cordillera de los Andes, reciente límite con el reino
de Granada.
Cuál fuese el esfuerzo de estos animosos, cualquiera puede imaginarlo,
por la naturaleza de su mardla. Pero no tenían motivo de queja porque
sus jefes, los generales y Bolívar mismo, compartían con ellos las fatigas.
Nadie tenía ropa para cambiarse, y entre el fango, la lluvia, las dificul-
tades, las privaciones de toda clase, parecían más bestias que hombres.
Pero aún no habían cumplido su propósito: debían superar aquellas altas
cimas, cubiertas de nieve, sobre las cuales no encontrarían nada con que
alimentarse. Mataron sus caballos y se repartieron la carne, cargando ade-
más varios fusiles y municiones; en esta forma valerosamente emprendie-
ron en aquella ingrata estación el paso de los Andes, terrible aún en con-
diciones normales; podemos imaginarnos cómo pudo ser para una tropa
cansada, hambrienta y sobrecargada.
Mas no disminuyó su coraje, }' seguían gustosamente las huellas de
sus jefes, que más allá de los altos picos les prometían un descanso y
un buen botín, como recompensa por aquella incomparable fatiga y por
su gran heroísmo. Al llegar a Varinas se restablecieron un poco de su
cansancio; pero eran casi todos W10S convalecientes, inhábiles para ma-
nejar aquellas armas que ellos mismos habían cargado sobre sus hombros.
Mientras tanto Santander, hábil y firme general, llevaba a Bolívar
un refuerzo de tres mil hombres, y con su elocuencia innata, defendía
los derechos de los americanos a la libertad, exaltando los ánimos contra
los españoles, a fin de que otros tomasen las armas y se wliesen a sus
hermanos para el bien común. Sus discursos no fueron infructuosos, y
de todas partes los granadinos acudían para luchar bajo la bandera de
Bolívar.
La noticia de esta inesperada invasión era ya conocida en S3.nta Fe,
y el virrey Sámano estaba sumido en una terrible consternación: no com-
prendía cómo Bolívar, derrotado por Morillo, tuviese el valor de ir a
conquistar Granada. Unió todas las fuerzas de que disponía, integradas
por nativos r realistas, y encargó al general Ban'eifo, I con ocho mil hom-
bres entre infantería, caballería y buena artillería, la tarea de impedirle
al audaz pasar adelante, y de hacerle pagar su temeridad.
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ios primeros patriotas llegaban a la altura. Barreiro, arrastrado por e!
pánico de su segunda línea, huyó por la montaña con todos los equipos,
la caballería y la mitad de la infantería; la otra mitad cayó en poder
de los vencedores.
Anzoátegui y el coronel Heln se contaron entre los casi tres mil
muertos de los valerosos republicanos. 6 Bolívar envió inmediatamente al
coronel Rondón a perseguir a los adversarios, nombrándolo general y
libertador, y diciéndole que suyo era el honor de la jornada de Boyacá.
Este se dio con empeño a perseguir al enemigo, que se le escurría como
el ciervo al cazador.
Tres mil fueron los prisioneros, y otros tantos hombres disponible'i
le quedaban a Bolívar para recoger enteramente el fruto de la victoria.
Recibió en sus filas a los americanos, que eran numerosos, pero no per-
donó a ningwlO de los españoles: esta jornada fue manchada por la san-
gre de varios centenares, que fueron degollados en el mismo campo,
donde habían vilmente depuesto las armas. Era necesario este terrible
paso, no tanto por vengar a cuantos Morillo había hecho fusilar inhu·
manamente en Santa Fe, cuanto para poder seguir más libremente a un
enemigo que se quería destruir por completo antes del día siguiente. En
efecto, sin dar a los victoriosos y fatigados soldados tiempo para descan·
sar ni para comer, Bolívar continuó la marcha durante toda la noche a
través de horrendas selvas y escarpadas montañas para cortarle la retirada
al enemigo cerca de Santa Fe. Barreiro, pe.rseguido por la caballería de
Rondón que lo acosaba con sus lanzas, creía tener tras él todo el ejército
de Bolívar; al anochecer escogió una óptima posición militar y acampó
en aquellos montes, siempre temeroso de ser atacado. El bravo Rondón,
mientras tanto, para mantenerle en el error de que con él estaba el ejér-
cito, escogió un lugar favorable, y prendió numerosísimos fuegos que
parecían indicar que allí acampaban todos los vencedores de Boyacá.
Cuando Barreiro se puso en marcha, Bolívar ya había llegado al pie de
la montaña, separada por un riachuelo de una amena llanura. Allí, ya
de día, dio permiso a sus soldados para descansar; a la llegada de la van-
guardia enemiga, los republicanos pasaron el río y, en posición de ataque,
con intenso fuego cerraron el desfiladero aprisionando así a los fugitivos
e~pañoles, que no podían asomarse sino pocos a la vez, ya que las alturas
Circundantes estaban cubiertas por los republicanos. Barreiro se creyó atra-
pado, en ningún momento se le ocurrió pensar que los enemigos fuesen
tan poco numerosos. Pidió la capitulación, y se pusieron de acuerdo es-
tipulando que se rendiría como prisionero de guerra: él y todos los ofi-
Clales superiores serían enviados a Cartagena, y al resto del ejército le
sería garantizada la vida. Era muy generosa esta última cláusula, pero se
acordó como consecuencia de tan bella empresa. La caja militar, las ban-
deras, la artillería, armas y municiones, los equipajes y toda la división
6. El general José Antonio Anzoátegui murió en Pamplona, el 15 de no.
viembre de 1819.
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• .. -- ¡-
Viaje de Codazú
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de Ocaña, que se les unma; juntos, debían proseguir hacia Santa Marta,
al mismo tiempo que otra división, bajando por el Magdalena, marcharía
sobre Cartagena.
Una vez dispuesto este nuevo plan de operaciones, subió a una ligera
piragua, remontó el Orinoco hasta el Apure, prosiguió por Casanare, y
se reintegró a su ejército de Cúcuta.
Tal era la situación a mi llegada a Santa Fe de Bogotá; en seguida
me fue ordenado emprender nuevamente el camino del Chocó y pre-
sentarme en Providencia, a fin de que Aury con su flota y división se
presentase en el golfo del Darién y se adueñase del Chocó, reuniéndose
Con el general Valdés; en caso de que esta provincia, a nuestra llegada,
perteneciese ya a la república, debíamos dirigir las operaciones hacia Tolú
y la plaza de Cartagena, tratando de mantener ambas posiciones bloquea·
das, por mar y tierra, todo el tiempo que lo permitiesen nuestras fuerzas,
ya que no faltaba mucho para que el mismo Bolívar bajase por el Mag-
dalena, para asediar a Cartagena y Santa Marta.
Recibidas tales instrucciones, partí inmediatamente por el mismo ca-
mino, vistiendo mi traje de campesino. Llegué a Cajamarca, volví a su-
perar el terrible paso de los Andes, esta vez menos fatigoso debido a
que en sólo dos días lo ascendí, y luego emprendí la bajada más peligrosa
que se pueda imaginar. El terreno, bañado por las continuas lluvias, era
tan lodoso que me deslizaba terriblemente, y tenía que sujetarme a las
plantas, a los matorrales y a las raíces de los árboles para no caer. Una
vez en San Agustín, cuento a mi manera el viaje hasta Roldanillo, ha-
ciendo creer que allí los patriotas me habían hecho prisionero, ya que
para este fin estaba provisto de cartas del gobernador militar y del alcalde
de aquel lugar. Me otorgaron un salvoconducto para Citará, donde llegué
con fiebre. Allí me quedé medio día para instmir al gobernador español
de cuanto creí oportuno decir, de acuerdo a mi situación, y obtuve per-
miso para seguir el viaje. Continué bajando, y después de tres días y
tres noches llegué a la vigía; ¡pero para mi desgracia, no yi la goleta
que debía llevarme, ni había embarcación alguna en la cual partir! Es-
taba enfermo, la fiebre me acosaba y, sin embargo, hlve que alimentarme
durante tres días de monos y patos.
