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¿Por qué celebramos el día de Canarias el 30 de Mayo?

La Comunidad Autónoma de Canarias celebra el 30 de mayo la gran fiesta de la


canariedad. Se conmemora así que en ese día de 1983 tuvo lugar la primera sesión del
Parlamento de Canarias, el órgano legislativo que establece el Estatuto de Autonomía de
Canarias. Hasta entonces, nunca había tenido el Archipiélago Canario una capacidad de
autogobierno que abarcara todo el Archipiélago, y que se completara con un Gobierno de
todos los canarios elegido democráticamente para cuatro años de gobierno y con  sedes en
las capitales de las dos islas más pobladas y antiguas capitales provinciales, Las Palmas de
Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife.
Poco a poco, los canarios han asumido esta festividad como algo propio, reciente pero a la
vez coherente con una realidad geográfica, política y administrativa. En particular son los
niños y los más jóvenes los que se han educado con la celebración del día de la canariedad,
organizándose numerosas actividades de reconocimiento a las tradiciones canarias, la
cultura insular y, especialmente, el conocimiento del entorno físico y social de estas Islas.
Aunque el acto principal sea la ceremonia oficial que organiza el Gobierno de Canarias, el
Día de Canarias se celebra en casi todos los rincones del Archipiélago con numerosas
actividades culturales y de ocio, promovidas por los Cabildos Insulares y los
Ayuntamientos, así como algunas empresas y entidades civiles que se suman a esta
celebración.
El Día de Canarias es una fiesta cultural que apuesta por la identidad canaria, con
numerosos actos en los que se participa con trajes tradicionales, música folclórica y
exhibiciones de deportes, juegos como la Luchada, la Vela Latina, el Palo o el garrote,
levantamiento de arado y de piedra, todos ellos autóctonos que reflejan el desarrollo
cultural de una sociedad que ha mantenido algunas actividades de su prehistoria y ha
creado nuevas formas de manifestar su forma de ser y de sentir su entorno. Tampoco falta
la demostración de su rica gastronomía con ingredientes propios en los que no faltan las
papas con mojo.

1
Leyenda de Amarca, narración de las Islas Canarias, España.
Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo existió una hermosa mujer guanche llamada Amarca, la cual
vivía en las tierras altas de Ycode, también conocido como Icod. Esta era tan hermosa que las mujeres
la envidiaban y los hombres la perseguían. No obstante, esta nunca presumía de su belleza, vivía
tranquila en un rustico albergue ubicado en las crestas montañosas, alejada de las miradas y envidias
de los vecinos. Cierto día a la puerta de esta se presentó el último mencey de Icod, Belicar, quien
quedó impresionado por la belleza de la muchacha.

Tras este encuentro la existencia de la bella mujer se conoció en todo el territorio, muchos intentaron
ganar su amor, pero esta no correspondía a ningún pretendiente. Dado que no aceptaba a ninguno de
los que la buscaban empezó a sumarse a su fama la condición de mujer inalcanzable y
desdeñosa. Todos los que la pretendían eran rechazados, incluso Gariaiga, joven y apuesto
pastor, el cual tras reunir todo su valor y declararse a la bella mujer fue rechazado de la manera mas
cruel.

Amarca no dejó que la pasión y las bellas palabras del joven la impresionaran, lo despacho
rápidamente con desdén. En el momento en que este comentó que haría todo por su amor, esta le
recordó que había rechazado a Belicar, quien a su parecer podría ofrecerle más que un pobre pastor.
Pero el joven insistió diciendo que le daría su corazón, a lo que esta respondió con una carcajada, la
cual puso fin a la conversación y a los sueños del joven pastor.

El pobre pastor con el corazón destrozado abandonó a su rebaño y comenzó a vagar sin rumbo por los
bosques de Ycode. Hasta que un día consumido por la tristeza y el desamor, el joven decidió poner
fin a su dolor saltando desde un barranco. Cuando los habitantes de la región se enteraron de la
muerte de Gariaiga, todos señalaron como culpable a Amarca, quien con su carácter altivo había
rechazado cruelmente al pobre joven. Tras lo sucedido Amarca, comenzó a sentir el desprecio de sus
vecinos y la culpa la consumió llevándola alejarse de las personas cada vez más, hasta que un día
desapareció.

Pasado mucho tiempo un anciano mencionó haber visto a Amarca, bajar por la montaña y lanzarse al
mar, del cual no volvió a salir. Desde entonces las personas que visitan los bosques de Icod aseguran
haber escuchado a Gariaiga llamando desesperadamente a su querida Amarca.

