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2, 3, muchos contextos

Silvia Labayru
Denise Najmanovich

Esta es la cuarta notai que escribimos sobre nuestro pasado reciente, la


militancia y  la represión. Hablamos acerca de la esperanza, la frustración, la
rebeldía y la obediencia, de los sueños. También hablamos de los actos, de
cómo los pensábamos ayer y los interrogamos hoy. Intentamos reflexionar sin
pontificar ni cristalizar el pasado en una límpida narración depurada de toda
duda, conflicto o confusión. Hemos compartido los textos con amigos y
conocidos, abrimos un foro de discusión y recibimos muchos comentarios.
Entre ellos, una de las críticas más comunes que nos plantearon fue que, en
uno de los artículos, el trato que hemos dado al fusilamiento de un guerrillero a
manos de sus compañeros estuvo “fuera de contexto”.
No coincidimos con esta apreciación. Precisamente por ello, queremos
extendernos sobre las razones que nos llevaron a focalizar nuestra nota en
este suceso. Jouve, el protagonista de la historia, formaba parte del EGP, un
grupo guerrillero promovido por el Che y comandado por Jorge Masetti, que en
el año 1962 inició actividades en Salta. En un momento dado, y antes de entrar
siquiera en acción, decidieron fusilar a unos de sus miembros, Pupi Rotblat,
sobre el que pesaba la sospecha de que “en cualquier momento los fuera a
traicionar”. Jouve habla de cómo se negó a ser él quien le pegara el tiro y
cómo, aunque no apretó el gatillo, de finalmente aceptó “disciplinarse” (término
con el cuál se sustituía en aquel tiempo el tradicional “obedecer”).
Ningún suceso ocurre aislado. Siempre está enredado con otros. Es más,
resulta imposible decir exactamente dónde empieza o termina un suceso: su
contexto es todo el universo presente y pasado. Pero para darle sentido a los
acontecimientos es necesario darles forma, establecer límites y conexiones:
seleccionar un contexto determinado. Muchos factores influyen para que
contextualizaramos de un modo en lugar de otro: nuestra historia personal, la
cultura en la que estamos inmersos, las personas que nos influyen, nuestras

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habilidades perceptivas, los objetivos que buscamos, etc. El contexto
seleccionado no es el fruto de una decisión inocente, ni objetiva. Nunca
sabemos con certeza cuáles son todos los motivos que guían nuestras
preferencias y tampoco podemos modificarlos “a voluntad”. Somos capaces de
percibir y pensar sólo unos pocos contextos posibles, y cada uno de ellos
destaca algún aspecto diferente de nuestra experiencia.
En los sesenta-setenta, además de las noticias del triunfo de la revolución
Cubana, llegaron a la Argentina los ecos de las purgas de Stalin. También fue
parte del contexto la invasión soviética a Hungría en 1956, y el aplastamiento
de la primavera de Praga en el 68, cuando estos pueblos protestaron contra la
opresión soviética. Sin embargo, estos hechos no llegaron a formar parte del
contexto de la mayoría de los militantes. En muchos casos fue por
desconocimiento, puesto que no acostumbrábamos a leer o escuchar discursos
“contrarrevolucionarios” (léase cualquiera que contradijera la doctrina propia).
En otros porque, sabiéndolo, suponíamos que eran meras desviaciones o
errores tácticos, de los que podríamos autocriticarnos después de la revolución,
cuando tuviéramos tiempo.
Mirando retrospectivamente nos resulta particularmente llamativa la escasa
repercusión que tuvo en nuestro medio la polémica Sartre-Camus en la década
del cincuenta. Esta discusión puso en primer plano el problema del asesinato
político. Camus cuestionó la idea de que el fin justifica los medios y rompió el
silencio casi total respecto a los crímenes estalinistas que mantenían Sartre y
la mayoría de los intelectuales de izquierda. Esto nos permite ver cómo en un
mismo tiempo coexisten diversos contextos, y que no es obligatorio adherir a
un punto de vista pues y bajo un "clima" intelectual común, las discrepancias
pueden ser tajantes. Sin embargo, en la nuestro medio estas discusiones no
llegaron tuvieron mucho impacto, y por lo tanto, no pertenecieron nuestro
contexto de ese momento. Ésta debe ser una de las poquísimas excepciones a
la costumbre de los intelectuales argentinos de importar las modas de París.
La vida humana abarca muchas facetas, dimensiones, actividades y no existe
ningún criterio único para privilegiar alguna de ella por sobre las otras. Es por
eso que el contexto histórico no se agota en la perspectiva político-partidaria.
En los setenta, además de militar, escuchábamos a “Los gatos” y el naciente
rock nacional, junto a los Roling Stones, Jimi Hendrix, Bob Dylan . El folklore