Estaba a punto de partir en una piragua para San BIas, cuando lle-
garon unos indios cunacuna, que viven en el Darién, y me dijeron que
en San BIas había dos barcos ingleses que cargaban plátanos, casabe y
ñame; entonces me apresuré hacia aquel lugar. Cinco días duró esta tra-
v.esía, en una pequeña piragua, bordeando la costa; nuestra comida con-
SIstía en macacos, monos o papagayos que los indios mataban con sus
flechas, bajando a tierra en distintos lugares; prendíamos un fuego al
momento, los asában10s y los comíamos sin ningún aderezo. Finalmente
llegamos a las islas, y encontramos a otros indios que nos vendieron ba-
nanas, frutas, gallinas. Al séptimo día, vi por fin la misma goleta inglesa
que me había lleyado al Chocó; se estaba aprovisionando de los víveres
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la corriente le cayeron encima, mientras los enemigos formaban filas. Su
costernación fue tan grande que no tuvieron tiempo de hacer fuego, y
quedaron prisioneros.
Habiendo sorprendido con tanta fortuna estos puestos avanzados, qui-
zás se habría podido intentar también la toma del fuerte San Carlos, dis-
tante más de veinte millas. Pero había allí altos muros, buena artillería
y muchas guarniciones, por lo cual Ferrari, que además había avanzado
más allá de las instrucciones, bajó el río con una cantidad de piraguas
que había encontrado en aquellos puestos, y siguiendo un brazo entre la
segunda y la tercera vigía, llegó a una aldea india cuyos habitantes se die-
ron a la fuga; unos pocos quedaron prisioneros, y él se Jos llevó con las
piraguas de la población. Regresó con todas esas pequeñas embarcaciones
y más de cien prisioneros. Cargaron las piraguas en los navíos una sobre
otra, y como éstos quedaron tan abarrotados que nadie podía moverse,
llevaron varias a remolque. Embarcaron también a los prisioneros, y se
hicieron a la vela hacia Providencia, donde fueron acogidos con gran jú-
bilo y alegría.
Mientras se hacía esta prowchosa operación en el río San Juan, iba
una goleta a Jamaica para dar cuenta al ministro de mi misión, y de las
medidas que se habían tomado para poder cumplir su encargo; solan1ente
se esperaba su aprobación, que no tardó en llegar y confirmó las dispo-
siciones del general en jefe; en el orden del día, éste anunció entonces
nuestra entrada en campaña, en el continente de la joven república de
Colombia. Los operarios de todos los navíos trabajaron para aplicar unos
pequeños cañones sobre la proa de las piraguas más grandes; éstas fueron
distribuidas luego entre los diferentes navíos, y equipadas con provisiones
de guerra y de boca. También se repartieron entre las mismas los prisio-
neros y nuestros soldados, menos una pequeña guarnición que se quedó
en la isla con el gobernador Faiquere. Grenier dejó, sin embargo, sus ca-
ballos, que no podían llevarse por el río Atrato. Entre los gritos de jú-
bilo de los soldados y marineros y las salvas de artillería de varios fuertes
y de los navíos, s:t!ió b hermosa división con velas henchidas, deseosa
de batirse con el enemigo. En pocos días llegamos al golfo de Darién y
procuramos entrar allí de noche, cuando no fuésemos vistos. La flota an-
dó entre la IsLa de Oro y la costa india, deshabitada y cubierta de espe-
sí simas selvas, donue los centinelas no podían divisarnos. Al despuntar
del día bajé en una piragua por el río Titumate hasta donde habitaba
un indio que yo conocía; él me informó que dos días antes mudlos pe-
queños navíos españoles habían entrado en la bahía de Candelaria, y que
según creía iban hacia Citará. Ante tales noticias, lo llevé a presencia del
genera!; éste me ordenó escoger veinte voluntarios, apoderarme de! vigla
y atacar a los españoles a! amanecer del día siguiente. Partí en seguIda
costeando siempre, ya que e! Atrato no se puede navegar sino entrando
por el brazo de Barbacoas. Por la tarde me detuve porque descubrí la
flotilla española andada en la bahía de Candelaria, y al caer la noche
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pnslOneros de Nicaragua conducían las piraguas, diez de las cuales esta-
ban armadas con pequeñas piezas de artillería. Se dispusieron todas en
tres columnas, una bajo las órdenes de Ferrari, otra de Vals y la tercera
de Marcelín; yo mismo, con piraguas ligeras y pequeñas, iba a la van-
guardia y hacía de guia principal; práctico del río, me adelantaba a 1:1
división para descubrir, primero que ellos, al enemigo. Los marinos ha-
cían guardia en la vigía y, una vez asegurados los prisioneros españoles
y sus barcos, se armaron de paciencia en ese lugar de lluvia y de soledad;
tenían, sin embargo, un navío de vigilancia en la isla de Oro y otro en
la parte opuesta del golfo, para no ser sorprendidos como lo habían sido
los españoles. La lluvia, los truenos, el zumbido de los insectos, los gritos
de las aves y de las fieras fueron una música que no cesó durante unos
buenos ocho días. Me adueñé silenciosamente del segundo puesto de vi-
gía y al noveno día arribamos al fuerte, que oíamos cañonear con soste-
nido fuego . En una curva de la cual podía divisarse, subí con el general
a W1 árbol y observamos con largavista las posiciones de los españoles,
que estaban sobre la orilla derecha, a tiro de cañón del fuerte; con cuatro
lanchas armadas de piezas de grueso calibre trataban de atemorizar a los
inexpertos cañoneros republicanos los cuales, aun con tiro débil y mal
dirigido, respondían al fuego. Se decidió esperar el alba del día siguiente
para atacar, pues la oscuridad de la noche podía volver fatal también para
nosotros la sorpresa que debía operarse a espaldas de los españoles. Ca-
minamos silenciosamente en la oscuridad, y cuando creí estar cerca del
enemigo (que por precaución no había encendido el fuego de su vivac)
me detuve, y fui alcanzado por el general y toda la división. Allí espera-
mos pacientemente hasta el an1anecer, que fue anunciado con cuatro ca-
ñonazos y una bellísima diana.
Entonces todas nuestras piraguas se movieron con rapidez, sin temor
de ser Yistas por el enemigo, ya que una densa niebla, corriente en estos
lugares, las envolvía.