2
Gara y Jonay, leyenda de amor eterno
Hubo un tiempo en el que, en la verde isla de La Gomera, se creía que de siete chorros manaba un agua
prodigiosa capaz de descifrar los secretos del destino y de obrar milagros que nadie sabía como explicar. Eran
los Chorros de Epina. Entre sus poderes estaba el de mostrar el camino del amor, y para ello no había sino que
mirarse en ella. Así, si el agua se mantenía tranquila y clara, el amor pronto llegaría trayendo felicidad. En
cambio, si el reflejo se enturbiaba, era signo de desgracia y desamor.

Todos los habitantes de la isla conocían estos chorros y, cada año con la llegada del día de celebración de la
fiesta de Beñesmén, (fiesta que para los guanches significaba el comienzo de un nuevo año y en las que se
honraba a las divinidades), las muchachas más jóvenes, las que entraban ya en la edad de unirse a un hombre,
acudían a los chorros mágicos para conocer el reflejo de su destino.

Y llegó el turno de que entre esas jóvenes doncellas se encontrara Gara, la bella princesa de Agulo, la princesa
del agua, la cual esperaba con alegre inquietud el momento en que descubriera cual era su camino. Gara
esperó su turno lo más pacientemente que pudo y cuando ya le tocó, se acercó a una de las fuentes
intentando parecer solemne, pero sin conseguirlo realmente. Todavía sonreía cuando el agua, en principio
clara y en calma, comenzó a oscurecerse, y luego a moverse como si sobre ella el viento soplara, terminando
todo cuando la imagen de un sol intenso cubrió por completo el pequeño charco de agua.

Gara se asustó mucho. No podía comprender… Entonces sintió una mano sobre su hombro, la del sabio
Gerián, el único capaz de interpretar los designios de la fuente. Y Gerián habló:

Lo que ha de suceder, sucederá… Gara, huye del fuego o éste te consumirá.

Gara lo miró con ojos temerosos y, levantándose, camino hacia su cueva en el silencio más absoluto. Las otras
muchachas, en cambio, corrieron hacia sus mayores para contarles lo que había pasado.

Justo la noche anterior a la celebración de la fiesta fueron numerosos los guanches que llegaron de la isla
de Tenerife, la isla de Echeyde o montaña del fuego. Entre los recién llegados podían fácilmente reconocerse a
los distintos Menceyes, como al de Adeje, el cual venía acompañado de  Jonay, su hijo, un joven ágil y de gran
fortaleza. Y una de las primeras personas que vio a Jonay fue Gara, la dulce Gara, que sin poder evitarlo quedó
enamorada de él. Pero el amor no sólo la atrapó a ella, también Jonay cayó rendido ante la belleza de los ojos
de la muchacha. Poco tardaron en comunicarlo a sus familias…

Pero cuenta la leyenda que justo en el momento que se anunció ante todos la próxima unión de familias tan
ilustres, el volcán Echeyde, el Teide que a todas las Islas Canarias vigila, se removió por dentro y comenzó a
escupir fuego, creando en todos confusión y temor. Fue entonces cuando alguien recordó lo sucedido a Gara
ante los Chorros de Epina y todos señalaron a la joven pareja con un dedo acusador. El amor de Gara y Jonay,
del agua y del fuego, era por tanto imposible. Cuentan también que en cuanto separaron a los muchachos se
apagó la furia del gran Echeyde.

Poco tardó el Mencey de Adeje en volver a Tenerife llevándose consigo a Jonay, el cual apenas levantaba ya la
cabeza y sentía en su pecho el corazón destrozado. Apenas tuvo tiempo de ver a lo lejos la silueta de su
amada, Gara, que lloraba amargamente mientras miraba hacia el mar.

Pero Jonay no tardó en darse cuenta de que no podía dejar las cosas así. Una noche se ató vejigas de animal
llenas de aire a la cintura, lo cual le permitiría flotar si se cansaba en exceso, y se lanzó al mar en medio de la
oscuridad. Apenas amanecía el día cuando llegó hasta la costa gomera. Procuró que nadie lo viera y se acercó
cuanto pudo hasta la morada de su bella enamorada. Cuando Gara lo vio la vida volvió a su rostro y sus ojos
brillaron de alegría. Pero pronto se dieron cuenta de que algo tenían que hacer…

3
Decidieron entonces subir hasta lo más alto y lo más denso de El Cedro, pensando que quizás allí hallarían
donde esconderse mientras demostraban a los suyos que tenían que estar juntos para siempre. Buscaron un
lugar oculto y allí permanecieron abrazados. A su lado, una pequeña pero afilada vara de cedro vigilaba la
llegada de intrusos.

Pero no tardaron mucho en escuchar los gritos de aquellos que los buscaban…

Poco se dijeron en aquellos momentos, sus miradas eran más que suficientes. Jonay tomó la vara de cedro y
afiló la otra punta. Luego se colocaron uno frente al otro, la vara fue puesta en el medio, tocando con cada
punta el corazón de ambos amantes. Un abrazo final los unió para siempre justo en medio de lo que hoy
conocemos como el Parque de Garajonay.