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llegaba a nuevas capas de la sociedad. Era el tiempo de las minifaldas, de la
moda Courrège... también de las botitas de gamuza y las camperas verde
oliva. Fue la época del auge del hippismo y el pelo largo como señal de
rebeldía. Sin embargo, no eran pocos los que todavía llevaban el pelo achatado
con gomina, y aunque para algunos fue el tiempo de la “revolución sexual”
muchas chicas todavía se casaban vírgenes.
Nunca hay un único contexto posible desde y sobre el que cual pensar, aunque
eso sea lo que nos quieren hacer creer los dueños de las verdades históricas,
tanto ideológicas como académicas. Postular la inevitabilidad del contexto
suele venir de la mano de una escritura de la historia tendiente a no
responsabilizarse de lo ocurrido, como podemos apreciar en el reportaje
publicado en Página 12, un ex-miembro del EGP, Alberto Szpunberg. Cuando
le preguntaron sobre la experiencia guerrillera y la polémica suscitada por
Oscar del Barco llamando a la responsabilidad de todos los militantes que
apoyaron la violencia, declaró:

“Me parece que es una revisión de la historia al margen de la historia.


Porque no es responsabilidad ni de Oscar ni de Masetti ni del Che; eran
determinados tiempos y pasaban determinadas cosas en el mundo” ii
Alberto Szpunberg

Spunzberg y muchos otros intelectuales y militantes siguen amparándose en el


contexto, o en la historia para eludir toda responsabilidad. Nosotras, en cambio,
nos hacemos responsables de nuestro modo de historiar, del contexto que
hemos destacado en nuestros artículos, aceptando que existen muchos otros
(compatibles e incompatibles con el nuestro). Buscar otros contextos posibles,
resaltar otros aspectos, diluir algunos acentos, le hubiera conferido a nuestra
narración un significado diferente del que queríamos. No creemos en una
historia movida por un aspecto único del quehacer humano: ni por las ideas, ni
por las fuerzas productivas, ni por los afectos, ni por la consistencia de las
tramas sociales. Más aún, nos proponemos poner en cuestión la concepción
histórica que ha imperado en la modernidad, que ha sido cultivada tanto por los
liberales como por los marxistas, y que se basa en la producción de un sistema
explicativo único, en el que una sucesión lineal de causas totalmente

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determinadas producen efectos claramente definidos. Tampoco queremos salir
de la rígida trampa de la historia-mecánica para caer en las aguas vaporosas
de la narrativa posmoderna que hace de todo una cuestión literaria. No
pretendemos imponer nuestra perspectiva ni ampararnos en un "aparato
crítico" (nombre con el que hoy muchos reemplazan a la vieja y gastada
ideología), que parece ser una suerte de "certificación de calidad" o pasaporte
a la verdad "garantizada" que sólo algunos (ahora los académicos) poseen o
dominan. Así al menos lo pretende Beatriz Sarlo en su texto “Tiempo pasado”.
A propósito del mismo Ivana Acosta le preguntó en una entrevista publicada en
el diario Claríniii respecto  a la polémica generada por el testimonio de Jouve.
Sarlo declaró:

- Seguí la discusión y ahí veo varias cuestiones que tienen que ver con
el anacronismo de la primera persona. En principio se publicó una
entrevista a Héctor Jouvé, donde él contaba de manera muy
transparente toda la aventura del EGP en Salta. Pero todo el relato
estaba armado para conducir al momento en que se ejecutó a un
guerrillero que al parecer había tenido una crisis física o psicológica y no
podía aguantar más. Ahora ¿qué hacer con ese texto? Habría que tratar
de ver cuál era el discurso de una guerrilla que se internaba en el monte
sobre las condiciones en las cuales podía sobrevivir, minoritaria y
aislada. ¿Qué sabían esas personas? Habría que contextualizar.
Porque esa gente no sabía nada; ni siquiera sabía que en un momento
quizás para sobrevivir iba a tener que matar a otroiv.

Leer ese reportaje fue una experiencia espeluznante: ¿Por qué el contexto que
presenta Jouve no es el adecuado? ¿Quién decide qué contexto es el válido,
entre todos los que es posible utilizar para comprender un suceso? ¿Si la
elección del contexto produce significados diferentes, qué criterios nos hacen
destacar unos u otros?
Sarlo en su libro opone el testimonio -a su juicio subjetivo, unívoco, irreflexivo-
a la historia académica - desde su punto de vista crítica y plural, y garantizada
por el “aparato crítico”-. Todo ello como si existiera un sólo modo de testimoniar
y una sola forma de producción histórica en la academia. No tenemos dudas de

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que existen testimonios poco reflexivos pero eso no es de ningún modo
patrimonio de ese género y no aceptamos que la lucidez sea patrimonio de los
intelectuales. Nos espanta la idea de reducir las más importantes cuestiones
humanas a tecnicismos o pretender que sólo los académicos están en
condiciones de dar sentido a la experiencia o generar conocimiento valioso. En
cualquier caso, lo que consideramos primordial es que se reconozca que no
existe ninguna perspectiva intrínsecamente superior a las demás.
Quisimos compartir la inquietud que el relato de Jouve nos produjo y que
nos llevó a preguntarnos hasta dónde hubiéramos sido capaces de llegar
en aquel tiempo: ¿Habríamos apretado el gatillo? ¿Habríamos intentado
convencer a nuestros compañeros para evitar una matanza? ¿Habríamos sido
capaces de “disciplinarnos”? ¿Existían alternativas además de la disciplina o la
insubordinación?
No tenemos “verdades absolutas” -ni reveladas por Dios, ni sostenidas o
garantizadas por un saber infalible- que sostengan nuestra perspectiva.
Creemos en ella, queremos compartirla y nos hacemos  responsables de esta
elección. Esta creencia no expresa duda intelectual, no es una forma de rebajar
nuestro conocimiento, sino por el contrario se trata de una afirmación
existencial. No es un producto de aparatos, es un que reconocemos que es
nuestro saber y que afirmamos responsablemente. Lo que nosotras queríamos
era mostrar sin consideraciones edulcoradas la docilidad de los
“rebeldes” frente a órdenes absurdas y crueles. Tan absurdas como el
asesinato de un compañero por hipotética traición futura.
La forma en que nosotras tratamos el tema del fusilamiento de un integrante
del grupo guerrillero estuvo guiada por el deseo de reflexionar acerca de las
condiciones que hicieron posible una militancia sumisa hasta el extremo de
llegar al homicidio, cuando nos creíamos absolutamente revolucionarios,
vanguardia conciente que había superado la alienación gracias al
pensamiento. Quisimos mirar de frente ese fusilamiento y preguntarnos si
no fue, lisa y llanamente, un asesinato. ¿Alcanza con suponer un contexto
de alta politización para convertir un crimen en una “ajusticiamiento”?
Los sesenta y  setenta fueron años convulsos, y en los que ocurrieron hechos
históricos de gran peso que dieron lugar a un alto grado de actividad política.
Sin embargo, aún así, ni la mayoría de la población, ni siquiera la mayor parte