No habían acabado su diana, cuando comenzamos la nuestra al so-
nido del cañón y de los mosquetes, y saltamos inmediatamente a tierra
atacando al enemigo, que opuso poca resistencia pero no pudo, sin em-
bargo, salvar la vida frente a aquellos soldados ávidos de sangre y enfu-
recidos. La batalla duró media hora; pocos fueron los sobrevivientes, y
ninguno logró huir, a causa de aquellos solitarios e impracticables bosques
y grandes pantanos. Esta operación fue honrosa para Aury, porque liberta-
ba la provincia del Chocó, doblemente inyadida por las tropas españolas;
en efecto, el general Morales, que se habia refugiado en los Andes e im-
pedía el paso hacia Popayán, había bajado de improviso de las montañas
y sorprendido a los republicanos comandados por el general Valdés
acuartelado en Cali y sus cercanías. Tal como un torrente que se precipita
desde las montañas e inuncll las llanuras, así Morales invadió y saqueó
todo el valle del Cauca' evidentemente no ignoraba que las tropas de
Cartagena debían dirigirse al Chocó, y por la vía de Anserma se apoderó
de Novita. Iba a la conquista de Citará cuando el coronel Cancino, go-
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diatamente me fue ordenado dirigirme a Santa fe por la vía de Serrazue-
la: en estas montañas el camino es muy bueno, porque lo frecuentan los
negociantes que de Cartagena van a Santa Fe. Siempre a caballo, subí
durante cuatro días hacia Zipaquirá, donde creía encontrar una fuerte
pendiente, pero en cambio se me ofreció a la vista la vasta llanura de
Santa Fe, y por una lápida puesta al lado del camino me enteré de que
aquel altiplano tiene mil cuatrocientos metros de altura sobre el nivel del
mar; o sea es más alto que nuestro paso del Moncenisio. Una vez en San-
ta Fe, recibí órdenes de tomar el camino de Ibagué, Anserma, Novita y
Citará y dirigirme al golfo de Darién; de allí pasar a Providencia, reunir
todos los hombres disponibles, llevar la flota a Tolú, tomar la plaza, y
enviar un grupo de reconocimiento hasta el Magdalena, para tener noti-
cias de las fuerzas que debían bajar de Honda. Si éstas no hubiesen lle-
gado, debía sostenerse en Tolú, y al primer anuncio de la liberación del
Magdalena, ir con la flota a la entrada del puerto de Sabanilla. 4 Provisto
de las órdenes necesarias, partí al instante, llegué a la bahía de Candela-
ria y subí a uno de los dos correos nuestros que estacionan siempre allí
para traer y llevar mensajes a la isla Providencia. Me dirigí hacia Man-
gles y San Andrés para retirar las guarniciones, y pude enviar la noticia
de mi inminente llegada a mi compañero. Fue un consuelo el abrazarnos
de nuevo. Supe que los españoles habían hecho circular la voz de una
supuesta expedición, pero que nunca se habían preparado para ella, como
las últimas cartas del ministro aseguraban.
Pude, por tanto, con más tranquilidad reclutar todos los hombres
disponibles, y Ferrari y yo nos embarcamos con la división hacia nuestro
destino. Nos acercábamos a Tolú, cuando supimos por un navío inglés
que los republicanos habían tomado Sabanilla desde haCÍa algún tiempo;
en seguida nos dirigin10s a aquellos lugares pasando frente a Cartagena.
En efecto, encontramos en la bahía Sambo 5 a toda la flota de Brion, y
aquí nos fue notificado que siguiendo órdenes de Bolívar, el coronel Mon-
tilla 6 esperaba en Margarita a la división del general Devereux que debía
llegar de Londres, para actuar en las costas de la Nueva Granada. Apenas
llegó, tuvo en efecto que partir, aunque no estuviese el general, que se
había detenido en Jan1aica. Desembarcó Montilla en la provincia de Santa
Marta, y cerca del río Hacha, siguiendo instrucciones, se adentró en el
valle de Upar, para reunirse con una colunma que debía venir de Ocaña.
llegó hasta Los Reyes sin encontrar ninguna columna de republicanos, y
habiendo sido informado de que las tropas de Cartagena y Santa Marta
-
se unían sobre río Hacha para cortarle la retirada, debió incontinenti
4. "SabJllil/a: Pueblo de la prO\ incia y gobierno de Grtagena, en el Nuevo
Reino de Granada, situado en un punto de la costa que sale al mar, enfren-
te de la isla verde". (Alcedo : DicciOl1(lrio, tomo ilI, p. 325). Hoy día en
sus cercanías está Puerto Colombia.
5. Debe ser la bahía Zamba.
6. Mariano Montilla (1782-1851) que akanzó el grado de maror ¡:;eneral.
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En seguida después Bolívar vo!\'ió a partir tomando por Ocaña, rumo
bo a Mérida, conquistada hacía tiempo por su ejército de Cúcuta bajo el
mando del general Urdaneta, que había tan1bién tomado Trujillo y Gi-
braltar. En aquella ciudad se formaba una división para ocupar a Mara-
caibo atravesando el lago. Al llegar, encontró que ya había salido hacia
la ribera opuesta, y por tanto, dueño de Venezuela, entró en la provin-
cia de Caracas, la única que le quedaba a Morillo,8 mientras las de Cu-
maná y Barcelona eran ocupadas por los generales Soublette y Bermúdez,
sostenidos por la flota del general Arismendi que defendía Angostura; los
llanos estaban en poder de Páez, que se encontraba en San Carlos. El inte-
rior había sido enteramente liberado, }' sólo quedaba Morales en las mon-
tañas de Popayán, impidiendo el paso por Pasto y la provincia de Quito.
Las plazas fuertes }' los puertos principales estaban aún en poder de los
españoles: Puerto Cabello, Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Portobelo,
Ougres y Panamá; pero había quien obraba por la pronta capitulación de
todos ellos.
Nosotros recibimos órdenes de desembarcar cerca del fuerte de Boca
Chica, en la bahía de Cartagena, y establecernos allí para impedir toda co-
municación con la ciudad por tierra; el valiente coronel Padilla,9 con nu-
merosas flecberas, se introducía de noche por un canal estrechísimo en la
gran bahía cartaginesa, y así podíamos tener comw1icación con las tropas
de Montilla, colocadas en la ribera opuesta. Las dos escuadras de Colom·
bia y Buenos Aires bloqueaban estrechamente el puerto. Pronto llegó la
orden de tomar sin demora Santa Marta, por lo cual se envió a través de
un lago llamado Ciénaga una columna comandada por el coronel Ca-
1"I-ero 10 para cercarla, mientras el coronel Padilla debía cruzar el lago en
el mismo momento en que nosotros con Brion desembarcaríamos en la
playa; atacaríamos así por tres puntos la plaza de la Ciénaga, muy forti-
ficada por su posición en medio del agua y por un presidio con foso y
empalizada, puesto en medio de una llanura arenosa. Nos embarcamos de
nuevo, y temprano en la mañana llegamos frente a h Ciénaga, mientras
Padilla rompía los piquetes colocados en la embocadura del lago, cruzaba
con los suyos los pantanos, corría sobre los cañones enemigos, y los to-
8. En el texto italiano Montillio. Debe ser confusión o errata por Morillo.
9. José Padilla, nacido en Riohacha en 1778. que alcanzó el grado de general.
10 . Nos parece que Carrero puede ser confusión o errata por Carreño. El ge-
neral José María Carreño nació en Cúa en 1792. Subteniente en 1810, hizo
la campaña de Guayana en 1817, y en 1820 era coronel efectivo. Participó
en la campaña de Santa Marta, distinguiéndose en los combates de Codo,
Río Frío y La Ciénaga. Fue nombrado gobernador de la Provincia de San-
ta Marta, y ejerció este cargo hasta 1829. Fue taniliién intendente del Istmo,
del Zulia y del Orinoco, r diputado en el Congreso reunido en Bogotá en
1830. A su regreso a Venezuela, ocupó en 1837 la vicepresidencia del con-
sejo de gobierno, y estll\'O encargado de la presidencia de la república al
terminar el pedodo del vicepresidente doctor Andrés Narvarte. En 18 í7
fue ministro de la guerra y marina. Falleció en 1819. (Véase Scarpetta:
Diccionario Biográfi('o, j' Ramón Armando Rodríguez: Diccionario biográ.
fico, geográfico e hÍ1tórico de ¡.ellezuela).
