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de la Revolución mexicana
I ntellectuals facing the M exican R evolution *
Daniel Avechuco-Cabrera*
eISSN 2448-6302
pp. 25-37 ISSN 1405-6313
Resumen: Mediante el análisis de los discursos de algunos intelectuales que
vivieron la Revolución mexicana y escribieron sobre ésta, se observó que el en-
cumbramiento del pueblo como símbolo del conflicto armado fue la consecuen-
cia de un proceso gradual, conflictivo y traumático, y no la epifanía ontológica
que algunos filósofos llegaron a postular. En ese transcurso, la brutalidad de las
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E
n Memoria mexicana, Enrique Florescano movimientos revisionistas del país, impulsados pre-
sostiene que la tradición literaria e histórica dominantemente por las élites intelectuales, el de la
griega está conformada por una secuencia revolución estuvo respaldado de forma muy activa
que empieza con la figura del narrador popular de por el Estado. Éste, con ayuda de algunas figuras
hechos legendarios (Homero), sigue con los compi- de renombre, fomentó la homogeneización cultural
ladores de mitos que explican el origen del mundo, mediante la educación y el estímulo a la producción
de los dioses y de los humanos (Hesíodo), y culmina y difusión de obras artísticas, lo cual desembocó en
con la obras de los primeros historiadores (Heródo- la manufactura de un imaginario afín al proyecto
to). En cambio, en la América precolombina “la pri- nacionalista. Lo anterior explica en parte la profu-
mera imagen del recolector del pasado que nos da la sión de representaciones alusivas al conflicto ar-
historia de Mesoamérica es la del escriba que recoge mado durante la posrevolución. Dicha explosión de
los testimonios del pasado para servir a los intereses creatividad es palpable especialmente a partir de los
del gobernante” (Florescano, 2010: 134). El autor años veinte, cuando el Estado inició un proceso de
sitúa, pues, el origen de una herencia mexicana de institucionalización que halló un poderoso respaldo
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reescrituras espoleadas por las élites estatales y no en las construcciones culturales. A pesar de que los
estatales en el universo prehispánico. Esa tradición voceros del gobierno pregonaron su tolerancia ante
es analizada y revisada a profundidad en Historia cualquier clase de expresión artística, aun la más
de las historias de la nación mexicana (2002), es- crítica, la realidad es que subrepticiamente se fijó
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tudio en el que se muestra cómo ha cambiado la una poética legitimadora,1 que de un modo u otro
visión del pasado, no tanto porque haya habido redujo los espacios para las propuestas disidentes:
modificaciones sustanciales en la concepción de la
historia o en la metodología de los historiadores, Las necesidades pragmáticas de la forma en
sino como resultado del fluctuante y accidentado que se expresa la genuina nacionalidad des-
desarrollo social, político y cultural del país. De este pués de la Revolución no tardarían en conside-
modo, la explicación mítica del pasado ha sido sus- rar prioritarias, una vez más, a las letras y las
tituida por una interpretación histórica y cristiana, artes en la tarea de institucionalización. Lenta-
una memoria primero criolla y luego mestiza que mente se establecería un atado de ideologemas
reivindicó e hizo a estos grupos los protagonistas de cuya influencia en el quehacer literario y artístico
la gesta nacional, relegando al indígena y al cam- habría de alterar su temática, su estilo y su marco
pesino. En el centro de todas estas modificaciones referencial: en vez de operar como un ingredien-
existe un elemento inamovible: ciertas instancias de te más de la nacionalidad literaria o artística, la
poder que coordinan la elección e interpretación de fuerza de la Revolución se asume como su hori-
las representaciones del pasado. zonte privilegiado (Sheridan, 1999: 28).
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las construcciones culturales sobre el pueblo, surgi-
das en particular durante las primeras tres décadas
del siglo XX, desnuda un proceso de asimilación lle-
no de contradicciones, pugnas y conflictos internos, José Juan Tablada (s/f), Foto: Archivo José Juan Tablada.