La Maldición de Laurinaga

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En el siglo XV, don Pedro Fernández de Saavedra, fue nombrado señor de Fuerteventura. Don Pedro, tan
conquistador en el amor como en la guerra, cobró fama, nada más llegar a la isla por sus aventuras con las
muchachas guanches. Se casó, al poco tiempo de llegar allí, con doña Constanza Sarmiento, hija de García de la
Herrera, y tuvo catorce hijos, amén de todos los ilegítimos que sembró por la isla en sus frívolas aventuras.

Con el transcurso de los años, uno de los hijos de doña Constanza, don Luis Fernández de Herrera, se convirtió
en un apuesto caballero, heredando todos los defectos de su padre, pero ninguna de sus virtudes. Era altanero,
petulante y conquistador; pero cobarde para la guerra. Y le resultaba divertido seducir a las muchachas
indígenas, que le miraban como a un héroe.

En una ocasión, se encaprichó de una bellísima doncella que había sido bautizada como cristiana con el nombre
de Fernanda. A la muchacha no le disgustaba la presencia de don Luis; pero no se decidió a poner en juego su
reputación accediendo a sus deseos. Pasaron los meses y el galán siguió acosando a Fernanda, que cada día se
sentía más dispuesta para aquel juego, hasta el extremo de aceptar una invitación de don Luis para asistir a una
cacería organizada por su padre.

Llegado el día, don Luis se las arregló para estar solo toda la mañana con la ya enamorada doncella. Comieron
plácidamente a la sombra de un chopo y poco después el joven caballero la invitó a dar un paseo. En animada
conversación llegaron a una espesa arboleda cuando ya la tarde declinaba. Don Luis, creyendo que ya había
llegado el momento de prescindir de galanteos platónicos, intentó abrazar a Fernanda. Ella trató de defenderse,
pero comprendiendo que le sería imposible hacerlo, pidió socorro a grandes voces. Los gritos fueron oídos por
los cazadores, y advirtieron la ausencia de la pareja.

Don Pedro montó en su caballo y, en compañía de otros caballeros, picó espuelas para dirigirse hacia allí. Antes
de que llegaran, pudo acudir un labrador indígena, que al ver la situación de la doncella trató de defenderla de
don Luis. Éste, ofendido y molesto, desenvainó un cuchillo, dispuesto a quitar la vida a aquel indígena. Pero no
fue posible, porque, tras unos minutos de lucha, el labrador pudo arrebatar el arma a don Luis. Iba a clavársela,
como venganza, ciego de ira, cuando don Pedro, que llegaba a todo galope y había visto la escena se precipitó
con su caballo sobre el campesino que cayó con violencia al suelo y murió en el acto.

Entonces apareció de entre los árboles una anciana indígena, madre del labrador, que, lanzando una mirada
dolorida sobre aquel cuadro, se dio cuenta enseguida de lo ocurrido. Levantó la cabeza para conocer al causante
de aquella muerte, y se encontró con don Pedro, el caballero que la había seducido en su juventud y del que
había tenido aquel hijo que acababa de morir. La anciana, al reconocerle, ciega de indignación, le hizo saber que
ella era Laurinaga y que aquel cadáver era el de su propio hijo. Luego, elevando los ojos al cielo, como
invocando a los dioses guanches, maldijo con voz temblorosa y acento grave aquella tierra de Fuerteventura, por
ser señorío de aquel caballero don Pedro Fernández de Saavedra, causante de todas sus desgracias.

Dicen que a partir de aquel momento empezaron a soplar sobre aquellas tierras los vientos ardientes del Sahara,
que se empezaron a quemar las flores y toda la isla fue convirtiéndose en un esqueleto agonizante, que, según la
maldición de Laurinaga, acabará por desaparece