NOTA : Lo antes expuesto es confirmado por la hoja de ser ViCIO l' por el pasa-
porte expedido por Santander mismo cuando me efi\'ia ron a Providencia,
sellado en todas las p lazas por las cuales pasé.
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CAPITULO XII
Viaje del general Aury a Santa Fe por el Magdalena; clima, usos y costumbres de
los habitantes, productos, animales y otras cosas. Noticias del armisticio y estado
de las tropas. Llegada de Bolívar a Santa Fe. Reproches hechos a Aury. Descripción
de Santa Fe, clima, usos, costumbres y productos diversos; sorprendente cascada
de Tequendama. Rasgos del presidente Bolívar, del vicepresidente Santander y del
general Sucre. Aury es encargado de sublevar las provincias de Honduras. Partida
~o~ . la flota para Providencia. Naufra¡::io en Roncador. Llegada a Providencia e
lOutd ataque a Trujillo. Bloqueo de Omoa. Orden de trasladarse a Cartagena, y
naufragio cerca del cabo Gracias a Dios
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mediatamente en el agua. También son numerosas aquí las familias de
los monos, de los micos y de los caparros, blancos y negros, aterciope·
lados. Frecuentísimos son los tigres y los vajapuri, especie de leones. Hay
la tigresa negra, que se bate a menudo con los caimanes en las riberas
de los ríos, el oso ceniciento de boca estrechísima; muchos ciervos con
cuernos sutiles, dantas grandísimas; varios jabalíes, puercos salvajes man-
chados de blanco sobre fondo negro, con el hocico oscuro;8 cerdos an-
fibios que se encuentran solamente en este río, el cual además está lleno
de insectos, mosquitos, rodadores, cínifes, zancudos, tábanos y todo lo
que se encuentra en el río Atrato, pero no en tan gran cantidad. No faltan
escorpiones, ciempiés, arañas, murciélagos, cangrejos, víboras y gruesos
reptiles, todos animales enemigos de la paz del hombre, pero no son
tan frecuentes como en el Chocó. Los pájaros que se ven en el Atrato,
en parte están también aquí, )' además de ellos hay el cucararbero que
Come los insectos de ese nombre, el turpi al , color de la naranja, con plu-
mas negras y amarillas, grande como un tordo, que canta muy bien; mu-
chos canarios que vuelan en bandadas como los gorriones; tortolitas, co-
dornices, palomas sabrosísimas, perdices grandes como gallinas, y ciertos
gallináceos del tamaño de nuestros pavos, que comen carroñas y hieden
horriblemente.
Hay también el pelícano, parecido al ganso, con un gran cuello, y
el pico ancho y largo que cuando se lanza al agua se ensancha tanto que
podría contener un cubo de agua; gracias a él engulle muchos peces. Se
pescan el macioli,9 pez grueso y sabroso, el delicadísimo doncel 10 }' el
pez capitán.
Noche y día navegamos por este amplio río, atormentados no tanto
~or los insectos cuanto por el insufrible calor, y cada día nos parecía un
SIglo. Cambiábamos nuestros remeros en cada pueblo o villorrio, muy
frecuentes en las orillas, a fin de llegar más pronto a nuestra meta. En
Mompox, discreta )' mercantil ciudad, nos fue ofrecida una gran cena
y una fiesta bailable. Igual honor nos hicieron en Honda, donde supimos
que Bolívar, a la cabeza de doce mil hombres, junto con los generales
S.o~blette, Urdaneta y Páez, había obligado a Morillo a una batalla de·
ClSlva en la provincia de Caracas; éste, viéndose en peligro de perderla
y ~e tener que abandonar un vasto territorio tan afortunadamente con-
qUIstado, y dudando además poder sah'arse él mismo, decidió tratar con
BoIí:'ar, a quien hasta el momento había considerado como un rebelde,
Un IUsurrecto y un cabecilla de partido. Tuvieron una entrevista y acor-
daron una suspensión de hostilidades por seis meses. Morillo le dio a
Boli~ar el trato que le correspondía al presidente de la República de Co-
-
lombIa, y con él conyino en que en adelante cesaría por ambas partes la
8.
9.
Los báquiros.
Podría ser el machete o ta¡ali (véase Eduardo Réih!: Palma descripdl'tl de
Venezuela. Madrid, 1939. p. 479).
10. Quizás la donceJla (Na/ichoe,.es radia/uso según Eduardo Rohl, op. cit. p.
193) .
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en naClon. Toda la administración centrábase en este hombre, que ha sido,
él solo, e! motor y e! director de aque! orden que tan necesario es en
todo gobierno, máxime en una nueva y tan vasta república. Los colom-
bianos le deben su felicidad interna, }' en Santa Fe era considerado como
el padre de todos. Cada día salía a pie, hablaba con todo el mundo, }'
en las horas de audiencia los escuchaba uno por uno. Iba al café público
y se entretenía razonando con los ciudadanos sobre el bien de su propio
país. Sin fasto ni lujo, vivía como un general, pero era tan popular como
un simple ciudadano. Amaba mucho a los extranjeros, las artes, las cien·
cias; por sí solo había aprendido a traducir correctamente, y leía libro~
franceses e ingleses como si estuviesen escritos en español .
Jlmto con el vicepresidente, su Estado Mayor )' los ministros de l.'
república, el general Aury y yo fuimos al encuentro del presidente al
pueblo de Alabanza, a lUla jornad3. de camino. Llegamos en el momento
en que hacía su aparición Bolívar, acompañado por el jefe de su Estado
Mayor, general Sucre, }' dos edecanes. Por la noche cenamos y buba un
baile al cual Bolívar no asistió, pues estaba cansado.
. Este guerrero que hasta ahora ha seguido las huellas de! gran Wash-
l~gton, y que hoy día ha superado sus gloriosas empresas; este gran ca-
pitán, no sólo libertador de su propio país, sino también conquistado!
y pacificador del Perú, es pequeño de estatura, de constitución delicada,
de piel curtida pero pálido; tiene la nariz aguileña, cabellos negros con
p.atillas y bigotes larguísimos, ojos vivaces y oscuros, frente alta }' una
fisonomía más bien altiva. Es infatigable en las largas marchas a caballo,
y de una actividad sin par, que casi no le permite dormir }' lo mantiene
en una continua ocupación. Ama el bello sexo y bs di"ersiones, fero del
uno }' de las otras rápidamente se aleja, si el deber militar r el bien de
su patria lo llan1an a la fatiga, a las renuncias, a los peligros, en medio
de los cuales ha demostrado siempre un alma fiera e imperturbable, no
perdiendo nunca la fe en el objetivo que se había propuesto. Sabe
bien el francés r el inglés, y está dotado de muchas luces y conocimientns
que le han permitido elevarse hasta el eminente grado que ocupa; }' si
Continúa con los sentimientos que hasta ahora ha mostrado, anteponien-
do el bien público al interés privado, es cierto que en el mundo no 113.)'
~ombre igual, ni la historia presenta héroe alguno que llegado ata! .vér.
ttce de grandeza haya sacrificado su vida, bienes y honores a la fellCldad
de la patria, que a él solo debe su regeneración, su libertad y su grandeza.
Por la mañana desayunamos y luego salimos todos para Sant3. Fe.