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de los jóvenes, o de los trabajadores, se sumergieron en la militancia
revolucionaria o aplaudieron la violencia política. Muchos menos aún fueron los
que apoyaron a la guerrilla (aunque en cierto momento la simpatía fuera
bastante amplia). El “espíritu de la época” no era monolítico, ni mucho menos:
junto a la guerrilla y sus partidarios, estaban los adeptos del club del clan (a
veces coincidían en la misma persona). Era la época en que veíamos en el cine
“La batalla de Argelia”, “Morir en Madrid” o “La hora de los hornos”, aunque tal
vez no sea agradable para algunos que incluyamos en el contexto el hecho de
que muchos las vimos en Punta del Este. También suspirábamos con las de
James Bond y con Zorba el Griego. En nuestras habitaciones adolescentes
teníamos afiches del Che, y de Alain Delon (Silvia) de los Beatles y de Leonard
Whiting (el protagonista de “Romeo y Julieta” de Zeffirelli), del Che, de Lenin y
de Trotsky. Leíamos a Marx, a Engels. También la revista Susy, o el Tony, o
Superman (Denise).
El suponer que los hechos o los contextos son evidentes por sí mismos, es
decir, que todos debemos ver y pensar de la misma manera una situación,
porque ésta tiene un significado (único) independiente de nuestra experiencia
es precisamente la trampa de la ideología (tanto política como científica). El
contexto no es  ni único, ni omnipotente y ni siquiera es homogéneo. El caso de
las mujeres cristianas casadas con judíos en la Alemania Nazi, que desafiaron
a Hitler, a Goebbels y a todo el aparato represivo en 1943 cuando arrestaron a
sus esposos, es particularmente iluminador a este respecto. Estas mujeres
lucharon por la liberación de sus maridos y lo consiguieron. El contexto de
pasividad y sumisión del pueblo alemán no puede de ningún modo explicar
esto. Sin embargo, era uno de los muchos contextos que existieron. Más aún,
esta historia, como muchas otras semejantes, ni siquiera pueden percibirse
desde los supuestos de la historia tradicional. Para hacerlos visibles y darles
sentido es preciso cambiar el foco, buscar otras perspectivas, considerar otros
contextos.
“No podíamos hacer nada” ha sido y sigue siendo la explicación oficial de los
alemanes y en general de casi todos los que hemos vivido en regímenes de
terror. Desde luego que ese contexto nos permite comprender las enormes
dificultades y riesgos que implicaban desafiar al sistema. Sin embargo, en
todos los tiempos hubo muchísimos actos de resistencia, grandes y pequeños,

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notorios o apenas perceptibles, de hombres y mujeres que sin pretender ser
héroes se sobreponían al pánico impuesto y desafiaban al contexto tiránico.
Así como el contexto de sumisión no sirve en absoluto para comprender la
rebeldía de las mujeres que en pleno nazismo y en pleno centro de Berlín
protestaron durante días y días pidiendo la libertad de sus esposos
encarcelados, tampoco el contexto del imaginario revolucionario de la izquierda
de los 60-70 permite comprender la sumisión de los rebeldes. Más bien, ambos
ejemplos, nos llevan a pensar que ni la obediencia ni la rebeldía son
ideológicas, sino que manan de otras fuentes.
Aún hoy, a más de 50 años del nazismo, son pocos lo aceptan el hecho de que
mujeres desarmadas, que no pertenecían a ninguna organización política
lograron torcerle el brazo a Hitler gracias a una manifestación que fue
creciendo espontáneamente desafiando el terror. Tampoco son muchos los
que quieren saberlo. La película “Rosenstrasse” de Margarette von Trotta que
cuenta esa historia no ha logrado una gran audiencia, ni en Alemania ni fuera
de ella. ¿Será porque desafía el contexto explicativo oficial? ¿Será porque es
cómodo guarecerse detrás de un “clima de época” para justificar las acciones
individuales y colectivas?
El testimonio de Jouve, entre muchos otros ensayos, novelas y artículos
diversos, nuestras notas entre ellos, comienzan a cuestionar las narraciones
oficiales de la izquierda que aún hoy insisten con la “juventud maravillosa de
los 60-70”, sin por ello desvalorizar ni eliminar los aspectos admirables de
aquellos tiempos. Aportamos otros contextos que enfocan la situación de
forma diferente a las gastadas historias oficiales (que nunca son únicas aunque
cada una pretenda serlo). Intentamos ampliar la mirada, permitirle fluir por
múltiples paisajes existenciales, y sobre todo, no confinarla en un marco único.
No participamos de la “historia oficial” ni de los enfrentamientos entre esta y
una “historia alternativa”, sino que desconfiamos de cualquier historización que
se pretenda completa, única o que pretenda explicar el pasado sin implicarse:
finalmente vamos llegando a la conclusión de que toda historia tiene
vocación de “historia oficial” -de convertirse en la narración hegemónica-.
No renunciamos a pensar el pasado, renunciamos a congelarlo en un único
contexto, en una sola cadena causal. No queremos apresarlo en el aparato
crítico, ni en ningún otro, sino desplegarlo en múltiples significaciones, siempre