LA CRUZ DE LOS PASITOS


Cuentan las ancianas de principios del siglo XIX que de pequeñas escucharon de
sus propias abuelas una historia de amor y de celos. Estas ancianas en su día pequeñas
curiosas, se arropaban en las faldas de sus madres y tías para escuchar bajo el fuego de
las cocinillas esta historia. Lucía era una joven muy viva, con una sonrisa impactante y
contagiosa, de piel blanca y cabellos negros, la cual vivía en la Calle del Tanque número 9
de Santa Cruz de La Palma. La joven era hija de familia humilde pero muy bien mirada
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por la sociedad, su padre tenía una pequeña tienda de comestibles justo debajo de la
vivienda y su madre se dedicaba a las "labores de su sexo" (comprendían así en los
antiguos registros eclesiásticos de la época). Esta era madre muy posesiva y de mente
retrógrada y no dejaba nunca salir a Lucía sola a la calle ya que ya estaba en época de
merecer. Lucía, visitaba los Martes y Los Viernes a su tía Marta, que vivía en La
Encarnación, subía la calle San José, cruzaba el barranco de Los Dolores y alegremente
se dirigía a los pasitos, casi siempre acompañada de su madre o su tía. Cada martes y
cada Viernes, antes del anochecer, María era observada por un joven apuesto de 23 años
el cual se hacía llamar Alfredo. El corazón los invadía de curiosidad, ambos deseaban
verse a solas, compartir palabras y contacto físico, pero no había forma de que Lucía
estuviera a solas. Una noche, en la cual todavía no existían las farolas, Alfredo comenzó a
ir a casa de la tía Marta y poniéndose bajo el abrigo de la oscuridad agasajaba con bellas
palabras a la muchacha de la piel blanca y así durante varios meses, a escondidas de su
protectora madre y de su hermana Marta. Una noche de Semana Santa, Viernes santo,
sobre las 19:00 horas, Alfredo visitó la calle del Tanque y observó como una sombra
oscura hablaba en voz baja con la joven Lucia, espero en una de las esquinas y siguió a la
sombra encapuchada dos calles más abajo ofreciéndole una gran paliza de la cual "la
sombra corrió más veloz que el joven enamorado escapándose de sus manos. Alfredo
muerto de celos, asistió a la procesión esa misma noche encapuchado y sin perder de vista
a su joven amada desde San Francisco hasta la Plaza de La Constitución (hoy Plaza de
España). Al terminar la celebración, la joven acompañada de su tía caminó la Calle Real y
se dirigieron a los Pasitos donde una sombra encapuchada les esperaba a mitad de
camino agazapado entre la hierba. Al llegar el grupo de mujeres a su altura, este se alzó
con cuchillo en mano asestando varias puñaladas en el pecho de de Lucía y corriendo
camino abajo mientras las mujeres gritaban histéricas. Nunca se supo quién fue el asesino,
según cuenta la leyenda, no fue el joven enamorado pues hubieron testigos de que estaba
en otro lugar, la sospechas recayeron sobre su protectora madre. ¿Pagó esta por defender
el honor de su hija y de su familia? Cierta o no esta leyenda consta en los anales de las
historias de La Palma.

La Pared de Roberto, leyenda palmera

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Todos los pueblos tienen leyendas y en La Palma, una de ellas, tiene que ver con una
pared que incomunicó el antiguo camino entre los pueblos de Santa Cruz y Garafía y
que sirvió para que naciera esta leyenda que tiene como protagonistas a dos jóvenes que
vivían un amor no consentido. Ella era de las cercanías de Taburiente y él
de Tagaragre (Barlovento).

Esta leyenda se sitúa en el extremo septentrional de la Caldera de Taburiente, cerca


del Roque de los Muchachos, donde hay una muralla rocosa que se levanta a modo de
pared. Hasta 1926 se la conocía como Pared del Diablo, pero más tarde un cronista
rescató de la tradición oral palmera la leyenda y ahora se la conoce como la Pared de
Roberto.

Las citas amorosas de estos dos jóvenes tenían lugar bajo la sombra de un cedro, pero el
diablo celoso quiso interponerse entre ellos y en una sola noche elevó una pared para
que los amantes no pudieran reunirse. El chico intentó escalar la pared, la recorrió de
arriba a abajo, pero cansado grito: «va el alma por pasar» y respondiendo a este desafío
se escuchó el rumor del viento.

Cuando volvió a gritar «va el alma y el cuerpo por pasar» comenzaron a surgir


pequeñas llamaradas de la pared y el cedro cayó abriendo grietas en el suelo por donde
salieron seres infernales que arrastraron al joven al abismo. La pared se abrió dejando
un hueco para pasar.

Al día siguiente, unos pastores que pasaron por allí y encontraron el cadáver de la chica
cubierto por la escarcha. La enterraron cerca del Roque de los Muchachos donde todos
los años florece el pensamiento de las cumbres (Viola palmensis). El cuerpo del chico
forma parte de una enorme columna de basalto en el fondo de la Caldera y los retoños
de un pequeño cedro crecen junto a la Pared de Roberto.

**LA PRINCESA TENESOYA.


En el año 1.460 antes de que Castilla ocupase Gran Canaria, solían venir a las Islas
algunos barquichuelos dispuestos a pillar en nuestras costas lo que pudieran.

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En una ocasión Diego de Herrera, conquistador de Lanzarote, regresando de la Isla del
Hierro, sintió que la brisa empujaban sus goletas en dirección al Bañaderos, y no quiso
desperdiciar la oportunidad. Saltaron a tierra varios de los suyos, prepararon una
emboscada, y eso del amanecer vieron llegar por aquellas inmediaciones un grupo de
isleñas en actitud de bañarse. Los de Herrera salieron entonces de su escondite, las
hicieron prisioneras y las llevaron a Lanzarote; siendo una de ellas la princesa
Tenesoya, sobrina del Guanarteme de Gáldar.