Durante e! viaje Auc}' se acercó al rresidente para hablar sobre lo con-
cerniente a su división, pero Bolívar no había olvidado la cuestión de
Santo Domingo, y reprochó a Auc)' haberse alejado de él.: le diio. además
que en San Bartolomé había tratado de sublevar al Almirante BIlon para
que no viniese al Orinoco, con el fin de conquistar ellos solos la Gra-
nada; que si lo había auxiliado, no lo había hecho de buen grado sino
forzado por las circunstancias r por el deber que le imponía la república
de la cual dependía; que él no tenía más necesidad de sus tropas, }' que
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le interesaban el lujo, el fasto y las diversiones; por lo general vestía un
sencillo gabán, sin ninguna insignia de general. Nadie se imaginaba, en-
tonces, que tendría un nombre inmortal, y que se convertiría en el gran
mariscal de Ayacucho y segundo libertador del Perú, después de Bolívar.
Salimos de Santa Fe, llegamos a Honda, donde nos embarcamos, y
a los pocos días nos encontrábamos en Barranquilla. Aury siguió rumbo
a Sabanilla con el fin de equipar los navíos anclados en el puerto para
la travesía hasta Providencia. Yo me dirigí a Santa Marta para acelerar
la salida de aquellos buques; luego debía reunirme con él en Sabanilla.
Santa Marta es una ciudad construida en piedra según el gusto europeo,
con bellas plazas y catedrales. La protegen dos fuertes, y sobre una roca,
en medio de la entrada del puerto, se ha erigido un castillo, lo más va-
lioso de aquellas fortificaciones. Nos detuvimos en ella pocos días, pero
cuando llegamos a Sabanilla el general había salido ya para Providencia
en un brick,. nosotros lo seguimos con toda la división. Me embarqué
en una grande y bella goleta, llamada Guerrera, en la cual se encontraba
Ferrari, para disfrutar de su compañía durante el viaje; él había escogido
este buque porque el capitán era italiano. Formábamos un bello triunvi-
rato, pero nuestra alegría no duró mucho tiempo, ya que a causa de una
tormenta nos alejamos de la flota, y, perdido el rumbo, chocamos contra
los escollos llamados El R077cador.Jl De nada sirvió arrojar al agua los
cañones, las provisiones y todo lo que llevábamos: por la mañana el barco,
completamente estrellado, estaba casi cubierto por las aguas. Con una
chalupa tomamos tierra sobre un peñasco y tratamos de recobrar los baúles,
las provisiones, los toneles de agua y todo lo que no se había llevado
el mar. Como estábamos tan sólo a un día de Providencia, el capitán
ocupó la única embarcación que nos quedaba, y en aquel leño liviano,
Con buenos y valientes marineros, una pequeña vela y su brújula, em-
prendió el trayecto, prometiéndonos estar de vuelta dentro de cuatro o
cinco días con un barco, para conducirnos a salvo. Nuestra situación era
de las más desesperadas, pues si por desgracia el pequeño bote se perdía,
seguramente habríamos muerto allí de hambre y de sed. Pescábamos dia-
riamente para ahorrar las pocas provisiones salvadas, y bebíamos el agua
Con gran parsimonia. De noche, sobre los escollos, atrapábamos algunos
pájaros bobos que comíamos asados sobre la desnuda roca, sin posibilidad
de conseguir leña ni agua. De vez en cuando partíamos restos del barco
y encendíamos fuegos con mucha moderación, ya que habían pasado
quince días sin que viésemos buque alguno. A los veinte, la consternación
era general. Los víyeres escaseaban, éramos muchos, y ya no teníamos es'
peranza, pues dábamos por perdida la pequeña chalupa y los que debían
salvarnos. Finalmente descubrimos una vela: el grito de alegría fue al-
tísimo, hicimos señales de humo y no tardamos en reconocer nuestra
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NOTA : Todo esto consta en el pasaporte expedido por Morillo para Santa Fe,
sellado en las varias plazas, y en el de Santander para Sabanilla, al
regreso ; en la patente de teniente coronel efectivo de artillería con fecha
2 de noviembre de 1820, en la carta anexa del general Perú de la Croix,
jefe del Estado Mayor, y en la hoja de servicio.
Clima, usos y costumbres de los indios Mosquitos y nuestra estada entre ellos.
Llegada a Providencia y Cartagena. Capitulación de aquella plaza. Expedición que
me es confiada para sorprender y posesiooorme de Omoa y del fuerte de San
Felipe. Salida en una pequeña embarcación y peligros encontrados. Llegada a
Omoa y ventajoso descubrimiento en esa plaza. Reunión en el Triángulo con
Courtois y toma pel fuerte San Pablo, en la bahía de Santo Tomás, con dos
barcos de guerra. Marcha sobre San Felipe. Sorpresa de aquella plaza. Refuerzos
y tratado de restitución pactado con la nueva república de Guatemala. Continua-
ción de las operaciones de Colombia y regreso a Providencia. Muerte de Aury y
sus consecuencias. Llegada del ministro y secretario general y nuestro retiro del
servicio
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®Biblioteca Nacional de Colombia
los remolinos que vuelcan sus débiles canoas. Si hieren a un pez, se lanzan
~n seguida al agua, lo persiguen con gran agilidad, lo atrapan y lo arro-
Jan a la playa.
Conocen las propiedades de las plantas, sus venenos y los encantos
y atractivos de todas las especies de animales. Con las hojas del hiaval1,'
planta que se encuentra en pequeñas cantidades en los lagos, logran hacer
flotar a los peces sobre el agua, inmóviles. Si apuntan a un pájaro en
medio de un bosque tupido, dirigen la flecha en parábola y no directa-
mente, de manera que caiga perpendicularmente sobre la presa: así hacen
a causa de las lianas enmarañadas y de los árboles espesos que con sus
ramas impedirían el curso del dardo. Por todo esto, diré, como cierto
viajero, que aquellos pueblos tienen ojos de águila, oídos de oso, pies de
ciervo, sagacidad de sabueso y destreza de dioses. Están gobernados por
varios caciques, o sea jefes de caseríos, que dependen del rey Jorge, co-
ronado en Jamaica con este nombre por los ingleses, después de haberlo
educado en aquel establecimiento durante largos años para que se civilizase;
pero apenas regresó entre los suyos, se quitó el uniforme de general que
le habían regalado, y con una camisa roja y un sombrero de paja vive
feliz entre sus indios. Sin embargo, ha otorgado a sus mejores guerreros,
que manejan muy bien el arco y un poco el arcabuz, los grados de general,
coronel y capitán.
El territorio de este amplio reino es completamente plano, cubierto
de llanuras, bosques y pantanos. El calor es abrasador y en esta región
se dan todos los productos de los países cálidos, como en las provincias
de Cartagena y del Chocó. Cultivan el cacao, el ñame, las batatas, y truecan
Con los ingleses zarzaparrilla y conchas de tortuga, por tabaco, ron, pól-
vora, municiones, escopetas, armas blancas, vidrio, espejos y pañuelos.
Quien cultiva un campo, tiene derecho a que lo respeten, mas si lo aban-
dona, otro cualquiera puede ocuparlo. Es lícito, al ~n~ar en sus chozas,
sentarse y comer sin pedir permiso; es éste un pnnClplO de gran hospita-
lidad, que los coloca, en este aspecto, por encima de los europeos. Con
estos buenos, simples y cordiales anfitriones, pasában10s muy agradable-
mente el tiempo y aliviábamos el peso de nuestra desgracia yendo con
ellos ora de pesca, ora de cacería, ora admirando cómo fabricaban sus
canoas con hachas de hierro o de piedra, y también por medio del fuego
que encendían sobre los mismos árboles, ya cortados y tallados, para ob-
tener más rápidamente la parte cóncava. A veces observábamos el modo
de hacer el pan de casabe, para lo cual toman la yuca amarga y venenosa,
la rallan sobre una especie de doble sierra de madera, poniéndola des-
pués en una red, en cuyo fondo hay una piedra que la mantiene bien
extendida hacia el suelo, desde el árbol al cual está amarrada; agregando
agua continuamente, hacen salir aquel amargo, que es veneno, y luego
preparan una masa que extienden sobre anchos platos de barro, construidos
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®Biblioteca Nacional de Colombia
pacto se cumplió, pero uno de los navíos se perdió durante una borrasca
cerca de Sabanilla, donde nosotros también habíamos naufragado, mien-
tras el otro atracó entre los Mosquitos, que recibieron a los españoles
como amigos; pero más tarde, al tratar de ir a Trujillo por tierra, fueron
masacrados en el camino por los indígenas, y solamente seis de ellos tu-
vieron la suerte de llegar a aquella ciudad, y contar el desgraciado fin
de sus compañeros.
