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COLEGIO TOBERIN I.E.D.

GUIA PARA EL TRABAJO 9°

PROFESOR: Jorge Morales AREAS: Ética y Religión


NOMBRE DEL ESTUDIANTE: ______________________________________

GRADO: 9°_____________ FECHA _____________________________

Tema: el hombre llamado a vivir como hijo del padre creador

Piensa reflexiona y actúa

COMPRENCION DE LECTURA.

 De acuerdo a la siguiente lectura, con sus propias palabras realizar un


escrito de 2 páginas en donde explique y reflexione acerca del tema

Nuestro Dios, que es infinito en amor, no quiso dejar al hombre abandonado a su


suerte, a pesar de todo.
Cuando reflexionamos en el origen del pecado y sus devastadores efectos en la
persona y en la Humanidad entera, tenemos la sensación de encontrarnos ante un
cataclismo de magnitud excepcional, y en realidad es así. Pero a partir de aquí
tenemos dos soluciones: podemos quedarnos dando vueltas al problema o
podemos seguir profundizando en su evolución y, sobre todo, en la búsqueda de la
intervención de Dios. ¿Abandonó Dios el proyecto del hombre después que éste se
reveló contra él o, por el contrario, se implicó en los acontecimientos originados por
el pecado?
Afortunadamente Dios, que en su sabiduría infinita, conocía de antemano los
acontecimientos y aquel aparente fracaso, no abandonó al hombre a su suerte, sino
que quiso declararse parte de la situación y prometer su intervención para deshacer
el entuerto al que el hombre había dado origen. Por eso, no debemos quedarnos
con el sabor amargo del drama del pecado original, sino recordar que desde un
principio Dios prometió venir en ayuda del hombre, cuando dirigiéndose al tentador
le dijo: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará
la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gn 3,14).
La voluntad salvadora de Dios se mostró más fuerte que el poder del pecado y
empezó a manifestarse y actuar a favor del hombre desde el principio. La caída no
se resuelve con el castigo, aunque éste existe, sino con una promesa de salvación,
la primera que se escuchó en la historia. A partir de ese momento, la historia del
hombre es historia de salvación, y la voluntad salvífica de Dios es una constante en
su relación con el pueblo escogido, Israel, en el que empieza a manifestar su poder
salvador y al que convierte en vehículo histórico para que la salvación prometida
alcance a todos los hombres. En cierto modo podríamos decir que al lado de la mala
noticia del pecado del hombre nace la buena noticia de la salvación y la redención
de su raza.
Una de sus primeras acciones salvadoras hace beneficiario a Noé. Ante la decisión
de borrar el pecado que cubre la tierra, el Señor va a enviar un diluvio sobre ella,
pero preserva a Noé de la catástrofe: “Le pesó al Señor de haber hecho al hombre
en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo el Señor: ‘Voy a exterminar de sobre
la haz del suelo al hombre que he creado... Pero Noé halló gracia a los ojos del
Señor” (Gn 6,6-8).
Dios escogió a Abraham, lo apartó del mundo pecador y le hizo una promesa: “De
ti haré una nación
grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Ben
deciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán
todos los linajes de la tierra” (Gn 12,2-3).
Más tarde se manifiesta ante Israel como el Señor del gran poder para liberarlos de
la esclavitud de Egipto por mano de Moisés: “Porque cuando los caballos de Faraón
y los carros con sus guerreros entraron en el mar, el Señor hizo que las aguas del
mar volvieran sobre ellos, mientras que los israelitas pasaron a pie enjuto por medio
del mar” (Ex 15,19).
Todas las obras de poder con que Dios salva a Israel a lo largo de su historia son
importantes, pero es más importante la promesa de salvación final que los profetas
van anunciando y que tendrá lugar con la llegada del gran Salvador, con el que
vendrán tiempos nuevos y de grandeza no imaginada antes.
Jeremías anuncia un Mesías, al que da el nombre de Germen: “Mirad que días
vienen -oráculo del Señor- en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un
rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a
salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y éste es el nombre con que le llamarán:
‘Yahveh, justicia nuestra’” (Jr 23,5-6). Isaías anuncia nuevos tiempos que llegarán
de la mano de un personaje extraordinario sobre el que reposará el Espíritu del
Señor: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu
de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (Is 11,1-2).
Y en otro momento anuncia un siervo misterioso (cf. Is 42,1-9), en quien Dios se
complacerá y que, lleno de su Espíritu, llevará a cabo sus planes de rescate sobre
la Humanidad. A él lo pondrá por luz de las gentes para que su salvación alcance
hasta los confines de la tierra (cf. Is 49,6).
Estas promesas de salvación y restauración toman cuerpo en Jesucristo, el Hijo de
Dios e hijo del hombre que, con su presencia en la tierra y la obra de redención que
lleva a cabo en ella, aplica el tratamiento apropiado al mal que había entrado en el
mundo por la desobediencia del hombre. San Pablo, partiendo de la presencia de
Jesucristo en la tierra y el conocimiento de su obra, qué él mismo ha experimentado
tan profundamente, echa una mirada retrospectiva para resumir la historia de la
salvación, fijando la atención en dos hombres, Adán y Jesucristo, al que él llama
nuevo Adán: “Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán,
espíritu que da vida” (1 Co 15,45).
El primero abre las puertas al pecado y la condenación: “Por un solo hombre entró
el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron” (Rm 5,12). Por el segundo viene la salvación
que el hombre estaba necesitando para escapar a la situación de esclavitud en que
le había colocado el primero “En efecto, así como por la desobediencia de un solo
hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno
solo todos serán constituidos justos” (Rm 5,19).
La restauración que Jesucristo lleva a cabo devuelve al hombre a un estado de
comunión con Dios, en el que él pone a nuestro alcance bendiciones que no
hubiéramos llegado a conocer sin el desastre causado por el pecado, pues “no
sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la
sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, más la obra de la gracia,
partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación. En efecto, si por el delito
de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que
reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un
solo, por Jesucristo” (Rm 5,16-17).

NOTA: Por favor enviar sus trabajos en formato Word al correo


georgecasn@gmail.com

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