Instituto de Investigaciones Filológicas.
Tablada no hallaba compatibilidad alguna entre el desquiciamiento infernal… los estudios superio-
color o el aroma de las flores y el hedor de las visio- res… nada tienen que ver con un país en el que
nes de barbarie que acarreaban las hordas revolucio- la barbarie cunde como quizá nunca ha cundi-
narias cuando entraban a la Ciudad de México. Para do en nuestra historia… […] Ser mexicano culto
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este poeta, la revolución en realidad no significaba es una de las inadaptaciones más incuestiona-
un síntoma de cambio social, sino un obstáculo ex- bles del mundo, ¡qué remedio! (Antonio Caso, en
tremadamente vulgar para que los peces del Japón Krauze, 1999: 69 y 71).
que nadaban en el lago de su jardín prolongaran su
apacible vida. En opinión de Tablada, el movimiento Como podemos observar, los intelectuales y artistas
armado era el triunfo “de lo brutalmente negativo que crecieron durante el porfiriato veían en el distur-
sobre la afirmación espiritual” (1992: 91). bio social la afirmación del apocalipsis. La revolución
Al igual que Alfonso Reyes y José Juan Tablada, entró a las grandes ciudades no sólo a romper la cal-
Genaro Fernández MacGregor, jurista y difusor de la ma, sino también a exterminar la vida cultural. No
cultura, encontraba en la ejercitación del espíritu y es una coincidencia que los grandes nombres arriba
el pensamiento un cobijo contra la realidad que do- mencionados se recuerden a sí mismos encerrados
minaba las calles de la ciudad. Él se asumía como cuando los distintos ejércitos revolucionarios —esto
un hombre de ideas, por lo tanto abominaba la es, la encarnación de la barbarie, hasta hace muy
acción, pues ella condensa todo lo mundano, todo poco dormida— ingresaron a la Ciudad de México.
aquello que permanece fuera del ámbito del alma: La lectura de Goethe o D’Annunzio y el disfrute del
jardín oriental de Tablada constituían una forma
Las tropas carrancistas entraron a la ciudad a silenciosa de resistencia espiritual contra la brutali-
mediados de agosto. La curiosidad lanzó a la calle dad que había decidido violentar el perímetro de la
al populacho. Los individuos de la clase media civilización. Se entiende, pues, que tras el miedo y la
nos quedamos en nuestros domicilios. Yo me zozobra viniera la añoranza de los tranquilos días de
engolfé con mi amigo Honorato Bolaños en la lec- la dictadura.3 El primitivismo de la tropa revolucio-
tura de Fedra, la tragedia griega de D’Annunzio, 3 Dice Monsiváis: “Si no todos los ‘mexicanos de excepción’ son tan
abiertamente pícaros, la mayoría cree en que el régimen que los
recitándola en voz alta. Aquella vibración de arte honra es por fuerza honorable […] y a tal punto identifican al pue-
me servía para aminorar la zozobra del presente blo con lo primitivo, que las haciendas porfiristas no les resultan la
barbarie, sino una etapa —quizás penosa, pero nada más— de la
(1969: 243). construcción del país” (1985: 163).
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te un movimiento social en contra de la dictadura.