Después de la rendición de Cartagena, llegó nuestro mInIstro, y con
Aury acordó enviar una columna a la plaza de Omoa ya que, por las
noticias llegadas de Jamaica, parecía que las provincias de Guatemala se
habían rebelado en parte; él quería asegurarse una plaza fuerte, para
cubrir los gastos de la primera expedición.
Me fue confiado el mando de la columna, así como las instrucciones
necesarias para tomar sorpresivamente el fuerte de Omoa o el de San
Felipe. Partí disfrazado, en un pequeñísimo barco francés comprado a
propósito, con tres expertos oficiales de marina, provistos de bisutería
francesa. Debíamos introducirnos, en esa forma, en la plaza de Omoa,
explorarla de cerca y estudiar los medios para la planeada sorpresa. En
la isla del Triángulo 8 nos esperaría el comandante de marina Courtois,
con los bergantines Marte, Amazonas y Neptuno, y con ciento veinte hom-
bres de desembarco, bajo las órdenes del coronel Marcelín. Al hacer vela
con el pequeñísimo barco poco faltó para que, por un golpe de viento,
todos fuésemos pasto para los peces. Con el fin de llegar más pronto :1
nuestro destino, pasamos cerca del cabo Gracias a Dios, cuyo nombre in-
dica que, al doblarlo, se pueden dar gracias al Altísimo por haberse sal-
vado de la gran cantidad de escollos que lo rodean. Corrimos, también
aquí, el peligro de encallar. A causa de un temporal que, por la oscuridad
del cielo y la gran lluvia, no nos permitía ver nuestra crítica situación,
y por el fuerte viento que mantenía desplegada la vela, nos vimos obli-
gados, a nuestro pesar, a andar en medio de escollos peligrosísimos. No
teníamos posibilidad de salir de ese horrible laberinto; la noche se aproxi-
maba y las olas, soberbias, se rompían en las puntas de los arrecifes que
aparecían a flor de agua como tantas puntas de diamante. Si hubiese
sido de día, no habríamos temido nada, ya que la pequeña embarcación
podía transitar por doquiera; mas en la oscuridad, si por desgracia se
rompía la gúmena de la pequeña anda, nos veríamos irremediablemente
perdidos; arrojada contra aquellas rocas, la frág~ nave se estrellaría en
un santiamén. Los truenos, los relámpagos, el VIento, la lluvia, el rugir
del mar y de las olas que batían los arrecifes, hacían la noche hórrida
y espantosa. A cada momento nos parecía que la gúmena estaba a punto
de quebrarse, ya que con el continuo movimiento del agua se corroía con-
tra la punta de las rocas que formaJ/. el fondo en este lugar. Fue aquí
donde, por primera vez, consideré de cerca a la muerte que, a sangre
fría, esperaba a cada instante; ya me veía víctima de las olas, y lo que
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se acercaba a Omoa para adueñarse de la plaza y proclamar la indepen-
dencia. Parte de los soldados, que eran caribes, estaban muy contentos
por este afortunado cambio, y hablaban también favorablemente de la ex-
pedición de Aury. Los españoles, en minoría, lamentaban que tardasen
en llegar desde la bahía de Santo Tomás, en el golfo de Honduras, un
bergantín y una goleta de guerra que habían sido enviados allá a dis-
posición del capitán general de Guatemala; se temía que, a causa de los
turbulentos sucesos, éste fuese obligado a salir para la isla de Cuba.
Ante tales noticias, me di cuenta de la inutilidad de actuar en Omoa,
que, posiblemente antes de nuestra llegada, se entregaría a los republicanos.
No encontré mejor solución que la de trasladarme rápidamente a San
Felipe para expugnarlo; mas, ante todo, debido a que en la bahía de
Santo Tomás, bajo la protección del fuerte San Pablo, se encontraban
anclados un bergantín y una goleta, era necesario tomar aquella posición
y los dos barcos, a fin de evitar ser sorprendidos por la espalda; luego
podríamos entrar por el río San Felipe y adueñarnos por sorpresa o con
la fuerza de la importante plaza. El tiempo apremiaba, y por eso, al salil
del fuerte, comuniqué mi plan a los oficiales de marina; tratamos de
vender a un solo comerciante nuestras pocas mercancías, pagamos los
derechos de aduana y salimos en seguida rumbo a la isla del Triángulo.
Allí encontramos nuestras fuerzas navales y, después de haber consultado
con el comandante Courtois y con el coronel Marcelín, hicimos vela hacia
el cabo Tres Puntas, donde anclamos al anochecer.
Con una pequeña embarcación y ocho marineros, proseguí para en-
trar de noche en la bahía de Santo Tomás, y reconocer su posición y la
del fuerte. Pero, en cuanto nos alejamos de los buques, se levantó un
impetuoso viento huracanado que casi nos volcó; los navíos se vieron
obligados a izar velas y alejarse de la costa. No obstante, yo seguí mi
navegación, y después de la medianoclle llegué a la bahía. Un fuego
apenas "isible me indicó el lugar donde se. enc~)Otraban ~os barcos o el
fuerte y, por lo tanto, atraqué en la orilla IzqUlerda, cubIerta de espesos
bosques, entre los cuales escondimos la pequeña chalupa y esperanl0s con
impaciencia el amanecer. Apenas se pudieron distinguir los objetos que
nos rodeaban, subí a un árbol y, con mi larga vista, pude "er bien el
fuerte, que consistía en un simple reducto abierto por un lado, cerca del
cual corría un riachuelo, defendido solamente por una débil empalizadl.
Al frente había doce cañones; a la izquierda se divisaba un islote cubierto
de matorrales, detrás del cual estaban anclados el bergantín y la goleta
española. Con excepción del puesto de guardia, no se veían otras cons-
trucciones, sino únicamente altísimas montañas cubiertas de selvas. Tierras
bajas, fangosas y boscosas rodeaban por ambos lados la profunda bahía
de Santo Tomás. Esperé la llegada de la noche, y, en cuanto ésta tendió
su manto, me apresté a regresar.
Pero apenas habíamos recorrido media milla, cuando la chalupa,
golpeada impetuosamente por las olas, se rompió, y fue menester regresar
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desembarcar la tropa, que se dirigió a la extrema derecha de la bahía
para acercarse costeando, sin muchos riesgos, al río que corre cerca del
fuerte. Pero la artillería enemiga se dio cuenta de que el momento era
decisivo, y abrió un vivísÍmo fuego contra las embarcaciones; el coman-
dante Courtois y yo entramos en acción, y levadas las anclas, viento en
popa, arremetimos contra el brick y la goleta para abordarlos; los espa-
ñoles, atemorizados, huyeron hacia la tierra, quién nadando, quién con
las chalupas; nosotros subimos al brick precisamente cuando una mecha
encendida amenazaba incendiar la "santabárbara", o sea el arsenal de la
pólvora. Era ya demasiado tarde para alejarnos, el peligro era inminente,
y no había tiempo que perder. Me doy cuenta de la trascendencia del
momento, me lanzo bajo cubierta, agarro la mecha que ardía sobre unos
barriles en la "santabárbara" y, volando al puente, la arrojo al agua,
salvando así el buque enemigo y nuestras vidas. Sin demora, salto en
un bote y voy a recibir a los nuestros, que entraban entonces al río. El
comandante Courtois cañoneaba el fuerte y nosotros, con el agua al ped10,
derribamos las empalizadas y nos adueñamos del reducto.