Ocurrió en el paraje que llamaban los Bañaderos.


Hasta allí habían llegado ejecutando sus entradas y correrías las huestes de Diego de
Herrera, y allí pudieron escuchar las voces y las risas de tres jóvenes y hermosas isleñas
que, desnudas, se bañaban en las orillas del mar. Ocultos en el boscaje los soldados
miraban a las muchachas hasta que se decidieron a salir de entre las ramas. huyeron sus
dos compañeras, mas Tenesoya, hija del Guaire Aimedeyacoan, sobrina del Guanarteme
de Gáldar Tenesor Semidán, cayó en manos de sus captores por más que se debatió y
gritó solicitando auxilio. En su socorro sólo pudo acudir su vieja aya Tazirga. También
a ella la apresaron.A Lanzarote llevaron a Tenesoya sus raptores y la entregaron al
servicio de doña Inés Peraza, mujer del conquistador Diego de Herrera. Allí vivió largo
tiempo, allí fue instruida en el cristianismo y, luego que se bautizó y tomo el nombre de
Luisa, se desposó con Maciot Perdomo, de la casa de Béthencourt.

Mientras tanto, Tenesor Semidán, su tío, hacía las más vivas instancias para recuperarla,
llegando a ofrecer por su rescate ciento trece cristianos cautivos que había en su poder.
Ante aquella propuesta accedieron los europeos y cambiaron a Tenesoya por los
prisioneros. Apenas se concluyó el canje y regresó a Gáldar la muchacha acompañada
de su aya Tazirga, pronto se reconoció que aquélla no era la misma Tenesoya que fue
robada un día de los Bañaderos de Gran Canaria.

Lo primero que hizo fue convertir a la religión cristiana a su padre Aimedeyacoan y


bautizarle. Al poco asistida por Tazirga y al favor de la noche, huyó de su casa
encaminándose a la playa. Allí embarcó en una carabela en la que esperaba su marido.

Y contó luego Guayarmina, hija de Tenesor Semidán y prima por tanto de Tenesoya,
que algunas circunstancias maravillosas habían mediado en aquella fuga. Y era que,
compartiendo las dos el mismo aposento, la noche en que Tenesoya se escapara vio
como se levantó de su lado, abrió la puerta extremadamente pesada, tanto que sólo entre
hombres robustos la movían, y pasó por medio de los perros sin que estos ladrasen ni
hiciese ella el menor ruido. Como si una fuerza remota hubiese puesto fuerzas ajenas en
sus brazos, como si Tenesoya fuese capaz de andar y no pisar el suelo, caminan
 

"El diablo de Timanfaya".

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Según cuenta la leyenda, en 1730, en el instante que ocurrieron las erupciones
volcánicas de la isla de Lanzarote (que hoy en día tienen su muestra en el Parque
Nacional de Timanfaya), se estaba celebrando la boda entre un joven cuyo padre
era una de las personas más ricas de la isla, y una joven cuya familia se
dedicaba al cultivo de plantas medicinales. Los dos enamorados que iban a
contraer matrimonio, así como los invitados a la boda, se vieron sorprendidos por la
lluvia de rocas y lava provocadas por la erupción volcánica.
Todos los asistentes comenzaron a correr despavoridos, buscando cualquier rincón
que sirviera de refugio. La mala fortuna se apoderó de la joven novia, que fue
alcanzada por una gran roca que aplastó su cuerpo. Al ver aquella escena, el joven
enamorado acudió en su ayuda desesperado, cogiendo una forca de cinco puntas
con el fin de levantar aquella pesada roca que estaba matando lentamente a su
amada. Ante la atónita mirada de los que allí estaban, el joven sacó fuerzas de donde
no las había y consiguió mover con la forca de cinco puntas la roca, pero su esfuerzo
fue insuficiente: la joven con la que se iba a casarse había muerto.

Desesperado y víctima de la desolación, el joven cogió el cuerpo de su difunta amada


junto a la forca de cinco puntas y recorrió los ardientes valles de Timanfaya.

La noche había caído y la luna llena alumbraba aquel "infierno" en el que se había
convertido Lanzarote. Pero, de repente, en lo alto de los valles de Timanfaya y en
mitad del sulfato y la lava expulsada por los volcanes, se vio al joven iluminado por
la luna llena levantando la forca de cinco puntas con sus dos brazos, antes de
desaparecer en el ardiente terreno.

Los testigos de aquella imagen suspiraron de tristeza: "¡pobre diablo!"

De la sangre que derramó la joven en los valles de Timanfaya nacieron las plantas
medicinales que cultivaban sus padres y a éstas se les dio el nombre de los dos
jóvenes enamorados que nunca pudieron casarse: Aloe se llamaba el joven y Vera la
joven.