El ya mencionado Genaro Fernández MacGregor, por
ejemplo, registró en sus memorias el instante en que
discernió la problemática que sacudía al país. Luego
la Ilustración. En adelante, todo cuanto oliera a irra- Miguel Macedo: “los homicidios, y en general, los
cionalidad supondría una amenaza para el progreso delitos de sangre, son cometidos casi en la totalidad
y la inserción de México en la corriente civilizatoria por individuos de la clase baja” (Miguel Macedo, en
de Occidente. De este modo nació un orden sociocul- Speckman Guerra, 2002: 91). Conclusiones como
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tural que relegaba a los márgenes a la plebe citadina, ésta ayudaron sin duda a forjar en las conciencias la
al campesino y al indígena, porque se entendía que certeza de que existía algo así como una clase crimi-
esos perfiles sociales constituían la principal rémo- nal, y que las personas ajenas a ese grupo, la gente
ra para el progreso. En consecuencia, las clases di- ‘decente’, se encontraban a salvo del contacto con la
rigentes “enfocaron la mirada hacia los quehaceres violencia. Es decir, la generación, la discusión y la di-
populares para desentrañar aquellos asuntos que fusión de teorías y estudios criminológicos tuvieron
detenían el avance de México hacia la modernidad” un impacto importante en la percepción cultural de
(Pérez Monfort, 2008: 60). Para tal propósito se alen- los grupos sociales.
tó el desarrollo de disciplinas, la mayoría con una La Revolución mexicana removió los cimien-
clara orientación positivista, destinadas a encontrar tos del país, pero su fuerza no fue suficiente para
la ‘cura’ del rezago de los sectores marginados. La borrar del pensamiento los prejuicios sobre la clase
psiquiatría social y la psicología criminal fueron baja citadina, el indígena y el campesino. Por más
las áreas que más conclusiones sacaron al respec- que la retórica revolucionaria hablara con frecuen-
to. Luego de un análisis que contemplaba factores cia de una ruptura con el régimen de Porfirio Díaz
biológicos, históricos, atmosféricos, territoriales y en todos los ámbitos, la realidad es que en muchos
culinarios, científicos de la psicología y la sociología aspectos culturales hubo más bien una continuidad.
(como Julio Guerrero y Carlos Roumagnac), llegaron Pablo Piccato, por ejemplo, afirma que la revolución
a la firme conclusión de que el populacho, el cam- no eliminó la influencia de los criminólogos: “They
pesino y el indígena eran víctimas de un atavismo bequeathed many of their instruments and premises
que los determinaba como agentes portadores de la to the project of regeneration of the Mexican people
violencia, razón por la cual se hallaban permanente- appropiated by the revolutionary state” (2001: 71).4
mente en un estado de estancamiento. Esos perfiles Si nos remitimos a esta continuidad, es entendible
sociales, aseguraba Julio Guerrero, sufrían “una ce- que las crónicas de los periódicos, que mostraban
rebración atávica e inconsciente de sangre y exter- 4 “Ellos legaron muchas de las premisas e instrumentos para el proyec-
to de la regeneración del pueblo mexicano adoptado por el Estado
minio; y esa es la que ha pervertido y dispara sus revolucionario” [La traducción es del autor].
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chos, como Genaro Fernández MacGregor, creyeron es menos que un proletario y en la intelectual un
que lo mejor era la prolongación del totalitarismo o primitivo […] Es un ser de naturaleza explosi-
la instauración de una forma de gobierno similar: va cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce
“por eso creí que el fin de su régimen tenía que ser más leve […] Es un animal que se entrega a pan-
Explicación de la violencia
Alfonso Reyes (s/f), Foto: Archivo Histórico del Estado sino un crecimiento natural […] Nació casi cie-
de Sinaloa. Sin restricciones de publicación.
ga como los niños y, como los niños, después fue
tales espectros persistieron y siguieron nutriendo a despegando los párpados (1993: 184-185).
