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El instinto de conversación.
La sociedad, así vista, no parece del todo razonable; la idea de una sociedad
eficiente donde sólo se dice lo necesario, sin desperdiciar tiempo en información
inútil, parece fallar frente al hecho que de en vísperas de fin de siglo haya
preferencia por decir tonterías. Se puede argumentar que en medio de la llamada
comunicación de masas, las masas se comunican conversando; ésta es la
verdadera comunicación de masas, porque ésta es, todavía, una sociedad
conversadora. La tecnocracia podrá encontrar discutible esta idea. No obstante,
parece ser correcta. En efecto, todo el conocimiento, opinión, sentido común, que
marca las pautas de una cultura y constituye el pensamiento de una época, y que
por lo tanto ejerce presión social y en última instancia legitima o deslegitima
gobiernos, pasa por la conversación. Para que una idea tenga validez social, no
basta que sea transmitida por televisión, sino que haya sido tema de
conversación; y más aún, no importa lo que se transmitió efectivamente, sino lo
que se platica de ello. Cuando un diputado o una ama de casa hablan de “clases
sociales” o “recuerdos inconscientes”, no significa que leyeron El Capital o la
Interpretación de los Sueños, porque Marx y Freud no son los que escribieron, son
lo que se dice de ellos; lo mismo sucede con las noticias del periódico. En suma,
la sociedad se hizo platicando; de la misma manera que hay un aparato
productivo, hay, como dicen Berger y Luckmann, un aparato conversacional de la
sociedad.
Parecería que de alguna manera u otra se vive para platicar. En rigor es al revés:
se platica para vivir: Es a través de la conversación que la gente se explica y le
encuentra sentido al mundo en el que vive, y con ello, le encuentra sentido a la
propia existencia en este mundo por eso se cotorrean las noticias y se narra cómo
estuvo la fiesta de anoche, enfatizando a la vez la propia participación en el
asunto. Si la modernidad ha ahecho perder en mucho este sentido, y con ello ha
engrosado la lista de alcohólicos y de suicidas (de paso, puede notarse en el
primer caso que la terapias de Alcohólicos Anónimos consiste en una
conversación, técnica más bien difícil de instrumentar en el segundo caso),
significa que el aparato conversacional de la sociedad ha sido reemplazado por
sistemas de información (radio, TV) que no pueden proporcionarse sentido. La
cultura informacional, el tipo de los noticieros televisivos tienden a darnos un orden
sin sentido; la conversación es sentido aunque sea sin orden.
Así que, después de todo, algo se crea en la conversación: las tonterías y las
repeticiones funcionan como táctica de invocación de lo novedoso: entre ellas
surgen los chistes, ironías, analogías, hallazgos, “serendipias”y los puntos de vista
que hacen ver el mundo de una manera nueva y diferente. Se platica para ver que
sale, y lo que sale finalmente son formas revisadas de ver la sociedad. El sentido
que se busca en la conversación nunca es el mismo. Siempre se habla de lo
mismo que siempre está cambiando.
La conversación es anarquista.
El retorno de la conversación.
A la tendencia de saturación de los medios de difusión, de información sin
significado sensible, se le enfrenta la necesidad ciertamente profunda de formas
de comunicación más genuinas. En otras palabras, puede predecirse el retorno de
la conversación, y no su desaparición. Esto tiene, por lo demás, que ser así,
siquiera porque de otro modo, ahí terminaría una sociedad que se hizo platicando.
Lo que en todo caso resulta viable es la síntesis de todos los medios, esto es, la
transformación de los medios electrónicos para hacerse más conversacionales,
que equivale a hacerse más populares, más democráticos; y a la par, la
transformación de la conversación para hacerla menos chismosa, menos olvidable
y superficial, y ,más racional, más educativa, más crítica, o, para usar un término
de Habermas, más discursiva, sin que por ello pierda su fuerza comunicativa, ni su
emotividad y pasión. La utopía de una platica razonable entre enamorados sigue
en pie.
La pregunta al margen.
La pregunta al margen que podría flotar durante todo el argumento es ¿para qué
hablar de conversación en medio de la crisis? ¿Para qué tratar sutilezas culturales
cuando la preocupación cruda es económica? Entre estas preguntas, es más fácil
caer en la tentación de angustiarse por la crisis y buscar sólo las formas de
resolverla concretamente. Sin embargo, soñar o buscar únicamente la salida de la
crisis significa desradicalizar las preocupaciones, lo cual implica en el fondo
aspirar a dejar una sociedad igual a aquella en la que nacimos, lo cual, a su vez,
resulta de mal gusto.
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Artículo escrito entre enero y marzo de 1988. Recuperado por Mar Cerón, a quien
agradecemos haberlo compartido.