En la actualidad, la figura del joven con la forca de cinco puntas levantada por los dos
brazos ante los ojos de la luna llena es la imagen que representa al Parque Nacional
de Timanfaya, donde también se representa a ese "pobre diablo" que perdió su vida
y su amor por culpa de las erupciones volcánicas.

LAS BRUJAS DE LA LAGUNA GRANDE”


LA GOMERA

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La historia transcurre en La Gomera, una pequeña isla, abrupta y montañosa, y con profundos
bosques… una isla que emana misterio, y que guarda un secreto a voces.

Hace muchos años atrás, en la isla no existían aún las carreteras ni ningún tipo de comunicación
entre los pueblos, y las gentes vivían del campo y de la pesca. Cada semana un pescador llevaba los
mejores pescados al campo para cambiarlos por las mejores carnes, o viceversa. Sin embargo, no
era sencillo, pues los pueblos quedaban distanciados entre si, y para hacer el trueque había que
atravesar el bosque. La gente siempre había temido el bosque, por la siniestra niebla que lo envolvía,
que se deslizaba silbando entre los árboles, por su inquietante profundidad, por los sonidos que allí
se escuchaban. Más de una vez la gente tenía que pasar de noche por aquellos parajes para llegar
temprano por la mañana a su destino, y esto les inquietaba.

Se cuenta que una noche un campesino, montado a lomos de su burro, atravesaba el bosque.
Estaba todo oscuro, hacía mucho frío y las ramas de los árboles golpeaban constantemente contra el
hombre. De pronto el burro comenzó a rebuznar y a correr inquieto, y acabó por tirar al suelo a su
amo. El campesino, asustado, corrió por el bosque sin parar, tratando de encontrar al animal, hasta
que vio un resplandor entre los árboles, y oyó unas voces, como cánticos, a lo lejos….
Se acercó hasta que la luz era cada vez más fuerte y podía escuchar perfectamente voces de
mujeres que cantaban, reían y hablaban de manera extraña. Escondido entre las ramas pudo
contemplar como en un gran claro del bosque numerosas mujeres mayores, vestidas con túnicas
negras y pintadas de manera extraña, corrían alrededor de una gran fogata, levantando y bajando las
manos, gritando, cantando extraños ritos satánicos. Eran brujas en un aquelarre. De pronto oyó un
rebuznar y vio como una de ellas decapitaba a su burro… La mujer clavó la cabeza del animal en un
palo y danzó alrededor del fuego con ella, pasando el palo a las demás, mientras la sangre se
deslizaba por el palo, y era absorbida por las hambrientas bocas de las brujas. Finalmente la
lanzaron a las llamas y al instante el fuego desapareció absorbido por la tierra. Las brujas se
sentaron en doce piedras, dispuestas en círculo alrededor de una piedra central, la de la bruja mayor.
El campesino estaba hipnotizado observando el ritual cuando una mano se posó en su espalda. Se
giró y vio como una de las bruja le echaba el aliento a la cara. El lo inspiró y sintió como una extraña
niebla se metía en su interior, mientras la bruja le decía: “Todo aquel que conoce nuestro secreto, ha
de morir”. Asustado echó a correr bosque abajo, y no paró hasta llegar al pueblo.

Una vez allí, cayó al suelo desplomado por el esfuerzo. Los vecinos acudieron a socorrerle, y lo
metieron en la cama, mientras el hombre no dejaba de hablar de lo que había visto. Pasadas unas
horas el campesino murió.

A partir de entonces las gentes intentaban evitar pasar por el bosque, y cuando tenían que hacerlo
siempre llevaban una hoja de laurel para evitar que se aparecieran las brujas.

El bosque de la leyenda aún existe, y el claro donde antiguamente danzaban las brujas, llamado la
“Laguna Grande”, también. En el se pueden ver las 13 piedras y una curiosa coincidencia: todo el
suelo del bosque está lleno de hierba, excepto el círculo de piedras donde se dice que bailaban las
brujas.

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La Leyenda de la Reina Ico
Zonzamas reinaba en Lanzarote cuando llegó a la isla una embarcación española al mando
de Martín Ruiz de Avendaño. Al ver la nave a distancia los isleños se aprestaron para el
combate. Transcurrido el tiempo, Ruiz de Avendaño decidió ir a tierra en son de paz,
llevando consigo un gran vestido que regaló al rey como muestra de amistad. Zonzamas
aceptó el regalo y, en muestra de amistad, entregó al recién llegado ganado, leche, queso,
pieles y conchas, invitándolo a descansar en su morada de Acatife. Allí eran esperados
por la reina Fayna y sus hijos, Timanfaya y Guanareme. Como huésped de los reyes pasó
Avendaño varios días en Mayantigo. Mas tarde retornó a su barco y partió.