los hermeneutas de la revolución:
En El laberinto de la soledad, Paz prácticamente cal-
the Revolution ‘surprised’ both the old regime ca la opinión de su homólogo, pues sostiene que la
and the intellectuals who wanted to reform. The “Revolución apenas si tiene ideas. Es un estallido de
Revolution, after all, was an intrusion upon a la realidad” (2004: 294). Antes, Jesús Silva Herzog
centuries-old intellectual order, much of which había aseverado que el movimiento revolucionario
remained intact during the passing of the Por- “nació del mismo suelo, del corazón sangrante del
firian world […] Since many weight issues had pueblo y se hizo drama doloroso y a la vez creador”
been raised during the pre-Revolution, the year (1981: 36). El hecho de que definiciones del conflic-
1910 was as much the crest as the beginning of to armado acuñadas casi medio siglo después de la
change. The intellectuals were prime examples of revolución sigan recurriendo a la dicotomía razón-
the continuity between the two periods (Schmidt, instinto como columna vertebral, dice mucho acerca
1991: 178-179). 5 de la fuerza con que ciertas ideas se aferraron a las
conciencias, pese a los profundos cambios que trajo
Considero que esta continuidad resulta clave para el el movimiento social. Al margen de sus resonancias
concepto de violencia que predominará durante la románticas, las palabras de Alfonso Reyes, Octavio
revolución, condicionará las reflexiones que se em- Paz y Jesús Silva Herzog evidencian la aceptación y
5 “la Revolución ‘sorprendió’ tanto al viejo régimen como a los inte-
difusión de un estereotipo que hace del pueblo una
lectuales que querían la reforma. La Revolución, después de todo, fuerza arrolladora que carece de autocontrol en la
era una intrusión sobre un orden intelectual de los siglos anteriores,
gran parte del cual permaneció intacto durante el paso del mundo medida en que no posee el freno de la razón. Desde
porfiriano […] Dado que muchos asuntos de peso habían surgido
durante la pre-Revolución, el año de 1910 fue tanto la cresta como
el encuadre de este prejuicio, las clases populares
el inicio del cambio. Los intelectuales fueron los primeros ejemplos son capaces de renovar un país entero siempre y
de la continuidad entre los dos periodos”. La traducción es del autor.
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armado apelando a los niveles de violencia que pro- se dirigía para decirles que no esperaran de la revolu-
ducía: ción buenas maneras ni civismo, que debían asumir
el estado de guerra como una etapa de transforma-
Las revoluciones son revoluciones, es decir, esta- ción del país, aun con todas sus desmesuras, y que
pugna con el convencimiento liberal de que el país numeroso, pero también ciego, sordo y gustoso de la
requería cambios profundos. En muchos casos, di- violencia. Del indígena se expresa en los siguientes
cho debate derivó en un conflicto interno: ¿cómo ar- términos: “¡Desesperado tiene que estar un pueblo
monizar el espíritu renovador, noble y magnánimo que así fía su destino al elemento salvaje de su po-
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de la revolución con el primitivismo, la impureza y blación!” (2001: 274). De la gente del campo, esa
la lubricidad de las masas, su contingente más im- multitud “gallera y alcohólica” (2001: 254), no se
portante, tanto material como simbólicamente? Es puede esperar más que de los indígenas: viven en
claro que esa disyuntiva se vivió y expresó de muy un ambiente “que sigue siendo azteca en su capa
distintas maneras, dependiendo de la trayectoria más profunda” (2001: 371), un ambiente que no
personal, artística e ideológica de cada uno. Sin em- consiguieron destruir “cuatro siglos de predicación
bargo, halló un denominador común en la imposibi- cristiano-hispánica” (1983: 129). Así pues, ante los
lidad de aceptar la revolución con todos sus defectos ojos de José Vasconcelos, la revolución estalla no
no calculados. como la irrupción de una esencia mexicana aprisio-
De entre todos, José Vasconcelos es tal vez la nada por los brazos coercitivos de Díaz y sus secua-
figura vinculada al movimiento que mejor ejem- ces, sino como la triste y espantosa certificación del