El enemigo huía a la desbandada, acosado, y cayó en gran mayoría
en nuestro poder. Una vez dueño de estos dos magníficos buques de
guerra y del reducto de San Pablo, reuní mi tropa y en seguida me dirigí,
con una pequeña embarcación, hacia el río San Felipe, a más de veinte
millas de distancia. Al salir de la bahía de Santo Tomás, encontré una
piragua con dos hombres que parecían pescadores; les pregunté su iden-
tidad, y me dijeron que eran americanos españoles que estaban de pesca.
Yo me di cuenta, por sus modales, de que eran soldados y amenacé fusilar
a uno en seguida, y luego al otro, si no me decían la verdad. Ya la sen-
tencia estaba por ejecutarse, cuando confesaron ser soldados de la VJgla
de San Felipe; el sargento comandante de aquel fue:te les había encar-
gado averiguar a qué se debían los cañonazos provenrentes de San Pablo.
Me revelaron también el santo y seña, y yo me dirigí entonces hacia la
plaza, donde llegué antes de la medianoche. Me adelanté con ocho valien-
tes y uno de los prisioneros, y al llegar a la vigía capturé a los centinelas
y sorprendí a la guardia, dominándola. Con un fuego les señalé a los
otros que avanzasen; una vez reunidos, esperamos en silencio la ronda
procedente del castillo de San Felipe; en efecto, llegó poco después de
la medianoche y también fue capturada.
El oficial de la ronda me reveló la posición, las tropas del fuerte,
las reparaciones que le habían hecho y las nuevas fortific~ciones añadidas;
lo cerraba un simple rastrillo, ya que nosotros, en la pnmera expedición
con el general Aury, habíamos quemado la puerta. Los muros habían sido
reconstruidos, así como los reductos, allOra en una posición más ventajosa
que la anterior; el comandante se alojaba frente a la iglesia, y no tenía
guardia ; la guarnición era de doscientos hombres en total, excluyendo a
los treinta prisioneros que habíamos hecho en la vigía. Esperé el ama-
necer y, dejando unos hombres vigilando a los prisioneros, desarmados
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dimos a todos unos reiterados y duros golpes, que los obligaron a lan-
zarse al agua; los constreñimos entonces a subir a la piragua, heridos, y
a callar.
. De ellos supimos que a medianoche debía llegar otra piragua con
CInCO hombres para relevarlos, y que lo mismo sucedería al amanecer,
al mediodía y a la puesta del sol, debido a que temían que los patriotas
penetrasen en San Felipe. En vista de que todavía no eran las once de
la nodle, retrocedí y me reuní con mi columna, con la cual, a marcha
forzada, nos acercamos al castillo, en la seguridad de no encontrar obs-
táculos hasta la medianoche; a esa hora ya nos hallábamos frente a la
punta donde estaban ubicados el reducto, el fuerte y el pueblo. Todo lo
veíamos muy bien, e incluso oíamos toser a un centinela. Al poco rato
divisamos un farol que desde el reducto se acercaba a la playa, e inme-
diatamente se escuchó el ruido de la piragua que iba al islote a relevar
a los que, en cambio, estaban en nuestro poder, heridos. Favorecidos por
la sombra que los matorrales reflejaban en el agua, pasamos a la luz de
la luna, en silencio, frente al fuerte; a cierta distancia cruzamos el golfo
Dulce, y desembarcamos al pie del pueblo, donde nos dividimos en dos
columnas: una rumbo al castillo, al mando del coronel Marcelín y la
segunda rumbo al reducto, bajo las órdenes del mayor Cambessedes. Des-
pués de dar las instrucciones, fui con cuatro hombres a la casa del coman-
dante, el viejo capitán Quesada, situada en la plaza. La puerta estaba
abierta, y un farol iluminaba el atrio. El ladrar de los perros despertó
al ordenanza que, en camisa, se acercaba a la puerta cuando yo con una
mano le indiqué que callase, apuntándole con la otra el sable en el pecho.
Entré así al vestíbulo del comandante y allí esperé, para despertarlo, una
señal de mis dos columnas; efectivamente, no tardé mucho en escuchar
unas- descargas de fusil y unos gritos. Entonces invité al señor comandante
a levantarse, manifestándole que era mi prisionero; él obedeció rápida-
mente y yo, después de entregarlo a los soldados, me encaminé hacia las
fortificaciones que ya estaban en nuestro poder. Había dejado en el puerto
¡l un oficial con un pelotón, para que ningún habitante pudiese huir con
las piraguas por el golfo Dulce. Una vez puestos a recaudo los prisione-
ros, envié patrullas al pueblo, de donde nadie huyó, excepto un edecán
que se había refugiado en el bosque y que pocos días después vino a
entregarse. La piragua que había ido a relevar a la guardia en el islote,
se devolvió para avisar que no había encontrado allí a sus compañeros,
pero quedaron aún más maravillados al encontrar al enemigo en el reducto.
Al amanecer envié tres hombres para que llevasen noticias al comandante
Courtois, el cual mientras tanto había hecho saltar en la ciudad el reducto
de San Pablo, y había andado a la boca del río San Felipe.
Enviamos en seguida al general Aury la veloz goleta capturada a
los españoles, para informarlo del éxito de la expedición y de la necesidad
de nuevos refuerzos a fin de poder mantener el lugar. El, sin embargo,
ya había enviado otras tropas con el secretario general Peru de la Croix,
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bría podido sublevar a todos los marineros, que lo querían por ser su
Jefe y comandante. Escribí en seguida a Ferrari, que mandaba el fuerte
Libertad, para que estuviese alerta y no dejase zarpar ningún barco sin
orden mía. A visé a las autoridades civiles y militares y al comandante
de la plaza, y por medio de un edecán invité al comodoro a trasladarse
al cuartel general. Aquella noche la consternación fue universal, y al día
siguiente no pensamos sino en rendir al difunto los últimos honores que
su nombre y su valor bien merecían. Este hombre, de unos cuarenta años,
mediana estatura, buena contextura, anchos hombros, cabellos y ojos ne-
gros, largas pestañas, patillas y bigotes poblados, poseía noble corazón
y elevados sentimientos. Amaba el gentil sexo, pero sin descuidar por ello
los altos fines que se proponía, en cuyo logro no 10 atemorizaban des-
gracias, adversidades, peligros ni obstáculos; parecía más bien que mien-
tras mayores fuesen las dificultades, más persistía en vencerlas y superar-
las. Poseía gran valor y sangre fría, amaba a sus soldados y era afable
con los oficiales; dormía poco y maduraba sus planes, fruto de sus ideas,
paseando. Ambicionaba hacerse un nombre, era desprendido y muy gene-
roso. Se habría sentido satisfecho con tener el título de libertador de
Cundmamarca, y el mando de la escuadra colombiana en la guarnición
de Cartagena, pero era competidor del Almirante Brion, que había muerto
pocos días antes en su patria, la isla de Curazao, donde, privado del
mando de la marina y caído en desgracia ante Bolívar, había ido a des-
ahogar su pena.