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abiertas a nuevas lecturas y texturas. Sin embargo, al afirmar la multiplicidad
de formas de comprender el pasado no estamos sosteniendo un relativismo
vacuo que supone que todas las narraciones son equivalentes. Cada
historia genera un mundo y tiene consecuencias diferentes. En lo único
que se asemejan es que ninguna presenta una verdad independiente de
quienes la han tejido. No hay historias con garantías, no importa con qué
“aparato” se hayan construido (siempre cabe hacerse al pregunta ¿quién
garantiza al garantizador?).
Para nosotras esta protección no existe, ni podría existir. Más aún, sostenemos
que quienes se amparan en el aparato crítico, en el aparato del partido, del
estado, o en cualquier otro, están eludiendo su responsabilidad y haciendo una
petición de obediencia a los demás. Los aparatos no tienen responsabilidad,
porque uno sólo puede responsabilizarse en primera persona.
Fueron muchos los intelectuales de la izquierda setentista que justificaron y en
muchos casos simpatizaron con la violencia. En muchos casos aplaudieron,
instigaron e incluso materializaron los atentados y asesinatos (algunos de ellos
lo siguen haciendo). Hasta hoy han sido muy pocos los que se animaron a
quebrar un silencio casi total que ya lleva más de 30 años y hacerse cargo de
su responsabilidad sin refugiarse en justificaciones contextuales. No es extraño
que así sea cuando la primera persona está vedada tanto para los académicos
como para todos aquellos que pretenden actuar “en nombre de ...la revolución
(o Dios, o la Ciencia, o la Historia, o la Justicia, o el Bien, etc.)”. La vida misma
nunca entra en sus discursos ni en sus instituciones.
Casi todas las organizaciones de la izquierda de los setenta v aceptaban las
famosas consignas de la época que rezaban “a la violencia de los de arriba hay
que oponerle la violencia de abajo” y “el fin justifica los medios”, pero no todos
le daban un significado idéntico. La diferencia entre las organizaciones
guerrilleras y las que no le eran radicaba en cuándo debía ejercerse la violencia
y la forma de llevarla adelante. Reconociendo esta diversidad, queremos
concentrarnos en un aspecto común: aceptar la disciplina es estar dispuestos a
obedecer las órdenes de la organización independientemente del contexto.
Órdenes que van desde matar a los enemigos hasta resistir indefinidamente la
tortura, como exigieron el ERP o los Montoneros a sus militantes. Además, la