plifica el conflicto interno mencionado. Además de diagnóstico de un intelectual acostumbrado a la paz
ponernos al tanto de sus peripecias personales y de su biblioteca:
de su recorrido como intelectual y funcionario, su
monumental pentalogía memorística —reunida en los que con algún destello de conciencia mirába-
cinco volúmenes: Ulises criollo (1935), La tormenta mos aquellas hordas de salvajes, cumplimenta-
(1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939) das y aduladas por la opinión y la sumisión de
y La flama (1959)— talla un retrato muy complejo los débiles de arriba, experimentábamos el efecto
de la revolución en el que destacan especialmente de la pesadilla azteca, lo que hubiera sido México
la crítica a los arribistas y los lamentos ante el ros- si triunfa la primera conspiración indígena, la que
tro más brutal de la guerra. De sus remembranzas hizo abortar el gran Virrey Mendoza; lo que sería
se deduce que si bien comprendía los fundamentos México si de pronto, suspendida la inmigración
históricos, sociales y económicos de la lucha, para española y europea, entregado el país a sus pro-
José Vasconcelos todo era reducible a la colisión pias fuerzas todavía elementales, los trece millo-
entre las fuerzas de la civilización y el progreso, de nes de indios, empezasen a absorber y a devorar
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Ahora bien, a diferencia de gente como Alfonso
Reyes, Antonio Caso, Genaro Fernández MacGregor,
José Juan Tablada, Emilio Rabasa y José López Porti-
llo y Rojas, Vasconcelos no añoraba la paz porfiria-
lítico para denostar a los gobiernos posrevolucio- La tensión entre la revolución ideal y la revolución
narios, a los cuales enfrentó como candidato a la material se tradujo en un conflicto interno de algu-
presidencia. Según sus premisas, los mandatos de nos intelectuales, lo cual dificultó más de lo que se
Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles suponían la piensa la apropiación del pueblo como símbolo de
sofisticación de las destrezas de Huichilobos, no su la rebelión. En lugar de anularlas, como pregonaba
abolición. la retórica del movimiento, la lucha armada heredó
En 1911, Luis Cabrera había dicho que las re- las nociones porfirianas del campesino, el indígena
voluciones eran estados anormales de la vida de y el populacho urbano, y a partir de ellas hizo frente
los pueblos, y que “tratándose de la anarquía, sería a la nueva realidad que la tormenta revolucionaria
tonto querer rechazar el cargo hecho a las masas inauguró: la ‘clase criminal’ había dejado los márge-
revolucionarias” (Urrea, 1985: 233). Además, pen- nes para robustecer el ejército que habría de renovar
saba que las ideas tenían importancia secundaria al país. Este nuevo ambiente atribuló no solamente
en una coyuntura como la que estaba viviendo el a los intelectuales y artistas de la vieja escuela, que
país, porque “los estudios de los sabios y sus opi- airearon su añoranza de la paz porfiriana y, por lo
niones de gabinete” (Urrea, 1985: 233) no consti- tanto, no vieron del todo mal el cuartelazo de Victo-
tuían la raíz del movimiento armado: “Las ideas de riano Huerta, sino que también fue motivo de pre-
Rousseau y de los filósofos de la Enciclopedia no ocupación para los más liberales, quienes, por un
fueron el principio de la Revolución francesa, sino lado, aborrecían las prácticas del antiguo régimen,
meras teorías utópicas, que más tarde habrían de pero por otro, no estaban preparados para compren-
ser aprovechadas como bandera por la revolución der el nuevo estado de cosas en el que la violencia del
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cionaria” (1925), México, Fondo de Cultura Económica. Urrea, Blas (1985), Obras políticas, México, Instituto Nacional
Fernández MacGregor, Genaro (1969), El río de mi sangre: me- de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana.
morias, México, Fondo de Cultura Económica. Vasconcelos, José (1925), La raza cósmica: misión de la raza
Florescano, Enrique (2002), Historia de las historias de la nación iberoamericana. Notas de viajes a la América del sur, París,
mexicana, México, Taurus. Agencia mundial de librería.
Florescano, Enrique (2010), Memoria mexicana, México, Fon- Vasconcelos, José (1938), El desastre, México, Botas.