A los nueve meses la reina Fayna dio a luz una niña de tez blanca y rubios cabellos, a la que
puso por nombre Ico. El pueblo murmuraba y renegaba de la princesita y de su origen. Así
transcurrió el tiempo, y la niña creció sana y hermosa al cuidado de Uga, su aya.
Transcurrido el tiempo Zonzamas y Fayna murieron. Los Guaires, reunidos en asamblea,
proclamaron rey a Timanfaya. Con el paso de las estaciones Ico se fue convirtiendo en una
bella joven. Guanareme se enamoró de ella y acabó por hacerla su esposa. Tiempos
después otras naves vizcaínas y sevillanas llegaron a las costas de Lanzarote en busca de
esclavos. Los lanzaroteños se aprestaron para la defensa. En la lucha muchos isleños
murieron, otros fueron hechos prisioneros y encadenados como esclavos para ser vendidos
en la Península. Entre estos últimos estuvo Timanfaya.
Desaparecido el rey, los guaires se reunieron otra vez para elegir nuevo soberano. Este
debía de ser Guanareme, pero nadie osó pronunciar su nombre, pues si era elegido su
esposa, Ico, debería ser reina y su nobleza, origen y sangre eran discutidos. Su piel y sus
rubios cabellos recordaban demasiado la lejana llegada de Ruiz de Avendaño y si Ico no era
hija de Zonzamas, no podía llevar la corona, así que tuvo que huir.

Deliberaron largamente los Guaires. Finalmente decidieron que, para llegar a la verdad, la
princesa fuese sometida a la prueba del humo. Quedaría encerrada en una cueva
acompañada de tres mujeres no nobles. Después se llenaría el aposento con un humo
espeso y continuado; si la sangre de Ico no era noble, perecería como las otras mujeres. Si
sobrevivía sería signo inequívoco de su nobleza. El día siguiente sería testigo de la prueba.
Por la noche Uga, la niñera de Ico, la visitó con el pretexto de animarla, pero nada más
quedar a solas, la vieja aya le dio una esponja a la princesa diciéndole que al llegar la hora
de la prueba, la empapara de agua y la pusiera en su boca, con lo cual saldría viva de la
cueva. Ico hizo caso. Cuando fue abierta la cavidad las tres mujeres villanas yacían muertas,
mientras que ella salió con vida. En Adelante sus súbditos no dudaron de su nobleza.

11
Soy la sombra de un almendro,
soy volcán, salitre y lava.
Repartido en siete peñas
late el pulso de mi alma.
Soy la historia y el futuro,
corazón que alumbra el alba
de unas islas que amanecen
navegando la esperanza.
Luchadoras en nobleza
bregan el terrero limpio
de la libertad.
Ésta es la tierra amada:
mis Islas Canarias.
Como un solo ser
juntas soñarán
un rumor de paz
sobre el ancho mar.

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13
¡Mis Islas!
París, Octubre 1910
En el piélago inmenso del Atlántico
entre celajes y olas y rompientes
que las arrullan con su eterno cántico
y las bordan de espumas refulgentes,
brotaron como Venus de las ondas
las islas más hermosas del planeta,
coronadas de nieves y de frondas,
acariciadas por la brisa inquieta.
Son mis Siete, mis islas adoradas,
que no se apartan de la mente mía
ni en las horas de luchas enconadas
ni en plena noche ni a la luz del día,
porque ellas guardan en su santo seno
cenizas que venera mi memoria
y por ellas mi espíritu está lleno
del ideal de Humanidad y gloria
No importan la distancia ni el olvido
ni constantes y negros sinsabores
para pensar en ellas conmovido,
porque son el amor de mis amores.
¡Si a todas horas las estoy mirando!
¡si estoy viendo sus playas y su cielo!
¡si cuando muera, moriré pensando
que ellas han sido mi mayor anhelo!
Mi anhelo, mi ilusión, mi fantasía
es verlas de verdad, vivir en ellas,
aunque sea no más que un solo día,

14
Siete Rosas
Siete islas tengo

de esmeralda y oro,

que como un tesoro,

vigila un volcán

Nacidas de un beso

que la primavera

un dia pusiera

sobre el ancho mar

Paraiso, tras de la costa bravía

que como gala, Dios quiso

poner en la tierra mía

poner en la tierra mía

Que como gala, Dios quiso

poner en la tierra mía

Que como gala, Dios quiso

poner en la tierra mía

Canarias florida, llevo siete rosas

fragantes y hermosas, en mi corazón

Y un rumor de brisa

de Teide y de Palma,

llegan a mi alma
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su canción de amor

Polca
A la entrada Buenos Aires,
bajo de un almendro en flor,
mi padre le dio a mi madre
el primer beso de amor.
Tierra de Fuerteventura,
tierra de gofio y pimienta,
el más que en ella se apura
nunca le sale la cuenta.
Cuando siento sonar el timple
se me viene al pensamiento
que abarque las siete islas
un tan pequeño instrumento.
Traigo un dolor hacia aquí,
en el corazón, caramba,
si este dolor no se calma
¡Oh, Dios, qué será de mí!
Adiós, mi vida, ya me despido,
tristes suspiros lleva mi voz,
tristes palabras de despedida,
adiós, mi vida y adiós, adiós.
Traigo un lunar en la cara
que me lo hizo el cariño
de los besos que me daba
mi madre cuando era niño.