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historia de Jouve nos muestra la inmensa amplitud del término “enemigo” que
puede abarcar incluso a los que hasta segundos antes eran compañeros.
Lo que no pudimos ver en aquel momento fue que la mayoría de las
consignas eran completamente abstractas y que cuando se volvían
concretas ya no era nada fácil tener escapatoria. Jouve muy probablemente
subió al monte pensando en que lucharía por un mundo mejor y jamás se le
ocurrió que le ordenarían fusilar a un compañero porque estaba exhausto y
podría traicionarlos. Queremos resaltar que a Pupi Rotblat lo mataron por
“traición hipotética” -algo que también ocurrió después en Montoneros y que ni
siquiera existe en los códigos militares más reaccionarios-. Jouve tuvo valor
para negarse, pero no para  evitarlo. Ningún contexto único puede explicar
simultáneamente la negativa y la aceptación. Ni su coraje, ni su acatamiento
pueden comprenderse reduciéndolos a cuestiones de teoría psicológica,
sociológica, o literaria, pues como todos los problemas humanos son
multidimensionales y se resisten a entrar en las rígidas categorías que las
ciencias particulares tienen para ello.
Es importante destacar que así como no hay un único contexto, tampoco los
sujetos somos de una sola pieza: en cada momento de la vida albergamos
distintos afectos, ideas y valores, a veces incluso contrapuestos. Podemos
recordar las certezas dogmáticas de los tiempos de la militancia sin obturar la
memoria de las dudas, conectarnos con la arrogancia sin olvidar la ternura
(sabiendo además que se influyen y tiñen mutuamente).
El relato de Jouvé nos resultó conmovedor tanto por lo que es capaz de
reconocer (la inquietud, el desencanto, la rabia, la impotencia simultáneas)
como por lo que no puede expresar abiertamente aún hoy: la inmensa
capacidad de obediencia que teníamos, y la ceguera absoluta en relación a las
implicaciones de aceptar la disciplina partidaria (ceguera que muchos aún
padecen).
Somos conscientes de que presentamos un caso extremo (pero para nada
excepcional en la historia revolucionaria): el asesinato de un compañero para
tensar al máximo la paradójica sumisión de los revolucionarios. Pero la
obediencia fue la norma de la militancia y se expresó en una gama enorme de
situaciones cotidianas en las que todos debimos “someternos a la disciplina” o
fuimos “sancionados” por no hacerlo. No hay disciplina sin temor, sin castigo y

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sin culpa: permanentemente los militantes estábamos acusados de “traición
hipotética” aunque raramente el castigo fue el fusilamiento como en el caso que
narra Jouve. Creemos que, a esta altura, resulta más que claro que el contexto
de la disciplina, de la obediencia, del dogma, de la organización jerárquica de la
izquierda nos ayudan a comprender (no para explicar, ni para justificar) no solo
el fusilamiento de Rotblat sino muchas otras acciones aberrantes y
devastadoras: desde la contraofensiva montonera, hasta el acatamiento de los
militantes del PC cuando su dirección bajó la línea de “apoyo crítico” a Videla).
Cualquier militante pudo haber estado en el lugar de Masseti, de Jouvet o de
Rotblat. Este es precisamente el contexto que quieren evitar lo que nos piden
contexto: no quieren ver de frente esa escena y los significados que emergen
cuando nos corremos de la parafernalia intelectual e ideológica: nosotros
mismos o nuestros amigos pudimos cometer esos asesinatos. Algunos lo
hicieron.
Es por eso que es preciso ir mucho más allá de una autocrítica: no cometimos
sólo errores estratégicos o tácticos, no fue mera miopía política, sino que los
fundamentos mismos de los cuales partimos exigen una reelaboración total. Es
preciso pensar a fondo lo que ocurrió desde otras perspectivas que
incluyan ineludiblemente nuestra responsabilidad y excluyan cualquier
justificación a-priori del asesinato. Sólo a partir de este reconocimiento será
posible gestar nuevas prácticas políticas que expandan la libertad en lugar de
la obediencia.

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i
Se pueden leer las tres anteriores en: http://denisenajmanovich.com.ar/htmls/0800_travesias/index.php
ii
Para leer el reportaje completo:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-7040-2007-07-24.html.

iii
Entrevista a Beatriz Sarlo. La vanguardia o la pedagogía de masas
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2005/09/03/u-00997745.htm
iv
Las negritas son nuestras.
v
Una notable excepción es la de algunos grupos del socialismo democrático (que en esos tiempos era muy
minoritario)

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