Si Aury hubiese vivido, quizás el Libertador, viendo su constanaa,
lo habría favorecido devolviéndole la antigua estimación y amistad. Sus
restos fueron enterrados en un mausoleo erigido en el centro del fuerte
Libertad, con un epígrafe en francés que recordaba su talento, virtudes,
valor, sus desventuras y sus éxitos.
Después de sellar todos sus documentos, efectos y archivo personal,
se pensó en nombrar una junta para asesorar al gobernador en el des-
empeño de todas las obligaciones que sobre él recaían por la muerte del
general en jefe. Mientras se esperaban ulteriores disposiciones desde Car-
tagena, donde se encontraban el ministro y el secretario general, se abrió
su testamento; puesto que los albaceas no existían, pues uno era su sobrino,
que había muerto, y el otro un negociante residente en Luisiana, se reu-
nió un consejo, integrado por sus amigos íntimos, y las autoridades nos
nombraron de oficio al general Courtois y a mí que, en las respectivas
funciones, tratamos de conducirnos con la diligencia y honradez que me-
recía nuestro jefe y amigo. Fue nombrada una comisión para liquidar
las cuentas pendientes entre Aury y los soldados y marineros; entre Aury
y los habitantes y comerciantes, y entre el general y la pequeña república
de Buenos Aires.
Mientras todo esto se hacía en Providencia, se había escrito oficial-
mente al almirante [rancés de la guarnición de Martinica, al almirante
y gobernador inglés de Jamaica, al presidente Boyer en la isla de Santo
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CAPITULO XIV
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de navegaclOn con viento favorable, nos acercamos a tierra y en una orilla
boscosa y sólida bajamos todos los toneles, haciéndolos rodar sobre los
dos árboles de la goleta, que yo había mandado cortar y colocar con un
extremo en la nave y otro en tierra. Terminada esta operación, pusimos
algunos víveres en una canoa, llevamos todas las cuerdas y las velas al
bosque, y abrimos un hueco en el barco para hundirlo. Con el sable hice
una marca en el tronco de un árbol, borramos nuestras huellas, entramos
en el barquichuelo y antes de que amaneciera bogábamos hacia el fuerte.
Diez días empleamos en llegar al segundo puesto de vigilancia, desde
donde algunos indígenas nos condujeron en sus piraguas al fuerte y luego
a Citará, donde fui recibido con mucha cortesía. Exagerando el riesgo
del bloqueo de los españoles, describí al gobernador un peligro mayor
que el que realmente existía, y contraté con él mi harina, que no le dije
tener ya en el río, sino sobre la costa de San BIas, fuera del golfo de
Darién. Sólo después de hecho el convenio, al pedirle hombres para ir
a buscarla, revelé cómo me había introducido, y la maniobra con la cual
había engañado al enemigo. Encontré mi harina en su lugar, y la llevé
al Citará, donde me pagaron muchísimos doblones: una ganancia tal no
la habría esperado jamás. Apenas los españoles suspendieron su insensato
bloqueo, nosotros fuimos con los indígenas al lugar donde habíamos hun-
dido el barco; utilizando troncos de árbol levantamos la nave, luego con
bombas y cubos vaciamos el casco, e hicimos unas pequeñas reparaciones
necesarias. Cortamos dos árboles nuevos, y con las velas y cuerdas viejas
que rescatamos tomamos rumbo lo mejor posible hacia Portobelo, desde
donde, con nuevas velas, navegamos felizmente hasta Belice.
De poco me sirvió aquel gran beneficio, ya que, atacado por las fie-
bres, me vi obligado a confiar una carga de mercancías a un capitán que
se ofreció venderlas por cuenta nuestra en la plaza de Trujillo, donde
tenia contacto con un rico comerciante. Ferrari no lo pudo acompañar,
porque tampoco se encontraba bien de salud. Pasaron muchos días antes
que viésemos aparecer a nuestro capitán: había naufragado en las cercanías
de Rutlan 1 a causa de un terrible huracán, y apenas había salvado su
vida y la de sus marineros. Esta desgracia, aun cuando nos privó de la
mayor parte de nuestro patrimonio, sin embargo, no nos desanimó, y la
amistad nos sirvió de consuelo común en esta desafortunada pérdida.
Nos asociamos entonces con cierto Camein 2 amigo nuestro, que ha-
bía sido guardalmacén general en el tiempo del general Aury, y que
después de retirado del servicio se había establecido en Belice; obtuvimos
de él una suma, y yo, después de realizar nuestros géneros, me embarqué
y bajé por el río San Felipe hasta el golfo Dulce. Luego remonté el río
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* Esta bibliografía sólo abarca las obras que ha utilizado la traductora para
la elaboración de las notas .
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A amac';: 114.
Amazonas (bergantín): 91, 141.
acayú: 108. Amelía (isla): 59, 63, 67, 68, 81 ,
acei tunas: 113. 105.
Achemet (mezquita): 24, 31. América: 13, 14, 37, 45, 53, 56, 57,
Africa: 33, 186. 61, 71, 78, 87, 89, 93, 120, 136.
aguacates: 154. América (Meridional): 51, 71, 74,
Aguas Dulces (aldea): 22, 27, 32. 111.
águila: 169. Amsterdam: 37, 44, 45, 47, 51, 181,
aguté: 182. 186.
ajenjo: 157. ananás: 93, 167.
ajíes: 93, 100, 154. Anapoima: 129.
Alabanza: 159. Andes, Los: 87, 111, 113, 118, 121,
álamos: 148. 123-125, 12~ 128, 133, 139, 14~
Albania: 22. 147, 156.
Alejandría: 50. Andros: 17.
algodón: 18, 52, 54, 92, 100, 107, Angostura (Congreso de): 133, 136.
154. Angostura (del Orinoco): 67, 69, 71,
Alkmaar: 44. 82, 83, 88, 89, 90, 131, 132, 137,
almendras: 93. 151.
almendros: 157. anguila: 116.
aloes: 61, 93. anón: 93, 100.
Alpes, Los: 92, 156. ansarones: 115.
Alvarez (general): 59. Anserma: 145, 147-149.
Al varez ( dictador) : 75. antes: 157.
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200
201
202
20}
Pág.
PRESENTACIÓN 7
INTRODUCCIÓN 13
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
205
CAPÍTuLO VI
CAPíTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPíTULO IX
Llegada a San Bias. Noticias sobre aquellos indios. Partida para el golfo
de Darién y navegación por el río Atrato. Descripción del clima, pro-
ductos, animales e insectos que se encuentran en la región del Atrato.
Llegada a la capital del Chocó. Informes recibidos acerca de los repu-
blicanos y viaje a Novita. Otras noticias que me hacen emprender el
camino hacia el valle de Buenaventura. Conversación con Cochrane
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Pág.
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
Viaje del general Aury a Santa Fe por el Magdalena; clima, usos y cos-
tumbres de los habitantes, productos, animales y otras cosas. Noticias
del armisticio y estado de las tropas. Llegada de Bolívar a Santa Fe.
Reproches hechos a Aury. Descripción de Santa Fe, clima, usos, cos-
tumbres y productos diversos; sorprendente cascada de Tequendama.
Rasgos del presidente Bolívar, del vicepresidente Santander y del general
Sucre. Aury es encargado de sublevar las provincias de H onduras.
Partida con la flota para Providencia. Naufragio en Roncador. Llegada
a Providencia e inútil ataque a Trujillo. Bloqueo de Omoa. Orden
de trasladarse a Cartagena, y naufragio cerca del cabo Gracias a Dios 15 3
CAPÍTULO XIII
207
CAPÍTULO XIV
208