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¡Vivan las Islas Canarias!
Himno de Canarias 
 

Soy la sombra de un almendro,


soy volcán, salitre y lava.
Repartido en siete peñas
late el pulso de mi alma.
Soy la historia y el futuro,
corazón que alumbra el alba
de unas islas que amanecen
navegando la esperanza.
Luchadoras en nobleza
bregan el terrero limpio
de la libertad.
Ésta es la tierra amada:
mis Islas Canarias.
Como un solo ser
juntas soñarán
un rumor de paz
sobre el ancho mar.

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POEMA "LA MALETA" de Pedro Lezcano

Ya tengo la maleta,

una maleta grande, de madera:

la que mi abuelo se llevó a La Habana,

mi padre a Venezuela.

La tengo preparada: cuatro fotos,

una escudilla blanca, una batea,

un libro de Galdós y una camisa

casi nueva.

La tengo ya cerrada y rodeándola

un hilo de pitera.

Ha servido de todo. Como banco

de viajar en cubierta,

y como mesa y, si me apuran mucho,

como ataúd me han de enterrar en ella.

Yo no sé dónde voy a echar raíces.

Ya las eché en la aldea.

Dejé el arado y el cuchillo grande,

las cuatro fanegadas de la vieja...

- La hostelería es buena, me dijeron.

Y cogí la bandeja.-

Si señor, no señor, lo que usted mande,

servida está la mesa...

Yo por vivir entre los míos hago

lo que sea.

Vi a las mujeres pálidas del norte

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arrebatarse como hogueras

y llevarse las caras como platos

de mojo con morena,

tanto que aquí no dejan ni rubor

para tener vergüenza...

Vi vender nuestras costas en negocios

que no hay quién los entienda:

vendía un alemán, compraba un sueco,

¡y lo que se vendía era mi tierra!

Pero no importa, me quedé plantado.

Aquí nací, de aquí nadie me echa.

(Hasta que el otro día lo he sabido,

y he hecho de nuevo la maleta.)

He sabido que prontovan a venir de afuera

técnicos de alambrar los horizontes,

de encadenar la arena,

de hacer nidos de muerte en nuestras fincas,

de emponzoñar el aire y la marea,

de cambiar nuestros timples por tambores,

las isas por arengas,

las palabras de amor por ultimátums,

por tumbas las acequias...

Si se instalan los técnicos del odio

sobre nuestras laderas,

los niños africanos, desvelados

bajo la lona de sus tiendas,

mirarán con horror las siete islas,

no como siete estrellas,

sino como las siete plagas bíblicas,

las siete calaveras

desde donde su muerte, y nuestra muerte,

indefectiblemente se proyectan.

Yo por mi partecojo la maleta.

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La maleta que el viejo

se llevó a las Américas

en un barquillo de dos proas,

¡Qué valientes barquillas atuneras!

Tienen dos proas, una a cada lado,

para que nunca retrocedan.

Vayan a donde vayan siempre avanzan.

¿Quién dijo popa? ¡Avante a toda vela!

Y yo...voy a marcharme, reculando.

Voy a dejar que crezca

sobre esta tierra mía

toda la mala hierba.

Voy a volver la espalda al forastero

que vendrá con sus máquinas de guerra

para ensuciar de herrumbre las auroras,

de miedo las conciencias...

Pensándolo mejor, voy a sacarde la vieja maleta

el libro, la escudilla, la camisa,

la batea,voy a pintar y a barnizar de nuevo

su gastada madera,

voy a quitarle el hilo y a ponerle

la cerradura nueva.

Y con ella vacíame acercaré a la Isleta,

y al primer forastero de la muerte

que llegue a pisar tierra

se la regalo, para siempre suya,

y que la use y nunca la devuelva.

¡No quiero más maletas en la historia de la insular miseria!

Ellos, ellos,que cojan ellos la maleta.

Los invasores de la paz canaria

que cojan la maleta.

Los que venden la tierra que no es suya

que cojan la maleta.

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Los que ponen la muerte en el futuro

que cojan la maleta¡

Que cojan la maleta,

que cojan para siempre la maleta!

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